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CUUACÁN

ANTONIO NAKAYAMA
A pesar de ser una obra que cuenta con
treinta y tres años desde que vio la luz por
primera vez, la reedición que la Universidad
Autónoma de Sinaloa realiza, resulta del todo
oportuna. No sólo por ser un ensayo
imprescindible, para el conocimiento del
devenir de nuestra ciudad y la consecuente
creación de una conciencia de identidad y de
progreso regional, también, porque estoy
seguro de que su lectura deparará muchas
sorpresas al lector, quien advertirá que la obra
se puede recorrer en muchas direcciones; ya
que es sorprendente la riqueza de ideas y de
cuestiones que se despliegan, abriendo la
puerta a otros problemas en busca de
acuciosos investigadores.

ISHN 970660148-I
Universidad Autónoma de Sinaloa

Héctor Melesio Cuén Ojeda


Rector

Renato Palacios Velarde


Secretario General

César Sánchez Montoya


Director de Servicios Escolares

José Herrera Aispuro


Tesorero General

Juan Salvador Avilés Ochoa


Coordinador General de Extensión
de la Cultura y los Servicios

Elba Gabriela Zazueta


Directora de Editorial

Wenceslao Salazar Suárez


Director de Imprenta Universitaria
Culiacán
Culiacán

Antonio Nakayama

Universidad Autónoma de Sinaloa


Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales
Culiacán
Antonio Nakayama

Jefe de producción: Lorenzo Terin Olgufn


Corrección: Juan Andrés Montoya
Diseño de portada: A di el Robles Castro
Tipografía: Linda Maribel Bringas Lara

1* edición UAS, 1981


1* reimpresión uas, 1982
2* reimpresión UAS, 1988
2* edición UAS, junio, 2006

D.R.: © UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SINALOA EDITORIAL


© INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES

Burócratas 274-3
Col. Burócrata
80030, Culiacán Rosales, Sinaloa
Telfax: 715- 59- 92

J. Ortiz de Domínguez s/n


Ciudad Universitaria
Culiacán Rosales, Sinaloa
Tel. 713-38-03

ISBN: 970-660-148-1

Edición con fines académicos, no lucrativa


Impreso y hecho en México
Presentación

acer una reseña panorámica de Culiacán desde su


fundación a nuestros días no es tarea fácil para
los historiadores sinaloenses, sobre todo, cuando
existen periodos que quedan oscurecidos por la falta de
información. Nakayama, con esa frescura que da la
experiencia y los muchos años de andar en búsqueda
permanente de los filones documentales que nos aclaren el
pasado, hace de este ensayo globalizador un ameno
paréntesis en el fragor de un pueblo que lucha por
recuperar su memoria perdida, con el propósito de
recuperarse a sí mismo para las batallas del futuro, que son
las de hoy: mejores servicios públicos, democracia
política, defensa de la universidad, mejores niveles de
vida, etc.
Este Culiacán de peripecias creíbles y de violencias a veces
extremas emerge cada vez más con ímpetu perfeccionado de
la experiencia de sus moradores y en la pertinaz terquedad
reaccionaria de sus gobernantes.
En Nakayama se asoma y adivina un educado espíritu
de inconformidad proyectada hacia el presente. Una voz,
que sola en su disciplina — la historia— magistral mente
nos va conduciendo por períodos más específicos de la
evolución social de esta ciudad, que a pesar de todo, sigue
siendo hermosa cuando se le conoce toda palmo a palmo,
Gilberto López Alanís

rincón a rincón y se hace única en el valle de la triple vía


hidráulica.
A 455 años de la fundación de Culiacán, la Universidad
Autónoma de Sinaloa (HAS) a través del Instituto de
Investigaciones de Ciencias y Humanidades (UCH)
contribuye con su Colección Rescate, en este suceso.

Gilberto López Alanís


1981

8 Colección Rescate
Prólogo

/ T } a obra de Antonio Nakayama Arce (1911-1978) no


\ requiere de presentación, por lo que las siguientes
o * —* notas, amable lector, tienen como propósito
simplemente adelantar un mínimo de lo mucho que se
encuentra en Culiacán, El presente ensayo fue escrito en
1973, afio en que Nakayama, designado por el
Ayuntamiento de Culiacán, se desempeñaba como cronista
de la ciudad.
A pesar de ser una obra que cuenta con treinta y tres
años desde que vio la luz por primera vez, la reedición que
nuestra Universidad Autónoma de Sínaloa realiza, resulta
del todo oportuna. No sólo por ser un ensayo
imprescindible, para el conocimiento del devenir de
nuestra ciudad y la consecuente creación de una
conciencia de identidad y de progreso regional, también,
porque estoy seguro de que su lectura deparará muchas
sorpresas al lector, quien advertirá que la obra se puede
recorrer en muchas direcciones; ya que es sorprendente la
riqueza de ideas y de cuestiones que se despliegan,
abriendo la puerta a otros problemas en busca de
acuciosos investigadores.
Es en verdad meritoria la contribución cultural que la
Universidad Autónoma de Sinaloa realiza en la reedición
de la Colección Rescate t trayendo a la revisión, bajo la luz
Gilberto López Alatlis

de nuevas corrientes historiográficas, a clásicos


historiadores como Antonio Nakayama.
Siempre será una grata satisfacción prologar una obra,
placer que se ve aumentado si se percibe que la misma va
a despertar interés en el público, o bien si se trata de un
autor cuyas investigaciones tengo en gran estima.
En el caso de Culiacán, confluyen precisamente esos
dos elementos inductores de satisfacción: por una parte, el
contenido del libro se puede considerar como muy
interesante, tanto por su estructura, como por su amena
redacción. Por otra parte, el autor es persona que me
merece la máxima consideración como historiador,
resulta, en verdad lo digo, un orgullo para mí ver mi
nombre aunado, aunque sea en un breve prólogo, al de
Antonio Nakayama.
La prolífica obra de Nakayama fue, es y seguirá siendo
muy apreciada por las futuras generaciones de lectores e
investigadores de nuestro pasado. La primera vez que
conocí la obra de Antonio Nakayama fue durante mi
transcurso por la Facultad de Historia, he de decir que fue
uno de los autores que con su clara y amena prosa me
impresionó y motivó a ahondar en el conocimiento del
pasado sinaloense.
La reedición de su obra me plantea un elemento en el
orden de la nostalgia: El del historiador comprometido con
la historia, porque Antonio Nakayama fue un ejemplo de
compromiso con la historia, su vida la vivió para escribir

10 Colección Rescate
Culiacán

la historia de Sinaloa, sin pensar en cuestiones


presupuestarias o administrativas.1
Nakayama representa el más acendrado espíritu de
investigación sobre la historia de Sinaloa a pesar de la
falta de recursos económicos que sufrió para llevarla a
cabo.
Dentro de la relatividad de los hechos, Culiacán es una
ciudad joven, que apenas cuenta con cuatrocientos setenta
y cinco años. En ese lapso de vida ha tenido momentos de
tranquilidad y momentos agitados. Lo que Nakayama nos
muestra en su obra es en realidad una historia de vida, de
la vida de Culiacán. Nakayama Interroga a la ciudad y ella
le cuenta sus memorias de infancia, de adolescencia y
madurez, recuerdos de momentos especiales, unos alegres
otros tristes. Se recuerdan los personajes significativos y
también los ciudadanos comunes. Retrata ideas, observa
aspectos sociales y culturales, trabaja todo como un tejido
en el que los diversos temas se combinan formando un
mosaico.
Nakayama concluye su estudio en 1973, cuando se
vislumbra ya otro gran cambio en la ciudad, un nuevo
salto hacia la modernización que la llevaría a ser lo que es
hoy, una ciudad grande y dinámica, localizada en una de
las geografías más bellas del país.

1 Para darse una idea de su gran actividad investigadora como


historiador, y de su obra publicada, sirvase amable lector, remitirse al
excelente estudio preliminar que Ricardo Mimiaga Padilla realizó
para la tercera edición del libro Sinaloa Un bosquejo de su historia.
Tercera edición, Colección Rescate, 18, Culiacán Rosales, Sinaloa,
México, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1996.

Colección Rescate 11
Gilberto López Alante

La ciudad de Culiacán, hoy día, es una vasta, compleja


y heterogénea construcción en el espacio. Su
configuración a través de los años ha sido producto de
innumerables y anónimos constructores.
Cada una de tas generaciones que vivieron en Culiacán
nos ha dejado en la ciudad una muestra de su particular
cultura en términos de vivienda, edificios, espacios y
monumentos. Por ello la ciudad es historia y reservorio de
la memoria. Desafortunadamente la inexorable renovación
va destruyendo sistemáticamente el testimonio de la
evolución física y cultural de la ciudad.
Pero, estimable lector, eso, eso es otra historia.

Félix Brito Rodríguez.


Ciudad universitaria, marzo de 2006.

12 Colección Rescate
Fundación de la ciudad

« Dónde y cuándo se fundó Culiacán? Sabemos que su

¿
fundador fue Ñuño Beltrán de Guzmán, pero
necesitamos conocer en qué lugar y en qué fecha la
originó. Una gran mayoría de personas tienen la idea de
que nuestra ciudad se levantó desde un principio en el
lugar que ahora ocupa, pero está en un error.
La Villa de San Miguel -que éste fue su nombre
original-, se erigió en un punto del que se desconoce el
nombre y se ubicaba posiblemente a la altura del actual
poblado de San Lorenzo, en las riberas del río de esa
designación, conocido entonces por Ciguatán; pero al
poco tiempo -m uy poco-, se le cambió a otro sitio que
estaba frente al pueblo de El Navito. Es posible que por el
hecho de que allí el* terreno es completamente plano y
sujeto a las fuertes inundaciones del río, los colonos se
vieron obligados a cambiarla de nuevo, aunque de este
suceso no se tiene una noticia concreta, y probablemente
para el año de 1533 se la trasladó al lugar donde ahora se
asienta por ofrecer mayor seguridad.
No cabe la menor duda que la fundación de la ciudad
fue en 1531. Tradicionalmente se ha aceptado el 29 de
septiembre, fecha en que se celebra la festividad de San
Miguel Arcángel, lo cual se corrobora en el hecho de que
Amonio Nakayama

.al poblado se le llamara San Miguel, como era costumbre


de los conquistadores de dar el nombre del santo del día a
los poblados que fundaban.
Hay que aclarar que Guzmán no fundó la población con
el nombre de Culiacán, pero es curioso constatar que
estando aquella frente a El Navito se le llamara ya San
Miguel de Culiacán.
La fundación de poblados era protocolaria, y la de San
Miguel debe haber sido espectacular, dada la tendencia de
Ñuño a la grandeza y al aparato.
A la sombra de algún árbol corpulento se levantaría el
altar para la celebración del Santo Sacrificio, y a su
alrededor se congregarían los aguerridos soldados
castellanos, los aliados tlaxcaltecas y mexicas y, mirando
todo aquello sin saber de qué se trataba, los antiguos
dueños de la tierra.
Luego, el atronar de los roncos atabales y el clamor de
las trompetas anunciarían la llegada del muy Magnífico
Señor y Capitán General Don Ñuño Beltrán de Guzmán, a
quien acompañaba su escolta personal formada por lúcidos
caballeros. Al frente, haciendo caracolear su corcel, iría
Juan de Otáñez, flameando al viento la encendida sangre
del perdón real donde brillaban los leones de Castilla. Otro
caballero traería el guión del Capitán General, bordado de
armiños y calderos, y tras de él un jinete llevaría la imagen
de la Virgen María que Ñuño había hecho pintar en una
lámina de oro de más de media vara, rodeado de un
espléndido marco formado por más de ciento ochenta
plumas que fulgían al sol con la gaya magia de sus
colores.

14 Colección Rescate
Culiacán

Ya con la presencia del primer actor en el escenario, el


escribano leería el acta respectiva y, acto seguido, el
Capitán General cortaría hierba con su espada y se entraría
en el río, dando grandes voces de que tomaba posesión de
la tierra en nombre de Su Cesárea y Sacra Majestad, Y
como la traza de la villa y la repartición de solares se
había hecho con anticipación, el P. Alvaro Gutiérrez, cura
del novel poblado, celebraría la misa del Espíritu Santo.
Quince días después, don Ñuño emprendería su regreso al
sur para fundar la capital de su gobernación, dejando al
puñado de hombres que habían cargado con el porvenir de
San Miguel. Poco tiempo después, como ya lo vimos, se
iniciaría el peregrinar de la villa hasta llegar a la
confluencia de los ríos Orabá y Batacudea, conocidos por
Humaya y Tamazula, respectivamene.

Colección Rescale 15
La vida en aquellos tiempos

a vida de los poblados españoles se centraba en la


plaza y en el templo, así que al asentarse San
Miguel en el sitio que habría de ser el definitivo, al
verificar su traza, lo primero que se acotó fue la plaza, y
en su extremo sur, el lote para la iglesia; mientras que en
el lado norte se medía el solar de las Casas Consistoriales,
y alrededor de este primitivo centro cívico se agruparon
los lotes de los colonos.
En un principio, el templo haría una rústica enramada, y las
casas del vecindario se edificarían siguiendo el patrón de los
indígenas, que eran muy similares al jacal sinaloense hecho de
vara y lodo, con techos de zacate o palma, que todavía se mira
« i nuestras rancherías. La villa era diminuta y consistía en
unas cuantas chozas desparramadas alrededor de la plaza que
era un extenso baldío, y las calles se reducirían a las cuatro
que circundaban su cuadrilátero.
Es fácil suponer cómo se iniciaría la vida de la nueva
villa, las privaciones que sufrirían sus habitantes en una
zona aislada, tan lejana de la ciudad de México, infestada
de mosquitos, y en donde sólo miraban monte, ríos y cielo,
aguantando calores intolerables y aguaceros huracanados
y torrenciales. Pero el español había venido al continente
americano persiguiendo una fortuna que en su nativa
península no podría alcanzar, y soportaba todo con la
Antonio Nakayama

ilusión de conquistarla con el menor esfuerzo posible,


pues para eso tenía a los indios.
La oportunidad no tardó en llegarles a los castellanos
pues Diego de Proaño, soldado a quien Ñuño dejó por
Alcalde Mayor y que era un sujeto cruel y codicioso, vio
en la carne de los nativos un lucro; ni tardo ni perezoso se
dedicó a la cacería de ellos para venderlos como esclavos,
y, siguiendo su ejemplo, muchos de los colonos se
entregaron a la misma tarea. El negocio empezó a florecer,
mas como no hay felicidad completa, los indígenas
reaccionaron poniéndose a la ofensiva, y Guzmán, que
supo de las infamias de Proaño, lo destituyó y condenó a
muerte, pero al fin y al cabo eran amigos y le conmutó la
pena para que apelara ante la Real Audiencia.
La decisión del gobernador sacudió al pequeño poblado
y todos esperaron con ansia conocer quién sería el nuevo
Alcalde Mayor, recayendo el nombramiento sobre el
capitán Cristóbal de Tapia, extremeño vecino de la villa, y
hombre valiente que tenía sentido político, cuya línea de
conducta no se hizo esperar, pues en la plaza, la voz del
pregonero se dejó oír anunciando que el Alcalde Mayor
disponía que en lo sucesivo, los habitantes deberían
trabajar la tierra y abstenerse del tráfico de esclavos. El
estupor fue grande, y ante la grave amenaza de tener que
trabajar, los colonos se reunieron para hablar con Tapia,
sólo que la entrevista no fue muy cordial, ya que el capitán
se sostuvo en su decisión, haciendo que la inconformidad
fuera en aumento y asomaron conatos de rebeldía,
amenazando los pobladores con abandonar la villa; pero ni
con esto lograron ablandar a Tapia quien permaneció

18 Colección Rescate
Culiacén

inflexible. En esos días no se hablaba de otra cosa que del


río de oro que se había descubierto en el Perú, y esta
lejana región fue la meta que se fijaron los habitantes; sin
embargo, la razón se impuso en la mayoría y sólo unos
cuantos desertaron para ir en busca de nuevos horizontes.
Ignoramos en qué fecha dejó Tapia la alcaldía y por
qué motivos, aunque tal parece que como Guzmán era un
esclavista empedernido no quedaría muy satisfecho con la
actitud de su subordinado, y para 1536 era Alcalde Mayor
el capitán Melchor Díaz.
En ese tiempo un suceso conmocionó a San Miguel, tal
y como habría de conmocionar a toda la Nueva España.
Sucedió que un alma negra llamada Diego de Alcaraz
andaba por la zona de Petatlán en cacería de esclavos y
Lázaro de Cebreros, que era uno de sus subordinados, se
tipó con unos seres extraños vestidos con pieles y
cubiertos por una pelambrera que les ocultaba las
facciones. Cebreros se quedó perplejo, mas su perplejidad
se convirtió en asombro cuando uno de aquellos seres le
habló en perfecto castellano, y en esta forma, Alvaro
Núñez Cabeza de Vaca, Alonzo del Castillo Maldonado,
Andrés Dorantes de Carranza y el Negro Estebaníco
entraron a los límites del mundo civilizado después de
haber atravesado el continente, tras de ocho años en que
habían naufragado en La Florida. Melchor Díaz fue a
recibirlos al Valle de Pericos y de allí los llevó a Culiacán,
donde permanecieron varios días en medio de la
curiosidad y el asombro de los habitantes que no podían
creer la fantástica historia de los náufragos, los que,
después de tantos años de estar alejados de la civilización,

Colección Rescate 19
Amonio Nakayama

no resistían vestir la ropa española ni podían dormir en


cama.
Las cacerías de esclavos continuaban pues Ñuño
acuciaba a los habitantes para que le enviaran mercancía,
pero los indígenas, que ya habían perdido el respeto a las
armas europeas, no desistieron de su actitud rebelde. La
destitución y et encarcelamiento del muy Magnífico Señor
distrajeron momentáneamente a los pobladores, que luego
tuvieron que hacer frente al problema de los naturales,
pues cuando éstos encontraron al caudillo que necesitaban,
la gravedad de la situación tomó perfiles muy difíciles. El
caudillo se llamaba Ayapin, y bajo su mando los nativos
iniciaron una ofensiva que poco a poco fue haciendo que
los castellanos se encerraran en la villa y ya no tuvieron
otra alternativa que enviar emisarios a Compostela, donde
residía el gobernador de Nueva Galicia, Francisco
Vázquez de Coronado, quien se puso en camino a marchas
forzadas para llegar a Culiacán justo cuando Ayapin
estaba a punto de sitiarla. La llegada de los refuerzos lo
hizo retirarse a las montañas, a donde fue seguido por
hombres al mando de Melchor Díaz. Tras de algunas
escaramuzas los nativos fueron totalmente derrotados y el
caudillo hecho prisionero y llevado a Culiacán. Allí, en
una pantomima de juicio, fue condenado a muerte por el
gobernador. El día de la ejecución la plaza estaba
circundada por colonos y saldados que vieron cómo
Ayapin se dirigía sereno y altivo al centro de la misma,
donde ataron cada una de sus extremidades a un brioso
corcel. Al poco rato sólo se miraba en el polvo el torso
ensangrentado del infortunado caudillo.

20 Colección Rescata
Culiacán

Las siete ciudades de oro

Coronado permaneció algún tiempo en Culiacán tratando


de poner en paz a los indios por medios conciliatorios. Fue
durante su estancia cuando llegó fray Marcos de Niza, que
había sido comisionado por el Virrey Antonio de Mendoza
para reconocer la ruta que llevaría hasta Cíbola y Quivira.
El fracciscano aprovechó su estadía para predicar, y como
algunos picarones españoles se habían dado a la tarea de
iniciar el mestizaje, los casó in facie ecclesiae con las
doncellas morenas, y tras esto reanudó su viaje al norte,
mientras que el gobernador retomaba a Compostela.
La pequeña villa volvió a entrar en ebullición con la
noticia de que saldría una expedición al mando de
Vázquez de Coronado para conquistar Cíbola y Quivira.
Algunos de los vecinos se dispusieron para tomar parte en
ella, siendo los más distinguidos don Pedro de Tobar,
emparentado con la alta nobleza española; Diego López,
regidor de la ciudad de Sevilla y Pedro Castañeda de
Nájera, sobre quien recaería el honor de ser el historiador
de la expedición. El punto de reunión fue la ciudad de
Compostela y de allí salió el ejército el 1 de marzo de
1540; pero ya con anticipación, Melchor Díaz había
partido hacia el norte para reconocer la ruta, habiendo
alcanzado hasta el Río Gila de donde se devolvió para
unirse a la hueste en las cercanías de Chametla. Los
expedicionarios llegaron a Culiacán en la víspera de la
Pascua, pero no entraron en el poblado debido a que los
vecinos así se lo pidieron a Coronado con el fin de hacer
un simulacro de combate con los hombres que traía, lo

Colección Rescate 21
Antonio ffokayama

cual se hizo con gran regbcijo, habiendo salido todo bien,


salvo que al artillero le estalló la pólvora destrozándole
una mano.
Allí descansaron los expedicionarios unos días, y en
ese lapso ocurrió un caso curioso. Un joven soldado,
apellidado Trujillo, contó que habiendo ido al río a
bañarse se le apareció el diablo, quien le dijo que si
mataba a Coronado le daría riqueza y por esposa a doña
Beatriz de Estrada, mujer de aquél. La versión corrió por
toda la villa, haciendo que fray Marcos predicara que todo
era un subterfugio del demonio para que no se llevara el
Evangelio a los indios de Cíbola y Quivira, todo lo cual
hizo que Coronado cortara por lo sano indicándole a
Trujillo que no siguiera adelante y que se quedara en
Culiacán, lo que, como dijo un historiador, “era lo que
aquel picaro quería”.
El día de la partida de la expedición la plaza presentaba
un aspecto poco común: soldados, colonos e indios
pululaban por todos lados. Se oían relinchos de caballos y
de muías y el gruñir de los cerdos que servirían de
alimentación durante el viaje, y en medio de aquella
barahunda se dejó oír la voz del pregonero anunciando que
el gobernador nombraba Alcalde Mayor de Culiacán a
Hernando Arias de Saavedra en lugar de Melchor Díaz,
que también iba a Cíbola.
La conquista de las Siete Ciudades resultó un fracaso y
en 1542 arribó a la villa un grupo de desertores que fue
aprehendido por Arias; al poco tiempo llegó la totalidad de
los expedicionarios que aquí se desbandaron al darse por
terminada la aventura.

22 Colección Rescate
Culiacán

No tenemos noticias de lo que haya ocurrido en


Culiacán desde esa época hasta el año de 1564 en que
llegó de Durango y en completa derrota el capitán
Francisco de Ibarra, quien por temor de que sus hombres
cometieran algunos excesos en la villa, no quiso apostarse
en ella, haciéndolo en el vecino poblado de Moloviejo.
Allí fueron a visitarlo connotados vecinos de Culiacán,
encabezados por don Pedro de Tobar, que se había
convertido en la figura más prominente de la provincia, y
quien, merced a su ayuda económica, hizo posible que
don Francisco fuera a conquistar el norte de Sinaloa, y
posteriormente la provincia de Chametla.
El capitán fundó la villa de San Juan en las márgenes
del río Fuerte; pero no tardó mucho en que empezaran las
tribulaciones de sus habitantes, que en dos ocasiones
demandaron auxilio de la villa de Culiacán, que en las dos
ocasiones envió gente armada, una al mando de Diego de
Guzmán y otra al de Pedro Ochoa de Garralaga; pero a
pesar de todo, al poco tiempo los pobladores y dos
franciscanos que los acompañaban abandonaron la región.
Los frailes permanecieron algún tiempo en una casa que
tenían en San Miguel, para después marcharse a
Guadalajara. Con el final de esta aventura cae un velo de
silencio sobre la vida de nuestra ciudad que se descorre
hasta 1583, cuando en los días del mes de enero entró en
medio de una gran algarabía el capitán Pedro de Montoya
acompañado de gente armada, la que pregonó por todo el
poblado que iba a la reconquista del norte y a fundar una
villa, y que los que quisieran enrolarse tendrían muchos
privilegios y prerrogativas, lo que hizo que varios

Colección Rescate 23
Antonio Nakayanta

habitantes se dieran de alta. Infortunadamente la aventura


terminó en un fracaso más doloroso que el de los
pobladores de Carapoa, ya que en esta vez fueron más los
españoles que murieron a manos de los indígenas; los
supervivientes pudieron regresar a Culiacán sólo después
de pasar varias peripecias.

24 Colección Rescate
Los siglos XVII y xvm y el primer censo

/ O V e acuerdo con una relación levantada en ese


v i im ism o año de 1583, la población de la villa se
componía de unas 66 familias, muchas de ellas
descendientes de los fundadores, y otras que habían
venido a avecindarse, además de 8 viudas.
Las familias más connotadas eran la de los Tobar,
formada por Alvaro, Isabel y Pedro, todos los hijos de don
Pedro de Tobar; siguiéndole en importancia la Cebreros,
integrada por Domingo Cebreros, Juan Pérez de Cebreros,
y Miguel de Cebreros, hijo de Lázaro de Cebreros; del
primero de ellos se originaría la familia Verdugo, que casi
durante dos siglos sería el árbitro de los destinos de la
villa.
La situación de los vecinos de San Miguel de Culiacán
no era muy bonancible que digamos. Cierto que había
familias que gozaban de una sólida posición económica,
pero, en cambio, vivían otras que tenían que ser
sostenidas por la Audencia de Guadalajara, siendo todo
resultado de la pobreza en que se debatía la región, tan
alejada de ios centros populosos de la altiplanicie,
reducida a una economía raquítica que se basaba en las
salinas y en précarias siembras de maíz, frijol y chile. Así
que la producción agrícola era similar a la de toda la
Nueva España, y con el agravante de no poder competir
con la de otra zona por falta de comunicaciones, todo lo
Antonio Nakayama

cual trajo consigo un estancamiento de siglos en la vida de


la región.
En aquel mundo remoto de lo que ahora es nuestra
ciudad, cualquier acontecimiento despertaba una gran
emoción y curiosidad, y no era para menos. La villa era
visitada ocasionalmente por contadas gentes y el que
llegaran personas de categoría era una rareza. En 1591
arribaron los padres jesuítas Gonzalo de Tapia y Martín
Pérez que iban a la villa de Sinaloa para fundar las
Misiones; su llegada fue algo inusitado que vino a levantar
el espíritu religioso de los habitantes, pues en los días en
que estuvieron dieron ejercicios y pláticas que no eran
muy frecuentes de disfrutar, ya que los eclesiásticos que se
enviaban para ejercer su ministerio eran por lo regular
curas de misa y olla. Los vecinos deseaban que los padres
se quedaran, e inclusive les narraron -tal vez
exageradamente- las atrocidades cometidas por los indios
que irían a civilizar; pero esto fue un incetivo para los
jesuítas que sintieron más deseo de llegar a su destino. Así
los habitantes los vieron partir en medio de una gran pena;
sin embargo, como no hay mal que por bien no venga,
tuvieron la satisfacción de que cuantos misioneros iban o
venían de Sinaloa, llegaban a la villa obligadamente.
Uno de los personajes más notables que visitó Culiacán
fue el obispo de Guadalajara don Alonso de la Mota y
Escobar cuando andaba practicando la visita pastoral. Su
Ilustrísíma llegó en 1602, y desde luego que recibió una
acogida apoteósica. Las calles se adornarían con arcos
triunfales y la plaza debe haber presentado un magnífico
espectáculo, repleta de españoles, mestizos y mulatos

26 Colección Rescate
Culiacán

ataviados con las mejores galas, mientras que grupos de


indios bailaban sus danzas rituales. La pequeña iglesia
parroquial sería insuficiente para albergar a las personas
que llevaban niños a recibir el sacramento de la
confirmación, o para escuchar la palabra de Dios en
labios del señor obispo. El júbilo era grande y justificado,
ya que se trataba de la visita del primer obispo que llegaba
a la región.
El prelado partió después a visitar pueblos y rancherías
y más tarde se encaminó hacia la sierra de Durango donde
le cogió la gran rebelión de los Acaxee; pero esto no le
importó y arriesgando la vida se dedicó a la pacificación
de los indios, a quien, para que no abrigaran recelos, envió
en prenda su mitra blanca. Cuando la paz floreció la mitra
del Ilustrísimo señor fue llevada a Culiacán y se le colocó
en el presbiterio del lado del Evangelio, donde estuvo
expuesta por largos años.
Incidentalmente es a Mota y Escobar a quien debemos la
primera descripción de Culiacán, y una de las muy contadas
que conocemos. El prelado recogió las impresiones de $u
visita pastora] en un manuscrito que se publicó muchísimos
años después de su muerte, con el título de Descripción de
Nueva Galicia. Por él sabemos que las casas eran todas de
adobe, bajas, sin altos; que las calles eran anchas y rectas;
que (a plaza era muy grande y que allí estaba fundada la
iglesia parroquial. Infortunadamente la descripción no es
muy explícita y no tenemos idea de cuántas calles habría,
pero lo que sí es seguro es que el burgo se había extendido
hacia el río. En las casas ya se notaba una mejoría, aunque
fueran de. adobe, y es de pensar que la plaza, que con toda

Colección Rescate 27
Antonio Nakayama

seguridad seguiría siendo un gran baldío, estaba


circundada por las casas de las familias más destacadas,
como las Tobar, Cebreros, Ochoa de Garralaga, la de
Amador López, que trabajaba las minas de Cosalá, y las
de los oficiales de la corona.
Por lo que respecta al templo parroquial, existe la duda
de si era el mismo que fue demolido en 1887, u otro que
se levantó en lugar del primitivo, edificado al fundarse la
villa. El archivo eclesiástico se inicio en 1690, y en él no
se halla ningún dato sobre la construcción de la iglesia;
entonces, salvo alguna noticia que apareciera, no sabemos
si la que conoció Mota y Escobar haya sido la que sirvió
como casa de oración durante siglos, o bien se haya
construido en el lapso comprendido de 1602 a 1690.
En cuanto al número de vecinos, encontramos una gran
discrepancia entre los que anota el obispo y los que anota
el censo de 1583, ya que su Ilustrísima anota treinta y en
la Relación de aquel año se registran sesenta y seis
familias
De los hábitos de vida de los culíacanenses de entonces
Mota y Escobar nos dice que se sustentaban principalmente
con pescado y tortilla y que, sesenta y un años después de que
se erigió la villa, vestían los mismos trajes que los fundadores
habían introducido. Manifiesta también que los varones eran
excelentes caballistas, aptos para la guerra y que criaban muy
buenos caballos. Por lo que respecta a las mujeres, dice que
eran sumamente hermosas y dotadas de una honesta sencillez.
Lo único lamentable era que en la villa solamente el
escribano usaba papel.

28 Colección Rescate
Culiacán

En la época en que el obispo visitó Culiacán, destacaba


entre el vecindario una gran dama. Grande por su alcurnia
y por las virtudes que la adornaban. Se llamaba Isabel de
Tobar y Guzmán y era hija de don Pedro de Tobar y de
doña Francisca de Guzmán, hija de Gonzalo de Guzmán,
gobernador de Cuba. Tal vez nació en 1563 ó en 1564, y
se casó con don Luis de los Ríos Proaño, del que tuvo un
hijo al que dieron el nombre de Hernando. Como enviudó
muy pronto se vio precisada a cargar con la educación del
niño, quien, tras de haber aprendido los rudimentos de la
instrucción, entró a estudiar en la Compañía de Jesús. En
1602, la señora invitó a un joven sacerdote y poeta
llamado Bernardo de Balbuena para que pasara unos días
en Culiacán, y como pensaba en ir a radicar en la ciudad
de México para estar cerca del hijo, rogó a su huésped que
la pusiera al tanto de la vida en la gran ciudad, lo que
aquel le prometió e hizo, pues en 1604 le envió “Grandeza
Mexicana”, primero de los grandes poemas americanos, en
el que se fusionan la gloria del poeta, la hermosura de
Isabel y el nombre de Culiacán. La señora dejó su ciudad
natal para dirigirse a México. Y ya en ella entró a un
convento, mientras que su hijo Hernando se entregaba de
lleno a misionar entre los indígenas, habiendo muerto en
1616 a manos de los Tepehuanes. Se ignora la fecha en
que falleció la dama, que fue la primera belleza criolla
nacida en Culiacán de que se tiene noticia.

Colección Rescate 29
Antonio Hakaycma

La noche de la historia

Después de lo sucedido en el siglo xvi, hay una densa


oscuridad en el avatar de la Villa de Culiacán. La carencia
absoluta de documentación no nos permite ahondar en lo
que pasó en ella durante los siglos xvn y xvill, dejando un
vacío que esperamos algún día pueda llenarse. Sólo
conocemos que en la segunda mitad de la primera de esas
centurias, junto a los apellidos de los Verdugo, López de
Siqueiros y Ochoa de Garralaga, aparecen los de otras
familias que se avecindaron en la villa, como los
Fernández Rojas, Amarillas, Urrea, Quíroz y Mora,
Zazueta, Cabañil las del Castillo y otros más, y que en el
siglo xvin aparecen los apellidos Espinoza de los
Monteros, Ramos de Aguilera, Gómez de la Herrén,
íturríos, Tellaeche, Diez Martínez, De la Vega y varios
otros, que se constituyeron en la élite, y dada la pequeñez
de la población y las presunciones de sangre azul de todas
aquellas familias, nacieron discrepancias y rencillas por
preeminencias sociales y económicas.

La villa se convierte en ciudad

Una circunstancia fortuita de gran importancia para


Culiacán, fue el que los obispos de Sonora fijaran en ella
su residencia. La Diócesis fue creada en 1779,
señalándosele como sede (a ciudad de Arispe, pero sus
prelados advirtieron los inconvenientes de residir en un
punto tan lejano, pequeño y expuesto a los ataques de los
apaches, así que los dos primeros obispos optaron por

30 Colección Rescate
Culiacán

vivir en Álamos, pero el tercero prefirió a Culiacán, y


desde entonces, hasta 1883, Culiacán fue de facto la sede
episcopal.
Al fundar el poblado, Ñuño de Guzmán le dio la
categoría de villa, mas los años transcurrieron y la corona
española no se la ratificó; así que, en 1793, los vecinos
solicitaron a Su Majestad le concediera el nombramiento y
con ese motivo se levantó una relación de los habitantes
que vivían en la villa, dando como resultado 549 familias,
que sumaban 2 mil 660 personas; pero lo más probable es
que en el censo no entraran indios y mestizos, pues para
esas fechas el Barón de Humboldt le asignaba al poblado
10 mil 808 habitantes, que también es muy posible no
haya alcanzado.
Los años trascurrieron. Pasaron la lucha por la
independencia, el movimiento de Iguala y el Imperio, que
fueron etapas en que la villa no contó para nada, y llegó
1823 con su lucha de federalistas y centralistas. Las
provincias de Sinaloa y Sonora habían estado unidas
durante el imperio, pero el 21 de julio del año
mencionado, el Supremo Poder Ejecutivo las separó por el
decreto número 107, declarando a Culiacán capital de la
Provincia de Sinaloa, dándole al mismo tiempo la cateoría
de ciudad, por lo que tuvo la distinción de ser la segunda
población del noroccidente que alcanzó ese rango, ya que
la primera fue Arispe cuando se le designó capital de tas
Provincias Internas de Occidente.

Colección Rescate 31
La vida política del siglo xix

1 asesinato es un acto que conmociona a los


habitantes de un burgo pequeño y tranquilo, pero
cuando el crimen tiene carácter político y se comete
en una persona de alta posición social achacándosele a
personas de la misma clase, adquiere perfiles de un gran
escándalo. Esto sucedió en Culiacán el 23 de marzo de
1824, año en que el licenciado Manuel Gómez de la
Herrán fue cosido a puñaladas por don Manuel de Iturríos.
La situación política en la ciudad era tensa, ya que las dos
facciones imperantes eran enemigas irreconciliables, tanto
por motivos ideológicos como por la enemistad que existía
entre las familias. Los parientes del muerto acusaron
concretamente al obispo fray Bernardo del Espíritu Santo
y a los presbíteros Miguel María y Carlos Espinoza de los
Monteros de ser los autores intelectuales del crimen, mas
nunca se pudo comprobar su culpabilidad y el asunto
quedó en el misterio.
Con la erección del Estado de Occidente la ciudad no
alcanzó mayor relevancia, e inclusive en la Asamblea
Legislativa hubo oposición a que se trasladara a ella la
capital de la entidad, dada la preponderancia que en ella
había adquirido la familia De la Vega que no ocultaba sus
ambiciones de dominación. Occidente era una olla de
Antonio Nakayama

grillos. La idea de la división de la entidad, de la que era el


campeón don Francisco de Iriarte, más la destitución de
éste como vicegobernador, agitaron intensamente a los
habitantes, y el 9 de junio de 1892 los culiacanenses, que
eran partidarios de la división, sostuvieron un encuentro
con las fuerzas gubernamentales acampadas en El Palmito,
a las que derrotaron obligándolas a retirarse del lugar.
El Estado de Occidente desapareció el 14 de octubre de
1830, y la Asamblea Constitutiva de Sinaloa se instaló el
13 de marzo de 1831, declarando capital del Estado a la
ciudad de Culiacán, que de esta manera adquirió
preponderancia política sobre el resto de la población de la
nueva entidad; pero su nueva categoría no cambió para
nada su ambiente mustio y callado de pequeño burgo de
provincia. Sin embargo, acaecen sucesos que alteran la
tranquilidad de los vecinos y Culiacán se conmovió con un
nuevo asesinato. Don Joaquín de Iturríos, hermano del
asesino del licenciado Gómez de la Herrán, se encontraba
preso en la cárcel, de la cual se fugó el 23 de julio de
1833, y de acuerdo con lo que se dijo, un soldado le acertó
un balazo de cuyas resultas murió. El escándalo fue
mayúsculo, ya que la opinión pública señaló
unánimemente a los De la Vega como responsables del
crimen. Iturríos era acérrimo enemigo del clan, y es
indiscutible que el móvil de su asesinato fue una venganza
nacida de las enemistades que existían entre la víctima y la
famosa familia.
El año de 1832, se había hecho cargo del Poder
Ejecutivo el vicegobernador Manuel María Alvarez de la
Bandera, y apenas habían transcurrido ocho meses de su

34 Colección Rescate
Culiacán

gestión cuando Culiacán vio cómo se verificaba un


pronunciamiento en el que tomaron parte soldados y
civiles, y la sangre corría por sus calles, aunque las cosas
no pasaron a mayores debido a que el gobierno controló la
situación. Dice Buelna que se ignoraron los motivos de la
revuelta, mas la realidad fue que la promovieron los De la
Vega, como pudo verse más adelante.
El gobierno cometió la debilidad de amnistiar a los que
tomaron parte en el pronunciamiento y el resultado de esto
file que Culiacán se convirtiera de nuevo en escenario de
guerra, pues en febrero de 1834, fuerzas federales al
mando del teniente coronel Carlos C. Echeverría atacaron
a las del gobierno, obligando al vicegobernador y a los
miembros de la Legislatura a huir rumbo al sur; de esta
manera la familia De la Vega se apoderó del poder, pero
para guardar las apariencias, se hizo cargo del Ejecutivo
un triunvirato integrado por sus corifeos.
En 1838 llegó a la ciudad el nuevo obispo de Sonora,
doctor y licenciado don Lázaro de la Garza y Ballesteros,
y su presencia marcó un jalón en la historia de Culiacán
por los beneficios que habría de prestarle, siendo su
primer acto de apertura el Seminario, acto que tuvo lugar
el 8 de octubre de 1838 en la casa de don Rafael de la
Vega y Rábago, ubicada al lado poniente de la plaza de
armas. En ese mismo año Culiacán volvió a agitarse con
los prolegómenos de una guerra civil, ya que el
gobernador don Franco de Orrantia y Antolo y las demás
autoridades secundaron la rebelión pro federalismo
encabezada por el general José de Urrea, pero tras de unos

Colección Rescate 35
Antonia Ntikayama

combates el movimiento fracasó y Culiacán volvió al


poder de los centralistas.
En 1846 el centralismo cedió el campo al federalismo,
lo que causó desconcierto a los De la Vega que tomaron el
partido del primero. Gobernaba don Rafael, pero,
aprovechando un movimiento subversivo de la guarnición
de Mazatlán, el prefecto de Culiacán don Mariano Diez
Martínez tomó preso al gobernador, si bien lo dio libre al
día siguiente, y Vega huyó hacia Tamazula, Durango, de
donde regresó pronto para tomar venganza. Las casas de
los Diez Martínez y los Vega estaban situadas frente a
frente, y son las mismas que todavía se ven en el crucero
de la avenida Obregón y la calle Rafael Buelna, La de los
primeros es Ja que se encuentra en la esquina noroeste, y
la de los Vega la situada en el noreste -en la que todavía
no hace muchos años podían verse troneras-, y ambas
fueron escenario de una tremenda balacera que se suscitó
entre los hombres del prefecto y los de don Rafael,
habiendo muerto el jefe de la escolta de Diez Martínez.
Vega recapturó la gubematura, pero encontró al frente dos
peligros, la intervención norteamenricana y la presencia del
coronel Rafael Téllez, quien usurpó la comandancia militar de
Mazatlán y principió a autonombrarse gobernador.

Se edifica para los vivos... y para ios muertos

La década de 1840 fue positiva para el aspecto urbanístico


de la ciudad. En esa etapa se empezaron a acusar los
perfiles de lo que habríamos de conocer transcurrido casi
un siglo. El año de 1839, el excelentísimo señor De la

36 Colección Rescate
Culiacán

Garza y Ballesteros inició la construcción del edificio del


Seminario adquiriendo un solar ocupado por una huerta
cercana a lo que hoy es la calle Hidalgo, límite entonces
de lo habitado por la parte sur, ya que como se ha dicho, el
crecimiento del poblado se encauzó hacia la ribera del
Tamazula, y por los rumbos oriente y poniente. El
edificio, construido en su totalidad de cantería, se
inauguró el 8 de octubre de 1842; fue el primero de dos
plantas que se levantó en Culiacán; también el más
extenso. Y por el señorío de sus claustros y de su
escalinata se le consideró el mejor de la ciudad, y para
muchos lo sigue siendo. En la actualidad, sirve para
albergar las oficinas del Poder Ejecutivo. El 22 de mayo
de 1842, el señor obispo puso la primera piedra de la
actual iglesia catedral, que a su partida se levantaba dos
varas del suelo, y enseguida atacó la fábrica del Colegio
de San Juan Nepomuceno y Santo Tomás de Aquino en la
misma calle Hidalgo, en el tramo comprendido de
Obregón a Paliza, mas infortunadamente no logró
terminarlo, y el solar tal vez fue rematado al aplicarse la
Ley de Desamortización de Bienes del Clero.
El primer cementerio de la ciudad se localizaba
contiguo al templo parroquial y allí duró trescientos años,
pues en 1831 el Congreso Constituyente legisló sobre
panteones y se abrió el que estuvo en el área de donde
ahora se cruza las calles Obregón y José Aguilar Barraza,
antes Guatemala; y todavía, no hace muchos años, al
hacerse excavaciones en la zona se encontraron numerosos
restos humanos. El señor De la Garza, que buscaba fondos
para el Colegio de San Juan, decidió abrir un cementerio y

Colección Rescate 37
Antonio Nckayama

se agenció un lote alejado de la ciudad, donde se fundó el


panteón con el nombre de San Juan, habiéndose abierto al
servicio público el 13 de mayo de 1844, para formar parte
de la historia de nuestra ciudad.
No tenemos noticia de los portales que hayan existido
en todo el poblado, y solamente sabemos que frente al
templo, es decir, en la esquina noroeste del cruce de Angel
Flores y Obregón, donde actualmente se localiza la oficina
matriz del Banco del Noroeste de México, había uno, en
donde el año de 1833, con motivo de la epidemia de
cólera mórbus, se celebraba la misa para evitar contagios
en el pequeño templo. Era un ejemplar de la colonia,
posiblemente de finales del siglo xvn.
En 1846, gobernando don Rafael de la Vega, se inició
el hermoseamiento de la plaza, y bajo la dirección de un
italiano de apellido Tranquilini, se levantaron los portales
que la circundaban. Es posible que la plaza ya haya estado
arbolada y contara con asientos para las personas que iban
a ella a descansar, pues tenemos noticias de una alameda
que solamente allí pudo haber estado. En ese tiempo se
edificó también la fábrica de hilados y tejidos “El
Coloso”, cuyas ruinas todavía se levantaban en 1957.
Igualmente, en 1846 se edificó la Casa de Moneda en la
esquina noroeste de las calles Rosales y Rubí. Era de
manipostería y de dos pisos, con amplios portales y
cumplió con el objetivo para el que fue levantada hasta
llegar el año de 1905 en que desaparecieron las casas de
moneda que operaban en los estados. El edificio sirvió
después para albergar las oficinas de Correos y Telégrafos,

38 Colección Rescate
Culiacín

y fue demolido para fabricar ef que aloja al primero de


esos servicios.

Renace la violencia

Desde 1847 a 1851 Culiacán recobró el clima de


tranquilidad que te distinguía, mas en et último de esos
años sufrió uno de los mayores desastres de su historia con
la presencia de la epidemia del cólera morbos, que la
azotó en forma inmisericorde. La enfermedad entró en la
ciudad el 10 de julio haciendo su primera víctima en la
persona del gobernador don José María Gaxiola, para
enseguida terminar con la vida del párroco fray Antonio
Fernández Rojo. Los estragos causados por el terrible mal
fueron tremendos. Sin médicos, hospitales ni casas de
beneficencia. La gente moría por centenares y los
cadáveres eran apilados en carretas para llevarlos al
panteón y enterrados en largas zanjas. La ciudad era un
cuadro de muerte y desolación, y puede decirse que no
hubo familia que no sufriera la pérdida de alguno de sus
miembros, calculándose que por lo menos murió la mitad
de la población.
Se dice que un mal nunca viene solo, y a Culiacán le
sucedió esto cuando aún no salía de la traumatización que
le causara la epidemia. Gobernaba el coronel Francisco de
la Vega, quien hizo aplicar la contribución directa para
suprimir las alcabalas, acto que contrarió a los
comerciantes extranjeros radicados en Mazatlán, que
instigaron escandalosas manifestaciones de protesta,
haciendo que el gobernante saliera rumbo al puerto con

Colección Rescate 39
Antonio Nakayama

fuerza armada. Pero la traición de un jefe militar


comprado por los comerciantes le hizo fracasar y poco
después salieron tropas del puerto rumbo a Culiacán, la
cual atacaron y tomaron, entregándose después los
soldados al saqueo, y para rematar, quemaron los archivos
oficiales. Cuando parecía que la calma volvía a renacer se
realizó un nuevo asesinato, tan escandaloso como los
cometidos en las personas del licenciado De la Herrán y
don Joaquín Iturríos. El comandante Eraclio Núñez,
neogranadino de nacimiento, fungía como prefecto de
Culiacán. El 11 de enero de 1853 cuando se encontraba
descansando en una banca en la plaza de armas, fue
asesinado por un tal “Güero Nicho”, El crimen causó gran
conmoción no sólo por su móvil político, sino también por
tratarse de una venganza, ya que el occiso era enemigo
acérrimo de los De la Vega, a los que el pueblo atribuyó la
responsabilidad intelectual. A lo anterior hay que agregar
que era muy popular y querido, pues en los aciagos días
del cólera presentó relevantes servicios a la comunidad,
habiendo muerto en plena juventud, ya que apenas contaba
con treinta años de edad.
En el año en que fue asesinado Núñez, llegó a la ciudad
el nuevo obispo de Sonora, monseñor Pedro Loza y
Pardavé, que fue objeto de una gran recepción, tanto por
haber hecho toda su carrera eclesiástica en Culiacán como
por su don de gentes. Al año siguiente el obispo reanudó
las obras de la construcción de la catedral, las que luego se
volvieron a interrumpir debido a los sucesos que
empezaron a desarrollarse en el país.

40 Colección Rescate
Culiacán

En 1855, con motivo de la revolución de Ayutla, el


pueblo de Culiacán se enfrentó a la autoridad del prefecto
y comandante militar José Inguanzo y puso en la
prefectura al licenciado Eustaquio Buelna, quien ejerció el
mando tres días, ya que Inguanzo ordenó su aprensión y lo
mantuvo tres días en la cárcel. El triunfo arrollador del
liberalismo sacó del poder a los conservadores, pero el
golpe de Estado de Comonfort volteó las cartas a favor de
los reaccionarios, que de nuevo se apoderaron del
gobierno. Sin embargo, el 20 de agosto de 1858, los
liberales de Culiacán se pusieron en plan de rebelión
encabezados por don Ignacio Martínez Valenzuela y don
Eustaquio Buelna, solamente que un día antes don Plácido
Vega se sublevó en El Fuerte y con el auxilio del general
Ignacio Pesqueira, gobernador de Sonora, arrolló a los
conservadores, que ya no volvieron a levantar cabeza en el
Estado.
En 1864, el coronel Francisco de la Vega se rebeló
contra el gobierno del general García Morales,
proclamando el Plan de Culiacán. Partió para El Fuerte, y
perseguido por las tropas republicanas, fue derrotado y
pasado por las armas.
El 13 de noviembre de ese mismo año, los franceses
ocuparon Mazatlán y enviaron una expedición marítima
cuyo objetivo era tomar Culiacán, pero fueron derrotados
en San Pedro por el general Antonio Rosales en medio del
pasmo de todo el mundo. El general Rosales entró
triunfalmente en la ciudad, para susto de los imperialistas
que habían preparado un banquete para los galos. El héroe
acuarteló sus tropas en el edificio del Seminario, que,

Colección Rescate 41
Antonio Nakaycma

aparte, sirvió de hospital de sangre y para prisión de los


franceses capturados en San Pedro.
Ya en la etapa de la restauración de la República,
Culiacán fue escenario de revueltas como la de los
coroneles García Granados y Jesús Toledo, que sacaron 70
mil pesos de la Casa de Moneda; la de Adolfo Palacios,
que liberó a los presos para que le acompañaran en su
aventura, y la de Francisco Cañedo a favor del Plan de la
Noria. En esta revuelta la principal figura fue la de!
genera] Manuel Márquez de León, quien el 27 de marzo
atacó a Culiacán al frente de mil 400 hombres. La lucha
fue enconada por ambos lados y el sitio duró hasta el 6 de
mayo siguiente, cuando los rebeldes se retiraron ante la
llegada del general Sóstenes Rocha a Mazatlán. Ya
restaurado el orden, la capital del Estado, que había sido
cambiada a Mazatlán en tiempos de don Plácido Vega fue
restituida a Culiacán por decreto del 20 de septiembre de
1$73, en medio del regocijo de los habitantes.

42 Colección Rescate
El porfiriato

/ 7 \ a paz porfíriana marcó una etapa para México, mas


en Culiacán la vida siguió igual. Las márgenes de
O w / sus ríos ofrecían un aspecto muy pintoresco con la
gran cantidad de ropa lavada que se ponía a secar al sol, y
a esto se agregaba el cúmulo de personas que totalmente
desnudas tomaban su baño. El servicio de agua se hacía
por medio de burros cargados con botas de cuero, que la
tlevaban a las casas en las que los asnos se metían hasta la
cocina. El alumbrado se hacía en las casas por medio de
candiles, y en las calles se utilizaban los servicios de la
luna, cuando la había; así que cuando un abogado
norteamenricano visitó la ciudad, escribió que Culiacán
era “el lugar más primitivo de América, pues en ella se
hacían las cosas como cien años atrás”; pero, después de
todo, ya se miraba un ligero apuntamiento de progreso,
pues se contaba con el Ferrocarril Occidental de México
que, planeado para correr de Altata a Durango, su vía
solamente llegó a las proximidades del panteón Civil. Que
en este tiempo se abrió al servicio público. La tendencia
de no edificar hacia la zona sur seguía de manifiesto, pues
la ciudad terminaba en donde se habían tendido los rieles
del ferrocarril; en cambio se había poblado un poco más
por los rumbos oriente y poniente. Las rúas ostentaban
nombres pintorescos: del Pescado, de la Sirena, del
Antonio Nakayama

Comercio, del Refugio, del Seminario, de San Isidro, del


Oro, de los Artesanos, del Águila, de la Barranca, de la
Tenería, y los callejones del Beso, de los Pajaritos y del
Indio Triste.
Por esos días, el excelentísimo señor obispo don José
de Jesús María Uriarte edificó el Hospital del Carmen,
levantándolo de su peculio en la esquina de la actuales
calle Hidalgo y Aquiles Serdán, siendo el primer centro
asistencia! que hubo en la ciudad. Con anterioridad, allá
por los años de 1867 y 1868, siendo gobernador de la
Mitra construyó el edificio del obispado, que ya no existe,
en el crucero de la Obregón y la Hidalgo; y a este
respecto, cabe recordar una graciosa anécdota del
excelentísimo señor Pedro Loza y Pardavé: al edificarse el
obispado, la parte donde había estado la improvisada
capilla del señor De la Garza se transformó en un pequeño
corral donde pastaba el asno que se utilizaba para traer
agua del río, y cuando monseñor Loza recordaba su
ordenación sacerdotal, decía que se había ordenado “en el
chiquero del burro”.
Culiacán se convirtió en sede episcopal de ju re en 1883
en que se erigió la Diócesis de Sinaloa, siendo su primer
obispo monseñor Uriarte, que lo era de Sonora, y quien
tomó posesión el 8 de diciembre de ese año. Una de las
tareas de este prelado fue concluir las obras de la catedral,
iniciadas por el excelentísimo señor De la Garza, y desde
luego que se puso en obra, habiéndolas terminado en
1887; pero no tuvo la satisfacción de verla abierta al culto,
ya que la muerte lo sorprendió el 20 de mayo de ese año, y
el que la inauguró fue el presbítero Saturnino Campoy,

44 Colección Rescate
Culiacán

vicario capitular. La vieja parroquia, testigo de la vida de


los culiacanenses durante casi tres centurias, fue demolida
por una de esas aberraciones que tanto se repiten. Era una
pequeña construcción de piedra y mezcla; de una nave con
dos cruceros, coro y un reloj: La torre era de dos cuerpos
en forma de cubos, en la que pendían tres campanas y una
esquila. El cuerpo del templo estaba techado con madera,
ladrillo y mezcla, con tres puertas de clavazón de, cobre,
siendo la principal, o mayor, la que daba a lo que hoy es la
avenida Obregón, y las otras dos en los costados. Contaba
con cuatro pilas de agua bendita, una grande y tres chicas
adosadas a la pared; un pulpito; tres confesionarios; un
viacrucis pintado en láminas de hojalata y dos bancas de
cabildo, así que por este último dato nos damos cuenta de
que los fieles tenían que llevar en que sentarse.
Los altares principales eran tres. El del centro, el
mayor, con su colateral de madera, viejo, pintado y
dorado, donde se veneraba la imagen del patrón de la
ciudad, el Arcángel San Miguel; en uno de los cruceros el
de Nuestra Señora del Rosario que aún se conserva en la
catedral, y en otro, la capilla del Señor San José. En el
cuerpo de la iglesia se hallaban el de Animas, en el que se
miraban imágenes de San Francisco, San Pedro y San
Antonio, el de Jesús Nazareno y el de San Nicolás,
pudiéndose advertir también la pila bautismal.

Colección Rescate 45
El siglo xx

/ ' “^ 'u e en los finales del siglo pasado, cuando Culiacán


—Y*tomó la fisonomía que habría de conservar hasta la
\ Z s década de 1940, pues en la etapa mencionada se
construyeron el palacio municipal, el edificio del Colegio
Rosales, la cárcel y el teatro Apolo; se puso en servicio la
plaza Rosales y se hermoseó la de armas con jardines,
bancas y el quiosco que ahora se halla en la de Quilá. En
la calle Rosales, entre Rubí y Morelos, se levantaba una
casa que debe haber datado de principios del siglo xix, en
que estuvo el Estanco, o Tercena, es decir, donde se
custodiaban los naipes, el tabaco y el mezcal, que eran
monopolio del Estado. El inmueble fue adquirido por
particulares y más tarde el gobernador Francisco Cañedo
lo adaptó para oficinas del Gobierno del Estado; en la
actualidad todavía aloja dependencias del Poder Ejecutivo.
También por ese tiempo se introdujeron los servicios de
luz eléctrica y agua potable; esta última se almacenaba en
un gran depósito en forma cilindrica hecho con lámina de
hierro pintada de rojo, que fue uno de los puntos
distintivos de la ciudad.
En los últimos años de la década de 1900, estando vivo
todavía el general Cañedo, se iniciaron las obras del
puente que llevó su nombre, y en 1909, llegó a la ciudad el
Antonio Nakayamq

Ferrocarril Sud-Pacífico de México; fueron estas obras las


que marcaron el final del lento progreso de Culiacán, ya
que en 1910 se desató la lucha revolucionaria que paralizó
las actividades de la vida nacional.
En mayo de 1911 los maderistas sitiaron la ciudad, la cual
tomaron; y al año siguiente se rebelaron algunos grupos
enarbolando la bandera de Emiliano Zapata cometiendo
saqueos en Culiacán, pero a la postre fueron derrotados. Tras
esto vino la Revolución Constitucionalista, y el 10 de
noviembre de 1913, las fuerzas del general Alvaro Obregón
sitiaron Culiacán, habiéndola tomado el 14 siguiente.
Al restaurarse el orden constitucional se hizo cargo de
la gubematura el general Ramón F. Iturbe, quien, entre las
obras materiales que llevó a efecto, remozó la fachada del
edificio del Seminario, destinándolo para hospicio, y
levantó el extenso mercado Gustavo Garmendia,
terminando así con el asqueroso zoco que servía como tal.
Sin embargo, el regreso a la vida institucional no fue
ningún aliento para que Culiacán saliera de su marasmo
ancestral, el cual por lo contrario, se agudizó, ya que en la
lucha maderista (a fábrica de hilados y tejidos El Coloso
fue incendiada, perdiendo la ciudad la única fuente de
trabajo que tenía, por lo que los habitantes se concretaban
a vivir de escasos empleos burocráticos, de los estudiantes
que venían al Colegio Rosales y de un comercio raquítico
que en nada favorecía a los nacionales porque se hallaba
en poder de chinos. No había servicios sanitarios, ni
drenaje, tampoco pavimento; fue hasta en el primer
gobierno del profesor Manuel Páez en que se
pavimentaron las calles Ángel Flores y Antonio Rosales,

48 Colección Rescate
Culiacán

en una extensión que iba de la plaza de armas hasta la de


Rosales. ¡La vida en Culiacán seguía siendo tan primitiva
como siempre!
La iniciación de los sistemas de riego con el
levantamiento de la presa de Sanalona vino a despertar a
la ciudad del letargo en que vivió sumida durante siglos,
ya que empezaron las siembras de riego que dieron un
fuerte impulso a la economía de la región, que pronto se
reflejó en el auge de las actividades bancarias.
En Sinaloa, el primer banco se abrió en Mazatlán en
1898, bajo el nombre de Banco Occidental de México,
S.A., razón social que todavía funciona; pero en Culiacán,
donde la pobreza era notoria en el 98, no hubo siquiera un
intento para establecer una institución similar, por lo que
el Occidental abrió aquí una sucursal, a cuyo frente estuvo
el señor José Salazar. Infortunadamente, la lucha
revolucionaria hizo que el establecimiento cerrara y las
operaciones crediticias se constriñeran a las que efectuaba
la casa de Cambio de don Antonio Vizcaíno y luego la
Casa de Cambio de don Manuel Esquer, que más tarde
recibió la franquicia para operar como establecimiento
bancarío nacional, tipo de institución en que se ejercían
operaciones bancarias con ciertas limitaciones y al
expedirse la ley de Instituciones de Crédito se transformó
en Banco de Culiacán, S. A., operando junto con una
sucursal del Banco de Sonora, S. A., que duró algunos
años y cerró por quiebra de la matriz.
En 1939 se fundó y abrió el Banco del Noroeste de
México, S. A., de CV., que bajo la hábil e inteligente
dirección del -señor José G. Mercado, vino a revolucionar

Colección Rescate 49
Antonio Nakayama

los sistemas de crédito de la región. Poco después se fundó


el Banco Provincial de Sinaloa, S. A., y se estableció la
sucursal del Banco del Pacífico, S. A., y tras éste vino la
del Banco Nacional de México, S. A. Ya con mucha
anterioridad se había creado el Banco de Sinaloa, S.A., y
más tarde vino el Agrícola y Ganadero. En la actualidad
funcionan los siguientes: Banco de Noroeste de México,
S.A., Banco Occidental de México, S.A., Banco General
de Sinaloa, S. A. (primero Banco de Culiacán), Banco
Provincial de Sinaloa, S. A., Banco México de Occidente,
S.A., Banco de Comercio de Sinaloa, S. A. (antiguamente
Comercio del Pacífico), Banco de Londres y México, S.
A., Banco del Sol, S.A., (anteriormente Banco de Sinaloa),
Banco Regional del Pacífico, S.A. (antiguo Agrícola y
Ganadero), Banco del Pequeño Comercio; Banco Nacional
de México; Banco Comercial Mexicano, S.A., Banco de
México, y Banco Nacional de Crédito Rural del Pacífico
Norte.
Hoy, el pequeño poblado que durante cuatro siglos
vivió una existencia precaria e intrascendente, es una de
las ciudades más prósperas, tal vez la más importante, y
una de las que tiene mayor índice demográfico del
noroeste de México. Su vertiginoso crecimiento la ha
convertido en una de las más extensas y populares, y así,
mientras que en 1930 contaba con 16 mil 803 habitantes
que ocupaban una superficie de 269 hectáreas, para 1973
se le calculaban 219 mil 130 distribuidos en casi 3 mil, y
para 1980 se cree que tendrá cerca de los 350 mil
habitantes. Pero como ese crecimiento se ha desarrollado
en forma anárquica sin ninguna planeación, la ciudad está

so Colección Rescate
Culiacán

resintiendo dificilísimos problemas tanto en lo urbanístico


como social.
Planificar su desarrollo urbano es una de las urgencias
que las autoridades están obligadas a realizar, pues no es
posible que la ciudad siga creciendo al albedrío de los que
vienen a radicar en ella. De otra manera seguirá
imperando la anarquía, y el íuturo de su vida será más
confuso de lo que es hoy. El hombre deberá vivir de
acuerdo con su condición humana, y en Culiacán, una gran
cantidad de personas vegeta en condiciones infrahumanas,
lo que hace más imperativa la obligación de dignificar la
vida de la población.
Recordemos que nuestra ciudad será, lo que nosotros
queremos que sea.

Colección Rescate SI
índice

Presentación 7

Prólogo 9

Fundación de la ciudad 13

La vida en aquellos tiempos 17

Las siete ciudades de oro 21

Los siglos xvh y xviii y el primer censo 25

La noche de la historia 30

La villa se convierte en la ciudad 30

La vida política del siglo xix 33

Se edifica para los vivos... y para los muertos 36

Renace la violencia 39

El porfiriato 43

El siglo x x 47
Culiacán de Antonio Nakayama, publicado por editorial UAS,
se terminó de imprimir y encuadernar en junio de 2006, en los
talleres de la

Imprenta Universitaria
Ignacio Allende esquina con Josefa Ortiz
de Domínguez
Colonia Gabriel Leyva
Culiacán Rosales, Sinaloa

Tiraje: 3 000 ejemplares

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