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gables avances en la lucha por
en el que los varones son la principal figura de autoridad, desempeñan-
sus derechos políticos: desde el
do –de manera exclusiva- los roles de liderazgo político, autoridad mo- derecho a votar, hasta encabezar
ral y control de la propiedad. En contrapartida, la mujer queda práctica- diferetes estados democráticos.
mente recluida al espacio doméstico, dedicada a las tareas del hogar y De arriba hacia abajo: Dilma Rous-
el cuidado de los niños. Esto implica la institucionalización del dominio seff, presidenta de Brasil; Miche-
masculino y, por ende, de la subordinación femenina. Así, en una familia llet, presidenta de Chile; Angela
patriarcal el padre detenta la autoridad sobre la mujer y los hijos por Merkel, primer ministra alemana;
igual. Las familias patriarcales suelen ser, además, patrilineales; es decir y Johanna Sigurdardottir, primera
que el parentesco, la propiedad y el título son heredados por vía paterna. ministra islandesa
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y como habían sido durante siglos, sin sufrir alteraciones de ningún tipo. niendo un carte que dice “Voto
No sería sino hasta la segunda mitad del siglo XX que los avances de la para las mujeres.” Inglaterra, prin-
primera ola se extenderían de manera casi universal. cipios del siglo XX.
La mujer y la familia
A la hora de hablar sobre las diferentes dimensiones de la mujer, se
impone comenzar a hacerlo por la familia, pues fue éste el espacio o te-
rritorio que el Patriarcado le destinó a la mujer desde tiempos remotos.
Antes de la emancipación, una mujer únicamente podía realizarse en la
vida a través de los demás integrantes de su grupo familiar. Si no era es-
posa de, madre de o hija de, una mujer –sencillamente- no era.
En los inicios de la sociedad humana, esto respondió a una división de
tareas: para que los hombres pudieran cazar, cultivar y guerrear, ellas de-
bían quedarse en casa para cocinar, limpiar y –fundamentalmente- parir.
Una de los fundamentos más poderosos del Patriarcado fue la necesidad
de los hombres de poder transmitir su propiedad (es decir, lo que habían
obtenido cazando, cultivando y guerreando) a sus hijos. Para ello, debían
asegurarse que fueran sus hijos (y no los de otro) los que recibieran esas
propiedades; lo que en última instancia implicaba convertir a la mujer
en una propiedad más. Inclusive, la misma palabra familia proviene del
término latín famīlia, utilizado en la Antigua Roma para designar al “gru-
po de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la gens (o clan)”, entre
los que se podía contabilizar a su esposa e hijos, que también eran de su
propiedad.
Con la Doble Revolución, las bases del Patriarcado en la familia no
fueron alteradas: así, mientras en la vida pública triunfaban la democra-
cia con igualdad de derechos y la economía basada en el esfuerzo indi-
vidual; puertas para adentro, la familia era una autocracia patriarcal. El
varón ejercía, al menos en teoría, un dominio total sobre su esposa y sus
XIX, el padre ocupaba la figura da práctica de la infidelidad masculina (castigando sólo aquella cometida
central, ejerciendo su dominio so- por las mujeres).
bre su esposa y sus hijos por igual.
Fotografía de fines del siglo XIX. La supremacía del varón que dictaban las leyes se profundizaba con
otras prácticas enraizadas en la costumbre. Quizás la más fuerte y exten-
dida de todas ellas era la enorme diferencia etaria a la hora de concertar
las parejas. Era muy común, durante aquella época, que los maridos do-
blaran la edad de sus esposas, quiénes no pasaban de los 13 o 15 años en
el momento en el que sus padres arreglaban su matrimonio (ya que ellas
no tenían ni voz ni voto en el asunto). Estas esposas-niñas terminaban
de ser “criadas” por sus maridos, quienes se aseguraban de obtener la
absoluta fidelidad y, sobre todo, obediencia por parte de la chiquilla (la
cual, muchas veces, todavía se hallaba peinando muñecas al momento
de caminar por el altar).
Sin embargo, aunque el dominio del varón dentro del grupo familiar
es una característica del período, el siglo XIX fue también testigo de un
cambio fundamental: la consolidación de la familia nuclear. Ésta, com-
puesta por el padre, la madre y los niños, es producto de la Revolución
Industrial. En las sociedades agrarias de antaño, las familias eran más
extensas y a veces estaban compuestas por diferentes subgrupos, cada
uno con su respectiva prole. Estas familias extensas, en el caso de los
campesinos, estaban atadas al trabajo de la tierra: la formación de una
nueva familia sólo era posible a través de la obtención de nuevas tierras
(avanzando sobre los bosques vírgenes o sobre las fincas de otras fami-
lias campesinas). Hasta entonces, cada nuevo integrante de la familia era
un brazo más para labrar, plantar y cosechar.
La urbanización que acompañó al desarrollo de la industrialización
transformó la estructura familiar. Para empezar, una pareja podía co-
menzar una nueva familia cuando así lo quisiese. Tan sólo era necesario
que al menos uno de los dos adultos trabajara y ganara lo suficiente para
proveer a los niños. En segundo lugar, los avances científicos y tecnoló-
gicos del siglo XIX bajaron estrepitosamente los índices de mortalidad,
especialmente de la mortalidad infantil (antes, uno de cada dos niños de
Europa o América moría sin cumplir los tres años). Pero más importante
aún, este descenso de la mortalidad fue acompañado por un descenso
también de la natalidad. En las crecientes ciudades de finales del siglo
XIX, a medida que el Capitalismo extendía el consumo de diversos bienes
y servicios a mayores capas de la sociedad, fue surgiendo en la gente
(especialmente en las clases medias) un anhelo común: vivir mejor. Para
poder hacerlo, era necesario disminuir los gastos que representaba una
prole numerosa. A su vez, en las ciudades (a diferencia de las áreas rura-
les) los niños eran una carga cada vez más pesada para sus padres, a me-
dida que los diferentes gobiernos de los países occidentales prohibieron
el trabajo infantil e impusieron la escolarización primaria obligatoria (lo
que disminuía los ingresos y aumentaba los gastos). Finalmente, el an-
helo de ascenso social y de una vida mejor también era transferido a los
hijos. Y, si se pretendía que éstos tuvieran mejor suerte que sus padres, Charles Kingsley (1819 - 1875),
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tenían que gozar de mejores oportunidades. La reducción del tamaño fue un influyente novelista del si-
de la familia posibilitaba dedicar más tiempo, cuidado y recursos a cada glo XIX. Resumió el rol de la mu-
uno de los hijos. De este modo, resultó determinante la decisión que jer dentro de la familia, según el
tomaron (de forma generalizada y silenciosa) una abrumadora mayoría Patriarcado, en la siguiente frase:
de parejas en los países desarrollados de Europa y América, de limitar el “Sé buena, dulce sierva, y deja que
tamaño de sus familias. él sea inteligente.”
Pero todo este complejo proceso fue más allá de transformar la es-
tructura de lo que hoy conocemos como familia, y también afectó a la
mujer y sus roles en la sociedad y en el grupo familiar. No sólo porque, a
partir de 1875, las madres perdieron menos hijos; sino también porque
parieron menos hijos. Parir menor cantidad de niños fue igual a criar me-
nor cantidad de niños, lo que significaba disponer de mayor cantidad de
tiempo para que miles de mujeres pudieran visualizarse como algo más
que sólo madres y esposas, aunque esto no necesariamente quiere decir
que lo hiciesen. Después de todo, como anticipamos al principio de este
apartado, la familia nuclear continuaba siendo una autocracia patriarcal:
la emancipación no sería conseguida fácilmente.
La mujer y la sociedad
La consolidación de la familia nuclear fue uno entre varios cambios
que vivió la sociedad de los países desarrollados o industriales entre fi-
nes del siglo XIX y principios del siglo XX. Cambios que, por supuesto,
también atañeron a la mujer.
Primero que nada, hay que hablar sobre la ampliación (progresiva
y despareja) de los beneficios del sistema educativo hacia las mujeres.
Esto se notó, especialmente, en la educación elemental. Por ejemplo, en
Argentina, la ley 1420 de Educación Común (otra de las leyes laicas), que
estableció la instrucción primaria de manera universal, gratuita, obliga-
toria y gradual para niños y niñas. También hubo una expansión en la
educación secundaria, aunque estuvo prácticamente restringida a los
sectores de clase media, donde se convirtió en una vía para satisfacer
los deseos de superación de sus jóvenes mujeres. Países como Francia,
Alemania o Rusia, ya contaban decenas de miles de estudiantes femeni-
nas justo antes de que estallara la Primera Guerra Mundial (unas 33 mil
en el caso francés, y aproximadamente 25 mil en cada de las otras dos
naciones). Finalmente, el acceso a la Universidad, aunque más limitado,
también creció: ya desde la década de 1860, las mujeres comenzaron a
ser admitidas en universidades de Rusia, Estados Unidos y Suiza. Para
1914, ya había entre 4500 y 5000 universitarias en Alemania, Francia o
Italia. No ocurrió lo mismo en Argentina (ni en el resto de Latinoaméri-
ca), donde las universitarias fueron escasas: recién en 1885, a la edad 18
años, Élida Passo se recibió de farmacéutica en la Universidad de Buenos
Aires, primera egresada universitaria de TODA Sudamérica.
Otro cambio importante tuvo lugar en el mundo del trabajo, con el
surgimiento o incremento de ocupaciones fundamentalmente feme-
ninas: desde enfermeras y maestras hasta empleadas de tiendas y se-
cretarias de oficinas, pasando por operadoras de telefonía, lavanderas,
planchadoras y costureras. Estos oficios permitieron a las mujeres salir
a trabajar en una economía predominantemente masculina, aunque –al
mismo tiempo- se reproducían las desigualdades de género (por ejem-
plo: era propio del hombre ser el patrón, y de la mujer ser su secretaria
o asistente). Pero, como veremos más adelante (al profundizar sobre la
mujer y el trabajo), no era éste el único obstáculo que enfrentaban las
mujeres trabajadoras.
En tercer lugar, el consumo de masas convirtió a la mujer (especial-
mente las mujeres burguesas o de clase media) en uno de los objetivos
centrales del mercado. En la nueva sociedad de masas de fines del siglo
Cecilia Grierson (1859 - 1934) fue
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XIX, donde hasta los más desfavorecidos practicaban el consumo masivo, la primera mujer que logró recibir-
a los empresarios (especialmente los de la industria de la publicidad) no se de médica en la Argentina, ca-
se les pasó por alto el “nuevo” poder de compra de la mujer: pues el rrera de la que egresó en 1889 (a
dinero había que obtenerlo de la persona que decidía y realizaba la ma- la edad de 30 años).
yoría de las compras del hogar (es decir, la mujer). Esto se tradujo en un
nuevo trato por parte del mercado hacia la mujer, que incluía un mayor
respeto por ella. Las nuevas tiendas por departamento o grandes alma-
cenes (establecimientos comerciales de grandes dimensiones, similares
a los centros comerciales de hoy) institucionalizaron ese respeto hacia la
mujer consumidora, a través de la deferencia, la adulación, la exhibición
y los avisos publicitarios. Cabe aclarar que se trataba de un respeto que
no liberaba a la mujer, pues, por ejemplo, los avisos publicitarios retra-
taban a la mujer de manera frívola y superficial, perpetuar su situación
de inferioridad dentro del Patriarcado. En nuestro país, esta fue la época
en la que surgieron las grandes tiendas porteñas, como Gath y Chaves o
Harrod’s, ambas en calle Florida, destino privilegio de nuestro oligarquía
a la hora de consumir. Por sus paseos y galerías podía verse a las mujeres
de la clase alta ostentar su posición social, mientras seguían atentas la
moda de la costura francesa (sombreros, guantes y sombrillas pasaron a
formar parte del atuendo indispensable para salir, al igual que los vesti-
dos de telas lujosas, importadas).
Finalmente, el último cambio social estuvo ligado a una serie de nue-
vas costumbres sociales que permitieron a las mujeres adquirir una ma-
yor libertad de movimientos en la sociedad, tanto en su calidad de indi-
viduos como en su relación con los hombres. Ya para 1914, podía verse
a los jóvenes (varones y mujeres) más liberados de las grandes ciudades
occidentales reunidos en clubes nocturnos, donde se practicaban las más
provocativas danzas de la época (como el tango, aquí en nuestro país, o
el jazz, en Estados Unidos). Pero la libertad de movimientos no fue sólo
a nivel social, sino también a nivel corporal. Los cambios en la moda fe-
La mujer y el trabajo
En el apartado anterior mencionamos que uno de los cambios sociales
que afectó a las mujeres estuvo relacionado con el mundo del trabajo. En
realidad, las mujeres siempre trabajaron. Antes de la Doble Revolución,
la vida de las mujeres se caracterizaba por una imposibilidad de separar
las funciones familiares y del trabajo: los campesinos necesitaban a sus
esposas para cultivar la tierra, los artesanos y comerciantes las necesi-
taban para la buena marcha de sus negocios, y todos ellos (campesinos,
artesanos y comerciantes) las necesitaban para cocinar y procrear. Sin
lugar a dudas, las mujeres siempre han trabajado. Muchísimo. La única
diferencia es que –por lo general- no obtenían ningún tipo de reconoci-
miento por ese trabajo.
Esa continuaba siendo la realidad de las mujeres que vivían en esas
regiones del mundo que aún no se habían industrializado para el período
La bicicleta se convirtió, para mu- de 1870 – 1945 (la mayor parte de Asia, África y América Latina, y algu-
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chas mujeres, en un símbolos de nas regiones del este o del sur de Europa).
la tan anhelada libertad. En la fo-
tografía, vemos a una mujer de Muy distinta fue la situación de las mujeres en los países industriales.
principios del siglo XX, con su bi- Mientras las mujeres de clase media o alta trataban de abrirse camino
cicleta, vistiendo unos “bloomers” a través de la educación secundaria y de la universidad, la mayoría de
(faldas-pantalón desarrollados las mujeres (es decir, las mujeres de clase trabajadora) pasaban grandes
para que las mujeres pudieran an- obstáculos dentro del mundo laboral.
dar en bicicleta, entre otras cosas)
El principal obstáculo constituía poder ingresar al mundo laboral. Se
trataba de una consecuencia de la Revolución Industrial. Mientras que
antes, campesinos y artesanos trabajaban –con sus mujeres- donde vi-
vían (pues la tierra a labrar o el taller donde producir muchas veces se
hallaba de manera adyacente a sus casas), con la industrialización esto
cambió. Los obreros y empleados de las sociedades industriales debían
abandonar sus hogares todos los días para ir a cumplir horario en fábri-
cas u oficinas, retornando a casa al final de la jornada. De este modo, la
Revolución Industrial había separado el hogar del puesto de trabajo. Al
quedarse en casa al cuidado de los niños, las mujeres quedaron exclui-
das de la economía. Esto complicó su situación de inferioridad frente al
hombre, al aumentar la dependencia económica.
Sin embargo, en los estratos sociales más bajos, los salarios eran insu-
ficientes, y muchos obreros no podían mantener por sí solos a sus fami-
lias. Esto obligó a muchas mujeres a lanzarse sobre un mundo del trabajo
que era hostil hacia ellas.
¿Cuáles eran las razones de esa hostilidad? Para empezar, las mujeres
solamente eran aceptadas para realizar ciertas profesiones, típicamente
femeninos. Las mujeres de clase media podían –estudios mediante- ob-
tener puestos como institutriz o enferma. Pero las mujeres de los secto-
res populares no tenían muchas opciones. Lavanderas, planchadoras o
costureras era el destino de la mayoría de ellas. Estos oficios resultaban
ideales para las mujeres casadas con hijos, porque podían realizarlos en
sus propios hogares (cosiendo, lavando y planchando para particulares
o incluso para grandes empresas del área textil). Sin embargo, el traba-
jo doméstico tenía una contrapartida: las trabajadoras debían hacerse
cargo de los insumos (la materia prima, etc.), al mismo tiempo que sus
ingresos resultaban inferiores a los sueldos de las empleadas asalariadas
de una tienda o de una fábrica.
En realidad, y he aquí otra fuente de hostilidad hacia la mujer tra-
bajadora, las mujeres –en líneas generales- ganaban la mitad que los
hombres, por realizar una misma tarea o trabajar la misma cantidad de
horas. Como, en teoría, era el varón el que debía proveer a su familia, los
ingresos obtenidos por las mujeres eran considerados como un dinero
extra. Muchos empresarios se abusaban de esta situación y retaceaban
mezquinamente los salarios de las mujeres, argumentando la debilidad o
falta de experiencia que –según ellos- tenían estas mujeres. Algo similar
ocurría con aquellos niños que trabajaban (resultaban muy útiles, por
su pequeño tamaño, para desplazarse por los estrechos corredores de
las minas o para operar los ascensores industriales, todas tareas de alto
Imágenes de mujeres obreras a
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riesgo).
principios del siglo XX. La de la fo-
Los bajos salarios de las mujeres impedían que aumentaran los sa- tografía de arriba es apenas una
larios de los obreros varones, por lo cual éstos también eran hostiles niña.
hacia sus compañeras: lo más común –en aquel entonces- era que, luego
de casarse, el varón presionara a su esposa para que dejara el trabajo,
concentrándose en el cuidado de los niños. Esto ocurría también en los
sectores de clase media y alta, al punto de que –como veremos más
adelante- muchas de las mujeres profesionales, artistas y científicas se
encontraban en la difícil encrucijada de optar entre sus carreras y el an-
helo de tener una familia.
Finalmente, cabe mencionar que las obreras y empleadas se encon-
traban completamente desprotegidas por la ley y las autoridades. Care-
cían de cualquier tipo de derecho o beneficio relacionado con temas es-
pecíficos de la mujer, como la maternidad, que no tenía cobertura (una
trabajadora que quedaba embarazada, perdía su puesto). Peor aún, en
ocasiones sufrían el acoso acechante de patrones y capataces, que podía
llegar incluso a la violación (algo bastante normal en el caso de las em-
pleadas domésticas y sirvientas de las familias de clase alta).
Sin embargo, todas estas dificultades no amilanaron a las mujeres,
que pronto comenzaron a participar de diferentes reclamos para mejo-
rar su situación.
En nuestro país, se contabilizan numerosas protestas con alta parti-
cipación femenina desde finales del siglo XIX: en 1888, una huelga del
personal doméstico en Buenos Aires y otras provincias; en 1889, una
huelga de modistas en la ciudad de Rosario; en 1896, huelgas tanto de
telefonistas como de las alpargateras de la fábrica La Argentina (Buenos
Aires); en 1901, un conflicto en la Refinería Argentina (de azúcar) en la
La emancipación de la mujer
En el medio de tantas penurias y transformaciones, muchas mujeres
se largaron a la acción política. La Conferencia Internacional de Mujeres
mencionada con anterioridad es sólo un ejemplo. Pero si la economía
estaba masculinizada, otro tanto ocurría con la política, que tradicional-
mente había sido un asunto de hombres. Las democracias del siglo XIX
convivían con la amarga paradoja que la mitad de la población (las muje-
Desalojo realizado por la policía
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res) no tenían voz, ni voto. Romper las barreras sociales del Patriarcado
en un conventillo durante la huel-
que buscaban confinarla al espacio doméstico, como si se tratase de un
ga de inquilinos de 1907, que tuvo
ser humano de segunda, constituyó una verdadera liberación de la mu-
una altísima participación femeni-
na. jer. Ésta pasó –al menos en teoría- a tener control sobre su destino. Por
ello es que hablamos de una emancipación.
Tal y como adelantamos en la introducción de este texto, la emanci-
pación se desarrolló a través de dos medios distintos, pero complemen-
tarios. Por un lado, los movimientos colectivos (como el feminismo o
el sufragismo); y, por otro, las trayectorias individuales de mujeres que
incursionaron en profesiones o áreas exclusivamente masculinas (las lla-
madas mujeres pioneras).
En lo que se refiere a los movimientos colectivos, es necesario dife-
renciar entre sufragismo, feminismo y socialismo.
El sufragismo fue un movimiento muy importante en los países an-
glosajones y nórdicos (Inglaterra, Estados Unidos, Holanda, Dinamarca,
Suecia y Noruega). Su principal característica fue la agitación política (mí-
tines, manifestaciones y actos públicos) reclamando el derecho al voto
femenino. Estuvo protagonizado casi en forma exclusiva por mujeres,
provenientes mayoritariamente de la clase media. Las diferentes orga-
nizaciones de las sufragistas, enfrentando la represión gubernamental,
realizaron una importante labor política, que muchas veces logró acele-
rar los tiempos de sus respectivos países para que las mujeres obtuvie-
ran el derecho al voto. En general, utilizaron métodos pacíficos. Tal fue
el caso de la Asociación Nacional por el Sufragio de la Mujer (National
Woman Suffrage Association), fundada en Estados Unidos en 1869, o la
Unión Nacional de Sociedades del Sufragio Femenino (National Union
of Women’s Suffrage Societies), fundada en Inglaterra en 1897. Aunque
también hubo algunas sufragistas que recurrieron a métodos violen-
tos, desde el sabotaje y los incendios de edificios públicos, hasta el escra-
che de funcionarios públicos en sus viviendas. A ellos recurrió la Unión
Social y Política de las Mujeres (Women’s Social and Political Union), fun-
dada en Inglaterra en 1903.
El socialismo, por otro lado, era una de las principales ideologías del
siglo XIX (junto al conservadurismo y el liberalismo), aunque era la úni-
ca de todas ellas que pregonaba la liberación de la mujer. Esto atrajo la
atención de varias mujeres, que comenzaron a participar en la creación
de sindicatos y organizaciones políticas para incorporar a las mujeres de
las clases trabajadoras a la participación política y a la lucha por sus de-
rechos. A diferencia del sufragismo, las mujeres socialistas no buscaban
obtener una reforma o ley concreta (como el derecho al voto), sino que
postulaban que la liberación de la mujer llegaría con la emancipación del
conjunto de la sociedad, en un sistema social sin opresores ni oprimidos:
el sistema socialista. Los países que más destacaron por la participación
de las mujeres en sus movimientos socialistas fueron Rusia (antes y des-
pués de la revolución de 1917) y Alemania
Finalmente, el feminismo (o, mejor dicho, su primera ola) no fue un
movimiento puntual, sino que de algún modo englobó a los dos anterio-
res. Básicamente, la primera ola del feminismo tomó la tarea de cues-
tionar y denunciar cualquier desigualdad, opresión o dominio sufrido
por la mujer frente al hombre, en las diferentes áreas de la sociedad. Su
objetivo era –y sigue siendo- acabar con el Patriarcado, no sólo presente Una sufragista es detenida por la
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en las leyes y en la economía, sino también en las tradiciones y prácticas policía durante una manifestación,
culturales de la población. en Inglaterra, a principios del siglo
XX.
Hacia 1945, la primera ola del feminismo estaba llegando a su fin.
¿Había logrado su objetivo: la emancipación de la mujer? Se puede decir
que más de cien años después de la Doble Revolución, los Derechos del
Hombre se habían extendido la mujer. Al menos en Occidente, ésta ha-
bía comenzado a gozar de los derechos de ciudadanía.
Sin embargo, es fácil reconocer las limitaciones de este progreso. El
derecho al voto, entre otras cosas, era un hecho positivo pero no era
suficiente, sobre todo para la inmensa mayoría de mujeres cuya pobreza
y cuya situación en el matrimonio las mantenían en situación de depen-
dencia. La historia del feminismo estaba lejos de terminar.