Sunteți pe pagina 1din 22

#76 • Diciembre 2012

Imprimir Correo electrónico

¡Todos unidos triunfaremos! Entrevista a Jorge Luis Borges

por Roberto Alifano / Fotos: archivo

Cerramos el año 12 con una exquisita entrevista a Jorge Luis Borges, incluída
en "La Entrevista. Un autor en busca de sus personajes" (PROA Editores,
2012), último libro de Roberto Alifano, amigo de la casa, quien
generosamente nos concedió su publicación. Si bien puede resultar extensa
para ser leída en una pantalla, no tiene una sóla línea de más, y nos revela un
Borges inocente, entrañable, y como siempre, completamente genial.
Alifano, quien fuera su amigo, secretario y mano derecha, nos permite
encontrarnos, para siempre, con su mayor personaje.

Hasta el año que viene.

FXBA

-------

No exagero para nada, Borges. Mis experiencias con usted han sido fabulosas
bajo todo punto de vista. Evocarlas me sigue encantando la vida. Como
pocos, lo conocí íntimamente y fui testigo de su originalísima manera de ser,
de su recatado humor, de su filosa ironía y de las particulares maneras de
reaccionar ante la inmediatez. Quienes lo encasillan en su extraordinaria obra
escrita no pueden dimensionarlo en su total esplendor.

Aunque resignado a la quietud de la ceguera, las circunstancias adversas


nunca modificaron su carácter homogéneo de caballero cabal y educado. La
fuerza radiante de su lucidez permanente, su conversación plena de
imágenes irrepetibles era siempre asombrosa, descubridora de universos
impensados. Nunca conocí un hombre más considerado, inteligente y con un
modo de ser tan delicioso como el suyo, que, aunque orillando el nihilismo,
gravitara tanto en el entorno con su escritura y la palabra oral.

Así es, mi querido Borges, usted era el genio que se imponía siempre sobre el
contexto de lo circunstancial y lo sobrevolaba con soltura portentosa. Duras
o benignas, jamás las circunstancias incidieron en su modo de ser, quizá
porque sentía que el mundo era apenas un pretexto para pensar y que, salvo
la literatura, pocas cosas merecían seriedad; acaso algún recuerdo que
evocara de sus mayores, aunque buscaba atemperarlo con el lado gracioso
(“Mi padre era un gran calavera que se perdía detrás de cualquier pollera”,
confesaba divertido. “Era cegatón, como yo. Una vez, cuando vivíamos en
Ginebra, vio pasar una mujer y la empezó a seguir diciéndoles piropos. De
pronto ella se dio vuelta y le dijo: “¡Pero, Jorge, ni a mí me vas a dejar
tranquila!”. Era mi madre la mujer acosada). Hasta el peronismo, que
ocasionalmente solía enardecerlo, fue motivo de su humor incomparable
(“No son ni buenos ni malos; son incorregibles”, sentenciaba con una sonrisa
piadosa).

Se sabe, mi admirado Borges, que analizar el pasado resulta siempre más


difícil que juzgar el presente. Echar una mirada hacia los tiempos idos es
poner en juego una pasión que ya no existe. Digamos, a modo de conclusión
para este exordio, que usted, el prudente y analítico Borges, salvo el arte de
la literatura, no lo apasionaban demasiadas cuestiones; eso sí, como buen
curioso le encantaba fisgonear en los asuntos más diversos (¡y vaya si era
curioso! Nada se le pasaba por alto; como diría Koremblit, otro entrañable
maestro, sólo una cosa le interesaba: todo). Veía la política, verbigracia,
como algo ajeno y transitorio, como “un juego sucio entre matones”, le oí
decir una vez, repitiendo la definición de Azorín, ese punzante español, a
quien usted no tenía demasiado en su consideración literaria, pero lo supo
citar en sus conceptos.

Casi nadie ignora que en los años del peronismo, usted sufrió la persecución
de algunos burócratas ensañados con el modestísimo cargo de auxiliar
tercero que ocupaba en una biblioteca del barrio de Almagro. Al disentir con
el régimen no titubearon en removerlo al ofensivo puesto de “inspector de
aves y huevos”, del cual se vio obligado a renunciar obviamente. ¡Cómo iba a
soportar tamaña humillación del enemigo! Otros funcionarios, más
resentidos aún, pusieron presas -por la misma causa de opositoras a Perón-,
a doña Leonor Acevedo de Borges, su madre y a Norah Borges, su hermana.
Antes y después de eso, el peronismo fue para usted, el vulnerable
ciudadano Borges, algo así como la práctica de una desmedida ferocidad;
tanto que solía compararlo a la remota dictadura mazorquera de Juan
Manuel de Rosas.

En el terreno de la política, como fervoroso opositor, usted podía perdonar


cualquier cosa, menos que alguien se hiciera peronista, en especial sus
amigos; tal fue el caso del escritor Leopoldo Marechal, compañero de
aventuras literarias en su juventud, a quien le retiró el saludo debido a esa
adhesión descalificante. Pasados los años, ese sentimiento, digamos mejor,
ese pavor, se fue transformando en la recurrencia sistemática de un
sarcasmo gélido que usted mantuvo de manera constante contra Perón, Evita
y toda la tribu peronista.

Pero, como dice una copla popular centroamericana, “la vida te da


sorpresas”. Un mediodía, mientras caminaba con usted por la calle Florida, al
cruzar la avenida Diagonal Norte nos vimos de pronto en medio de una
manifestación. Eran jóvenes militantes, adictos al peronismo, quienes al
percatarse del notable personaje que iba tomado de mi brazo, nos rodearon
de inmediato.

-No se asuste –traté de tranquilizarlo-. Esta gente parece no tener intención


de agredirnos.

Sorprendido y bastante alarmado, usted, Borges, apretó mi brazo pidiendo


que lo sacara de tamaño apuro; pero, contrariamente a lo que es de imaginar
y coincidiendo con mi parecer, los cánticos entonados por los muchachos
resultaron divertidos y, lo que es aún más raro, definitivamente favorables:

¡Borges y Perón, un solo corazón! ¡Borges y Perón, un solo corazón!, bramó


la turba de los entusiastas muchachos peronistas que saltaban a nuestro
alrededor, (devenidos en borgistas o borgesianos). ¡Qué paradoja, Borges,
qué suerte de oxímoron bien argentino!-

¡Una buena fórmula presidencial para ganar la elección! –reí yo, bromeando-.
Los muchachos aplauden y lo proclaman junto a su líder.-
¡Cáa-ram-ba, no parecen hostiles! –comentó usted menos aterrado que
perplejo, mientras las expresiones se dejaban oír con palabras cada vez más
amables de admiración-. Esto parece un sueño, despiérteme, Alifano. Ni
remotamente hubiera imaginado que alguna vez oiría pronunciar mi nombre
junto al de Perón.-

¡Qué buena fórmula, Borges! –repetí.

¡Cómo se le ocurre algo así –se alarmó usted con una sonrisa forzada-. ¡Ni en
chiste lo diga!

Pero era la verdad del caso, Borges. Así suelen ser las cosas, tan curiosas que
a veces parecen irreales; las razones (o las sinrazones) de este mundo
impredecible. El prestigio transfigura a quienes lo poseen y los niveles de
eminencia suelen convertirse en símbolos de meras o sorpresivas
situaciones. “El tiempo cicatriza las heridas”, como dice un antiguo refrán (¡y
de qué forma!). Después de pagar tributo a ciertas agresiones de otros
tiempos, después de sacrificarse en aras de un proclamado antiperonismo
casi militante, ahora esto: nada menos que su nombre junto al nombre del
caudillo populista. Quién iba a decir, Borges, que usted y Perón serían los dos
sellos incuestionables de la Argentina. Nadie que hable de literatura puede
soslayar a Jorge Luis Borges; tampoco quien hable de política puede obviar a
Juan Domingo Perón.

*****

Un rato más tarde, mientras almorzábamos en el restaurante Pedemonte con


el común amigo “Poroto” Botana, usted, desconcertado aún, no cabiendo en
su asombro, se refirió ya con calma, aunque justificadamente intrigado, a la
extravagante circunstancia que habíamos protagonizado.

-Por un momento yo creí que esa gente nos iba a linchar, pero, lo que ocurrió
fue increíble –se admiró usted-. ¿No les parece extraño este mundo que
habitamos? Mi padre decía: “que todo es tan raro que hasta el Misterio de la
Santísima Trinidad puede ser cierto”.

-Así es Georgie –asintió el duende Poroto Botana, otro buen porteño viejo
rumiador de situaciones-. Todo es tan raro, che, ¡quién iba a decir que con
los años tu nombre aparecería ligado al de Perón!…

-Este suceso que hemos vivido quizá le haga modificar la idea negativa que
usted tiene sobre Perón y los peronistas –comenté yo, conciliador-. ¿Quién le
dice que no haya llegado el momento de hacer otro balance del pasado?

-Pero no, de ninguna manera –desaprobó usted, terminante-. Yo sigo


creyendo que Perón estaba loco, completamente loco; él, y también Eva, su
mujer. Fíjense las medidas que tomó durante su gobierno: por ejemplo, eso
del aguinaldo es un verdadero disparate, una rarísima medida económica;
incomprensible por dónde se la mire. Nunca logré entender por qué ha sido
homologada por todos los gobiernos posteriores. A mí me parece una
barbaridad que una persona trabaje doce meses y se le paguen trece al final
del año.

alifaborges
-Sin embargo, Borges, ha sido imitada por los países más desarrollados,
donde no sólo se paga un aguinaldo, sino que se pagan hasta dos –comenté-.
En España y en Italia, es así; las leyes lo establecen, y otro tanto sucede en
Francia y en Alemania, por citar dos ejemplos.

-Y en todo el resto del mundo –amplió Poroto-. Es, lo que se llama una
conquista social, che.

-Eso no lo sabía. De manera que medio mundo está más loco que Perón y
que todos los argentinos juntos.

-Así es, Borges –confirmé-. Además, le soy sincero no entiendo demasiado


ese rechazo tan definitivo que usted siente hacia Perón y hacia el peronismo.

-Bueno, si me permiten que les cuente algunas cosas, van a entender mejor
mi posición –se defendió usted concluyente-. Yo padecí humillaciones
terribles bajo el régimen peronista. Era auxiliar de la Biblioteca Municipal del
barrio de Almagro, en las orillas de Buenos Aires, un cargo inferior, sin
ninguna importancia dentro del escalafón burocrático, un pinche y fui
rebajado por el peronismo al puesto de “inspector de aves y huevos”. Algo
imperdonable, ¿no les parece?

-Tenés razón. Fue un acto humillante, Georgie –aprobó Poroto-. Pero yo no


creo que Perón directamente haya tenido algo que ver con esa designación.

-Desde luego que no, pero sus acólitos y el régimen que él estableció, sí. Les
puedo contar, por ejemplo, las persecuciones que sufrí cuando fui presidente
de la Sociedad Argentina de Escritores; también Mujica Lainez, que era el
vicepresidente. Al poco tiempo de asumir me visitaron unos funcionarios
oficiales para decirme que habían observado que en las paredes no había
retratos de Perón ni de su mujer, Eva Duarte. Yo les contesté que no, que no
los había ni los iba a haber mientras yo estuviera al frente de la Institución.
Entonces me dijeron: “Le advertimos que si no los pone, tendrá que atenerse
a las consecuencias”. “Desde luego”, les contesté, “me atengo a las
consecuencias”. Por aquellos días yo estaba dando una serie de conferencias
sobre los “sufíes” en el barrio de Belgrano y, de pronto, veo entre los
asistentes, a un policía que anotaba lo que yo decía. Cuando terminé mi
charla me acerqué y lo invité a tomar un vaso de vino. El hombre se
confundió un poco, pero aceptó mi convite; supongo que eso habrá
trascendido porque al otro día al pobre lo relevaron. Concurrió otro en su
reemplazo, algo más drástico, ya que no aceptó mi invitación para tomar
vino. Estos hechos hicieron que por temor los escritores se alejaran de la
SADE; nadie se animaba a entrar ya que, de alguna manera, nos habíamos
pronunciado contra Perón. Después un grupo de escritores peronistas,
encabezados por Castiñeira de Dios pretendió tomar la Institución y como no
lo consiguió organizó otra sociedad paralela, que respondía al régimen. Yo fui
amenazado de muerte.

-Eso no lo sabía –comentó Poroto-. Una amenaza es algo grave.

-Sí, llamaron por teléfono a mi casa; mi madre atendió, y una voz,


debidamente profesional, le dijo: “Quiero que sepas que a vos y a tu hijo los
voy a matar”.

-Pero, ¡qué horror! –exclamamos consternados-. ¿Y qué sucedió, se cumplió


la amenaza?
-No. Como ustedes ven, yo sigo vivo –dijo Borges, sacando pecho y alzando la
cabeza-. Y mi madre, bueno, mi pobre madre se murió de vieja muchísimo
tiempo después, pocos meses antes de cumplir los cien años. Ella, en ese
momento, cuando llamaron por teléfono, les respondió: “Si usted lo quiere
matar a mi hijo; él, todas las mañanas, a las nueve sale para su trabajo. En
cuanto a mí, le aconsejo que lo haga pronto; tengo demasiados años encima,
así que por favor apúrese porque tal vez yo me le muera antes”.

-¡Qué respuesta tan valiente la de su madre! –dije-. Doña Leonor era una
mujer de agallas.

-Claro –aprobó usted-. La respuesta de mi madre fue muy valiente. Era una
mujer de coraje. Además, ¡qué lindo eso de “apúrese porque tal vez yo me le
muera antes!”. Muy literario, ¿no les parece?

-Esas cosas no las sabía –atinó a decir, bastante confundido, Poroto Botana-.
Pero, les cuento (y esto lo sé de buena fuente) Perón sentía un gran respeto
por vos.

-Así es –corroboro.-

¿Están seguros? –se negó a aceptar usted, escéptico-. Es la primera noticia


que tengo-

-Es la verdad, Borges –agrego-. Durante un tiempo lo traté y se lo oí decir.


-¡Cáa-ram-ba! –se sorprendió-. ¿No sabía que usted había sido amigo de
Perón? ¿Cuénteme cómo era?-

Una persona correcta y respetuosa. Creo que bien intencionada. Cuando


regresó lo hizo para lograr una unión entre los Argentinos, sin ninguna sed de
venganza hacia sus enemigos.

-Eso no lo demostró cuando ejerció el poder –se enardeció usted-. Mi madre,


mi hermana Norah y Victoria Ocampo fueron encarceladas por cantar el
Himno Nacional en la calle Florida.

alifaborges3

El peronismo fue una dictadura intolerante, como lo fue, a mitad del siglo
diecinueve, la de Rosas.-

Usted sabe que siempre hay arbitrariedades –atempero-. El Perón que


regresó del exilio era distinto al de sus dos primeras presidencias. Le cuento
que algunas veces hablamos con él de esos asuntos.-

¡Es increíble lo que me cuenta! –dijo usted sonriendo, con un gesto de duda-.
Tengo entendido que era un hombre intolerante. Lo que me dice me cuesta
aceptarlo.
-Le digo más, Borges, el General Perón era un buen lector.-

¡Bueno, el hecho de que Perón haya leído un solo libro ya es muy raro.
¿Cuáles eran sus lecturas?

-Plutarco, Platón, Aristóteles, el Martín Fierro, la Divina Comedia…

-Que haya leído la Divina Comedia, me resulta rarísimo –dudó usted-. Por no
decir algo imposible.

-Sin embargo, así fue –confirmé-, el general Perón había leído la Divina
Comedia y durante su gobierno hizo publicar la traducción de Mitre en una
edición popular para difundirla en los colegios.

-Esa traducción es espantosa. Ya desde el primer terceto desalienta al lector


por sus cacofonías. Y recordó el primer terceto con voz pastosa:

"En medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en
que la recta vía había perdido…"

-Esa versión fue publicada por la editorial Tor a pedido de Perón –amplió
Poroto-. Tuvo una tirada de un millón de ejemplares.

-Seguramente lo hizo por solidaridad gremial hacia Mitre –desconfió usted-,


que también era militar, con el grado de general como él.
-Perón consideraba que su suerte en el destierro era similar a la de Dante –
comento-. Le tocó un idéntico destino.

-Eso no beneficia para nada a Dante Alighieri –respondió usted, irguiendo la


cabeza-. El hecho de que se comparen esos destierros me parece una
exageración de su parte.-

No es tan así –defendí-. Perón fue un hombre que hacia el final de su vida
comprendió muchas cosas. No lo demonicemos. Vino a la Argentina para
lograr el Gran Acuerdo Nacional.

-Quizá tenga razón –pareció resignarse usted-. Pero no lo demostró: cuando


se murió, siendo presidente, dejó al país en manos de una mujer
absolutamente incapaz. Los peronistas no son ni buenos ni malos, son
incorregibles.

*****

En el sinuoso sendero del amor, usted, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges fue
siempre discretísimo, parco hasta en las dedicatorias; hay poemas de su
juventud, dedicados a mujeres que los inspiraron, que apenas traslucen las
iniciales. Todo lo disimulaba para dejarlo en suspenso y en el indicio, bajo la
relativa sospecha o en la mera conjetura. Por supuesto que no faltaron
aquellos que afirmaban que sus experiencias amorosas nunca se consumaron
en la pasión, ni desembocaron en ese final feliz de las películas románticas de
los años cuarenta. Las experiencias suyas, del prudente Borges, fueron más
bien tortuosas, conflictivas; eso sí, románticas a más no poder, ilustradas por
la luna y con recitados versos de Browning o de Keats, matizadas de alegorías
y ensueños imposibles de su propia cosecha, vale decir, de su experiencia
intransferible, maravillosa de poeta:

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. (…)

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Lo que ahora me propongo; Borges –y le pido disculpas por la indiscreción- es


relatar un hecho del que fui testigos y lo colmó a usted de dicha verdadera,
aunque por un breve tiempo. Pero el amor es así, querido maestro, fugaz, a
veces inaprensible. Algo intuíamos, sin certeza por cierto, hasta que una
despreocupada conversación lo reveló o, mejor dicho, hizo que usted,
Borges, me lo revelara, hasta llegar al fondo del asunto, hasta la confidencia,
cosa inusual en su caso. Recuerdo que empezó hablando de la mujer en
general; no de una en particular, quizá estimulado por una sensación de
evanescencia, o por la sensación de vacío, pues estábamos volando hacia la
ciudad de Córdoba, a más de diez mil metros de altura, donde lo esperaban
para dialogar sobre don Quijote.

-No recuerdo una época de mi vida en que no haya estado enamorado de


alguna mujer –deslizó usted como en un suspiro-. En mi primer libro Fervor
de Buenos Aires hay un poema dedicado a una muchacha por la que estuve
perdido; eso me llevó a escribir estos versos:

Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas


paredes y el mar será una magia entre nosotros…
-¡Qué belleza, Borges! Es el poema “Despedida”, de su libro Fervor de Buenos
Aires –aprobé con una sonrisa y agregué los versos siguientes,
completándolo:

No habrá sino recuerdos. Oh tardes merecidas por la pena,noches


esperanzadas de mirarte,campos de mi camino, firmamentoque estoy viendo
y perdiendo...Definitiva como un mármol entristecerá tu ausencia otras
tardes.

-¡Muchas gracias! –dijo, sorprendido-. No imaginaba que sabía de memoria


mi poema.

-Es la despedida de un amor, confesado de una manera incomparable –


comenté-. Quizá por pudor usted nunca reveló el nombre de aquella dama.

-No, inclusive ahora prefiero no hacerlo. He sido remiso a esas revelaciones –


respondió, moviendo la cabeza y apoyando su mano sobre mi brazo, y agregó
imprevistamente-. ¿Le puedo hacer ahora una confesión?

-Sí, por supuesto.

-Bueeeno, estoy enamorado –recuerdo, Borges, que lo expresó tirando la


cabeza para atrás, con voz lenta, casi apretando los dientes como temiendo
dejar salir las palabras-. ¿Qué le parece? ¡A mi edad, Alifano, quién iba a
decirlo!
-Para el amor no hay edad, Borges –comenté con vaguedad-. Llega y se lo
debe asumir.

-¿Le parece?-Estoy convencido. Si bien uno ya no es un objeto sexual, quizá la


edad es lo menos importante –justifiqué, y agregué en tono de broma-. En
todo caso se pasa a ser un objeto morboso. Por otro lado uno tiene todo el
derecho.

-Es cierto. ¿Quién puede prever una tempestad? Y el amor puede ser una
tormenta, o un tormento.

-Sí que lo es. ¡Vaya si lo es!

Y usted, Borges, feliz, menos quizá por mi respuesta que por el placer que le
dio hacerme esa confesión, estalló en una carcajada complaciente.

-Usted es mucho más joven que yo, pero sabe algo de esas cosas del amor…

-No es así, Borges -negué, acompañando su risa-. Sobre ese complejo tema
nadie sabe nunca lo suficiente. Sin duda, usted sabe mucho más que yo.

-¡No, no sé demasiado, es una materia que aún tengo pendiente, pero me


resultó divertida su observación: “uno pasa a ser un objeto morboso”. Es
cierto, quizá tiene razón, un anciano puede ser eso.
Y agravando la voz, completó:

-A mi edad, claro, uno tiene el derecho de acogerse a los beneficios de la


vejez, ¿no le parece?

-Todos somos jóvenes y viejos en algún sentido –comento con ambigüedad,


pretendiendo ser inteligente-. Su experiencia es extraordinaria, Borges; y no
lo digo sólo en el campo literario, en el cual es insuperable, ¡vaya novedad!,
sino también en el de la experiencia. ¡Usted sí que no ha pasado en vano por
la vida… y lo sigue haciendo! Sus observaciones son las de un verdadero
sabio. No le voy a pedir que me revele el nombre de esa mujer. Soy lo
suficientemente prudente.

-Lo sé, pero usted se dará cuenta de quién se trata. He pensado en un


poema. ¿Tiene para escribir?

-Sí, por supuesto.

-Bueno, escriba, lo titularemos Al olvidar un sueño, y la dedicatoria será para


la señorita Viviana:

En el alba dudosa tuve un sueño.

Sé que en el sueño había muchas puertas.


Lo demás lo he perdido. La vigilia ha dejado caer esta mañana esa fábula
íntima, que ahora no es menos inasible que la sombra de Tiresias o que Ur de
los Caldeoso que los corolarios de Spinoza.

Me he pasado la vida deletreandolos dogmas que aventuran los filósofos.

Es fama que en Irlanda un hombre dijo que la atención de Dios, que nunca
duerme, percibe eternamente cada sueño y cada jardín solo y cada lágrima.

Sigue la duda y la penumbra crece.

Si supiera qué ha sido de aquel sueño que he soñado, o que sueño haber
soñado, sabría todas las cosas.

Y usted, Borges, tan dado siempre a jugar con la esperanza y la desesperanza,


usted que hizo de la mujer un tema casi secreto, llegaba ahora a la confesión.
Se había enamorado de manera juvenil y se llenaba de silencios, de
emociones contenidas, de palabras que escondían una trémula ternura. Sin
abundar en razones, quizá regido por los preconceptos, consideraba que ese
destino lo arrastraba casi siempre hacia una relación desdichada. En medio
del desconcierto, desvalido y poco hábil para enfrentarse a la vida
sentimental, buscaba otra vez el alivio en la digresión intelectual.

-¡Ah, los abismos del amor! –reflexionó casi ensimismado-. Podríamos hablar
de amistades amorosas, de juegos galantes, ¿no le parece?

-Entre otras cosas, claro –le respondí vagamente-. Pero, porque no ir al fondo
del asunto y asumirlo como corresponde. Una mujer, me refiero a una mujer
joven, puede ser la hija de adopción de un hombre mayor. Estoy pensando
en el caso de Michel de Montaigne con Marie de Gournay, donde ella se
convierte en una suerte de hija, de fille y quizá algo más.
-Digamos en su fille d’alliance

-Sí, Borges, ese fue el caso de Montaigne con la joven Marie. La convirtió en
su fille d’alliance.

-¿Le parece un camino posible?-Estoy convencido. Es algo posible, en su caso,


por supuesto.

-Seguiré su consejo.

Y usted, Borges se arrellanó satisfecho en su butaca con la cara iluminada por


la alegría. Cerró los ojos, apretándolos tan fuerte que se transformaron en
dos húmedas líneas.

Por esas cosas del destino, por desgracia, o vaya a saber por qué razón del
misterioso azar, usted no se pudo convertir en ese hombre protector que fue
Montaigne para Marie de Gournay. Algo se interpuso implacablemente y otra
persona que lo acompañaba en sus recorridas por el mundo hizo valer su
condición de casi dueña suya. Y así, de manera dolorosa, la bella joven fue
desplazada, por decirlo con un eufemismo.

Vino luego su menos intempestiva que confusa partida de Buenos Aires y el


incierto peregrinar por una gélida Europa durante dilatados meses.
Finalmente, su compleja, dolorosa, solitaria muerte en la ciudad de Ginebra,
que ya estaba casi prevista, pero la muerte siempre es imprevista, Borges.
Allá, en esa lejana tierra de su infancia, en esa permanente ciudad otoñal
junto al lago inmóvil, que también era una de sus patrias amadas, como lo
había escrito - aunque en verdad, digamos, que por su actitud cosmopolita,
usted fue ciudadano de todas las patrias del Planeta-, lo alcanzó la eternidad.
Allá reposa por ahora, o quizá eternamente, qué importancia tiene, Borges.

Sólo un poema imborrable y la efectiva dedicatoria, que pretendieron


eliminar de su literatura, recuerdan ese amor que no pudo ser (*).

(*) En una entrevista que le realizara el periodista Diego Rojas para la Revista
Veintitrés, Alejandro Vaccaro, estudioso de la obra de Borges y uno de sus
principales biógrafos, manifestó que María Kodama, había modificado
algunos textos de nuestro escritor al suprimir, por ejemplo, el poema “Al
olvidar un sueño” de la Obra Completa que, como se sabe, está dedicado a la
señorita Viviana Aguilar, protagonista del affaire mencionado en mi
conversación. Kodama, dedicada casi full time a esa cacería de brujas, con
tribunalicias consecuencias judiciales, le inició juicio penal a Vaccaro.

Suprimir un texto o quitar una dedicatoria, como sucedió con el “Poema de


los dones”, para citar otro ejemplo, donde figura el nombre de la escritora
María Esther Vázquez, es un acto condenable desde todo punto de vista y,
como afirmó Alejandro Vaccaro “una inmoralidad que modifica la obra de
nuestro máximo escritor”.

Por su parte, Juan Gasparini en su libro Borges: La posesión póstuma, pone


de manifiesto la relación de Borges y Aguilar durante los comienzos de los
años ’80. Escribe Gasparini: “Viviana Aguilar, por quien Borges amagara dejar
a María Kodama en 1981, despliega una teoría peculiar. A los 43 años, ahora
en su casa de la Avenida Belgrano en Buenos Aires, Viviana habla sin tapujos.
En cuclillas sobre el suelo de la sala, de espaldas a los ventanales donde se
filtra la medialuz del anochecer, aquella “clase de amor muy importante” que
sintió por Borges durante cinco años renace en las volutas del cigarrillo. A él
lo animaba la convicción de que el destino elige a uno y no a la inversa, dice
ella, y que no valía la pena oponérsele. “Así es más cómodo, nosotros
obedecemos y casi no tenemos voluntad ni responsabilidad”, retumban sus
palabras textuales. De las palabras de Viviana podría inferirse que Kodama
fue un castigo para Borges, quien aceptó esclavizarse”.

Más adelante Gasparini señala las razones que pusieron fin a esa relación:
“Bioy Casares y Alifano rescatan ejemplos de la infausta dependencia con
que Kodama aprisionaba al escritor, alejándolo de sus amigos. Afirman que le
prohibía ceder el importe de una de sus jubilaciones a su hermana Norah, o
que lo forzó a anular un viaje a Colombia acompañado por la joven Viviana
Aguilar, empleada de la librería La Ciudad, situada enfrente de su domicilio,
de la cual el autor se enamorara conmovedoramente, encartando fotos con
ella en la recóndita intimidad de sus libros de su escasa biblioteca personal.
El incidente con aquella muchacha no fue intrascendente. Aconteció en 1981,
cuando ella tenía 23 años. Su desenlace fue una tragedia para Borges, tal vez
su única oportunidad de abandonar a Kodama por otra mujer. Vaciándole su
corazón por teléfono, Borges le comunicó que el proyectado viaje que juntos
harían a Bogotá, donde debía estar presente en un ágape cultural invitado
por Germán Arciniegas, se suspendía. “Soy un pobre infeliz atado a mi
destino”, le dijo, y colgó”.

Cabe resaltar que este libro fue cuestionado ante la Justicia por Kodama, sin
embargo, el Juzgado Correccional Nº 3 a cargo de la Dra. María Susana
Nocetti de Angeleri resolvió absolver de culpa y cargo a Juan Gasparinipor los
delitos de Calumnias e Injurias prevista en los artículos 109 y 110 del Código
Penal, por los que fuera acusado. También la Sala III de la Cámara de
Casación Penal resolvió Declarar mal concedido el recurso de casación
deducido por la parte querellante y actora civil, sin costas (arts. 444, 465, y
530 del Código procesal penal).
Asimismo ante el Recurso Extraordinario presentado por la querellante María
Kodama, la Sala III de la Cámara de Casación Penal con fecha 6 de julio de
2005 resolvió No Hacer Lugar al Recurso Extraordinario interpuesto, con las
costas correspondientes. Con lo que la sentencia quedó firme.

Por su parte Epifanía Úveda de Robledo, “Fani” para la familia Borges, quien
fuera el ama de llaves por algo más de 35 años, en su libro El Señor Borges,
realizado en coautoría con Vaccaro, señala: “Salvo durante los viajes, que
hacía al exterior en compañía de Kodama, aquí, en Buenos Aires, Viviana
Aguilar se convirtió en una inseparable compañera de Borges, quien
anhelaba constantemente su presencia. En una ocasión, el señor Borges tenía
que dar una conferencia y lo acompañó Viviana. Cuando salieron, un
fotógrafo indiscreto los retrató para una revista. Estaban hermosos, parecían
novios. Pero en otra oportunidad que fue con ella, al llegar al lugar el señor
Borges se descompuso y no pudo dar la conferencia. Esa tarde se había
puesto nervioso porque tuvo una discusión telefónica con otra mujer y estoy
segura de que eso lo afectó”. Más adelante, Fani resalta las razones que
llevaron al rompimiento de la relación: “El desenlace se produjo cuando el
señor Borges intentó que Viviana ocupara el lugar que hasta ese momento
tenía reservado María. Podían salir a caminar por Buenos Aires, cenar, ir
juntos a una conferencia, compartir distintos momentos en la librería La
Ciudad o bien en el living del departamento de Maipú. Pero los viajes al
exterior eran patrimonio exclusivo de María Kodama, que los manejaba como
un negocio propio”.

Y sigue relatando Fani: “La relación entre Viviana Aguilar y el señor Borges se
terminó de manera abrupta. Lo habían invitado para ir a dar unas
conferencias a Colombia y él decidió que lo acompañara Viviana. Cuando ya
tenían los pasajes y faltaban pocos días para irse, irrumpió en el
departamento María, quizá recién enterada de su mala nueva, y le hizo una
escena de celos, diciéndole que se oponía a ese viaje con otra persona y que
si persistía en esa actitud ella se iba para siempre y otras amenazas más. A
pesar de ello y de haber suspendido el viaje, naturalmente, el señor siguió
hablando por teléfono y viéndose con Viviana, aunque más esporádicamente.
Hasta que finalmente y con mucho dolor debió alejarse de ella.”

Cuando en 1981 Borges publicó el libro La cifra, incluyó en la primera edición


el poema “Al olvidar un sueño” dedicado a Viviana Aguilar. En ese sueño que
se refleja en el poema “...había muchas puertas”, lo demás se ha perdido,
“...si supiera qué ha sido de aquel sueño que he soñado, o que sueño haber
soñado, sabría todas las cosas”.

Como corolario, María Kodama decidió eliminar la dedicatoria a Viviana


Aguilar en el poema citado. Pero esto sólo pudo hacerlo en la edición
argentina, ya que cuando el libro se editó en España conservó el deseo
original de nuestro escritor. Sin embargo, el episodio no terminó allí. Después
de la muerte de Borges, en la edición de la Obras Completas, donde se
incluye La cifra, el poema fue eliminado.

Por supuesto, como corresponde, la justicia argentina, en un fallo ejemplar,


le dio la razón a Alejandro Vaccaro. Eliminar un poema, quitar una
dedicatoria es modificar una obra.

S-ar putea să vă placă și