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LA PROTECCIÓN ESPECIAL DEL NIÑO

EN EL DERECHO INTERNACIONAL HUMANITARIO


Sonia Hernández Pradas

1. Antecedentes. 2. El principio de protección especial y el concepto de “niño” en el


Derecho Internacional Humanitario. 3. Protección del niño contra los efectos de las
hostilidades: zonas y localidades de seguridad y evacuación de niños de zonas de
conflicto. 4. Asistencia humanitaria y envío de socorros. 5. Detención e internamiento
de niños y pena de muerte. 6. Protección de la identidad. 7. Preservación de la unidad
familiar. 8. Protección de la educación, la cultura y las tradiciones. 9. Participación de
los niños en los conflictos armados: los niños soldados. 10. El Movimiento Internacional
de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y los niños afectados por los conflictos
armados.

1. ANTECEDENTES

La protección especial del niño como categoría diferenciada dentro de la población civil
no va a tener lugar hasta después de la Segunda Guerra Mundial, con la aprobación de
los Convenios de Ginebra de 1949 en los que por primera vez se recogen disposiciones
que se refieren de manera particular al niño. Y no es que hasta dicho momento no
hubieran surgido iniciativas dirigidas a mejorar la situación de la infancia castigada por
la guerra, pues precisamente después de la Primera Guerra Mundial, se había creado
la primera organización internacional consagrada a la infancia: la Unión Internacional de
Socorro a la Infancia, promovida por el Comité Internacional de la Cruz Roja y por la
fundadora del “Fondo para Salvar a los Niños”, Englantina Jebb, y que, en mayo de
1923 adoptó la primera Declaración de los Derechos del Niño, aprobada un año
después por la Sociedad de Naciones. Aunque esta Declaración no hacía referencia
expresa a la protección del niño en situaciones de conflicto armado, sin embargo
reconocía el deber de dar prioridad a éste para ser atendido antes que nadie en caso
de catástrofe.

Por otro lado, en 1938, la XVI Conferencia Internacional de la Cruz Roja invitó al CICR

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y a la Unión Internacional de Protección a la Infancia a que prepararan conjuntamente
un proyecto de Convención sobre la protección de los niños en caso de conflicto
armado. Sin embargo, la redacción del proyecto quedó interrumpida por el estallido de
la Segunda Guerra Mundial, que hizo imposible su aprobación.

La Segunda Guerra Mundial puso de manifiesto la intensidad del sufrimiento de los


niños. Los desplazamientos forzosos y las migraciones en masa, los bombardeos
indiscriminados, el genocidio, etc., no fueron más que algunos de los males que
azotaron a una infancia completamente desprovista de protección jurídica internacional
y a merced de la barbarie humana que desató esta guerra.

Por ello, cuando se redactaron los Convenios de Ginebra de 1949 se incluyeron normas
específicas en el IV Convenio relativo a la protección de las personas civiles, para
proteger a los niños víctimas de los conflictos armados. Esta preocupación internacional
por la protección de la infancia duramente castigada por la guerra se va a reflejar
también en el establecimiento, en 1946, de un Fondo de Emergencia para prestar
asistencia a los niños - el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia - en el seno de
la recién creada Organización de las Naciones Unidas.

Por otro lado, y como reacción a las atrocidades cometidas contra la población civil
judía durante la guerra, en 1948 se aprobó el Convenio para la Prevención y Sanción
del delito de Genocidio, que considera como tal, entre otras prácticas, la de impedir los
nacimientos en el seno de un grupo y la de trasladar por la fuerza niños de un grupo a
otro (arts. 1 y 2). Y en 1959, una nueva Declaración sobre los Derechos del Niño va a
reafirmar el principio de protección especial del niño y el deber de que sea uno de los
primeros en recibir asistencia en caso de desastre.

Sin embargo, pronto se va a poner de manifiesto la insuficiencia de estas normas y la


desprotección de la población civil - y particularmente de los niños - en los conflictos
armados posteriores a los Convenios de 1949. Esta es la razón de que en 1974 la
Asamblea General de las Naciones Unidas adoptara la Declaración sobre la protección
de las mujeres y de los niños en período de urgencia y de conflicto armado, y de que
los Protocolos de 1977 adicionales a los Convenios de 1949 contengan disposiciones
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específicas sobre la protección debida a los niños en situaciones de conflicto armado,
tanto de carácter internacional como de carácter interno. La transformación de la
naturaleza de los conflictos y de los medios y métodos de guerra utilizados, hacían
imprescindible esta revisión de las normas del Derecho Internacional Humanitario. Por
otro lado y probablemente por la proliferación de la participación de los niños en este
nuevo tipo de conflictos armados, se incluyeron disposiciones que prohiben
expresamente que los niños tomen parte en las hostilidades.

Finalmente, la Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada el 20 de Noviembre


de 1989, ha venido a reafirmar la protección especial debida al niño en tiempo de
conflicto armado, y la necesidad de asegurar la aplicación de las normas del Derecho
Internacional Humanitario que se refieren al niño. Sin embargo, la insuficiencia de la
protección del niño prevista en la Convención en relación con su participación de los
niños en las hostilidades, ha hecho necesaria la aprobación de un Protocolo facultativo
de la Convención, relativo a la participación de los niños en los conflictos armados.

2. EL PRINCIPIO DE PROTECCIÓN ESPECIAL Y EL CONCEPTO DE “NIÑO”


EN EL DERECHO INTERNACIONAL HUMANITARIO.

El niño se beneficia de dos niveles de protección en el Derecho Internacional


Humanitario. Por un lado, en tanto que miembro de la población civil, está protegido por
todas las disposiciones contenidas en el IV Convenio y en los Protocolos adicionales
que hacen referencia a la protección de las personas civiles. Por otro lado, y en tanto
que persona particularmente vulnerable, el niño es beneficiario de una protección
especial. En este sentido, se puede decir que el principio de protección especial del
niño se desprende del conjunto de disposiciones que tienen por objeto garantizar un
trato preferencial al mismo, en razón de su particular vulnerabilidad. Pero más
concretamente aparece consagrado en el artículo 77 del Protocolo adicional I relativo a
los conflictos armados internacionales, según el cual “los niños serán objeto de un
respeto especial y se les protegerá contra cualquier atentado al pudor. Las Partes en
conflicto les proporcionarán los cuidados y la ayuda que necesiten, por su edad o por
cualquier otra razón”. Asimismo, se reconoce este principio con respecto a los conflictos
armados sin carácter internacional, ya que el artículo 4 del Protocolo adicional II
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establece que “se proporcionarán a los niños los cuidados y la ayuda que necesiten”.

Dicha protección especial no cesa por el hecho de que los niños menores de quince
años participen en las hostilidades - contraviniendo la prohibición establecida a este
respecto - y son capturados por la parte adversa, tanto si se trata de un conflicto
armado internacional como no internacional (art. 77.3 del Protocolo I y art. 4.3.d) del
Protocolo II).

No obstante, la delimitación del ámbito de aplicación personal de las disposiciones del


Derecho Internacional Humanitario en virtud de las cuales se concede una protección
especial a los niños depende del concepto de niño en los Convenios de Ginebra de
1949 y en los Protocolos adicionales de 1977. A este respecto, y del análisis de dichas
normas podemos extraer la conclusión de que el Derecho Internacional Humanitario no
contiene un único concepto de niño, sino que existen diversas categorías de niños que
reciben una protección especial en razón de su edad y que son las siguientes:
• Nasciturus. A diferencia de la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989
cuyo ámbito de aplicación comienza con el nacimiento, numerosas disposiciones de
los Convenios de Ginebra protegen de manera indirecta al nasciturus, cuando se
refieren a la protección especial de las mujeres encintas o parturientas.
• Recién nacidos y bebés lactantes. Además de beneficiarse de todas las
disposiciones que se refieren al trato debido a los niños en general, junto con las
mujeres encintas y parturientas, los bebés lactantes se benefician también de una
protección especial y son equiparados además a los heridos y enfermos tal como
estipula el artículo 8 del Protocolo I, beneficiándose, por tanto, de la protección
dispensada a tales categorías de personas.
• Menores de siete años. Reciben también una protección específica que aparece
siempre ligada a la permanencia junto a la madre. Así se desprende de las
disposiciones que hacen referencia a la protección de las madres con hijos menores
de siete años.
• Menores de doce años. Se trata de una categoría de niños para los que el IV
Convenio prevé una protección especial por lo que se refiere a la identificación de
los mismos.
• Menores de quince años. Se puede decir que es el estándar general utilizado por el
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Derecho Internacional Humanitario cuando se refiere a la protección especial del
niño. Así, los menores de quince años constituyen una de las categorías de
personas que pueden refugiarse en las zonas y localidades sanitarias y de
seguridad, que tienen derecho a un trato preferencial por lo que respecta al envío y
distribución de socorros humanitarios, que pueden ser evacuados de zonas sitiadas
o acorraladas, que deben ser atendidos y protegidos cuando queden huérfanos o
separados de sus familiares, que no pueden ser reclutados en las fuerzas armadas,
ni pueden participar en las hostilidades, etc.
• Menores de 18 años. Aunque los Convenios de Ginebra abandonan la expresión de
niños cuando se refieren a los menores de dieciocho años, reemplazándola por la
de personas menores de dieciocho años, lo cierto es que también éstos se
benefician de un trato especial por lo que respecta a la participación en las
hostilidades, a la ejecución de la pena de muerte y a la realización de trabajos en
territorio ocupado.
• Menores de edad. Esta expresión también es utilizada por el IV Convenio cuando
hace referencia al deber de tener en cuenta el régimen especial de detención e
internamiento previsto para los menores de edad.

De todo lo expuesto se desprende que no es posible, a la luz de las normas contenidas


en los Convenios de Ginebra y en sus Protocolos adicionales, establecer un concepto
único de niño, sino que, por el contrario, habrá que aplicar en cada caso el límite de
edad establecido en las mismas. No obstante, también es cierto que un gran número de
disposiciones no hacen referencia a límite de edad alguno, por lo que, teniendo en
cuenta el artículo 1 de la Convención sobre los Derechos del Niño – que define al niño
como todo ser humano menor de dieciocho años de edad -, la protección que se
establezca en tales disposiciones podrá extenderse a los menores de dieciocho años.

3. PROTECCIÓN DEL NIÑO CONTRA LOS EFECTOS DE LAS HOSTILIDADES:


ZONAS Y LOCALIDADES DE SEGURIDAD Y EVACUACIÓN DE NIÑOS DE ZONAS
DE CONFLICTO

Los Convenios de Ginebra prevén dos mecanismos para proteger a los niños de
manera especial contra los efectos de las hostilidades. En primer lugar a través de la
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creación, tanto en tiempo de paz como después de la ruptura de las hostilidades, de
zonas y localidades sanitarias y de seguridad para poner al abrigo a determinadas
categorías de personas particularmente vulnerables y entre las cuales están incluidos
los niños menores de quince años, las mujeres encinta y las madres de niños de menos
de siete años (art. 14 del IV Convenio).

En segundo lugar, mediante la celebración de acuerdos entre las Partes contendientes


para la evacuación de una zona sitiada o acorralada de ciertos grupos de personas,
incluidos los niños (art. 17 del IV Convenio), o la evacuación concreta de niños de las
zonas de conflicto.

En efecto, en varias disposiciones de los Convenios de Derecho Internacional


Humanitario se hace referencia a la evacuación de los niños en diferentes
circunstancias. Debe tenerse presente no obstante, que la evacuación, como tal, es
una medida que entraña tantos riesgos y aspectos negativos, especialmente si supone
la separación de los padres, que las organizaciones humanitarias que se encargan de
facilitar tales evacuaciones han recomendado que no se lleven a cabo más que cuando
éstas sean completamente imprescindibles. Además, se trata siempre de una medida
de carácter temporal y debe cumplir una serie de condiciones para no poner en peligro
la seguridad de los niños.

El Derecho Internacional Humanitario contempla la evacuación de los niños en las


siguientes circunstancias:

1. Evacuación de los niños de zonas sitiadas o acorraladas, o de zonas


especialmente expuestas a las hostilidades (arts. 17 del IV Convenio y 4 del Protocolo
II). En el primer caso, aplicable a los conflictos armados de carácter internacional, esta
medida está prevista junto con la evacuación de otras personas que se encuentren en
esas zonas, tales como los heridos, enfermos, inválidos, ancianos y parturientas. En el
segundo caso, previsto para los conflictos armados sin carácter internacional, se
estipula que dicha evacuación deberá hacerse a una zona del país más segura y
habrán de tomarse todas las medidas para que, siempre que sea posible, se cuente
con el consentimiento de los padres o de las personas que en su caso tengan la guarda
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de los niños, y éstos vayan acompañados de personas que velen por su seguridad y
bienestar.

2. Evacuación de los niños huérfanos o que hayan quedado separados de sus


padres a consecuencia de la guerra (art. 24 del IV Convenio). Se trata de una medida
contemplada en el IV Convenio, y por tanto aplicable a los conflictos armados de
carácter internacional, con respecto a los niños menores de quince años que resulten
huérfanos o separados de sus padres. Estos niños podrán ser acogidos en un país
neutral durante la duración del conflicto, pero sólo se podrá llevar a cabo dicho traslado
si se reúnen dos condiciones: que se cuente con el consentimiento previo de la
Potencia protectora, si la hay, y que haya garantías de que los niños no van a quedar
abandonados a sí mismos y se les van a procurar en todas circunstancias la
manutención, la práctica de su religión y la educación.

3. Evacuación por razones de salud, tratamiento médico o seguridad (art. 78 del


Protocolo II). Esta medida contemplada únicamente con respecto a los conflictos
armados internacionales, en el artículo 78 del Protocolo I, consiste en la evacuación
temporal de niños a un país extranjero únicamente por las razones que más arriba se
expresan, es decir, cuando peligre la salud del niño, requiera un tratamiento médico
que no se puede llevar a cabo en el país que se encuentra, o peligre gravemente su
seguridad. Esta última circunstancia no podrá alegarse por la Potencia ocupante. El
objetivo de este artículo es preservar la seguridad de los niños que no son nacionales
del país que decide la evacuación - ya que sólo se refiere a éstos - y evitar su traslado
innecesario con las consecuencias negativas y los riesgos que encierra. Por ello, se
establecen una serie de condiciones que las evacuaciones de esta naturaleza habrán
de reunir y que son básicamente: el consentimiento de los padres o de las personas
que legalmente sean responsables de la guarda de los niños, el control por parte de la
Potencia protectora y el acuerdo entre todas las Partes interesadas (es decir, del
Estado que decide la evacuación, el Estado que acoge a los niños y el Estado del cual
sean nacionales los niños), la adopción de las máximas precauciones para no poner en
peligro la evacuación, la continuidad de la educación de los niños - incluida la
educación religiosa y moral que sus padres deseen - y la identificación de los niños tal y
como se establece en el artículo 78 del Protocolo II, de manera que se facilite al
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máximo el regreso al seno de su familia y a su país.

4. ASISTENCIA HUMANITARIA Y ENVÍO DE SOCORROS

La idea de que el niño debe recibir un trato prioritario en cuanto a la asistencia y el


envío de socorros no es sólo una constante en los Convenios de Ginebra, sino que
constituye un principio consagrado ya en el Derecho Internacional. Así por ejemplo,
tanto la Declaración de 1924 como la de 1959 sobre los Derechos del Niño establecían
el deber de dar prioridad al niño para atenderle antes que nadie en caso de catástrofe.

Por otro lado, conviene tener presente que la asistencia humanitaria incluye, no sólo la
asistencia material propiamente dicha, como el envío y la distribución de alimentos,
ropa, medicamentos, la asistencia sanitaria, el refugio, etc., sino también la asistencia
no material, como la educación, la asistencia religiosa, psicosocial, etc. Los conflictos
armados recientes han puesto de manifiesto la importancia de esta segunda variedad
de la asistencia humanitaria, principalmente por lo que se refiere a los niños
traumatizados por la guerra. En virtud de este principio de asistencia especial al niño, el
Derecho Internacional Humanitario establece la obligación de conceder el libre paso
para el envío de medicamentos, material sanitario, objetos para el culto, víveres, ropas
y tónicos reservados a los niños menores de quince años, y recoge expresamente el
deber de dar prioridad a estos últimos en la distribución de los envíos de socorro (art.
23 del IV Convenio y art. 70 del Protocolo I).

En segundo lugar esta obligación se impone también con respecto a la Potencia


ocupante para la que se establece expresamente el deber de facilitar el buen
funcionamiento de los establecimientos dedicados a la asistencia y a la educación de
los niños y de no entorpecer la aplicación de las medidas de preferencia que se
hubieran adoptado con anterioridad a la ocupación, a favor de los niños menores de
quince años, de mujeres encintas y de madres de niños menores de siete años, en todo
lo relativo a la nutrición y los cuidados medicinales (art. 50 del IV Convenio).

Los niños huérfanos o que hayan quedado separados de sus padres a consecuencia de
la guerra también son objeto de un trato especial ya que el artículo 24 del IV Convenio
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establece que las Partes contendientes tomarán todas las medidas necesarias para
evitar que estos niños queden abandonados a sí mismos, y para que se les procuren
en todas circunstancias la manutención, la práctica de su religión y la educación.
Idéntica obligación se establece para la Potencia ocupante con respecto a los niños
huérfanos o separados de sus padres que se encuentren en su territorio (art. 50 del IV
Convenio).

Finalmente, también encontramos disposiciones relativas a la asistencia especial de los


niños en el régimen aplicable a los detenidos e internados civiles. A este respecto, se
establece que las mujeres encintas y parturientas, así como los niños menores de
quince años recibirán suplementos nutritivos adecuados a sus necesidades fisiológicas.
Asimismo habrá de garantizarse la manutención de las personas que dependan de los
internados, si careciesen de medios suficientes de subsistencia o fueran incapaces de
ganarse la vida por si mismos, lo cual hace pensar lógicamente en los niños que
dependan de estos internados (arts. 89.5 y 81.3 del IV Convenio).
5. DETENCIÓN O INTERNAMIENTO DE NIÑOS Y PENA DE MUERTE

El Protocolo adicional I establece que si los niños fueran arrestados, detenidos o


internados por razones relacionadas con el conflicto armado, serán mantenidos en
lugares distintos de los destinados a los adultos, exceptuando los casos de
preservación de la unidad familiar (art. 77.4). A este respecto, está previsto que las
familias detenidas o internadas y en particular, los padres e hijos, estén reunidos en el
mismo lugar (art. 82 del IV Convenio y art. 75.5 del Protocolo I).

En cuanto a los niños detenidos el IV Convenio, dispone que deberá tenerse en cuenta
el régimen especial prescrito para los menores de edad (art. 76). Este régimen
dependerá de la legislación interna del Estado, que generalmente prevé un tratamiento
adecuado a su edad y condición jurídica, aunque habrá de tener presente lo dispuesto
en el Protocolo adicional I respecto a que los niños estén separados de los adultos (art.
77.4). Pero en cualquier caso, y tanto si se trata de conflictos armados internacionales
como no internacionales, queda excluida la ejecución de la pena de muerte contra las
personas menores de 18 años (art. 68 del IV Convenio, art. 77.5 del Protocolo I y art.
6.4 del Protocolo II).
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Por lo que respecta a los niños internados, se prevé que éstos reciban los suplementos
nutritivos adecuados para su edad, así como instrucción y educación. Podrán ir a la
escuela, ya sea en el interior o en el exterior de los lugares de internamiento, y se
habilitarán sitios adecuados para que los niños y adolescentes puedan participar en
deportes y juegos al aire libre (arts. 89.5 y 94.3 del IV Convenio). En relación con las
penas disciplinarias se establece que éstas no podrán ser en ningún caso inhumanas,
brutales o peligrosas para la salud, y que se tendrá en cuenta, entre otras
circunstancias, la edad de los internados (art. 119.4 del IV Convenio). Finalmente, el IV
Convenio insta a las Partes contendientes a hacer cuanto puedan para concertar,
durante las hostilidades, acuerdos relativos a la liberación, repatriación, regreso al lugar
del domicilio u hospitalización, en país neutral de ciertas categorías de internados,
incluidos los niños (art. 132).
6. PROTECCIÓN DE LA IDENTIDAD

Una de las mayores consecuencias dramáticas de los conflictos armados es que los
niños quedan separados de sus padres y en ocasiones nunca más vuelven a
encontrarlos. En el conflicto de Rwanda se calcula que, en la huida despavorida de los
refugiados, 114.000 niños quedaron separados de sus padres. Ha sido necesario un
gran esfuerzo por parte del Comité Internacional de la Cruz Roja, ACNUR, UNICEF y
organizaciones no gubernamentales, para identificar a estos niños y reunirlos de nuevo
con sus familias, y todavía quedan muchísimos cuyos familiares no han sido
localizados.

La separación de los progenitores es una de las experiencias más traumáticas de la


guerra para los niños que se vuelven aún más vulnerables y quedan expuestos al
maltrato, la explotación, o su reclutamiento en las fuerzas armadas. Por ello, el Derecho
Internacional Humanitario contiene disposiciones específicas dirigidas a salvaguardar la
identidad de los niños y la unidad familiar.

En primer lugar, el IV Convenio establece que las Partes contendientes se esforzarán


por tomar las medidas apropiadas para que todos los niños menores de doce años
puedan ser identificados, mediante una placa de identidad o cualquier otro recurso (art.
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24). Por su parte, el Protocolo I, al referirse en el artículo 78 a las medidas necesarias
para proceder a la evacuación de niños por motivos de salud, de tratamiento médico o
de seguridad, dispone que las autoridades de las Partes implicadas en la evacuación,
tendrán la obligación de hacer para cada niño una ficha que enviarán, acompañada de
fotografías, a la Agencia Central de Búsqueda del Comité Internacional de la Cruz Roja,
con los datos que se enumeran en dicho artículo. Esta identificación se llevará a cabo
con el fin de facilitar el regreso de los niños al seno de sus familias.

Con respecto a los territorios ocupados, también se impone a la Potencia ocupante el


deber de adoptar todas las medidas necesarias para conseguir la identificación de los
niños y el empadronamiento de su filiación y se encargará a una sección especial de la
Oficina Central de Información, que se ocupe de tomar las medidas convenientes para
identificar a los niños cuya filiación resulte dudosa, y se consignarán sin falta cuantas
indicaciones se posean acerca del padre, la madre o cualquier otro pariente (art. 50 del
IV Convenio).

7. PRESERVACIÓN DE LA UNIDAD FAMILIAR

La preocupación por evitar que las familias queden separadas a consecuencia de la


guerra, y en particular, los niños de sus padres, se refleja en numerosas disposiciones
del Derecho Internacional Humanitario relativas a las personas privadas de libertad o
internados civiles, la evacuación o el traslado de la población civil, y la protección de las
madres con niños de corta edad.

En el primero de los casos se establece que las familias detenidas o internadas, y en


particular, los padres e hijos, estarán reunidos en el mismo lugar y que los niños no
serán alojados en lugares distintos de los adultos cuando ello sea justificado por la
preservación de la unidad familiar (art. 82 del IV Convenio, y arts. 75.5 y 77.4 del
Protocolo I).

Con respecto a la segunda cuestión, el artículo 49 del IV Convenio dispone que cuando
la Potencia ocupante proceda a la evacuación o el traslado de una determinada región
ocupada por razones de seguridad de la población o imperiosas necesidades militares,
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deberá actuar de modo que no se separen, unos de otros, a los miembros de una
misma familia.

Finalmente, todas las disposiciones que protegen a las mujeres con hijos de corta edad
(por ejemplo, la prohibición de ejecutar la pena de muerte contra madres de niños de
corta edad), tienen como objetivo en último término, evitar que los niños queden
separados de la madre, tal como disponía la Declaración de 1959 sobre los Derechos
del Niño al proclamar que “no deberá separarse al niño de corta edad de su madre”.

Por lo que respecta a las familias dispersas, está previsto que los miembros de una
familia puedan transmitirse y recibir mensajes o noticias familiares, donde quiera que se
hallen. Esta correspondencia se efectuará en principio por vía postal ordinaria, pero si
ésta fallara, podrá encargarse de transmitir los mensajes familiares la Agencia Central
de Información en cooperación con las Sociedades Nacionales. Además, las Partes
contendientes facilitarán la búsqueda y reunificación de las familias dispersas por la
guerra (arts. 25 y 26 del IV Convenio).

8. PROTECCIÓN DE LA EDUCACIÓN, LA CULTURA Y LAS TRADICIONES

Una de las preocupaciones prioritarias del Derecho Internacional Humanitario con


respecto a la protección especial de los niños es asegurar su educación, y la
continuidad de su cultura, de su religión y de sus tradiciones.

Así se desprende en primer lugar del artículo 24 del IV Convenio, el cual, al referirse a
la asistencia que deben recibir los niños huérfanos o que hayan quedado separados de
sus familiares, menciona expresamente que deberá procurárseles la práctica de su
religión y la educación, y con respecto a ésta última se dispone que, siempre que sea
posible, se confiará a personas de la misma tradición cultural. Similares medidas
encontramos en el Artículo 50 relativo a las acciones de la Potencia ocupante en favor
de los niños del territorio ocupado, cuando establece que deberá asegurarla educación
de los niños huérfanos o separados de sus familiares a consecuencia de la guerra,
siempre que fuera posible, por medio de personas de su misma nacionalidad, lengua y
religión.
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Esta misma preocupación se refleja en las disposiciones relativas a la evacuación de
los niños. Así, en el mismo artículo que mencionábamos relativo a la asistencia y la
protección de los niños huérfanos o separados de sus familiares, se establece que
cuando se proceda a la evacuación de dichos niños a un país neutral será necesario
que haya las suficientes garantías con respecto a la educación, la práctica de la religión
y la continuidad de sus tradiciones culturales, a las que hacíamos referencia más arriba.
El Protocolo adicional I, por su parte, al regular la evacuación de los niños hace
referencia expresa también a la continuidad de su educación, incluida la educación
religiosa y moral que sus padres deseen (art. 78).

También se protege la continuidad de la educación de los niños internados, con


respecto a los cuales se establece el deber de garantizar la instrucción de los niños y
adolescentes y el que puedan frecuentar escuelas, ya sea en el interior o en el exterior
de los lugares de internamiento (art.94 del IV Convenio).

En los territorios ocupados, la Potencia ocupante habrá de facilitar, con el concurso de


las autoridades nacionales o locales, el buen funcionamiento de los establecimientos
dedicados a la educación de los niños (art. 50 del IV Convenio).

Con relación a los conflictos armados sin carácter internacional, también se hace
referencia expresa, dentro de las garantías fundamentales enumeradas en el artículo 4
del Protocolo II, al deber de proporcionar a los niños educación, incluida la educación
religiosa o moral, conforme a los deseos de los padres, o de las personas que tengan la
guarda de ellos.

9. PARTICIPACIÓN DE LOS NIÑOS EN LOS CONFLICTOS ARMADOS: LOS NIÑOS


SOLDADOS

La Convención sobre los Derechos del Niño reconoce el derecho de éste a la


supervivencia y al desarrollo, el cual, implica una obligación a cargo de los Estados
Partes de garantizar este derecho en la máxima medida posible (artículo 6). Y es que
parece que es propio e inherente a la infancia y a la juventud, no sólo el derecho a no
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morir, sino a recibir la protección necesaria para preservar la vida, desarrollarse y llegar
a adulo. Este derecho debería estar por encima de cualesquiera otros derechos,
intereses, ideologías y razones políticas o de cualquier otra índole, lo que sin duda ha
sido plasmado en la Convención sobre los Derechos del Niño cuando dice que:

“En todas las medidas concernientes a los niños, que tomen las instituciones
públicas o privadas de bienestar social, los tribunales, las autoridades
administrativas o los órganos legislativos una consideración primordial a que se
atenderá será el interés superior del niño” (artículo 3).

Pues bien, entramos pues, a analizar la “antítesis”, por llamarlo de alguna manera, de
la protección especial del niño en tiempo de conflicto armado, antítesis propia de un
fenómeno que ha venido recibiendo el nombre de “los niños soldados”. Porque
efectivamente, toda la protección prevista a favor del niño en el Derecho Internacional
Humanitario queda sin efecto en el momento en el que el niño es utilizado para
participar en las hostilidades, hasta que dicha participación cese o hasta que sea
capturado.

La participación de los niños en los conflictos armados no es un fenómeno nuevo,


aunque su proliferación de forma espectacular en los últimos años se ha convertido en
un problema cuya magnitud no tiene precedentes.

En efecto, va a ser a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta cuando
el fenómeno de los niños soldados va a comenzar a adquirir dimensiones
preocupantes, en conflictos armados principalmente de carácter interno y en las
guerras de liberación nacional de países en desarrollo, en el contexto del recién
proclamado principio de autodeterminación de los pueblos. En estos conflictos, las
partes que se enfrentan a los ejércitos regulares suelen adoptar la táctica de la
guerrilla, que ha extendido los efectos de la guerra y ha oscurecido la distinción entre
combatientes y población civil.

La regulación de la participación de los niños en los conflictos armados quedó


plasmada, por vez primera, en los Protocolos de 1.977 adicionales a los Convenios de

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Ginebra de 1.949 sobre protección de las víctimas de la guerra. En efecto, en el
Protocolo I relativo a los conflictos armados internacionales, se prohibe la participación
directa de los niños menores de 15 años y su reclutamiento en las fuerzas armadas,
estableciendo que en caso de que se reclute a personas mayores de 15 años pero
menores de 18, se aliste en primer lugar a los de más edad (artículo 77.2). El Protocolo
II aplicable a los conflictos armados sin carácter internacional prohibe igualmente el
reclutamiento de niños menores de 15 años en fuerzas o grupos armados, pero da un
paso adelante, al prohibir que éstos participen en las hostilidades tanto de forma directa
como de forma indirecta (artículo 1.4.).

No obstante, durante los años ochenta el incremento cada vez mayor de la


participación de niños soldados en los conflictos armados de estos años no parecía
reflejar un retroceso en esta práctica en respuesta a la aprobación de los Protocolos
adicionales, sino que, por el contrario se fue instaurando como una táctica de guerra
utilizada, tanto en el contexto de conflictos armados de carácter internacional, de tipo
“clásico”, como fue el caso del conflicto entre Irán e Irak (1980-1988), como de
conflictos armados internos o de luchas de liberación nacional, como los conflictos de El
Salvador, Myanmar, Afganistán, Angola, Etiopía, Guatemala, Irán- Irak, Líbano, Perú,
Nicaragua y Filipinas, entre otros.

Con ocasión de la aprobación de la Convención de las Naciones Unidas sobre los


Derechos del Niño de 1.989, el problema de los niños soldados volvió a estar en la
mesa de las negociaciones. La disposición relativa a los niños en los conflictos armados
dio lugar a largas discusiones, hasta el punto de que, en el curso de los trabajos
preparatorios, llegó incluso a proponerse que fuera eliminada del proyecto dicha
disposición en su totalidad, ante la falta de consenso entre los miembros del grupo de
trabajo encargado de su redacción. El límite de edad para la participación en los
conflictos armados, era el punto clave del desacuerdo, pues, mientras que algunas
delegaciones eran partidarias de que este límite se fijara en los 18 años, en
consonancia con el concepto de niño previsto en el artículo primero del proyecto de
Convención, otras opinaban que el Grupo de Trabajo no era el foro adecuado para
revisar las actuales normas del Derecho Internacional Humanitario existentes en dicha
materia. El texto finalmente adoptado recoge literalmente en su artículo 38, la
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disposición del Protocolo I. Nada nuevo aportó pues la Convención sobre los Derechos
del Niño que, en todo caso suponía un retroceso en la protección de los niños contra
cualquier clase de participación, prevista en el Protocolo II. No obstante, paralelamente
a la aprobación de la Convención, se iniciaban otros esfuerzos.

Así, por ejemplo, la Carta Africana sobre los Derechos y el Bienestar del Niño,
aprobada en 1990, define como tal a todo menor de dieciocho años, y en su artículo 22
hace referencia a esta cuestión, estableciendo que:

“Los Estados Parte en esta Carta adoptarán todas las medidas necesarias para
garantizar que ningún niño tome parte directamente en las hostilidades y, en
especial, se abstendrán de reclutar a algún niño”.

Durante los años noventa y hasta nuestros días, el fenómeno de los niños soldados ha
seguido su ascenso, hasta el punto de que se ha informado que más de 250.000 niños
participan en las hostilidades en los conflictos armados actuales. Mozambique, Liberia,
Sri Lanka, Sudán, Uganda, Somalia, Colombia, Rwanda, Sierra Leona, la República
Democrática del Congo y Chechenia, han sido algunos de los escenarios en los que los
niños han tomado parte en los combates. Este problema ha despertado la inquietud de
numerosas organizaciones intergubernamentales y no gubernamentales, así como de
la opinión pública mundial, de un modo muy similar al del problema de las minas
antipersonal.

En efecto, como decíamos más arriba, ya desde la misma aprobación de la Convención


sobre los Derechos del Niño, se emprendieron numerosas iniciativas en el plano
internacional para mejorar la protección de los niños contra el reclutamiento y la
participación en las hostilidades, tan débilmente prevista en la Convención. Así, en
1.991 la Cruz Roja sueca, Rädda Barnen y el Instituto de Derechos Humanos y de
Derecho Humanitario Raoul Wallenberg organizaron una conferencia en Estocolmo,
sobre "Los niños de la guerra", para abordar este problema. Los participantes
coincidieron en general en varios puntos, particularmente, en que la edad mínima de
participación de los niños en los conflictos armados y de reclutamiento en las fuerzas
armadas debía elevarse a 18 años, que este límite de edad debía ser igualmente

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establecido para el alistamiento voluntario, y que había que prestar especial atención a
la aplicación de las normas que velaran por el respeto de este límite de edad, a las
entidades armadas no gubernamentales.

La Conferencia recomendó además que las Sociedades de la Cruz Roja sueca e


islandesa presentaran un proyecto de resolución para pedir un estudio en la XXVIª
Conferencia Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja que estaba prevista
para noviembre de 1991 en Budapest. Dicha Conferencia se aplazó, pero la propuesta
fue presentada y aprobada por el Consejo de Delegados en su reunión del 28 al 30 de
noviembre de 1991, en la que se aprobó la Resolución 14 relativa a los "Niños
soldados". En dicha resolución se solicitó que se preparara un estudio sobre el
reclutamiento y la participación de los niños como soldados y las medidas que deberían
adoptarse para acabar con esta práctica. Dicho estudio, titulado "Child Soldiers", se
realizó bajo los auspicios del Instituto Henry Dunant en colaboración con el Comité
Internacional de la Cruz Roja y la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz
Roja y de la Media Luna Roja, y se presentó al Consejo de Delegados reunido en
Birminghan, el 29 y 30 de octubre de 1.993, el cual aprobó una resolución - la
Resolución 4 - en la que se instaba a todos los componentes a que dieran a conocer
dicho estudio, y se solicitaba al CICR y a la Federación Internacional de Sociedades la
Cruz Roja y la Media Luna Roja que, en colaboración con el Instituto Henry Dunant,
elaboraran y aplicaran un Plan de Acción para el Movimiento, en favor de los niños
víctimas de los conflictos armados.

Paralelamente a la actividad del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media


Luna Roja, las Naciones Unidas también emprendían su andadura con miras a
subsanar los errores del artículo 38 de la Convención sobre los Derechos del Niño. Por
iniciativa del Comité de los Derechos del Niño, se inició la elaboración de un proyecto
de Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la
participación de los niños en los conflictos armados por parte de un Grupo de Trabajo
de la Comisión de Derechos Humanos. Tras seis años de negociaciones, en enero de
2000 se llegó finalmente a un consenso sobre el texto del proyecto que ha permitido su
aprobación por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas el 25 de mayo de
2000. Las discusiones se centraron en diversos aspectos del proyecto con respecto a
17
las cuales parecía no haber posibilidades de que se llegara a un acuerdo, y que hacían
referencia principalmente al límite de edad para la participación directa e indirecta de
los niños en los conflictos armados, el reclutamiento y el alistamiento voluntario, y la
aplicación del Protocolo a los grupos armados no gubernamentales.

El texto finalmente adoptado prohibe la participación directa en los conflictos armados y


el reclutamiento forzoso de los menores de dieciocho años en las fuerzas armadas del
Estado (artículos 1 y 2), dejando abierta, pues, la posibilidad de la participación
indirecta y del alistamiento voluntario. Con respecto a este último, se establece, no
obstante, la obligación por parte de los Estados de elevar el límite de edad establecido
en su legislación interna de acuerdo con las normas internacionales vigentes, es decir,
los quince años, y de depositar, en el momento de ratificar el Protocolo, una declaración
de carácter vinculante en la que haga mención expresa del límite de edad establecido
(artículo 3). Asimismo, se establecen una serie de garantías para asegurar que el
reclutamiento es realmente voluntario. Curiosamente, cuando el Protocolo hace
referencia a los grupos armados no gubernamentales, la obligación prevista es mucho
más categórica y exigente. En este sentido, establece que los grupos armados distintos
de las fuerzas armadas de los Estados no deberían, bajo ninguna circunstancia,
reclutar o utilizar en las hostilidades a personas menores de 18 años (artículo 4.1.).
Finalmente, es imprescindible hacer referencia a la tipificación como crimen de guerra
del reclutamiento y la utilización de los niños en las hostilidades. Se trata, sin duda de
un paso decisivo en el empeño por alejar a los niños de los efectos de los conflictos
armados, y en castigar a los responsables de tales acciones.

La responsabilidad individual nacida de las mismas responde al principio de que, las


normas del Derecho Internacional Humanitario que se refieren a la prohibición de
reclutamiento y de participación de los niños en los conflictos armados, no van dirigidas
a los niños en sí, sino a los Estados y a las personas responsables de su reclutamiento
y de su participación ilícita en las hostilidades. De ahí que el Estatuto hable de
“utilizarlos para participar activamente”, para dejar bien claro que la responsabilidad
deriva del hecho de hacer uso de ellos, y no de la participación de los niños
propiamente dicha. No cabe ignorar, por otro lado, que no se trata de un paso definitivo,
sobre todo en el contexto de las iniciativas que se han emprendido en el diferentes
18
ámbitos internacionales para elevar el límite de edad para el reclutamiento y la
participación de los niños en los conflictos armados. No obstante, la trascendencia de
su inclusión en la “lista” de los crímenes de guerra nubla, sin duda, las críticas que
puedan hacerse al respecto. Veamos pues, su regulación en el Estatuto de Roma.

Con base a una contribución realizada por el CICR durante los trabajos del Comité
Preparatorio para la elaboración de un proyecto de Estatuto de un Tribunal
Internacional, el texto final adoptado en Roma recoge una lista de crímenes de guerra
en caso de conflicto internacional y de conflicto armado sin carácter internacional.

En relación con el primero, además de las infracciones graves a los Convenios y al


Protocolo previstas en estos instrumentos internacionales, hace referencia a otras
violaciones graves de las leyes y usos aplicables en los conflictos armados
internacionales, entre las cuales nombra de forma expresa:

“Reclutar o alistar a niños menores de 15 años en las fuerzas armadas


nacionales o utilizarlos para participar activamente en las hostilidades”. (Artículo
8.b).xxvi).

Y en caso de conflicto armado sin carácter internacional, se consideran crímenes de


guerra las violaciones graves del artículo 3 común a los Convenios de Ginebra, así
como otras violaciones graves de las leyes y los usos aplicables en los conflictos
armados que no tengan carácter internacional, entre los cuales nombra también
expresamente:

“Reclutar o alistar niños menores de 15 años en las fuerzas armadas o grupos o


utilizarlos para participar activamente en las hostilidades”. ( Artículo 8.e).vii).
A pesar de la trascendencia de estas disposiciones, no cabe ignorar que no recogen,
sin embargo, el estándar máximo de protección del niño contra la participación en las
hostilidades. Estas disposiciones no elevan el límite de edad para el reclutamiento y
participación de los niños en las hostilidades, lo cual no está en consonancia con la
nueva tendencia a elevar dicho límite de edad, reflejada claramente en instrumentos
internacionales recientemente aprobados tales como el Convenio Nº 182 de la OIT

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relativo a la Prohibición e Inmediata Acción para la Eliminación de las Peores Formas
del Trabajo Infantil, aprobado en junio de 1999, y el Protocolo facultativo de la
Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de los niños en los
conflictos armados, aprobado por la Asamblea General en mayo de 2000.

En cuanto al reclutamiento y participación de carácter forzoso o voluntario, parece claro


que las palabras “reclutar” y “alistar” se refieren a uno y a otro tipo de incorporación de
los niños a las fuerzas armadas. Y en cuanto al término “utilizar”, podría implicar ambos
tipos de participación -directa e indirecta- de los niños en las hostilidades, aunque la
expresión no es, ciertamente, muy esclarecedora a este respecto.

Por otro lado, es de hacer notar que ambas disposiciones son idénticas exceptuando
que la utilizada con respecto a los conflictos armados internacionales incorpora la
expresión “nacionales” al referirse a las fuerzas armadas, y la prevista en relación con
los conflictos armados no internacionales añade el término “grupos” detrás de las
fuerzas armadas. A este respecto, hay que decir que, en relación con los conflictos
armados internacionales, al hacer alusión a las “fuerzas armadas nacionales”, el
artículo 8.b ha excluido de responsabilidad a las personas que recluten niños o los
utilice para participar activamente en conflictos armados en los que haya otros grupos
armados de carácter no estatal, como sería el caso de los movimientos de liberación
nacional, previstos en el artículo 1 del Protocolo I.

10. EL MOVIMIENTO INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJA Y DE LA MEDIA LUNA


ROJA Y LOS NIÑOS AFECTADOS POR LOS CONFLICTOS ARMADOS

El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja tiene una amplia
experiencia por lo que se refiere a la protección y asistencia de los niños víctimas de los
conflictos armados. Numerosas resoluciones del Consejo de Delegados, así como de
las Conferencias Internacionales, han mostrado su preocupación por las condiciones de
los niños que viven en estas circunstancias, invitando a todos los miembros del
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Movimiento a participar activamente en la promoción de la situación de estos niños.

El CICR ha velado siempre por la aplicación efectiva de la protección especial prevista


a favor de los niños en el Derecho Internacional Humanitario. Ha desplegado sus
esfuerzos sobre todo en lo concerniente a las acciones de socorro, los programas de
asistencia médica, la visita a campos de detenidos para velar por que los niños estén
separados de los adultos - salvo si son detenidos con su familia - y para proponer su
repatriación o liberación anticipada, etc. Mención especial merece la actividad del CICR
por lo que respecta a la búsqueda y reunificación familiar, esenciales para el bienestar
del niño. En efecto, mediante los trabajos de la Agencia Central de Búsquedas que se
desarrollan en estrecha colaboración con las Sociedades Nacionales, el CICR
interviene para preservar la unidad de las familias y vela por que se mantenga el medio
cultural de los niños. En todas sus acciones de socorro, así como en sus actividades de
búsqueda y reunificación familiar, el CICR se beneficia constantemente del apoyo y la
colaboración de las Sociedades Nacionales, tanto de los países afectados como de
terceros países.

La Federación Internacional realiza asimismo numerosos esfuerzos para promover la


situación de los niños afectados por los conflictos armados, a través de la asistencia a
los niños refugiados o desplazados a consecuencia de las hostilidades, y del apoyo a
las Sociedades Nacionales para la realización de programas de salud infantil y de
asistencia psicosocial a los niños que han sido víctimas de los conflictos armados.
En este contexto, y tras la Resolución 4 relativa a los Niños Soldados, del Consejo de
Delegados del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja,
reunido en Birmingham el año 1993, el CICR y la Federación Internacional, en
colaboración con el Instituto Henry Dunant, prepararon un Plan de Acción para el
Movimiento, relativo a los Niños en los Conflictos Armados que fue aprobado por el
Consejo de Delegados en su reunión de 1 y 2 de diciembre de 1995.

El Plan de Acción tiene como fin la consecución de varios objetivos a través de la


puesta en práctica de actividades apropiadas. Dichos objetivos se encuadran en el
marco de dos compromisos asumidos por todos los miembros del Movimiento
Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja en favor de los niños afectados
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por los conflictos armados:

1º. La promoción del principio de no reclutamiento y no participación de los niños


menores de dieciocho años en los conflictos armados (compromiso 1)

2º. La adopción de medidas concretas para proteger y ayudar a los niños


víctimas de los conflictos armados (compromiso 2)

El Plan de Acción no es un fin en sí mismo sino una etapa más en el proceso para
evitar o el menos aliviar el sufrimiento de los niños víctimas inocentes de la guerra,
objetivo que ha sido y será siempre prioritario en la actividad del Movimiento
Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja en favor de las víctimas de los
conflictos armados.
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