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Escandel plantea que el lenguaje es el más poderoso medio de relación interpersonal (135). Por ello,
la utilizamos cuando pretendemos determinados objetivos. Conseguir la colaboración del
destinatario es una de las tareas fundamentales de la comunicación, por ende, el hablante trata de
actuar de alguna manera sobre su interlocutor. Es costumbre que el hecho de decir “actuar sobre” se
refiera a un acto para el beneficio propio (136), sin embargo, “no hay que olvidar la existencia de una
larga serie de actos cuyo fin primordial no es favorecedor para el hablante, sino más bien para el
destinatario”. Por ejemplo: aconsejar, advertir, sugerir, ofrecer, invitar, enseñar, etc.
El emisor, por el mero hecho de dirigirse a otra persona está entablando con ella un determinado tipo
de relación, que queda también reflejado en el uso del lenguaje. La naturaleza de la relación depende
de diversos factores sociales como posición social, edad, sexo, autoridad, jerarquía, etc. Esto
determina el grado de distancia entre los interlocutores.
Dado esto, es posible determinar cuándo un acto es cortés y cuándo no y a través de qué patrones
se forma la cortesía.
La cortesía puede entenderse de dos maneras diferentes. Primero, como un “conjunto de normas
sociales, establecidas por cada sociedad, que regulan el comportamiento adecuado de sus miembros,
prohibiendo algunas formas de conducta y favoreciendo otras: lo que se ajusta a las normas se
considera cortés, y lo que no se ajusta es sancionado como descortés”. Como se trata de normas
externas, es esperable que lo cortés en una sociedad no sea concebido de esa manera en otra. Ejemplo
en p. 137 de esto.
Hay, además, formas de tratamiento o deícticos sociales. La clasificación que recibe un miembro
de una sociedad depende de dos tipos de rasgos:
a) Propiedades macrosociales (1) características: edad, sexo, posición familiar, etc. (2)
propiedades adquiridas: rango, título, posición social, etc.
b) Actuación individual
“Cada cual debe tratar al otro de acuerdo a las posiciones relativas que ambos ocupen dentro de la
escala social” (138). En general, consideraremos socialmente incorrecto o descortés el hecho de que
una persona se dirija con familiaridad a otra de mayor rango, de la que le separa una considerable
distancia social y jerárquica.
3. …o estrategia conversacional?
Sabemos que el emisor debe tener en cuenta que su enunciado se adapte no solo a sus intenciones y
objetivos, sino también a la categoría y al papel social del destinatario. Por ello, no es difícil imaginar
la importancia de utilizar convenientemente todos los medios que posee el lenguaje para mantener
una relación cordial. En este sentido, la cortesía puede entenderse como un conjunto de estrategias
conversacionales destinadas a evitar o mitigar dichos conflictos (139).
La cortesía es, más bien, una estrategia para poder mantener las buenas relaciones.
En este sentido, la cortesía es un principio superior, que explica y hace legítima la transgresión de
las máximas. Cuando lo importante es transmitir información, y cuando esa información importa
al destinatario, la necesidad de concisión y claridad hacen prevalecer los ppos. conversacionales
por sobre la cortesía (141).
La segunda regla, Ofrezca opiniones, se aplica cuando hay equilibrio social entre los interlocutores,
pero falta de familiaridad y confianza (143).
La tercera regla, Refuerce los lazos de camaradería, se adapta a las situaciones en que la relación
entre interlocutores es muy estrecha o muy cercana. Uno de sus objetivos es colocar al otro en una
posición agradable, mostrar interés por sus cosas.
Leech (1983) ya no establece reglas, sino un principio de cortesía, desarrollado en máximas, al estilo
de Grice. Para Leech, “la relación existente entre los interlocutores impone una serie de selecciones
que determinan la forma del enunciado y matizan su significación”: o bien se trata para mantener el
equilibrio existente o bien de modificarlo (para mejorar la relación o para aumentar la distancia).
Como señala Leech: “Algunas ilocuciones (por ejemplo, las órdenes) son inherentemente
descorteses; y otras (ofrecimientos, por ejemplo), son inherentemente corteses”. Este tipo de
cortesía se evalúa en una escala en términos del coste o del beneficio que suponga el cumplimiento
de la acción para el destinatario o el emisor.
Más cortés: mayor es el coste para el emisor, mayor beneficio para el destinatario.
En base a esto, Leech establece una clasificación general de intenciones en cuatro categorías
principales:
I. Acciones que apoyan la cortesía: beneficio para el destinatario y coste para el emisor:
mantienen o mejoran la relación social entre ellos. Acciones como agradecer, felicitar,
saludar, ofrecer, invitar.
II. Acciones prácticamente indiferentes a la cortesía: no hay desequilibrio claro entre
coste y beneficio para los interlocutores. Apoya la relación social. Afirmar, informar,
anunciar.
III. Acciones que entran en conflicto con la cortesía: coste para el destinatario. Preguntar,
pedir, ordenar.
IV. Acciones dirigidas frontalmente contra el mantenimiento de la relación entre los
interlocutores: amenazar, acusar, maldecir.
Estas no son grupos cerrados (145), sino los puntos clave de un continuum. En base a esto se
desprende la cortesía positiva y negativa. Según Leech, “la cortesía negativa consiste en minimizar
la descortesía de las ilocuciones descorteses, y la [cortesía] positiva, en maximinar la cortesía de los
corteses”. Mientras que la cortesía negativa es esencial para las buenas relaciones sociales, la cortesía
positiva es secundaria. Los actos directivos pueden amenazar el equilibrio en la relación social.
Véase p. 146: los actos indirectos son más corteses. “La cortesía se convierte en el principio que
justifica el empleo de formas indirectas”. Estas resultan más corteses porque no imponen una
obligación, sino que fingen abrir al oyente a la posibilidad de realizar o no el acto solicitado.