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Estudiar al ser es olvidar al ser.
Olvidar al ser es estar iluminado por las diez mil cosas.
--Eihei Dögen (1200-1253)
La furia por querer concluir es una de las más mortales y más infructuosas
manías que acontecen a la humanidad. Cada religión y cada filosofía ha
pretendido tener a Dios para sí misma, medir el infinito y conocer la fórmula
para la felicidad. ¡Qué arrogancia y qué sinsentido! Veo, al contrario, que los
más grandes genios y los trabajos más grandiosos, nunca han concluido.
--Gustave Flaubert
Esta resistencia ante el arrancar de raíz creencias, es a lo que Shen Hui quería
señalar. Las certezas, particularmente aquellas instaladas temprano en la vida,
tal vez se sientan como partes indispensables del «sistema de apoyo»
emocional. Como una amiga por correspondencia me dijo recientemente:
«Sin mi fe en Jesús, estaría yo totalmente sola tratando de sobrellevar mi
dolor».
Ideas como esas echan raíces a través del acicalamiento intencional,
del condicionamiento gradual y del adoctrinamiento forzoso, cuya esencia en
sí enseña la aceptación ciega--que uno se trague tales creencias “por fe” – de
manera que la razón sola, subsecuentemente aplicada, es poco probable que
las remueva. Como dicen los jesuitas: «Dame un niño hasta la edad de los
siete años, y te devolveré al hombre». Una vez que están tan profundamente
incrustadas, solamente un repentino rayo de entendimiento puede
desenmascarar tales creencias mostrando las fabricaciones que son. Como
encender la luz en una habitación oscura, de repente ves, y ese ver ocurre
instantáneamente. En el asunto al cual Shen Hui se refiere como «despertar»,
no hay medio despierto. Entiendes lo que entiendes cuando lo entiendes, --al
cien por ciento o nada en lo absoluto.
Lo único que realmente sabes es que «mi ser», el aparente centro de
consciencia al que denominas «yo», parece siempre estar aquí. Más allá de
eso, las ideas acerca de lo que «yo mismo» es o no es, son puras conjeturas,
no hechos. Los pronunciamientos con respecto a las cuestiones absolutas
nunca pueden ser probados, sino solamente aceptados crédulamente--
considerados «verdad» a través de la fe en alguna supuesta autoridad, en
condicionantes de la infancia, respeto a la tradición, escrituras supuestamente
infalibles o en los pronunciamientos de un «ser realizado».
La fe se necesita únicamente cuando faltan los hechos. Los hechos
son hechos, y no requieren fe. Cuando las creencias son tomadas como si
fueran hechos, eso da paso a un tipo de auto hipnosis a la que yo llamo el
pensar mágico. Si te encuentras en el pensar mágico con respecto a lo
Absoluto, o a la no-dualidad, o a la auto-realización, o al karma y la
causalidad; yo digo que no estás despierto, sino hipnotizado. Tú no sabes
nada sobre esas cosas. Escuchaste al respecto en algún momento y aceptaste
lo que oíste. El acoger y el repetir constantemente tal dogma, induce un
estado de trance de credulidad. Tus creencias son tus creencias meramente
porque tú las crees, lo cual no indica nada respecto su calidad como hechos.
Absolutamente nada. Cero.
El despertar no se trata de un gradual cribar las preciadas creencias
como para conservar las «verdaderas» y desechar las «falsas». Con respecto a
las cuestiones absolutas, no sabes qué es verdad y nadie más lo sabe tampoco.
Las tradiciones de «espiritualidad» yacen sobre un manojo de aseveraciones
vacías que, dado que no es posible ni tildarlas de falsas ni demostrarlas,
permanecen siempre en la dimensión desconocida de los pronunciamientos y
proclamaciones que nunca serán hechos. La mente despierta no encuentra
interés en eso--ningún interés en buscar aquello que otros dicen que ellos han
alcanzado espiritualmente.
En el despertar, todo el rollo y el paquete entero simplemente salen
volando por la ventana, y no hay nada gradual en ello. De pronto, la
conjetura carece de propósito, y las proclamaciones respecto a las cuestiones
absolutas carecen de credibilidad sin importar su fuente. Para una mente libre
de creencias, lo que es, es, independientemente de interpretaciones que otros
quizá intenten imponerle a esta «aliveness». Cada instante es un «érase una
única vez», un sui generis que nunca se repetirá, un momento que se da una
sola vez como sí mismo--un borrón y cuenta nueva.
Una mente que está despertando dice: «no tengo razón alguna para
creer lo que cualquiera diga respecto a las cuestiones absolutas. Ninguna.
Esas personas son seres humanos tal como yo lo soy. Ellos tienen sus ideas.
No estoy diciendo que estén mal, sino que quiero investigar por mí mismo
esta “aliveness”, esta condición fundamental e intrínseca de la vida--no
tratando de corroborar el testimonio de alguien más, no partiendo del punto
de vista del mundo de alguien más, sino sin preconcepción alguna--con un
borrón y cuenta nueva».
Esto no significa evitar escuchar lo que el Buda dijo, o Trungpa, a
quien acabo de mencionar, o a otros. Pero, son sus preguntas lo que vale la
pena conocer, no sus respuestas. Si le sacas jugo a sus respuestas, no estarías
haciendo lo que ellos hicieron, que fue soltar por completo las explicaciones
de otras personas. Sin ese soltar, uno es por siempre un seguidor, o un
imitador; simplemente un discípulo, hipnotizado por la creencia en las
palabras que has escuchado, y en cómo fueron escuchadas.
La historia del Buda (quien no era budista, por supuesto) no se trata
de creer en cosa alguna, sino de una ruptura total con el dogma o el apoyo de
cualquier especie en favor de una búsqueda radical y desencumbrada dentro
la mente de uno--un borrón y cuenta nueva.
P2: Robert, ¿podrías hablar un poco más acerca de a qué te refieres al
decir «continúo practicando incesantemente»?
R: Bueno, utilicé la palabra «práctica» en respuesta a una pregunta.
De hecho, no tengo práctica más allá de la franca apertura ante cada
momento. Quise indicar que no puedo olvidar--incluso si lo intentara—no
solamente que inevitablemente veo el mundo desde un punto de vista, sino
que aquello que se llama «yo» no es sino un punto de vista, aquel que es
singular a «mí» en este momento. Eso es lo que «yo» es: un punto de vista.
Sin un punto de vista, no hay un «Robert». Y tu «yo» consta de un punto de
vista diferente, sin el cual, no hay un «tú». Ninguno de nosotros ve el mundo
tal cual realmente es.
Además, no solamente ninguno de nosotros ve el mundo tal cual
realmente es, sino tampoco ninguno de nosotros tiene la menor idea de qué
siquiera significaría «ver el mundo tal cual realmente es». La experiencia de
cómo sería, o cómo se sentiría «ver el mundo tal cual realmente es», es
literalmente inimaginable. Como el biólogo J.B.S. Haldane lo puso: «Mi
propia sospecha es que el universo no solamente es más extraño de lo que
suponemos, sino más extraño de lo que podemos suponer». Yo estaba
tratando de evocar esa misma extrañeza al citar a Barnaby Barrat diciendo
que: «el “yo” de la enunciación nunca piensa solo lo que piensa que piensa y
nunca es solo lo que piensa que es».
Parece inevitable utilizar la palabra «yo». Sin embargo, nota que la
palabra «yo» no se refiere a nada fijo, sino a un flujo que desafía la
descripción y que nunca puede ser ubicado, ni puede hacerse que se comporte
de una u otra manera.
En medio de ese flujo, cada momento contiene algo para ser visto,
sentido, o pensado, pero ese «algo» nunca es lo que pensamos que es, y
ciertamente no es lo que imaginamos que sería o que debería ser. Si uno ha
despertado a ese hecho, uno vivirá sin saber verdaderamente lo que cualquier
cosa es «realmente», sin la expectativa de saber, y sin necesitar llenar
cualquier aparente sinsentido o vacío con creencias espirituales. Si te gusta la
palabra «práctica», eso es lo que significa para mí.
P3: Pero Robert, existen muchas historias de personas quienes
llegaron a un saber real, no a través de la lógica--o no a través de la lógica
únicamente--sino por medio de la experiencia interna. Los hinduistas les
llaman jñanis, que significa sabios. ¿Qué piensas de ellos?
R: La palabra «saber», o su hermana «conocer», pueden significar
tantas cosas. Eso es parte de nuestra conversación aquí. Claramente, el
significado de tales palabras depende de dónde coloque uno los límites y la
validez del «conocimiento». He conversado con personas que se decían
jñanis, y escuché todo acerca de lo que dicen saber, de lo cual parecen estar
convencidos más allá de cualquier duda. He leído algunos reportes de
Nisargadatta, el aclamado jñani del siglo XX. Desde mi punto de vista, ese
tipo de conocer es similar al que en la Biblia llaman conocer a una mujer,
significando tener sexo con ella.
Bien, pasaste la noche con ella, y a eso le llamas «conocerla». Sabes
lo que tú experimentaste, pero no conoces a esa mujer, y nunca lo harás. No
tienes manera de conocerla a ella. Tú te conoces a ti, y ese es el límite.
Conoces tus impresiones de esa mujer--tus imágenes de ella—no la «verdad»
de ella.
En la misma manera, a pesar de cualquier declaración de jñana, no
conoces al «Ser Supremo» o siquiera si las palabras «ser supremo» se
refieren a cualquier otra cosa más que a un rasgo distintivo cultural con el que
fuiste adoctrinado antes de la edad de la razón y el cual ahora proyectas en lo
que llamas «el mundo». Naturalmente, ese es mi punto de vista. Entiendo
que tú tienes el tuyo.
Dices que la percatación o consciencia crea el cuerpo humano y todo
lo demás. Tú lo dices, pero no lo sabes. Quizá estés convencido de ello. Pero
estar convencido no es lo mismo que saber – no a mi ver. Como yo defino
saber, que tú sepas, la consciencia puede que no exista fuera del cuerpo y el
cerebro para nada; podría igual ser un epifenómeno, un efecto secundario por
decirlo así, de un sistema nervioso evolucionado. Esto no es materialismo ni
reduccionismo. No estoy diciendo que los cerebros causen o produzcan la
consciencia. Lejos de ello. Simplemente no sé. Pero si así fuera; si la
consciencia no fuera la creadora de sistemas nerviosos y de todo lo demás,
sino un epifenómeno--una característica concomitante--de sistemas nerviosos
suficientemente evolucionados (o hasta de sistemas no biológicos de
información de suficiente complejidad) el mundo pudiera parecer tal como lo
hace ahora, y ustedes jñanis, no tendrían manera de saber la diferencia.
Es por eso que digo que considerar a un tipo o tipa como un «ser
realizado» es pura tontería, algo que no va, totalmente. Dime primero lo que
el gran «santo» no sabe.
Con frecuencia me preguntan por qué digo que la enseñanza espiritual
es más frecuentemente un viaje egoico, una gallina de los huevos de oro, o
ambos. Con decir eso, mi intención no es menospreciar la sabiduría ordinaria,
del tipo que puede ser transmitida a quien esté abierto a escucharla. Eso
puede ser un regalo. Cuando digo viaje egoico o gallina de los huevos de oro,
me refiero al tipo de enseñanza que asegura tener la Verdad con «V»
mayúscula para enseñar –«Verdad» sobre cuestiones absolutas, sobre «Dios»,
sobre lo que «yo» soy, respecto a lo que es la consciencia, o sobre lo que
sucede después de la muerte. No hay sabiduría en nada de ese hablar, digo
yo, lo cual es conjetura sin fundamento, alimentada por necesidades
psicológicas, por hábitos y costumbres tribales, no por evidencia.
Desde mi perspectiva, ese tipo de «enseñanza» parece terriblemente
limitada, instalando a la mente humana culturalmente condicionada
directamente al centro de todo, por lo que, por tomar un ejemplo, el amor--el
cual es una experiencia/sentimiento humano (después de todo no decimos
que una mosca ama a otra mosca) se vuelve definido como «Verdad».
Esa antropocentricidad me recuerda mucho al punto de vista de los
antiguos como Ptolomeo quien, imaginando que la Tierra era el centro del
Universo, construyó una historia compleja entera sobre los movimientos de
los cuerpos celestes, la cual no tenía base alguna en hechos. Esa historia,
falsa como era, perduró durante 1500 años o más. Incluso hoy en día, ciertos
cristianos y otros creyentes en la Biblia están molestos con una cosmología
que no pone a la Tierra y a los seres humanos al centro del Universo.
Un ser humano, digo yo, es el centro de nada más que su propio punto
de vista. La gente puede pasarse la vida felicitándose a sí mismos por haber
percibido alguna «Verdad» global. Eso es un paraíso de tontos. Uno puede
hablar razonablemente sobre altruismo, sacrificio, amor, compasión y
similares como experiencias humanas, pero si verdaderamente hay «Verdad»
primordial cualquiera, seguramente no puede únicamente consistir en lo que
parece existir desde una perspectiva humana, ni podemos esperar que sea
accesible al entendimiento humano.
Nosotros los humanos vemos solamente la más pequeñísima parte del
Universo, la mayoría del cual es invisible para nosotros. Qué egoísta,
engreído, complaciente y presumido parece hablar de la «Verdad» con «V»
mayúscula. Si me descubriera a mí mismo hablando de esa manera, quisiera
que me lavaran la boca con jabón.
En mi opinión, parlotear sobre la «Verdad» sirve principalmente
como una forma de reducir la ansiedad frente las incertidumbres existenciales
de la situación humana, con frecuencia suavizadas o empapeladas, pero
nunca completamente fuera del cuadro. En la economía psíquica humana,
quiero decir, la certeza sobre una así llamada «Verdad» u otra, funciona,
sobre todo, como un analgésico para calmarse a uno mismo. Si dudas esto,
simplemente observa las reacciones turbulentas de los creyentes fervientes
cuando a sus ídolos se les lanza duda razonable común.
Lo que es, es. Cuando el Buda, en lugar de hablar, permaneció en
silencio simplemente mostrando a su audiencia una flor perfecta, los monjes
reunidos esperaron a la expectativa a que comenzara el sermón. Solo
Mahakas’yapa entendió, y al ver esa comprensión, el Buda sonrió.
La sensación del ser está aquí ahora mismo, siempre presente de una u
otra manera, así que no hay nada por obtener, ni nada a lo que uno deba
aspirar. Uno entra naturalmente en el flujo mismo de ideas, eventos y
sentimientos sin nunca imaginar que uno está logrando algo cualquiera --sin
imaginar nunca que uno comprende ese flujo o su fuente; o siquiera que uno
existe en manera cualquiera aparte del flujo. Cada momento simplemente es
lo que es cuando lo es. Eso es lo que quiero decir cuando digo que el
despertar nunca termina. Imagino que la referencia a la «liberación gradual»
que Shen Hui hizo, era su manera de decir que el despertar nunca termina.
P3: Gracias por tu muy clara respuesta, Robert. No creo haberte
escuchado utilizar la palabra «práctica» antes, pero me gusta lo que con ella
quieres decir.
R: No es una palabra que utilice mucho, excepto en el contexto de la
negación, para señalar que ningún procedimiento o idea fija será útil en el
despertar.
P4: Robert, si no tienes creencia alguna en un ser supremo, ¿dónde
dirías que se origina tu consciencia?
R: No tengo idea, y apostaría a que tampoco tú; a menos que sea una
de segunda mano basada en ciertas cosas que te haya dicho alguien quien
fingía tener acceso a la «Verdad», y que luego te hayas tragado eso que oíste
como si fuera realmente verdad.
Las preguntas sobre fuentes absolutas no tienen respuestas factuales;
de manera que hacer preguntas así, es un pasatiempo de tontos que solo
puede convocar las aseveraciones doctrinales deterioradas comúnmente
implementadas en contra de las ansiedades de la vida ordinaria. Cuando digo
«vida ordinaria», me refiero al vivir en el aquí y el ahora sin fe en las
promesas de un jefe supremo benigno sobre un futuro mejor, o las
aseguraciones sobre un eventual Nirvana. Me refiero a una vida en la que en
un instante podemos perder para siempre a un amigo o compañero y no
reencontrarnos con él o ella en algún «Cielo» putativo. Me refiero a una vida
que pudiera no tener propósito alguno más allá del vivirla momento a
momento.
Todos los profetas, jñanis y maestros en la historia, eran seres
humanos tal como tú y como yo. Ellos tenían sus experiencias e ideas, tú
tienes las tuyas y yo tengo las mías. Tienes todo el derecho de creer lo que
sea que creas. Eso está bien conmigo. No te estoy diciendo qué creer o qué no
creer. Todo lo que digo aquí es únicamente auto-expresión, sin ningún otro
plan. Nunca pienso respecto a seres supremos, despertar, ni nada de eso; a
menos que alguien me pregunte al respecto.
Después del choque inicial, me llevó varios años--incluyendo las
tribulaciones de una enfermedad seria--antes de que pudiera aceptar lo que
ahora parece completamente obvio e innegable: no hay «ser» separado de lo
que es visto, sentido y pensado. Durante aquel periodo de ajuste, pensaba
mucho sobre estos asuntos y leía lo que otros tenían que decir, pero hoy en
día estoy en el reino de la participación espontanea, no del análisis. Quizá
esto es a lo que Shen Hui estaba llamando liberación.
La libertad de lo conocido, como Jiddu Krishnamurti lo llamó, no es
un juego intelectual, sino una experiencia que cambia tu mundo. Vivir sin
preguntas, y mucho menos sin respuestas, pudiera parecer descorazonador o
hasta nefasto. Muchos aquí están acostumbrados a las conversaciones auto-
reconfortantes en las que la suposición sobre lo que constituye la «realidad»
sirve para prevenir los pensamientos no invitados sobre el aparente vacío y la
posible carencia de significado del ser humano. Uno pudiera temer que el
despertar a la vida sin objetivos e ideologías conducirá a la depresión o la
desesperación, de manera que uno titubea en tomar fresco cada momento,
libre de cualquier programa espiritual. Pero esa misma renuencia--esa
evitación—es un impedimento para el despierto vivir ordinario, el cual
requiere masticar y tragarse la experiencia de uno, momento a momento, sin
explicaciones, sin promesas de glorias futuras y a veces, con apenas
suficiente saliva para pasársela.
P2: Cuando dices «evitación», ¿a qué te refieres que está siendo
evitado, Robert?
R: Quiero decir notar que desde el punto de vista de «mi ser»,
distinguir entre la realidad y la ilusión pudiera no ser completamente factible.
Por supuesto, eso es solo lo que digo yo.
Capítulo 3, El despertar nunca termina
P: Robert, como una persona aparentemente despierta y dispuesta a
contestar preguntas, ¿cuál dirías que es la pregunta que es más importante
hacer?
Nadie sabe lo que «mi ser» es. Nadie. Se hacen aseveraciones, pero
una aseveración no es un hecho. La llamada «espiritualidad» está compuesta
casi completamente de aseveraciones respecto al tema de «yo mismo». Pero
nadie sabe lo más mínimo al respecto.
Como todo lo demás, «mi ser» siempre está cambiando, así como los
entendimientos de este momento pueden ser opacados en el siguiente por una
versión más brillante, o pudieran incluso parecer haber sido simplemente un
entendimiento equivocado. Alguna vez dije palabras que no diría ahora. De
hecho, si alguien más me dijera ahora esas cosas, quizá estaría yo en
desacuerdo completamente. Así que supón que te diera algún consejo hoy y
que tú lo siguieras, y luego en un par de años nos encontráramos de nuevo y
te dijera: «Oye, ¿sabes aquel consejo que te di hace un par de años? Bueno, el
despertar nunca termina, y, bueno, olvídate de aquel consejo. Ahora veo las
cosas de manera diferente».
Hace unos años, en respuesta a una pregunta respecto a qué es «mi
ser», dije: «Todo lo que surge es conocido como una impresión en o sobre la
consciencia y esa consciencia soy yo». Eso está bien hasta donde llega,
supongo, pero para mi oído presente, suena predecible, simplista y hasta un
poco preparatoriano. Y «yo» lo dije. Pero el «yo» que soy ahora no es el
mismo yo que dijo esas palabras en aquel entonces. Nada es nunca lo mismo.
El yo del siguiente segundo no es el mismo yo de este segundo. Todo está en
constante cambio. «Esto también pasará», no es un enfoque filosófico
elevado o un mantra para calmarse, sino un simple hecho.
Después de oír toda esa contradicción, tal vez hayas perdido interés
en cualquier consejo mío. Después de todo, ¿qué tal que el año entrante te
diga que estaba completamente equivocado, y que un contenedor vacío de
hecho sí existe?
Así que, si acaso todavía quieres mi consejo sobre «la pregunta que es
más importante hacer», esa es; y no me la haces a mí, sino a ti mismo:
«¿Dónde estás hermano?»
No qué sé sobre religión y espiritualidad, ni cómo imagino que sería
estar «despierto». Deja todo eso de lado y, sin referencia a nada de eso,
simplemente pregúntate a ti mismo: «¿Dónde estoy ahora mismo?» Tarde o
temprano se reducirá al ahora mismo. Si no ahora, ¿entonces cuándo?
Capítulo 4, Los pensamientos no son un impedimento para mí
P: Hola, Robert. No puedo descartar la posibilidad de la negación y
del escapismo a los que tú tan hábilmente señalas. Los fuegos de la
sinceridad y de la curiosidad pura aquí son atizados con frecuencia y estoy
muy agradecido.
Me imagino que debe ser frustrante que te hagan las mismas
preguntas una y otra vez, y odio ser repetitivo. Pero si el asunto fuera más
simple o fácilmente resuelto, habría sabios en cada esquina y simplemente no
los hay. Es un trabajo muy difícil el condenado. Algunos puntos no se
entienden fácilmente.
Es una lección difícil, Robert, trabajar en contra de mis propias
motivaciones. Intenté poner en palabras exactamente qué me mantiene
dándole vueltas a la iluminación y ese tipo de cosas. Terminé en una especie
de regresión infinita entre «quiero de verdad entender esto, no por razón
alguna, no en ningún beneficio propio, sino tan solo porque está ahí», y
«necesitar seguir diciéndote eso a ti mismo significa que aun quieres un
pedestal para colocarlo encima».
A: Así es. Nunca niegues la posibilidad del auto engaño, porque
siempre está ahí hasta que ya no. Cuando ya no esté, percibirás el cambio, tal
como una persona quien normalmente bebe café con crema y azúcar sabría si
repentinamente el líquido en la taza fuera cambiado a negro. Sin embargo, no
es tan fácil reconocer el auto engaño en primer lugar, como lo es notar su
ausencia; lo que se siente como un espacio totalmente abierto y libre de
escombro.
Esto no es cuestión de trabajar en contra de tus propias motivaciones.
Tendrías que estar motivado a hacer eso y nadie puede elegir estar motivado
ni cómo. Entonces, esto no es cuestión de trabajar «en contra de» cosa
alguna, sino de ver que, en cada momento, cualesquiera motivaciones que
existan son lo que son y no pueden, en ese momento, ser diferentes. Esas
motivaciones son tú. El «tú» que se siente aparte o separada de esas
motivaciones, para que las motivaciones sean de alguna forma «trabajadas en
contra de», es el protagonista ficticio en una historia que te sigues contando a
ti mismo respecto a la elección y al libre albedrío. Miles de millones de otros
seres humanos se están contando a sí mismos la misma historia. Nos la
inyectaron en la mente cuando niños y la mayoría de nosotros nunca lo
superamos. Pero ni la prevalencia ni la concordancia de opinión hacen de
una historia algo cierto, solamente algo popular.
De manera que no es cuestión de cambiar motivaciones, ni siquiera de
cambio de comportamiento. Esta es una cuestión de ver y entender la
falsedad de la idea habitual repetitiva de que uno puede decidir cambiar y
después efectuar ese cambio a través de la «fuerza de voluntad».
La sensación de «yo mismo» como una presencia independiente que
decide, localizada tal vez en el área justo detrás de y entre los ojos de uno,
toma algo unitario--la totalidad del ver, sentir y pensar que en realidad es «yo
mismo», y crea una división entre el «yo mal motivado» y el «yo mejor
intencionado» --quien se interesa en la iluminación y espera obtenerla a
través de trabajar en contra del mal motivado. Pero esa división es ficticia, y
también lo es la idea de un yo separado, desconectado, quien puede observar,
juzgar y finalmente elegir cuáles motivaciones seguir y cuáles ignorar. Todo
lo que ves, sientes y piensas es tú. Cualquier división es únicamente
conceptual, sin existencia factual.
Para ponerlo llanamente, no hay un «hombrecito» sentado en medio
de tu cráneo quien pueda decidir nada. Ese homúnculo es un fantasma.
Nadie puede elegir entender. La comprensión ocurre cuando ocurre y
en la manera en la que ocurre. Si las palabras en esta página detonan
entendimiento en la mente a la que llamas «yo mismo», entonces reconocerás
la falsedad de la división entre bueno y malo, y tu empeño por la iluminación
llegará a un final. No que «tú» lo termines, sino que, cuando el entendimiento
cambia, el comportamiento cambia naturalmente con él.
Sin esa comprensión, esta división seguirá sucediendo en
conversaciones al estilo de perro de arriba vs perro de abajo que nos resultan
conocidas a todos de una u otra forma:
Perro de arriba: «Realmente no deberías estar haciendo (deseando,
temiendo) eso».
Perro de abajo: «Déjame en paz. Hago lo mejor que puedo».
Perro de arriba: «Eres tan enclenque».
Perro de abajo: «Sí, pero no lo puedo evitar».
Etcétera, ad infinitum.
La única «realidad» que puedes jamás conocer es la totalidad de lo que ves,
sientes y piensas ahora mismo--todo ello. Nadie está haciendo eso. Todo es
de una sola pieza y no puede ser dividida. No tomes mi palabra por esto ni
por ninguna otra cosa. Míralo tú. Pregúntate a ti mismo si ese enunciado es
factual.
Si estás interesado en la iluminación, no sirve de nada negar ese
interés. No hay sentido en separar «mi ser» de la experiencia momento a
momento en esa forma, ni tampoco podría «mi ser» ser dividido, aunque
existiera una razón tal. La experiencia es toda de una pieza, y es toda tú.
Teniendo eso en mente, sin tratar de cambiar nada, solo deja lo que quiera
que surja en cada instante único ser lo que quiera que sea, y quizá podrás ver
lo que el ahora es.
A mí no me gusta la palabra «iluminación». Prefiero decir que estoy
despierto, lo que, considerando el deleite asociado con la consagrada idea de
la iluminación (considera la trillada imagen de un dichoso, radiante ser «auto-
realizado» o «maestro perfecto»), es una afirmación mucho más modesta.
Para mí, «despierto» significa fluir con la condición fundamental e
intrínseca de cada momento; momento a momento, sin buscar un
«significado», sin buscar respuestas y sin exigir que nada sea distinto a como
es.
Si uno no está iluminado, entonces la «iluminación» es únicamente
algo de a oídas respecto a lo cual uno no sabe nada de primera mano— una
fantasía. Y es un tipo peligroso de fantasía, que es donde tu pregunta
comenzó, porque provee infinito material para el escapismo, con lo cual
quiero decir andar por ahí en un trance, persiguiendo un pensamiento
respecto a un logro futuro. Vivir de esa manera es como hacer que un burro
camine hacia adelante por medio de mostrarle una zanahoria frente a su nariz.
Tengo tres burras como mascotas y esa maniobra funciona bien con ellas.
Muéstrales la zanahoria y siguen moviéndose «hacia adelante», lo que para
ellas significa a donde sea que esté la zanahoria. Para ti, la zanahoria es la
fantasía de la «iluminación» – la promesa de un yo mismo que es «mejor», y
que la pasa mejor, que lo que eres ahora.
Esa es una imagen--un dibujo mental--pero hay una sensación de ser
esta «aliveness» que no es pensamiento y que no promete nada. Todos
nosotros hemos visto y sentido eso a veces, como estoy seguro de que tú lo
has hecho.
A la luz de eso, mis pensamientos no me significan gran cosa, así que
no son un impedimento para mí.
Capítulo 5, Libre de pensamientos no deseados
Preguntas:
1. ¿Te sientes una «presencia independiente, separada», mientras al mismo
tiempo te sientes parte de un entero mayor?
2. Por definición, ¿se sentiría un «ser» independiente, separado, parte de un
entero mayor?
3. Si tal es el caso, ¿no es estar atado a esa creencia en la separación, lo que
lo ata a uno a un estado de sufrimiento mientras la creencia se mantenga?
R: No diría yo que ese sentido de presencia individual sea una «creencia».
Digo que un sentido de uno mismo como un ser vivo--un ser humano--es una
experiencia con la que todos los humanos que he conocido están íntimamente
familiarizados. No te pido que estés de acuerdo. Cree lo que sea que creas.
Simplemente así es como me parece a mí.
En lugar de plantear preguntas hipotéticas, ¿por qué no solamente
mirar a tu propia vida con entera honestidad? ¿Sufres, o no? Si sí sufres—
alguna vez--entonces tus palabras aquí, particularmente la pregunta número
tres, no constituyen nada más que una creencia en algún testimonio de oídas,
no un conocimiento propio tuyo.
Los testimonios de oídas puede que sean suficientemente buenos para
ti, pero a mí no me hacen nada. Si, por otra parte, no tienes sentido de
presencia individual, y así nunca sufres para nada, entonces ¿por qué te
importa lo que yo diga?
Capítulo 11, El viaje del héroe
P: Hoy algo se aclaró tanto con respecto a una forma de pensar que
adopté mientras vivía en un monasterio budista; durante ese año, dormía en
una tienda pequeña sin servicios. Estos eran hermosos monjes del bosque de
Tailandia. No tenían ninguna pertenencia aparte de sus cuencos y las túnicas
que traían puestas. Si comían, era porque sus seguidores les daban de comer.
Ahí experimenté tales extremos de dicha y sufrimiento. Fue en la compañía
de aquellos monjes que adopté la idea de renunciar a todo objeto en mi
profundo deseo por conocer la verdad.
Desde haber «matado al Buda» [se refiere a renunciar a depender de
la mujer quien había sido su gurú durante años, Ed.] He estado moviéndome
a tientas y a ciegas. He estado probándome ideas y quitándomelas luego,
como prendas de ropa. He estado cavilando la cuestión de cómo mi vida se ha
desenvuelto. No poseo nada de valor sino mi viejo auto y mi trabajo de arte.
No ha habido pareja en mi vida por más de 15 años. De manera que estoy sin
un quinto y sola. ¿Cómo puede ser esto, cuando estaba yo tan comprometida
a conocer la verdad?
Fue sorprendente comprender que nunca había sido necesario
renunciar a nada para ser auto-realizada. Entonces, al leer tu conversación
sobre el pensamiento mágico, entendí que el pensamiento mágico de los días
de monasterio, aunque lo llamaban «budismo» y no pensamiento mágico, me
había colocado en esa dirección de renunciación.
Pero incluso ahora, todavía no puedo comprender que nunca tuve
alternativa respecto a nada de esto, ni en la cuestión de cómo mi
entendimiento actual vino a ser. Si nadie tiene el poder de elegir, eso
significaría no solamente que no elegí yo el pensamiento mágico, junto con la
dirección de mi vida que fue trazada en aquellos días monásticos, sino que
tampoco elegí dejar el pensamiento mágico y matar a Buda cuando lo hice.
Robert, ¿comentarías y explicarías, por favor?
R: Nadie, digo yo, nunca, en realidad, elige cosa alguna. Después de
la profunda conmoción de ver eso, todavía tenía a veces yo la sensación de
elegir, pero esa ilusión parece haber desaparecido por completo.
Actualmente, nunca siquiera siento que estoy eligiendo. Es claro para mí que
«Robert» existe en una mutua coexistencia con todo lo demás en el universo,
y que, consecuentemente, no tiene más poder de elegir qué percibir, sentir o
pensar que una medusa tiene poder para nadar contra corriente. Un buen
ejemplo: nunca elegí escribir sobre el pensamiento mágico. Esas
conversaciones simplemente se materializaron en la misma forma en la que
se materializaron las palabras que me descubro a mí mismo escribiendo
actualmente. Los pensamientos simplemente emergen sin invitación. ¿Quién
sabe de dónde, cómo, o por qué?
Ahora, por la misma razón, al leer mis palabras, ningún lector puede
simplemente elegir parar el pensamiento mágico. Pero leerlas pudiera proveer
la última gota de información que, cuando es agregada a todo lo demás en
una mente humana, inclina la balanza entre ideas en competencia apenas
suficientemente como para que el pensamiento mágico sea visto como lo que
es--escapismo y auto-hipnosis. Entonces, si estás libre del pensamiento
mágico de tus días monásticos, no es porque tú elegiste deshacerte de tales
creencias. Cuando una mentira es vista como una mentira, la creencia en esa
mentira termina automáticamente, no porque alguien haya decidido
intencionalmente dejar de creer.
Al leer esas mismas palabras mías, alguien más pudiera no empezar a
cuestionar su pensamiento mágico como tú lo hiciste, sino, sintiendo
amenazadas sus convicciones religiosas, de hecho, acogerlas todavía más, lo
que en psicología se llama «formación reactiva». Parte de la reacción
formada en ese marco mental, pudiera incluir sentir lástima por el pobre viejo
Robert, por dudar que Jesús lo ama y que le daría la bienvenida en el cielo si
tan solo tuviera suficiente fe, e incluiría, por supuesto, infinita compasión por
los escépticos como él, quienes arderán en el infierno mientras los fieles
gozarán de una eternidad en el Paraíso.
Cuando uno empieza a luchar con la idea de nunca haber tenido una
posibilidad real de elección sobre cosa alguna, sino solamente una aparente
posibilidad de elección, eso pudiera parecer des-empoderador, deprimente, o
hasta aterrador; pero el lado positivo es que se desvanecen los
arrepentimientos, los remordimientos, los auto reproches y demás, mismos
que asumen poderes que nadie en realidad posee.
Nunca elegiste la creencia de que la renunciación a los intereses
materiales fuera necesaria para la así llamada «autorrealización». En tus
propias palabras, tú «lo aprendiste» con el contacto con los monjes. Así es
como los pensamientos entran a la mente; los aprendemos con el contacto.
Ese contacto puede ser fortuito, o alguien pudiera intencionalmente inculcar
esos pensamientos, como los padres lo hacen con los hijos «por su propio
bien», o los maestros espirituales predicando a sus rebaños.
Los pensamientos, incluyendo los tipos de pensamientos a los que
llamamos intenciones, surgen inevitablemente y no hay un «yo mismo»
separado de ellos excepto a manera de otro pensamiento. Seguro, cuando los
pensamientos cambian, las intenciones cambian y el comportamiento cambia.
Pero uno no puede elegir qué intención tener, ni tampoco decidir qué pensar.
Si pudiéramos, este sería un mundo bastante diferente.
Somos lo que somos en este momento. Ahora, habiendo visto la
futilidad de la renunciación como un método espiritual, luchas con el
arrepentimiento: «¿Por qué no pude haber entendido esto antes? Si tan solo lo
hubiera hecho, mi vida ahora hubiera podido ser completamente diferente».
Eso quizá sea cierto, pero no hay, digo yo, «por qué». Únicamente es así
como crujió la tostada. Me siento feliz por ti, que lo has entendido siquiera.
El entendimiento de que la consciencia es carente de elección es el
nacimiento de la compasión, tanto para con uno mismo, como para nuestros
semejantes, quienes, uno ve, no tienen más alternativa que tú sino de ser lo
que son.
P1: ¡Muchas gracias por esto, Robert! Justo al blanco, e incluso más
cayó en su lugar después de leer tu respuesta. ¿Elegí yo este profundo
entender o insight? Solo puedo decir que fue revelado y siempre he querido
esta profunda claridad de ser. Momento a momento veo más claramente la
libertad que expresas y enseñas en las palabras que compartes. Y me hace
feliz que estés feliz por mí. Ayuda el tener amigos cerca para este
desenmarañe. Es intensamente doloroso, pero con todo y todo, estoy contenta
de que así cruja la tostada.
Capítulo 14, No hay un “cómo” ser libre
Recibí un tipo de mensaje con una pregunta de parte de alguien que había
sufrido la pérdida de un ser querido y ahora tiene que sobrellevar serias
preocupaciones médicas. Aunque conservando su anonimato, quiero
compartir el quid de la cuestión, porque estas preguntas se nos ocurren a
tantos de nosotros.
P: La gente dice que lo que te ocurre no muestra quién eres, pero que cómo
reaccionas a lo que ocurre sí lo muestra.
R: Desde mi perspectiva, esto parece una falsa dicotomía. No hay un «tú», yo
digo, a quien le ocurran las cosas. Lo que ocurre es tú. Tu reacción no es algo
que un «tú» hace. Tu reacción es tú. Todo es tú.
Sé que esto puede ser difícil de entender. Mucho antes de la edad de
la razón, a través de premios y castigos, se inculcan normas culturales en el
niño, casando a ese niño con una identidad fija llamada «yo». Una
característica principal de esa identidad es la supuestamente clara, inequívoca
separación entre yo mismo, el hacedor, y lo que ese hacedor hace. Esa
separación errónea no beneficia al individuo para nada, digo yo, pero las
sociedades la requieren para que cada persona («persona» es una designación
cultural, no un hecho biológico) pueda ser, legal y socialmente, considerada
responsable.
Esa entidad aparentemente fija--la persona a quien le ocurren cosas y
quien entonces tiene que «ser fuerte» o lo que sea-- es una idea equivocada.
Es una identidad falsa impuesta en el niño desde el nacimiento. «Mi ser»,
digo yo, es mejor entendido, no como una entidad fija, sino como un
conjunto entero de percepciones, pensamientos y sentimientos en este preciso
momento. Excepto como una convención social, no hay otro «mi ser». Hasta
los recuerdos del pasado o las fantasías sobre el futuro, que parecen apoyar la
idea de un yo mismo que existe fuera de este momento, son solamente las
percepciones de este momento.
Aunque el cuerpo físico cambia constantemente, tal como todo lo
demás, el cuerpo parece persistir en maneras que las percepciones, los
sentimientos y los pensamientos no. Otros reconocen a este cuerpo y le
llaman un nombre. Este cuerpo nombrado en sí es considerado socialmente
una «persona». Dado que hemos aprendido a identificar a «mi ser» como ese
cuerpo con nombre y con la persona que otros consideran que es, tal vez
empecemos a imaginar de verdad ser esa «persona». Entonces, cualquier
pensamiento que tenga que ver con esa persona--con ese nombre y forma--
adquiere exagerada importancia, incluso volviéndose completamente
obsesivo.
El nombre es durable; está en tu licencia de conducir y en tus tarjetas
de crédito si tienes. Es parte de tu «archivo permanente». La forma es
durable; el cuerpo que se acostó para dormir aún está ahí al despertar. La
cualidad o condición de ser una persona individual, construida por nombre y
forma, es durable: «buen viejo Robert». Pero mi ser, estoy diciendo, no es
durable. Mi ser es un fluir--un proceso, no una «cosa».
Considera este escenario: Juanito, quien ha sido cuidadosa y
apropiadamente socializado para «comportarse», hace algo que su madre
considera travieso.
«Juanito», regaña la madre. «¿Qué estás haciendo? ¡Tú no eres así,
para nada!»
¿Qué significa «tú no eres así»? ¿Qué podría ser más como él, que
algo que acaba de hacer? Lo que quiere ella decir con eso, es que el último
oleaje en el fluir llamado «Juanito» no combina con la persona que ella se
imagina que es su hijo, o que quiere que sea. Pero el fluir es un hecho,
mientras que la persona, Juanito, es ficticia--únicamente una construcción
social.
Dado que estamos tan profundamente condicionados socialmente,
fácilmente caemos en la ilusión de un mi ser que no es un fluir, sino una
presencia fija que persiste con el tiempo; y el frecuente repetir memorias--
incluyendo en estos tiempos fotografías, grabaciones y otros recuerdos--
parece confirmar la existencia de mi ser en el pasado, profundizando la
ilusión de la permanencia. Pero una imagen en una fotografía no es mi ser.
Nunca lo fue. Esa fotografía retrata un cuerpo, no un ser. No tomes mis
palabras como hechos aquí. Míralo tú. Considéralo.
Las percepciones, los sentimientos y los pensamientos no son objetos,
así que no pueden ser grabados con una cámara. Y aún si la fotografía parece
evocar de alguna manera un yo mismo que existió en el pasado, ese yo
mismo no está aquí ahora y nunca puede volver otra vez.
Cuando lo vemos profundamente, mi ser, el cual tantos de nosotros
simplemente asumimos que existe como una presencia fija, no es así para
nada. Mi ser surge fresco en cada momento como la reunión instantánea,
transitoria de percepciones, sentimientos y pensamientos de ese momento.
Esas percepciones, sentimientos, pensamientos no están ocurriéndome a mí,
ni tampoco son míos. Ese fluir de percepciones, sentimientos y pensamientos
es yo.
Cuando amamos a otro ser sentiente, puede que intuyamos más
fácilmente la verdadera impermanencia del ser, porque el amor más profundo
es un adiós continuo, momento a momento. Cuando un ser querido muere y
entendemos que nunca más miraremos esos ojos, vemos la profundidad de
nuestro apego al nombre y a la forma, aunque, en nuestro corazón de
corazones, sabíamos todo el tiempo que todos debemos morir.
No hay manera apropiada de responder ante una pérdida tal. Lo que
es, es, incluyendo «mi respuesta», y no puede ser diferente. La respuesta ante
la pérdida no es algo que un agente llamado yo mismo haga; la respuesta es
mi ser y también lo es el sentido de pérdida.
P: Ojalá pudiera sentir amor en lugar de miedo, pero, ¿cómo?
R: Nunca hubo un «en lugar de» y nunca lo habrá. Nunca hubo la posibilidad
de elegir sustituir el miedo por el amor. Nadie puede decidir sentir miedo, o
decidir no sentirlo. Cuando el miedo está presente, el miedo es sentido. Si el
miedo disminuye y el corazón se abre al amor, nadie eligió eso tampoco. Tal
vez hablemos de elección, pero nadie está realmente eligiendo nada. El
arroyo de consciencia--incluyendo cualesquiera pensamientos respecto a
decisiones y elecciones--es un río que solamente sigue fluyendo como debe,
y ese río es yo, el único yo que puedo conocer jamás.
Entonces, si va a haber amor, debe incluir compasión para con todos
nosotros cuyos miedos y deseos nunca fueron elegidos para empezar.
Compasión por aquel sin permanencia. Compasión por aquel siempre en
flujo. Para mí, «compasión» significa comprensión sin expectativa.
P: La raíz de mi pregunta, Robert, es esta: Solía sentir una especie de
fuerza interior que ahora está perdida y quiero recuperarla. ¿Pero en realidad
existe la fuerza interior? ¿O mi ser pre-pérdida solamente vivía en un mundo
de ingenuidad, de manera que era capaz de operar sin miedo? ¿Cómo
encuentra alegría la gente que enfrenta retos difíciles en circunstancias que
dan miedo? Pienso que la mayoría, si no es que toda la gente, elegiría la
alegría, pero ¿cómo?
R: Sí, estabas viviendo en un mundo de ingenuidad junto con el resto
de tus hermanos y hermanas humanos, y continuarás viviendo en un mundo
de ingenuidad sin importar qué. La relativa profundidad de la ingenuidad de
uno pudiera disminuir, o no; pero uno nunca está completamente al tanto. Esa
es la condición humana. Mi ser nunca es solamente lo que piensa ser y nunca
sabe únicamente lo que cree saber.
Tu ser pre-pérdida era ingenuo respecto a cierto tipo de pérdida y
dolor, y a lo que estás llamando el ser post-pérdida es ingenuo respecto a
otros tipos de pérdida y a otras variedades de dolor. No sabemos cómo nos
sentiremos en momentos venideros, ni qué puede que experimentemos. No
sabemos qué sentiremos siquiera en el mismísimo momento siguiente, por no
decir nada del imaginado futuro lejano. Las percepciones, los sentimientos y
los pensamientos nos son revelados solamente momento a momento, nunca
por adelantado.
Esta imprevisibilidad de pensamiento y sentimiento es un aspecto de
la impermanencia que es la condición natural, a nivel de raíz de la vida
humana. La impermanencia no es una enfermedad o un problema que
necesite cura, sino simplemente la manera como son las cosas. No hay
remedio alguno--psicológico, espiritual, o de otro tipo--para la
impermanencia. No hay camino de aquí a algún futuro mejorado, ni tampoco
garantía alguna. Excepto en la fantasía, el «futuro» no tiene existencia. El
futuro es todo aquello que no conocemos.
Uno no elige cosa alguna, estoy diciendo. Ni alegría, ni nada más. En
este momento, las cosas son como son, y no pueden ser distintas. De manera
que, cuando hay alegría, no viene por medio de ningún «cómo»; sino porque
la alegría puede surgir espontáneamente bajo las circunstancias más extrañas,
en maneras que uno pudiera nunca imaginarse. Este momento se desenvuelve
como debe y este momento es tú. Sé que esto es difícil de entender. Nuestra
temprana y continua condicionante como «personas» lo hace difícil de
entender.
Hay una historia del reconocido maestro Zen, cuyos estudiantes
llegan para encontrarlo sentado en el suelo, empapado de lluvia frente a su
casa. Desaliñado, salpicado de lodo y desnudo, está golpeteando una olla
vacía con una cuchara de madera y lamentándose. Habiendo conocido al
maestro como una persona siempre con la mayor dignidad, tanto en su
vestimenta como en su comportamiento, ante este espectáculo los estudiantes
están estupefactos y entran en un largo silencio. Finalmente, el más avanzado
de los estudiantes puede hablar:
«Maestro, ¿qué ha pasado?»
El viejo solamente continúa golpeando la olla y cantando su lamento.
«Maestro, maestro», dice el estudiante. «Nos has instruido que, por
encima de todo, nos sentemos tranquilamente, residiendo siempre en el
centro calmo. ¿Por qué sigues así?»
Finalmente, el maestro deja de golpear la olla y responde.
«Bueno», dice. «Anoche murió mi esposa, y me encuentro sentado
aquí, en el suelo, desnudo y solo, golpeando una olla».
Capítulo 16, No existe la seguridad en ser un humano
¿De verdad? ¿Es cierto eso? ¿Soy «yo» realmente inmutable, o está
mi ser cambiando junto con todo lo demás? ¿Y realmente soy un testigo? Si
así fuera, ¿de qué estoy siendo testigo y cómo es «mi ser» separado de
aquello de lo que estoy siendo testigo?
Las explicaciones pueden ser útiles. Quiero saber, por ejemplo, qué es
ese ruido metálico en el motor de mi coche. Esa utilidad, sin embargo, sale
por la ventana en cuanto alguien se vuelve arrogante por saber La Verdad--
quiero decir, por supuesto, la así llamada «Verdad»--acerca de la relación
entre el cerebro y la mente, acerca de lo que mi ser realmente es, acerca de
por qué hay algo y no nada, acerca de si Dios existe o no, acerca de qué es la
fuente original de la consciencia, acerca de qué es real y qué es solo
«aparente» y otras cuestiones absolutas. Temas como esos obligan a la
fábrica de explicaciones a entrar en un territorio donde, a falta de la
información requerida para, de hecho, explicar cualquier cosa, la fábrica de
explicaciones instantáneamente se transforma en una fábrica de fantasías.
De manera que, respecto a las cuestiones absolutas del tipo hacia las
cuales se espera que las indicaciones espirituales apunten, yo digo que
nosotros los humanos estamos todos en altamar en el mismo barco--el S.S.
Limitación Humana. Nadie sabe la «Verdad». Cuando mucho, lo único que
cualquiera de nosotros puede ofrecer, es una descripción de nuestras
percepciones, sentimientos y pensamientos en este preciso momento. Aunque
tratemos de negarlo, en el momento siguiente, todo eso podría cambiar. Así
que, ¿por qué llamar «Verdad» a las descripciones de pensamientos--mismos
que siempre están sujetos a cambiar?
Pensaría yo que una sola indicación sería suficiente para alejarte para
siempre de tener la expectativa o de querer que otros hagan tu trabajo por ti.
Si una indicación no puede hacer por lo menos eso, solamente está apuntando
hacia mayor confusión.
Capítulo 22, ¿Por qué descartas completamente la
espiritualidad?
P: Robert, encuentro interesantes y provocativas tus palabras, pero
cuando descartas completamente la espiritualidad, me doy cuenta que no
puedo aceptar eso. La espiritualidad existe por todo el mundo y a través de la
historia. La espiritualidad es una realidad para millones. ¿Cómo puede una
persona individual simplemente eliminar todo eso únicamente con llamarlo
mágico pensar o escapismo?
R: Esa es una pregunta justa y estoy dispuesto a hablar del tema, pero
la respuesta más directa es que hace mucho tiempo ocurrió un cambio
repentino e inesperado en mi manera de entender al ser y al mundo. Mi
sentido de ser fue transfigurado todo a la vez y drásticamente, de manera que
las ideas y las creencias llamadas «espiritualidad», que parecen ocupar tanto
pensamiento, tanto debate, tanta batalla y tanta infelicidad, en mi mente
parecen irrelevantes; apenas vale la pena hablar al respecto.
Nadie, digo yo, elige qué creer. Más probablemente, cada uno de
nosotros nace con cierta propensión para creer lo que nos dicen y entonces la
sustancia de esas creencias depende de lo que nos dicen. Es como si uno
naciera con una taza esperando que ésta sea llenada con ideas, pero el
contenido de esa taza depende de la suerte de la lotería--la familia de origen
de uno y su mitología, más los preceptos autoritativos del ambiente cultural
más amplio.
Una vez que esa idea echa raíz, entonces viene la necesidad de la así
llamada «fe», junto con doctrinas, prácticas e instrucciones, todas dirigidas a
la adquisición de esa perfección.
Si, por ejemplo, a una niña se le enseña que tiene un «alma inmortal»
y que ella, como «pecadora» requiere salvación por medio de la fe, la oración
y la obediencia, esa mismísima enseñanza en sí crea un problema que, para
empezar, nunca debió haber existido sin la implantación de ese cuento de
hadas.
Entonces, una vez que chorradas como «nacida pecadora que requiere
salvación para evitar el infierno» han sido instaladas en la actividad mental de
la niña--lo cual en realidad es infectar a la niña con una enfermedad social--
más chorradas necesitan ponérsele enfrente como la «cura». Una cura
imaginaria para una enfermedad imaginaria. Desde aquí, eso parece tan triste.
P: ¿Puedes por favor explicar qué quieres decir con estar en quietud
internamente, o tal vez tener la amabilidad de redirigirme a algo que hayas
escrito? Estoy muy interesado en los conceptos de wu wei y en la meditación
como una forma de vida.
Por una u otra razón--tal vez carisma, tal vez porque el nombre del
gurú atrae muchos seguidores, quizá porque el gurú parece prometer algo
«espiritual» y por ende «deseable» --algunos oyentes considerarán las
palabras de un gurú ser indudable «Verdad». Pero el considerar a otro ser
humano como un experto concluyente en estos aspectos, es tonto a la vista
del mismo--un juicio partiendo de la ignorancia, como dije.
En cada instante, las cosas son como son y no pueden ser nada
diferentes. Lo que sea que uno perciba, piense y sienta en cada momento es
«mi ser» en ese momento. Excepto en la memoria o en un futuro fantaseado,
no existe otro yo mismo.
Has hablado acerca de esta rendición como algo que no puede hacerse
a voluntad. ¿Cómo dejo que esto simplemente ocurra? Y con «esto» me
refiero a la vida.
Solo para ser claro: no estoy diciendo que cada vez que alguien salga
a correr, la represión esté al fondo de ello, pero con frecuencia ese es el caso.
Si quieres ver esto en acción, la próxima vez que te sientas con ganas de
hacer algo, trata de no hacerlo y tan solo siéntate tranquilamente, dejando que
tus pensamientos vayan a donde lo hagan, sin tratar de controlar nada. Tal
vez te sorprenda lo que surja.
Todo eso es trasfondo. Ahora déjame llegar a tu pregunta: «¿Cómo
me rindo a la vida, y simplemente dejo que ocurra?»
Señalas las abstracciones confusas a las que has sido expuesto como
la fuente de tu ansiedad. No me lo creo. Apostaría a que la fuente de tu
ansiedad es la misma que la fuente de ansiedad de todos los demás. Sabes que
cualquier cosa puede suceder en cualquier momento. Sabes que no hay
garantías. Sabes que la seguridad es un sueño guajiro. Le temes al dolor y al
sufrimiento. Le temes a la inhabilidad y a la indefensión. Y, más que nada,
sabes que tarde o temprano debes morir, y no quieres morir. Es por eso que,
tal como cualquier otro buscador espiritual, recopilaste todos esos conceptos
y conjeturas para empezar.
Si ves eso, verás que no hay «yo mismo» separado del pensamiento.
Incluso el supuesto observador del pensamiento es un pensamiento, una idea.
¿Cómo sé eso? Simple. Trata de mantener a ese observador por el resto del
día, y lo verás transformarse y cambiar, aparecer gradualmente y difuminarse,
tal como los pensamientos que clama estar «observando».
De manera que, aparte de las convenciones legales y sociales, mi ser
no es un nombre, no es un cuerpo, no es una historia, sino un fluir--un flujo
de pensamientos. Esos pensamientos no tienen más permanencia que las
pequeñas olas de un riachuelo. Un «pensamiento-mi ser» surge y pasa
yéndose—muere--tal como cualquier otro pensamiento. Aunque el sujeto de
esos tipos de pensamientos siempre se llame mi ser, nunca es el mismo mi ser
que en el momento previo. Nada es lo mismo nunca y no hay vuelta atrás.
Para llegar al meollo del asunto, considera los océanos que cubren
nuestra querida Tierra. Les llamamos «océanos», pero realmente comprenden
solamente un cuerpo de agua dividido en áreas a las que se les han dado
diferentes nombres por costumbre, no a fuerza de diferencia esencial
cualquiera. El océano sabe a sal sin importar dónde lo pruebes.
Lo mismo es cierto, realmente sabemos, de la aliveness que somos y
que vemos a todo nuestro alrededor. Únicamente hay una vida, una aliveness,
que se manifiesta como incontables cuerpos. Esto no es una jerigonza
espiritual, sino un obvio, observable hecho. Ninguno de esos cuerpos,
incluyendo el que lleva tu nombre, tiene una existencia separada, autónoma.
Sin los otros seres humanos, junto con la infraestructura inanimada que
mantiene a esos seres vivos, tú no existirías para nada.
P: Buenos días, Robert. Otra pregunta sobre el Sutra del Corazón, por
favor. ¿Qué entiendes tú por «la forma es vacío, el vacío es forma»?
R: A mi manera de ver, la clave para esto es entender el término
shunyata, que es traducido más frecuentemente como «vacío»; no indicando
completa inexistencia, sino significando una carencia de existencia
independiente.
Entonces, por ejemplo, «forma es vacío» indica que la forma a la cual
llamamos mesa, estando conformada por elementos no-mesa—madera,
clavos, pegamento—está vacía de existencia separada, autónoma,
independiente; ya que depende, como lo hace, para su existencia, de la
existencia de sus partes constituyentes. Mirando más a profundidad, vemos
que cada una de esas realidades constituyentes depende de sus constituyentes.
La madera de la mesa, por ejemplo, depende de ingredientes no-madera—luz
del sol, agua, minerales de la tierra—entonces la madera nunca tuvo una
existencia independiente tampoco.
En la misma manera, «mi ser» está hecho de elementos no-ser: los
idiomas que hablo, las opiniones de otras personas, etc. Así que, mientras
quizá me imagine a mí mismo ser una entidad de alguna manera permanente
y separada a la cual le ocurren pensamientos y le suceden eventos, etc., eso es
un entendimiento equívoco. Mi ser, siendo codependiente de todo lo demás
en esta aliveness, debe fluir y cambiar constantemente junto con todo lo
demás.
Entiendo «vacío es forma» como una advertencia ante ser encantado o
hipnotizado por la idea del vacío. Si uno se involucra en la búsqueda
intencional del «vacío», como si el vacío fuera un estado ideal a ser obtenido
de una vez por todas y subsecuentemente para siempre más saboreado,
entonces escuchamos todo tipo de sinsentido como «a pesar de las
apariencias, nada que cambie, de hecho, existe», o «no existe eso que
llamamos una persona»—el tipo de ideas a medio hornear que se han
popularizado como «no-dualidad».
Quizá el significado de la expresión «vacío es forma» será aclarado
con decirlo de esta manera: Hasta la idea del «vacío» es, todavía, un tipo de
forma
Si esto está claro, vayamos entonces un paso más lejos. Hasta donde
sabemos, ni la forma existe en alguna manera absoluta, incondicional e
independiente de la mente, ni podemos saber que la forma no exista en
alguna manera antes de o independiente de la mente; y lo mismo con respecto
al vacío. Nadie sabe qué existe realmente, o siquiera qué «existe realmente»
signifique o implique. De manera que «forma es vacío, vacío es forma», no
es una verdad para ser aprendida y recitada, sino un recurso didáctico dirigido
a ablandar el apego a las concepciones extremas de la «realidad», mismas que
son, o ingenuamente materialistas («la mesa que veo existe exactamente
como la veo») o dogmáticamente nihilistas («nada existe objetivamente para
nada; todo el mundo material es únicamente una ilusión»).
P2: ¿El Sutra del Corazón señala hacia la idea de que todo lo que
existe es un entero unificado, que las palabras para las cosas son inadecuadas
y engañosas porque nos timan a pensar que las cosas separadas existen y que
la esencia de la realidad y de mi ser es la Unidad? Por último, y aquí es donde
estoy estancado, ¿cómo me muevo desde mi entendimiento conceptual de la
no-dualidad hacia el vivir en sí, sintiendo y sabiendo profundamente, por
experiencia, que Yo soy Eso?
R: El Sutra del Corazón no habla de un «entero unificado», así que
me pregunto por qué inyectas eso. Para ser honesto, no me lo pregunto. Estoy
bastante seguro de saber por qué. Has oído sobre la no-dualidad y ahora
crees, no únicamente que la no-dualidad es «Verdad», sino que se requiere
que «realices» la no-dualidad si quieres terminar con el sufrimiento
psicológico que parece ser parte de la vida ordinaria, cotidiana, «dualista».
Una persona me preguntaba anteriormente si el Sutra del Corazón se
trataba de un «lento quemar patrones mentales y emocionales». Yo le
contesté que, en mi punto de vista, el Sutra del Corazón no sugiere quemar
cosa alguna, lentamente o no, ni que ese Sutra sea una instrucción para hacer
cosa alguna, incluyendo quemar; sino que es una exposición poética del vacío
del nombre y la forma llamada «mi ser». Cuando digo «vacío», me refiero a
que cuando intento encontrar la esencia de mi ser, no puedo.
Si las bacterias en mi estómago no estuvieran vivas y haciendo su
danza, no habría nadie (no habría cuerpo alguno) llamado Robert. Pero esas
bacterias necesitan a este cuerpo humano que les surta las condiciones
apropiadas para la supervivencia y reproducción de sus propios cuerpos. En
la misma manera, mi ser se origina en forma codependiente junto con todo lo
demás y no puede nunca estar verdaderamente separado de cosa alguna.
Esa persona había pedido consejo y le respondí sugiriendo que,
durante su «lenta quema de patrones mentales», debería estar segura de echar
al fuego todo lo que tuviera que ver con espiritualidad y mover las cenizas.
Me siento tentado a decirte algo similar. Olvídate de la no-dualidad.
Solo saca por completo de tu mente a la no dualidad—expúlsala como un
meme banal deteriorado. Sin ese fuego fatuo, entonces mira dónde estás tú.
Recién dije que el vacío significa que cuando trato de encontrar la
esencia de mi ser, no puedo.
No des por hecho mis palabras. Examina la cuestión hasta tu propia
satisfacción. Intenta encontrar la esencia de tu ser. Mira qué consigues tú.
Capítulo 31, La ilusión del libre albedrío
P: Si todo lo que pienso que soy está muriendo cada momento, ¿qué
soy realmente? Nisargadatta dice que hay que tirarle a ver que «soy aquello
que nunca nace y nunca muere». A eso le llamó «el sustrato de lo que existe».
¿Comentarías por favor?
P2: Me preguntaba qué piensas sobre la idea de que no eres el cuerpo,
ni la mente ni los pensamientos y, además, que nunca naciste y nunca
morirás. No veo cómo, desde un punto honesto, uno puede sugerir que esta
expresión particular de energía, o de lo que sea, nunca morirá. Algunos
parecen encontrar consuelo en la idea de que la energía es eterna, pero ¿cómo
es eso pertinente a esta particular expresión de energía que finalmente
«morirá» y que luego iniciará una larga transformación convirtiéndose en
quién sabe qué?
R: En el intento por definir a «mi ser», uno sufre una completa y total
falta de perspectiva—una ausencia, quiero decir, de cualquier punto de no-ser
con perspectiva ventajosa desde el cual contemplar el asunto. Shakespeare,
hablando como Bruto, señala a esto cuando Bruto le dice a Casio: «Los ojos
no pueden verse a sí mismos sino por refracción, o sea, mediante otros
objetos». Todos tenemos la sensación de «mi ser», pero el hecho de la yo-
idad permanece siempre misterioso e inexplicable.
Nisargadatta fue criado en una tradición basada en definiciones fijas,
axiomáticas del ser provenientes de los vedas—las escrituras antiguas del
hinduismo. Esa tradición gira alrededor de una asumida «fuente cósmica»
unitaria llamada Brahmán, descrita como «la realidad superior». Esa
estructura conceptual también plantea un ser individual llamado atman.
En este punto se dividen las tradiciones védicas. Algunas formas de
hinduismo consideran que Brahmán es diferente y superior a atman. En esas
versiones, las cuales son francamente dualísticas, Brahmán es la «realidad
superior» y atman una más provisional, limitada o únicamente aparente
«realidad». En esa versión de la historia, atman está relacionado con
Brahmán en una manera un poco similar a la relación entre el alma individual
en las religiones occidentales y la deidad.
En las tradiciones hinduistas no duales, tal como Advaita Vedanta,
por otro lado, atman es considerado como idéntico a Brahmán; son uno y el
mismo. Nisargadatta siguió y enseñó este último concepto no dual de atman o
«ser». En ese punto de vista, dado que Brahmán—como el Dios de las
religiones occidentales—nunca nació y nunca muere, atman también nunca
nació y nunca muere. Nisargadatta decía que como atman—como un ser
individual—había «realizado» su identidad con Brahmán y así había obtenido
el estado sin nacimiento, sin muerte. Esto es similar a Jesús diciendo: «Yo y
el Padre somos uno».
Personalmente, tengo muy poco interés en esa formulación. He
hablado respecto de estos asuntos extensivamente durante los años y no
puedo repetirlo todo aquí, pero un fallo básico en esta historia me brinca. Ese
fallo es la creencia dogmática de que un ser humano, Nisargadatta o cualquier
otro, puede algún día saber lo que «mi ser» es o no es.
He dicho que la sensación de yo-idad que se llama a sí misma «yo»
nunca es únicamente lo que piensa que es, y nunca sabe únicamente lo que
piensa que sabe. De manera que, desde mi perspectiva, hay una
incertidumbre psicológica implícita en cualquier pensamiento respecto al
«ser», que no veo reconocida en el hinduismo—incluyendo las palabras de
Nisargadatta—el cual parece bastante absolutista e irracionalmente
convencido de sus concepciones filosóficas/religiosas.
Esto no es para decir que Nisargadatta y otros como él no hayan
tenido nada valioso qué comunicar. El tema entero llamado «¿Quién soy?»
puede ser provocativo y tal vez útil para abrir mentes. Pero, a pesar del
Vedanta, lo que «yo» soy no es una pregunta resuelta con una verdadera
respuesta. Es una pregunta abierta, y una, digo yo, que debe permanecer
abierta.
No quiero ahondar demasiado en detalles aquí, pero la idea de
Nisargadatta respecto a un «sustrato consciente de lo que existe» es una
creencia religiosa—una imagen no solamente de un universo infinito, sino de
un universo intencional y consciente. Esa idea quizá le haya dado a
Nisargadatta un tipo de consuelo y ciertamente atrajo a estudiantes ávidos de
encontrar ese mismo tipo de consuelo para sí mismos. A todos nos gusta
estar cómodos, por supuesto, ¿pero a qué precio?
Quizá algún «Ser» supremo realmente sí existe como el fundamento
sintiente de todos y todo. Tal vez creamos eso, ¿pero realmente lo sabemos?
¿Cómo? ¿Qué si lo que existe es simplemente lo que existe, sin ningún
sustrato, consiente o no? ¿Qué si «sustrato consciente» es como «Dios» (el
cual puede que exista, puede que no) y cuya existencia ciertamente no puede
comprobarse? ¿Qué tal si lo que realmente soy es un cerebro y sistema
nervioso vivos, sin conexión alguna a cualquier cosa «sin nacimiento» o «sin
muerte», excepto en fantasías espirituales que terminan cuando el cerebro
muere?
Es importante, digo yo, no tomar las palabras de persona alguna como
respuestas finales a preguntas como estas, porque todos nosotros los seres
humanos estamos limitados en lo que podemos saber en contraste con lo que
creemos. Existe un vasto golfo entre la creencia y el conocimiento. Vasto.
Aunque ambos puedan expresarse en palabras, son de carácter muy diferente,
perteneciendo, de hecho, a dos mundos diferentes. E incluso el conocimiento
tiene sus limitaciones: nosotros los seres humanos nunca somos únicamente
lo que pensamos que somos, y nunca sabemos únicamente lo que pensamos
que sabemos.
Cuando sea que cualquier tipo de información se presenta—
percepciones, sentimientos, emociones, recuerdos, conceptos—esa
información es reconocida sin elección, sin esfuerzo e instantáneamente por
«mí mismo». Si te doy agua a beber, no tienes que preguntarte a ti mismo si
el agua está caliente o fría. Simplemente sabes. Así es como considero yo al
«ser»—un saber sin intentar saber, o siquiera necesitar intentar. ¿Es ese saber
sin intentar, sin nacimiento y sin muerte? Si dices que sí y sin referencia a
tradiciones, escrituras y similares, sino completamente por ti solo, ¿cómo lo
sabes tú?
Existe la historia de un emperador poderoso quien oye rumores sobre
un maestro Zen que vive a mucha distancia de la ciudad capital, justo en la
orilla más lejana del reino. Según los rumores, este viejo es una persona de
gran dignidad, extensamente reverenciado por la profundidad de su sabiduría
y por la amplitud de su entendimiento. De hecho, se dice que es el hombre
más sabio del reino entero.
Ahora, el emperador tiene todo lo que un hombre pudiera desear, pero
la felicidad se le escapa porque se preocupa constantemente sobre lo que
pasará cuando muera. Los sacerdotes de su corte le dicen que irá
directamente a uno de los paraísos budistas, o tal vez a la montaña K’un-lun,
la morada de los inmortales taoístas; o, en el peor de los casos, dependiendo
de la medida de su virtud, a la décima corte del infierno durante un periodo
de reprimenda, después del cual beberá el elixir del olvido y será
reencarnado. Pero el emperador no está convencido. Aunque quiere
desesperadamente creer en la vida después de la muerte, aunque requiriera
pasar un poco de tiempo en el infierno, está terriblemente temeroso de que
ninguna de esas cosas que le prometen los sacerdotes ocurrirá cuando muera
y que, en lugar, simplemente dejará de ser siquiera.
Finalmente, el emperador decide mandar traer al viejo sabio a la corte,
lo que prueba ser un asunto de muchos meses ansiosos. Primero, sus
emisarios tienen que viajar a los confines del reino para buscar al maestro
Zen, y luego, habiéndolo encontrado finalmente, deben hacer el largo viaje de
vuelta a casa, durante el cual, el maestro no dice nada—ni una palabra—
simplemente asintiendo su agradecimiento cuando le traen comida o té.
Por fin la caravana llega de vuelta al palacio y el maestro es llevado
ante el emperador.
Después de saludar al viejo, el emperador habla: «Nos dicen que es
usted un gran maestro, un maestro Zen».
El viejo solo hace una reverencia.
«Dicen que es usted el hombre más sabio en el reino», continúa el
emperador.
De nuevo, solo una reverencia en silencio.
«Bueno, si es usted un gran maestro Zen, dígame esto», ordena el
emperador. «¿Qué ocurre cuando uno muere?»
«Lo siento, señor.», contesta el viejo, «No puedo decir qué pasa
cuando uno muere».
Con esto, el emperador, nunca un hombre paciente, pierde el
temperamento completamente. Mira con furia al viejo desde su trono y exige
enojado: «Si eres tal gran maestro Zen, ¿Por qué no puedes decirme qué pasa
cuando uno muere?»
«Lo siento, señor», dice el viejo. «Puede que yo sea un maestro Zen,
pero no soy un maestro Zen muerto».
Capítulo 34, Fe en el gurú
P: Sabes, Robert; con frecuencia deseo que pudiera estar tan auto-
engañado como los verdaderos creyentes de religiones y gurús. Eso haría las
cosas mucho más tolerables. Desafortunadamente, mi detector de sandeces
está permanentemente en «encendido», pero a veces quisiera que no fuera así.
Estoy hablando desde el corazón y sin ironía.
R: Sí, entiendo tu deseo de ser aliviado de los dolores, miedos e
inseguridades de la vida. Como dijo Woody Allen una vez: «La vida está
llena de miseria, soledad y sufrimiento—y todo se acaba demasiado pronto».
Entonces la situación es un doble reto. No únicamente debe uno enfrentar los
desafíos mentales, físicos y emocionales de la vida del día con día, sino
también el espectro de mortalidad que parece empañar hasta los momentos
felices y nos deja preguntando: «si nomás me voy a morir al final, ¿de qué
sirve todo esto? ¿Cómo puedo encontrar sentido alguno en este valle de
lágrimas?»
Cuando son enfrentados con esa pregunta, algunos toman el enfoque
nihilista/hedonista que dice: «Nada de esto sirve para nada. La vida es
cabrona y luego te mueres. No existe sentido ni propósito para la vida, no hay
Dios ni moralidad global, así que, mejor que tenga tanto placer como me sea
posible mientras pueda». Otros toman el lado opuesto, un enfoque eternalista
basado en la fe, que dice: «A pesar de las apariencias, hay un Plan Cósmico
—una causa primordial, máxima y trascendental de todo lo que vemos—y si
nos ponemos en sintonía con ese plan, todo saldrá bien al final».
Esos enfoques pudieran parecer estar en polos completamente
opuestos, pero desde mi perspectiva, tienen mucho en común. Tanto el
nihilismo como el eternalismo, intentan diluir la ambigüedad y la
incertidumbre con una aserción sin garantía que uno sabe qué es qué con
respecto a las cuestiones absolutas. Ambos se sitúan sobre la creencia en
proposiciones que no pueden probarse como falsas, y por ello, tampoco
pueden demostrarse. Y ambos sirven para esquivar con sutileza las
perplejidades que pudieran surgir cuando se vive momento a momento sin
tener las respuestas para las cuestiones absolutas. De manera que, mientras
los eternalistas y los nihilistas pudieran imaginarse a sí mismos estar situados
lejos filosóficamente entre ellos, ambos tipos parecen estar siendo defendidos
psicológicamente de los mismos miedos, en la misma forma. Aprehensivos
por estar en la oscuridad sobre lo que la vida «realmente significa», lo que
pudiera abrirle la puerta a la depresión y a la desesperación, simplemente no
lo permitirán. Cualesquiera preguntas que surjan, son enfrentadas con un
dogma blindado.
Confío en que estás hablando desde el corazón al desear el alivio que
imaginas pudiera resultar si tan solo pudieras inscribirte a la «espiritualidad».
Pero no hay, digo yo, alivio alguno ahí para nada—únicamente escapismo y
auto-engaño. El único alivio que conozco, es la libertad que uno siente
cuando finalmente la necesidad de certidumbre llega a su fin, reemplazada
por una disposición a permitir que la vida se desenvuelva como lo hace, sin
saber ni una maldita cosa acerca de nada «cósmico», ni a favor, ni en contra.
Cuando digo «libertad», no me refiero a la felicidad. Tampoco me
refiero a inmunidad al sufrimiento cotidiano humano. Me refiero a la
ecuanimidad y serenidad que emergen a la luz de la comprensión de que, en
este momento, las cosas son como son y no pueden ser nada diferentes,
incluyendo lo que pienso, lo que siento y cómo veo y entiendo mi ser y el
mundo.
Cada uno de nosotros ve un mundo diferente, y lo que cada uno de
nosotros ve es uno mismo. Esto no significa, como algunos creen, que el
mundo no sea real. Significa que lo que yo veo no es lo mismo que tú ves. Lo
que tú ves es tú, y lo que yo veo es yo. Cuando esta identidad de ver y quien
ve es entendida, la libertad es obvia; porque entonces no hay alternativa en
espera, o sustituto, para ver lo que yo veo y ser lo que yo soy en este
momento. Lo único que puedo ser es yo mismo, y lo único que puedo ver es
mi ser.
Desde mi perspectiva, seguir un sendero espiritual, una religión, o un
gurú, sirve principalmente como una forma de evitación—una manera de
reemplazar lo que uno realmente es ahora mismo, con una visión glorificada
de lo que uno pudiera ser. Esta es la falacia de convertirse. Quienes
pretenden enseñar métodos de «autorrealización» o senderos a la «salvación»
no están despiertos, digo yo, sino hipnotizados por ideas elaboradas que
aprendieron de epígonos anteriores. Entonces, habiéndose convencido a sí
mismos de su «logro», regurgitan el sinsentido que aprendieron a imitar,
hipnotizando a sus seguidores en la misma manera.
Eres lo que eres aquí y ahora. No hay «más tarde», y no hay, digo yo,
ningún sendero separado del sufrimiento propio de uno, la confusión propia
de uno, y, eventualmente, con suerte, el entendimiento propio de uno.
No hay nada oculto, místico o esotérico acerca de esto. El despertar es
cuestión de relajación y aceptación de cada momento, momento a momento;
no en empeño y esfuerzo en busca de algún posterior y «mejor» estado
mental. Solamente puedes ser lo que eres ahora mismo, y ahora mismo es
todo lo que tendrás alguna vez. No tienes que ser, y no puedes ser, nada que
no seas ahora. Pero a los seguidores de senderos, quienes gustan de imaginar
que sus esfuerzos, si se persiguen con suficiente seriedad y durante suficiente
tiempo, los llevarán a algún estado especial o exaltado—algún logro—no les
gusta esa idea.
Sí, como dices, tal vez haya dolor implicado en vivir sin la promesa
de logro espiritual, o llámale como quieras: trascendencia, iluminación,
consciencia cósmica, encontrar a «Dios», salvación, el oro al final del
arcoíris, lo que sea. Pero si uno se quedara en contacto con ese dolor—en
contacto con la condición humana de no saber las respuestas a cuestiones
absolutas—una belleza inesperada pudiera ser percibida en este largo adiós
llamado vida.
Mi amigo, el querido maestro budista Robert K. Hall y yo estábamos
hablando la semana pasada acerca del deseo por conocer al «ser». Decía que
después de una vida entera de buscar, «nada» fue lo que encontró. El ser,
quiso decir, es vacío en su centro; entonces, si buscas intentando encontrar un
ser duradero, permanente, lo que encuentras es nada—es la nada. Si tratas de
«realizar» el ser, llegarás a nada—a la nada. Como pelar una cebolla, si la
pelas suficiente, terminas con nada.
Coincidí en que también yo había encontrado nada, y agregué:
«Entonces toda esta religión y práctica, toda esta conversación sobre nobles
verdades y tal, es sólo un muro que construyen para mantener la nada fuera».
Robert se rio, y asintió con la cabeza.
Esto pudiera sonar como derrota o fracaso, pero no lo es. Es bastante
un alivio, digo yo, dejar de buscar promesas de un futuro eterno, y, en lugar,
pasar el tiempo de uno en el presente eterno—un presente humano.
Observar a nuestros primos primates más cercanos, como los bonobos
y los gorilas, pudiera revelar aspectos de nuestra verdadera naturaleza que
nosotros los animales primates humanos preferimos reprimir, pero que ellos
actúan libremente en una manera natural. Recuerdo un grupo de bonobos que
observé, sorprendido no solo por la inteligencia en sus ojos, sino por su muy
desarrollada comprensión social también. Siempre el fotógrafo, pronto saqué
mi cámara y la tenía lista queriendo sacar un retrato del macho alfa.
Instantáneamente se dio cuenta de lo que yo tramaba y se quedó
pacientemente mirando la lente mientras yo hacía ajustes y disparé un par de
tomas. Luego, aparentemente cansado del juego, se volteó dándome la
espalda y me enseñó las nalgas.
El Buda («Buda» significa despierto) mismo lo dijo hace mucho
tiempo, pero los seguidores de caminos no quieren oír esa parte. Les gustan
las nobles verdades—que Robert llamó «cosas de principiantes» --y
prácticas, y aman «iluminación», la cual imaginan es una promoción al
estatus de «ser autorrealizado», y por ello el final de tener que sufrir y morir
como cualquier otro ser humano.
«Subhuti le dijo al Buda: “Honrado por todo el mundo, cuando
obtuviste insuperable, perfecta iluminación, ¿es verdad que lo
obtenido fue nada?”»
«Así es, Subhuti. Así es. Cuando obtuve insuperable, perfecta
iluminación, obtuve absolutamente nada. Por eso se llama
insuperable, perfecta iluminación».
--El Sutra del Diamante
Cualquiera que entienda esto, digo yo, entiende la nada absoluta.
Capítulo 40, Tata
1. Helado, 2016
2. Esperanza, 2016
3. Keissy, Cabo San Lucas, 2015
4. ¿Subes para un masaje, quizá?
5. Pilar, Todos Santos, 2015
6. Margarita, Todos Santos, 2016
7. Un momento, 2015
8. LIRR, 2014
9. Autre Objet Trové, 2016
10. Pensamiento mágico, 2014
11. W. 60th St., 2015
12. 138th St., 2013
13. Robert K. Hall, 2012
14. E. 19th St., 2013
15. Rosa, 2012
16. Robert Saltzman, 2013
17. Tijuana, 2015
18. Christopher St., 2014
19. El desequilibrio de la certeza, 2016
20. Percatación sin elección, 2015
21. Contemplación, 2016
22. La fantasia de la permanencia, 2015
23. Calle Bravo, La Paz, 2016
24. W 38th St, 2016
25. Cómetelo, 2016
26. Hermanas, 2015
27. Madison Ave, 2016
28. W. 18th St, 2016
29. Hermanos, 2016
30. Grand Central Terminal, 2016
31. San Diego, 2015
32. Washington Square, 2016
33. Los tomateros, 2016
34. Hell's Kitchen, 2015
35. Dance Hall, 2016
36. The Daily News, NYC, 2016
37. El universo comienza ahora mismo, 2016
38. ¿Qué nos hace únicos? Singularidad y uniformidad, 2016
39. Un perro con un hueso, Sukkot On Grove St., 2016
40. La búsqueda de significado, servir con orgullo, 2016