Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Porque no saben
lo que hacen
PAIDÓS
Buenos Aires - Barcelona - México
A Kostja, mi hijo.
Índice
primera parte
E pluribus unum
1. Sobre el Uno............................................................................. 17
2. La caprichosa identidad............................................................ 71
segunda parte
El malestar en la dialéctica
tercera parte
Cum grano praxis
9
Introducción
El destino de un chiste
El telón de fondo de este libro queda ilustrado del mejor modo con
el chiste soviético sobre Rabinovich, un judío que quería emigrar. El
burócrata de la oficina de emigración le preguntó por qué. Rabinovich
respondió: “Hay dos razones. La primera es que temo que los comu
nistas pierdan el poder en la Unión Soviética, y que las nuevas fuerzas
políticas nos culpen a nosotros, los judíos, por los crímenes comunis
tas…”. “Pero –interrumpió el burócrata–, esto es absurdo, ¡el poder de
los comunistas es eterno!”. “¡Bien! –respondió Rabinovich con calma–,
esta es mi segunda razón.”
En El sublime objeto de la ideología, publicado en 19891, este chiste era
todavía eficaz, pues, según los últimos datos, la principal razón de los
judíos para emigrar de la Unión Soviética era la primera alternativa de
Rabinovich. En efecto, temían que, con la desintegración del comunis
mo y con la emergencia de fuerzas nacionalistas abiertamente antisemi
tas, una vez más los judíos serían inculpados, sobre todo que hoy en día
nos resulta fácil imaginar el chiste inverso. La respuesta de Rabinovich
al burócrata sería: “Hay dos razones. La primera es que sé que el co
munismo en Rusia durará eternamente, que nada cambiará en realidad
aquí, y esta perspectiva me resulta insoportable…”. “Pero –interrumpi
ría el burócrata–, esto es absurdo. ¡El comunismo está desintegrándose
en todas partes! y los responsables de los crímenes comunistas serán
severamente castigados.” “¡Esa es precisamente mi segunda razón!”,
respondería Rabinovich.
Reteniendo de los viejos y buenos tiempos la idea de que el impulso
1. Slavoj Žižek, The Sublime Object of Ideology, Londres, Verso, 1989, págs. 75-6. [Ed.
cast.: El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 1992.]
11
Slavoj Žižek
12
Introducción
13
Slavoj Žižek
14
Primera Parte
E pluribus unum
1. Sobre el Uno
El esloveno no analizable
Comencemos con nuestro lugar de enunciación: Eslovenia. ¿Qué
significa, en términos psicoanalíticos, ser un esloveno?
En toda la obra de Freud solamente se menciona a un esloveno,
en una carta al psicoanalista triestino Edoardo Weiss, del 28 de mayo
de 1922; no obstante, esta única mención es más que suficiente, pues
condensa toda una serie de cuestiones clave de la teoría y la práctica
psicoanalíticas, desde la ambigüedad del superyó hasta el problema de
la madre como portadora de la ley/prohibición en la tradición eslovena.
De modo que vale la pena considerarla con más atención.
Weiss, que ejerció el psicoanálisis en la década de 1920 (y emigró
a los Estados Unidos en la década de 1930, cuando las condiciones
políticas hacían imposible esa práctica en Italia), mantenía una corres
pondencia regular con Freud, sobre todo acerca de pacientes: Weiss
informaba a Freud sobre el curso de ciertos análisis y le pedía consejo.
Requirió entonces su opinión sobre dos casos de principios de la década
de 1920 en los que se presentaba el mismo síntoma: impotencia. Vea
mos la exposición del propio Weiss:
17
Slavoj Žižek
18
Sobre el Uno
19
Slavoj Žižek
cual el analizante está atrapado (pago de la deuda simbólica, etcétera). Nuestro esloveno
trastornaba esta condición analítica básica de un modo particular, que le permitía incluso
explotar económicamente su análisis. Weiss escribe:
Hace algunos días me enteré de que le mencionó al padre, como honorarios míos,
una suma un tanto superior a la que yo le había fijado. El padre acostumbraba pagar
estas cuentas en efectivo. Le dio el dinero destinado a mí al paciente, y este se quedó
con la diferencia (ibíd., págs. 55-56).
20
Sobre el Uno
4. Tal vez este punto de vista podría caracterizarse como el del embajador de Persia
(de las célebres Cartas persas de Montesquieu): una extraña mirada dirigida a nuestro
mundo, para generar nuestro extrañamiento respecto de él.
21
Slavoj Žižek
5. Ring Landner, “Who dealt?”, en The Penguin Book of American Short Stories, Har-
mondsworth, Penguin, 1969, págs. 295-306.
22
Sobre el Uno
23
Slavoj Žižek
24
Sobre el Uno
Si yo digo que la ley romana y la ley germana son por igual leyes, esto es
algo evidente de por sí. Pero, por el contrario, si digo LA Ley, esta cosa
abstracta se realiza en la ley romana y en la ley germana, es decir, en estas
leyes concretas, y la interconexión se vuelve mística.9
25
Slavoj Žižek
26
Sobre el Uno
El “punto de almohadillado”
En el nivel del proceso semiótico, el ideal del yo que surge del do
ble reflejo equivale a lo que Lacan llamó le point de capiton (el punto de
almohadillado).12 Lacan introdujo este concepto en el capítulo XXI de
su seminario Las psicosis,13 en relación con el primer acto de la tragedia
Atalía, de Jean Racine: ante las lamentaciones de Abner por el triste
destino que aguarda a los partidarios de Dios bajo el reino de Atalía,
Joad replica con los célebres versos:
11. Jacques Lacan, The Four Fundamental Concepts of PsychoAnalysis, Londres, Hogarth,
1977, pág. 112. [Ed. cast.: El Seminario. Libro IV. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1994.]
12. Para una introducción detallada a este concepto, véase Slavoj Žižek, The Sublime
Object of Ideology, Londres, Verso, 1989, capítulo 3. [Ed. cast.: ob. cit., nota 1 de la “Intro-
ducción”.]
13. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre III: Les Psychoses, París, Seuil, 1981, págs. 281-
306. [Ed. cast.: Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984.]
27
Slavoj Žižek
Este “Je crains Dieu, cher Abner, et n’ai point d’autre crainte” provoca
la instantánea conversión de Abner: era un celote impaciente, fervoroso
–y precisamente por ello inconfiable–, y esas palabras crean un hombre
de partido firme, fiel, seguro de sí mismo y del poder divino. ¿De qué
modo esta evocación del “temor de Dios” ha logrado realizar la con
versión milagrosa? Antes, Abner solo veía en el mundo terrenal una
multitud de peligros que lo llenaban de miedo y esperaba que el polo
opuesto, el de Dios y Sus representantes, le brindara ayuda y le per
mitiera vencer las múltiples dificultades de este mundo. Sin embargo,
frente a esta oposición entre el reino terrenal de peligros, incertidum
bre, miedos, etcétera, y por otro lado el reino divino de paz, amor y
seguridad, Joad no trata simplemente de convencer a Abner de que, a
pesar de todo, las fuerzas divinas son lo bastante poderosas como para
imponerse al desorden terrenal; él apacigua los miedos de Abner de
una manera totalmente distinta: presenta lo opuesto –Dios– como algo
más aterrador que todos los miedos terrenales, y –este es el “milagro”
del punto de almohadillado–, este miedo complementario, el temor de
Dios, modifica retroactivamente el carácter de todos los otros miedos,
28
Sobre el Uno
29
Slavoj Žižek
16. En este punto podemos ver por qué, si aplicamos al carisma del rey esta lógica
de la figura del judío como una “ilusión óptica”, no vale la objeción de que el rey de facto
nunca funciona como un significante “vacío”. No vale la objeción de que los sujetos lo
obedecen solo porque creen en su realeza “sustancial”: lo que parece una objeción es en
realidad la consecuencia básica de la propia teoría criticada. Desde luego, una condición
del carisma del rey es que los sujetos crean en su realeza (como en el antisemitismo es una
condición de su eficacia que el sujeto perciba al judío como una entidad sustancial, positi-
va, y no como la materialización de una operación textual puramente formal). En cuanto
el mecanismo es expuesto, pierde su poder.
En otras palabras, precisamente en cuanto es mal reconocida, la operación textual
puramente formal determina el modo en que percibimos al judío o al rey en su positividad
material: en ausencia de esta operación formal, el judío sería percibido como una persona
igual a las otras, y no como portador de algún mal intrínseco, misterioso, como alguien
cuya misma existencia es engañosa. Lo que ocurre con el rey es homólogo. ¿Por qué nos
fascinan tanto los detalles cotidianos de la vida de las familias reales? (¿Tiene un amante
la princesa Diana? ¿Es gay el príncipe Andrés? ¿Es cierto que la reina Isabel a menudo
se emborracha?). ¿Por qué nos fascinan esos detalles que en las familias corrientes no
nos resultarían tan interesantes? Porque, como resultado de la mencionada operación
30
Sobre el Uno
31
Slavoj Žižek
32
Sobre el Uno
17. Jacques Lacan, Écrits: A Selection, Londres, Tavistock, 1977, pág. 316 (traducción
corregida). [Ed. cast.: Escritos, 1 y 2, México, Siglo XXI, 1985.]
33
Slavoj Žižek
el ser humano postula el día en cuanto tal, y así el día adviene a la presencia
del día, sobre un fondo que no es un fondo de noche concreta, sino de au-
sencia posible del día, donde la noche se aloja, e inversamente por cierto.18
18. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre III: Les Psychoses, ob. cit., pág. 169. [Ed. cast.: El
Seminario. Libro III. Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984.]
19. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre XVII: L’Envers de la psychanalyse (1969-70),
manuscrito no autorizado.
34
Sobre el Uno
35
Slavoj Žižek
36
Sobre el Uno
20. Arthur Danto, Mysticism and Morality, Harmondsworth, Penguin, 1976, pág. 82.
37
Slavoj Žižek
4. La forma dinero: “un significante para el que todos los otros significan
tes representan al sujeto”.
21. Para un análisis materialista histórico, los puntos de especial interés son los fenó-
menos en los que el dinero no ha sido aún reducido a un “equivalente general” neutro,
cuando todavía atestigua el peso material de relaciones sociales concretas. Un ejemplo
obvio es la distinción aparentemente “irracional” y “superflua” entre la libra y la guinea
(una libra y un chelín). ¿De dónde ha salido este misterioso excedente del cinco por cien-
to? Con la guinea se pagaba a los médicos, abogados y otros profesionales; era una libra
más una especie de propina para quienes, por la dignidad de su posición social, no podían
aceptar propinas. En la división kantiana de las facultades, estas profesiones se contaban
entre las basadas en el “discurso del Amo” y no en el “discurso de la Universidad”: tienen
que ver con la creencia y el poder (la creencia como fundamento del poder) y no con el
conocimiento “impotente” (la facultad de teología, la facultad de derecho, la facultad de
medicina).
22. Un análisis adicional debería abordar la fuerza de trabajo, una mercancía espe
cial cuyo “valor de uso”, el trabajo en sí, es fuente de valor y, por lo tanto, produce un
excedente o plusvalía sobre su propio valor como mercancía. Es aquí, en este punto de
autorreferencia, donde la fuerza que produce valor se intercambia por valor, encontramos el
38
1. Sobre el Uno
otro aspecto del dinero: no es solo S1, el significante amo, el equivalente general, sino
también el objeto. El correlato lacaniano de la plusvalía es el goce excedente encarnado en
el objet petit a, el objeto causa de deseo. El intercambio de la fuerza de trabajo por dinero
postula entonces una equivalencia “imposible”: fuerza de trabajo = dinero, una especie de
“juicio infinito” hegeliano, cuyos términos son radicalmente incompatibles.
Marx determina al proletariado como una subjetividad pura, sin sustancia, una pura
posibilidad de actualización que se vuelve contra sí misma (cuanto más produce el tra
bajador, menos posee, puesto que el producto de su trabajo asume la forma de un poder
extraño dirigido contra él). De este modo Marx presenta su propia versión de la fórmula
hegeliana “el espíritu es un hueso” (el propio Hegel propuso la versión “la riqueza es la
persona”, que ya prefigura a Marx): el proletariado es un sujeto sin sustancia, un vacío
de pura potencialidad sin ningún contenido positivo, liberado de todos los vínculos sus
tanciales con las condiciones objetivas de producción, y una entidad que se vende en el
mercado y es por lo tanto postulada como igual a una pieza muerta de metal ($&a, la
conjunción de la subjetividad vacía, barrada, y la moneda, el objeto causa de deseo en el
capitalismo). Lo que dice Marx, discípulo de Hegel, es, desde luego, que no hay ningún
S sin sostén en a: el sujeto no puede llegar a su ser-en-sí, no puede liberarse de todos
los lazos sustanciales y aparecer como el punto de la negatividad pura, a menos que sea
puesto como equivalente a su antípoda absoluta, la moneda, esa pieza inerte de metal que
uno puede tener en la mano y manipular a discreción…
39
Slavoj Žižek
agosto fue arrestado el teniente coronel Henry, nuevo jefe del servicio
de inteligencia francés; se sospechaba que hubiera fraguado uno de los
documentos secretos sobre cuya base Dreyfus había sido condenado
por alta traición. Al día siguiente Henry se suicidó en su celda con
una hoja de afeitar. Esta noticia conmocionó a la opinión pública: si
Henry había confesado su culpa (¿qué otro sentido se le podría dar
a su suicidio?), la acusación contra Dreyfus debía carecer de solidez
en su totalidad. Todos esperaban un nuevo juicio y la absolución de
Dreyfus. Pero
23. Ernst Nolte, Three Faces of Fascism, Nueva York, Mentor, 1969, pág. 85.
40
Sobre el Uno
Mientras que la tendencia constante del Viejo Adán es rebelarse contra una
cosa tan universal y automática como lo es la civilización, predicar la des-
viación y la rebelión, la novela de la actividad policial en cierto sentido hace
presente que la civilización en sí es la más sensacional de las desviaciones y
la más romántica de las rebeliones… Cuando el detective de una novela po-
licial está solo, y un tanto fatuamente impávido entre los cuchillos y puños
de los ladrones, por cierto sirve para recordarnos que el agente de la justicia
de la sociedad es la figura original y poética, mientras que los escaladores
nocturnos y los salteadores de caminos son solo plácidos y viejos conserva-
41
Slavoj Žižek
42
Sobre el Uno
43
Slavoj Žižek
25. Digamos al pasar que esta era ya la tesis de Adorno. En su Negative Dialectics
(Nueva York, Continuum, 1973) señaló que la desvalorización filosófica tradicional de la
retórica como herramienta secundaria que no hace más que perturbar el enfoque directo
de la verdad, pertenece en realidad al ámbito de la retórica. El gesto retórico supremo
consiste en renunciar a la retórica y referirse a ella de modo negativo (“Lo que diré ahora
no es pura retórica, lo digo seriamente…”).
44
Sobre el Uno
45
Slavoj Žižek
26. KarI Marx/Friedrich Engels, Collected Works, vol. 10, Londres, Lawrence & Wis-
hart, 1978, pág. 95. Incidentalmente, esta paradoja del “reino sin nombre de la república”
también sirve como ejemplo perfecto de lo que significa la “reconciliación” hegeliana. El
Partido del Orden creía en la Restauración, pero la posponía indefinidamente, “preser-
vando la forma republicana con su ira espumajeante e invectivas implacables contra
ella” (ibíd., pág. 96). En síntesis, al seguir cautivada por el espectro de la monarquía que
había que restaurar, al tratar la Restauración como un ideal cuya realización se posponía
indefinidamente, el Partido del Orden pasaba por alto el hecho de que este ideal estaba ya
plenamente realizado en el “reino sin nombre de la república”. Ellos ya tenían en sus manos lo
que buscaban, la “forma republicana” era la forma de aparición de su opuesto, el realismo
como tal.
46
Sobre el Uno
Si alguien abre la boca y promete decir lo que es Dios, a saber, que Dios
es… Dios, la expectativa queda defraudada, pues lo que se esperaba era una
determinación diferente […]. Si consideramos más atentamente este efecto
tedioso producido por esa verdad, vemos que el principio, “La planta es…”,
comienza a decir algo, a presentar una determinación adicional. Pero, puesto
que se repite lo mismo, ha sucedido lo opuesto, no ha emergido nada. Ese
palabrerío idéntico, por lo tanto, se contradice a sí mismo. La identidad, en
lugar de ser en sí misma verdad y verdad absoluta, es consecuentemente
lo opuesto; en lugar de ser lo simple inalterado, es el pasaje más allá de sí
misma a la disolución de sí misma.27
27. Hegel’s Science of Logic, Londres, Allen & Unwin, 1969, pág. 415. [Ed. cast.: Ciencia
de la lógica, Buenos Aires, Mondolfo, 1982.]
47
Slavoj Žižek
48
Sobre el Uno
“Dios es…”
28. Un ejemplo perfecto de esta inversión hegeliana (el pasaje del sujeto al predicado)
se encuentra en la teoría de la relatividad. Como se sabe, la revolución de Einstein en la
concepción de la relación entre el espacio y la materia se produjo en dos pasos. Primero,
él refutó la idea newtoniana de un espacio homogéneo, “uniforme”, al demostrar que la
materia “curva” el espacio. Se debe a la materia que el camino más corto entre dos puntos
no sea necesariamente una línea recta; si el espacio es “atraído” por la materia, el camino
más corto es una curva. Pero este fue solo el primer paso de Einstein; implica aun el
concepto de la materia como una entidad sustancial, un agente independiente del espacio,
que actúa sobre él: lo curva. La ruptura irruptiva crucial fue generada por el segundo paso
de Einstein, su tesis de que la materia en sí no es más que espacio curvo.
Ya en el nivel del estilo, esta inversión (de la materia qua causa que curva el espacio en
materia qua la curvatura misma del espacio) es profundamente hegeliana. Repite la figu-
ra que aparece reiteradamente en Hegel, cuya forma general es ejemplificada del mejor
modo por la dialéctica de la esencia y la apariencia. No basta con decir que la esencia
(oculta) aparece de un modo distorsionado, que la apariencia no es nunca adecuada a su
esencia. Debemos añadir que la esencia misma no es más que esta distorsión de la apariencia,
esta no-adecuación de la apariencia a sí misma, esta auto fisura. (En los términos de la lógica
de la reflexión: la esencia se refleja en la apariencia, puesto que no es más que el reflejo-
sobre-sí de la apariencia.) Esto es lo que está en juego en el “pasaje del sujeto al predica-
do” hegeliano. Cuando Hegel dice que (en oposición al juicio del entendimiento, en el
cual el sujeto qua entidad sólida, sustancial, dada, es complementada por los predicados,
sus atributos), el juicio especulativo se caracteriza por el “pasaje” del sujeto al predicado,
49
Slavoj Žižek
50
Sobre el Uno
30. Jacqueline Rose, “Margaret Thatcher and Ruth Ellis”, en New Formation, 6, Lon-
dres, Routledge, 1989.
52
Sobre el Uno
53
Slavoj Žižek
31. Umberto Eco, Foucault’s Pendulum, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich,
1989, pág. 69. [Ed. cast.: El péndulo de Foucault, Buenos Aires, Ed. De La Flor, 1997.]
32. Andrzej Warminski, Readings in Interpretation, Minneapolis, University of Min-
nesota Press, 1987, pág. 110.
54
Sobre el Uno
55
Slavoj Žižek
el de un conjunto con un solo elemento. Ese elemento tiene que diferir solo
del conjunto vacío, del conjunto que no es más que la falta del elemento
56
Sobre el Uno
57
Slavoj Žižek
58
Sobre el Uno
59
Slavoj Žižek
La estructura subjetivizada
60
Sobre el Uno
61
Slavoj Žižek
38. Ibíd.
62
Sobre el Uno
39. A causa de esta metaforicidad original, el ciframiento como tal genera un goce
excedente que no puede explicarse por la necesidad de eludir la censura que prohíbe
mencionar de modo directo, literal, algún contenido. Uno de los casos supremos de goce
procurado por el ciframiento del significante es la obra de Bertolt Brecht titulada Me Ti.
Buch der Wendungen, que traspone la historia del socialismo a un relato sobre la guerra
civil en un antiguo imperio chino (Trotski se convierte en “To-Tsi”, y así sucesivamente).
El efecto mismo de “extrañamiento” que sirve como justificativo “oficial” del procedi
miento de Brecht (la necesidad de obligar al lector a tomar distancia de su propia conste-
lación histórica y observarla como un país exótico, extranjero, en el que las cosas pierden
su carácter evidente) presupone como base de su eficacia el goce procurado por el acto
de ciframiento como tal.
63
Slavoj Žižek
republicanismo
realismo
64
Sobre el Uno
65
Slavoj Žižek
otro sino para sí; de este modo, pasamos del ser-para-otro al ser-para-sí.
El Uno denota la unidad ideal de una cosa más allá de la multitud de
sus propiedades reales: la cosa como elemento de la realidad es superada
(aufgehoben) en el Uno. El pasaje de algo al Uno coincide entonces con
el pasaje de la realidad a la idealidad: el Uno para el cual es la cosa qua
real (“¿Para qué uno la cosa es esto?”) es esta cosa misma en su idealidad.
Este pasaje implica claramente la intervención del orden simbólico:
solo puede producirse cuando el Uno, la unidad ideal de una cosa más
allá de sus propiedades reales, es nuevamente encarnada, materializada,
externalizada en su significante. La cosa como elemento de la realidad
es “asesinada”, abolida y, al mismo tiempo, preservada en su contenido
ideal (en síntesis, superada) en el símbolo que la pone como Uno: la re
duce a un rasgo unitario designado por su marca significante. En otras
palabras, el pasaje del ser-para-otro al ser-para-sí entraña un descentra
miento radical de la cosa respecto de ella misma: este “sí” de “para-sí”,
el núcleo más íntimo de su identidad, es postulado, “puesto”, adquiere
existencia real, solo en cuanto es una vez más externalizado en una mar
ca significante arbitraria. El ser-para-sí equivale al ser de una cosa para su
símbolo: la cosa es “más sí misma” en su símbolo externo arbitrario que
en su realidad inmediata.
Si el correlato de algo es algo-otro, ¿cuál es entonces el correlato de
Uno? Hay que tener presente que, en cuanto al orden intrínseco de las
categorías de la Lógica de Hegel, todavía nos encontramos en el nivel
de la cualidad: el Uno que estamos abordando no es aún el Uno de la
cantidad, el PrimerUno al que puede añadirse el segundo, el tercero,
etcétera. Por esta razón, el correlato de Uno no es el otro sino el vacío
(das Leere): no puede ser el (algo-)otro puesto que el Uno es ya la uni
dad de sí mismo con su otro, el reflejo-en-sí-mismo del otro, su propio
otro, el Uno es precisamente el otro “intrínseco” para el cual es la cosa,
en el que persiste como superada. Si, en consecuencia, el Uno es algo
reflejado-en-sí-mismo, puesto como su propia unidad ideal, el vacío es
precisamente el reflejo-en-sí-mismo de la alteridad, es decir, una “pura”
alteridad que ya no es algo-otro.
Sin embargo, persiste una ambigüedad: la relación entre el Uno y el
vacío se concibe habitualmente como una coexistencia externa, seme
jante por ejemplo a la de los átomos y el espacio vacío que los rodea.
Aunque esta concepción puede parecer confirmada por el propio He
gel, para quien la categoría del ser-para-sí adquirió existencia histórica
en la filosofía atómica de Demócrito, nada más erróneo: el vacío no es
externo al Uno, mora en su corazón. El Uno está en sí “vacío”; el vacío
es su único “contenido”. En este punto puede ayudarnos una referencia
a la “lógica del significante”: el Uno es lo que Lacan llama el “signi
66
Sobre el Uno
67
Slavoj Žižek
“externa”: ¿cómo es posible que la reflexión que postula se conciba a sí misma como
externa respecto de sus presupuestos; cómo es posible que asuma la existencia de algunos
presupuestos sustanciales y en consecuencia “olvide” que esos presupuestos son pues-
tos por su propia actividad? Por cierto, ¿cómo es esto posible, cuando, en el nivel de la
reflexión postuladora encerrada en su círculo, no hay, estrictamente hablando, nada que
olvidar? O, para decirlo de otro modo: ¿cómo puede el sujeto que reflexiona caer de
pronto víctima de la ilusión de que el contenido sustancial está perdido para él, cuando
no hay ningún contenido sustancial susceptible de perderse antes de la experiencia de la
pérdida? La respuesta, desde luego, es que para “olvidar” (o “perder”) algo, primero es
preciso olvidar que no hay nada que olvidar: este olvido es lo que por empezar posibilita
la ilusión de que hay algo que olvidar.
Por abstractas que puedan parecer, estas cavilaciones se aplican inmediatamente al
modo en que funciona una ideología: la lamentación nostálgica por los valores olvidados
del pasado olvida el hecho de que esos valores no tenían ninguna existencia anterior a
nuestros lamentos, que los hemos literalmente inventado con nuestros lamentos por su
pérdida…
68
Sobre el Uno
69
2. La caprichosa identidad
La imposibilidad
El “monismo” de Hegel
71
Slavoj Žižek
72
La caprichosa identidad
2. Véase Slavoj Žižek, Le plus sublime des hystériques - Hegel passe, París, Point-hors-
ligne, 1988, págs. 100-3.
73
Slavoj Žižek
74
La caprichosa identidad
De modo que el proceso dialéctico está marcado por una doble es
cansión. Primero tenemos el “tejer silencioso del Espíritu”, la transfor
mación inconsciente de toda la red simbólica, de todo el campo del sig
nificado. Después, cuando la obra ya está hecha y todo está decidido “en
sí mismo”, llega el momento de un acto puramente formal por medio
del cual la forma anterior del espíritu también se quiebra “para sí”. El
punto crucial es que la conciencia llega necesariamente demasiado tarde; solo
puede advertir que han retirado los cimientos bajo sus pies cuando la en
fermedad infecciosa ya domina el campo. La estrategia de lo nuevo, de
la “enfermedad” espiritual, debe entonces evitar la confrontación directa
mientras sea posible; debe ser un “tejer silencioso”, como la excavación
subterránea de un topo, mientras aguarda el momento en que un leve
empujón con el dedo bastará para derrumbar el poderoso edificio.
Esta lógica, ¿no evoca espontáneamente la conocida escena de los
dibujos animados en la que un gato camina con toda tranquilidad sobre
el precipicio, pero cae cuando mira hacia abajo y toma conciencia de
que está en el aire? El arte de la subversión no consiste en luchar con el
gato mientras camina sobre terreno firme, sino en permitir que conti
núe con la cabeza alta y, mientras tanto, socavar el fundamento mismo
sobre el que se desplaza, de modo que una vez realizado el trabajo sea
suficiente un simple silbido, un recordatorio para que mire abajo de sus
pies, y el gato caerá solo. Además, ¿no estamos en el centro mismo de
la idea lacaniana del “entre-dos-muertes” (l’entre-deux-morts)? A propó
sito de la “forma de la conciencia”, cuyo cimiento está ya socavado por
el “tejer silencioso” del Espíritu, aunque aún no lo sabe, ¿no podríamos
decir que ya está muerta sin saberlo, que solo está aún viva porque no
sabe que está muerta?4 En el pasaje citado, lo que dice Hegel es que al
75
Slavoj Žižek
5. Esta lógica paradójica del momento en el cual, antes del acto formal de la decisión,
las cosas ya están decididas, tal vez nos permita iluminar de modo nuevo una típica escena
76
La caprichosa identidad
77
Slavoj Žižek
78
La caprichosa identidad
debe por lo tanto leerse de un modo que difiere del habitual: significa
que ni la razón ni la realidad existen “en sí”.
6. La lógica que opera en este caso es, por lo tanto, opuesta a la del excedente del ideal
respecto de su realización efectiva, opuesta a la insistencia “idealista” en que la realidad
empírica nunca puede corresponder plenamente a su concepto. Lo que tenemos aquí es,
por el contrario, un elemento (real) que, aunque no es un miembro del género X, es “más
X que el propio X”. Esta dialéctica aparece a menudo aludida en expresiones cotidianas,
como cuando decimos de una mujer resuelta que ella es “más hombre que los propios
hombres”, o de un converso religioso que él es “más católico que el Papa”, o del saqueo
79
Slavoj Žižek
La condición de (im)posibilidad
legal en el juego bursátil que es “más delictivo que el propio delito”. Esta es la lógica de
la mencionada relación del arte y la religión: la religión es “más arte que el propio arte”,
realiza el concepto del arte y de tal modo lo subvierte, transformándolo en otra cosa. De
modo que el “excedente” está del lado del “ejemplo”, y no del lado del concepto ideal; la
religión es un “ejemplo” de arte que es “más arte que el propio arte”, y realiza entonces el
pasaje a un nuevo concepto. (Véase el capítulo 3.)
7. G. W. F. Hegel, Jenaer Realphilosophie, Werke 6-6. Hamburgo, Meiner Verlag, 1967,
pág. 199.
80
La caprichosa identidad
81
Slavoj Žižek
82
La caprichosa identidad
Reflexión
La lógica de la remarca
83
Slavoj Žižek
84
La caprichosa identidad
9. Rodolphe Gasche, The Tain of the Mirror, Cambridge, MA, Harvard, University
Press, 1987.
85
Slavoj Žižek
86
La caprichosa identidad
87
Slavoj Žižek
88
La caprichosa identidad
14. Sobre el concepto de “punto de almohadillado”, véase Slajov Žižek, The Sublime
Object of Ideology, Londres, Verso, 1989, capítulo 3.
15. Žižek, Le plus sublime des hystériques, ob. cit., capítulos 2 y 6.
89
Slavoj Žižek
16. Rodolphe Gasche, ob. cit., pág. 222 (las cursivas son mías).
17. Ibíd., págs. 290-291.
90
La caprichosa identidad
91
Slavoj Žižek
El abismo remarcado
Para decidir este punto crucial, tenemos que considerar con aten
ción la línea argumentativa de Gasche. Contrariamente a lo que ocurre
en el movimiento de la reflexión (en el cual, por medio de una totaliza
ción reflexiva, su agente “domina” a toda la cadena y “se reapropia” del
contenido reflejado), en la lógica derrideana de la remarca el elemento a
través del cual se refleja la textualidad dentro del texto (el elemento que
remarca el lugar de la cadena como tal) nunca “domina” a la cadena,
puesto que él mismo ocupa la posición de uno de sus elementos, y es
por lo tanto remarcado a su vez por todos los otros.19 En consecuencia,
un elemento solo puede reflejar la textualidad en abismo, a través de una
posposición interminable: siempre hay un cierto exceso de remarca que
elude la totalización dialéctica.
19. Obsérvese el modo en que Gasche, por una especie de necesidad estructural, se
enreda en una contradicción. En el pasaje citado, la “ilusión de una totalización refleja”
equivale a borrar el hecho de que la remarca en sí está de nuevo inscrita dentro de la serie
de marcas que se supone que domina, mientras que sesenta páginas antes (en la pág. 221)
había calificado la “ilusión metafísica del referente presente para sí mismo” reduciendo la
remarca a una mera función sémica. Caemos víctimas de la ilusión metafísica en cuanto
nivelamos la remarca con las otras marcas, en cuanto borramos su carácter excepcional,
el hecho de que no es solo otro portador de una función sémica, sino que representa el
espacio vacío de la inscripción de todas ellas.
20. Rodolphe Gasche, ob. cit., pág. 221.
92
La caprichosa identidad
93
Slavoj Žižek
esto se basa en un presupuesto trivial, a saber: que todo depende del carácter
particular del monarca. En un Estado completamente organizado, se trata
solo del punto culminante de la decisión formal […]. Es por lo tanto un
error pedir que el monarca tenga cualidades objetivas; él solo tiene que de-
cir “sí” y ponerle el punto a la “i” […]; cualquier otro poder que pueda tener
el monarca además de este poder de la decisión final, forma parte y parcela
de su carácter privado y no debería tener ninguna consecuencia […]. En una
monarquía bien organizada, el aspecto objetivo pertenece exclusivamente a
la ley, y la parte del monarca consiste solo en sumarle a la ley el “yo quiero”
subjetivo.21
21. G. W. F. Hegel, Philosophy of Right, ob. cit., págs. 288-9. [Ed. cast.: Filosofía del
derecho, Buenos Aires, Claridad, 1987.]
22. Ibíd., pág. 288.
23. Ibíd., pág. 183.
94
La caprichosa identidad
95
Slavoj Žižek
25. Una de las razones del éxito público de la presidencia de Ronald Reagan fue que
muchas de las que sus críticos consideraban debilidades y convertían en objeto de mofa
(los límites obvios a los que él estaba en condiciones de comprender, etcétera) eran en
realidad condiciones efectivamente positivas de su reinado. Reagan era percibido pre-
cisamente como alguien que gobernaba a la manera de un rey: haciendo gestos vacíos,
poniendo los puntos sobre las íes (escritas por otros), sin advertir realmente lo que suce-
día… Del mismo modo, se equivocan quienes piensan que la lógica del monarca hege
liano es una sutileza excéntrica, carente de importancia en el mundo de hoy.
26. Por lo tanto, lo crucial en el monarca hegeliano es que no puede ser reducido a
una pura agencia del significante amo carente de sentido: su estatuto es al mismo tiempo
el de lo Real. No debe entonces sorprendernos que el propio Hegel le asignara al monar-
ca un lugar en la serie de las “respuestas de lo Real”. En el párrafo 279 de la Filosofía del
derecho, él aborda la diferencia entre la aristocracia o la democracia antiguas y la monar-
quía moderna: en la aristocracia o en la democracia antiguas, el “momento de la decisión
final, autodeterminante, de la voluntad” no era aún postulado explícitamente como un
“momento orgánico inmanente al Estado”; el punto de decisión performativo puro, el
96
La caprichosa identidad
“¡Así sea!” que transforma una opinión en una decisión de Estado, no había adquirido
aún la forma de la subjetividad; el poder de una pura decisión inambigua es entonces
delegado en
un fatum que determina las cuestiones desde fuera. Como momento de la Idea, esta
decisión tenía que entrar en la existencia, aunque arraigada en algo externo al círculo
de la libertad humana, que es lo que concierne al Estado. Aquí está el origen de la
necesidad de derivar la última palabra sobre los grandes acontecimientos y los asun-
tos importantes de Estado partiendo de oráculos, de un “signo divino” (en el caso de
Sócrates), de las entrañas de animales, de la comida y el vuelo de las aves, etcétera.
Mientras los hombres no se han sumergido aún en las profundidades de la autocon-
ciencia o emergido a su independencia desde su unidad indiferenciada de sustancia,
les falta fuerza para buscar la palabra final dentro de su propio ser (G. W. F. Hegel,
Philosophy of Right, págs. 183-184).
Oráculos, entrañas… Otros tantos nombres de una respuesta supuestamente escrita en
lo Real: el estatuto de los oráculos es por definición el de una escritura que hay que inter-
pretar, que hay que integrar en nuestro universo simbólico. La subjetividad del monarca
ocupa este mismo lugar de las “respuestas de lo Real”: en lugar de buscar la “palabra final”
(el significante amo) en una escritura contenida en lo Real (entrañas, comida de aves…),
es la persona del monarca la que asume el acto de transformar la opinión de sus ministros
en una decisión de Estado.
97
Slavoj Žižek
98
La caprichosa identidad
es incapaz de dar cuenta de la remarca como tal, no solo porque esta infraes-
tructura no puede ser fenomenologizada y experimentada, sino también
porque por lo menos una de sus representaciones (es decir, por lo menos
29. Por esta razón, en la Ciencia de la lógica de Hegel la identidad aparece como la
primera “determinación de la reflexión” (Reflexions-bestimmung). La identidad de un objeto
consigo mismo es el punto en el cual, dentro de la serie de sus predicados-determinacio-
nes, este objeto se encuentra “a sí mismo”, al espacio vacío de su inscripción; en la forma
de la “identidad”, este espacio vacío es “reflejado” en el objeto mismo. La estructura de
la identidad-consigo-mismo es, por lo tanto, precisamente, la de la remarca: la identidad
“representa” al lugar de inscripción de todos los predicados, y de tal modo los remarca.
Consideremos el caso de la tautología “la ley es la ley”: su vacío mantiene abierto el espacio
en el cual pueden inscribirse todos los otros predicados-determinaciones positivos de la ley.
99
Slavoj Žižek
una figura en la que ella desaparece) queda sin que se dé cuenta de ella. Esta
última figura es fundamentalmente la figura de la Aufhebung en sí.30
100
La caprichosa identidad
33. Ibíd.
34. Hegel estaba perfectamente en claro acerca de esto. Basta con examinar el modo
en que articula el pasaje del ser-para-otro al ser-para-sí a propósito de la expresión alema-
na “Was für ein Ding ist das?”, Véase el capítulo 1.
101
Slavoj Žižek
102
La caprichosa identidad
35. En este punto surge con fuerza la diferencia entre las concepciones derrideana
y lacaniana del sujeto. En Derrida, como en Lacan, la identidad del sujeto, el proceso
que lleva a ella (la identificación, la interpelación, el “reconocerse como sujeto”), está
siempre trunco, frustrado; la condición de posibilidad del sujeto es simultáneamente la
condición de su imposibilidad: para constituirse, el sujeto debe entregarse al juego de
la autoafección, la autoposposición; el gesto mismo que lo constituye lo daña irrepara-
blemente.
Pero en cuanto a la concepción lacaniana, no basta con decir que la identidad del
sujeto está siempre, constitutivamente, truncada, dispersa a causa de la intrusión de un
exterior irreductible. Se trata de que el “sujeto” no es más que el nombre de esta “muti-
lación”, de esta imposibilidad de la sustancia para realizarse plenamente, para alcanzar
su plena identidad-consigo-misma. Y, en la teoría lacaniana, este exterior irreductible,
este cuerpo extraño, este intruso que impide la constitución plena del sujeto y al cual el
sujeto es estrictamente correlativo, tiene un nombre preciso: es el objeto a (objet petit a).
En su mismo (no) estatuto ontológico, el sujeto es el negativo del cuerpo extraño que
le impide a la sustancia lograr la identidad consigo misma. Desde luego, no es por azar
103
Slavoj Žižek
que esta diferencia entre Derrida y Lacan pueda articularse mediante la figura hegeliana
de la inversión reflexiva: la inversión del “sujeto mutilado” en “sujeto qua mutilación”.
Sobre esta diferencia crucial entre la concepción desconstructiva y la concepción laca-
niana del sujeto, véase Joan Copjec, “The Ortopsychic Subject”, Octubre, 49, Cambridge,
MIT, 1989.
104
La caprichosa identidad
solo tiene sentido en cuanto la mirada del sujeto está ya allí: en su con
cepto mismo, el Otro inaccesible implica una relación con su propio
otro (el sujeto). El sujeto no “internaliza”, no “media”, el ser-en-sí del
Absoluto, sino que simplemente toma conocimiento del hecho de que
este En-Sí es en-sí para el sujeto.
105
Segunda Parte
El malestar en la dialéctica
3. Lalengua hegeliana
109
Slavoj Žižek
110
Lalengua hegeliana
111
Slavoj Žižek
2. Al pasar, podemos decir que lo mismo es cierto de las diversas “historias del ser”
heideggerianas, en las que la historia de Occidente se reduce a una sucesión de episodios
que son otros tantos modos de develar el ser (la época griega, la subjetividad cartesiana,
la voluntad de poder poshegeliana, etcétera): lo que se pierde es la manera en que la
experiencia de la verdad del ser es en cada una de estas épocas un fracaso, una derrota del
esfuerzo del pensamiento por aprehender la Cosa. El propio Heidegger, por lo menos en
sus grandes momentos, nunca cayó en este error: por ejemplo, el énfasis de su interpre
tación del Tratado sobre la libertad humana de Schelling es que el autor presintió un cierto
núcleo que seguía impensado en toda la tradición metafísica anterior, pero al que él se
cegó al formularlo en las categorías de la metafísica aristotélica (Hölderlin, en sus poemas,
puso más adecuadamente este meollo en palabras).
112
Lalengua hegeliana
3. En realidad, esto es mucho menos “racista” que esa clase de “comprensión del
otro en su diversidad” que nos permite conservar una distancia segura respecto de él
y borrar de nuestra experiencia del otro todo lo que podría perturbar nuestra posición
subjetiva: un resentimiento directo y rudo con el otro, que hace algunos años ejemplificó
un antropólogo inglés cuando, después de estudiar una tribu nigeriana durante algunos
años, escribió que nunca había visto un grupo humano más corrupto, que ellos instintiva
y sistemáticamente trataban de explotarlo y engañarlo, etcétera.
4. Véase Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, Dialectic of Enlightenment, Nueva
113
Slavoj Žižek
York, Herder & Herder, 1972. [Ed. cast.: Dialéctica del Iluminismo, Buenos Aires, Sudame-
ricana, 1988.]
5. Véase Gillian Rose, Hegel contra Sociology, Londres, Athlone, 1981, págs. 48 y sigs.
114
Lalengua hegeliana
115
Slavoj Žižek
tar esta culpa. El hecho de que, como dice Lacan, el propio Edipo no
tuviera complejo de Edipo significa precisamente que él había pasado al
extremo, al límite último del destino humano, y había asumido plena
mente su culpa. La relación de los crímenes particulares, “reales”, con
este Crimen por excelencia, es realmente ambigua: al asumir la respon
sabilidad de un crimen particular, el sujeto trata de borrar la culpa que
macula su existencia misma.
El notorio “sentimiento de culpa” no es, por lo tanto, más que una
estratagema para engañar al gran Otro, apartar su atención del crimen
real.7 En esto consiste la relación negativa entre el universal y el par
ticular: el crimen particular está aquí para ocultar la universalidad del
crimen kat’ exochen; hay una tensión dialéctica entre el universal y el
particular; el particular reniega y subvierte al universal que ejemplifica.
En cuanto al estatuto del universal, Lacan no es por consiguiente un
nominalista, sino definidamente un realista: el universal es el “Real”,
no el medio o ámbito apaciguador que une las particularidades diver
gentes, sino el límite insondable que impide que el particular alcance
su identidad consigo mismo. Y es precisamente a la luz de esta paradoja
como resulta manifiesto que “todo se ilumina al aprehender y expresar
la verdad, no solo como sustancia, sino también como sujeto”:8 todo el
“contenido” de la sustancia consiste en la serie de modos frustrados, distorsiona-
dos, en que la sustancia se reconoce (mal) a sí misma.
El mejor remedio para esta interpretación errónea de la tesis he
geliana sobre la sustancia como sujeto consiste en basarse en la idea
cotidiana, de sentido común, de lo “subjetivo”, como cuando decimos
de alguna opinión que ella representa una visión “subjetiva” (distorsio
nada, parcial) de la cosa en cuestión: la “sustancia como sujeto” significa
(también) que la no-verdad, el error, es intrínseco a la verdad misma;
para resumir la perspicaz fórmula de Rose, la sustancia “es la no-verdad
como sujeto”. Una vez más, esto es lo que significa la identidad es
peculativa de la sustancia y el sujeto: su falta misma de identidad, es
7. Véase Michel Silvestre, Demain la psychanalyse, París, Navarin Éditeur, 1987, pág.
93. No obstante, hay un punto preciso acerca del cual no estamos de acuerdo con Silves-
tre. Para él, el “sentimiento de culpa” es engañoso, pues sirve para eludir la culpa real del
parricidio, mientras que a nosotros nos parece que, en una perspectiva lacaniana, incluso
esta culpa radical es ya una estratagema engañosa por medio de la cual el sujeto elude el
hecho traumático de que el gran Otro está “muerto” desde el principio mismo (es decir, es
un impostor inconsistente, impotente). Nosotros no lo matamos, desde siempre, siempre-
ya estuvo muerto, y la idea de que somos responsables de su muerte nos permite sostener
la ilusión de que en algún momento, antes de nuestro crimen, él estaba vivo y coleando
(por ejemplo, en la forma del padre-goce primordial).
8. G. W. F. Hegel, Phenomenlogy of Spirit, Oxford, Oxford University Press, 1977, pág.
10. [Ed. cast.: Fenomenología del espíritu, Buenos Aires, FCE, 1992.]
116
Lalengua hegeliana
117
Slavoj Žižek
118
Lalengua hegeliana
119
Slavoj Žižek
10. Esta ilusión nos permite evitar la mirada crucial a los ojos del Otro: cuando con-
frontamos al Otro ojo a ojo, encontramos la muerte.
120
Lalengua hegeliana
121
Slavoj Žižek
su totalidad más que una serie de intentos frustrados por producir “el
Libro”; este fracaso constitutivo es lo que justifica la definición del arte
moderno como “experimental”. Contrariamente a lo que sostiene la
opinión prevaleciente, que concibe el advenimiento del arte moderno
como una ruptura de los confines edípicos de la metáfora paterna, tene
mos que reconocer sus rasgo fundamental en el surgimiento de la agen
cia ética de una deuda simbólica irreparable que socava la “regresión” al
fetichismo preedípico propio del estatuto de la obra de arte tradicional.
El concepto lacaniano de lalengua (lalangue)11 tiene que ver con el
campo del lenguaje en cuanto está “barrado” por un límite intrínseco
de ese tipo, que le impide constituirse como un todo consistente. Es
decir que “lalengua” es el lenguaje en cuanto el borde externo que le
garantiza su identidad consigo mismo se refleja en el propio lenguaje y
asume la forma de un impedimento intrínseco que transforma el campo
en una totalidad inconsistente, “no-toda”. Desde luego, el punto crucial
en Lacan es que la secuencia lógica tiene que ser invertida: lalengua es
lógicamente “primordial”, y el modo de convertir su campo inconsis
tente, no-universal, en una totalidad cerrada y coherente es “expulsar”,
Si evocamos su límite intrínseco hacia un borde externo. Evocando la
conocida frase irónica, tenemos que hablar de “todas las cosas posibles
y también algunas otras”: lo que hay que excluir para que el campo de
“todas las cosas posibles” pueda constituirse. En otras palabras, un todo
siempre se basa en una excepción constitutiva: nunca podemos obtener
un conjunto completo de significantes sin excepción, puesto que el ges
to mismo de completamiento entraña la exclusión.
En esto consiste la paradoja fundamental de la “lógica del signifi
cante”: a partir de una colección no-toda, no-universal, constituimos
una totalidad, pero no agregando algo, sino, por el contrario, sustra-
yéndole algo, a saber: el “también”, el “además” excedente cuya exclu
sión genera la totalidad de “todas las cosas posibles”. Una totalidad sin
excepción que sirva como borde no deja de ser un conjunto inconsis
tente, defectuoso, que “no se mantiene unido”, un conjunto “no-todo”
(pastout). Tomemos, por ejemplo, la verdad: solo puede decirse que es
“toda” si se la concibe como adequatio a un borde-objeto externo (la
“realidad”, el “pensamiento puro”, etcétera). Sostener que la verdad es
“no-toda” equivale a decir que no consiste en una relación externa de
la proposición con alguna medida externa, sino que mora en el seno del
lenguaje mismo, que es un efecto inmanente del significante.
122
Lalengua hegeliana
12. Recordemos que Marx produjo la misma fórmula a propósito del capital: el límite
del capital es el capital mismo, el modo capitalista de producción.
123
Slavoj Žižek
124
Lalengua hegeliana
como si, junto a (y distinto de) los leones, los tigres, las liebres y todos los
otros animales reales que constituyen en un grupo las diferentes razas, es-
pecies, subespecies, familias, etcétera, del reino animal, existiera, además, el
Animal, la encarnación individual de ese reino.13
13. Paul-Dominique Dognin, Les “sentiers escarpés” de Karl Marx, 1, París, CERF,
1977.
125
Slavoj Žižek
126
Lalengua hegeliana
14. En este caso la relación es la misma que entre la política francesa y la filosofía
alemana en la época de la Revolución Francesa: los grandes idealistas alemanes elabora-
ron los fundamentos filosóficos de la Revolución Francesa, no a pesar del retraso político
alemán, sino precisamente porque el bloqueo político solo dejaba abierto el camino de la
teoría.
127
Slavoj Žižek
Juicio en ausencia
15. Recordemos que en la última sección de su Ciencia de la lógica, Hegel dice que
podemos considerar que los momentos del proceso dialéctico son cuatro; el sujeto es en
realidad el cuarto momento excedente, esa “nada”, esa negatividad autorreferencial, que
no obstante cuenta como “algo”. (Véase también el capítulo 5.)
16. Hegel’s Science of Logic, Londres, Allen & Unwin, 1978, pág. 623. [Ed. cast.: ob.
cit., nota 27 del cap. 1.]
128
Lalengua hegeliana
17. En realidad, el pasaje desde el juicio negativo al juicio infinito epitomiza la lógica
de la “negación de la negación”: revela que la negación de la negación no es simplemente
un retorno a la identidad inmediata, sino la negación que niega al campo universal en sí,
mientras que la simple negación del predicado lo deja intacto.
129
Slavoj Žižek
18. Véase Slavoj Žižek, The Sublime Object of Ideology, Londres, Verso, 1989, págs. 207-
209. [Ed.cast.: ob. cit., nota 1 de la “Introducción”.]
130
Lalengua hegeliana
Por cierto, el concepto no es la cosa tal como ella es, por la sencilla razón
de que el concepto está siempre donde no está la cosa, está allí para reem-
plazar a la cosa, como el elefante que introduje en la habitación el otro día
por medio de la palabra elefante. Si esto fue tan sorprendente para algunos
de ustedes, se debió a que resultó claro que el elefante estuvo realmente allí
19. Esta paradoja del “juicio infinito” es la prueba más clara del error de la (mala)
lectura de Hegel según la cual él considera que nuestro lenguaje “ordinario” es una herra-
mienta dura e inadecuada para expresar las finezas de la automediación dialéctica, una
herramienta limitada al nivel del entendimiento, de las determinaciones “abstractas”.
Por supuesto, esta (mala) lectura suscita el sueño de otro lenguaje, etéreo, que evitaría
la torpeza del lenguaje común y daría una expresión adecuada inmediata al movimien-
to especulativo. Quizás ese lenguaje sea accesible a los dioses, mientras que nosotros,
los mortales comunes, estamos lamentablemente condenados al instrumento vulgar del
que disponemos, obligados a pensar, para expresarnos, “en el lenguaje contra el lenguaje
mismo”… Alguien versado en el procedimiento hegeliano tiene perfectamente en claro
que esa noción es por completo errónea, pues se trata de que para captar el movimiento
especulativo no necesitamos ningún otro lenguaje más adecuado: nuestro lenguaje “ordi-
nario” es más que suficiente. Todo lo que tenemos que hacer, por así decirlo, es tomarlo
más literalmente de lo que él se toma a sí mismo, tomar conciencia de que incluso los
juicios más rudos tienen éxito por medio de su fracaso.
Para decirlo sucintamente: “el juicio especulativo” es lo mismo que un juicio ordina-
rio del entendimiento, solo que leído dos veces: el fracaso de la primera lectura nos obliga
a realizar el cambio dialéctico de perspectiva y a discernir el éxito en el fracaso mismo.
Por ejemplo, “el Espíritu es un hueso”: de la primera lectura resulta un total desaliento
y fracaso, una sensación de incompatibilidad absurda entre el sujeto y su predicado. Pero
basta con que observemos que la noción especulativa de “sujeto” consiste precisamente en
esta radical incompatibilidad, división, negatividad. O, para decirlo de otro modo, todo lo
que tenemos que hacer para llegar a la verdad especulativa de una proposición del enten-
dimiento es incluir en su significado nuestra posición subjetiva de enunciación, comprender que
lo que en primer lugar tomamos por nuestra reacción “subjetiva” a ella (la sensación de
fracaso, incompatibilidad, discordia) define la “cosa misma”. De modo que, contrariamente
a la opinión difundida, Hegel no habla una especie de “lenguaje privado” esotérico, habla
el mismo lenguaje que nosotros, solo que lo habla más.
131
Slavoj Žižek
20. The Seminar of Jacques Lacan, Book I, Cambridge, Cambridge University Press,
1988, págs. 242-3.
132
Lalengua hegeliana
133
Slavoj Žižek
∃x.Φx ∃x.Φx
∀x.Φx ∀x.Φx
134
Lalengua hegeliana
21. Citado de P.-D. Dognin, Les “sentiers escarpés” de Karl Marx I, ob. cit., pág. 72.
135
Slavoj Žižek
136
Lalengua hegeliana
22. Hoy en día se habla mucho del anacronismo de la distinción entre la derecha
y la izquierda; para no engañarse resulta útil recordar la asimetría de estos conceptos:
un izquierdista es alguien que puede decir “yo soy un izquierdista”, es decir, reconocer
la división, la distinción derecha/izquierda, mientras que un derechista puede ser inva-
riablemente reconocido por el modo en que se posiciona en el centro y condena a todo
“extremismo” como “fuera de moda”. En otras palabras, la distinción izquierda/derecha
es percibida como tal (en “hegelés”: cuenta) solo desde una perspectiva de izquierda,
mientras que la derecha se percibe en “el centro”; habla en nombre del “todo”, rechaza la
división. La articulación del espacio político es entonces una paradoja bien ejemplificada
por los atolladeros de la sexuación: no se trata simplemente de la articulación del todo
en dos polos, sino de que un polo (la izquierda) representa la división como tal; el otro
(la derecha) la niega, de modo que la escisión política izquierda/derecha necesariamente
asume la forma de la oposición entre “la izquierda” y “el centro”, y deja vacío el lugar de
“la derecha”. La derecha queda definida por el hecho de que sus adherentes nunca pueden
decir de sí mismos, en primera persona, “yo soy un derechista”; solo aparecen como tales
desde una perspectiva de izquierda.
137
Slavoj Žižek
138
Lalengua hegeliana
139
Slavoj Žižek
23. Dieter Henrich, Hegel im Kontext, Francfort, Suhrkamp Verlag, 1971, pág. 163.
140
Lalengua hegeliana
24. Stephen Jay Gould, Wonderful Life, Londres, Hutchinson Radius, 1990.
141
Slavoj Žižek
142
Lalengua hegeliana
143
Slavoj Žižek
144
Lalengua hegeliana
145
Slavoj Žižek
25. Acerca de Joyce, Lacan habla del “sinthome” como formación sustitutiva que
le permite al psicótico eludir la desintegración de su universo simbólico, como una
agencia que el sujeto construye para suplementar el fracaso del Nombre-del-Padre en
tanto punto de almohadillado de su discurso; en el caso de Joyce, este sinthome era, por
supuesto, la literatura en sí. (Véase Jacques Lacan, “Joyce le symptôme” I-II, en Joyce
avec Lacan, París, Navarin Éditeur, 1987.) Lo que hay que hacer en este caso es invertir
y al mismo tiempo universalizar esta lógica de la sustitución. No se trata solo de que
el sinthome actúe como sustituto del padre simbólico efectivo, sino de que el padre como
tal es ya un síntoma que tapona una cierta defectividad, inconsistencia, del universo
simbólico. En otras palabras, hay que dar el paso desde el síntoma del padre hasta el padre
en sí como síntoma.
146
Lalengua hegeliana
Nombre-del-Padre
deseo de la madre
26. Por esto Lacan describe el espectro del padre-goce como una construcción fan-
tasmatizada del neurótico, como su intento de salir del atolladero de su relación con el
padre simbólico.
147
Slavoj Žižek
Necesario Imposible
Posible Contingente
148
4. Sobre el Otro
149
Slavoj Žižek
150
Sobre el Otro
3. Véase Judith Butler, Subjects of Desire, Nueva York, Columbia University Press,
1987.
151
Slavoj Žižek
152
Sobre el Otro
6. Henry Staten, Wittgenstein and Derrida, Oxford, Blackwell, 1985, pág. 67.
153
Slavoj Žižek
154
Sobre el Otro
es el paradigma de la “determinación reflexiva”? Las propiedades del rey (su aura carismá-
tica, etcétera) deben traducirse en una descripción del modo en que lo tratan sus súbditos.
11. Véanse los capítulos 11 y 16 de Jacques Lacan, The Four Fundamental Concepts
of Psycho-Analysis, Londres, Hogarth, 1977. [Ed. cast.: ob. cit., nota 11 del cap. 1.] Des-
cartes debe ser opuesto en este punto a Husserl, quien señaló directamente que el resto
que queda después de la duda radical no es una “pequeña pieza de realidad”, puesto que
su estatuto es trascendental y no mundano: la epojé fenomenológica “desrealiza” toda la
“realidad”, suspende su existencia.
155
Slavoj Žižek
156
Sobre el Otro
13. Desde luego, una de las consecuencias de este cambio es que se invierte la relación
de fuerzas entre el universal y el particular. En la década de 1950, Lacan concebía los
síntomas como huellas imaginarias particulares aún no integradas en el orden simbólico
universal, de modo que la meta del psicoanálisis consistía precisamente en efectuar esta
universalización demorada; en la década de 1970, por el contrario, Lacan pensaba que
la meta era aislar al objeto-causa del deseo, el modo absolutamente particular en que un
sujeto organiza su goce, el modo que se resiste incondicionalmente a todo intento de
universalización.
157
Slavoj Žižek
La “certidumbre objetiva”
158
Sobre el Otro
14. Ludwig Wittgenstein, On Certainty, Oxford, Blackwell, 1969, pág. 170. [Ed. cast.:
De la certeza, Barcelona, Península, 1983.]
15. Ibíd., pág. 378.
16. Ibíd., pág. 509.
159
Slavoj Žižek
160
Sobre el Otro
Del % a $
18. Este “escepticismo radical” sin precedentes que socava cualquier tipo de “eviden-
cia”, especialmente la obtenida en la experiencia fenomenológica, tiene consecuencias
políticas de suma importancia: es perfectamente posible que una posición subjetiva pro-
fundamente auténtica sea sin embargo “errónea”. Por ejemplo, la posición de los comu-
nistas norteamericanos en los años de la caza de brujas de McCarthy. En el nivel de las
verdades fácticas, está claro que, por lo menos en lo concerniente a la Unión Soviética, los
impulsores de la Guerra Fría “tenían razón” (la Unión Soviética era en efecto un vasto reino
del terror, con agresivas metas imperialistas, etcétera), pero nuestro sentimiento “espon-
táneo” de que la posición de las víctimas de la caza de brujas era “auténtica”, mientras que
los cazadores eran truhanes, está sin embargo totalmente justificado. Una de las lecciones
del psicoanálisis es precisamente que debemos asumir esta brecha irreductible entre la
“autenticidad” y la verdad fáctica.
19. Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations, ob. cit., pág. 201. Tomamos la
interpretación de la “paradoja escéptica” de Saul Kripke, Wittgenstein on Rules and Private
Language, Oxford, Blackwell, 1982.
161
Slavoj Žižek
el mismo resultado que “más”, con la única excepción de que para “68 +
57” la cifra que resulta es “5”. De modo que, ante las protestas de mi con
fundido compañero, yo respondo: “¿Cómo sabe que este es un error? Yo
me he limitado a seguir otra regla, para mí ‘más’ significa y ha significado
siempre ‘quus’, y ‘68 + 57 = 5’ es una aplicación correcta de ‘quus.’”.20
Desde luego, sería muy sencillo refutar esta paradoja dentro de un
enfoque hermenéutico, si se señala que presupone una cierta distancia res
pecto de la “regla” y que esa distancia no aparece en nuestra actitud coti
diana. Cuando sumamos en nuestra vida cotidiana, no estamos “siguien
do” alguna regla externa al acto: la “regla” es intrínseca al acto mismo;
constituye el horizonte dentro del cual es posible hablar de “adición”,
por lo cual, cuando sumamos, no podemos primero hacer abstracción
de la regla y después preguntarnos cuál fue la regla que seguimos. Este
horizonte hermenéutico del significado, que está siempre-ya presente
como el trasfondo intrínseco de nuestras operaciones –y, como tal, cons
tituye el lugar desde el cual hablamos y que, por lo tanto, no puede ser
cuestionado de modo consistente– es una de las dimensiones de lo que
Lacan designa como “el gran Otro”: el gran Otro está siempre-ya allí;
con el acto de hablar atestiguamos nuestra “creencia” en él.
Pero el campo del psicoanálisis no se limita a esta dimensión del
gran Otro. Lo demuestra el papel crucial que desempeña la inter
pretación de los lapsus verbales: ellos no pueden ser explicados por el
horizonte hermenéutico. Pero, el lapsus verbal, ¿no es precisamente
un acto que no podemos ejecutar de acuerdo con su regla intrínse
ca? Nuestra desviación respecto de esa regla, ¿no se ha producido en
concordancia con otra regla desconocida, a saber: la regla sacada a la
luz por la interpretación? La meta de la interpretación, ¿no es precisa
mente discernir una regla que se ha seguido sin saberlo, allí donde
el “sentido común” no ve nada más que un caos sin significado? En
otras palabras, la meta de la interpretación, ¿no es discernir el “quus”
allí donde el sentido común ve un simple error, un simple fracaso de
162
Sobre el Otro
163
Slavoj Žižek
Cuando digo “yo sufro”, no apunto a una persona que sufre, puesto que en
cierto sentido no sé en absoluto quién está sufriendo. Y esto puede justificarse.
Pues el punto principal es que no digo que una cierta persona sufre, sino que
“yo sufro…”. ¿Qué significa saber quién sufre? Significa, por ejemplo, saber
qué hombre que se encuentra en esta habitación está sufriendo: por ejemplo,
el que está sentado allí, o el que está de pie en ese rincón… ¿Qué quiero de-
cir? Que hay muchos diferentes criterios de la “identidad” de una persona.22
164
Sobre el Otro
El aspecto formal
165
Slavoj Žižek
166
Sobre el Otro
este lugar vacío que precede al contenido que lo llena, ese es el objetivo
de la razón hegeliana, es decir, la razón en cuanto opuesta al entendi
miento, para la cual una forma expresa un contenido positivo anterior.
En otras palabras, lejos de ser superado por sus “inversiones materialis
tas”, Hegel dio cuenta de ellas de antemano.
167
Slavoj Žižek
168
Sobre el Otro
169
Slavoj Žižek
170
Sobre el Otro
Por esto, para Hegel, la verdad está siempre del lado de lo que se dice
y no del lado de lo que “se quiere decir”. Permítasenos articular esta
distinción (que, incidentalmente, coincide con la distinción lacaniana
entre significancia [signifiance] y significación a propósito de la dialéctica
de la esencia y la apariencia). “Para nosotros”, para la conciencia dialéc
tica que observa el proceso ulteriormente, la esencia es “la apariencia
qua apariencia”, el momento mismo de la autosuperación de la aparien
cia, el movimiento por medio del cual la apariencia es puesta como tal,
es decir, como “mera apariencia”. Sin embargo, “para la conciencia”,
para el sujeto tomado en el proceso, la esencia es algo que está más allá
de la apariencia, una entidad sustancial oculta por debajo de la aparien
cia engañosa. La “significación” de la esencia, lo que el sujeto “quiere
decir” cuando habla de una esencia, es entonces una entidad trascen
dente que está más allá de la apariencia, mientras que lo que “realmente
dice”, la “significancia” de sus palabras, se reduce al movimiento de
autosuperación de la apariencia: la apariencia no posee ninguna con
sistencia ontológica, es una identidad cuyo ser mismo coincide con su
propia desintegración. El punto crucial es que la “significancia” de la
esencia consiste en el movimiento realizado por el sujeto, en el pro
cedimiento por medio del cual pone una entidad como la apariencia de
alguna esencia.
Esta dialéctica puede ejemplificarse si se considera la interpretación
que da Hegel a las paradojas por medio de las cuales Zenón intentó de
mostrar la inexistencia del movimiento y de lo múltiple. Zenón, desde
luego, “quería decir” que el movimiento “no existe”, que solo existe
verdaderamente el Uno, el Ser inmóvil e indivisible, pero lo que real
mente hizo fue demostrar la naturaleza contradictoria del movimiento:
el movimiento solo existe como el movimiento de su autosuperación.
En este punto podemos ver cuán errónea es la comprensión corriente
de la categoría hegeliana del en-sí (An sich); para esa concepción, se trata
28. Hegel’s Science of Logic, Londres, Allen & Unwin, 1969, pág. 413.
171
Slavoj Žižek
172
Sobre el Otro
173
Slavoj Žižek
El hegeliano performativo
30. Martin Heidegger, Hegel’s Concept of Experience, Nueva York, Harper & Row, 1972.
174
Sobre el Otro
31. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre XX; Encore, París, Seuil, 1975, pág. 32.
32. Este punto fue articulado con todo su peso filosófico por Georg Lukács en History
and Class Consciousness, Londres, NLB, 1969.
33. Véase el capítulo 2.
175
Slavoj Žižek
A primera vista, las cosas parecen tan claras como podrían serlo:
este pasaje, ¿no confirma acaso el lugar común sobre Hegel? La Idea,
lo absolutamente Bueno, es la sustancia-sujeto de todo el proceso, y la
fisura, el engaño, es precisamente un juego que la Idea juega consigo
misma. La Idea realiza sus verdaderos fines por medio de la “astucia de
la razón”: permite que los individuos sigan sus fines finitos, mientras
cumple su Fin infinito a través del desgaste y desgarramiento recípro
cos y el fracaso de los fines finitos. El “engaño” consiste entonces en el
hecho de que los agentes individuales persiguen sus intereses, luchan
por la riqueza, el poder, el placer, la gloria y otros valores ideológicos,
mientras que, sin saberlo, no son más que herramientas inconscientes
de la Idea.
Tornemos el caso de la economía de mercado. Los productores in
dividuales que aparecen en el mercado, en su esfuerzo por satisfacer su
codicia egoísta, no tienen conciencia de que la razón histórica utiliza
el interjuego de sus pasiones para realizar el verdadero Fin de la pro
ducción social, el desarrollo de las fuerzas productivas, el crecimiento
del potencial productivo de la sociedad, en el cual el Espíritu logra la
existencia “objetiva”. En este sentido, el engaño es un “necesario ele
mento dinámico de la verdad”: la razón histórica solo puede cumplir su
verdadero Fin por medio del engaño, por medio de la explotación as
tuta de los intereses y pasiones individuales. Para decirlo francamente,
nadie trabaja “por el desarrollo de las fuerzas productivas”; los indivi
176
Sobre el Otro
35. Véase el capítulo 6 de Žižek, The Sublime Object of Ideology, ob. cit.
36. Hegel’s Science of Logic, ob. cit., pág. 402.
177
Slavoj Žižek
178
Sobre el Otro
falta del falo: el fetichista no puede aceptar el hecho traumático de que la mujer no tiene
falo, por lo cual se aferra al fetiche sustituto (con la fundamental ambigüedad que esto
implica; al ocupar el lugar del falo, el fetiche simultáneamente oculta y señala su falta).
Sin embargo, debemos dar un paso más, es cierto que el fetichista reniega la castración,
pero el interrogante esencial es por qué la falta de falo en la mujer es percibida como
“castración”, como la falta de algo. En otras palabras, ¿de dónde surge la expectativa de que
allí haya un falo, puesto que solo contra el fondo de esta expectativa el hecho simple de
no tenerlo puede ser percibido como una “castración”? El hecho mismo de percibir como
una castración que “la mujer no lo tenga”, ¿no es ya una renegación, la renegación de que
la mujer, en contraste con el hombre, no lo ha “perdido”, puesto que nunca lo tuvo? En
síntesis, ¿no se trata de la renegación de la diferencia sexual? Es decir que la percepción
como “castración” del hecho de que “la mujer no lo tenga” solo es posible contra el fondo
del supuesto de que las mujeres “deben ser como los hombres”, de que, en realidad, son
“hombres mutilados (castrados)”.
De modo que en el fetichismo la renegación es doble. El fetiche reniega la castra-
ción; por medio de él, evitamos la experiencia traumática de que “ella no lo tiene”. Pero
la percepción misma de esta ausencia como castración es ya una interpretación, basada
en la teoría de que ella debería tenerlo. Por lo tanto, la renegación real, fundamental, es la
“castración” en sí (la experiencia de la diferencia sexual como castración de la mujer): el
trauma real no es la pérdida (del falo), sino el hecho de que la mujer nunca tuvo lo que
“perdió”. La misma fórmula se aplica a todas las experiencias de “Paraíso Perdido”. La
experiencia de “pérdida traumática” de una plenitud idílica oculta el hecho de que este
estado de plenitud, por empezar, nunca existió realmente, que “solo llega a ser al ser dejado
atrás”. Hegel lo dice explícitamente en sus conferencias sobre la filosofía de la religión: el
“paraíso” es estrictamente correlativo a la caída, es una proyección retroactiva, un modo
en que el hombre percibe (mal) su estado animal previo.
Desde luego hay dos principales lecturas posibles de esta renegación doble. La lec-
tura feminista habitual consistiría en concebir la diferencia sexual fuera de la categoría
de la “pérdida”, es decir, fuera de la lógica asimétrica en la que un elemento es la versión
mutilada del otro (la mujer como hombre castrado). Aunque esta posibilidad parece muy
“emancipada”, Lacan la rechaza; para él, el falo sigue siendo el único punto de referencia,
el único significante de la diferencia sexual. Lo que él hace es simplemente concebir la
castración como simbólica: trata de situarla como una oposición simbólica, significante. Es
decir que, para Lacan, el hecho de que percibamos la ausencia de falo en la mujer como
una falta presupone el rasgo fundamental del orden simbólico, su carácter diferencial.
Solo dentro de un orden diferencial puede adquirir significado, asumir un valor positivo,
la ausencia de un elemento como tal, en cuanto esta ausencia es percibida contra el fondo de
la presencia esperada, en una oposición diferencial a ella. (A veces, por ejemplo, el silencio
es más expresivo que las palabras, cuando aparece contra el fondo de las palabras espera-
das.) Lacan extrae una conclusión radical: si la ausencia de falo en la mujer es percibida
como una falta, su presencia en el hombre debe también ser percibida contra el fondo de
su ausencia posible, en oposición simbólica a ella; en otras palabras, la presencia misma del
falo significa su posible ausencia, la “castración”.
179
Slavoj Žižek
39. Sobre el concepto de “apariencia esencial”, véase Slavoj Žižek, The Sublime Object
of Ideology, ob. cit., págs. 197-9.
40. Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy, Londres, Verso,
1985.
180
Sobre el Otro
181
Slavoj Žižek
41. Véase una interpretación distinta de este chiste en Slavoj Žižek, The Sublime Object
of Ideology, ob. cit., págs. 160-61.
182
Sobre el Otro
183
Tercera Parte
187
Slavoj Žižek
1. Hegel’s Science of Logic, Londres, Allen & Unwin, 1969, pág. 836. [Ed. cast.: Ciencia
de la lógica, Buenos Aires, Mondolfo, 1982.]
188
¿Está bien todo lo que termina bien?
189
Slavoj Žižek
Protestantismo, jacobinismo…
190
¿Está bien todo lo que termina bien?
191
Slavoj Žižek
6. Lo inusual del texto de Jameson es que no hace referencia al papel del propio Weber
192
¿Está bien todo lo que termina bien?
193
Slavoj Žižek
dad adquisitiva “sucia” que les parecía una traición a sus altos ideales.
La vida cotidiana burguesa vulgar, egoísta, es la realidad de la libertad,
la igualdad y la fraternidad: la libertad del libre comercio y la igualdad
formal ante la ley, etcétera.
La ilusión propia de los mediadores evanescentes (los protestantes,
los jacobinos) es precisamente la del “alma bella” hegeliana: ellos se
niegan a reconocer, en la realidad corrupta de la que se lamentan, la
consecuencia última de su propio acto (como diría Lacan, su propio
mensaje en su forma verdadera, invertida). Y nuestra ilusión, como he
rederos “realistas” del protestantismo y el jacobinismo, no es menor:
nosotros percibimos a esos mediadores evanescentes como aberracio
nes o excesos, sin advertir que no somos más que “jacobinos sin la for
ma jacobina”, “protestantes sin la forma protestante”.
194
¿Está bien todo lo que termina bien?
Es necesario dar un paso más que complica este cuadro. Una mira
da más atenta revela la presencia de dos mediadores evanescentes en el
pasaje desde la estructura política feudal hasta la estructura política bur
guesa: la monarquía absoluta y el jacobinismo. La primera es el signo,
la encarnación de un compromiso paradójico, la forma política que le
permite a la burguesía en ascenso fortalecer su hegemonía económica y
quebrar el poder económico del feudalismo, de sus guildas y corpora
ciones. Por supuesto, lo paradójico es que el feudalismo “cava su propia
tumba”, precisamente al absolutizar su coronamiento, al otorgar un po
der absoluto al monarca; el resultado de una monarquía absoluta es un
orden político desconectado de su fundamento económico. Y la misma
“desconexión” caracteriza al jacobinismo: es ya un lugar común definir
el jacobinismo como una ideología radical que toma literalmente el pro
grama político burgués (igualdad, libertad, fraternidad) e intenta rea
lizarlo sin tener en cuenta la articulación concreta de la sociedad civil.
Las dos ilusiones se pagaron caras: el monarca absoluto advirtió
demasiado tarde que la sociedad lo ensalzaba como todopoderoso con
el único objeto de permitir que una clase desalojara a otra; también
los jacobinos pasaron a ser superfluos después de haber realizado su
tarea de destruir el aparato del ancien régime. Tanto al monarca como
a los jacobinos los entusiasmó la ilusión de la autonomía de la esfera
política; uno y otros creían en su visión política: uno, en el carácter
incuestionable de la autoridad real, y los otros, en la pertinencia de su
proyecto político. En otro nivel, ¿no podría decirse lo mismo del fas
cismo y el comunismo, es decir, el “socialismo real”? ¿No es el fascismo
una especie de autonegación intrínseca del capitalismo, un intento de
“cambiar algo para que nada cambie”, por medio de una ideología que
subordina la economía al ámbito político-ideológico? ¿No es el leni
nismo “real” una especie de “jacobinismo socialista”, un intento de su
bordinar la totalidad de la vida socioeconómica a la regulación política
inmediata del Estado socialista? En ambos casos se trata de mediadores
evanescentes, mediadores que desaparecen, pero, ¿en qué? La habitual
respuesta cínica, “desde el capitalismo hasta el capitalismo”, parece un
tanto facilista…
La inversión de la relación “normal” entre el contenido (la “base o
infraestructura económica”) y su forma ideológica (inversión que hace
posible la lectura antimarxista de Weber) consiste por lo tanto en la des
crita “emancipación” de la forma respecto del contenido, característica
del mediador evanescente: la ruptura del protestantismo con la Iglesia
medieval no refleja un nuevo contenido social, sino que es más bien la
crítica al antiguo contenido feudal en nombre de la versión radicalizada de su
propia forma ideológica; es esta “emancipación” de la forma cristiana res
195
Slavoj Žižek
196
¿Está bien todo lo que termina bien?
197
Slavoj Žižek
198
¿Está bien todo lo que termina bien?
sión retroactiva de necesidad; por esta razón, nos resulta imposible ocu
par una posición neutra de puro metalenguaje, desde la cual podamos
ver desde arriba todos los mundos posibles. Esto significa que no pode
mos definir nuestro mundo actual, puesto que solo podríamos hacerlo
en los términos de su relación negativa con las alternativas (sobre las
que no tenemos perspectiva). En otras palabras, si llevamos la paradoja
a su extremo: desde luego, solo era realmente posible un mundo, el
mundo en el cual vivimos actualmente, pero puesto que no tenemos ac
ceso a la posición de observadores neutros, no sabemos cuál es este mundo,
no sabemos en cuál de los “mundos posibles” vivimos realmente. No se
trata de que “nunca sabremos cuáles fueron las oportunidades perdidas”,
sino de que nunca sabremos realmente cuáles hemos aprovechado. Por
extrema que esta posición pueda parecer, ¿no es discernible en la frase
cotidiana que utilizamos para designar a alguien que no se da cuenta de
la suerte que ha tenido al salvarse de una serie de catástrofes posibles?
Decimos entonces: “No sabe lo afortunado que es…”. Si la “dialéctica”
no significa también esto, hablar de “la sustancia como sujeto” es en
última instancia nulo, y estamos de nuevo en la razón como necesidad
sustancial que maneja los hilos desde atrás del escenario.
Contra este fondo debemos pensar la tesis de Hegel sobre “la pues
ta de presupuestos”: este poner retroactivo es precisamente el modo en
que la necesidad surge de la contingencia. El momento en que el sujeto
“pone sus presupuestos” es el mismo momento de su borradura como
sujeto, el momento en que se desvanece como mediador: el momento de
cierre en el que el acto de decisión del sujeto se convierte en su opues
to establece una nueva red simbólica por medio de la cual la historia
adquiere de nuevo la evidencia de una evolución lineal. Volvamos a la
Revolución de Octubre, sus presupuestos fueron puestos cuando, des
pués de la victoria y la consolidación del nuevo poder, se perdió nueva
mente la apertura de la situación, cuando fue otra vez posible asumir la
posición de un “observador objetivo” y narrar la progresión lineal de
los acontecimientos, mediante la descripción del modo en que el poder
soviético quebró la cadena imperialista en su eslabón más débil y de tal
modo inició la nueva época de la historia del mundo, etcétera. En este
estricto sentido, el sujeto es un mediador evanescente: su acto logra el
éxito cuando el sujeto se vuelve invisible, al positivizarse en una nueva
red simbólica en la que se ubica y explica a sí mismo como resultado
de un proceso histórico, reduciéndose a un mero momento de la to
talidad engendrada por su propio acto. Lo atestigua la posición esta
linista de puro metalenguaje en la cual (contrariamente a los lugares
comunes sobre la “ciencia proletaria”, etcétera) el compromiso mismo
de la teoría marxista con el proletariado, su “partidismo”, su “toma de
199
Slavoj Žižek
9. Joseph Stalin, Selected Writings, Westport, Greenwood Press, 1942, pág. 411.
10. John Forrester, The Seductions of Psychoanalysis, Cambridge, Cambridge University
Press, 1990, pág. 189.
200
¿Está bien todo lo que termina bien?
11. Jean-Claude Milner, Les noms indistincts, París, Éditions du Seuil, 1983, pág. 16.
12. G. K. Chesterton, “A Defence of Detective Stories”, en H. Haycraft (comp.), The
Art of the Mystery Story, Nueva York, The Universal Library, 1946, pág. 6.
201
Slavoj Žižek
13. En este preciso sentido podríamos decir que el Lenin que hay que desenterrar
es el que aún no era leninista; lo mismo vale respecto del “retorno a Freud” de Lacan:
por medio de él, Lacan intentó recrear la frescura del acto descubridor de Freud, de su
subversión del campo de la opinión anterior al establecimiento del psicoanálisis como un
nuevo lugar común científico e ideológico.
Pero la paradoja del retorno a Freud de Lacan consiste en su afirmación de que el
Freud que no era aún freudiano era ya lacaniano, que “en la práctica” sabía lo que signi-
ficaba “la autonomía del significante”. Para persuadirse de esto, basta echar una breve
mirada a uno de los numerosos análisis de sueños de Freud, por ejemplo, el del piano
mal afinado.
El esposo le preguntó: “¿No te parece que tenemos que hacer afinar el piano?”. Ella
replicó: “No vale la pena; los martillos tienen que ser reacondicionados de cualquier modo”.
La clave de la solución estaba en las palabras “no vale la pena”. Estas derivaban de
una visita que la mujer había hecho el día anterior a una amiga. La habían invitado a
sacarse el saco, pero ella rechazó hacerlo con las siguientes palabras: “Gracias, pero
no vale la pena, solo me voy a quedar un minuto”. Mientras me estaba diciendo esto,
recordé que durante el análisis del día anterior de pronto se había tomado el saco, uno
de cuyos botones estaba desabrochado. Era como si estuviera diciendo “Por favor,
no mire, no vale lo pena”. Del mismo modo, la “caja” [“Kasten”] era un sustituto de
“pecho” [“Brustkasten”], y la interpretación del sueño nos devolvía de inmediato al
tiempo de su desarrollo físico en la pubertad… (Sigmund Freud, The Interpretation of
Dreams, Harmondsworth, Penguin, 1976, págs. 273-4. [Ed. cast.: La interpretación de
los sueños, Amorrortu, 1986, vol. 4]).
¿Cómo procede exactamente Freud en este punto? Lejos de buscar un posible sig-
nificado de la escena como un todo, él, por así decirlo, pone entre paréntesis su presión
atmosférica; tampoco intenta discernir el significado de sus componentes individuales
(el piano “significa”…, etcétera). En lugar de ello, busca conexiones particulares, radi-
calmente contingentes, entre el sueño y su “reprimido” (sus “otras escenas”) en el nivel
del puro significante. De este modo aísla la secuencia del significante “no vale la pena”
que, a través de su doble inscripción (“no vale la pena… afinar el piano, mirar mis
202
¿Está bien todo lo que termina bien?
senos”), nos da acceso a la serie de las asociaciones “reprimidas” que llegan hasta el
dominio del erotismo pregenital, anal. (Obsérvese que incluso el ejemplo aparente de
“simbolismo” –el piano que es un sustituto del pecho–, se basa en la autonomía del
significante: no se trata de que el piano “simbolice” el pecho, sino de que una misma
palabra –Kasten– e stá inscrita doblemente). Este elemento “doblemente inscrito” de la
secuencia onírica (“no vale la pena”) desempeña por lo tanto un papel estrictamente
homólogo al de una clave en la novela policial: un detalle “dislocado” que nos permite
pasar a la “otra escena”.
14. Claude Lefort, The Political Forms of Modern Society, Cambridge, Polity Press,
1986.
15. Ernesto Laclau, New Reflections on the Revolution of Our Time, Londres, Verso,
1990.
16. En términos heideggerianos, podríamos decir que, entre las diferentes esferas
de la vida social, la política es el único lugar al que puede llegar la verdad: donde puede
fundarse una nueva manera de revelarse la comunidad a sí misma.
203
Slavoj Žižek
204
¿Está bien todo lo que termina bien?
Necesario Imposible
Posible Contingente
205
Slavoj Žižek
verdad solo puede emerger por medio de contingencias particulares de juegos de pala-
bras: los tres significados de Aufhebung; zugrundegehen (caer en ruinas) como zu Grunde
gehen (llegar al propio fundamento), etcétera. Véase el capítulo l.
19. En la presente constelación ideológica, donde la glorificación de la “cultura” (pos-
moderna) a expensas de la “civilización” (moderna) está nuevamente de moda (la cultu-
ra alemana contra las supuestamente superficiales civilizaciones anglosajona o francesa,
etcétera), sería teóricamente productivo ordenar en un cuadro semiótico las dos oposicio-
nes de cultura-primitivismo y civilización-barbarie:
Cultura Civilización
Barbarie Primitivismo
Lo esencial que no hay que pasar por alto es que la cultura y la barbarie no se excluyen
recíprocamente: lo opuesto a la barbarie no es la cultura sino la civilización (lo “no-civi-
lizado” equivale a “lo bárbaro”); en otras palabras, la cultura en sí, en cuanto es afirmada
en su oposición a la civilización, libera un inequívoco potencial de barbarie. Ya Hegel, a
propósito de la cultura medieval, habló de la “barbarie de la cultura pura” (Barbarismus
der reinen Kultur). El hecho de que la mayor barbarie de nuestro siglo (el nazismo) se haya
producido en la nación que glorificaba su cultura contra la civilización superficial de sus
vecinos (Alemania) no fue en modo alguno accidental. En última instancia, no hay nin-
guna contradicción entre el Heinrich Heydrich que dirigía el terror nazi en la Bohemia
ocupada y planificó la “solución final” de la cuestión judía y el mismo Heydrich que, por
las noches, después de su duro día de trabajo, interpretaba los cuartetos de cuerdas de
Beethoven, quizás el logro supremo de la cultura alemana. El primer modelo de este Kul-
turbarbarismus alemán es Lutero, cuyo rechazo protestante a Roma fue una reacción de
pura cultura interior contra la civilización católica mundial y, al mismo tiempo, por medio
de su actitud salvaje, violenta, desplegó la barbarie latente propia de la ideología alemana.
206
¿Está bien todo lo que termina bien?
Prescripto Prohibido
Permitido X
207
Slavoj Žižek
20. La paradoja temporal implícita en este punto surge directamente en una serie de
películas recientes centradas en el motivo del viaje en el tiempo (Volver al futuro, Termina-
tor, etcétera): su matriz es siempre un sujeto que, por medio de un viaje al pasado, intenta
ser testigo de su propia concepción, como en Volver al futuro, film en el cual el héroe es
quien une a sus propios padres y de tal modo se procura su propia existencia… Terminator,
por el contrario, escenifica una situación inversa: el cyborg que llega desde el futuro tiene
la misión de impedir la concepción de un futuro líder. Véase capítulo 7 (“Time Travel,
Primal Scene, and the Critical Dystopia”) de Constance Penley, The Future of An Illusion:
Film, Feminism and Psychoanalysis, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1989.
21. Jean-Jacques Lecercle, Frankenstein: mythe et philosophie, París, PUF, 1988, págs.
98-9. Incidentalmente, debe recordarse que la figura del monstruo en Frankenstein fue
concebida como una metáfora del terror de la Revolución Francesa, es decir, de una cre-
ación humana extraviada.
208
¿Está bien todo lo que termina bien?
¿Por qué [Otro, Autre] con A mayúscula? Por una razón sin duda delirante,
como ocurre siempre que nos vemos obligados a introducir signos suple-
mentarios a los que brinda el lenguaje. La razón delirante es aquí la que
sigue: Tú eres mi mujer, después de todo, ¿qué sabe uno?; Tú eres mi amo, de
hecho, ¿cómo estar seguro? El valor fundante de estas palabras está preci-
samente en que lo apuntado por el mensaje, así como lo manifiesta en el
fingimiento, es que el Otro está ahí en tanto que Otro absoluto. Absoluto,
es decir que es reconocido, pero no conocido. Asimismo, lo que constituye
el fingimiento es que, a fin de cuentas, no saben si es o no un fingimiento.
209
Slavoj Žižek
22. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre III: Les Psychoses, París, Éditions du Seuil, 1981,
pág. 48; traducción citada de John Forrester, The Seductions of Psychoanalysis, Cambridge,
Cambridge University Press, 1990, pág. 138. [Ed. cast.: ob. cit. en nota 13, cap. 1.] Tene-
mos aquí otro ejemplo de coincidencia de los opuestos en las definiciones lacanianas de
los conceptos cruciales. El “gran Otro” es la razón presupuesta que confiere significado
a la contingencia sin sentido y, simultáneamente, la aparición pura del Significado que
hay que mantener a cualquier precio. Es otro ser humano en su singularidad insondable,
más allá del “muro del lenguaje” (la “persona” en su abismo elusivo), y simultáneamente
el mecanismo simbólico anónimo que regula los intercambios intersubjetivos. El orden
temporal es el mismo que en el sueño de la inyección a Irma, de Freud. En el momento
mismo en que echamos una mirada a la garganta del Otro, cuando nos encontramos con
la Otra (persona) en su abismo pavoroso que está más allá de la relación especular ima-
ginaria, el registro cambia y pasamos al seno de la “beatitud simbólica” de una máquina
que nos libera de toda responsabilidad, nos desubjetiviza, puesto que “marcha por sí
misma”.
210
¿Está bien todo lo que termina bien?
23. Véase Donald Davidson, “On the Very Idea of a Conceptual Scheme”, en John
Rajchmann y Cornel West (comps.), Post-Analytical Philosophy, Nueva York, Columbia
University Press, 1985.
24. La aceptación de esta brecha que nos impide fundar el lenguaje qua totalidad
significativa a partir de los puntos particulares de correspondencia entre las proposiciones
individuales y la realidad condujo a Davidson a una conclusión radical: una disyunción
estricta entre la teoría de la verdad (cuyo estatuto es puramente semántico) y la problemá-
tica epistemológica de determinar cuándo una proposición o teoría es o no “verdadera”.
De este modo, Davidson rompe el círculo de la epistemología cartesiana que equipara la
teoría de la verdad (es decir, la teoría que nos dice lo que es la verdad) con la teoría que
211
Slavoj Žižek
212
¿Está bien todo lo que termina bien?
26. Jacques Lacan, Écrits: A Selection, Londres, Tavistock, 1977, pág. 48. [Ed. cast.: ob.
cit. en nota 17, cap. 1.]
213
Slavoj Žižek
214
¿Está bien todo lo que termina bien?
215
Slavoj Žižek
28. Hans Reiss (comp.), Kant’s Political Writings, Cambridge, Cambridge University
Press, 1970, pág. 13.
29. Ibíd., pág. 162.
216
¿Está bien todo lo que termina bien?
30. En su Paz perpetua: un bosquejo filosófico, el propio Kant da por sentado que, al
principio de la historia, los salvajes concertaron el “primer contrato social” debido a con-
sideraciones “patológicas” (sobrevivir, alcanzar sus intereses “egoístas”, etcétera), y no por
una posición moral intrínseca.
31. Kant on Education, Londres, Kegan Paul, Francia, Truebner, 1899, págs. 3-4.
217
Slavoj Žižek
218
¿Está bien todo lo que termina bien?
219
Slavoj Žižek
Hasta donde podemos ver, es imposible que los hombres cometan un cri-
men de tal malicia formal y completamente fútil, aunque ningún sistema de
moral debe omitir considerarlo, aunque más no fuera como una idea que
representa el mal fundamental.37
Ahora podemos ver por qué este crimen imposible (es decir real)
está extrañamente cerca del acto ético: tiene la forma de la legalidad
(no se trata de una mera rebelión violenta sino de un procedimiento
legal) y, además, no es guiado por motivos materiales, egoístas, “pa
tológicos”. Esta paradoja del Mal “no patológico”, “ético”, es lo que
Sade describe como el “crimen absoluto” que interrumpe el circuito
de la naturaleza: ¿qué es el advenimiento del universo humano sino
una ruptura que introduce un desequilibrio en el circuito natural? Des-
de el punto de vista de la naturaleza, el “Espíritu” en sí es “un crimen que
nunca puede borrarse”; por esto, toda ley positiva, en un sentido, es ya
su propia parodia, el derrocamiento violento de una ley anterior “no
escrita”, un crimen convertido en ley. Desde luego, esta ley anterior
“no escrita” nunca ha existido como tal, en el presente, su estatuto es
una vez más el de lo Real: ella es (presu)puesta retroactivamente como
lo que ha sido “violado” con la imposición de nuestro reino “humano”
de la ley.
En otras palabras, no hay ninguna ley “originaria” no basada en el
crimen: la institución de la ley como tal es una usurpación ilegítima. El
crimen kantiano impensable que subvierte la forma de la ley al imitarla
es ya la autosuperación del crimen, la fundación de una nueva ley: lo que
Kant toma por una imitación obscena de la ley es en realidad la ley misma.
37. Ibíd.
220
¿Está bien todo lo que termina bien?
221
Slavoj Žižek
222
¿Está bien todo lo que termina bien?
223
Slavoj Žižek
38. Karl Marx, Capital, vol. 1, Harmondsworth, Penguin, 1981, págs. 873-874. [Ed.
cast.: El capital, Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1980.]
224
¿Está bien todo lo que termina bien?
225
Slavoj Žižek
41. Es casi superfluo recordar que esta transcodificación no es más que otro nombre
de la operación significante elemental que Lacan denomina “punto de almohadillado”.
42. Hegel’s Science of Logic, pág. 842.
226
¿Está bien todo lo que termina bien?
227
Slavoj Žižek
228
¿Está bien todo lo que termina bien?
229
Slavoj Žižek
230
¿Está bien todo lo que termina bien?
La Cosa kantiana
231
Slavoj Žižek
232
¿Está bien todo lo que termina bien?
Hay una desesperada resistencia de la Cosa, del goce que lucha por
no ser evacuado del cuerpo. Cuando finalmente la Cosa es expulsada, la
expresión del rostro de Lucy vuelve a ser normal, asumiendo de nuevo
los rasgos de la beatitud inocente: la Cosa que estaba dentro del cuerpo
ha muerto. Una de las frases usuales acerca de la Cosa en la novela góti
ca es la exclamación horrorizada “¡Está vivo!”, es decir, la sustancia del
goce no está aún mortificada, desmembrada por la red trascendental-
simbólica. La paradoja de los vampiros consiste en que, precisamente
como “muertos vivos”, ellos están mucho más vivos que nosotros, mor
tificados por la red simbólica. El marxismo ha recurrido a menudo a
la metáfora del capital como vampiro que chupa la sangre de la fuerza
laboral, materializando el dominio de los muertos sobre los vivos; qui
zás haya llegado el momento de invertir esa imagen: los verdaderos
“muertos vivos” somos nosotros, los mortales comunes, condenados a
vegetar en lo Simbólico.
Pero, precisamente por esta razón, los vampiros no forman parte
de nuestra realidad, existen solo como “retorno de lo Real”, como for
maciones fantasmáticas que llenan la brecha, la discontinuidad radical
entre las dos perspectivas: la “visión hacia adelante”, que percibe la si
tuación como “abierta”, y la “visión hacia atrás”, que percibe el curso
pasado de los acontecimientos como causalmente determinados. Estas
dos perspectivas nunca pueden sincronizarse plenamente, puesto que la
brecha que las separa no es más que otro nombre del sujeto. Por ejem
plo, no se puede reducir una perspectiva a la otra al sostener que el
“verdadero cuadro” es el de la necesidad descubierta por la mirada hacia
atrás, que la libertad es solo una ilusión de los agentes inmediatos, quie
nes no advierten que su actividad no es más que un engranaje dentro
del mecanismo causal global. Tampoco se puede realizar esa reducción
adoptando, a la inversa, una perspectiva existencialista sartreana, afir
mando la autonomía y libertad fundamentales del sujeto y concibiendo
la apariencia de determinismo como la ulterior objetivización “prác
tico-inerte” de la praxis espontánea del sujeto. Si procedemos de este
modo, retenemos la unidad ontológica del universo, sea en la forma de
la necesidad sustancial que maneja los hilos desde atrás del sujeto, o en
la forma de la actividad autónoma del propio sujeto que “se objetiviza”
en la unidad sustancial: en ambos casos perdemos al sujeto en el sentido
lacaniano, que no es un poder autónomo que “pone” la sustancia, sino
233
Slavoj Žižek
234
¿Está bien todo lo que termina bien?
46. Sobre este problema de la temporalidad de la libertad, véase Slavoj Žižek, The
Sublime Object of Ideology, Londres, Verso, 1989, págs. 165-9. [Ed. cast.: ob. cit. en nota 1
de la “Introducción”.]
235
6. Mucho ruido
por una Cosa
237
Slavoj Žižek
Si bien Kant no formuló el concepto del A barré (el gran Otro barrado),
por lo menos concibió el B (el Bien) barrado.
Pero Kant busca precisamente el impulso a priori de nuestra vo
luntad, es decir, un impulso incondicional e independiente de nuestra
experiencia, de sus circunstancias contingentes; puesto que no puede
encontrarse en el objeto, en el contenido de nuestra actividad práctica,
lo único que queda es la forma misma de esta actividad: la forma de la
legislación universal, independiente de su contenido particular contin
gente (“actúa solo basándote en la máxima que al mismo tiempo puedes
querer que sea una ley universal”). De este modo podemos poner a
prueba toda máxima moral: si conserva su consistencia después de asu
mir la forma de ley universal, es adecuada como deber moral (Sollen).
No hay que pasar por alto la paradoja de que el Vorstellungsrepräsentanz
freudiano (representante de alguna representación “primordialmente
reprimida” y “perdida”; por supuesto, en Kant esa representación es la
del Bien Supremo y la Ley, la forma de la Ley) surge precisamente en
el lugar de esa representación prohibida, y llena su vacío. Es decir que
lo que no debe dejar de advertirse es que pasamos a la (forma de la) ley
en el punto preciso en el que falta la representación (a saber, la representa
ción de un objeto a priori que podría actuar como impulsor de nuestra
voluntad).
De modo que la forma de la ley moral no es simplemente la for
ma de un cierto contenido, su mediación con el contenido es mucho
más paradójica: por así decirlo, es la forma que reemplaza, ocupa el lugar
del contenido perdido. Una vez más, la estructura es la de la banda de
Moebius: la forma no es un simple reverso del contenido; si avanzamos
lo bastante, la encontramos lo suficiente del lado del contenido.
Ahora podemos ver en qué consiste el vínculo entre Kant y Lacan:
esta “depuración” del contenido incestuoso de la ley paterna emerge
como su sustituto metafórico formal. Para recurrir a un juego de pala
bras trillado en inglés, llegamos al gran Otro (Other), la ley simbólica,
si tachamos la “M” de Madre (Mother) y creamos de tal modo un agu
jero en torno al cual el Otro gira en su círculo vicioso. Por esto La
can rechaza todos los intentos habituales de explicar la prohibición del
incesto: desde el utilitarismo hasta Lévi-Strauss, siempre se promete
algo a cambio de esta renuncia radical; siempre se la presenta como una
decisión “razonable” que proporciona una mayor cantidad de placer en
el largo plazo, una multitud de mujeres, etcétera: en síntesis, siempre
está la referencia a algún bien como fundamento, a diferencia de Lacan,
para quien la prohibición del incesto es incondicional, puesto que es
radicalmente inexplicable. En virtud de ella, doy algo a cambio de nada o
(y en esto consiste su paradoja fundamental), en cuanto el objeto inces
238
Mucho ruido por una Cosa
1. Véase Joan Copjec, “The Sartorial Superego”, October, 50, Nueva York, MIT, 1989.
239
Slavoj Žižek
240
Mucho ruido por una Cosa
El “objeto totalitario”
241
Slavoj Žižek
Por esto Sade debe ser tomado como la verdad de Kant: este objeto
cuya experiencia es evitada por Kant emerge en la obra de Sade bajo
la forma del verdugo, el agente que ejerce su actividad “sádica” sobre
la víctima. El verdugo sadeano no tiene nada que ver con el placer: su
actividad es ética en sentido estricto, está más allá de cualquier motivo
patológico, él solo cumple con su deber, como lo atestigua la falta de
ingenio en la obra de Sade. El ejecutor de la justicia trabaja para el goce
del Otro, no para el suyo propio: se convierte en instrumento exclusi
vo de la voluntad del Otro. Y, en el denominado “totalitarismo”, este
agente-instrumento ilegal de la ley, el verdugo sadeano, aparece como tal
en la forma del Partido, agente-instrumento de la voluntad histórica.4
Este es el significado de la célebre proposición de Stalin, en cuanto a
que “nosotros, los comunistas, estamos hechos en un molde especial.
Estamos hechos de una materia especial.”5 Esta “materia especial” (po
dríamos decir, “la materia correcta”) es precisamente la encarnación, la
aparición del objet petit a.
En este punto tenemos que volver a la determinación lacaniana de
la estructura de la perversión como “un efecto invertido del fantasma.
Es el sujeto quien se determina a sí mismo como objeto, en su en
cuentro con la división de la subjetividad.”6 La fórmula lacaniana del
fantasma se escribe $ & a: el sujeto tachado, dividido en su encuentro
con el objeto causa de su deseo. El perverso sádico invierte esta estruc
tura, lo que da a & $: al ocupar él mismo el lugar del objeto (al hacer
de sí mismo el agente ejecutor de la voluntad del Otro) evita la división
constitutiva del sujeto y traslada la división a su otro, como, por ejem
plo, lo hacía el estalinista frente al “traidor” pequeño-burgués, dividi
do e histérico, que no quería renunciar totalmente a su subjetividad y
continuaba “deseando en vano”. En el mismo pasaje, Lacan vuelve a
su “Kant con Sade”, a fin de recordar que el sádico ocupa el lugar del
objeto “para beneficio de otro, por cuyo goce ejerce su acción como
perverso sádico”.7
4. Por lo tanto, el comunismo estalinista es, en un sentido, más directo que el orden
civil “normal”: reconoce abiertamente la violencia en su fundamento. El Partido es como
un aborigen que dice: “Nuestra meta es proscribir el canibalismo, y nuestra tarea consiste
en comernos hasta el último de los caníbales para alcanzar ese objetivo”. La conclusión
es, tal vez, que lo que llamamos “democracia” implica una cierta ingenuidad fundamental,
una cierta resolución de dejar algunas cosas sin decir y actuar (como si) no las conocié-
ramos.
5. J. V. Stalin, Works, vol. 6, Moscú, Foreign Languages Publishing House, 1953, pág.
47. [Ed. cast.: Obras, Madrid, Ediciones Vosa, 1984.]
6. Jacques Lacan, The Four Fundamental Concepts of Psycho-Analysis, Londres, Hogarth,
1977, pág. 185.
7. Ibíd.
242
Mucho ruido por una Cosa
243
Slavoj Žižek
S2
10. Sören Kierkegaard, “El concepto de elegido”, citado en Max Horkheimer, Tradi-
tionelle und kritische Theorie, Francfort, Fischer Verlag, 1970, pág. 210.
244
Mucho ruido por una Cosa
11. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre III: Les Psychoses, París, Éditions du Seuil, 1981.
[Ed. cast.: ob. cit. en pág. 80.]
12. En sus primeros seminarios, de principios de la década de 1950, Lacan elaboró la
tesis de que el superyó es una ley (un mandato) que el sujeto experimenta como traumá-
tico, carente de significado, como algo que no puede integrar en su universo simbólico;
solo en la década de 1970, en los últimos años de su enseñanza, Lacan dio el fundamento
de esta resistencia del superyó a su integración en lo Simbólico: el trauma básico que se
245
Slavoj Žižek
resiste a la simbolización es el del goce, de modo que el superyó sigue siendo un cuerpo
extraño que no puede ser integrado en el horizonte de sentido del sujeto precisamente en
cuanto ordena el goce.
13. Franz Kafka, The Trial, Harmondsworth, Penguin, 1985, pág. 244. [Ed. cast.: El
proceso, Barcelona, Akal, 1988.]
14. Jacques Lacan, Écrits: A Selection, Londres, Tavistock, 1977, pág. 319.
15. Franz Kafka, ob. cit., pág. 61.
246
Mucho ruido por una Cosa
16. Esta oposición desempeñó un papel crucial en los últimos años del “socialismo
real”, puesto que articulaba la autopercepción ideológica espontánea de los disidentes:
la autoridad en cuyo nombre ellos se negaban a cumplir las órdenes legales “totalitarias”
era la de las “leyes no escritas” de la dignidad y la decencia humanas, en el espíritu de
Antígona, etcétera.
17. Immanuel Kant, ob. cit., pág. 30.
18. Jacques Lacan, Écrits, ob. cit., pág. 782.
247
Slavoj Žižek
19. Ibíd.
20. Obsérvese que el procedimiento de Lacan implica lo opuesto a lo que habitual-
mente se atribuye al psicoanálisis, a saber: la idea de que todo acto ético está en realidad
regulado por consideraciones “patológicas” (codicia de poder, estima, etcétera): Lacan,
por el contrario, dice que el deseo es ético en sí mismo, en el más estricto de los sentidos
kantianos.
248
Mucho ruido por una Cosa
lejos de ser reductible a la ley social externa (la horca), resume el reverso
perverso de la ley “interior”, “no escrita”, en sí misma.
Si la burocracia kafkiana no estuviera encarnada en una agencia per
versa éxtima (un cuerpo extraño en el que el sujeto encuentra su propio
corazón, una especie de parásito interior que le impide lograr la identi
dad consigo mismo), sería posible que el sujeto asumiera una distancia
externa simple respecto de ella; la burocracia no sería algo más “cerca
no a la naturaleza humana original”. Es decir, ¿qué es lo que el sujeto
descubre en sí mismo después de renunciar a sus intereses patológicos
por la ley moral autónoma? Un mandato incondicional que ejerce una
presión feroz sobre él, con total indiferencia por su bienestar. En este
punto, el psicoanálisis no puede estar más lejos de la convencional ima
gen utilitarista del hombre, según la cual la psique humana está comple
tamente dominada por el principio de placer y, por lo tanto, es suscep
tible de control y dirección. En tal caso, el bien social podría realizarse
fácilmente, puesto que, por definición, el egoísmo puede manipularse y
canalizarse de modos socialmente deseables. Lo que obra contra el bien
social no es la búsqueda egoísta de placer, sino el reverso superyoico de
la ley moral: la presión de la “ley no escrita” que está dentro de mí, su
obsceno llamado al goce, que Freud bautizó con el nombre infortunado
de “masoquismo primario”.21
Por lo tanto, la burocracia kafkiana está indudablemente en el ám
bito de la ley interior no escrita: resume el reverso “loco” de lo social
que encontramos precisamente al escapar a la regulación legal exter
na, contingente. Funciona como un cuerpo extraño dentro de noso
tros mismos, como “lo que es en nosotros más que nosotros mismos”,
una agencia obscena éxtima que demanda lo imposible y observa bur
lonamente nuestros intentos desvalidos por cumplir con ella. Y la ley
externa que regula el intercambio social quizá tenga precisamente la
finalidad de liberarnos del atolladero insoportable de la ley interior en
loquecida y generar una suerte de pacificación. Tal vez el totalitarismo
no sea tanto el repliegue de la “ley no escrita” interior bajo la presión
de la ley social externa (la explicación convencional según la cual en el
totalitarismo el individuo pierde su autonomía moral y sigue la ley del
grupo) como una especie de cortocircuito que provoca la pérdida de la
distancia entre ambas leyes. Quizás haya que invertir la oposición usual
entre la ley social corrupta y el sentido moral interior fiable: la interven
ción pacificadora de la ley social externa nos permite eludir la autotor
21.Véase Mladen Dolar, “Foucault and the Enlightenment”, New Formations, 14,
Londres, 1991.
249
Slavoj Žižek
22. Por esto la intervención de la ley se experimenta a veces como una especie de
alivio: “La angustia había estado siempre dentro de él, como una batalla tortuosa de él
contra él mismo que podría haber dado la bienvenida a la intervención de la ley. La ley de
la sociedad era laxa comparada con la ley de la conciencia. Podría haberse presentado ante
la ley y confesar, pero la confesión parecía algo menor, un mero gesto, incluso una salida
fácil, evitar la verdad. Si la ley lo ejecutaba, sería un mero gesto” (Patricia Highsmith,
Strangers on a Train, Baltimore, Penguin, 1974, pág. 161).
250
Mucho ruido por una Cosa
23. La distinción opuesta está desde luego más difundida: “Sé que esto no es así, pero
sin embargo lo creo”; la fórmula de la renegación fetichista (“Sé que mi madre no tiene
pene, pero sin embargo creo que… [lo tiene]”), bien conocida en general en la forma del
denominado prejuicio racial (“Sé que los judíos no son culpables, pero sin embargo…”).
251
Slavoj Žižek
24. En el tipo de relación que existe entre el conocimiento (real) y la creencia (sim-
bólica), por supuesto no resulta difícil reconocer la característica distinción que traza
Hegel entre el objeto y el conocimiento del objeto, que son ambos “para la conciencia”;
en Hegel, en lugar del conocimiento (real) tenemos el objeto y en lugar de la creencia
(simbólica) está el conocimiento: ambos momentos, el conocimiento “objetivo” de la rea-
lidad y la creencia simbólica “subjetiva”, “caen dentro del sujeto”; creemos en Dios, pero al
252
Mucho ruido por una Cosa
En nuestra sociedad, quienes mejor saben lo que está sucediendo son quie-
nes están más lejos de ver el mundo como es. En general, cuanto mayor es
la comprensión, más grande el engaño: cuanto mayor la inteligencia, menor
la sensatez…
mismo tiempo podríamos, por así decirlo, “montarnos sobre nuestros propios hombros”
y saber que no hay Dios.
25. George Orwell, Nineteen Eighty-Four, Harmondsworth, Penguin, 1982, pág. 174.
[Ed. cast.: 1984, Barcelona, Destino, 1997.]
253
Slavoj Žižek
254
Mucho ruido por una Cosa
26. Véase Octave Mannoni, “Je sais bien, mais quand même…”, en Clefs pour
l’Imaginaire, París, Editions du Seuil, 1968.
27. Talayesva, Le soleil hopi, París, Éditions du Seuil, 1959.
28. Octave Mannoni, Clefs pour l’Imaginaire, ob. cit., págs. 14-15.
255
Slavoj Žižek
256
Mucho ruido por una Cosa
Yo sabía muy bien que esa tormenta era natural, que no había ninguna razón
para ella, que era inesperada. Pero a pesar de esto me asusté tanto que deseé
estar lo antes posible de vuelta en mi cuarto.32
En ese estado de pánico, estaba convencido de que los rayos no podrían al-
canzarme, puesto que no podrían entrar en el círculo. Sin esta falsa creencia
no me habría sido posible permanecer en ese lugar un minuto más.33
no-psicológico del gran Otro (el orden simbólico) con una experiencia tomada de su
propia práctica pedagógica. Con el fin de bloquear la reacción acostumbrada de los estu-
diantes en los exámenes, que consiste en pretender que fue en realidad una cierta pregunta
la que los sorprendió desagradablemente, dando en su punto débil, yo les permití que se
hicieran a sí mismos la pregunta que deseaban. El aparente liberalismo tenía por supuesto un
solapado motivo represivo: de tal modo pretendía impedir que el estudiante huyera ante
la realidad, ya que no le quedaba ninguna excusa. Sin embargo, esta estrategia no bloqueó
el mencionado mecanismo ritual. Los propios estudiantes se hacían las preguntas y a conti-
nuación comenzaban tranquilamente a comportarse siguiendo el mismo ritual: lamentarse, mirar
para todos lados, deplorar la mala suerte; esa había sido exactamente la pregunta maldita,
“¿cómo pudo sucederme a mí?”… Lejos de ser una actitud fingida, de este modo se con-
firmaba la disposición simbólica que actúa directamente, a pesar de las coacciones en el
nivel psicológico, la sorpresa ante la pregunta es un ritual que surge involuntariamente a
pesar de los hechos psicológicos.
32. Octave Mannoni, Cleft pour I’Imaginaire, ob. cit., pág. 27.
33. Ibíd.
257
Slavoj Žižek
258
Mucho ruido por una Cosa
los ojos de la “gente común”, como un tonto convencido del valor ex
cepcional del Objeto elegido.
Estos tres modos de “renegación de la castración”, del funciona
miento de la lógica del “lo sé, pero sin embargo…”, pueden interpre
tarse como tres estructurales elementales del ejercicio de la autoridad.
En el primer modo, la autoridad tradicional se basa en lo que po
dríamos llamar la mística de la Institución. La autoridad funda su poder
carismático en el ritual simbólico, en la forma de la institución como
tal. El rey, el juez, el presidente, etcétera, pueden ser personalmente
deshonestos, corruptos, pero cuando se revisten con la insignia de la
autoridad, sufren una especie de transustanciación mística; el juez ya
no habla como una persona, es la ley misma la que se expresa a través
de él. Esto fue lo que dijo Sócrates ante el tribunal que lo condenó a
muerte: en cuanto al contenido, el juicio era incuestionablemente de
fectuoso, estaba condicionado por la naturaleza vengativa de los jueces,
pero Sócrates no quiso huir, puesto que la forma de la ley misma, que
debe permanecer inviolada, significa más que el contenido empírico y
fortuito del juicio. El argumento de Sócrates puede asociarse con la
frase “lo sé, pero sin embargo…”: “Sé que el veredicto que me condena
a muerte es defectuoso, pero sin embargo debemos respetar la forma
de la ley como tal…”. “El espíritu de la ley” mora entonces en el ritual
simbólico, en la forma como tal, y no en la corrupción de su portador
momentáneo: la autoridad constitucional es mejor, por defectuoso que
resulte su contenido, que la autoridad fortuitamente “justa”, pero sin
sostén en una Institución.
El modo específico de esta autoridad simbólica epitomizada por el
Nombre-del-Padre puede ejemplificarse del mejor modo con la versión
del “Je sais bien, mais quand même…” contenida en las “sabias palabras”
del Filósofo de la ópera Così fan tutte, de Mozart: hay que confiar en la
fidelidad matrimonial de las mujeres, no se debe poner a prueba esa fi
delidad exponiéndola a una tentación excesiva. Lejos de ser reductibles
al cinismo misógino vulgar, estas palabras nos permiten comprender
por qué Lacan determinó a La Mujer como uno de los Nombres-del-
Padre. El Nombre-del-Padre designa la metáfora fálica (el significante
fálico), de modo que la clave de este enigma debe buscarse en la di
mensión fálica: es esta dimensión la que constituye un vínculo entre las
palabras sabias del Filósofo sobre las mujeres y la autoridad simbólica
paterna. Lo que se dice de las mujeres vale también para el padre como
autoridad simbólica: hay que confiar plenamente en la autoridad sim
bólica del padre, pero no hay que ponerla a prueba a menudo puesto
que, un poco antes o un poco después, uno se ve obligado a descubrir
que el padre es un impostor y su autoridad un puro semblante… Lo
259
Slavoj Žižek
mismo vale para el rey: hay que confiar en su sabiduría, justicia y poder,
pero no ponerlos a prueba demasiado severamente.
En esto consiste la lógica del poder fálico, para agravar su paradoja,
solo es actual (es decir, efectivo) como potencial: su pleno despliegue
desnuda la impostura. Toda autoridad, en la medida en que es simbólica
(y toda autoridad intersubjetiva es simbólica), se basa en última instancia
en el poder del significante y no en la fuerza inmediata de la coerción:
implica un cierto excedente de confianza, un cierto “si Él lo supiera
(si conociera las maldades que se realizan en su nombre, las injusticias
que tenemos que sufrir), arreglaría las cosas sin demora”, lo cual, por
necesidad estructural, debe seguir siendo una pura posibilidad. Tal vez
esta paradoja nos permita explicar la economía como tal: tenemos poder,
estamos “en” él, solo en cuanto no lo utilizamos totalmente, en la me
dida en que lo mantenemos en reserva, como una amenaza, en síntesis,
en la medida en que economizamos.
El “más-Uno” lacaniano (le plus-Un) es precisamente este excedente
necesario: todo conjunto significante contiene un elemento vacío cuyo
valor se acepta por fe, pero que precisamente como tal garantiza la va
lidez plena de todos los otros elementos. Estrictamente hablando, es
algo que sobra, pero en cuanto lo retiramos se desintegra la consistencia
de los otros elementos. ¿No es esta, prácticamente, la lógica de todas
las “reservas” (monetarias, militares, alimentarias)? Para que el equili
brio monetario se mantenga, es preciso que pilas de lingotes de oro se
amontonen inútilmente en Fort Knox; para garantizar el “equilibrio
del miedo” se han acumulado armas que no existía la intención de usar;
montañas de trigo y maíz tienen que echarse a perder en los silos para
asegurar nuestras reservas alimentarias: ¿cómo sería posible no advertir
que la lógica que opera en estos casos carece de sentido desde el punto
de vista de “la realidad”, que para explicar su eficacia hay que pensar en
una función puramente simbólica?35
260
Mucho ruido por una Cosa
261
Slavoj Žižek
(el dinero, el poder, la influencia)”. El cínico pasa por alto que solo es-
tamos desnudos debajo de nuestra ropa: una desmistificación cínica es aún
demasiado ingenua, en cuanto no advierte que lo “Real desnudo” se
sostiene en la ficción simbólica. Tampoco el totalitario cree en la ficción
simbólica, en su versión de la vestimenta del rey; él sabe muy bien que
el rey está desnudo (en el caso del totalitario comunista, que el sistema
está realmente corrupto, que el discurso sobre la democracia socialista
es solo un palabrerío vacío, etcétera). Pero, en contraste con la autori
dad tradicional, lo que el totalitario añade no es un “pero sin embargo”,
sino un “precisamente porque”: precisamente porque el rey está desnudo,
debemos unirnos más, trabajar por el Bien, por ello nuestra Causa es
extremadamente necesaria…
Hay un punto de 1984 en el cual Orwell “produce su propio sínto
ma”, dice más que lo que tiene conciencia de decir; es una inserción que
ya en su forma opera como algo excepcional, como una excrecencia,
a saber: el denominado “libro de Goldstein”, el tratado teórico de un
“disidente” que aclara la “naturaleza real” de la sociedad totalitaria, a la
que le interesa el poder por el poder mismo, etcétera. ¿Cuál es su lugar
en el universo de 1984? Hacia el final de la novela nos enteramos de que
ese libro no fue escrito en absoluto por Goldstein, sino fabricado por el
propio Partido. ¿Por qué? Desde luego, la primera respuesta es que se
trata de una vieja táctica habitual de los partidos totalitarios en el poder:
si no hay oposición, es preciso inventarla, puesto que el Partido necesita
enemigos externos e internos para mantener, en nombre de tales peli
gros, el estado de emergencia y la unidad total. El “libro de Goldstein”
tiene la intención de alentar la formación de grupos opositores y de
tal modo crear la excusa para purgas incesantes y el ajuste de cuentas
interno. Sin embargo, esta respuesta, aunque válida, es insuficiente. En
el “libro de Goldstein” hay algo más: contiene primordialmente una
verdad sobre el funcionamiento de un sistema totalitario. ¿De dónde
proviene esta “compulsión” del Partido a producir un texto que exprese
su propia verdad?
1984 es una de las novelas denominadas “del último hombre” (no
debe olvidarse que uno de sus títulos provisionales fue, precisamente,
El último hombre): obras que describen una situación catastrófica en la
cual “los últimos seres vivos” recurren a todas sus fuerzas para hacer
llegar a los otros (la posteridad) la verdad de lo sucedido. Esta situa
ción catastrófica puede tener las características más disímiles: va desde
las catástrofes naturales que destruyen a un grupo hasta los campos de
concentración (en los cuales, como es sabido, algunos prisioneros se
aferran a la vida por el deseo de hacer llegar a la posteridad la verdad
de sus experiencias) y otras catástrofes sociales análogas, como el surgi
262
Mucho ruido por una Cosa
263
Slavoj Žižek
36. En síntesis, los jacobinos estaban atrapados en la siguiente paradoja: el rey ¿es
efectivamente un rey o solamente un impostor? Si era efectivamente un rey, no tenía
ningún sentido matarlo, puesto que no había engañado, es decir, era lo que decía ser; por
el contrario, si se trataba de un impostor, tampoco había razones para matarlo, puesto
que no representaba ningún peligro real, y bastaba con desenmascarar su impostura…
La solución jacobina fue que el rey era un semblante engañoso que no existía ontológi-
camente y precisamente por esa razón era tan peligroso. Precisamente debido a su falsedad
ontológica (la de una nada que pretendía ser algo, una “cosa hecha de nada”) había que
combatirlo por todos los medios. En otras palabras, el misterio real del carisma del rey
es el de la servidumbre voluntaria: ¿cómo era posible que un puro impostor sin ninguna
sustancia hubiera fascinado y dominado al pueblo durante tanto tiempo?
37. Andrzej Warminski, Readings in Interpretation, ob. cit., 1987, págs. 110-11.
38. Ernst Kantorowicz, The King’s Two Bodies, Princeton, Princeton University Press,
1959.
264
Mucho ruido por una Cosa
39. Claude Lefort, Democracy and Political Theory, Minneapolis, University of Min-
nesota Press, 1988, pág. 244.
265
Slavoj Žižek
40. Jacques Lacan, “Death and the Interpretation of Desire in Hamlet”, en S. Felman
(comp.), Literature and Psychoanalysis, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1982,
págs. 50-51. En este punto no debe confundirnos el término “falo”: en 1959 Lacan no
había aún elaborado la diferencia entre falo y objeto a; no obstante, de la articulación ulte-
rior de su teoría surge claramente que la “cosa” fálica mencionada aquí es el objet petit a.
266
Mucho ruido por una Cosa
fue una vez más Saint-Just, el “más puro” entre ellos, quien presintió
de algún modo este umbral, cuando atribuyó a los vacilantes, que no
se atrevían a asumir la responsabilidad del Terror, el siguiente razona
miento implícito: “Nosotros no somos lo bastante virtuosos como para
ser tan terribles”.
A los jacobinos les faltó la certidumbre absoluta de que no eran más
que un instrumento que cumplía la Voluntad del gran Otro (Dios, la
Virtud, la Razón, la Causa). Siempre los atormentó la posibilidad de
que, detrás de la fachada del verdugo del Terror en nombre de la Vir
tud Revolucionaria, estuviera oculto algún interés privado patológico o,
para citar una concisa formulación de Lefort:
El hecho es que la organización del Terror nunca fue tal que sus agentes
pudieran liberarse de su propia voluntad o inscribirse en un cuerpo cuya
cohesión fuera asegurada por la existencia de la conducción. En síntesis, no
pudieron actuar como burócratas.41
267
Slavoj Žižek
Pasemos por alto las asociaciones que una lectura retroactiva de este
pasaje inevitablemente suscita hoy en día (veinte años más tarde, toda
Rusia experimentó sobre sí misma los nuevos métodos de un bolche
vique); planteemos más bien la cuestión del horizonte de sentido de la
preocupación de Lenin por la salud de Gorki. A primera vista, la razón
parece clara y bastante inocente: Gorki era un aliado precioso y como
268
Mucho ruido por una Cosa
P.D. Cuídese más seriamente, realmente, para poder viajar en invierno sin
resfriarse (en invierno es peligroso).
269
Slavoj Žižek
270
Mucho ruido por una Cosa
El pueblo francés os ha encargado una tarea que es tan vasta como difícil. El
establecimiento de la democracia en una nación que ha languidecido enca-
denada durante tanto tiempo podría compararse a los esfuerzos realizados
por la naturaleza durante la sorprendente transición desde la nada a la exis-
tencia, y esos esfuerzos fueron sin duda mayores que los involucrados en la
transición desde la vida a la aniquilación. Debemos, por así decirlo, recrear
al pueblo que queremos que restaure la libertad.43
271
Slavoj Žižek
272
Mucho ruido por una Cosa
Tu opresor no tiene más que dos ojos, dos manos, un cuerpo, y nada que no
tenga el último de tu infinito número de ciudadanos, salvo la ventaja que tú
le das, que es el poder para destruirte. ¿Dónde obtuvo esos ojos con los que
te espía, si tú no se los diste? ¿Tendría todas esas manos para golpearte, si
no las obtuviera de ti? Esos pies con los que pisotea tu ciudad, ¿dónde los
consiguió, si no son los tuyos propios? ¿Qué poder tiene él sobre ti, si no el
poder que tú le das?45
45. Étienne La Boétie, Slaves by Choice, Egham, Runnymede Books, 1988, pág. 43.
46. Ibíd., pág. 44.
47. Ibíd., pág. 43.
273
Slavoj Žižek
48. Véase Alain Grosrichard, La Structure du sérail, París, Éditions du Seuil, 1979.
49. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre XX: Encore, París, Éditions du Seuil, 1975, pág.
65.
50. Jacques Lacan, Écrits: A Selection, ob. cit., pág. 311.
274
Mucho ruido por una Cosa
Otro, al esfuerzo por satisfacer la demanda del Otro y de tal modo ga
nar su amor. El sujeto identifica su deseo con el deseo del Otro-Madre,
y asume una posición de alienación completa. Se encuentra totalmente
sometido al Otro-sin-falta, por su parte no sometido a ningún tipo de
ley, y que, según su capricho momentáneo, puede satisfacer o no satis
facer las demandas del sujeto.
El advenimiento de la ley simbólica quiebra este círculo cerrado de
la alienación: el sujeto experimenta que el Otro-Madre en sí obedece a
una cierta ley (la palabra paterna); la omnipotencia y la propia voluntad
del Otro quedan de tal modo refrenadas, subordinadas a una condición
absoluta. En consecuencia, el advenimiento de la ley entraña una espe
cie de “desalienación”: en cuanto el Otro también aparece sometido a
la condición absoluta de la ley, el sujeto ya no está más a merced del ca
pricho de ese Otro, su deseo no está ya totalmente alienado al deseo del
Otro. El sujeto logra entonces establecer una suerte de distancia res
pecto del deseo de la madre; su deseo no está ya reducido a ser demanda
del amor de la madre. En contraste con el concepto postestructuralista
de una ley que refrena, que canaliza, aliena, oprime, “edipiza” algún
previo “flujo del deseo”, la ley es aquí concebida como una agencia de
“desalienación” y “liberación”: abre el acceso al deseo al permitir que
nos desenredemos del gobierno del capricho del Otro. Desde luego, es
tos son lugares comunes lacanianos, pero lo que habitualmente se pasa
por alto es el modo en que este “refrenamiento del deseo” del Otro por
medio de la ley tiene la estructura de la “negación de la negación”, de la
negación autorreferencial. El sujeto “se libera”, no al “superar” el poder
negativo del Otro al que está sometido, sino al experimentar su carácter
autorreferencial: la negatividad que el Otro dirigía contra el sujeto está
en realidad dirigida contra el Otro en sí, lo que significa que este Otro
está ya en sí mismo escindido, marcado por una relación negativa au
torreferencial, sometido a su propia negatividad. La relación del sujeto
con el Otro deja entonces de ser una relación de subordinación directa,
puesto que el Otro no es ya una figura totalmente omnipotente. El su
jeto ya no obedece a la voluntad del Otro, sino a una ley que regula sus
relaciones con ese Otro: la ley impuesta por el Otro es simultáneamente
la ley a la que el propio Otro debe obedecer.
El “capricho del Otro” (la imagen fantasmática de un Otro omnipo
tente de cuya voluntad depende nuestra satisfacción) no es entonces más
que un modo de evitar la falta en el Otro: el Otro podría habernos procurado
el objeto de la satisfacción plena; si no lo ha hecho, ello depende simple
mente de su voluntad inescrutable. Es casi superfluo señalar las implica
ciones teológicas y políticas de esta lógica del “capricho del Otro”: basta
con recordar, por una parte, la teoría calvinista de la predestinación, la
275
Slavoj Žižek
51. Esta es también la razón por la cual, como dice Lacan, La Mujer es “uno de los
Nombres-del-Padre”: la figura de La Mujer, su presencia fascinante, simultáneamente
encarna y oculta una cierta imposibilidad fundamental (la de la relación sexual). La Mujer
y el Padre son los dos modos que tiene el sujeto de “ceder en su deseo” transformando su
atolladero constitutivo en una agencia externa de prohibición o en un Ideal inaccesible.
276
Mucho ruido por una Cosa
52. Podemos ver que “la invención democrática” realiza la operación que Lacan
denomina “punto de almohadillado”. Lo que en un momento había sido un defecto terri-
ble, una catástrofe para el edificio social (el hecho de que “el trono estuviera vacío”) se
convierte en una prerrogativa crucial. La operación fundamental de la invención demo-
crática es entonces de naturaleza puramente simbólica: es engañoso decir que la inven-
ción democrática encuentra vacío el lugar del poder; se trata más bien de que lo constituye,
lo construye como vacío, de que reinterpreta el hecho “empírico” del interregno como una
condición “trascendental” del ejercicio legítimo del poder.
Incidentalmente, en esto consiste otro argumento a favor de la homología estructural
entre la invención democrática y la filosofía kantiana, en cuanto el “giro trascendental”
de Kant también convierte en el poder constitutivo del sujeto lo que la metafísica anterior
había percibido como la debilidad crucial del sujeto (su limitación a la experiencia sensorial
finita). Como lo ha señalado Heidegger en su Kant and the Problem of Metaphysics (Bloom-
ington, Indiana University Press, 1962), Kant fue el primero en la historia de la filosofía
que le otorgó un poder ontológicamente constitutivo a la finitud como tal, sin aprehen-
derla simplemente como un obstáculo en nuestro camino a la verdad supra empírica.
277
Slavoj Žižek
278
Mucho ruido por una Cosa
54. Un argumento prima facie contra el estatuto puramente formal del monarca hege-
liano es que él todavía constituye el punto de decisión, la agencia que, al establecer “Esta
es mi voluntad”, pone fin a la consideración indefinida de los distintos argumentos y
transforma las propuestas de sus consejeros en un decreto formal. En este punto debemos
tener presente, sin embargo, el carácter no fundamentado, “en abismo”, de la decisión del
monarca. Esta decisión no resulta simplemente del cálculo con razones justificadas; en
última instancia, se basa en sí misma; interrumpe la cadena de razones con un acto de pura
voluntad (“Es así porque yo lo digo”).
279
Slavoj Žižek
Aquí podríamos remitirnos al libro de Jon Elster titulado Solomonic Judgements (Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1989), donde el autor, mediante una serie de ejem-
plos ingeniosos, demuestra la limitación intrínseca de la toma racional de decisiones. Si
aplicamos la teoría de la elección racional a los dilemas de las relaciones interpersonales
concretas, un poco antes o después llegamos al punto de “indecibilidad” en el que ya
no es posible prever de modo racional toda la cadena de consecuencias de las distintas
decisiones. Por esta razón, la decisión más adecuada, desde el punto de vista de la pro-
pia racionalidad, es dejar librada la elección al azar (echar suertes, etcétera). El principal
ejemplo de Elster es la disputa por la custodia de un hijo. A menudo no es solo imposible
predecir las ventajas y desventajas en el largo plazo de las diferentes opciones, sino que
este mismo procedimiento de búsqueda de los mejores intereses del niño puede ser con-
traproducente (pone a la criatura en situaciones extremadamente embarazosas, en las que
al declarar su preferencia por uno de los progenitores puede dañar irreparablemente su
relación con ellos, etcétera), de modo que la solución óptima equivale a veces a arrojar
una moneda al aire.
El rol del monarca hegeliano debe concebirse sobre la base de esta limitación intrín-
seca de la toma de decisiones basada en una serie de razones positivas. El monarca, efecti-
vamente, “decide”, opta, solo cuando la mejor solución desde el punto de vista racional es
dejar la decisión librada al azar. De tal modo, impide la consideración interminable de las
presuntas ventajas y desventajas. Hegel es totalmente explícito: en su Filosofía del derecho
compara el rol del monarca moderno con el modo en que la república griega buscaba
una referencia que la ayudara a llegar a una decisión en “signos” naturales (las entrañas
de animales sacrificados ritualmente, la dirección del vuelo de las aves, etcétera). En la
monarquía moderna, este principio de decisión ya no necesita un sostén externo; puede
tomar la forma de la pura subjetividad. La agencia misma del monarca atestigua entonces
la limitación intrínseca de la razón: sea este un recordatorio para quienes siguen hablando
del “panlogicismo” de Hegel, su presunta creencia en el poder infinito de la razón…
55. G. W. F. Hegel, The Philosophy of Right, Londres, Clarendon Press, 1942, pág. 12.
[Ed. cast.: Filosofía del derecho, Buenos Aires, Claridad, 1987.]
280
Mucho ruido por una Cosa
281
Slavoj Žižek
282
Mucho ruido por una Cosa
283
Índice analítico
285
Slavoj Žižek
286
Índice analítico
287
Slavoj Žižek
288
Índice analítico
289
Slavoj Žižek
290
Índice analítico
291
Slavoj Žižek
292
Índice analítico
293
Slavoj Žižek
política, la R
como forma, 195-197 Racine, Jean, Atalía, 27-28, 41, 42,
como lugar de la verdad, 203 n16 59
como subjetividad, 202-205 Razón hegeliana, 78-80, 167-170,
Popper, Karl, 229 180-182, 190 n4
positivismo lógico, 192 n6 Reagan, Ronald, 96 n25
posterioridad, 213-214, 233-235 Real, lo, 72 n1, 148
“primera víctima”, mito de la, 40 encuentros con, 111-113, 205
procedimiento formal, el, como ver y el cinismo, 160-161, 261-262
dad, 167-174 y el entendimiento, 167-168
proceso histórico, el, y el poner retroactivo, 220
como ley, 197-201 y el rey, 96 n26
la brecha en, y el sujeto, 233-235 y la certidumbre, 163
profesión, la, como contingente, y lo Simbólico, 123
143-144 realismo y republicanismo, su dialé
prohibición, ctica, 46, 60-64, 46 n26
del incesto, 238-239 reconciliación en Hegel, 46 n26,
y deseo, 275-276 89, 180
véase también ley red intersubjetiva, la,
protestantismo, 190-194, 195-196 y el objeto, 157
psicoanálisis, y la doble inversión, 21-24
contingencia de la verdad en, y la inconocibilidad del Otro,
205-207 209-210
e izquierda, 281-283 véase también Otro, gran,
y astucia de la razón, 81 reelaboración inconsciente, 76
y causalidad retroactiva, 213-214, reflexión,
227 significado de la, 67 n41, 90-93,
y deseo, 276 99-105, 111 n1, 178 n37
y dialéctica, 76 y el objeto, 177-178
psicosis, 111, 160 véase también dialéctica
pueblo, cuerpo del, 338-273 regicidio, 218, 263-266, 264 n36
puesta retroactiva de presupuestos, relaciones interpersonales, las, y la
212-214, 225-231, 233-235 astucia de la razón, 80
pulsión de muerte, 218, 271, 276 relato, el,
pulsión, ética de la, 282-283 y el punto de almohadillado,
punto de almohadillado, 27-32, 39- 29-30
43, 45, 89, 226 n41, 277 n52 y la inversión doble, 22-24
pura diferencia, 189-190 y lo simbólico, 222-225
religión, universalización de la, 190-
194
294
Índice analítico
295
Slavoj Žižek
296
Índice analítico
297