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OBSESIÓN: la santidad como belleza innegociable

Ed. Ramírez Suaza, P.ThM

Solo hay una desgracia: no ser santo.


Léon Bloy

OBSESIÓN
la santidad como belleza innegociable

Muchas son las bellezas que se disfrutan en la vida cristiana: la alabanza. Las danzas.
Las predicaciones espectaculares. Los cultos extraordinarios. Las campañas
multitudinarias. Los grandes eventos. Campamentos. Brigadas de evangelización.
Dramas misioneros. Cultos de sanación. Eventos unidos con otras comunidades
cristianas, y mucho más. Pero sospecho que venimos perdiendo como Iglesia la
obsesión por la santidad.
Pareciera ser que nuestra vocación de santidad se nos va dilatando entre las pequeñas
licencias que nos venimos otorgando a “pecados insignificantes” y vamos endureciendo
el corazón poco a poco al fin de abrirnos por completo al pecado.

De entrada ya he mencionado dos términos que son chocantes, tanto para el mundo
como quizá también para algunos dentro de la Iglesia. Los términos son “santidad” y
“pecado”. Sospecho que la idea de santidad nos choca -a muchos- porque la
entendemos como una obediencia irracional que se ocupa de esquivar la alegría, la
libertad, el placer. Por otro lado, confundimos santidad con legalismo. Es decir, una
atención exagerada a mandamientos aparentemente piadosos, como por ejemplo: no
vistas de “x” manera, no coma aquello, no visite lugares de diversión, no vea el mundial
y mucho menos en lugares públicos… en fin. Estas dos confusiones; el legalismo y la
castración de la alegría como definiciones de la santidad, nos desanima a ser
apasionadamente santos.
Estas confusiones no son las únicas razones por las cuales nos desanimamos a ser
apasionadamente santos; en otros casos, y me duele decirlo, en muchos otros casos la
razón es que amamos al pecado por sobre todas las cosas.

Sospecho que quienes todavía amamos al pecado, ignoramos mucho de él.


¿Sabes tú que el pecado?
Uno de mis autores favoritos es Jürgen Moltmann. Teólogo alemán. Dice él: “Es
verdad que de ordinario se afirma que el pecado consiste, en su origen, en que el
hombre quiere ser como Dios. Pero esto representa tan sólo una cara del pecado. La
otra cara de tal arrogancia es la falta de esperanza, la resignación, la pereza, la
tristeza… La tentación no consiste tanto en querer ser, titánicamente, como Dios, sino
en la debilidad, en el desaliento, en el cansancio de no querer ser aquello que Dios nos
propone.”
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OBSESIÓN: la santidad como belleza innegociable
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM

El Dr. Martyn Lloyd-Jones complementa la idea real de pecado con estas palabras: “el
pecado, es en realidad una fuerza abrumadora y cegadora que derrota aun a la
naturaleza humana más fuerte.”

Hermano míos, el pecado es ausencia de amor. Amor de Dios. Christopher M. Hays,


profesor del Seminario Bíblico de Colombia, dice: “Mi egoísmo y mi pecado se arraigan
en mi comprensión insuficiente de ser prioritaria y esencialmente amado; los humanos
corren en busca del reconocimiento, de seguridad y de placeres nimios en buena
medida porque no creen ni sienten que son amados.”1

Hermanos míos, el pecado es también ausencia de honestidad. Hemos creído con


mentira que ésta vida es nuestra. Nos creemos dueños de nosotros mismos. Cito de
nuevo al Dr. Dr. Martyn Lloyd-Jones: “Ningún hombre tiene derecho a vivir como
quiera ni a tratar la imagen de Dios como le plazca. El pecado es robo y apropiación
indebida; el hombre se ha convertido en un rebelde que utiliza la propiedad de Dios
para sus propios fines.”

En resumidas cuentas: el aumento descarado y vergonzoso del pecado dentro de la


Iglesia de Jesucristo, puede ser porque estamos confundidos. Desconociendo o
rechazando la gracia de Dios, hemos trazado nuestros propios estándares del bien, así
nos volvimos, además, legalistas. Por otro lado, confundimos santidad con castración
de felicidad.

Seguimos pecando, quizá por nuestra ignorancia: desconocemos a Dios. Pecamos por
arrogantes: nos estamos convirtiendo en nuestros propios dioses. Es decir, sólo
queremos agradarnos a nosotros mismos. Pecamos por el desamor. No sabemos que
somos amados. Si pudiéramos comprender cuánto nos ama el Señor, de seguro que
nuestra santidad sería más alegre y eficaz. Pecamos por deshonestos. Es decir, nos
adueñamos de nosotros mismos. Ya decimos que esta vida es nuestra vida, olvidando
que esta vida, la tuya y la mía, pertenecen a Dios.
Falta mucho más por decir al respecto, por hoy es suficiente.
El diagnóstico tentativo, preocupante además es éste: estamos más obsesionados con
el pecado que con la santidad.
El diccionario de la real academia española define la obsesión como una “Idea fija o
recurrente que condiciona una determinada actitud.”
Cuando consideré proponerles hoy la santidad como una obsesión, pensé en dos cosas.
Primero, pensé en la primera carta de Pedro 1.13-25 (Leamos).

1
Christopher M. Hays. “Una ética neotestamentaria de la riqueza para el siglo XXI: algunas consideraciones
constructivas sobre la piedad personal y el progreso público”
http://unisbc.edu.co/investigacion/ventana-teologica/220-etica-riqueza-siglo-xxi
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Segundo, pensé en una frase de S. Agustín: “vida bajo Dios, vida con Dios, vida desde
Dios, vida el mismo Dios.”

Me tomo a continuación breve minutos para abrir una pequeña ventana que nos
permita mirar un panorama sencillo acerca de la primera carta de Pedro.
Para empezar, les cuento que esta es una carta, más que carta parece ser un sermón
escrito para muchas personas expatriadas en muchos lugares del antiguo mundo del
siglo I. Un sermón para centenares de cristianos desplazados forzosamente en Ponto,
Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Un sermón de consuelo para quienes sufrieron
terriblemente por su fe en el Señor y Salvador Jesucristo.
Este sermón, por su contenido, parece que fue escrito cuando los romanos hicieron
más vehemente su persecución contra los cristianos, cuyas fechas oscilan entre los
años 70’ y los 90’ después de Cristo.
Es un sermón pastoral que recuerda con sencillez la verdad del evangelio en Jesucristo
y la vivencia que los creyentes deben sostener con gozo en su diario caminar; a pesar
de que sean perseguidos por difamaciones de una vida antirreligiosa.

Pedro introduciendo su sermón, en el cap. 1.3-11, traza una esperanza más allá del
horizonte de la existencia para presentarles un destino glorioso en Cristo,
incorruptible, incontaminado, celestial.
Dice Pedro en el vv. 6: Por esta razón están ustedes llenos de alegría, aun cuando sea
necesario que durante un poco de tiempo pasen por muchas pruebas. Las
persecuciones del imperio romano a la recién nacida Iglesia cristiana, fueron
entendidas por los apóstoles como la prueba de fuego a una fe maravillosa, porque
estos cristianos perseguidos creyeron en Jesús sin verlo, igual o quizá más que quienes
sí le vieron. La fe de esta iglesia naciente era más preciosa que todo el oro del mundo.

Pedro en su sermón pastoral ayuda a sus hermanos en Cristo a comprender con alegría
que fueron más privilegiados que los santos profetas del AT, porque ellos quisieron
saber quién sería el Cristo y cuándo precisamente aparecería. Anhelaron estar ahí,
pero la divina providencia no les concedió semejante anhelo. Los mismos ángeles
apetecieron esa misma gloria, a quien la divina providencia también se las negó. El
privilegio fue para ellos, dice Pedro. Para esa Iglesia naciente en el siglo I.
Ya que cuentan con estos hermosos privilegios, ellos deben vivir obsesionados con la
santidad.

Quiero presentarles hoy lo que quiero comprender y vivir en mi vida: la santidad como
belleza de existir.
¿Sabes tú qué es la belleza?

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OBSESIÓN: la santidad como belleza innegociable
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM

“Belleza, según el diccionario de la Real Academia Española, es la propiedad de las


cosas que nos hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad
existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas. La belleza absoluta sólo
reside en Dios.”2 Grabe con oro estas palabras en su mente: “Belleza es la propiedad de
las cosas que nos hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual.”

Si giramos la existencia para darle la espalda al pecado, renunciamos así al disparate, a


la necedad, a la demencia de pretender vivir sin la Vida, que es Dios. Humanamente es
imposible liberarse del pecado, sólo cuando Cristo nos libera somos verdaderamente
libres. Sólo Jesucristo puede romper las ataduras del corazón que lo esclavizan al
pecado con irracionalidad, necedad, adicción, disparate, involución. El pecado
deshumaniza al ser humano degradándolo a la fealdad, a lo terrible, a lo desagradable.
Cuando Cristo nos encuentra, la belleza amanece en nuestras vidas y empieza su
recorrido como lo hace el sol en la bóveda celeste hasta llegar a su máximo explendor.
Así, la santidad en el creyente hermosea su vida, su mente, su proceder, su hablar.

Emprender un peregrinaje por el estrecho y bello camino de la santidad, es el inicio de


un caminar en belleza y por la belleza de existir diosmente. Cuando Dios creó el
universo, lo hizo hermoso. Cuando Dios creó la vida, la hizo hermosa. Cuando el
hombre pecó, atentó agresiva y altivamente contra la belleza de su Creador. Casi la
destruye por completo. Pero Dios envió a su Hijo Cristo para devolvernos la belleza de
ser, de vivir, de volver a él.

La santidad es, y para muchos puede llegar a ser, el deleite compartido entre Dios y
nosotros. Pues la santidad se deleita en la belleza que nos tiene preparada Dios,
cuando se manifieste Jesucristo exaltado para redimir toda su creación. Mejor dicho:
ya que Cristo viene pronto en todo su hermoso esplendor, vivamos ya mismo y aquí en
santidad. Dice Pedro en el vv. 15: Al contrario, vivan de una manera completamente
santa, porque Dios, que los llamó, es santo; 16 pues la Escritura dice: «Sean ustedes
santos, porque yo soy santo.»

Me atreví a parafrasear unas palabras que encontré en un artículo de Alfonso López


Quintás, de la Universidad Complutense de Madrid, titulado “La Belleza y su Poder
Transfigurador”. Dice así: “El cristiano vive una relación peculiar con la belleza. En un
sentido muy real puede decirse que la belleza es la vocación a la que el Creador le llama
con el don de la creatividad y la santidad.”3 Quiero relacionar estas palabras con lo que
dice Pedro en el vv. 17, al final: “vivan el resto de sus vidas en el temor de Dios.”

2
Fernando Chueca Goitia. “De la belleza a la nada”. Cuenta y razón, ISSN 1889-1489, Nº 114, 2000, págs. 10-12
3
http://www.hottopos.com/rih7/alq.htm#_ftn1
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Esto a mí me parece muy lindo, y por favor, grábalo con oro en la mente y en el
corazón: “la belleza es la vocación a la que el Creador le llama con el don de la
creatividad y la santidad.” En palabras de Pedro: “vivan el resto de sus vidas en el
temor de Dios.” ¡Esto es belleza! Recuerda que la belleza “es la propiedad de las cosas
que nos hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual.”
El mundo con sus valores invertidos pretende engañar al mundo llamando bueno a lo
malo y malo a lo bueno. Engaña al mundo pretendiendo deleitar el paladar del alma
humana en las algarrobas de los criaderos de cerdos, mientras nos hace rechazar las
delicias de la mesa celestial.

Hace algunos meses vi una película de un padre que tenía tres hijos. Dos de ellos muy
listos, y uno aparentemente muy torpe. Un día salieron el padre y los hijos listos a
cazar para conseguir alimento y dejaron al torpe en casa. El caso es que el hijo que
queda en casa la incendió. Cuando regresaron de cazar algunos conejos para la cena, la
sorpresa era enorme: su casa convertida en una montaña de cenizas humeando.
Una princesa del reino de esas tierras se había extraviado. Así que ofrecían una
recompensa significativa para quien la encontrara. El chico torpe ve ahí la oportunidad
de reivindicarse con su familia. Así que emprende la búsqueda de la princesa y así
cobrar la recompensa para devolverle, con esa platica, la casa a su padre y a sus
hermanos.
En tanto buscaban la princesa, los dos hermanos llegaron a un lugar muy misterioso
entre rocas grandes. Como de un pequeño callejón salieron dos chicas rubias muy
bellas, invitándoles a cenar. Eran deliciosas manzanas y carnes asadas muy
apetecibles. Pero por alguna razón, el hermano tonto vio otra cosa: las chicas rubias
que vieron sus hermanos, él las veía como un par de brujas asquerosas. Las manzanas
y las apetecibles carnes no eran carnes, eran ratas empaladas, podridas y crudas.
¡Era un embrujo! Las hechiceras encantaron a los hermanos del chico torpe para que
las vieran hermosas y vieran la carne de rata podrida como manjares. Sólo el chico
tonto, a quien el embrujo no lo tocó por alguna razón, veía la realidad y lamentaba que
sus hermanos besaran unas brujas asquerosas y comieran carnes podridas.
El pecado idiotiza de manera similar: “embruja” al ser humano para que vea lo
asqueroso como hermoso y se alimente de lo repugnante haciéndole creer que es
delicioso. Pero aquellos que han sido libres por el poder del evangelio de Jesucristo,
ven con la mirada de Jesús: lo malo es malo. Punto. Lo bueno es bueno. Punto.
Lo bueno es nuestro deleite. Lo malo nuestro pasado, al que no regresaremos jamás.
El misterio de Jesucristo es la belleza más sublime del evangelio. Dios se humanizó.
Vivió en Palestina con la fascinación del cielo, la belleza perdida desde Adán. La
experiencia inigualable del Emmanuel: Dios estuvo y está con nosotros. Esto es
santidad. Esto es belleza. Su muerte y resurrección nos abren de par en par las puertas
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de la fe y la esperanza. Fe para creer en Jesucristo como el Hijo de Dios y así ser salvos.
Esperanza para comprender que el mañana de Dios se nos aproxima en las delicias
eternas que ojo no ha visto, que mente humana jamás ha imaginado ni oídos
escuchado.

Y finalmente, la belleza del amor. Una de las lindezas de la santidad es el amor. El arte
de ver y tratar a los demás como lo hace Dios. Quien no ama, no conoce a Dios porque
Dios es amor. De hecho el amor, aquí en Dios Para Todos, es nuestra meta: amarnos
unos a otros como nos ama Dios.
Para Pedro la santidad como sello personal y comunitario de vida, son buenas noticias.
Saber que Dios nos hizo santos y saber que nos da el don de vivir en santidad, nos debe
llenar de alegría la vida entera. Porque sin santidad, nadie verá al Señor.

El arminio es un animal pequeño extremadamente blanco. Tiene una obsesión por la


limpieza inigualable. Su piel es muy apetecida. Así que los cazadores descubrieron que
la obsesión por mantener la pureza de su color blanco, podría ser su “talón de Aquiles”.
Ellos, los cazadores, cuando descubren la pequeña guarida del armiño la empantanan,
luego salen a perseguir al animalito. El armiño corre a su guarida y cuando la ve sucia,
empantanada no entra a refugiarse en ella, porque no le gusta ensuciarse. Prefiere
morir que mancharse.
Esta hermosa obsesión debiera ser nuestra: preferir morir que manchar el alma con
pecado. Preferir morir que fallarle al Señor.

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