Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
La modernidad
de lo barroco
La publicación del presente libro es resultado del proyecto de investigación “El
concepto de cultura política y la vida política en America Latina" IN 402094).
de la ISAM, cuya realización hubiera sido imposible sin el apoyo de la Dirección
General de Asuntos del Personal Académico de dicha institución.
www.cdicioncsera.com.mx
Barbara Bcck
in memoriam
*
Indice
Prólogo, 11
1. M alintzin, la lengua, 19
2. El ethos barroco, 32
3. La C om pañía de Jesús y la p rim era m o d ern id ad
de la Am érica Latina, 57
4. Clasicismo y barroco, 83
/*,'/ clasicismo renacentista, 83
El clasicismo barroco, 87
La modernidad de lo barroco, 89
Lo barroco, 91
Roma y lo barroco. 96
5. I-a actitu d barroca en el discurso filosófico
m o d ern o , 101
9
LA HISTORIA DE LA CULTURA Y LA PLURALIDAD
DE LO M ODERNO: LO BARROCO
Bibliografía, 225
Referencias, 231
lo
Prólogo
11
na, sobre la que se desenvuelven los lexos reu n id o s en el
presente volum en. De m an era más dispersa en los de la pri
m era parte y más sistem ática en el de la segunda, su objeti
vo com ún es explorar, d e n tro de u n a p ro b lcm atización
filosófica de las categorías em pleadas p o r la historia de la
cultura, la cabida que “lo barroco" p u ed e tenei d e n tro de
un a descripción crítica d é l a m o d ern idad. De este m odo, las
preguntas que ocupan a todos ellos se refieren a la posibili
dad que tiene esa descripción de. reco n o cer d eterm in ad as
estructuraciones particulares de las características generales
de la vida m od e rn a y de d etectar en tre ellas u n a que m erez
ca llevar -a l m enos p o r una cierta sim ilitud con el m odo
barroco de la creación artística- el calificativo d e “b arro ca”.
Se trata d e las p reg u n tas siguientes: ;l\n q u é estrato o
m om ento d e la constitución del m u n d o m o d e rn o se m ues
tra de m an era más radical y adecuada una c o p erten en cia
esencial e n tre su m o d ern id ad y el barroquism o? ¿En qué
sentido pu ed e hablarse, p o r 1111 lado, del carácter necesaria
m ente m o d ern o de lo b arro co y; p o r o tro , de la necesidad
de un barroquism o en la constitución d e la m odernidad?
El ensayo que ocupa la segunda parte ab o rd a estas cues
tiones en especial y de m anera más directa. Esboza p rim ero
u n a aproxim ación a los dos conceptos generales que defi
nen el cam po en el que se ubicaría lo barroco, el co n cep to
d e cu ltu ra y el de m odernidad. R ecuerda, a continuación,
ciertas ideas acerca de la condición h u m an a que aparecen
en Ia ontologia fenom enológica y las conecta con algunos
desarrollos con tem p o rán eo s d e la an tro p o lo g ía y la sem ióti
ca. En su p arte central - e n un in ten to d e am pliar la “crítica
de la econom ía política" elaborada p o r Karl M arx hacia una
teoría crítica del co n ju n to de la vida m o d e rn a -, el ensayo
p ro p o n e un concepto referido a la necesidad en que está el
discurso reflexivo de pen sar co h ere n tem e n te la encrucijada
de lo que se en tien d e p o r “historia eco n ó m ica” y lo q u e se
conoce com o “historia cultural"; un co n cep to m ediador,
que sería el de elltos histórico. D escrito com o u n a estrategia
de construcción del “m u n d o de la vida”, que en fren ta y
resuelve en el trabajo y el disfrute cotidianos la co n trad ic
12
ción específica de la existencia social en una época d eterm i
nada, el ethos histórico d e la época m o d e rn a desplegaría
varias m odalidades de sí mism o, que serían otras tantas pers
pectivas de realización de la actividad cultural, otros tantos
principios de particularización de la cu ltu ra m o d ern a. U no
de ellos sería precisam ente el llam ado “ethos b arro co ”, con
su “paradigm a” form al específico.
El exam en de esta m odalidad del ethos m o d e rn o p arte allí
d e u n a clasificación de los distintos tipos d e tem poralidad
q u e conoce la vida social p ara precisar lo que especifica a lo
b arroco com o principio de estructuración de la experiencia
del tiem po cotidiano. El efecto de lo barroco en la vida coti
diana, descrito com o u n a “esteti/ación exagerada", se vuelve
evidente en su confrontación con el m o d o cristiano trad i
cional (católico), igualm ente “exagerado”, de p o n e r la ritua-
lización religiosa com o núcleo estru ctu rad o r de la misma.
La consideración final, acerca del nexo en tre “arte barroco
y co n trarrefo rm a”, se refiere al m odo com o la esteti/ación
barroca de la vida cotidiana deriva, en tre otras cosas, en la
construcción de todo u n “estilo” de creación artística y poéti
ca, aquel que m ereció originalm ente el adjetivo de “b arro co”.
C abe añadir, p o r lo dem ás, que los ensayos incluidos en
este volum en tien en que ver tam bién, a u n q u e sea d e m an e
ra indirecta, con u n a segunda discusión: aquella que trata
de la actualidad d e lo barroco y que es tal vez, d e n tro del
variado co n ju n to que anim a la problem atización de la “co n
dición p o sm o d ern a”5 de este fin de siglo, la más trabajada y
p o r ello mism o la m enos inasible.
Lo m ism o en el sentido de un diagnóstico d e la situación
cultural co n tem p o rán ea q u e en el de una propuesta alter
nativa an te la crisis d e la cultura establecida, el co n cep to de
“lo b arro co ”, actualizado p o r el prefijo “neo-”, aparece com o
13
un o de los principales in stru m en to s teóricos para p en sar en
que consiste ese estar “después”, “en discontinuidad" o “más
allá” de la m o d e rn id ad ”, escribía Severo Sarduy,4 y añadía:
"lo m ism o o cu rre con el h o m b re de hoy”. U n m u n d o que
vacila, un o rd en carcom ido p o r su p ro p ia inconsistencia,
' q u e se contradice a sí mism o y se desgasta en ello hasta el
agotam iento; ju n to con él, u n a confianza elem ental, pro
funda, q u e se desvanece sin rem edio. El m u n d o q u e vacila
es el de la m o d ern id ad , el de la confianza en u n a cultura
que enseña a vivir el progreso com o una anulación del tiem
po, a fu n d ar el territo rio en una elim inación del espacio, a
em p lear la técnica com o u n a aniquilación del azar; que
pone la naturalc/a-para-ol-hom bre en calidad de sustituto de
lo O tro, lo extra-hum ano: q u e practica la afirm ación com o
destrucción de lo negado.
En m edio de esta crisis d e la m o d ern id ad , y más com o un
refugiarse e n alternativas de vida reprim idas y desechadas
p o r ésta (co n d en ad as a u n a existencia clandestina) que
com o el en cu e n tro d e u n a solución o superación salvadora,
aparece u n a cierta práctica d e la p o sm o d ern id ad en la que
“algo así com o un paradigm a b arro co se reivindica y se abre
lugar”.5 Sé trata de u n co m p o rtam ien to en el q u e reap arece
aquella “constante form al”, aquel “gusto -y ju ic io sobre ese
g u sto - p o r lo inestable, lo m uítidiinensional, lo m u la n te ”,
q u e O rnar Calabrcsc,'1 siguiendo el refinado m éto d o d e su
“form alism o ‘rig u ro so ’”, ha investigado sistem áticam ente en
la c u ltu ra co n te m p o rá n e a . U n c o m p o rta m ie n to , p o r lo
dem ás, cuya presencia había sido reconocida ya com o rasgo
cultural distintivo e n la p eriferia am erican a del m u n d o
m o d e rn o ,7 d o n d e la gravitación de la m o d ern id ad capitalis
14
ta fue siem pre desfalleciente y d o n d e otras “condiciones" de
discontinuidad con ella -co n d icio n es p rem o d ern as y semi-
m o d e rn a s- prefiguraron la “condición posm oderna" descri
ta p o r Lyotard, au n q u e desde una necesidad diferente.
¿Es im aginable u n a m o d ern id ad alternativa respecto d e la
q u e ha existido de hecho en la historia? De ser así, ¿qué p re
figuración de la mism a, explícita o im plícita, trae consigo el
neobarroquism o contem poráneo? El “pliegue”, el leit-motiv
de lo barroco p ensado p o r Gilíes D eleuze8 - la im agen de
u n a negativa a “alisar" la consistencia del m u n d o , a elegir
d e u n a vez p o r todas en tre la co n tin u id ad o la discontinui
dad del espacio, del tiem po, d e la m ateria en gen eral, sea
ésta m ineral, viva o h istó rica- habla d e la radicalidad d e la
alternativa barroca. ¿Pero cuáles son los alcances reales de
su “propuesta”, m edidos a p artir de su p eculiar inserción
histórica en la construcción del m u n d o de la m o d ern id ad
capitalista? ¿Cuál es la actualidad del “paradigm a b arro co ”?
¿Puede, p o r ejem plo, com ponerse en to rn o a él, a su reac-
tualización neo b arro ca, u n a propuesta política, 1111 “proyec
to civilizatorio” realm ente alternativo frente al que prevalece
actualm ente? Este es el tipo d e cuestiones de q u e se p reo
cupan tam bién los ensayos contenidos en el p resen te libro.
l.a actualidad de lo barroco 110 está, sin d u d a, en la capa
cidad de inspirar u n a alternativa radical de o rd en político a
la m o d ern id ad capitalista que se deb ate actualm ente en u n a
crisis profunda; ella reside en cam bio en la fuerza con que
m anifiesta, en el p lan o p ro fu n d o d e la vida cultural, la
inco n g ru en cia de esta m o d ern id ad , la posibilidad y la u rg en
cia de u n a m o d ern id ad alternativa. El ethos barroco, com o
los otros e.the m o d ern o s, consiste en u n a estrategia p ara
h acer “vivible" algo q u e básicam ente no lo es: la actualiza
ción capitalista de las posibilidades abiertas p o r la m o d e rn i
dad. Si hay algo que lo distingue y lo vuelve fascinante en
nuestros días, cu an d o la caducidad d e esa actualización es
15
cada vez más inocultable, es su negativa a co n sen tir el sacri
ficio de la “form a n atu ra l” de la vida y su m u n d o o a ideali
zarlo com o lo contrario, su afirm ación d e la posibilidad de
restaurarla incluso com o “form a n atu ral” d e la vida rep rim i
da, explotada, d errotada. Estrategia d e resistencia radical, el
clhos barroco 110 es sin em bargo, p o r sí m ism o, 1111 ethos revo
lucionario: su utopía 110 está en el “más allá” d e u n a trans
form ación económ ica y social, en u n fu tu ro posible, sino en
el “más allá” im aginario de un hic et nunc insoportable trans
figurado p o r su teatralización.
N adie m ejor que el pro p io au to r de Barroco p ara respon
d e r acerca del tipo de radicalidad que se le p u ed e exigir al
barroco de nu estro tiem po:
"¿Qué significa hoy en día una práctica del barroco? ¿Cuál
es su sentido profundo? ¿Se trata de un deseo de oscuridad,
de u n a exquisitez? Me arriesgo a sostener lo contrario: ser
b arroco hoy significa am enazar, ju z g a r y p aro d iar la eco n o
m ía burguesa, basada en la adm inistración tacaña de los bie
nes, en su cen tro y fu n d am en to mismo: el espacio d e los sig
nos, el lenguaje, soporte sim bólico de la sociedad, g arantía
de su funcionam iento, de su com unicación.”1*
16
En torno al ethos barroco
tcWim*
1. Malintzin, la lengua
19
nes ele horizo n te individual y m uchas veces desesperadas o
aleatorias-, p o r u n lado, y u n a de las más grandes transfor
m aciones del co n junto d e la historia h um ana, p o r otroT la
universalización definitiva de la m edida en q u e ella es un
aco n tecer com partido, gracias al triunfo de la m o d ern id ad
capitalista com o esquem a civilizatorio universal.
D e los m últiples aspectos q u e presenta la coincidencia
desm esurada e n tre los hechos de los conquistadores y la his
toria universal, interesa destacar aq u í u n o que tiene que ver
con algo q u e se ha dado en llam ar “el en cu e n tro de los dos
m u n d o s” y que, a mi parecer, consiste más bien en el re
en cu e n tro d e las dos opciones básicas d e historicidad del ser
hum ano: la de los varios “orientes" o historicidad circular y
la de los varios “occidentes” o historicidad abierta. Aspecto
que en el p rim er siglo d e la m o d ern id ad d ecididam ente
capitalista pu d o parecer p o co im portante -c u a n d o lo inago
table del territo rio p lanetario p erm itía todavía a las distintas
versiones de lo h u m an o p ro teg er su cerrazón arcaica, co
existir e n aparlheid, “juntarse sin revolverse”, recluidas en na
ciones o en castas d iferen tes-, p ero que hoy en día, en las
postrim erías del que p arece ser (de u n a m an era o d e otra)
el últim o siglo de la misma, se revela com o la más grave de
las “asignaturas” que ha dejado “p en d ien tes”.-
En el escenario m exicano de 1520, la aventura singular
que interviene en la historia universal consiste en verdad en
la interacción de dos destinos individuales: el d e M otecuh-
zoma, el taciturno em p erad o r azteca, que lo h u n d e en las
contradicciones d e su mal gobierno, y el de C ortés, que lo
lleva vertiginosam ente a en c o n tra r el perfil y la consistencia
de su am bición. Intersección que tuvo una co rp o reid ad , que
fue ella mism a una voluntad, una persona: “u n a india de
b u en parecer, en tro m etid a y desenvuelta” (dice Bernal Díaz
del Castillo, el conquistador-cronista), la M alintzin.
Q uisiera co n cen trarm e en esta ocasión en el m o m en to
20
crucial de esa interacción, que no será el más decisivo, pero
sí el más ejem plar: los quince meses que van del bautizo cris-
n an o de la “esclava” Malin o Malinali, con el n o m b re de
M arina, y del p rim er contacto d e C ortes con los em b ajad o
res de M oiecuhzom a, en 1519, al asesinato d e la élite de los
guerreros aztecas) la posterior m u erte del em p erad o r m exi
cano, en 1520. Kn el breve periodo en que la M alinizin se
aventura, p o r debajo de los discursos de M oiecuhzom a y
Cortes, (‘ii la función fugaz e irrepetible d e "lengua” o in tér
prete en tre dos interlocutores colosales, dos m undos o dos
historias.
“La lengua que yo tengo”, dice Cortés, en sus Cartas, sin
sospechar en qué m edida es la “lengua" la que lo tiene a él.
Y no sólo a él, sino tam bién a M otecuhzom a y a los descon
certados dignatarios aztecas.
Ser -c o m o lo fue la M alinizin d u ran te esos m eses- la
única in térp rete posible en una relación de interlocución
en tre dos partes; ser así aquella que con cen trab a de m anera
excluyem e la función equiparado™ d e dos códigos h ete
rogéneos, traía consigo al m enos dos cosas. Kn p rim er lugar,
asum ir un poder: el de adm inistrar no sólo el intercam bio
de unas inform aciones que am bas partes consideraban valio
sas, sino la posibilidad del hecho mismo d e la com unicación
en tre ellas. Pero im plicaba tam bién, en segundo lugar, te n e r
un acceso privilegiado -a b ie rto p o r la im p o rtan cia y la
excepcionalidad del diálogo en ta b la d o - al cen tro del hecho
com unicativo, a la estructura del código lingüístico, al n ú
cleo en el que se d efin en las posibilidades y los límites de lá
com unicación hum an a com o instancia posibilítam e del sen
tido del m u n d o de la vida.
Kn efecto, ser in térp rete no consiste solam ente en ser un
trad u cto r bifacético, de ida y vuelta en tre dos lenguas, d e
sentendido de la reacción metalingüísiica que su trabajo des
pierta en los interlocutores. Consiste en ser el m ed iad o r de
un e n ten d im ien to en tre dos hablas singulares, el construc
to r d e un texto com ún para ambas.
La m ediación del in térp rete p a rte necesariam ente d e un
reconocim iento escéptico, el de la inevitabilidad del m alen
21
tendido. Pero consiste sin em bargo en u n a obstinación infa
tigable que se ex tien d e a lo largo d e u n proceso siem pre
renovado de corrección d e la pro p ia traducción y d e respues
ta a los electos provocados p o r ella. Un proceso q u e p uede
volverse desesperante y llevar incluso, com o llevó a la Malint-
zin, a que el in terp rete in ten te convertirse en sustituto d e los
interlocutores a los q u e traduce.
Rsta dificultad del trabajo del in térp rete p u e d e ser d e di
ferente grad o d e radicalidad o p ro fu n d id ad ; ello d e p e n d e
de la cercanía o la lejanía, de las afinidades o antipatías que
g uardan e n tre sí los códigos lingüísticos d e las hablas en
ju eg o . M ientras más lejanos e n tre sí los códigos, m ientras
m enos coincidencias hay e n tre ellos o m ientras m enos al
cancen a cubrirse o coincidir sus respectivas delim itaciones
de sentido p ara el m u n d o de la vida, más inútil p arece el
esfuerzo del interp rete. Más aventurada e interm in ab le su
tarea.
A nte esta futilidad d e su esfuerzo de m ediación, an te esta
incapacidad d e alcanzar el en ten d im ien to , ja práctica de
la in terp retació n tiende a g en era r algo que p o d ría llam arse
"la utopía del in térp rete”. U topía que plan tea la posibilidad
de c re a r u n a lengua tercera, u n a lengua-puente, que, sin ser
n inguna de las dos en ju e g o , siendo en realidad m entirosa
para am bas, sea capaz de d a r cu en ta y de co n ectar e n tre sí a
las dos sim bolizaciones elem entales d e sus respectivos códi
gos; u n a lengua tejida d e coincidencias im provisadas a par
tir de la co n d en a al m alentendido.
La M alintzin tenía ante sí el caso más difícil q u e cabe en
la im aginación para la tarca d e un intérp rete: debía m ediar
o alcanzar el e n ten d im ien to e n tre dos universos discursivos
construidos en dos historias cuyo p arentesco p arece ser
nulo. Parentesco que se h u n d e en los com ienzos de la his
toria y que, p o r lo tanto, no p u ed e m ostrarse en u n plano
sim bólico evidente, ap ro p iad o para equiparaciones y eq u i
valencias lingüísticas inm ediatas. N inguna sustancia sem ióti
ca, ni la de los significantes ni la de los significados, podía
ser actualizada de m a n era más o m enos directa, es decir, sin
la intervención d e la violencia com o m éto d o persuasivo.
22
Se trata de dos historias, dos tem poralidades, dos sim boli
zaciones básicas de lo O tro con lo h u m an o , dos alegorizacio-
ncs elem entales del contexto o referen te, dos “elecciones ci
vilízalo! ias” no sólo opuestas sino contrapuestas.
De u n lado, la historia m ad re u ortodoxa, q u e se había ex
ten d id o d u ran te m ilenios hasta llegar a América. I Iistoria de
los varios m undos orientales, decantados en u n a m igración
lentísim a, casi im perceptible, que iba ag o tan d o territo rio s a
m edida q u e avanzaba hacia el rein o d e la ab u n d an cia, el
lugar de d o n d e salí* el sol. H istoria d e sociedades cuya estra
tegia de supervivencia está fincada, se basa y gira en to rn o
de la única condición de su valía técnica: la rep ro d u cció n de
u n a figura extrem am en te singularizada del cu erp o co m u n i
tario. Cuya vida p refiere siem pre la renovación a la innova
ción y está po r tan to m ediada p o r el p red o m in io del habla o
la palabra “ritualizada” (com o la d en o m in a Tzvctan Todo-
rov) sobre la palabra viva; del habla q u e en to d a experiencia
nueva ve u n a o p o rtu n id ad de en riq u e cer su código lingüís
tico (y la consolidación m ítica de su singularización), y n o
de cuestionarlo o transform arlo.
Del o tro lado, el más p o d ero so d e los m uchos d esp ren d i
m ientos heterodo x o s d e la historia oriental, d e los m uchos
occidentes o esbozos civilizatorios q u e tuvieron que preferir
el fuego al sol y m irar hacia el p o n ien te, hacia la noche: la
historia de las sociedades europeas, cuya unificación eco n ó
m ica había m ad u rad o hasta alcanzar pretensiones plan eta
rias. H istoria que había resultado d e u n a estrategia d e su p er
vivencia según la cual, a la inversa de la oriental, la valía
técnica de la sociedad gira en to rn o del m edio de p ro d u c
ción y de la nulificación de su rep ro d u cció n am pliada. His
toria de sociedades que vivían para en to n ces el auge d e los
im pulsos innovadores y cuya “práctica com unicativa” se
h abía en so b erb ecid o hasta lal p u n to con el b u en éxito
económ ico y técnico del uso “improvisativo" del leguaje, que
echaba al olvido ju sta m en te aquello que era en cam bio una
obsesión agobiante en la América antigua: que en la consti
tución de la lengua n o sólo está inscrito u n pacto e n tre los
seres hum anos, sino tam bién u n pacto e n tre ellos y lo O tro.
23
Los indígenas no podían percibir en el O tro u n a o tred a d
o altcridad in d ep en d ien te. U na “soledad histórica”, la falta
de u n a “experiencia del O tro ”, . cgún la explicación m ate
rialista de Octavio Paz, había m an ten id o incuestionada en
las culturas am ericanas aquella p ro fu n d a resistencia oriental
a im aginar la posibilidad de un m u n d o de la vida q u e no
fuera el suyo. La otred ad que ellos veían en los españoles les
parecía una variante d e la m ism idad o id en tid ad d e su p ro
pio Yo colectivo, y p o r tanto 1111 fen ó m en o p erfectam en te
rcductible a ella (en la am p litu d de cuya definición los ras
gos de la terrenalidad, la semi-divinidad y la divinidad p e r
tenecen a un continuum). Tal vez la principal desventaja que
ellos tuvieron, en térm inos bélicos, frente a los europeos
consistió ju s ta m e n te en u n a in cap acid ad q u e venía del
rechazo a ver al O tro com o tal: la incapacidad d e llegar al
odio com o voluntad de nulificación o negación absoluta del
O tro en tan to q u e es alguien con quien n o se tiene nada
q u e ver.
Los europeos, en cam bio, a u n q u e percibían la o tred ad
del O tro com o tal, lo hacían sólo bajo u n o d e sus dos m odos
V contrapuestos: el del peligro o la am enaza p ara la propia
integridad. K1 segundo m odo, el del reto o la pro m esa de
p lenitud, lo tenían traum áticam ente reprim ido. La o tred ad
sólo e ra tal para ellos en tan to que negación absoluta d e su
identidad. La “E uropa p rofunda" de los conquistadores y los
colonizadores, la que em ergía a pesar del hum anism o de
los proyectos evangelizadores y d e las buenas in ten cio n es
de la C orona, respetaba el universalismo abstracto de la igle
sia católica, p ero sólo com o condición del b u en funciona
m iento de la circulación m ercantil d e los bienes; más allá de
este lím ite, lo usaba com o simple p retexto p a ra la d estruc
ción del O tro. No sólo lejanos sino incom patibles e n tre sí
eran los dos universos lingüísticos e n tre los que la M alintzin
d ebía establecer un en ten d im ien to . Por ello su intervención
es adm irable. U na m ezcla de sabiduría y audacia la llevó a
asum ir el p o d e r del in térp rete y a ejercerlo en cau zán d o lo en
el sentido de la utopía que es p ro p ia de este oficio. Recono
ció que el en ten d im ien to en tre europeos e indígenas era
24
im posible en las condiciones dadas; que, p ara alcanzarlo,
unos y otros, los vencedores e integradores no m enos que
los vencidos e integrados, tenían que ir más allá de sí mis
mos, volverse diferentes de lo que eran. V se atrevió a in tro
ducir esa a Re raí ion com unicante; m intió a unos y a otros, “a
diestra y siniestra", y les propuso a am bos el reto de conver
tir en verdad la gran m entira del en ten d im ien to :'' justam en
te esa m entira bifacéiica que les perm itió convivir sin hacer
se la guerra d u ran te todo u n año. C ada vez que traducía de
ida y de vuelta e n tre los dos m undos, desde las dos historias,
la M alinlzin inventaba una verdad hecha de m entiras; una
verdad que sólo podía ser tal para un tercero que estaba aún
p o r venir.
Tzvetan Todorov ve en la M alinlzin (ju n to con el caso
inverso del dom inico Diego Duran) “el p rim er ejem plo y
p o r eso mism o el sím bolo del mestizaje [cultural]", com
p ren d id o éste com o afirm ación de lo propio en la asim ila
ción ele lo ajen o .' Puede pensarse, sin em bargo, q u e la
M alimzin de 1519-1520, la más in teresante d e todas las que
ella fue en .su larga vida, prefigura una realidad de mestiza
je cultural un lauto diferente, que consistiría en un com
po rtam ien to activo -c o m o el de los hablantes del latín vul
gar, colonizador, y los de las lenguas nativas, colonizadas, en
la form ación v el desarrollo de las lenguas ro m an ces- desti
nado a irasccndci lanío la form a cultural propia com o la
form a cultural ajena, para que am bas, negadas d e esta m an e
ra, p u ed an afirm arse en una form a tercera, d iferen te d e las
dos. 1.a prefigura, po rq u e, si bien fracasa com o solución
invernada para el conflicto en tre M otecuhzom a y Cortés, de
todas m aneras co n d en e en sí el esquem a del mestizaje cul
tural “salvaje”, no planeado sino forzado p o r las circunstan
cias, q u e se im pondrá colectivam ente “después del diluvio",
más com o el resultado de una estrategia esp o n tán ea de
26
desarrollo de u n a econom ía m undial realm en te existente,
es decir, basada en la unificación tecnológica del proceso de
trabajo a escala planetaria, vuelve im postergable la h o ra
d e u n a universalización co n creta d e lo hum ano. C ada vez se
vuelve más evidente que la h u m an id ad del “h o m b re en
g en eral” sólo p u ed e construirse con los cadáveres d e las
hum anidades singulares. Y la cu ltu ra política de la m o d ern i
dad establecida se em p an tan a en preg u n tas com o las si
guientes: ¿las singularidades de los innum erables sistemas
de valores de uso - d e prod u cció n y disfrute de los m ism os-
q u e conoce el gen ero h u m an o son en verdad m agnitudes
négligeablcs que d eb en sacrificarse a la ten d en cia globaliza-
d o ra o “universali/adora" del m ercado m undial capitalista?
Si no es así, ¿es preciso más bien m arcarle u n lím ite a esta
"voluntad" uniform izadora, desobedecer la “sabiduría del
m ercado" y d efen d er las singularidades culturales? l*ero, si es
así, ¿hay que hacerlo con todas? ; 0 sólo con las “m ejores' ?
El fundam entalism o d e aquellas sociedades del “tercer
m undo" que regresan, decepcionadas p o r las prom esas in
cum plidas de la m o d ern id ad occidental, a la defensa más
ab e rra n te d e las virtudes de su localism o, tiene en el racism o
ren acien te de las sociedades europeas u n a co rresp o n d en cia
poderosa y experim entada. Ambas son reacias a co ncebir
la posibilidad de u n universalism o diferente.
1.a figura d erro tad a d e la M alintzin histórica p o n e de
relieve la m iseria d e los vencedores; el enclaustram icnto en
lo p ro p io , o rig in a rio , a u té n tic o e in a lien a b le fue p a ra
España y Portugal el m ejor cam ino al desastre, a la d estruc
ción del o tro y a la autodestrucción. Y recu erd a a contrario
que el “abrirse" es la m ejor m anera del afirm arse, que la m ez
cla es el verdadero m odo d e la historia de la cultu ra y el
m étodo espontán eo , que es necesario dejar en libertad, de
esa inaplazable universalización co n creta de lo h u m ano.
C om o figura m ítica, que eu realidad se en cu e n tra apenas
en form ación, figura que in ten ta su p erar la im agen nacio
nalista de “M alinche, la traid o ra” - la que desprecia a los
suyos, p o r su inferioridad, y se hum illa ante la su perioridad
del co n q u istad o r (según R. Salazar M allén )-, la M alintzin
27
h u n d e sus raíces en un conflicto com ún a todas las culturas:
el q u e se da en tre la tendencia xenofobia» a la en d o g am ia y
la tendencia xenolílica a la exogam ia, es decir, en el te rre n o
en el que toda com unidad, com o iodo ser singularizado,
percibe la necesidad am bivalente del O tro , su carácter de
co ntradicto rio y com plem entario, de am enaza y de prom e
sa. F rente a los tratam ientos d e este conflicto en los m itos
arcaicos, que, al n arrar el vaivén d e la agresión \ la vengan
za, enfatizan el m om ento del rapio de lo m ejor de uno
mism o p o r el O tro, el (pie parece prevalecer en la nulifica
ción de la M alintzin -la do m in ad a que domina- p o n e el
acento más bien en el m o m en to de la entreg a d e uno mism o
com o reto p ara el O tro. M oderno, pero n o capitalista, el
m ito de la M alintzin set ía un mito actual po rq u e ap u n ta más
allá de lo que Sartre llam aba “la historia de la escasez", una
historia cuya superación es el p u n to de p artid a d e la m oder
nidad que se ha agolado d u ra n te el siglo XX y cuyo restable
cim iento artificial ha sido el fu n d am en to d e la form a capi
talista de esa m odernidad.
AI’É N D IC K
28
sobre todo en la ajenidad del tipo de vida o de m u n d o al que
perten ecen , y desde el cual y para el cual están hechas.
Tal vez esta ajenidad pueda percibirse d e m ejor m an era
cu an d o prestam os atención a la idea que parece regir en
ellas de lo que es en sí mism a la acción de dar forma a u n
objeto o de confo rm ar un m aterial, acción que está en el o ri
gen de toda obra y m uy en especial d e toda o b ra d e arte.
C uando Miguel Angel, el p ro to tip o d e cread o r m o d ern o
-e x nihilo-, decía con hum ildad autocrítica que su trabajo de
escultor consistía en lib erar del bloque d e m árm ol la figura
que ya estaba en él, quitando sólo lo sobrante, exponía sin que
re r no su program a de acción sino, curiosam ente, el d e un
tipo de “creado res” com pletam ente diferen tes d e él: los
escultores ele la América antigua. Descubrir, enfatizar; ayu
darle al propio “m aterial” a dibujar u n a silueta y d efin ir una
textura, a resaltar u n relieve, a re d o n d e a r un cu erp o y p re
cisar u n o s rasgos q u e estaban ya esbozados o sugeridos, rea
lizados a m edias en el mismo: ésta parece h ab er sido toda la
intervención que el escultor prehispánico se creía llam ado a
te n e r en la "creación de una ob ra”. S eg u ram en te “el m ilagro
espantoso" de la Coatlicue se había m anifestado y h ab ía sido
sentido ya po r m uchos en la p ied ra original cu an d o el “artis
ta" inició su obra; éste sólo d eb ió ayudarle a vencer ciertas
indecisiones form ales q u e le im pedían destacarse con la
d eb id a fuerza. 1.a idea d e lo q u e es “d a r form a" que preva
lece aq u í no es sólo diferente d e la idea eu ro p ea, o co n tra
ria a ella; es sobre to d o ajena a ella. Ix) es p o rq u e im plica
u n a elección de sentido com pletam ente divergente de la suya,
q u e subraya la co n tin u id ad e n tre lo h u m an o y lo O tro. Para
la idea prehispánica, la elección de sen tid o eu ro p ea es tan
"absurda" que es capaz d e plantear al sujeto com o com ple
tam ente separad o del objeto, es decir, a la naturaleza com o
m aterial pasivo e in erte, dócil y vacío, al que la actividad y la
inventiva hum anas, m old eán d o lo a su voluntad, d o ta n de
realidad y llenan de significación.
U n abism o parece separar la inteligibilidad del m u n d o a
la q u e pertenece la noción d e “dar forma" que rige en la com
posición d e u n a o b ra d e la antig ü ed ad am ericana de la inte
29
ligibilidad del m u n d o p ro p ia d e la m o d ern id ad europea. El
abism o que hay sin d u d a e n tre dos m undos vitales construi
dos p o r sociedades o p o r "hum anidades” que se h icieron a
sí mismas a p a rtir d e dos opciones históricas fundam entales
no sólo diferentes sino incluso contrapuestas e n tre sí: la o p
ción “oriental” o d e m im etizadón con la naturaleza y la opción
"occidental” o de contraposición a la misma. Se trata ju sta
m ente del abism o q u e los cinco siglos de la historia latino
am ericana vienen tratan d o d e salvar o su p erar en el proceso
del mestizaje cultural.
La insistencia en la ajenidad - e n la dificultad y el conflic
to - q u e habla desde el en can to que tienen p ara nosotros los
restos intactos, las “obras d e a rte ”, d e la an tig ü ed ad prehis-
pánica perm ite enfatizar con sen tid o crítico un aspecto del
fen ó m en o histórico del mestizaje cultural que n o suele des
tacarse o que incluso se oculta en el m odo co rrien te de con
cebirlo. fom en tad o p o r la ideología del nacionalism o oficial
latinoam ericano. E m peñada en co n trib u ir a la construcción
de una id en tid ad artificial única o al m enos uniform e para
la nación estatal, esta ideología p o n e en uso una rep resen
tación conciliadora y tranquilizadora del mestizaje, protegi
d a c o n tra toda rem iniscencia d e conflicto o d esg arram ien to
y n eg ad o ra p o r tanto de la realidad del mestizaje cultural en
el que está inm ersa la p arte más vital de la sociedad en Ame
rica Latina.
¿Es real la fusión, la simbiosis, la in terp en etració n d e dos
configuraciones culturales d e “lo h u m an o e n g en era l” p ro
fu n d am en te contradictorias e n tre sí? Si lo es, ¿de qué m ane
ra tiene lugar?
La ideología nacionalista olicial ex p o n e su respuesta obli
gadam ente afirm ativa a esta cuestión con u n a m etáfora n atu
ralista q u e es a su vez el vehículo de u n a visión sustancialista
de la cultura y de la historia de la cultura. U na visión cuyo d e
fecto está en que, al construir el objeto que p rete n d e mirar,
lo que hace es anularlo. En efecto, la idea del mestizaje cul
tural com o u n a fusión de identidades culturales, com o una
in terpenetració n de sustancias históricas ya constituidas, no
pu ed e hacer otra cosa que dejar fuera d e su consideración
30
justam ente el núcleo de la cuestión, es decir, la problem ati-
zación del hecho mism o ele la constitución o conform ación
d e esas sustancias o identidades, y del proceso de mestizaje
com o el lugar o el m o m en to de tal constitución.
1.a m etáfora naturalista del mestizaje cultural no p u ed e des
cribirlo de otra m an era que: a] com o la “mezc la” o em ulsión
de m oléculas o rasgos d e iden tid ad hetero g én eo s, que, sin
alterarlos, les daría u n a ap ariencia diferente; b) com o el “in
je r to ” de un elem en to o u n a p arte d e u n a ”id en tid ad en
el todo de otra, que alteraría d e m an era transitoria y restrin
gida los rasgos del prim ero, o c] com o el “cruce genético" de
u n a identidad cultural con otra, que traería consigo u n a
com binación g en eral c irreversible d e las cualidades de
am bas. No p u ed e describirlo en su interio rid ad , com o un
acontecer histórico en el que la consistencia misma de lo des
crito se en cu e n tra en ju e g o , sino q u e tiene que hacerlo
desde afuera, com o u n proceso que afecta al objeto descri
to p ero en el que éste no interviene.
H a llegado tal vez la ho ra de que la reflexión sobre todo
el co n ju n to de hechos esenciales de la historia d e la cu ltu ra
q u e se conectan con el mestizaje cultural ab an d o n e d e una
vez p o r todas la perspectiva naturalista y haga suyos los co n
ceptos que el siglo XX ha desarrollado p ara el estudio especí
fico de las form as simbólicas, especialm ente los que provie
n en de la ontologia fenom enológica, del psicoanálisis y d e la
sem iótica.
Baste aquí, para finalizar, un ap u n te en relación con esta
últim a para indicar la posibilidad y la conveniencia d e tal
cam bio d e perspectiva en la reflexión. Si la identidad cultu
ral deja d e ser concebida com o una sustancia y es vista m<1s
bien com o un “estado d e código” -c o m o una peculiar confi
guración transitoria d e la subcodificación que vuelve usable,
“hablable", dicho có digo-, entonces, esa “iden tid ad ” p uede
m ostrarse tam bién com o una realidad evanescente, com o
u n a en tid ad histórica que, al mismo tiem po que determ in a
los com portam ientos de los sujetos que la usan o “h ab lan ”,
está siendo hecha, transform ada, m odificada p o r ellos.
31
2. El ethos barroco
32
los y objetos sociales que, en m edio d e su hetero g en eid ad ,
m uestran sin em bargo u n a cierta co p erten en cia en tre sí, un
c ie n o parentesco difuso pero inconfundible; p arentesco
general qué puede idcnlilicarse de em ergencia, a falta de
un p ro cedim iento mejor, m ediante el recurso a los ras
gos - n o siem pre claros ni u n ita rio s - q u e esbozan o tro
parentesco, más particular, d en tro de la historia del arte, el
de las obras v los discursos conocidos com o ‘‘barrocos’".
F.l in ten to del presente ensayo, más reflexivo que d escrip
tivo, es el de explorar justam ente aquello q u e nos llam a a
identificar com o barrocos cienos fenóm enos de la historia
de la cultura v a oponerlos a otros en un d eterm in ad o pla
no de com paración. Se trata, sobre todo, de p ro p o n e r una
teoría, un “m irad o r”, al que he llam ado del vthos histórico, en
cuya perspectiva creo p o d er distinguir con cierta claridad
algo así com o un cilios barroco, ( ’abe añ ad ir que, en lo que
sigue, la necesidad sentida en la narración histórica de cons
tru ir el concepto de una época barroca se conecta con una
necesidad diferente, que aparecí* en el ám bito de un discur
so críiico acerca de la época p resente y la caducidad d e la
m o d ern id ad que la sostiene.
35
utopía alcanzable. Si el barroquism o m el co m p o rtam ien to
social \ en el arte liene sus raíces en un ethos barroco y si éste
se co rresp o n d e efectivam ente con una de las m odernidades
capitalistas que an teced iero n a la actual y q u e perviven en
ella, p u ed e pensarse en to n ces q u e la auto aíirm ació n exclu
yem e del capitalism o realista y p u ritan o que do m in a en la
m o d ern id ad actual es deleznable, e inferirse tam bién, indi
rectam ente. que no es verdad q u e no sea posible im aginar
com o realizable una m o d ern id ad cuya estructura no esté
arm ada en to rn o al dispositivo capitalista de la producción,
la circulación y el consum o d e la riqueza social.
3(5
El térm ino elhos tiene la \ enlaja d e su am bigüedad o doble
sentido; invita a com binar, en la significación básica de
“m orada o abrigo", lo que en ella se refiere a “refugio”, a re
curso defensivo o pasivo, con lo que en ella se refiere a “ar- ^
m a”, a recurso ofensivo o activo. C o n ju n ta el co n cep to de
“uso, costum bre o co m p o rtam ien to autom ático" - u n a p re
sencia del m u n d o en nosotros, que nos protege de la nece
sidad de descifrarlo a cada p aso - con el co n cep to d e “carác- ^
ter, personalidad individual o m odo de ser” - u n a presencia
ele nosotros en el m undo, que lo obliga a tratarnos de una
cierta m an era-, l'b ic a d o lo mism o en el objeto que en el
sujeto, el com portam iento social estructural al que podem os
llam ar elhos histórico p uede ser visto com o todo un principio
de construcción del m u n d o d e la vida. Es un co m p o rta
m iento que intenta hacer vivible lo invivible; una especie de
actualización de una estrategia destinada a disolver, ya que
no a solucionar, una determ in ad a form a especílica ele la
contradicción constitutiva ele la condición hum ana: la q u e le
viene de ser siem pre la lorm a de- una sustancia previa o
■‘inferior" (en últim a instancia anim al), que al posibilitarle
su expresión debe sin em bargo reprim irla.
¿Que* contradicción es necesario disolver específicam ente
en la época m oderna? ;l)e qué hay q u e “refugiarse", co n tra
q u é hay q u e “arm arse” en la m odernidad? No hay cóm o
in ten tar una respuesta a esta p reg u n ta sin consultar u n a de
las prim eras obras que critican esta m o d ern id ad (aunque
encabece el Index librarían prohibitorum neoliberal y posm o
d ern o ): El capilaL de Marx.
La vida prác tica en la m o d ern id ad realm ente existente
debe desenvolverse en un m u n d o cuya (oim a objetiva se
en cu e n ira estructurada en torno ele- una presencia dom i
n ante, la de la realidad o el hecho capiUilista. Se trata, en esen
cia, de un hecho que es una contradicción, d e una realidad
q u e es un conllicto p erm a n en te en tre las tendencias co n tra
puestas de dos dinám icas sim ultáneas, constitutivas de la
vida social: la ele ésta en tanto que es un proceso de trabajo
v de disfrute referido a valores de uso, p o r un lado, y la d e la
reproducción de su riqueza, en tan lo que es u n proceso de
37
V alorización del valor abstracto" o acum ulación d e capital,
p o r otro. Se trata, p o r lo dem ás, d e mi conflicto en el que,
u n a v o tra vez v sin descanso, la p rim era es sacrificada a la
segunda y som etida a ella.
La realidad capitalista es un hecho histórico inevitable,
del q u e 110 es posible escapar y que poi tanto d eb e ser inte
grad o en la construcción espontánea del m u n d o d e la vida;
q u e d eb e ser convertido en una segunda naturaleza p o r el
ethos q u e asegura la "arm onía" indispensable de la existencia
cotidiana.
C uatro serían así, en principio, las diferentes posibilida
des q u e se ofrecen d e vivir el m u n d o d e n tro del capitalismo;
cada u n a d e ellas im plicaría una actitud peculiai -se a de
reconocim ien to o de desconocim iento, sea d e distancia-
m iento o de p articip ació n - ante el h ech o contradi« torio que
caracteriza a la realidad capitalista.
I na p rim e ra m a n e ra de co n v ertir en in m e d ia to y
espontáneo el hec ho capitalista es la del co m p o rtam ien to
que se desenvuelve d e n tro d e una actitud d e identificación
afirm ativa y m ilitante con la pretensión d e creatividad que
tiene la acum ulación del capital; con la pretensión de ésta
no sólo de rep resen tar I ¡cim ente los intereses del proceso
“social-natural" d e rep ro d u cció n -in tereses que en verdad
reprim e y d efo rm a-, sino de estar al servicio d e la p o tencia
ción cuantitativa y cualitativa del mismo. Valorización del
valor y desarrollo de las fuerzas productivas serían, d e n tro
d e este com p o rtam ien to espontáneo, más que dos dinám i
cas coincidenies, una \ la misma, unitaria e indivisible. A
este <ihos elem ental lo podem os llamai realista p o r su carác
ter afirm ativo no sólo d e la eficacia y la bo n d ad insuperables
del m u n d o establecido o "realm ente existente", sino, sobre
todo, d e ja imftosibUidad d e un m u n d o alternativo.
l ’n segundo m odo de naturalizan lo capitalista, igual ele
m ilitante q u e el antcrioi p ero co m p letam en te co n trap u esto
a él, im plica tam bién la confusión de los dos térm inos, pero
no d e n tro d e 1111a afirm ación del valor sino ju stam en te del
valor de uso. Ln él. la "valorización” aparece p len am en te
redue tibie a la “form a natural". Resultado del “espíritu de
38
em presa”, la valorización misma no sería o lía cosa q u e una
variante de la realización do l.i form a naiural. puesto q u e es-
le "espíritu" sería, a su vez. una di* las figuras o sujetos q u e
hacen de la hisioria una aventura p erm an en te, lo m ism o en
el plano de lo h u m an o individual que en el de lo h u m an o
colectivo. Muta« ión p robablem ente perversa, esta m etam o r
fosis d il "m undo bueno" o "natural" en infierno" capitalis
ta no dejaría de sei un "m om enio" del "m ilagro ' q u e es en
sí misma la C reación. Kstá peculiar m an era d e vivir con el
capitalism o, que se afirm a en la m edida en que lo transfigu
ra en su contrario , es propia del til ios romántico.
Vivir la espontan eid ad de la realidad capitalista com o el
resultado de una necesidad trascendente, es decir, com o un
hecho c uyos rasgos detestables se com pensan en últim a ins
tancia con la positividad d e la existencia electiva, la misma
que esta más allá del mui gen de acciBn v de valoración que
co rresp o n d e a lo hum ano; ésta e s la tercera m an era de
hac erlo. Es la m anera del /Ylíos dásmr. distanciada, no com
prom etida en co n tra de un designio negativo percibido
con lo.inapelable, sino com prensiva \ constructiva (¡entro del
cum plim iento trágico de l;t m archa cíe las cosas.
La cuarta m anera de interiorizar el capitalism o en la es
po n tan eid ad de la vida cotidiana es la del cilios que quisiéra
mos llam ar barroco. Tan distanciada com o la clásica an te la
necesidad trascendente del hecho capitalista, no lo acepta,
sin em bargo, ni se sum a a él sino q u e lo m an tien e siem pre
com o inaceptable \ ajeno. Se trata d e una afirm ación d e la
“form a natural" del m u n d o d e la vida que jJarle paradójica
m ente de la expei iencia d e esa lorm a com o va vencida y
e n te n a d a p o r la acc ión devastadora del capital. Q ue p re
te n d e restablece! I*,s <nalidades d e Ja^ riqueza co n cre ta
re-inventándolas inform al o h u m a m e n te com o cualidades
d e S e g u n d o g rad o ”.
[á\ idea q u e Haladle ten ía del erotism o, cu an d o d ecía (luc
es la “aprobación d e la vida (el caos) aun d e n tro d e la m u er
te (el cosm os)", p uede ser trasladada, sin exceso de violen
cia (o tal vez, incluso, con toda p ro p ied ad ), a h í definición
del cilios barroco. Es barroca la m anera d e ser m o d ern o que
39
perm ite vivir la destrucción de lo cualitativo, p ro d u cid a por
el productivism o capitalista, al convertirla en el acceso a la
creación de o tra dim ensión, retad o rain en te im aginaria, de
lo cualitativo. El ethos barroco n o borra, com o lo hace el rea
lista, la contradicción p ropia del m u n d o d e la vida en la
m odernidad capitalista, y tam poco la niega, com o lo hace el
rom ántico; la reconoce com o inevitable, a la m an era del clá
sico, pero, a diferencia d e este, se resiste a aceptarla, pre
tende convertir en “bueno* el “lado m alo” p o r el q u e, según
Hegel, avanza la historia.
Provenientes d e distintas épocas d e la m o d ern id ad , es d e
cir, referidas a distintos impulsos sucesivos del capitalism o -e l
m editerráneo, el nórdico, el occidental y el c e n tro e u ro p e o -,
las distintas versiones del ethos m o d ern o co nfiguran la vida
social co n tem p o rán ea desde diferentes estratos "arqueológi
cos” o de decantación histórica. Cada u n o h a ten id o su pro
pia m anera de actuar sobre la sociedad y una dim ensión p re
ferente de la misma desde d o n d e h a ex p an d id o su acción.
Definitiva y generalizada h ab rá sido así, p o r ejem plo, la pri
m era im pronta, la d e “lo b arro co ”, en la ten d en cia d e la civi
lización m o d ern a a revitalizar una y o tra vez el código d e la
tradición occidental eu ro p ea después d e cada nueva oleada
destructiva proveniente del desarrollo capitalista. C om o lo
será igualm ente la última im pronta, la “rom ántica", en la ten
dencia de la política m o d ern a a tratar las form as concretas
ele la socialidad h u m an a en calidad de m ateria m aleable por
la iniciativa d e los grandes actos de voluntad, individuales o
colectivos.
Cabe añadir, p o r lo dem ás, que n in g u n a de estas cuatro
estrategias civilizatorias elem entales q u e ofrece la m o d ern i
dad capitalista p u ed e darse efectivam ente d e m a n e ra aislada
y m enos aún exclusiva. C ada u n a aparece siem pre com bina
da con las otras, de m anera d iferen te según las circunstan
cias, en la vida efectiva de las distintas “construcciones de
m undo" histórico d e la época m oderna. Lo q u e sucede es
q u e aquel eüios q u e ha llegado a d esem p eñ ar el papel dom i
nante e n esa com posición, el ethos realista, es el q u e org an i
za su propia com binación con los otros y los obliga a trad u
40
cirse a el para hacerse m anifiestos. Sólo en este sentido rela
tivo se p o d ría h ab lar d e la m o d ern id ad capitalista com o un
esquem a civilizatorio que requiere c im pone el uso d e la
“ética protestante”, es decir, d e aquella que p arte d e la miti-
ficación cristiana clel elhos realista para traducir las d em an
das de la productividad capitalista -c o n c e n tra d a s en la exi
gencia de sacrificar el ahora del valor de uso en provecho del
mañana de la valorización del valor m e rc a n til- al plano d e la
técnica de autodisciplinam iento individual.
41
do, com o en el de: recargado, red u n d an te, ex u b eran te (“tro
pical"), v c] ritualista o cerem onial, en el sentido d e pres-
criptivo, tendencioso, formalista, esotérico (“asfixiante”).
El p rim er co n ju n to d e adjetivos subraya el aspecto impro
ductivo o irresponsable respecto de la función del arte; el
segundo su lado Iransgresor o dc-form ador respecto de u n a
form a “clásica", y el tercero su ten d en cia represora d e la liber
tad creativa.
A hora bien, la p reg u n ta p o r la validez d e estos juicios so
bre el arte barroco -q u e , pese a los im portantes in ten to s teó
ricos del siglo XX p o r problem atizarlo y d efin irlo , signen
sien d o dom in an tes en la o p in ió n p ú b lic a -s e topa en segui
da con el h ech o d e que son ju sta m en te otras propuestas
m odernas de form a artística, co n cu rren tes con la form a
barroca y cerradas p o r tanto a su especificidad, las q u e ex h i
ben en ellos, cada cual a su m anera, su percep ció n d e lo
barroco. En efet to, sólo en com paración con u n a form a que
se en tien d e a sí mism a com o repro d u cció n fie la im agen ver
d ad era o realista del m u n d o , la form a barroca p u ed e resul
tar escapista, p u ram e n te imaginativa, ociosa, in-suficiente c
insignificante -s u predilección exagerada, en la pin tu ra, por
ejem plo, p o r el tenebrism o crom ático, la rep resen tació n en
trompe Tail, el trem endism o tem ático, etcétera, n o sería otra
cosa que u n a claudicación estética en busca d e 1111 efecto
inm ediatista sobre el espectador. Sólo desde u n a perspectiva
form al para la que esa im agen del m u n d o ya existe y es irre-
basablc, el arte barroco -c o n su abuso en el reto rcim ien to
de las form as antiguas (la colum na “salom ónica") y en la
ocupación del espacio com o lugar d e representación (alta
res y capillas sobrecargados d e im ágenes), p o r ejem p lo - pue
de ap arecer com o una m onstruosidad o de-form ación irres
ponsable e in n ecesaria/' Sólo respecto d e la convicción
■12
creacionista del artista m o d ern o , el juego b arroco con la
prescriptiva - p o r ejem plo, en la m úsica, el ocultam iento del
sentido dram ático en la técnica del ju e g o o rn am en tal (Co
relli) o la transgresión de la jerarq u izació n canónica del
m ism o (Vivaldi)- p u ed e ser visto com o adverso a la esp o n ta
neidad del arte com o em anación libre del espíritu. Se trata,
así, p o r debajo de esos ircs conjuntos d e calificativos q u e ha
recibido el arte posrenacentista, de tres definiciones que di
cen más acerca del lugar teórico desde el que se lo define*
q u e acerca de lo pro p iam en te barroco, m anierista, etcétera.
Son definiciones que sólo in d irectam en te nos perm iten
apreciar en qué p u ed e consistir lo barroco.
¿En qué consiste lo barroco? Varias han sido d u ra n te este
siglo las claves de inteligibilidad que la teoría y la historia de
la cultura \ el arte han propuesto p ara construir u n a im agen
conceptual co h eren te a p artir del m agm a d e hechos, cuali
dades, rasgos y m odos d e co m p o rtam ien to considerados ca
racterísticam ente barrocos. C om o es usual, al p ro p o n e r su
principio de sintetización de este panoram a inasible, todas
ellas p o n e n p rim ero en juego distintas perspectivas de ab o r
daje del mismo, las com binan d e diferente m anera y enfati
zan alguna de ellas. T ien en en cuenta, p o r ejem plo: a] el
m odo en que se inscribe a sí mism o, en tanto que es una
donación de form a, d en tro del ju e g o esp o n tán eo o natural
de las form as y d e n tro del sistema d e form as que prevalece
tradicionalm ente; b] la elección que hace de u n a figura p ar
ticular para el co n ju n to d e posibilidades de donación de
form a, es decir, la am plitud, la consistencia y la jerarquiza
ción que él p ro p o n e p ara su pro p io “sistema d e las artes";
c] el tipo fie relación q u e establece con la densidad m íti
ca del lenguaje y con la densidad ritual de la acción; d] el
tipo de relación q u e establece en tre los co n tenidos lingüís
ticos y las form as lingüísticas y no lingüísticas; etcétera.
Para resp o n d er a la p reg u n ta acerca de alguna hom ología
e n tre el arte barro co y la cuarta m odalidad del ethos m oder-
43
no que perm ita ex te n d e r a esta el apelativo del prim ero,
resulta suficiente te n e r en cu en ta lo barroco tal com o se p re
senta en la p rim era de estas perspectivas d e abordaje. Esta
es, p o r lo dem ás, la que explora el plano en el que el mismo
decidió afirm ar su especificidad, es decir, su fidelidad a los
cánones clásicos, más allá d e la fatiga posrenacentista que
los aquejaba.
El b arro co parece constituido p o r una voluntad d e form a
q u e está atrap ad a e n tre dos tendencias contrapuestas res
pecto del co n ju n to d e posibilidades clásicas, es decir, “n atu
rales" o espontáneas, d e d a r form a a la vida - la del desen
canto, p o r u n lado, y la de la afirm ación del m ism o com o
in su p erab le- y que está adem ás em p eñ ad a en el esfuerzo
trágico, incluso absurdo, de conciliarias m ediante un replan-
tcam iento de ese co n ju n to a la vez com o d iferen te y com o
idéntico a sí mism o. I*a técnica barroca d e conform ación del
m aterial p arte d e un respeto incondicional del can o n clási
co o tradicional -e n te n d ie n d o “canon" más com o u n "prin
cipio g en e ra d o r d e form as” q u e com o un sim ple co n ju n to
de reglas-, se desencanta p o r las insuficiencias del mism o
frente a la nueva sustancia vital a la que deb e form ar y apues
ta a la posibilidad d e que la retroacción d e ésta sobre él sea
la que restaure su vigencia; de que lo an tig u o se reen c u en
tre ju sta m en te en su con trario , en lo m o d ern o .
Va en el últim o tram o del siglo XVI las experiencias histó
ricam ente inéditas que el nuevo m u n d o de la vida im pone
al individuo co ncreto son un co n ten id o al que las posibili
dades de expresión tradicionales le resultan estrechas. El
can o n clásico está en agonía. Es imposible dejar de p ercibir
este hecho y negarse a cuestionarlo: hay que m atarlo o que
revivirlo. El arte posren acen tista p erm anece su sp en d id o
entre lo u n o y lo otro. Sintetiza el rechazo y la fidelidad al mo
do tradicional de tratar el objeto com o m aterial conform a-
ble. P ero m ien tras el h e rm a n o gem elo del b arro co , el
m anierism o, hace d e la fidelidad un p retexto del cucsiiona-
m iento, él en cam bio hace de éste un in stru m en to d e la fide
lidad.
El arte barroco, dice A dorno, es una “decorazioneassoluta>\
44
una dccorazioneque se ha em ancipado de todo servicio corno
tal, que ha dejado d e ser m edio y se ha convertido ella mis
ma en fin: que “ha desarrollado su pro p ia ley form al”. En
efecto, el arte de la orn am en tació n p ro p io del barroco, es
decir, el proceso de reverberación al q u e som ete las form as,
acosándolas insistentem ente desde todos los ángulos im agi
nables, tiene su pro p ia intención: retro-traer el canon al
m o m en to dram ático de su gestación; intención que se cu m
ple cuando el szoingingde las form as culm ina en la invención
de u n a mise-en-scénecapa/, de re-dram atizarlas. La teatralidad
esencial del b arro co tiene su secreto en la doble necesi
dad de p o n e r a p ru eb a y al mism o tiem po revi tal izar la vali
dez del canon clásico.
El co m portam ien to artístico b arro co se desdobla, en ver
dad, en dos pasos diferentes, de sentido con trario , y adem ás
-p arad ó jicam en te-sim u ltán eo s. Los in n u m erab les m étodos
y procedim ientos que se inventa para llevar las form as crea
das p o r él a 1111 estado d e intensa fibrilación -lo s m ism os que
p ro d u cen aquella apariencia rebuscada, o rnam entalista y
form alista que lo d istin g u e- están encam inados a d esp ertar
en el canon grecolatino una dram aticidad originaria que
su p o n e dorm ida en él. Es la desesperación an te el agota
m iento de este canon, que p ara él constituye la única fu en
te posible de sentido objetivo, la que lo lleva a som eterlo a
to d o ese ju e g o de paradojas y cuadraturas del círculo, de
en fren tam ien to s y conciliaciones de contrarios, d e confu
sión de planos de representación y de p erm utación d e vías y
de funciones semióticas, tan característicam ente suyo. Se tra
ta de todo un sistem a de pruebas o “tentaciones”, destinado
a restaurar en el canon u n a vitalidad sin la cual la suya p ro
pia, com o actividad que tiene que ver obsesivam ente con lo
q u e el m u n d o tiene de form a, carecería de sustento. Su exi
gencia introduce sin em bargo u n a m odificación significati
va, ap o rta un sesgo propio. Su trabajo no es ya sólo con el
can o n y m ediante él, sino a través)' sobre él; un trabajo que
sólo es capaz de d esp ertar la dram aticidad clásica en la m edi
da en que él mism o, en un segundo nivel, le p o n e u n a d ra
m aticidad propia. El arte b arro co en cu e n tra así lo que bus
45
caba: la necesidad del canon tradicional, p e ro co n fu n d id a
con la suya, con tin g en te, q u e él p o n e d e su p arte y que
incluso es tal vez la única que existe realm ente. P u ed e decir
se, p o r ello, que el co m p o rtam ien to barroco p arte de la
desesperación y term ina en el vértigo: en la ex p erien cia de
que la plenitud que él buscaba para sacar d e ella su riqueza
no está llena d e otra cosa q u e de los frutos de su propio
vacío.
C om binación conflictiva d e conservadurism o c inconfor
m idad, respeto al ser y al m ism o tiem po conato nadificante,
el co m portam ien to barroco en cierra u n a reafirm ación del
fu n d am en to d e toda la consistencia del m u n d o , p ero una
reafirm ación que, paradójicam ente, al cum plirse, se descu
bre fu n d an te de ese fun d am en to , es decir, fu n d ada y sin
em bargo co n firm ad a en su propia inconsistencia.
Pensam os q u e el arte barroco puede prestarle su n o m b re
a este <thm p o rq u e, com o él -q u e acepta lo insuperable del
principio form al del pasado, que, al em p learlo sobre la sus-
tanc ¡a nueva p ara expresar su novedad, in ten ta d esp ertar la
vitalidad del gesto petrificado en él (la fu en te d e su incues-
tionabilidad) y que al hacerlo term ina p o r p o n e r e n lugar de
esa vitalidad la suya p ro p ia -, éste tam bién resulta d e u n a es
trategia de afirm ación de la co rp o reid ad concreta del valor
de uso q u e term ina en u n a reconstrucción d e la mism a en
un segundo nivel; u n a estrategia que acep ta las leyes d e la
circulación m ercantil, a las que esa co rp o reid ad se sacrifica,
p ero que lo hace al mism o tiem po que se inconform a con
ellas y las som ete a u n ju e g o de transgresiones que las refun-
— S7
cionaliza.
D escrita d e esta m anera, la hom ología e n tre la voluntad
de form a artística b arro ca y su actitud fren te al horizonte
establecido de posibilidades de estetización, p o r un lado, y
el el/ios que caracteriza a u n o de los distintos tipos históricos
d e m o d ern id ad que hem os m encionado, p o r otro, ap u n ta
hacia algo más que u n sim ple p arecido casual y exterior
e n tre am bos. Indica que lo barroco en el arte es el m o d o en
que el ethos b arroco se hace p resente, com o u n a propuesta
e n tre otras -sin d u d a la más exitosa-, en el proceso necesa-
4(>
rio d e e ste t i /a c i ó n d e la vicia c o t i d i a n a q u e la s o c i e d a d e u r o
p e a . e s p e c i a l m e n t e la m e r i d i o n a l , lleva a c a b o e s p o n t á n e a
m e n t e d u r a n t e el siglo XVI!. En este caso, c o m o e n el d e las
d e m á s m o d a l i d a d e s d el cilios m o d e r n o , <•! m o d o a r tís tico d e
p r e s e n c i a d el cilios es e j e m p l a r m e n t e c la r o y d e s a r r o l l a d o ,
d a d o q u e j u s t a m e n t e - c o i n c i d e n i e m c m l e - es a s u n t o del
a r t e la p u e s t a e n e v id e n c ia d el (Utos d e u n a s o c ie d a d v d e u n a
época.
17
des do prevalecer sobre las otras y. segundo, p o rq u e el largo
p red o m in io , p rim ero cen tral y abierto \ después m arginal y
su b terrán eo , de este ditos e n dichas sociedades h a perm itido
q u e s»* capacidad de inspirar la creación d e form as se efec
tuara allí de m anera más am plia y más profunda.
La propuesta específicam ente barroca para vivir la m oder
nidad se o p o n e a las otras que han pred o m in ad o en la histo
ria dom inante; es sin d u d a u n a alternativa ju n to a ellas, pero
tam poco ella se salva d e ser u n a propuesta específica para
j* vivir en y con el capitalismo. El ethos barroco no p u ed e ser otra
cosa que un principio d e ord en am ien to del m u n d o de la vi
da. Puede ser una plataform a de salida en la puesta e n ju e g o
con que la vida concreta d e las sociedades afirm a su singulá-
\ rielad cultural planteándola al mism o tiem po com o absoluta
1 v com o evanescente; p ero no el núcleo d e n inguna "identi
dad*. si se en tien d e ésta com o una inercia del co m p o rta
m iento de u n a com unidad - “América I .atina", en este caso-
que se hubiese condensado en la historia hasta el grado de
constituir u n a especie de m olde peculiai con el q u e se hacen
exclusivamente los m iem bros de la misma. Sustantivar la sin
gularidad de los latinoam ericanos, folclorizándolos alegre
m ente com o “barrocos", “realistas mágicos", etcétera, es invi
tarlos a asumir, y adem ás con cierto du d o so orgullo. los
mismos \itjo s calificativos que el discurso proveniente de las
otras m odalidades del cl/ios m o d ern o ha em pleado desde
siem pre para relegar el cilios barroco al no-m undo d e la
pre-m odernidad y para cubrir así el trabajo de integración,
deform ación y relime ionalización de sus peculiaridades con
el que esas m odalidades se han im puesto sobre el barroco.
Tal vez la so rp ren d en te escasez relativa de estudios histó-
i icos sobre el siglo XVII am ericano se deb a a q u e es u n "siglo
perdido", si se lo ju zg a en referencia a su ap o rte a “la cons
trucción del presente", una vez que se ha reducido el p re
sente exclusivam ente a lo que en él p red o m in a y reluce. La
peculiaridad y la im portancia d e este siglo sólo aparecen en
verdad cu an d o , siguiendo el consejo de Benjam ín, el histo
riad o r vuelve sobre la co n tin u id ad hstórica q u e ha conduci
d o al presente, p ero revisándola “a contrapelo".
IN
El siglo xvii am ericano, obstruido to rp em en te en su desa
rrollo desde los años treinta del siglo XVlll p o r la conversión
"despótica ilustrada" de la España am ericana en colonia ibé
rica, y clausurado definitivam ente, d e m an era igualm ente
despótica aunque m enos ilustrada, con la destrucción de las
Reducciones G uaraníes y la cancelación de la política je su í
ta después del Tratado de M adrid (1750), no sólo es un siglo
largo, de más de ciento cincuenta años, sino que to d o p are
ce in d icar que en él tuvo lugar nada m enos q u e la constitu
ción, el ascenso y el fracaso d e lo d o un m u n d o histórico
peculiar. Un m undo histórico que existió co nectado con el
in ten to de la Iglesia Católica d e construí! una m o d ern id ad
propia, religiosa, que girara en to rn o a la revitalización d e la
fe -p la n te a d o com o alternativa a la m o d ern id ad individua
lista abstracta, que giraba en to rn o a la vitalidad del capital-,
y que debió dejar d e existir cu an d o ese in ten to se reveló
com o u n a utopía irrealizable.
Parece ser que, furtivam ente -c o m o surgen las alternati
vas discontinuas de las que está h ech o el progreso históri- *
c o -, desde los años treinta del siglo xvii, y al am paro d e las
in o p eran tes prohibiciones im periales, se fue form ando en la
España am ericana el esbozo de u n orbe económ ico, de una
vida económ ica de coherencia au tó n o m a o u n a “econom ía-
m u n d o ” (com o la llama B raudel), que se extendía, con una
presencia de m ayor o m e n o r densidad, desde el n o rte de
M éxico hasta el Alto Perú, articulada en sem icírculos que
iban concentrándo se cu dirección al “M editerráneo am eri
c a n o ”, e n tre Veracruz y M aracaibo, desde d o n d e se conecta
ba. m u ch o m enos d e b an d o que de co n trab an d o , a través
del A tlántico, con el m ercado m undial y la econom ía dom i
nante. Se trata de* un orb e económ ico “inform al”, fácilm en
te detectable en general en los docum entos oficiales, p ero
su m am en te difícil de atra p ar en el detalle clandestino; un
o rb e eco n ó m ico cuya p resen cia sólo p u ed e e n te n d e rse
com o resultado de la realización de ese “proyecto histórico"
esp o n tá n e o de co n strucción civilizatoria al que se suele
d e n o m in a r “criollo”, aplicándole el n o m b re d e la clase so
cial q u e Ira protagonizado tal realización, p ero que parece
49
definirse sobre lodo p o r el hecho ele ser un proyecto de crea
ción de "otra Europa, fuera de Europa": de rc-cousiitiu ión
-y no sólo de continuación o prolongac ió n - de la civiliza
ción eu ro p ea en América, sobre la base del mestizaje de las
form as propias de ésta con los esbozos de form a d e las civi
lizac iones ‘‘naturales", indígena \ africana, q u e alcanzaron a
salvarse de la destrucción.
Io d o parece indicar q u e a com ienzos del siglo xvil Ion
territorios sobre los que se asentaba la España am ericana
eran el escenario de dos épocas históricas diferentes; que,
sobre ellos, sus habitantes eran protagonistas d e dos dram as
a la vez: u n o que ya declinaba v se desdibiyaba, v o tro que
apenas com enzaba y se esbozaba. En efec to, si se- considera
el co n ten id o cualitativo de tres recom posiciones d e hecho
q u e los investigadores observan en la dem ografía, e n la acti
vidad comerc ial \ en la explotación del trabajo d u ra n te los
cu aren ta años que van d e 1595 a ll>35, resulta la im presión
ineludible1 ele- que, en tre e*l princ ipio v el fin d e los com por
tam ientos considerados, el sujeto de los mismos ha pasado
p o r una m etam orfosis esencial.
La curva indicativa del aspecto cuantitativo global de la
dem ografía alcanza su p u n to más bajo a la vuelta del siglo,
se mantiene* allí, inestable, p o r unos dos decenios \ sólo
mue-sua u n ascenso sustancial \ sostenido a p artir ele 1l>3().
Pero m icn u as la línea ejue descendía rep resen tab a a una
población co m puesta p re d o m in a n te m e n te ele indígenas
puros y ele africanos v peninsulares recién llegados, la línea
que asciende está allí p o r una com petición dem ográfica
diferente, en la q u e p red o m in a ab ru m ad o ram en te la pobla
ción originada en el mestizaje: criolla, chola y m ulata -c o n
todas aquellas variantes que la "pintura ele castas" volverá
"pintorescas" un siglo más tárele, cu an d o d eb a ofrecerlas,
junto a los frutos ele la tierra, a la consideración del despo
tismo ilustrado-. También la c u n a indicativa ele* la actividad
com ercial e in d irectam ente de la vitalidad econem ñca tra
duce una realidad al principio v otra d iferen te al final. La
línea descendiente retrata en cantidades c-1 tráfico ultram ari
no de m inerales y esclavos, m ientras que* la ascen d en te lo
hace con el tráfico am ericano d e m anufacturas y productos
agropecuarios. Y lo mismo ocu rre con el restablecim iento *
de la explotación del trabajo: una cosa es lo q u e decae al
principio, el régim en de la en co m ien d a, p ro p io d e un feu
dalism o m odernizado, que asegura con dispositivos m ercan
tiles un som etim iento servil del explotado al explotador, y
o tra d iferen te lo q u e se fortalece al final, la realidad d e j a
hac ienda, propia d e u n a m o d ern id ad afcudalada, q u e b u r
la la igualdad m ercantil de propietarios y trabajadores m e
diante recursos de violencia extraeconóm ica com o los que
som etieron a los siervos di* la Edad M edia europea.
La con tin u id ad histórica no se d a a pesar d e la disconti
nuidad ele los procesos que se suceden en el tiem po, sino,
p o r el contrario, en virtud y a través d e ella. En el caso de la
prim era m itad del siglo XVII am ericano, la m an era especial
en q u e tom a cu erp o o en ca rn a la experiencia de este h echo
paradójico propicia el p red o m in io del cthos b arro co en la
constitución del m u n d o d e la vida.
Para entonces, u n dram a histórico había llegado a su fin,
se había q u edado sin actores antes d e agotar su argum ento:
el d ram a del gran siglo de la conquista y la cvangelización,
en el q u e la afiebrada construcción d e una sociedad utópica
-cu y o sincretism o d eb ía m ejorar p o r igual a sus dos co m p o
nentes, los cristianos y los p ag an o s- in ten tó desesperada
m en te com pensar la destrucción efectiva d e 1111 m u n d o en te
ro, q u e se cum plía ju n to a ella. Los personajes (secundarios)
que qu ed ab an ab an d o n ad o s en m edio del desvanecim iento
ríe este d ram a épico sin precedentes 110 llegaron a caer en la
peí plejidad. A ntes d e que él los desocupara ya o tro los ten ía
involucrados y les otorgaba protagonism o. Era el d ram a del
siglo XVII: el mestizaje ci\ ili/atorio y cultural.
11 mestizaje, el m o d o d e vida n atu ral d e las culturas, no
p arece estar cóm o d o ni en la figura quím ica (yuxtaposición
de cualidades) ni en la biológica (cruce o com binatoria de
cualidades), a través de las que se lo suele pensar. Todo indi
ca que se trata m ás bien de un proceso sem iótico al q u e bien
se p o d ría d en o m in ar “codigofagia”. Las subcodificaciones o
configuraciones singulares y concretas del código d e lo
51
h u m a n o n o parecen te n e r o tra m an era d e coexistir en tre sí
que no sea la del devorarse las unas a las otras; la del golpear
destructivam ente en el cen tro d e sim bolización constituti
vo de la que tienen en fren te y apropiarse e in teg rar en sí, so
m etiéndose a sí mismas a una alteración esencial, los restos
aún vivos que qu ed an d e ella después.
D ifícilm ente se p u ed e im ag in ar u n a extrañ eza m ayor
e n tre dos "elecciones civilizatorias” básicas que la q u e estaba
d ad a en tre la configuración cultural eu ro p ea y la am ericana.
F undada seguram ente en los tiem pos de la p rim era bifurca
ción de la historia, de las prim eras separaciones “occidenta
les” respecto del aco n tecer histórico central, el “oriental", la
extrañeza en tre españoles e indios - a despecho de las ilu
siones de los evangelizadores ren acen tistas- era radical, no
reco n o cía terren o s ho m o g én eo s ni p u en tes d e n in g u n a
clase q u e p u d ieran unificarlos. T em poralidad y espacialidad
eran dim ensiones del m u n d o de la vida definidas en u n caso
y e n o tro no sólo de m an era diferente, sino contrapuesta.
Los lím ites en tre lo m ineral, lo anim al y lo h u m a n o estaban
trazados p o r uno y p o r o tro en zonas que n o coincidían ni
lejanam ente. La tierra, p o r ejem plo, p ara los unos, era para
que el arad o la roturara; para los otros, en cam bio, p ara que
la coa la penetrara. Resulta así com prensible q ue, tan to para
los españoles com o p ara los indios, convivir con el o tro haya
sido lo mismo que ejercer, au n q u e fu era c o n tra su voluntad,
un boicot com pleto y constante sobre él.
El apartheid -la arcaica estrategia de convivencia interco-
m u n itaria q u e se refuncionaliza en la situación colonial
m o d e rn a - h ab ría ten id o en la España am ericana el mismo
fu n d am en to que en Asia o en Africa, de no h a b e r sido por
las co n diciones muy especiales en las que se en co n trab a la
población d e los d o m inadores españoles, las mismas que le
ab riero n la posibilidad de acep tar una relación de in terio ri
dad o reciprocidad con los pueblos “naturales” (indígenas y
africanos) en América.
La posibilidad explorada p o r el siglo XVI, la de que la
España am ericana se construyera a m odo de u n a pro lo n g a
ción de la España eu ro p ea, se había clausurado. Los españo
les am ericanos debían acep tar q u e habían sido ab an d o n a
dos p o r la m ad re patria; que ésta h ab ía p erd id o to d o in terés
esencial (económ ico) en su extensión trasatlántica y había de
jado que el cordó n que la u n ía con ella se debilitara hasta
la insignificancia. El esquem a civilizatorio eu ro p eo n o podía
com pletar su ciclo d e repro d u cció n en A mérica, que in
cluía una fase esencial de retroalim entación m ediante el con
tacto orgánico y p erm an en te con la m etrópoli. V encedor
sobre la civilización am ericana, de la que no había dejado
o tra cosa que restos inconexos y agonizantes, el enclave
am ericano de la civilización eu ro p ea am enazaba con extin
guirse, agobiado p o r una tarea que el no podía cu m p lir por
sí solo. El caso de la tecnología eu ro p ea -sim plif icada en su
trastierre am erican o - es ilustrativo; puesta al servicio d e una
producción diseñada p ara validarse en el m ercado, a la que
sin em bargo éste, lejos d e acicatear, desalentaba, era u n a tec
nología q u e iba en cam ino de devenir cada vez más un sim
ple gesto vacío.
P ero no sólo la civilización eu ro p ea estaba en trance de
extinguirse; las civilizaciones “naturales” vivían u n a situación
igual o p e o r que la de ella. No estaban en capacidad de
ponerse en lugar de ella v tal vez som eterla, p o rq u e ellas mis
mas no existían ya com o centros de sinteti/ación social. Su
presencia com o totalizaciones político-religiosas h ab ía sido
aniquilada; de ellas sólo perm anecía u n a infinidad d e deste
llos culturales desarticulados, que adem ás d ep en d ían de la
vigencia de las instituciones político-religiosas eu ro p eas para
m an ten erse en vida.
En estas condiciones, la estrategia del apartheid ten ía sin
d u d a unas consecuencias in m ed iatam en te suicidas, que, pri
m ero los “naturales” y enseguida los españoles, percibieron
con toda claridad en la vida práctica. Si unos y otros se jun
garon en el rechazo de la mism a fue po rq u e los u n ió la
voluntad de civilización, el m iedo ante el peligro de la bar
b arie.
Inadecuado y desgastado, el esquem a civilizatorio eu ro
peo era de todos m odos el único que sobrevivía en la org a
nización de la vida cotidiana. El otro, el que fue vencido p o r
53
él en la dim ensión productivista d e la existencia social, pese
a no h ab er sido an iquilado ni sustituido, no estaba ya en
condiciones de disputarle esa suprem acía; d eb ió n o sólo
aceptarlo com o única g arantía d e u n a vida social civilizada,
L^ s in o ir en su ayuda, con fu n d ién d o se con él y reconstituyén
dolo, con el fin de m a n ten er su vigencia am enazada.
El mestizaje d e las form as culturales ap areció en la Amé
rica del siglo XVII p rim ero com o una “estrategia d e supervi
vencia”, de vida después de la m uerte, en el co m p o rtam ien
to de los “naturales” som etidos, es decir, de los indígenas y
los africanos integrados en la existencia citadina, q u e desde
el principio fue el m odo de existencia p red o m in an te. Su
resistencia, la p ersistencia en su m odo peculiar d e sim boli
zación de lo real, para ser efectiva, se vio obligada a trascen
d e r el nivel inicial en el que había tenido lu g ar la d e rro ta y
ju g a rse en 1111 segundo plano: debía pasar n o sólo p o r la
1 ace p tació n , sino p o r la defen sa d e la co n stru cc ió n de
m u n d o traída p o r los dom inadores, incluso sin co n ta r con la
colaboración de éstos y au n en su contra.
\ Veamos un ejem plo, q u e nos perm itirá a la vez establecer
p o r fin la conexión en tre el mestizaje cultural en la España
am ericana y el ethos barroco. Puede decirse que las circuns
tancias del apartheid llevan necesariam ente a q u e el uso coti
d iano del código com unicativo convierta en tabú el uso di
recto de la significación elem ental que o p o n e lo afirm ativo
a lo negativo, u n a significación cuya d e te rm in a c ió n se
en cu e n tra en el núcleo m ism o de todo código, es decir, sin
la cual n in g u n a semiosis es posible. Ello sucede p o rq u e, en
tales circunstancias de ajenidad y acoso, el m argen de dis
crepancia en tre la presencia o ausencia de un atrib u to carac
terístico de la persona y la vigencia de su id en tid ad -m a rg e n
sin el cual n in g u n a relación intersubjetiva en tre personas es
p o sib le - se en cu e n tra red u cid o a su m ínim a expresión. A tal
grad o la presencia del o tro trae consigo u n a am enaza p ara
la identidad y con ello para la existencia m ism a de la perso
na, q u e una y o tra p arecen e n tra r en peligro cada vez. que
alguno de los atributos de la p rim era p u ed e ser puesto en
juego, som etido a la aceptación o ni le c h a z o en cu alq u ier
54
relación con él. La m ejor relación q u e p u ed e ic n e r un
m iem bro de la com unidad que es d u eñ a d e un territo rio en
el q u e otra com unidad es la “natural" con un m iem b ro de
esta últim a resulta ser la ausencia d e relación, el sim ple
pació de no agresión.
E n el caso del habla o de la actualización del código
lingüístico, el uso m aniíiesio de la oposición " sí" /“n o ” -a sí
com o el de* otras oposiciones c*n las que se prolonga ese
carácter, com o las oposiciones '‘ye»" “lú". “n o s o tr o s '/“voso-
tros", y el de cien o s recursos sintácticos especiales- se en
cu en tra vedado a los interlocutores "en apiirlheid". Si el
in terlo cu to r subord in ad o responde con u n "no" a un reque
rim iento del dom ín am e, éste sentirá cuestionada la integri
dad de su propuesta de m undo, rechazada la subcodilica-
ción q u e identifica a su lengua, y se verá obligado a cortar
di* plano el conlac lo. a elim inar la función lálica de la com u
nicación, que al p rim ero , al d ep en d ien te, le resulta d e vital
im portancia. Si quien dom ina la situación decide d ejar ele
dirigirle la palabra al dom inado, lo que hace es anularlo; y
p u ed e hacerlo, p o rq u e es él, con su acción y su palabra,
quien tiene el p o d er de "encender" la vigencia del co n ju n to
de los valores de* uso. El su bordinado está com petido a la
aquiescencia frente al dom inador, n o tiene acceso a la signi
ficación “no". Pero el d o m in ad o r tam poco es soberano; está
im pedido de* d isp o n er d e la significación “sí" cu an d o va d iri
gida hacia el in terlo cu to r dom inado. Su aceptación d e la
voluntad de éste, p o r pu n tu al e inofensiva que fuera, im pli
caría una afirm ación im plícita de la validez global del código
del dom inado, en el que dicha voluntad se: articula, y ratifi
caría así el estado de crisis m íe aqueja a la validez general elcl
suyo propio; sería lo mismo q u e p ro p o n e r la iden tid ad en e
m iga com o sustituto ele- la propia.
En la España am ericana del siglo XVII son los dom inados
los incitadores y ejecutores prim eros del proceso de cocíigo-
fagia a través del cual el código ele los d o m inadores se trans
form a a sí mismo en el proceso de asim ilación ele las ruinas
en las que pervive el código destruido. Es su vida la que
■' necesita d isp o n er d e la capacidad de negar para c um plirse
55
en cuanto vida hum ana, y son ellos los que se inventan en la
práctica un p ro ced im ien to p ara hacer que el código vigen
te, que les obliga a la aquiescencia, les perm ita sin em bargo
d ecir “n o ”, af irm arse pese a todo, casi im perceptiblem ente,
en la línea d e lo que fue su identidad.
Y la estrategia del mestizaje cultural es sin d u d a barroca,
coincide pcrf'cctam cntc con el co m p o rtam ien to caracte
rístico del ethos barroco de la m o d ern id ad eu ro p ea y con la
actitud barroca del posrenacentism o fren te a los cánones
clásicos del arte occidental. La expresión del “n o ”, de la ne
gación o contraposición a la voluntad del o tro , deb e seguir
un cam ino rebuscado; tiene que construirse de m an era indi
recta y p o r inversión. D ebe hacerse m ed ian te un ju e g o sutil
con una tram a de "síes” tan com plicada, q u e sea capaz de
so b red ete rm in ar la significación afirm ativa hasta el extrem o
d e invertirle el sentido, d e convertirla en u n a negación. Pa
ra d ecir "no" en un m u n d o que excluye esta significación es
necesario trabajar sobre el o rd en valorativo q u e lo sostiene:
sacudirlo, cuestionarlo, despertarle la co n tin g en cia d e sus
fundam entos, exigirle que d é más de sí mismo y se tr a n f o r
m e, q u e se traslade a u n nivel superior, d o n d e aquello que
p ara él no d eb ería ser o tra cosa que u n rein o de con
tra-valores co n d en ad o a la aniquilación p u ed a “salvarse”,
integrado y re-valorado p o r él.
3. La Com pañía de Jesús y la primera m odernidad
de la América Latina
57
Lo “m oderno", lo "barroco” son dos conceptos q u e ap a
recen cada vez con más frecuencia cu an d o se habla d e la
vida social y la historia latinoam ericanas, y q u e sin em bargo,
o tal ve/ ju sta m en te p o r ello, en lugar de precisarse, se vuel
ven cada vez más am biguos. De todas m aneras, a sabiendas
de lo precario del inten to , quisiera tratar ele definirlos, a u n
que sea sólo para el tiem po de lectura de las siguientes pági
nas: po r “m o d ernidad" voy a entender, sobre todo, un proyec
to civilízatorío específico de la historia europea, u n proyecto
histórico d e larga du ració n , q u e aparece va en los siglos Xll
y XIII, q u e se cum ple d e m últiples formas desde en tonces y
que en nuestros días parece estar en trance de desaparecer.
Poi "barroco" voy a e n te n d e r-re to m a n d o un co n cep to q u i
lla estado p o r m u ch o tiem po en d esu so - u n a “volun tad de
form a“ específica, una d eterm in ad a m an era de com portarse
con cu alq u ier sustancia p ara organizaría, para sacarla d e un
estado am orfo previo o p ara m etam orfosearia; u n a m anera
de co n fo rm ar o configurar que se en co n traría en to d o el
cu erp o social y en toda su actividad.
Para aproxim arm e al p u n to de en cu en tro de los temas
que se en cierran en los conceptos d e “m odernidad" y “b arro
co” quisiera recu rrir en lo que sigue a .u na especie d e co n
frontación e n tre dos historias; dos historias diferentes en tre
sí y de diferen te o rd en , p ero que están ín tim am ente conec
tadas. La prim era sería una historia gran d e, d e am plios
alcances: la historia de la constitución d e la especificidad o
singularidad de la cultura latinoam ericana en el siglo XVII.
La Otra sería una historia particular, que d u ra dos siglos y
que es d e o rd en político-religioso, la historia d e la prim era
C om pañía d e Jesús y, sobre todo, d e su proyecto d e cons
tr u a ión de una m o d ernidad, d e un proyecto civilizatoiio
m o d ern o y al mism o tiem po -¿p arad ó jicam en te?- católico.
La confrontación e n tre estas dos historias no es del todo
arbitraria, tiene su justificación. Allí está, en p rim er lugar, la
coincidencia tem poral v espacial de am bas. Y allí está, sobre
todo, el carácter esencial d e la gravitación que ejercen la
u n a sobre la otra.
La coincidencia espacial y tem poral e n tre estas dos histo
58
rias es evidente. Podríam os h ab lar d e todo un p erio d o his
tórico. de un largo siglo xvil. que com enzaría, p o r decir al
go, con la d erro ta de la G ran A rm ada a finales del siglo XVI
(1588) y que term inaría ap ro x im ad am en te con el Tratado
d e M adrid, de 1764; de una época que com enzaría co n el
p rim er signo evidente de la decadem ia del im perio español
\ que term inaría con el p rim er signo evidente de su desm o
ronam iento, cuan d o la España borbonizada aniquila el esta
d o d e los guaraníes inspirado p o r los jesuítas al ced er a Por
tugal u n a parte de sus dom inios d e S udam eríca -fe c h a que
al m ism o tiem po subraya la d estru cció n del in c ip ien te
m u n d o histórico latinoam ericano, iniciada cu an d o el im pe
rio, em p eñ ad o en una “rem odernación" que p ro m etía sal
varlo, p rete n d ió h acer de su parte am ericana u n a simple
colonia. Este perio d o d e la historia larga a la que estam os
haciendo referencia es tam bién el tiem po q u e d u ra lo prin-
<¡pal de la prim era época d e la C om pañía de Je sú s-u n a his
toria que va, com o sabemos, ele m ediados del siglo XVI hasta
fines del siglo xvm . l;.s in teresante ten er en cuenta esta co n
frontación porque, más q u e en la propia E uropa, es en Asia
y sobre todo en A m erica d o n d e la C om pañía d e Jesús des
pliega con buenos éxitos su actividad.
I*a com paración en tre estas dos historias tiene, p o r lo que
se ve, su justificación geográfica y tem poral; p ero tiene tam
bién unajustificac ión en el hecho de que en tre estas dos his
torias hay u n a relación d e influencia esencial. Por un lado, el
lugar en do n d e el proyecto de la C om pañía d e Jesús se ju eg a
pi incipalm cnte -y se p ie rd e - es América; p o r otro, ni la vida
m aterial y p ráctica en A m érica l.atina ni su d im en sió n
sim bólica y discursiva habrían sido las mismas desde com ien
zos del siglo XVII sin la presencia d eterm in an te de la C om
pañía de Jesús. Hay, po d ría decirse, una relación d e interio
ridad en tre estas dos historias, una gravitación recíproca
entro lo que hace la C om pañía de Jesús y lo que es la histo
ria del m u n d o latinoam ericano d u ran te todo este tiem po.
Esta confrontació n - q u e es lo que quisiera p o n e r a discu
sión a q u í- in ten to hacerla en dos planos: prim ero, en el
p lano de aquello que aco n tece en estas dos historias; v des-
59
pues en el p lan o del m odo o la m an era p red o m in an te como
se cum ple tal acontecer.
60
La tesis que d efien d o , reto m ad a en sus rasgos generales
d e la o b ra d e E dm undo O ’G orm an,2 afirm a que la am bigüe
dad e n cuestión proviene del h ech o de que el “provecto”
histórico espontán eo que inspiraba d e m an era d o m in an te la
vida social en la Am érica Latina del siglo X V ll 110 era el de
prolongar (co n tin u ar y ex p an d ir) Ja historia eu ro p ea, sino un
provecto del lodo diferente: rc-comenzar (cortar y rean u d ar)
la historia de Europa, re-hacer su civilización. El proceso
histórico que tenía lugar allí 110 sería u n a variación d en tro
del mismo esquem a d e vida civilizada, sino una m etam orfo
sis com pleta, una rcdefinición de la "elección civilizatoria”
‘occidental; 110 habría sido sólo un proceso de repetición modi
ficada de lo mismo sobre* un leiritorio vacío (espontáneam ente
o p o r h ab er sido vaciado a la fuerza) - u n traslado y ex ten
sión, u n a am pliación del radio d e vigencia d e la vida social
eu ro p ea (com o sí lo será más tard e el q u e se dé en las colo
nias británicas)-, sino un proceso de recreación completa de lo
mismo, al ejercerse com o transform ación de un mundo p re
existente.
Es sin duda indispensable eníatizai la gravitación d e te r
m inante que ejerce el siglo xvi en la historia de América: su
carácter de tiem po heroico, sin el cual no hubiesen podido
existir ni los personajes ni el escenario del dram a que le da
sentido a esa historia. Insistir en lo catastrófico, desastroso
sin com pensación, d e lo que aconteció entonces allí: la des
trucción de la civilización p rehispánica y sus culturas, segui
da de la elim inación de las nueve décim as partes de la pobla
ción q u e vivía d e n tro de ella.* R ecordar q ue, en paralelo a
'Por ejem p lo: “M cxico colonial", en: A. López A. el al., Un recorrido por
la historia de México, M éxico, 1975, p. 105; ¡.a int ención de Amerita. M éxico.
1961. p. 155.
•'‘ U n a elim in ación , sea d ich o en tre paréntesis, q u e parece n o haberse
cu m p lid o exclusivam en te por el ex term in io d irecto d e su cu erp o a m anos
d e los conq uistadores, a q u ien es lo q u e m en os les con ven ía era un c o n ti
n en te vacío, sin o e n b u en a m ed id a a través de la actitud suicida, más
in co n scien te y som ati/a d a q u e voh m taiia y planeada -p r o p e n sió n a la
en ferm ed a d , apatía sex u a l, e tc é te r a -, q u e el d esm o ro n a m ien to de las vie
ja s culturas d esp ertó en la p ob lación in d ígen a durante la segu n d a mitad
d e ese siglo.
(31
su huella destructiva, este siglo conoce tam bién, prom ovida
desde el discurso cristiano y p ro teg id a p o r la C orona, la
puesta en práctica d e ciertas utopías renacentistas q u e in ten
tan co n stru ir sociedades híbridas o sincréticas y convertir así
el sangrien to “en cu en tro d e los dos m undos" en u n a o p o r
tunidad d e salvación recíproca d e u n m u n d o p o r el otro.
C onsiderar, en fin, q u e el siglo XVI am ericano, tan d eterm i
n ante en el proceso m o d ern izad o r de la civilización europea,
d io ya a ésta la experiencia tem prana ríe que la occidentali-
zación del m u n d o n o p u ed e pasar p o r la destrucción de lo
no occidental y la limpieza del territorio d e expansión; que
el tm io en interioridad con el “otro", au n q u e “peligroso”
para la pro p ia “identidad", es sin em bargo indispensable.
Pero hay que reco n o cer que a este siglo tan heroico y tan
cruel, tan m aravilloso y abom inable, le sucede o lio n o m e
nos radical, p ero en un sentido diferente. Antes d e term i
narse cronológicam ente, el siglo XVI cum ple ya la curva de
la necesidad q u e lo define; lo hace una vez que com pleta y
agota la figura de la C onquista en los centros de la nueva
vida am ericana.'1 Hay lodo un ciclo histórico del co n tin en te
q u e culm ina y se acaba en la segunda m itad del siglo XVI.
Pero hay tam bién o tro d iferen te que se inicia en esos mismo
años.
La investigación histórica m undial delin ea cada vez con
m ayor nitidez la im agen d e un siglo XVII d u e ñ o de su pro p ia
necesidad histórica; un siglo que es en sí m ism o u n a época,
en el que im pera todo u n d ram a original, que n o es sólo el
epílogo d e u n dram a an te rio r o el p ro em io de o tro dram a
p o r venir. V es tal vez la historia de Am érica la que más ha
con trib u id o a la definición d e esa im agen. Q ue efectiva
m ente hay un relanzam iento del proceso histórico en el
siglo XVII am ericano se deja percibir con claridad si obser
vamos, au n q u e sea rápidam ente, ciertos fen ó m en o s sociales
esenciales q u e se p resen tan a com ienzos del siglo XVII: tanto
62
ciertos fenóm enos d e o rd en dem ográfico y económ ico, co
mo oíros referentes a las form as de explotación del plustra-
bajo. I-a diferencia respecto de sus equivalentes en el siglo XVI
es clara y considerable.
En la dem ografía, vemos cóm o la curva desciende m arca
dam en te hasta finales del siglo XVI y cóm o en los dos p rim e
ros decenios del siglo xvn asciende ya d e m anera sostenida.
Y, lo q u e es más im p o rtan te, si tenem os en cu en ta la consis
tencia étnica de la población que decrece y la com param os
con la de la población que crece, la diferencia resulta sus
tancial: m ientras en el p rim er caso la presencia de la pobla
ción indígena es p red o m in an te y la im portancia num érica
d e la población española es débil, y más débil aún la de los
africanos, observam os que la nueva población que aparece
en el siglo XVII posee una consistencia étnica antes desco
nocida: Am érica ha pasado a estar poblada m ayoritariam en-
te p o r mestizos de todo tipo y color.
Algo parecido p odría decirse tam bién de los fenóm enos
económ icos: a finales del siglo XVI, la actividad económ ica
q u e es posible reco n o cer se en cu en tra sum ida en un proce
so regresivo que la encam ina a anularse, en la m edida en
q u e la dism inución d e las C arreras fie Indias q u e conecta
ban a E uropa con América - q u e eran el “co rd ó n umbilical"
e n tre la m adre patria y los españoles de u ltra m a r- se vuelve
p rá c tic a m e n te u n a in te rru p c ió n , en la m e d id a en q u e
España deja de interesarse p o r la econom ía am ericana y la
ab a n d o n a a su pro p io destino. En los prim eros decenios del
siglo XVII, en cam bio, reconocem os u n a econom ía q u e se
reactiva y que lo hace en térm inos radicalm ente diferentes
d e los del siglo an terio r; va no es la vieja econom ía basada
casi exclusivam ente en la explotación de los m etales precio
sos del suelo am ericano, sino o tra nueva que da m uestras de
u n a actividad muy diversificada, dirigida n o sólo a la m inería
sino a la producció n d e objetos m anufacturados y de p ro
ductos agrícolas, a la relación com ercial e n tre centros de
p ro ducción y consum o a to d o lo largo de América.
Y lo m ism o o cu rre en lo que respecta a la explotación del
plustrabajo de las poblaciones indígenas y mestizas. Del sis
63
tem a feudal m odernizado cen trad o en la encomienda - u n
p ro ced im ie n to de ex p lo tació n s e n il ad a p ta d o a la eco
nom ía m ercan til-, se pasa en el siglo xvil al sistem a de
explotación m o d e rn o afeudalado p ro p io d e las haciendas,
q u e son centros d e producción m ercantil, basados e n la
com praventa de la fuerza d e trabajo, p ero in terferid o s sus
tancialm ente p o r relaciones sociales d e tipo servil.
Todo parece indicar efectivam ente que se trata d e una nue
va historia q u e se gesta a com ienzos del siglo XVII. U na his
toria q u e se distingue ante lodo p o r la insistencia y el énfa
sis con el que se perfila una dirección y un sen tid o en la
pluralidad d e procesos que la conform an, con el que se
esboza una co h eren cia esp o n tán ea, u n a especie d e acu erd o
no co n certad o , de “provéelo" objetivo, al que la narración
histórica tradicional, q u e le reconoce privilegios al m irador
“político”, ha d ad o en llam ar proyecto criollo, según el n o m b re
de sus protagonistas más visibles. Hay un proyecto n o deli
berado p ero efectivo de definición civilizatoria, d e elección
de un d eterm in ad o universo n o sólo lingüístico sino sim bó
lico en general, de creación de técnicas y valores d e uso, de
organización del ciclo reproductivo d e la riqueza social
v de integración de la vida económ ica regional; d e ejercicio
de lo político-religioso; de cultivo de las form as q u e confi
gu ran la vida cotidiana: el proyecto d e re-hacer Kuropa
fuera del c o n tin en te eu ro p eo .5 Esto sería, en resum en, lo
6*1
qu e sucede en la prim era de las historias a las que hacía refe
rencia, la historia global de la sociedad am ericana; se trata,
insisto, de un pro ceso d e rep etició n y re-creación que
reco m p o n e y reconstituye u n a civilización que había estado
en trance d e desaparecer.
A hora bien, ¿qué acontece en la otra historia, la historia
p ar tic ular de la C om pañía d e Jesús, con la q u e quisiéram os
co n fro n tar a la historia am ericana? Tam bién en ella tiene
lugar un proceso d e reconstrucción y reconstitución. Cada
vez más se hace necesario en la investigación actual revisar la
im agen dejada p o r el Siglo de las Luces francés sobre el ca
rácter p u ram e n te reaccionario, retrógrado, prem oderniza-
d o r d e la Iglesia Católica postridentina, y de la C om pañía de
Jesús com o el principal ag en te d e la actividad d e esa Iglesia.
Se hace necesario revisar esta idea, d ad o ju sta m en te el fra
caso de la m o d ern id ad establecida, ilum inada p o r el Siglo de
las Luces: la m o d e rn id ad capitalista que ha prevalecido
desde los tiem pos d e la prim era revolución industrial e n el
siglo XVIII. Ls necesario revisar esta im agen p o r cu an to
m uchos de los esquem as conceptuales a p artir de los cuales
se juzgó nefasta la actividad de la Iglesia p o strid en tin a y de
la C om pañía de Jesús se en cu e n tran ah o ra e n crisis. I-a idea
mism a del progreso y d e la m eta hacia la que él conduciría,
p ro p u esta p o r la Ilustración, q u e es ju sta m en te la idea que
sirvió para ju z g a r el carácter anti-histórico de esa actividad,
es u n a idea que se h u n d e cada vez más en sus propias co n
tradicciones.
l\l proyecto postrid en tin o de la Iglesia Católica, viéndolo
a la luz de este fin d e siglo p o sm o d ern o , n o p arece se r p u ra
y p ro p iam en te conservador y retrógrado; su defensa d e la
tradición n o es una invitación a volver al pasado o a prem o-
dernizar lo m oderno. Es un proyecto que se inscribe tam bién,
au n q u e a su m anera, en la afirm ación de la m o d ern id ad , es
decir, q u e está volcado hacia la problem ática d e la vida
nueva y posee su pro p ia visión de lo que ella debe ser en su
novedad. Tal vez el sentido d e esta aseveración p u ed e acla
rarse si se tiene en cu en ta u n o d e los co n tenidos teológicos
más distintivos de la d o ctrina d e la C om pañía d e Jesús e n su
65
prim era época; me refiero a su concepción ele* lo q u e es la
vida terrenal y de cuál es m i función en aquel ciclo m ilico en
el que acontece el dram a de la C reación, q u e lleva de la ( af
ila original del h om bre a su red en ció n p o r Cristo y de ella a
su salvación final. I.a teología irid en tin a de la C om pañía de
Jesús reflexiona sobre la vida terrenal -vista com o desplie
gue del c u erp o y sus apetitos sobre el escenario del m u n d o -
a p artir de una actitud co m p letam en te nueva, d iferen te de
la que la do ctrina medieval tenía ante ella. Incursionaudo
en la herejía -cay en d o en ella, según sus enem igos, los
d om inicos-, la teología je su íta reaviva \ m oderniza la anti
gua vena m auiquea que late en el cristianism o. En prim er
lugar, m ira en la creación del C read o r una o b ra en proceso,
un hecho en el acto de hacerse; proceso o acto que consiste
en una lucha inconclusa, que está siem pre en trance d e deci
dirse, en tre la l.u / v las I ¡nieblas, el Bien v el Mal. Dios y el
1Hablo, i l úa luc ha que, poi oirá pai te, Na sólo p o r el hec lio
de ser percibida a través de la preferencia del ser hum ano
poi la Luz, p o r el Bien \ p o r Dios, parecería estar decid ién
dose ju sta m en te en favoi de ellos.) En segundo lugar, en la
C reación com o un acontecer, com o un acto en proceso, dis
tingue un lugai necesario, func ionalm cnie específico para
el ser hum ano: el tojm a través del cual \ gracias al cual esa
<reac ion alc anza a com pletarse com o “el m ejor de los m u n
dos posibles", según arg u m en tab a Leibniz. En tan to que
libertad, que libre albedrío, que capacidad de decidir y ele
gir. y no com o cualquier o tro en te, el ser h u m an o tiene su
im portancia específica en v para la o b ra de Dios. V iendo así
las cosas, para la teología jesuíta, el m undo, el siglo, 110
p u ed e ser exclusivam ente una ocasión de pecado, un lugai
de perdición del alma, un siem pre m erecido “valle de lágri
m as'; tiene que ser tam bién, \ en igual m edida, una o p o rtu
nidad de virtud, ele salvación, de "beatitud". Es el escenario
d ram ático al que no hay cóm o ni para qué renunciar, pues
es en él d o n d e el sei h u m an o asume* activam ente la grac ia
de Dios, d o n d e cada tram pa q u e el cuei po le p o n e a su alma
puede sei un motivo de triunfo para ésta, de resistencia cic
la Luz al em bate de las Tinieblas, del Bien a la acom etida del
(ib
Mal: un motivo de la autoafirm ación d e Dios sobre el atrevi
m iento del Diablo, lis así que, p ara la C om pañía d e Jesús, el
co m portam iento verd ad eram en te cristiano no consiste en
ren u n ciar al m undo , com o si fuera un territo rio ya defin iti
vam ente perdido, sino en luchar en él y p o r él. p ara g an ár
selo a las Tinieblas, al Mal, al Diablo. El m u n d o , el ám bito
de la diversidad cualitativa d e las cosas, d e la p ro d u cció n y el
disfrute de los valores d e uso, el reino d e la vida en su des
pliegue, no es visto ya sólo com o el lugai del sacrificio o
en treg a del cuerpo a cam bio de la salvación del alm a, sino
com o el lugar d o n d e la perdición o la salvación p u ed en
darse p o r igual. La frase tan insistentem ente rep etid a p o r
Ignacio de Loyola acerca de que “se p u ed e g an ar el m u n d o
y sin em bargo p e rd e r el alm a” es una advertencia que no
co n d en a sino sim plem ente corrige la idea de q u e el m u n d o
es electivam ente algo digno y deseable de ganarse, q u e le
p o n e a la ganancia del m u n d o la condición de q u e sea un
m edio para g anar el alm a, es decir, d e que sea u n a em presa
"ad maiorem Dei gloriam". De alguna m anera, lo rebuscado de
esta versión de la vieja hostilidad judeo-cristiana hacia la feli
cidad terrenal -q u e es vista com o el sim ulacro d e una felici
d ad v erd ad e ra , tra sc e n d e n te , co m o el íd o lo capaz de
en g añ ar y así de obstaculizar y p o sp o n er la realización d e la
m ism a- tiene un eco en lo rebuscado de la m o d ern id ad de
su co m p o rtam ien to , im plicada ju sta m e n te en ese movi
m iento de ap ertu ra hacia el m undo.
En efecto, en la d o ctrina d e la C om pañía de Jesús, ap are
ce una estrategia muy especial, perversa si se qu iere, d e ga
n a r el m undo; u n a estrategia que im plica el disfrute del
cuerpo, p ero de un cu erp o poseído m ísticam ente p o r el al
ma. U n disfrute de segundo grado, en el q u e incluso el sufri
m iento p u ed e ser u n elem ento po ten ciad o r de la ex p erien
cia del m u n d o en su riqueza cualitativa.
Es com prensible, p o r ello, que las investigaciones recien
tes coincidan en reco n o cer q u e la Iglesia p o strid en tin a y la
C om pañía de Jesús n o p u ed en ser definidas com o antes,
q u e no son exclusivam ente esfuerzos tardíos e inútiles p o r
p o n e r en m archa u n proceso de contra-reform a, de reac
67
ción a la Reform a pro testan te que se había d ad o en el n o rte
de Europa. La idea d e una con ira-reform a n o recu b re toda
la consistencia del proyecto q u e se gestó en el C oncilio de
T iento. El in ten to que p red o m in ó en éste n o fue el de com
batir la Reform a declarán d o la injustificada, sino el d e reba
sarla p o r considerarla insuficiente y regresiva. No se trataba
de u n a reacción q u e in ten tara fren ar el Progreso y o pacar
las Luces; d e lo que se trataba era de rep lan tear y trascen
d e r la problem ática que dio lugar a los m ovim ientos refor
mistas protestantes. No se trataba d e p o n erle un d iq u e a la
revolución religiosa sino de avanzar saltando p o r encim a d e
ella; d e qu itarle su fu n d am en to real, d e resolver los p roble
mas a p artir d e los cuales ella se había vuelto necesaria. Este
es i'l planteam iento principal del padre Diego Laínes, el
jesuíta que arm a y co nduce m uchas de las discusiones más
im portantes e n las sesiones del C oncilio d e Trem o.
1.a actividad d e los jesuítas com o iropa d e apoyo al p ap a
d o es sin d u d a uno de los rasgos principales del desenvolvi
m iento de este Concilio; se trata, com o resulta d e la exhaus
tiva Historia de Je d in ,“ d e la acción de un equ ip o muy bien
p rep arad o en térm inos estratégicos y m uy bien arm ad o en
térm inos teológicos para co m b atir y para vencer efectiva
m ente sobre las otras ó rd en es y los otros partidos presentes
en él. Pero es in teresante te n e r en cu en ta que se trata d e un
apoyo sum am ente condicionado, que sólo se da en la m edi
da en que es retrib u id o con el derec ho a im p o n e r una rede-
iinición radical de lo que el p ap ad o d eb e ser en su esencia.
Sólo si el papa decide re-form arse, es decir, re-plantear su
función, su identidad, sólo en esa m edida el pap ad o les
resulta defen d ib le a los jesuitas. Lo que está p la n tead o com o
fundam ental en el C oncilio de T ien to es el restablecim iento
de la necesidad de la m ediación eclesial e n tre lo h u m a n o y
lo otro, lo divino; u n a m ediación cuya d ecad en cia - a s í lo
in terp reta n los jesuítas- ha sido el lu n d a m n eto de la Refor
ma, d e una respuesta salvaje, b rutal, a esa ausencia de
m ediación. A lo largo d e los siglos se había deb ilitad o la
68
necesidad de la m ediación eclesial e n tre lo h u m an o y lo
o tro , la función del locus mystiais, q u e es lo q u e el p ap ad o es
en esencia -e s decir, la función de ese lugar y esa persona
que conectan necesariam ente el m u n d o terrenal con el m ím
elo celestial, la voluntad d e Dios con la realidad del m u n d o -.
H abía p erd id o su carácter de indispensable; y justam ente
esta pérdida e ra la que había m otivado la aparición del re
chazo protestante a la existencia misma del papado. Si antes
de la Reform a se aceptaba que “fuera d e la Iglesia n o hay sal
vación”. después de ella s e dirá: "sólo fuera de la Iglesia hay
salvación".
El C oncilio d e T rem o in ten ta restau rar y reco n stitu ir la
necesidad de la m ediación eclesial e n tre lo terren al y lo
<elestial. una m ediación <uva necesidad es plan tead a en tér
m inos sum am ente enfáticos. A través del papado, la en tid ad
religiosa en cuanto tal adm inistra el sacrificio sublim ador de
la represión de las pulsiones salvajes, u n a represión sin la
cual no hay form a social posible. La Iglesia es u n a instancia
fu ndam entalm ente re-ligadora, es decir, socializadora, y lo
es precisam ente en la m edida en que justifica el sacrificio
que d ía a d ía el ser h u m an o tiene que hacer d e sus pulsio
nes para p o d er vivir d e n tro de u n a form a social civilizada. La
idea de q u e es necesaria una m ediación, d e que la Iglesia
tiene una fiuu ión q u e cum plir, es defen d id a de esta m ane
ra. D entro de este ciclo m ítico del cristianism o, q u e conecta
el pecado original con la co n d en a, ésta con la red en ció n y la
red en ció n con la salvación, la función d e la Iglesia es p lan
teada com o un recurso divino insuperable.
I,a necesidad de esta m ediación había sido desgastada,
m inada, co rro íd a fu ertem en te a lo largo d e los últim os
siglos; y esto no tan to en el plano d e su presencia doctrinal
v litúrgica cu an to en el d e la com probación em pírica d e su
validez. En efecto, la principal im pugnación vino d e la pre
sencia y la acción, d e n tro d e la vida práctica cotidiana, del
(iinero-cafñtal. La Iglesia había cum plido siem pre en la histo
ria eu ro p e a la función socializadora o religadora fu n d am en
tal; si h u b o cohesión social en to d o el p erio d o d e su confor
m ación com o tal, fue ju sta m en te po rq u e la vida en la ecclesia
69
era la que daba un lugar, una fum ion, un prestigio y un sitio
je rá rq u ico a cada uno d e los individuos, la que volvía real
m ente sociales a los individuos que habían p erd id o su socia-
lidad arcaica \ les otorgaba una identidad. Con la aparición
del d in ero actu an d o com o capital - n o com o in stru m en to de
circulación sino d e ap ro p iació n -, esta función había pasado
del terren o exclusivam ente im aginario al terren o d e la vida
práctica, de- la vida económ ica. Era ahora en el m ercado, y
en el proceso en que el d in ero se vuelve más d in ero , d o n d e
se so( iali/aban los indiv iduos. Esto por un lado; p o r el otro,
había com enzado ya el fen ó m en o p ro p iam en te m o d e rn o de
un estallido o explosión no sólo cuantitativo sino cualitativo
del m u n d o «leí valor d e uso. l.a Iglesia no tenía \a q u e vér
selas sólo con un sistema prim ario de necesidades d e consu
mo. propio de un m u n d o que únicam ente es tránsito v sul'i i-
m iento, sino con o tro q u e se diversificaba y se h acía cada vez.
más com plejo. y que m ostraba q u e la b o n d ad de Dios podía
tam bién ten er la ligura d e la abundancia. Estos dos fen ó
m enos urales de la historia son los que electivam ente esta
ban en la base de esa pérdida de necesidad de la Iglesia
com o entidad m ediadora y sotializadora, capaz de defin ir
cuál es la axiología in h eren te al m u n d o de las m ercancías,
de los productos v de- los bienes.
Es este trasfondo histórico el que mueve a hablar de la
presencia de la C om pañía d e Jesús -e le m e n to m o to r del
C oncilio de T rem o \ de la Iglesia posti ¡d e n tin a - com o
im pulsora d e un proyecto político-religioso cuidadosam ente
estructurado, d e inspiración inco n fu n d ib lem en te m oderna;
un proyecto sum am ente am bicioso que p re te n d e electiva
m ente aggiornare la vida de la com unidad universal, p o n erla
en arm onía con los tiem pos, m ediante una reconstrucción y
reconstitución del o rd en cristiano del m u n d o , en ten d id o
com o o rd en católico, apostólico y rom ano.
lodos conocem os las historias fabulosas que se cu en tan cic
la C om pañía de Jesús, historias que llevan a sus m iem bros
desde las cortes europeas y sus luchas palaciegas p o r el
poder, desde su participación política so terrad a en la lom a
cío decisiones económ icas y ele: todo tipo de los gobiernos
70
europeos, pasando p o r su m onopolio d e la educación proto-
“ilustrada” de las élites, hasta escenarios m u ch o más abier
tos, aventurados y populares, en las m isiones evangelizado-
ras de Asia y sobre todo en A m érica, d o n d e llegan a dirigir
el levantam iento d e repúblicas socialistas teocráticas, capa
ces de vivir en la abundancia.
M encionem os algo d e su actividad en estos últim os esce
narios. Solange A lberro toca el p ro b lem a de cóm o trad u cir
un p ro d u cto de la cu ltu ra eu ro p ea occidental a culturas de
o tro o rd en m ental, d e u n corte civilizatorio d iferen te, com o
son las orientales. Es un p ro b lem a q u e M ateo Ricci, el gran
ex p lo ra d o r cultural, conquistador-conquistado, problem a-
tizó a fondo en el siglo xvil. Son pocos e n toda la historia
los textos en que, com o en los de él o d e su an teceso r Ales
sandro V alignano, se observa u n a sociedad que p re te n d e
trasladar sus form as culturales a sociedades e n las que éstas
son extrañas o no “n atu rales”, arriesgarse m en talm en te en
tal em presa hasta el p u n to de verse obligada a p o n e r en cues
tión los rasgos más fundam entales d e su singularidad; a
d esam a rrar y aflojar los nudos d e su código cultural para
p o d e r p e n e tra r en el núcleo d e u n a cultu ra diferen te, e n el
pla n o de la sim bolización fu n d am en tal de su código. Son
los religiosos jesuítas em p eñ ad o s en la evangelización d e la
India, el J a p ó n y la C hina los q u e van a intern arse en esa
vía.7
Van a hacerlo, p o r ejem plo, en el cam po problem ático de
la traducción lingüística. ;C óm o traducir las palabras “Dios
P adre”, "M adre de Dios", “Inm aculada C oncepción", “Vir
g en m a d re”? T érm in o s com o éstos, absurdos, si se quiere,
p ero p erfectam en te com prensibles en O ccidente, no parece
qu e p u ed an te n e r equivalentes ni siquiera aproxim ados en
el ja p o n é s o el chino. La única m an era que ellos ven de vol
verlos asequibles a los posibles cristianos orientales -m a n e ra
q u e será tildada ju sta m en te de herejía p o r p arte d e las otras
congregaciones religiosas- pasa p o r el cuestionam iento del
7 V éase, por ejem p lo, A lejandro V alignano S. 1., Sumario de las icsas del
Japón (1583) y Adiciones (1.592), Sop h ia University, Kyoto, 1954.
71
p ro p io co n cep to occidental d e Dios. P or el inten to , p o r
ejem plo, d e en c o n tra r en qué m edida, en el co n cep to de
Dios occidental, p u ed e en co n trarse u n cierto co n ten id o
fem enino; sólo de este m odo, a p a rtir de u n a fem inidad de
Dios, les p arecía posible in tro d u cir en el código oriental sig
nificaciones de ese tipo. Este trabajo de los evangelizado res
jesuítas sobre la d o ctrin a cristiana y su teología es u n n aba-
jo discursivo sin paralelo; es tal vez el ú n ico m odelo que
Europa, la inventora de la universalidad m o d ern a, p uede
ofrecer de una g en u in a disposición de ap ertu ra, de au to crí
tica, respecto d e sus propias estructuras m entales.
En A m érica, la actividad de la C om pañía de jesús en los
grandes centros ciiadinos tuvo gran am plitud e intensidad;
llegó a ser d eterm in an te, incluso esencial p ara la existencia
de ese p ecu liar m u n d o virreinal q u e se configuraba en Amé
rica a parlii del siglo XVII. Desde el cultivo de la élite criolla
hasta el m anejo de la prim era versión histórica del “capital
fin an c iero ”, pasando p o r los m últiples m ecanism os d e o rg a
nización de la vida social, la consideración de su presencia
es indispensable p ara c o m p re n d e r el p rim e r esbozo de
m o d e rn id a d vivido p o r los pueblos del c o n tin e n te . I.os
padres jesuítas cultivaron las ciencias y desarrollaron m u
chas innovaciones técnicas, in tro d u jero n m étodos inéditos
de organización d e los procesos productivos y circulatorios.
Para com ienzos del siglo XVIII, sus especulaciones económ i
cas eran ya una pieza clave en la acum ulación y el flujo
del capital en Europa; para 110 hablar de A mérica, d o n d e
parecen h ab er sido com p letam en te d om inantes. Sin em bar
go. pese a q u e su intervención en las ciudades era de gran
im portancia, ella m ism a la consideraba com o u n m edio al
servicio de o tro fin; su fin central, q u e n o era p ro p iam en te
urb an o sino el d e la propaganda fule, cuya m irada estaba
puesta en las misiones. Se trataba de la evangelizado!» de los
indios, p e ro especialm ente de aquellos que n o habían pasa
do po r la experiencia de la conquista y la sujeción a la enco
m ienda, es decir, d e los indios que vivían en las selvas del
O rinoco, del Amazonas, del Paraguay. Su trabajo cilariino se
co n ceb ía a sí m ism o com o u n a actividad d e apoyo al proce*
72
so de expansión de la Iglesia sobre los m undos am ericanos
aú n vírgenes, incontam inados p o r la "m ala” m od ern id ad .
Tam bién en la historia d e la C om pañía de Jesús lo que
p red o m in a es un in tern o de recom posición. Se trata en ella
de u n proyecto de m ag n itu d p lan etaria d estin ad o a re
estructurar el m u n d o de la vida radical y exhaustivam ente,
desde su plano más bajo, p ro fu n d o y d eterm in a n te -d o n d e
el trabajo productivo y virtuoso transform a el cu erp o n a tu
ral, ex terio r e in terio r al individuo h u m a n o -, hasta sus estra
tos rciro d etcrm in an tcs más altos y elaborados -e l disfrute
lúdico, festivo v estético de las formas.
Es la desm esurad a p retcn sió n je su íta d e levantar una
m o d e rn id ad alternativa y co n cien te m en te p lan ead a, fren te
a la m o d e rn id a d esp o n tán e a y “ciega” del m ercad o cap ita
lista, lo que hace que, p ara m ediados del siglo x v m , la
C om pañía de* Jesús sea vista por el despotism o ilustrado
com o el principal en em igo a vencer. Así lo p lan teab a con
toda claridad el m arqués d e Pom bal, el fam oso p rim er
m inistro de Portugal, p ro m o to r de la transform ación d e la
eco n o m ía y de la política ibéricas, cuya influencia se ex ten
d e rá m ás alia d e la gestión d e Carlos III en España. I-a d e
rrota de la C om p añ ía d e Jesús, que q u e d a sellada con el
T ratad o de M adrid y la d estru cció n d e las R epúblicas G ua
raníes, y que lleva a su expulsión de los países católicos, a
su anulación p o r el pap a y a la pro h ib ició n d e to d a activi
d ad co n ec tad a con ella a fines del siglo XVIII, es la d erro ta
de u n a utopía; u n a d e rro ta que, vista d esd e el o tro lado, no
equivale más q u e a u n cap ítu lo en la historia del “in d eten i-
blc ascenso” de la m o d e rn id ad capitalista, d e la consolida
ción d e su m onolitism o.
Se trata en to n ces d e toda una historia, d e to d o u n ciclo
que tiene un principio y u n fin, que com ienza en 1545, en
las discusiones tcológit as y en las intrigas palaciegas d e Ti e n
to, v term ina e n 1775, en las privaciones y el escarnio d e las
m azm orras d e S an t’Angelo. Tal ve/, conviene subrayar quién
fue en verdad el co n trin can te q u e d erro tó al proyecto jesuí
ta de m odernización del m u n d o y cuál fue la razón d e su
triunfo. La u to p ía neocatólica se en fren tó nada m enos que
714
al proyecto espontáneo y sólidam ente realista de co n fig u rar
el m o d e rn o m u n d o de la vida a im agen y sem ejanza de la
acum ulación del capital. La presencia do Dios en el misticis
m o cotidiano y seglar que los jesuítas in ten tab an im p o n er en
la población, p o r más exacerbada que ella haya po d id o ser,
110 fue capaz de co n trarrestar el p o d er coh esio n ad o r y d in a
m izador de la sociedad que despliega la acum ulación de
capital, el d in e ro g en eran d o más din ero , cu an d o invade ese
“territorio ajeno a ella” (según Braudcl) que es la pro d u c
ción y el consum o de los bienes y los servicios. En el lugar
del capital, los jesuítas quisieron p o n e r a la ecclesia, a la
co m unidad h u m an a socializada en to rn o a la fe y la m oral
cristianas. En vísperas d e la revolución industrial que ya se
anunciaba, ella n o futí capaz d e vencerlo; resultó ser m ucho
m enos eficaz, que él com o gestora de la producción y el con
sum o adecuados del plusvalor. El atractivo do su sociedad
beatífica resultó m ucho más débil que el del paraíso que la
“sociedad abierta" p ro m etía com o una realidad q u e estuvie
ra a la vuelta de la esquina (com o lo m uestran los interesan
tes estudios recientes sobre el proceso de d escreim iento en
Francia e Inglaterra a lo largo del siglo XVill).
T enem os, así, dos historias de d iferen te o rd en e n las que
tienen lugar procesos cuyo propósito no sólo im plícito es
u n a reconstitución: en el caso del proyecto criollo, la re-crea-
ción de la civilización eu ro p ea en América; en el caso de la
C om pañía de Jesús, la re-construcción del m u n d o católico
para la época m oderna. H ab ría que insistir, tal vez, en el
h ech o de que, en la Am érica Latina, el fracaso de la C om
pañía d e Jesús es un hecho que tiene que ver directam en te
con el fracaso del proyecto pro p iam en te político o de éli
te de la sociedad criolla. Un fracaso que se da en conexión
m uy evidente con la política económ ica global del despotis
m o ilustrado, cu an d o la C orona piensa que, d e im perio sin
más, orgánicam ente integrado, España debe pasar a ser un
im perio “m o d e rn o ”, colonial, y p reten d e h acer de su cu er
po am ericano un cuerpo extraño, colonizado. Es im p o rtan
te te n e r e n cu en ta, sin em bargo, que, au n q u e losjesuitas fra
casan globalm ente y d esaparecen p rácticam en en te de la
74
historia a finales del siglo XVI11,8 el proyecto criollo sin
em bargo continúa, y lo hace ju sta m en te en ese proceso
-siem p re in acab ad o - que tiene lugar en la vida cotidiana de
la parte baja de la sociedad latinoam ericana, en el cual el
“criollism o” popular y su mestizaje cultural crean nuevas for
mas para el m u n d o de la vida, form as que no p ierd en su m a
triz civilizatoria europea.
II
75
clásica en su trabajo artístico. Si nos acercam os a la obra
escultórica d e Bernini podem os observar que su au to r tiene,
en verdad, un solo proyecto desde que com ienza sus traba
jos: es el in ten to de seguir h acien d o arte griego o rom ano,
de incluir su o b ra en el catálogo de la h eren cia clásica.
Com ienza sus trabajos im itando el arte helenístico, hacien
d o piezas que p u ed en confundirse p erfectam en te con las
q u e están siendo desenterradas del suelo de Roma, prove
nientes del arte griego. Sueña ser, in ten ta ser o hace com o si
fuera un escultor antiguo que estuviera todavía trabajando.
A rtista ubicado ya en el desencanto posrenacentista, se plan-
lea com o proyecto suyo n o seguir el canon clásico sino reh a
cerlo. no aprovecharlo sino revitalizarlo, p o n erlo nueva
m ente a fu n cio n ar com o en el m o m en to d e su fundación.
Su trabajo va a ten er siem pre este sentido, h acer piezas a un
tiem po nuevas y antiguas, pero el problem a form al al que se
en fren ta es radical: ¿cóm o rep etir la vitalidad form al en esas
piezas antiguas-nuevas que él produce?, ¿cóm o 110 hacer arte
m uerto, sim ples copias d e las piezas q u e ya existen?, ¿cómo
inventarse nuevas figuras, que n o existieron en to n ces pero
q u e pu d iero n h ab er existido? Es aq u í d o n d e aparece el com
po rtam ien to barroco al que hago referencia; un co m p o rta
m iento bastante com plejo p o rq u e lo q u e busca el artista
B ernini al h acer sus obras es, com o diría el m úsico Claudio
M onteverdi. “d esp erta r la pasión oculta en cada u n a d e las
form as", revivir el dram a del que ellas su rgieron: ir a la
fu en te de los cánones clásicos y e n c o n tra r su vitalidad para
seguir trab ajan d o identificado con ella. Sólo que en el ca
m ino de esta búsqueda del origen de la vitalidad d e los cán o
nes clásicos en la dram aticidad pagana, B ernini va a to
parse con otra com p letam en te diferen te: la dram aticidad
cristiana.
El gran problem a estético al que se e n fre n ta el Bernini
m ad u ro -h o m b re sum am ente religioso, en treg ad o a la fe,
ligado estrech am en te a los je su íta s- es, en verdad, el de
cóm o rep resen tar el único objeto que, en últim a instancia,
vale la p en a rep resen tar: la presencia d e Dios. Presencia
que n u n ca p u ed e ser directa, que sólo p u e d e ser atrap ad a
76
<*n sus elec ios, cu las experiencias místicas d e las que son
capaces los seres hum anos. Si lias algo que m ueve, q u e da
vitalidad al cu erp o y a los pliegues riel hábito de la beata
I.ndovica A lbertoni es el h echo de que ella está hacien d o la
experiencia de la presencia d e Dios: una presencia delega
d a en el rit tus, en el gesto corporal v en el m ovim iento ins
tan tán eam en te d eten id o de su agonía; delegada, com o lo
está tam bién, bajo la form a de- luz que posee el cu erp o m ís
tico d e santa Teresa, en el lam oso Exl/nis o Transverberenión
de la Capilla ( o rn a to . Dios es ii rep resen tab le en sí mism o,
d irectam en te, parece reco n o cer aq u í liernini: no hay cóm o
h acer una íigura que retrate v erd ad eram en te a Dios. Y él
p ro p o n e una vía para la conveniencia de rep resen tarlo
expresada po r el C oncilio de 'Tremo: m ostrarlo en la p e r
turbación que provoca su presencia m ística en el cu erp o
h u m an o y su en to rn o .
1 a lorm a de lo relatado en las dos historias que nos ocu
pan -e l m odo de la re< onstrucción criolla de lo eu ro p eo en
Am érica \ de la reconstrucción de la m o d ern id ad en térm i
nos m odernos y católicos p o r parte de la C om pañía de
J e s ú s- p u ed e conectarse con este m odo ejem plar de com
portam iento artístico en Kernini. Para ello es necesario acer
carse o tro poco al problem a d e la teología d e la C om pañía
de Jesús. Se trata de una teología sum am ente com pleja, con
tradictoria en sí misma, pues está en \ ías de dejar d e ser tal
y convenirse en filosofía. Es sabido que la ob ra de Luis de
M olina que está en los orígenes de todo este proceso, la C.ort-
amUa libni nrlñtrii enm graliae dunis..., que va a inlluit fuerte
m ente en la inm ensa y brillante obra de f rancisco Suárez así
com o en la de muc hos otros, es una teología que, después
de enconadas discusiones lúe rechazada com o teología ofi
cial de la Iglesia. Esto tiene su fu n d am en to y está ju stificad o
desde la perspectiva de la Iglesia, del papa y de Roma por
que lo que se intenta en ella es. en definitiva, nada m enos que
redelinii en qué consiste la presencia de Dios en el m u n d o
terrenal. El planteam iento ele- los teólogos jesuítas es sum a
m en te radical: golpea en el cen tro mism o del discurso
teológico de la Edad Media. Nada hay más híb rid o \ arnbi-
valente q u e el discurso teológico: es el discurso filosófico, el
discurso d e la razón volcada en co n tra d e toda verdad reve
lada, p ero com o discurso que está allí p ara ju stificar preci
sam ente u n a verdad revelada; el discurso de la no-revelación
puesto a fu n d am en tar la revelación. Este discurso tan pecu
liar es ju sta m en te el q u e com ienza a reconfigurarse en las
obras d e M olina, de Suárez, etcétera, m ediante un intento
d e reconstruir el co n cep to d e Dios. Es un in te n to que sólo
p u ed e cum plirse de la m an era en que es posible d e n tro de
u n a estru ctu ra totalitaria del discurso, m ediante estrategias
d e pensam iento sum am ente sutiles, sirviéndose d e recur
sos de argum entación m onstruosam ente elaborados. El n ú
cleo. y aquello en to rn o a lo cual se discute d e ida y vuelta,
es el de la distinción que hacen ellos en tre la gracia suficiente
d e Dios y la gracia eficaz. Es u n plantem iento q u e sólo se com
p re n d e a p artir de la polém ica del catolicism o con la Refor
ma; en el planteam iento de la Iglesia reform ada, la gracia de
Dios es suficiente para la salvación. Dios, arb itrariam en te,
con su om nipotencia, con su om nisciencia, con su voluntad
im penetrab le, decide quiénes h ab rán de salvarse y quiénes
110 . H ab rá incluso, en la versión do la d o ctrin a calvinista
p uritana, la idea de que los elegidos p o r Dios p ara salvarse,
los “santos visibles", p u ed en ser reconocidos incluso poi
m arcas exteriores grac ias a la capacidad de trabajo p ro d u c
tivo que ostentan. Esta idea d e que la gracia p ara la salvación
viene d irecta y exclusivam ente d e Dios, d e q ue, p o r lo tanto,
ya todo está d ecidido de an tem an o , de que los elegidos y los
co n denados han sido ya d eterm inados, esta ¡dea es la que
los teólogos jesuítas van a p o n er en cuestión. Ellos afirm a
rán, en cam bio, que hay, sin duda, la gracia suficiente de
Dios; que El se basta a sí mismo, para salvar o co n d en ar a cual
quiera; p ero añadirán que este bastarse a sí m ism o sólo p u e
de darse m ediante una intervención hum ana, que el libre
arbitrio d eb e estar ahí, en cada u n o de los individuos, para
que la gracia suficiente d e Dios se convierta en u n a gracia
eficaz, para que la salvación tenga lugar en definitiva. El tra
bajo de estos teólogos es su m am en te agudo y com plejo, pues
deb en insistir tanto en la om n ip o ten cia y la om nisciencia de
78
Dios ( orno en su infinita bondad. ¿Cóm o es |>osihle que el
C reador, q u e es a la p ar o m n ip o ten te \ bondadoso, perm ita
q u e sus criaturas se condenen? ¿D ónde q u ed a su bondad?
¿Cuál es la relación en tre la om n ip o ten cia y la om nisciencia
d e Dios v su infinita bondad? Es allí, entonces, d o n d e los
jesuítas intervienen con un com plejo aparato de arg u m en
tación que tiene que ver justam ente con la <orresp o n d en cia
en tre los diferentes m odos y grados del sabei om nisciente
de Dios y los m odos o grados de la existencia del m u n d o . Lo
q u e Dios sabe es lo que el m u n d o es. 1.a teología je su íta
plantea la idea de que hav tres m odos d e la om nisciencia de
Dios: un sabei "simple", un saber "libre" v un saber "m edio"
d e Dios. Al ii ma que. e n tre elftaKér sín ip lj d e Dios, q u e es el
sabei absoluto y total d e todas las posibilidades d e en te ima
ginables en el universo, y su'sabcr d e jo real; es decir, no sólo
d e eso posible sino de lo q u e realm ente existe, de lo q u e
habrá sido definitivam ente elegido para existir, que en tre
ese m u n d o posible y este m u n d o real - q u e son p o r supues
to proyecciones del saber sim ple \ el saber libre de Dios-, se
encuentra sin em bargo un m om ento interm edio, justam en
te aquél en el que esta realización de lo posible está en tran
ce de darse, en el que esa infinidad de posibilidades está
concretándose sólo en aquellas que realm ente se van a dar.
Se trata de un m om en to q u e corresponde a una "ciencia
media" de Dios, que "sabe" del m u n d o tío com o realizado
sino realizándose. l.as cosas" d e este m o m en to peculiar son
cosas "sabidas" o constituidas p o r un saber divino q u e sabe
del m o m en to de la elección, q u e sabe del libre arbitrio: son
cosas cuyo status ontológico se ubica en tre lo posible y lo
real. Son el referente al que coi responde este saber m edio o
esta ciem ia de la realización ele lo posible; son el cam po cic
la condic ion hum ana. I I arbitrio h um ano es el topos de la li
bertad Con buen olfato, el papado rechazó la teología jesuí
ta p o rq u e percibjió que llevaba al um bral de la herejía. Es
una teología que podía hacer saltar el aparato conceptual de
la teología cristiana. En prim er lugar, porque plantea una idea
d e Dios com o un Dios hac iéndose, es decir, com o u n Dios
creándose a sí m ism o, com o Dios en proceso de ser Dios, y
no com o un Dios que ya lo es. Se trata de una idea de Dios en
la que hay un fuci le sesgo m aniqueo. puesto que Dios sólo
es tal en la m edida en que vence, com o lu/.. a las tinieblas.
En segundo lugar -y éste es el p u n to v erd ad eram en te difí
cil- es una idea que encam ina a la herejía, al “pelagianis-
mo". a la equiparación de las virtudes de cualquiera con el
sacrificio d e Cristo, el hijo de Dios: lo es, p o rq u e afirm a que,
al estar haciéndose. Dios d ep en d e en alguna m edida d e su
propia creación, d ep en d e del ser h u m an o . Esta peculiar
inserción del ser h um ano y su libre albedrío com o una en ti
dad necesitada p o r Dios para que su <rea< ión funcione efec
tivam ente. este in ten to de conciliar o h acer que co n cu erd en
la om nipotencia de Dios y la dignidad h um ana, es el p u n to
d o n d e, efectivam ente, la d octrina teológica de los jesuítas
parece dirigida a revolut ionai toda la teología tradicional.
El com p o rtam ien to de los teólogos d e la C om pañía d e
Jesús se parece m ucho a lo que hace licrnini. Electivam en
te, lo que ellos quieren es reconstruir el co n cep to de Dios,
“rim odcrnarlo", p o n erlo al día. Al rehacerlo, sin em bargo,
lo m odifican, v lo hacen tan sustancialm ente, que el Dios
reco n stru id o va no coincide con el Dios de la teología
medieval, se parece poco a El. leñem os aq u í nuevam ente el
"mismo peí ipío berniniano: se pai te en busca d e una dram a-
ú< iclad religiosa antigua. \ la misma, al ser d esp ertad a, resul
ta q u e es otra, la dram aticidad de la experiencia de lo divi
no propia de la vida m oderna.
Si consideram os ah o ra el proceso de m esii/aje cultural
latinoam ericano a partir del siglo xvil. vamos a encontrar,
tam bién en él, un m odo de co m p o rtam ien to que es similar.
I.a palabra “mestizaje" evoca aq u í necesariam ente un proce
so de m ixtura, d e mezcla de formas culturales que se pare
cería á procesos conocidos p o r la quím ica o la biología: m ez
cla de sustancias, d e sus colores, por ejem plo, injertos de
una planta en otra, cruces de diferentes razas d e anim ales,
etcétera. El proceso de mestizaje cultural, sin em bargo, más
allá de estas resonancias fisicalistas u organicistas, al parecer
sólo se p u ed e tem ali/ar ad ecu ad am en te en una aproxim a
ción v un tratam iento de o rd en sem iótico.
80
C uando hablam os de u n a relación d e cu alq u ier tipo en tre
diferentes form as culturales n o podem os dejar de lado aq u e
llo en lo que Lévi-Strauss ha insistido tanto: la idea do que to
d o m u n d o cultural es u n m u n d o cerrad o en sí mism o, que
plantea com o condición de su vigencia la im penetrabilidad
de su código, de la subcodificación id e n tific a d o s del mis
mo. Cada código cultural sería así absolutista: tiende la red
de su simbolización elem ental, d e su pro d u cció n de sentido
y su inteligibilidad, sobre todos y cada u n o de los elem entos
q u e p u ed an presentarse al m u n d o de la percepción. Se
basta a sí mism o, y todo o tro proyecto o esquem a de m undo,
toda o tra subcodificación del código d e lo h u m a n o que p re
tenda com petir con él, le resulta p o r lo m enos incom patible,
si no es que incluso hostil. En este sentido co m pletam ente
abstracto no hab ría la posibilidad de u n diálogo e n tre las
culturas; las form as culturales ten d erían más bien a darse la
espalda las unas a las otras. En la historia concreta, sin
em bargo, la vida d e las culturas ha consistido siem pre en
procesos de im bricación, de en trecru zam ien to , de in tercam
bio de elem entos de los distintos subeódigos que m arcan sus
diferentes identidades. Procesos extrao rd in ario s y bruscos,
en tin sentido, cotidianos y pacientes, en otro, que son siem
p re conflictivos y “traum áticos”, resultantes de respuestas a
“situaciones lím ites”. Si hay historia de la cultura, es ju sta
m ente u n a historia de mestizajes. El mestizaje, la in terp en c1} ' * --*■
tración de códigos a los que las circunstancias obligan a aflo-' ?—
jar los nudos de su absolutism o, es el m odo de vida de la j
cultura. Paradójicam ente, sólo en la m ed id a en que u n a cul
tura se p o n e e n ju e g o , y su “iden tid ad ” se pone en peligro y
e n tra en cuestión sacando a la luz su contradicción intern a,
sólo en esa m edid a d efien d e sus posibilidades d e darle
form a al m undo, sólo en esa m ed id a despliega ad ecu ad a
m en te su propuesta de inteligibilidad.
Para term inar, cabe insistir en el h echo de que, si el p ro
ceso de mestizaje cultural en la A m erica Latina p u d o co m en
zar, fue precisam ente en virtud de la situación cultural espe
cialm ente conflictiva, m uchas veces desesperada, que le tocó
vivir ya en el siglo XVII -situ ació n muy parecida, p o r cierto,
81
a la que, esta vez a escala planetaria, agobia a la época en
q u e vivimos. H abía, poi un laclo, la crisis en la que estaba
sum ida la civilización d o m in an te, ibero-europea, después
del agotam iento del siglo XVI -e uanclo casi se había co rtad o
el circuito ele: iciroalim entación que la co n ectab a c o n el cen
tro m e tro p o litan o -; p ero había tam bién, p o r otro. Ja crisis
d e la civilización indígena: después de la catástrofe político-
religiosa q u e trajo p ara ella la C onquista, los restos de la
sociedad prchispánica no estaban en capacidad d e funcio
n a r nuevam ente com o el todo orgánico que habían sido en
el pasado. Y sin em bargo, au n q u e n in g u n a d e las dos podía
hacerlo sola o in d ep en d ien tem en te, am bas ex p erim en tab an
la im periosa necesidad de m antenerse al m enos poi encim a
de l grado cero de la civilización. Son los criollos de los estra
tos bajos, mestizos aindiados, am ulatados, los q ue, sin saber
lo, h arán lo que Bcrnini hizo con los c anones <lásie os; inten-
laián restau rar la civilización más viable, la d o m in an te, ja
eu ropea; intentarán d esp ertar y luego reproduc ir su vitali
dad original. Al hacerlo, al alim en tar el código eu ro p e o con
las ruinas del código prehispánico (y con los restos d e los
códigos africanos ele los esclavos traídos a la fuerza), son
ellos quienes p ro n to se verán construyendo algo eliíercnte
de lo q u e se* habían propuesto; se descubrirán p o n ie n d o en
pie una E uropa que n u n ca existió antes ele ellos, una E uro
pa diferen te, “latino-am ericana’’.
82
4. Clasicismo y barroco
lü clasicismo renacentista
83
realidad u n “intcr-tcxto", u n texto que habla p o r o tro texto
y a través de él. Pero esta afirm ación oBliga a u n a pregunta:
¿cuál es el m arco intertextual en que las form as p ro p iam en
te clásicas, grecorrom anas* se insertan y que es pro p iam en te
el que las refuncionaliza? A unque en m uchos aspectos el fe
n óm eno del Renacim iento se desdibuja cada vez más ante los
ojos de los historiadores actuales, n o p u ed e negarse de cual
quier m an era que, al m enos en las ciudades del n o rte de Ita
lia, en el quattrocento, la población más definidam ente burgue
sa desarrolló u n co n ju n to de com portam ientos, d e p rim era
im portancia para ella, que se sintetizaba en to rn o de una vo
luntad de co m p ren d erse idealizadam ente a sí misma a través
de una vuelta hacia ciertas formas de vida de “los antiguos”
y p o r tanto hacia los cánones “clásicos” que hab rían inspira
do esas formas.
T odo sucede com o si el ser h u m an o que se había form a
d o en el m u n d o medieval hubiese sen tid o d e re p e n te, bajo
el im pacto de la subordinación del principio circulatorio
m ercantil a la clave capitalista, bajo la acción del au m en to
de la productividad y la diversificación acelerada de los valo
res de uso, que la concreción d e su identidad colectiva e
individual - la misma que había deb id o esquem atizarse y
adaptarse p ara sobrevivir a la larga escuela del universalism o
cristiano y a la len ta práctica del igualitarism o abstracto de
la circulación m ercan til- le resultaba dem asiado p o b re y
estrecha, dem asiado pálida y repetitiva. C om o si hubiese
sentido la necesidad -s iq u e iria n a - de dotarse d e un nuevo
rostro, más definido, de u n a iden tid ad más d eterm in a d a y
más vital.
El M edioevo había in ten tad o con bastante éxito d estruir,
m ediatizar o al m enos neutralizar las señas de la identidad
co n creta “natu ral” d e los pueblos que p erten ecían o que lle
garon a hab itar el co n tin en te eu ro p eo (había com batido
incondicionalm ente, p o r ejem plo, los valores, las costum
bres, las técnicas, etcétera, d e los germ anos); había tratado
de hacer d e los individuos hum anos, dejados p o r la des
com posición de las com unidades arcaicas, m eras almas en
m ala h o ra corporizadas, sim ples m iem bros casi indiferen-
84
d ab les de una com unidad abstracta, m o d ern a avant la lettre,
la del “pueblo de l)ios”, p ero desjudaizado, dcs-idcnlificado,
viviendo, a través de la individuación abstracta de la juridici
dad rom ana, el dram a del pecado original, el castigo divino,
la redención m esiánica y la salvación final.
El hom bre que em erge de la historia medieval - q u e ha
h ech o la experiencia del fracaso di* la esperanza m ilenaria
en que el sacrificio del valor de uso terrenal h ab ría d e ser
com pensado con creces p o r el advenim iento del “valor de
uso" p arad isíaco - necesita p rim eram en te e n c o n tra r una
im agen para toda la proliferación de nuevos usos y valores
de uso del cu erp o y d e las cosas; proliferación q ue, en p rin
cipio o en d o c trin a "im p o sib le”, com ien za a p o b la r el
m u n d o de la vida y a prevalecer en él. Es una necesidad . •
práctica, una condición de la existencia q u e deb e “seguir
viviendo después del m ilenio” y que, en vez d e acabarse
e n tre guerras, ham brunas y pestes, continúa, se transform a
\ enriquece. Iras la experiencia del m u n d o medieval, lo q u e v ,, , .
hace falta con urgencia es una renovación o una innovación
fie la mediación imaginaria, sin la cual la inteligibilidad prác
tica del m u n d o de la vida resulta efectivam ente inasible.
En la Edad M edia organizada p o r el cristianism o, el cuer-
po y. sus usos, que sólo eran inteligibles en calidad de “cárcel
del alm a”, debían ser p o r ello castigados, dism inuidos, debi
litados; dejados en p u ro esqueleto o estructura. Se trataba
de un cu erp o cuyo uso, reducido al m ínim o, sólo podía
te n e r que ver con cosas de un valor d e uso lo mas abstracto,
posible, dotado d e una concreción ten d ien te al grado cero.
Es p o r ello que el recurso de los prim eros hom bres m oder- ,
nos a los cánones del m u n d o clásico es más que com prensi
ble; era casi inevitable, d ad o que el recu erd o y la tentación
que em anaban de ese m u n d o y de su riqueza -reco n o cib le a
un tiem po com o p ro p ia y com o exótica (com o la o rie n ta l)-
n u n ca habían desaparecido del todo.
P o r esta razón p u ed e decirse que el clasicismo ren acen
tista e§, más que u n a cita, un Ínter-texto: un texto subordi
nado que, in teg rad o y transform ado p o r el texto d o m in an
te, dice lo que éste n o está en capacidad de decir. Al no
85
p o seer una iden tid ad diseñada p ara la proliferac ión cualita
tiva del valor de uso ni set posible* el recurso a las id en tid a
des arcaicas, se invoca la figura de los antiguos p ara identi
ficarse con ella en calidad de m a íz o sucedáneo paradójico
de* o tra aún no conocida, apenas prefig u rad a p o r el deseo,
necesitada pero ausente: es una estrategia práctica de cons
trucción d e u n a identidad artificial m ed ian te el paso.a través
de una mimesis, con intención autoeducativa. de la id en ti
dad clásica, 'lal ve/ en esta "artíffc ialidad se en cu e n tre lo más
interesan te -ya que no insólito en la historia de la cu ltu ra -
del fenóm eno ren ac en tista.
En m ucho, el clasicismo renacentista \ive clel conflicto
que se esconde bajo la coincide ncia e n tre la reform ulación
hum anista de la teología cristian a-su recen tram ien to del mi
to judeo-crisiiano. que retira el énfasis narrativo del pasaje
en q u e la carn e es sacrificada (la C rucifixión) y lo traslada a
aquél en q u e el verbo divino se* hace carn e (la A nuncia
ción )-, poi un lado, y la esencia "hum anista” d e la m itología
grecolaiina, p o r otro. Aquello que hay que representar, el
cu erp o d r san Sebastián, p o r ejem plo, o bien rebasa o bien
no alcanza a llenar el m odelo ofrecido p o r los distintos A po
los antiguos, q u e d eb e servir para su representación. La dis
tancia en tre el m ito que* se p rete n d e rep resen tar (sobre todo
el Nuevo Testam ento) y la form a artísticax o n que se quie re
h a c e r (trabajada a p artir de una m itología co m pletam ente
h etero g én ea) es enorm e. Además. c*l p ro b lem a q u e implica
vencen esa distancia -;c ó m o ad ecu ar las form as antiguas a
las nuevas sustanc ias?- revela ser no sólo de- ida sino tam bién
de vuelta. Las form as antiguas no se adecúan a las sustancias
nuevas si éstas, a su vez, ño hacen tam bién el esfuerzo de
“acom odarse" a ellas: esfuerzo que, dado lo intocable del mi
to judeo-cristiano, sólo p u ed e moverse d e n tro de- lím ites
relativam ente estrechos.
En su c alidad de* texto su b o rdinado, las form as clásicas no
podían ser tratadas p o r el clasicismo re n a c e n tista con inm e
diatez o ‘‘ingcnuidad";.un cierto disiauciam ienio in teresad o
exploraba en ellas la posibilidad de que dijeran una cosa
diferente de* aquello p ara lo que habían sido creadas. Expío-
ración que, después de más d e u n siglo de propuestas esté
ticas, cada u n a más fascínam e que la Otra, term inaría al íin
poi agotarse: ;q u é exp erim en to nuevo y radical con la ver
satilidad d e los cánones clásicos podía p ro p o n erse nadie
después de todos aquellos que culm inaron en la o b ra do
Miguel Angel? De la fatiga de esta exploración estética resul
taron entonces los m ovim ientos artísticos conocidos com o
pos re nacen listas.
El clasicismo barroco
87
pero que en últim a instancia les sería in h eren te, sino a con
vertirlas en el vehículo (le unos cánones estéticos com pleta
m ente nuevos, apenas vislum brados, p ero in d u d ab lem en te
incom patibles con ellas.
U na solución com pletam ente d iferen te a la crisis del cla
sicismo renacentista es la barroca. Su pro p u esta consiste en
“sacudir" las form as -la s p ro p o rcio n es clásicas aceptadas
com o p erfectas- para d esp ertar así la vida que dorm ita o es
tá congelada en ellas. De lo que se trata en esta propuesta es
de d esp ertar la voluntad de Jornia que d ecan tó o cristalizó en
calidad de canon clásico. Tnua de h u n d irse en el principio
de necesidad d e las form as antiguas, en lugar de buscar,
com o el m anierism o, el principio d e su sustitución. Hay una
pasión válida en cada palabra cotidiana, natural, “clásica",
pero está d o rm id a y el arte del canto es el q u e sabe desper
tarla (C laudio M onteverdi), el que hace que su sentido m a
nifiesto gire vertiginosam ente, hasta volverse translúcido y
dejar visible el sentido esencial. Ciros en espiral y reverbera
ciones, choques de contrarios y paradojas, exageraciones y
efectismos, reiteraciones y variaciones, p erm utaciones y tra-
vesiismos: enrevesam ientos de todo tipo que, ju g u e to n a
m ente y a la vez desesperados, buscan ten er un fu n d am en to
en la vitalidad antigua y se ciegan ante el descubrim iento de
q u e ésta a su vez d ep en d e de su p ro p io em p eñ o , descansa en
un a contingencia.
Por esta razón, el ornam entalism o del arte b arro co está
muy lejos de s e r-c o m o lo rep iten m uchas de las in terp reta
ciones folclorizadoras d e una cierta iden tid ad latinoam eri
c a n a - un m ero regodeo ostentoso en el gasto im productivo
de la “parte m aldita" de la riqueza. La voluntad a la q u e res
ponde es co m p letam en te diferente: de lo q u e se trata, en él,
es de provocar una proliferación de subform as parasitarias
que, al ro d ear a u n a determ in ad a form a y revolotear en
to rn o a ella, la som eten a un ju e g o de reflejos m ultiplicados
q u e la poten cian virtualm cnie, la obligan a d a r más de sí, a
en c o n tra r la fidelidad a su designio pro fu n d o . El o rn am e n
talismo, la exuberancia de los subproductos, no es u n recu r
so escéptico y hedonista a lo fácil y accesorio, sino u n a tácti-
88
ca de persecución y huida d e lo esencial, a la vez deseado y
tem ido.
En el arle barroco hay u n a gran fidelidad, una confianza
incondicional, desam parada, en los cánones clásicos, una
necesidad de conciliar la voluntad d e form a que d ecan tó en
ellos con la situación m oderna, que parecería haberla vuel
to im posible. In genu a desde el anarquism o de la perspecti
va m anierista -q u e no parece creer que tal conciliación sea
deseable siquiera-, esta posición será sin em bargo la que
p red o m in e en la sociedad y la historia. Es más constructiva,
responde a los requerim ientos de un cilios práctico, de u n a es
trategia de supervivencia. 1Iay que insistir sin em bargo en que,
no sólo en una época o en u n a sociedad sino tam bién en
u n a mism a biografía, lo barroco no se deja sep arar nítida
m en te de lo m anierista; u n o y o tro están siem pre asociados,
provocándose m utuam en te y com batiéndose.
La modernidad ds lo barroco
89
un p u ro proceso d e donación d e form a: com o un proceso
de iranslot rnación de la vida material en fuerza productiva, de
conform ació n erótica de la sexualidad, d e organización
social de la convivencia gregaria; es, en efecto, personiíica-
d o ra del yo, gestiíicadoia del m ovim iento corporal, em ati
zadora del proceso d e pensar, etcétera. Procesos de confor
m ación o configuración pu ed en en co n trarse lo m isino en la
actividad que persigue la belleza que en las que persiguen
la utilidad, la b o n d ad o la verdad. En tan to q u e cosas for
m adas, los elem entos artísticos del m u n d o ele* la vida se
hallan inm ediatam ente em p aren tad o s lo mism o con los ele
m entos más pragm áticos q u e con los elem entos más g ratu i
tos del mismo. Por esta lazón, para nosotros, siguiendo ya
una tradición, el calilicativo d e “b arro co ”, que se refiere ori
g inalm en te a un m odo artístico de co n fig u rar u n m aterial,
p u ed e m u\ bien extenderse com o calificativo d e iodo un
provecto de consti tu ción del m u n d o de la vida social, justa
m en te en lo q u e tal construcción tiene d e actividad confor-
m adora y co níiguradora.
Dos lógicas contradi« lorias en tre sí rigen la construcción
del m o d ern o m u n d o d e la vida: la lógica d e la form a con
creta o “n atu ral” del proceso d e p ro d u c c ió n /c o n su m o de la
riqueza social, en un nivel, y la lógica de la valorización del
valor, en otro. Esta contradicción, en sí mism a insoportable,
constituye el hecho capitalista p o r excclenc ia. Es lí en te a este
jactum irrebasablc que ve despliega, d e m an era espontánea,
un co m p o itam ien io social d e term inado, el ethos barroco. El
etilos barroco es en realidad una de las versiones del ethos
m o d ern o , que es en sí m isino cuádruple, l.as otras tres ver
siones son la realista, la rom ántica y la clásica.
Para el cilios realista, la lorm a capitalista es la única m ane
ra posible d e llevar a cabo las m etas concretas o naturales del
proceso de p ro d u cció n /co n su m o ; en trañ a una actitud in
condicional y m iliianiem cnte afirm ativa tren te a la configu
ración de la actividad h u m an a com o acum ulación d e capital;
la ve com o algo positivo y d eseable, y considera ilusoria toda
percepción de lo contrario. El ethos c lásico, p o r .su parte, no
b o rra, com o el anterior, la contradicción del h ech o capiia-
90
lisia: la distingue claram ente, p ero la hace vivir com o algo
ciado c inm odificable, respecto de lo cual la actitud m ilitan
te no tiene cabida ni en pro ni en contra. Para v\\?thos ro
m ántico.) en cam bio, el h echo capitalista ha d e vivirse en su
contradi« toriedad, p ero de tal m anera que hacerlo sea en sí
mism o una solución de la misma en sentido positivo o favo
rable para la form a “natu ral” o de “valor de uso” del m undo
de la vida: identificada con esta últim a, la abstrae hasta tal
pun to com o puro “clan vital", que incluso la propia form a
capitalista, que la reprim e, se le presenta com o una m eta
morfosis ele la misma, com o un episodio g enu in o de su acon
tecer histórico. Tam bién en e l[eihos barroTo,se en cu e n tra una
afirm ación incondicional de la form a ‘natural" de la vida
social; pero en él. p o r el contrario, tal afirm ación tiene lugar
d e n tro del propio sacrificio de esa forma “natural": la positi
vidad -e l valor ele uso- se da a través de la negatividad -la
valorización del valor económ ico.
1.a idea que Bataille ten ía del erotism o, cu an d o decía q u e
es la “aprobación" de la vicia aun d en tro de la m uerte, puede-
ser trasladada, sin exceso de violencia (o tal vez, incluso, con
toda p ro p ied ad ), a la definición del cthos barroco. Es b arro
ca la m anera de ser m o d ern o que perm ite vivir la destruc
ción de lo cualitativo, p roducida p o r el producúvism o capi
talista, al convertirla en el acceso a la creación d e otra
dim ensión, retad o ram en te im aginaria, de lo cualitativo. El
ethos b arro co no borra, com o lo hace el realista, la c o n tra
dicción propia del m u n d o de la vida en la m o d ern id ad capi
talista. y tam poco la niega, com o lo hace el rom ántico; la
reconoce com o inevitable, a la m anera del clásico, p e ro , a
diferencia de éste, se resiste a aceptarla.
I.o barroco
91
dm o d o n ad o i de form a. En cu an to al estilo q u e corres-
Ixiiide a esta vo luntad d e Corma enrevesada, la b arro ca, es
< la io que no p u ed e ser u n o solo. Las m aneras o estilos del
( om poi (am iento fo rm ad o r de los artistas b arrocos siguen
n'w titas muy distintas, adap tad as a m ateriales y circu n stan
cias muy variados, q u e no dejan d e ser sin em b arg o dife
ren tes m aneras d e p o n e r en práctica u n a m ism a estrategia.
De los m uchos estilos personales barrocos, los pocos que
lo g raro n conven cer e im p o n erse son ya m uy num erosos.
B ernini n o so p o rta a B orrom ini, Pozzo n o co n o ce a Velaz
q uez, los m úsicos d e Ñ apóles y M adrid juegan d e d ife re n te
m an era el m ism o ju e g o m usical q u e los de B olonia y V ene
cia... Solo u n a interv en ció n clasiíicatoria n o p o r necesaria
m enos tosca -re g id a p o r criterios im placables q u e o p o n e n ,
poi ejem plo, lo co n cep tu al a lo sensual, lo estru ctu ral a lo
o rn am e n tal, lo p ro fan o a lo religioso, lo revolucionario a
lo react io n a rio - p u ed e p o n ern o s e n tre las m anos un solo
estilo barroco: el b arro co te m p ra n o (fren te al ta rd ío ), el
b arro co m usical (fren te al literario y al plástico), el b arro
co m eridional -c o n su variante a m e ric a n a - (fren te al sep
te n trio n a l), etcétera.
El clasicismo renacentista resp o n d ía a Ja necesidad de los
prim eros hom bres m odernos, los d e las ciudades del n o rte
italiano v de otras partes d e Europa, de inventar una figura
concreta p ara el nuevo m u n d o de la vida que había co m en
zado a construirse len tam en te al am p aro del universalism o
cristiano y fiel sacrificio q u e éste traía consigo d e las figuras
concretas particulares del m u n d o antiguo: g reco rro m an o ,
sem ítico y germ an o . Lo clásico era u n a selección d e form as
ideales antiguas q u e en trab an e n sustitución transitoria de
otras, paradójicam ente inexistentes p ero indispensables, cu
ya gestación ellas debían ayudar y guiar. Lo artificial, selecti
vo y transitorio d e este universalism o de concreción dasicis-
ta se hizo sentir p ro n to . En el últim o periodo del pro p io
Miguel Angel, la inspiración renacentista se en co n trab a ya
fatigada. 1.a crisis del R enacim iento >'su elección dasicista
venía de la revelai ión práctica d e su universalismo com o ilu-
Sl»l 10 .
‘I'J
F.l manierismo v el barraco pueden s e r comprendidos co m o
dos ¡m em os paralelos de plumear val mismo tiempo resol
ver la crisis ele la afii m arión clasicista de la modernidad d e n
tro del arte, es decir, d entro de la actividad que da form a a
un m aterial con el fin de c r e a r oportunidades para la ex p e
riencia estética. Entendida así. ja propuesta propiam ente
b a rroca consiste en re-vitali/ar los cánones clásicos (pensan
do “c a n o n ” com o lo hacía Kani. es decir, no como sim ple
n o n n a consagrada que sirve de instrumento u organon",
<ino com o principio generador de formas) mediante un
proceso am bivalente en el que el despertarte vitalidad crista
lizada en ellos llega a confundirse con el otorgarla una vida
nueva. (La propuesta manierísta, en cambio, con la que
com p arte el im pulso v ciertos gestos básicos, se sirve de las
form as clásicas com o único medio disponible para introducir
cánones nuevos, ajenos a ellas.)
El barroco com o voluntad de forma artística implica el
reconocim iento de que las proporciones clásicas del m u n d o
antiguo fueron calculadas a partir de una particular dramali-
zación del h ech o fundam ental en el que el ser humano se
abre al m u n d o al mismo tiempo en que lo instituye, la dra-
m aüzación propia del m undo griego y latino. Partiendo ele
este reconocim iento implícito, la propuesta barroca consis
te en em p lear el código de- las formas antiguas dentro de un
juego tan inusitado pat a ellas, que las obliga a ir más allá de
sí mismas; es decir, consiste en resemiotizarlo desde el plano
de un uso o “habla" que lo desquicia sin anularlo.
Tal vez es M onteverdi quien mejor expuso el programa d e
lo q u e p o d ría llamarse el niivi básico del estilo barroco: se
trata -d ic e —de lograr en la pronunciación de las palabras el
gesto capaz de “de sp ertar la pasión que está dormida” en
ellas, de en c o n tra r el dram a escondido en el sigmiicadu di
un texto. Lo que in ten ta el artista barroco e< uinvertir er.
experiencia vivida la experiencia vital cristalizada cr. - I uni
verso ele las proporciones clásicas que había sidi :n\ -u | (
p o r el Renacim iento. Q uisiera descongelar sus cáivcio. des
p e rta r el dram a que dorm ita en el orden de las pn -poR io
nes clásicas. De lo que se* trata para él, en primer luuar. e- ríe
93
buscar y en c o n tra r el conflicto que se esconde e n la perfec
ción de su m esura.
Los desfiguro* a los que se ve obligado el ideal de las pro
porciones clásicas en m anos del Spagnoletto y su Teísm o ibé
rico", p o r ejem plo, lo p o n en en cuestión, pero -c o m o diría
el co n d e S alina- no para rechazarlo sino p ara reafirm arlo.
A golado el program a renacentista, en el que lo clásico debía
ap o rtar una verklarung, una transfiguración idealizadora d e la
realidad, Ribera, com o Velázquez, em p ren d ió la aventuia de
p in tar "la vida mism a”, de ir directam ente al m odelo del que
se suponía que lo clásico es la quintaesencia, y en co n tró
que onde m ejor coincidían o se encontraban la vida y lo clá
sico era justam ente en la representación d e la realidad a
través de lo con trah ech o y esperpentico o a través d e una
representación que llevase en sí misma su propia negación.
El col o i (lo dinám ico) rebasando el dibujo (lo estático); lo
p ro fu n d o d e la representación invadiendo su superficie;
lo no represen tad o haciéndose presente com o inq u ietu d
de lo re-presentado; el todo de la representación refuncio-
nalizando las partes; lo indistinto desdibujando lo diferen
ciado: estas cinco características, q u e Wolfflin destaca en lo
barroco il com pararlo con lo renacentista, son todas ellas
respuestas a la necesidad d e poner a /nueba las fot mas clási-
<as, de explorarlos extremos en tre los que se desenvuelve su ca
pacidad de d ar cu en ta de una sustancia h u m an a que era a la
vez idéntica a la antigua y radicalm ente d iferen te de ella. La
ornamentación musical de Corelli reglam enta la búsqueda de
una intensa fibrilación y reverberación en que la arm o n ía resul
ta de contraposiciones y contrastes ap aren tem en te insalva
bles, en que los en cu en tro s sólo se dan en los descuellen-
tros.
L1 segundo nivel del estilo barroco, el q u e lo com pleta, es
aquél en el que la puesta a p ru eb a del canon clásico se ( on-
vierte im perceptiblem ente en una reconstitución del mismo;
en el que la sobrexigencia ejercida sobre el código d e las for
mas occidentales desem boca en una re-semiotización del
mismo. Es el nivel q u e se percibe en la experiencia vertigi
nosa de la razón que para al ii m arse com o tal tiene que pasar
94
I.i prueba de la auionegación; la experiencia del especiad«>i
de Las Meninas que para p o d er m irar ad ecu ad am en te el c ua-
d ro debe pasar a form ar parle de lo q u e se m ira en él.
La diferencia e n tre el estilo b arro co d e los países sc/ften-
hionales v el de los meridionales d ep en d e sin d u d a del grado
muy diferente en <|iie el rlhos barroco p red o m in a sobre los
•uros ethe m odernos, <»se subordina a ellos, en las vidas socia
les respectivas. lY ro n o hay <|ue olvidai «|ue m u ch o de lo ca-
i acierístico del bai roco mei idional se deb e al hech o de. <|ue
- d e m anera bástante parecida a lo «|iie atonte« ió con el rea-
lism o en el m u n d o c o n te m p o rá n e o o rg an iz ad o p o r el
"socialismo l eal"- l ite algo así com o el estilo o/idal de la Igle
sia Católica después del Concilio «le T ien to , un elem en to
clave «I«1 la ¡tropaganda Jid/’<\c la C om pañía de Jesús y su p ro
vecto di* renovación del catolicismo y de m odernización
católica <!«• la sociedad. Parece sei que lo «|tie atrae a los
jesuítas «'íi el estilo barroco es su capacidad «le provocar
experiencias radieah n en te ambivale n tes, estados d e vértigo
en situaciones en que los contrarios se in terp en etran , se
< unJm iden o se m e /d a n . Lo cierlo «'s que las obras barrocas
ofrecen para ellos.la posibilidad. m aravillosam ente “útil", no
sólo de representar sino de escenificar v.1 con tac lo o la u nión,
<-n un solo coiilinuum, «le la dim ensión terrenal y la d im en
sión celestial, «leí m undo hum ano \ el m u n d o divino, de la lu
m inosidad y las tinieblas, d e la virtud y el pecado, d e la vida
v la m uerte. Caulli decora la bóveda del Ccstt en Roma, el
tem plo que servirá d e m odelo para casi todos los dem ás «le
la C om pañía, con un Triunfo del nombre de Jesús (m onopoli
zado poi ellos después de duras batallas con las otras orde-
nes religiosas) que fascina «!«■ tal m anera al feligrés, «jue lo
lleva a un no saber misiito: ¿es el m u n d o terrenal el que
asciende a la dim ensión de lo divino o es el m u n d o celi *iial
«rl q u e desciende a la dim ensión hum ana? 11 segundo nivel
del estilo barroco perm ite a una dram aticidad decid id a
m e n te cristiano-católica que, en el a< to mism o d e «ie-:
la-dram aiicidad de los cánones que el Renacim ientr • u ••
prestados «leí m u n d o antiguo, los rclnncionalicc «i; .i
a su propio sentido?
Roma \ lo barroco
06
<<• que va a florecer allí; en Roma se ent ucntran siem pie, a
lo largo de los siglos, las ruinas antiguas que dom inan e n el
paisaje u rb an o ejerciendo un influjo muy peculiar sobre sus
habitantes.
En gran m edida fuero n las ruinas las que prom ovieron el
barroquism o de Roma. A unque eran un peso y u n estorbo
para la rem odelación m o d ern a de la ciudad en el siglo XVII,
eran sin em bargo indispensables. Las ruinas daban resguar
do y protección a los miserables, m ientras éstos las cuidaban
\ reutilizaban. I .o barroco está en que, para sobrevivir cu ellas,
sus h ab itan tes d eb iero n m im etizarse y co n fu n d irse con
ellas. ¿Q uién era de quién? ¿Las ruinas de ellos o ellos d e las
ruinas?
El trato que Bernini da a los restos -ru in a s o n o - d e la
an tigüedad es típicam ente rom ano y típicam ente barroco.
El respeto q u e siente p o r la ob ra clásica es tan exagerado,
q u e no se co n ten ta solam ente con restau rar o co m p letar
ejem plares de ella ya existentes (d añ ad o s o incom pletos),
sino que le cede sus propios productos (su Cabra AmaUhea,
su Apolo y Dajnc) en calidad de partes de ella, no existentes
de h ech o pero posibles, que vendrían a com pletarla o a
prolongarla en el presente. El cam ino cada vez más desdi
bujado y difícil que dice co n d u cir a la reviiali/ación del
can o n antiguo lleva im p ercep tib lem en te a B ernini a d a r un
"salto cualitativo", a sustituir la fu en te misma d e la vitalidad
formal.
E ntre otras cosas, en el siglo XVII, Roma era tam bién el pa
pado, el locus mysticus p o r excelencia: el sitio p o r el que pasa
ba n ecesariam ente el n ex o m etoním ico e n tre Dios y m i p u e
blo, la relación de in terio rid ad o co p erten en cia sustancial
e n tre el cielo y la tierra. Sede que volvía en tonces p o r su
dig n id ad p erd id a gracias al ím p etu y Ja estrategia restau ra
dores que pusieron en ello la Sociedad d e Jesús o el L.tii li
rism o ibérico organizado p o r los seguidores d e I^nai ; > i:
Loyola.
La C om pañía d e Jesús in ten ta reconstruir el m ui . ía
vida de acu erd o con un proyecto a la vez modere,
co. In ten ta hacer d e los individuos sociales lo q iu «v ,< ■
'.)7
ellos la ineludible potenciación cuantitativa y cualitativa de
ía piodiu <ion y el consum o d e los valores d e uso; convertir
l o s c u hom bres "que ganan el m u n d o ”. P ero su in ten to se
basa en una hipótesis q u e afirm a que, en ciertas circu nstan-
( i;is v de cierto m odo, "ganar el m undo" no sólo 110 im plica
p e rd e r el alma", sino incluso “ganarla". C ircunstancias y
m odo de tal coincidencia en tre las m etas celestiales y las
m undanas que n o p u ed en ser otros que los q u e provienen
de u n a repetición y u n a conexión de la acción individual y coti
diana con la acción mística p o r excelencia, es dc< ir, la que
está siendo ejecutada p o r el p ap ad o ro m an o y su afirm ación
v expansión de la ecclesia cristiana. La estrategia je su íta está
dirigida cen tralm en te a una vivilicación d e la existencia
secular y cotidiana d e los individuos m ediante su organiza
ción en torn o a una especial experiencia mística colectiva.
Para el Bernini posterior a la crisis que sufre su nom bre
cu an d o el m ecenazgo papal pasa de sus amigos, los Barberi-
ni. a los distantes Pamíili, la nueva fuente d e vitalidad q u e el
catolicism o restaurado p u ed e ofrecer a los cánones clásicos
no p u ed e ser o tra que la de esa experiencia mística; ella
debe ser el sustento d e todo el sentido del m u n d o . Expe
riencia m ística que el en tien d e a la m anera sensualista, m eri
d io n al, co m o algo q u e aco n tece p o r posesión co rp o ral
(m etoním ica) -y n o a la m anera septentrional, p o r visión
intelec mal (m etafórica).
l ’na convicción ele la m adurez d e B ernini parece ser la
de q u e el único Dios que el artista p u e d e rep resen tar es
aquel que se m anifiesta en la experiencia h u m an a d e la con
tinuidad e n tre este m u n d o y el otro; experiencia que sería
ir represen table cuando es propia, p o rq u e 110 es vista sino
vivida, pero que p u ed e ser representada cu an d o es de otros,
porque ento n ces sí es visible, au n q u e sólo sea en sus efectos.
Extasis (Santa ¡cresa), agonías (Beata I.udovica), tránsitos (San
l'rancisco), revelaciones (La verdad) son los motivos a los que
su obra se dedica con m ayor d eten im ien to y p enetración.
M om entos místicos, de mezcla, de am bivalencia, que inva
den iodo el m u n d o de la representación artística. Seres
am bivalentes: los ángeles del p u en te S an t’Angelo ap o rta n la
solución cristiana d e B ernini al m isterio del Hermafrod)
/« griego que había “rim o d ern ato ” en s u juventud. No son
asexuados, p ero tam poco yuxtaponen solam ente los dos
sexos; son más bien seres am biguos que hacen visible la in
distinción e n tre lo terrenal y lo celestial, pues en ellos la con
tradicción en tre lo fem enino y lo masculino está en trance
d e superarse.
Si el a rte trae al te rre n o d e la cotidianidad pragmática la
plenitud im aginaria del m u n d o de la vida -aquella que vivi
m o s cuando el trance festivo o d e culto nos traslada a la
dim ensión de lo im aginario-, el a rte religioso posrenacen
tista hace que esta experiencia propiam ente estética regrese
a la cerem onia festiva o de culto y contribuya a su realiza
ción. M ucho de la m arcada estetización del m undo d e la
vida q u e se observa actualm ente en las sociedades “latinas"
-la plaza pública, p o r ejem plo, de estirpe barroca, provoca
la dram atización de la vida cotidiana (quien pasa por ella
cruza líneas de fuerza q u e rem iten a un scripl que existió
alguna vez o que p u ed e com enzar a existir en cualquier
m o m e n to )- parece provenir de la época en que esa esteti-
zación estuvo al servicio de la ritualización d e ese m undo.
La experiencia estética d eb e ser, según el decreto triden-
tino de 1563, un re c u rso que ayude a la experiencia mística
secular; debe m ostrar cóm o en el rito, de m anera ejemplar,
la divinidad “p u e d e ser captada p o r los ojos del cuerpo y
ex p resad a en colores y fig u ras”. L1 recin to del tem plo
barroco debe ser el lugar del com bate entre la luz. y las tinie
blas, com o repetició n ritual d e la lu ch a e n tre el bien y el
m al, e n tre Dios y el Diablo. En la Capilla C ornaro de Ber
nini (Roma, S anta M aría de la V ictoria) puede festejarse
u n o d e los episodios d e esa lucha en los que la claridad
triu n fa sobre las som bras. Se trata d e u n escenario sacra
m ental que necesita llenarse de una atm ósfera ritual om nia-
barcan te -h e c h a de actos, discursos, músicas, gestos, movi
m ientos, p in tu ras, vestidos, p erfu m es—, aco rd e con una
e n tre g a enfática d e los p articipantes a la fe en la palabra
reveladora del sen tid o de lo real. La o b ra fie arte, au n q u e
au tó n o m a, está diseñada para que su disfrute en i u an t >tal.
W
com o ocasión de una ex p erien cia estética, d eb a p asar p o r la
participación en u n acto religioso. El g ru p o escultórico que
rep resen ta la iransverberación del am o r divino en el cu er
po de santa Teresa h ech o cuya intensidad p arece ro m p er
en dos el frente clásico del altar d o n d e aco n tece y ab rirlo
p ara hacerse visible a la capilla y la n av e- se en cu e n tra en el
ce n tro de la atención. Lo único q u e falta p ara q u e la o b ra
esté realm en te allí es esa aten ció n , la disponibilidad d e la
percepción. La mism a que, sin em bargo, sólo p u e d e darse
com o respuesta a u n reto: q u e q u ien observe la o b ra se co n
vierta en creyente.
100
5. La actitud barroca en el discurso filosófico
m oderno
101
I
mismos del discurso filosófico; in ten to que, de u n a m anera
o de otra, tenía que pasar p o r u n a revisión de la tradición
filosófica, en especial de aquella original, la de la G recia
antigua. Se trataba, sin em bargo, de un recurso a los o ríg e
nes que 110 podía hacerse d e m an era directa; que debía atra
vesar p o r una crítica d e la instancia adm inistradora de esa
tradición: la filosofía teológica y su form ulación más acaba
da, la escolástica medieval.
Vista com o un fen ó m en o de la historia de la cultura y
valorada de ac uerdo a la función que cum plió en ella, la filo
sofía teológica d e la Edad M edia aparece com o u n o de los
principales factores del surgim iento de un nuevo con ju n to
“clásico” de cánones discursivos, el de la cultura p ro p iam en
te europea. E jecutora de la necesidad de unlversalizar el tex
to m ítico judco-cristiano, el de los dos Testam entos de la
Biblia -te x to que p o r definición estaba atado a las singulari
dades de u n a lengua y una cultura n aturales-, fue sin d u d a
u n a construcción autoritaria. Fom entaba, desde su altura
esotérica, el ejercicio libre ele la razón individual, pero al
m ism o tiem po guiaba a ésta para que en co n trara p o r sí mis
ma los lím ites irrebasables de su acción; fue así una especie
de lecho p ro tecto r bajo el que se gestó len tam en te todo un
m odo peculiar de usar la razón, toda una nueva discursivi-
dacl; aquella que, m odernizada de una cierta m anera, habría
de ser más tarde uno de los secretos de la europeización
indetenib le del m undo.
M irada en sí misma, en cam bio, la filosofía teológica se
p resen ta com o u ñ a creación sum am ente frágil e inconsis
tente. Si algo la caracteriza en su constitución es el in ten to
de llevar a cabo u n a com binación de dos intenciones teóri
cas incom binables - la filosófica, de un lado, y la teológica,
de o tr o - y de hacerlo, adem ás, con el fin de que u n a de ellas
subordine a la otra: philosophia, ancilla (ficología?. Se trata de un
hecho discursivo híbrido q u e p u ed e ser calificado de con
tradictorio en sí mismo deb id o a que p rete n d e la in terp e
netración d e dos tipos d e producción de verdad com pleta
m en te heterogéneos: el de la sabiduría o riental, que se
alcanza a través de u n a h e rm e n éu tica de la revelación
102
(m ito), y el ele la sabiduría occidental, que se o b tien e a
través de una crítica de la misma. Pretcnsión que, sin <•'
im pulso histórico cultural que la sostuvo, sería en realidad
doblem ente absurda: la in terp retació n d e la palabra divina
no necesita po r sí misma de un logas que verse sobre la esen
cia de Dios (una leo-logia); y nada es más ajeno al togas
filosófico, que se p reten d e de-velador, que u n a d o ctrin a en
la que la verdad ya está revelada.
E ntre los cánones que la yuxtaposición de la teología y la
f ilosof ía aportó a la nueva n adie ión “clásica" del saber e u ro
peo se en cu en tra uno en especial, de resonancia platónica,
que nos interesa subrayar aquí; según él, el h echo de q u e un
discurso sea adecu ad o en el plano gnoseológico -q u e sea ati
nado. revelador, v erd ad e ro - incluye necesariam ente (o d e
be incluir) el que sea tam bién, de m an era inm ediata, un dis
curso adecuado en el plano ético -q u e sea constructivo,
conveniente, bueno. Se trata de un canon cuyo destino en la
historia de la filosofía m o d ern a resulta especialm ente ilus-
trativo de uno de los rasgos más característicos d e la tota
lización civili/atoria que llamamos m odernidad: el hum a
nism o, en te n d id o com o la ten d en cia del ser h u m a n o a
inventarse una idea d e sí mismo com o “m edida de todas las
’cosas”, v rio sólo en el plano cuantitativo com o constante
p roporcional de las m agnitudes naturales, sino com o crite
rio cualitativo capaz de d efin ir la realidad misma de lo real.
El nuevo “re d a m o para el pensar" que dio lugar a la apa
rición del discurso filosófico m od ern o difería radicalm ente
de aquel que había dado lugar a la filosofía teológica. Aque
llo que es motivo d e la extrañeza v el asom bro lilosóficos,
que despierta la voluntad de conocer y sim ultáneam ente la
crítica d e esa misma voluntad, había dejado de estar reclui
do en el texto de ja revelación, en el dogm a, v se p iesem aba
cada vez con mayor intensidad y frecuencia fuera de él. en
fenóm enos q u e n o había captado y para los que no disponía
de nom bres. Va no era la vida eclesial, cerrada -<<i e sí
misma y de espaldas a la vida terrenal y su historia, i Iu -. h
desde d o n d e se accedía a ese extrañam iento, -irn • l.t vida
citadina, p reocup ad a con las cosas terrenales - i on sus pío
la s
i ,W .M „V Iw cW w
blem as técnicos, sociales \ p o líticos-y abierta a la historia d e
un m u n d o de la vida que se en co n trab a en pleno proceso
d e recom posición general.* I a nueva figura del m u n d o bri
llaba sobre el trasfondo de un gran desvaim iento de la figu
ra vieja. Su rasgo característico, la presencia activa e indivi
dualizada d e una sujetidad voraz, d o tad a d e u n a voluntad
apropiativa libre, es decir, abstracta, indiscrim inada e insa
ciable, se destacaba sobre el anquilosam iento y la debilidad de
una voluntad colectiva de salvación eterna, que hacían del
libre albedrío individual un simple trám ite d e acepta« ion de
la miseria y el sufrim iento.
Podría llamarse cfñsícniologmno al m odo en que el hum a
nism o de la civilización m o d ern a se hace p resen te en el
te rre n o del discurso filosófico. P resu p u esto en la vida
m o d ern a v en la construcción q u e ésta hace d e su m u n d o
com o "sujeto p rim ero y auténtico", com o “fu n d am en to s o
bre el que todo se constituye".‘ el H om bre se alirm a líen te
a lo otro convertido en Naturaleza, en algo que está ah í .sólo
en la m edida en que responde al reto d e su actividad ap ro
piativa.'’ Reto técnico que alcanza su m ayor p u re /a en la
cient ia experim ental, en el disi urso que p ro p o n e represen-
tai iones cuantiíicables de lo desconocido, es decir, im áge
nes cuya capacidad de hacerse de las cosas al representarlas
- \ fie provocar p o r tan to seguridad v certeza en el au to i de
su form u lació n - puede ser puesta a p ru eb a y m edida com o
lo es la productividad d e un instru m en to d e trabajo. Más
aún que en la transform ación de la cu ltu ra política, el ím pe
tu y la libertad de despliegue del hum anism o m odei no se da
'(I r . Dcrnard di* G roethuysen, /*/'• Entitahung dar bürgntichrn Wcll mui
¡n h a n k rrid i (1 9 2 7 ), Suhrkam p. Frankfurt a. M., 1972,
t. 1. |>. 228.
1 Martin H d d c g g c r , Die / Vil <lo W rlíiildn. e n JfoLurge, Frankfurt a M.,
1957. pp. 80-81: D ir Fragt nach d tt Trthnik, en Vortrüga und Aufsñizt. Pfnl-
lin g cn . 1954, pp. 2-1*28.
’ I a naturaleza se presenta c o m o un cú m u lo d e cos;is dotadas d e un
valor de uso q u e lo es ú n icam en te para la prod u cción ; d e cosas q u e .sólo
existen co m o sop orte del trabajo h u m an o e n g en era l, de aquellas sustan
cias q u e. al valorarlas para el m ercad o, las estab lece c o m o dotadas tam
bién d e un d eterm in ad o valor d e u so para el disfrute.
104
en el desarrollo d e la técnica exigida p o r el productivism n
abstrac to y en el cultivo d e su quintaesencia: la ciencia «•»»
nio investigación, esto es, com o descubrim iento, conquista \
ocupación de lo o tro p o r la im aginación cuanuficante.
I I secreto de toda la recom posición m o d ern a del m u n d o
parecía po r ello co ncentrarse en el ejercicio d e la facultad
'cognoscitiva del ser hum ano v e n los resultados del mismo;
era el supuesto del que partieron los fundadores, Francis
bacon y Rene Descartes. De las más form alizadoras a las más
em palicas, las distintas m odalidades del conocim iento llega
ron a co m p o n er el nuevo tet ren o en el que lo ex trañ o y sor
p ren d en te que aficiona a la f ilosofía se daba d e m anera p ri
vilegiada. ; C uánto hay de realism o y cu án to d e ilusión en lo
q u e conocem os? ¿Q ué en ello es innato y q u é p ro p iam en te
adquirirlo? 1.a preocupación poi la consistencia, las varieda
des v los alcances del “mejor" de los conocim ientos, el co n o
cim iento científico, se presen tó com o la preo cu p ació n más
genuina de los filósofos, y una tendencia epistem ologista
resultó entonces ineludible en su quehacer. U na tendencia
qu e se volvió incluso excluyem e, q u e inten tó opacar, subor
dina! o elim inar las otras tendencias de la in q u ietu d filosó
fica y que ha llegado a carac te ri/a r el m odo p red o m in an te
de ejercicio del discurso filosófico en la época m o d ern a.
<;Ks posible, e n general, sin traicionar la in tegridad del o b
jeto de la inquietud filosófica, tratar d e m anera in d e p e n
dien te el con ju n to particular ríe cuestiones que atañ en al
en ten d im ien to hum ano? En una rebeldía plenam ente justi
ficada £ o n tn y la envcjccidafsujecíÓTfdel problem a de la ver
dad discursivy^las soluciones que los problem as del m ante
nim iento del o rd en religioso del m u n d o recibían desde el
texto de la revelación divina, la filosofía epistem ologista se
inauguraba con u n a ro tu n d a respuesta afirm ativa a esta pre
gunta. 1C1 p ro b lem a de la verdad (atingencia) del discurro
p u ed e y d eb e tratarse con in d ep e n d e ncia respecto del pro-
filema de la b o n d ad (conveniencia) d e su ejeu ic: ■ -así
com o tam bién respecto del problem a d e la b e lli/a •viven
cia) del mismo. A firm ación q u e im plicaba, poi supuesto,
o tra anterior, g en eralm en te tácita: la actitud m oral ante el
m u n d o (así com o el disfrute estético del m ism o) n o m antie
ne ninguna relación ontológica de interioridad o d e consti
tución recíproca con la apropiación cognoscitiva que hace
mos de él.
No todo, ni siem pre lo mejor, ha sido sin em bargo episte-
m ologism o en el discurso filosófico m o d ern o . M arginales
-vencidos, d esech ad o s- otros m odos d e este discurso se
en cu e n tran tam bién presentes en su historia." t i episiem o-
logista ha sido el m odo central po rq ue ha sido zeiigemdss, ha
cam inado con la época o con lo que ha p red o m in ad o en
ella, el hum anism o. P ero ju n to a él, unzeitgemass o a co n tra
co rrien te de la m archa del “progreso", otras propuestas de
discurso filosófico han hablado a p artir de otros proyectos
de construcción m o d ern a para el m u n d o de la vida; proyec
tos que sólo llegaron a realizarse a m edias o que se realiza
ron y fu ero n después rebasados p o r el proyecto de la m o d er
nidad capitalista actualm ente establecido. A una d e ellas es
tal vez posible d en o m in ar "barroca”.
' Cabe ad ven ir q u e las obras tic los filó so fo s co n creto s o los ep isod ios
con cretos di* discusión y creación filo só fica n o se in scrib en d e m anera
total o n o co in cid en p len a m en te co n u n o u otro d e estos m o d o s d el filo
sofar: por el contrario, su riqueza sin gu lar reside ju sta m en te en el h e c h o
de q u e el p red om in io d e u n o d e estos - e l cp istc m o lo g b in o . en este casó
se da e n ellos c o m o una ten d en cia q u e es el resultado d e un c o n flicto per
m an en te con los otros m od os alternativos.
106
e inasible ele su versión legendaria. Así sucede con ese lu-< lio
del siglo XVII eu ro p eo que consiste en el protagonism o d
una cualidad d en tro del m u n d o de la vida, la cualidad de “lo
b a rroco".
Un cierto m odo d e com portarse, de ejercer la capacidad
de “d ar forma" a los actos y a las cosas, de arreg lar el espacio
y de o rd en ar el tiem po parece perfeccionarse, fortalecerse y
prevalecer en ciertas sociedades de esta época. A dopta dife
rentes configuraciones particulares de acu erd o a las tradi
ciones culturales d e las distintas regiones, a las distintas cla
ses sociales y a los distintos cam pos d e la actividad hum ana.
Se trata de un m odo de estar en el m u n d o cuya distinción y
jerarqui/ación en tre el plano “del contenido" y el plano
‘Jornia" fue juzgad a p o r el discurso d o m in an te com o unila
teral en dirección “formalista" o “retoricista”, com o una des
viación escandalosa del m odo de hacerlo q u e se suponía
propio de la esencia hum ana; com o ja expresión de un "mal
gust<)” fundam ental, fie un intento fracasado de co m p o rtar
se "com o es debido".7 Lo barroco era la nueva versión, ja ver
sión m oderna, del “mal gusto"; su fracaso consistía en un
e x a g e ra r-y no, com o antes, en un q uedarse c o rto - en el uso
de la form a para d o m ar el contenido. El m odo de ser b arro
co no era propio del hom bre natural, del cam po, hostil al
artificio, sino pro p io del h o m b re civilizado, citadino, hostil
a la sencillez.
El adjetivo "barroco” sólo dejó de ser 1111 m ero vehículo de
esa intención peyorativa y pasó a sustantivarse en calidad
de descripción -si se q u iere im precisa e incom pleta, pero de
Todas m aneras d eslin d an te- del espíritu largam ente incom-
p ren d id o di; una época histórica cu an d o la teoría del arte lo
sacó del cam po de la crítica artística, d o n d e su uso no había
sido ab an d o n ad o , y com enzó a em plearlo para caracterizar
lodo un estilo, una época estilística o un p erio d o di- la ¡¡i'-. -
l ia del arte.8 Sólo en tonces apareció el problem a de ..t del’i-
107
ilición de lo barroco. La ten d en cia esp o n tán ea del discurso
reflexivo a la Icgendarixación se vio en fren tad a a una confu
sa lista d e obras, docum entos y supervivencias d e to d a clase
—artísticos, literarios, del uso social e incluso d e la actividad
p ro d u ctiv a- que ostentaban la fam a de barrocos y que ya no
se dejaban identificar com o sim ples objetos del “mal gusto
m o d e rn o ”; u n a lista p o r debajo d e la cual ella debía sospe
char la presencia escondida d e u n h echo dram ático que le
daba sentid o y se expresaba en ella.
;Kn q u é consiste lo barroco? M uchas h an sido d u ran te
este siglo las claves de inteligibilidad que la teoría y la histo
ria de la cultura y el arte han pro p u esto para consu mí una
im agen conceptual co h ere n te a p a rtir del m agm a de h e
chos, cualidades, rasgos y m odos co n sid erad o s propios,
característicos o peculiares d e lo barroco, (lom o es usual, al
p ro p o n e r su principio de problcm atización de este p an o ra
ma desbordado, todas ellas p o n en p rim ero en ju e g o distin
tas perspectivas de ap reh en sió n del mism o, las com binan de
d iferente m anera y enfatizan alguna d e ellas.'1 T ien en en
cuenta, p o r ejem plo: a] la elección que hace de una p ro
puesta de donación de form a d en tro d e las m uchas que
p o n e n e n ju e g o el sistema de form as que prevalece tradicio
nalm ente; b] la e le a ión que hace de u n a figura particular
p ara el “sistem a de las artes", p ara la am plitud, la consisten
cia y la jerarq u izació n q u e éste implica; c] el tipo d e relación
q u e establece en tre los con ten id o s lingüísticos y las formas
no lingüísticas; el 1 el tipo de relación que establece con la d e n
sidad mítica del lenguaje y con la densidad ritual d e la ac
ción; etcétera.
108
Para sostener la idea que pro p o n em o s en esce trabajo
resulta conveniente m irar liacia lo b arro co tal com o se p re
senta en la prim era d e estas perspectivas de p ro b lem ati/a
ción.
I.a asociación e n tre ética p ro testan te y capitalism o, sum a
d a a la convicción de que es im posible una m o d e rn id ad que
no sea capitalista, h a llevado a la idea de que la única form a
im aginable de p o n e r un o rd en en el revolucionam iento
m o d ern o de las Tuerzas productivas de la sociedad h u m an a
es la que viene dictada p o r la “ética p ro testan te”.1" Sin
em bargo, un exam en más aten to de la historia del capita
lismo, de aquello respecto de lo cual la ética p ro testan te
revela sei más realista, más ad ecu ad a o acorde, m u estra que
éste ha sido susceptible d e otras aceptaciones y otros acu er
dos, sin duda m enos realista, pero n o m enos reales.
I.a form a objetiva del m u n d o m o d ern o , la que deb e ser
asum ida ineludiblem ente en térm inos prácticos p o r todos
aquellos que aceptan vivir en referencia a ella, se en cu e n tra
d o m in ad a por la presencia de la realidad o el h ech o capita
lista; es decir, en últim a instancia, p o r la presencia d e un
conflicto p erm an en te en tre las tendencias contrapuestas de
dos dinám icas sim ultáneas, constitutivas d e la vida social: la
de ésta en tanto q u e es un proceso de (iabajo y de disfrute
en torno a valores de uso, por un lado, \ la de la reproducción
d e su riqueza, en tanto que es un proceso de "valorización del
valor abstracto” o acum ulación de capital, p o r otro; conflic
to en el que, de m an era p erm an en te, la prim era se sacrifica
a la segunda y se som ete a ella. Se trata de u n hecho inevi
table, q u e debe ser integrado en la construcción del m u n d o
de la vida, en el elhos o co m p o rtam ien to esp o n tá n e a q u e ase
gura la arm onía usual de la existencia cotidiana, y que es
integrado, efectivam ente, p ero no de una sola m anera, sino
de varias.
A la m anera más realista de asum ir com o “n at'.r.a f el
109
hecho capitalista (la que inspira la ética protestante), que con
sidera que la vida del valor de uso está p len am en te rep re
sentada p o r la vida del valor capitalista, q u e reconoce una
eficacia y una b o n d ad insuperables en la conjunción de
am bas y afirm a la im posibilidad d e u n m u n d o alternativo, se
o p o n en otras -c o m o p u ed en ser la m an era clásica o la ro
m ántica-, en tre las q u e conviene destacar aquí, ju stam en te,
la m anera barroca. El arte b arroco p u ed e prestarle su nom
bre porqu e, com o él - q u e acepta la incuestionabilidad del
canon form al, p ero lo em plea d e tal m an era q ue, al desp er
tar el gesto petrificado en él, revitaliza el conflicto salvado
p o r esa incuestionabilidad-, ella tam bién es u n a "aceptación
de la vida hasta en la m u erte".11 Es una estrategia d e afirm a
ción de la corporeidad del valor de uso que p arte del reco
nocim iento cíe la misma com o sacrificada para -in v in ie n d o
com o b u e n o el "laclo malo" p o r el que avanza la lnstoria-
hacer de los restos del sacrificio el m aterial de u n a nueva
corporeidad.
Es decir, com o u n a voluntad de form a atra p ad a en tre
dos tendencias co n trap u estas - la del d esen can to respecto
del co n ju n to de las posibilidades clásicas, es decir, “n atu ra
le s" o espontáneas, de d ar form a a la vida y la de la afirm a
ción del m ism o com o in s u p e ra b le - y e m p e ñ a d a en el
esfuerzo trágico, incluso absurdo, de conciliarias m ed ian te
un rep lan team ien to d e ese co n ju n to co m o d ifere n te y sin
em b arg o idéntico a sí mism o. Lo barro co p arte d e la n ece
sidad de la transgresión com o síntesis del rechazo y la fid e
lidad al m o d o tradicional de tra ta r las cosas com o m aterial
conform able; p ero m ientras su h erm a n o gem elo, el m anie
rism o, hace d e la f idelidad un p rete x to del rechazo, él en
cam bio hace de éste u n in stru m en to d e la fidelidad. El
co m p o rtam ien to b arro co se desdobla, en verdad, en dos
pasos diferentes, d e sen tid o co n trario , p ero sim ultá n eos.
•-Cl’r. Walter Benjamin, Ursprung des deutsclicn '/ra n o spit's • ’ ' ' . i . v.thr-
kamp, Frankfurt a. M.. 1972, p. 100.
n Cfr. B. E cheverría, "M odernidad y capitalism o”, e n Braudcl
Center. B irm ingham , 1993.
111
3
112
la, p reten d ió , hasta su fracaso definitivo en el Siglo d e l.»s
Luces (o de la Revolución Industrial), o p o n e r a la m archa
caótica e injusta de la vida social m o d ern a -d in am izad a poi
el progreso en la p ro d u cció n y la circulación de los b ie n es-
la acción de un sujeto capaz de in terio ri/aisc en esa m archa,
de dotarla de sentido y de guiarla hacia el bien: la Iglesia.
Sujeto que, po r su parte, sólo podía ser tal efectivam ente si
se reafirm aba en su p ro p ia necesidad y reconquistaba su
propio carácter, el de m ediador de la gracia divina. La pro-
pagando fide de la C om pañía d e Jesús no se en< am inaba sola
m ente en el sentido de la expansión de la Iglesia en el m u n
do social, sino, sobre todo, en el sentido de u n a refundación
y una reactualización de sí misma, es decir, d e su identif ica
ción con Dios com o presencia efectiva d e lo so brenatural en
su pacto con la com unidad hum ana.
La idea planteada p o r Luis d e M olina v retom ada a su
m anera p o r Francisco Suárez -calificada de h eréd ea por
ortodoxos y p ro testan tes- d e q u e hay una scientia inedia en
Dios, la que conoce el m u n d o en estado de infinidad de p ro
babilidades p ero que no es suficiente para d eterm in a r su
efectuación, se encam inaba a d efen d e r la razón de ser d e la
Iglesia insistiendo en aquello que le da su funt ión: la pre-
'seTícia del libre albedrío en el ser h u m an o y su intervención
activa e n el otorgam iento de la gracia divina.1 En efecto, la
113
gracia divina sólo p o d rá req u erir u n a entid ad histórica con
creta de m ediación en el caso de que ella mism a esté aún en
juego y n o sea ya u n a predesúnación o u n destino; sólo que
se en cu e n tre aún en proceso de darse o constituirse y deje
p o r lo tanto al individuo h um ano la capacidad de asum irla
librem ente. Si la Creación estuviera ya term inada, y p o r tanto
el sentido y el valor de toda acción individual se en co n traran
determ inados de u n a vez p o r todas; si h u b iera predestina
ción, sólo habría Dios en tanto que O b ra de Dios y n o en
tanto que Dios en acto, y la Iglesia resultaría su p erllu a."’
Tal vez en n in g u n a ob ra del discurso filosófico m o d ern o
la actitud b arro ca se p o n e d e m anifiesto con mayor intensi
dad q u e en la de I.eibniz.17 Es una actitud que tom a form a a
p artir de la vía abierta p o r la teología d e la C om pañía de
Jesús hacia lo que p o d ría llam arse una revitalización del
m aniqueísm o originario que constituye la estru ctu ra d ram á
tica profu n d a del m ito judeo-cristiano.
I .a teología d e losjesuitas ro m p e con la paz d e esa secuen
cia establecida p o r la d o ctrin a medieval, de acu erd o a la cual
Dios (la sustancia lum inosa, buena) ha vencido sobre el Dia
blo (la sustancia oscura, m ala), que se habría in tro d u cid o en
su C reación a través del pecado h u m ano, y lo m an tien e ale
jado de ella gracias al sacrificio de Cristo. D espierta la viru
lencia del conllicto que ella esconde: el Diablo estaría aún
en proceso d e ser vencido, no habría dejado de estar activo,
seguiría siendo sujeto -p o d ría invertir el sen tid o d e la C rea
ció n -; p o r ello, el ser h u m an o puede todavía decid ir e n tre
él y Dios, y sólo al decidir p o r este últim o valida en verdad el
sacrificio de Cristo. La red en ció n sería una em presa que
"* Cfr. G corgcs Friedm ann, Lábniz ci Spitwza, Gallim ard, París, 1962,
p. 260.
17 G ilíes D eleu ze d e fie n d e esta idea en su p en etran te en sayo I s p li. l*¡b-
niz rt le baroque, M inuit, París. 1988. Estas páginas indican « n a m anera de
com pletar la aproxim ación q u e interpreta la p red ilecció n del barroco
b ern in ian o por la form a d el p lieg u e y la co n ecta co n la teoría d e las
m ón ad as y la arm onía universal m ed ia n te otra q u e ve la actitud im plícita
en la voluntad d e form a d e l barroco c o m o una actitud com p artid a por el
filosofar de Lcibniz.
está po r triunfar, p ero que todavía no lo ha hecho; m.
em presa en la q u e el individuo h u m an o p u ed e interveni!
Leibniz pertenece a la tradición m arginal del discuiM«
filosófico m oderno, aquella que n o cree suficiente un aban
dono de la filosofía teológica que no sea capaz de superar la
interpenetración de lo m oral y lo gnoseológico que hay en
ella, y se contente con desconocer tal interpenetración y cul
tivar p o r separado alguno de los dos elem entos (o los dos).,s
Lo característico de su pensam iento está ju stam ente en aque
llo que, desde el m odo epistemologista del filosofar, se ha
visto com o una debilidad accesoria del mismo, en algo que se
ría una incapacidad de dar el último paso en la ruptura defini
tiva con la problem ática prc-m oderna del discurso filosófico,
de echar por la borda el lastre teológico y atenerse a la ima
gen de lo real propuesta p o r el saber científico m oderno.
Leibniz in tenta conciliar la explicación “p o r la causalidad
de la esencia" v^ja explicación “p o r la razón moral". Según
él, la pretensión cíe existir, la tendencia a actualizarse es pro
pia de todas y cada una de las innum erables m ónadas o sus
tancias sim ples a las que el en ten d im ien to p uede red u cir la
consistencia del m u n d o . Sin em bargo, no todas las sustan
cias son “com posibles" con cualquier o tr a - n o todos los posi
bles Lógicos son com patibles en tre sí-: algunas “s'entrempé-
chent". Mecho que las reduce a la im potencia, las vuelve
incapaces de actualizarse p o r sí mismas y las co n d en aría, en
principio, a p erm an ecer para siem pre com o sim ples posi
bles. Es necesario un “m ecanism o metafísico" que, d e en tre
todas las series o arm onías que p u ed en d ar u n o rd en a las
sustancias simples, esté seleccionando una que es la única
real. Un m ecanism o que tiene que o b ed ecer a un "raciona
lismo m o ral” y que no p u ed e ser o tro que la b o n d ad divina,
la decisión divina de crear.1'1 "La incom posibilidad de las
esencias vuelve necesaria una elección inteligente. La causa-
helad lógica tom a la form a de un determ inism o moral. -"
116
lugar de o tra cosa que p o d ría rem plazaría, sino “p o r <jn»
algo existe en vez d e [o antes que] nada" (cur aliquid jx>¡
existat quam nihit)V Explicar u n a cosa a la que n ad a p uede
sustituir es d ar la razón de ser de su singularidad cualitativa.
Llevada a su extrem o, practicada con radicalidad, esta defi
nición de la esencia del conocim iento h u m ano, que parece
ob ed ecer a necesidades p u ram e n te operativas, llega a topar
con un lím ite ontológico. El m u n d o real y su historia, lo
mismo q u e cada persona real y su vida, es, en su totalidad
cualitativa, único e irrepetible. ¿Cuál es la razóm de ser d e su
singularidad? ¿Por qué es él y n o más bien nada? ¿Cuál es,
en general, la razón de q u e lo que es, tal com o es, sea?
Q ue lo q u e hay sea un plus del “algo" d e u n a sustancia o
qu e sea u n minus d e su "nada" d eb ería ser, en principio, in
diferente para su percepción. No obstante, así com o el reco
nocim iento p o r el ojo h u m an o de la representación fotográ
fica de un objeto sólo es tal cu an d o ella está en positivo
(“revelada") y es en cam bio desconocim iento c u an d o está
en negativo, así tam bién la p ercep ció n d e lo cualitativo sólo
es tal cuando lleva, ella misma, 1111 sentido o tendencia posi
tivo, u n a preferen cia fundam ental p o r el “algo"; cuando,
para ella, la “n ad a” sólo es concebible com o una dism inu
ción, una falta o 1111 "desfallecim iento” fiel “algo”. C om o
dice Heidegger,*2 en I.eibniz encontram os, avant la letlre,
un a “crítica de la razón p u ra”. Según ella, la actitud afirm a
tiva, la aceptación que asum e el heclío de q u e lo que es sea
es la principal o fundam ental condición de posibilidad a
priori del conocim iento hum ano. 1.a existencia m ism a del
discurso requiere del optim ism o. El optim ism o, es decir, la
“com plicidad" con aquella voluntad casual o in fu n d ad a que
está decidiéndose espo n tán eam en te pot el ser y co n tra la
nada, la “com plicidad” con Dios - “Razón universal n Bien
su p rem o ”.
Leibniz n u n ca afirm ó, com o le gustaba decir - e n lr.11 la- a
' r
*■ "P h ilosoph isch c A bhandlungen", vm , en: H. v. C. J. G erhardi. D itp h i-
loiophiidu Schriflen von C. W. Ltibniz, t. vil, Berlín, 1890. p. 289.
tl M a r tin H e id c g g e r , DerSati von Grund..., c it., p. 124.
Voltaire, que "tout allail au m ieux” en el “m eilleur (les m o n
des posibles”.-’’ Su optim ism o es relativo. YA mal metafísico
form a p a n e de la creación, p o rq u e la im perfección, la nega-
tividad. la falta de existencia se en cu en tra en todos los posi
bles.-1 De nuestro m u n d o p uede decirse que “es el m enos
im perfecto ele los mímelos posibles" p o rq u e al m enos exis
te.-'’ Pero, sobre todo, su optim ism o reside e n la afirm ación
r-"7le que- la singularidad del m u n d o real está en proceso de
y ' configurarse yjj^ie esto acontece a través de una elección
d e n tro de un (am p o abierto de posibilidades de sí misma.
Podem os saber -s e diría a p artir d e ella-, si suponem os la
existencia de Dios (y su b o n d ad ), que este m u n d o es el
m ejor, p ero tam bién, si prescindim os de esa suposición, que
al m enos no es el único posible. Su “optim ism o" invita a per-
- -< cibir lo dado com o p u d ien d o n o estarlo, com o reductiblc a
, un estadio an terio r de su preseiu ia; a vivir lo real sólo com o
posible: com o un posible en tre otros.
I . El s ig lo b a r r o c o
steculuni coirufjliisimum
C o in cliu s O lio J a n se n
121
fund o cambio del juicio histórico sobre el siglo xvil". Un
cam bio qu e intenta antes qu e nada vencer la tradicional
claudica» ión interpretativa ante la complejidad d e lo«Treñó-
mcnos que caen d en tro de sus límites temporales; claudica
ción que llevaba a detenerse a nte u n a imagen im penetrable
d e este siglo com o un “n u d o en m arañ ad o de tendencias
diversas”, enem igas las unas de las otras o, com o escribe
Egon Fricdell, hablando d e la G uerra de los Treinta Años,
“que n o perm ite c o m p re n d e r p o r qué com enzó, p o r qué
term inó ni, en general, p o r q u é p udo existir".2
El prim er obstáculo que esta revisión debe vencer es la
imagen qu e el propio siglo XVII dejó de sí mismo a la poste
ridad. Se trata de un a imagen elaborada p o r quienes podían
hacerlo para no aceptarlo cuan d o llegó, movidos p o r la añ o
ranza d e un pasado reciente, que parecía “de oro", y para
alejarse con vergüenza de él cu an d o pasó, inspirados p o r la
autosuficiencia de los huevos tiempos. Una im agen inequí
vocam ente condenatoria y, sobre todo, una imagen unifor
m e y sin fisuras: "siglo de hierro, tnundus furiostts, tiem po de
miserias y <i ímenes, tumultos y agitaciones, opresiones e in
trigas; edad de desorden y destrucción, d e ostentaciones y
oprobios, de veleidades desorbitadas y d erru m b a m ie n to ele
jerarquías; en resumen, época de conflictos históricamente
improductivos, en la cuál, ‘los hombres, convertidos en
lobos, se devoran entre s í ' R o m p e r el monolitismo de esta
imagen, verla a ella misma com o el síntoma engañoso d e un
estado de cosas com pletam ente diferente, que p re te n d e ne
garse a sí mismo para no resultar incóm od o a la historia esta
blecida -de una realidad d enegada que no consiste en un
!2<i
\k
128
las precisiones tanto en lo que respecta al concepto iium
de cultura com o en lo que atañe a la condición partieulat fi
la cultura en la edad a la que pertenece ese siglo, la edad
m oderna: ;c n qué se distingue la historia de la cultura de la
historia en general? ¿Cuál es la perspectiva desde la que se
aproxim a al “material histórico” para narrarlo explicativa
mente? ¿Qué debem os e n te n d e r p o r “cultura"?*
129
2. Cultura e identidad
Definición de la cultura
130
mirada que atendiera a la perfección del o rd e n animal n
resultaría insignificante la presencia de ciertos desvíos y am
malías en el com portam iento h um ano, incluso de ciertas
deformidades, de ciertas “m onstruosidades”. El ser h u m a n o
hace, el también, todo lo que hacen los animales, pero lo ha
ce com o si estuviera haciendo otra cosa al m ism o tiempo,
algo que le im portara más. En efecto, si se consideran, un a
a una, todas las funciones vitales del animal h um ano, no es
posible dejar de observar que éste le pon e condiciones a su
cum plim iento; a cada una de ellas le inventa virtudes y de
fectos que los otros animales no p u e d e n siquiera distinguir.
La función procreativa, po r ejemplo, gracias a la cual, llega
das las fechas de la pulsión instintiva correspondiente, el ani
mal, diferenciado en dos versiones sexuales contrapuestas,
la satisface m ediante una serie de actos de apaream iento
corporal, presenta -c o m o ha sido descrito y estudiado obse
sivam ente- rasgos muy peculiares en su variante h um ana. Es
u n a función que el ser h u m a n o ha refuncionalizado radi
calmente, a la que ha ro d ead o de u n conjunto au tón om o de
condicionantes c u n o cum plim iento no está sólo al servicio
potenciador de la realización sexual sino que, inviniendo el
o rd en jerárquico, convierte ésta en el m edio o instrum ento
de sí mismo; u n a función que, sometida a toda u n a serie de
sentidos míticos y actos rituales, el ser hum ano ha converti
do en el centro de un com portam iento suyo propio, el del
eros, en general, o del amor, en ciertos casos.
Algo más que lo que está e n ju e g o en la reproducción pu
ram ente animal o física, algo que se ubicaría en u n a segun
da dim ensión o un segundo plano, parece jugarse en la re
producción de la vida social o hum ana, algo ju stam en te
“meta-físico” o trans-natural. Si el ser h u m a n o cum ple de
u n a m anera siempre “imperfecta” las funciones vitales del ani
mal es porque éstas, en su caso, 110 son otra cosa q u e el so
porte -o tro s dirían, el p re te x to - para la realización de otro
proceso de reproducción diferente: el proceso propiam ente
“político” en el que el ser h u m a n o lo que hace es darle
forma a su propia socialidad y cultivarla ateniéndose a ella,
“pro ducir y consumir" los modos de su convivencia, “traba
181
jar y disfrutar” las figuras de su identidad. Más allá del ham
bre de las sustancias alimenticias que necesita su cuerpo, el
animal h u m a n o siente “ham bre" de una cierta forma o un
determ in ado sabor de las mismas. Forma o sabor, que perci
be directam ente asociado con la persona que él es, que quie
re ser o teme dejar de ser en una circunstancia concreta. Al
animal p u ro le q u ed a oculto este otro lado d e la reproduc
ción de la vida que en cambio al animal h u m a n o - “animal
enferm o", lo llama Nictzsche en El Ant¡cristo- se le presenta
com o el principal.
Dos vidas d e diferente orden que co m parten no obstante
t‘l misino cuerpo, l a una, automática, perfecta, “fría", la clel
proceso de reproducción físico o natural de la com unidad
hu m an a, en la que los m iem bros de ésta, simples ejemplares
de su especie, individuos abstractos, sin ninguna relación de
interioridad o reciprocidad e n tre sí, cum plen sobre vías
idénticas, q u e n u n ca en verdad se tocan, el p ro g ra m a
im plantado en su estructura instintiva. La otra, libre, im per
fecta, dramática, la de su proceso de reproducción meta-físi
co o político, en la que sus miembros, individuos concretos,
partícipes de un proyecto de existencia com partido, trans
forman a los otros al transform ar la naturaleza, e igualmen
te se dejan transformar por ellos. Dos vidas que constituyen
sin em bargo una sola; una vida dual y conflictiva que se
desenvuelve bajo el dom inio de la segunda y sobre el condi
cionam iento f undam ental de la prim era.11
Tal vez este cuadro esquemático, que p re te n d e tejer sobre
el enigm a de la pertenencia o la ajenidad de lo hu m a n o res
pecto de lo natural, perm ita dar el p rim er paso en la defi
nición de la cultura y su historia. Puesto que, p o r cultura,
quisiéramos e n te n d e r aqu í la ocupación enfática con la
dim ensión “política" o “metafísica” del proceso de vida so
cial. pero exclusivamente en tanto que ocupación m ediada
135
actualizado o realizado en determ inadas “aventuras del sen
tido", con sus modos propios de darle o encontrarle sentido
a la vida y de construir o aceptar el m un do en el que ella se
desenvuelve. La “creatividad” del com portam iento hum ano,
la originalidad o singularidad d e la persona hu m a n a indivi
dual, se constituye asi en referencia a esta singularización
colectiva concreta que existe ya espontáneam ente com o con
dición indispensable de la actividad semiótica, y que es de la
que tiene que partir en todo caso.
137
(¡dilación o simbolización elemental que está en el núcleo
del código ya concretizado o subcodificado de lo hum ano,
es decir, iras la propuesta, qu e a la vez invita v conm ina, a
seguir una sola y única vía en la transm utación de lo o tro en
n a tu ra le z a -d e l hábitat en un m u n d o h ech o de objetos con
valor de u so - en la alegorización de lo innom brable como
nom brablc, de lo indecible com o decible - d e l significado
sustancial com o forma significante-, se en cu e n tra sin du da
la aventura de la hominización o “trans-naturalización” de la
vida animal al convertirse en vida hum ana. Una aventura
traumática, y en ese sentido inconclusa, repetida en in n u
merables versiones, de acuerdo a las circunstancias, que deja
m arcada para siempre en la pariicularización de lo h u m a n o
aquella serie de experiencias en las que su fu n d am e n to ani
mal (las pulsiones del cuerpo hu m an o y de su territorio) de
bió ser forzado a sobrevivir de una nueva manera, sacado de
su o rd en y su m edida espontáneos: reprim ido, p or un lado,
y excitado, p o r otro. K1 código de la semiosis h u m a n a fuer
za al código de la com unicación animal a cum plir la función
de m era sustancia que está siendo form ada p o r él; instaura
una relación de subordinación que no pierde jamás su ten
sión conflictiva. Por lo mismo, lejos d e contribuir a una
visión sustancializadora ele esa “identidad" social q u e se rea
firma en la actividad cultural, el recurso a la hipótesis d e un
m o m en to originario d ebería invitar más bien a combatirla.
Kn efe< to. alada a la animalidad a la q u e trasciende, y sin
em bargo separada de ella por un abismo, cada forma deter
m inada de lo hum ano, al cultivarse a sí misma, cultivaría
también, sim ultáneam ente, u n a contradicción q u e la consti
tuye - d a d o que en el fond o ella no es otra cosa que la con
densación de una estrategia de sobre-vivencia-: cultivaría el
conflicto a la vez arcaico y siempre actual en tre ella misma y
lo que en ella hay ele sustrato natural re-formado y de-for
m ado p o r su transformación. Por esta razón, su cultivo de la
"mismidad" no puede com prenderse de otra m anera que
com o una puesta e n j u e g o , com o una de- y re-sustancializa-
ción o un a de- y re-auiemificación sistemática del sujeto:
com o la incesante puesta en práctica de una peculiar “san-
d ad e” dirigida precisamente hacia el otro, hacia aquella o t t .«
form a social en la que posiblemente la contradicción y d
conflicto en cuentren una solución, en la que lo h u m a n o y lo
O tro, lo “natural”, puedan “reconciliarse" (versóhnen).n' La
hipótesis del m o m en to originario no tiene que llevar nece
sariam ente a concebir la historia de la cultura com o una
sucesión de derrotas de u n a “política cultural” espontánea,
en cam inada a protegei una “identidad” ap artándola de las
otras que com piten con ella - a resguardar el núcleo crista
lino de un a determ inada versión del código de la rep ro
ducción hum ana. Puede, por el contrario, apo rtar a u n a
narración de la historia de la cultura com o un proceso de
“mestizaje” indeienible; un proceso en el que cada form a
social, para reproducirse en lo que es, intentaría ser otra,
cuestionarse a sí misma, aflojar la red de su código en un
doble movimiento: abriéndose a la acción corrosiva de las
otras formas concurrentes y, al mismo tiempo, a n u d an d o
según su propio principio el tejido de los códigos ajenos,
afirm ándose desestructuradoram ente d entro de ellas.
139
3. Modernidad y cultura
Presen ti en n e instante, con una claridad que no
excluía del todo una sensación doloroso, que ni en el
próximo año ni en <1 siguiente ni en ninguno de ¡os
años que le quedan a esta mi vidu habría de escribir
ningún libio inglés o latino [...) y esto en razón de que
la lengua en la que tal vez me seria dado no sólo escri
bir sino pensar no es la latina ni la inglesa ni la ita
liana o la española, sino una lengua de cuyas palabras
no me es conocida ninguna, una lengua en la que,
viudas, las cosas se dirigen a mi (...]
Agosto 2 2 , a. d. 1603, Phi. ('bandos' ' 17
H u g o von Ilofm an n sm h l
110
in c o n tro la b le , da inicio a lo q u e c o n o c e m o s «o n m la «i ilt
/a c ió n d e la m o d e r n id a d .
“El aire citadino libera”: las relaciones personale s di
pro ducción y consum o (el vasallaje feudal) han sido ri ba
sadas p o r las relacio nes e n tre p ro p ie ta rio s p r i v a d o s "
T anto las condiciones y el m odo de vida com o los usos coi i
dianos d e los habitantes de la ciudad -ese lugar “d o n d e se
vive estrecho p ero se piensa am plio”- se han im puesto
sobre aquellos oíros, rurales, que fueron propios de lo s
caballeros y los campesinos. La eco no m ía m ercantil capita
lista - q u e , al co n ec tar lo rural con lo u rb a n o , inserta la
existencia local en el escenario m u n d ia l- se ha convertido
en la base de un nuevo tipo de vida, y ta n to la legislación
co m o la adm inistración de la ciudad han ina u g u ra d o la
política m o d e rn a . El trabajo en la artesanía y el com ercio,
en la circulación del d in e ro y la creación espiritual, co
mienza ya a prevalecer sobre las actividades propias de la no
ble/a feudal en la constitución de la personalidad y en la
estipulación de las virtudes y la valía social de los indivi
duos. El co m p o rtam ien to social, agitado por un ím petu
incansable, progresista, se p o n e a oscilar sin brújula ni
m e d id a en tre el instinto de apropiación y la ten dencia al
despilfarro, la am bición avariciosa y el deseo de disfrute, la
astucia y la b u en a fe, la crueld ad y la conm iseración, la cre
encia ciega y la reflexión racional, la em presa aventurera y
g enerosa y la m a n io b ra calculada y egoísta. Sobre el occi
d e n te eu ro p e o se generaliza u n a “crisis de identidad" radi
cal, pro fu n d a, que presenta adem ás rasgos muy particula
res, inéditos.40
141
La universalización abstracta, igualitarista y homogeniza-
clora del ser hu m an o que pretendió alcanzar la Iglesia cris
tiana estaba allí para com batir - d e m anera absurda, p or
im posible- la existencia misma de una formación concreta
del m u n d o de la vida. Esta es siempre, en efecto, en todos
los casos, un acondicionam iento del cosmos com o natura
leza o com o conjunto posible de valores de uso o valores re
ferirlos a su disfrute p o r el ser hum ano, reunidos orgáni
cam ente en torno a una afirmación de la vida terrenal.
E m peñada en reducir la vida de los seres hu m an os a un trán
sito de sus almas p o r el m und o, a una serie de episodios de
prueba y castigo en el dram a de su salvación - e n considera
ción de lo cual lodo valor de uso no es otra cosa que una
op ortu n id ad de pecado y recaída-, su cam paña de evangcli-
zación y expansión religiosa fue una em presa de coloniza
ción de los pueblos europeos v de destrucción d e las formas
arcaicas d e vida que cultivaban. En esos tiempos, la Iglesia
lite enem iga de toda cultura que no se redujera al cuidado
fanático d e la le y la doctrina del "pueblo de Dios" unlversa
lizado o católico. IVro la milenaria labor de la Iglesia en con
tra del valor de uso y la cultura ele m i s “formas naturales" no
hizo más q u e acom pañar en el terreno espiritual de la polí
tica religiosa un p roteso que se desarrollaba dificultosa
m ente desde m ucho antes en el escenario material de la eco
nom ía y que llegó a culm inar apenas en el siglo XIV: el
proceso de subordinación del valor de uso de la mercancía
-es decir, el bien o producto het ho para y desde la gravita
ción del m e rc a d o - al valor económ ico abstracto que hay en
ella; dicho en otras palabras, el proceso de perdida de vigen
cia de la form a cultural arcaica, presente en valor de uso, y
su subordinación a las exigencias informes, abstractas, de la
realización del valor.
En el siglo xiv, la potenciación de la capacidad socializado-
ra de la circulación mercantil de la riqueza, que tiene lugar
gracias a su conversión en circulación mercantil específica-
142
m ente capitalista, es la cansa ele que el valen de ............. ¡
nal y las formas sociales que se expresaban en <1 m i i l - tu
parte del m ercado un impacto destructivo del que imm »
más podrán reponerse en la historia de la m odernidad
Pero, también en el siglo Xiv, el reílejo de la at e ln .u nm
capitalista del m ercado en la producción y el consum o de h
riqueza es la causa de u n a reactivación explosiva de la •I*
m anda, que va dirigida al contenido de valor de uso que
d ebe haber necesariamente en toda mercancía.
Descreído en el terreno de la vida práctica de la imagen
que le pintaba el m u n d o com o un lugar de castigo, en el que
hay que abstenerse de apreciar el valor de uso porque es un
peligro para el alma, el hom bre nuevo de las ciudades bur
guesas comienza a explorar con voracidad el repertorio fas
cinante de los “bienes terrenales”. Siente la necesidad d e rc-
concretizar el m u n d o de la vida, y ve qu e sólo puede hacerlo
si inventa nuevas cualidades para la producción y el consu
mo d e los bienes, puesto q u e las puram ente locales o arcai
cas ya no están o ya no se sostienen.
El conjunto de los viejos valores de uso, que tal vez p ud o
ponerse en pie nuevam ente después de mil años de devasta
ción cristiana, le resulta dem asiado limitado al “h om b re
nuevo”; es un espejo deficiente de las potencialidades que
descubre -inconexas, incoherentes, inform es- en sí mismo,
una imagen disminuida de la identidad que quisiera tener.
El espacio para la creación se abre de p a r en par. Más que la
propuesta humanista de pensar \ vivir a la m anera de los
antiguos -ele quienes supieron hacerlo afirm ativam ente
sobre la tierra-, el movimiento que retrata de m anera para
digmática lo que será la actividad cultural en la m odern idad
es el movimiento renacentista dirigido a copiar o “rimoder-
nar" las formas antiguas, adaptándolas a la necesidad que
tiene el nuevo señor u rbano de confeccionarse un m u n d o a
su m edida y de inventarse una identidad acorde con sus
ambiciones.
148
Definición de la modernidad21
P o r m o d e r n id a d h a b r ía q u e e n t e n d e r el c a r á c te r p e c u lia r
d e la f o r m a h is tó ric a d e to ta liz a c ió n civ iliz ato ria q u e c o
m ie n z a a p re v a le c e r e n la s o c ie d a d e u r o p e a e n el sig lo XVI.
C om o es característico de toda realidad hum ana, también
la m o d e rn id ad está constituida po r el ju e g o de dos niveles
diferentes de presencia real: el posible o potencial y el actual
0 efectivo. En el p rim er nivel, la m odernidad puede ser vista
com o u n a forma ideal de totalización de la vida hum ana. En
cuanto tal, como esencia de la m odernidad, aislada hipoté
ticamente de las configuraciones que le han dado un a exis
tencia empírica, la m odernidad sería un a realidad de co n
creción en suspenso o potencial, todavía indefinida; una
exigencia "indecisa”, aún polimorfa: u n a sustancia en el
m o m en to en que “busca” su forma o se deja “elegir" p o r ella
(m o m ento en verdad imposible, pues u n a y otra se constitu
yen recíprocam ente).
En el segundo nivel, la m odernidad p u ed e ser vista com o
la configuración histórica que dom ina efectivamente en la
sociedad europ ea del periodo indicado. Com o tal, la m o d e r
nidad deja d e ser una realidad de orden ideal e impreciso:
se presenta de m anera plural en una serie de proyectos e
intentos históricos d e actualización o efectuación de su esen
cia; proyectos que, al sucederse unos a otros o al coexistir
unos con otros en conflicto p or el p redom inio en la vida
social, dotan a su existencia concreta de formas particulares
sum am ente variadas.
El fun dam ento de la m o d e rn id ad parece encontrarse en
la consolidación indctenihle -p rim e ro lenta, en la Edad
Media, después acelerada, a partir del siglo XVI, e incluso
explosiva, de la Revolución Industrial hasta nuestros días-
de un cambio tecnológico que afecta a la raíz misma de las
múltiples “civilizaciones materiales” del ser h u m a n o a todo
II I
lo ancho del planeta. La escala de la opcralivid.nl m-.iin
mental del trabajo h um ano, tanto del m edio de piudiu « h»n
com o de la propia fuerza d e trabajo, ha dado un "sallo <u.i
litativo”; ha experim entado u n a ampliación que ha h r tl m
pasar a la actividad hum ana a un orden de m edida sup riim
y, de esta m anera, a un horizonte de posibilidades de dai v
recibir formas desconocido durante milenios de historia. ' '
De estar acosadas y sometidas por el universo exterior al
m u n d o conquistado p o r ellas (universo al que se reconoce
entonces com o “Naturaleza”), las fuerzas productivas pasan
a ser, si bien no más potentes que él en general, sí más p od e
rosas en lo que concierne a sus propósitos específicos; pare
cen instalar por fin al H om b re en la jerarquía, prom etida
p o r su mito fundacional, de “am o y seño r” de la Tierra.
T em prano, m u cho antes de la época en que, con la
“invención d e América”, la Tierra red o n d eó definitivamen
te su figura para el I lom bre y le transmitió la m edida fie su
íinitud d en tro del Universo infinito, un acontecim iento p ro
fundo si* había hecho ya irreversible en la historia de los
tiempos lentos y los hechos d e larga duración, l ’na m uta
ción en la estructura misma de la “form a natural" del p ro
ceso ele reproducción social, del sustrato civilizatorio ele
mental. venía a m inar lentam ente el terreno sobre el cual
todas las sociedades históricas tradicionales, sin excepción,
tienen establecida la concreción de su código de vida origi
nario. U n a vieja so specha volvía e n to n c e s a levantarse
- a h o r a sobre datos cada vez más conf iables-: que la escasez,
la misma que, interiorizada en las relaciones de convivencia,
es la causa última justificante del sacrificio de la libertad, no
constituye la “maldición sine qua n o n ” de la realidad h u m a
na; que el m odelo bélico que ha inspirado todo proyecto de
existencia histórica del H om bre, convirtiéndolo en una
estrategia que condiciona la supervivencia propia a la ani
quilación o explotación de lo O tro (de la Naturaleza, ex-
trahum ana o hum ana), no es el único posible; que es imagi-
146
sidad d e esc trance. Las muchas m odernidades son figuras
dotadas de vitalidad concreta p orque siguen constituyéndo
se conflictivamente com o intentos de formación ( ivili/atoria
de un a sustancia histórica - e l rcvolucionamicnto posneolíti-
co de las fuerzas productivas- que au n ah o ra no acaba de
p erd er su rebeldía.
D e to d a s las m o d e r n id a d e s efectiv as q u e h a c o n o c id o la
h is to t ia. la m á s o p e ra tiv a d e to d a s y la q u e p o r ta n to h a p o d i
d o d e s p le g a r d e m a n e r a m ás a m p lia sus p o te n c ia lid a d e s h a
sid o h a s ta a h o r a la m o d e r n id a d d e las s o c ie d a d e s in d u s tria
les d e la E u ro p a n o r o a ¡dental: a q u e lla q u e , d e s d e el siglo XVI
h a s ta n u e s tro s d ías, se c o n f o rm a e n to r n o al h e c h o ra d ic a l
d e la s u b o rd in a c ió n d e l p ro c e so d e p ro d u c c ió n y ( o n s u m o d e
la riq u e z a so cial al " c a p ita lism o ", a u n a fo rm a m u y e sp e c ia l
d e o rg a n iz a c ió n d e la vida e c o n ó m ic a .
147
sin un a población excedente, la forma capitalista n o podría
cumplii m i función m ediadora - q u e al posibilitarlo lo des
virtúa- en el proceso de producción consum o de los bienes
sociales: necesita de ella para hacer que la com pra y la ex
plotación de la fuerza de trabajo les resulte “rentable" a los
propicíanos de medios de producción. Por ello, la tarea pri
mordial de la econom ía capitalista es reproducir la condi
ción di- existencia de su propia forma: construir y recons
tru ir in c e sa n te m e n te u n a escasez - u n a escasez a h o r a
artificial- justo a partir de las posibilidades renovadas de la
abundancia, l a civilización europ ea em p re n d e la aventura
de conquistar y asumii el nuevo m u n d o esbozado, p ro m e
tido". poi la re-fundam entación material d e la existencia
hum ana, y el arm a que em plea es la econom ía capitalista.
Pero el com portam iento «le ésta, au n q u e es efectivo, es tam
bién contraproducente. Kn eí'ec to. el capitalismo provoca en
la civili/ación eu rop ea el diseño esquemático de un m odo
n o sólo deseable sino realmente posible de vivir la vida h u
mana. un provecto dirigido a potenciar las oportunidades
de su libei tad; pero sólo lo hace pala obligarla a que, con el
mismo trazo, haga de ese diseño una composición irrisoria,
una bui la de sí misma.
A un tiem po fascinantes e insoportables, los hechos y las
cosas de esta m o dernidad manifiestan bajo dicha forma con
tradi«. un ia aquello que <onstituye el hecho fundamental de
la econom ía capitalista: la contradicción irreconciliable e n
tre, p o r u na parte, el sentido del proceso concreto d e traba
jo disfrute - u n sentido “natural”, proveniente de la historia
del ‘metabolismo" entre el ser hum ano y lo o tro - v, p o r otra,
el sentido del proceso abstracto de valorización/acumula
ción - u n sentido “enajenado", proveniente de la historia (le
la auloexplotación del ser hum ano.-'
I 18
lo s rasgos característicos de la vida moderna
149
progresismo, el individualismo, el urbanicismo, el economi-
cismo, el nacionalismo, etcétera. Tal vez sea la propuesta de
Ile id e g g e i'5 fie relacionar en tre sí esas determ inaciones y
en co n trar un principio de coherencia en su conjunto la que
m ejor cum ple ese cometido. Según él, de en tre todas las
características que pueden encontrarse en la vida m oderna,
es el “hum anism o” la que se en cu e n tra en el c en tro y la que
organiza su sentido.
Poi “humanismo" debe entenderse, siguiendo a Heideg-
ger, un antropocentrism o exagerado, llevado hasta el um
bral de una “antropolatría". No solam ente la tendencia de la
vida h um a n a a crear para sí un m u n d o (un cosmos) autó
nom o y dotado de una autosuficiencia relativa respecto de
lo O tro (el caos), sino más bien su pretensión de supeditar
la realidad misma de lo O tro (todo lo extra-hum ano, infra-
o sobre-hum ano) a la suya propia; su afán d e constituirse en
calidad de "Hombre" o sujeto in dep en diente, frente a un
O tro convertido en puro objeto, en m era con trap arte suya,
en "Naturaleza".
No simple expulsión, sino aniquilación sistemática y per
m anente del Ciaos -q u e, en el universo de lo social, trae co n
sigo una eliminación o colonización siem pre renovada de la
“Barbarie”-, el humanismo afirma un o rd en e im pone una
civilización que tienen su origen en el triunfo a p a re n te m e n
te definitivo de la técnica racionalizada sobre la técnica
mágica. Se trata de algo que p uede llamarse "la m uerte de la
prim era mitad de Dios" y que consiste en u n a “des-diviniza
ción" o u n “desencantamiento": en la abolición de lo divino-
num inoso en su calidad de garantía de la efectividad del
cam po instrumental de la sociedad. Dios, com o fu n d am e n
to de la necesidad del o rden cósmico, deja de existir; deja de
ser requerido com o prueba fehaciente de que la trans-natu-
rali/ación que separa al h om b re del animal es en verdad un
pacto entre la com unidad, que sacrif ica, y lo O tro, qu e acce
de. Si antes la fertilidad y la productividad eran posibles gra-
150
cias a un compromiso o contrato establecido con una volun
tad superior, arbitraria pero asequible a través de sacrificios
c invocaciones, de ofrendas y conjuros, ahora, en la m oder
nidad, son el resultado de la casualidad o el azar. Sólo que
de un azar cuyos límites de i m previ sibil idad pu ed en ser cal
culados con precisión cada vez mayor p o r el enten dim ien to
h u m ano; de una casualidad que p uede así ser “dom ada" y
aprovechada po r la razón instrumentalista y el p o d e r eco nó
mico-técnico al que ella sirve. F.l racionalismo m o derno , el
triunfo de las luces del entend im iento sobre la p en u m b ra
del mito, que implica la reducción de la especificidad de lo
h u m a n o al desarrollo de la facultad raciocinante y la reduc
ción de ésta al m odo en que ella se realiza en la práctica
pu ram ente técnica o instrumentalizadora del m un do, es el
m o do de manifestación más directo del hum anism o propio
de la m o d e rn id ad capitalista.
Se trata, en esta construcción “h¡per-humanista” de m u n
do, de un a hybris o desmesura, cuya clave se ubica en la efecti
vidad práctica del conocer ejercido como un trabajo intelec
tual de “apropiación” del referente, así com o en la efectividad
m etódica del tipo matemático-cuantitativo de la razón em
pleada p o r él. El buen éxito económ ico de su estrategia
com o animal rationale, tanto en la com petencia mercantil co
m o en la lucha contra la Naturaleza, confirm a al “h o m bre
nuevo” en su calidad de sujeto, fun dam ento o actividad
autosuficiente, y lo lleva a consolidarse y sustancial izarse en
calidad de sujetividad pura. Incluso el proceso de rep ro duc
ción social al que pertenece se convierte para él en un obje
to del que p re te n d e distinguirse y sobre el qu e se enseñorea.
Todos los elem entos que incluye este proceso, desde la sim
ple naturaleza hum anizada -sea la del cuerpo individual o
colectivo o la del territorio q u e él o c u p a - hasta el más ela
b o rad o d e los instrum entos y procedimientos; todas las fun
ciones q ue implica, desde la más material, procrea!iva o pro
ductiva, hasta la más espiritual, política o estética; todas las
dim ensiones en que se desenvuelve, desde la más rutinaria y
autom ática hasta la más extraordinaria y creativa: toda la
consistencia de la vida h u m a n a y su m u n d o es reducida de
151
esta m a n era a la categoría de m ateria dispuesta para él, que,
p o r su parte, es iniciativa pura.
El “hum anism o m oderno", entend id o en los térm inos a n
teriores, parece estar en la base de las otras determ inaciones
reconocidas com o propias de la m odernidad; a tal punto,
qu e todas ellas podrían ser tratadas como variaciones suyas
en diferentes zonas y m om entos de la vida social. Veámoslo
a continuación en los casos del progresismo, el urbanicismo,
el individualismo y el nacionalismo.
La historicidad es una característica esencial de la activi
dad social; la vida h um a n a sólo es tal p orque se interesa en
el cam bio al q ue la somete el transcurso del tiempo; p orq ue
lo asume e inventa disposiciones ante su inevitabilidad. Dos
procesos coincidem es p ero de sentido contrapuesto consti
tuyen siem pre la transformación histórica: el proceso d e in
novación o sustitución de lo viejo po r lo nuevo y el proceso
de re-novación o restauración de lo viejo com o nuevo. El
progresismo consiste en la afirmación de un m o d o de his
toricidad en el cual, de estos dos procesos, el prim ero pre
valece y dom ina sobre el segundo. En términos estricta
m e n te progresistas, todos los dispositivos, prácticos y
discursivos, que posibilitan y co n fo rm a n el proceso de
reproducción de la sociedad -d e sd e los procedim ientos téc
nicos de la producción y el consumo, en un extrem o, hasta
los ritos y ceremonias festivas, en el otro, pasando por los
usos del habla y los aparatos conceptuales, e incluso p or los es
quem as del gusto y la sociabilidad- se en contrarían inmer
sos en un movimiento de cam bio indetenible que los lleva
de un estado “defectuoso" a otro cada vez “más (cercano a lo)
perfecto”.
El progresismo puro se inclina ante la novedad innovado
ra ("modernista") como ante un valor positivo absoluto; por
ella, sin más, se alcanzaría de m anera indefectible lo que
siempre es mejor: el increm ento de la riqueza, la ampliación
de la libertad, la profundización de la justicia, en fin, las
"metas de la civilización". En general, su experiencia del
tiempo es la de una corriente no sólo continua y rectilínea
sino adem ás cualitativamente ascendente, sometida de gra
152
do a la atracción irresistible que el futuro ejerce p o r sí
mismo en tanto que sede de la excelencia.
Lejos de cen trar su perspectiva temporal en el presente,
la m o d e rn id ad progresista tiene el presente en calidad de
siem pre ya rebasado; vaciado de con tenido p o r la prisa del
fluir temporal, el presente sólo tiene en ella una realidad vir
tual, inasible, lis p o r ello que el “consumismo", cuya gesta
ción analizó Benjamín en el París del siglo XIX, puede ser
visto com o un intento desesperado de atrapar un presente
que ya am enaza con pasar sin h aber llegado aún; de com
pensar con una aceleración obsesiva del consum o de más y
más valores de uso algo que es en sí una imposibilidad de
disfrute de uno solo de los mismos.
La constitución del m u n d o de la vida, en el sentido del “hu
manismo m oderno", com o u na sustitución del caos del obje
to p o r el o rd en del sujeto -y de la barbarie p or la civiliza
c ió n - se encauza no sólo en la construcción del tiempo
social, com o progresismo, sino también en la construcción
del espacio social, iin efecto, el urbanicismo no es otra cosa
que el progresismo, pero trasladado a la dimensión espacial;
la tendencia a construir y reconstruir el lugar de lo h um ano
com o la materialización incesante del tiempo del progreso.
Afuera, com o reducto del pasado, d ep en d ien te y dom inado,
separado de la periferia natural o salvaje p or una frontera
inestable, se en cu e n tra el espacio rural, el mosaico de recor
tes agrarios dejados o instalados po r la red de interconexio
nes urbanas, el lugar del tiempo agonizante o apenas vita
lizado p o r contagio. En el centro, la city, el lugar de la
actividad incansable y de la agitación creativa, el “abismo en
el que se precipita el presente” o el sitio d o nde el futuro
brota y comienza a realizarse. Y, desplegada en tre los dos,
e n tre la periferia y el núcleo, la constelación de los conglo
m erados citadinos, unidos e ntre sí por las nervaduras del sis
tema de comunicación: el espacio urbano, el lugar del tiem
po vivo que repite en su traza la espiral centrípeta de la
aceleración futurista -y reparte también, sobre el registro
topográfico, la je ra rq u ía del dominio.
O riginado en la m uerte de “la otra mitad de Dios” -la de
153
su divinidad com o gravitación cohesionadora de la com uni
d a d -, el individualismo m o d e rn o es la forma que el “h u m a
nismo" ado pta en el proceso de socialización de los indivi
duos, de su reconocimiento e inclusión com o personas o
m iem bros identificables d en tro del género hum ano. El re
em plazo de la socialización com unitaria p o r la socialización
mercantil y el fracaso que esto implica de la realización ar
caica de la form a religiosa de la politicidad h u m a n a hacen
del individuo social constituido com o propietario privado
un ente a la vez poderoso y vacío; es, en efecto, p o r un lado,
la voluntad o sujetidad p u ra -corporización, en calidad de
iniciativa hum ana, de la tendencia abstracta del valor m er
cantil a realizarse en el m ercado -, p ero es también, p o r otro,
un reclamo de identidad concreta, de singularidad cualitati
va. El individualismo m oderno es la característica del “ho m
bre que se hace a sí mismo”, de aquel qu e se d escubre capaz
de desdoblarse y así ponerse frente a sí mismo co m o si fuera
un objeto de su propiedad (un “cuerpo q ue se tiene, y no se
es", un aparato exterior, compuesto de apetencias y facultades)
sobre el que es posible co m p o n er una personalidad deter
minada.
Por esta razón, el individualismo m o d e rn o tiene u n a co n
trapartida que lo complementa: el nacionalismo m oderno.
La necesidad so< ial de colmar la segunda ausencia divina, de
p o n e r algo en el lugar d e la com unidad destruida o de la
ecclrsia perdida, se satisface en la m o d e rn id ad capitalista
m ediante u n a re-sintetización p u ram e n te funcional de la
iden tid ad com unitaria y de la singularidad cualitativa del
m u n d o de la vida en la figura del estado nacional. La exi
gencia social d e afirmarse y reconocerse en u n a figura real
y concreta se acalla mediante la construcción de un sustitu
to de concreción, aportado p or la figura ilusoria de la id en
tidad nacional. Realidad de consistencia derivada, la identi
dad nacional de la m odernidad capitalista descansa en una
voluntad sustentable del nacionalism o, e n tre in g e n u a y
coercitiva: la de confeccionar, a partir de los restos de la
“nación natural”, ya negada y desconocida, un con jun to de
marcas singularizadoras, capaces de n o m in ar o distinguir
com o compatriotas o connacionales a los individuos abs
tractos (propietarios privados) cuya existencia d e p e n d e de
su asociación a la em presa estatal.26
La incongruencia e n tre m o dernidad y capitalismo se m a
nifiesta con toda claridad en el “hu m anism o” de la vida
m o d e rn a y en las otras características que derivan de él. La
“m uerte de Dios” no implica necesariamente que su lugar
q u ede vacío y que d eba ser llenado p o r la sujetidad desm e
surada del ser h um ano. Lo que implica, por el contrario,
es u n a incitación a vivir sin él y sin su trono, es decir, a levan
tar un cosmos, no en enem istad sino en connivencia con lo
otro, en el que 110 se deba repetir u n a y otra ve/, la escena
traumática de la trans-naturalización fundadora, sino en el
q u e se abra y se libere la entrad a al ju e g o de las sublimacio
nes. La m odernidad, motivada p o r un a lenta pero radical
transformación revolucionaria de las fuerzas productivas, es
una prom esa d e abundancia y emancipación; u n a prom esa
q u e llega a desdecirse a m edio cam ino po rq ue el m edio que
debió elegir para cumplirse, el capitalismo, la desvirtúa sis
temáticamente. Sólo así es que la “m uerte de Dios” debe
convertirse en una deificación del H om bre; que la apertura
del m u n d o de la vida debe llevar a u n a clausura futurista del
tiempo \ urbanicista del espacio; que la liberación del indi
viduo debe darse com o una pérdida de su consistencia cua
litativa y u na sujeción renovada a una com unidad ilusoria.
■ "Die liürger haben itln guie (¡riinde, <ln Arbeit übematiirlkhe Schopfungs-
krajt anzudichten."
El creativism o cultural so líat e m ás ev id en te c o m o creativism o artís
tico y. sobre to d o e n el siglo \X . en ciertas versiones d e !;i "vanguardia”
qu e idolatran al artista n o só lo c o m o cread or d e los ob jetos bellos, sino
co m o fu en te d e la llc lle /a en cu an to tal (sobre cuya productividad él, en
otro registro, d eten ta los d e rech o s d e to d o p rop ietario d e un "recurso
natural"): "sin él. lo b e llo n o existiría”.
156
sión bipolar que dará su dinámica al cultivo de la forma
social en la época moderna.
El desarraigo o hehnatlosigkeit 29 es u n o de los rasgos más
reconocidos de la condición hum an a en la m odernidad.
Hace referencia a la experiencia de una imposibilidad: la de
llegar al núcleo de la utilidad de los objetos del m u n d o de la
vida. O, lo que es lo mismo, de un a ausencia: la de un a fuen
te última de sentido o coherencia profund a en las significa
ciones que se producen y consum en en la práctica y en el
discurso. El ser hu m a n o m oderno, creatura de la sociedad
universalizada abstractamente por el mercado, se percibe con
d e n a d o a la lejanía, ex trañe/a o ajenidad respecto de aquel
escenario concreto en el que un valor de uso deviene lo
qu e es.*" l 'n a falta d e fundam ento, un status contingente
parece d re n a r sin rem edio la vitalidad de las formas creadas
p o r él. Es com o si los valores de uso que se p rod ucen y co n
sum en en la m od ernid ad requiriesen, para ser reales, y
auténticos, la pertenencia a una com unidad singular, identi
ficada (una heimat ), - a u n a com unidad conectada directa
m ente con el m om en to de la transnaturalización, levantada
sobre u n pacto aún renovable con lo otro, con los dioses,
con las fuerzas oscuras de la tierra- que les está negada, y co
mo si, p o r tanto, arrancados de ella, fuesen únicam ente im
provisaciones pasajeras, emergentes, incapaces de satisfacer
a plenitud las necesidades o de entregar en verdad el disfru
te que p ro m eten. P or esta razón, la cultura en la m o d e rn i
dad n unca logra escapar al acoso d e un a duda: ¿puede
h a b e r un valor de uso desentendido de las figuras arcaicas
del mismo, desconectado d e ellas; un valor de uso com ple
tam ente nuevo, m oderno, alejado del traum a de la transna
turalización, que se encierra en el valor de uso tradicional?
158
bros del genero de los propietarios privados, a todos los
habitantes del planeta y, al hacerlo, rom pe los "universos"
cerrados del valor de uso en los que se reflejan las in n u m e
rables identidades concretas que han sido conectadas entre
sí. A la cultura se le vuelve problem ático algo q u e antes le
era insignificante: la relación entre lo concreto v lo univer
sal. Se enfrenta a una cuestión inédita, que es justamente la
que le dará su especificidad: ¿cómo resguardar la concre
ción de la forma propia sin d efen d e r al mismo tiem po la
insostenible pretensión de universalidad excluyeme qu e le
es constitutiva? O. a la inversa: ¿cómo volver incluyente la
universalidad de la forma propia sin diluirla en la abstrac
ción? El reto que tiene ante sí es el de llevar a cabo su rca-
firmación dialéctica de la figura singular del cosmos al que
pertenece, pero hacerlo de tal m anera que implique intro
ducir en ella una transformación revolucionaria: sustituir su
m anera de relacionar ingenuam ente lo concreto con lo uni
versal p or otra, crítica, en la que tal relación sólo se da de
un a m anera mediada. La m odernidad com o utopía: ¿es posi
ble inventar cualidades de un nuevo tipo, a un tiempo uni
versales y concretas? ¿Es posible produ cir y consum ir valores
de uso cuya concreción pueda pasar la prueb a d e la m er
cantil icación. no perderse* en su metamorfosis dineraria
sino afirmarse a través de ella? ¿Es posible vencer el desa
rraigo sin volver atrás, a la co m unidad arcaica, sino yendo
más allá de él, hacia una com unidad “abierta”?
Este desafío y esta pregunta revelan, a partir del siglo XIV,
la condición más fundam ental de la cultura m oderna. Y la
respuesta que ella puede dar, condicionada p or la efectua
ción capitalista de la m odernidad, es - c o m o en el caso del
"hum anism o” que responde a la “m uerte de Dios"- una fuga
hacia adelante: el creativismo desatado."’1
El fascinante espectáculo de la sociedad m oderna, la arti-
159
ficialidad y la fugacidad d e las configuraciones cada vez n u e
vas q u e se inventa para su vida cotidiana y que se suceden sin
descanso las unas a las otras hacen evidente su afán de com
pensar con aceleración lo que le falla de radicalidad. La crea
ción desatada, la exageración de su capacidad de reproducir
de innum erables maneras las formas qu e la rigen, hace
manifiesta una impotencia para alterarlas en su estructura.
El creativismo es el sustituto de la revolución formal que
reclama la m odernidad y que resulta irrealizable. Es el fan
tasma de la creatividad impedida.
;Es posible crear ex nihilo un sistema d e concreción para
la vida h um a n a y su m undo? ¿Es posible inventar u n a sub-
codificación para el código d e la reproducción social? ¿Es
posible que una “política cultural” sea capaz de construir
una identidad social? A estas tres preguntas, la hybris del crea
tivismo cultural m o d e rn o le lleva a responde! afirmativa
mente: “el h o m b re es h echura exclusiva del propio h o m
b re '. Es una respuesta que echa tierra sobre el conflicto
inherente a todas las formas tradicionales de lo hum ano,
sobre el núcleo traumático en el valor de uso y sobre la posi
bilidad de trascenderlo.
160
LA IIISTORIA DE LA CULTURA Y \ A PLURALIDAD
DF. LO MODERNO: LO BARROCO
"Die Menschen verhalten sich (...) am wenigsten als Mittel zum Vemunfiz-
wecke der Geschichte; nicht nur befriedigen sie zugleich mit diesem und bei Gele
genheit desselben die dem Inhalte nach to n ihm verschiedene Yxm kt ihrer Parti/tu-
larität, sondern sie haben Teil an jenem Vernunfiuoeck selbst und sind eben
dadurch Selbstzioecke. "
M En el sentido cn que F. de Saussure habla de un "estado de lengua".
161
zar la “mism idad” implica para la cultura locar el p u n to en
cjue el conflicto profundo que la constituye se re-determina
y se replantea en términos diferentes, de acuerdo a las con
diciones históricas renovadas en las que debe reaparecer.
Pero implica sobre todo tener que hacerlo desde el interior
de distintas modalidades alternativas de un com portam ien
to qu e intenta resolver esc conflicto; m odalidades que, al
com petir cnire sí, al esbozar distintas versiones posibles de
esa “mismidad", le dan su consistencia dinámica, inestable y
plural.
Se trata de un com portam iento social estructural al que
podem os tal vez llamar "eihos histórico”,'* p or cu an to en él
se repite una y otra vez. a lo largo del tiempo la misma inten-
<ion que guía la constitución de las distintas formas de lo
hum ano. También es la puesta en práctica de un a estrategia
destinada a hacer vivible lo invivible, a resolver u n a contra
dicción insuperable; sólo que en su caso se trata de u n a con
figuración histórica específica de la contradicción funda
m ental q u e constituye la c o n d ició n h u m a n a . En este
sentido, com o proyecto de construcción de un a “m orad a”
para u n a cierta afirmación de lo hum ano, el elhos histórico
puede ser visto com o todo un principio de organización de
la vida social y de construcción del m u n d o de la vida.
1.a m o dernidad determ ina la concreción de la cultura
hum ana en la medida en que introduce su problemática
particular en el trabajo dialéctico q u e ésta lleva a cabo sobre
la identidad social en la vida cotidiana. Una problemática
que se genera en el revoluc ionam iento civilizatorio q u e ella
162
trae consigo; en una alteración de la forma social básica
-occidental e u ro p ea -, dirigida no sólo a reconform arla sino
a reconstituirla radicalmente. Y la determ ina ju sta m en te por
m edio de la formación de un “ethos histórico m o derno " que
aparece en la vida social para neutralizar y al mismo tiempo
viabilizar una transformación semejante. La cultura sólo
p uede realizarse en la m odernidad si pasa a través de la
densa zona del "ethos histórico”: allí d o n d e la vida h um a n a
reconform a la identidad occidental y e u ro p ea al inventarse
la estrategia de com portam iento necesaria para sobrevivir
en m edio de la transformación cualitativa de las “fuerzas
productivas” que es conducida por el capitalismo.
El rango d e n tro del que se despliegan las variedades de la
cultura m o d e rn a en Europa sorprende p o r su am plitud; no
sólo son innum erables las versiones en que ella se presenta,
sino que las diferencias entre una y otra p u e d e n ser e n o r
mes. Lo mismo hay que decir, por supuesto, de su historia.
Esta es la razón de las dificultades con que se topan quienes,
al narrarla, intentan identificar y clasificar al m enos las lí
neas principales de su desarrollo. Dificultades que, p o r su
puesto, no interrum p en el trabajo del historiador, puesto
que, si bien la cuestión acerca de cómo identificarlas y agru
parlas, d e qué criterio usar para hacerlo, perm anece abier
ta para él, la heurística de su narración viene a resolverla en
la práctica, au n q u e sea “provisionalmente” y d en tro de cier
tos márgenes limitados. El “material” de lo narrado parece
traer consigo su propia m anera de identificarse y pro p o n e
p o r sí m ism o diferentes criterios de clasificación y periódiza-
ción que el historiador de la cultura m o d ern a acepta y combi
na de u n a m an era u otra. Son criterios que lo mismo se re
fieren a distintos “sujetos” particulares de esa h isto ria-co m o
el que distingue un sinnúm ero de entes o sustancias conso
lidadas: geográficas (“historia de la región alpina”), étnicas
("historia de los pueblos arios"), económicas ("historia del
capitalismo”), políticas (“historia de la dem ocracia”), etcéte
ra - qu e a distintas “propiedades" constitutivas de dichos
sujetos - c o m o el que distingue en cada u n o de ellos un
sinnúm ero de aspectos o “niveles”: el antropológico ("histo-
163
lia de la vida privada”), el sociológico (‘‘historia d e la vida
urbana en..."), el económ ico (“historia de la dialéctica no r
te-sur"). etcétera.
El criterio que se ha dejado notar más Inertem ente en la
narración histórica de la cultura m od erna ha sido sin du da
el q ue lleva a hablar de ella com o la carat tei ísiiea de un suje
to definido a la ve/ en términos geográficos, étnicos v polí
ticos; un criterio que elige juzgar la variedad del acontecer
concreto de la <ultura desde un miradoi especial; que dis
tingue a los seres hum anos p o r su pertenencia a una deter
m inada em presa histórica estatal: la nación. A tal p u n to ha
llegado la reducción nacionalista de lo h u m a n o en el dis
curso m o d e rn o , que es com ún en te n d e r "historia de la cul
tura m o d e rn a ” com o sinónim o de "historia de las culturas
na< i o n a l e s " . E l criterio nacional se presenta com o el crite
rio más ap rop iad o a la cosa misma, no sólo p orq ue la Nac ión
es un fe n ó m e n o m o d e rn o sino porque la h u m a n id ad m o
derna. ella misma, se concibe com o un Cloncierto de \a< io
nes (Europa \ el testo del m undo, es decir, el conjunto de
sus estados satélites). 1'iene. en electo, frente a los otros cri
terios. la ventaja de que las nal raciones que inspira no dejan
inexplicada ni la yuxtaposición d e las historias particulares
de los diferentes sujetos puros (como lo hacen las narra* io
nes o rto d o x am en te geográficas, étnicas, económicas, políti
cas, etcétera) ni la de las historias parciales de un mismo
sujeto (com o lo hacen las narraciones especializadas en lo
antropológico, lo so< iológico. lo económico, etcétera), sino
q u e perm ite n arrar una historia a la ve/, global v completa,
“universal" v “om nicom prensiva”. es dec ir. capaz de reu n ir a
lodos los sujetos particulares d e la histoi ia c ultural modei na
y de incluii todos los niveles de la vida soc ial en los que se
desenvuelve esa historia.
1.a arbitrariedad e inconsistencia de este criterio ha sido
im perceptible o soslayable en virtud del efecto persuasivo
h .i
qu e suele ir junto a todo lo que em ana de las posiciones de
dominio, y que ha acom pañado hasta este fin de siglo el dis
curso que se elabora a partir del estado nacional com o la
entidad monopolizadora de la re-socialización de los indivi
duos en el sentido del capitalismo. Apenas en los últimos
veinte años, a m edida que avanza la decadencia d e este
m onopolio y que los defectos de ese criterio se hacen cada
vez más evidentes, su falta de fun dam ento se ha vuelto ya
inocultable. Resulta cada vez más claro que n o p u ed e supo
nerse la cultura nacional com o el escenario capaz de agluti
nar las actividades entúrales de todos los sujetos de una so
ciedad. sin añadir de inm ediato que esc efecto aglutinador
implica dos procesos violentos de una peculiar “traducción"
de aquello que aglutina: dos procesos de subordinación o, si
es necesario, de exclusión. El prim ero afecta a los inn um e
rables sujetos sociales de la actividad cultural, que reciben ad
judicada la imagen de aquel que, entre ellos, d o m in a en la
vida pública y que está com puesto p o r quienes participan
efectivamente en la vida “republicana": los m iembros de la
“sociedad civil" transfigurada como “sociedad política” (de
los biirger convertidos en citoyens). El segundo afecta a la acti
vidad cultural misma, que es concebida com o una cam paña
p erm a n en te de protección de u n a form a de ser nacional ins
tituida com o identidad sustancializada de esa “sociedad po
lítica" -y reprod ucid a siempre com o "am enazada” en el
escenario ‘'intei-nacional".
Sólo de m an era indirecta y difícil, a través de la franja de
refracción in tro d u cid a p o r el prejuicio nacionalista, la
narración histórica de la cultura m o d e rn a - e n sus mejores
expresiones™- ha podido percibir y teinatizar la variedad y
la com plejidad del proceso dialéctico en que las sociedades
han cuestionado y reaf irmado en la vida cotidiana la forma
165
y las figuras de su “mismidad”. Ha debido, para ello, recons
truir geografías discontinuas y dinámicas, adecuadas a la
topología de las diferentes historias culturales particulares,
más allá del mapa impuesto al entend im iento p o r el discur
so de los estados nacionales; ha deb ido descubrir y recom
p o n e r aspectos y dimensiones de la actividad cultural que
son minimizados o ignorados p o r ese discurso. Pero, sobre
lodo, ha debido reconocer y revalorar a contracorriente de
la tendencia discursiva dom inante, explorando con aten
ción en los márgenes o en los deslices de la cultura descrita
com o nacional, la presencia de ese m om ento de-sustan< iali-
zador qu e caracteriza a la actividad cultural; un m om ento
que el discurso m o d e rn o co n d en a en general com o una
incursión peligrosa de “lo otro" - la locura, el primitivismo,
lo ex tra n jero - y al que sólo acepta com o “creatividad" una
ve/ qu e lo ha encerrado y neutralizado en u n a zona privile
giada d e la vida cultural, la d e la Víante culture”-, aquella cul
tura -esotérica y “de élite**, sin mayor im portancia colectiva-
qu e repite en su registro propio la misma pretensión mono-
pollzadora q ue caracteriza al “m u n d o de la Política" cuand o
usurpa la voluntad y la iniciativa autárquicas de la sociedad.
Kl concepto de ethos histórico puede ayudar a pensar una
concretízación histórica de la actividad cultural que se cons
tituya sin recurrir a las determ inaciones particulares de un
sujeto sustancializado —“la Nación AT, “Europa", “O cciden
te u O rien te’*, "la Civilización”, etcétera- concebido en cali
dad ríe fuente generadora de la forma singular de hum a
nidad q u e está en juego en la cultura. Puede contribuir a
concebir la historia de la cultura com o lo q u e ella es en rea
lidad: una historia de acontecimientos concretos de activi
dad cultural, singularizados libremente, sobre un plano de
diferenciación com pletam ente abierto, ajenos a todo inten
to de acotarlosy fijarlos d en tro de fronteras preestablecidas.
Kl concepto de ethos histórico centra su atención, prim e
ro, en el motivo general que u n acontecim iento histórico
profundo, d e larga duración, entrega a la sociedad para su
transformación y, segundo, en las diferentes m aneras com o
tal motivo es asumido y asimilado d en tro del com portam ien-
166
lo cotidiano. Se trata de un proceso de asunción y asinn
lación que la com unidad hum ana, com o “sujeto" d e la ai ti
vi dad cultural, cum ple necesariamente -eligiend o en cada
caso un m odo de h ace rlo - en todo*; v cada u n o de los m a
pas o planos d e determ inación que pu ed an ser proyectados
sobre ella: el de las condiciones biológicas, étnicas, g eo
gráficas o laborales, el de la jerarquización económicoso-
cial, (“I de la integración nacional o el de la tradición cultu
ral. Visto en otra perspectiva, se trata de un proceso a
través del cual d eben pasar y d entro del cual d eben consti
tuirse todos los “sujetos” imaginables de la actividad cultural,
eligiendo para ello un a u otra de las opciones posibles. De
este m odo, al tenci en cuenta el horizonte de concretización
que ab re la vigencia d e un cthos histórico diferenciado en
cada época, la historia de la i ultura p u ed e n a rra r aconteci
mientos de la actividad cultural que son a la vez concretos y
universales, que incluyen en su singularidad todas las d e te r
m inaciones imaginables, pero que lo hacen sin consolidarse
en torno a ninguna d e ellas, puesto q u e su concreción com o
hechos de cultura sólo comienza a perfilarse en la elección
que ellos implican de una m odalidad particular d en tro del
ctlun general de la época.
id
ción del capital en u n a escala ampliada, l.a vida cotidiana en
la m o d e rn id a d capitalista d eb e así desenvolverse en un
m u n d o cuya existencia cotidiana se encuen tra condicionada
p o r una realidad dominante: el hecho capitalista. Se trata de
un hecho que es en verdad un m odo de ser de la vida prác
tica: u n a contradicción: de una realidad que consiste en un
conflicto. Se trata d e u n a incompatibilidad p e rm a n e n te
e n tre dos tendencias contrapuestas, correspondientes a dos
dinámicas simultáneas que mueven la vida social: la de ésta
en tanto q u e es un proceso de trabajo y disfrute referido a
valores de uso, p o r un lado, y la de la reproducción de su
riqueza, en lanío que es u n proceso de “valorización del
valor abstracto" o acumula* ión d e capital, p o r otro. Se trata,
p o r lo demás, de un conflicto en el que. una y otra vez y sin
descanso, com o en el castigo que los dioses im pusieron a Sí-
sifo, la prim era es sacrificada a la segunda y sometida a ella.
La realidad capitalista es un h ech o histórico inevitable,
del q u e no es posible escapar (si no es en virtud d e u n a revo
lución apenas imaginable) v que pot tanto debe ser inte
grado en la consnuc( ión espontánea del m u n d o de la vida;
que d eb e ser convertido en un a “segunda naturaleza", inte
g rado com o inm ediatam ente aceptable. Alcanzar esta con
versión de lo inaceptable en aceptable y asegurar así la
"armonía" indispensable para la existen* ia cotidiana m o d e r
na, ésta es la tarea qu e le correspo nd í1al cthos histórico de la
m odei nidad.
Se trata, por lo demás, de una meta que p ued e alcanzarse
p o r diferentes vías, métodos o estrategias, según sea en cada
caso la com binación del impulso histórico an terio r y las posi
bilidades ofrecidas por la situación concreta; de u n a conver
sión ele lo invisible en vivible que, al p oder cumplirse ele
m uchas maneras, da lugar a una multiplicidad de versiones
del eíhos m od erno, qu e se enfrentan entre sí v com piten
unas con otras en el escenario histórico de la m o dern id ad.
juzg ad as según la coherencia y la pureza d e sus respecti
vas estrategias, serían cuatro las versiones extremas en las que
p u ed e coustituii Ne el ethos histórico m o derno ; cuatro las vías
ideales que se ofrecen para interiorizar el capitalismo en la
168
e s p o n t a n e i d a d d e la v id a c o tid ia n a o p a r a c o n s t r u i r la
" e s p o n ta n e id a d " c a p ita lista d e l in u n d o d e la vida. C a d a u n a
d e ellas p r o p o n e u n a s o lu c ió n p e c u lia r al h e c h o ca p ita lista ,
a la n e c e s id a d d e la v id a c o tid ia n a d e d e se n v o lv e rse e n u n a
c o n d ic ió n im p o s ib le , d e s g a rra d a p o r la o b e d ie n c ia a d o s
p rin c ip io s c o n tra p u e s to s - e l d e l v a lo r d e u so y el d e l v a lo r- ,
y c a d a u n a d e ellas m a n tie n e u n a a c titu d p e c u lia r a n te el
m ism o : se a d e a f in id a d o d e reí h a /o , d e r e s p e to o d e p a rti-
< ip a c ió n .
Una prim era m an era d e naturalizar el h echo capitalista es
propia del com portam iento que se desenvuelve d e n tro de
una identificación total y militante con la pretensión básica
d e la vida económ ica regida por la acumulación del capital:
la d e n o sólo coincidir fielm ente con los intereses del pro-
( eso “social-natural" de reproducción, sino de estar al servi
cio de la potenciación cuantitativa y cualitativa del mismo.
Valorización del valor v desarrollo de las fuerzas productivas
serían, d en tro de este com po rtam ien to cotidiano, no dos
dinámicas enfrentadas en tre sí, sino una y la misma, unitaria
e indivisible. Se trata de un cilios que resuelve la contradic
ción in h e re n te al h ech o capitalista p o r la vía de tratarla
com o inexistente, \ p uede llamársele ' realista" en vista de su
actitud inm ediatam ente afirmativa ante la aparente creativi
dad insuperable del m u n d o establecido o “realm ente exis
tente", a n te la naturalidad capitalista del m u n d o de la vida.
Kn efecto, se trata de una actitud que perm ite asociarlo
- d e n t r o d e la tradu ion que delinc el arle com o un tipo pe
culiar de representación de la realidad- con aquella corrien
te q u e piensa que el objeto d e la representación artística o
lo artísticamente rcpresentable de las cosas está ahí. en las
cosas mismas, en tregado directam ente a la percepción; que
es algo in m ed iatam e n te aprchensible, si se lo capta de
m a n era atenta y m in u c io s a /7
Hay un segundo m odo d e conferirle espontaneidad al
hech o capitalista, que em plea también el recurso de anular
169
la contradicción que hay en él, reduciendo uno de sus dos
términos al otro. Pero, en su caso, a la inversa del anterior,
es el plano d e la valorización el que aparece plenam ente
reductible al plano del valor d e uso. El carácter afirmativo
de esta segunda versión pu ra del ethos m o d e rn o está en las
antípodas del realismo, puesto que, para aceptar el capita
lismo, lo idealiza en una imagen contraria a su apariencia.
Dentro de este segundo ethos m oderno, el capitalismo es vivi
do ante todo com o la realización del “espíritu de em presa”,
es decir, de una m odalidad del espíritu, q u e es a su vez la
expresión más elevada de la vida natural, del reino de los
valores de uso. M ediante u n a p ecu liar transfiguración
( “verhlánnig’) , la subordinación de la form a natural a la va
lorización es vivida com o un “m o m en to necesario” d e la his
toria d e la realización de esa misma form a natural. Esta
asunción ilusoria y ultramilitante de la inm ediatez capitalis
ta del m u n d o es propia de un ethos al que podría estar justi
ficado calificar de "romántico", si se tiene en cuenta que,
para la estética romántica, el objeto de la representación
artística no coincide con las cosas tal y com o están en la per
cepción práctica, sino que tiene que ser “rescatado” d e ellas;
que sólo se entrega a la experiencia estética a través de una
identificación em pática con ellas, capaz de d escubrirlo
com o su significado profundo, incluso en con tra de ellas
mismas.**
Diferente de las dos anteriores en la m edid a en qu e no
anula ni desconoce la contradicción propia del h echo capi
talista sino que p o r el contrario la trata en calidad d e condi
ción ineludible de la vida m o dern a y su m un do , el tercer
ethos de la m o dernidad incluye un a toma de distancia que le
muestra la alternativa de com portam iento implícita en ella;
no consiste en una identificación inmediata y obsesiva con
la subordinación del valor de uso al valor. Si la acepta y
asume de todos modos com o la mejor (o la m enos mala) de
las dos salidas posibles, es p o iq u e reconoce en ella la virtud
de la efectividad. Su actitud afirmativa respecto del hecho
170
capitalista no Ic im pide percibir en la consistencia misma de
lo m o d e rn o el sacrificio que hace p arte de ella. Es un ethos
al q u e se p uede llamar “clásico", d ad o el parecido que guar
da su aceptación d e la espontaneidad capitalista del m u n d o
con la aprehensión del objeto de la representación artística
d e n tro de la estética neoclásica, una aprehensión para la
cual dicho objeto sólo aparece en el m om en to d e la adecua
ción en tre lo percibido y lo imaginado, en el proceso inm a
nente de com paración de la cosa con su propio ideal.*'
La cuarta m anera de interiorizar el capitalismo en la es
po ntaneidad de la vida cotidiana es la del ethos que podría
llamarse “barroco". Se trata de un com portam iento que no
borra, com o lo hace el realista, la contradicción propia del
m lindo d e la vida en la m od ernid ad capitalista, y tam poco la
niega, com o lo hace el romántico; que la reconoce y la tiene
p o r inevitable, de igual m anera que el clásico, pero que, a
diferencia de éste, se resiste a aceptar y asumir la elección
que se im pone ju n to con ese reconocimiento, obligando a
tom ar partido por el térm ino “valor" en contra del térm ino
“valor de uso". No m ucho más absurda que las otras, la estra
tegia barroca para vivir la inmediatez capitalista del m u n d o
implica un elegir el tercero que no puede ser: consiste en
vivir la contradicción bajo el m odo del trascenderla y des
realizarla, llevándola a un segundo plano, imaginario, en el
que pierde su sentido y se desvanece, y d o n de el valor de uso
p u ed e consolidar su vigencia pese a tenerla ya perdida/'"
El calificativo “barroco” puede justificarse en razón de la
semejanza que hay e n tre su m odo de tratar la naturalidad
capitalista del inundo y la m anera en que la estética barroca
descubre el objeto artístico que p u ed e h ab er en la cosa
representada: la de una puesta en escena.'’1
171
C om o es comprensible, ningu no de estos cuatro cthe que
c o n fo n n a n el sistema puro de “usos y costum bres” o el “refu
gio y abrigo” civilizatorio elemental de la m o d e rn id ad capi
talista se da nunca de m a n era exclusiva; cada u n o aparece
siem pre com b in ado con los oíros, de m a n e ra diferente
según las circunstancias, en la vida efectiva de las distintas
construcciones m odernas del m undo. Puede, sin em bargo,
jugar un papel dom inante en esa composición, organizar su
com binación con los otros y obligarlos a traducirse a él para
q u e alcancen a manifestarse. Sólo en este sentido im p u ro e
impreciso sería dable hablar, por ejemplo, de u n a "m oder
nidad clásica” frente a otra “romántica", o di- u n a ‘‘sociedad
realista” a diferencia de otra “barroca”. Provenientes de dis
tintas épocas de la m odernidad, es decir, referidos a distin
tos impulsos sucesivos del capitalismo -el m editerráneo, el
nórdico, el occidental y el cen tro eu ro p eo -, los distintos cthe
m odernos configuran la vida social co n tem p o rán ea desde
diferentes estratos “arqueológicos" o de decantación históri
ca. Cada uno lia tenido su propia m anera de actuar sobre la
sociedad y una dimensión preferente ele la misma desde
d o n d e ha expandido m i acción. Es indudable, sin em bargo,
que el ethos realista, el que llegó a d esem p eñar el papel d o
m ínam e en esa composición, es el que ha organizado su pro
pia com binación con los otros y los obliga a traducirse a él
para volverse efectivos. En este sentido igualm ente relativo
p u ede hablarse, siguiendo a Max Weher,4- de la m o d e rn id ad
capitalista com o un esquema civilizatorio que requiere e
im pon e el uso de la “ética protestante", es decir, de aquella
que parle de la rcmitificación realista de la religión cristia
na qu e traduce las dem andas de la productividad capitalista
al plano d e la técnica de autodisciplinamiento individual
-co ncentrándo las en la exigencia de sacrificar el “ahora" del
valor de uso en provecho del “m a ñ an a” de la valorización
mercantil.
173
singularidad de u n a experiencia, lo aprovechable o necesa
rio y su contrario, lo desechable o casual.
En la vida cotidiana del siglo XVII, el siglo de la transición
suspendida, el acto de elegir resulta especialmente proble
mático; las condiciones q u e prevalecen en ella im piden a
cada paso la adjudicación de una u otra de estas dos cate
gorías a las cosas y las acciones del m u n d o d e la vida, la obs
taculizan sistemáticamente, lo mismo en la más im portante
que en la más insignificante de las situaciones. Son condi
ciones que introducen una ambivalencia radical en la vida
hum ana y su m undo; una ambivalencia ontológica, q ue llega
al extrem o de convertir la consistencia de los mismos en una
realidad evanescente. Bajo ellas, en efecto, los contenidos
cualitativos de un acto o un objeto no manifiestan ni respe
tan ninguna coherencia: las cualidades de útil, bueno , ver
dadero, bello no sólo 110 se acom pañan entre sí en su posi
tividad com ún cuando u n a de ellas califica dichos actos u
objetos, sino que resulta imposible suponer u n a correspon
dencia unívoca entre ellas, que pudiera estar arm on izánd o
las, poi más profunda e imperceptible que u n o quisiera ima
ginarla. Lo mismo el cam po d e la valoración positiva qu e el
de la negativa incluyen cualidades no sólo incompatibles
sino hostiles entre sí. Se trata, p o r lo demás, de u n a falta de
coherencia que no se debe propiam ente a u n a ausencia sino
al silencio enigmático, ambivalente, de la instancia última en
la que recae la capacidad de justificar el q u e una palabra
b uena p ueda estar muy alejada d e la verdad y un objeto útil
p ueda estar peleado con la belleza; que u n a acción prove
chosa p u ed a ser ineludiblem ente injusta y un acto virtuoso,
repugnante.
La ambivalencia ontológica se presenta p o r el hecho de
que el dispositivo capaz de relaúvizar las contradicciones
en tre esas cualidades - d e reducir la verdad a la bo n d ad y la
utilidad a la belleza, de dem ostrar que lo injusto es discul
pable y disfrutable lo re p u g n a n te - se ha multiplicado en dos
versiones contrapuestas de sí mismo, en dos propuestas de
coherencia y arm on ía que reclaman, cada u n a de ellas para
sí, el fundam ento d e la “naturalidad”. Hay u n a guerra sorda
174
entre dos universos de sentido, q u e pone en disputa todo el
edificio de los contenidos cualitativos del in und o y los priva
hasta d e la m ínim a univocidad propia del hic el m ine en el
que pudieran ser necesariamente lo u n o o lo otro. La con
traposición entre lo aprovechable y lo desechable, lo sustan
cial v lo accesorio, lo fundam entado y lo azaroso, lo necesa
rio \ lo contingente: la contraposición entre lo que obedece
a un orden \ tiene sentido \ lo caótico y carente de sentido
se presenta así en dos versiones distintas que se anulan recí
pro cam en te y que pueden ser igualmente válidas o igual
m ente insostenibles.1'’ Por esta razón, en virtud de este e m
pate radical entre dos universos ele sentido concurrentes, la
ambivalencia d e n tro d e la que debe com portarse el cthos de
la m o dernidad es una ambivalencia fundamental, de o rd en
ontológico: los modos de tratarla q u e ese cilios incluye son
cada uno ele ellos principios estructurantes del conjunto de
la vida hum ana \ del m u n d o en el que ella se desenvuelve.
175
en vencer esa equivalencia d e las dos propuestas de necesi
dad y sentido, ro m p er la am bigüedad del m u n d o y la am bi
valencia del sentido, y en tom ar partid o p o r aquella p ro
puesta que la p ropia m odernización trae consigo, la que se
g en era en la construcción capitalista del m undo. Consiste en
decidir que la necesidad y el sentido propuestos p o r la “ló
gica" del valor de uso son reductibles a la pro p u esta de la
m o d ern id ad capitalista y deben por tanto traducirse a ella.
El elhos barroco, en cam bio, que se resiste al im perativo de
esa elección, y q u e no afirm a ni asum e la m odernización en
m archa, que no sacrifica el valor de uso p ero tam poco se
rebela contra la valorización del valor, deb e buscar una sali
da diferente: situado en esta necesidad de elegir, en fren tad o
a esta alternativa, no es la abstención o la irresolución, com o
podría parecer a prim era vista, lo que caracteriza cen tral
m ente el co m portam iento barroco. Es más bien el decidir o
to m ar p artid o - d e una m an era q u e se an to ja absurda,
p arad ó jica- p o r los dos contrarios a la vez; es decir, en reali
dad. el resolverse p o r una traslación del conflicto e n tre ellos
a u n plano diferente, en el q u e el m ism o -sin ser elim in ad o -
q u ed e trascendido.4" In h eren te al elhos b arro co es así una
tom a de decisión p o r el tercero excluido, p o r un salto capaz
de rebasar el em pate de la contradicción así com o la am bi
valencia que resulta de él; una elección q u e im plica sin
d uda, juzgada desde la actitud “realista", u n “escapism o”,
u n a “huida fuera de la realidad”. Elegir la “tercera posibili
dad", la que n o tiene cabida en el m u n d o establecido, trae
consigo un "vivir o tro m u n d o d en tro d e ese m u n d o ”, es
decir, visto a la inversa, un “p o n e r el m u n d o , tal com o exis
te de hecho, en tre paréntesis”. Se trata, sin em bargo, de un
“paréntesis” que es toda una puesta en escena; de u n a “des
realización" de la contradicción y la am bivalencia q ue, sin
p re te n d e r resolverlas, in ten ta de todas m aneras neutralizar
las, adjudicándoles para ello el status de lo alegórico.47 El ser
176
h u m an o barroco p rete n d e vivir su vida en u n a realidad <l<
segundo nivel, que ten d ría a la realidad p rim a ria -la com ía
dictoria y am bivalente- en calidad de sustrato rcelaborado
po r ella; se inventa u n a “necesidad co n tin g en te en m edio
de la contingencia d e am bas necesidades contrapuestas",
“un sentido d en tro d e la am bivalencia o en m edio del vacío
de sen tid o ”.48
Pocos autores com o Baltasar G rad an han sabido expresar
de m anera tan pura el espíritu de su época. Su Oráculo
manual y arle de prudenciaos leído ah o ra com o un m anual de
"m arketing del siglo WH”,-*9 del arte de una “prudencia"
177
c í n i c a q u e n o c o n s is tiría e n o t r a c o sa q u e e n u n “s a b e r vivir”
cu y o s e c r e t o esta rá e n “s a b e r d a r la e sp a ld a " a t o d o a q u e l l o
q u e p u e d a p e r t u r b a r el d is fru te d el é x ito y el b e n e f i c i o
a l c a n z a d o c o n él. Y se tra ta sin d u d a d e u n m a n u a l q u e g u í a
p a r a “t r i u n f a r e n el m u n d o ”; p e r o d e u n o m u y es p e c ia l q u e
g u í a h a c ia u n “t r i u n f o ” m u y d u d o s o , e n u n “m u n d o ” m u y
“r a r o ”. Si n o se q u i e r e i g n o r a r s in o m ás b ie n e x p l i c a r el
c a r á c t e r ta n a b i e r t a m e n t e “e x c é n t r i c o ” d e e s te “m a n u a l ” en
n u e s t r o s d ías, es n e c e s a r io t e n e r e n c o n s i d e r a c i ó n la p e c u
liar m o d e r n i d a d c o n la q u e ju e g a e n G ra c iá n la a c e p c i ó n d e
t é r m i n o s c o m o “vivir", “p r á c t i c a ”, “u t i l i d a d ”, “b e n e f i c i o ”,
“t r i u n f o ", e t c é t e r a , y el h e c h o d e q u e , p a r a esa m o d e r n i d a d ,
el s e n t i d o q u e éstos t i e n e n e n la a c e p c i ó n d e s a r r o l l a d a p o r
la m o d e r n i d a d clásico-rcalista - d o m i n a n t e e n la E s p a ñ a ib é
ric a d e s p u é s d e su b o r b o n i z a c i ó n e n el sig lo XVIII— se
e n c u e n t r a 110 sólo a l t e r a d o s i n o in c lu s o in v e rtid o .
El “triunfo" que se persigue en los consejos d e Gracián es,
sin d uda, el del varón em p eñ ad o en los asuntos terren a
les, “com prom etido" en "ganar el m u n d o ”. Pero es el triu n
fo del "beafus z//r"del Salm o 16 que Vivaldi musicalizó m edio
siglo después, con todo alarde barroco. Es el triunfo m u n
d an o de un h o m b re situado en los tiempos “de hoi", en los
qu e - a diferencia de los d e antes, y en virtud de q u e la Igle
sia Católica, renovada en T ien to y dirigida p o r la C om pañía
de Jesús, reconstruye el m u n d o , en la práctica, ad maiorem
Dei gloriam- ese “g an ar el m undo" tiene al fin, después de
una larga historia, más posibilidades de coincidir con el
"ganar la p ro p ia alma" q u e con el perderla. La realización
personal de cada quien es ahora n o sólo deseable sino posi
ble, y ello en arm onía con la realización ele la halholiké
ekklesía. de la co m u n id ad universal de los seres hum anos,
que lia tom ado partido p o r Dios, en contra de Satanás, y que
está em p eñ ad a en la realización del Bien: “n o quiera uno ser
tan hom bre de b ien”, dice el Oráculo, “que ocasione al otro
serlo de m al” (Aforismo 243). 1.a sabiduría del varón p ru
d en te está inm ersa en la vida práctica y concreta, puesto que
“el saber vivir es hoi el v erdadero saber” (A. 232), pero es
una sabiduría que lo saca siem pre “más allá" d e la inmedia-
17M
te/, d e esa vida, volviéndolo “universal", conviniéndolo m un.«
totalización que se inventa formas y artificios cada vez más ela
horados para la variedad inagotable de su naturaleza animal
(A. 93). “Varón desen g añ ad o ” de las lim itaciones del m u n d o
(A. 100), el h éro e barroco n o es “m en u d o en su proceder",
no “se individua m ucho en las cosas..." (A. 88). Inten ta, por
el contrario, “trascender” la cotidianidad de la vida, vivirla
identificado con la esencia q u e ju e g a en su apariencia. Ser
"trascendental", dice G racián, y serlo “en to d o ”, es “la pri
m era y sum a regla del o b rar y del hablar..." (A. 92). El “seso"
o e n ten d im ien to es lo que hay d e m ejor en el ser h u m an o
-q u e es, a su vez, "lo m ejor d e lo visible-, y es el sentido que
sólo alcanza su p len itu d cu an d o es “seso trascendental" o
"valiente". El “án im o ”, el “corazón”, la valentía, la capacidad
de trans-scender o sobre-ponerse, de “d ig erir con igual valor
los extrem os de la fortuna", deb e ser, según G racián, lo
único pro p io y distintivo del ser h u m ano. De ah í que el
varón “de éxito” sería el que "usa el renovar su lucimiento”—\o
q u e “es privilegio de Fénix"-, el que “usa, pues, del ren acer
en el valor, en el ingenio, en la dicha, en todo: del em p eñ ar
se con novedades de vizarría, am an ecien d o m uchas veces,
com o el Sol, variando teatros al lucim iento, p ara que en
el u n o la privación y en el o tro la novedad soliciten aq u í el
aplauso, si allí el deseo" (A. 81).
Disimulo y resistencia
Tal vez la im agen más ejem plar del co m p o rtam ien to b arro
co la ofrece el que se en cu e n tra en acción en el proceso de
mestizaje civilizatorio que cum ple la sociedad am ericana del
siglo XVII.
En la Am érica conquistada p o r España y Portugal, dos
definiciones contrapuestas de lo que en la vida h u m an a y su
m u n d o es necesario y pleno de sentido, y lo que no lo es,
com batían en tre sí a com ienzos del siglo XVII; un em pate sin
salida en tre am bas caracterizaba la situación en la que se
en co n trab a su población mayoritaria, com puesta lo mismo
p o r los sobrevivientes indígenas de la devastación dem ográ-
179
lica y civil i/a to n a del siglo pasado, que p o r negros, m ulatos y
mestizos de loda especie y hasta p o r criollos venidos a menos.
La prim era definición era perceptible desde la actitud de
som etim iento al proyecto civilizatorio v a la voluntad política
del centro im perial y sus enviados, los “peninsulares"; desde
una actitud d e “traición” a lo que era América: a lo que debió
hab er sido antes d e la catástrofe, a lo q u e fue d u ran te ella y
a lo que siguió siendo después de ella, en su ruinosa y preca
ria sobrevivencia. La segunda era perceptible desde la actitud
de rebeldía y resistencia a la nueva realidad de la E uropa
transplantada, de fidelidad a u n m odo singular, autóctono o
“criollo”, de estar en conexión con la naturaleza am ericana.
Ambos proyectos de m undo, am bas “lógicas”, podían ser
igualm ente convincentes, pues los dos reclam aban, cada uno
para sí, la afirm ación de la vida, y com batían al o tro acusán
dolo de ser una negación d e la misma. Som eterse, colaborar
con el m u n d o y el p o d er establecidos, equivalía a asegurar la
m archa de la nueva econom ía y a participar en sus benefi
cios; la “m uerte moral" que ello traía consigo, la “renuncia a
uno m ism o”, a la form a social peculiar y su vía de acceso civi-
li/alorio a lo O tro, podía ser visto con toda razón com o el
precio que era necesario pagar p o r m a n ten er la existencia
física, que es el fu n d am en to real de toda m oral y toda iden
tidad. Por on a parte, resistir al m u n d o y al p o d e r estableci
dos, rebelarse contra ellos, era lo mismo que p ro teg er y res
catar la auton o m ía y la dignidad moral: la “m u erte física” que
esto im plicaba, el replegarse en sí mismo, alejarse del proce
so civilizatorio y refugiarse en lo inhóspito, podía verse per
fectam ente com o la única m anera de rescatar lo principal de
la vida, lo que podría h acer que los beneficios económ icos
sean realm ente tales.
180
La vigencia sim ultánea y p o r lam o com raclu toi ia <I* • i.«•.
dos versiones de la oposición n e ce sa rio /co n tin g en te imp<>
nía en la vida social u n a am bivalencia radical e ineludible,
am e la cual la población am ericana supo g en era r u n a a< ti
tud especial, la misma que en el siglo an te rio r había sido
inventada p o r la "lengua” de H ern án C ortés, la famosa .Yla-
linche. En la práctica de lodos los días, saliendo d e los estra
tos más miserables, llegó a expandirse y a prevalecer en el
con ju n to de la sociedad una p eculiar estrategia de co m p o r
tam iento: consistía en no som eterse ni tam poco rebelarse o,
a la inversa, en som eterse v rebelarse al m ism o tiem po. Era
u n a estrategia destinada a salir de la alternativa obligada
e n tre la denigración o el suicidio; y consistía justam ente en
u n a “elección del tercero excluido ', en un salto a un te rre
no histórico diferente, en el que esa alternativa p erd ía su
razón de ser; en un recurso a la prefiguración de un futuro
posible. Por un lado, la aceptación de las form as civilizato-
rias y el cum plim iento d e las leyes y disposiciones políticas
del im perio eran llevados a tal extrem o en la práctica coti
diana. que ponían a las mismas en una ( t isis d e vigencia y
legitim idad de la q u e sólo hubieran po d id o salir electiva
m ente si h u bieran logrado rep lan tear su sentido v su alcan
ce, redefinirse \ refundam eniarsc. Por o tro lado, la resisten
cia. la reivindicació n de la “id e n tid a d ” a m erican a , era
cum plida de m anera tan radical, que obligaba a ésta a p o n er
a p ru eb a en la práctica el núcleo de su propuesta civilízalo
ria, a refúndanse \ reconfigurarse para resp o n d er a las n u e
vas condiciones históricas. Era una estrategia que no p erse
guía ad o p tar v pro lo n g ar en Am érica la figura histórica
pen in su lar de la civili/a< ióu eu ro p ea a fines del siglo XVL ni
tam poco reh acer la civilización precolom bina, “co rrig ién d o
la con lo m ejor de la europea", sino en rehacer, en h acer de
nuevo la civilización eu ro p ea, pero com o civilización am eri
cana: igual y d ifeien te ele sí misma a la vez.'1 Era la estrate-
181
gia q u e Lezama Lima52 llam aría "ele co n traco n q u ista”. Por
esta razón, com o lo expone Octavio Paz,’’ fu ero n los mesti
zos - ta n to "cholos” com o “criollos”- quienes “realm en te
en ca rn ab an ” a la sociedad g en erad o ra de esta estrategia:
"sus verdaderos hijos", los que construían en A m érica no
sólo una España “nueva”, sino “otra”.
La estrategia barroca del ir más allá de la alternativa sumi
s ió n /re b e ld ía está en la base de las realidades históricas más
im portantes del siglo XVII am ericano. La más básica y d eter
m inante de ellas, la aparic ión y la conform ación p rim era de
una nueva "eco n o m ía-m u n d o ",'1obedece claram ente a una
estrategia de rebasam iento de la necesidad de o p ta r en tre
som eterse a la política económ ica asfixiante d e la C o ro n a o
rebelarse co n tra ella m ed ian te una actividad económ ica
pu ram en te ilegal y contraventora. I.a “eco nom ía-m undo” en
gestación no sacaba su fuerza del desacato d e la legalidad y
la institucionalidad económ icas establecidas sino, p o r el
contrario, del uso v el abuso que hacía de las mismas. Su
práctica im plicaba el rebasam iento de ellas y la puesta en
vigencia de una legalidad suslitutiva y u n a instiiucionalidad
paralela. Era u n a econom ía “in fo rm ar’, sobrepuesta a la ofi
cial. que en esos tiem pos esbozaba la posibilidad d e una
organización social v política diferente p ara el m u n d o am e
ricano.
Lo mismo p uede decirse del barroquism o de la actividad
política “criolla” en su relación con la política cen tral del
im perio, un barroquism o que Rosario Villari en c u e n tra tam
bién en la política de la oposición al régim en en el Reino de
X ápoles d u ran te el siglo xvil.'" La sum isión, el conform ism o
y el oportunism o, con los recursos d e la intriga, la traición y
la hipocresía, no son rasgos exclusivos de la política barroca
182
ni tam poco los principales y característicos de <11.\ I .1 m u
gen denigratoria de la cultura política barroca, que al lim a
tal cosa, es ele origen claram ente polém ico e ignora inicie
sadam cntc la peculiaridad d e un m odo m o d ern o de ha< ci
política que no se atiene al m odelo p red o m in an te y consa
grad o - “realista”, p u ritan o -, pero que ab re un cam po dife
rente, igualm ente g enuino, de posibilidades d e h acer políti
ca, en el que pu ed en darse p o r igual no sólo todos los
defectos sino tam bién todas las virtudes de la actividad polí
tica en cuanto tal. U na m uestra d e ese m odo b arroco d e la
política sería ju stam en te, com o lo afirm a Villari, la “dissimu
lazione”. ¿Cóm o hacer política republicana allí d o n d e el des
potism o estatal la im posibilita sistem áticam ente, allí d o n d e
está obligada a corrom perse y claudicar, a desdecirse y trai
cionarse, puesto que cu alq u ier autoafirm ación d irecta y
abierta la orillaría a la rebelión y la encauzaría así al suicidio,
a la d erro ta heroica que traslada los actos políticos, re d u c i
d o s a la consistencia de hechos históricos aleccionadores, al
plano de lo im aginario? ¿Cómo, si no inventándose una
república virtual y cum pliendo sus leyes “inform ales" m ien
tras se las disfraza de las que son im puestas p o r el despotis
m o im perante?5“
El planteam iento d e la dissimu lazione (co n tem p o rán eo de
otros sim ilares en la cultura eu ro p ea de inlluencia m edi
terránea, com o los del Oráculo manual de G racián, p o r ejem
plo) aconseja hacer concesiones en el p lan o bajo y evidente,
com o m aniobra de ocultam icnto de la conquista en el plano
su p erio r e invisible; com o instrum ento para p o n e r en prác
tica una política d e oposición efectiva d e n tro de un espacio
político d o m in ad o por la dictad u ra y la represión. Es el
m ism o planteam ien to estratégico “criollo" del “se obedece,
pero no se cum ple”, referido a las disposiciones reales. Váli-
183
das en sí mismas, éstas debían sin em bargo pasar el trance
barroco d e ser "representadas” p o r la realidad am ericana
para llegar a ser efectivam ente aplicables en ella.''7
184
3. El cilios barroco vi la cstetización
de la vida cotidiana
185
No es ele ex trañ ar que u n ¿//mu q u e no se co m p ro m ete con
el proyecto civilizatorio de la m o d ern id ad capitalista se m an
tenga al m argen del produedvism o afieb rad o q u e la ejecu
ción de esc proyecto trae consigo. Lo que sí m erece consi
deración es la form a que tom a ese disianciam iento, q u e no
es la de un quietism o in d iferen te o de u n ab an d o n o del
m u n d o , sino ju sta m en te la d e u n a “desviación esteticista de
la energía productiva” en la construcción de ese m u n d o ; la
d e u n a actividad p reo cu p ad a casi obsesivam ente en p o n er
el disfrute de lo bello com o condición de la experiencia coti
diana, en ubicar la belleza com o elem en to catalizador de
lodos los otros valores positivos del m u n d o . ¿Q ué implica
esta p ro p u e sta d e alte ra c ió n d e la je ra r q u ía axiológi-
ca d om inan te en la m odernidad? ¿Cuál es el lugar que le
co rresp o n d ería a la esleí i/ación d en tro de la vida cotidiana
m oderna, y que el ethos barroco am plía desm esuradam ente?
18(i
parece condicionar fu n d am en talm en te la existencia hum a
na, q u e esta m arcada en la estru ctu ra m ás p ro fu n d a d e su
c o m p o rta m ie n to . El tiem p o d e lo e x tra o rd in a rio , del
m om ento en que la subsistencia mism a de la vida social
e n tra en cuestión, es percibido p o r ella ya sea com o el tiem
po de la am enaza inm in en te y absoluta d e anulación d e la
id en tid ad o com o el d e la p lenitud absoluta, d e la posibili
dad efectiva de realización d e la mism a, del cum plim ien
to de sus metas c ideales."1 A este tiem po en q u e el ser o no
sei de la com unidad parece estar puesto d irectam en te en
cuestión, se le co n trap o n e el otro, el ríe la vida pragm ática
d e la procreación, d e la producción y el consum o d e los bie
nes: el tiem po de la existencia rutinaria, alejado igualm ente
d e la catástrofe que del paraíso, en el que la sociedad y su
form a particular se presen tan com o u n h ech o natural, com o
una “segunda naturaleza".
En el m o m en to ex traordinario, el código general d e lo
h u m a n o ju n io con la subcodificación específica d e u n a
id en tid ad cultural concreta en una situación determ in ad a
-que son los que dan sentido y p erm iten el funcionam iento
electivo de u n a so cied ad - en tra n a ser re-form ulados o re-
configurados en la práctica, son tratados de u n a m an era q u e
p o n e énfasis en la función meta-sem iótica (y m ctalingiiísd-
<a) de la vida com o un proceso com unicativo. En el tiem po
de la rutina, en cam bio, el uso q u e se hace d e ellos es com
p letam ente respetuoso de su au to rid ad , co n ce n trad o en
cu alq u ier o tra de las funciones com unicativas, m enos en la
autorreflexiva.
La vida cotidiana d e los seres hum anos sólo se constituye
com o tal en la m edida en q u e en ella coexisten estas dos
m odalidades de la existencia hum ana, es decir, en que el
cu m plim iento de las disposiciones q u e están en el código
tiene lugar, p o r un lado, com o u n a aplicación ciega y, por
otro, com o una ejecución cuestionante de las mismas; en la
187
m edida en que la práctica rutinaria coexiste con o tra q u e la
q u ieb ra e in terru m p e sistem áticam ente trab ajan d o sobre el
sentido de lo q u e ella hace y dice.
Si 110 hay esta p ecu liar com binación, en m ayor o m e n o r
escala, sea en to d a una vida, en un añ o o en un m ism o ins
tante, de estas dos versiones de la existencia cotid ian a; si
no se da la co m binación de u n a existencia q u e ejecuta
au to m áticam en te el pro g ram a co d ificado con u n a ex isten
cia “en ru p tu ra ” o q u e trata “reflexivam ente” ese p ro g ra
ma, no p u ed e hablarse de una existencia co tid ian a p ro p ia
m en te hum ana. Por esta razón, la tem p o ralid ad real d e la
cotidianidad h u m an a sólo p u ed e concebirse com o u n a com
binación o un en tre cru zam ien to muy p ecu liar de las dos
caras o los dos tipos co n trap u esto s d e la te m p o ralid ad ele
m ental.
A hora bien, ¿cómo puede concebirse el tiem po de esta
ru p tu ra, si no es com o el m om ento de u n a irru p ció n de la,
tem poralidad extraordinaria d e n tro d e la tem poralidad de
la rutina? I na irrupción que sólo p uede ten er lu g ar en el
reino de lo im aginario; en este plano en que la práctica coti
diana abre lugares o deja espacios para que en ellos se inser
te o se haga presente un sim ulacro de lo que sucede en la
práctica extraordinaria. La ru p tu ra es eso ju stam en te: una
aparición o un estallido, en m edio de la dim ensión im agi
naria de la vida, de lo que acontecería p ro p iam en te ya sea
en el tiem po de la realización p len a de la co m u n id ad o en
el de la aniquilación d e la misma: en el m o m en to de la lum i
nosidad absoluta o en el de la liniebla absoluta.*’2
Puede decirse, en este sentido, que, d e n tro de la cotidia
nidad hum ana, es el m o m en to de ru p tu ra el que co n cen tra
en sí la actividad cultural com o un cultivo p ropiam ente
dialéctico (de-y re-sustancializador) de la “id en tid ad ” singu
lar de una vida social. Kn sí misma, la cultura se ubica en la
dim ensión del gasto u ln a funcional, im productivo -o , m e
jo r dicho, “sobre-productivo"- de energías, en el descubri-
188
m iento v la exploración del dispendio o el d erro ch e de o p o r
tunidades vitales, que aleja la vida social d e la funcionalidad
perfecta y la productividad im pecable que reinan en la vida
pu ram en te animal. ’• Por esta razón, a u n q u e en general el
ejercicio de la cultura se enriquece, por supuesto, ju n to con
los m edios que el “excedente económ ico” p o n e a su dispo
sición, las con d icio n es históricas p u e d e n , sin em b arg o ,
invertir esta tendencia: en ciertas sociedades, en ciertas cla
ses sociales o en ciertas situaciones históricas, la escasez de
esos m edios no sólo no alcanza a su sp en d er el ejercicio del
m ovim iento autórrcílexivo d e la cultura, sino que incluso,
en ocasiones, lo enfatiza y m agnifica; así com o tam bién, a la
inversa, su abu n d an cia en otras sociedades, otras clases y
otras situaciones, lejos d e prom overlo, lo ahoga y disminuye.
El ju e g o , la fiesta y el arte
"* Este carácter d isp en d ioso , "lujoso”, fie la cultura está segu ram en te
e n la base d e la con fu sió n i|u e la red u ce a la “alia cultura " y la identifica
con ella; dado su alto grado d e d ificultad técnica, q u e la vuelve n ecesa
riam ente costosa, esta só lo p u ed e desarrollarse en e l ám bito d e co n su m o
d e las clases q u e m o n o p o liza n el p od er eco n ó m ico .
189
lula ele orden, y la necesidad, p o r otro, com o norm a o regu
laridad absoluta, desem peñan en su contraposición. El pla
cer Indico consiste en esto precisam ente: en la experiencia
de la im posibilidad de establecer si un hecho d ad o d eb e su
presencia a una concatenación causal d e otros hechos an te
riores (la preparación de un deportista, el conocim iento de
un apostador, p o r ejem plo) o ju stam en te a lo contrario, a la
ru p tu ra de esa concatenación causal (la “m ala su erte” del
contrincante, la “voluntad d e Dios”). Es el placer q u e trae la
experiencia de una pérdida fugaz de todo soporte; la ins
tantánea convicción de que el azar \ la necesidad p u e d e n ser,
en un m om ento dado, intercam biables. En la ru tin a irrum
pe de p ro n to la d u d a acerca de si la necesidad natural d e la
m archa de las cosas -y, ju n to con ella, de la segunda "natu
raleza", de la form a social de la vida, q u e se im pone com o
incuestionable- no será ju stam en te su contrario, la carencia
d e necesidad, lo aleato rio /’1
Algo diferente opera en el caso d e la ru p tu ra festiva; la
irrupción del m om ento ex trao rd in ario es en este caso m u
cho más com pleja. Lo q u e en ella e n tra en ju e g o n o es ya so
lam ente el h ech o d e la necesidad o natu ralid ad del código,
sino la consistencia co n creta del mismo, es decir, la cristali
zación, com o subcodificación singular del código de lo
hum ano, de la estrategia de supervivencia del g ru p o social
en una situación histórica d eterm inada. La cerem onia ri
tual, el m om ento en que culm ina la experiencia festiva, es el
vehículo de este tipo peculiar de ru p tu ra de la rutina: ella
destruye y reconstruye en un solo m ovim iento to d o el edifi
cio del valor d e uso d e n tro del q u e habita una sociedad;
im pugna y ratifica en un solo acto lodo el co n ju n to de defi
niciones cualitativas del m u n d o de la vida; deshace y vuelve
a hacer el n u d o sagrado que ata la vigencia d e los valores
orientadores de la existencia h u m an a a la aquiescencia que
lo otro, lo so b reh u m an o , les otorga.'1' Se trata d e u n a ru p tu
ra sum am ente peculiar puesto que implica lodo u n m om en-
191
mal de u n a m anera muy especial -y tam bién, por supuesto,
a través de ésta, con la experiencia Indica-, la experiencia
estética es sin em bargo com pletam ente d iferen te de ella.
Con la experiencia estética, el ser h u m an o in ten ta traer al
escenario de la conciencia objetiva, norm al, ru tin aria, aq u e
lla experiencia que tuvo, m ediante el trance, en su visita a la
m aterialización de la dim ensión im aginaria. Lo que intenta
revivir en (‘lia es justam ente la experiencia d e la p len itu d de
la vida y del m u n d o d e la vida; pero p rete n d e hacerlo, no ya
m ediante el recurso a esas cerem onias, ritos y sustancias des
tinados a provocar el trance o traslado a ese “o tro m u n d o ”
ritual v mítico, sino a través d e otras técnicas, dispositivos c
instrum entos que d eb en ser capaces de atrap ar esa actuali
zación im aginaria de la vida ex traordinaria, de traerla justa
m ente al terren o de la vida funcional, rutinaria, e insertarla
en la m aterialidad pragm ática d e “este m u n d o ”.
A tal grado la experiencia estética resulta indispensable
para la vida cotidiana d e la sociedad, q u e ésta la g en era
constantem en te de m an era espontánea.** P uede decirse que
ella tiene lugar en algo sem ejante a una conversión sistem á
tica de la serie de actos y discursos de la vida rutinaria en
episodios y mitos d e un gran d ram a escénico global; a u n a
transfiguración de todos los elem entos del m u n d o de esa
vida en los co m ponentes del escenario, la escenografía y el
guión que perm iten el desenvolvim iento d e ese dram a. l)e
esta m anera, esteti/ada, la experiencia del cu erp o de la p er
sona im plica la percep ció n de su m ovim iento com o un
hecho “protodancístico”, así com o la del tiem po del mism o
com o un hecho “protom usical", la del espacio d e su despla-
192
zum iento com o un h echo “p ro to arq u itectu ral” y la de los o b
je to s que delim itan y o cu p an esc espacio com o hechos plás
ticos de distinta especie, “protopictóricos", “protoescultóri-
cos", etcétera.
193
a c c ió n mágica d e su socialidad im aginaría a la d em an d a de
concreción que se g en erab a en u n a vida social do m in ad a
cada ve/ más p o r las relaciones interindividualcs abstractas
de la econom ía m ercantil.
Para el siglo xvn, en cam bio, el p o d erío d e la fiesta ecle
siástica estaba en cam ino d e desvanecerse, pues la religión
había sido ya expulsada del cen tro de la econom ía; en el
m ercado dom in ad o p o r el capital im peraba ya un sujeto sin-
teüzador de socialidad (el valor valorizándose) capaz de
co m p etir con ventaja con la em presa cristiana -q u e le h ab ía
prep arad o el cam ino d u ran te tantos siglos- y su com unidad
eclesial. La m od ern id ad capitalista, ciega a la com plem cnta-
ríedad contradictoria en tre el valor económ ico, que se valori
za en el tiem po rutinario, y el valor d e uso, que se cultiva en
el tiem po “de ruptura", convencida de la coincidencia plena
en tre sus dos “lógicas", d ifundía la seguridad d e que la vida
cotidiana rutin aria p uede y deb e zafarse y purificarse d e la
vida “en ruptura", que u n a com binación con ésta n o sólo le
e s prescindible en su búsqueda de m ayor produciividad,
si 11 <> incluso dañina.
Sólo allí d o n d e el ethos barroco era el vehículo d e esa
m odernidad, esta seguridad p u ritan a en co n tró cerrad o el
paso. Cultivar p o r la vía del ethos barroco u n a form a social
to m o la euro p ea, que se en co n trab a en proceso ele m oder-
nizaise en to rn o a la sustitución de la ecclesia p o r el m ercado
<apitalista, era hacerlo, 110 bajo el m odo de ad o p tad a e inte
riorizada, sino bajo el de trascendida o desrealizada.
I .i m odernización capitalista de la sociedad eu ro p ea trajo
<«>n\ig«> un en fren tam ien to en el que la ecclesia, com o d efen
sora de l.t ligum arcaica del “valor de uso", fue vencida y sus-
tiiuida poi la "sociedad civil o burguesa", com o defensora
del valor p in a m en te económ ico. Ante este h echo, el ethos
Imi roen no inspiró una tom a de partid o p o r n in g u n o de los
«los contrincantes, sino la postulación d e una socialidad de
o tro ord en en la que lo eclesial y lo civil no tenían razón
de enfrentarse.
I- n el ethos barroco -d o n d e el valor d e uso, negado en la
rutina de la m odernidad capitalista, está re-afirm ado más
allá d e sí m ism o- hay una resistencia a la separación quh úi-
gica de los dos lipos de cotidianidad, a la d ep u ració n del
tiem po productivo m ediante la expulsión del tiem po im pro
ductivo; p ero hay al mismo tiem po el reconocim iento de
que el desgaste de la m onopolización de este últim o por
p arle de la rituali/.ación religiosa es definitivo. P or esta
razón, la única existencia “en ru p tu ra” que el r/Am barroco
pu ed e reivindicar -m ás allá de la an arq u ía lúdica y del tran
ce festivo- com o esencial p ara la hum anización de la exis
tencia rutinaria es la que se desenvuelve en to rn o a la expe
riencia estética. 1.a “exagerada" cstetización b arro ca d e la
vida co tid ian a , "que vuelve fluidos los lím ites e n tre el
m u n d o real y el m u n d o d e la ilusión”,1* 110 d eb e ser vista co
m o algo que es así p o rq u e no alcanza a ser d e o tro m odo,
com o el sub p ro d u cto del fracaso en una construcción rea
lista del m undo, sino com o algo que es así po rq u e p reten d e
se r así: com o una estrategia pro p ia y d iferen te de co n stru c
ción de m undo.
"Thealrum m undi’\ el m undo com o teatro, el lugai en
do n d e toda acción, p ata ser efectivam ente tal, tiene que ser
una escenificación, es decir, ponerse a sí misma com o simu
lacro -¿recuerdo?, ¿prefiguración?- de lo que podría ser.
C onstruir el m u n d o m od ern o com o teatro es la propuesta
alternativa del cilios barroco frente al elhos realista; una p ro
puesta q u e tiene en cuenta la necesidad d e construir tam
bién una resistencia an te su dom inio avasallador. I.o que ella
p reten d e es rescatar la “form a natural” d e las cosas siguiendo
un procedim iento peculiar: desrealizar el h echo en el q u e el
valor de uso es som etido y subordinado al valor económ ico;
transfigurarlo en la fantasía, convirtiéndolo en u n aconteci
m iento supuesto, do tad o de u n a “realidad" revocable. K1 ser
h um ano de la m odernidad barroca vive en distancia respec
to de sí mismo, com o si tío fuera él mismo sino su doble; vive
creándose com o personaje y aprovechando el hiato que lo
H ans T in tcln ot. "Annotazioni su l’im portanza d ella festa teatr.ilc per
la vita artística c dinástica nel Barocco", en Knrico Castclli (c o m p .), llrlo-
tica e barocco, Bocca. Roma. 1955, p. 233.
195
separa de sí mism o para ten er en cu en ta la posibilidad d e su
propia perfección. Trabajar, disfrutar, am ar; decidir, pensar,
opinar: todo acto hum ano es com o la repetición inim ética o
la transcripción alegói ¡ca de o tro acto; un acto original, él sí,
p ero irrem ediablem ente ausente, inalcanzable.70
Las posibilidades históricas reales de u n a m o d ern id ad
barroca en el siglo xvii delim itaron, sin em bargo, con toda
firm eza, u n a tendencia que vino a configurar d e m anera
muy especial esta estetización desm esurada o esta teatraliza-
ción om niabarcante de la vida cotidiana.
A parte de la d ep en d en cia estructural que g u ard a la rup-
tura estética de la rutina respecto de la ru p tu ra festiva -ya
que es de ésta, y 110 d irectam en te de la experiencia ru tin a
ria, de do n d e saca la “m ateria p rim a” de su trabajo y recibe
las significaciones práctica* o discursivas d e su arle y su poe
sía-, el siglo xvn trajo para ella la necesidad de aco m p añ ar
a esa ru p tu ra festiva en su in ten to últim o pero im p o n en te de
reconquistar su inserción y su presencia d eterm in an te en la
vida cotidiana de la m o d ern id ad .71 La estetización barroca
del m u n d o debió llevarse a cabo d e n tro del ám bito abierto
p o r el program a de la Iglesia po strid en tin a - q u e form aba
parte de su doble proyecto: “catolizar" la m o d ern id ad y
m odernizarse a sí m ism a- destinado a revitalizar el ritual y la
cerem onia desfallecientes del catolicismo;7-' p rogram a que
196
incluía justam ente el recurso a su estetización. Por esta
tazón, sin serlo en esencia, la estetización barroca tiende a
ser u n a estetización de la fiesta religiosa, d e sus cerem onias
y sus ritos, de los lugares y los objetos de su realización.73
M uchos de los rasgos reconocidos com o característicos de la
“estética barroca”, sobre todo la predilección p o r lo espec
tacular y pom poso, lo estruendoso y d eslum brante, sólo co
rresponden en verdad a una m odalidad d e la misma, a la del
arte barroco em peñ ad o en ayudar a la cerem onia ritual d e
la Iglesia -y, po r extensión, de la m o n arq u ía p o r d erech o
divino- a rescatarse a sí misma de su decadencia.74
D ebe tenerse en cuenta, sin em bargo, u n giro d e la reali
dad histórica que viene a cerrar el círculo: el proyecto históri
co q u e im pone su tendencia a la estetización barroca espon
tánea de la sociedad en la Europa m editerránea del siglo xvn,
el proyecto de la Iglesia posiridenliua, resulta ser, él tam bién
-y sobre todo él-, un proyecto barroco. En efecto, p u esta a
elegir e n tre seguir siendo la ecclesia am pliada d e todos lo
seres hum anos, pero adm inistradora del proceso m od ern o
de descristianización y repaganización de los fieles, p o r un
lado, o convertirse en una eedesia rescatadora de la o rto d o
xia, pero restringida a los pocos cristianos dotados de u n a fe
auténtica, p o r otro, la Iglesia po strid en tin a se decide p o r
am bas opciones y p o r n in g u n a d e ellas: m antiene su p erm i
sividad católica (universalista) y al mism o tiem po exalta la
ortodoxia cristiana; p ero lo hace, a lo barroco, m ediante
197
una teatralización o puesta en escena d e esa contraposición:
prom ueve la in terp en etració n y la confusión de la ap arien
cia ritualista y cerem onial de la fe con la presencia esencial
o verdadera de la misma.
198
4. I.a reelaboración barroca del m ito cristiano
199
los flemas -o rto d o x o s y h etero d o x o s- v a través del cual
daban nom bre a las cosas y les en co n trab an sentido era el
que estaba en el texto de los dos Testam entos v de la H isto
ria Sacra.
La determ inación histórica del m ito judeo-cristiano q u e
da m arcada y p u ed e reconocerse antes que nad a en la elec
ción que las diferentes épocas d e la vida eclesial eu ro p ea
han hecho de u n o de los pasajes o u n o d e los niveles del mis
m o para destacarlo com o el cen tro de su narración o el sen
tido central de la mism a.7, l ’n a ve/ es la pasión v m u erte del
Salvador; otra, las enseñanzas y los milagros de Cristo; otra
más, el nacim iento y la form ación ele Jesús, etcétera. El énfa
sis puesto en distintos m om entos del m ito m ayor -q u e cu en
tan sea la Caída del sei hum ano, su Castigo sobre la tierra,
su R edención por Cristo o su Salvación fin a l- h a recom
puesto v teoi ganizado en num erosas ocasiones la lectura del
mism o, dan d o de él veisiones iniiv variadas, a veces diver
gentes e incluso incom patibles e n tre sí -c o m o , p o r ejem plo,
las que o p o n en desde el siglo xvi a católicos y protestantes.
I no es, en efecto, el cristianism o tenebroso que se abism a
en la escena de la pa.ssion y la crucifixión de Cristo; otro, muy
diferente, lum inoso, el q u e p refiere la im agen del ángel
anunciándole a M aría su m atern id ad divina.77
Ya para el siglo XV, la consistencia del m ito cristiano
-a q u é l a través de cuya estructura debía pasar el uso lingüís
tico de la sociedad que se m odernizaba, para ser efectiva
m ente significativo- había en trad o en una transform ación
radical. A unque de m an eta aún soterrada, la m o d ern id ad
invadía \a definitivam ente el sentido de esa narració n a par
tir de cuyo "texto" el m u n d o se volvía “decible" y. en g en e
ral, los datos de la experiencia se juntaban en u n a realidad
inteligible. La reivindicación del saculum -d e l m u n d o terre-
200
nal com o reino del valor de uso percibido en la perspectiva
del productor-propietario-consum idor privado, en treg ad o a
la acum ulación- traía consigo la “m u erte de Dios”, tanto
com o presencia m etoním ica de lo O tro que com o fuerza re-
ligadora de la com unidad. Introducía, paradójicam ente, el
“ateísm o en (‘1 cristianism o.”78 La m o d ern id ad obligaba al
m ito cristiano a recom ponerse, paradójicam ente, sobre el
ab an d o n o de su propio fundam ento: la fe práctica en el Dios
popular. Dios dejaba de ser el con ten id o efectivo d e la fe,
aquello invocablc con lo que se cu en ta d irectam en te en la
vida cotidiana, y quedaba com o 1111 lugar vacío p ero indis
pensable.7' La vigencia del m ito pasaba de su texto a su
estructura. La significación se alegorizaba, d eb ía ser leída
más allá de la letra, en un “escenario retórico” sustancial
m en te alterado.
El electo persuasivo de la narración del m ito, la in teriori
zación del sentido cristiano de la vida, dejó de ser un hecho
colectivo y sólo ind irectam ente individual, d ep en d ien te de
la vida colectiva de la ecclesia, y pasó a ser una experiencia
individual directa, propia de la vida privada de cada quien.
El dram atism o judeo-cristiano d e la existencia h um ana, con
su secuencia cíclica d e los estados de pecado, culpa y red en
ción, pasó a necesitar del co n ten id o de la experiencia indi
vidual para p o d e r realizarse com o tal. “El antiguo o rd en
dram ático mayor, el de la caída del ser h u m ano, el sacrif icio
divino y el ju icio final, pasa a u n segundo plano; el dram a
h u m an o en cu en tra su o rd en en sí m ism o.”80
El im pacto de esta reconversión m o d ern a esp o n tán ea del
m ito cristiano fue radical en lo que respecta a la sustitución
de los pasajes de la narración que se habían enfatizado en la
Edad M edia; llevó a preferir justam ente aquellos m om entos
201
tácitos o “110 redactados" del texto m ilico en los cuales el
sacrificio d e Cristo es contado com o u n a historia de red en
ción y exculpación, v a relegar los q u e lo hacen com o u n a
historia de ratificación v exacerbación de la culpa. Llevó a
leer en el m ito aq u ello que perm ite hablar del m u n d o com o
un lugar de o p o n unidades y perfeccionam ientos, y a igno
rar aquello q u e obliga a tratarlo exclusivam ente com o un
lugar de conden as v penitencias.
“Mi riqueza o mi pobreza: ¿se explican p o r el trabajo co n
creto que está objetivado en mi p ro d u cto o más bien p o r la
o p o rtu n id ad de su realización en la com petencia m ercantil?
¿De qué d ep e n d e n mi felicidad o mi desdicha: d e mis actos
o de la fortuna? ¿lis la prim era un prem io y la segunda un
castigo, o am bas o b ed ec en a un destino inexcrutable? ¿Q ué
soy yo: hech u ra d e m í mismo o crea tin a de las circunstan-
<ias?" Libertad m m v necesidad. Así parece expresarse, qu in
taesenciado, re d u c id o a su “co n ten id o e stru c tu ra r’ en el
habla laica v d escreíd a de la cotidianidad m o d ern a, el m ito
cristiano que siguí- o torgándole a ésta su sentido e inteligi
bilidad. l'.s el n ú cleo m ítico constituido poi la tram a que
o p o n e los m éritos hum anos a la gracia divina en la causali
dad del ciclo de la Creación; un ciclo cuyo com ienzo estaría
en la caída de A dán \ <uyo final vendría con la salvación del
g én ero hum ano, d esp u és de h ab er pasado p o r el sacrificio
re d e n to r de Cristo.
Distintas y muy d iferen tes e n tre sí son las m aneras d e for
m ularse y desarro llarse que m uestra este co n ten id o estruc
tural del m ito cristian o en su proceso d e reco m p o n erse bajo
el im pacto de la m od ern izació n . Sus diferencias trasladan al
cam po de la elab o ració n m ítica las diferencias que separan
las cuatro m odalidades del cilios histórico m oderno. Son di
ferencias que se constituyen en to rn o a las variadas posibili
dades que tiene el m ito de n arrar la vida, según lo haga más
com o una historia de la libertad y los m éritos hum anos o.
po r el contrario, m ás com o una historia de la necesidad y el
otorgam iento de la gracia divina.
I.a m ejor m a n e ra d e distinguir la especificidad de la re
elaboración b a rro c a del m ito cristiano es tal ve/ a través de
202
su p resen cia en la revolución teológica llevada a cabo p o r los
teólogos de la C om pañía de Jesús (sobre to d o P edro de Fon-
seca y Luis de M olina) en la segunda m itad del siglo xvi, que
es co n o cid a con el nom bre de “m olinism o”. E nfrentados a la
co n trad icció n irreconciliable e n tre “pelagianism o” y “agusti-
n ism o ”, e n tre explicar la salvación individual com o fru to de
los m éritos del hom bre virtuoso, de su voluntad libre d e "imi
ta r a Cristo", o explicarla, p o r el contrario, com o resultado
de la gracia concedida caprichosam ente p o r Dios; en fren ta
dos a la necesidad de d ecid ir e n tre la afirm ación del libre
alb ed río h um ano y el reconocim iento d e la om n ip o ten cia
divina, los seguidores d e Ignacio de Loyola se resisten a
to m ar partido.81 T anto la clausura en la au todeterm inación
h u m a n a com o la en treg a a la predestinación divina co n d u
cen, según ellos, el prim ero d e m anera abierta, el segundo
de m o d o vergonzante, a u n ateísm o práctico, a la p érd id a de
u n a relación viva, conflictiva y dinám ica, del individuo
hum ano con Dios.82 Su decisión va en el sentido d e la bús-
203
queda h an o ta del ''tercero excluido": reco n o cen , com o d i
ce el lím lo de la ob ra d e Molina, la p ro fu n d a “concordia libe-
ri arbifrii cuta gratice donis..." e in ten tan dem ostrarla m edían
le la creación del más barroco de los conceptos, el d e la
"ciencia m edia” de Dios.*' En virtud d e sab er ú n ico v espe-
c ialísimo. Dios, en u n o d e los estadios d e su o m n icien cia
-ciencia que en el tien e consistencia on to ló g ica, q u e es sa
ber de la cosa y al m ism o tiem p o creación d e la c o sa -, sabe-
crea al h o m b re co m o u n e n te libre, pasa ju n t o con él p o r
el ejercicio d el lib re alb e d río , q u e elige y to m a d ecisio
nes.
A igual distancia d e las dos recom posiciones extrem as del
mito cristiano en la m o d ern id ad , la realista o p u ritan a -la
que tom a partido p o r la necesidad y contra la lib ertad - y la ro
m ántica o heroica -la que se decide p o r la libertad, en con
tra de la necesidad-, la recom posición barroca salta por
encim a del plano en q u e el destino individual deb e ser
narrado bien com o u n a p u ra improvisa« ion, u n a aventura
de autorreali/ació n , o bien com o u n a pu ra fatalidad, un ep i
sodio de efectuación ele 1111 fin trascendente; p o n e ese plano
“en tre paréntesis" o "en escena", de tal m an era que la liber
tad y la necesidad parecen convertirse cada u n a en su co n
trario y confundirse en tre sí. D esobedecer a la fatalidad,
resistirse a su cum plim iento, p u ed e ser sim plem ente otra
m anera de obedecerla, d e cum plirla, au n q u e en u n a versión
am pliada. A la inversa, obedecerla, identificarse con sus dis
posiciones, puede ser una m an era de vencerla, d e arreb a
tarle la libertad y volverse efectivam ente libre. El co n ten id o
de salvación "mesiánico en to n o m enor", diría lien jam in -
implícito en toda actividad h um ana, que es el tem a central y
recu rren te de la m itología cristiana m odernizada, ad q u iere
en la versión barroca de ésta u n sen tid o casuístico. Según
esta versión, la significación d e los actos que se co m p o n e en
204
el plano de la oposición lib ertad /n ecesid ad , para ser válida o
efectiva, tiene que traducirse a la que ellos ad q u ieren en
o tro plano, relativista, d o n d e la obediencia a la necesidad se
hace po r m edio de transgresiones, y el ejercicio d e la liber
tad a través de obediencias. Es u n a significación q u e debe
vencer un escepticism o básico respecto d e la lengua e n que
está fo rm u lad a, o b lig án d o la a revivir e fím e ra m e n te en
la escenificación de sentido que trae consigo cada caso sin*
guiar.
Kl ¡m entó de la Iglesia Católica postridentina y, com o
núcleo dinám ico de ella, la C om pañía de Jesús, d e aprove
ch ar la estetización barroca d e la vida cotidiana p ara revita
lizar su cerem onia ritual incluye de m an era central u n p ro
yecto de restaurar la letra, el co n ten id o textual, doctrinal,
del mito que la acom paña y e x p lic a /' No extraña, en conse
cuencia, que la realización de este proyecto a p artir y sobre
la base de la esquem aüzación barroca del m ito cristiano, la
lleve a reco m p o n er ese texto en concordancia con su m o
dernización espontánea, y que tal recom posición incluya de
m anera principal la conversión en p rotagónico ele u n p er
sonaje del p an teó n cristiano que se ubicaba tradicionalm en
te en la p en u m b ra o la periferia, la m adre d e Jesús, la Virgen
María.*’’ El culto de la Virgen María es, en efecto, el de una
sem idiosa de la casuística.*' En él se consagra u n a entidad
interm ediaria en tre el ám bito superior, el de la ley universal,
d o n d e Dios parece p o d er p rescindir del ser h u m an o , y el
plano inferior, el d e los casos concretos, d o n d e tam bién, por
su parte, el ser hum an o parece p o d e r d esen ten d erse de
Dios. D isculpadora, co m p ren siv a, “refugium pecratorum",
M aría resulta 110 más indispensable para los fieles que para
el m ism o Dios: al disim ular ante él la incorregible im perfec-
205
ción clt* I«* hum an o en m edio de su C reación, im pide tam
bién que se interru m p a la performance cosm ogónica d e la
misma, le restaura su razón de ser. El in ten to de la Iglesia
( iatólica de “resucitar" a Dios, d e expulsar al ateísm o del cris
tianism o, de com b atir el descreim iento d e n tro de la n a rra
ción m o d ern a (laica) del m ito cristiano, ha ten id o así e n el
culto m ariano su instru m en to más eficaz y duradero.*7
206
5. Ethos barroco y arte barroco
207
en ten d im ien to y se olvida de alterar a la u n a y de persuadir
al otro. Incluso sus com plejos y rebuscados edificios d e inte
ligencia v erudición, sus exploraciones d e tem as graves y
esotéricos, sus pretensiones de reflexión, que lo vuelven en
ocasiones críptico y ritualista (y así tam bién excluyente y aris
tocrático). 110 pu ed en ocultar que son el resultado d e simples
ju e g o s im productivos, de u n a falsa profundidad, d en tro de
un encierro normativista asfixiante; son ejercicios de técnica
retórica y d e asociación iconológica o conceptual en los que
el juego con las apariencias es llevado a extrem os de refina
m iento cada vez mayores, siem pre en busca de u n único fin,
el efecto teatral de una fascinación local y pasajera.
O rnam entalism o y teatralismo van así de la m ano en la des
cripción co n d en ato ria que los otros tipos del arte en la m o
d ern id ad h acen del arte barroco. Pero es claro q ue, d e los
dos, el teatralism o es el principal; él es tenido p o r la causa,
el ornam entalism o p o r el efecto. La d eten ció n en lo super
ficial v efím ero se explicaría p o r lo innecesario ele un trata
m iento real o esencial del objeto artístico, d ad o que, al
hacer arle, el arle barroco en verdad finge, “hace te atro ”.
Desde el m irad o r del arte clasicista, el arte b arro co resul
ta sim plem ente artificial y falto d e consistencia.88 No así
desde el m ira d o r rom ántico, que lo revela norm ativista y
anticrcaüvo, y m enos aú n del m irad o r realista, q u e lo des
cubre falso y engañoso. En todos ellos, sin em bargo, preva
lece u n a p ro fu n d a incom odidad e irritación. Visto desde
ellos, el a rte barroco 110 se co m p o rta de m an era germ ina
con aquello q u e p reten d e ser, con el arte. Es 1111 pseudo-arte
o un arte fingid o p o rq u e n o alcanza a cum plir con la tarea
que le co rresp o n d e al arte -la de rep ro d u cir el m u n d o en
im ágenes bellas, la d e retratarlo o hacer de él rep resen ta
ciones dotadas de calidad estética-y sin em bargo sim ula que
sí, y hace "corno si” cum pliera con e l l a C l a u d i c a an te los
208
problem as ele la representación artística de la vida m o d ern a
y, sin te n er de ella u n a im agen que ofrecer, oculta esa falta
con el follaje deslum brante de la ornam entación.""
No cabe d u d a que m irar al ornam entalism o del arte barro
co com o índice de un defecto disim ulado, de una ausencia
de representación con apariencia de representación, es algo
q u e sólo puede hacerse sobre la aceptación p len a de la idea
m oderna, sum am ente estrecha, de lo que es la rep resen ta
ción artística en cuanto tal. Idea m o d ern a que la red u ce a
ser una transposición en im agen de lo q u e un sujeto nítida
m ente separado del objeto alcanza a percibir d e él a través
de su aslhesis o sensibilidad. Bastaría con re tro tra e r esta
idea de representación a la ¡dea de mimesis, de la que es u n a
prolongación restringida, para que esa apreciación del o rn a
m entalism o barroco cam biara considerablem ente. Para u n a
concepción del arte com o mimesis o repetición d e lo expe
rim entado en la relación sujeto-objeto es indudable que la
representación del objeto tiene un m o m en to teatral, y sólo
p u ed e alcanzarse en la m edida en que p o n e las condiciones
para u n a reaclualización del pro p io sujeto de la experiencia.
D entro de ella, lo representado en el arte barroco, lejos de ser
un a reproducción “falsa” de lo real, sería u n h ech o q u e se
resiste a aceptarse com o un pro d u cto in d iferen te de la cir
cunstancia dram ática que le otorga sentido, com o un objeto
dispuesto en general a entregarse “en frío” a cualquier p er
cepción posible.
Sin em bargo, para d efin ir lo característico del arte b arro
co, es decir, para leer "en positivo” - n o com o lo q u e no es
209
sino com o lo que e s- la im agen negativa que lo describe
com o una representación que no llega a ser tal y se q u ed a
en sim ulacro de rep resen tació n , es necesario exagerarla
hasta el extrem o para ver si, llevada al absurdo, estalla y deja
el cam po a una im agen inversa. Esto es ju sta m en te lo que
hace T h e o d o r W. A dorno91 al d efin ir el arte b arroco com o
“decorazione assoluta El arte barroco consistiría en u n a deco-
razioneque lleva su función ancilar (de servicio a aquello que
decora) de una m anera muy particular; que, paradójica
m ente, sin d ejar de ser un m edio, se convierte ella mism a en
un fin: u n a decorazione que se ha liberado y “ha desarrollado
su propia ley form al”.
Tal vez cabe subrayar d e en trad a que el “o rn am e n to abso
luto", a u n q u e “liberado", n o se independiza d e la o b ra que
o rnam enta, y se convierte en o tra obra, sobrepuesta a ella o
incrustada en ella y que vendría a com petir con ella.’*2 Se
210
n ata de un ni nam em o que, sin ab an d o n a r su función secun
daria, únicam ente so b red eterm in ad o ra d e la función cen
tral o determ inan te, desem peñada p o r lo sustancial de la
obra, la cum ple de u n a m anera tal, que lleva la percepción
a confundirla con esta últim a, en u n a alternancia d e veloci
dad vertiginosa; que induce en el espectador u n a insegu
ridad inquietante cu an d o debe rep artir las funciones de d e
term in an te y so b red eterm in an te e n tre lo sustancial y lo
accesorio. Se trata, en efecto, de un o rn am e n to que desa
rrolla, d e n tro de la norm a o ley form al p red o m in an te, otra,
que le es propia y que llega a desestabilizar radicalm ente la
prim era.
La m uestra más clara fiel arte barroco com o “decorazione
assolula" u o rn am en to liberado la ofrece sin d u d a la lite
ratura barroca: su retórica es una retórica absoluta o libera
da.''1 El con ju n to de reglas d e co m p o rtam ien to discursivo y
petar los nom bres, n o jugar co n la posibilidad m etafórica tic com pararlos
con sim ilares en el eje paradigm ático; d eb e aten erse al ju eg o m eto n ím ico
fie la variación por rep etición en el eje sintagm ático. En el ornam entalis-
m o barroco, por el con trario, la d ecoración intenta rescatar, en la pérdi
da del ob jeto, la presencia clcl m ism o, en la con fu sión d el á n im o , la clari
dad d e la m en te. IIn él hay una afirm ación d o b le fiel esp acio c o m o
escen ario de la representación: la orn a m en ta ció n es ella m ism a un texto
transcrito en im ágenes, q u e invita a ser leíd o e n el disfrute fiel objeto.
Inagotable, el cuadro de V elázquez c o n o c id o co m o Im s meninas
p u ed e mostrarse tam bién co m o un ejem p lo fio “decorazione libérala". Se
trata sin duda fiel m ejor d e la serie fie retratos q u e el p in tor h izo d e la
princesa Margarita. K1 m ás com plejo, porque incluye, en torno a él, el d e las
flam as d e servicio d e la princesa, las "meninas", y la rep resen tación d e to
da la e scen a d e intim idad cortesana e n que éstas preparan a la princesa
para q u e pase al estrado sob re el q u e posará para el retrato. Pintar la e sc e
na in m ed iatam en te anterior a la ejecu ción d el retrato, p ero co m o una
escen a que está sien d o mirada su p u estam en te d esd e el prop io estrado, es
un recurso in d u d a b lem en te in g e n io so d e Velázquez. p u esto q u e le per
m ite in clu ir su autorretrato ju n to a la im agen d e su princesa preferida. V
n o pasaría d e ser eso , un recurso in g en io so , si el esp ejo pintarlo en el
fo n d o de la escen a sólo reflejara un estrado vacío. N o es así. sin em bargo,
por el h e c h o de q u e en él aparece reflejada la im agen d e los reyes, h ec h o
q ue hace d e go lp e q u e la escen a pintada resulte ser la q u e es vista por la
m irada d e éstos, y no la q u e habría estado en un a mirada h ip otética fiel
p ro p io pintor. A lgo más q u e un sim p le capricho, el recurso de V elázquez
211
de ret m sos lingüísticos destinados a incitar el surgim iento y
en c a u /a r la expresión de la im agen poética, a lograr que
alcance la plenitud de su belleza -e s decir, pues, la retó rica-
es siem pre, en to d o caso, una puesta en escena discursiva.
En el caso de la obra literaria barroca, aparece com o un m o
m en to discursivo cuya im portancia para el aco n tecim ien to
de la im agen poética deja de ser prescindible o secundaria,
y llega a equipararse con la de la propia im agen. En ella, el
m edio y el fin alcanzan tal g rad o de com penetración y con
fusión, que se vuelve im posible distinguir q u é en ella es
“genuino", y procede d e u n a adecuat ion d e la figura retóri
ca a la im agen poética, y qué en ella es u n "espejismo", y p ro
viene de un efecto poético engañoso, alcanzado p o r el puro
ju e g o escénico.
S in e m b a r g o , m ás a ú n q u e la d e f in i c ió n d e “decoraüone
assoluta" o “lib e ra d a " , se d i r í a q u e a la o b r a d e a r t e b a r r o c a
le c o n v i e n e la d e “r e p r e s e n t a c i ó n a b s o l u t a ” o “l i b e r a d a ”.
P u e d e dec ii •»<*, e n efet to, q u e e x a c t a m e n t e lo m i s m o q u e el
o r n a m e n t o h a c e c o n su ta rc a d e a p o y a r el c o n t e n i d o d e la
o b r a , la r e p r e s e n t a c i ó n ai tfslica h a c e c o n su ta r e a d e "repro*
d u c i t la r e a l i d a d ”, t n o y o t r a , " a b s o lu tiz á n d o s e " , se “libe
ra n " d e sus ta re a s respectivas; n o e n el s e n t i d o d e i n d e p e n
d iz a rs e o s e p a r a r s e d e ellas s in o e n el d e a u t o n o m i z a r s e y
21S
m undo, con el fin de superarlo (y so p o rtarlo ). La represen la-
»ion barroca persigue rcaclualizar la experiencia vertiginosa
del trasm ontar o saltar p o r encim a de la ambivalencia.'"'
;C()m o alcanzar la repetición artística d e la am bivalencia
ontológica, y cóm o rep ro d u cir así, en el disfrute de la obra
de arte, el vértigo d e la paradoja existencial? Ésta p arece ser
la pregunta, no siem pre inconsciente, que inquieta al artista
barroco.
214
hay de superación ficticia o im a g in a ria -'‘falsa", din.» 11 . i
del carácter contradictorio de la vida y .su m u n d o , « m i | .
tensión obsesiva, que sería lo más pro p io del ai ir ..............
está vigente tam bién, con igual fuerza, en otros ju e g o s d e .mi
bivalencia, de confusión-inversión de contrarios, d i l r n m «
del juego en tre lo sustancial y lo accesorio que se e n e u e n i i .t
en la “decorazione assoluta
De m anera parecida a la del lector del segundo libro del
(¿uijote -que. term ina, com o el pro p io “loco” de La Mane ha,
conectado y confu n d id o con personajes de ficción, y sin
saber a ciencia cieñ a si es él quien se en cu e n tra en el m undo
de ellos o ellos en el suyo-, quien adm ira la p in tu ra d e Vela/
quez conocida com o Las meninas q u ed a atrap ad o p o r la invi
tación que ella le hace a form ar parte de la escena rep re
sentada, a ser aquel personaje q u e tiene que estar al frente,
sobre el estrado, sirviendo de m odelo para el cu ad ro en el
q u e trabaja el artista. La am bivalencia de lo real y lo ficticio
aparece aq u í tam bién: ¿quien está en el m u n d o de quién: el
cu ad ro en el m u n d o del que lo m ira o el que lo m ira en
el m u n d o del cuadro? Y cuando, en una segunda observa
ción, esta am bivalencia se desvanece, el cu ad ro lleva al
espectador, transfigurado ya en cortesano, a caer en otra
am bivalencia, q u e es u n a p eq u eñ a tram pa. D escubre el
espejo en el fo n d o d e la escena pintada y se p ercata de que
q uien está en verdad en el lugar d o n d e el creyó estar es
nadie m enos que el rey; cae en cu en ta entonces de que se
hizo "culpable”, p o r un instante y sin quererlo, de una irre
verencia “im perd o n ab le”: la de confundirse, es decir, igua
larse - ( “¿y p o r q u é no?”, insiste tal vez en sus a d e n tro s)- con
el roy.‘H La perm utabilidad del único, el Rey, p o r su con
trario, el cualquiera - t ú o yo-, es la an écd o ta atrevida-
inofensiva que co n d u ce al espectador a través del vértigo de
la am bivalencia perceptiva e n tre lo real y lo representado;
“Para ser señor de sí es m en ester ir sobre si". dice (»i.u ián; estoicis
m o barroco ele estirpe ciceron ian a que resuena bajo la com p lejid ad del
m ensaje de C alderón d e la Barca: el verdadero h éroe es el q u e ha pasado
por la exp eriencia q u e en señ a a equiparar, por lo evan escen te y ni m ism o
tii m p o indispensable, la con sisten cia d e la vida a la d el su e ñ o , a creer,
d en tro d e ia duda, e n la so lid e / d e lo real. Sobre las m etam orfosis d e la
am bivalencia en el teatro d e C alderón, véase el interesante estu d io d e
U oilm i (‘ S ignos v sím b olos en La vida ts .sunto", en ¡'iludió estructural de la
clásica tapañol/i. M artínez Roca. Barcelona. 1971).
■ H .
tituible por lo accidental, lo central p o r lo ornam ental, lo osen-
cial p o r lo apariencial, lo autentico p o r lo im postado, lo lu
m inoso po r lo tenebroso, lo virtuoso p o r lo pecam inoso, lo
m aldito p o r lo bendito, lo etern o p o r lo efím ero, lo diabóli
co po r lo divino. Pero es un “m étodo" que sólo es p len a
m en te efectivo si la acción estética que hace uso de él se ins
pira e n el ethos barroco.
D entro de las posibilidades q u e se le ab ren a la actividad
cultural m o d ern a en la ru p tu ra estética de la cotidiani
dad rutinaria, el arte barroco desarrolla y sistem atiza un cier
to co njunto de ellas, precisam ente el que se conform a en la
perspectiva particular del ethos barroco. Esta p erten en cia
suya a un ethos m o d ern o específico no obliga, sin em bargo,
a q u e su “m é to d o ” de com posición de o p o rtu n id ad es de
experiencia estética sólo p u ed a ser em pleado en co n co r
dancia con ese ethos. Se trata, p o r el contrario, d e un “m éto
d o ” que ha sido y es integ rad o y rcfuncionalizado en la crea
ción de obras artísticas y p oéticas q u e sigue los o tro s
sentidos que son tam bién propios de la cu ltu ra estética
m oderna. Los ju eg o s de am bivalencia d e los contrarios co n
form an un “barroquism o” más o m enos im preciso que pue
de reconocerse con una función estru ctu ran te más o m e
nos decisiva en obras d e inspiración lo mism o clasicista que
realista o rom ántica. Seguir las aventuras del “m étodo b arro
co" en m edio d e proyectos d e estetización ajenos al ethos
barroco; verlo en acción com o elem ento desquiciador del
naturalism o realista, com o an teced en te rococó d e la d e
puración neoclásica o com o lenebrism o "gótico” en la irru p
ción del rom anticism o sería una tarea fascinante de la histo
ria del arle y la literatura occidentales, que en estas páginas
apenas si p u ed e ser indicada.
El arte barroco p ro p iam en te dicho, en contraposición al
arle inspirado en el ethos realista, n o p reten d ió n u n ca af ir
m arse com o actividad in d ep en d ien te y autónom a; no persi
guió u n a estetización pura, desligada de las otras form as de
ru p tu ra del autom atism o ru tin ario en la vida cotidiana.
Lejos de m irar en ellas -e n el ju e g o y en la fiesta- obstácu
los para su realización, fuentes d e im pureza para sus obras,
217
se desarrolló en conexión con ellas, usándolas com o m ate
rial de su prop io trabajo y sirviendo a la com plejización y
en riquecim iento de las mismas. Este rasgo suyo hace que sea
especialm ente difícil abstraer sus obras, com o puras obras
de arle, del com plejo con ju n to d e n tro del cual, en in terac
ción con actividades Indicas y cerem onias festivas, co n trib u
ye a des-realizar la realidad de la m o d ern id ad capitalista. La
presencia histórica del arte barroco se en cu en tra así íntim a
m ente conectada con la “cultura p o p u la r”, com o cultivo
dialéctico espo n tán eo d e la concreción histórica del código
social, y en especial com o cultivo dialéctico d e la socialidad
religiosa. Sólo desde la convicción co n tem p o rán ea de la
"autonom ía del arte" es posible p ercibir aisladam ente el arte
barroco en sus obras, separándolo de su inserción orgánica
en la actividad ritual p ropia de la cultura festiva m o d ern a,
muy en especial d e aquella que, en el siglo XVII y su p ro lo n
gación histórica, estuvo a cargo de la Iglesia Católica restau
rada. El barroco es sin d u d a “el arte d e la contrarreform a";
y lo es no sólo p o iq u e esta restauración del m u n d o católico
utiliza la eslelización barroca com o in stru m en to d e su riiua-
lización,"‘, sino tam bién, y sobre todo, p orq u e, al p ro p u g n ar
una “m oral de la am bigüedad y su trascendencia” (S. Beau
voir) - p a r a la q u e cada caso co n cre to o “en situ ació n ”
replantea en su raíz la def inición del bien y (‘1 mal, y sólo
puede en c o n tra r su solución últim a en la sabiduría co m u n i
taria de la ecclnin y en la au to rid ad de sus sacerdotes-, en tra
en una afinidad p ro fu n d a con el arle barroco, el arte del
rebasam iento de la ambivalencia.
El ;u le barroco se desenvuelve d e n tro del universo m ítico
y cerem onial del catolicismo pero él mism o no es necesaria-
m em e católico. Está conectado, sin duda, con el m ovim ien
to de la llam ada “co n trarrefo rm a” católica a través d e la
resistencia en la que coinciden, q u e les lleva a o p o n erse al
sacrificio capitalista de la form a natural de la vida y del valor
de uso del m un d o de la vida, p ero su actitud fren te al ethos
realista im perante no es en m odo alguno nostálgica, “paseís-
218
la" o restaurativa, com o la del catolicismo postridentino; la
estetización barroca m antiene u n a distancia escéptica frente
a lodo in ten to de regresar más atrás del revolucionam iento
m o d e rn o y su liberación d e las form as, frente a to d a in ten
ción de reco m p o n er universos form ales clausurados en sí
m ism os.101 El arte barroco es p ro fu n d am en te laico; fiel al
ethos barroco que lo inspira, se distancia de m anera sutil
pero inconfundible de todo uso religioso de la estetización.
Para él, su "religión” es el arte. Pone la estetización p o r enci
ma de la ritualización de la vida cotidiana; la integración de
lo im aginario en la vida prevalece en el sobre la huida, fuera
d e la vida, hacia lo im aginario.
No hay tal vez ningún ejem plo m ejor d e la com pleja rela
ción (jue m antienen e n tre sí el arte y la fiesta religiosa en el
siglo barroco que la Capilla C ornaro, construida p o r Berni-
ni en el tem plo rom ano de S anta M aría della V ittoria.1"-' Se
trata de u n a obra arquitectónico-escultórico-escenográfica
qu e o cu p a toda la prim era capilla izquierda del tem plo, que
incluye tanto el altar de la mism a com o sus dos paredes la
terales.
I.a parte escultórica d e esta obra, que es la que p red o m i
na, tiene com o pieza principal el famoso g ru p o d e Santa Te
resa y el ángel, ubicado en el cen tro del altar y que rep resen
ta el m om ento del éxtasis o la transverberación mística d e la
santa, y, com o piezas de com pañía, dos grupos de retratos de
personajes eclesiásticos, ligados con los priostes d e la capilla,
repartidos en dos balcones o palcos que m iran desde am bos
lados hacia la pieza central.
Firm e en sí misma com o ob ra de arle im p ereced ero o per-
219
m anóm e, la Capilla C ornaro no rechaza, sin em bargo, sino
p o r el contrario reclam a, para alcanzar su p len itu d , la di
m ensión escenográlu a, en este caso cerem onial, d e una obra
eliinera o entregada a su propia consuma* ión. Ks una obra de
aite que entabla una relac ión com pleja y contradictoria,
d e com plem entariedad \ exclusión, con el e n to rn o festivo al
que rem ite: dán d o le la espalda a su rival, la p in tu ra, red u
ciéndola al colorido esp o n tán eo del en to rn o festivo d e tra
jes y m aquillajes, reclam a en cam bio la colaboración no sólo
del arte musical sino tam bién del de la p erfu m ería. K1
m om ento m ejor para “apreciar" el arle de la Capilla C orna-
ro - a s í rezaría su mofle d'emf>lin tá cito - sería el d e la cerem o
nia religiosa en pleno: el m o m en to del n a n c e colectivo de
( ulm inación i eligiosa, eu m edio de la luz dinam izada p o r el
h um o, del o.loi intenso de los inciensos \ l a s llores y del soni
do de los coros v el órgano, de las t uerdas \ las voces, con su
presencia o rd en ad o ra.
l a Capilla ( o in a ro es una representación artística del
m om ento del éxtasis o la transverbera*ión mística, del ins
tante en que la mezcla, la confusión o el acon tecer m ilagro
so de un conliuuuin en tre térm inos discontinuos y co n tra
puestos, en tre lo sensual y lo espiritual, e n tre lo terren al v lo
celestial, prefig u ra el gran aco n tecim ien to cu lm in an te de la
Salvación. Pero, a más de ser esta representación del m o
m ento místico, ella misma deb e ser tam bién una condición
de ese m om en to com o el tiem po d e u n a práctica cotidiana
q u e i ulm ina en el tem plo su fusión d e la virtud h u m an a con
la gra( ia divina, lo d o en ella está aco ndicionado p ara que la
experiencia estética más intensa que ella p u ed e m otivar en
el espectador coim ida con el m o m en to d e m ayor fervor
sacram ental, cu an d o el te m p ló se convierte en el lugar mís
tico de la unión d e Dios con "su pueblo“.
I.o artístico com o instru m en to de lo festivo; lo festivo
com o m ateria de lo artístico. Dos tendencias en p ugna coin
ciden en la fascinación que despierta esta o b ra de Bcrnini:
poi un lado, la del arle que. sirviendo al rilo, p re te n d e sin
em bargo red u i irlo a m aterial de su estetización; p o r o tro , la
de la fiesta que. prestándose a ser estetizada p o r el ai te. pre-
220
leude sin em bargo reducirlo a su ritualización. El em pale
en tre estas dos tendencias com plem entarias y contrapuestas
caracteriza la relación en tre barroquism o y contrarreform is-
ino; un em pate que, en este caso, com o en el d e to d a obra
radicalm ente barroca, se inclina fin alm en te más hacia el
lado del arte q u e hacia el de la cerem onia. Hay, en efecto,
un m om ento sacrilego ineludible que acom paña la co n tem
plación de la sensualidad d e esta figura d e santa T eresa,“”
in< luso p o r el más p ro b ad o de sus adm iradores católicos; un
m om ento que es de duda: “¿será en verdad este am o r ierre-
nal que nos m uestra la im agen un sim ple rem edo, una copia
desvaída del am o r celestial genuino? ¿No es él, d e ser com o
está pueslo en la im agen, perfecto en sí mismo, m ejoi que
cu alq u ier o tro am o r im aginable? A m or celestial, am o r terre
nal: ¿cuál de los dos es el m odelo y cuál la copia?” El recur
so a la sensualidad - a la “form a natural" del m u n d o de la
vida- que im plica la esteti/ación b ern in ian a d e la escena
sacra resulta excesivo respecto de la capacidad de invocarla
que tiene el rito católico. D ándole a la Iglesia una dosis exa
gerada de aquello m ism o q u e le encargó, sirviéndola más
allá de lo q u e ella puede aprovechar, Bernini, el artista,
se al/a p o r encim a d e B ernini, el católico.
221
6. La cultura actual y lo barroco
<222
“Faetónica" hu b iera llam ado Sor Ju a n a a la experiencia
d e dos siglos de tran sfo rm ació n ro m án tica del m u n d o
-re c o rd a n d o el m ito que cu en ta d e las catástrofes q u e vie
nen sobre el cosmos cu an d o el joven Faetón, q u erien d o
dem ostrar su estirpe divina, se em peña en guiar p o r su cu en
ta, sin apoyarse en la experiencia d e su p ad re Helios, el
carro celeste que rep arte la energ ía solar. La década d e 1960
co n cen tró en sí los síntom as del final d e esa época. El reto r
no al realism o", a través del desencanto" o la ern ü ch io ru n g ”,
lia llevado a la resistencia frente a la m od ern id ad im p eran te
a soñarse a sí misma com o posm oderna" m ientras reinventa
para nuestros días u n a estrategia b arro ca”.
El co m portam ien to q u e caracteriza al artista b arro co en la
preparación de o p o rtu n id ad es de experiencia estética co n
tiene la clave del co m portam iento barroco en general. En
m edio de la crisis m o d ern a de la consistencia del m u n d o , al
re-producirlo en su (Ucorazione o representación assolula, la
creación del artista barroco no se da a través de u n a sustitu
ción de la creación divina (com o p rete n d e hacerlo el ro
m ántico), sino sólo a través d e u n a restauración m iniética de
la misma. En m edio de la crisis de la adatqualio del n o m b re
a la cosa o al m enos d e la co rrespondencia en tre n o m b re y
cosa, la nom inación d e lo in n o m b rad o o la creación d e for
mas para lo inform e 110 acontece a p artir de u n a nada o una
indefinición absoluta (com o en la nom inación rom ántica),
sino a través de un ju e g o d e restitución" del n o m b re o de la
form a naturales” d e las cosas.
La sabiduría particular que se g en era d e n tro del ethos
barroco es u n a sabiduría conceptuosa” (com o d iría Gra-
cián) o m etafórica (en la acepción original que tiene este
térm ino en la Poética d e A ristóteles);"" una sabiduría que se
atreve sin d u d a a conocer, que se aventura en la actividad
223
propia de los dioses”, la de n o m in ar lo in n o m in ad o ”, pero
q u e lo hace sin q u ita ra éstos de su sitio, com o si no lo hicie
ra. Ks un com portam iento cognoscitivo que concibe al co
n o cer com o un p o n e r a lo o tro ’, no m etafísicam cnte en con
ceptos", sino m u n d an am en te en palabras”, en obras; com o
un trabajo que consiste en desalar p rim ero la articulación
natural que constituye el signo, en tre su plano d e expresión y
su plano de contenido (en cortar la conjunción co n tin g en
te pero fundadora de necesidad que está en la arb itraried ad
del signo”), y en arreglárselas inm ediatam ente después", al
m ultiplicar el significado m ediante u n llevar más allá (melá-
frro) la vigen< ia del significante -a l re-anudar o re-suturar esa
articulación en la mise-en-scene instantánea de la frase p ro n u n
ciada y entendida, de la form a m odelada y disfrutada-, para
prestarle fugazm ente un nom bre a lo sin nom bre, para hacer
le por un m om ento un lugar a lo excluido o inexistente.
La sabiduría barroca es una sabiduría difícil, de tiem pos
furiosos”, de espacios de catástrofe”. Tal vez esta sea la razón
d e que quienes la practican hoy sean precisam ente quienes
insisten, pese a iodo, en que la vida civilizada puede seguir
siendo m oderna y ser sin em bargo com pletam ente diferente.
2 24
Bibliografía
225
C astex, Jean . Renaissance, baroque et classícísme. Histoire de l'arqc h ita ture
1420-1720, Mazan, Poniere, 1090.
Castelli. En rico (co m p .), Retorica e burocco. A tti d el 111 C on g resso Intcrna-
zionalc di Studi U m anistici (V enecia 15-18 d e ju n io d e 1 9 5 4 ), B ocea,
Roma, 1955.
C cricau, M ichel d e, La fable mystique XVIXV/I sítete, Gnllimard, París, 1982.
C oseriu, E u g en io , "Sistema, norm a y habla", e n Teoría del lenguaje y lingüís
tica general, G rcdos, Madrid, 1952 (1 9 6 7 ).
C roco, B en ed eU o, Storía drITetci barocca in lla tia . Latcrza, Bari, 1925 (1 9 6 7 ).
Cruz., sor Ju an a Inés d e la. “Carta A ten agórica" , e n Obras completas, t. iv,
F ond o d e Cultura E conóm ica, M éxico, 169 0 (1957).
Curlius. Ernst Robert. “M anierism o”, en Literatura europea y E dad Media
latina. F on d o d e Cultura E conóm ica, M éx ic o , 1918 (1 9 5 5 ).
C haunu, Pierre. l a diilisation de l'Europe classique, A rthaud, París, 1966
(1984).
D eleu ze, G ilíes, l^ p lí. M inuit, París, 1988.
Diez B orque, José María, “R elaciones d e teatro y fiesta en el barroco
español", en J. M. D iez B. (c o m p .), Teatro y fiesta en el barroco, Serbal,
M adrid. 1986.
D ’Ors, E u gen io, Lo barroco, M. Aguí lar, M ad rid . 1923.
Dvorák, Max. Kunstgnchichte ais Gástesgeschichte, Piper, M unich, 1924.
E cheverría, Bolívar, El discurso crítico de M arx, Era. M éxico, 1986.
- — (c o m p .). M odernidad, mestizaje c u ltu ra l, c th o s barroco. El Equili-
brista/U niversidad N acional A u tón om a d e M éxico, M éxico. 1994.
— . / as ilusiones de la modernidad. El E quilibrista, M éxico, 1993.
Eliade, M ircea. Lo sagrado y lo profano, A n a g ra m a , Barcelona. 1979.
Elias. N orbert, La sociedad cortesana. F o n d o d e C ultura E conóm ica, M éxi
co, 1969 (1982).
F ocillon. H enri, 1.a ríe des formes, P lon, P arís, 1936.
Foucault, M ichel, Ixs motset les dioses, G a llim a rd , París. 1966.
Fraileaste!, Pierre. "I.imites ch ro n o lo g iq u es, lim ites géographiques e l lim i
tes sociales «In Baroque”, en E. Castelli (c o m p .), Retorica e bameo, 1955.
Fricdell, E gon, Kullutgesdtichle der Neuzeit (l-lll), B eck’sch e Verlagsbuch-
h an d lu n g, M unich, 1927-1931.
Füló|>-Miller. R ene. The power an d secrets o f the jesuits. Putnam ’s, Londres.
1929 (1930).
G iusso, l oren zo. “Senso c atto lic o -rom a n tico d el B arocco”, en E. Castelli
(c o m p .). Retorica e barocco. 1953.
G oldm anr., l.u c ie n , Ir d ie u cadié, G a llim a id , París, 1955.
G rad an . Baltasar, Agudeza y arte de ingenio, U n iversid ad Nacional A utóno
ma d e M éxico, M éxico. 1642 y 1648 (1 9 9 6 ) .
— . Oráculo m anual y arte de prudencia. C á ted ra , Madrid. 1647 (1995).
G reene, G raliam , Lord Rochester’s Monkey, P c n g u in , N ueva York, 1974.
G io clh n y sen , Bernhard, Die Entstehung der biirgerlichen Welt- und Lebensans-
chauung in Frankreich, Suhrkam p, F rankfurt a. M.. 1927 (1978).
22(5
Gruzinski, Serge. La colonisation de I'imaginaire, G allim ard, París, 1988.
H ausen stein , W ilhelm , Vom Geist des Barock, Piper, M unich. 1920.
Hauser, A rnold. E l manierismo, G uadarram a, M adrid, 1964.
— , Historia social de la literatura y el arte, Guadarram a, B arcelona, 1979.
H atzfeld, H elm ut, Estudios sobre el barroco. C redos, M adrid, 1972.
H eidegger. Martin, Vom ll« r » des Grundes, K lostcrm ann, Frankfurt a. M.,
1929 (1955).
— . “Die Zeit des Weltbildes", e n Holzwege, K lostcrm ann, Frankfut a. M.,
1938 (1 9 5 7 ).
H einrich, Klaus, Parmenides und Jona, Suhrkam p, Frankfurt a. M., 1966.
— , Tertium datur, eine religionsphilosophische Einführung in die Logik, Stroem -
fe ld /R o te r Stern, Basilea-Frankfurt a. M., 1981.
H ock e, Gustav R ené, Die Welt ah Labyrinth. M anier und M anie in der
europäischen K u m t, Rowohlt, H am burgo, 1957.
H orkheim er, Max y T h e o d o r W. A dorno, Dialektik der Aufklaerung, Q ueri
d o, A m sterdam , 1947.
H u izin g a ,J o h a n , Homo Indens, R owohlt. H am burgo, 1938 (1 9 5 6 ).
Jed in , H ubert, Geschichte de* Konzils von Trient (lt. 1-4.), Herder, Freiburg i.
Br., 1919-1975.
Kcrcnyi, Karl, La religión antigua, Revista d e O ccid en te. M adrid, 1952
(1972).
Kolakowski. Lcszek, Cristianos sin iglesia. La conciencia religiosa y el vínculo
confesional en el siglo XVH, Taurus, Madrid, 1965 (1 9 6 9 [1 9 8 2 ]).
K uhn. R udolf, "Die U n ió Mystica d er H l. T h erese von Avila von L o rc n /o
B ernini in d er C ornarokapcllc in Rom", c n Alte und moderne Kunst,
Hanser. M unich, 1967.
Lavin, Irving. Bernini & Tunitä delle arii visive, DeH'F.lefame. Roma. 1980.
Lcfebvre, H enri, Introduction ä la modern i té, M inuit. Paris. 1962.
L ep cn ics, Wolf, Melancholie und Gesellschaft. Suhrkam p. Frankfurt a. M..
1972.
Lezam a Lima. J o sé, "La exp resión americana", en El trino de la imagen.
B iblioteca A yacucho, Caracas, 1957, 1981.
Lublinskaya, A lexandra D., La crisis del siglo xvit y la sodedad del absolutismo.
Crítica, B arcelona, 1979.
L yotard, Jean-F rancois. La condition postmoderne. Rapftort su r le savoir,
M inuit, París, 1979.
M ale, E m ile, L ’art réligieux de la fin du xviesiecle, du xvne siecle et du .vi /// sie
de. trad. csp. El barroco, arte religioso del siglo XI//. E n cu en tro. M adrid,
1945, 1984 (1 9 8 5 ).
M anrique. Jorge A lberto, “La form ación d e la arquitectura barroca lati
noam ericana", en V. M inardi (c o m p .), A t ti..., 1982.
— . Manierismo en México, T extos D ispersos, M éxico, 1993.
Maravall, José A n ton io, La cultura del barroco. Análisis de una estructura histó
rica, A riel. B arcelona, 1975 (1 9 8 0 ).
Marx, Karl. D as Kapital, Meissner, 1Iam burgo, 1867.
227
Maza, Francisco, d e la, E l guadalupanismo mexicano. F on d o de Cultura
E con óm ica, M éxico, 1953 (1981).
M erleau-Ponty, M aurice, 1.a structure du comportment, Presses Universitai-
res de France, Paris, 1942.
M inardi. V'iltorio (co m p .). A llí d d Simposio internationale su l barocco latino
americano. u i.\, Roma, 1982.
M olina, Luis d e S. ).. Liben Arbitrii cum gratia' don is, ... Concordia, "Sapien-
tia", Madrid. 1588-1589 (1953).
— . La teoría del ju sto p m io (de: De jure et justitia). N acion al, M adrid, 1577
(1 9 8 1 ).
M onsiváis, Carlos, ¡a s rituales del caos. Era. M éxico, 1995.
M um ford, Lewis, The City in History. Harvest, N ueva Y ork-l-ondres, 1961.
O ech slin , W erner y Anja Buschow, Festarchitektur Der Architekt als Inszenie
rungskünstler, Hatje, Stuttgart, 1984.
O ’G orm an, E d m u n d o, Meditaciones sobre d criollismo. A ctas AMI., M éxico,
1970.
— . Dt stin to de sombras. U niversidad N acional A u tón om a d e M éxico. M éxi
co , 198lj.
Paz, O ctavio, Sor firm a Inés de la Cruz o Las trampas de la Je, F o n d o d e Cul-
lura E con óm ica, M éxico, 1982.
P ortoghesi, Paolo, Roma barotca, 1tuerza, Roma-Bari, 1966 (1 9 9 5 ).
— . Ll ángel de la historia, lilu m e, Madrid. 1982 (1985).
P ía /. M ario, Mnemosyne, M ellon Lectures, B ollin gcn , P rin ceton, 19(57.
Prospcri, A driano, “El m isionero", e n R. Villari, El hombre banveo, Alianza,
M adrid, 1991 (1992).
R abencck, J o h a n n e s S. I... “Prolegom ena", en L. d e M olina. Libeii Arbitrii
tutu gratice donis (...) Concordia, 1953.
R edondi, Pietro, Galileo hetetico. Alianza, M adrid, 19S3 (1 9 9 0 ).
Ricci, C orrado, Architdtura barocca in Italia, l>aier¿a, Roma-Bari, 1911.
R iegl, A lois. D ie Entstehung der Iknockkunst in Rom, Schroll, V icn ai 1923.
R om ero, J o sé U lis, l a »evolución burguesa en el mundo feudal, t. 1, S ig lo XXI,
M éxico. 1967 (1 9 7 9 ).
R u bén de V entos, Xavier , El laberinto de la hispanidad, P laneta, B arcelona,
19*7.
Sánch ez Vázquez., A d olfo, Las ideas estéticas de Marx, Era, M éxico, 1965.
Sarduy, S evero, Barroco, Sudam ericana, B u en o s Aires. 1974.
— , Nueva inestabilidad, Vuelta, M éxico, 1987.
Sartre, Jcan-Paul, L'imaginaire. Gallimard, París, 1939.
Sebastián, Santiago, Contrarreforma y barroco, A lianza, M adrid, 19S1 (1 9 8 5 ).
Sim m el, G eorg, Philosophische Kultur, W agenbach, B erlin, 1923 (1 9 8 6 ).
Siein b erg, L eo, I /i sexualidad de Cristo en el ente del Renacimiento y en el olvi
do moderno, B lum e, M adrid. 1983 (1989).
Tapié, V íctor I.., Barroco y clasicismo. Cátedra. M adrid, 1957 (1 9 9 1 ).
T h eo d o ro , Jan ice, Amerita barroca: lema e variações, k m si’. N ova Fronteira,
Sào Paulo-R ío d e J an eiro, 1992.
228
T in teln ot, H ans, "Annotazioni su Fim portanza della fcsta tcatralc p er l.i
vita a n islica e dinaslica nel Barocco", c n F.. Castelli, Retom a e botono,
1935.
Trabulse, Elias, El circulo tofo. F o n d o d e C ultura E con óm ica, M éxico, 1982
(1 9 8 1 ).
Villari. Rosario. Elogio delta dhsitnulazione. La lotlu política nel Seicento, Koma-
Bari, 1987.
— , “L 'u om o b arocco”, cn R. Villari e l al., L ’uomo harneo, Roma-Bari,
1991.
— , "El reb eld e”, en R. Villari et al., op. cit.
W eber, A lfred, Kulturgeschichte ah Kultur Soziologie, Piper. M unich. 1935
(1950).
Weber, Max. D ie protestantische Ethik und der Geht des Kapitalismus, M ohr,
T ü b in g en , 193-1.
W eissbach, W erner. E l barroco. arte de la Contrarreforma, Espasa-Calpc,
M adrid, 1921 (1 9 4 8 ).
W ólfllin , H ein rich , Renaissance und Barock, B ruckm an, M u n ich , 1888
(1908).
— . Kunstgeschichtliche Grundbegiiffe, Bruckm an, M unich, 1915 (1 9 2 1 ).
W orringer. W ilhelm . Abstraktion und Einfühlung, Piper, M u n ich . 1959.
Zaperi, R oberto, Eros e Controiiforma, ßollati B oringhieri, Turin, 1991.
229
Referencias
231
N o es posible pensar la m odernidad si s<
deja de lado su “m om ento barroco”. N
lo barroco, a su vez, sólo en la modern i
dad despliega plenam ente su propuesta
de creación de formas. M ostrar la valide/
com plementaria de estas dos afirm ado
nes, al tiem po que presentar lo barroco
com o una categoría indispensable de la
historia de la cultura, es la ambiciosa meta
de este libro. En sus páginas, sugerentes y
vertiginosas, la actitud barroca se percibe com o una extrema tensión
moral, una extrema dificultad de vivir en el m undo, una torturada
búsqueda de conciliaciones imposibles: com plicidad y vergüenza,
conform ism o y rebelión, máscara y éxtasis. El tema se vincula con
varias claves de nuestro ser y de nuestra historia. La estrategia es
pontánea del mestizaje cultural en el siglo XVII americano, prefigu
rada en la doble m entira de la Malinche, la estrategia calculada de
la C om pañía de Jesús en el desarrollo de la “prim era modernidad
de la América Latina, el “optim ism o desencantado’’ de G radan y de
Leibniz, el equívoco servicio del arte de Bernini a la teología de la
restauración católica son algunos de los apasionantes temas que se
abordan aquí.