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Organización animal

Recuerdo la fascinación que vivía cuando en los lejanos

años de escuela el profesor, con marcado entusiasmo,

nos hablaba del comportamiento de las abejas, de su

incansable trabajo recorriendo flores para de su néctar

elaborar miel, de cómo hacían los panales con celdas

de extrema precisión. Me intrigaban los privilegios de la

reina que muy pocos seres humanos –quizás ningunohan

tenido, solo para que ponga huevos y así garantizar la

subsistencia de la especie. Me preocupaba el triste destino

de los zánganos que, luego de cumplir su función: fecundar

a la reina para que ponga huevos, eran sentenciados a

muerte sin juicio ni derecho a la defensa, siendo sus

verdugos las propias obreras. Pasaba por mi mente la

pregunta sobre cómo funcionaría el mundo si es que igual

destino se diera a los machos (en el sentido biológico del

término) humanos. No concurrían a ninguna escuela, no

había una diferenciación por los niveles educativos y los

títulos de cuarto grado ni siquiera eran imaginables. Las

abejas nacían programadas para comportarse de esa

manera. Ninguna cuestionaba los privilegios reales ni se

consideraba explotada. Tampoco se conoce de –hasta lo

que sabemos- un movimiento de liberación masculina, o si

se quiere una campaña por los derechos zanganiles.

Igual me impresionaban las interminables filas de

hormigas envidiables para los militares, que llevaban un

fragmento de hoja para hacer reservas alimentarias en

tiempos de vacas flacas. Los seres humanos reconocían

estas virtudes y, aplicándolas a sus semejantes, se decía


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que tal persona era laboriosa como una abeja u ocioso

como un zángano o activo como una hormiga.

No hace falta ser entomólogo para saber que el enorme

poder de estos insectos radica en su organización. Cada

abeja u hormiga, aislada del grupo, se torna insignificante,

pero unidos son muy fuertes. No se trata de una unión

como la de un montón de piedras; cada integrante de la

colectividad actúa con una observancia total de las normas

programadas por el instinto y hace lo que tiene que hacer

para lograr los objetivos, que no son individuales sino del

grupo. El éxito de esta forma de conducta es evidente,

lo que demuestra que la vida, en cuanto realización, no

puede darse mediante acciones aisladas y ajenas a los

intereses colectivos sino mediante la observancia de

pautas de conducta cuya finalidad última supera los

intereses individuales y la realización de cada persona se

unifica con la realización de la colectividad de la que se

forma parte.

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