Sunteți pe pagina 1din 249

Las diez mil cosas

Palabras e imágenes de Robert Saltzman


Editado por Elena Ascencio Ibáñez
Copyright © Robert Saltzman 2017
Primera tirade, Febrero, 2017

www.facebook.com/robert.saltzman

impossible1@gmail.com
Estudiar al ser es olvidar al ser.
Olvidar al ser es estar iluminado por las diez mil cosas.
--Eihei Dögen (1200-1253)

La furia por querer concluir es una de las más mortales y más infructuosas
manías que acontecen a la humanidad. Cada religión y cada filosofía ha
pretendido tener a Dios para sí misma, medir el infinito y conocer la fórmula
para la felicidad. ¡Qué arrogancia y qué sinsentido! Veo, al contrario, que los
más grandes genios y los trabajos más grandiosos, nunca han concluido.
--Gustave Flaubert

La humildad no es un hábito peculiar de la modestia, más bien como tener


una voz inaudible, es un respeto desinteresado por la realidad. . . .
--Iris Murdoch
Las diez mil cosas
Introducción
Por el Dr. Robert K. Hall

Cuando me imagino hablando con una persona quien por la primera


vez abre las páginas de este libro, pienso en decirle a esa persona algo así:
«Estás a punto de leer un auténtico e increíblemente lúcido recuento de lo que
es vivir en este mundo como un ser despierto y, simultáneamente funcionar
como una personalidad, con todos los hábitos comunes y las peculiaridades
de un ser individual.»

La manera de Robert de describir su entendimiento de la existencia


humana desde el punto de vista de una personalidad despierta es una
revelación. Su libro es una mirada fresca a las preguntas que se le ocurren a
cualquiera quien piense profundamente sobre estas cuestiones, preguntas
sobre el libre albedrío, la auto-determinación, el destino, la elección, y
quiénes somos, a fin de cuentas.

Creo que ese es un «libro de gran avance». El estilo de escribir de


Robert acerca de temas tan efímeros y difíciles como la consciencia, es
honesto, conciso y adecuado. Su capacidad para describir sus experiencias de
vivir en una realidad bastante diferente a las formas convencionales de
pensar, es brillantemente inusual.

Cuando primero me encontré con el trabajo de Robert Saltzman, sentí


las mismas sensaciones de descubrimiento, deleite y emoción que recuerdo al
encontrarLa sabiduría de la inseguridad, de Alan Watts, Libertad de lo
conocido, de Krishnamurti y Más allá del materialismo espiritual de
Chögyan Trungpa.

Su claridad de mente destaca con intensidad en cada oración en este


libro. Su habilidad para aclarar las ramificaciones más difíciles y las sutilezas
de la consciencia despierta, es tan libre de pensamiento encumbrado, tan libre
de frases habituales, tan libre de mancha de dogma religioso y de las formas
convencionales de hablar de asuntos tan difíciles, que este libro sobresale
para mí como una exposición completamente fresca e iluminada de la
consciencia despierta; un entendimiento despierto de lo que es ser un
humano.
Capítulo 1, El despertar y el comportamiento

Pregunta: Hola, Robert. Desde un punto de vista psicológico, ¿cómo impacta


el despertar al comportamiento personal? Recuerdo una conversación en la
que hablabas de «una resaca de seis años» que parecía girar alrededor de la
prolongación de comportamientos narcisistas de «Robert», a pesar de la
repentina experiencia de despertar que tuviste.
He escuchado a gente describir experiencias similares. Una de mis
descripciones favoritas es de un inglés llamado Rupert Spira. Él dice que los
viejos hábitos de pensar, sentir y percibir como un ser separado pueden
continuar durante toda una vida, incluso después de haber comprendido que
un ser separado es una ilusión.
Shinzen Young, un maestro de meditación nacido en los Estados
Unidos, quien ha sido una gran influencia en mi pensar, despertó después de
vivir como monje en Japón, pero continuó batallando con una adicción a la
marihuana y con la procrastinación, incluso 35 años después de su cambio en
identidad.
Yo nunca esperaría que cualquier experiencia repentina resultara en
cambios instantáneos de comportamiento, pero, ¿sientes que tu experiencia
pudo haber cambiado tu comportamiento en cualesquiera formas positivas?

P2: Robert, pareces ser un duro crítico de la religión y de la espiritualidad,


incluyendo no solamente las religiones antiguas, sino también la
espiritualidad new age, neo-Advaita y similares. ¿Esto es algo que sentías
antes de despertar, o la experiencia del despertar resultó en este escepticismo?
Robert: La palabra «despierto» puede ser problemática, incluso más allá de la
incertidumbre común respecto a qué significado tiene una u otra palabra
realmente. En primer lugar, «despierto» pudiera parecer denotar una especie
de condición que no cambia–un estado fijo en el cual alguna persona (la
despierta), permanece o sigue-- pero esa no es mi experiencia. En segundo
lugar, las palabras «despierto» e «iluminado» suenan más bien grandiosas
para una perspectiva que parece bastante natural--tan natural, diría yo, como
levantarse tras una siesta por la tarde y encontrarse a uno mismo vivo y
consciente. Así que antes de dedicarme a las preguntas, debería aclarar mi
uso de la palabra «despierto».
Cuando quiera que piense al respecto, o que lo note, me encuentro
aquí. Cuando digo «aquí», me refiero al centro visual de un aparente mundo
de vistas; al centro auditivo de un aparente mundo de sonidos; al centro táctil
de un aparente mundo de texturas, etc. La totalidad de esa información
sensorial; la mayoría de la cual normalmente pasa desapercibida, es
ensamblada momento a momento en una experiencia del «mundo». Yo no
puedo hacer ese ensamblaje, tal como no puedo digerir mi comida o circular
mi sangre. No tengo elección al respecto. Cuando despierto después de
dormir, el mundo está ahí, una constante confección que no es mi hacer.
Tampoco sé qué es «realmente» ese mundo, ni de dónde viene mi experiencia
del mismo.
Puesto que yo ni hago el mundo, ni, pese a los dogmas de la religión y
de la espiritualidad, sé nada sobre su fuente, no sé y no puedo saber qué soy
«yo»--una característica de ese mundo--tampoco.
De manera que, para mí, despertar significa el final de la
«espiritualidad» ante el innegable entendimiento de que toda conjetura al
respecto de «mi ser1» queda corta--debe quedar corta--para poder explicar de
hecho cualquier cosa. En cada momento, me encuentro a mí mismo aquí
como un aparente foco de consciencia, sin jamás siquiera haber elegido estar
aquí; sin saber lo que «realmente» soy y sin la necesidad de saberlo. Estoy
muy al tanto de que lo que veo y siento es un brebaje de uno u otro tipo, pero
este mundo es el mundo que tengo; así que yo, un aparente componente de
este mundo mío, vivo en él y con él--no en un mundo de conjetura,
suposición y misticismo respecto a cuestiones absolutas, sino aquí y ahora. A
eso me refiero con la palabra «despierto».
Una vez escuché a Rupert Spira en la radio. Parecía hablar respecto a
su experiencia de despertar de una manera tanto objetiva, como
humildemente--ambas buenas señales, en mi opinión. Como sabes, pasé por
un abrupto cambio de enfoque que me dejó sin habla por un rato, capaz
solamente de sentarme desnudo en el piso, riendo. Me reí al ver que la broma
era a mi costa: «Esto es obvio. Esto siempre ha estado aquí. ¿Cómo pude
habérmelo perdido?» Me reí también, supongo, con alivio ante la repentina
liberación.
He hablado del resultado de ese suceso, lo que incluyó la dificultad de
reconciliar la separación entre el misterioso, desconocido «yo» y la ordinaria,
convencional persona, cuyo punto de vista centrado en sí mismo y cuya
personalidad normalmente neurótica parecía lo que se suele esperar. Esa
separación tenía que ser reconciliada, porque ambas figuras estaban viviendo
en el mismo cuerpo y utilizando la misma boca para hablar.
No recuerdo mencionar una resaca de seis años, pero supongo que es
en referencia a una seria enfermedad que contraje en 1990, apenas unos seis
años después del descubrimiento inicial respecto al que preguntas. Esa
enfermedad pegó fuerte justo la noche de la inauguración de una exhibición y
firma de libros por la cual había estado sintiéndome importante e inflado. En
el evento, estaba yo demasiado enfermo como para llegar a la inauguración.
Me perdí la enchilada entera.
Durante los meses siguientes de angustia y recuperación, pude ver
que, a pesar de la abrupta experiencia de despertar, la cual se sintió
completamente real e innegable, aún albergaba yo un egoísmo acerca de mi
trabajo como artista; como si fuera yo el hacedor de ese trabajo, cuando sabía
bastante bien que «ego-yo» no era hacedor de cosa alguna. Así que ahí estaba
en franca claridad: la separación.
_________________________________________
1. Del inglés myself: (yo mismo). A lo largo de la obra, se utilizarán de manera intercambiable
los siguientes vocablos para su traducción: «yo mismo», «yo» y «mi ser». [N.T.]

Como asumo que Rupert y Shinzen decían, uno puede estar


consciente de las limitaciones del «yo mismo» ordinario, y, sin embargo, de
algún modo –como dándose a uno mismo gato por liebre en el nivel
emocional--olvidar, y así caer de vuelta en un imaginar a veces que uno tiene
control de las facultades tales como la voluntad y el decidir--facultades que
uno ya ha visto que son inexistentes. No es suficiente, aparentemente,
«despertar». El despertar debe entonces ser absorbido por sectores de la
personalidad que pudieran ser lentos en alcanzar el ritmo, aislados como son,
por los hábitos y las exigencias de los intereses propios. Los buscadores de la
iluminación parecen seguido imaginar que el despertar significará la
repentina y absoluta aniquilación del «ser personal», pero esa no es mi
experiencia. El despertar, digo yo, nunca termina, ni tampoco la personalidad.
¡Personalidad! Nadie elige con la que debe vivir, al igual que no
elegimos nuestros cuerpos, las circunstancias de nuestro nacimiento y
crianza, ni el resto. La personalidad le viene a uno como el destino y es
expresada y vivida de manera natural. En mi entender, las únicas
modificaciones a esta expresión automática llegan vía influencias externas.
Los cambios ocurren junto con el «funcionamiento» del universo entero, no
en obediencia a los deseos de un aparente «decididor». Después de todo, para
empezar, ¿qué hace al supuesto «decididor» desear cambiar? ¿De dónde
viene ese deseo?
Para mí, un ser personal aparente está presente todavía, pero ha
perdido la autoridad de sus juicios, de sus certezas y de sus creencias-
mascota. Se fue también la usual intensa identificación con la historia
personal y la autobiografía como si uno poseyera el pasado, o por lo menos la
pequeña porción del pasado que le corresponde a uno. No quiero decir que no
pueda recordar experiencias que ya se fueron, sino que han perdido su poder
de afectar y condicionar el presente. Si hablo de experiencias pasadas, se
siente completamente como si hablara de alguien más.
Sin sus certezas y su apego habitual a la auto-plenitud y a la auto-
justificación, el ser personal no tiene nada sólido de lo cual colgarse. Si hay
enojo, dura solamente un momento. Si hay lujuria, dura solo por un
momento. Tales sentimientos no son, ni racionalizados y explicados por
referencia al pasado, ni sostenidos por tejerlos dentro de una historia que uno
imagina continuará hacia adelante entrando a un futuro visualizado. Para mí,
los sentimientos no están conectados de esa manera. Uno realmente sí vive
todo el tiempo solamente en el aquí y ahora, no por elección, sino justamente
porque así es.
Nadie ha encontrado palabras adecuadas para explicar esto, o al
menos, yo nunca me las he cruzado. D.T. Suzuki dijo que «La iluminación es
como la consciencia cotidiana, pero a unas dos pulgadas del suelo». Como
dije antes, la palabra «iluminación» parece demasiado pretensiosa para mi
gusto. Sin embargo, la imagen de Suzuki no está tan mal, capturando como lo
hace, tanto lo ordinario del asunto entero, como la sensación de andar
ligeramente por este mundo de asuntos cotidianos; mismos que son
solamente lo que son, cuando son, sin importar lo que cualquiera piense al
respecto.
En cuanto a la reconciliación de la separación entre la persona
construida socialmente y el estar despierto momento a momento, aquellos
con un fondo religioso, a veces la abordan por medio de referencia a la
tradición. Por ejemplo, para un cristiano despertando, la experiencia que
llamo la no alternativa (las cosas son tal cual son y no pueden, en este
momento, ser distintas) pudiera ser ejemplificada con las palabras:
«Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen» (perdónalos porque no
tienen alternativa).
Sin embargo, entender el despertar en términos del argot y la
simbología de la crianza tradicional de uno es una cosa, pero emular una
actitud supuestamente sagrada o santa, o seguir alguna idea religiosa con
expectativas de que tal imitación conducirá a despertar, es otra cosa. Esta
última es, digo yo, ciertamente una esperanza en vano. El imitar a otros no
conducirá a ver a mi ser y al mundo como el misterio que son. Todo lo
contrario. Despertar es cuando tú no imitas.
Sé que algunos buscadores, tanto en el oriente como en el occidente,
aspiran a encontrar la salvación o la liberación a través de intentar auto-
realizarse de acuerdo a sus conceptos existentes de un ser supremo--una
especie de Imitatio Dei-- pero para mí, ese tipo de «salvación» parece más
auto-hipnosis, no despertar.
Desde mi perspectiva, decidir y elegir operan, si acaso, solamente
dentro de un área limitada que es más ficción que real. Si uno ve que
realmente no existe eso que llamamos libre albedrío, la capacidad de acusar,
de culpar y de reprochar, simplemente desaparece. La no alternativa implica
no culpa. Eso es perdón. No que nadie elija perdonar, o decida perdonar.
Escepticismo no es la palabra indicada para mi apatía hacia la religión
y la espiritualidad. Habiendo visto el vacío de las supuestas respuestas a las
cuestiones absolutas, veo esas respuestas como elementos en el dominio del
pensamiento mágico sin fundamento. El pensamiento mágico no es de interés
alguno para mí--ninguno. Desconozco si existe o no un consciente principio
global o un así llamado «ser supremo», y no me importa. Sé lo que sé
precisamente ahora desde esta perspectiva presente, y eso es muy poco.
No sé nada sobre las cuestiones absolutas: nada sobre la entrega de la
voluntad a Dios, como en el cristianismo y el islam; nada sobre la realización
de la identidad de uno con Brahmán, como en el hinduismo; nada respecto a
lo que ocurre cuando mueres, ni nada sobre cómo todo esto llegó aquí--nada
de eso. Lo único que conozco es el constantemente cambiante flujo de
percepciones, sentimientos y pensamientos en este arroyo de consciencia,
incluyendo el pensamiento habitual y recurrente llamado «yo mismo». Y sé
que el yo que es percibido no está, ni haciendo ese arroyo, ni se encuentra
tampoco aparte del mismo.
Los creyentes espirituales de varios tipos aseveran, con injustificada
certeza, que un ser supremo sí se encuentra aparte de ese flujo. Ese supuesto
ser consciente, ya sea el Brahmán del hinduismo, o el Dios del cristianismo,
del islam y del judaísmo, es declarado como permanente, eterno e ilimitado.
Pero en mi propio corazón, yo no sé si algo cualquiera es permanente, o
siquiera qué significaría «permanente» en la vastedad de este universo--hasta
esa pequeña porción del universo de la cual estamos de hecho conscientes.
No tengo razón alguna para creer en nada permanente. Tampoco lo dudo.
Simplemente no sé, y ese «no-saber» es parte integrante de lo que yo
considero «despierto».
Para ponerlo en términos simples, hasta donde cualquiera de nosotros
sabe, nadie está haciendo este arroyo de consciencia--el río de percepciones,
sentimientos y pensamientos que en cada momento «yo mismo» es. Puedes
decirte a ti mismo que «Dios» está haciendo ese arroyo, pero colgarle un
nombre a lo incomprensible, no hace nada para explicar o para iluminar el
prominente y real misterio de la «aliveness»2 –-el asombroso hecho de ser
siquiera, antes de los conceptos respecto a la supuesta fuente de esta
«aliveness».
Si un ser supremo tal existe o no, es, de cualquier manera, más allá
del punto. Sin importar lo que creas o no creas, innegablemente aquí estás.
Cada momento es único en su condición fundamental e intrínseca--en su
carácter esencial--aquí y ya no, como un relámpago. ¿Quién sabe qué--si
acaso hay algo--está creando esa condición fundamental e intrínseca? Aquí
estás tú, sin saber. Cada momento es lo que es, cuando lo es, ¿no?
La ciega aceptación de ideas encontradas en escrituras supuestamente
numinosas, recopiladas de testimonios de presuntos expertos, o nacidas del
matrimonio entre necesidades psicológicas y conjetura, se llama «fe». Yo
estoy mucho muy lejos de cualquier cosa así. Desde mi perspectiva, la fe es
solo otra palabra--que suena mucho mejor--para la credulidad. En el
despertar, uno ve que los conceptos sobre las cuestiones absolutas son
meramente pensamientos transitorios en las mentes cambiantes humanas, y
no «Verdad».
El arroyo de consciencia no se llama arroyo sin razón. Nunca cesa de
fluir. Quizá desees continuar creyendo lo que crees ahora, pero aferrarse a
ideas--incluyendo ideas acerca de quién y qué eres —no significa que puedas
quedártelas. Eso es a lo que se refería Heráclito cuando famosamente dijo que
«Todo cambia y nada queda, y no puedes entrar dos veces al mismo río».
_________________________________________
2 Aliveness. A lo largo de toda la obra, aparecerá esta palabra en su forma original en inglés.
El autor con ella se refiere a la condición básica y desnuda de ser siquiera, antes de lo que cualquiera
piense o diga al respecto; la cualidad en sí de estar vivo como cualquier otra forma viviente; la fuerza
viva misma. [N.T.]

Las conjeturas y las suposiciones pueden ser fructíferas en los asuntos


cotidianos, pero no pueden aplicarse útilmente a las cuestiones absolutas. ¿A
quién le importa lo que alguien declare que quizá sea, pudiera ser, o hasta es
el «sustrato» de la realidad o la «causa primera» de todo lo que vemos? Todo
eso puede ser debatido y negado, pero uno no puede negar este momento y
todo lo que contiene. Quizá no haya «causa primera». ¿Debe haber una causa
primera para que esto esté aquí?
Si alguien encuentra gozo o significado en la práctica religiosa,
conmigo está bien. No ando por este mundo criticando. Pero, dado que me
estás preguntando sobre mi experiencia, debo contestar que la
«espiritualidad» no tiene nada que ver con ella, y que el acogimiento de
creencias espirituales no corroboradas, lejos de proveer un camino hacia la
comprensión, con más frecuencia parece impedirlo.
Cuando un gurú famoso te dice que «Tú no eres la mente», ¿qué
podría significar eso? ¿Por qué deberías de creer una declaración tal? Si el
gurú es carismático, o si tiene muchos seguidores, ¿eso hace que tal
aseveración sea verdad? Si la aseveración solo te atrae de alguna manera,
¿eso la hace cierta? ¿Realmente hay un «tú» que no es mente, pero que puede
de alguna manera entender palabras, juzgarlas como ciertas y considerar
como «iluminado» a quien las dice, y, por consecuencia, una primera fuente
infalible? ¿O «tú no eres la mente» es tan solo otra idea en la mente; que la
aceptas por fe o porque te gusta la forma en la que suena?
No tengo interés alguno--ni siquiera del tamaño de una cagada de
mosca--en creencias, conjeturas, o fe de ningún tipo; no porque una creencia
u otra haya sido probada como equívoca, o porque yo sea ateo o materialista,
sino porque este momento es suficiente por sí mismo, sin que yo necesite
creencia alguna.
En algún momento durante mi lenta recuperación de la enfermedad
que me mostró la separación entre el indefinible misterioso ser y el
convencional ego, perdí el deseo de continuar mi carrera en el mundo del
arte. Estaba cansado de la vanidad y de la pretenciosa auto-promoción por
todos lados; me disgustaba la compañía de todos los artistas con excepción de
unos cuantos, y con frecuencia tenía que beber en exceso antes de poder
asistir a las inauguraciones de mis exhibiciones. Ahora ya había yo terminado
con eso. Volví a la escuela, obtuve un doctorado en psicología, e inicié mi
trabajo como psicoterapeuta. Así que supongo que ese es un cambio en el
comportamiento, si es a eso a lo que te referías.
Hoy día, diría yo, nada de esto presenta la más mínima dificultad
siquiera. Como cualquier otra persona, tengo una historia y una personalidad,
no elegidas, sino impuestas por la naturaleza y la crianza. Es lo que es. De
nadie es la culpa, y no estoy juzgando.
Capítulo 2, Borrón y cuenta nueva

P: Para muchos de nosotros, enfrentar la verdad puede ser aterrador. La


aparente pérdida del sentido de límites de mi ser personal, de mi ser
condicionado, se siente como el máximo sacrificio. Esto puede asustar
mucho, pero si queremos estar abiertos a la verdad, debemos enfrentar esto.
El pensamiento condicionado estaría fuera de circulación si uno encontrara la
verdad, porque despertar es rechazar el pensamiento condicionado y las
maneras condicionadas. En esencia, el hombre está teóricamente abierto a
verdad ilimitada. En esta etapa se vuelve demasiado doloroso engancharse a
las preciadas condicionantes, y es aquí donde la ayuda de un amigo como
Robert es invaluable. A este punto en la aceptación de ese sacrificio, ya no
hablo al respecto con nadie, ¡y estoy seguro de que todos están muy felices de
que me haya callado! Gracias, Robert.
R: De nada. Es buenísimo dejar de ser un sabelotodo, ¿verdad? La gratitud
que sientes me recuerda a la estima que yo sentía por mi difunto mentor,
Walter Chappell. Conocer a una persona así en esta vida, realmente es un
regalo, aunque, tal como una bella rosa, pudiera parecer un tipo de regalo
espinoso.
P2: Shen Hui dijo: «Hay una diferencia entre el despertar y la liberación. El
despertar es repentino, pero de ahí en adelante, la liberación es gradual».
¿Podrías comentar por favor?
R: Shen Hui lo dijo bien. Antes de despertar saliendo del trance de volverse
otra cosa, uno practica meditación o lo que sea, con la esperanza de obtener
algo deseado. En esa actitud de adquisición, la «práctica» es una actividad,
un hacer algún ritual que la gente sin una práctica no hace. Uno podría decir:
«Mi práctica es meditar durante al menos treinta minutos por la mañana y
treinta más antes de la cama». En el mundo laboral de supervivencia en el
que hay que ganarse la vida, puede que tales esfuerzos sean necesarios y
premiados, pero en el área de la cual Shen Hui habla, nada se adquiere a
través de esfuerzo, ni nada se pierde por la falta de él. En cada momento, las
cosas simplemente son como son, «me» guste o no.
Ese entendimiento no es algo que deba «realizarse» en algún
momento futuro imaginado después de suficiente «práctica», sino un simple
reconocer la misteriosa, inefable condición fundamental e intrínseca de este
momento. En ese reconocer, no hay pensamiento sobre la meditación, no hay
práctica de meditación y no hay meditador ni hacedor de cosa alguna. La
experiencia entera de ser este particular punto de vista que uno ha aprendido
a llamar “yo mismo”, se siente más allá de la elección, inconmensurable y
misteriosa a la enésima potencia. Frente a eso, ¿qué exactamente practicarás?
Un amigo mío es un ex-monje Zen, quien después de graduarse de la
universidad, se sentaba frente a una pared por diez horas al día durante la
mayor parte de sus 20s. Casi diez años de diez horas diarias, sentado en un
cuarto con otros monjes, pero en silencio, sin verse unos a otros, mirando a
las paredes. Le pregunté qué había ganado de esa práctica extrema. Mi amigo
tiene sentido del humor, así que estaba bromeando, pero solo un poco e
irónicamente, cuando contestó: «Oh, me volví muy bueno para mirar
fijamente a las paredes».
Hace años, me presentaron a una maestra budista de fama mundial--
una mujer cuyos libros son de los mejor vendidos, y quien llena salas de
conferencias y centros de retiro. Tras unos cuantos momentos de habernos
saludado y sin preámbulo alguno, me preguntó: «Y, ¿cuál es tu práctica?»
Como recién nos acabábamos de conocer, la pregunta se sintió presionada y
presuntuosa. Su estrategia, que incluía la identificación con un método, es a
lo que Chögyam Trungpa llamaba «materialismo espiritual»; lo que tiene
como fondo la idea de que hay algo por obtener y que uno lo adquirirá por
medio del esfuerzo.
«¿Yo?» contesté. «Yo no tengo práctica». Le habían dicho antes que
yo «sabía algo», pero cuando le dije que no tenía práctica, su interés
rápidamente menguó.
Tal como dijo Shen Hui, despertar no es gradual, sino súbito,
instantáneo. No se trata de práctica. De repente ves que tú no estás haciendo
nada. No estás decidiendo nada. No estás eligiendo nada. No hay tal «yo»
eligiendo/decidiendo, excepto en fantasía. Esa fantasía desaparece, sin dejar
salida alguna del inevitable e incesante arroyo de consciencia. Las viejas
historias ya no aplican. En cada momento, las cosas son tal cual son y no
pueden ser distintas, te guste o no.
Lo que quiera que sientas, pienses y veas, eres tú. No hay elección
alguna al respecto--no hay manera de escaparte de ti. Eso es lo que quiero
decir con la palabra «despertar»: una súbita percatación--bastante innegable--
de que todo lo que ves, sientes y piensas es tú.
El lindero entre el yo y el otro se disuelve. El aparente «otro» no está
localizado «allá afuera» en algún sitio, sino construido de tus percepciones,
tus sentimientos, tus pensamientos. Ves lo que tú ves. Eso es todo lo que ves.
Y ese ver es tú.
Puede que creas en un plan cósmico, pero si es así, esa creencia es tú,
y no indica nada respecto a si tal plan realmente existe. ¿Cómo podría
cualquier ser humano saber si un plan así existe o no? ¿Con qué evidencia?
¿Con qué autoridad? Sin embargo, cantidad de personas tienen la certeza de
que tal plan existe, y muchos hasta dicen saber lo que el plan requiere de
ellos.
Puede que creas en un dios o dioses, pero eso no dice nada respecto a
ninguna deidad real. Si confías en que «Dios» está cuidándote, escuchando
tus plegarias y juzgando tus acciones, es tu creencia que un dios tal existe.
Puede que no haya tal divinidad, ni ningún otro tipo de ser supremo
consciente. (No estoy diciendo que no lo haya--de lo que hablo aquí no es
ateísmo).
La creencia en una deidad fue inyectada en tu mente, ya sea por
osmosis cultural al azar por lo menos, o muy probablemente por osmosis
además de inculcación intencional por parte de la gente que te cuidaba,
comenzando antes de que tuvieras uso de razón. De manera que esa creencia
fue puesta en tu mente--en las mentes de todos nosotros--lo cual no es tu
culpa. Nada es culpa tuya. Nunca elegiste esa creencia, ni ninguna otra cosa.
Sin elección, no hay culpa.
Una vez que el tipo de sistema de creencias como el de un plan
cósmico o un ser supremo ha sido inyectado en la mente y que ha echado
raíces ahí, se resistirá a cualquier desenraizar gradual. Las estructuras internas
de las creencias espirituales ofrecen una acérrima resistencia en contra de la
erradicación deliberada, reflexiva, incluyendo:

1. Temor al «castigo divino» o a no ser «salvado».


2. «Evidencia» tal como las declaraciones de testigos de supuestos
milagros, o testimonios de gente o escrituras supuestamente sagradas.
3. Argumentos ostensiblemente lógicos--por ejemplo: «Si no hay un Dios,
¿cómo llegó aquí todo esto?».
4. Temor a la condena social por ser visto sin participar en ceremonias
tribales.

Esta resistencia ante el arrancar de raíz creencias, es a lo que Shen Hui quería
señalar. Las certezas, particularmente aquellas instaladas temprano en la vida,
tal vez se sientan como partes indispensables del «sistema de apoyo»
emocional. Como una amiga por correspondencia me dijo recientemente:
«Sin mi fe en Jesús, estaría yo totalmente sola tratando de sobrellevar mi
dolor».
Ideas como esas echan raíces a través del acicalamiento intencional,
del condicionamiento gradual y del adoctrinamiento forzoso, cuya esencia en
sí enseña la aceptación ciega--que uno se trague tales creencias “por fe” – de
manera que la razón sola, subsecuentemente aplicada, es poco probable que
las remueva. Como dicen los jesuitas: «Dame un niño hasta la edad de los
siete años, y te devolveré al hombre». Una vez que están tan profundamente
incrustadas, solamente un repentino rayo de entendimiento puede
desenmascarar tales creencias mostrando las fabricaciones que son. Como
encender la luz en una habitación oscura, de repente ves, y ese ver ocurre
instantáneamente. En el asunto al cual Shen Hui se refiere como «despertar»,
no hay medio despierto. Entiendes lo que entiendes cuando lo entiendes, --al
cien por ciento o nada en lo absoluto.
Lo único que realmente sabes es que «mi ser», el aparente centro de
consciencia al que denominas «yo», parece siempre estar aquí. Más allá de
eso, las ideas acerca de lo que «yo mismo» es o no es, son puras conjeturas,
no hechos. Los pronunciamientos con respecto a las cuestiones absolutas
nunca pueden ser probados, sino solamente aceptados crédulamente--
considerados «verdad» a través de la fe en alguna supuesta autoridad, en
condicionantes de la infancia, respeto a la tradición, escrituras supuestamente
infalibles o en los pronunciamientos de un «ser realizado».
La fe se necesita únicamente cuando faltan los hechos. Los hechos
son hechos, y no requieren fe. Cuando las creencias son tomadas como si
fueran hechos, eso da paso a un tipo de auto hipnosis a la que yo llamo el
pensar mágico. Si te encuentras en el pensar mágico con respecto a lo
Absoluto, o a la no-dualidad, o a la auto-realización, o al karma y la
causalidad; yo digo que no estás despierto, sino hipnotizado. Tú no sabes
nada sobre esas cosas. Escuchaste al respecto en algún momento y aceptaste
lo que oíste. El acoger y el repetir constantemente tal dogma, induce un
estado de trance de credulidad. Tus creencias son tus creencias meramente
porque tú las crees, lo cual no indica nada respecto su calidad como hechos.
Absolutamente nada. Cero.
El despertar no se trata de un gradual cribar las preciadas creencias
como para conservar las «verdaderas» y desechar las «falsas». Con respecto a
las cuestiones absolutas, no sabes qué es verdad y nadie más lo sabe tampoco.
Las tradiciones de «espiritualidad» yacen sobre un manojo de aseveraciones
vacías que, dado que no es posible ni tildarlas de falsas ni demostrarlas,
permanecen siempre en la dimensión desconocida de los pronunciamientos y
proclamaciones que nunca serán hechos. La mente despierta no encuentra
interés en eso--ningún interés en buscar aquello que otros dicen que ellos han
alcanzado espiritualmente.
En el despertar, todo el rollo y el paquete entero simplemente salen
volando por la ventana, y no hay nada gradual en ello. De pronto, la
conjetura carece de propósito, y las proclamaciones respecto a las cuestiones
absolutas carecen de credibilidad sin importar su fuente. Para una mente libre
de creencias, lo que es, es, independientemente de interpretaciones que otros
quizá intenten imponerle a esta «aliveness». Cada instante es un «érase una
única vez», un sui generis que nunca se repetirá, un momento que se da una
sola vez como sí mismo--un borrón y cuenta nueva.
Una mente que está despertando dice: «no tengo razón alguna para
creer lo que cualquiera diga respecto a las cuestiones absolutas. Ninguna.
Esas personas son seres humanos tal como yo lo soy. Ellos tienen sus ideas.
No estoy diciendo que estén mal, sino que quiero investigar por mí mismo
esta “aliveness”, esta condición fundamental e intrínseca de la vida--no
tratando de corroborar el testimonio de alguien más, no partiendo del punto
de vista del mundo de alguien más, sino sin preconcepción alguna--con un
borrón y cuenta nueva».
Esto no significa evitar escuchar lo que el Buda dijo, o Trungpa, a
quien acabo de mencionar, o a otros. Pero, son sus preguntas lo que vale la
pena conocer, no sus respuestas. Si le sacas jugo a sus respuestas, no estarías
haciendo lo que ellos hicieron, que fue soltar por completo las explicaciones
de otras personas. Sin ese soltar, uno es por siempre un seguidor, o un
imitador; simplemente un discípulo, hipnotizado por la creencia en las
palabras que has escuchado, y en cómo fueron escuchadas.
La historia del Buda (quien no era budista, por supuesto) no se trata
de creer en cosa alguna, sino de una ruptura total con el dogma o el apoyo de
cualquier especie en favor de una búsqueda radical y desencumbrada dentro
la mente de uno--un borrón y cuenta nueva.
P2: Robert, ¿podrías hablar un poco más acerca de a qué te refieres al
decir «continúo practicando incesantemente»?
R: Bueno, utilicé la palabra «práctica» en respuesta a una pregunta.
De hecho, no tengo práctica más allá de la franca apertura ante cada
momento. Quise indicar que no puedo olvidar--incluso si lo intentara—no
solamente que inevitablemente veo el mundo desde un punto de vista, sino
que aquello que se llama «yo» no es sino un punto de vista, aquel que es
singular a «mí» en este momento. Eso es lo que «yo» es: un punto de vista.
Sin un punto de vista, no hay un «Robert». Y tu «yo» consta de un punto de
vista diferente, sin el cual, no hay un «tú». Ninguno de nosotros ve el mundo
tal cual realmente es.
Además, no solamente ninguno de nosotros ve el mundo tal cual
realmente es, sino tampoco ninguno de nosotros tiene la menor idea de qué
siquiera significaría «ver el mundo tal cual realmente es». La experiencia de
cómo sería, o cómo se sentiría «ver el mundo tal cual realmente es», es
literalmente inimaginable. Como el biólogo J.B.S. Haldane lo puso: «Mi
propia sospecha es que el universo no solamente es más extraño de lo que
suponemos, sino más extraño de lo que podemos suponer». Yo estaba
tratando de evocar esa misma extrañeza al citar a Barnaby Barrat diciendo
que: «el “yo” de la enunciación nunca piensa solo lo que piensa que piensa y
nunca es solo lo que piensa que es».
Parece inevitable utilizar la palabra «yo». Sin embargo, nota que la
palabra «yo» no se refiere a nada fijo, sino a un flujo que desafía la
descripción y que nunca puede ser ubicado, ni puede hacerse que se comporte
de una u otra manera.
En medio de ese flujo, cada momento contiene algo para ser visto,
sentido, o pensado, pero ese «algo» nunca es lo que pensamos que es, y
ciertamente no es lo que imaginamos que sería o que debería ser. Si uno ha
despertado a ese hecho, uno vivirá sin saber verdaderamente lo que cualquier
cosa es «realmente», sin la expectativa de saber, y sin necesitar llenar
cualquier aparente sinsentido o vacío con creencias espirituales. Si te gusta la
palabra «práctica», eso es lo que significa para mí.
P3: Pero Robert, existen muchas historias de personas quienes
llegaron a un saber real, no a través de la lógica--o no a través de la lógica
únicamente--sino por medio de la experiencia interna. Los hinduistas les
llaman jñanis, que significa sabios. ¿Qué piensas de ellos?
R: La palabra «saber», o su hermana «conocer», pueden significar
tantas cosas. Eso es parte de nuestra conversación aquí. Claramente, el
significado de tales palabras depende de dónde coloque uno los límites y la
validez del «conocimiento». He conversado con personas que se decían
jñanis, y escuché todo acerca de lo que dicen saber, de lo cual parecen estar
convencidos más allá de cualquier duda. He leído algunos reportes de
Nisargadatta, el aclamado jñani del siglo XX. Desde mi punto de vista, ese
tipo de conocer es similar al que en la Biblia llaman conocer a una mujer,
significando tener sexo con ella.
Bien, pasaste la noche con ella, y a eso le llamas «conocerla». Sabes
lo que tú experimentaste, pero no conoces a esa mujer, y nunca lo harás. No
tienes manera de conocerla a ella. Tú te conoces a ti, y ese es el límite.
Conoces tus impresiones de esa mujer--tus imágenes de ella—no la «verdad»
de ella.
En la misma manera, a pesar de cualquier declaración de jñana, no
conoces al «Ser Supremo» o siquiera si las palabras «ser supremo» se
refieren a cualquier otra cosa más que a un rasgo distintivo cultural con el que
fuiste adoctrinado antes de la edad de la razón y el cual ahora proyectas en lo
que llamas «el mundo». Naturalmente, ese es mi punto de vista. Entiendo
que tú tienes el tuyo.
Dices que la percatación o consciencia crea el cuerpo humano y todo
lo demás. Tú lo dices, pero no lo sabes. Quizá estés convencido de ello. Pero
estar convencido no es lo mismo que saber – no a mi ver. Como yo defino
saber, que tú sepas, la consciencia puede que no exista fuera del cuerpo y el
cerebro para nada; podría igual ser un epifenómeno, un efecto secundario por
decirlo así, de un sistema nervioso evolucionado. Esto no es materialismo ni
reduccionismo. No estoy diciendo que los cerebros causen o produzcan la
consciencia. Lejos de ello. Simplemente no sé. Pero si así fuera; si la
consciencia no fuera la creadora de sistemas nerviosos y de todo lo demás,
sino un epifenómeno--una característica concomitante--de sistemas nerviosos
suficientemente evolucionados (o hasta de sistemas no biológicos de
información de suficiente complejidad) el mundo pudiera parecer tal como lo
hace ahora, y ustedes jñanis, no tendrían manera de saber la diferencia.
Es por eso que digo que considerar a un tipo o tipa como un «ser
realizado» es pura tontería, algo que no va, totalmente. Dime primero lo que
el gran «santo» no sabe.
Con frecuencia me preguntan por qué digo que la enseñanza espiritual
es más frecuentemente un viaje egoico, una gallina de los huevos de oro, o
ambos. Con decir eso, mi intención no es menospreciar la sabiduría ordinaria,
del tipo que puede ser transmitida a quien esté abierto a escucharla. Eso
puede ser un regalo. Cuando digo viaje egoico o gallina de los huevos de oro,
me refiero al tipo de enseñanza que asegura tener la Verdad con «V»
mayúscula para enseñar –«Verdad» sobre cuestiones absolutas, sobre «Dios»,
sobre lo que «yo» soy, respecto a lo que es la consciencia, o sobre lo que
sucede después de la muerte. No hay sabiduría en nada de ese hablar, digo
yo, lo cual es conjetura sin fundamento, alimentada por necesidades
psicológicas, por hábitos y costumbres tribales, no por evidencia.
Desde mi perspectiva, ese tipo de «enseñanza» parece terriblemente
limitada, instalando a la mente humana culturalmente condicionada
directamente al centro de todo, por lo que, por tomar un ejemplo, el amor--el
cual es una experiencia/sentimiento humano (después de todo no decimos
que una mosca ama a otra mosca) se vuelve definido como «Verdad».
Esa antropocentricidad me recuerda mucho al punto de vista de los
antiguos como Ptolomeo quien, imaginando que la Tierra era el centro del
Universo, construyó una historia compleja entera sobre los movimientos de
los cuerpos celestes, la cual no tenía base alguna en hechos. Esa historia,
falsa como era, perduró durante 1500 años o más. Incluso hoy en día, ciertos
cristianos y otros creyentes en la Biblia están molestos con una cosmología
que no pone a la Tierra y a los seres humanos al centro del Universo.
Un ser humano, digo yo, es el centro de nada más que su propio punto
de vista. La gente puede pasarse la vida felicitándose a sí mismos por haber
percibido alguna «Verdad» global. Eso es un paraíso de tontos. Uno puede
hablar razonablemente sobre altruismo, sacrificio, amor, compasión y
similares como experiencias humanas, pero si verdaderamente hay «Verdad»
primordial cualquiera, seguramente no puede únicamente consistir en lo que
parece existir desde una perspectiva humana, ni podemos esperar que sea
accesible al entendimiento humano.
Nosotros los humanos vemos solamente la más pequeñísima parte del
Universo, la mayoría del cual es invisible para nosotros. Qué egoísta,
engreído, complaciente y presumido parece hablar de la «Verdad» con «V»
mayúscula. Si me descubriera a mí mismo hablando de esa manera, quisiera
que me lavaran la boca con jabón.
En mi opinión, parlotear sobre la «Verdad» sirve principalmente
como una forma de reducir la ansiedad frente las incertidumbres existenciales
de la situación humana, con frecuencia suavizadas o empapeladas, pero
nunca completamente fuera del cuadro. En la economía psíquica humana,
quiero decir, la certeza sobre una así llamada «Verdad» u otra, funciona,
sobre todo, como un analgésico para calmarse a uno mismo. Si dudas esto,
simplemente observa las reacciones turbulentas de los creyentes fervientes
cuando a sus ídolos se les lanza duda razonable común.
Lo que es, es. Cuando el Buda, en lugar de hablar, permaneció en
silencio simplemente mostrando a su audiencia una flor perfecta, los monjes
reunidos esperaron a la expectativa a que comenzara el sermón. Solo
Mahakas’yapa entendió, y al ver esa comprensión, el Buda sonrió.
La sensación del ser está aquí ahora mismo, siempre presente de una u
otra manera, así que no hay nada por obtener, ni nada a lo que uno deba
aspirar. Uno entra naturalmente en el flujo mismo de ideas, eventos y
sentimientos sin nunca imaginar que uno está logrando algo cualquiera --sin
imaginar nunca que uno comprende ese flujo o su fuente; o siquiera que uno
existe en manera cualquiera aparte del flujo. Cada momento simplemente es
lo que es cuando lo es. Eso es lo que quiero decir cuando digo que el
despertar nunca termina. Imagino que la referencia a la «liberación gradual»
que Shen Hui hizo, era su manera de decir que el despertar nunca termina.
P3: Gracias por tu muy clara respuesta, Robert. No creo haberte
escuchado utilizar la palabra «práctica» antes, pero me gusta lo que con ella
quieres decir.
R: No es una palabra que utilice mucho, excepto en el contexto de la
negación, para señalar que ningún procedimiento o idea fija será útil en el
despertar.
P4: Robert, si no tienes creencia alguna en un ser supremo, ¿dónde
dirías que se origina tu consciencia?
R: No tengo idea, y apostaría a que tampoco tú; a menos que sea una
de segunda mano basada en ciertas cosas que te haya dicho alguien quien
fingía tener acceso a la «Verdad», y que luego te hayas tragado eso que oíste
como si fuera realmente verdad.
Las preguntas sobre fuentes absolutas no tienen respuestas factuales;
de manera que hacer preguntas así, es un pasatiempo de tontos que solo
puede convocar las aseveraciones doctrinales deterioradas comúnmente
implementadas en contra de las ansiedades de la vida ordinaria. Cuando digo
«vida ordinaria», me refiero al vivir en el aquí y el ahora sin fe en las
promesas de un jefe supremo benigno sobre un futuro mejor, o las
aseguraciones sobre un eventual Nirvana. Me refiero a una vida en la que en
un instante podemos perder para siempre a un amigo o compañero y no
reencontrarnos con él o ella en algún «Cielo» putativo. Me refiero a una vida
que pudiera no tener propósito alguno más allá del vivirla momento a
momento.
Todos los profetas, jñanis y maestros en la historia, eran seres
humanos tal como tú y como yo. Ellos tenían sus experiencias e ideas, tú
tienes las tuyas y yo tengo las mías. Tienes todo el derecho de creer lo que
sea que creas. Eso está bien conmigo. No te estoy diciendo qué creer o qué no
creer. Todo lo que digo aquí es únicamente auto-expresión, sin ningún otro
plan. Nunca pienso respecto a seres supremos, despertar, ni nada de eso; a
menos que alguien me pregunte al respecto.
Después del choque inicial, me llevó varios años--incluyendo las
tribulaciones de una enfermedad seria--antes de que pudiera aceptar lo que
ahora parece completamente obvio e innegable: no hay «ser» separado de lo
que es visto, sentido y pensado. Durante aquel periodo de ajuste, pensaba
mucho sobre estos asuntos y leía lo que otros tenían que decir, pero hoy en
día estoy en el reino de la participación espontanea, no del análisis. Quizá
esto es a lo que Shen Hui estaba llamando liberación.
La libertad de lo conocido, como Jiddu Krishnamurti lo llamó, no es
un juego intelectual, sino una experiencia que cambia tu mundo. Vivir sin
preguntas, y mucho menos sin respuestas, pudiera parecer descorazonador o
hasta nefasto. Muchos aquí están acostumbrados a las conversaciones auto-
reconfortantes en las que la suposición sobre lo que constituye la «realidad»
sirve para prevenir los pensamientos no invitados sobre el aparente vacío y la
posible carencia de significado del ser humano. Uno pudiera temer que el
despertar a la vida sin objetivos e ideologías conducirá a la depresión o la
desesperación, de manera que uno titubea en tomar fresco cada momento,
libre de cualquier programa espiritual. Pero esa misma renuencia--esa
evitación—es un impedimento para el despierto vivir ordinario, el cual
requiere masticar y tragarse la experiencia de uno, momento a momento, sin
explicaciones, sin promesas de glorias futuras y a veces, con apenas
suficiente saliva para pasársela.
P2: Cuando dices «evitación», ¿a qué te refieres que está siendo
evitado, Robert?
R: Quiero decir notar que desde el punto de vista de «mi ser»,
distinguir entre la realidad y la ilusión pudiera no ser completamente factible.
Por supuesto, eso es solo lo que digo yo.
Capítulo 3, El despertar nunca termina
P: Robert, como una persona aparentemente despierta y dispuesta a
contestar preguntas, ¿cuál dirías que es la pregunta que es más importante
hacer?

R: El «yo» que está contestando preguntas aquí no es una «persona»


para nada--lo cual es únicamente una designación legal y social realmente--
sino un flujo sin restricciones e indefinible, de percepciones, de sentimientos
y de pensamientos. Ese flujo no está pasándome a mí. Ese flujo es yo. Para
los ojos del mundo, Robert pudiera ser una persona, pero para mí, no soy una
persona, sino un suceso; un arroyo de consciencia sobre el cual no tengo
control.

Todos somos así, pero no todos lo sabemos. A la mayoría de nosotros


nos pusieron en un estado de trance hace mucho, empezando temprano en la
infancia--una especie de estupor en el que el vacío, la impermanencia y la
codependencia de «mi ser» van sin ser vistos. Estamos perdidos en una
fantasía de separación en la que yo estoy «aquí adentro», mientras el mundo
que veo--las diez mil cosas--está «allá afuera». Es de esa confusión de la que
uno despierta.

Yo no hice nada para despertar. Un amigo mayor había estado


señalándome varias maneras en las cuales yo había estado envuelto en el
egoísmo, así que tal vez eso haya aflojado un poco el envoltorio, pero el
despertar llegó como una completa sorpresa--una conmoción profunda, de
hecho. No lo estaba esperando, y despertar saliendo de ese trance de la
cualidad o condición de ser una persona individual, no fue algo que yo hice
voluntariamente o que pudiera haber hecho. No fue siquiera algo que pudiera
haberme imaginado.

Bastante repentinamente, hubo un cambio de enfoque. Se vio que el


interminable arroyo de consciencia al que yo había estado llamando «yo
mismo», no era un mi ser para nada y que nunca lo había sido; sino un
movimiento constante, un interminable río de sentimientos, pensamientos,
recuerdos, originándose no sé dónde, más allá de juicio y más allá de
regulación.
Ese flujo, incluyendo el frecuente burbujeo de pensamientos acerca
de «mi ser», no era mío, para nada, noté. Ciertamente no lo estaba haciendo
yo y tampoco parecía tener ninguna influencia sobre el mismo. En ese
abrupto momento, la sensación de un «yo mismo», separado de todo lo
demás, simplemente desapareció.

Al principio, me sentí estupefacto. ¿Qué? ¿Todo esto, incluyendo el


aparente «yo mismo», está fluyendo como el agua, más allá del control,
efímero y completamente fugaz? Pero a medida que me fui acostumbrando a
la extrañeza de ello, vi la libertad en ello. Cada momento llega fresco en su
originalidad. Nada se repite jamás. El yo mismo percibido de este momento
no puede durar y no durará entrando al siguiente. Como una construcción
social, sí; como un recuerdo, tal vez; pero como un acontecimiento genuino,
no.

Las palabras no pueden describir lo radical y revolucionaria que esa


visión se sintió realmente. Perdió significado completamente la totalidad de
las creencias y opiniones que parecían tan importantes, tan esenciales, que
valía tanto la pena defender. Un montón de sinsentidos que podrían
importarle solo a la «persona» que yo había considerado que era. Esas
creencias y opiniones eran mi estabilidad. Estar sin ellas se sentía como caer
por el espacio vacío donde todo está siempre cambiando, incluyendo mi ser;
sin importar lo que mi ser crea o no, sin importar lo que quiera o no quiera, lo
que le guste y lo que no le guste. Como Kurt Vonnegut observó en Cuna de
Gato: «Lo que te gusta y lo que no te gusta no tienen nada que ver».

Nos encontramos a nosotros mismos como aparentes rasgos de una


inmensidad inimaginable. Nadie conoce los linderos o si existen siquiera.
Nadie sabe cómo llegó todo esto aquí, o si siempre estuvo aquí. Los
astrónomos, cosmólogos, matemáticos y otros expertos, disfrutan de
poderosas herramientas de investigación estos días. Teorizan y opinan,
cortando lo que llaman “realidad” en rebanadas más y más finas, pero no
tienen respuesta definitiva alguna. Solo los auto-engañados tienen respuestas
definitivas.

Nadie sabe lo que «mi ser» es. Nadie. Se hacen aseveraciones, pero
una aseveración no es un hecho. La llamada «espiritualidad» está compuesta
casi completamente de aseveraciones respecto al tema de «yo mismo». Pero
nadie sabe lo más mínimo al respecto.

Nadie sabe cómo los cambios electroquímicos en el cerebro se


convierten en vistas, sonidos, sabores, olores, texturas y el resto de lo que
vemos y sentimos. Esos qualia de alguna manera existen y son percibidos;
pero nadie sabe dónde están localizados, qué los percibe, cómo son
percibidos, ni qué son realmente. Nadie conoce los manantiales de
sentimientos, percepciones, pensamientos, emociones y recuerdos tampoco.

Nadie sabe si la consciencia de uno mismo es una consecuencia de


sistemas nerviosos suficientemente complejos, o si el mundo material entero,
incluyendo los sistemas nerviosos, es solamente una así llamada
«apariencia»--una aparición no material en una consciencia general universal
que existe totalmente antes de la manifestación física. Millones de millones
de palabras en la «espiritualidad» han sido expresadas en ese preciso tema,
muchas de ellas proclamando ser «Verdad» absoluta, pero nadie sabe.

Cuando me muestran palabras que escribí en el pasado, se siente para


mí como si alguien más las hubiera escrito. Sí, una «persona» llamada Robert
las escribió alguna vez en el teclado o con un bolígrafo, pero ese escrito no se
siente como mío. Esas palabras fueron una especie de auto-expresión en el
momento de ser escritas, pero ese yo ya no está por aquí para expresarse ni
para ninguna otra cosa. Con certeza escribiría algo distinto ahora. No sé qué
escribiría. Lo descubriría solamente a medida que estuviera siendo escrito.
Desde esa perspectiva, se siente extraño que me pidan consejo con respecto a
cómo despertar, porque el despertar nunca termina.

Como todo lo demás, «mi ser» siempre está cambiando, así como los
entendimientos de este momento pueden ser opacados en el siguiente por una
versión más brillante, o pudieran incluso parecer haber sido simplemente un
entendimiento equivocado. Alguna vez dije palabras que no diría ahora. De
hecho, si alguien más me dijera ahora esas cosas, quizá estaría yo en
desacuerdo completamente. Así que supón que te diera algún consejo hoy y
que tú lo siguieras, y luego en un par de años nos encontráramos de nuevo y
te dijera: «Oye, ¿sabes aquel consejo que te di hace un par de años? Bueno, el
despertar nunca termina, y, bueno, olvídate de aquel consejo. Ahora veo las
cosas de manera diferente».
Hace unos años, en respuesta a una pregunta respecto a qué es «mi
ser», dije: «Todo lo que surge es conocido como una impresión en o sobre la
consciencia y esa consciencia soy yo». Eso está bien hasta donde llega,
supongo, pero para mi oído presente, suena predecible, simplista y hasta un
poco preparatoriano. Y «yo» lo dije. Pero el «yo» que soy ahora no es el
mismo yo que dijo esas palabras en aquel entonces. Nada es nunca lo mismo.
El yo del siguiente segundo no es el mismo yo de este segundo. Todo está en
constante cambio. «Esto también pasará», no es un enfoque filosófico
elevado o un mantra para calmarse, sino un simple hecho.

Actualmente, diría que sin la consciencia no hay objetos, pero sin


objetos, no hay consciencia. Así que, no es que los objetos surjan dentro o
encima de la consciencia, como dije entonces, sino que los objetos son
consciencia y la consciencia es objetos.

El contenedor y el contenido, parece desde mi perspectiva actual, son


uno y el mismo; y la confianza en la noción tradicional de un yo permanente
o una «presencia» existente aparte de, y antes de los fenómenos, diría ahora,
es parte de lo que uno despierta de.

Después de oír toda esa contradicción, tal vez hayas perdido interés
en cualquier consejo mío. Después de todo, ¿qué tal que el año entrante te
diga que estaba completamente equivocado, y que un contenedor vacío de
hecho sí existe?

Resulta que dos monjes se encuentran en el camino. A la manera del


acostumbrado combate Zen, el primero pregunta: «¿Dónde estás hermano?»

«¿Yo? Estoy en el lugar donde nada cambia nunca.»

«Pero yo pensaba que todo siempre estaba cambiando.»

«Sí, eso nunca cambia tampoco.»

Así que, si acaso todavía quieres mi consejo sobre «la pregunta que es
más importante hacer», esa es; y no me la haces a mí, sino a ti mismo:
«¿Dónde estás hermano?»
No qué sé sobre religión y espiritualidad, ni cómo imagino que sería
estar «despierto». Deja todo eso de lado y, sin referencia a nada de eso,
simplemente pregúntate a ti mismo: «¿Dónde estoy ahora mismo?» Tarde o
temprano se reducirá al ahora mismo. Si no ahora, ¿entonces cuándo?
Capítulo 4, Los pensamientos no son un impedimento para mí
P: Hola, Robert. No puedo descartar la posibilidad de la negación y
del escapismo a los que tú tan hábilmente señalas. Los fuegos de la
sinceridad y de la curiosidad pura aquí son atizados con frecuencia y estoy
muy agradecido.
Me imagino que debe ser frustrante que te hagan las mismas
preguntas una y otra vez, y odio ser repetitivo. Pero si el asunto fuera más
simple o fácilmente resuelto, habría sabios en cada esquina y simplemente no
los hay. Es un trabajo muy difícil el condenado. Algunos puntos no se
entienden fácilmente.
Es una lección difícil, Robert, trabajar en contra de mis propias
motivaciones. Intenté poner en palabras exactamente qué me mantiene
dándole vueltas a la iluminación y ese tipo de cosas. Terminé en una especie
de regresión infinita entre «quiero de verdad entender esto, no por razón
alguna, no en ningún beneficio propio, sino tan solo porque está ahí», y
«necesitar seguir diciéndote eso a ti mismo significa que aun quieres un
pedestal para colocarlo encima».
A: Así es. Nunca niegues la posibilidad del auto engaño, porque
siempre está ahí hasta que ya no. Cuando ya no esté, percibirás el cambio, tal
como una persona quien normalmente bebe café con crema y azúcar sabría si
repentinamente el líquido en la taza fuera cambiado a negro. Sin embargo, no
es tan fácil reconocer el auto engaño en primer lugar, como lo es notar su
ausencia; lo que se siente como un espacio totalmente abierto y libre de
escombro.
Esto no es cuestión de trabajar en contra de tus propias motivaciones.
Tendrías que estar motivado a hacer eso y nadie puede elegir estar motivado
ni cómo. Entonces, esto no es cuestión de trabajar «en contra de» cosa
alguna, sino de ver que, en cada momento, cualesquiera motivaciones que
existan son lo que son y no pueden, en ese momento, ser diferentes. Esas
motivaciones son tú. El «tú» que se siente aparte o separada de esas
motivaciones, para que las motivaciones sean de alguna forma «trabajadas en
contra de», es el protagonista ficticio en una historia que te sigues contando a
ti mismo respecto a la elección y al libre albedrío. Miles de millones de otros
seres humanos se están contando a sí mismos la misma historia. Nos la
inyectaron en la mente cuando niños y la mayoría de nosotros nunca lo
superamos. Pero ni la prevalencia ni la concordancia de opinión hacen de
una historia algo cierto, solamente algo popular.
De manera que no es cuestión de cambiar motivaciones, ni siquiera de
cambio de comportamiento. Esta es una cuestión de ver y entender la
falsedad de la idea habitual repetitiva de que uno puede decidir cambiar y
después efectuar ese cambio a través de la «fuerza de voluntad».
La sensación de «yo mismo» como una presencia independiente que
decide, localizada tal vez en el área justo detrás de y entre los ojos de uno,
toma algo unitario--la totalidad del ver, sentir y pensar que en realidad es «yo
mismo», y crea una división entre el «yo mal motivado» y el «yo mejor
intencionado» --quien se interesa en la iluminación y espera obtenerla a
través de trabajar en contra del mal motivado. Pero esa división es ficticia, y
también lo es la idea de un yo separado, desconectado, quien puede observar,
juzgar y finalmente elegir cuáles motivaciones seguir y cuáles ignorar. Todo
lo que ves, sientes y piensas es tú. Cualquier división es únicamente
conceptual, sin existencia factual.
Para ponerlo llanamente, no hay un «hombrecito» sentado en medio
de tu cráneo quien pueda decidir nada. Ese homúnculo es un fantasma.
Nadie puede elegir entender. La comprensión ocurre cuando ocurre y
en la manera en la que ocurre. Si las palabras en esta página detonan
entendimiento en la mente a la que llamas «yo mismo», entonces reconocerás
la falsedad de la división entre bueno y malo, y tu empeño por la iluminación
llegará a un final. No que «tú» lo termines, sino que, cuando el entendimiento
cambia, el comportamiento cambia naturalmente con él.
Sin esa comprensión, esta división seguirá sucediendo en
conversaciones al estilo de perro de arriba vs perro de abajo que nos resultan
conocidas a todos de una u otra forma:
Perro de arriba: «Realmente no deberías estar haciendo (deseando,
temiendo) eso».
Perro de abajo: «Déjame en paz. Hago lo mejor que puedo».
Perro de arriba: «Eres tan enclenque».
Perro de abajo: «Sí, pero no lo puedo evitar».
Etcétera, ad infinitum.
La única «realidad» que puedes jamás conocer es la totalidad de lo que ves,
sientes y piensas ahora mismo--todo ello. Nadie está haciendo eso. Todo es
de una sola pieza y no puede ser dividida. No tomes mi palabra por esto ni
por ninguna otra cosa. Míralo tú. Pregúntate a ti mismo si ese enunciado es
factual.
Si estás interesado en la iluminación, no sirve de nada negar ese
interés. No hay sentido en separar «mi ser» de la experiencia momento a
momento en esa forma, ni tampoco podría «mi ser» ser dividido, aunque
existiera una razón tal. La experiencia es toda de una pieza, y es toda tú.
Teniendo eso en mente, sin tratar de cambiar nada, solo deja lo que quiera
que surja en cada instante único ser lo que quiera que sea, y quizá podrás ver
lo que el ahora es.
A mí no me gusta la palabra «iluminación». Prefiero decir que estoy
despierto, lo que, considerando el deleite asociado con la consagrada idea de
la iluminación (considera la trillada imagen de un dichoso, radiante ser «auto-
realizado» o «maestro perfecto»), es una afirmación mucho más modesta.
Para mí, «despierto» significa fluir con la condición fundamental e
intrínseca de cada momento; momento a momento, sin buscar un
«significado», sin buscar respuestas y sin exigir que nada sea distinto a como
es.
Si uno no está iluminado, entonces la «iluminación» es únicamente
algo de a oídas respecto a lo cual uno no sabe nada de primera mano— una
fantasía. Y es un tipo peligroso de fantasía, que es donde tu pregunta
comenzó, porque provee infinito material para el escapismo, con lo cual
quiero decir andar por ahí en un trance, persiguiendo un pensamiento
respecto a un logro futuro. Vivir de esa manera es como hacer que un burro
camine hacia adelante por medio de mostrarle una zanahoria frente a su nariz.
Tengo tres burras como mascotas y esa maniobra funciona bien con ellas.
Muéstrales la zanahoria y siguen moviéndose «hacia adelante», lo que para
ellas significa a donde sea que esté la zanahoria. Para ti, la zanahoria es la
fantasía de la «iluminación» – la promesa de un yo mismo que es «mejor», y
que la pasa mejor, que lo que eres ahora.
Esa es una imagen--un dibujo mental--pero hay una sensación de ser
esta «aliveness» que no es pensamiento y que no promete nada. Todos
nosotros hemos visto y sentido eso a veces, como estoy seguro de que tú lo
has hecho.
A la luz de eso, mis pensamientos no me significan gran cosa, así que
no son un impedimento para mí.
Capítulo 5, Libre de pensamientos no deseados

P: Robert, Ramana Maharshi dijo: «El grado de libertad de


pensamientos no deseados y el grado de concentración en un solo
pensamiento, son las pautas para medir el progreso espiritual». ¿Podrías
comentar por favor?
R: ¿El ser «libre de pensamientos no deseados» significa que los
pensamientos que son «no deseados» pueden descartarse? ¿Cómo? ¿Dónde
los pondrías? ¿O significa que los pensamientos no deseados, para empezar,
nunca surjan? ¿O significa que a uno no le molesten tales pensamientos si
surgen? Estos son tres asuntos muy distintos, a mi manera de ver, y necesitan
distinguirse.
Y, de cualquier manera, ¿qué es un «pensamiento no deseado»?
¿Cómo se distingue un pensamiento tal de un pensamiento deseado? Antes
de que yo comente, por favor dime qué imaginas tú que constituye un
«pensamiento no deseado» y dime qué significa para ti «libre de
pensamientos no deseados».
P: Supongo que los pensamientos no deseados son los pensamientos
que te distraen de hacer progreso espiritual o que perturban la mente. No
estoy seguro exactamente. Y asumo que esa libertad significa no tener esos
pensamientos. Ramana parece estar diciendo que uno puede aprender a
concentrarse en un solo pensamiento para que otros no surjan. Entonces,
¿podrías comentar al respecto?
R: Dormí un par de noches una vez en la biblioteca de un amigo que
tenía una pintura de Ramana Maharshi en la pared, pero aparte de la
veneración de la que es objeto en ciertos círculos, junto con lo poco que he
escuchado y leído, nunca supe gran cosa de él.
Para poner tu pregunta en un contexto más lleno para mí mismo,
acabo de repasar una biografía corta y unas citas suyas que incluían la frase
respecto a la cual preguntas. Parece que dijo muchas cosas, no todas en
acuerdo entre ellas, pero eso es únicamente humano. Veo aparentes
contradicciones en mis respuestas a preguntas también. Sin embargo, dado
que yo no sostengo estar hablando la «Verdad» absoluta, o siquiera tener
verdad cualquiera respecto a cuestiones absolutas, tal vez mis palabras
merezcan más margen que el que se le da a un hombre santo famoso.
Basado en lo que acabo de leer detenidamente, Ramana profesaba una
visión del universo bastante ortodoxa. Como entiendo la historia, de niño le
inculcaron esas creencias tradicionales hinduistas. Luego, de adolescente, se
acostaba y fantaseaba estar muerto, lo que resultó en un repentino despertar.
Subsecuentemente, fue reconocido como un santo y se sentaba en su ashram
codeándose con los que venían de visita. Supuestamente, era tanto bondadoso
como generoso--dos bellas cualidades, en mi opinión--pero también podía
enfocarse claramente en asuntos ordinarios cuando era necesario. En
definitiva, es una historia íntegra.
Ahora, tu cita muestra a Ramana predicando dogma salido
directamente de los Aforismos de Yoga de Patanjali. En ese icónico sistema,
se asevera que a través del yoga y de la concentración, la mente se puede
hacer quieta, y una vez «aquietada» a través de la concentración, puede
avanzar espiritualmente.
Esa no es mi forma de vida y nunca se la recomendaría a nadie, si eso
es lo que estás preguntando. No participo en prácticas de ningún tipo más allá
de la relajación y de observar lo que puede ser observado sin referencia a
compromisos cognitivos prematuros, como las supuestas «Verdades» en
Vedanta. Rechazo por completo tal «conocimiento» de segunda mano y no
tengo uso alguno para el así llamado «progreso espiritual» tampoco.
Para poner en claro a lo que me refiero con «compromisos cognitivos
prematuros», considera este ejemplo: Si ponemos moscas comunes en un
frasco cubierto con un plato de vidrio, primero tratarán de escapar,
golpeándose repetidamente contra el vidrio en sus esfuerzos. Sin embargo,
pronto dejarán de intentar. Entonces, si se retira el vidrio, las moscas seguirán
prisioneras. Han aceptado prematuramente su cautiverio y ya ni siquiera
intentan ser libres. Nosotros los humanos no somos moscas comunes por
supuesto, pero, a nuestra manera, tal vez seamos sujetos a fenómenos
similares de auto-apresamiento, particularmente si estamos buscando
encontrar la «Verdad» y en alguna manera, desafortunadamente la
encontramos.
Así que, mi forma de considerar estos asuntos, parece diferir de la de
Ramana. Eso no significa que su forma de ver esté equivocada y la mía esté
correcta; tampoco significa que mi forma de ver esté equivocada y la suya
esté correcta. Cada uno de nosotros los seres humanos veremos lo que
veremos como lo veamos, y nadie puede nunca elegir, digo yo, qué ver ni
cómo. Esas «elecciones» aparentes, nos llegan a nosotros como el destino. Si,
por ejemplo, alguna idea «simplemente tiene sentido» para ti, lo tiene. Si no
tiene sentido, no tiene. No puedes decidir que alguna idea te vaya a parecer
sensata. O te parece sensata, o no.
Ramana y yo tampoco discrepamos completamente. A medida que
leía sus citas, vi un par que pudiera haber dicho yo. Por ejemplo: «Deja que
venga lo que venga, deja ir lo que se vaya. Mira lo que queda». Eso es
sucinto y cercano al hueso, en mi opinión. He expresado la misma idea yo
mismo, casi en las mismas palabras.
Pero incluso si esa idea particular tiene sentido para mí, ¿pueden las
palabras de Ramana proporcionarme cualquier «verdad» respecto a
cuestiones absolutas o cualquier instrucción autoritativa respecto a cómo
debería yo entender esta aliveness? Por supuesto que no. Él era una autoridad
en su «aliveness», no en la mía.
¿Puede Ramana decirme qué es la espiritualidad o qué no es, o definir
metas espirituales para mí? Por supuesto que no. Tengo que lidiar con lo que
tengo que lidiar. Enchufarse al Weltanschauung–-la concepción del mundo y
el lugar de la humanidad dentro del mismo--de alguien más y conectarlo a mi
situación, puede solamente conducir a la imitación y a la inautenticidad.
No quiero decir que Ramana careciera de autenticidad--
aparentemente era un buen tipo y una persona más bien dulce. Le gustaba
abrazar a los animales no humanos, lo que yo siempre considero buena señal.
Me estoy refiriendo a la inautenticidad de los imitadores, quienes adoptan y
en ocasiones hasta predican, la visión del mundo del gurú en lugar de
enfrentar la incertidumbre y la soledad implicada en vivir bajo las propias
luces de uno mismo.
Me pediste que comentara. Si tienes los oídos para escucharla, la
oración anterior lo dice todo: olvida lo que algún «santo» dice sobre la vida, y
haz tu propia manera.
El Vedanta presenta algunos argumentos lógicos elegantes y puede
que valga la pena explorarlos. Pero fundamentalmente, los vedas no se tratan
de lógica. El razonamiento filosófico es utilizado únicamente para «preparar
la mente» para recibir la experiencia religiosa que ocupa el centro de la
cultura védica--una identificación personal con el «Ser Supremo» --un ser
eterno, inmutable y que es la fuente de la consciencia, y la «causa primera»
de todo, de acuerdo al dogma védico.
La idea de un eterno, inmutable «Ser» como un objetivo imaginado a
obtener a través de la «realización», no es de interés para mí, para nada. No
tengo objetivos espirituales y no aceptaría los de alguien más, ni aunque me
los ofrecieran en bandeja de plata con garantías chapadas en oro. De manera
que, si Ramana y yo nos pudiéramos reunir, estoy seguro de que nos
llevaríamos bien personalmente, pero más probablemente no estaríamos en el
mismo canal con respecto a la idea de «eterna e inmutable» que define la
«realidad» en su visión del mundo, mas no en la mía.
Si hay o no hay un «Ser inmutable», no lo sé y no me importa. La
libertad para ser, justamente aquí y justamente ahora, no requiere
conocimiento alguno de un Ser inmutable y no es mejorada en lo más mínimo
por conjeturas al respecto--todo lo contrario, creo yo. Tal como con otras
hipótesis de las cuales no hay evidencia real y poca esperanza de encontrar
alguna, yo pierdo interés rápidamente en esa discusión, muy como si la
conversación involucrara cuántos ángeles podrían caber de pie sobre la punta
de una aguja. La pregunta simplemente no cautiva mi atención. Sin embargo,
la gente religiosa de todo tipo, ve ese mismo asunto como uno central en sus
vidas, y con frecuencia dicen saber ya la «verdad» al respecto. A cada quien
lo suyo, ¿no?
Estoy interesado en ver qué veo yo, no en confirmar o «realizar» lo
que alguien más vio. La feroz inevitabilidad de ver, en este momento,
cualquier cosa que uno vea, le guste o no, es a lo que uno «despierta», digo
yo.
Dado que me pediste mi comentario, yo no sigo camino alguno para
nada, y no seguiría uno, aunque me dijeras que conduce directamente al
Séptimo Cielo. En el mismísimo instante en el que el camino se va acabando
y te encuentras a ti mismo solo y sin seguridades de nada, esta completa
«aliveness» se vuelve aparente. A menos que te encuentres solo de esa forma,
sin tomar refugio en ideas de segunda mano--sin importar su fuente--nunca
serás libre; sino permanecerás siempre un seguidor, un eterno discípulo, o un
epígono.
Cuando digo «encontrarte solo», no quiero decir socialmente solo.
Quiero decir solo en la comprensión de que tu presencia indefinible en este
arroyo misterioso de energía al que llamamos «vida» trae tu mundo a ser--no
el mundo, sino tu mundo. De manera que no estoy debatiendo el punto de
vista de Ramana Maharshi. Él tenía su mundo y yo tengo el mío.
En cuanto a la cita, el consejo de Ramana respecto a hacer «progreso
espiritual» aboga tomar control de, y por ende entorpecer, el fluir natural de
los pensamientos, sentimientos y percepciones. Tal consejo--nuevamente
directo del dogma del yoga--se trata de disciplinar la «mente», de
dominarla. Ese dogma aconseja juzgar lo puro de lo impuro y quedarse
únicamente con lo puro. Se trata de enfocar el arroyo de la consciencia y de
canalizarlo hacia sola y únicamente una misión: la unión con el supuesto Ser
eterno e inmutable.
Ese no es mi estilo, para nada. Despierto, soy coexistente con
cualquier pensamiento, sentimiento o percepción que resulte estar al frente y
al centro–«puro» o no (¿y quién es quién para juzgar?) --hasta que no esté.
Lejos de tratar de controlar el arroyo de consciencia, para mí todo es cuestión
de la no resistencia ante el movimiento de ese arroyo, que es “yo mismo”.
Esto no tiene nada que ver con el progreso, sino con la inevitabilidad
de la continua auto expresión a través del pensamiento, de la palabra y del
comportamiento en todos y cada uno de los momentos.
Es cuestión de la impermanencia mercurial de la aliveness misma que
nunca está quieta, nunca carente de cambio.
En la medida en la que haya siquiera un “mi ser” separado de los
pensamientos, sentimientos y percepciones (advertencia: yo no veo mucho de
uno), los pensamientos, los sentimientos y las percepciones rebotan como
quieran; como una pelota de playa en unos rápidos, mientras «yo», siendo
simplemente otro pensamiento--no obstante un pensamiento repetitivo y
habitual, un pensamiento favorito, por decirlo así--solo rebota con el resto.
Todo es yo. Eso es lo que los pensamientos, los sentimientos y las
percepciones son: yo. En mi experiencia no hay un «ser» separado de todo
eso. Otros, lo sé, creen algo diferente.
El «progreso espiritual» que mencionaste le apunta a una meta por
obtener en el futuro a través del yoga, de la concentración mental, de las
austeridades y de la inculcación filosófica. Yo le apunto a nada. Esto es y ya-
-justo aquí y justo ahora. Dado que no estoy produciendo los pensamientos
más de lo que hago que lata mi propio corazón, tampoco los controlo. Los
pensamientos surgen y pasan espontáneamente junto con todo lo demás.
Nunca trataría yo de concentrarme. La idea es absurda en sí misma: tratar es
la muerte de la concentración en un solo punto, no una manera de lograrla. Si
la concentración en un solo punto es necesaria para una tarea en particular, la
concentración en un solo punto estará disponible orgánicamente sin que nadie
necesite tratar de concentrarse. ¿Estás concentrándote en leer o estás
simplemente leyendo?
Incluso si pudiera, ¿por qué querría concentrarme en convencerme a
mí mismo de cualquier proposición religiosa? En el sistema respecto al cual
preguntas, varios yogas son utilizados con el objeto de prepararse a uno
mismo para entender la «Verdad». A través de aquietar primero la mente y de
vencer las necesidades humanas ordinarias de contacto social y de expresión
sexual, y luego a través de seguir la línea de la lógica presentada por
Patanjali, se dice, uno puede obtener la unión con lo «Absoluto» o con el
«Alma Suprema».
Francamente, esa no es mi preferencia. No encuentro ni necesidad de,
ni razón para creer en un «Alma Suprema». Si tú crees en algo así, está bien
conmigo, pero ¿por qué?
Dado que me pediste que comentara, yo digo que mires en tu propia
mente y que te preguntes por qué crees eso. ¿Cuándo comenzó esa creencia,
cuál es tu evidencia para ella, y cómo esa creencia le da forma a «yo
mismo»? Si las escrituras y los testimonios son la evidencia, simplemente
recuerda los millones que creen en el Cielo con Jesús, o en vírgenes en el
Paraíso, al mismo estilo de «evidencia» ofrecida por el Vedanta--escrituras y
tradición más testimonio personal. Los cristianos, tú sabes, están tan seguros
de su «Verdad» como los vedantistas están de la suya.
Hazte la siguiente pregunta también: Supón que no haya un «Alma
Suprema» para nada. Suponiendo, en otras palabras, que el cerebro
evolucionado--no un «poder superior»–sea la fuente original de la
consciencia, de manera que las religiones y sus objetivos espirituales sean,
como el resto de la cultura humana, una proyección de deseos, aversiones e
impulsos animales básicos. En ese caso ¿qué necesitaría yo para ser
«liberado» o libre en este preciso momento? Esta pregunta va directo al punto
crucial del asunto, me parece a mí, porque si no hay un Alma Suprema (no
estoy diciendo que no la haya, estoy diciendo que no sé nada al respecto y tú
tampoco), el posponer la «liberación» hasta que completes el «camino» hacia
ella, significaría negarte a ti mismo la única libertad que los seres humanos
realmente podemos disfrutar: la auto-expresión en este preciso momento.
Esa libertad, que no es teórica, sino real, no requiere un gurú, no
requiere escrituras, ni autoridad, ni dioses--nada de eso—sino solamente ver
que, en cada momento, «yo mismo» es lo que es, incluyendo los
pensamientos, «deseados» o no, y no puede ser diferente.
No puedes escaparte de este momento. ¿A dónde irías? Debes vivir
con lo que quiera que veas, sientas y pienses. El carácter y el contenido de
este instante de vida es inevitable e ineludible. Con certeza eso es innegable.
Para ver la inevitabilidad del ahora, no se necesita ni creencia, ni
esfuerzo, sino solamente notar por medio de la observación--no una
observación a cargo de una mente que tuvo que haber sido «aquietada» o
«purificada» a través de prácticas especiales y austeridades; sino una
observación a cargo de la mente tal como es en este momento, el cual es el
único momento que existe alguna vez.
El comprender que este momento es el único momento que existe
alguna vez, es el final del intento de convertirse en algo distinto, que es lo
que quiero decir con «libertad». No me refiero a una felicidad eterna, o a una
dicha interminable. Me refiero solamente a la libertad de ser lo que eres,
sentir lo que sientes y pensar lo que piensas precisamente ahora, sin
necesidad de, ni resistirte a ello, ni de hacerle mejoras.
No sé qué es el ser o qué no es, y Ramana Maharshi no me va a
aclarar eso. Yo sé que en cada momento consciente parezco existir como un
aparente centro de consciencia. Más allá de eso, todo es únicamente
conjetura.
Nadie, digo yo, elige qué pensar o qué creer. Como lo puso Heráclito:
«El carácter es destino». Así que no estoy eligiendo encontrar inconvincente
la idea de un supuestamente consciente «ser supremo». Eso es simplemente
la manera en la que cruje la tostada. Veo lo que yo veo. Ser uno mismo es
ineludible. Igualmente, si imaginas que el testimonio personal de Ramana
Maharshi es relevante para cómo deberías vivir tú, nunca elegiste esa postura
tampoco y las preguntas que surgen junto con tu inmersión en esa particular
lata de gusanos no son mis preguntas, aunque me las hayas presentado a mí,
sino tuyas.
En mi mundo, los pensamientos no tienen gran poder de permanencia.
Un pensamiento surge y pasa yéndose otra vez naturalmente, solo para ser
reemplazado por el siguiente pensamiento. Una mente que ha sido entrenada
para enfocarse en un pensamiento--a aferrarse a él--mientras descarta todos
los otros pensamientos no es, digo yo, inteligente o maestra, sino embotada.
Al ver la naturaleza transitoria de todos los pensamientos, una mente aguda
no les teme a los pensamientos, sin importar de qué traten, de dónde vinieron
o si son «no deseados» o no. Una mente aguda tampoco necesita agarrarse a
los pensamientos como si fueran sagrados o irreemplazables.
Un pensamiento está aquí y luego pasa yéndose. Todo pasa yéndose,
te guste o no. Eso es lo que quiso decir Heráclito--ya van dos citas del viejillo
hoy--con su famosa frase: «Ningún hombre pisa el mismo río dos veces,
porque no es el mismo río y él no es el mismo hombre».
El Vedanta niega la impermanencia al plantear un Alma Suprema que
se dice ser eterna e inmutable por definición. Esa es una conjetura religiosa,
no «Verdad». En mi mundo, todo siempre está cambiando, incluyendo mi
ser--incluyendo, quiero decir, el único yo que conoceré directamente. No
necesito creer que todo está siempre cambiando, ni necesito que una figura
de autoridad me convenza de ello. Yo puedo observar que todo siempre está
cambiando, incluyendo el punto de vista llamado «yo mismo».
Acorde a esa observación, uno puede simplemente ser y dejar que el
arroyo de consciencia fluya a donde sea. Eso es lo que quiero decir con
«despierto». Cada momento de consciencia es diferente a cualquier otro, una
mezcla de percepciones, pensamientos y sentimientos que nunca se repetirán.
No me aferro a ninguno de ellos, incluyendo a la idea de obtener algo
«mejor». Cuando el apego y el esforzarse por alcanzar algo cesan,
automáticamente la libertad es aparente. Por libertad no quiero decir felicidad
o satisfacción. Esos sentimientos, como todos los sentimientos, vienen y van
como el viento en los árboles. Quiero decir la libertad para ser totalmente.
Para ser esta aliveness, lo que quiera que sea.
Entonces, donde Ramana Maharshi dice: «Deja que los pensamientos
cambien, pero no tú. Suelta los pensamientos cambiantes y agárrate del ser
inmutable», yo diría: «Todo está siempre cambiando, incluyendo “mi ser”.
Suéltalo todo. No te agarres a nada y luego mira dónde estás».
No me importan las promesas de un «logro eventual». Pero oye, si
Ramana Maharshi y la búsqueda por «realizar» el ser y conocer a «Dios» te
suena bien, hay suficiente carne en esos huesos como para mantenerte
masticando toda una vida, o varias vidas. A ese respecto, resulta que yo soy
vegetariano.
Capítulo 6, La libertad de ser

P: Robert, dices que no tenemos libre albedrío. No entiendo eso, para


nada. Si yo decido beber otro sorbo de té, mi brazo y mi mano alcanzarán la
taza. ¿No hice yo, con mi voluntad, que ocurriera esa acción?
R: Naturalmente, todos tenemos la sensación del libre albedrío y
elección, pero eso es, digo yo, una sensación y nada más. Elegir es una
historia que nos contamos a nosotros mismos después de que la «decisión» en
sí--nunca hubo decisión alguna--ha sido ya determinada inconscientemente
como resultante de la interacción entre diferentes partes del cerebro. Lo que
para nosotros se siente como un elegir, no es una decisión voluntaria para
nada, sino la atribución de esa danza neuronal a un jefe ficticio o supervisor
llamado yo mismo. El supervisor-yo es un fantasma en la máquina. En
realidad, no hay un pequeño «yo mismo» sentado en medio de tu cráneo
decidiendo nada.
Todos tenemos una sensación de gestoría, pero esa sensación es como
cuando mientras estamos soñando, sentimos que «yo», el que está soñando,
tiene poderes para influir sobre los eventos y determinar resultados dentro del
sueño. Al despertar, vemos que el «yo» en el sueño fue tanto parte del sueño
como todo lo demás en el mismo--en ninguna manera separado del sueño--y
en realidad no tuvo poder alguno en lo absoluto.
Desde el advenimiento de la imagen por resonancia magnética
funcional y otras maneras recientes de estudiar al cerebro, se ha vuelto
aparente que cuando uno «elige» mover una parte del cuerpo, las
preparaciones necesarias para ejecutar ese movimiento tuvieron lugar en el
cerebro antes–-a veces segundos antes-- de que hubiera una sensación o
pensamiento de haber elegido cualquier cosa. De manera que la sensación de
elegir, realmente es más como un reconocer los eventos inconscientes,
después del hecho, que una elección en sí.
Constantemente emergen resultados a través de un complejo proceso
de negociación interna entre innumerables conexiones neuronales, y luego
«mi ser» --que no es un «decididor», sino más como un pensamiento habitual
y repetitivo-- percatándose de esas supuestas elecciones que nunca fueron
realmente elecciones conscientes para nada, explica sus sentimientos de
aparente desear y decidir contándose una historia de haber elegido
libremente.
En los tiempos de los Upanishads, la gente creía que la Tierra era el
centro del universo y que el sol, los planetas, las estrellas y otros cuerpos
celestiales visibles giraban alrededor de la Tierra. Ahora sabemos más y tal
vez consideremos ingenuos a los antiguos. Pero en la cuestión del libre
albedrío, los antiguos puede que hayan entendido cosas que la mayoría de
nosotros los modernos no entendemos. El Vedanta, por ejemplo, apreció hace
mucho que la sensación del libre albedrío es una especie de auto-engaño que
surge con la idea equivocada de que hay una persona separada de la totalidad
del universo. En el budismo encontramos también una perspectiva similar,
misma que señala que nunca hubo ni habrá un «yo» por sí solo, separado,
porque cada suceso aparentemente separado depende de todo lo demás para
su existencia. «Mi ser» es «co-dependientemente originado», como se dice.
Aun así, esas dos tradiciones pudieran parecer estar de acuerdo acerca
de estos asuntos más de lo que en realidad están. Cuando uno mira más
profundamente, están, de hecho, en desacuerdo. El Vedanta nos dice que
«yo» existe en dos sentidos. El primero, es el «yo» identificado con el
cuerpo, quien cree y siente que tiene libre albedrío. Este es mithya o ser
condicional. Y luego está el yo mismo supuestamente permanente, que es
testigo del mi ser condicional, junto con todo lo demás en el universo.
De hecho, el Vedanta profesa que sin este ser-testigo permanente, el
universo no existiría para nada --que solo la luz del Ser trae al universo a
existir. El Buda, por otra parte, quien había sido entrenado en Vedanta, pero
al final lo rechazó, descartó la idea védica del Ser, llamándola «eternalismo»,
y decía que no hay un ser permanente, ni cosa alguna permanente tampoco.
Puede que valga la pena conocer acerca de tales ideas tradicionales
respecto a lo que constituye el «ser real», pero si se toman como
conocimiento irrefutable, desalentarán una investigación más amplia. Esta
cerrazón de mente es característica de los creyentes religiosos de todo tipo,
no solo de vedantistas y budistas, sino también de cristianos y musulmanes,
quienes están absolutamente seguros de que Papá Grande está observándolos
incesantemente y, eventualmente, los premiará o castigará de acuerdo a su fe.
Quizá haya cierto tipo de sabiduría en todas esas tradiciones, pero no se
extiende tan lejos como para definir qué es «yo mismo» o qué no es. Eso,
digo yo, es un misterio únicamente apenas vislumbrado, si acaso, y nunca
completamente resuelto.
Tantos de nosotros queremos apresurarnos a juzgar--agarrarnos a uno
u otro estilo de creencia, cerrando por completo la mente a otras
posibilidades. ¿Por qué esta impaciencia para explicar «mi ser» de una vez
por todas? Pregúntate a ti mismo: ¿No-saber es realmente tan espantoso que
debo tildar apresuradamente como un hecho lo que en realidad es solo
conjetura? ¿Es la ambivalencia tan aterradora que tengo que aceptar a brazos
abiertos, prematuramente, una creencia u otra en particular, en lugar de
simplemente saber acerca de todas ellas?
Para apoyar las leyes y costumbres del orden social, debemos fingir,
quizá, que el libre albedrío realmente existe. Pero lo que tal vez funcione bien
para el mantenimiento de las sociedades, pudiera, al mismo tiempo, ser
venenoso para una mente despertando que necesita hechos, no pretextos y
farsas.
A pesar de la sensación del libre albedrío y de las convenciones
sociales que giran a su alrededor, nadie, yo digo, eligió nada libremente. Y
nadie es culpable de las así llamadas «malas elecciones» tampoco. Las
fuentes más profundas de pensamiento y acción existen más allá de nuestra
comprensión y más allá de nuestro control consciente. No tengo idea de qué
palabra será la siguiente que escriba, ni de dónde vendrá.
La libertad, digo yo, no significa hacer lo que quiera que uno desee
hacer. Tampoco tiene la libertad nada que ver con el llamado «libre
albedrío», lo cual es una fantasía. La libertad surge con el entendimiento de
que, en cada momento, lo que es, es, y no puede ser distinto, incluyendo lo
que sea que «yo mismo» sienta, piense, o haga.
A la luz de ese entendimiento, mientras uno accede por fuera a las
convenciones sociales que requieren desempeñar el papel del que elige y el
que decide (y hasta exigen actuar como si uno fuera de alguna manera
responsable de comportamientos sobre los cuales uno nunca tuvo elección
alguna), internamente--dentro del entendimiento privado de uno--uno pudiera
ser honesto y admitir que el «yo mismo» quien elige es un tipo de ficción,
una historia que he aprendido a contarme a mí mismo. En ese admitir, uno
puede encontrar la libertad--no la libertad de «elegir», sino la libertad de ser.
He aquí una parte de una conversación con el neurocientífico Rudolfo
Llinás:
LLINÁS: Bueno, sí, es un instrumento que tiene un espiral que se
pone junto a la coronilla y pasas una corriente tal que se genera un campo
magnético grande, éste activa directamente al cerebro, sin necesidad de abrir
la cosa. Entonces, si tienes uno de estos espirales y lo pones en la coronilla,
puedes generar un movimiento. Lo pones en la parte de atrás, ves una luz, así
que puedes estimular diferentes partes del cerebro y darte una idea de lo que
pasa cuando activas el cerebro directamente sin que, entre comillas, «tú» lo
hagas. Esto es, por supuesto, una forma extraña de hablar, pero así es como
hablamos.
Entonces decido ponerlo en la coronilla, donde considero que está el
córtex motor y estimularlo y encontrar un buen punto donde mi pie derecho
se movería hacia adentro. Era «pop» sin problema. Y lo hicimos varias veces
y le digo a mi colega, sé anatomía, sé fisiología, puedo decirte que estoy
haciendo trampa. Pongo el estímulo y luego me muevo, lo siento, yo lo estoy
moviendo.
Y él me dijo, bueno, sabes, no hay forma de saber realmente. Le dije:
te diré cómo sé. Lo siento, pero estimulo y moveré el pie hacia afuera. Ahora
voy a hacer eso, así que me estimulan y el pie se mueve hacia adentro otra
vez. Y él me dijo: bueno, ¿qué pasó? Le dije: «cambié de idea. Hazlo otra
vez». Así que lo hacemos media docena de veces.
P: ¿Y siempre se mueve hacia adentro?
LLINÁS: Siempre. Así que dije, ay dios mío, no puedo diferenciar entre la
actividad del afuera y lo que considero ser un movimiento voluntario. Si sé
que esto va a pasar, entonces pienso que yo lo hice, porque ahora entiendo
este rollo del libre albedrío y el rollo de la volición. La volición es lo que está
ocurriendo en algún otro sitio en el cerebro, sé al respecto, y por ello decido
que yo lo hice. De hecho, tomas posesión de algo que no te pertenece.
P: Entonces estás diciendo que hay una conexión directa entre la estimulación
y el pie que se mueve hacia adentro, y que va a ocurrir cada vez, aunque tú te
propongas moverlo hacia afuera y aun así se mueve hacia adentro. ¿Estás
diciendo que a pesar de ello pensaste que tu sensación era de haberlo movido
hacia afuera?
LLINÁS: ¡No! La sensación es diferente. La sensación era que fui yo quien
lo hizo.
P: Aunque lo estaba moviendo hacia adentro.
LLINÁS: Lo movió hacia adentro y la sensación es, bueno, yo lo moví hacia
adentro. No pudo haber tenido una sensación diferente a la que habría tenido
si lo hubiera movido hacia adentro. Así que quiero moverlo hacia afuera, y
cuando siento el estímulo, lo muevo hacia afuera, pero se mueve hacia
adentro.
P: ¿Sentiste que había un problema?
LLINÁS: No, no sentí que había un problema, ¡yo lo moví hacia adentro!
P: ¡Pero pensaste, decidiste que lo ibas a mover hacia afuera!
LLINÁS: Sí, pero lo moví hacia adentro. Y entonces piensas y te das cuenta
de que estás diciéndolo después del hecho de que lo moviste hacia adentro
porque se movió hacia adentro en la manera por dentro y sabías que esto iba a
pasar; de manera que tomas posesión de ello. En otras palabras, el libre
albedrío es saber lo que vas a hacer, eso es todo. No necesariamente hacerlo a
voluntad. No eres tú quien lo está haciendo, es muchas células decidiendo
hacerlo.
Capítulo 7, Ahora soy una persona diferente

P: Tus palabras respecto al cambio constante me llegaron muy


directo, Robert; aunque todavía estoy luchando con una parte. Lo que se ha
asentado después de todo ese dolor, es que ahora soy una persona diferente.
Sin importar cuánto no quiera ser diferente a lo que era, simplemente lo soy.
Así que entiendo que, a través de las experiencias de la vida, somos nuevos
cada día y eso era algo que antes no podía aceptar.
Pero todavía me pregunto sobre esto. Sin que haya un «yo», ¿cómo es
que el pasado nos afecta tanto? Como para aquellos de nosotros quienes
tenemos la experiencia de un trauma, entiendo que el evento en sí alteró a esa
persona. Pero si «yo mismo», como tú dices, es este organismo fluido que
solo experimenta la vida a medida que fluye, ¿qué ocasiona que nos
aferremos? ¿Qué rol tiene el subconsciente? Entiendo yo que el
subconsciente dictamina mucho de lo que pensamos y hacemos. Si ese es el
caso, entonces ¿hay un «yo» en el subconsciente? Como psicólogo, estoy
segura de que hiciste trabajo del niño interior y exploraciones así con la
gente. Pero si ahora es todo lo que hay, ¿existe todavía un lugar para ese tipo
de sanación?
R: Bueno, eso es bueno. Tienes la parte importante. Todo está
siempre cambiando, incluyendo yo mismo. Esa es una idea poderosa.
Pero decir que mi ser siempre está cambiando, no significa que yo
mismo sea inexistente, como a algunos les gusta imaginar. Claramente «yo
mismo» existe en varias maneras, pero no tiene la permanencia que muchos
de nosotros asumimos. El mi ser de ayer, o siquiera el del instante pasado, se
fue y nunca puede volver otra vez. La flecha del tiempo apunta solo en una
dirección; no hay vuelta atrás, no hay reversa al tiempo, excepto en la
fantasía o en la falsa ilusión.
Mi ser es como un río de pensamientos y de sentimientos que no
puede ser controlado, pero continúa fluyendo--nos guste o no--a donde y
como debe hacerlo. Nadie puede parar ese flujo. El yo mismo del momento
pasado se fue para siempre—agua pasada. Incluso este momento--este «yo
mismo» actual–se escabulle antes de que podamos empezar a agarrarlo.
No tomes mi palabra por esto. Míralo tú. Observa el arroyo de
consciencia al que llamas «yo mismo» --no el contenido de la consciencia, no
los detalles de los pensamientos y sentimientos--sino el arroyo en sí. Nota
cómo los pensamientos y los sentimientos se transforman y cambian
incesantemente--un pensamiento o sentimiento fluye entrando al siguiente.
Ese fluir, estoy diciendo, es «yo mismo» --el único yo mismo que uno
realmente conocerá jamás.
Si surgen memorias de un trauma, el aparente pensador de esos
pensamientos se llama a sí mismo «yo», y el trauma es visto como algo que
me ocurrió a mí. Desde ese punto de vista, el pensador parece ser una «cosa»
continua, duradera, fija, a la cual le ocurren cosas--eventos, pensamientos y
sentimientos, uno tras otro. Pero «mi ser» no es continuo. Cada momento es
un momento nuevo, no necesariamente conectado de manera cualquiera al
momento previo. No tomes esto en autoridad mía. Observa y verás.
La aparente continuidad de mi ser es una ilusión que surge en parte
debido al adoctrinamiento cultural, pero también porque el aparente centro de
consciencia siempre se llama a sí mismo por el mismo nombre: «yo». Ese
invariable nombre sugiere una identidad que también no cambia: yo, el que
percibe las percepciones, el que siente los sentimientos, y el que piensa los
pensamientos. Sin embargo, aunque el nombre nunca cambia, ese
aparentemente incambiable centro de consciencia está fluyendo junto con
todo lo demás, y no es, en forma alguna, separado de las percepciones, de los
pensamientos y de los sentimientos.
Si está atrapado dentro de un punto de vista que se ve a sí mismo
como el pensador de los pensamientos, nunca se le ocurrirá siquiera a ese mi
ser, que «mi ser» es también un pensamiento, efímero y enteramente fugaz
como cualquier otro pensamiento. Sí, quizá haya en el siguiente momento un
pensamiento también llamado «yo», junto con una presentación de
sentimientos y pensamientos acerca de «mí», pero, no será el mismo «yo»
que el «pensamiento “yo”» anterior.
Ya has reconocido esto--«Somos nuevos cada día», escribiste--pero
no lo has visto todavía en su totalidad. Sí, somos nuevos cada día, pero, de
hecho, somos nuevos cada segundo; así que tu deseo de ser lo que solías ser,
meramente fantasea un «solía ser» que, para empezar, nunca existió
realmente, y ahora solo parece haber existido.
Ese «solía ser» es una historia que te cuentas a ti misma
confeccionada con recuerdos e imágenes de incontables eventos, cada uno de
los cuales le ocurrió a un «yo» diferente, que ahora están mezclados como si
todos le hubieran ocurrido a un «yo» durable, pero que ahora ya se fue. La
adversidad, dices, ha traído a la existencia un nuevo «yo» quien desea no
saber ahora lo que el viejo «yo» no sabía entonces; mientras al mismo
tiempo, paradójicamente, desea también que el viejo «yo» pudiera haber
sabido en aquel tiempo lo bien que la tenía. Ese tipo de «yo» es una fantasía
llena de arrepentimiento.
A un viejo tío mío le encantaba beber y tenía en el sótano de su casa
un bar que parecía profesional. En los estantes de ese bar, tenía todo tipo de
licor que te pudieras imaginar y su propia cerveza de barril debajo de ellos.
En el centro de esa pared de botellas, había un letrero en letra dizque germana
que decía:
“Muy pronto envejecemos y muy tarde comprendemos”.

Ahora, cualquier instante particular pudiera exhibir aspectos


aproximadamente similares a aquellos del momento previo. Imagina la forma
en la que un cuadro en un rollo de película difiere solo ligeramente del
anterior. La película está hecha de miles de instantáneas que, cuando son
proyectadas rápidamente, producen una aparente continuidad. Similarmente,
la aparente continuidad de percepciones, de pensamientos y sentimientos de
un instante a otro pudiera crear la impresión de un «yo mismo» continuo que
perdura a medida que pasa el tiempo-–un «yo mismo» que sobrevive intacto
e inalterado de un momento al siguiente. Pero cuando algo abrupto, drástico o
impactante ocurre, lo cual es como un corte de brinco en la película--un
accidente repentino, o malas noticias inesperadas--vemos inmediatamente
que la asumida persistencia de la «yo-idad» verdaderamente no es el caso, y
entendemos que nunca lo fue. Con frecuencia esto viene como un impacto:
«Ahora soy una persona diferente».
Lo que llamas tu «lucha» con la idea del cambio constante, es un tipo
de resistencia al hecho de la impermanencia. Le llamo un «hecho» a la
impermanencia porque clara e innegablemente:
1. no hay manera de parar el flujo de eventos, y
2. no hay garantía alguna acerca de qué tipo de sentimiento o evento
surgirá enseguida.
Preguntaste «¿qué provoca que nos aferremos?» Esto es parte de ello.
Detestamos admitir nuestra falta de influencia sobre los sentimientos y los
eventos, cualquiera de los cuales podría voltear nuestro mundo entero al
revés en un instante.
Pero cuando preguntas «¿qué provoca que nos aferremos?» estás
preguntado desde una perspectiva que implica un «nosotros» que, desde mi
punto de vista, no existe realmente. No hay un «tú» separado del aferrarse. El
aferramiento no es algo que «yo mismo» haga. Nadie puede decidir aferrarse
o elegir no aferrarse. Permíteme darte un ejemplo de eventos actuales.
En mis días de estudiante, las universidades americanas eran
hervideros de libre expresión, con los estudiantes desafiando todos los
intentos por limitarles su libertad de expresión. En la actualidad, muchos
estudiantes claman por lo diametralmente opuesto. No es el derecho a la
expresión sin censura lo que exigen, sino el «derecho» a que los mantengan a
salvo de tal expresión--a salvo de siquiera tener que escuchar ideas que no les
gustan. En esta nueva versión de lo que una universidad debería ser, los
profesores han sido despedidos de sus trabajos porque utilizaron una «palabra
detonadora» en una clase, o hasta porque enlistaron un «libro detonador» en
el programa. A eminencias visitantes con algo qué decir se les ha negado el
acceso.
Este nuevo «derecho» consiste en que se les garantice un ambiente en
el cual nada ocurrirá que pudiera caer mal, o conflictuar incómodamente con
cualesquiera visiones que sean consideradas políticamente correctas. Esto,
por supuesto, es la mismísima antítesis de lo que una educación real implica,
lo que es precisamente tener todo tipo de ideas expresadas, cuestionadas,
examinadas desde varios aspectos, y, por ende, aclaradas.
Cuando se les ha pedido que defiendan la idea de que sus escuelas, a
costa de los derechos a la libertad de expresión acostumbrados de sus
compañeros y profesores, deberían ser «zonas seguras» emocionalmente,
estos estudiantes hicieron uso del lenguaje del trastorno de estrés post-
traumático, asegurando que, dado que ya están traumatizados por injusticia
cultural, no pueden tolerar siquiera una «micro agresión». Entonces exigen
que todos en el ambiente universitario los traten como los andantes heridos.
El andante herido se ha convertido en su identidad, y se aferran a ella
con ganas. Escuchamos esas ganas en la frase: «¿Cómo te identificas tú?»,
que significa: dinos tu religión, tu etnicidad, tu sexualidad, el color de tu piel,
tu nacionalidad, tu género, tu así llamada «raza», etc., porque sin conocer
esos detalles, no podemos confiar en ti, y si son los detalles incorrectos,
tampoco podemos confiar en ti.
Pero esos detalles son «yo mismo» solamente si yo pienso que lo son
y si actúo como si lo fueran. Quizá otros traten de ponerme en una casilla,
pero hay, digo yo, un «mi ser» completamente fuera de esa casilla—un «yo
mismo» independiente de categorías de género, etnicidad, etc.
Comprender esto no requiere ignorar los arreglos sociales
discriminatorios o actitudes intolerantes en el consenso social prevalente. Ver
«mi ser» como más grande que tales categorías como el género, el color de la
piel, la clase económica y la nacionalidad, no exige ceguera ante las
inequidades del privilegio económico, racial y cultural, en lo absoluto.
Tampoco significa abstenerse de defender o de estar en desacuerdo. Uno
puede ver la máxima falsedad de la identificación cultural, pero todavía
trabajar para oponerse a la injusticia cultural. Solo significa que las
categorías como la raza, el género y el resto no definen ni pueden definir «yo
mismo» en mi propia mente a menos que me aferre ellas como si me
pertenecieran.
Entonces, uno puede estar consciente de esas categorías sin aferrarse a
ellas, mientras ve que «yo mismo», en su manifestación más básica como
percatación sin elección, permanece siempre sin ser definido por ninguna
caracterización en lo absoluto más allá de «yo soy, yo existo».
Algunas personas verdaderamente han sido traumatizadas—
traumatizadas por violación y otras formas de violencia; por exposición a
eventos horrorosos, por victimización de varios tipos y todo el resto. No
estoy diciendo que tal persona pueda simplemente dejar de «identificarse» y
por ello «salir del trauma». Esto no es cuestión de voluntad o de decidir, sino
de sanar.
Ciertamente, una persona en la secuela del estrés traumático necesita
ayuda de alguien con entrenamiento y un sitio seguro para poder enfrentar el
trauma. Sin embargo, la gente con la constante «amenaza de detonante» está
errando el tiro completamente. En primer lugar, el tratamiento adecuado para
el TEPT no es evitar los detonadores. La evitación emocional es un síntoma
del TEPT, no un tratamiento para él. Eludir los detonantes pudiera parecer
crear una sensación de alivio y de seguridad, pero los terapeutas saben que la
evitación emocional mayormente lleva a un empeoramiento de los síntomas,
no a su sanación. Es más, estar a salvo físicamente en el campus es una cosa,
pero hacer de un campus un sitio «a salvo» de ideas que pudieran ofender a
una persona ya traumatizada, es otra cuestión.
La recuperación del TEPT pudiera requerir de un periodo de
seguridad aumentada, pero ese es el ethos del consultorio, no del mundo en
general, el cual es un mundo grande con todo tipo de mentes en él. Además,
la recuperación perdurable del TEPT implicará—debe implicar, digo yo--
llegar a ver que existe, en este preciso momento, un «yo mismo» que no está
traumatizado, tal como hay un «yo mismo» que está asistiendo a clases quien
no es ni una mujer, ni un hombre, ni «cisgénero», ni GLBTQ, ni de una raza
u otra, ni parte, de hecho, de ningún otro subgrupo con el que haya aprendido
a identificarse. Me refiero a un «yo mismo» que no tiene idea de quién es o
siquiera qué es; sino únicamente que es.
Las memorias de eventos, incluso traumáticos, no son registros
permanentes de carácter indeleble gravados en piedra. Aunque basados en
eventos, y consecuentemente constituyendo una versión de esos eventos, las
memorias no son los eventos en sí, ni son una recurrencia de los mismos, sin
importar lo mucho que pudiera parecerle así a alguien quien sufre de TSPT.
Las memorias pueden ser vistas desde varios ángulos, circunvaladas,
considerarse de forma fresca, re-vistas y, por ende, revisadas. Esto permite
que ocurra orgánicamente el entendimiento. La plasticidad orgánica de la
memoria provee el punto de entrada para la psicoterapia dirigida a la
recuperación del trauma. En cuanto al estilo de terapia, un enfoque que
funciona para una persona, puede que no sea el adecuado para otra. Mucho
del poder de sanación, he descubierto, reside no en lo especifico de la técnica,
sino en el alivio de ser visto, escuchado y entendido.
Volviendo a tu pregunta específica con respecto a qué causa que nos
aferremos: nos aferramos cuando tememos que sin identificarnos con algo o
como algo, «mi ser» carecerá por completo de sustancia, dejando a la vida
cotidiana desprovista de sentido. Incluso un atisbo de la posibilidad del vacío
y de la falta de sentido puede sentirse aterrorizante—como vislumbrar un
vacío sin fondo en el cual uno pudiera caer por siempre. Y por supuesto, le
tememos a la muerte, la cual, aunque muchos intenten mantenerla a raya con
la religión y la espiritualidad, significará el final de la entera producción
conmigo al centro llamada «mi vida».
«Como una estrella fugaz, como una burbuja en la corriente, como
una llama en el viento, como escarcha bajo el sol…» (Gautama, el
Buda)
P: Tu respuesta de seguimiento fue de gran ayuda. Siempre pensé que la
gente decía que el «yo» no existe para nada, y nunca he podido agarrarle el
sentido a eso. Tu explicación tuvo mucho sentido para mí. En referencia a la
analogía del río, desde entonces he estado pensando en el trauma casi como
un derrame tóxico en un río. El veneno se vuelve parte del río en la misma
manera en la que el trauma se vuelve parte de la experiencia de vida de uno.
Este derrame tóxico puede sentirse, y posiblemente limpiarse un poco con
terapia o cualquier método que uno utilice para sanar. Pero no sé si pueda
alguna vez ser removido totalmente, porque no puedes deshacer un evento.
Por lo menos en mi experiencia, una vez que algo viene a mi percatación, no
parece querer irse. Antes, estaba buscando maneras de hacer parecer como si
el trauma nunca hubiera ocurrido, pero ahora lo entiendo. Ocurrió, y por
siempre estaré cambiada por ello. No hay vuelta atrás, punto, sin importar lo
mucho que intente.
Sólo tengo que decir esto. Tal vez suene loco, pero ambos sabemos
que tengo un toque de locura. Es solo que tengo una necesidad apabullante de
agradecerte. Aprecio tanto tu escucha y las palabras que has compartido. No
me conoces de nada, pero me has hecho sentir suficientemente cómoda como
para compartir mis pensamientos y miedos más enterrados. Por favor, sabe
que has ayudado a tantos y que se te aprecia profundamente.
R. El placer es mío. Y no hay nada de loco en la gratitud. Me gusta tu idea
sobre el derrame tóxico. Parece ser una manera útil de ver el trauma y la
recuperación.
Capítulo 8, ¿Qué nos hace únicos?

P: ¿Qué nos hace únicos, Robert? No puedo verme a mí mismo como


consciencia solamente, cuando sé que hay componentes de «mí» que parecen
estar escritos en piedra.
Entiendo que «yo» no soy empatía, curiosidad o impulso de aventura,
pero se siente como si la empatía, la curiosidad y el impulso de aventura son
partes centrales de mi personalidad, sin los cuales yo no soy «yo». Supongo
que no entiendo la diferencia entre el ser y la personalidad. Parecen trabajar
en conjunto. Probablemente no estoy haciendo un buen trabajo
explicándome. No veo cómo todos somos solamente pura consciencia. Pienso
que nuestras propensiones crean el filtro a través del cual pasan y son
interpretados los eventos y los sucesos. Y el filtro siempre estará ahí, ¿no?
P2: Robert, veo mi taza de té y me estiro para agarrarla. Siento la
superficie de la taza, y parece que la extremidad que alcanza y toca la taza me
pertenece y que la controlo también. Claramente, esto no siempre aplica,
como en las acciones-reflejo, o cuando uno actúa inconscientemente, como al
estar conduciendo un auto; pero si es que sí ocurre, me parece a mí
fundamental y básico, menos una creencia que una sensación.
No estoy intentando comenzar una conversación respecto a la gestoría
o el ser en el sentido absoluto. Más bien quiero escuchar cómo se sienten
desde tu punto de vista las acciones normales, cotidianas, el simple sentido de
estar aquí y de hacer cosas; un sentido que recuerdo tener hasta de niño.
Tengo curiosidad de saber cómo tú, que pareces experimentar el mundo en
una forma bastante diferente, experimentas esa sensación y cómo la
entiendes.
Dices que para ti «Robert Saltzman» no es un ser, sino un personaje,
solamente parte de los contenidos de la consciencia. Sé que aquí estoy
simplificando en exceso. Has dicho que la consciencia no es algo separado de
sus contenidos, y que el que ve es lo visto; entonces ya nos hemos metido en
todo eso antes. Pero poniéndolo a un lado, a lo que estoy tratando de llegar es
que pareces tener un sentido fundamental del ser muy diferente al mío, el cual
está completamente atado a mi sentido de gestoría y de control. Me refiero al
control sobre los movimientos corporales y demás. Esa sensación de control
apoya el sentido de ser un agente separado, y esta sensación de ser el gestor,
el propietario y el que controla las acciones de uno no es solamente una
creencia o un pensamiento. No puedo definirlo exactamente, pero tampoco
puedo imaginar ser sin ese sentido. He escuchado que el sentirse separado de
los pensamientos y de las acciones de uno es un síntoma de esquizofrenia.
Por supuesto, no me imagino que seas esquizofrénico, pero ¿cómo es esto
diferente a la esquizofrenia?
Para ser específico, ¿tienes la sensación de estar en control de tus
acciones y de tus comportamientos? Y, de ser así, ¿ese sentimiento cambia de
lo que era antes con el despertar?
R: Estas preguntas vienen desde una perspectiva que ve un «yo
mismo», viviendo en el mundo—un yo mismo localizado en el centro de ese
mundo, interactuando y lidiando con ese mundo, al que llama el «mundo
exterior».
Entiendo eso. Incluso la mayoría de los esquizofrénicos entienden ese
punto de vista. No desconozco ese consenso general, pero no me define. La
experiencia de ser aquí siquiera, sin importar lo que «yo» soy o lo que otros
me digan que soy, me asombra. Esta inmensidad de universo—incluso la
pequeña parte de él de la que los humanos estamos conscientes—me pasma.
El hecho de que haya algo en lugar de nada, parece más allá que milagroso.
No puedo siquiera empezar a definirme a mí mismo con respecto a todo eso,
mucho menos ser definido por el consenso más bien ingenuo de la sociedad
al respecto.
De manera que, mientras seguirle la corriente hasta cierto grado a ese
consenso puede ser necesario, mi experiencia momento a momento es
completamente diferente. Para mí, el mundo y Robert no están separados.
Son una y la misma «sustancia», surgiendo juntos, codependientes y
completamente inseparables. Sin Robert, no hay mundo; sin el mundo, no
hay Robert.
Supón que ves un árbol: ramas, hojas y tronco. Caminas hasta el árbol
y evalúas la textura de su corteza, misma que se siente rugosa y áspera. Muy
probablemente, ves al árbol como algo que existe «allá afuera» en algún
lugar, y consideras que la rugosidad que percibes es una cualidad fija de su
corteza. Ese punto de vista se nos enseña desde el nacimiento, así que la
mayoría de nosotros lo damos por sentado, un hecho indisputable. Estoy
«aquí adentro», siendo como soy. El árbol está «allá afuera», siendo como es.
Ahora, si das por sentada esa perspectiva, no me es posible desenredar
esto. Así que, si te interesan estos asuntos, no imagines que sabes cualquier
cosa sobre lo que «mi ser» es o no es. Empieza con un borrón y cuenta nueva,
lo que significa la convicción de que no sabes nada en lo absoluto sobre «mi
ser» o sobre el árbol.
Preguntas si tengo la sensación de control, y si eso ha cambiado junto
con el despertar. Llegaré a eso, pero, francamente, no importa lo que diga,
nunca sabrás lo que es ser yo. Si tratas de comprender mi experiencia para
que tú puedas experimentarla también, no lo harás. De manera que esto no se
trata de mi experiencia, sino de la tuya.
Cuando tocas la corteza de ese árbol, y te dices a ti mismo: «Esa
corteza se siente rugosa», ¿Dónde está localizada esa rugosidad? ¿Está
localizada «allá afuera»? No. Está ubicada en las neuronas del cerebro, ¿no es
así? O, si «neuronas» suena materialista, digamos entonces que la rugosidad
está localizada en la «mente», lo que quiera que eso sea.
Puede que haya un objeto separado llamado árbol allá afuera, pero
¿quién pudiera acaso saber si hay o no hay un objeto tal, o siquiera saber lo
que una pregunta así significa?
O castaño, gran árbol arraigado, floreando,
¿Es usted la hoja, la flor, o el tronco?
O cuerpo, meciéndose a la música, O mirada cobrando vida,
¿Cómo podemos distinguir a la bailarina de la danza?
--Yeats
Pero incluso si hay un árbol «allá afuera» en algún sentido absoluto—
un árbol, quiero decir, que exista separado de tu percepción de él--tú nunca
estás viéndolo realmente. Lo único que tú conoces es la mente. El árbol que
tú ves es una impresión sobre la mente. De manera que conoces impresiones,
no árboles.
La rugosidad que sientes es una cualidad, no de los árboles, sino de la
mente; tal como la rojez y la acidez son cualidades—qualia—no de las
manzanas, sino de la mente. Si el árbol siquiera existe o no aparte de la
mente, o cuáles, si cualesquiera, son sus cualidades esenciales, es algo
desconocido y completamente misterioso.
Si puedes abstenerte de patalear e insistir que «por supuesto que hay
un árbol ahí afuera», esto no es difícil de entender. Lo único que se necesita
es una mente abierta—la capacidad de considerar estos asuntos, no en
términos de lo que ya piensas que sabes, sino de manera fresca.
Así, la rugosidad no es una cualidad de un objeto percibido llamado
«árbol», sino una cualidad de la percepción misma, la que ocurre en la mente.
Si no ves eso, por favor no continúes leyendo. En vez, pondera la idea hasta
que comience a cobrar sentido.
Ahora, Robert es justo como un árbol. Él parece existir, pero ¿dónde?
¿Dónde está localizado Robert? Él está, digo yo, localizado en el mismísimo
lugar que el árbol: en la mente. El árbol es una impresión en la mente, y
Robert es una impresión en la mente. No hay diferencia.
«OK», tal vez digas. «Entiendo eso. Robert y el árbol no están allá
afuera en algún sitio. Ambos, Robert y el árbol son objetos en la mente. Pero,
aun así, Robert, es tu mente—tu mente especial y singular —en la que están
ubicados, ¿no?»
No. No es «mi» mente. No me pertenece. No la puedo controlar. No
me obedece. Parece fluir como el agua, por todos lados. Nada la mantendrá
contenida. No puedo forzar a la mente a que deje de salir con pensamientos e
imágenes; y como un espejo, lo que quiera que se le ponga enfrente a la
mente, parece ser reflejado de forma instantánea, ya sea que al «yo mismo» le
guste o no, y sin esfuerzo o intención alguna de reflejar nada. De manera que
la noción de «mi mente y tu mente» parece cuestionable. ¿Hay un «yo
mismo» que tiene una mente? ¿O es el «yo mismo» mejor entendido, no
como un poseedor de una mente, sino como una colección de impresiones en
la mente, como el árbol?
Hasta donde sabemos realmente, la respuesta pudiera ser ninguna.
Entre quienes trabajan en el rubro de la tecnología, por ejemplo, un meme
popular considera al «yo mismo» ser una simulación corriendo en un
software en algún futuro lejano. De verdad lo creen. Eso parece inverosímil
desde mi perspectiva, pero no estoy en la posición de decir que es
equivocado. No sabemos qué es la mente.
Cuando una niña mira su imagen en un espejo por primera vez, su
madre pudiera decirle: «¿Ves? ¡Esa eres tú!» Esas palabras son el comienzo
de una condicionante social que dura toda la vida respecto a lo que «yo
mismo» es—la supuesta «entidad» que viene al mundo cuando nace un
cuerpo. Despertar es una palabra para el momento en el que ese tipo de
condicionante se derrite, dejando el concepto de «yo mismo» indefinido y
vacío. El despertar es como un cambio de enfoque en el que el ser y el
mundo, el cuerpo y la mente, de alguna manera se fusionan en un suceso
inseparable.
El cambio de enfoque es un evento común en el mundo cotidiano.
Piensa en la ilusión óptica que parece cambiar abruptamente, partiendo del
rostro de una hermosa jovencita, a la cara de una bruja. No hay nada
particularmente impactante en un cambio así. Mientras la ilusión esté «allá
afuera» en algún sitio y yo esté «aquí adentro» observándola, ese tipo de
cambio no presenta problema alguno. «Yo» estoy aquí tal como siempre lo
estuve, y algo «allá afuera» continúa cambiando.
Pero ¿qué si el cambio implica la desaparición de los linderos entre
adentro y afuera? Bueno, esa es harina de otro costal completamente. Ese tipo
de cambio exige una reforma radical de la definición de «yo mismo», la cual
simplemente se daba por hecha anteriormente. Eso podría sentirse como
perder el agarre de uno en el mundo y solo caerse por siempre en el vacío o el
caos. No es cierto, por supuesto, que uno deba aferrarse a la convencional
«historia de mi ser» o de lo contrario enfrentarse al mundo entero
desmoronándose, pero ese es el temor expresado en frases como: «Debo estar
perdiendo la razón». No es de extrañar que tantos de nosotros nos aferremos
tan obstinadamente al concebir «yo mismo aquí adentro y el mundo allá
afuera». Conservar ese esquema podría sentirse mucho más seguro que irse a
explorar sin mapa en mano.
En cuanto a la pregunta sobre qué te hace único, muy poco, diría yo; y
si te concentras en eso, centrándote en las aparentes diferencias entre «yo
mismo» y los demás, pues entonces por andar viendo los árboles, te pierdes
del bosque. La singularidad de la personalidad es como la apariencia
personal. Debajo de todo ese glamur en la superficie, está la misma sangre y
hueso. No niego que la personalidad exista, o que la gente exprese actitudes
habituales distintas. Lo mismo es cierto respecto a mis tres burras mascota.
No son totalmente idénticas. Exhiben diferencias comunes y corrientes—
diferencias en agresión versus pasividad, por ejemplo—pero cada una se
comporta exactamente como un burro. Y cuando miro a los ojos de un ser
humano o de un burro, no es la personalidad lo que resalta, sino el ser
sensible.
Para quedarnos con la metáfora de la apariencia personal, si te
mantienes enfocado en tu singularidad, es como una adolescente con una
espinilla en la mejilla y que no ve nada más por el resto del día. A sacar el
espejo y el Clearasil. Mientras tanto, la sinfonía entera de la vida continúa
tocando, pero la personalidad que se llama a sí misma «yo» se queda mirando
fijamente a su propio ombligo singular, absorta en sus temores y deseos
únicos, orgullosa de sus habilidades peculiares y avergonzada de sus
debilidades singulares. No es mi intención burlarme de ti. Simplemente no
estoy ahí. Este es un universo vasto.
En cuanto a si tengo la sensación de estar en control de las acciones,
en realidad no me encuentro a mí mismo pensando en esos términos, pero
supongo que la respuesta es no. Las necesidades de cada momento se
presentan a sí mismas y las acciones solo parecen surgir sin elección para
satisfacerlas.
Antes señalé que no puedes conocer mi experiencia, sin importar
cuánto diga yo al respecto. Puedes conocer tu experiencia, y eso es todo lo
que puedes conocer. ¿No está eso tan claro como el agua? Escuchar mis
palabras sí, es cierto, constituye parte de tu experiencia, pero las palabras en
sí no son experiencia más que un menú es una comida. Las palabras se
relacionan a la experiencia solamente en tanto que encuentres algo en tu
propio conocimiento con lo cual iluminar las palabras o hacerlas más
sustanciosas, porque lo único que puede una palabra realmente significar
jamás, es lo que significa para ti cuando la escuchas o cuando la lees.
Las palabras en sí son solamente sonidos o garabatos. No son aquello
a lo que señalan. Puedo escribir «tempeh», pero si tratas de comerte eso,
terminas con una boca llena de papel y tinta, no con frijoles de soya
fermentados. Si nunca has comido tempeh, pero sólo has escuchado al
respecto, una imagen vaga de «frijoles de soya fermentados» será el límite de
tu entendimiento de tempeh. Si los has comido, entonces tempeh no será tan
distante de tu experiencia. Quizá hasta recuerdes el sabor suficiente como
para que se te haga agua la boca. Pero incluso si has comido tempeh mil
veces, aun así, no puedes conocer mi experiencia del tempeh. Sólo la tuya.
Algunos que se encuentran a sí mismos despertando del trance
hipnótico al que llamo «el consenso» pudieran estar alentados o estimulados
por estas conversaciones. Algunos tal vez sientan que están aprendiendo algo
sobre cómo es estar despierto. Sin embargo, es importante recordar que lo
único que puedes conocer es tu experiencia, no la mía, y que las palabras de
otras personas pueden significar solamente lo que está presente ya dentro de
tu propio conocimiento.
De manera que, si digo que nunca me veo ni haciendo nada, ni siendo
nada, incluso no siendo presencia ni haciendo el presenciar, ni observando, ni
siendo el observador, tampoco en atención plena («mindfulnesss»), quizá
goces haciendo un recorrido mental por los temas de no-hacer, no-ser, vacío
y similares, pero tu propio despertar, es otro asunto completamente.
Capítulo 9, Un perro con un hueso

P: Me siento como un terrier que sabe que hay un ratón en la


habitación. Nomás no puedo soltar esta búsqueda por la iluminación; es
cierto, está basada en habladurías, pero sí siento que estoy aprendiendo más
respecto a quién soy o qué soy. Más y más noto cuánto de mi
comportamiento es habitual. Me veo a mí mismo como una colección de
pensamientos, hábitos y condicionantes, no realmente sólidos y, sin embargo,
persistentes e imposibles de negar. Cuando tengo un día difícil, todavía
simplemente lo tengo. Siento que está ocurriéndome a mí.
Tú, por otra parte, pareces únicamente observar a «Robert» teniendo
un día difícil o lo que sea, sin estar enmarañado con nada de él. Debes tener
dolores y sentir tristeza y pérdida tal como yo, y, sin embargo, ese
sufrimiento mental auto-infligido parece ausente en ti. Parece que no estás ya
identificado con el ego. Entonces, cuando me contestas, ¿quién contesta?
¿Quién es la voz de tu identidad?
Practico identificar al «yo mismo» únicamente como un espacio vacío
donde el mundo se siente. Los cedros susurrantes, la tibieza de mis pies sobre
el camino, o el zumbido en mis oídos surgen en mi percatación y, sin
embargo, parecen estar ocurriéndome a mí. Siento una separación entre mi
experiencia y el que la experimenta. Me siento como un detector de
sensaciones que también piensa y juzga. Me siento atrapado en esta
condición.
Aquel monje que escuchó sonar la campana y, dándose cuenta de que
él era simultáneamente la campana, el escuchar la campana y el que la oía, se
iluminó instantáneamente. Uno, no tres. El que ve-el ver-lo visto. ¿Cómo
llegar a eso? ¿Cómo darme cuenta de que soy ya todo lo que surge? Esa es mi
pregunta. Eso es lo que mi terrier interior está tratando de encontrar.
A veces, me parece que despertar es como la evolución por selección
natural. Algunos son elegidos y otros no. Es como si, dada la perfecta
combinación de variables en tiempo y espacio, la vida orgánica llega al nivel
de iluminación humana, viendo una plenitud entera donde nada existe
separado de todo lo demás; y vivir dese ese entendimiento. Pero eso, parece,
sucede sólo ocasionalmente.
Dijiste: «Ocurre cuando ocurre. Entiendes lo que entiendes cuando lo
entiendes». Supongo que eso significa que no hay nada que yo pueda hacer al
respecto, pero ese terrier en mí sigue escarbando de todas maneras.
R: Aunque a la gente le guste glorificar a los maestros y a los sabios—
particularmente a aquellos que se dice están «iluminados» o «realizados»—
los consejos respecto a estos asuntos quizá no siempre sean útiles. Un montón
de «mansplaining»3 para la pregunta qué es o no es el ser, podría ser más una
distracción o un impedimento que un avance.
Si uno considera a estos maestros supuestamente iluminados como
fuentes infalibles de «verdad» en lugar de los seres humanos comunes que
son y somos, uno tiende a caer en una especie de hechizo hipnótico como la
actitud testaruda de un burro recalcitrante al cual se guía hacia adelante
ofreciéndole como un incentivo una zanahoria frente a su nariz. Ese truco
funciona cada vez. Un burro, sin embargo, no va a colgarse una zanahoria
frente a su propia nariz. La gente sí.
3. Explicaciones machistas o condescendientes, palabra compuesta
por man (hombre) y explaining (explicación)[N.T.]
No tengo nada que decir sobre obtener iluminación, o sobre «realizar»
el ser. Ese tema, y su vocabulario, son las zanahorias de la fantasía. Sin
importar qué tan seguido oigas las palabras «esto es y ya», o «lo que buscas
es lo que me está escuchando ahora mismo», no lo aceptas. Debe existir algo
más—algo más evolucionado—y te lo imaginas. Pero ese Macguffin
imaginado, que ha de ser perseguido hasta ser encontrado y obtenido implica,
y crea así, una necesidad de tiempo—un intervalo entre el ahora y el
entonces, durante el cual algún aprendizaje, algún progreso, algún merecer,
algún evolucionar debe ocurrir de alguna manera.
«No lo entiendo ahora, pero si hago suficientes preguntas, algún día lo
entenderé. No estoy iluminado ahora, pero algún día quizá evolucione
volviéndome iluminado».
Pero eso es sinsentido. En este asunto, no hay tiempo. No hay ningún
intervalo. Nada se vuelve cosa alguna. Esto es y ya. Ahí, lo he dicho de
nuevo. ¿No puedes aceptar eso? ¿Qué esperabas?
El ser que buscas está aquí ahora mismo y no está volviéndose cosa
alguna.
Frente a tus ojos tienes puntos en una pantalla o tinta en una página.
Nada de ello significa cosa alguna en lo absoluto hasta que el «yo» lo escanee
y les dé sentido a esos puntos y garabatos. No es el ojo el que percibe
garabatos y ve palabras, sino la mente. Si hablas el idioma representado por
esos garabatos, un flujo de imágenes e ideas surge sin esfuerzo. No tienes que
tratar de descifrar los garabatos, o tratar de construir imágenes e ideas
partiendo de ellos; solamente ocurre. Ese ocurrir sin esfuerzo es el ser. Estuvo
ahí en la niñez y está aquí ahora. Nunca habrá ningún otro yo. Esto es y ya.
Crees que he adquirido algún poder extraordinario de simplemente
observar, de manera que me encuentro separado del dolor y de la pérdida y
que los sufro menos que tú. Eso es al revés. No tengo manera de evitar el
dolor ni cualquier otra cosa que sienta, y lo sé. Siento lo que siento, y lo que
siento es yo. Sin los sentimientos, no hay yo, y sin yo, no hay sentimientos.
«Yo» no estoy observando cosa alguna. El observador es lo
observado. Una línea divisoria entre adentro y afuera es una característica de
«Fantasilandia», y yo no paso el tiempo en ese parque temático. Todo es yo.
No tengo manera de distanciarme o de deshacerme de nada. Después de todo,
¿dónde lo pondría?
Dado que tus preocupaciones se centran alrededor del sufrimiento y
de la evasión del mismo, cuando digo que no puedo evitar sentirme como sea
que me sienta, me guste o no; eso quizá suene funesto, como estar «atrapado
en esta condición», como dijiste tú; pero honestamente, la no-elección es un
gran alivio. Se siente bastante relajante, digamos, tragarte el mundo y que el
mundo te trague a ti.
Cada característica de la experiencia aparentemente separada surge al
unísono con cada otra característica aparentemente separada. La realidad es
toda de una pieza, así que no es cuestión de aceptar una parte de ella mientras
se rechaza otra. Nadie está en una posición independiente como para aceptar
o rechazar cosa alguna. Lo que quiera que yo vea, sienta y piense es yo.
Quizá imaginemos cualquier cosa. Pero lo que realmente conocemos es muy
poco: únicamente lo que vemos, sentimos y pensamos.
¿Has escuchado la historia del pequeño terrier que iba corriendo con
un hueso en el hocico? Bueno, llegó a un puente encima de un estanque, y
mirando hacia abajo, vio a otro terrier reflejado en la superficie de ese
estanque. Ese perro también tenía un hueso en el hocico. Deseando el hueso
del otro perro, así como el que ya tenía, nuestro perrito empezó a ladrar, y al
hacerlo, el hueso que había estado disfrutando se le resbaló del hocico
cayendo en el arroyo, perdido para siempre.
Ten una charla con ese terrier en ti. Explícale que en cada momento
las cosas son tal cual son, y entonces no hay nada qué buscar o qué obtener.
«Cancela la búsqueda, perrito», quizá le pudieras decir. «No tiene
sentido montar un burro, en busca de un burro».
No tienes que hacer cosa alguna. Simplemente permanece abierto a
las situaciones, a los pensamientos y emociones, recibiendo sin reservas cada
momento fresco. En esa simplicidad yace el fin de la búsqueda.
Capítulo 10, La herida central
P: Robert, dijiste: «Hasta donde yo sé, el sufrimiento es inherente al
ser, independientemente de lo que uno crea o no crea. La idea de que uno
pueda simplemente desechar una creencia particular y así acabar con todo el
sufrimiento en la vida, parece, desde mi perspectiva, una forma ingenua de
negación llamada “idealismo”».
Este es un mensaje que te he escuchado dar una y otra vez. He estado
leyendo recientemente algo de un tipo llamado Saniel Bonder, y resuena con
todo lo que has estado diciendo. Dice, en resumen, que todos sentimos como
si algo faltara en el centro de la vida, que es muy difícil estar aquí, que nada
es nunca suficiente, que todos somos personas sin hogar, todos tenemos un
corazón ansioso, siempre estamos únicamente ecualizando presiones y que
esta «herida central» nunca puede de verdad sanar. Pero que, el volverse
consciente de ella, en ella y como tal, trae gran alivio.
Estas, y tus palabras inflexibles en el mismo sentido, me han pegado,
pese a mis protestas. Ahora veo que la búsqueda espiritual ha sido un intento
para escapar de este darme cuenta, que en realidad todo lo que soy es el
simple y llano hecho de mi propio ser, estando aquí, ahora, en toda mi
quebradura y futilidad, dándome porrazos como una abeja en un frasco de
mermelada. Y eso, paradójicamente, es la fuente de gran alivio.
Como dijo el maestro Zen: «no más tener que ser perfecto».
¡Adelante, Robert!
R: A lo que has llamado la «herida central» es nuestra humanidad,
nuestra mortalidad, nuestro lugar en la Gran Naturaleza--todo respecto a
nosotros, en otras palabras, que los buscadores de la «perfección» están
tratando de negar.
P: Gracias Robert. De hecho, estoy reportándome contigo para ver si
mi entendimiento es correcto. Sé que no tendría que, pero es bueno recibir
confirmación de que voy por buen camino.
R: No veo un deberías o no deberías con respecto a querer
confirmación de tu entendimiento fresco. A pesar de la adoración de figuras
tales como Nisargadatta, Ramana Maharshi, etc., todos ellos necesitaron
confirmación en cierto punto, tal como yo, y tal como tú.
P2: Robert, dijiste: «Hablando solo por mí mismo, me puedo sentir
mucho una presencia individual, mientras al mismo tiempo sentirme parte de
un entero mayor.»

Preguntas:
1. ¿Te sientes una «presencia independiente, separada», mientras al mismo
tiempo te sientes parte de un entero mayor?
2. Por definición, ¿se sentiría un «ser» independiente, separado, parte de un
entero mayor?
3. Si tal es el caso, ¿no es estar atado a esa creencia en la separación, lo que
lo ata a uno a un estado de sufrimiento mientras la creencia se mantenga?
R: No diría yo que ese sentido de presencia individual sea una «creencia».
Digo que un sentido de uno mismo como un ser vivo--un ser humano--es una
experiencia con la que todos los humanos que he conocido están íntimamente
familiarizados. No te pido que estés de acuerdo. Cree lo que sea que creas.
Simplemente así es como me parece a mí.
En lugar de plantear preguntas hipotéticas, ¿por qué no solamente
mirar a tu propia vida con entera honestidad? ¿Sufres, o no? Si sí sufres—
alguna vez--entonces tus palabras aquí, particularmente la pregunta número
tres, no constituyen nada más que una creencia en algún testimonio de oídas,
no un conocimiento propio tuyo.
Los testimonios de oídas puede que sean suficientemente buenos para
ti, pero a mí no me hacen nada. Si, por otra parte, no tienes sentido de
presencia individual, y así nunca sufres para nada, entonces ¿por qué te
importa lo que yo diga?
Capítulo 11, El viaje del héroe

P: Robert, tengo curiosidad. En general, ¿cuál es tu postura con


respecto al viaje del héroe?
R: En mi mundo no hay héroe alguno, ni hay ningún viaje. Nosotros los
primates humanos nacemos en la misma manera en la que nacen otros
animales, vivimos en la misma forma que otros animales y morimos en la
misma manera que otros animales. Mitificar ese proceso puede que provea
alimento para guiones de películas cautivadoras, pero parece menos que útil
para llegar a la consciencia aquí y ahora.
El cerebro humano ha evolucionado a una complejidad más grande
que la de la mayoría de los demás animales. (Digo «la mayoría» porque en el
caso de los animales de cerebro grande que no necesitan inventar o construir
nada para poder sobrevivir--los cetáceos, por ejemplo--no sabemos qué
piensan o qué tan inteligentes sean). Esa complejidad neuronal deja
disponible un excedente de poder cerebral, mismo que puede consagrarse a la
auto-justificación, al auto-engrandecimiento, a la fantasía religiosa y a otras
deliberaciones por el estilo. Pero todo eso es un ejercicio inútil, en mi
opinión.
El miedo a la muerte--un terror a la idea de no ser, en lo absoluto--
junto con las aprehensiones respecto a caer en una depresión si uno admite
que vivir y respirar parecen carecer de significado mayor cualquiera,
mantiene a muchos de nosotros los humanos hipnotizados y luchando por la
«victoria», pero lo único que realmente sabemos, es que estamos aquí ahora.
El resto, digo yo, es historias que nos contamos a nosotros mismos para
sobrellevar el dolor, el miedo y el anhelo.
P2: Pero Robert, no sería cierto que decir que antes de que
«despertaras» al momento presente (o como quieras llamarle) tú también
estabas, como el resto de nosotros, atrapado en el viaje del héroe; con la
llamada, el encuentro con el mentor, las pruebas y todo el resto, y que la
culminación de la búsqueda era ver que todo era una ilusión. Que solo hay
«esto». De hecho, ¿no ha sido la tuya una clásica en el género, con el tipo
llevándose a la chica al final?
R: Bueno, no soy gran fan de «El Héroe de las Mil Caras» de Joseph
Campbell, que popularizó la idea del viaje del héroe, ni de sus seguidores--
Robert Bly, por ejemplo, o Michael Meade--quienes gustaban de proyectar la
idea simplista de la metamorfosis espiritual en los eventos cotidianos como si
esos eventos tuvieran un propósito fijo, un trayecto predecible y un resultado
conocido. No veo las cosas de esa manera. Hay ahí un fervor religioso--en el
así llamado «Movimiento Mito-poético de Hombres» por ejemplo--y una
necesidad de control que para mí se siente exagerada, junto con una
idealización de la cristiandad que no me trago para nada. Carl Jung, la
inspiración de Campbell, era así también.
Te pudiera parecer a ti que me quedé con la chica al final, pero no se
siente así para mí. Créeme: no soy un héroe, y no estoy consciente de haber
llegado a ningún sitio, incluyendo «ver que todo era una ilusión». No sé qué
es una ilusión y qué no, o siquiera si tal distinción, misma que es válida en el
mundo material--por ejemplo, un espejismo--pudiera aplicarse útilmente a la
experiencia del ser humano. No sé honestamente qué soy o dónde estoy. Los
diagramas esquemáticos están en tiras y harapos.
He dicho en algún otro lugar que cada uno de nosotros experimenta
no «el mundo» --aunque le llamemos así--sino «un mundo», un reino
personal construido con nuestros pensamientos llamados creencias. Mi ver,
mi sentir y mi pensar es mi mundo; y tu ver, tu sentir y tu pensar es tu mundo.
Me puedes hablar de tu mundo, pero no lo puedo conocer, y no puedes
tampoco mostrármelo. Cada uno de nosotros vive, estoy diciendo, en su
propio mundo. No quiero decir, como algunos creen, que solo estés soñando
el mundo material. Tampoco me estoy refiriendo solamente a las distorsiones
que surgen desde una perspectiva que es centrada en uno mismo y auto
referencial--aunque hay ese aspecto.
Quiero decir que todo lo que puedes conocer--no creer, sino conocer
—es tus percepciones, sentimientos y pensamientos en este preciso momento.
Esa es tu realidad. El chico o la chica de pie junto a ti pudiera estar viviendo
en un mundo muy distinto. Muchos de nosotros verdaderamente entendemos
eso, pero tendemos a olvidar cuán solo en su propio mundo está cada «yo
mismo» realmente. Tal vez preferimos olvidar eso.
Quizá elabores hipótesis sobre una «realidad» global--un mundo que
exista antes de las percepciones, sentimientos y pensamientos—pero, con
toda honestidad, no tienes manera de saber directamente cómo es una
realidad tal o siquiera si acaso existe, ¿o sí?
Si ves eso, déjame llevar esto un poco más lejos. No es únicamente
que solo tienes acceso al mundo de tus propias percepciones, sentimientos y
pensamientos, sino que aparte de esas percepciones, sentimientos y
pensamientos, en realidad no hay un «tú».
No hay un tú quien tenga pensamientos--no hay un pequeño
homúnculo sentado en medio de tu cráneo haciendo el pensar. Tú eres
pensamientos. Tú eres sentimientos. Tú eres percepciones. «Tú» no eres en
manera alguna, separado de ellos, ni eres el dueño de ellos. Sin ellos, yo digo,
«tú» no existes.
Por supuesto, a algunos--los que se auto-describen «gente de fe»--les
gusta un mi ser que existe separado de la experiencia personal--el «Ser»
permanente e inmutable de los Vedas, por ejemplo, o el Dios de la Biblia,
pero esas son creencias religiosas, no hechos. En mi mundo, me gusta
quedarme con los hechos.
De manera que romper con cualquier «información privilegiada»—
quedarme en mi mundo, quiero decir--cuando digo que estoy despierto, me
refiero a que el Robert quien alguna vez se sintió como un hacedor de
haceres, un «sentidor» de sentimientos, y un pensador de pensamientos, ya no
se encuentra aquí. Excepto en la memoria, él no existe. Sonó la alarma del
reloj. El dormido despertó. La parhilera está rota, y nadie construirá esa casa
otra vez. Llámale a eso victoria si quieres, pero el tono del sentimiento es más
como una pérdida--un vacío, una deflación, una nivelación--que una victoria.
Bajarse del caballo alto pudiera tener flecos de beneficios
emocionales, es cierto. Hay una especie de ecuanimidad y apertura al flujo de
eventos que no estaba presente cuando Robert todavía tenía sus «poderes»
imaginados. Pero con eso no me gano nada. Tengo que envejecer,
debilitarme y perecer, tal como cualquier otro ser vivo; así que ¿de dónde
«quedarte con la chica al final»? Te topas con la chica a la mitad de todo eso,
si acaso--y espero que la goces mientras la tengas. Al final lo que te toca es el
ataúd. Como dijo el Buda: «vejez, enfermedad y muerte».
Me pregunto si ves que, en mi mundo, «despierto» no es una fuente
de dicha, de auto satisfacción o de felicidad. Tales sentimientos van y vienen
como la temporalidad del clima. Despierto significa apreciando el clima--
cualesquiera que sean las condiciones atmosféricas. Quiero decir apreciando
que siquiera haya clima, en vez de nada. Una vez que la impermanencia es
captada como obvia, cada momento es tu maestro, y no necesitarás creer cosa
alguna respecto a «dios», «verdad», o «ser».
Esto no es «auto realización». No es nada así de grandioso. Alan
Watts una vez dijo: «No bailas para llegar a cierto destino en la pista de baile,
sino para disfrutar la danza». De manera que, como Alan, solamente estoy
bailando, no yendo a ningún lado.
En cuanto a ver que «solo hay esto», sí, para mí eso parece obvio.
¿No es obvio para ti? Realmente no hay manera de escaparse de ese hecho,
aunque muchos intenten escaparse vía fantasías de perfección espiritual, auto
maestría, unión con lo así llamado «Absoluto», y todo ese rollo. Pero si la
fantasía escapista realmente te funcionara, no estarías preguntando estas
preguntas--en lugar, estarías en algún sitio codeándote con los otros bobos
extasiados (bliss-ninnies)4.
4.Bliss-ninnies: bliss (dicha)/ninnies, plural de ninny (bobo, tonto). Término para describir personas
quienes pudieran parecer estar adictas a un optimismo extremo y fuera de una experiencia real de la
vida. [N.T.]

Preguntarme si el que haya despertado al siempre presente aquí y


ahora, tipifica un conocido patrón de narrativa--el viaje del héroe--tal vez no
sea la mejor pregunta. En su lugar, podrías preguntarte a ti mismo qué te
impide a ti un «despertar» tal ahora mismo. ¿Qué te imaginas que hace falta y
que debe ser provisto antes de que eso pueda ocurrir?
Digo esto con todo el debido respeto, dado que no veo diferencia
esencial alguna entre tú y yo, excepto en el nivel de personalidad, el cual es
trivial comparado con la inmensidad de ser siquiera.
P2: Entonces, parece que esa «historia» de la vida de uno es una
historia falsa como un cuento que relatas sobre alguien más, y luego te lo
crees. De hecho, parecemos haber sido alentados por nuestros padres y otros
para urdir una narrativa tal y luego vivir de acuerdo a ella. Douglas Harding
hablaba de esto cuando platicaba sobre cómo nos vemos a nosotros mismos
como si lo hiciéramos desde afuera, desde la perspectiva de alguien más. Esta
es la causa de todos nuestros problemas. Desde el «adentro» no son nadie
para nada, únicamente una inmensa presencia en silencio. Gracias Robert.
Entendido.
R: ¡Ajá!
P2: Estaba sentado en hoy el tren a Londres y había tenido este
interludio interesante influido por nuestro diálogo el otro día, Robert. Es
difícil de verbalizar, pero aquí va.
Me di cuenta de que me voy a morir, que esto no va a durar. Este
cuerpo está condenado y lo sabe. Nunca nada es suficiente y cada intento por
llenar esa realización está condenado a fallar. El sexo, las drogas y el rock
and roll, todos han fallado en la entrega. La búsqueda espiritual es el intento
más refinado por escapar de esta realización.
Entonces dejé que se asentara y mi cuerpo dijo: «He sabido eso desde
el día que nací y tu negación solamente está empeorando la cosa y
lastimándome».
Así que dije: «lo siento, carnal, apenas me di cuenta». Él dijo: «está
bien, pero qué alivio que finalmente lo hayas captado».
Luego me di cuenta de que no hay nada que hacer, nada por buscar,
nada perdido, nada por encontrar.
Entonces noté que las nubes estaban un poquito más esponjosas por la
convección del calor del sol en aumento a medida que se eleva más en el
cielo. Los campos todavía amargamente fríos y desnudos, tonos de color café
en la tierra y en los arrayanes.
Sorprendente cómo un poquito de maldita desesperanza y
desesperación conscientemente reconocidas pueden elevarte los ánimos. ¡Ah!
Eso está mejor. Un poco más de espacio para respirar.
Capítulo 12, El pensamiento mágico

P: Robert, cuando dijiste que las creencias mágicas pueden estar


«codificadas en el cuerpo», ¿estabas diciendo que hay un componente
genético que puede hacerlo a uno propenso al pensamiento mágico?
R: Con «pensamiento mágico» me refiero al hábito de atribuirle
causas a eventos cuando uno no puede en lo absoluto saber qué relaciones
causales de hecho existen. Nosotros los humanos, cuyas mentes
evolucionaron bajo presión para identificar amenazas, somos voraces en
nuestro apetito por explicaciones, y por ello propensos a ver causalidad falsa
en todas partes. Es por eso que he estado recomendando investigar las
creencias de uno con vistas hacia escardar compromisos cognitivos
prematuros. Mientras uno esté cargado con el peso de creencias no
examinadas, no hay oportunidad alguna de ver las cosas claramente.
La «ley del karma» provee un buen ejemplo. La así llamada «ley» no
es una ley para nada, sino una creencia basada en información de oídas, no
en evidencia. Esto es clásico pensamiento mágico, porque más allá de dogma
tradicional, nadie tiene la más mínima idea de que si algún tipo de «justicia»
está incrustada en la situación humana o no. Oír y creer no convierte en
verdadero lo que se oye.
En base a estudios de gemelos y sus familias, la mayoría de los
psicólogos, genetistas y otros investigadores, ven a la personalidad humana
como el resultado de influencias combinadas de herencia y ambiente--
naturaleza y crianza--con frecuencia en proporciones iguales
aproximadamente. Así que es bastante probable que la propensión al
pensamiento mágico sí tenga un componente genético. Pero no era eso a lo
que me refería cuando dije «codificados en el cuerpo». Quería señalar que el
dolor del despertar--del entrar a una sensación de ser que es libre de
creencias, caminos, destinos y de «respuestas finales» --no siempre es
solamente un dolor emocional, sino que pudiera implicar una dura
experiencia en el nivel físico también. En mi caso así fue.
P: Cuando usaste la palabra «estructura» y «estructuras», ¿te referías a
los mecanismos de defensa utilizados para proteger al ego o al ego en sí?
R: El ego no existe como un objeto separado. No hay un ego en
realidad. Cuando dije «estructura», era sólo una metáfora para el punto de
vista completo, habitual y repetitivo con el cual uno puede identificarse y
nombrar a «mi ser». A ese punto de vista le llamé una «estructura», porque
hace mucho tiempo me visitó un sueño inusualmente potente en el que el
punto de vista habitual que yo había estado justificando y defendiendo como
«mi ser» se me presentó como una estructura--una mansión en deterioro de la
cual me alejaba yo navegando.
P: No puedo entender, ¿quién es el que está sintiendo compasión?
R: Correcto. No puedes.
P: ¿Qué queda cuando hay un navegar alejándose? ¿El navegar
alejándose significa el separarse del ego o subyugarlo?
R: Tratar de subyugar al ego es como tratar de levantarte a ti mismo
jalando tus propias trabillas. Puedes hablar al respecto eternamente, pero
nadie puede de verdad hacerlo. El futuro vencedor del ego es ego. ¿Qué más
podría ser? El «yo mismo» quien desea salvación o iluminación es ego. El
«yo mismo» que quiere ser permanente e «inmortal» es ego. Ese «mi ser»
desea ser salvado de sí mismo, pero no funciona así.
Uno oye con frecuencia que el ego es el problema y que el ego debe
«trascenderse». Yo estoy en desacuerdo. El ego es un punto de vista, eso es
todo. Todo mundo tiene un punto de vista. Un punto de vista es algo
inevitable. Si el punto de vista de uno es tenso, surgen problemas
rutinariamente. Si el punto de vista es más amplio y mejor enraizado en el
entendimiento, es normalmente más fácil el andar.
Utilicé el término «alejarme navegando» porque esa imagen fue parte
del sueño que mencioné. Una mansión en deterioro estaba al filo de un
peñasco, y yo debajo remaba en un bote alejándome de la orilla. En el sueño,
entendí que yo había estado agregando a esa estructura constantemente,
atendiéndola compulsivamente y dándole mantenimiento con tremendo
fervor; y ahora, mientras me alejaba remando hacia lo desconocido, vi que el
trabajo de la expansión, del atender y del mantenimiento, estaba llegando a su
fin.
P: Me cautivan mucho las imágenes de tu sueño Robert. ¿Has escrito
al respecto en algún otro lado?
R: Escribí esto hace algunos años:
«El comienzo de la percatación espiritual con frecuencia se compara
al despertar de un sueño, pero en mi caso, las primeras señales del despertar
ocurrieron en un sueño.
«Una noche, después de haber pasado el día entero en la oscuridad
imprimiendo fotografías, soñé que estaba remando un bote pequeño en un
vasto océano. El cielo y el mar parecían casi del mismo tono de gris, de
manera que no veía un horizonte definido. Era como estar dentro de una
esfera vasta, uniforme e infinita. En el lenguaje paradójico y figurativo de los
sueños, estaba yo viendo, no al revés, de la manera en la que uno
normalmente rema, sino mirando hacia dentro del mar, mirando hacia el
infinito. De pronto, sentí el impulso de voltear para ver qué había detrás de
mí.
«Ahí, no muy lejos, pero desvaneciéndose rápidamente, había un
promontorio, un peñasco alto y desmoronándose con un viejo edificio de pie
en la orilla. Esa estructura era vasta, enorme y se estaba pudriendo. El piso,
las paredes y los techos estaban en un estado de colapso y el edificio se
mantenía de pie solamente debido a un complejo sistema de contrafuertes y
soportes que se le habían acomodado por todas partes y que se extendían
hacia los peñascos en erosión.
«Todavía en el sueño, supe inmediatamente que estaba viendo al
“ego”, una estructura siempre bajo peligro inminente de colapsarse y que
estaba yo dejando al ego detrás. No más trabajo de mantenimiento,
únicamente soltar y remar hacia la vastedad. Me desperté absolutamente
estupefacto. La experiencia entera había sido tan gráfica, tan
inequívocamente, tanto un mensaje como una declaración de mi situación
actual. Nunca había tenido un sueño así antes, ni nunca otra vez desde
entonces.
«Más tarde ese día, mi esposa, Catanya, volvió a casa para
encontrarme sentado desnudo sobre el piso de la cocina, ojos cerrados,
riéndome incontrolablemente.»
Capítulo 13, Matar al Buda

P: Hoy algo se aclaró tanto con respecto a una forma de pensar que
adopté mientras vivía en un monasterio budista; durante ese año, dormía en
una tienda pequeña sin servicios. Estos eran hermosos monjes del bosque de
Tailandia. No tenían ninguna pertenencia aparte de sus cuencos y las túnicas
que traían puestas. Si comían, era porque sus seguidores les daban de comer.
Ahí experimenté tales extremos de dicha y sufrimiento. Fue en la compañía
de aquellos monjes que adopté la idea de renunciar a todo objeto en mi
profundo deseo por conocer la verdad.
Desde haber «matado al Buda» [se refiere a renunciar a depender de
la mujer quien había sido su gurú durante años, Ed.] He estado moviéndome
a tientas y a ciegas. He estado probándome ideas y quitándomelas luego,
como prendas de ropa. He estado cavilando la cuestión de cómo mi vida se ha
desenvuelto. No poseo nada de valor sino mi viejo auto y mi trabajo de arte.
No ha habido pareja en mi vida por más de 15 años. De manera que estoy sin
un quinto y sola. ¿Cómo puede ser esto, cuando estaba yo tan comprometida
a conocer la verdad?
Fue sorprendente comprender que nunca había sido necesario
renunciar a nada para ser auto-realizada. Entonces, al leer tu conversación
sobre el pensamiento mágico, entendí que el pensamiento mágico de los días
de monasterio, aunque lo llamaban «budismo» y no pensamiento mágico, me
había colocado en esa dirección de renunciación.
Pero incluso ahora, todavía no puedo comprender que nunca tuve
alternativa respecto a nada de esto, ni en la cuestión de cómo mi
entendimiento actual vino a ser. Si nadie tiene el poder de elegir, eso
significaría no solamente que no elegí yo el pensamiento mágico, junto con la
dirección de mi vida que fue trazada en aquellos días monásticos, sino que
tampoco elegí dejar el pensamiento mágico y matar a Buda cuando lo hice.
Robert, ¿comentarías y explicarías, por favor?
R: Nadie, digo yo, nunca, en realidad, elige cosa alguna. Después de
la profunda conmoción de ver eso, todavía tenía a veces yo la sensación de
elegir, pero esa ilusión parece haber desaparecido por completo.
Actualmente, nunca siquiera siento que estoy eligiendo. Es claro para mí que
«Robert» existe en una mutua coexistencia con todo lo demás en el universo,
y que, consecuentemente, no tiene más poder de elegir qué percibir, sentir o
pensar que una medusa tiene poder para nadar contra corriente. Un buen
ejemplo: nunca elegí escribir sobre el pensamiento mágico. Esas
conversaciones simplemente se materializaron en la misma forma en la que
se materializaron las palabras que me descubro a mí mismo escribiendo
actualmente. Los pensamientos simplemente emergen sin invitación. ¿Quién
sabe de dónde, cómo, o por qué?
Ahora, por la misma razón, al leer mis palabras, ningún lector puede
simplemente elegir parar el pensamiento mágico. Pero leerlas pudiera proveer
la última gota de información que, cuando es agregada a todo lo demás en
una mente humana, inclina la balanza entre ideas en competencia apenas
suficientemente como para que el pensamiento mágico sea visto como lo que
es--escapismo y auto-hipnosis. Entonces, si estás libre del pensamiento
mágico de tus días monásticos, no es porque tú elegiste deshacerte de tales
creencias. Cuando una mentira es vista como una mentira, la creencia en esa
mentira termina automáticamente, no porque alguien haya decidido
intencionalmente dejar de creer.
Al leer esas mismas palabras mías, alguien más pudiera no empezar a
cuestionar su pensamiento mágico como tú lo hiciste, sino, sintiendo
amenazadas sus convicciones religiosas, de hecho, acogerlas todavía más, lo
que en psicología se llama «formación reactiva». Parte de la reacción
formada en ese marco mental, pudiera incluir sentir lástima por el pobre viejo
Robert, por dudar que Jesús lo ama y que le daría la bienvenida en el cielo si
tan solo tuviera suficiente fe, e incluiría, por supuesto, infinita compasión por
los escépticos como él, quienes arderán en el infierno mientras los fieles
gozarán de una eternidad en el Paraíso.
Cuando uno empieza a luchar con la idea de nunca haber tenido una
posibilidad real de elección sobre cosa alguna, sino solamente una aparente
posibilidad de elección, eso pudiera parecer des-empoderador, deprimente, o
hasta aterrador; pero el lado positivo es que se desvanecen los
arrepentimientos, los remordimientos, los auto reproches y demás, mismos
que asumen poderes que nadie en realidad posee.
Nunca elegiste la creencia de que la renunciación a los intereses
materiales fuera necesaria para la así llamada «autorrealización». En tus
propias palabras, tú «lo aprendiste» con el contacto con los monjes. Así es
como los pensamientos entran a la mente; los aprendemos con el contacto.
Ese contacto puede ser fortuito, o alguien pudiera intencionalmente inculcar
esos pensamientos, como los padres lo hacen con los hijos «por su propio
bien», o los maestros espirituales predicando a sus rebaños.
Los pensamientos, incluyendo los tipos de pensamientos a los que
llamamos intenciones, surgen inevitablemente y no hay un «yo mismo»
separado de ellos excepto a manera de otro pensamiento. Seguro, cuando los
pensamientos cambian, las intenciones cambian y el comportamiento cambia.
Pero uno no puede elegir qué intención tener, ni tampoco decidir qué pensar.
Si pudiéramos, este sería un mundo bastante diferente.
Somos lo que somos en este momento. Ahora, habiendo visto la
futilidad de la renunciación como un método espiritual, luchas con el
arrepentimiento: «¿Por qué no pude haber entendido esto antes? Si tan solo lo
hubiera hecho, mi vida ahora hubiera podido ser completamente diferente».
Eso quizá sea cierto, pero no hay, digo yo, «por qué». Únicamente es así
como crujió la tostada. Me siento feliz por ti, que lo has entendido siquiera.
El entendimiento de que la consciencia es carente de elección es el
nacimiento de la compasión, tanto para con uno mismo, como para nuestros
semejantes, quienes, uno ve, no tienen más alternativa que tú sino de ser lo
que son.
P1: ¡Muchas gracias por esto, Robert! Justo al blanco, e incluso más
cayó en su lugar después de leer tu respuesta. ¿Elegí yo este profundo
entender o insight? Solo puedo decir que fue revelado y siempre he querido
esta profunda claridad de ser. Momento a momento veo más claramente la
libertad que expresas y enseñas en las palabras que compartes. Y me hace
feliz que estés feliz por mí. Ayuda el tener amigos cerca para este
desenmarañe. Es intensamente doloroso, pero con todo y todo, estoy contenta
de que así cruja la tostada.
Capítulo 14, No hay un “cómo” ser libre

P: No estoy segura, ¿por qué necesitamos una categoría llamada


pensar mágico? ¿Por qué etiquetar?
R: Aprender a distinguir entre fantasía y realidad es un proceso del
desarrollo. Podemos observar dicho proceso en los niños pequeños. Por
ejemplo, si un niño o niña está enojado con una mascota y ésta se enferma y
muere, el niño pudiera creer que fue él quien causó la muerte de la mascota; y
en un niño de cinco o seis años, ese tipo de creencia es de esperarse. Ese
pensamiento pudiera surgir para un niño de diez años, pero lo más probable
es que no lo crea realmente. Si un adulto creyera seriamente una cosa tal, la
mayoría de nosotros veríamos a esa persona como ilusa, posiblemente
psicótica.
Cuando la gente hace preguntas sobre cómo despertar, es posible que
yo conteste que no hay un cómo ser libre. La libertad es una condición natural
que aparece en cuanto uno deja de resistirse a ella. Pero la libertad puede ser
aterradora, implicando, tal como lo hace, un «yo mismo» que no está en
control de eventos, ni de pensamientos, ni de sentimientos. De manera que le
tememos a la libertad, y nos oponemos a ella en varias formas.
«Si a tu madre no quieres deslomar, ninguna grieta habrás de pisar»,
un juego que juegan los niños mientras caminan en la acera, es un ejemplo
del mágico pensar que sirve para mitigar el temor del niño de que algo malo
le pudiera pasar a mamá. El adulto beisbolista que se persigna antes de entrar
al cajón del bateador está jugando un juego similar consigo mismo, como si
un gesto con la mano pudiera realmente evitar una bola rápida en la cabeza.
De manera que el mágico pensar es una forma de negar la total
inseguridad del aquí y ahora—de asumir y fingir control sobre este momento
presente, en el cual realmente sabemos que cualquier cosa puede ocurrir, nos
guste o no. Esa negación del obvio hecho de total vulnerabilidad ante los
eventos, es un impedimento principal para encontrar la libertad y la serenidad
que parecen ser el deseo central de todos nosotros, o por lo menos de la
mayoría de nosotros.
La vulnerabilidad puede ser aterradora, así que nos atrae el mágico
pensar a manera de negación, como una forma de barrer las ansiedades
colocándolas bajo la alfombra; pero una mente empeñada en la negación,
nunca notará que la libertad es una cualidad natural de la mente, que no
necesita ganarse o merecerse, sino únicamente ser notada y apreciada.
Sin embargo, la libertad es únicamente libre en este momento y no
ofrece garantías para el futuro. De manera que uno pudiera recibir a brazos
abiertos las rocambolescas garantías futuras de la religión y de otros tipos de
mágico pensar, o uno pudiera tener libertad—pero no ambas al mismo
tiempo, digo yo.
Desde esa perspectiva, un así llamado «camino espiritual» es un
medio, por inconsciente que sea, para evitar la libertad, no para encontrarla.
Aquí y ahora, en este preciso momento, es donde la libertad existe, no en
alguna imaginada ubicación más adelante en el camino imaginado.
Esto no es para decir que los seguidores de caminos nunca encuentren
libertad. Algunos lo hacen, pero solo en el despertar del sueño escapista de la
búsqueda, del camino y del método. Cuando digo «despertar», me refiero al
entender las enseñanzas tradicionales por lo que son: hojas amarillas
entregadas a los niños para que dejen de llorar queriendo oro. Ese oro está
aquí y ahora, no después de que practiques cosa alguna.
Así que, ¿por qué contestar preguntas siquiera? Si, como digo, no hay
camino, entonces, ¿qué tengo que decir? ¿Por qué mencionar siquiera el
mágico pensar? Como preguntaste tú, «¿por qué etiquetar?».
Todos queremos imaginarnos a nosotros mismos como personas de
mente abierta, pero nuestras mentes no son abiertas, están profundamente
condicionadas y la mayoría de nosotros permanecemos bastante
inconscientes, y algunos de nosotros completamente inconscientes, de esas
condicionantes. Como un pez que, habiendo nacido en el agua, nunca
siquiera nota el agua, nosotros los humanos, nadando en un mar de creencias
respecto a quién y qué somos, nunca notamos siquiera esas creencias, mucho
menos las sometemos a una examinación plena.
Me refiero a que estamos tan identificados con los conceptos con los
que nos han impregnado, que hemos quedado incapaces de notar la libertad y
la tranquilidad de no conocer las respuestas a las cuestiones absolutas—de no
creer en dogma de cualquier tipo—a menos que la libertad llegue y nos dé
una bofetada.
Nadie puede decidir ser libre. Pero si uno desea libertad de lo
conocido, tal vez pueda uno despejar de conceptos la azotea, cuestionando
todo lo que uno cree—todo ello. Solamente haz una lista. Si tú crees que
«únicamente el amor es real», entonces pregúntate a ti mismo: ¿cómo
explicas la crueldad y la violencia que vemos a todo nuestro alrededor? Si
crees que Dios te protege y te espera en el Cielo, pregúntate a ti mismo cómo
llegaste a creer eso. Si crees que mirar fijamente a una pared durante diez
horas al día te traerá «iluminación», pregúntate lo mismo: ¿cómo llegué a
creer eso?
No estoy, sin embargo, sugiriendo convertir en una «práctica» al
escepticismo, lo cual podría fácilmente volverse simplemente otro
impedimento para despertar ahora mismo: «No he terminado aún de
cuestionar mis creencias». Pudiera haber consuelo en los métodos, y una
sensación de logro, o incluso de identidad: «Yo: el escéptico implacable»,
pero el consuelo no es un sustituto para el relámpago de repentina
comprensión que puede ocurrir únicamente ahora mismo.
En cada momento, veo lo que veo, y ese ver es yo. Cuando
comprendo eso—no solo en las palabras, sino momento a momento—no
tengo que creer en nada. Y dado que no tengo que creer en nada, se acaba el
tener que cuestionar cosa alguna. Para mí, eso es lo que quiero decir con la
palabra libertad: simplemente ser.
Los niños pequeños tienen una creencia ingenua en la permanencia de
quienes cuidan de ellos. Cuando, al primer aprender respecto a la muerte,
empiezan a cuestionar esa permanencia, a la mayoría se les apacigua
fácilmente con que oigan: «No te preocupes, querido. Mami estará aquí por
mucho, mucho tiempo». Esa es, por supuesto, una mentira rotunda. Mami no
sabe tal cosa. A pesar de sus mejores intenciones, podría estar muerta a la
mañana siguiente.
No estoy diciendo que uno nunca debería emplear ese tipo de
«mentira blanca». Esa es una cuestión profunda, pero no es lo crucial aquí.
Esta conversación no se trata de la crianza de los hijos, sino sobre el mágico
pensar que torna borroso el lindero entre la fantasía y la realidad,
manteniendo al mágico pensador en una postura ingenua en cuanto al mundo,
incapaz de ver y de aceptar la impermanencia de uno mismo y de los demás.
Para algunos, tal ignorancia pudiera parecer dichosa, pero la propia
impermanencia de uno—no únicamente la mortalidad al final, sino la
transitoriedad absoluta de este preciso instante—es justo lo que necesita
verse y aceptarse si uno va a despertar aquí y ahora. Y si no es ahora,
¿cuándo?
Temerosos de la enfermedad, del sufrimiento, de la muerte y de
morir, e inquietos por nuestras intuiciones respecto a la precariedad y el vacío
de «mi ser», tantos de nosotros envolvemos esos temores en una gasa de
creencias mágicas a las cuales nos aferramos como si las creencias fueran
hechos solamente porque queremos que lo sean.
Recorramos un poco la lista:
1. «Todo sucede por una razón». Esto es simplemente sinsentido
descarado. ¿Cómo es posible que cualquiera pudiera saber tal cosa? ¿Quién
tiene un punto de ventaja en algún sitio fuera de «todo», como para poder
decir eso? Si me dices que algún texto antiguo lo dice, o que Fulano de tal
venerable maestro lo dice y que por eso lo crees, no hay nada más que
hablar.
2. «Las personas que hacen cosas malas solo las hacen porque han
sido maltratados o incomprendidos». Esta es otra mentira que a la gente le
gusta contarse a sí mismos, quizá para ayudarles a evitar mirar en sus propias
sombras, donde tal vez de hecho noten algo de «maldad». La crianza quizá
tenga algo de influencia, para bien o para mal, en cómo las tendencias
humanas se expresan, pero esa no es la historia completa, y la crianza no
causa tendencias. La «maldad» es parte de todos nosotros y no toda se cura
con cuidado infantil compasivo. Los psicólogos, quienes han encontrado
psicopatía en cada comunidad humana, están casi universalmente de acuerdo
en que los psicópatas nacen, no se hacen como consecuencia del maltrato.
3. «Si mi fe en Dios es suficientemente fuerte, tendré vida eterna en el
Cielo». Esto es clásico pensamiento mágico, absteniéndose por completo de
poner a prueba la realidad en favor de credulidad total. Si la credulidad total
es tu onda, bien conmigo. Pero, como Gershwin escribió en su ópera Porgy
and Bess: «lo que leas en la Biblia, no es necesariamente así». Y si, como
Tertuliano, tú «crees porque es absurdo», OK, tienes todo el derecho a tal
sinsentido.
4. «La posición de los planetas al momento de mi nacimiento provee
direcciones útiles». Esta idea equivocada común necesita un poco de
desentrañamiento. Si ya crees en astrología, este es un hueso duro de roer,
posiblemente tan duro o hasta más duro que la creencia «Dios en el cielo». A
diferencia del dogma religioso, sin embargo, las aseveraciones de la
astrología pueden ponerse a prueba.
Debemos comenzar con un hecho esencial de la psicología humana.
Lo llamo un hecho, y no una hipótesis, opinión, o creencia, porque es
observable, no solamente por cualquier persona en particular, sino por
cualquiera quien realice un esfuerzo de buena fe por observarlo. Los hechos
son hechos, ya sea que tú en particular los creas o no los creas. Los artículos
de fe, por otra parte, nunca son hechos, incluso si tú y millones de otros creen
en ellos.
Este hecho psicológico, el sesgo de confirmación, es la tendencia a
buscar e interpretar las experiencias en una forma que confirme las creencias
pre-existentes de uno, mientras se les da menos consideración—o incluso
ninguna—a las posibilidades alternativas. El sesgo de confirmación también
significa la tendencia a recordar instancias que pudieran ser utilizadas para
respaldar creencias pre-existentes, mientras se tiende a olvidar instancias que
no las respaldan.
Ahora, una participante en mi foro, de nombre Tammy, me escribió
sobre su amor por la astrología. Tammy tiene un mantra que va así: «La vida
no es cuestión de casualidad; sino una cuestión de elección». «Elijo»,
escribió, «creer en la astrología ¡porque es cuestión de experiencia! He
vivenciado demasiado, demasiadas veces, como para que esto sea meramente
fortuito. ¿Astrología? Soy una firme creyente. ¡Desde la experiencia!»
Tammy no está sola en esto. La astrología tiene innumerables
seguidores, incluyendo gente que se supone es inteligente y bien informada.
Ronald Reagan famosamente nunca tomaba una decisión sin consultar a las
estrellas—Nancy insistía en ello—y tanto Richard Nixon como Henry
Kissinger también eran fanáticos de la astrología, según el Wall Street
Journal. Sin embargo, la astrología es sinsentido total y completo—
enteramente. «Entonces, Tammy», le respondí a su misiva, «has elegido creer
en sinsentido».
Tammy también escribió: «En fin, a cada cual, lo suyo». Sí, Tammy.
Por supuesto. Cree lo que quieras o necesites creer. Bien conmigo. Tienes
todo el derecho a creer en la astrología, si eso hace flotar tu barca. Solamente
sabe que el creer en algo, no lo convierte en cierto, ni tampoco el no creer en
algo lo convierte en falso.
La crítica común a la astrología se centra en los detalles de cómo la
astrología, una pseudociencia, se disfraza de ciencia. Cuando, por ejemplo,
un astrólogo señala a las posiciones de los planetas en el zodiaco, el
desmitificador alegará que, dado que el zodiaco ha cambiado desde la
antigüedad, las constelaciones no se encuentran en las mismas posiciones en
las que estaban en aquel entonces. Por ello, va este argumento, incluso si la
astrología en algún momento tuvo poder de predicción, con certeza hoy día
no puede arrojar resultados correctos. Pero ese enfoque solamente lleva a
debatir puntos aún más abstrusos, porque el astrólogo está convencido de
tener una respuesta para cualquier objeción así. Como dijo Upton Sinclair:
«Es difícil hacer que un hombre entienda algo, cuando su salario depende de
que no lo entienda».
De manera que, debatir la astrología a través de llamarla
pseudociencia es como cortar un árbol y después discutir con el tocón.
Afortunadamente hay una mejor manera. La astrología ha sido puesta a
prueba bastante y ha fallado completamente. Quizá el mejor experimento fue
«Una prueba a doble ciego de astrología», llevado a cabo por Shawn Carlson,
mismo que fue revisado por sus colegas y publicado en Nature, en 1985.
Un aspecto ingenioso del estudio de Shawn, es que los 28 astrólogos
involucrados fueron seleccionados, no por Shawn, sino por el Consejo
Nacional de Investigación Geo-cósmica, una «organización sin fines de lucro
dedicada a elevar los estándares de la educación y la investigación
astrológica». Entonces sabemos que tenían bastantes de sus fichas en esa
partida. Mejor aún, Shawn hizo que los astrólogos colaboraran con él en el
diseño de la prueba y fueron ellos quienes decidieron qué constituiría un
resultado positivo, no Shawn.
Ahora, incluso si, como Tammy, eres tú un «firme creyente» en la
astrología, e incluso si sospechas lo que viene en seguida, por lo menos toma
un momento para ver si estás de acuerdo con que el protocolo parece justo.
Se realizaron dos pruebas:
Prueba # 1: Se prepararon cartas astrológicas para 83 sujetos, basadas
en datos natales—fecha, hora y lugar de nacimiento—proporcionados por los
sujetos. Se les dieron tres cartas a los sujetos: una basada en sus propios datos
natales y dos derivadas de los datos natales de otras personas. A cada sujeto
se le pidió identificar la que más correctamente lo describiera a él o ella. En
solamente 28 de los 83 casos, seleccionaron los sujetos su propia carta. Esta
es la tasa exacta de éxito esperada en la ocasión aleatoria. Los astrólogos
habían predicho que los sujetos seleccionarían sus propias cartas más de la
mitad de las veces.
Prueba # 2: 116 sujetos completaron encuestas del Índice de
Personalidad de California y proporcionaron datos natales. Un juego de datos
natales y los resultados de tres encuestas de personalidad, solamente una de
las cuales era para la misma persona que la de los datos natales, se le
entregaron a un astrólogo quien interpretaría la información natal y
determinaría cuál de los tres resultados del IPC pertenecía al mismo sujeto de
los datos natales. En únicamente 40 de los 116 casos, los astrólogos eligieron
el IPC correcto. Tal como con la prueba #1, esta es la tasa de éxito esperada
para la ocasión aleatoria. Los astrólogos habían predicho que seleccionarían
los perfiles IPC correctos en más de la mitad de las pruebas experimentales.
De manera que las predicciones no fueron mejores que las de ocasión
aleatoria. Toda esa astrología experta no demostró valor predictivo o analítico
alguno—absolutamente cero. Y no es solamente el trabajo de Shawn que
muestra estos resultados. Existen por lo menos otros 36 estudios que los
corroboran. Sin importar lo que pudieras creer, la astrología no tiene nada
qué decir respecto a que dependas de la hora y el lugar de tu nacimiento.
Nada. Cero.
¿Convencerá esto a Tammy? Apostaría que no. «Firme creencia», tal
como la suya, no es cuestión de hechos. Tampoco es cuestión de
«experiencia», aunque Tammy diga que lo es. Mientras más firmes sean las
creencias de uno, más sirven esas creencias para distorsionar la experiencia,
y para impedir ver claramente. Es por eso que, cuando alguien pregunta cómo
«despertar», sugiero examinar las creencias de uno con «sesgo reverso de
confirmación». Me refiero a que, mientras más te atraiga una idea como
verdadera, más vigorosamente debería ser cuestionada, no menos. Esto
comienza con poner por un lado todo lo que piensas que sabes,
desengañándote de toda creencia, incluyendo toda noción de la así llamada
«espiritualidad». Entonces mira dónde estás. Entiendo que esto no es para
todos.
Quizá Tammy imagine que tiene elecciones por hacer, y si así es, yo
digo: elige bien, Tammy. Tienes todo el derecho a ser la estrella en el papel
de «elegidora», «decididora» y firme creyente—es tu película, después de
todo. Pero el mundo no me parece así a mí. Para nada. Tal vez tengamos la
sensación del libre albedrío y de la elección, pero poderes reales, no. Nadie,
digo yo, está eligiendo nada.
Capítulo 15, El amor y el miedo—Todo es tú

Recibí un tipo de mensaje con una pregunta de parte de alguien que había
sufrido la pérdida de un ser querido y ahora tiene que sobrellevar serias
preocupaciones médicas. Aunque conservando su anonimato, quiero
compartir el quid de la cuestión, porque estas preguntas se nos ocurren a
tantos de nosotros.
P: La gente dice que lo que te ocurre no muestra quién eres, pero que cómo
reaccionas a lo que ocurre sí lo muestra.
R: Desde mi perspectiva, esto parece una falsa dicotomía. No hay un «tú», yo
digo, a quien le ocurran las cosas. Lo que ocurre es tú. Tu reacción no es algo
que un «tú» hace. Tu reacción es tú. Todo es tú.
Sé que esto puede ser difícil de entender. Mucho antes de la edad de
la razón, a través de premios y castigos, se inculcan normas culturales en el
niño, casando a ese niño con una identidad fija llamada «yo». Una
característica principal de esa identidad es la supuestamente clara, inequívoca
separación entre yo mismo, el hacedor, y lo que ese hacedor hace. Esa
separación errónea no beneficia al individuo para nada, digo yo, pero las
sociedades la requieren para que cada persona («persona» es una designación
cultural, no un hecho biológico) pueda ser, legal y socialmente, considerada
responsable.
Esa entidad aparentemente fija--la persona a quien le ocurren cosas y
quien entonces tiene que «ser fuerte» o lo que sea-- es una idea equivocada.
Es una identidad falsa impuesta en el niño desde el nacimiento. «Mi ser»,
digo yo, es mejor entendido, no como una entidad fija, sino como un
conjunto entero de percepciones, pensamientos y sentimientos en este preciso
momento. Excepto como una convención social, no hay otro «mi ser». Hasta
los recuerdos del pasado o las fantasías sobre el futuro, que parecen apoyar la
idea de un yo mismo que existe fuera de este momento, son solamente las
percepciones de este momento.
Aunque el cuerpo físico cambia constantemente, tal como todo lo
demás, el cuerpo parece persistir en maneras que las percepciones, los
sentimientos y los pensamientos no. Otros reconocen a este cuerpo y le
llaman un nombre. Este cuerpo nombrado en sí es considerado socialmente
una «persona». Dado que hemos aprendido a identificar a «mi ser» como ese
cuerpo con nombre y con la persona que otros consideran que es, tal vez
empecemos a imaginar de verdad ser esa «persona». Entonces, cualquier
pensamiento que tenga que ver con esa persona--con ese nombre y forma--
adquiere exagerada importancia, incluso volviéndose completamente
obsesivo.
El nombre es durable; está en tu licencia de conducir y en tus tarjetas
de crédito si tienes. Es parte de tu «archivo permanente». La forma es
durable; el cuerpo que se acostó para dormir aún está ahí al despertar. La
cualidad o condición de ser una persona individual, construida por nombre y
forma, es durable: «buen viejo Robert». Pero mi ser, estoy diciendo, no es
durable. Mi ser es un fluir--un proceso, no una «cosa».
Considera este escenario: Juanito, quien ha sido cuidadosa y
apropiadamente socializado para «comportarse», hace algo que su madre
considera travieso.
«Juanito», regaña la madre. «¿Qué estás haciendo? ¡Tú no eres así,
para nada!»
¿Qué significa «tú no eres así»? ¿Qué podría ser más como él, que
algo que acaba de hacer? Lo que quiere ella decir con eso, es que el último
oleaje en el fluir llamado «Juanito» no combina con la persona que ella se
imagina que es su hijo, o que quiere que sea. Pero el fluir es un hecho,
mientras que la persona, Juanito, es ficticia--únicamente una construcción
social.
Dado que estamos tan profundamente condicionados socialmente,
fácilmente caemos en la ilusión de un mi ser que no es un fluir, sino una
presencia fija que persiste con el tiempo; y el frecuente repetir memorias--
incluyendo en estos tiempos fotografías, grabaciones y otros recuerdos--
parece confirmar la existencia de mi ser en el pasado, profundizando la
ilusión de la permanencia. Pero una imagen en una fotografía no es mi ser.
Nunca lo fue. Esa fotografía retrata un cuerpo, no un ser. No tomes mis
palabras como hechos aquí. Míralo tú. Considéralo.
Las percepciones, los sentimientos y los pensamientos no son objetos,
así que no pueden ser grabados con una cámara. Y aún si la fotografía parece
evocar de alguna manera un yo mismo que existió en el pasado, ese yo
mismo no está aquí ahora y nunca puede volver otra vez.
Cuando lo vemos profundamente, mi ser, el cual tantos de nosotros
simplemente asumimos que existe como una presencia fija, no es así para
nada. Mi ser surge fresco en cada momento como la reunión instantánea,
transitoria de percepciones, sentimientos y pensamientos de ese momento.
Esas percepciones, sentimientos, pensamientos no están ocurriéndome a mí,
ni tampoco son míos. Ese fluir de percepciones, sentimientos y pensamientos
es yo.
Cuando amamos a otro ser sentiente, puede que intuyamos más
fácilmente la verdadera impermanencia del ser, porque el amor más profundo
es un adiós continuo, momento a momento. Cuando un ser querido muere y
entendemos que nunca más miraremos esos ojos, vemos la profundidad de
nuestro apego al nombre y a la forma, aunque, en nuestro corazón de
corazones, sabíamos todo el tiempo que todos debemos morir.
No hay manera apropiada de responder ante una pérdida tal. Lo que
es, es, incluyendo «mi respuesta», y no puede ser diferente. La respuesta ante
la pérdida no es algo que un agente llamado yo mismo haga; la respuesta es
mi ser y también lo es el sentido de pérdida.
P: Ojalá pudiera sentir amor en lugar de miedo, pero, ¿cómo?
R: Nunca hubo un «en lugar de» y nunca lo habrá. Nunca hubo la posibilidad
de elegir sustituir el miedo por el amor. Nadie puede decidir sentir miedo, o
decidir no sentirlo. Cuando el miedo está presente, el miedo es sentido. Si el
miedo disminuye y el corazón se abre al amor, nadie eligió eso tampoco. Tal
vez hablemos de elección, pero nadie está realmente eligiendo nada. El
arroyo de consciencia--incluyendo cualesquiera pensamientos respecto a
decisiones y elecciones--es un río que solamente sigue fluyendo como debe,
y ese río es yo, el único yo que puedo conocer jamás.
Entonces, si va a haber amor, debe incluir compasión para con todos
nosotros cuyos miedos y deseos nunca fueron elegidos para empezar.
Compasión por aquel sin permanencia. Compasión por aquel siempre en
flujo. Para mí, «compasión» significa comprensión sin expectativa.
P: La raíz de mi pregunta, Robert, es esta: Solía sentir una especie de
fuerza interior que ahora está perdida y quiero recuperarla. ¿Pero en realidad
existe la fuerza interior? ¿O mi ser pre-pérdida solamente vivía en un mundo
de ingenuidad, de manera que era capaz de operar sin miedo? ¿Cómo
encuentra alegría la gente que enfrenta retos difíciles en circunstancias que
dan miedo? Pienso que la mayoría, si no es que toda la gente, elegiría la
alegría, pero ¿cómo?
R: Sí, estabas viviendo en un mundo de ingenuidad junto con el resto
de tus hermanos y hermanas humanos, y continuarás viviendo en un mundo
de ingenuidad sin importar qué. La relativa profundidad de la ingenuidad de
uno pudiera disminuir, o no; pero uno nunca está completamente al tanto. Esa
es la condición humana. Mi ser nunca es solamente lo que piensa ser y nunca
sabe únicamente lo que cree saber.
Tu ser pre-pérdida era ingenuo respecto a cierto tipo de pérdida y
dolor, y a lo que estás llamando el ser post-pérdida es ingenuo respecto a
otros tipos de pérdida y a otras variedades de dolor. No sabemos cómo nos
sentiremos en momentos venideros, ni qué puede que experimentemos. No
sabemos qué sentiremos siquiera en el mismísimo momento siguiente, por no
decir nada del imaginado futuro lejano. Las percepciones, los sentimientos y
los pensamientos nos son revelados solamente momento a momento, nunca
por adelantado.
Esta imprevisibilidad de pensamiento y sentimiento es un aspecto de
la impermanencia que es la condición natural, a nivel de raíz de la vida
humana. La impermanencia no es una enfermedad o un problema que
necesite cura, sino simplemente la manera como son las cosas. No hay
remedio alguno--psicológico, espiritual, o de otro tipo--para la
impermanencia. No hay camino de aquí a algún futuro mejorado, ni tampoco
garantía alguna. Excepto en la fantasía, el «futuro» no tiene existencia. El
futuro es todo aquello que no conocemos.
Uno no elige cosa alguna, estoy diciendo. Ni alegría, ni nada más. En
este momento, las cosas son como son, y no pueden ser distintas. De manera
que, cuando hay alegría, no viene por medio de ningún «cómo»; sino porque
la alegría puede surgir espontáneamente bajo las circunstancias más extrañas,
en maneras que uno pudiera nunca imaginarse. Este momento se desenvuelve
como debe y este momento es tú. Sé que esto es difícil de entender. Nuestra
temprana y continua condicionante como «personas» lo hace difícil de
entender.
Hay una historia del reconocido maestro Zen, cuyos estudiantes
llegan para encontrarlo sentado en el suelo, empapado de lluvia frente a su
casa. Desaliñado, salpicado de lodo y desnudo, está golpeteando una olla
vacía con una cuchara de madera y lamentándose. Habiendo conocido al
maestro como una persona siempre con la mayor dignidad, tanto en su
vestimenta como en su comportamiento, ante este espectáculo los estudiantes
están estupefactos y entran en un largo silencio. Finalmente, el más avanzado
de los estudiantes puede hablar:
«Maestro, ¿qué ha pasado?»
El viejo solamente continúa golpeando la olla y cantando su lamento.
«Maestro, maestro», dice el estudiante. «Nos has instruido que, por
encima de todo, nos sentemos tranquilamente, residiendo siempre en el
centro calmo. ¿Por qué sigues así?»
Finalmente, el maestro deja de golpear la olla y responde.
«Bueno», dice. «Anoche murió mi esposa, y me encuentro sentado
aquí, en el suelo, desnudo y solo, golpeando una olla».
Capítulo 16, No existe la seguridad en ser un humano

P: Acabo de tener un pensamiento gracioso sobre la naturaleza


humana. Me encantan tus fotografías, pero cuando las evoco, únicamente
recuerdo las felices. Veo tu imagen de un ojo de burro, o de una mujer que
parece despreocupada. Sé que has hecho muchas imágenes con un lado más
oscuro, como tus fotografías de indigentes y de la vida en la calle, pero eso
no es lo que pasa por mi mente.
Me atraen naturalmente las imágenes que me traen algo que quiero y
que ansío. Ansío volver a «lo que era». Ansío una vida libre de trauma, libre
de estrés y libre de miedo. Las fotos que me gustan y que recuerdo, muestran
lo que pienso que quiero, así que las disfruto. Pero tienes muchos tipos
diferentes de fotografías. Pudieras preguntarles a veinte personas cuál es su
imagen favorita y apuesto a que todos escogerían algo diferente.
R: Yo no pienso mucho en los deseos. No es que viva en el tipo de
estado «carente de deseo» que se supone que es un aspecto de la maestría
espiritual. El deseo, junto con su opuesto, la aversión, es una parte natural de
vivir, así que siempre puede surgir. Pero francamente, tengo poco interés en
el deseo, que siempre se trata de gratificación futura. Tratar de apaciguar los
deseos puede ser una búsqueda interminable. Sí, si te las arreglas para
obtener lo que ansías, puede que te sientas satisfecha por un rato, pero no por
mucho tiempo. Pronto un nuevo deseo aparecerá--un nuevo deseo exigiendo
satisfacción. No hay fin en esa puerta giratoria, ni serenidad en ello.
Has notado que te rigen los deseos. Estás poseída por lo que piensas
que te falta pero que debes tener, incluso al grado de que tus percepciones del
mundo--de mis fotografías en este caso--se corrompen. Todavía peor: las
ansias particulares que mencionas nunca serán apaciguadas, ni por el más
breve momento. Nadie puede volver a «lo que era», ni siquiera a lo que yo
era hace cinco segundos. Y la libertad de trauma, estrés y miedo es una
esperanza en vano. El trauma puede ocurrir en cualquier momento. El estrés
es un aspecto natural del vivir. El miedo surge cuando y si surge,
completamente más allá del control. En el vivir no hay garantías.
De manera que tus ansias por seguridad y por el fin del miedo, nunca
serán satisfechas. El tuyo no es como un antojo de dulces o de sexo que
pudiera permitir algo de satisfacción, si tan solo temporalmente, hasta que el
deseo empiece otra vez. Tú quieres algo imposible. Quieres que el vivir
mismo sea algo que no es: seguro y libre de ansiedad. Nadie puede satisfacer
jamás ese tipo de deseo, sino únicamente escapar a un imaginado «algo más».
Ese algo más puede ser el Cielo con Jesús, la «iluminación», o alguna
otra escena, pero nada de eso está aquí ahora. Tú ya has probado el enfoque
religioso, como entiendo es central para tu medio social, y no te está
funcionando. Y entonces te encuentras recurriendo a mí, cuya visión de
«Dios» es esta: «Solo porque algo puede ser concebido y nombrado, no
significa que realmente exista».
«Dios» es un concepto--una idea en tu mente--y a ti no se te ocurrió.
La idea del Papá Grande en el cielo, quien hace reglas y responde a las
plegarias, fue colocada ahí por otros, más probablemente por quienes te
cuidaban e inyectaron intencionalmente esa idea en tu mente mientras
imaginaban que te estaban ayudando y enriqueciendo tu vida. Pero su
creencia no hace que ese cuento de hadas sea cierto, tampoco la tuya. Lo
único que realmente sabes, es que ahora mismo existes. No que «Dios»
existe--no sabes eso--sino que tú existes. De manera que no eres «de Dios» o
«en Dios». Dios--la idea--está en ti.
Algunas personas pueden mentirse a sí mismas respecto a la eternidad
en el paraíso y todo eso, pero no eres una de ellas, así que no encuentras
seguridad ahí. Y has visto que hasta los que fingen creer todo eso, realmente
no lo creen. Si de verdad lo creyeran, cuando a alguien le diagnosticaran una
enfermedad mortal, seguiría una celebración:
«¡Grandes noticias, hombre! Tengo cáncer terminal. ¡Hermoso!»
«¿De verdad? Qué suerte tienen algunos».
Señalé tu honestidad, particularmente tu renuencia a engañarte a ti
misma, como un don, no un problema; así que recomiendo ir con ese don y
sacarle el mejor provecho. Una vida libre de sufrimiento es una fantasía. En
tu corazón de corazones, ya sabes eso. Así que admítelo ante ti misma.
Acéptalo. Súfrelo
Este constante hacer malabares con conceptos respecto a seres
supremos, almas, reencarnación, trascendencia, autorrealización e
iluminación, sirve solamente como táctica de postergación. Lo único que
conocemos es ahora. Cuando pierdas interés en sueños guajiros espirituales,
tu ansiar una vida libre de dolor se debilitará. Entonces tu atención
permanecerá de manera natural en donde pertenece--no en algún mejor futuro
imaginado sin problemas, sino en este momento, el cual es el único momento
que uno tiene, el único momento del que deba ocuparse uno, y el único
momento del que uno pueda ocuparse realmente. Pienso que ver eso
simplifica considerablemente las cosas.
Los sabios entre nosotros gozan y sufren una experiencia totalmente
humana con una ecuanimidad que no son capaces de explicar, no obstante,
una cantidad incontable de ellos lo han intentado.
La libertad significa una participación a corazón abierto en la
experiencia a medida que surge en tiempo real sin desear que nada sea
diferente. En este momento, las cosas son tal cual son y no pueden ser
distintas. En el momento siguiente, las cosas serán diferentes. Así cruje la
tostada. Disfruta la tostada mientras la tengas. Es la única que te toca.
No existe seguridad en ser un humano. Nunca la hubo, nunca la
habrá. No hay garantías. Ninguna. En el instante siguiente, cualquier
condición puede surgir. Ve eso, acéptalo, ocúpate de eso y solo eso; y puede
que encuentres la libertad que buscas--no la libertad de algo como el estrés, la
ansiedad o el miedo, sino la libertad de, en efecto, ser. Eso es lo mejor, digo
yo, que nosotros los humanos podemos hacer.
Capítulo 17, Con miedo a ser honesto

P: Hola Robert. Me da miedo ser honesto conmigo mismo con


respecto a Dios y a la religión. Estoy trabajando en ello. Sé que es importante
soltar ese miedo, pero ¿cómo?
R: A todos nos han enseñado cosas nuestros padres u otras figuras de
autoridad antes de alcanzar la edad de la razón--antes de que pudiéramos
someter esas ideas a cualquier examinación crítica--de manera que esas ideas
fueron grabadas en nuestros cerebros inmediatamente y sin haber sido
dudadas o cuestionadas.
Esas ideas son parte de nuestras imagos parentales. Imago es un término en
psicología para imágenes de mami y papi que están introyectadas. Investiga
más esas palabras si quieres profundizar más en ello.
Estas imagos se sienten para nosotros como si fueran parte de nuestro
ser esencial. A menos que seamos capaces de encontrar nuestra propia
autenticidad y libertad aparte de nuestros sistemas de creencias heredados, lo
que muchos humanos nunca llegan a encontrar, dependemos de las imagos
para un sentido de seguridad. Es por eso que puede sentirse tan aterrador que
se cuestionen nuestras creencias introyectadas, incluso a través del propio
aspecto lógico de uno.
La creencia de que Dios es mi «padre celestial» quien «escucha mis
plegarias y me cuida», es una extensión de, o proyección de, mi imago de mi
padre--la imagen en mi mente de mi papi real--lo cual podría explicar por qué
las personas de otra manera inteligentes, con frecuencia parecen tan infantiles
en este tema.
En cuanto a tu propia honestidad, no hay prisa para nada de esto. Las
cosas suceden en su propio tiempo y cuando la fruta está madura, caerá del
árbol ella solita. Permite que tu entendimiento se desenvuelva orgánicamente
sin, en la medida de lo posible, aferrarte a nada--y esto incluye aferrarte a la
idea de «despertar» o de volverte «iluminado».
«Despierto» e «iluminado» son únicamente más ideas, pero antes de
cualesquiera ideas, la vida se desenvuelve como debe hacerlo. Disfrútala por
lo que es mientras seas parte de ella.
P: U.G. Krishnamurti dijo: «El hecho es que no queremos ser libres.
Lo que es responsable por nuestros problemas es el miedo a perder lo que
tenemos y lo que conocemos». Gracias Robert, por explicar por qué esto es
así.
R: De nada, es mi placer. La libertad está aquí ahora mismo. Es solo
nuestro aferramiento a las mentiras--y la mayoría de nosotros sabemos en
nuestros corazones que son mentiras--lo que nos impide ver eso. Cuando digo
libertad, me refiero a la libertad psicológica. Las libertades físicas tal como el
ser libre de sentir hambre y sed, o estar libre de ser encarcelado son, por
supuesto, un asunto distinto.
P2: La libertad es saber quién y qué es uno.
R: Yo no sé quién soy. Todos tenemos ciertos pensamientos y sentimientos
que puede que creamos que son de alguna manera cualitativamente diferentes
a los pensamientos y sentimientos ordinarios, pero es una exageración, a mi
manera de ver, llamar «saber» a tales pensamientos y sentimientos.
Como veo esto, la mente es condicionada por todo lo alguna vez
visto, oído o de cualquier otra manera experimentado, así como por
tendencias congénitas codificadas en el ADN. Parte de esa condicionante, es
haber oído hablar de «iluminación» y «trascendencia», junto con un deseo,
más probablemente innato, por el dominio del ambiente de uno y por tener
explicaciones de los eventos. Imagina, por ejemplo, a un primate prehistórico
escuchando un ruido en la noche y necesitando, por supervivencia, saber qué
fue lo que produjo tal sonido.
¿Realmente uno sabe, alguna vez, qué soy «yo»? Probablemente no,
yo digo. Uno quizá sea impulsado por el deseo, tal vez instalado a través del
dogma, por encontrar un tipo de «yo mismo» que no esté limitado por el
tiempo y el espacio, pero en mi forma de ver, un ser tal tiene raíces en el
idealismo, no en hechos.
Para mí, parece factualmente innegable que nosotros los seres
humanos somos una especie en el reino animal, y como tales, estamos
limitados en lo que podemos saber siquiera. Basándome en tu aseveración
respecto a la libertad, me siento bastante seguro de que no estarás de acuerdo
con esto para nada, pero eso está bien. Es simplemente la forma en la que las
cosas parecen para mí. No pregono estar en lo «correcto».
En cuanto a la liberación que tantos parecen estar buscando y la cual
imaginan que será adquirida a través de encontrar quién o qué «soy yo»; esa
me vino hace mucho y no implicó, y todavía no implica, saber «quién soy
yo». Todo lo contrario, como estoy diciendo aquí.
P2: Bien, puedo ver lo que estás diciendo. Aquí está siendo visto, no
como un saber directamente que soy eso, sino más como ser incapaz de ver
una línea entre yo y el otro.
R: Sí, ahí puedo estar de acuerdo contigo.
P2: La libertad aquí es experimentada meramente como el final total
de la búsqueda por relevancia personal. Hay una profunda paz en
simplemente saber que nada puede conocerse.
R: Bien. Me gusta Rilke en esto:
«Sé paciente con todo lo que está irresoluto en tu corazón e intenta
amar las preguntas en sí, como habitaciones bajo llave y como libros que
están escritos ahora en un idioma muy extraño. No busques las respuestas,
que no te pueden ser dadas porque no podrías vivirlas. Y el punto es, vivirlo
todo. Vive las preguntas ahora. Tal vez entonces, gradualmente, sin notarlo,
vivirás algún día distante entrando a la respuesta».
​P2:​ Robert, creo que trabajar en reversa con la auto-investigación ayuda.
¿Quién o qué energía está iluminando todos estos pensamientos y
contemplaciones? ¿Es que toda la energía pulsante permea en todos, en toda
la naturaleza, que está insistente en nuestras cabezas como yo, yo, yo, mi, mi,
mi? ​Eso que eres.5 Solo piensa en esto hasta que los pensamientos acaben y
la energía quede. ​

R: Hola. No estoy seguro de lo que quieres decir con «ayuda».


P2:​ Quiero decir que aclara confusiones.
R:​ Ah. ¿Pensaste que estaba confundido?
P2: Quizá no estés confundido, pero puede que exista aún un sentimiento
irritante de que la búsqueda no está completa.
R: Tal vez tú estés buscando. Yo no. No busco nada.
Si te gusta enfocar tu intención en buscar algo y encontrarlo, claro que tienes
ese derecho. Yo no veo las cosas así.
Para mí, cada momento es completo en y por sí mismo. Cada
momento de consciencia es lo que es, no puede ser diferente y es
completamente fugaz. Uno, o goza el momento por lo que es, sabiendo que
no tiene ninguna permanencia en lo absoluto--incluyendo cualesquiera
pensamientos y sentimientos que se obtengan en ese momento--o uno falla en
gozarlo por lo que es.
________________________________
5. Traducción del sánscrito Tat Tvam Asi al inglés That Thou Art:
that(eso)/thou(tú)/art(eres). Eso que eres. [N.T.]
Puede uno estar perdiéndose de este momento singular porque la
atención de uno está enfocada en otro lado, enfocada en algún futuro
imaginado; cuando finalmente mi «búsqueda esté completa», cuando
finalmente lo entienda todo, o cuando finalmente mi sufrimiento termine, o
cuando sea «uno con Dios». Un enfoque tal en una perfección imaginada es a
lo que llamo «fantasía». Menciono esto porque en tus palabras escucho algo
de eso. No tengo interés alguno en ese tipo de fantasía.
En cuanto a tu búsqueda estando «completa», no tengo idea para nada
de qué significaría eso.
Hay algunos fans de Rilke aquí a bordo y como también yo lo soy,
permíteme citarlo de nuevo:
«Deja que todo te ocurra
La Belleza y el terror
Solo continúa andando
Ningún sentimiento es final».
P2: Pensamientos muy lindos, Robert. Todos mis respetos para ellos.
Con la palabra «búsqueda» no quise decir abandonar el momento a la mano y
buscar algo más. Como tú mismo has mencionado, quise decir gozar el
momento con la percatación de su impermanencia y, sin embargo, el
reconocer una permanencia que está permitiendo que la impermanencia
exista en ella. Los «cimientos» que permiten que el edificio se erija sobre
ellos. El cine sobre la pantalla atrae y entretiene a todos, pero raramente nos
damos cuenta del apoyo de una pantalla detrás de aquello que ha otorgado
espacio para la obra del cine o para su proyección.
R: Con todo el debido respeto, tu analogía del cine es una
actualización de un concepto muy viejo de los vedas que considera al mundo
que conocemos ser solamente mithya (ilusión) mientras que solo Brahmán, el
supuesto «ser supremo» es satya (verdad). Mucha gente toma eso como
evangelio. Yo no.
La analogía de la pantalla de cine podría ser útil, quizá, para alguien
quien está completamente hipnotizado por el mundo material. O, esa analogía
podría usarse para señalar que únicamente experimentamos lo que
experimentamos debido a una consciencia sobre la cual, o dentro de la cual,
todo nuestro conocer surge. En mi corto lapso como «maestro espiritual» --
ahora, afortunadamente, solo visto en el retrovisor--la utilicé en la segunda
manera.
Pero cuando se lleva muy lejos, esa analogía conduce a todo tipo de
problemas, como imaginar que el mundo material no es «real», como muchos
hinduistas gustan de creer, y como muchos occidentales bobos tratan de
convencerse a sí mismos. Y uno no tiene manera de saber que la consciencia
sea «cimentación» permanente tampoco. A lo que llamas «consciencia»
pudiera ser tan temporal y transitorio como cualquier otra cosa, hasta donde
sabes
Me pregunto si has tenido alguna vez un momento en el cual no
sabías absolutamente nada. No dios, no «Yo Soy», no «iluminación», no
gurú, no camino, no búsqueda de tesoro que se vuelva «completa» cuando
encuentres la olla de oro al final del arcoíris--nada de eso.
Me refiero a un momento en el cual no tenías idea en lo absoluto de
quién o qué eres, de lo que cualquier cosa significa, de cuál es el sentido de la
vida o si siquiera hay un sentido en ella aparte de despertar cada mañana a un
nuevo día.
A propósito, siempre me ha gustado esto por George Carlin:
«Quiero vivir mi próxima vida al revés.
«Empiezas muerto y quitas eso del paso.
«Entonces te despiertas en un asilo sintiéndote mejor cada día.
«Después te echan de ahí por estar demasiado saludable.
«Gozas de tu retiro y recibes tu pensión.
«Entonces, cuando empiezas a trabajar, recibes un reloj de oro el
primer día
«Trabajas 40 años hasta que estás demasiado joven para trabajar.
«Te alistas para la Preparatoria: bebes alcohol, vas de fiesta y eres
generalmente promiscuo.
«Luego vas a la escuela primaria, te conviertes en niño, juegas, y no
tienes responsabilidades.
«Luego te conviertes en bebé, y luego…
«Pasas los últimos 9 meses flotando pacíficamente en lujo, en
condiciones como las de un spa--calefacción central, servicio a
habitación, y luego…
«Terminas como un orgasmo.
«He dicho».
Capítulo 18, El despertar no es un súper-logro

P: Robert, cuando hablas de estar despierto, ¿qué quieres decir


exactamente? ¿Estar despierto es lo mismo que estar iluminado o
autorrealizado?
R: Estar despierto no es un tipo de súper-logro, sino únicamente la
libertad de estar a gusto con uno mismo y vivir paso a paso, sin hacer gran
cosa de nada, o sin tratar de convertirte en algo más.
Esta relajación no puede ocurrir cuando la mente de uno está llena de
conceptos de segunda mano con respecto a la «realidad». Entonces,
«despierto» significa estar naturalmente presente sin esfuerzos
perfeccionistas y sin perseguir lo que otros han afirmado haber obtenido.
Esto es totalmente ordinario, pero ser ordinario no parece tener mucho
atractivo para aquellos cuyas mentes albergan fantasías de «trascendencia»;
misma que, derivada del latín, literalmente significa escalando más allá de lo
que uno es actualmente, como si uno, de hecho, pudiera.
P: Gracias Robert. Me encanta, me encanta, me encanta. Cuando me
crucé con tus palabras, mi mente había estado involucrada en pensamientos
de órganos compartidos y trasplantes de órganos, dado que yo acabo de tener
uno. Y entonces leí esto sobre lo ordinario. Muchas son las veces que no
quería nada más que el siguiente aliento. Eso es mucho. Cómo todo esto ha
cambiado mi experiencia de la vida, está más allá de las palabras. Durante las
tribulaciones del rechazo de órgano y de sanar, no pedía yo más que ser capaz
de encargarme de las tareas ordinarias de limpiar mi habitación del hospital y
cargar mis propios platos. Actos tan ordinarios, cuando finalmente pude
hacerlos, parecían perforar lo mundano y se convirtieron en mi salvador. ¡Mi
salvador personal!
R: Tus palabras sobre ser capaz de cargar tus propios platos me
recuerdan de la historia sobre el estudiante quien preguntó: «Maestro, ¿Qué
es la iluminación?»
«¿Ya has comido?» contestó el maestro.
«No», dijo el estudiante.
«Cuando hayas terminado», dijo el maestro, «lava tu tazón».
P2: Apenas esta mañana algo se mostró y parece encajar aquí.
Durante meses ya, he estado observando a un gorrión que viene cada mañana
y vuela contra la ventana, dándole con el pico a su reflejo en el vidrio.
Ve su reflejo y debe creer que es real. Se lanza contra el vidrio y le da
una y otra vez con el pico. Por supuesto, nunca encontrará resolución, porque
lo que está siendo reflejado no es real. Esto, veo, es lo que yo hago cuando le
doy con el pico a mi propio «reflejo», despiadadamente, como si no fuera
suficiente. Este pensamiento de «no suficiente» no es más real que el reflejo
del gorrión en la ventana. Se ve y se siente como algo real, pero no es real.
R: Al nivel de las ideas de auto-ayuda, puedo seguir tu tren de
pensamiento respecto a cómo el juicio para con uno mismo es como darle con
el pico a un reflejo, así que está bien; pero no estoy seguro respecto a
distinguir verdaderamente lo real de lo no real. Eso es un asunto bastante
diferente. Después de todo, ¿cuál es el criterio? ¿Cómo puedo
verdaderamente saber qué es real y qué no lo es?
En varias tradiciones espirituales, más notablemente Vedanta, una
versión de la cual parece tan popular ahora entre los aficionados de la no
dualidad, la diferencia entre lo real y lo irreal es especificada por definición:
el así llamado «Ser Supremo» es definido como real y el mundo es solamente
ilusión, o, cuando mucho, «relativamente real». Pero únicamente declarar que
algo es «real» mientras otra cosa no es, no consigue nada. Después de todo,
¿quién se encuentra aparte de todo esto como para hacer tales aseveraciones?
Dar crédito a tales declaraciones doctrinales respecto a la «realidad»,
únicamente profundiza lo que uno se involucra en la ciega aceptación de la
autoridad que es parte del trance en el que muchos humanos pasan la vida
entera.
Si uno rechaza completamente la tradición y el dogma y no deposita
fe en las aseveraciones de supuestos «maestros», lo que queda son las propias
percepciones, pensamientos y sentimientos de uno, que no son ni «reales» ni
«irreales», sino simplemente existen.
Yo no sé qué es real y qué no. Tal vez todo es real en una u otra
manera, o, si la palabra «real» se refiere a alguna materialidad objetiva fija,
tal vez nada respecto a la forma en la que los humanos experimentamos el
mundo es real. Todo lo que uno piensa que uno ve, puede ser solo un sueño o
una simulación de computadora, hasta donde cualquiera sabe realmente.
Después de todo, lo único que tenemos es un punto de vista humano
particular, localizado, momentáneo--el punto de vista propio de uno.
Cualquier cosa más allá de eso es algo de oídas, prestado de las conjeturas de
otros seres humanos. Yo no me doy gusto con la información de a oídas.
Quizá mi trabajo en la psicoterapia me influencie aquí, pero veo poco
valor en lidiar con los complejos psicológicos a través de someterlos a un
protocolo de juicio entre «real» e «irreal». En mi experiencia, sin importar lo
que pueda uno querer creer metafísicamente, la experiencia se siente
suficientemente real cuando está ocurriendo, de manera que ¿sobre qué base
puede uno negar que es real? Y el tratar con el dolor, ya sea físico o
psicológico, a través de afirmar que no es «real», se asemeja más a la
disociación, la cual es un síntoma de enfermedad mental, que a una
indicación de un «despertar».
Eso me recuerda la historia del estudiante que iba caminando junto a
su maestro anciano, expandiéndose en todo lo que había obtenido:
«Maestro», dijo orgullosamente el estudiante, «habiendo llegado a un
entendimiento del Tao, me he percatado de que este mundo y todo lo que veo
y siento es meramente ilusorio. Ahora entiendo completamente que los
pensamientos y los sentimientos que solían preocuparme tanto, existen solo
en mi mente, solo en mi imaginación».
Este balbuceo continuó en la misma manera hasta que, finalmente el
viejo hombre no podía soportar una palabra más. Tomó al estudiante por los
hombros y le dio una fuerte patada en la espinilla.
«Ay, ay, ay», gritó el estudiante. «¿Por qué hiciste eso?»
«¿Qué te parece eso como imaginación?» contestó el maestro.
Así que no me interesa explicar las cosas, ni fingir que están «todas
en mi mente». Al enfrentarse con el tipo de dudas que describes respecto a no
ser suficiente, la respuesta más útil que conozco es esta: «OK. Tal vez no soy
suficiente, pero ahora mismo, esto es todo lo que tengo, así que aguanta,
querida».
El punto aquí no se trata de ti personalmente, sino de cómo la
«espiritualidad» --particularmente el tipo que imagina separar lo real de lo
irreal--no es sustituto para la cordura básica y hasta puede ser un
impedimento para la cordura básica.
P2: Ah, la verdad en las palabras toca varios sitios. Que siquiera
cuestionaras «qué es realidad» es tan refrescante. De hecho, tienes un toque
tan ligero, que parece que no estás de verdad cuestionando, sino solo
contemplando el tema. Sí, ¿quién es alguien para decir? Eso me hace querer
bailar. He estado enredada en los comentarios del que era mi maestro
respecto a la realidad. La simplicidad de tus palabras me humedece los ojos.
La auto aceptación del «no soy suficiente». Bueno, esto es lo que tengo, así
que a seguir continuando.
Eso es tan perfecto, gracias Robert. Siempre le das al clavo. Ahora
tengo trastes por lavar.
P3: Amén--un respiro de aire fresco en el siempre creciente mar de
técnicas para lograr estados temporales.
Estoy tan feliz de volver aquí y encontrar, como siempre, ni una sola
palabra respecto a la práctica del mindfulness (atención plena), de tapping,
diksha, reiki, balanceo de chacras, regímenes de dieta, nuevas formas de yoga
u otras mil honestas, pero limitadas formas de esmerarse en conseguir lo que
únicamente puede ser alivio temporal. ¿Alivio de qué? Con frecuencia solo
de la molesta sensación de una separación imaginada que da paso a una
asquerosa comezón por conseguir logros espiritualmente.
La cultura de la espiritualidad con frecuencia parece estar imitando
inconscientemente la culturalmente incrustada ética laboral. En ocasiones
apesta con el olor a corrección, a castigo y disciplina, como si un «pecado
original» omnipresente debiera ser neutralizado o contrarrestado a través de
prácticas mejores y mejores de atención plena o de cualquier otra cosa que
parezca prometedora para el perpetuo buscador.
R: Sí, el concepto del pecado original es una horrible imposición
sobre la naturaleza humana. Ese término viene del cristianismo, por supuesto,
y se refiere a la supuesta «caída del hombre» ocasionada por la tentación de
Eva a Adán, un caso claro de culpar a la mujer. En ese sentido, no mucho ha
cambiado: la ignorancia de la misoginia continúa dominando la humanidad
incluso hoy día. Parece absurdo que sea así, pero ahí está.
Sin embargo, la idea del pecado original, incluso si esa terminología
particular no es utilizada, forma la base no solo del cristianismo, sino mucho-
-si no es que la mayoría--de lo que es llamado «espiritualidad», que asume,
de una u otra forma, que la condición actual de uno es de alguna manera
defectuosa, pero que puede ser corregida a través de seguir un «camino»
(subtexto: un camino que lleva de regreso al «Jardín»). Tales ideas son a lo
que me refiero con conceptos de segunda mano respecto a la realidad.
No me encontrarás hablando sobre la «práctica de mindfulness»
porque asumo que aquí no estamos en el jardín de niños. La mayoría de mis
lectores han experimentado para ahora--para bien o para mal-–con la
meditación y otras prácticas similares y no me estarían haciendo estas
preguntas si el «mindfulness» de verdad los hubiera llevado a donde querían
ir.
No hay nada de malo en prestar plena atención, si eso significa poner
atención a lo que está ocurriendo en cada momento, pero ese procedimiento
—la práctica de la así llamada «mindfulness»—no tiene nada que ver con
estar despierto y no deberían de confundirse los dos. Uno puede intentar estar
plenamente consciente, pero nadie puede intentar estar despierto.
Hasta donde sabemos, todo lo que vemos, sentimos y pensamos es
temporal, fugaz y completamente transitorio. Como el borracho que
famosamente solo quería que el mundo dejara de moverse, quizá tratemos de
imponer alguna versión de permanencia sobre esa transitoriedad. A eso le tira
la «espiritualidad» --a lograr, en un mundo de impermanencia y mortalidad,
algo «permanente», tal como el estado así llamado «inmortal», o la unión con
un dios quien por definición es permanente.
Despertar significa deshacerse completamente de esas fantasías.
Significa el final de aceptar las palabras de otra gente respecto a cuestiones
absolutas como si fueran «verdad». Cuando el frenesí por obtener algo
permanente llega a su final y en lugar uno se encuentra a sí mismo fluyendo
junto con todo lo demás en el universo, permanente o no, uno está despierto,
digo yo
En cuanto a los otros puntos en tu lista, he hablado del pensar mágico
con frecuencia y no lo voy a repetir todo aquí. Creo que tienes razón, «¿alivio
de qué?» Si tienes dolor de cabeza y crees que golpetear meridianos
imaginarios lo puede curar, bien. Tal vez pueda. Si crees que alguien puede
balancear tus chacras, o que repetir un mantra te llevará, no a la auto-
hipnosis, sino a un entendimiento transcendental, bien conmigo. Ándale. Pero
todo eso no tiene nada que ver con la simplicidad a la que estoy señalando.
En una conversación el año pasado, mi amigo Salvadore Poe dijo:
«Esto es completamente simple, sin embargo, de alguna manera el ser
ordinario parece eludir casi a todos». Estoy de acuerdo. Despertar es muy
simple. De hecho, parece ser demasiado simple para aquellos quienes
preferirían subir una imaginaria escalera jerárquica de logro spiritual
conduciendo finalmente a la «iluminación», punto en el cual, creen, todo
sufrimiento cesará.
Yo digo que todo eso es un sinsentido. ¿Alguien de verdad se imagina
ser completamente inmune al dolor físico o indiferente a la aflicción causada
por la pérdida de compañeros amados? Un estado así no es «despertar», sino
la disociación neurótica de una mente temerosa y auto-hipnotizada.
Hasta donde yo sé, vivir no tiene «propósito». Uno se encuentra a sí
mismo vivo en un mundo de seres vivos, nunca habiendo pedido estar aquí,
ni habiendo tenido control alguno sobre las circunstancias del nacimiento de
uno, de su familia, de las limitaciones físicas y mentales de uno--nada de
esto. Habiendo recibido tal mano de cartas, la libertad de la simplicidad
significa hacer lo que sea que uno haga--lo que sea que parezca apropiado en
cada momento--mientras disfrutamos de esos pensamientos, sentimientos,
emociones que parecen disfrutables, y tolerando aquellos que se sientan
difíciles. Esa es la vida. Cualquier «espiritualidad» que niegue esto, no es
nada sino escapismo puro, a mi ver.
Con respecto a dónde lleva todo esto, me gusta la manera en que Alan
Watts lo puso:
«Cuando bailas, no te diriges a un sitio particular en la habitación
porque ahí es a donde llegarás. El punto entero de bailar es el baile…
Pensábamos en la vida a manera de una analogía con un viaje, un peregrinaje,
el cual tenía un propósito serio al final y la cosa era llegar a ese final, éxito o
lo que sea, tal vez el cielo después de que mueras. Pero nos perdimos del
punto todo el tiempo. Era algo musical y se suponía que cantaras o que
bailaras mientras la música tocaba».
Capítulo 19, La historia que me cuento a mí mismo
P: Robert, encontré de mucha ayuda nuestra reciente plática respecto
a la autorrealización y la autoestima. El descubrir que la narrativa llamada
«Mi Vida», y especialmente la idea de una trayectoria o sendero que lleva
hacia algún objetivo futuro es solamente ilusión, de seguro fue un abre ojos
para mí. Aun así, a pesar del ¡ajá! en ese momento de descubrimiento,
todavía queda una sensación en la que ese avance fue únicamente intelectual,
no fue algo que haya sentido en la médula de mis huesos. Ahora, el día
siguiente, cuando de frente al hastío usual de la vida, aún estoy tratando de
entender mi insatisfacción, de atravesarla por medio del pensamiento y de
encontrar un significado en la vida. Parece que el descubrimiento completo y
lleno de la naturaleza verdadera de uno es algo que, o sucede, o, como en mi
caso, simplemente no ha sucedido todavía. ¿Qué piensas?
R: Yo no diría que la historia es «solamente ilusión». Es más que gran
parte de la historia no es realmente mi historia, sino una historia que me fue
impuesta: un sistema de valores y «verdades» instiladas en la mente desde la
infancia por quienes me cuidaban y otros en el ambiente social. A través de
un entrenamiento deliberado y también a través de asimilación inconsciente
por osmosis, me han enseñado a que me siga contando esa historia y a creer
que los valores y verdades en esa historia son mis valores y verdades.
Si esa narrativa culturalmente implantada asevera que la vida debe
tener un sentido o un significado más allá de simplemente vivir por un tiempo
y morir como cualquier otro animal, entonces simplemente experimentar, ver,
sentir y pensar en cada momento mientras lidia uno con las exigencias del
vivir como uno debe, parecerá insuficiente o hasta innoble. Le enseñan a uno
a desear algo especial de la vida, pero ese «algo especial» no es de inmediato
aparente excepto en la fantasía, una búsqueda por ese algo extraordinario se
vuelve parte de la historia que uno se cuenta a sí mismo.
Tu búsqueda por encontrar la «verdadera naturaleza» es parte de la
historia culturalmente imbuida que dice que la existencia momento a
momento de uno como un ordinario mamífero primate es de alguna manera
deficiente--no lo que «realmente» somos--entonces uno debe mejorar los
pensamientos y sentimientos del momento presente, y descubrir cómo
reemplazarlos con algo «mejor», algo con un sentido y significado elevados
más allá del mero vivir y respirar.
Pero esa historia, la historia de estar buscando algo extraordinario--
algo no esto--contiene implícito un juicio negativo de la condición presente
«ordinaria» de uno, lo que, comparado con la vida fantaseada llena de sentido
y significado, debe parecer decepcionante, aburrida, o peor. De manera que lo
que estás llamando hastío es una característica de esa historia que te cuentas a
ti mismo y que dice incesantemente: «¿Esto es todo lo que hay? Esto es
insuficiente. Mis pensamientos y sentimientos no son suficientes».
Mientras uno desee que la historia sea una feliz, la decepción es
inevitable, porque ese deseo no siempre puede satisfacerse. La historia no
siempre puede ser una feliz, a menos que una gran parte sea ignorada u
ocultada; específicamente la vejez, la enfermedad y la muerte que nos espera
a todos a menos que muramos jóvenes. Algunas personas tratan de lograr ese
ocultar refiriéndose a una imaginada condición especial «sin ego» en la que la
felicidad es el «estado natural» y uno ha trascendido el sufrimiento. Si eso
fuera cierto, ¿por qué todavía están hablando de ello? Cuando uno se siente
de hecho feliz, uno no habla de la felicidad, o siquiera la nota, excepto tal vez
como una resonancia ocasional.
Si uno se imagina que otros han descubierto una verdadera naturaleza
que mi ser no ha podido «realizar» todavía, surge una tensión dolorosa--un
dilema--entre la historia degradante que me cuento a mí mismo, por un lado:
«Sólo soy un bulto de carne atemorizado, lleno de hastío», y la historia
fantasiosa de la «iluminación», «autorrealización» e «inmortalidad» por el
otro: «Soy pura consciencia sin conexión alguna al cuerpo o al ego». ¿De
verdad? ¿Ninguna conexión, ninguna?
Resolver este dilema no requiere autorrealización, ni descubrir la
verdadera naturaleza, ni encontrar el lugar de uno en el supuesto «orden
cósmico», ni nada más, digo yo. El descubrimiento tiene lugar solamente
ahora mismo y nadie elige qué descubrir, ni cuándo, ni cómo. Uno es
impotente en esta situación, sin importar lo que alegue la historia que te
enseñaron a contarte a ti mismo. Cuando esa impotencia está clara, el dilema
simplemente se disuelve. Únicamente vives de la mejor manera que puedas
mientras puedas, y esa es la historia.
Si exiges que la historia sea más que eso--si exiges que la historia
tenga significado más allá del vivir la vida día a día--sentimientos como el
hastío seguro que van a surgir como un tipo de reacción ante haber
interrumpido el fluir natural de la existencia orgánica imponiéndole una
necesidad de significado que no puede proveer, excepto en la fantasía.
El concepto entero de la auto-valía es un sinsentido. Tienes, digo yo,
tanto derecho a estar aquí como cualquier otro fenómeno naturalmente
ocurriendo: un árbol, un burro, o el Océano Pacífico. Nunca pediste estar
aquí y no estás bajo obligación alguna de justificar tu existencia, o de
encontrar un así llamado «significado» en el vivir y respirar. Tú no creaste a
«mi ser», así que ¿por qué tendrías que juzgar su valor? Y, de cualquier
manera, ¿quién puede estar fuera de «mi ser» juzgándolo?
En cuanto a la autorrealización, esa es solo otra versión del «Cielo».
Nadie que hable del Cielo está en el Cielo. La llamada «autorrealización» es
justo así--la historia de una condición imaginaria a obtenerse de alguna forma
en el futuro. ¿Qué otro «ser» puede siquiera haber aparte del que está leyendo
estas palabras en este preciso momento?
«Mi ser» es lo que es, y no sabemos qué es. Con certeza la historia
que le han enseñado a uno a contarse no lo es. Antes de los juicios y
evaluaciones de cualquier índole y sin saber cómo o porqué, henos aquí. Deja
fuera los juicios y quizá veas que no eres algo separado de la vida o del
mundo. Todo es uno, si tan solo lo supieras.
Capítulo 20, El universo empieza ahora mismo
P: Primero, peleo contigo, luego quiero apaciguarte e impresionarte.
Ecos de padre y madre—empujar y jalar. El querer matarlos, al tiempo que
desear su aprobación. ¿No hay final para esta maldita cosa?
R: Todos tenemos a mamá y papá dentro de nosotros. Eso es parte de
la condición humana. La mejor manera que yo conozco, es soltar momento a
momento cualesquiera auto-evaluaciones que pudieran surgir, negativas o
positivas. Tales juicios son fraudulentos, porque la imagen del «yo» como
una entidad que puede ser valuada, evaluada y sellada con aprobación o
marcada con estigma, es una ficción—un personaje en la historia que me
cuento a mí mismo acerca de mí mismo. Mientras tanto, la vida continúa
como debe, y tarde o temprano, cada uno de nosotros exhala el último
aliento, terminando todos los juicios. Si alguien puede acabar con ellos más
pronto, mientras continúa respirando, mazel tov.
P: Sí, eso lo entiendo. Sé que esto es únicamente más de lo mismo, y,
sin embargo, aún continúo queriendo preguntarte: ¿qué debería yo de hacer?
R: No es cuestión de hacer nada en particular, sino de notar que, sin
importar lo que uno «haga» al respecto, el sentido de «yo mismo» no puede
hacerse desaparecer. Ese «yo mismo»—el yo mismo que se siente—debe
estar aquí de una u otra manera. Si esa sensación se ausenta mientras la
atención de uno está ocupada con algo más, volverá. Incluso la, en algunos
círculos, altamente buscada nirvikalpa samādhi de los meditadores
hinduistas, misma que consideran «absorción sin consciencia de uno mismo»,
dura solamente hasta que la consciencia de uno mismo regresa. Si ese estado
fuera eterno, no habría nadie para hablar al respecto.
En cada instante, las cosas son simplemente tal cual son. No hay
manera de mejorar eso. En el momento siguiente, algo más surge. El
momento y sus contenidos son inseparables. Son uno y el mismo flujo. Ese
flujo no puede detenerse o controlarse. Si una sensación de insatisfacción
engendra el deseo de mejoras, entonces el «deseo de mejoras» es este
momento—es la condición fundamental e intrínseca de este momento.
Nadie controla el deseo. Nadie controla el pensamiento. Quizá
imagines un pensador separado quien está haciendo el pensar, pero ese
pensador es únicamente un derivado de la estructura de lenguaje sujeto-
verbo-objeto. Los pensamientos, el pensar y el pensador son mutuamente
codependientes. Si uno de ellos desaparece, todos desaparecen. No pueden
ser separados, excepto lingüísticamente. El aparente controlador de
pensamientos es también un pensamiento; ni diferente a, ni más poderoso
que, cualquier otro pensamiento.
La ilusión de ser un pensador quien tiene pensamientos depende de la
creencia en una separación entre el yo y el mundo que puede ser imaginada,
pero que, de hecho, no aplica. Uno puede imaginar una frontera entre los
Alpes franceses y los Alpes suizos. Esa frontera puede dibujarse en mapas.
Pero en el mundo físico, tal elemento no existe. La frontera franco-suiza
existe en la ley y en los usos y costumbres, pero no en hecho. Lo mismo es
cierto para el lindero imaginario entre «mi ser» y «el mundo». Cuando esto es
visto—no solo teóricamente, sino evidentemente—la sensación del yo
permanece, pero esa sensación no es nada como la tormentosa incomodidad
de la que tú te quejas.
P: Habiendo proyectado en ti una figura del padre que todo lo sabe--lo
que mi padre no era--parece que quiero atacarte (a él) y hundirte (a él), y
ponerte (a él) a prueba para ver si tú (él) todavía me amará(s) en mi ira;
aceptará(s) mi ira y no me rechazará(s) por ella. Quiero que él, como Donald
Winnicott lo puso, me permita decir «vete a la mierda» y todavía abrazarme.
Todo muy primitivo y psicológico. Y la búsqueda espiritual es falsa, porque
lo que quiero no es liberación, sino aceptación y amor incondicional; un amor
que me tome como soy en mi imperfección. Es por eso que me aferro a la
idea de Dios el padre, aunque Él no da señales de aparecer.
R: Mi padre no era un padre que todo lo sabe. Lejos de ello.
P: ¿Encontraste un substituto?
R: Por un tiempo. No un padre exactamente, sino un mentor.
P: ¿Eso cura la herida?
R: No. El «yo mismo» que se juzga a sí mismo como herido no es una
entidad a ser sanada, o siquiera una condición a ser curada, sino una especie
de historia continua de fantasía—La historia de mí—construida con
recuerdos, costumbres y hábitos. Tu historia pudiera parecer la historia de un
«yo» herido en busca de aceptación y amor, pero desde mi punto de vista, la
historia en sí es la herida. Teniendo que cargar encima esa historia rancia y
cansada, retocándola continuamente y defendiéndola cuando sea necesario, es
la herida.
«Mi ser», digo yo, se entiende mejor no como una historia para nada,
sino como el espejo de la mente que refleja instantáneamente lo que sea que
venga frente a él. Ese espejo estaba ahí cuando yo era niño y está aquí ahora.
A ese mi ser, La historia de mí le parece una mera fijación repetitiva que no
es «yo» para nada. Al ver eso, cualquier «sanación» necesaria ocurre
naturalmente y sin esfuerzo.
Como Charlotte Beck puso esto: «Una puerta que ha estado cerrada
empieza a abrirse. A medida que la puerta se abre, vemos que el presente es
absoluto y que, en un sentido, el universo entero comienza ahora mismo, en
cada segundo. Y la sanación de la vida yace en ese segundo de simple
percatación».
Ahora, habiendo practicado psicoterapia durante años, no puedo negar
que hay un tipo de sanación que depende de ser visto, escuchado y entendido
por otro ser humano, pero esto no es ese tipo. Esto no es cuestión de ser visto,
sino de ver. Esto es cuestión de caer de pronto en el reconocimiento de que
todo lo visto, escuchado, pensado y sentido es yo. Todo es «mi ser». En esa
comprensión, el universo comienza ahora mismo.
P: Eso es un alivio entonces. De hecho, renuncié a la terapia hace
algún tiempo. Puedo repetir todo eso de la unidad y demás, pero realmente sí
me siento como una entidad perdurable separada e independiente atrapada en
un cuerpo. Sin importar cómo lo intente o qué escuche, no cambia.
R: Ideas como esa no pueden hacerse cambiar. Son autosuficientes
por su propia naturaleza. Por lo menos te das cuenta de que el dolor se
origina en lo que tú sientes, una perspectiva mucho más expansiva que culpar
al mundo o a otras personas. El siguiente paso es entender la falta de control
de uno sobre los pensamientos y los sentimientos. Nadie está haciendo los
pensamientos y los sentimientos y nadie puede cambiarlos. Los pensamientos
y los sentimientos simplemente surgen como lo hacen, y su fuente es
completamente misteriosa.
El «yo mismo» atrapado, el cual es una idea—un concepto, no una
entidad—no tiene manera de cambiar cosa cualquiera o de escapar de su
presunta trampa. Entonces, esto no es cuestión de hacer esfuerzos por sanar o
escapar, sino solamente de notar en un «segundo de simple percatación»,
como Charlotte lo puso, que «mi ser» es una especie de fantasía, no una
entidad con poderes.
P: Sí, tengo una muy fuerte sensación de agarrarme llena de terror,
rehusándome a soltar.
R: Sí. Qué irónico. Estás agarrándote a nada. En el «segundo de
simple percatación», todo, incluyendo el sentido del yo, todavía está aquí tal
como estaba, solo que, sin el juicio, el miedo, el deseo y el resto de esa carga.
La simple percatación es eterna. «El universo entero comienza ahora mismo,
en cada segundo».
P: Excelente. Y lamento haberte atacado, pero me sentí desestimado.
R: No te preocupes.
Dieciocho meses después:
P: Hola, Robert. Una pregunta que me quema. Sé que lo siguiente
pudiera parecer dualista, pero por favor, aguanta un poco conmigo.
El sentido del ser-yo (o de «self»), mismo que Paul Hedderman llama
el sentido de ser «una entidad separada, perdurable e independiente», es, dice,
una actividad generada dentro del cerebro. Según Hedderman, la
investigación neurocientífica sugiere que ciertos módulos y funciones dentro
del cerebro contribuyen y forman un sentido de «yo, mí y mío», y que esas
mismísimas funciones son lo que dan origen a este sentido de ser un yo.
Como Hedderman señala, el yo no es un objeto, no es un sustantivo,
sino un verbo; una actividad a la que él se refiere como «selfing». Así, es
plausible que ciertas actividades y prácticas, las cuales socavan esta
actividad, pudieran eventualmente conducir a un colapso de esta identidad en
un evento referido como satori o despertar.
Algunas de estas prácticas, como las describieron Nirgun John y
Rupert Spira, entre otros, pudieran incluir colocar la atención contracorriente
de los fenómenos. Quizá aleje mi atención del involucramiento con mis
pensamientos, asociaciones, recuerdos, sentimientos, sensaciones y
percepciones hacia eso que conoce estos fenómenos. Esta actividad de la
atención es a lo que Douglas Harding se refiere como el «voltear la
atención180 grados»; yendo desde el común involucrarse con el contenido,
ya sea del mundo interior o exterior, hacia su fuente, hacia el suelo desde el
cual todo fenómeno emana, el noúmeno.
A esto le sigue que, si medito y rezo, o si me ocupo en un dar altruista
y en sacrificio, como es ejemplificado en la tradición cristiana, o en prácticas
devocionales durante suficiente tiempo, o de manera suficientemente
efectiva, cambiaré la manera en la que opera mi cerebro. En otras palabras,
desmantelaré el «yo, mí, mío», pondré un alto a la actividad del «selfing», y
así terminará mi falsa ilusión de separación, fragmentación y aislamiento.
Esto acabará con el sufrimiento innecesario al que me someto a mí mismo en
el transcurso de vivir.
Entonces, Robert, para un materialista, lo anterior parecerá bastante
bien. Sin embargo, si la verdad es que todos los fenómenos, desde los quarks
hasta las galaxias, a los organismos vivos e incluyendo mi ser, son figuras
soñadas en la consciencia en sí, entonces la teoría de Hedderman no puede
ser cierta.
Después de todo, ¿cómo podría una figura soñada hacer cosa
cualquiera para enterarse de su propia ausencia? El cerebro que estoy
intentando cambiar para ver mi propia verdadera naturaleza, no tiene
existencia propia independiente. Es como si el personaje en una novela
decide un día meditar, y habiéndolo hecho exitosamente, llega a darse cuenta
de que es meramente un personaje en una novela. Hay algo absurdo aquí.
¿Puedes arrojar algo de luz en esto para mí?
R: Yo no diría que «todos los fenómenos, desde los quarks hasta las galaxias,
a los organismos vivos e incluyendo mi ser, son figuras soñadas en la
consciencia en sí». Frases como «figuras soñadas» y «la consciencia en sí»
son tropos populares con los aficionados de la espiritualidad deseosos de
esquivar sutilmente el sufrimiento ordinario a través de convencerse a sí
mismos de que «la vida no es sino un sueño». He tenido suficiente de eso.
Pero, a menos que la definición de la palabra «sueño» se estire perdiendo su
forma interpretándola como cualesquiera y todas las percepciones, ¿dónde
está la evidencia para esa perspectiva?
¿Por qué asumir que los cerebros son únicamente un sueño
materialista en la consciencia? ¿Quién lo dice, y por qué lo crees? Y, aun
suponiendo que haya algo qué aprender de esa idea, ¿es ese realmente el
máximo entendimiento? ¿Es adoptar esa idea, realmente el final del camino?
¿No queda nada más por ver y entender? Tanta gente parece ansiosa de
obtener respuestas finales, deseosa por apresurarse a elaborar juicios, por
llegar a la línea de meta espiritual; pero, despertar, digo yo, nunca termina.
Llamar al cerebro «fenómeno», empobrece la pregunta. Con esto me
refiero a la lógica falacia de asumir que una declaración es cierta sin más
evidencia que la declaración misma. Por ejemplo, aquí se asume que la
consciencia precede al cerebro y es la causa del mismo; cuando el reverso es
enteramente posible. De hecho, nadie sabe.
De manera que, cuando el cerebro es llamado “un fenómeno” eso
empobrece la pregunta, implicando, sin evidencia y como si no hubiera duda
al respecto, que los cerebros surgen como objetos subsecuentes a y
dependientes de la así llamada «consciencia en sí». En ese punto de vista, la
consciencia es lo único que «realmente» existe, y el cerebro es una ilusión o
una «figura de ensueño» en la consciencia.
Pero, ¿qué tal que sea al revés? ¿Qué tal que la consciencia sea el
fenómeno? ¿Qué tal si la consciencia no produce cerebros, sino que es
producida por ellos? ¿Qué tal si la consciencia es el resultado de
interacciones materiales en las neuronas de cerebros? ¿Qué tal si una red
neural de suficiente complejidad es la precondición para la consciencia, de
manera que sin un cerebro no hay consciencia? De hecho, parece haber más
evidencia para ese punto de vista que para el de la «figura de ensueño», pero
nadie sabe. ¿Cómo podría alguien saber qué viene primero, cerebro o
consciencia? Quizá el verdadero acomodo implica algo que no podemos
siquiera imaginar.
Encuentras a tu esposa teniendo sexo con tu mejor amigo. Como
Henry Miller escribió en Días tranquilos en Clichy acerca de su propia
«cornudez», sientes como si acabaras de levantar la tapa del basurero y la
basura está llena de gusanos. Pero, siendo conocedor del Vedanta, o por lo
menos lo hurtado del Vedanta que con tanta frecuencia pasa por enseñanza
espiritual, te dices a ti mismo que, de todas maneras, tu esposa y tu amigo son
únicamente figuras de ensueño en la consciencia. ¿Te sientes simplemente
estupendo ahora? Si es así, eso no es, digo yo, una forma mejorada de
«selfing», sino disociación, misma que es un mal adaptado, arcaico
mecanismo psicológico de defensa; no «iluminación».
O ves a un animal indefenso siendo abusado, como ocurre con tanta
frecuencia en este mundo cruel en donde, por alguna razón, gente
sobrealimentada equipara al tocino con la celestial comida de los dioses.
Supongamos que esa fea escena te provoque sufrimiento, sin tomar en cuenta
al animal. ¿Te dices entonces a ti mismo que, a fin de cuentas, los cerdos son
únicamente figuras de ensueño, y la angustia de la unidad de engorda no es
«real», entonces hacia el bufet a toda velocidad? Personalmente, he
escuchado suficiente de ese sinsentido para que me dure no solamente una
vida, sino probablemente por el resto de este yuga [en cosmología hindú,
muchos miles de años—Ed.].
Si «de todas formas, solamente estoy soñando» realmente es la mejor
defensa que puede uno encontrar al momento de enfrentar dolor y tristeza,
OK. No estoy en el hábito de patear muletas, excepto bajo peticiones como la
tuya. Pero cuando algún «maestro de ensueños» intenta endilgarle esa
tontería a un montón de «estudiantes de ensueño», a cambio de «dinero de
ensueño», o «prestigio de ensueño», eso es la totalidad de ese estilo de
«selfing» que me interesa ver.
Este asunto es excesivamente sencillo. Es un simple notar lo que ya
siempre está aquí y no exige conocimiento especial alguno sobre cómo
funciona el cerebro, ni práctica o método alguno de «cambiar el cerebro», el
cual está cambiando por sí solo tal como todo lo demás y continuará
cambiando hasta que los gusanos en la basura lo estén consumiendo. Tratar
de evitar sufrir a través de definir a «mi ser» como algo separado de la
experiencia real, momento a momento (dolor, tristeza, miedo, añoranza, etc.),
es como intentar limpiar la casa depositando la tierra barrida bajo el tapete.
La casa quizá parezca limpia, pero tú sabes que la suciedad realmente todavía
está ahí.
Cuando «un personaje en una novela . . . se da cuenta de que es
meramente un personaje en una novela, hay algo absurdo aquí» dijiste. Sí,
por supuesto. Lo absurdo, la contradicción, la disyuntiva y el dilema deben
surgir mientras uno intente seguir caminos en una tierra sin caminos.
Si quieres conocer al verdadero ser, no hay camino hacia éste. Lo que
buscas está aquí ahora. Simplemente deja de sobrecargar este momento con
teorías, como si más conjetura y conversación resultara en «verdad». No lo
hará. Eso es a lo que tú llamaste «agarrarme lleno de terror, rehusándome a
soltar».
Adelante, hombre. Suelta. No sabes nada acerca de las cuestiones absolutas,
ni nadie más sabe tampoco. «El universo entero empieza ahora mismo, en
cada segundo».
Capítulo 21, ¿Qué hay de malo con las indicaciones?
P: Robert, el otro día despotricaste un poco respecto a las indicaciones
espirituales. Dijiste que la forma en que la gente se las traga, las indicaciones
deben de saberles a caramelo, pero a ti no. ¿Qué hay de malo con las
indicaciones?

R: Me refería a las palabras de maestros espirituales que


inmediatamente son recibidas como «Verdad». Por ejemplo, alguien dirá:
«Soy el testigo inmutable de todo lo que es»,--no, «me siento como un testigo
inmutable», sino «soy el testigo inmutable»--y de inmediato los buscadores
asentirán su cabeza sabiamente como si no hubiera pregunta alguna respecto
a la verdad de esa idea y como si todo lo que vale la pena en la vida
dependiera de convencerse a uno mismo que uno realmente es un «testigo
inmutable» en lugar del pobre, atemorizado, insatisfecho, necesitado, herido
y sufrido ser humano que actualmente parece uno ser.

¿De verdad? ¿Es cierto eso? ¿Soy «yo» realmente inmutable, o está
mi ser cambiando junto con todo lo demás? ¿Y realmente soy un testigo? Si
así fuera, ¿de qué estoy siendo testigo y cómo es «mi ser» separado de
aquello de lo que estoy siendo testigo?

He visto buscadores espirituales inmediatamente después de recibir la


instrucción del «testigo inmutable» separar parte del ego ordinario y luego
llamar a la parte separada, la cual realmente es todavía solo ego disfrazado,
su «testigo».

Dado que esa separación crea un aparente punto de vista separado,


mismo que puede parecer «espiritual», uno puede perderse en ese tipo de ser
«testigo» durante años; volviéndose más y más aislado de la vida ordinaria,
mientras se está con la creencia de que cuanto más pronunciada se vuelva la
separación, más «progreso» está uno haciendo.

La indicación del «testigo» es solamente un ejemplo. En mi parecer,


lo único que realmente necesita indicaciones es el hambre de la mente--no mi
mente o tu mente, sino la mente humana—de descripciones de lo inefable y
de explicaciones para lo inexplicable.
Dada nuestra historia genética, esa hambre de explicaciones parece
razonable, y no estoy diciendo que pueda ser de otra manera. Por supuesto
que a nosotros los mamíferos nos gustaría poder explicar ese misterioso ruido
en la noche. ¿Era eso solamente el viento en los árboles, o hay un tigre
merodeando? La supervivencia de nuestro ADN en las generaciones
subsecuentes, tal vez dependa de la exactitud de esa determinación. Y el
ADN, lo admitamos o no, está haciendo mucho de «mi» pensar. En cierta
forma, el cuerpo individual es únicamente un medio mortal de que el ADN se
haga inmortal. Y la mente--no mi mente o tu mente, sino la mente humana--
está bien adaptada a ese proyecto.

Las explicaciones pueden ser útiles. Quiero saber, por ejemplo, qué es
ese ruido metálico en el motor de mi coche. Esa utilidad, sin embargo, sale
por la ventana en cuanto alguien se vuelve arrogante por saber La Verdad--
quiero decir, por supuesto, la así llamada «Verdad»--acerca de la relación
entre el cerebro y la mente, acerca de lo que mi ser realmente es, acerca de
por qué hay algo y no nada, acerca de si Dios existe o no, acerca de qué es la
fuente original de la consciencia, acerca de qué es real y qué es solo
«aparente» y otras cuestiones absolutas. Temas como esos obligan a la
fábrica de explicaciones a entrar en un territorio donde, a falta de la
información requerida para, de hecho, explicar cualquier cosa, la fábrica de
explicaciones instantáneamente se transforma en una fábrica de fantasías.

Ese es el nivel usual de las indicaciones de los tipos de gurús que me


he encontrado, ya sea personalmente, o en materiales impresos. Ofrecen sus
creencias, con frecuencia basadas en adoctrinamiento cultural, disfrazadas de
«Verdad». Por sus propias razones--las razones comunes: dinero, poder, sexo,
fama, auto-justificación--tales maestros quizá exageran su comprensión de la
«realidad» y así engañan intencionalmente a sus estudiantes; o quizá estén
inmersos en su propia ilusión, o ambos. En cualquier caso, las indicaciones
provenientes de esas fuentes pudieran sonar profundas o penetrantes, pero
cuando son inspeccionadas de cerca, uno puede descubrir que son tonterías.

Algunas preguntas no tienen respuestas. Si pides la respuesta a una


pregunta tal, todo lo que puedes esperar es tontería y encontrarás a alguien
que te lo sirva en caliente.

Mira por ejemplo a la creciente industria de la no-dualidad. El


Advaita Vedanta es suficientemente problemático cuando se investigan las
fuentes originales. Pero una vez que han pasado por las entrañas de un perico
y habiendo sido hábilmente defecadas como gotitas de «Verdad», la no-
dualidad pierde cualquier semblante o relación con la condición humana. Si
la no-dualidad agarra tu atención, por lo menos lee tú mismo las fuentes
antiguas.

Si tienes la esperanza de que puedan ser vencidos el miedo, el dolor,


la culpa, la añoranza y otros sufrimientos a los que nosotros los humanos
somos propensos, a través de aceptar las explicaciones de otras personas o
siguiendo un así llamado camino, interferir no es mi lugar. Tienes todo
derecho a cualquier consuelo que puedas encontrar en la vida. No he
caminado ningún trecho en tus mocasines y no es mi intención privarte de
cosa cualquiera que necesites creer.

Mis palabras en estas conversaciones son auto-expresión, no dogma.


No sostengo que estas palabras sean «verdad», solamente que son dichas
sinceramente. Nunca he seguido un camino. Ni siquiera veo un camino,
excepto mis propias huellas desvaneciéndose, miradas en retrospectiva a
través de la lente distorsionada de la memoria. Puedo ver, en cierta forma, lo
que ha ocurrido, pero no tengo idea de qué sigue. El futuro es todo lo que no
sé y no puedo imaginar. Aun así, si tienes una estructura, un camino o un
lugar de destino que te funcione y te traiga serenidad, por mi está bien. Sé
que mis ideas no son para todos.

A algunos de ustedes solo los conozco como presencias en internet,


otros son rostros conocidos. Durante años ya, he contestado a cada pregunta
tan honestamente y tan a corazón abierto, como me es posible. No le pido a
nadie que crea lo que digo. Para mí, estas conversaciones proveen un placer
natural--una satisfacción en y por sí mismas, sin importar lo que cualquiera
piense de mí o de mis palabras.

De manera que, respecto a las cuestiones absolutas del tipo hacia las
cuales se espera que las indicaciones espirituales apunten, yo digo que
nosotros los humanos estamos todos en altamar en el mismo barco--el S.S.
Limitación Humana. Nadie sabe la «Verdad». Cuando mucho, lo único que
cualquiera de nosotros puede ofrecer, es una descripción de nuestras
percepciones, sentimientos y pensamientos en este preciso momento. Aunque
tratemos de negarlo, en el momento siguiente, todo eso podría cambiar. Así
que, ¿por qué llamar «Verdad» a las descripciones de pensamientos--mismos
que siempre están sujetos a cambiar?

Un orador puede ser listo, impresionante y convincente. Sin embargo,


el orador--cualquier orador--carece completamente de credibilidad cando se
trata de preguntas como: ¿Quién soy? ¿Por qué hay algo en lugar de nada?
¿Qué soy? ¿Qué es primero: la consciencia o el cerebro? ¿Qué pasa cuando
te mueres? Cualquiera que ofrezca «respuestas finales» a esas preguntas es,
digo yo, un mentiroso o está seriamente inmerso en falsa ilusión.

Y, sin embargo, veo gente con verdadero interés en estos asuntos,


gente que no está completamente hipnotizada por la espiritualidad, gente que
parece tener suficiente aptitud para descubrir sus propias maneras en el arte
de vivir, todavía anhelando encontrar la siguiente maravillosa indicación,
como si escuchar unas cuantas palabras pudiera de alguna forma guiarlos a la
«Verdad».

Si te encuentras a ti mismo en esa categoría, pregúntate esto: Si las


indicaciones que has oído realmente condujeran a la «Verdad», entonces,
¿por qué estás todavía buscando adquirir la siguiente indicación, leer el
siguiente texto supuestamente «sagrado», asistir al siguiente «satsang», o
adquirir la siguiente práctica?

Pensaría yo que una sola indicación sería suficiente para alejarte para
siempre de tener la expectativa o de querer que otros hagan tu trabajo por ti.
Si una indicación no puede hacer por lo menos eso, solamente está apuntando
hacia mayor confusión.
Capítulo 22, ¿Por qué descartas completamente la
espiritualidad?
P: Robert, encuentro interesantes y provocativas tus palabras, pero
cuando descartas completamente la espiritualidad, me doy cuenta que no
puedo aceptar eso. La espiritualidad existe por todo el mundo y a través de la
historia. La espiritualidad es una realidad para millones. ¿Cómo puede una
persona individual simplemente eliminar todo eso únicamente con llamarlo
mágico pensar o escapismo?

R: Esa es una pregunta justa y estoy dispuesto a hablar del tema, pero
la respuesta más directa es que hace mucho tiempo ocurrió un cambio
repentino e inesperado en mi manera de entender al ser y al mundo. Mi
sentido de ser fue transfigurado todo a la vez y drásticamente, de manera que
las ideas y las creencias llamadas «espiritualidad», que parecen ocupar tanto
pensamiento, tanto debate, tanta batalla y tanta infelicidad, en mi mente
parecen irrelevantes; apenas vale la pena hablar al respecto.

Si imaginas que descarto completamente la espiritualidad, lo más


probable es que hayas malentendido mis palabras. La palabra
«espiritualidad» comprende un gran campo y con certeza hay partes de ese
territorio que no descarto, por lo menos no completamente. Hasta a veces he
citado fuentes normalmente consideradas parte de la «espiritualidad», aunque
no las veo así yo. Si cito, estoy citando lo que considero ser sabiduría, no
«espiritualidad». Y hay una diferencia--una diferencia vasta.

Además, no ando por este mundo alegremente «descartando» la


espiritualidad como algún ateo público. Mis palabras aquí mayormente son
respuestas a preguntas de gente que ha reconocido en mi manera de ver una
especie de libertad que ellos han estado buscando para sí mismos, pero que
no han encontrado en la religión y espiritualidad. Estoy hablándoles a ellos,
no a aquellos quienes encuentran significado en la veneración o en la
búsqueda de la así llamada «autorrealización».

Si alguna versión tal de la «espiritualidad» voltea tu tortilla, por mí


está bien. La gente en este mundo cree todo tipo de cosas. A cada quien lo
suyo. No estoy tratando de decirte a ti qué pensar. Ese daño ya está hecho.
Yo únicamente digo lo que veo.
Desde aquel cambio repentino que mencioné, no tengo creencias y no
necesito ninguna. En mi mundo, no hay certeza. Tampoco necesito eso. En
mi mundo cada momento es irrepetible, érase una única vez, sui generis–algo
único en sí mismo—de manera que la participación en cada momento, con
frescura, sin el lastre de compromisos cognitivos prematuros llamados
«creencias», es la manera en que esta águila vuela.

Nadie, digo yo, elige qué creer. Más probablemente, cada uno de
nosotros nace con cierta propensión para creer lo que nos dicen y entonces la
sustancia de esas creencias depende de lo que nos dicen. Es como si uno
naciera con una taza esperando que ésta sea llenada con ideas, pero el
contenido de esa taza depende de la suerte de la lotería--la familia de origen
de uno y su mitología, más los preceptos autoritativos del ambiente cultural
más amplio.

Es probable, por ejemplo, que un chico que creció en una familia


religiosa devota, viviendo en un barrio de familias similarmente devotas,
crecerá creyendo en un «ser supremo», mientras el hijo de ateos, cuyos
amigos también son ateos, creerá que «Dios» es un personaje mítico. A
ambos chicos, sin embargo, les tendrán que haber impuesto esas creencias,
con mayor frecuencia intencionalmente a través de adoctrinamiento con un
propósito, o al menos por osmosis.

Si podemos estar de acuerdo en que nadie, de hecho, sabe si el


supuesto ser supremo existe o no, entonces, en ambos casos, los hijos habrán
tenido creencias presentadas a ellos como si fueran hechos. Así es como se
hace el daño. Una vez adoctrinados de esa manera, mucha gente simplemente
se conforma y nunca siquiera nota haber sido adoctrinado. Otros batallan con
sus dudas. Algunos reemplazan una colección de creencias con otra.
Solamente unos cuantos, parece, se las arreglan para encontrar lo que Jiddu
Krishnamurtri llamaba «libertad de lo conocido».

Pero esa misma libertad--libertad de lo conocido--es de lo que quieren


hablar las personas que participan en este foro. Así que la libertad es el tema
que tratamos aquí, no la «espiritualidad», un tópico por el que tengo escaso
entusiasmo. A diferencia de los gurús y predicadores, no hago afirmaciones
de la facticidad de mis puntos de vista. Esto no es hacer proselitismo. Mis
palabras son auto-expresión, no dogma. Si me hacen una pregunta seria,
respondo tan simplemente como me sea posible sin contemplar los
sentimientos de nadie.

Con eso como prólogo, considero a la mayoría de la así llamada


«espiritualidad», como una colección de comportamientos supersticiosos y
conjeturas carentes de base que se pasan de generación en generación vía
adoctrinamiento empezando en la infancia--una escolaridad principalmente
en mágico pensar y auto-engaño. La peor característica en ese paisaje de
sinsentido es la idea de que el mundo que vemos con nuestros ojos es de
alguna manera menos «real» que algún otro mundo «mejor», y que, si
pudiéramos de alguna forma entrar a ese «otro mundo», ya sea después de la
muerte, como un cristiano o musulmán, o aquí y ahora como los «auto-
realizadores», los dolores de la vida ordinaria se transformarían mágicamente
en «perfección».

Una vez que esa idea echa raíz, entonces viene la necesidad de la así
llamada «fe», junto con doctrinas, prácticas e instrucciones, todas dirigidas a
la adquisición de esa perfección.

Desde mi perspectiva, ese es un espectáculo triste. Los niños, digo yo,


necesitan hechos, no «fe». Los niños están sedientos de hechos,
particularmente hechos sobre vivir y morir. Si lo dudas, solo observa cómo
aumenta el interés de un niño cuando un adulto, por una u otra razón,
comienza a hablar cándidamente.

El cuerpo humano no tiene necesidades «espirituales». El cuerpo


necesita aire, agua, alimento, vestido y cobijo; no dios, salvación, o auto-
realización. No es el cuerpo lo que la espiritualidad persigue «salvar», sino
más bien la colección de pensamientos habituales, actitudes y sentimientos
llamados «mi ser». Ese ser –«mi ser» --cuando se enfrenta a su propia
naturaleza inestable y transitoria--incluyendo la temerosa sospecha de que
«mi ser» morirá cuando el cuerpo muera--desea una salida. En respuesta a ese
deseo, surge la historia de otro mundo o de otra forma de ser, en la que la
muerte no es «real». Esa historia, digo yo, es cien por ciento pura
especulación motivada por pensamientos empapados de ilusiones. Ese es el
tipo de «espiritualidad» que desacredito como escapismo

Los niños tienen todo tipo de preguntas respecto a la vida y la muerte.


Contestar una pregunta tal con cuentos de hadas acerca del «otro mundo»,
como si esa respuesta fuera más que únicamente conjetura llena de ilusión;
como si fuera una «Verdad» en la que el niño o niña debe de tener fe, es
mentirle a ese niño, abusar de ese niño, exponer a ese niño o niña a una
especie de virus mental--un meme--que una vez cogido, es difícil sacudírselo.

Si, por ejemplo, a una niña se le enseña que tiene un «alma inmortal»
y que ella, como «pecadora» requiere salvación por medio de la fe, la oración
y la obediencia, esa mismísima enseñanza en sí crea un problema que, para
empezar, nunca debió haber existido sin la implantación de ese cuento de
hadas.

Entonces, una vez que chorradas como «nacida pecadora que requiere
salvación para evitar el infierno» han sido instaladas en la actividad mental de
la niña--lo cual en realidad es infectar a la niña con una enfermedad social--
más chorradas necesitan ponérsele enfrente como la «cura». Una cura
imaginaria para una enfermedad imaginaria. Desde aquí, eso parece tan triste.

Si te consideras a ti mismo espiritual, como aparentemente lo haces,


entonces es muy probable que ya te imagines sabiendo algo respecto a la
realidad, ya sea que ese presunto «conocimiento» consista en algo como:
«Jesús es Dios», algo más abstracto y filosófico como: «solo la consciencia
existe», o algo grandioso como: «yo soy uno con Dios». O, si no te imaginas
ya sabiendo, asumes que algún día finalmente sabrás. Cuando llegue ese día,
piensas tú, todo será «mejor» que como es ahora.

Repudio cualquier espiritualidad que diga que, en una u otra manera,


el mundo cotidiano de percepciones, sentimientos y pensamientos ordinarios
es solo un pálido reflejo de una supuesta realidad más grande. No sé nada de
ninguna otra «realidad». No tengo manera de saber cosa tal. La mente
humana--la cual es mi mente, así como también la tuya--no es, digo yo,
suficiente para esa tarea y no hay manera de mejorar esa mente como para
volverla suficiente.

Toda la fe en el mundo--el crédulo acogimiento de escrituras, profetas


y salvadores, prácticas, instrucciones y el resto--no dicen nada de la realidad.
Absolutamente nada. Me preguntas cómo puedo decir eso. ¿Cómo puedo yo,
una persona individual, descartar un mundo entero de creencias, incluyendo
dioses y santos, a los cuales incontables millones aceptan como «Verdad»?
Lo digo desde una perspectiva que ve todas esas creencias como ideas de
segunda mano impuestas sobre mentes que fueron coartadas desde el primer
día por esas ideas.

Aunque la «espiritualidad» trate de negarlo, hasta donde sabemos,


nosotros los seres humanos somos mamíferos primates muy similares a los
chimpancés pigmeo o a los gorilas, no obstante nacidos con un córtex
prefrontal ligeramente más grueso en el cual las creencias espirituales pueden
ser albergadas y entretenidas, junto con otras incontables hipótesis y
explicaciones. La imaginación puede pintar todo tipo de imágenes, pero hay
una vasta brecha entre las conjeturas, suposiciones y presunciones y el saber.

Las conjeturas respecto a la fuente original de todo lo que vemos,


pensamos y sentimos, respecto a lo que todo significa, a dónde va todo,
quién, y qué soy «yo», y otras preguntas por el estilo, desafían el saber, digo
yo, y solo pueden creerse, no creerse, o, como en mi caso, dejarlas volar en el
viento como el polvo.

Nuestras necesidades físicas, sociales y sexuales son muy similares a


las de nuestros hermanos y hermanas primates y en mucho las exteriorizamos
en la misma manera. Ese tanto claramente sabemos a través de la
observación, justo como sabemos, porque podemos observarlo, que el deseo
y la aversión conducen nuestros comportamientos. El deseo por
«trascendencia» o por «autorrealización», aun es, de raíz, únicamente deseo.
Una aversión a la intrascendencia, a la mortalidad y a la muerte, aun es
únicamente aversión. No hay nada «espiritual» respecto a ser conducido por
la aversión y el deseo, sin importar qué se tema y qué se persiga. Si entiendes
eso, digo yo, eres tan libre como alguna vez serás.

El mundo que vemos ahora mismo, es el único mundo que realmente


conocemos. La búsqueda por encontrar algo «más» le apunta a la fantasía, un
tipo de pensamiento mágico que nos ha sido impuesto de niños, y que en su
momento nosotros imponemos a la siguiente generación de niños.

Naturalmente, todo lo anterior es mi entendimiento. Tómalo por lo


que vale, o recházalo completamente. Me da lo mismo. En este momento, las
cosas son como son y no pueden ser ni un ápice diferentes.
Capítulo 23, Percatación sin Elección
Lo siguiente es una respuesta a una pregunta que hizo alguien quien
ha estado siguiendo las enseñanzas de Ramana Maharshi y de Nisargadatta;
ambos aconsejaban concentración en el sentimiento «Yo soy» como una
manera de obtener «realización». Quien hizo la pregunta dijo que un
criticismo que su actual maestro espiritual hizo respecto a esa forma de
práctica ha sacudido su fe en el método «Yo soy», dejándola confundida y
molesta. Aquí está lo que le dije:
En cuanto a las preguntas de cuestiones absolutas tales como las tuyas
respecto a lo que «el ser» es, después de cierto punto, el consejo de cualquier
persona--Nisargadatta, Ramana, o [su maestro actual], es, en el mejor de los
casos, equipaje extra y posiblemente hasta un impedimento para entender.
Las palabras pueden servir por un tiempo como un tipo de señalamiento, pero
tarde o temprano uno debe olvidar esas palabras y continuar solo. Eso es por
lo que se dice que cuando encuentres al Buda en el camino, debes matarlo.
Si no matas al Buda, permanecerás siendo por siempre una discípula,
limitada por las ideas que consideras ser ciertas sin de hecho saber si lo son o
no. Es el suelo de tu propio ser lo que tiene que ser visto, no el suelo del ser
del Buda o de cualquier otra persona.
La espiritualidad de segunda mano y de a oídas pertenece a un «yo
mismo» ilusorio, soñando un sueño de un yo mismo limpiecito y
transformado en un «yo mismo» iluminado. Es todo fantasía--la misma vieja
fantasía de «yo, mí, mío». Entonces encuentras un maestro quien se colude
contigo para mantener vivo ese sueño de «autorrealización».
El suelo de tu ser no es lo que otros digan que es, sin importar lo bien
que suenen sus palabras o cuánta gente las repita. Ese suelo está justo aquí,
ahora mismo; no después de algún logro cuando aprendas «cómo» ser
iluminada. Lo que buscas es lo que ya eres. Pero no sabes qué es eso, y nadie
puede explicártelo:
Emperador Wu: «Entonces, ¿cuál es el significado más alto de las
nobles verdades?»
Bodhidharma: «No hay nobles verdades, solo hay vacío y no hay nada
sagrado».
Emperador Wu: «Entonces, ¿quién está de pie frente a mí?»
Bodhidharma: «No lo sé».
Nisargadatta y Ramana Maharshi no eran dioses, sino seres humanos
ordinarios, tal como tú y como yo. A Nisargadatta le gustaban el sexo y los
cigarros y murió de cáncer de garganta. Todos morimos independientemente
de lo que creamos, «realicemos», o de lo que pensemos que sabemos.
Por un tiempo, puede que las palabras te alienten y te inspiren, pero si
te aferras durante demasiado tiempo a una enseñanza, a cualquier enseñanza,
ésta te cegará ante tu propia vida, tu propio ser, tu propia verdad.
Si yo señalo a la luna, mi perro mira mi dedo y nunca siquiera ve la
luna. El perro me considera el líder de su manada; un líder todo poderoso,
omnisciente, como un dios. Ante sus ojos, lo que sea que yo haga es perfecto.
Talvez tú te sientas de esa manera con respecto a Nisargadatta o Ramana. Si
así es, es hora de matarlos.
Cuando digo «matarlos», no pretendo faltarles al respeto a sus puntos
de vista. Ellos tenían todo el derecho a sus ideas, y pudieras continuar
sintiéndote agradecida por su influencia en traerte a este momento. Pero si
quieres libertad, como dices quererla, esa libertad se encuentra únicamente,
digo yo, más allá de los límites de opiniones heredadas con respecto a la
«realidad». Aventurarse más allá de la raya requiere una radical honestidad
con uno mismo. Estarías desnuda, sin certidumbre, sola, y tal vez aterrada.
Solamente tú puedes saber si verdaderamente quieres libertad o no.
Mientras uno se aferre a cualquier cosa: enseñanzas, maestros,
religiones, prácticas--lo que sea--no habrá libertad. La libertad y la carencia
de aferramiento son las dos caras de la misma moneda.
Ahora, supón que te ofrezco un vaso con agua y bebes un sorbo. No
tienes que preguntarte a ti misma si el agua está tibia o fría. Simplemente lo
sabes. Ese «simplemente saber sin intentarlo», es a lo que yo llamo
«percatación sin elección».
Se llama percatación sin elección porque no necesita ser alimentada,
no necesita «mindfulness» ni otras prácticas, tampoco ser convocada por la
así llamada «voluntad». La percatación está aquí ahora, independientemente
de esfuerzo o de falta de esfuerzo. La consciencia ve estas palabras y las
entiende sin elegir hacerlo.
Cuando surge un pensamiento, ese pensamiento es conocido como
una impresión dentro o sobre la percatación sin elección. De la misma
manera, el «yo mismo» que se percibe a sí mismo como el pensador de ese
pensamiento, es conocido como una impresión sobre la percatación sin
elección.
Debo señalar que el que yo diga «una impresión sobre la
percatación», es solamente una manera de hablar. No pretendo sugerir que la
consciencia y las impresiones sobre ella sean de alguna manera diferentes.
No son diferentes, sino dos aspectos de la misma completamente misteriosa
«aliveness».
La idea aquí es que el aparente contenido de un pensamiento está
«hecho» de percatación, así como también la sensación de ser el pensador de
ese pensamiento. Es todo consciencia. Los pensamientos, el proceso de
pensar y «yo mismo», el pensador--constituyen un fluir sin elección, sin
nombre.
Esto no se trata de «mindfulness». Esto no se trata de un «tú»
separado de eso a lo que te dicen que le pongas plena atención. Esto no se
trata de aprender, de volverse, o de obtener cosa alguna. Esto no se trata de
meditación. No tienes que tratar de percatarte. Todo lo que ves, sientes y
piensas es percatación y la percatación es todo lo que ves, piensas y sientes.
Este suceso, este fluir, esta «aliveness», esta sensación de ser no puede ser
creado, controlado ni manejado por nadie; nadie está aparte ni separado del
mismo, ni en lo más mínimo siquiera.
Si notas este fluir--este arroyo de consciencia--pronto te percatas de
que los pensamientos a los que llamas «mis pensamientos», ni son tuyos, ni
los eliges, sino simplemente surgen por sí solos. Ya sea que estés sentada
sobre un cojín «meditando», o teniendo un orgasmo, los pensamientos y los
sentimientos solamente continúan burbujeando. Este es un proceso vivo. No
te pertenece. No lo controlas. La consciencia no es tuya para manejarla o
manipularla. La percatación, esta «aliveness», simplemente es, simplemente
existe.
La instrucción de enfocarse en la sensación de «yo soy», es un recurso
pedagógico dirigido a ser recordado de que la percatación--me refiero a la
sensación de ser siquiera--existe antes de la fijación común con la historia
que me cuento a mí mismo respecto a «mi vida». Está bien, ese truquito te ha
traído a esta coyuntura, así que el recurso ha hecho su labor. Ya es hora de
soltar ese recurso.
Tal vez necesites una balsa para cruzar un río, pero cuando llegas al
otro lado, dejas la balsa y sigues adelante sin ella. Si insistes en cargar
contigo el peso de la balsa, no puedes caminar libremente. Al ver que la
percatación está más allá del control, está siempre presente, sin esfuerzo y
libre, empiezas a caminar naturalmente sin esa balsa «yo soy».
Lo que quiera que surja dentro de la consciencia tendrá su momento y
luego pasará. No hay permanencia en nada de ello. Hasta la historia llamada
«yo mismo» es una impresión siempre cambiante sobre la percatación que es
aquí ahora sin que nadie tenga que intentar percatarse.
Capítulo 24, Estando en quietud internamente

P: ¿Puedes por favor explicar qué quieres decir con estar en quietud
internamente, o tal vez tener la amabilidad de redirigirme a algo que hayas
escrito? Estoy muy interesado en los conceptos de wu wei y en la meditación
como una forma de vida.

Realmente disfruto leer y siento que me permite sentarme en sosiego


a través del entendimiento de mi ser, no como un ego. ¿Qué libro me
recomendarías leer, Robert? Creo que necesito algo de desafío a mis ideas
fijas, y leer me funciona bien mientras pueda entenderlo hasta cierto punto.
Siento que estoy listo para leer Yo soy Eso. ¿Dirías que es una buena
elección? Por favor dime lo que piensas. Estaría tan agradecido. Gracias.

R: No hay nada de malo en leer. Si quieres hojear a Nisargadatta, ¿por


qué no? Algunas personas--yo no soy uno de ellos--lo consideran una
autoridad en lo que «mi ser» es. La credulidad de ellos no es enteramente
culpa de él, ya que solía alentar a sus oyentes a que hicieran sus propias
investigaciones sobre el ser, comenzando con el innegable hecho de que,
como él lo ponía, «yo soy».

Desafortunadamente, la mayoría, si no es que todos los asistentes a las


pláticas de Nisargadatta, fallaron en seguir ese consejo, y simplemente
asumieron que los resultados de las investigaciones de Nisargadatta eran
«Verdad» hablada por un «ser realizado». Y así, en lugar de dedicarse a
investigaciones imparciales, estos imitadores intentaron «confirmar» los
resultados de Nisargadatta. En asuntos como estos, empezar con un objetivo
de corroboración, el cual de todas formas solo puede ser imaginario, es una
receta para auto-hipnosis de cerrazón de mente e ilusoria. Una investigación
real comienza desde ceros con el único hecho que uno realmente sabe: en
este momento, yo, como un aparente foco de consciencia, parezco existir.

Si de verdad tienes la intención de desafiar tus «ideas fijas» como les


llamas; descubrir primero cuáles son esas ideas fijas y luego preguntarte a ti
mismo por qué las crees--quiero decir bajo qué evidencia--pudiera ser más
útil que leer lo que alguien más dice. De eso es de lo que se trata «estar en
quietud internamente» --venir a ver lo que tú eres, no por creer lo que algún
gurú famoso dice que eres, sino a través de una directa percepción de
pensamientos y sentimientos a medida que surgen en tiempo real.

Yo Soy Eso contiene una profusión de ideas respecto a «el ser», no


todas ellas en concordancia. Los profundos entendimientos o «insights» de
Nisargadatta, por lo menos aquellos de los que habló, continuaban cambiando
hasta donde yo pude ver cuando leí ese libro. Cuando leas Yo Soy Eso, por
favor desafía esas ideas justo como si fueran las ideas fijas que ya tienes. Si
lees un libro sin examinar sus ideas escépticamente mientras lees, entonces
esas ideas se convertirán en tus nuevas ideas fijas. Si de verdad tienes la
intención de ver las cosas claramente, el escepticismo a mente abierta es, digo
yo, la actitud necesaria, la línea base, el sine qua non.

Aquellos quienes ven a otro ser humano--el gurú--como una autoridad


en la pregunta de quién o qué es «mi ser», hacen ese juicio desde la
ignorancia. Si tú no sabes qué es «mi ser», ¿cómo sabrás si la explicación del
gurú es verdad o sinsentido? Después de todo, diferentes gurús dicen
diferentes cosas, y esos debates nunca terminan.

Por una u otra razón--tal vez carisma, tal vez porque el nombre del
gurú atrae muchos seguidores, quizá porque el gurú parece prometer algo
«espiritual» y por ende «deseable» --algunos oyentes considerarán las
palabras de un gurú ser indudable «Verdad». Pero el considerar a otro ser
humano como un experto concluyente en estos aspectos, es tonto a la vista
del mismo--un juicio partiendo de la ignorancia, como dije.

El gurú pudiera parecer autoritativo, pero en última instancia, tus


opiniones acerca de estos asuntos deben depender únicamente de tu propia
autoridad, no de la del gurú, porque si encuentras a alguien a quien tratar
como un experto, es bajo tu discernimiento que dicha persona parece ser
merecedora de creencia. Ese otorgamiento de autoridad al gurú únicamente
puede ser una proyección de tu propio nivel de entendimiento. Es tu juicio
después de todo, el que ha considerado una autoridad a esa persona. Es tu
opinión, tu juicio, tu sanción--¿lo ves? Al nivel de raíz, todo esto se reduce a
ti y a lo que tú percibes, sientes y piensas.

En el mundo de la información técnica, los expertos sí existen, pero


no hay expertos en el arte de vivir, el cual es un arte de improvisación. Otra
persona puede que cumpla con una función temporal como figura transicional
en la que proyectas tus propios poderes de discernimiento y entendimiento,
pero cuando esa proyección es vista por lo que es, el «gurú» desaparece y en
su lugar se queda un ser humano ordinario y estándar--quizá sabio, quizá
amable, pero no omnisciente. Ese es un momento brillante.

En cada instante, las cosas son como son y no pueden ser nada
diferentes. Lo que sea que uno perciba, piense y sienta en cada momento es
«mi ser» en ese momento. Excepto en la memoria o en un futuro fantaseado,
no existe otro yo mismo.

No hay «yo mismo» alguno que exista aparte de los eventos y


fenómenos como el «vivenciador» de esos sucesos. Ese yo mismo es una
ilusión. Uno no está teniendo experiencias. Uno es idéntico a la totalidad de
experiencia, consciente e inconsciente. Eso es lo que «yo» soy: experiencia, y
la experiencia es únicamente esta «aliveness», ahora mismo, en este preciso
momento.

Lo anterior no es una «verdad» para creerse en base a mi autoridad,


tampoco un objetivo a obtenerse a través del esfuerzo. Observa, y tal vez lo
veas por ti mismo.

Cuando digo estar en quietud internamente, no me refiero a tratar de


detener el flujo natural de los pensamientos y sentimientos. De todos modos,
eso no es posible. Me refiero a relajarse suficientemente como para ser capaz
de notar ese flujo--no el contenido o el significado de los pensamientos y
sentimientos, sino lo incesante del flujo en sí.

Enfoca atención en el centro de tu pecho. Hay sensaciones ahí que no


pueden ser nombradas. Nótalas. Nota tu respiración. Percátate de los
pensamientos a medida que surgen y pasan yéndose de nuevo; un arroyo
siempre cambiante de ideas, imágenes y sentimientos.

Los «materiales» que constituyen ese arroyo--percepciones,


sentimientos y pensamientos--son efímeros, enteramente momentáneos,
fluyendo y cambiando interminablemente. No hay permanencia en nada de
esto. Cada instante aparece y antes de que siquiera pueda agarrarse,
desaparece. Suéltalo.
Una gran parte de ese flujo consiste en pensamientos habituales
acerca de mí y «mi vida» --una especie de espectáculo de cine presentándolo
a uno mismo como la estrella en cada escena. Suéltalo. Esa película, «La
historia de mí» --toda acerca del pasado y del futuro, pérdida y ganancia,
atracción y repulsión, elogio y culpa-- puede continuar tocando, pero al ver
su cualidad efímera, la mirarás bajo una luz distinta.

Si hay algo de paz y alegría, uno la encuentra aquí y ahora, no


después de leer el siguiente libro. Mi ser no estará aquí para siempre, así que,
si no es ahora, ¿cuándo?
Capítulo 25, La fantasía de la permanencia

P: Hola doc. He sido un «buscador» durante la mayor parte de mi


vida. He estudiado filosofía occidental, he incursionado en muchas religiones
y he atendido todos los talleres y satsangs que he podido. Últimamente he
deseado poder soltar mucho de lo que he recogido. Ideas en conflicto acerca
del vacío, la iluminación, el pecado, la salvación, el no ser, el egoísmo, el chi,
tao, y otras abstracciones confusas, son ahora una fuente de constante
ansiedad. Me dicen que lo suelte y me rinda al presente. Pero hasta esa
simplicidad me falla y me deja harto. Simplemente parece que soy muy malo
para esto.

Has hablado acerca de esta rendición como algo que no puede hacerse
a voluntad. ¿Cómo dejo que esto simplemente ocurra? Y con «esto» me
refiero a la vida.

R: Todos nosotros estamos llenos de incontables ideas subconscientes


reprimidas y de otro tipo que, aunque no nos percatemos de ellas, continúan
influyendo los pensamientos y los comportamientos. Por ejemplo, si una idea
reprimida, incómoda--¿Me está engañando mi novia? ¿Podría este dolor ser
cáncer?-- amenaza con subir a la superficie saliendo de las profundidades del
inconsciente a la plena consciencia, pudiera encontrarme a mí mismo
recurriendo a las drogas, a comer cuando en realidad no tengo hambre, o de
otra manera intentando cubrir la incomodidad que siento sin saber por qué la
siento, o tal vez siquiera que la siento. La lista de posibles distracciones es
interminable y algunos objetos en esa lista hasta pudieran parecer saludables
y deseables--quizá una dura sesión de ejercicio en el gimnasio, o una hora de
estiramientos de yoga. Pero si un comportamiento particular parece sano en
un nivel físico o no, en el fondo, todavía pudiera estar dirigido a la represión
de ideas no deseadas.

Solo para ser claro: no estoy diciendo que cada vez que alguien salga
a correr, la represión esté al fondo de ello, pero con frecuencia ese es el caso.
Si quieres ver esto en acción, la próxima vez que te sientas con ganas de
hacer algo, trata de no hacerlo y tan solo siéntate tranquilamente, dejando que
tus pensamientos vayan a donde lo hagan, sin tratar de controlar nada. Tal
vez te sorprenda lo que surja.
Todo eso es trasfondo. Ahora déjame llegar a tu pregunta: «¿Cómo
me rindo a la vida, y simplemente dejo que ocurra?»

Respuesta corta: no puedes. Rendirte a la vida, digo yo, ni es


necesario, ni es posible. La vida ya está «simplemente ocurriendo», y
continuará simplemente ocurriendo mientras el cuerpo esté vivo. Eso es lo
que es la vida: un cuerpo vivo, que respira. La vida está simplemente
ocurriendo ahora mismo mientras lees esto.

El cuerpo, que es vida, sabe exactamente qué hacer. Tú--o sea la


interminable ronda de pensamientos a la que llamas «mi ser»--no tienes nada
que ver con esa aliveness, excepto que mi ser--la intelección habitual llamada
mi ser, quiero decir--necesita al cuerpo para existir, y mi ser lo sabe.

Puede que haya pensamientos respecto al cuerpo--muchos de ellos


ansiosos y temerosos--pero el cuerpo no necesita esos pensamientos. El
cuerpo necesita aire, agua, alimento y cobijo, no pensamientos. Desde el
punto de vista del cuerpo, los pensamientos son superfluos.

«Pero», puede que objetaras, «si no cuido de mi cuerpo, el cual


incluye pensamientos, éste pudiera morir». Sí, eso es cierto, pero al cuerpo no
le importa morir, a mi ser sí.

El cuerpo no tiene interés en continuar. El cuerpo no quiere continuar.


Tú, no el cuerpo, quieres continuar. Tú no quieres morir. Ese es el motivo
para el buscar e incursionar que ahora te disturba tanto.

Te has aventurado en muchas religiones porque esas tradiciones


prometen que de alguna manera mi ser continuará--en el Cielo si eres
cristiano o musulmán, o en una subsecuente vida reencarnada si eres budista
o hinduista.
Tales pensamientos, mismos que han sido implantados en tu mente
desde la infancia temprana, no pueden ser borrados. Esos pensamientos
solamente continúan burbujeando hacia la superficie, te guste o no. Y esos
pensamientos son tú. Eso es lo que «tú» es: miedos, deseos, opiniones,
creencias, recuerdos y todo el resto.

Señalas las abstracciones confusas a las que has sido expuesto como
la fuente de tu ansiedad. No me lo creo. Apostaría a que la fuente de tu
ansiedad es la misma que la fuente de ansiedad de todos los demás. Sabes que
cualquier cosa puede suceder en cualquier momento. Sabes que no hay
garantías. Sabes que la seguridad es un sueño guajiro. Le temes al dolor y al
sufrimiento. Le temes a la inhabilidad y a la indefensión. Y, más que nada,
sabes que tarde o temprano debes morir, y no quieres morir. Es por eso que,
tal como cualquier otro buscador espiritual, recopilaste todos esos conceptos
y conjeturas para empezar.

Olvida esa historia «siéntete-bien» de la cual no hay evidencia en lo


absoluto, e intenta en vez ver los asuntos como son. Ve que el cuerpo que
lleva tu nombre debe vivir por un tiempo y luego morir tal como cualquier
otro organismo vivo debe morir, y que cuando ese cuerpo muera, el tú que es
pensamientos, recuerdos, miedos, deseos, etcétera, no puede, hasta donde se
sabe, sobrevivir. Eso es naturaleza. Así va la cosa.

A menos que ese tanto esté claro, no te molestes en continuar


leyendo. Únicamente estarías perdiendo tu tiempo.

Si entiendes eso--si ves que ese «yo mismo» no puede perdurar--el


siguiente paso es bastante sencillo. Solo siéntate tranquilamente y, sin tratar
de controlar cosa alguna, observa el flujo de pensamientos conforme van
surgiendo. Si haces eso sinceramente, verás que los pensamientos fluyen tal
como la corriente en un río. Un pensamiento aparece, solo para ser
inmediatamente reemplazado por otro. Y tú no puedes detener ese proceso.
Ese fluir está más allá de tu control.

Si pudieras controlarlo, la ansiedad nunca sería un problema, porque


cuando apareciera un pensamiento que provocara ansiedad, podrías
simplemente cortarlo y reemplazarlo por un pensamiento feliz. Entonces te
agarrarías de ese pensamiento feliz, feliz por el resto del día, o por el resto de
tu vida. Pero no funciona así, ¿verdad?

Si ves eso, verás que no hay «yo mismo» separado del pensamiento.
Incluso el supuesto observador del pensamiento es un pensamiento, una idea.
¿Cómo sé eso? Simple. Trata de mantener a ese observador por el resto del
día, y lo verás transformarse y cambiar, aparecer gradualmente y difuminarse,
tal como los pensamientos que clama estar «observando».
De manera que, aparte de las convenciones legales y sociales, mi ser
no es un nombre, no es un cuerpo, no es una historia, sino un fluir--un flujo
de pensamientos. Esos pensamientos no tienen más permanencia que las
pequeñas olas de un riachuelo. Un «pensamiento-mi ser» surge y pasa
yéndose—muere--tal como cualquier otro pensamiento. Aunque el sujeto de
esos tipos de pensamientos siempre se llame mi ser, nunca es el mismo mi ser
que en el momento previo. Nada es lo mismo nunca y no hay vuelta atrás.

Los pensamientos, puedes observar fácilmente, no tienen


permanencia. Cuando entiendas que mi ser es también únicamente un
pensamiento, efímero y carente de permanencia, verás que no hay nada a lo
cual uno pueda aferrarse. El «yo mismo» de hace cinco segundos no puede
ser recuperado, y el «yo mismo» que surgirá en cinco segundos más, si lo
hace, no puede ser imaginado. Aferrarse a «mi ser» es como intentar detener
el tiempo. No se puede.

Cada momento es lo que es. En cada momento, un nuevo mi ser nace,


reemplazando al viejo que recién murió. Muchos de nosotros no logramos
notar esto porque nos han enseñado a creer que el nombre es mi ser y el
cuerpo es mi ser. A un niño pequeño se le muestra su reflejo en un espejo y
se le dice: «Mira, Robertito. ¡Ese eres tú!» Y justo ahí, el problema comienza.

Dado que las estructuras globales del cuerpo parecen persistir,


cambiando solo lentamente--órdenes de magnitud más lentamente que los
pensamientos—pudiéramos imaginar que el «yo mismo» identificado con ese
cuerpo también de alguna manera perdura y permanece, por lo menos
mientras el cuerpo esté vivo. Pero no permanece.

Uno pudiera crear una versión de «mi ser» aparentemente estable a


través de enhebrar memorias de pensamientos y sentimientos pasados, como
si cada recuerdo fuera una perla y el cuerpo un cordón en el cual ensartarlas.
Ese «mi ser» es un espejismo--una hebra de pensamientos y sentimientos que
ya se fueron llamada «yo».

Excepto en fantasías mantenidas por la aparente persistencia de la


memoria, mi ser es una idea, no un objeto; y esa idea está siempre
cambiando. Cuando la fantasía de la permanencia termina, ahora mismo, o
eventualmente con la muerte del cuerpo, nada, digo yo, se pierde. El mi ser
que exige permanencia es solamente una especie de volante de inercia de
todos modos--un proceso mecánico.

Al ver eso, perderás tu gusto por el escapismo y la abstracción. ¡Esto


es y ya!
Capítulo 26, ¿Son todos en mi vida solamente una ilusión?
P: Robert, U.G. Krishnamurti dijo: «Tú crees que hay “alguien” quien
está pensando tus pensamientos, “alguien” quien está sintiendo tus
sentimientos--esa es la ilusión».

¿Entonces esto significa que todos en mi vida también son una


ilusión? Cuando un ser amado muere, ¿qué es lo que pasa realmente? ¿Cómo
puedo pensar de manera distinta respecto a la muerte, en lugar de que la
muerte sea algo malo o triste?

R: No es mi lugar decirte a ti qué pensar respecto a la muerte. Podría


mostrarte alguna técnica de cámara fotográfica o cómo cocinar una cena
vegana, pero no puedo enseñarte cómo pensar respecto a la muerte.

Claramente el cuerpo muere y, una vez muerto, sin sus poderes de


inmunidad y otros tipos de auto-defensa, es consumido rápidamente por otros
organismos. Si cualquier cosa que tenga que ver con el «ser» o la
personalidad sobrevive o no--y esto parece ser el punto crucial de tu
pregunta--ese es un completo y total misterio. Quien quiera que diga entender
ese misterio, o siquiera saber cosa cualquiera en lo absoluto al respecto, es,
en mi opinión, alguien inmerso en ilusión, un mentiroso, o ambos. Esto igual
va para los gurús estilo jñani quienes te dicen que la vida que tú llevas es solo
una ilusión, pero que ellos tienen «Verdad», para los cristianos quienes dicen
saber que Jesús te espera en el Cielo junto con tus seres queridos que han
muerto, o para los del tipo científico que dicen que todo se reduce a impulsos
eléctricos en el cerebro.

A como entiendo las palabras de U.G. Krishnamurti que acabas de


citar, el punto no es que la vida sea una ilusión o que la muerte de un ser
querido sea una ilusión. Claramente la vida existe y la muerte es parte de ella.
Negarlo no tiene sentido para nada.

Para llegar al meollo del asunto, considera los océanos que cubren
nuestra querida Tierra. Les llamamos «océanos», pero realmente comprenden
solamente un cuerpo de agua dividido en áreas a las que se les han dado
diferentes nombres por costumbre, no a fuerza de diferencia esencial
cualquiera. El océano sabe a sal sin importar dónde lo pruebes.
Lo mismo es cierto, realmente sabemos, de la aliveness que somos y
que vemos a todo nuestro alrededor. Únicamente hay una vida, una aliveness,
que se manifiesta como incontables cuerpos. Esto no es una jerigonza
espiritual, sino un obvio, observable hecho. Ninguno de esos cuerpos,
incluyendo el que lleva tu nombre, tiene una existencia separada, autónoma.
Sin los otros seres humanos, junto con la infraestructura inanimada que
mantiene a esos seres vivos, tú no existirías para nada.

El cuerpo/mente humano al que llamamos «yo mismo» no es una


isla cuidadosamente separada y autosuficiente. Es un ecosistema complejo--
una «red social»--que contiene billones de bacterias y otros microorganismos
que habitan nuestra piel, nuestras áreas genitales, boca, y especialmente los
intestinos. De hecho, la mayoría de las células en el cuerpo humano no son
humanas en lo absoluto. Las células bacterianas en el cuerpo humano son
mayores en cantidad que las humanas.

Imagina la realidad de la existencia como un océano. Ese océano


vivo--cuya misteriosa verdadera naturaleza parece inmune a las explicaciones
tanto de la religión como de la filosofía--se manifiesta en diferentes formas,
una de las cuales es una interminable procesión de pensamientos en la
consciencia humana--también un completo misterio; independientemente de
las afirmaciones de lo contrario. Los pensamientos son como olas rompiendo
en la orilla y luego desapareciendo para siempre, una tras otra, tras otra, tras
otra, interminablemente.

De manera que, con eso de trasfondo, los pensamientos simplemente


están ahí. Existen y no sabemos qué son o qué significan. No estás tú
haciendo los pensamientos, no más que tú estás latiendo un corazón o
digiriendo comida. Los pensamientos surgen misteriosamente, de dónde,
nadie sabe. Como una ola que rompe, un pensamiento tiene su momento y
luego se va para siempre, solo para ser seguida por la siguiente ola, y la
siguiente, y la siguiente . . .

Desde el punto de vista del ego o del sentido de individualidad,


algunas olas parecen significativas y otras no, pero eso es solamente un punto
de vista. Mencionaste la muerte. Ese es un buen ejemplo. Todos los días
gente muere--millones de ellos--y lo aceptamos, con bastante razón, como
parte de la vida, parte de la naturaleza--no gran cosa. Pero cuando alguien a
quien amamos muere, o alguien de quien dependemos de alguna u otra
manera, bueno, esa es otra historia completamente. Entonces sentimos la
pérdida y lloramos su muerte. Tal vez echemos de menos a esa persona, o a
otro compañero sentiente, durante años después. Los objetos inanimados
pueden ser reemplazados. Los compañeros animados son irremplazables.
Tales eventos verdaderamente importan, pese a las tontas declaraciones de
ciertas personas «espirituales». Lo que se fue, se fue.

Preguntas qué «pasa en realidad». Lo que en realidad sucede es que


un querido compañero ya no está ahí. ¿Por qué no llorarías una pérdida tal?
Si me amputaran la mano derecha, verdaderamente la echaría de menos y
lloraría esa pérdida, ¿tú no? ¿Crees que ayudaría si alguien me aconsejara
«cómo» ver que un evento tal no es algo malo o triste? Por supuesto que es
algo triste. Tenía una mano que utilizaba constantemente y ahora ya no la
tengo. Eso me parece a mí bastante triste. Lo que se fue, se fue.

De manera que, a como entiendo esto, U.G. no estaba diciendo que


los pensamientos sean una ilusión, ni estaba diciendo tampoco que las
personas sean ilusiones. Él estaba diciendo que la idea de un mi ser separado
quien tiene pensamientos, es una ilusión. Los pensamientos y el pensador no
son dos cosas separadas, sino dos perspectivas en el mismo proceso, el cual
es el proceso de la vida.

Años atrás, con una repentina y no acostumbrada claridad, yo vi lo


mismo. Desde entonces no hay más «yo» en el sentido de una persona fija a
quien las cosas le ocurren, sino únicamente una continua experiencia llamada
«yo mismo»--incluyendo pensamientos, sentimientos y percepciones que se
mueven como un océano–-sin destino, sin planes, sin agarre y sin
entendimiento alguno de los misterios más profundos. Es una manera de vida
hermosa y ecuánime desde mi perspectiva, pero ¿ello hace de «Robert»
alguien inmune a la aflicción? Por supuesto que no. Lo que se fue, se fue
para siempre.

Probablemente esto no te ayude a ti ni un ápice. Así es la vida, como


dicen. Así es la cosa. Mi entendimiento es mi entendimiento, no el tuyo. No
tengo «ayuda mágica». Puedo mencionar mi entendimiento, e incluso
mantener una conversación al respecto, pero entiendes lo que entiendes
cuando tú lo entiendes.
Capítulo 27, La lástima hacia uno mismo

P: He leído todo lo que he podido encontrar de lo que has escrito


antes. La manera en la que hablas acerca de la consciencia, Robert, pareciera
estar fuera del alcance de mentes ordinarias como la mía y de la de otros
buscadores.
Has dicho que es nuestro propio egoísmo y nuestra actitud de querer
obtener algo, lo que nos impide despertar. Pero quiero preguntar si alguna
vez has estado en los zapatos de gente que quiere desesperadamente que haya
algún significado detrás de todo el sufrimiento en la vida. Como ser humano
estoy seguro de que has sido víctima de lo cabrona que es la vida, sin
embargo, hablas con tanta seguridad en ti mismo. Quizá hayas tenido la
suerte de encontrar apoyo en tu red de conocidos, o tal vez tengas un estatus
socioeconómico que te permite sobreponerte a cierto tipo de problemas, o
quizá seas uno de los suertudos quienes tuvieron la oportunidad de crecer en
una familia amorosa y de buenos modales y tal vez tengas una inmunidad
natural a las enfermedades físicas o psicológicas que muchos de nosotros
sufrimos.
Tal vez pienses que estoy desahogando mi enojo con este sinsentido
inconexo, sin embargo, sinceramente quiero preguntarte lo siguiente: ¿Cómo
puedes promover la consciencia y la total percatación de uno mismo cuando
la gente está sufriendo enfermedades devastadoras, pobreza, abuso por parte
de los poderosos, discriminación y muchas otras vicisitudes de la vida
ordinaria, y luego culparlos por no darse cuenta de lo fácil que es estar
despierto? La vida parece tan injusta. Lamento si esto parece tontería
sentimental, pero necesito vomitar sacando de mí todos estos sentimientos.
Espero que no sientas que esta carta es hostil para contigo. Realmente solo
quiero la opinión de alguien tan sabio como te considero a ti serlo.
R: No oigo mucha hostilidad en tu carta. Oigo a alguien sintiendo
lástima de sí mismo.
Tarde o temprano, todos sufrimos, y tratar de evitar el sufrimiento
únicamente empeora la cosa. Pero gente de distintos orígenes y
circunstancias, desde los más privilegiados hasta los más desfavorecidos, han
llegado a un entendimiento de sí mismos de todas formas; mientras otros
permanecen perdidos en el resentimiento, el temor y el enojo. No sé cómo
explicar esa aparente «injusticia», pero el llegar a la libertad psicológica no
parece requerir de circunstancias afortunadas, o siquiera necesariamente
beneficiarse de ellas. En mi experiencia, despertar puede implicar todo tipo
de adversidad.
Puede que hayas leído mis palabras, pero parece que las has
malinterpretado. No estoy culpando a nadie--nunca. Nadie elige quién ser o
cómo ser. En cada momento, la vida se desenvuelve como lo hace,
incluyendo lo que «mi ser» siente o no siente, lo que entiende o no logra
entender, lo que hace o no hace.
Ahora tal vez estés en desacuerdo con eso. Puede que te imagines que
tienes control sobre tus pensamientos, tus sentimientos y comportamientos.
Puede que pienses que la gente que hace cosas malas ha elegido hacerlas, o al
menos que no eligieron evitar hacerlas. Ese, digo yo, no es el caso. Puede que
tengamos la ilusión de la elección, pero no el poder real de elegir. Al nivel de
raíz, somos lo que somos y nunca nadie eligió eso.
Cuando utilizo la palabra «despertar», no me refiero a alguna
condición especial que solo unos cuantos humanos favorecidos pueden
obtener. Con despertar, únicamente me refiero a notar que nadie está
eligiendo nada. Esta aliveness, influida por incontables factores, la mayoría
de los cuales están completamente fuera de nuestro entendimiento,
simplemente se expresa como lo hace. Notarlo es carente de esfuerzo y
también inmune al esfuerzo. Nadie está «haciendo» dicho notar. Cuando el
esfuerzo por escaparse de aquello que es--de aquello que de hecho existe,
independientemente de la manera en la que uno se sienta al respecto--llega a
su fin, y la fantasía de obtener algo «mejor» cesa, uno está despierto. No hay
nada oculto o esotérico respecto a esto.
Despertar, debería yo agregar, no necesariamente significa ser feliz.
Tampoco implica creer, como algunos lo hacen, que todo es perfecto.
Únicamente significa comprender que todo lo que ves, sientes y piensas es tú.
Las percepciones, los sentimientos y los pensamientos no están «allá afuera»
en algún sitio. Ocurren dentro de tu propio sistema nervioso. Son tú.
No estoy diciendo, como tratan de hacer algunos, que «el mundo» sea
inexistente o solamente ilusorio. Ni siquiera sé lo que ese tipo de habla
significaría realmente. Estoy diciendo que no conoces «el mundo».
Solamente conoces tu mundo: tus percepciones, tus sentimientos, tus
pensamientos.
Si entiendes eso, entonces le sigue que los hechos de cada momento
deben masticarse y tragarse, no ser evitados o evadidos. No puedes, después
de todo, evitarte o evadirte a ti mismo. Si lo intentas, terminas aullándole a la
luna. Incluso personas provenientes de las circunstancias más afortunadas
pueden terminar aullándole a la luna, como estoy seguro que de verdad lo
sabes.
En cada momento, las cosas son tal cual son y no pueden ser distintas.
Entonces, cuando te quejas de lo injusta que es la vida, estás rechazando a la
vida en sí, misma que no tiene relación alguna con la justicia o la injusticia, y
a la que no le importa ni un comino lo que quieras o no quieras. Tus rezongos
y tus quejas solo sirven para mantenerte separado de la vida real. En cada
momento, lo que es únicamente puede ser recibido tal cual es, nunca puede
modificarse para encajar dentro de lo que dicten tus deseos.
Este es un asunto sencillo. En este momento pareces existir como un
centro de la consciencia. Eso es todo lo que realmente sabes. Todo el resto,
incluyendo qué significa o no cualquier cosa, es conjetura. Puede que tengas
opiniones, creencias y juicios--estoy seguro de que los tienes--pero las
opiniones, las creencias y los juicios no son conocimiento.
Desconozco qué se necesite para que alguien entienda eso. Puedo
hablar de cómo es para mí, pero eso no se transmite o se enseña con facilidad.
Las creencias se pueden enseñar. El entendimiento surge únicamente cuando
y como lo hace, y nadie puede decidir entender.
En tu pregunta oigo el dolor y la lástima que te tienes a ti mismo, pero
no sé cómo hacerte entender que este preciso momento, el cual es lo único
que tienes, o lo único que tendrás, se te está escapando de las manos antes de
que lo veas siquiera; cegado como estás por tu anhelo por algo diferente--
algo más significativo, menos injusto, o no tan doloroso.
Capítulo 28, No la cocinaste tú, pero te la tienes que comer
P: Hola Robert. En tu experiencia en sí, ¿cómo se manifiesta el saber
que no eres un ser independiente? ¿Puedes hablar más al respecto? ¿O es un
cambio en la percepción del cual poco puede decirse?
R: Pregúntate lo siguiente: Cuando hablo, ¿de dónde vienen las
palabras?
La fuente esencial de las palabras es, por supuesto, un completo
misterio. Cualquiera que diga que conoce esa fuente, es probablemente
alguien irremediablemente adoctrinado, o un bribón. Pero dejando de lado las
cuestiones absolutas, estrictamente en un sentido relativo, ¿dónde se originan
mis palabras, tanto en el habla como por escrito?
Las palabras vienen del lenguaje que aprendí de niño por imitación y
que continúo aprendiendo de las palabras de otras personas incluso ahora.
Entonces, «mis» palabras en realidad no son mías, sino palabras que he
aprendido y ahora repito. Las palabras circulan. Se pasan de un lado a otro
como objetos compartidos, en realidad sin originarse en ninguna mente
individual, sino sostenidas en comunidad en la mente humana. Si eso se ve,
hay solo un paso a notar que las ideas circulan en la misma manera--las ideas
se pasan de un lado a otro como objetos compartidos--de manera que los
pensamientos respecto a esas ideas, no son al fondo mis pensamientos
tampoco, aunque así lo parezcan. Una vez que ves eso, el «ser independiente»
ya no parece tan independiente, ¿o sí?
Para muchos de nosotros, «mi ser» significa el cuerpo junto con
cualesquiera sentimientos y pensamientos que surjan de manera habitual--
particularmente el tipo de pensamientos llamados recuerdos. Puede que yo
esté acostumbrado a llamar «míos» a esos pensamientos y sentimientos, pero,
¿lo son? Yo no los hago, ni tampoco los elijo. Surgen por sí solos, llegando
espontáneamente a la percatación, quiera yo que lo hagan o no. Cuando digo
«percatación» me refiero a un saber instantáneo, automático; sin un tratar de
saber. Si dudas de esto, solo siéntate en quietud durante unos cuantos minutos
y observa el arroyo de consciencia sin tratar de pensar cosa alguna y sin
tratar de no pensar en cosa alguna. Pronto verás a lo que me refiero.
Sin embargo, para muchos de nosotros, dado que los pensamientos y
los sentimientos borbotean naturalmente y sin invitación, un «yo»
rápidamente se atribuye el mérito--o se culpa a sí mismo--por ellos, como si
un mi ser auto dirigido, auto gobernado, autónomo, de alguna manera
produjera y controlara los pensamientos y los sentimientos momento a
momento, eligiendo y decidiendo qué pensar y sentir, y qué no pensar o
sentir.
Este atribuirse el mérito o la culpabilidad ocurre tan rápidamente y tan
sin interrupciones, que muchos de nosotros ni siquiera lo notamos. Pero si el
hábito de tomar la responsabilidad de aquello que, para empezar, nunca fue
elegido, se da por hecho y se deja sin ser cuestionado; entonces el yo digno
de elogio, digno de culpa, al que estás llamando un «ser independiente»,
parecerá ser no únicamente un hecho, sino el hecho central de esta aliveness-
-esta cualidad de ser--a la que llamamos «mi vida». El ser independiente no
es un hecho, digo yo, sino un producto--una idea socialmente implantada, un
testaferro quien únicamente parece tener libre albedrío suficiente para
ameritar ya sea elogio, o culpa.
A manera ilustrativa, imagina un típico «buen cristiano» quien se
halla a sí mismo fantaseando sobre sexo con una persona desconocida a quien
casualmente ve pasar en el parque. Es probable que se sienta avergonzado del
pecado de lujuria y del «adulterio en su corazón» --y mucho más si la persona
desconocida resulta ser otro hombre. Se sentirá culpable, como si esas
fantasías, las cuales surgieron inadvertida y espontáneamente, hubieran sido
su elección y por ende su responsabilidad como el que las eligió. Pero ese
hombre nunca decidió tener pensamientos y sentimientos sexuales;
simplemente aparecieron. Todo eso llega sobre nosotros como obra del
destino. Uno siente lo que siente cuando lo siente.
Nada de esto es culpa de nadie y nadie merece la atribución del
mérito tampoco. En cada momento, lo que es, es, incluyendo «mi ser», y no
puede ser distinto. La sociedad, que prospera controlando a sus miembros,
odia esa idea, pero eso no lo hace menos cierto en lo más mínimo. Esto no
implica una rienda suelta con respecto a los comportamientos que la sociedad
tolerará legalmente, pero eso es otra cuestión completamente.
Lo que es, es y no puede ser distinto. Simplemente es así como cruje
la tostada. Puedes comerte esa tostada--de hecho, no tienes alternativa más
que comerte la tostada--pero tú no hiciste la tostada. Los ingredientes para la
tostada no vienen de «ti». Vienen de todos lados.
Solo recuerda esto: No la cocinaste tú, pero te la tienes que comer.
Capítulo 29, La fuente de la consciencia

P: Rick Linchitz, quien murió recientemente, escuchó a Satyam


Nadeen decir algo como: «Todo es consciencia, y tú eres eso». Rick había
escuchado lo mismo muchas veces antes, pero esta vez tuvo una «calamidad»
espléndida. Esto es lo que escribió poco tiempo antes de su muerte:
«No hay mucho qué decir. Todos estamos viviendo y muriendo. La
vida volviéndose más enfocada. El futuro más claramente se seca y los planes
desaparecen. Las funciones corporales, especialmente la respiración, puntos
principales de enfoque. Como siempre, nada especial. Únicamente la vida
siendo vivida. Mucho dolor y falta de aire al respirar, pero también paz
profunda. Lo que parece ser transformación, también es la paz eterna de la
unidad inmutable que somos». Robert, por favor comenta.
R: No sé nada de Satyam Nadeen o de Rick Linchitz, pero estos
asuntos parecen reducirse a cómo define uno «mi ser».
La frase «Todo es consciencia» puede significar tantas cosas distintas.
Solo para empezar, no vemos el mundo como «realmente» es, sino en la
manera que cada uno lo percibe de acuerdo a la estructura del sistema
nervioso y de la condicionante previa de ese sistema.
He escrito a este respecto antes, utilizando la ilustración de una
mariposa que puede percibir porciones del espectro de energía al que
nosotros los humanos somos ciegos. Capaz de sentir muchos «colores» más
allá del violeta, la consciencia de las mariposas percibe un jardín de flores
como nosotros los humanos nunca lo percibiremos. Mis burras, cuyo oído es
fenomenalmente más agudo que el mío, y cuyas orejas rotan
independientemente la una de la otra como para enfocarse en dos áreas
diferentes simultáneamente, experimentan un mundo auditivo, y yo otro
bastante distinto. Esto lo sé cuandoquiera que camino con ellas.
Así que esa es consciencia de especie específica. Luego existe la
consciencia individual, misma que se refiere, por ejemplo, a la vasta
diferencia entre cómo un artista entrenado, estando consciente de miles de
tonos con tan solo las gradaciones más finas entre ellos, comprendería un
jardín de flores; en comparación con la manera en la que un ojo sin
entrenamiento, versado únicamente en diferencias burdas en color, vería el
mismo jardín.
De manera que esa es una forma de entender «todo es consciencia».
Las cosas parecen de la manera en la que parecen, debido al tipo de sistema
nervioso más la condicionante individual—simple, ¿sí?
Sin embargo, hay otra manera, mucho menos simple, de utilizar esa
expresión. En ese uso, «todo es consciencia» significa no solamente que el
mundo material se ve, suena y se siente diferente dependiendo del
observador, sino que el mundo material, incluyendo cuerpos y cerebros, no
existe en lo absoluto excepto como una así llamada «apariencia». Esa parece
ser la manera en la que Nadeen la utilizó y en la que Linchitz la entendió.
Pero, ¿qué tal si realmente hay un mundo material, y los cerebros
realmente sí existen? ¿Y qué si los cerebros evolucionados son la fuente de la
consciencia, entonces lo que «tú» eres no es «consciencia pura», lo que
quiera que esa frase signifique (no sabemos lo que significa), sino un cuerpo
físico que resulta que incluye consciencia generada por un sistema nervioso
cerebro-central que ha florecido y se ha desarrollado genéticamente como un
mecanismo ventajoso de supervivencia? ¿Qué si la consciencia empezó a
evolucionar con las primeras criaturas animadas y ha alcanzado una aparente
cúspide—en este planeta, al menos—en los humanos?
En ese caso—si la consciencia es algo que los cerebros hacen—mi ser
no sería una «unidad inmutable» para nada, porque los cerebros, después de
todo, cambian constantemente. Y, si «mi ser» siempre está cambiando, ¿qué
podría cualquiera saber realmente sobre lo que es inmutable o si siquiera hay
algo inmutable?
Pudiera parecer que mi ser es inmutable. Pudiera sentirse así. Pero
considera lo siguiente: Para un observador en un bote flotando en un río,
pudiera sentirse que él o ella está estacionario, mientras la orilla y el resto del
paisaje se está moviendo en dirección opuesta. Todos hemos tenido esa
experiencia—si no en un bote, entonces en un tren, un avión o lo que sea. Y
esta perspectiva, tal vez completamente imaginaria, de «mi ser» como un
testigo fijo, es más posible que convenza si alguien te sigue diciendo que ese
«tú» es inmutable, y que lo que sea que esté cambiando, no puede ser tú, o
siquiera ser real.
No estoy diciendo que el cerebro sea la fuente original de la
consciencia. No tengo información privilegiada al respecto. Lo que estoy
diciendo es que podría ser y, si lo fuera, Nadeen, aunque pudiera creer que
los cerebros realmente no existen, no tendría manera de saber su error, ¿o sí?
La idea de que la consciencia existe separada de y antes del cerebro es
una idea religiosa o metafísica, que no reposa sobre ninguna evidencia firme;
aunque algunos intenten decir, erróneamente en mi opinión, que esto está
demostrado y hasta comprobado científicamente por la mecánica cuántica.
Si el cerebro es la fuente de la consciencia, o si hay alguna mayor
consciencia global que exista antes del mundo material, la experiencia
humana de percepciones, pensamientos y consciencia de sí mismo se sentiría
igual. Por ello, digo yo, ningún ser humano está en una situación tal como
para saber cuál de ellas es una vista verdadera, o siquiera si ninguna lo es.
Uno no puede encontrar la respuesta con la «auto-exploración»
tampoco, ni con ninguna otra estrategia. La respuesta, digo yo, reside más
allá del horizonte de sucesos humanos. La trillada visión «espiritual» que
clama proveer una respuesta, implica acreditarle a algún otro ser humano el
tener acceso a información privilegiada a la cual tú no tienes. En qué basa
uno tal determinación, no puedo imaginar. Si uno le cree a Osho, o a Deepak
Chopra, o a quien sea, y toma su palabra por ello—sin importar lo respaldado
que esté por la lógica, escritura o tradición—eso es, digo yo, credulidad, no
conocimiento.
La ciencia, por cierto, no dice que la consciencia sea generada en el
cerebro, aunque muchos científicos se inclinen hacia ese punto de vista. La
ciencia dice que la respuesta—parte de la solución del así llamado «problema
difícil»—es desconocida y posiblemente incognoscible.
La idea «todo es consciencia» puede que sea atractiva. Puede ser una
idea que uno quiere creer. En ese caso, uno pudiera oír aquellas palabras de
un «hombre santo», como Linchitz lo hizo. De pronto, la idea cobra sentido.
Eso es saber por medio de la convicción, a través de haber sido convencido.
O puede que uno pase por una experiencia que requiera como explicación
una consciencia que exista de manera exógena al cerebro—una experiencia
cercana a la muerte, por ejemplo, en la que «yo» parece estar afuera de mi
cuerpo, observándolo desde la distancia, o quizá el tipo de «estado alterado»
provocado por el silencio extenso, por la mirada fija, por la inducción al
trance, prácticas de respiración, la ingesta de sustancias psicodélicas, etc., en
el cual «yo» parezco estar presente, pero incorpóreo.
Ahora, me es claro, y me pregunto si también para ti es claro, que
esos tipos de «saber» deben involucrar un cerebro. Incluso en la experiencia
cercana a la muerte, el cerebro todavía está funcionando, después de todo. Si
no estuviera funcionando, uno no podría hablar de una experiencia cercana a
la muerte; uno estaría muerto.
Una experiencia, por definición, es aquella de la que uno se vuelve
consciente. La experiencia y la percepción son una y la misma. Esto, sin
embargo, no dice cosa alguna sobre la fuente de la consciencia, sino
únicamente de los contenidos de la consciencia. Conocer los contenidos de la
consciencia no puede decirnos qué es o qué no es la consciencia. Alan Watts
llegó muy bien a este punto cuando dijo: «El ojo no puede verse a sí mismo,
ni tampoco los dientes pueden morderse a sí mismos», con lo que quiso decir
que la consciencia—lo que quiera que ésta sea o no sea—no puede percatarse
de sí misma.
Pero si la consciencia no puede observarse a sí misma, no existe base
alguna para decir nada sobre la fuente máxima de la consciencia, la cual
podría ser el cerebro, por todo lo que sabemos; o los vedas podrían estar en lo
correcto, o la biblia, o quizá alguna otra posibilidad que los seres humanos no
podemos siquiera imaginar.
Ni el científico, ni el yogui tienen suficientes medios como para saber
la fuente máxima de la consciencia. Esa información existe, digo yo, en un
nivel ante el cual los humanos somos por fuerza ciegos. Esa ceguera, junto
con querer saber, dan lugar a la conjetura y a la aceptación crédula de la
conjetura. Esto no es para hablar mal de la experiencia de Linchitz. Su
experiencia es su experiencia. Naturalmente, nunca le quitaría yo a Linchitz
cualquier paz que haya encontrado mientras moría.
Inspirado por las palabras de Nadeen, Linchitz tuvo su experiencia—
incluyendo observar al cuerpo irse cerrando mientras se sentía de alguna
forma separado del mismo. Eso no es poco común, de hecho, pero ¿qué
comprueba? No mucho, estoy diciendo.
Otras personas tienen sus creencias. He conocido gente quienes dicen
que Dios les habla directamente y les dice qué hacer. Algunos dicen que las
almas de los que ya partieron residen en el Paraíso por toda la eternidad
después de que el cuerpo muere. Y ellos parecen tan seguros de eso, como
me imagino que Nadeen está de su versión de la realidad.
Ciertos escritos, considerados ser santos o sagrados, aseveran que
«todo es consciencia», y creyentes en la infalibilidad de tales escrituras se
imaginan que cada palabra es cierta por definición. Los gurús enseñan esas
palabras en la manera en la que los pastores bautistas citan la biblia como si
ésta fuera infalible, pero no es así necesariamente.
A nosotros los seres humanos nos encanta navegar suavecito.
Ansiamos tener seguridad y conceptos reconfortantes. Queremos que nuestras
creencias sean apoyadas y aprobadas, no que sean desafiadas y,
posiblemente, desacreditadas. Ese hecho psicológico se llama el «sesgo de
confirmación». Para mencionarlo brevemente, los seres humanos tienden a
darle demasiado peso a la evidencia que corrobora lo que ya creen o desean
creer, mientras le dan demasiado poco peso, descartan y hasta olvidan
completamente, evidencia que tiende a contradecir lo que ya creen o desean
creer.
Si uno no reconoce y admite el sesgo de confirmación y si uno no
sigue trabajando en contra de ese sesgo, entonces las opiniones de uno
respecto a todas las cuestiones, serán por siempre distorsionadas y no
confiables. No me imagino que muchos adeptos empiecen trabajando en
contra de las enseñanzas que les han dado, así que considero, cuando mucho,
que su testimonio no es de fiar.
La gente «espiritual» tiende a rechazar la seria investigación de sus
creencias. Oír sobre los límites epistemológicos se siente como lluvia
cayendo sobre su desfile de iluminación. Esas personas acusan a Robert (ese
tipo que realmente no existe) de «materialismo» y de «reduccionismo». Pero
no soy un materialista. Soy un «yo-no-se-ísta».
La fuente de la consciencia es, digo yo, una cuestión más allá de la
comprensión humana.
Capítulo 30, El Sutra del Corazón

P: Buenos días, Robert. Otra pregunta sobre el Sutra del Corazón, por
favor. ¿Qué entiendes tú por «la forma es vacío, el vacío es forma»?
R: A mi manera de ver, la clave para esto es entender el término
shunyata, que es traducido más frecuentemente como «vacío»; no indicando
completa inexistencia, sino significando una carencia de existencia
independiente.
Entonces, por ejemplo, «forma es vacío» indica que la forma a la cual
llamamos mesa, estando conformada por elementos no-mesa—madera,
clavos, pegamento—está vacía de existencia separada, autónoma,
independiente; ya que depende, como lo hace, para su existencia, de la
existencia de sus partes constituyentes. Mirando más a profundidad, vemos
que cada una de esas realidades constituyentes depende de sus constituyentes.
La madera de la mesa, por ejemplo, depende de ingredientes no-madera—luz
del sol, agua, minerales de la tierra—entonces la madera nunca tuvo una
existencia independiente tampoco.
En la misma manera, «mi ser» está hecho de elementos no-ser: los
idiomas que hablo, las opiniones de otras personas, etc. Así que, mientras
quizá me imagine a mí mismo ser una entidad de alguna manera permanente
y separada a la cual le ocurren pensamientos y le suceden eventos, etc., eso es
un entendimiento equívoco. Mi ser, siendo codependiente de todo lo demás
en esta aliveness, debe fluir y cambiar constantemente junto con todo lo
demás.
Entiendo «vacío es forma» como una advertencia ante ser encantado o
hipnotizado por la idea del vacío. Si uno se involucra en la búsqueda
intencional del «vacío», como si el vacío fuera un estado ideal a ser obtenido
de una vez por todas y subsecuentemente para siempre más saboreado,
entonces escuchamos todo tipo de sinsentido como «a pesar de las
apariencias, nada que cambie, de hecho, existe», o «no existe eso que
llamamos una persona»—el tipo de ideas a medio hornear que se han
popularizado como «no-dualidad».
Quizá el significado de la expresión «vacío es forma» será aclarado
con decirlo de esta manera: Hasta la idea del «vacío» es, todavía, un tipo de
forma
Si esto está claro, vayamos entonces un paso más lejos. Hasta donde
sabemos, ni la forma existe en alguna manera absoluta, incondicional e
independiente de la mente, ni podemos saber que la forma no exista en
alguna manera antes de o independiente de la mente; y lo mismo con respecto
al vacío. Nadie sabe qué existe realmente, o siquiera qué «existe realmente»
signifique o implique. De manera que «forma es vacío, vacío es forma», no
es una verdad para ser aprendida y recitada, sino un recurso didáctico dirigido
a ablandar el apego a las concepciones extremas de la «realidad», mismas que
son, o ingenuamente materialistas («la mesa que veo existe exactamente
como la veo») o dogmáticamente nihilistas («nada existe objetivamente para
nada; todo el mundo material es únicamente una ilusión»).
P2: ¿El Sutra del Corazón señala hacia la idea de que todo lo que
existe es un entero unificado, que las palabras para las cosas son inadecuadas
y engañosas porque nos timan a pensar que las cosas separadas existen y que
la esencia de la realidad y de mi ser es la Unidad? Por último, y aquí es donde
estoy estancado, ¿cómo me muevo desde mi entendimiento conceptual de la
no-dualidad hacia el vivir en sí, sintiendo y sabiendo profundamente, por
experiencia, que Yo soy Eso?
R: El Sutra del Corazón no habla de un «entero unificado», así que
me pregunto por qué inyectas eso. Para ser honesto, no me lo pregunto. Estoy
bastante seguro de saber por qué. Has oído sobre la no-dualidad y ahora
crees, no únicamente que la no-dualidad es «Verdad», sino que se requiere
que «realices» la no-dualidad si quieres terminar con el sufrimiento
psicológico que parece ser parte de la vida ordinaria, cotidiana, «dualista».
Una persona me preguntaba anteriormente si el Sutra del Corazón se
trataba de un «lento quemar patrones mentales y emocionales». Yo le
contesté que, en mi punto de vista, el Sutra del Corazón no sugiere quemar
cosa alguna, lentamente o no, ni que ese Sutra sea una instrucción para hacer
cosa alguna, incluyendo quemar; sino que es una exposición poética del vacío
del nombre y la forma llamada «mi ser». Cuando digo «vacío», me refiero a
que cuando intento encontrar la esencia de mi ser, no puedo.
Si las bacterias en mi estómago no estuvieran vivas y haciendo su
danza, no habría nadie (no habría cuerpo alguno) llamado Robert. Pero esas
bacterias necesitan a este cuerpo humano que les surta las condiciones
apropiadas para la supervivencia y reproducción de sus propios cuerpos. En
la misma manera, mi ser se origina en forma codependiente junto con todo lo
demás y no puede nunca estar verdaderamente separado de cosa alguna.
Esa persona había pedido consejo y le respondí sugiriendo que,
durante su «lenta quema de patrones mentales», debería estar segura de echar
al fuego todo lo que tuviera que ver con espiritualidad y mover las cenizas.
Me siento tentado a decirte algo similar. Olvídate de la no-dualidad.
Solo saca por completo de tu mente a la no dualidad—expúlsala como un
meme banal deteriorado. Sin ese fuego fatuo, entonces mira dónde estás tú.
Recién dije que el vacío significa que cuando trato de encontrar la
esencia de mi ser, no puedo.
No des por hecho mis palabras. Examina la cuestión hasta tu propia
satisfacción. Intenta encontrar la esencia de tu ser. Mira qué consigues tú.
Capítulo 31, La ilusión del libre albedrío

Extracto de una respuesta a un mensaje privado:


Pero en cuanto a tu pregunta principal respecto al así llamado libre
albedrío: La ilusión de la elección ciertamente existe. Parece, por ejemplo,
que puedo elegir mover mi mano «a voluntad». Pero entonces surge la
pregunta de qué me motivó a tomar tal supuesta elección: ¿qué me hizo
querer mover mi mano? La sensación de querer mover la mano, digo yo, es
la llegada a la consciencia de procesos que son completamente inconscientes
hasta que se vuelven conocidos como «querer». De manera que, ¿en dónde
está la elección en ello?
¿Elegimos nuestros deseos y aversiones, o vienen a nosotros como lo
hace el destino? ¿Cuándo, por ejemplo, decidiste tenerles miedo a las
serpientes? El miedo a las serpientes es un miedo irracional, que tiene poco
que ver con sus capacidades venenosas, porque hasta en Long Island, donde
crecí y donde no hay serpientes venenosas para nada, mucha gente todavía les
tiene miedo a las serpientes y las mata si pueden. ¿Podrías decir
razonablemente que cualquiera de esas personas eligió matar una serpiente?
Este asunto me parece completamente claro, pero entiendo que, para
otros, la noción de que nada es libremente elegido choca terriblemente en
contra de su adoctrinamiento cultural y parece degradar y desacreditar sus
experiencias como aparentes electores y «decididores». Ese conflicto surge,
me parece a mí, por confundir dos niveles muy distintos de ser.
Un nivel consiste en la historia personal, los pensamientos, miedos y
deseos que parecen residir en el mero centro de nuestro ser como individuos,
como por ejemplo en la frase: «Su vida, misma que había sido llena de tales
enormes esperanzas de éxito, parecía más y más un fracaso decepcionante».
No tengo idea de dónde surgieron esas palabras. Me encontré a mí mismo
escribiéndolas. Yo no elegí esa imagen de decepción y fracaso. Como todas
las imágenes, vino por sí sola.
Mientras uno se enfoque en un mi ser que tiene una vida y que debe
manejarla, uno obviamente estará viviendo en el reino de las ambiciones,
decisiones, tácticas y aparentes elecciones. No hay nada de malo con esa
visión o con esa manera de vivir. Es una manera de ver y nadie eligió jamás
ver las cosas de esa manera. Si es ahí donde te encuentras, haz lo mejor que
puedas, digo yo, para tomar las mejores decisiones posibles y para estar
cómodo con ellas.
Pero hay otro nivel de ser enteramente diferente de aquél. En ese
nivel, yo no tengo una vida, yo soy vida. Soy una expresión de aliveness, tal
como un árbol o como un pez es una expresión de aliveness.
Yo no pedí estar aquí. No sé por qué estoy aquí. No sé nada de
propósito alguno del vivir, ni tampoco acerca de «Dios», karma, lo que
ocurre después de la muerte, el significado de nuestros sueños—nada de eso.
Absolutamente nada. En ese nivel de ser, nadie elige cosa alguna. Uno
simplemente fluye a la par, haciendo lo que parezca necesario lo mejor que
uno puede. No hay errores, o «malas elecciones». Lo que es, simplemente es
y debe ser tal cual es.
No sé si esto ayude. Mi mejor consejo es dejar de intentar entender
esto. En cada momento todo es exactamente como es. No hay nada escondido
o esotérico, de manera que no hay nada por obtener o por alcanzar.
Capítulo 32, Diálogo con un maestro espiritual

P: Con frecuencia hablo sobre mi propia experiencia, no para


presumir o porque sea así de narcisista, sino porque es la única experiencia
de la que puedo hablar de primera mano. Otros que despiertan pueden tener
experiencias radicalmente diferentes. Sin embargo, mis experiencias son
similares a las de otros que conozco. Pienso que los amigos y los
estudiantes/maestros tienden a «resonar» en términos tanto de entendimiento,
como de experiencias espirituales. Es por eso que nos gusta pasar tiempo
juntos. Compartimos experiencias que otros pudieran llamar locas.
Compartimos amores en los que otros no pueden creer. Compartimos una
aceptación mutua de nuestras experiencias.
Actualmente mi cuerpo y mi sentido de presencia se siente casi como
si estuviera reventando, apenas capaz de contener la fuerza interior de vida, la
cual, mirando dentro, parece una brillante luz blanca y calor frío. Donde
quiera que mi consciencia toque mi cuerpo, siento gozo. El gozo permea a
este cuerpo.
Y estoy singularmente consciente de mí mismo, como el observador
del cuerpo, del gozo, de la Fuerza Vital rebosante de mi pecho y de un
sentimiento de increíble poder.
Hace algunas horas, la energía no era tan intensa, pero sentía un amor
enorme, abrumador, y rendición ante las fuerzas que son y hacia mi Bien
Amado.
Siento una consciencia arrolladora de que sé quién y qué soy. Es
difícil enunciar lo que eso es, porque es todas las experiencias arriba
mencionadas, pero también es una totalidad que no puede expresarse y un
sentido de absoluta certeza de quien soy, lo cual es no solamente este cuerpo
tan vulnerable al ambiente envejeciendo.
Tengo la total seguridad de que soy esta Consciencia y como tal no
tengo masa o peso, pero el cuerpo asociado con mi saber aquí y ahora está
sirviendo como el condensador que almacena el gran poder de mi Fuerza
Vital. Si ese calor frío se calentara, este cuerpo se incineraría.
Solamente puedo describir la experiencia entera como estar
totalmente alegre, incluso cuando emociones oscuras flotan pasando sin
tocarme realmente. Y no puedo retirar mi atención de esa energía adentro, la
Fuerza Vital. Agarra mi atención. No puedo soltar. Al mismo tiempo, esa
Fuerza está despertando a este cuerpo. Puedo sentirla enderezando los
músculos, articulaciones y nervios, cambiando los patrones de movimiento y
sensación. Cada unos cuantos minutos, siento varios tipos de tronidos en mi
espalda que se sienten como vértebras y músculos moviéndose hacia una
nueva alineación.
En resumidas cuentas, es una maravillosa experiencia. Otra manera de
describirla es que me siento totalmente vivo, 100% vivo y las emociones
también son impresionantes, pero puedo elegir experimentarlas o no, y luego
de vuelta al testigo, únicamente observando en completa paz. Robert, dada
nuestra historia, ¿qué piensas de mi experiencia? Espero que no digas
continua falsa ilusión.
R: Si me dices el propósito de tu pregunta—en otras palabras, por qué
quieres saber lo que pienso—intentaré contestar.
P: Me refiero a la inmensamente energética consciencia de mí mismo
que siempre tengo con todo tipo de energías sutiles internas, gozo y una
confianza con la solidez de una roca que sé quién y qué soy sin ser capaz de
expresarlo en palabras. No tengo palabras para ello excepto gozo, energías,
una fijación de consciencia en «mí». Y con ello, una solidez, firmeza.
Esto es a lo que yo llamo autorrealización, y no únicamente vacío o
ser, o percatación, porque el testigo/lo observado tiene una propiedad de
consciencia de sí mismo y una seguridad explosivas.
R: Quise decir por qué te importa lo que yo piense de tu experiencia.
P: Quiero convencerte de que hay, dentro de ti, más de lo que piensas
que hay.
No sé cuál sea tu relación actual con [nombre retirado]. Casi ya no
hablo con ella. Tuvo las mismas experiencias que yo, pero la mayoría se
fueron, creo, probablemente debido a tus enseñanzas. Había tanto más para
ella potencialmente.
La autorrealización es Verdad y la empujo. La grito. La anuncio. Es
algo mas allá de cualquier cosa, más allá que cualquier verdad o vacío que
jamás haya sentido yo antes. Muchos de mis estudiantes, quienes se están
recuperando del Advaita, sienten amor y felicidad a medida que las
emociones nuevamente se mueven a través de ellos y sienten amor.
Si pudiera yo convencerte de no estar como maestro tan
dogmáticamente en contra de la autorrealización, eso podría ayudar a muchas
personas.
R: Enseñar y aprender son dos lados de la misma moneda. Entiendo
que eres completamente devoto del papel de maestro, pero yo no tengo nada
invertido en ese juego. Únicamente expreso cándidamente lo que veo sin
referencia alguna a memes como «autorrealización», a menos que me
pregunten directamente al respecto. A diferencia de ti, yo no tengo
estudiantes, ni quiero ninguno.
No me importa la así llamada «autorrealización». No es algo en lo que
yo piense. Tales asuntos entran a mi mente solo si alguien los pone ahí, como
lo estás haciendo tú ahora. La autorrealización es tu religión, tu dios, no el
mío. No estoy «dogmáticamente en contra» de ella. No estoy
dogmáticamente en contra de o a favor de cosa alguna.
Dices que tus estudiantes están «recuperándose del Advaita». Pero tú
eres quien se los enseñó a ellos. Hasta tu reciente romance con la
«autorrealización», eras un auto denominado firme creyente en Advaita y les
servías mucho dogma de no dualidad recién hechecito a tus estudiantes,
¿verdad? Así que eres un adicto al dogma en recuperación, quien no
solamente eras adicto y estabas equivocado personalmente, sino que te
convertiste en traficante de tu adicción, anunciando no dualidad a todo
pulmón, y haciendo promesas que no podías cumplir.
Ahora, habiendo «visto la luz», tienes una nueva adicción por
«empujar»—como lo dijiste—a los demás. La nueva versión todavía te tiene
a ti en el mismo papel—«el que empuja/maestro»—pero esta nueva adicción
tuya es aún mejor que la de la no dualidad: más «gozo», más «poder».
Probablemente la ironía y estupidez de esta historia te pase por encima de la
cabeza. Si pudiera hacer que lo vieras, lo haría, pero dado que tú eres siempre
el maestro y nunca el aprendiz, eso parece improbable.
En cuanto a tus estudiantes, no sé quiénes sean y no me importa.
Dudo que muchos de ellos sepan lo que tengo que decir, de todas formas, así
que probablemente me atribuyas más influencia de la que realmente tengo.
Sin embargo, si alguien lee mis ideas y las encuentra útiles, bien conmigo,
incluso si esa persona resulta ser un estudiante—una posesión, pareces
imaginar—tuya. ¿Por qué habría yo de cambiar cualquier cosa que diga
porque tú tienes miedo de ello, o porque, dios no permita, uno de tus
estudiantes pudiera oírlo?
En cuanto a la persona que mencionas, ese fue un caso
completamente diferente. Ella me escribió directamente; estaba afligida,
miserable y confundida, así que le contesté directamente y en términos no
inciertos. Que alguien ocupando la posición de poder que te has atribuido,
tenga relaciones sexuales con una «estudiante», está fuera del campo de la
tutoría, en mi opinión. Que esa estudiante estuviera casada, con hijos y
tratando de hacer funcionar su matrimonio, únicamente agrava la situación.
Si te bajaras del avión del maestro iluminado por un momento, verías eso.
Me pediste que no dijera que tus experiencias actuales son falsas
ilusiones. Bien, no diré eso. Me confinaré a señalar que pareces estar
terriblemente alterado y en exceso emocionado con lo que estás llamando
«gozo» y «el sentimiento de increíble poder». Llámale como quieras a tu
último fanatismo. Tienes todo el derecho. Solamente sabe que no tengo
interés alguno en tus experiencias, ni en lo que pienses de ellas, y, a
diferencia de ti, no busco ni gozo, ni poder, ni «autorrealización». No busco
cosa alguna.
P2: Buen material, Robert. Gracias por compartir esto. Sí, el final de
la búsqueda. Sabiendo que no me falta nada y que soy ya completo, no se
necesitan, ni se desean siquiera, grandes experiencias. Es completamente
suficiente saber que aquí y ahora, lo que es, es. Ordinario, no especial. Ah, el
alivio. Gracias.
R: Este tipo ha estado enviándome pequeños reportes durante el
último par de años, intentando convencerme de su «logro», y todo porque le
aconsejé a una discípula/novia suya hipnotizada que saliera del trance. Su
monomanía respecto a esos eventos, me recuerda la historia de los dos
monjes quienes volvían del monasterio:
Había llovido fuerte y el camino estaba lleno de charcos. En algún
lugar, una hermosa joven estaba de pie, incapaz de lidiar con un charco
grande directamente en su camino. El mayor de los monjes se le acercó y, sin
una palabra, la levantó y la cargó atravesando el charco. Luego los monjes
continuaron su camino al monasterio.
Esa noche el monje más joven se le acercó al mayor y le dijo: «Señor,
como monjes tenemos prohibido tocar a una mujer. ¿No es así?»
El monje mayor contestó, «Sí, hermano».
«Pero entonces, señor, ¿cómo es que usted levantó y cargó a aquella
mujer en el camino?»
El monje mayor sonrió y le dijo: «Yo la dejé del otro lado del charco,
hermano, pero veo que usted todavía la está cargando».
Me encantan las viejas historias Zen. Aquí otra:
Un día, Mara, el Malo, estaba viajando por las aldeas de la India con
sus asistentes. Vio meditando a un hombre cuyo rostro estaba alumbrado con
asombro. El hombre había recién descubierto algo hermoso. El asistente de
Mara preguntó qué había descubierto el hombre, y Mara respondió: «Un
trozo de verdad».
«¿No te molesta cuando alguien encuentra un trozo de verdad, Oh
Malo?» Preguntó su asistente.
«No», respondió Mara. «Justo después de esto, hacen de ello una
religión».
P3: Los maestros auto proclamados hablan tanto sobre la
autorrealización. Se me ocurre que un sentido de ironía pudiera ser un pre-
requisito para una pizca de consciencia de uno mismo. La verdad no provee
base alguna para construir un modelo de negocio. Las creencias sí. Si lo
único que haces es enseñar, tienes que encontrar una manera de monetizar
eso. A los proveedores de creencias, entendiblemente, les disgustarían esos
como tú, Robert, que ataquen su forma de ganarse la vida.
R: Sí, un sentido de ironía es esencial. Y una pizca de consciencia de
uno mismo es lo único que nosotros los humanos recibimos si acaso, yo diría.
El universo, después de todo, está bastante más allá de la comprensión. Estos
oh tan sinceros maestros, aparentemente no pueden ver la fatuidad en
aseverar que conocen «La Verdad» y que pueden enseñársela a alguien.
No hay nada de malo en ganarse la vida, mientras lo que vendas sea lo
real. Alan Watts, una influencia temprana mía, se mantenía dando
conferencias y escribió libros interesantes que la gente todavía lee. Pero
cuando la mercancía no vale la confianza del comprador, eso no es negocio,
sino fraude.
P4: Es bastante entretenido que lo que esta persona dice sea tan
singularmente descabellado, ¡que todos sabemos quién es!
R: Sí, es como una broma, pero no lo entiende. Tal vez nunca lo hará.
Capítulo 33, La sensación de la yo-idad

P: Si todo lo que pienso que soy está muriendo cada momento, ¿qué
soy realmente? Nisargadatta dice que hay que tirarle a ver que «soy aquello
que nunca nace y nunca muere». A eso le llamó «el sustrato de lo que existe».
¿Comentarías por favor?
P2: Me preguntaba qué piensas sobre la idea de que no eres el cuerpo,
ni la mente ni los pensamientos y, además, que nunca naciste y nunca
morirás. No veo cómo, desde un punto honesto, uno puede sugerir que esta
expresión particular de energía, o de lo que sea, nunca morirá. Algunos
parecen encontrar consuelo en la idea de que la energía es eterna, pero ¿cómo
es eso pertinente a esta particular expresión de energía que finalmente
«morirá» y que luego iniciará una larga transformación convirtiéndose en
quién sabe qué?
R: En el intento por definir a «mi ser», uno sufre una completa y total
falta de perspectiva—una ausencia, quiero decir, de cualquier punto de no-ser
con perspectiva ventajosa desde el cual contemplar el asunto. Shakespeare,
hablando como Bruto, señala a esto cuando Bruto le dice a Casio: «Los ojos
no pueden verse a sí mismos sino por refracción, o sea, mediante otros
objetos». Todos tenemos la sensación de «mi ser», pero el hecho de la yo-
idad permanece siempre misterioso e inexplicable.
Nisargadatta fue criado en una tradición basada en definiciones fijas,
axiomáticas del ser provenientes de los vedas—las escrituras antiguas del
hinduismo. Esa tradición gira alrededor de una asumida «fuente cósmica»
unitaria llamada Brahmán, descrita como «la realidad superior». Esa
estructura conceptual también plantea un ser individual llamado atman.
En este punto se dividen las tradiciones védicas. Algunas formas de
hinduismo consideran que Brahmán es diferente y superior a atman. En esas
versiones, las cuales son francamente dualísticas, Brahmán es la «realidad
superior» y atman una más provisional, limitada o únicamente aparente
«realidad». En esa versión de la historia, atman está relacionado con
Brahmán en una manera un poco similar a la relación entre el alma individual
en las religiones occidentales y la deidad.
En las tradiciones hinduistas no duales, tal como Advaita Vedanta,
por otro lado, atman es considerado como idéntico a Brahmán; son uno y el
mismo. Nisargadatta siguió y enseñó este último concepto no dual de atman o
«ser». En ese punto de vista, dado que Brahmán—como el Dios de las
religiones occidentales—nunca nació y nunca muere, atman también nunca
nació y nunca muere. Nisargadatta decía que como atman—como un ser
individual—había «realizado» su identidad con Brahmán y así había obtenido
el estado sin nacimiento, sin muerte. Esto es similar a Jesús diciendo: «Yo y
el Padre somos uno».
Personalmente, tengo muy poco interés en esa formulación. He
hablado respecto de estos asuntos extensivamente durante los años y no
puedo repetirlo todo aquí, pero un fallo básico en esta historia me brinca. Ese
fallo es la creencia dogmática de que un ser humano, Nisargadatta o cualquier
otro, puede algún día saber lo que «mi ser» es o no es.
He dicho que la sensación de yo-idad que se llama a sí misma «yo»
nunca es únicamente lo que piensa que es, y nunca sabe únicamente lo que
piensa que sabe. De manera que, desde mi perspectiva, hay una
incertidumbre psicológica implícita en cualquier pensamiento respecto al
«ser», que no veo reconocida en el hinduismo—incluyendo las palabras de
Nisargadatta—el cual parece bastante absolutista e irracionalmente
convencido de sus concepciones filosóficas/religiosas.
Esto no es para decir que Nisargadatta y otros como él no hayan
tenido nada valioso qué comunicar. El tema entero llamado «¿Quién soy?»
puede ser provocativo y tal vez útil para abrir mentes. Pero, a pesar del
Vedanta, lo que «yo» soy no es una pregunta resuelta con una verdadera
respuesta. Es una pregunta abierta, y una, digo yo, que debe permanecer
abierta.
No quiero ahondar demasiado en detalles aquí, pero la idea de
Nisargadatta respecto a un «sustrato consciente de lo que existe» es una
creencia religiosa—una imagen no solamente de un universo infinito, sino de
un universo intencional y consciente. Esa idea quizá le haya dado a
Nisargadatta un tipo de consuelo y ciertamente atrajo a estudiantes ávidos de
encontrar ese mismo tipo de consuelo para sí mismos. A todos nos gusta
estar cómodos, por supuesto, ¿pero a qué precio?
Quizá algún «Ser» supremo realmente sí existe como el fundamento
sintiente de todos y todo. Tal vez creamos eso, ¿pero realmente lo sabemos?
¿Cómo? ¿Qué si lo que existe es simplemente lo que existe, sin ningún
sustrato, consiente o no? ¿Qué si «sustrato consciente» es como «Dios» (el
cual puede que exista, puede que no) y cuya existencia ciertamente no puede
comprobarse? ¿Qué tal si lo que realmente soy es un cerebro y sistema
nervioso vivos, sin conexión alguna a cualquier cosa «sin nacimiento» o «sin
muerte», excepto en fantasías espirituales que terminan cuando el cerebro
muere?
Es importante, digo yo, no tomar las palabras de persona alguna como
respuestas finales a preguntas como estas, porque todos nosotros los seres
humanos estamos limitados en lo que podemos saber en contraste con lo que
creemos. Existe un vasto golfo entre la creencia y el conocimiento. Vasto.
Aunque ambos puedan expresarse en palabras, son de carácter muy diferente,
perteneciendo, de hecho, a dos mundos diferentes. E incluso el conocimiento
tiene sus limitaciones: nosotros los seres humanos nunca somos únicamente
lo que pensamos que somos, y nunca sabemos únicamente lo que pensamos
que sabemos.
Cuando sea que cualquier tipo de información se presenta—
percepciones, sentimientos, emociones, recuerdos, conceptos—esa
información es reconocida sin elección, sin esfuerzo e instantáneamente por
«mí mismo». Si te doy agua a beber, no tienes que preguntarte a ti mismo si
el agua está caliente o fría. Simplemente sabes. Así es como considero yo al
«ser»—un saber sin intentar saber, o siquiera necesitar intentar. ¿Es ese saber
sin intentar, sin nacimiento y sin muerte? Si dices que sí y sin referencia a
tradiciones, escrituras y similares, sino completamente por ti solo, ¿cómo lo
sabes tú?
Existe la historia de un emperador poderoso quien oye rumores sobre
un maestro Zen que vive a mucha distancia de la ciudad capital, justo en la
orilla más lejana del reino. Según los rumores, este viejo es una persona de
gran dignidad, extensamente reverenciado por la profundidad de su sabiduría
y por la amplitud de su entendimiento. De hecho, se dice que es el hombre
más sabio del reino entero.
Ahora, el emperador tiene todo lo que un hombre pudiera desear, pero
la felicidad se le escapa porque se preocupa constantemente sobre lo que
pasará cuando muera. Los sacerdotes de su corte le dicen que irá
directamente a uno de los paraísos budistas, o tal vez a la montaña K’un-lun,
la morada de los inmortales taoístas; o, en el peor de los casos, dependiendo
de la medida de su virtud, a la décima corte del infierno durante un periodo
de reprimenda, después del cual beberá el elixir del olvido y será
reencarnado. Pero el emperador no está convencido. Aunque quiere
desesperadamente creer en la vida después de la muerte, aunque requiriera
pasar un poco de tiempo en el infierno, está terriblemente temeroso de que
ninguna de esas cosas que le prometen los sacerdotes ocurrirá cuando muera
y que, en lugar, simplemente dejará de ser siquiera.
Finalmente, el emperador decide mandar traer al viejo sabio a la corte,
lo que prueba ser un asunto de muchos meses ansiosos. Primero, sus
emisarios tienen que viajar a los confines del reino para buscar al maestro
Zen, y luego, habiéndolo encontrado finalmente, deben hacer el largo viaje de
vuelta a casa, durante el cual, el maestro no dice nada—ni una palabra—
simplemente asintiendo su agradecimiento cuando le traen comida o té.
Por fin la caravana llega de vuelta al palacio y el maestro es llevado
ante el emperador.
Después de saludar al viejo, el emperador habla: «Nos dicen que es
usted un gran maestro, un maestro Zen».
El viejo solo hace una reverencia.
«Dicen que es usted el hombre más sabio en el reino», continúa el
emperador.
De nuevo, solo una reverencia en silencio.
«Bueno, si es usted un gran maestro Zen, dígame esto», ordena el
emperador. «¿Qué ocurre cuando uno muere?»
«Lo siento, señor.», contesta el viejo, «No puedo decir qué pasa
cuando uno muere».
Con esto, el emperador, nunca un hombre paciente, pierde el
temperamento completamente. Mira con furia al viejo desde su trono y exige
enojado: «Si eres tal gran maestro Zen, ¿Por qué no puedes decirme qué pasa
cuando uno muere?»
«Lo siento, señor», dice el viejo. «Puede que yo sea un maestro Zen,
pero no soy un maestro Zen muerto».
Capítulo 34, Fe en el gurú

P: He estado sufriendo terriblemente porque mi hija se ha metido en


problemas con drogas y hombres y me da miedo que nunca vaya a tener una
vida decente. He sido cristiana toda mi vida, Robert, y he intentado pasarle a
mi hija las enseñanzas de Jesús, pero ella no cree.
Hace unos años descubrí a [mi gurú] y asisto a sus satsangs cuando
me es posible. He sido suficientemente afortunada como para tener tres
reuniones privadas con ella y me dijo que dejara de preocuparme por mi hija.
Me dijo que cuando yo obtenga la iluminación, todo será diferente. Me dijo
que hasta entonces, me refugiara en mi fe en ella, mi gurú. Pareces ser una
persona iluminada. Por favor dime qué debería yo hacer para acelerar este
proceso de obtener iluminación, porque estoy agotada de sufrir.
R: Tu creencia en esta mujer y en sus aseveraciones respecto a tu
inminente iluminación pudieran parecer reconfortantes, pero refugiarte en las
promesas de un futuro únicamente impide abrazar la presente condición
natural de uno como un ser humano, la cual es la única realidad que conozco.
El resto es fantasía.
A lo que estás llamando «fe» es solo otra palabra—una que suena
mejor—para credulidad, lo que significa aceptar una idea simplemente
porque una religión u otra lo asevera, o porque una figura de autoridad te
asegura que es «Verdad». Pero ¿cómo puede un libro u otra persona ser una
autoridad en tu experiencia? Si crees su enseñanza, entonces es bajo tu propia
autoridad y discernimiento que has encontrado sus palabras merecedoras de
credibilidad, lo cual no tiene necesariamente que ver con ella para nada, ni
con la facticidad de sus aseveraciones, sino muy probablemente es una
proyección de tus propias preexistentes necesidades y creencias en la imagen
que ella presenta.
Hay quienes ven a los pastores de las mega iglesias como autoridades
en la experiencia espiritual. Imaginan honestamente que Benny Hinn o
Creflo Dollar les pueden decir lo que «Dios» quiere o no quiere y lo que
deben hacer enseguida—normalmente enviar dinero—para ser «salvados».
Absurdo, ¿verdad? Pero, ¿por qué es diferente la confianza ilimitada que
sientes tú por tu gurú? Y tú qué sabes, podría ser deshonesta, estar engañada
o simplemente estar equivocada.
Me disgusta la palabra «iluminación». Carga demasiado equipaje. No
sé qué significa esa palabra, y si tú lo supieras, no estarías preguntándome
cómo obtenerla. Los buscadores espirituales conjuran fantasías y visiones de
un estado extraordinario completamente diferente a la vida cotidiana con su
miedo, dolor, incertidumbre y sufrimiento. Cuando finalmente esté yo
iluminado, dice esta fantasía, seré como soy ahora, excepto que entenderé
todo, los problemas de la vida desaparecerán y seré feliz eternamente.
Esa visión idealista es bastante similar a la creencia de un niño en el
mito del Cielo; lo cual pudiera explicar por qué gente no obstante inteligente,
con frecuencia parecen infantiles es sus valoraciones de gurús famosos.
Como la imagen de mami o papi en la mente de un niño pequeño, el «maestro
iluminado» lo sabe todo y no puede equivocarse. Con esa estrategia, lo que se
busca no es entendimiento para nada, sino únicamente falsa seguridad y el fin
del sufrimiento; tal como el adoctrinamiento religioso de su infancia les
prometía que premiaría a los verdaderos creyentes (mientras los demás se
quemaban en el infierno, por supuesto).
No me gusta la forma en la que me siento ahora, así que imagino un
estado en algún momento en el futuro, cuando haya «obtenido iluminación».
Cuando eso ocurra, dice este cuento de hadas, seré especial. Seré diferente a
la gente común. No sufriré como ellos lo hacen y como sufro yo ahora. Sabré
las respuestas a mis preguntas. Conoceré a «Dios». Quizá tendré poderes
mágicos.
Pero eso es solamente una fantasía—una ensoñación de felicidad
futura, de poder futuro—y el futuro nunca llega. Cuando mañana llega, viene
como el presente. Viene, no como una fantasía de perfección y salvación del
dolor, sino como los hechos y los sentimientos de ese preciso momento—un
momento que actualmente no puede ser imaginado en lo absoluto, sin
importar lo que tu gurú prometa. De manera que las fantasías de iluminación
futura y eventual liberación son una negación del presente—un rechazo a lo
que verdaderamente existe. Tal negación es el refugio de una mente temerosa
que se ha vuelto adicta al escapismo.
Muchos de nosotros parecemos atrapados en un drama que llamamos
«Mi vida». En esa película viva, «yo» tiene el papel principal, siempre justo
al centro de cada escena. Hechizado por los detalles de esa historia, todo lo
que pienso, todo lo que hago, todo lo que digo, está dirigido a establecer y
mantener al personaje llamado «yo mismo» como algo separado, a salvo y
distinto del resto del mundo.
Mi personaje—al que llamo «yo» o «yo mismo»—tiene un cuerpo
que puede enfermarse y morir. «Yo» sabe esto porque «yo» ha visto a otros
enfermarse y morir. Pero la idea de que mi personaje, la estrella de la
película, quien ha batallado por tanto tiempo solo para establecerse y
sobrevivir, va a morir—cesará de existir siquiera—se siente intolerable; de
manera que me aferro a creer en la vida después de la muerte, o en muchas
vidas, una después de otra. Me involucro en conversaciones con otros
respecto al karma, la trascendencia, la iluminación y todo el resto. Y es cien
por ciento mágico pensar, nada sino castillos en el aire erigidos sobre las
fantasías de otras personas respecto a conocer lo incognoscible.
Nunca habrá una escasez de supuestos «maestros iluminados», o
«seres autorrealizados» listos para beneficiarse materialmente, socialmente, o
ambos, a través de ofrecer provocar tu «iluminación» también. Eso no tiene
sentido. La idea misma de una persona separada—un «alguien» quien pudiera
volverse iluminado—es ya un malentendido, una especie de hundimiento o
contracción de esta «aliveness» que somos.
Cuando digo «contracción», me refiero a la manera en la que una
mano es contraída formando un puño. Aunque la mano sigue ahí, no puede
ser vista como una mano mientras el puño esté constreñido. Con la relajación,
desaparece el puño y la mano vuelve a aparecer «por sí misma». La mano
siempre estuvo ahí, pero su contracción formando un puño impedía la
experiencia de la mano como una mano.
Lo mismo es cierto de la aliveness. No tienes que creer cosa alguna
para estar vivo. Como las estrellas en el cielo, esta aliveness está presente, ya
sea que sea notada o no; y cuando la contracción llamada «yo mismo» se
relaja lo suficiente, la aliveness se siente obvia e indisputable. Esa relajación
del «yo mismo» constreñido, se siente como haber sido levantado de un
sueño para encontrarse a uno mismo vivo y consciente.
Nadie puede hacer el despertar. La mismísima idea de un alguien
separado haciendo el despertar, únicamente constriñe al «yo mismo» aún
más. Eso es lo que la contracción es, después de todo: fijación en la idea de
una persona separada quien hace cosas, hace elecciones, tiene un gurú, se
vuelve iluminado.
Cuando uno ve que ese personaje aparentemente separado llamado
«yo mismo» nunca obtendrá liberación por ningún medio—no por medio de
la práctica, ni de las creencias, de la fe, ni de la purificación—el drama de
volverse termina. Lo que es, simplemente es, y no puede volverse cosa
alguna. Cada momento se siente fresco, diferente a cualquier otro, y
completamente inefable. El futuro nunca llega. La iluminación es irrelevante
—no vale la pena pensar al respecto. Uno simplemente experimenta lo que
los seres humanos vivos experimentan momento a momento, y eso es y ya. Y
eso es suficiente.
P: Escuchar eso me pone en un estado de pánico. Sin mi fe en Jesús y
en mi gurú estaría totalmente sola intentando superar mi dolor.
R: Estás sola ahora, tal como todos lo estamos, independientemente
de cuántos amigos, amantes y familia uno pudiera disfrutar. Naciste sola, y
sola morirás. Pero aferrarte a ideas y creencias de segunda mano—ya sea que
vengan de un gurú, de escrituras, o de cualquier otro sitio—no hace nada por
cambiar esa soledad.
Sin duda, el darles la espalda a creencias atesoradas puede sentirse
sobrecogedor y alarmante, pero uno no encuentra consuelo real alguno en una
aceptación supersticiosa de la espiritualidad tampoco. La mente de la
superstición es una casa embrujada llena de los fantasmas de las religiones de
otras personas, del dolor de otras personas y de los miedos de otras personas.
Si hubieras encontrado alivio en la religión y en la fe en la gurú, no
me habrías escrito a mí buscando consejo. Has sido lectora de mi sitio web,
así que sabías antes de preguntar que no suavizaría mis palabras, ni las
recubriría de miel, y, sin embargo, era mi respuesta lo que tú querías.
Antes de despedirme, quiero decir que entiendo tu sufrimiento—has
pasado por mucho para ahora—pero te aconsejo que dejes de intentar
encontrar refugio en gurús y sus enseñanzas. Deja de tratar de encontrar
seguridad y apoyo en las opiniones de otros, sin importar lo iluminados que
te imagines que son. Únicamente sé tu misma lo mejor que puedas momento
a momento, y luego ve dónde estás. Eso es tan real como se pone la cosa.
Capítulo 35, ¿Por qué no entiendes?

De un grupo de conversación en Facebook:


P: Aunque hablemos al respecto todo lo que queramos, nunca lo
lograremos a través de las palabras, pero seguimos intentando. Robert no se
permite a sí mismo ser jalado hacia esos estados que muchos de nosotros
hemos encontrado fascinantes, hermosas distracciones de lo que siempre está
ya presente. Él únicamente continúa señalando hacia esa dirección en un
millón de maneras distintas. Espero que no suene como si yo estuviera
hablando por él. Realmente esta es mi experiencia cotidiana durante un año
en este grupo.
R: No sonó como si estuvieras hablando por mí. Te va bien hablando
por ti mismo.
No existe diferencia esencial entre todos los demás y yo. Si «Robert»
parece un poquito diferente, no se debe a algún estado en el que me
encuentre, sino únicamente a que no tengo interés en el tipo de estados
transcendentales o realizaciones que otros parecen desear y cultivar.
Dado que cada momento es único, conteniendo su propia condición
fundamental e intrínseca—su propia naturaleza esencial nunca-a-ser-repetida
—no hay nada «espiritual» por obtener separado de cada momento. Sin tratar
de cultivar cosa alguna, siento gratitud por estar aquí siquiera.
Cuando miro hacia afuera por la ventana, no tengo que preguntarme si
es día o noche. Simplemente lo sé. Ese saber sin intentar, es «mi ser». Es lo
mismo para todas y cualesquiera percepciones, sentimientos y pensamientos;
son conocidos inmediatamente sin tener que tratar de conocerlos, incluyendo
la sensación de consciencia de uno mismo. Cuando digo inmediatamente, me
refiero a sin mediación—sin la intercesión de un intermediario quien deba
hacer esfuerzos para percibir, sentir o pensar. Notar esta inmediatez sin
esfuerzo no requiere de creencia alguna ni de fe en cosa cualquiera.
Otros hablan de manera bastante distinta respecto a lo que mi ser es,
incluyendo harta especulación sobre una «realidad más grande», súper-
consciente, universal; ya sea que le llamen Dios o que utilicen argot diferente.
Dicen ellos que la existencia de esa supuesta «realidad», está demostrada o
hasta comprobada con sus propias experiencias, o si no, por testimonio
experto como escrituras, o como las palabras de «maestros autorrealizados».
No estoy diciendo que esas ideas sean falsas. Simplemente nunca voy ahí. No
tengo interés en eso.
De dónde viene todo, qué significa todo, a dónde va todo—preguntas
sin respuestas factuales—son para mí preguntas carentes de interés. Rara vez
pienso acerca de tales cuestiones, a menos que alguien las traiga a la
conversación preguntándome mis puntos de vista directamente. Entonces
contesto sin pensar siquiera. Las palabras únicamente vienen, de dónde, no lo
sé. Esas palabras no son mis palabras. Yo no las hice. No tengo idea de lo que
diré enseguida. No tengo miedo a parecer tonto o ignorante. No tengo nada
qué probarme a mí mismo ni a nadie más.
Naturalmente, como la mayoría de los humanos—y otro tipo de
animales, aparentemente—me siento gratificado cuando me ven, cuando me
escuchan y me entienden, pero no le apunto a esa gratificación. No le apunto
a nada.
Mientras trabajaba como psicoterapeuta, tenía que monitorear y filtrar
las palabras antes de entregarlas. Este es un arte conversacional adquirido que
los terapeutas llaman «un pie adentro y uno afuera». Me volví hábil para eso,
pero ese es un papel que uno desempeña y tal desempeño es extenuante;
exige separar parte de uno mismo para desempeñar el rol del controlador,
estrechando el campo de atención suficientemente como para que un estado
manufacturado, «en control», pueda ser sostenido dentro de ese campo
limitado—sostenido en la imaginación, por supuesto. Nadie está realmente en
control de cosa alguna.
Ahora, habiéndome retirado de ese trabajo, sin necesidad de
desempeño tal de papeles, únicamente digo lo que digo y no filtro nada. Si
me entretengo conmigo mismo o contigo, me considero afortunado. Si mis
palabras parecen serte de ayuda, me da gusto escucharlo, pero ese tampoco
era mi objetivo. La mía es una voz, no de instrucción o de autoridad, sino de
auto-expresión.
Los pensamientos surgen y se conocen, pero no los llamo «mis
pensamientos». Ese arroyo que corre no significa mucho para mí, a menos
que un pensamiento particular resulte tocar alguna necesidad específica.
Luego, si un pensamiento exige acción, la acción inevitablemente ocurre. Si
no, los pensamientos son como aves que pasan rápidamente por el cielo, sin
dejar huellas. El cielo permanece claro.
Tal como la naturaleza aborrece el vacío, siempre existirá el siguiente
pensamiento, la siguiente emoción, la siguiente percepción. No
necesariamente significan cosa alguna, excepto que estás vivo.
P: Señor, quiero pedirle su confirmación de que un saber está siempre
presente en cualquier momento dado, y que ningún pensamiento pasa jamás
sin este saber.
¿Significa eso que debería yo ver a mi ser como el saber y observar la
actividad de la mente sin apegarme a ella? ¿Debería yo ver y entender este
mundo como un juego de creencias para que, aunque los pensamientos
pudieran inquietar, pueda verse que yo no soy eso? ¿Es eso iluminación?
¿Es posible ver que cada pensamiento que parece lastimar es
únicamente mi ego siendo lastimado, y que yo no soy ego, sino que soy ese
que debe mirar al ego sin reaccionar? ¿Es eso iluminación? El saber le pasa
esta pregunta a usted para clarificación bajo la luz de su entendimiento.
Gracias, señor.
R: El aparente espacio en el cual las percepciones, los sentimientos y
los pensamientos parecen surgir, podría llamarse «saber», como te refieres a
él, o «percatación»; pero no estoy tan seguro de que la percatación pueda
separarse tan fácilmente del aparente contenido de la percatación que cambia
constantemente.
¿Qué tal si la percatación y el contenido de la percatación, mismos
que has separado en tu pregunta, son realmente una y la misma cosa—el
mismo proceso? ¿Qué tal si cualquier intento por separar al pensamiento del
pensador, la percepción de quien la percibe, o el sentimiento de quien lo
siente esté condenado a tener éxito solamente en la imaginación?
Para preguntar esto de otra manera, ¿cómo es diferente el conocedor
del conocer o de lo conocido? ¿Hay una diferencia? ¿Qué tal si el conocedor,
el conocer y lo conocido no son tres cosas distintas, sino uno y el mismo
suceso, simplemente llamados con diferentes nombres dependiendo del punto
de vista? ¿Qué tal que el conocedor, el conocer y lo conocido no puedan
separarse o distinguirse el uno del otro siquiera?
Hay quienes dicen que el así llamado «mundo aparente» existe
únicamente como un sueño, y que «iluminación» significa ver el sueño como
un sueño. No estoy de acuerdo con eso.
Para mí, «iluminación»--o, como prefiero llamarla, «despertar»--no es
cuestión de separarme del mundo de las percepciones, sentimientos y
pensamientos; ni de considerar lo que se ve, lo que se siente y el pensamiento
como «únicamente un sueño», sino de la libertad para participar
completamente y a corazón entero en los eventos cotidianos del mundo del
día a día a la vez comprendiendo el vacío y la impermanencia esenciales del
«yo mismo».
No estoy interesado en manejar los pensamientos perturbadores a
través de decirme a mí mismo que no soy eso, como preguntabas. Desde mi
perspectiva, los pensamientos y el pensador son dos palabras para el mismo
suceso—el mismo fluir. En mi experiencia, no hay pensamientos sin un
pensador, ni un pensador sin pensamientos. El pensamiento y el pensador no
pueden separarse, para nada. De manera que, si hay un pensamiento
perturbador, el disturbio es yo.
Habiendo dicho lo anterior, los pensamientos y el pensar son fugaces
y evanescentes; de manera que, en el mismísimo momento siguiente, el «yo-
disturbio»—quien está después de todo, simplemente compuesto de
pensamientos y pensar, de sentimientos y sentir y similares, y no tiene
identidad factual separada aparte de los pensamientos y del pensar—podría
ser reemplazado por un «yo-compasión». Un momento perturbado y cegado,
el momento siguiente tranquilo y comprensivo. Uno nunca sabe lo que
pudiera suceder enseguida.
Esta unidad o surgimiento de pensamientos, pensar y pensador
mutuamente codependientes, puede ser confuso y difícil de entender, lo sé. Y
el mayor impedimento para reconocer y comprender esa mutua
codependencia está enraizado en el deseo de auto permanencia—el deseo de
una existencia separada como el centro invariable de un universo en
constante cambio.
Ese deseo es el subtexto de tu pregunta. Si uno puede ver la futilidad
de ese deseo—ver, quiero decir, que todo está fluyendo y cambiando
constantemente, incluyendo mi ser, y que nada, incluyendo mi ser, está
separado del flujo—la confusión quizá se aclare. ¿Te ayuda eso?
P: Sí señor. No soy sino la reacción a un montón de pensamientos y
acaba usted de aclarar uno de esos pensamientos, pero dígame esto: ¿entender
significa ver claramente lo que es y elegir tu reacción?
R: No estaba yo diciendo que eres una reacción. Estaba diciendo que
los pensamientos y el pensador no son dos cosas separadas. Son uno y el
mismo flujo. Cualquier reacción es únicamente más pensamiento.
La idea de un «mi ser» que tiene pensamientos, o que pudiera
reaccionar ante los pensamientos, es un entendimiento falso, estoy diciendo.
Ese entendimiento equivocado engendra un sentido de separación o dualidad,
en el que no existe separación alguna realmente. En esa dualidad surge el
miedo—miedo a lo que pudiera ser pensado, sentido, o de otra manera
experimentado el siguiente momento. ¿Lo ves? Ver dualidad donde no hay
ninguna, crea miedo.
Cuando el pensador es diferenciado del pensamiento y del pensar, el
miedo surge inherentemente. Entonces, como un antídoto para ese miedo, la
posibilidad de volverse «iluminado» parece altamente deseable. Así,
diferenciar al pensador del pensamiento crea miedo, lo que se siente
perturbador como dijiste, y también crea un imaginado escape del miedo—la
fantasía de la «iluminación».
Diferenciar separando al pensador del pensamiento y promover al
ahora separado «pensador» a una posición de superioridad por encima de los
pensamientos y de los sentimientos, permite la creación de un así llamado
observador, el cual es la «entidad» que va a volverse «iluminada». Digo así
llamado observador a propósito; no existe excepto únicamente como otro
pensamiento—un pensamiento habitual, repetitivo. ¿Quién, después de todo,
está observando al observador? ¿Y quién está observando al observador del
observador?
Ahora, de acuerdo con el esquema subyacente de tus preguntas, este
recién diferenciado observador «obtendrá» iluminación, no por medio de ver
y entender la falsa dualidad entre pensador y pensamiento—lo que sanaría la
división que dio paso al surgimiento del miedo en primer lugar, sino a través
de agrandar la división al aumentar el sentido de dualidad hasta su máximo
absoluto.
Cuando «iluminado», así va el cuento, no solamente soy superior a
los pensamientos, mismos que tengo, sino que ahora, como un jñani—un
iluminado—realmente he triunfado. Como un «ser autorrealizado» no tengo
que perder el tiempo con pensamientos para nada. He «visto que no soy
eso». Que «ser autorrealizado» es solamente otro pensamiento, nunca se me
ocurre. Esto no es iluminación, sino falsa ilusión; y dado que piensas que yo,
Robert, «sé algo», me has pedido que «confirme» esa ilusión.
Preguntaste si «entender significa ver claramente lo que es y elegir tu
reacción». Me pregunto si ves que esta pregunta implica los mismos temas de
miedo y separación que acabo de abordar. No, yo no diría que entender
significa elegir. Yo diría que entender significa comprender que uno pudiera
tener la sensación de elegir, pero no el poder de, de hecho, elegir.
No hay una entidad, no hay un pequeño «decididor» en mi cabeza que
exista aparte del incesante arroyo de percepciones, sentimientos y
pensamientos para estar eligiendo cosa alguna. Esa entidad imaginada—el
pequeño «decididor» que algunos imaginan es el «verdadero yo»—no es para
nada real, sino un fantasma en la máquina.
Nadie tiene pensamientos. Nadie está separado de los pensamientos
como para tenerlos. Sin percibir, sentir y pensar, «mi ser» no existe. Somos
percepciones, sentimientos y pensamientos. No tomes mis palabras como
hechos en esto. Míralo tú. En lugar de pedirme que confirme tus ideas de
segunda mano, tira esas ideas y haz tu propio vivir.
El intento por estar separado como un observador, «decididor» y
«elegidor» permanente no es para nada iluminación, digo yo; sino la tarea de
un tonto incitado por la tradición y el dogma.
En cuanto a «ver claramente», eso requiere de una frescura de visión
en cada momento, libre (tanto como sea posible) de revestimiento de
creencias y doctrinas. Uno puede aprender dogma espiritual fácilmente. Ya
está escrito, listo para llevar. Uno no puede, sin embargo, elegir entender más
que uno puede elegir enamorarse. No puedes obtener autoconocimiento con
la voluntad de obtenerlo, ni a través de escuchar explicaciones tradicionales.
Entiendes lo que entiendes cuando lo entiendes.
Cuando digo estas cosas, algunos entienden y algunos no. Nadie
controla eso tampoco.
Lo que me recuerda la historia del maestro quien señaló un punto en
el suelo enfrente de él y le dijo a su estudiante: «¿Ves?»
«Sí», dijo el estudiante. «Veo».
«Bueno, entonces», contestó el maestro. «Si yo veo, y tú ves, ¿por qué
no entiendes tú?»
Capítulo 36, El espíritu del zorro salvaje

P: Robert Adams dijo: «Tienes que tomar el control de tu mente.


Tienes que darte cuenta de que tu mente y tu cuerpo no son tus amigos. Te
alimentan la información equivocada. Parecen correctos por un rato, pero
luego se vuelven equivocados otra vez. No escuches a tu mente. Detén a los
pensamientos antes de que te lleguen a la punta de la nariz. Eso es lo único
que tengo qué decir. Tienes que darte cuenta que tu cuerpo y tu mente no son
tu amigo».
Robert, cuando tengas un momento, por favor ayúdame a entender.
¿Por qué mi cuerpo y mi mente no son mis amigos? Lo único que estoy
tratando de ser es un amigo para mi cuerpo y mi mente. ¿Cómo vivir de otra
manera?
R: Bueno, tú iniciaste con una cita, de manera que yo empezaré con
una cita;
Aquí y allá escuchas sobre una manera a practicarse y un dharma al
cual volverte iluminado. ¿Me dirás entonces tan solo qué dharma hay
para el cual iluminarse, qué manera hay para practicarse? En tu vida
cotidiana y en tus haceres, ¿qué falta o necesita ser curado con la
práctica?
Esos monjes neófitos lo entienden todo mal. Depositan su fe y
confianza en un montón de espíritus de zorros salvajes quienes
peroran sus ideas y atan a la gente en nudos con sinsentido…
Escuchan el aire caliente saliendo de las bocas de una tanda
de viejos maestros como si fuera Verdad mientras piensan: «Este es
un maestro tan maravilloso, mientras que yo solo tengo la mente de
un mortal común. Nunca me atrevería a intentar entender tal
venerabilidad».
Ciegos idiotas que son, realmente; yendo por la vida con ese
entendimiento de las cosas, traicionando sus propios ojos,
arrastrándose y tambaleándose como un burro en un camino de hielo.
Esas son las palabras de Linji, del siglo XIX. Son tan buenas ahora
como lo fueron entonces. A ese respecto, te diré que Robert Adams y muchos
otros como él quienes pretenden enseñar la verdad final acerca de lo que «mi
ser» realmente es, son, en mi opinión, «espíritus de zorros salvajes».
Durante mi (afortunadamente) breve periodo como «maestro
espiritual», para mi desgracia, un consultor me dio un libro de Robert Adams.
Yo nunca había oído de él, pero después descubrí que era considerado como
un «maestro autorrealizado». Después de leer tres páginas, tiré el libro a la
basura. En serio. Lo tiré a la basura.
Tal vez es hora de ponerle fin a esta «búsqueda espiritual», misma
que parece afligir la mente humana como un virus repugnante y que produce
así llamados «maestros» quienes no pueden, ni dejarse de estorbar a sí
mismos, mucho menos mostrarte tu camino. Tú tienes tus propios dos ojos.
¿Por qué traicionarlos? Simplemente ve lo que tú ves y sé lo que tú eres en
este momento y eso será suficiente. Solamente sé tú mismo. Y entonces mira
dónde estás.
Para citar a Linji de nuevo:
Solamente detén este apresurarte buscando, entonces no serás
diferente a los patriarcas y a los Budas. Pero si continúas buscando
algo de afuera, incluso si lo encuentras, lo único que será es palabras
y frases, bellas apariencias…
Por cierto, el «espíritu de zorro salvaje» se refiere a una historia Zen
bien conocida:
Cuando fuera que el Maestro Dahui daba una plática de dharma, un
extraño viejo se paraba al fondo y escuchaba en silencio. Normalmente se iba
justo después de la plática, pero un día se quedó merodeando, entonces,
Dahui se le acercó y le preguntó: «¿Quién eres?»
El viejo contestó: «Realmente no soy un ser humano. Yo era el
maestro de dharma en esta montaña en los tiempos del Buda Kashyapa. Un
día, un estudiante me preguntó: “¿Una persona que practica con gran
devoción, aun cae en la causa y efecto?” Yo le dije: “No, tal persona, no”.
Porque dije esas palabras, renací una y otra vez como un zorro salvaje
durante quinientas vidas».
Tal vez Robert Adams esté ahora viviendo en el cuerpo de un zorro
salvaje. Ni modo, eso te sacas por ser un sabelotodo.
Capítulo 37, La búsqueda de sentido

P: En El hombre en búsqueda de sentido, Víctor Frankl describe su


improbable supervivencia en un campo Nazi de concentración, explicando
que casi todos los sobrevivientes eran personas que encontraron algún tipo de
sentido en el sufrimiento--aparentemente sin sentido--que los forzaron a
padecer. Esta observación proveyó el concepto central para el método de
psicoterapia que él denominó logoterapia, diseñado para curar la depresión y
otros males a través de involucrar al paciente en una búsqueda para descubrir
sentido y propósito en el vivir cotidiano. Es un libro poderoso, pero me quedé
con esta pregunta: ¿Tiene realmente cualquier ser humano el poder de decidir
encontrar sentido en vivir, o, más en general, de decidir cualquier cosa?
Como lo hemos conversado hace un tiempo, la psicoterapia está
limitada a tratar con el ego y con la sensación de ser un «alguien» en esta
vida, así que me parece a mí que la búsqueda de sentido es un caso del ego en
busca de seguridad y, consecuentemente, imaginándose a sí mismo
continuando hacia el futuro como un «buscador de sentido». No quiero decir
que esto sea inútil, solo que, en términos de nuestras conversaciones
anteriores, parece únicamente paliativo.
R: Bueno, ningún modo de psicoterapia puede «curar» al paciente de
ser humano, después de todo. Entonces, ¿qué, si algo cualquiera, no sería
«únicamente paliativo»?
P: Pero cuando Frankl dice que un hombre, incluso uno encarcelado y
privado de todos los medios normales de control, todavía goza de una
profunda libertad de elegir, siento algo de duda al respecto. Encarcelado o no,
¿qué libertad puede haber cuando todo está ya predeterminado como destino?
R: ¿Todo está ya predeterminado como destino? ¿Estás seguro de
eso?
P: Bueno, nacemos con una herencia genética, encima de la cual
recibimos y continuamos recibiendo condicionantes de todo alrededor
nuestro, por lo tanto, cada acción brota desde los pensamientos basados en
todas nuestras experiencias previas, recuerdos y aprendizaje. Entonces, si el
pasado es prólogo del presente, ¿en qué momento especial hay una decisión
libre alguna vez? Y, ¿no estamos simplemente destinados como seres
humanos a buscar sentido—lo encontremos o no—no porque elijamos buscar
sentido, sino porque así es como somos simplemente por naturaleza genética
más condicionantes?
R: Parte de esa herencia genética parece implicar una tendencia
poderosa entre los seres humanos a extrapolar mundos enteros partiendo de
pequeñísimos trozos de información. Es por ello que, por ejemplo, esto:
(^ - ^)
pudiera reconocerse como un rostro humano, aunque no es un rostro para
nada, sino únicamente unos cuantos símbolos de teclado y aunque nadie trata
o decide verlo como un rostro.
Entonces, si yo tengo el deseo de mover mi brazo y «trato» de
moverlo y sí se mueve, es probable que yo brinque desde ese trozo de
información a la conclusión, no únicamente de que la «fuerza de voluntad»
en general existe, sino que yo la tengo. Desde ahí, es solo un salto pequeño a
la convicción de que elegir o decidir emplear apropiadamente ese poder es,
de alguna manera, de suma importancia. Por ejemplo, a un chico pudieran
enseñarle que, si el brazo es utilizado para la masturbación, esa sería una
«mala elección», pero si es utilizado para escribir una tarea escolar, esa sería
una «buena elección».
Además, ese chico ha sido adoctrinado sobre elecciones buenas y
malas desde bebé, tanto explícita como implícitamente (implícitamente
porque ser castigado por «malas elecciones» lógicamente implica que uno
pudo haber hecho las cosas de manera distinta por medio de la voluntad).
Consecuentemente, el «yo mismo» de ese chico, ha venido a tomar la
idea de la fuerza de voluntad como axiomática, completamente sin
cuestionamiento alguno; de manera que la información que tiende a
confirmar y a fortalecer esa creencia, será aceptada sin reparos, mientras que
la información sin esa tendencia será resistida, ignorada, o simplemente
olvidada. Este es el «sesgo de confirmación».
Pero, brincar desde ser capaz de mover partes del cuerpo
aparentemente «a voluntad», hasta la conclusión de que mi ser posee «libre
albedrío» omite la pregunta entera de qué me hizo querer mover mi brazo en
primer lugar. ¿Dónde se originó ese deseo? ¿Dónde se origina cualquier
deseo?
No sabemos dónde. Los deseos parecen surgir espontáneamente como
las burbujas que se forman al fondo de un vaso de soda, subiendo a la
superficie, pareciera que al azar, cuando y como lo hacen. ¿Puede alguien, de
hecho, elegir qué desear el siguiente instante o cuándo? Por supuesto, una
vez que aparece algo como el deseo de mover el brazo de uno, «mi ser»
rápidamente tomará crédito por el programa entero: Primero «yo» decido
mover mi brazo, y luego, «yo» lo muevo.
Pero ¿quién está a cargo del espectáculo aquí? Si «mi ser» siente un
deseo, nunca realmente decidió sentir o eligió sentir, sino únicamente notó
cuando el deseo—cualquiera que sea su fuente primordial—salió
naturalmente a la superficie, ¿cómo puede eso llamarse elegir?
Ahora pudieras decir: «Bueno, tengo muchos deseos. Suben a la
superficie, como dices, y luego “yo”, el “decididor”, elijo cuáles perseguir y
cuáles resistir».
Ah, ¿de veras? ¿Qué te hace querer hacer eso? Quiero decir, ¿qué te
hace querer perseguir algunos deseos y resistir otros? ¿De dónde viene ese
querer? ¿Y justo cómo decides cuáles perseguir y cuáles resistir? ¿Algún
pajarito simplemente te susurra esas decisiones al oído?
«Bueno», podrías decir. «Simplemente lo siento. El deseo es yo. Mis
elecciones son yo. No puedes separar todo eso».
Eso es bueno. Así es como yo lo veo. No puedes separar todo eso.
Pero ¿cómo cuadra eso con el así llamado libre albedrío? No cuadra.
Además, para que se mueva un brazo, no se necesita poder de
voluntad. Si mi mano toca por casualidad una superficie ardiendo, el brazo se
moverá antes de que «yo» sepa nada al respecto, tal como el brazo al volante
de un auto se mueve cuando se necesita una maniobra de emergencia. «Mi
ser» recibe la noticia después del hecho, como estoy seguro que has
observado.
Aunque pudieras llamar a esos movimientos el trabajo de «mis»
reflejos, parece claro que «yo mismo» no está produciendo esos
movimientos. Ni está «mi ser» latiendo un corazón, creciendo cabello, o
digiriendo alimentos. Todo eso está más allá del control, tal como el
borbotear de deseos, junto con el surgimiento de consideraciones acerca de
cómo, o si satisfacerlos.
P: Entonces, ¿eso significa que la voluntad de sentido de Frankl es
algo que existe fuera de cualquier actividad consciente, algo solamente
heredado como parte de este mecanismo humano? Y, de ser así, ¿el trabajo
del logo terapeuta es guiar al paciente hacia una relación con esa fuerza
primordial?
R: Como no soy un logo terapeuta, no asumo que el deseo de sentido
sea primordial. Adler, como sabes, dijo que la fuerza primordial era la
voluntad de poder, y Freud, la voluntad de placer. Así que, esos tres
psicólogos, ahora en el Cielo juntos, pudieran pasar muchas horas echándose
tragos y conversando sobre tales preguntas, probablemente llegando a apenas
unos cuantos preciados puntos de acuerdo. Las teorías psicológicas tienden a
ser moldeadas para lidiar con los males de sus propios inventores, he
observado.
Joseph Campbell una vez aportó a esta pregunta de sentido, diciendo:
«La gente dice que lo que todos estamos buscando es un sentido para la vida.
No pienso yo que eso sea lo que realmente buscamos. Pienso que lo que
estamos buscando es una experiencia de . . . el éxtasis de estar vivos».
Sí, el encanto de estar aquí siquiera, vivo y consciente, es un regalo
considerado demasiado frecuentemente un problema. Y el éxtasis no se
encuentra en contarnos historias a nosotros mismos sobre quién o qué es «mi
ser». De eso se puede conversar interminablemente. Mientras tanto,
simplemente sentir la aliveness–la singular condición fundamental e
intrínseca—de cada momento nunca-a-repetirse, opaca completamente el
deseo de poder, o placer, o de sentido—opaca esos deseos en mi mundo, por
lo menos. Cuando de hecho uno está metido en esta aliveness sin tratar de
explicarla (como si pudiera ser explicada alguna vez), preguntas como:
«¿Qué significa todo?» o «¿Quién soy?» nunca surgen siquiera. La aliveness
es el sentido. Pero déjame decir un poco más respecto al libre albedrío y el
ego.
Elegir y decidir puede que existan como sentimientos, pero, ¿qué tal si
únicamente son sentimientos y no poderes reales? O quizá elegir y decidir
operan en cierta manera, pero solo dentro de un dominio muy limitado de
linderos conceptuales dibujados entre «yo mismo» y el resto del universo—
linderos que no existen realmente, pero que pueden establecerse en la fantasía
como para crear un espacio de juego para la «elección». Si tengo el control
remoto en mi mano, puedo «elegir» qué película ver en el dominio limitado
de mí y el televisor, pero, nuevamente, ¿qué me hace querer elegir esta
película y no aquella? Esa pregunta nos lleva fuera de los linderos.
Mientras más mire uno la cuestión, más parece que todos los linderos
entre el ser y el mundo son más imaginarios que reales. Si dices que el
lindero entre mi ser y el universo es la superficie de la piel que de alguna
manera parece contenerlo a uno mismo dentro y mantener fuera al resto del
mundo, eso da lugar a la pregunta de si mi ser pudiera o siquiera existiría sin
un ambiente entero, tanto natural como cultural.
Si dices que «mi ser» es consciencia—o, más materialistamente, que
«mi ser» es el cerebro—obviamente, no estás en control de ello. Entonces,
desde esa perspectiva, podría ser más preciso decir, no que alguien a
voluntad haga que ocurran movimientos, sino que ambos: el deseo de mover
y el movimiento asociado con ese deseo, simplemente ocurren cuando y
como lo hacen; y las explicaciones, incluyendo «tener la voluntad de» y
«decidir», siguen.
Sin embargo, una falta de libre albedrío no establece
convincentemente que todo, o algo siquiera, esté predestinado. No tenemos
manera de saber eso, o siquiera de saber cosa alguna al respecto. Pero aún
aparte de saber acerca de tales cuestiones absolutas, incluso desde un punto
de vista más práctico, encuentro la idea de la predestinación carente de
sentido y hasta perniciosa. Dado que no puede ser demostrado, simplemente
aseverar que todos los eventos son predestinados, es conjetura infructuosa, y,
si esa conjetura es tomada como una teoría en proceso, tiende a resbalarse
rápidamente hacia al fatalismo, un hermano cercano al nihilismo que la
terapia de Frankl intenta tratar.
De manera que, no deberías escuchar mis perspectivas respecto al
libre albedrío como un llamado a un fatalismo paralizado. Esa no es la idea
para nada. Tal vez no tengas el poder de elegir libremente a voluntad lo que
quieres o cuando lo quieres, pero eso no significa que debas actuar como un
espagueti aguado. Los esfuerzos, independientemente de sus brotes finales,
pueden ser parte del panorama general en maneras que nadie entiende.
Entonces, si te sientes tomando decisiones y actuando en base a ellas, elije
bien, digo yo.
Cuando la idea del libre albedrío es cuestionada, «mi ser» pudiera
sentirse amenazado y mermado. Después de todo, uno parece estar eligiendo
y decidiendo constantemente, pero si esa actividad es mayormente ilusión,
¿qué queda de «yo mismo»? Esa es una buena pregunta, pero una que muy
raramente es investigada.
Muchas personas prefieren esquivar sutilmente esa pregunta con una
prisa hacia el juicio, insistiendo que: «por supuesto que tengo libre albedrío»,
como si repetirlo enfáticamente lo hiciera más cierto. Otros tienden al
determinismo en el cual el libre albedrío tal vez ya no aplique, pero «mi ser»
persevera de todas formas; ya no el «decididor», pero todavía la «persona»
separada a quien el «destino» le está sucediendo, como si mi ser y el destino
fueran tan fácilmente desenredados y separados.
Desde el firme creyente en el libre albedrío de otra época, el ego
proteico se ha reajustado a sí mismo como un firme creyente en la
predestinación. Pero un creyente es todavía un creyente, no un conocedor; y
la creencia, sin importar su firmeza, es todavía solamente creencia, no
conocimiento. Sin importar los detalles de tales creencias, el subtexto y el
foco central es todavía «yo, mí, mío», como a George Harrison, levantando
una frase del Bhagavad Gita, le gustaba cantar. Entonces, desde una
perspectiva funcional, nada ha cambiado en lo absoluto.
P2: Entonces, ¿hay lugar para la psicoterapia, o no?
R: Trabajé como psicoterapeuta durante muchos años y durante parte de ese
tiempo también me reunía con gente buscando, a falta de un mejor término,
despertar; lo que con frecuencia se imaginaban como el llegar a considerar al
ego como una ilusión.
Algunos se imaginan que ver al ego como ilusorio sanará los dolores
y penas de las viejas heridas psíquicas. En mi experiencia, esa es una idea
equivocada. Esos dolores están grabados no únicamente en el pensamiento—
no solamente en la recolección y autobiografía—sino antes de la recolección
consciente, y hasta gravados en las estructuras corporales también.
Consecuentemente, la sanación debe llevarse a cabo, no solamente por medio
de adoptar alguna formulación mental tal como «realmente no hay un “mi
ser” separado del universo»—la cual es una idea—sino por medio de una
relación entre dos seres humanos en la vida cotidiana. Eso es lo que la
psicoterapia pretende cultivar. Una relajación en compañía de otra persona—
cuando «dos o más se reúnen»—para que haya espacio para una sanación
humana.
A como veo yo esto, la sanación de las heridas no se logra bien con la
«trascendencia» de la existencia ordinaria de un ego. Esa es una tonta
persecución en círculo. La conversación aquí no es acerca de trascender cosa
alguna, sino acerca de ver que cada momento de experiencia ocurre
solamente una vez, nunca a ser repetido. Cuando eso está claro, uno es libre
de recibir cada momento—de encontrarse a sí mismo en cada momento—con
el corazón abierto y sin reservas.
Si eres tú un buscador espiritual, nunca habrá un derretirse de la
ilusión del ser separado mientras estés incentivado por un motivo a tu favor y
beneficio: «Estoy cansado de sufrir, quiero despertar». Ese enfoque
solamente hace más profunda la ilusión de la separación. De cualquier
manera, si estás con frecuencia en gran dolor psicológico, es poco probable
que las raíces de ese dolor tengan mucho que ver con sentirte un ser separado.
Puedes empapelar cubriendo el sufrimiento psicológico con creencias
respecto a la «espiritualidad», pero eventualmente se echará de ver y
continuará echándose de ver hasta que sea atendido. Si necesitas terapia, te
aconsejo recibir la terapia que necesitas y dejar para sí misma la búsqueda
espiritual.
Capítulo 38, La psicoterapia y la
autorrealización

P: Trabajo como consejero marital y como psicoterapeuta y doy


clases de consejería a nivel de maestría. He seguido tu sitio web sobre
psicología y psicoterapia durante años y la he considerado una fuente valiosa
que recomiendo y con frecuencia asigno a mis estudiantes de terapia. Cuando
empezaste a hablar de la autorrealización, también seguí eso. Observé la
conversación entre otro maestro espiritual y tú en la que él dijo que la
psicología era principalmente sinsentido y solamente una distracción para la
autorrealización, con lo cual tú estuviste en desacuerdo. ¿Podrías comentar
más por favor?
R: Me mantuve callado respecto a la así llamada «autorrealización»
durante años. Dado que yo había disfrutado y me había beneficiado de
escuchar las ideas de otros quienes habían pasado antes que yo, ese silencio
empezó a sentirse como un retener innecesario, de manera que empecé a
hablar al respecto, pero no considero que expresar mi perspectiva constituya
«enseñanza espiritual».
Ahora la palabra «espiritualidad» es utilizada tan promiscuamente,
que no significa prácticamente nada. El sermón en una mega iglesia se llama
enseñanza espiritual, como también las pruebas lógicas y argumentos de los
gurús hinduistas. La única «espiritualidad» que esos dos tienen en común es
la idea más bien estrafalaria de que, de alguna manera, un ser humano puede
conocer la verdad respecto a las cuestiones absolutas.
Lo que aquí comparto parece bastante diferente a todo eso. Mis
palabras no son enseñanza espiritual para nada, sino un señalamiento hacia la
incertidumbre de la conjetura y a la estupidez de la credulidad en relación con
cualquier cosa que tenga que ver con la espiritualidad. Frente a la
impermanencia, la vanidad de pregonar «autorrealización», o siquiera, peor,
proclamar ser capaz de enseñarla, parece innegable. Después de todo, la
«autorrealización» de hoy pudiera ser el «¿qué diablos estaba yo pensando?»
de mañana. Esto a mí me parece obvio, pero tal vez no a otros, y no tengo
maneras mágicas de convencer a nadie de que las «respuestas finales» nunca
son realmente finales, porque el despertar nunca termina. Puedo mencionar la
impermanencia. Puedo conversar al respecto. Pero la comprensión de la
impermanencia—incluyendo la impermanencia de las ideas y de las auto-
definiciones—llega caprichosamente como un destello de relámpago, cuando
y como lo hace, y nadie sabe cómo producir dicho destello.
Como escribió en poeta Han-shan de la dinastía T’ang:
Vine para sentarme en el Monte Frío
Y me quedé aquí durante treinta años.
Ayer fui a ver a parientes y amigos;
Más de la mitad habían partido a los manantiales amarillos.
Poco a poco la vida se desvanece como una lámpara de canaleta,
Pasa como un río que nunca descansa
Esta mañana enfrento a mi sombra solitaria
Y antes que me entere, las lágrimas brotan cayendo.

Las palabras sobre la impermanencia y la pérdida pudieran hacerte


llorar. Pero esas lágrimas no serían como las que brotaron cayendo por las
mejillas de Han-shan cuando enfrentó a su sombra solitaria. Esas lágrimas
requieren del destello del relámpago.
Considero a la psicoterapia ser un arte esencial de sanación. La
espiritualidad no es un sustituto para ese tipo de sanación, y quizá hasta la
impida sustituyendo una medicina inefectiva por otra que probablemente sí
funcione realmente. Muchos predicadores de espiritualidad parecen sufrir
ellos mismos de problemas emocionales, pero se imaginan de alguna manera
haberles sacado la vuelta a esos problemas brincando directamente del
neuroticismo a la «realización». Entonces comprimen el error a través de
inducir el mismo tipo de falsa ilusión a sus seguidores.
Después de una lastimadura corporal seria, uno pudiera consultar a un
terapeuta físico para recibir ayuda con el objeto de recuperar la libertad de
movimiento. La psicoterapia tiene el mismo papel en el aspecto de las heridas
emocionales, cuya sanación requiere inducir la libertad de movimiento
emocional. Estoy retirado de la práctica, pero mi Weltanschauung—mi visión
del mundo—continúa siendo influenciada por mis experiencias en ese
trabajo. ¿Cómo podría no ser el caso?
Por ello, cuando me piden dirección, prefiero enfocarme en
pensamientos cotidianos y detalles emocionales, no en las así llamadas
«experiencias espirituales». A ese respecto, estoy de acuerdo con la actitud de
la finada Charlotte Beck, un tipo poco común de maestra quien no soportaba
lo insustancial. «Conozco», escribió, «todo tipo de gente quienes han tenido
todo tipo de experiencias y todavía están confundidos y no les va tan bien en
su vida. Las experiencias no son suficientes. Mis estudiantes aprenden que, si
tienen alguna de las así llamadas experiencias, realmente no me importa gran
cosa escuchar al respecto. Simplemente les digo: “Sí, eso está bien. No te
enganches en eso. Y, ¿cómo te estás llevando con tu madre?”»
Dado que seguiste ese diálogo entre aquel auto proclamado maestro
espiritual (que seguía intentando convencerme de su «autorrealización») y
yo, ya sabes que no tengo uso para semejantes declaraciones, ni tampoco para
tales epígonos quienes simplemente regurgitan las ideas del Vedanta y del
budismo clásicos como si de alguna manera les pertenecieran.
En cada momento las cosas son como son y no pueden ser distintas.
Nada está oculto ni es esotérico. Ves lo que tú ves, y eso es tú. Yo veo lo que
yo veo, y eso es yo. Cuando esto está claro, la necesidad de «espiritualidad»
se sale por la ventana.
Capítulo 39, Entendiendo nada

P: Sabes, Robert; con frecuencia deseo que pudiera estar tan auto-
engañado como los verdaderos creyentes de religiones y gurús. Eso haría las
cosas mucho más tolerables. Desafortunadamente, mi detector de sandeces
está permanentemente en «encendido», pero a veces quisiera que no fuera así.
Estoy hablando desde el corazón y sin ironía.
R: Sí, entiendo tu deseo de ser aliviado de los dolores, miedos e
inseguridades de la vida. Como dijo Woody Allen una vez: «La vida está
llena de miseria, soledad y sufrimiento—y todo se acaba demasiado pronto».
Entonces la situación es un doble reto. No únicamente debe uno enfrentar los
desafíos mentales, físicos y emocionales de la vida del día con día, sino
también el espectro de mortalidad que parece empañar hasta los momentos
felices y nos deja preguntando: «si nomás me voy a morir al final, ¿de qué
sirve todo esto? ¿Cómo puedo encontrar sentido alguno en este valle de
lágrimas?»
Cuando son enfrentados con esa pregunta, algunos toman el enfoque
nihilista/hedonista que dice: «Nada de esto sirve para nada. La vida es
cabrona y luego te mueres. No existe sentido ni propósito para la vida, no hay
Dios ni moralidad global, así que, mejor que tenga tanto placer como me sea
posible mientras pueda». Otros toman el lado opuesto, un enfoque eternalista
basado en la fe, que dice: «A pesar de las apariencias, hay un Plan Cósmico
—una causa primordial, máxima y trascendental de todo lo que vemos—y si
nos ponemos en sintonía con ese plan, todo saldrá bien al final».
Esos enfoques pudieran parecer estar en polos completamente
opuestos, pero desde mi perspectiva, tienen mucho en común. Tanto el
nihilismo como el eternalismo, intentan diluir la ambigüedad y la
incertidumbre con una aserción sin garantía que uno sabe qué es qué con
respecto a las cuestiones absolutas. Ambos se sitúan sobre la creencia en
proposiciones que no pueden probarse como falsas, y por ello, tampoco
pueden demostrarse. Y ambos sirven para esquivar con sutileza las
perplejidades que pudieran surgir cuando se vive momento a momento sin
tener las respuestas para las cuestiones absolutas. De manera que, mientras
los eternalistas y los nihilistas pudieran imaginarse a sí mismos estar situados
lejos filosóficamente entre ellos, ambos tipos parecen estar siendo defendidos
psicológicamente de los mismos miedos, en la misma forma. Aprehensivos
por estar en la oscuridad sobre lo que la vida «realmente significa», lo que
pudiera abrirle la puerta a la depresión y a la desesperación, simplemente no
lo permitirán. Cualesquiera preguntas que surjan, son enfrentadas con un
dogma blindado.
Confío en que estás hablando desde el corazón al desear el alivio que
imaginas pudiera resultar si tan solo pudieras inscribirte a la «espiritualidad».
Pero no hay, digo yo, alivio alguno ahí para nada—únicamente escapismo y
auto-engaño. El único alivio que conozco, es la libertad que uno siente
cuando finalmente la necesidad de certidumbre llega a su fin, reemplazada
por una disposición a permitir que la vida se desenvuelva como lo hace, sin
saber ni una maldita cosa acerca de nada «cósmico», ni a favor, ni en contra.
Cuando digo «libertad», no me refiero a la felicidad. Tampoco me
refiero a inmunidad al sufrimiento cotidiano humano. Me refiero a la
ecuanimidad y serenidad que emergen a la luz de la comprensión de que, en
este momento, las cosas son como son y no pueden ser nada diferentes,
incluyendo lo que pienso, lo que siento y cómo veo y entiendo mi ser y el
mundo.
Cada uno de nosotros ve un mundo diferente, y lo que cada uno de
nosotros ve es uno mismo. Esto no significa, como algunos creen, que el
mundo no sea real. Significa que lo que yo veo no es lo mismo que tú ves. Lo
que tú ves es tú, y lo que yo veo es yo. Cuando esta identidad de ver y quien
ve es entendida, la libertad es obvia; porque entonces no hay alternativa en
espera, o sustituto, para ver lo que yo veo y ser lo que yo soy en este
momento. Lo único que puedo ser es yo mismo, y lo único que puedo ver es
mi ser.
Desde mi perspectiva, seguir un sendero espiritual, una religión, o un
gurú, sirve principalmente como una forma de evitación—una manera de
reemplazar lo que uno realmente es ahora mismo, con una visión glorificada
de lo que uno pudiera ser. Esta es la falacia de convertirse. Quienes
pretenden enseñar métodos de «autorrealización» o senderos a la «salvación»
no están despiertos, digo yo, sino hipnotizados por ideas elaboradas que
aprendieron de epígonos anteriores. Entonces, habiéndose convencido a sí
mismos de su «logro», regurgitan el sinsentido que aprendieron a imitar,
hipnotizando a sus seguidores en la misma manera.
Eres lo que eres aquí y ahora. No hay «más tarde», y no hay, digo yo,
ningún sendero separado del sufrimiento propio de uno, la confusión propia
de uno, y, eventualmente, con suerte, el entendimiento propio de uno.
No hay nada oculto, místico o esotérico acerca de esto. El despertar es
cuestión de relajación y aceptación de cada momento, momento a momento;
no en empeño y esfuerzo en busca de algún posterior y «mejor» estado
mental. Solamente puedes ser lo que eres ahora mismo, y ahora mismo es
todo lo que tendrás alguna vez. No tienes que ser, y no puedes ser, nada que
no seas ahora. Pero a los seguidores de senderos, quienes gustan de imaginar
que sus esfuerzos, si se persiguen con suficiente seriedad y durante suficiente
tiempo, los llevarán a algún estado especial o exaltado—algún logro—no les
gusta esa idea.
Sí, como dices, tal vez haya dolor implicado en vivir sin la promesa
de logro espiritual, o llámale como quieras: trascendencia, iluminación,
consciencia cósmica, encontrar a «Dios», salvación, el oro al final del
arcoíris, lo que sea. Pero si uno se quedara en contacto con ese dolor—en
contacto con la condición humana de no saber las respuestas a cuestiones
absolutas—una belleza inesperada pudiera ser percibida en este largo adiós
llamado vida.
Mi amigo, el querido maestro budista Robert K. Hall y yo estábamos
hablando la semana pasada acerca del deseo por conocer al «ser». Decía que
después de una vida entera de buscar, «nada» fue lo que encontró. El ser,
quiso decir, es vacío en su centro; entonces, si buscas intentando encontrar un
ser duradero, permanente, lo que encuentras es nada—es la nada. Si tratas de
«realizar» el ser, llegarás a nada—a la nada. Como pelar una cebolla, si la
pelas suficiente, terminas con nada.
Coincidí en que también yo había encontrado nada, y agregué:
«Entonces toda esta religión y práctica, toda esta conversación sobre nobles
verdades y tal, es sólo un muro que construyen para mantener la nada fuera».
Robert se rio, y asintió con la cabeza.
Esto pudiera sonar como derrota o fracaso, pero no lo es. Es bastante
un alivio, digo yo, dejar de buscar promesas de un futuro eterno, y, en lugar,
pasar el tiempo de uno en el presente eterno—un presente humano.
Observar a nuestros primos primates más cercanos, como los bonobos
y los gorilas, pudiera revelar aspectos de nuestra verdadera naturaleza que
nosotros los animales primates humanos preferimos reprimir, pero que ellos
actúan libremente en una manera natural. Recuerdo un grupo de bonobos que
observé, sorprendido no solo por la inteligencia en sus ojos, sino por su muy
desarrollada comprensión social también. Siempre el fotógrafo, pronto saqué
mi cámara y la tenía lista queriendo sacar un retrato del macho alfa.
Instantáneamente se dio cuenta de lo que yo tramaba y se quedó
pacientemente mirando la lente mientras yo hacía ajustes y disparé un par de
tomas. Luego, aparentemente cansado del juego, se volteó dándome la
espalda y me enseñó las nalgas.
El Buda («Buda» significa despierto) mismo lo dijo hace mucho
tiempo, pero los seguidores de caminos no quieren oír esa parte. Les gustan
las nobles verdades—que Robert llamó «cosas de principiantes» --y
prácticas, y aman «iluminación», la cual imaginan es una promoción al
estatus de «ser autorrealizado», y por ello el final de tener que sufrir y morir
como cualquier otro ser humano.
«Subhuti le dijo al Buda: “Honrado por todo el mundo, cuando
obtuviste insuperable, perfecta iluminación, ¿es verdad que lo
obtenido fue nada?”»
«Así es, Subhuti. Así es. Cuando obtuve insuperable, perfecta
iluminación, obtuve absolutamente nada. Por eso se llama
insuperable, perfecta iluminación».
--El Sutra del Diamante
Cualquiera que entienda esto, digo yo, entiende la nada absoluta.
Capítulo 40, Tata

Me encanta el momento de no comprender que un reflejo (al primer


avistamiento accidental de mí mismo en un escaparate o espejo) es «yo». Me
gusta leer palabras antes de darme cuenta de que son mis propios
pensamientos del pasado.
Sentí ese asombro placentero de reconocimiento tardío cuando se me
presentaron estas palabras mías del año pasado:
Claramente, nuestros recuerdos de tiempos anteriores no eran
adecuadas incluso al momento de la «instantánea» original y son
luego editados, podados, revisados y recreados constantemente. Y
ciertamente nadie puede volver al pasado y cambiar cosa alguna.
«El dedo en movimiento habiendo escrito se va. Ni toda tu piedad, ni
todo tu ingenio, cancelan la mitad de una línea de eso.» (Omar
Khayyám)
Sin embargo, no creo que la existencia del así llamado presente sea
más real que la existencia del pasado. Ambos son vistos desde un
punto de vista particular, y ninguno puede ser tocado o alterado por
ningún medio a nuestra disposición, así que, en mi panorama, son
funcionalmente equivalentes a la realidad.
P: Entonces, Robert, si el presente es igual en realidad al pasado,
porque ambos, por supuesto, son experimentados desde un punto de vista
particular, ¿existe acaso algo real? No tengo una necesidad de encontrarme «a
mí». Siempre soy «yo». Pero eso no es lo mismo que saber qué es real, ¿o sí?
La única constante, hasta donde puedo ver, es la vejez, el sufrimiento y la
muerte. ¿Es así porque esas son las únicas cosas que sabemos? ¿No hay algo
que sea más real que todo eso?
R: No, yo no diría eso. A como yo veo esto, los hechos de la vejez, la
enfermedad, el sufrimiento y la muerte, son tan reales como se pone lo real.
Un sinnúmero de humanos se apoya en creencias de segunda mano en
un intento por esquivar sutilmente la situación de la mortalidad. Cuando digo
«de segunda mano», me refiero a ideas que uno ha escuchado o leído y que
luego simplemente ha aceptado; sin evidencia real más allá que la supuesta
autoridad de la fuente—escritura, un gurú venerado, o hasta solamente la
popularidad de la creencia; como si mientras más creyentes atrajera una idea,
más verdadera se convirtiera.
Cuando me preguntas si no hay algo más real que la vejez, el
sufrimiento y la muerte, estás ponderando el principio central—la
quintaesencia—de la espiritualidad, el cual es una creencia en un tipo de Plan
Cósmico. En esa perspectiva, el mundo que vemos es solamente un sueño,
pero por encima o más allá de las «apariencias», existe un mundo real
gobernado por «Dios», o, para quienes tienen la postura más impersonal
sobre los asuntos, un mundo gobernado por un principio organizacional que
no es aleatorio, sino intencional.
Una vez que la idea del Plan Cósmico se enraíza en una mente
humana, esa mente acepta sin reparos propuestas como: «Todo pasa por una
razón» (la razón siendo el Plan), o «El amor lo es todo» («el amor» siendo el
nombre para el principio organizacional). No estoy diciendo que tales ideas
sean falsas, sino que podrían serlo. Y dado que no puede haber evidencia real
para tales propuestas, tengo muy poco interés en ellas.
Cuando digo que el presente no es más real que el pasado, eso no es
porque ambos sean vistos desde «un punto de vista particular», como dijiste.
Todo es visto desde un punto de vista--¿qué otro tipo de ver existe? —pero
eso no hace irreal lo que uno ve, únicamente personal.
Yo digo que el presente no es más real que el pasado porque, en la
misma manera que uno no puede tocar o cambiar el pasado, para cuando uno
nota lo que aparenta ser «el presente», éste ya se fue y no puede más ser
tocado o cambiado que algo que ocurrió la semana pasada o el año anterior.
Nuestras percepciones, pensamientos y sentimientos son fugaces, cambiando
constantemente y completamente temporales. Nunca pueden ser agarrados, ni
siquiera por un momento; uno igual y podría intentar cargar agua en una
coladera.
No tienes que aceptar mi palabra por eso como lo harías si estuviera
diciendo que un grupo de seres especiales--los Niños Índigo--han elegido
encarnar en este planeta para una misión especial, o que Jesús te espera en el
Cielo. Declaraciones así solo pueden tomarse basadas en fe (credulidad). Pero
puedes fácilmente verificar por ti mismo lo que digo: que las percepciones,
los pensamientos y los sentimientos no tienen el poder de permanencia en lo
absoluto—aquí por un instante y se van para siempre.
P2: Por otra parte, pero también señalando hacia la temporalidad,
estudié durante un año con un chamán huichol llamado Tata, un hombre de
unos ochenta años. Había ejercido su oficio durante treinta años y afirmaba
tener numerosos poderes incluyendo el poder de sanar. Cuando Tata se
enfermó, fue a las montañas altas a consultar al curandero huichol vivo más
famoso y poderoso. Pero sus riñones de todas maneras fallaron. Me dijeron
que, en su lecho de muerte, Tata expresó sorpresa de que él también estaba
muriendo.
R: He escuchado la realidad definida como lo que no se va, aunque tú
no lo creas. Supongo que eso alcanzó al viejo Tata.
Los humanos tenemos alguna capacidad como sanadores—no el
poder de «hacer» sanación, sino la capacidad de fomentar circunstancias
favorables para los poderes sanadores naturales del cuerpo en sí, por ejemplo,
por medio de limpiar una herida o de utilizar un antibiótico para ayudar el
trabajo del sistema inmune. Yo hice trabajo similar durante años como
psicoterapeuta. Lo que no tengo, es la capacidad de vivir una vida que no sea
una vida humana o de ayudar a alguien más a vivir tal vida con todo lo que
implica, incluyendo la vejez, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte.
Los humanos somos una especie en el mundo animal y todos los
animales envejecen, se enferman y mueren. ¡Obviamente! Algunos tratan de
crear dos categorías separadas: humanos y animales, como si nosotros los
humanos no fuéramos animales primates. En esa visión, los humanos son los
«hijos de Dios» especialmente creados, diferentes, no solamente en
apariencia, sino en clase a nuestros hermanos y hermanas no humanos. Esa
idea se vuelve cada vez más insostenible a medida que aprendemos más
respecto a la inteligencia que otros animales aparte de nosotros realmente
poseen.
De hecho, dependiendo de lo que se quiera decir con la palabra
«inteligencia», quizá ni seamos los animales más inteligentes en este planeta.
Ya sabemos que las ballenas, por ejemplo, son altamente inteligentes y que
poseen modos notablemente evolucionados de comunicación entre ellas. Pero
dado que las ballenas no tienen necesidad de trabajar para ganarse la vida o
de inventar cosa alguna, los humanos estamos limitados en nuestra capacidad
de evaluar su nivel de inteligencia. Nadie sabe realmente cómo es ser una
ballena, o en qué piensan las ballenas. Sí observamos que el sexo y la
reproducción son gran parte de la vida cetácea, tal como lo es para nosotros
los humanos.
Volviendo a los chamanes huicholes: Para quienes se sienten
absolutamente convencidos de que un mundo de espíritus no es solamente
otra idea en la mente humana, sino un hecho, la palabra «chamán» misma,
como el término «maestro autorrealizado», carga consigo una cualidad
numinosa; como si los chamanes poseyeran poderes extraordinarios que la
«gente ordinaria» no posee. Eso no tiene sentido, digo yo. Todos somos solo
humanos aquí y creer algo distinto—creer que cierta gente especial goza de
poderes sobrenaturales, incluyendo haber obtenido el «estado inmortal» --
demuestra el más bien infantil mecanismo de defensa llamado mágico pensar.
Con mecanismo de defensa, me refiero al hábito de la mente formado
para proteger al ego--el sentido de uno mismo llamado «yo»--evitando que se
encuentre cara a cara con ciertos hechos. Si aplico para un trabajo, por
ejemplo, pero pierdo ante un rival aplicando a la misma posición, tal vez me
diga a mí mismo que, de todas maneras, nunca realmente quise el trabajo.
Ese sería el mecanismo de defensa llamado «racionalización».
Si uno está joven y saludable, ciertos hechos de la vida pudieran
inmiscuirse solo ocasionalmente. Cuando finalmente esos hechos—los
hechos de la impermanencia: vejez, enfermedad y muerte—empiezan a
parecer más urgentes, el ser humano envejeciendo empezará a notar que los
estados tardíos de una vida humana parecen componer un largo adiós: adiós a
los amigos y a los seres queridos, adiós a los poderes físicos, adiós a los
placeres sensuales, adiós a la salud y la independencia, adiós a la imagen de
sí mismo, y eventualmente, adiós a ser siquiera.
Los creyentes espirituales quizá digan que la muerte no es «real» y
hasta ofrezcan argumentos y supuesta «evidencia» para esa propuesta. Todo
eso, digo yo, se basa en un arcaico mecanismo de defensa—el llamado
negación. Tu historia de Tata provee una clara representación de ese más
bien primitivo mecanismo. Cuando el pensamiento ilusorio--«yo no moriré»--
es alentado y apoyado por creencias espirituales tradicionales, el auto-engaño
es prácticamente inevitable.
Negar que la muerte nos espera a todos, precedida por el chocheo, la
senectud y la decrepitud (asumiendo que siquiera sobrevivamos por
suficiente tiempo como para experimentar tal dolencia) es completamente
ilusorio, bastante más allá que el mero pensamiento cargado de deseos. En su
creencia en que podría desafiar a la muerte con medicina chamánica, Tata no
era «espiritual», sino desquiciado. Y el curandero que le enseñó ese
sinsentido estaba desquiciado también. Títulos como chamán, gurú, maestro,
o, el peor de todos, «ser autorrealizado», no hacen nada para que esas
creencias sean menos engañosas. Y, por cierto, Tata es un nombre gracioso
para alguien que creía que nunca tendría que decir ta-ta.5
P3: Robert, gracias por tus palabras. Mi conocimiento del Zen es
inexistente, pero no quiero volverme budista, y, aunque te considero
despierto en el mejor de los sentidos, no te contacto buscando iluminación ni
buscando dominar cosa alguna. Si eso está bien contigo, te haré mis
preguntas.
R: Aunque hablo Zen a veces, no soy budista. Soy Ser-ista. Mi
intención no es hacer proselitismo, sino únicamente expresar mis
perspectivas respecto a estos asuntos, por lo que quiera que valgan. Más allá
de eso, no tengo planes y, a menos que me pregunten explícitamente, no
pretendo aconsejar a nadie. Con ese entendimiento, por favor, siéntete con la
libertad de preguntar lo que quieras.
______________________________
5. En inglés británico, ta-ta quiere decir “hasta luego”. [N.T.]

P3: Ser-ista. Me gusta. Nunca lo había escuchado. Mi pregunta es una


confusión que no parece que pueda sacarme de la mente. Si este mundo es
como un sueño, y un sueño es realmente no existente, entonces, ¿no sería
verdad que todos estamos soñando la vejez, el sufrimiento y la muerte; quiero
decir creándolos? Y, en ese caso, ¿no serían la vejez, el sufrimiento y la
muerte irreales también, Robert?
R: La frase «este mundo es como un sueño» puede significar tantas
cosas. Permíteme comenzar diciéndote cómo lo entiendo yo:
En nuestro sueño nocturno parecemos habitar un mundo de
experiencias que se sienten reales mientras estamos soñando, pero al
despertar, no tenemos idea de dónde vinieron esos sueños o de qué
«material» fueron hechos. Lo mismo es cierto del mundo que vemos en la
consciencia despierta ordinaria, incluyendo nuestros propios cuerpos. Todo
se siente real, pero no sabemos qué es ello.
Por supuesto, no sabemos nada sobre la naturaleza por excelencia de
la «realidad». Absolutamente nada. Ni papa. Cero. Nada. Cualquiera que diga
saber eso, es un estafador o un tonto. Pero no es solamente la naturaleza
máxima de la realidad de lo que somos ignorantes. No sabemos que el mundo
que vemos siquiera exista separado de nuestras percepciones del mismo, de
manera que, en ese sentido, estamos soñando ese mundo. Sin embargo—y
este es un «sin embargo» grande—eso no significa que nuestras vidas no sean
reales, que este mundo no sea real, o que la vejez, la enfermedad y la muerte
no sean reales.
Una cosa es decir: «No conozco la naturaleza esencial de la realidad»
--lo cual es una aseveración factual—y otra cosa es decir: «Nada de esto es
real y no existo realmente». Desde mi punto de vista, esa aseveración, misma
que es común entre ciertos tipos que se consideran a sí mismos espirituales,
es simplemente descabellada. Ese tipo de habla surge cuando los temores a la
carencia de sentido en la rutina diaria, común y cotidiana, junto con otras
formas de sufrimiento psicológico, incluyendo la innegable experiencia del
deterioro y la mortalidad, motivan un deseo de escaparse a algo «mejor»,
algo «espiritual», a algo que no sea esto.
Si esa escotilla de salvamento se llama «Yo nunca moriré porque soy
un chamán huichol», o «Mi vida terrenal es solo la sala de espera para entrar
al Cielo», o «Yo no puedo morir porque nunca nací», o alguna otra versión
de la historia levanta-el-ánimo, de no-muerte; el resultado es el mismo: un
rechazo de lo que uno simplemente ve, a favor de lo que uno quiere creer.
Vender creencias levanta-el-ánimo es el repertorio de los sacerdotes,
pastores, gurús, chamanes, maestros espirituales y otros «expertos» por el
estilo quienes se ganan la vida practicando sus versiones especiales de la
profesión más vieja del mundo. Algunos de ellos hasta creen lo que están
diciendo, aunque hay, digo yo, poca «verdad» ahí, por lo menos hasta donde
yo sé. Pero la credulidad con la que mucha gente considera las aseveraciones
de esos «expertos» y sus supuestos textos sagrados, como si oír algo de un así
llamado santo, o leerlo en un supuesto libro sagrado, lo hiciera
automáticamente cierto, desde mi perspectiva, parece infantil.
Aferrarse es uno de los dos instintos humanos primarios observados
en los recién nacidos. Mamar el pecho es el otro. La «espiritualidad» ofrece
la oportunidad para que los adultos se den gusto con ambos, y hasta sean
considerados magnánimos por hacerlo. Si eso irrita, lo siento. Esa no es mi
intención. Únicamente digo lo que veo. Cualquiera es libre de estar
completamente en desacuerdo con parte de esto o con todo esto.
Índice de contenidos
Introducción
Capítulo 1, El despertar y el comportamiento
Capítulo 2, Borrón y cuenta nueva
Capítulo 3, El despertar nunca termina
Capítulo 4, Los pensamientos no son un impedimento para mí
Capítulo 5, Libre de pensamientos no deseados
Capítulo 6, La libertad de ser
Capítulo 7, Ahora soy una persona diferente
Capítulo 8, ¿Qué nos hace únicos?
Capítulo 9, Un perro con un hueso
Capítulo 10, La herida central
Capítulo 11, El viaje del héroe
Capítulo 12, El pensamiento mágico
Capítulo 13, Matar al Buda
Capítulo 14, No hay un “cómo” ser libre
Capítulo 15, El amor y el miedo—Todo es tú
Capítulo 16, No existe la seguridad en ser un humano
Capítulo 17, Con miedo a ser honesto
Capítulo 18, El despertar no es un súper-logro
Capítulo 19, La historia que me cuento a mí mismo
Capítulo 20, El universo empieza ahora mismo
Capítulo 21, ¿Qué hay de malo con las indicaciones?
Capítulo 22, ¿Por qué descartas completamente la espiritualidad?
Capítulo 23, Percatación sin Elección
Capítulo 24, Estando en quietud internamente
Capítulo 25, La fantasía de la permanencia
Capítulo 26, ¿Son todos en mi vida solamente una ilusión?
Capítulo 27, La lástima hacia uno mismo
Capítulo 28, No la cocinaste tú, pero te la tienes que comer
Capítulo 29, La fuente de la consciencia
Capítulo 30, El Sutra del Corazón
Capítulo 31, La ilusión del libre albedrío
Capítulo 32, Diálogo con un maestro espiritual
Capítulo 33, La sensación de la yo-idad
Capítulo 34, Fe en el gurú
Capítulo 35, ¿Por qué no entiendes?
Capítulo 36, El espíritu del zorro salvaje
Capítulo 37, La búsqueda de sentido
Capítulo 38, La psicoterapia y la autorrealización
Capítulo 39, Entendiendo nada
Capítulo 40, Tata
Imágenes
Portada. Las Diez Mil Cosas, 2015

iii. Acertijos que irritan a los jóvenes monjes


vi. Autorretrato poco antes del sueño, Taos, Nuevo México, 1984

1. Helado, 2016
2. Esperanza, 2016
3. Keissy, Cabo San Lucas, 2015
4. ¿Subes para un masaje, quizá?
5. Pilar, Todos Santos, 2015
6. Margarita, Todos Santos, 2016
7. Un momento, 2015
8. LIRR, 2014
9. Autre Objet Trové, 2016
10. Pensamiento mágico, 2014
11. W. 60th St., 2015
12. 138th St., 2013
13. Robert K. Hall, 2012
14. E. 19th St., 2013
15. Rosa, 2012
16. Robert Saltzman, 2013
17. Tijuana, 2015
18. Christopher St., 2014
19. El desequilibrio de la certeza, 2016
20. Percatación sin elección, 2015
21. Contemplación, 2016
22. La fantasia de la permanencia, 2015
23. Calle Bravo, La Paz, 2016
24. W 38th St, 2016
25. Cómetelo, 2016
26. Hermanas, 2015
27. Madison Ave, 2016
28. W. 18th St, 2016
29. Hermanos, 2016
30. Grand Central Terminal, 2016
31. San Diego, 2015
32. Washington Square, 2016
33. Los tomateros, 2016
34. Hell's Kitchen, 2015
35. Dance Hall, 2016
36. The Daily News, NYC, 2016
37. El universo comienza ahora mismo, 2016
38. ¿Qué nos hace únicos? Singularidad y uniformidad, 2016
39. Un perro con un hueso, Sukkot On Grove St., 2016
40. La búsqueda de significado, servir con orgullo, 2016

S-ar putea să vă placă și