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1. Premisas históricas
a) Los orígenes de la exégesis cristiana
Los Padres desde los más antiguos se vieron obligados a elaborar una metodología
exegética cada vez más refinada para defender la identidad del mensaje cristiano, bien sea frente
a la tradición judía, bien frente a las continuas provocaciones de la cultura helenístico-pagana:
gnosticismo, marcionismo, arrianismo, monofisismo etc. acordes todas ellas sustancialmente en
su intento de reducir el misterio cristiano a una pura y simple intuición filosófica o poco más.
la unidad de los dos Testamentos se convirtió así en el acta de nacimiento de la exégesis cristiana
propiamente dicha.
La defensa de está misma unidad, esta también en el origen de la diversidad de los
métodos, dentro de una visión unitaria sustancial, en la exégesis cristiana antigua.
d) Un principio común
Todos los Padres compartían la convicción de la presencia de uns segundo significado, más
allá del estrictamente literal, en las Escrituras inspiradas, éste vinculado con la problemática
apologética, teológica o espiritual del hic et nunc histórico-existencial en que los Padres se
encontraban en concreto. De aquí la necesidad de distinguir diacrónica y sincrónicamente, de la
forma más precisa posible, el contexto histórico, teológico y espiritual desde el que se realizaba la
exégesis de un texto bíblico determinado.
Lo que interesaba a los Padres no era el significado del texto tomado en su objetividad, sino
el sentido que poseía un texto determinado para el hoy histórico, teológico o espiritual en que se
leía.
Los Padres relacionaban siempre el segundo significado con la confesión de la fe ortodoxa y
con la común indispensable de amor dentro de la comunidad de la Iglesia, que eran reconocidas
por todos como la conditio sine qua non del descubrimiento mismo de un segundo significado de
las Escrituras inspiradas.
La primera serie de interrogantes puede ilustrarse con el ejemplo de la gran producción
exegética de Orígenes. La segunda, con el trabajo de Eusebio de Cesarea. La tercera, finalmente,
con la obra exegética de Orígenes. La segunda, con el trabajo de Eusebio de Cesarea. La tercera,
finalmente, con la obra exegética de los grandes Padres capadocios, y de Juan Crisóstomo en
particular; a los que debería añadirse, en la tradición latina, al menos Jerónimo, Agustín y
Gregorio Magno, con sus émulos medievales. Conviene recordar que los Padres y escritores
cristianos de otras tradiciones, como la siríaca, la copta, la armena, etc., se movían con métodos
sustancialmente análogos a los que estaban presentes en las más vastas tradiciones griegas y
occidentales.
c) El modelo alegórico
Este parte del presupuesto de que Jesús de Nazaret no es solamente el objeto de la exégesis
cristiana del A.T., sino también el exegeta que esa misma exégesis puede permitirse: el creyente
puede entrar en los misterios de Cristo, en la medida que se hace discípulos dócil de la
enseñanza exegética de Jesús de Nazaret, hasta el punto de transformarse en Él.
De aquí la posibilidad de un progreso gradual en la comprensión del texto bíblico, ligado a la
adhesión progresiva del exegeta a Cristo y a sus enseñanzas en el camino personal de la fe en Él.
La dimensión vertical de profundización en el sentido, propia de este tipo de aproximación al
texto bíblico, se traduce mejor con el término alegoría.
Dentro de este modelo se propone un esquema que se hizo tradicional y que un autor del siglo
XIII sintetizó en el siguiente dístico:
Littera gesta docet; quid credas, allegoria;
moralis, quid agas; quo tendas, anagogia.
Definido frecuentemente como doctrina exegética de los cuatro sentidos.
a) El exegeta en la exégesis.
Hoy se tiende a integrar los dos modelos que hemos indicado con un tercer modelo
llamado habitualmente de la lectio divina. Un método bastante presente en el periodo patrístico,
sobre todo en los ambientes más propiamente monásticos.