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Bo l ív a r Ec h e v e r r í a

La modernidad
de lo barroco
La publicación del presente libro es resultado del proyecto de investigación “El
concepto de cultura política y la vida política en America Latina" IN 402094).
de la ISAM, cuya realización hubiera sido imposible sin el apoyo de la Dirección
General de Asuntos del Personal Académico de dicha institución.

Primera edición (coedición L'NAM): 1998


Segunda edición: 2000
Segunda reimpresión: 2011
ISBN: 978-968-4II-484-5
DR © 1998, Ediciones Era. S. A. de C. V.
Calle del Trabajo 31. Tlalpan. 14269 México. D. P.
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico

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Barbara Bcck
in memoriam
*
Indice

Prólogo, 11

EN TO R N O AI. ETHOS BARROCO

1. M alintzin, la lengua, 19
2. El ethos barroco, 32
3. La C om pañía de Jesús y la p rim era m o d ern id ad
de la Am érica Latina, 57
4. Clasicismo y barroco, 83
/*,'/ clasicismo renacentista, 83
El clasicismo barroco, 87
La modernidad de lo barroco, 89
Lo barroco, 91
Roma y lo barroco. 96
5. I-a actitu d barroca en el discurso filosófico
m o d ern o , 101

LO BARROCO EN LA HISTORIA DE LA CULTURA

IA C O N D IC IÓ N M ODERNA DE LA CULTURA, 121


1. El siglo barroco, 121
El enigma del siglo ATII. 121
l a transición en suspenso, 123
2. C ultura c identidad, 130
Definición de la cultura, 130
La concreción histórica de la cultura, 136
3. M odernidad y cultura, 140
Definición de la modernidad, 144
La modernidad y el capitalismo: encuentro y desencuentro, 1 17
Los rasgos característicos de la vida moderna, 149
4. La revolución form al y el creativismo cultural
m o d e rn o , 156

9
LA HISTORIA DE LA CULTURA Y LA PLURALIDAD
DE LO M ODERNO: LO BARROCO

1. C ultura y ethos histórico, 161


El concepto de eth o s histórico, 161
El hecho capitalista y el cuádruple ethos de la modernidad, 167
2. El ethos barroco, 173
El comportamieno barroco elemental, 173
T ertium d atu r: la libertad como elección del tercero
excluido, 175
Disimulo y resistencia, 179
3. El ethos barro co y la cstctización d e la
vida cotidiana, 185
Cultura y vida cotidiana, 185
El tiem p o d e lo extraordinario y e l tiem p o d e lo co tid ia n o , 186
El ju e g o , la fiesta y el arte, 189
El ethos barroco y el predominio de estilización en la
vida cotidiana, 193
4. La reelaboración barroca del m ito cristiano, 199
5. Ethos b arroco y arte barroco, 207
La "decorazione assoluta”, 207
Arte barroco y “método" barroco, 214
6. La cu ltu ra actual y lo barroco, 222

Bibliografía, 225
Referencias, 231

lo
Prólogo

I lablar de un “m odo de vivir" barroco, ex te n d e r el califica­


tivo de “barroco" d e las obras d e arte definidas com o tales al
co n ju n to d e los fenóm enos culturales q u e las ro d e a n , e
incluso a Ja región o la época en q u e ellas fueron p ro d u ci­
das, es u n a tendencia tan vieja com o la id ea mism a d e lo
barroco. Su tem atización explícita y su fu n d am en tació n han
sido en cam bio m u ch o más recientes, y se h an cum plido,
p o r lo dem ás, e n dos direcciones diferentes.1 En la prim era,
lo b arro co aparece com o u n a de las configuraciones p o r las
qu e d eb en pasan las distintas form as culturales en su d esen ­
volvimiento orgánico; com o la configuración tard ía d e las
mismas, que se repite así, con u n contenido cada v e/ distinto,
en la sucesión de las formas culturales a lo largo d e la his­
toria. En la segunda, lo barroco se p resenta com o u n fen ó ­
m e n o específico de la historia cultural m o d ern a.2
Es sobre esta segunda línea d e ap reh e n sió n , la d e lo
b arro co com o totalización cultural específicam ente m o d e r­

1 La prim era a p arece en K ugenio D ’O rs (1 9 2 3 ), B e n c d e tto ('ro ce


(1 9 2 5 ) y H enri F ocillon (1 9 5 6 ), y se co n tin ú a tam bién, m odificada por la
in flu en cia de F.rnst R o b en Curtius (1 9 4 8 ), e n Gustav R ene H ock c (1 9 5 7 ),
a u n q u e con d u cid a e n referen cia a lo q u e él d en om in aría más b ie n un
c o m p o rta m ien to "manierista". La segu n d a se esboza prim ero e n W ilhelm
H ausenstein (1 9 2 0 ), W crncr Weisswach (1 9 2 1 ) y A lois Riegl (1 9 2 3 ); p ero
c o n q u ien entra e n la com p lejid ad q u e se exp lora actu alm en te e s sin du ­
d a c o n L uciano A n cesch i (1 9 4 5 ). cu yo trabajo adelanta ciertos asp ectos
im p ortan tes d e la sistem atización ya clásica e in d isp en sab le d e J o sé A n to ­
n io Vlaravall (197 5 ).
1 A u n q ue diferente* en tre sí. estas d o s d ireccio n es n o so n necesaria­
m en te incom p atib les. Podría ser que el b arroquism o co m o m o d elo d e
co m p o rta m ien to tran sh in órico, q u e aparece c o m o característica d e las
culturas cu a n d o d ec a en , haya ten id o sin em b argo en la m od ern id ad su
op ortu n id ad más p len a y «• haya m ostrado en ella en la p len itu d d e sus
posibilidades.

11
na, sobre la que se desenvuelven los lexos reu n id o s en el
presente volum en. De m an era más dispersa en los de la pri­
m era parte y más sistem ática en el de la segunda, su objeti­
vo com ún es explorar, d e n tro de u n a p ro b lcm atización
filosófica de las categorías em pleadas p o r la historia de la
cultura, la cabida que “lo barroco" p u ed e tenei d e n tro de
un a descripción crítica d é l a m o d ern idad. De este m odo, las
preguntas que ocupan a todos ellos se refieren a la posibili­
dad que tiene esa descripción de. reco n o cer d eterm in ad as
estructuraciones particulares de las características generales
de la vida m od e rn a y de d etectar en tre ellas u n a que m erez­
ca llevar -a l m enos p o r una cierta sim ilitud con el m odo
barroco de la creación artística- el calificativo d e “b arro ca”.
Se trata d e las p reg u n tas siguientes: ;l\n q u é estrato o
m om ento d e la constitución del m u n d o m o d e rn o se m ues­
tra de m an era más radical y adecuada una c o p erten en cia
esencial e n tre su m o d ern id ad y el barroquism o? ¿En qué
sentido pu ed e hablarse, p o r 1111 lado, del carácter necesaria­
m ente m o d ern o de lo b arro co y; p o r o tro , de la necesidad
de un barroquism o en la constitución d e la m odernidad?
El ensayo que ocupa la segunda parte ab o rd a estas cues­
tiones en especial y de m anera más directa. Esboza p rim ero
u n a aproxim ación a los dos conceptos generales que defi­
nen el cam po en el que se ubicaría lo barroco, el co n cep to
d e cu ltu ra y el de m odernidad. R ecuerda, a continuación,
ciertas ideas acerca de la condición h u m an a que aparecen
en Ia ontologia fenom enológica y las conecta con algunos
desarrollos con tem p o rán eo s d e la an tro p o lo g ía y la sem ióti­
ca. En su p arte central - e n un in ten to d e am pliar la “crítica
de la econom ía política" elaborada p o r Karl M arx hacia una
teoría crítica del co n ju n to de la vida m o d e rn a -, el ensayo
p ro p o n e un concepto referido a la necesidad en que está el
discurso reflexivo de pen sar co h ere n tem e n te la encrucijada
de lo que se en tien d e p o r “historia eco n ó m ica” y lo q u e se
conoce com o “historia cultural"; un co n cep to m ediador,
que sería el de elltos histórico. D escrito com o u n a estrategia
de construcción del “m u n d o de la vida”, que en fren ta y
resuelve en el trabajo y el disfrute cotidianos la co n trad ic­

12
ción específica de la existencia social en una época d eterm i­
nada, el ethos histórico d e la época m o d e rn a desplegaría
varias m odalidades de sí mism o, que serían otras tantas pers­
pectivas de realización de la actividad cultural, otros tantos
principios de particularización de la cu ltu ra m o d ern a. U no
de ellos sería precisam ente el llam ado “ethos b arro co ”, con
su “paradigm a” form al específico.
El exam en de esta m odalidad del ethos m o d e rn o p arte allí
d e u n a clasificación de los distintos tipos d e tem poralidad
q u e conoce la vida social p ara precisar lo que especifica a lo
b arroco com o principio de estructuración de la experiencia
del tiem po cotidiano. El efecto de lo barroco en la vida coti­
diana, descrito com o u n a “esteti/ación exagerada", se vuelve
evidente en su confrontación con el m o d o cristiano trad i­
cional (católico), igualm ente “exagerado”, de p o n e r la ritua-
lización religiosa com o núcleo estru ctu rad o r de la misma.
La consideración final, acerca del nexo en tre “arte barroco
y co n trarrefo rm a”, se refiere al m odo com o la esteti/ación
barroca de la vida cotidiana deriva, en tre otras cosas, en la
construcción de todo u n “estilo” de creación artística y poéti­
ca, aquel que m ereció originalm ente el adjetivo de “b arro co”.
C abe añadir, p o r lo dem ás, que los ensayos incluidos en
este volum en tien en que ver tam bién, a u n q u e sea d e m an e­
ra indirecta, con u n a segunda discusión: aquella que trata
de la actualidad d e lo barroco y que es tal vez, d e n tro del
variado co n ju n to que anim a la problem atización de la “co n ­
dición p o sm o d ern a”5 de este fin de siglo, la más trabajada y
p o r ello mism o la m enos inasible.
Lo m ism o en el sentido de un diagnóstico d e la situación
cultural co n tem p o rán ea q u e en el de una propuesta alter­
nativa an te la crisis d e la cultura establecida, el co n cep to de
“lo b arro co ”, actualizado p o r el prefijo “neo-”, aparece com o

:l I <¡ conditbn poslmoderne. Rupport su r U jaiw Y (M in u it, París, 1979) es el


títu lo clcl libro dcJcan-F ran^ois Lyotard q u e abrió al gran p ú b lico francés
la discu sión sobre el "posm odernism o". D esd e la óp tica de la “sem i-peri-
feria”, el tem a d e la p osm od ern id ad , sobre tod o e n lo q u e c o n c ier n e a lo
social y lo p o lítico , ha sido abordado co n origin alid ad por lioaventura de
Sousa Santos en Peta m u 5 de Atice, O p orto, 1994.

13
un o de los principales in stru m en to s teóricos para p en sar en
que consiste ese estar “después”, “en discontinuidad" o “más
allá” de la m o d e rn id ad ”, escribía Severo Sarduy,4 y añadía:
"lo m ism o o cu rre con el h o m b re de hoy”. U n m u n d o que
vacila, un o rd en carcom ido p o r su p ro p ia inconsistencia,
' q u e se contradice a sí mism o y se desgasta en ello hasta el
agotam iento; ju n to con él, u n a confianza elem ental, pro­
funda, q u e se desvanece sin rem edio. El m u n d o q u e vacila
es el de la m o d ern id ad , el de la confianza en u n a cultura
que enseña a vivir el progreso com o una anulación del tiem ­
po, a fu n d ar el territo rio en una elim inación del espacio, a
em p lear la técnica com o u n a aniquilación del azar; que
pone la naturalc/a-para-ol-hom bre en calidad de sustituto de
lo O tro, lo extra-hum ano: q u e practica la afirm ación com o
destrucción de lo negado.
En m edio de esta crisis d e la m o d ern id ad , y más com o un
refugiarse e n alternativas de vida reprim idas y desechadas
p o r ésta (co n d en ad as a u n a existencia clandestina) que
com o el en cu e n tro d e u n a solución o superación salvadora,
aparece u n a cierta práctica d e la p o sm o d ern id ad en la que
“algo así com o un paradigm a b arro co se reivindica y se abre
lugar”.5 Sé trata de u n co m p o rtam ien to en el q u e reap arece
aquella “constante form al”, aquel “gusto -y ju ic io sobre ese
g u sto - p o r lo inestable, lo m uítidiinensional, lo m u la n te ”,
q u e O rnar Calabrcsc,'1 siguiendo el refinado m éto d o d e su
“form alism o ‘rig u ro so ’”, ha investigado sistem áticam ente en
la c u ltu ra co n te m p o rá n e a . U n c o m p o rta m ie n to , p o r lo
dem ás, cuya presencia había sido reconocida ya com o rasgo
cultural distintivo e n la p eriferia am erican a del m u n d o
m o d e rn o ,7 d o n d e la gravitación de la m o d ern id ad capitalis­

1N tu va inestabilidad, Vuelta, M éxico, 1987, p. 48.


’ C rhistine Buci-G lucksm ann, La raison baroque, G alilce, París, 1984,
p. 189.
c L'eia neobarocca, Sagittari Laterza, Roma-Bari, 1989, p. 24.
7 “Los siglos transcurridos d esp u és d el d escu b rim ien to han prestado
servicios -e sc r ib e Le/nm a L im a-, han estad o llenos, h e m o s o frecid o in ­
co n scien te solu ció n al su p erco n scien te p roblem atism o e u r o p e o .- La ex-
ptesión americana, en El trino de la imagen, B iblioteca A yacucho, Caracas,

14
ta fue siem pre desfalleciente y d o n d e otras “condiciones" de
discontinuidad con ella -co n d icio n es p rem o d ern as y semi-
m o d e rn a s- prefiguraron la “condición posm oderna" descri­
ta p o r Lyotard, au n q u e desde una necesidad diferente.
¿Es im aginable u n a m o d ern id ad alternativa respecto d e la
q u e ha existido de hecho en la historia? De ser así, ¿qué p re ­
figuración de la mism a, explícita o im plícita, trae consigo el
neobarroquism o contem poráneo? El “pliegue”, el leit-motiv
de lo barroco p ensado p o r Gilíes D eleuze8 - la im agen de
u n a negativa a “alisar" la consistencia del m u n d o , a elegir
d e u n a vez p o r todas en tre la co n tin u id ad o la discontinui­
dad del espacio, del tiem po, d e la m ateria en gen eral, sea
ésta m ineral, viva o h istó rica- habla d e la radicalidad d e la
alternativa barroca. ¿Pero cuáles son los alcances reales de
su “propuesta”, m edidos a p artir de su p eculiar inserción
histórica en la construcción del m u n d o de la m o d ern id ad
capitalista? ¿Cuál es la actualidad del “paradigm a b arro co ”?
¿Puede, p o r ejem plo, com ponerse en to rn o a él, a su reac-
tualización neo b arro ca, u n a propuesta política, 1111 “proyec­
to civilizatorio” realm ente alternativo frente al que prevalece
actualm ente? Este es el tipo d e cuestiones de q u e se p reo ­
cupan tam bién los ensayos contenidos en el p resen te libro.
l.a actualidad de lo barroco 110 está, sin d u d a, en la capa­
cidad de inspirar u n a alternativa radical de o rd en político a
la m o d ern id ad capitalista que se deb ate actualm ente en u n a
crisis profunda; ella reside en cam bio en la fuerza con que
m anifiesta, en el p lan o p ro fu n d o d e la vida cultural, la
inco n g ru en cia de esta m o d ern id ad , la posibilidad y la u rg en ­
cia de u n a m o d ern id ad alternativa. El ethos barroco, com o
los otros e.the m o d ern o s, consiste en u n a estrategia p ara
h acer “vivible" algo q u e básicam ente no lo es: la actualiza­
ción capitalista de las posibilidades abiertas p o r la m o d e rn i­
dad. Si hay algo que lo distingue y lo vuelve fascinante en
nuestros días, cu an d o la caducidad d e esa actualización es

1957, p. 441. Cabe m en cio n a r aquí la am plia y su g eren te revisión d el tem a


d e lo barroco y lo n eo b a rro co d esd e la perspectiva latinoam ericana que
hace Carlos R incón en M apas y pliegues, B ogotá, 1996.
* Le pli, M inuit, París, 1988, pp. 38ss.

15
cada vez más inocultable, es su negativa a co n sen tir el sacri­
ficio de la “form a n atu ra l” de la vida y su m u n d o o a ideali­
zarlo com o lo contrario, su afirm ación d e la posibilidad de
restaurarla incluso com o “form a n atu ral” d e la vida rep rim i­
da, explotada, d errotada. Estrategia d e resistencia radical, el
clhos barroco 110 es sin em bargo, p o r sí m ism o, 1111 ethos revo­
lucionario: su utopía 110 está en el “más allá” d e u n a trans­
form ación económ ica y social, en u n fu tu ro posible, sino en
el “más allá” im aginario de un hic et nunc insoportable trans­
figurado p o r su teatralización.
N adie m ejor que el pro p io au to r de Barroco p ara respon­
d e r acerca del tipo de radicalidad que se le p u ed e exigir al
barroco de nu estro tiem po:
"¿Qué significa hoy en día una práctica del barroco? ¿Cuál
es su sentido profundo? ¿Se trata de un deseo de oscuridad,
de u n a exquisitez? Me arriesgo a sostener lo contrario: ser
b arroco hoy significa am enazar, ju z g a r y p aro d iar la eco n o ­
m ía burguesa, basada en la adm inistración tacaña de los bie­
nes, en su cen tro y fu n d am en to mismo: el espacio d e los sig­
nos, el lenguaje, soporte sim bólico de la sociedad, g arantía
de su funcionam iento, de su com unicación.”1*

'Severo Sarduy, Banoco, Sudam ericana, B u en o s /Vires, 1974, p. 99.

16
En torno al ethos barroco
tcWim*
1. Malintzin, la lengua

... unscrc ubertragungen gehen voti einem falschcm


gru n dsalz aus sie ivoUrn das indische griechische
englische verdeutschen unstatt das deutsche zu vrrin-
dischtn vergriechischen venenglischen...1
R udolf Pannw itz

La historia cu en ta de ciertas acciones singulares -av en tu ras


individuales- que en ocasiones se convierten en causas preci­
pitantes de transform aciones colectivas de gran alcance; se
com place en narrar los puntos de coincidencia en los que cier­
tos acontecim ientos coyunturales, casuales, co n tin g en tes co­
m o u n a vita, se insertan de m an era decisiva e n otros de
am plia duración, inevitables, necesarios com o la circunvala­
ción de los planetas. Y parecería que en m u ch o el suspense de
su discurso dep en d e de la desproporción que es capaz d e pre­
sentarno s en tre los unos y los otros. Kn efecto, en tre la ac­
ción singular y la transform ación colectiva p u ed e h ab er una
relación hasta cierto p u n to p ro porcionada, com o la q u e cre­
em os en c o n tra r ah o ra en tre el pacto d e los reyes o caciques
aqueos y la destrucción d e la gran ciu d ad de Troya. P ero esa
relación p u ed e ser tam bién com pletam ente desm edida: una
acción de escasa m agnitud p u ed e desatar una transform a­
ción gigantesca.
Tal vez para nosotros, los m odernos, n in g u n a d e las des­
p roporciones históricas de los últim os siglos haya sido más
decisiva q u e la que es posible reco n o cer e n tre la aventura de
los conquistadores de A m érica - h e c h a d e u n a serie d e accio­

1"... nuestras traduccion es parten d e 1111 falso principio: q u ieren ger­


m anizar lo hin d ú griego in g lés en lugar de induizar grequizar anglizar lo
alem án..."

19
nes ele horizo n te individual y m uchas veces desesperadas o
aleatorias-, p o r u n lado, y u n a de las más grandes transfor­
m aciones del co n junto d e la historia h um ana, p o r otroT la
universalización definitiva de la m edida en q u e ella es un
aco n tecer com partido, gracias al triunfo de la m o d ern id ad
capitalista com o esquem a civilizatorio universal.
D e los m últiples aspectos q u e presenta la coincidencia
desm esurada e n tre los hechos de los conquistadores y la his­
toria universal, interesa destacar aq u í u n o que tiene que ver
con algo q u e se ha dado en llam ar “el en cu e n tro de los dos
m u n d o s” y que, a mi parecer, consiste más bien en el re­
en cu e n tro d e las dos opciones básicas d e historicidad del ser
hum ano: la de los varios “orientes" o historicidad circular y
la de los varios “occidentes” o historicidad abierta. Aspecto
que en el p rim er siglo d e la m o d ern id ad d ecididam ente
capitalista pu d o parecer p o co im portante -c u a n d o lo inago­
table del territo rio p lanetario p erm itía todavía a las distintas
versiones de lo h u m an o p ro teg er su cerrazón arcaica, co­
existir e n aparlheid, “juntarse sin revolverse”, recluidas en na­
ciones o en castas d iferen tes-, p ero que hoy en día, en las
postrim erías del que p arece ser (de u n a m an era o d e otra)
el últim o siglo de la misma, se revela com o la más grave de
las “asignaturas” que ha dejado “p en d ien tes”.-
En el escenario m exicano de 1520, la aventura singular
que interviene en la historia universal consiste en verdad en
la interacción de dos destinos individuales: el d e M otecuh-
zoma, el taciturno em p erad o r azteca, que lo h u n d e en las
contradicciones d e su mal gobierno, y el de C ortés, que lo
lleva vertiginosam ente a en c o n tra r el perfil y la consistencia
de su am bición. Intersección que tuvo una co rp o reid ad , que
fue ella mism a una voluntad, una persona: “u n a india de
b u en parecer, en tro m etid a y desenvuelta” (dice Bernal Díaz
del Castillo, el conquistador-cronista), la M alintzin.
Q uisiera co n cen trarm e en esta ocasión en el m o m en to

v O ctavio Paz, Ignacio Berna) y Tzvetan Todorov, "La con q u ista de


M éxico. C om u n icación y en cu en tr o d e civilizaciones", Vuelta, n. 191, M é­
xico . o ctu b re d e 1992.

20
crucial de esa interacción, que no será el más decisivo, pero
sí el más ejem plar: los quince meses que van del bautizo cris-
n an o de la “esclava” Malin o Malinali, con el n o m b re de
M arina, y del p rim er contacto d e C ortes con los em b ajad o ­
res de M oiecuhzom a, en 1519, al asesinato d e la élite de los
guerreros aztecas) la posterior m u erte del em p erad o r m exi­
cano, en 1520. Kn el breve periodo en que la M alinizin se
aventura, p o r debajo de los discursos de M oiecuhzom a y
Cortes, (‘ii la función fugaz e irrepetible d e "lengua” o in tér­
prete en tre dos interlocutores colosales, dos m undos o dos
historias.
“La lengua que yo tengo”, dice Cortés, en sus Cartas, sin
sospechar en qué m edida es la “lengua" la que lo tiene a él.
Y no sólo a él, sino tam bién a M otecuhzom a y a los descon­
certados dignatarios aztecas.
Ser -c o m o lo fue la M alinizin d u ran te esos m eses- la
única in térp rete posible en una relación de interlocución
en tre dos partes; ser así aquella que con cen trab a de m anera
excluyem e la función equiparado™ d e dos códigos h ete­
rogéneos, traía consigo al m enos dos cosas. Kn p rim er lugar,
asum ir un poder: el de adm inistrar no sólo el intercam bio
de unas inform aciones que am bas partes consideraban valio­
sas, sino la posibilidad del hecho mismo d e la com unicación
en tre ellas. Pero im plicaba tam bién, en segundo lugar, te n e r
un acceso privilegiado -a b ie rto p o r la im p o rtan cia y la
excepcionalidad del diálogo en ta b la d o - al cen tro del hecho
com unicativo, a la estructura del código lingüístico, al n ú ­
cleo en el que se d efin en las posibilidades y los límites de lá
com unicación hum an a com o instancia posibilítam e del sen­
tido del m u n d o de la vida.
Kn efecto, ser in térp rete no consiste solam ente en ser un
trad u cto r bifacético, de ida y vuelta en tre dos lenguas, d e­
sentendido de la reacción metalingüísiica que su trabajo des­
pierta en los interlocutores. Consiste en ser el m ed iad o r de
un e n ten d im ien to en tre dos hablas singulares, el construc­
to r d e un texto com ún para ambas.
La m ediación del in térp rete p a rte necesariam ente d e un
reconocim iento escéptico, el de la inevitabilidad del m alen­

21
tendido. Pero consiste sin em bargo en u n a obstinación infa­
tigable que se ex tien d e a lo largo d e u n proceso siem pre
renovado de corrección d e la pro p ia traducción y d e respues­
ta a los electos provocados p o r ella. Un proceso q u e p uede
volverse desesperante y llevar incluso, com o llevó a la Malint-
zin, a que el in terp rete in ten te convertirse en sustituto d e los
interlocutores a los q u e traduce.
Rsta dificultad del trabajo del in térp rete p u e d e ser d e di­
ferente grad o d e radicalidad o p ro fu n d id ad ; ello d e p e n d e
de la cercanía o la lejanía, de las afinidades o antipatías que
g uardan e n tre sí los códigos lingüísticos d e las hablas en
ju eg o . M ientras más lejanos e n tre sí los códigos, m ientras
m enos coincidencias hay e n tre ellos o m ientras m enos al­
cancen a cubrirse o coincidir sus respectivas delim itaciones
de sentido p ara el m u n d o de la vida, más inútil p arece el
esfuerzo del interp rete. Más aventurada e interm in ab le su
tarea.
A nte esta futilidad d e su esfuerzo de m ediación, an te esta
incapacidad d e alcanzar el en ten d im ien to , ja práctica de
la in terp retació n tiende a g en era r algo que p o d ría llam arse
"la utopía del in térp rete”. U topía que plan tea la posibilidad
de c re a r u n a lengua tercera, u n a lengua-puente, que, sin ser
n inguna de las dos en ju e g o , siendo en realidad m entirosa
para am bas, sea capaz de d a r cu en ta y de co n ectar e n tre sí a
las dos sim bolizaciones elem entales d e sus respectivos códi­
gos; u n a lengua tejida d e coincidencias im provisadas a par­
tir de la co n d en a al m alentendido.
La M alintzin tenía ante sí el caso más difícil q u e cabe en
la im aginación para la tarca d e un intérp rete: debía m ediar
o alcanzar el e n ten d im ien to e n tre dos universos discursivos
construidos en dos historias cuyo p arentesco p arece ser
nulo. Parentesco que se h u n d e en los com ienzos de la his­
toria y que, p o r lo tanto, no p u ed e m ostrarse en u n plano
sim bólico evidente, ap ro p iad o para equiparaciones y eq u i­
valencias lingüísticas inm ediatas. N inguna sustancia sem ióti­
ca, ni la de los significantes ni la de los significados, podía
ser actualizada de m a n era más o m enos directa, es decir, sin
la intervención d e la violencia com o m éto d o persuasivo.

22
Se trata de dos historias, dos tem poralidades, dos sim boli­
zaciones básicas de lo O tro con lo h u m an o , dos alegorizacio-
ncs elem entales del contexto o referen te, dos “elecciones ci­
vilízalo! ias” no sólo opuestas sino contrapuestas.
De u n lado, la historia m ad re u ortodoxa, q u e se había ex­
ten d id o d u ran te m ilenios hasta llegar a América. I Iistoria de
los varios m undos orientales, decantados en u n a m igración
lentísim a, casi im perceptible, que iba ag o tan d o territo rio s a
m edida q u e avanzaba hacia el rein o d e la ab u n d an cia, el
lugar de d o n d e salí* el sol. H istoria d e sociedades cuya estra­
tegia de supervivencia está fincada, se basa y gira en to rn o
de la única condición de su valía técnica: la rep ro d u cció n de
u n a figura extrem am en te singularizada del cu erp o co m u n i­
tario. Cuya vida p refiere siem pre la renovación a la innova­
ción y está po r tan to m ediada p o r el p red o m in io del habla o
la palabra “ritualizada” (com o la d en o m in a Tzvctan Todo-
rov) sobre la palabra viva; del habla q u e en to d a experiencia
nueva ve u n a o p o rtu n id ad de en riq u e cer su código lingüís­
tico (y la consolidación m ítica de su singularización), y n o
de cuestionarlo o transform arlo.
Del o tro lado, el más p o d ero so d e los m uchos d esp ren d i­
m ientos heterodo x o s d e la historia oriental, d e los m uchos
occidentes o esbozos civilizatorios q u e tuvieron que preferir
el fuego al sol y m irar hacia el p o n ien te, hacia la noche: la
historia de las sociedades europeas, cuya unificación eco n ó ­
m ica había m ad u rad o hasta alcanzar pretensiones plan eta­
rias. H istoria que había resultado d e u n a estrategia d e su p er­
vivencia según la cual, a la inversa de la oriental, la valía
técnica de la sociedad gira en to rn o del m edio de p ro d u c­
ción y de la nulificación de su rep ro d u cció n am pliada. His­
toria de sociedades que vivían para en to n ces el auge d e los
im pulsos innovadores y cuya “práctica com unicativa” se
h abía en so b erb ecid o hasta lal p u n to con el b u en éxito
económ ico y técnico del uso “improvisativo" del leguaje, que
echaba al olvido ju sta m en te aquello que era en cam bio una
obsesión agobiante en la América antigua: que en la consti­
tución de la lengua n o sólo está inscrito u n pacto e n tre los
seres hum anos, sino tam bién u n pacto e n tre ellos y lo O tro.

23
Los indígenas no podían percibir en el O tro u n a o tred a d
o altcridad in d ep en d ien te. U na “soledad histórica”, la falta
de u n a “experiencia del O tro ”, . cgún la explicación m ate­
rialista de Octavio Paz, había m an ten id o incuestionada en
las culturas am ericanas aquella p ro fu n d a resistencia oriental
a im aginar la posibilidad de un m u n d o de la vida q u e no
fuera el suyo. La otred ad que ellos veían en los españoles les
parecía una variante d e la m ism idad o id en tid ad d e su p ro ­
pio Yo colectivo, y p o r tanto 1111 fen ó m en o p erfectam en te
rcductible a ella (en la am p litu d de cuya definición los ras­
gos de la terrenalidad, la semi-divinidad y la divinidad p e r­
tenecen a un continuum). Tal vez la principal desventaja que
ellos tuvieron, en térm inos bélicos, frente a los europeos
consistió ju s ta m e n te en u n a in cap acid ad q u e venía del
rechazo a ver al O tro com o tal: la incapacidad d e llegar al
odio com o voluntad de nulificación o negación absoluta del
O tro en tan to q u e es alguien con quien n o se tiene nada
q u e ver.
Los europeos, en cam bio, a u n q u e percibían la o tred ad
del O tro com o tal, lo hacían sólo bajo u n o d e sus dos m odos
V contrapuestos: el del peligro o la am enaza p ara la propia
integridad. K1 segundo m odo, el del reto o la pro m esa de
p lenitud, lo tenían traum áticam ente reprim ido. La o tred ad
sólo e ra tal para ellos en tan to que negación absoluta d e su
identidad. La “E uropa p rofunda" de los conquistadores y los
colonizadores, la que em ergía a pesar del hum anism o de
los proyectos evangelizadores y d e las buenas in ten cio n es
de la C orona, respetaba el universalismo abstracto de la igle­
sia católica, p ero sólo com o condición del b u en funciona­
m iento de la circulación m ercantil d e los bienes; más allá de
este lím ite, lo usaba com o simple p retexto p a ra la d estruc­
ción del O tro. No sólo lejanos sino incom patibles e n tre sí
eran los dos universos lingüísticos e n tre los que la M alintzin
d ebía establecer un en ten d im ien to . Por ello su intervención
es adm irable. U na m ezcla de sabiduría y audacia la llevó a
asum ir el p o d e r del in térp rete y a ejercerlo en cau zán d o lo en
el sentido de la utopía que es p ro p ia de este oficio. Recono­
ció que el en ten d im ien to en tre europeos e indígenas era

24
im posible en las condiciones dadas; que, p ara alcanzarlo,
unos y otros, los vencedores e integradores no m enos que
los vencidos e integrados, tenían que ir más allá de sí mis­
mos, volverse diferentes de lo que eran. V se atrevió a in tro ­
ducir esa a Re raí ion com unicante; m intió a unos y a otros, “a
diestra y siniestra", y les propuso a am bos el reto de conver­
tir en verdad la gran m entira del en ten d im ien to :'' justam en­
te esa m entira bifacéiica que les perm itió convivir sin hacer­
se la guerra d u ran te todo u n año. C ada vez que traducía de
ida y de vuelta e n tre los dos m undos, desde las dos historias,
la M alinlzin inventaba una verdad hecha de m entiras; una
verdad que sólo podía ser tal para un tercero que estaba aún
p o r venir.
Tzvetan Todorov ve en la M alinlzin (ju n to con el caso
inverso del dom inico Diego Duran) “el p rim er ejem plo y
p o r eso mism o el sím bolo del mestizaje [cultural]", com ­
p ren d id o éste com o afirm ación de lo propio en la asim ila­
ción ele lo ajen o .' Puede pensarse, sin em bargo, q u e la
M alimzin de 1519-1520, la más in teresante d e todas las que
ella fue en .su larga vida, prefigura una realidad de mestiza­
je cultural un lauto diferente, que consistiría en un com ­
po rtam ien to activo -c o m o el de los hablantes del latín vul­
gar, colonizador, y los de las lenguas nativas, colonizadas, en
la form ación v el desarrollo de las lenguas ro m an ces- desti­
nado a irasccndci lanío la form a cultural propia com o la
form a cultural ajena, para que am bas, negadas d e esta m an e­
ra, p u ed an afirm arse en una form a tercera, d iferen te d e las
dos. 1.a prefigura, po rq u e, si bien fracasa com o solución
invernada para el conflicto en tre M otecuhzom a y Cortés, de
todas m aneras co n d en e en sí el esquem a del mestizaje cul­
tural “salvaje”, no planeado sino forzado p o r las circunstan­
cias, q u e se im pondrá colectivam ente “después del diluvio",
más com o el resultado de una estrategia esp o n tán ea de

1 R. Salazar M allcn sería un b uen ejem p lo de la cerrazón chauvinista


an ie este tip o d e com p ortam ien tos. V éase "K1 co m p lejo d e la M alinche”.
Sábado, su p lem en to de Uno M á\ Uno. n. 722. M éxico, agosto ele 1991.
' l.u conquék de í'Amnu/ur. ¡ m t/uestion de l a u t n Senil, París, 1982.
superviven«''ia q u e c o m o el c u m p l i m i e n t o d e u n p r o g r a m a
u t ó p i c o , a p a r t i r d e l siglo XVII.
En efecto, lo que desde entonces tiene Jugar en la A m éri­
ca Latina es sin d u d a u n o más d e aquellos grandes procesos
inacabados e inacabables d e mestizaje cultural -c o m o el de
lo m ed iterrán eo y lo n órdico, que, com o lo afirm aba Fer-
n and B raudel, constituye incluso hoy el núcleo vitali/ador
de la cultura eu ro p ea o rig in al- en los que el código del con­
quistador tiene que rehacerse, reestructurarse y reconsti­
tuirse p ara p o d e r in teg rar efectivam ente d eterm in ad o s ele­
m entos insustituibles del código som etido y destruido. Se
trata de procesos que se h an cum plido siem pre a espaldas
del lado lum inoso d e la h isto ria.' Q ue sólo han ten id o lugar
en situaciones límites, en circunstancias extrem as, en co n d i­
ciones d e crisis de supervivencia, en las que el O tro ha teni­
do que ser aceptado com o tal, en su o tred a d -e s decir, de
m an era am bivalente, en tan to que deseable y ab o rrecib le-,
p o r un Yo q u e al mism o tiem po se m odificaba radicalm ente
p ara hacerlo. Procesos en los que el Yo que se autotrascien-
d e elige el m odo del pvtluch para exigir sin violencia la reci­
procidad del O tro.
C om o figura histórica y com o figura m ilit a, la actualidad
de la M alinizin en este fin d e siglo es indudable.
En tanto q u e figura histórica, la M alintzin linca su actua­
lidad en la crisis d e la cultu ra política m odci n a y en los dile­
mas en los q u e ésta se en cierra a causa d e su universalism o
abstracto. Este, que su p o n e bajo las m últiples y distintas
hum anidades concretas u n com ún d en o m in a d o r llam ado
“hom bre en g en eral”, sin atributos, se m uestra ah o ra com o
lo qu e siem pre fue, au n q u e disim uladam ente: un dispositivo
p ara csquivai y posponei iiu lcíin id am en te una superación
real, im practicable au n q u e fuese indispensable, del pseudo-
universalismo arcaico - d e ese localismo am plificado que
m ira en la o tred ad de todos los otros u n a sim ple variación o
m etam orfosis de la identidad desde la que se plantea. El

’• C arlos M onsiváis. entrevista c o n A d olfo S án ch ez R eb olled o. "M éxico


1992: ;¡d én iico s o diversos?". Sexos, n. 178. M éxico, o ctu b re d e 1992.

26
desarrollo de u n a econom ía m undial realm en te existente,
es decir, basada en la unificación tecnológica del proceso de
trabajo a escala planetaria, vuelve im postergable la h o ra
d e u n a universalización co n creta d e lo hum ano. C ada vez se
vuelve más evidente que la h u m an id ad del “h o m b re en
g en eral” sólo p u ed e construirse con los cadáveres d e las
hum anidades singulares. Y la cu ltu ra política de la m o d ern i­
dad establecida se em p an tan a en preg u n tas com o las si­
guientes: ¿las singularidades de los innum erables sistemas
de valores de uso - d e prod u cció n y disfrute de los m ism os-
q u e conoce el gen ero h u m an o son en verdad m agnitudes
négligeablcs que d eb en sacrificarse a la ten d en cia globaliza-
d o ra o “universali/adora" del m ercado m undial capitalista?
Si no es así, ¿es preciso más bien m arcarle u n lím ite a esta
"voluntad" uniform izadora, desobedecer la “sabiduría del
m ercado" y d efen d er las singularidades culturales? l*ero, si es
así, ¿hay que hacerlo con todas? ; 0 sólo con las “m ejores' ?
El fundam entalism o d e aquellas sociedades del “tercer
m undo" que regresan, decepcionadas p o r las prom esas in­
cum plidas de la m o d ern id ad occidental, a la defensa más
ab e rra n te d e las virtudes de su localism o, tiene en el racism o
ren acien te de las sociedades europeas u n a co rresp o n d en cia
poderosa y experim entada. Ambas son reacias a co ncebir
la posibilidad de u n universalism o diferente.
1.a figura d erro tad a d e la M alintzin histórica p o n e de
relieve la m iseria d e los vencedores; el enclaustram icnto en
lo p ro p io , o rig in a rio , a u té n tic o e in a lien a b le fue p a ra
España y Portugal el m ejor cam ino al desastre, a la d estruc­
ción del o tro y a la autodestrucción. Y recu erd a a contrario
que el “abrirse" es la m ejor m anera del afirm arse, que la m ez­
cla es el verdadero m odo d e la historia de la cultu ra y el
m étodo espontán eo , que es necesario dejar en libertad, de
esa inaplazable universalización co n creta de lo h u m ano.
C om o figura m ítica, que eu realidad se en cu e n tra apenas
en form ación, figura que in ten ta su p erar la im agen nacio­
nalista de “M alinche, la traid o ra” - la que desprecia a los
suyos, p o r su inferioridad, y se hum illa ante la su perioridad
del co n q u istad o r (según R. Salazar M allén )-, la M alintzin

27
h u n d e sus raíces en un conflicto com ún a todas las culturas:
el q u e se da en tre la tendencia xenofobia» a la en d o g am ia y
la tendencia xenolílica a la exogam ia, es decir, en el te rre n o
en el que toda com unidad, com o iodo ser singularizado,
percibe la necesidad am bivalente del O tro , su carácter de
co ntradicto rio y com plem entario, de am enaza y de prom e­
sa. F rente a los tratam ientos d e este conflicto en los m itos
arcaicos, que, al n arrar el vaivén d e la agresión \ la vengan­
za, enfatizan el m om ento del rapio de lo m ejor de uno
mism o p o r el O tro, el (pie parece prevalecer en la nulifica­
ción de la M alintzin -la do m in ad a que domina- p o n e el
acento más bien en el m o m en to de la entreg a d e uno mism o
com o reto p ara el O tro. M oderno, pero n o capitalista, el
m ito de la M alintzin set ía un mito actual po rq u e ap u n ta más
allá de lo que Sartre llam aba “la historia de la escasez", una
historia cuya superación es el p u n to de p artid a d e la m oder­
nidad que se ha agolado d u ra n te el siglo XX y cuyo restable­
cim iento artificial ha sido el fu n d am en to d e la form a capi­
talista de esa m odernidad.

AI’É N D IC K

l'.l mestizaje \ las formas

El atractivo, la fascinación incluso, que tienen para m uchos


de nosotros las "obras d e arle" provenientes d e las culturas
prehispáuicas d e Am érica suele explicarse con razón p o r el
hecho de que ellas no son exactam ente obras de arle. Q ue lo
que en ellas está en ju e g o es algo m enos y a la vez algo más que
el “arte": su carácter de obras de culto, de objetos cuya objeti­
vidad plena se en cu e n tra en la dim ensión d e la práctica fes­
tiva \ cerem onial, de la repetición im aginaria del sacrificio
fú n d an le de la com unidad y su singularidad.
Se trata sin duda de una explicación acertada; p ero es
incom pleta. Olvida hacei m ención de lo más evidente: el
hecho d e la exlrañeza d e tales obras p ara nosotros. Exlrane-
za q u e no consiste solam ente en su antigüedad; que está

28
sobre todo en la ajenidad del tipo de vida o de m u n d o al que
perten ecen , y desde el cual y para el cual están hechas.
Tal vez esta ajenidad pueda percibirse d e m ejor m an era
cu an d o prestam os atención a la idea que parece regir en
ellas de lo que es en sí mism a la acción de dar forma a u n
objeto o de confo rm ar un m aterial, acción que está en el o ri­
gen de toda obra y m uy en especial d e toda o b ra d e arte.
C uando Miguel Angel, el p ro to tip o d e cread o r m o d ern o
-e x nihilo-, decía con hum ildad autocrítica que su trabajo de
escultor consistía en lib erar del bloque d e m árm ol la figura
que ya estaba en él, quitando sólo lo sobrante, exponía sin que­
re r no su program a de acción sino, curiosam ente, el d e un
tipo de “creado res” com pletam ente diferen tes d e él: los
escultores ele la América antigua. Descubrir, enfatizar; ayu­
darle al propio “m aterial” a dibujar u n a silueta y d efin ir una
textura, a resaltar u n relieve, a re d o n d e a r un cu erp o y p re­
cisar u n o s rasgos q u e estaban ya esbozados o sugeridos, rea­
lizados a m edias en el mismo: ésta parece h ab er sido toda la
intervención que el escultor prehispánico se creía llam ado a
te n e r en la "creación de una ob ra”. S eg u ram en te “el m ilagro
espantoso" de la Coatlicue se había m anifestado y h ab ía sido
sentido ya po r m uchos en la p ied ra original cu an d o el “artis­
ta" inició su obra; éste sólo d eb ió ayudarle a vencer ciertas
indecisiones form ales q u e le im pedían destacarse con la
d eb id a fuerza. 1.a idea d e lo q u e es “d a r form a" que preva­
lece aq u í no es sólo diferente d e la idea eu ro p ea, o co n tra­
ria a ella; es sobre to d o ajena a ella. Ix) es p o rq u e im plica
u n a elección de sentido com pletam ente divergente de la suya,
q u e subraya la co n tin u id ad e n tre lo h u m an o y lo O tro. Para
la idea prehispánica, la elección de sen tid o eu ro p ea es tan
"absurda" que es capaz d e plantear al sujeto com o com ple­
tam ente separad o del objeto, es decir, a la naturaleza com o
m aterial pasivo e in erte, dócil y vacío, al que la actividad y la
inventiva hum anas, m old eán d o lo a su voluntad, d o ta n de
realidad y llenan de significación.
U n abism o parece separar la inteligibilidad del m u n d o a
la q u e pertenece la noción d e “dar forma" que rige en la com ­
posición d e u n a o b ra d e la antig ü ed ad am ericana de la inte­

29
ligibilidad del m u n d o p ro p ia d e la m o d ern id ad europea. El
abism o que hay sin d u d a e n tre dos m undos vitales construi­
dos p o r sociedades o p o r "hum anidades” que se h icieron a
sí mismas a p a rtir d e dos opciones históricas fundam entales
no sólo diferentes sino incluso contrapuestas e n tre sí: la o p ­
ción “oriental” o d e m im etizadón con la naturaleza y la opción
"occidental” o de contraposición a la misma. Se trata ju sta ­
m ente del abism o q u e los cinco siglos de la historia latino­
am ericana vienen tratan d o d e salvar o su p erar en el proceso
del mestizaje cultural.
La insistencia en la ajenidad - e n la dificultad y el conflic­
to - q u e habla desde el en can to que tienen p ara nosotros los
restos intactos, las “obras d e a rte ”, d e la an tig ü ed ad prehis-
pánica perm ite enfatizar con sen tid o crítico un aspecto del
fen ó m en o histórico del mestizaje cultural que n o suele des­
tacarse o que incluso se oculta en el m odo co rrien te de con­
cebirlo. fom en tad o p o r la ideología del nacionalism o oficial
latinoam ericano. E m peñada en co n trib u ir a la construcción
de una id en tid ad artificial única o al m enos uniform e para
la nación estatal, esta ideología p o n e en uso una rep resen ­
tación conciliadora y tranquilizadora del mestizaje, protegi­
d a c o n tra toda rem iniscencia d e conflicto o d esg arram ien to
y n eg ad o ra p o r tanto de la realidad del mestizaje cultural en
el que está inm ersa la p arte más vital de la sociedad en Ame­
rica Latina.
¿Es real la fusión, la simbiosis, la in terp en etració n d e dos
configuraciones culturales d e “lo h u m an o e n g en era l” p ro ­
fu n d am en te contradictorias e n tre sí? Si lo es, ¿de qué m ane­
ra tiene lugar?
La ideología nacionalista olicial ex p o n e su respuesta obli­
gadam ente afirm ativa a esta cuestión con u n a m etáfora n atu ­
ralista q u e es a su vez el vehículo de u n a visión sustancialista
de la cultura y de la historia de la cultura. U na visión cuyo d e­
fecto está en que, al construir el objeto que p rete n d e mirar,
lo que hace es anularlo. En efecto, la idea del mestizaje cul­
tural com o u n a fusión de identidades culturales, com o una
in terpenetració n de sustancias históricas ya constituidas, no
pu ed e hacer otra cosa que dejar fuera d e su consideración

30
justam ente el núcleo de la cuestión, es decir, la problem ati-
zación del hecho mism o ele la constitución o conform ación
d e esas sustancias o identidades, y del proceso de mestizaje
com o el lugar o el m o m en to de tal constitución.
1.a m etáfora naturalista del mestizaje cultural no p u ed e des­
cribirlo de otra m an era que: a] com o la “mezc la” o em ulsión
de m oléculas o rasgos d e iden tid ad hetero g én eo s, que, sin
alterarlos, les daría u n a ap ariencia diferente; b) com o el “in­
je r to ” de un elem en to o u n a p arte d e u n a ”id en tid ad en
el todo de otra, que alteraría d e m an era transitoria y restrin ­
gida los rasgos del prim ero, o c] com o el “cruce genético" de
u n a identidad cultural con otra, que traería consigo u n a
com binación g en eral c irreversible d e las cualidades de
am bas. No p u ed e describirlo en su interio rid ad , com o un
acontecer histórico en el que la consistencia misma de lo des­
crito se en cu e n tra en ju e g o , sino q u e tiene que hacerlo
desde afuera, com o u n proceso que afecta al objeto descri­
to p ero en el que éste no interviene.
H a llegado tal vez la ho ra de que la reflexión sobre todo
el co n ju n to de hechos esenciales de la historia d e la cu ltu ra
q u e se conectan con el mestizaje cultural ab an d o n e d e una
vez p o r todas la perspectiva naturalista y haga suyos los co n ­
ceptos que el siglo XX ha desarrollado p ara el estudio especí­
fico de las form as simbólicas, especialm ente los que provie­
n en de la ontologia fenom enológica, del psicoanálisis y d e la
sem iótica.
Baste aquí, para finalizar, un ap u n te en relación con esta
últim a para indicar la posibilidad y la conveniencia d e tal
cam bio d e perspectiva en la reflexión. Si la identidad cultu­
ral deja d e ser concebida com o una sustancia y es vista m<1s
bien com o un “estado d e código” -c o m o una peculiar confi­
guración transitoria d e la subcodificación que vuelve usable,
“hablable", dicho có digo-, entonces, esa “iden tid ad ” p uede
m ostrarse tam bién com o una realidad evanescente, com o
u n a en tid ad histórica que, al mismo tiem po que determ in a
los com portam ientos de los sujetos que la usan o “h ab lan ”,
está siendo hecha, transform ada, m odificada p o r ellos.

31
2. El ethos barroco

La i mestizas, mulatas y negras, que componen la


mayor parte de México, no pudicndo usar manto ni
i'estir a la española, y, por otra parte, desdeñando el
traje de las indias, van por la ciudad vestidas de un
modo extravagante: se ponen una como enagua atra­
vesada sobre los hombros o en la cabeza, a manera de
manto, que hace que parezcan otros tantos diablos.
G iovanni F. G cm clli Careri

D entro de u n a colección d e obras dedicadas a la explora­


ción de las distintas figuras históricas de El hombre eurofrn,
Rosario Villari publicó hace poco una recopilación d e ensayos
sobre El hombre barroco. Desfilan en ella ciertos personajes
típicos de la vida cotidiana en E uropa d u ran te el siglo XVII:
el g o b ern an te, el financiero, el secretario, el rebelde, el p re­
dicador, el m isionero, la religiosa, la bruja, el científico, el
artista, el burgués... M enciono esta publicación en calidad
de m uestra d e u n hecho ya irreversible: el co n cep to de
b arro co ha salido de la historia del arte y la literatu ra e n par­
ticular y se ha afirm ado com o u n a categoría d e la historia de
la cultura en general.
D eterm in ad o s fenóm enos culturales que se p resen tan
insistentem ente al h isto riad o r en los m ateriales provenien­
tes de los siglos XVII y XVIII, y que se solían explicar sea com o
sim ples rezagos de una época pasada o com o sim ples an u n ­
cios de otra p o r venir, se han ido o rd en an d o ante sus ojos
con un considerable grado de coherencia y reclam an ser com ­
prendidos a p artir de una singularidad y una au to n o m ía del
co n ju n to d e todos ellos com o resultado d e u n a totaliza­
ción histórica capaz d e constituir ella sola u n a época en sí
misma. Se (rata de una abigarrada serie de com portam ien-

32
los y objetos sociales que, en m edio d e su hetero g en eid ad ,
m uestran sin em bargo u n a cierta co p erten en cia en tre sí, un
c ie n o parentesco difuso pero inconfundible; p arentesco
general qué puede idcnlilicarse de em ergencia, a falta de
un p ro cedim iento mejor, m ediante el recurso a los ras­
gos - n o siem pre claros ni u n ita rio s - q u e esbozan o tro
parentesco, más particular, d en tro de la historia del arte, el
de las obras v los discursos conocidos com o ‘‘barrocos’".
F.l in ten to del presente ensayo, más reflexivo que d escrip­
tivo, es el de explorar justam ente aquello q u e nos llam a a
identificar com o barrocos cienos fenóm enos de la historia
de la cultura v a oponerlos a otros en un d eterm in ad o pla­
no de com paración. Se trata, sobre todo, de p ro p o n e r una
teoría, un “m irad o r”, al que he llam ado del vthos histórico, en
cuya perspectiva creo p o d er distinguir con cierta claridad
algo así com o un cilios barroco, ( ’abe añ ad ir que, en lo que
sigue, la necesidad sentida en la narración histórica de cons­
tru ir el concepto de una época barroca se conecta con una
necesidad diferente, que aparecí* en el ám bito de un discur­
so críiico acerca de la época p resente y la caducidad d e la
m o d ern id ad que la sostiene.

Señalo brevem ente el sentido d e esta preo cu p ació n p o r lo


barroco. Puede decirse que cada vez es m enos im precisa la
captación q u e leñem os d e las dim ensiones reales de la crisis
de nuestro Tiempo. La im agen gigantom áquica de hace un
siglo, que la representaba más bien com o la decadencia
in detenible de lo H um ano en general -cuyos “valores i'ilii-
nios" coincidían curiosam ente con unos cuantos, bautizados
com o “occidentales"-, p u ed e ser vista ah o ra com o un fruto
más del jxithos reaccionario v paranoide de la burguesía aris­
tocratizada de ese m om ento histórico, som etida a las ¡une-
l i a z a s de la "plebe socialista". No obstante, la p ro fu n d id ad y
la duración de la misma tam poco parecen ser solam ente las
qu é co rresp o n d erían a la crisis pasajera, de renovación o
innovación, que afectara a un aspecto particular de la exis­
tencia social, incluso ten ien d o en cuen ta las repercusiones
q u e te n d ría en la totalidad d e la misma. Resulta ya eviden­
te q u e no es sólo lo económ ico, lo social, lo político o lo cul­
tural, o u n a d eterm in ad a com binación de ellos, lo que no
alcanza a recom ponerse de m an era más o m enos viable y
d u rad era desde hace ya más d e cien años. El m o d o com o las
distintas crisis se im brican, se sustituyen y co m plem entan
entre sí parece indicar que la cuestión está en un plano más ra­
dical; habla de u n a crisis que estaría en la base d e todas ellas:
un a crisis civilizatoria.
Poco a poco, y d e m an era ind u d ab le desde el siglo XVIII,
se ha vuelto im posible sep arar los rasgos propios cíe la vida
civilizada en general de los que co rresp o n d en particular­
m en te a la vida m o d ern a. La presencia d e estos últim os p are­
ce, si tío agotar, sí constituir u n a parte sustancial de las co n ­
diciones de posibilidad de los prim eros. I,a m o d ern id ad ,
que fue u n a m odalidad de la civilización h u m an a, p o r la que
ésta optó en un d eterm in ad o m o m en to d e su historia, ha
dejado de ser sólo eso, u n a m odificación en p rin cip io rever­
sible de ella, y ha pasado a form ar p arte de su esencia. Sin
m o d ern id ad , la civilización en cu anto tal se ha vuelto ya
inconsistente.
C uando hablam os d e crisis civilizatoria nos referim os ju s ­
tam ente a la crisis del proyecto de m o d ern id ad que se im pu­
so en este proceso de m odern izació n d e la civilización
hum ana: el proyecto capitalista en su versión p u ritan a y
n o reu ro p ea, que se fue afirm an d o y afin an d o le n tam e n te al
prevalecer sobre otros alternativos y q u e d o m in a actu alm en ­
te, convertido en un esquem a operativo capaz de adaptarse
a cualquier sustancia cultural y d u eñ o de u n a vigencia y una
electividad históricas ap are n tem e n te incuestionables.
La crisis de la civilización que se ha diseñado según el p ro ­
véelo capitalista cíe m o d ern id ad lleva más de cien años.
C om o dice W alter Benjam ín, en 1867, “am es del desm oro­
nam iento de los m o n u m en to s d e la burguesía”, m ientras “la
fantasm agoría de la cultura capitalista alcanzaba su desplie­
gue; más lum inoso en la Exposición Universal d e París", era
ya posible “reconocerlos en calidad de ruinas”. Y se iraia sin
d u d a de una crisis p o rq u e, en p rim er lugar, la civilización de
la m odernidad capitalista no p u ed e desarrollarse sin volver- f
se en co n tra del fun d am en to q u e la puso en pie y la sostie­
ne -e s decir, la del trabajo h u m an o q u e busca la ab u n d an cia
de bienes m ediante el tratam iento técnico de la n atu raleza-,
y po rq u e, en segundo lugar, em p eñ ad a en elu d ir tal destino,
exacerba ju sta m en te esa reversión que le hace p e rd e r su
razón de ser. Epoca de genocidios y ecocidios inauditos
-q u e , en lugar de satisfacer las necesidades hum anas, las eli­
m ina, v, en lugar d e p o ten ciar la productividad natural, la
aniquila-, el siglo XX p u d o pasar p o r alto la radicalidad de
esta crisis debido a q u e ha sido tam bién el siglo del llam ado
“socialismo real", con su p retensión d e h ab er iniciado el
desarrollo de una civilización d iferen te de la establecida. Se
necesitó del d erru m b e de la U nión Soviética y los estados
que d ep en d ían de ella p ara que se hiciera evidente que el
sistem a social im puesto en ellos no h ab ía rep resen tad o n in ­
g u n a alternativa revolucionaria al proyecto d e civilización
del capital: que el capitalism o de estado no había pasado de
ser u n a caricatura cruel del capitalism o liberal.
;Es en realidad posible? Débiles son los indicios d e que la
m o d ern id ad que p red o m in a actualm ente n o es u n destino
ineluctable - u n program a que debem os cum plir hasta el fi­
nal. hasta el nada im probable escenario apocalíptico de un re­
to rn o a la barbarie en m edio de la destrucción del p lan eta-,
p ero no es posible pasarlos p o r alto. Es u n h echo innegable
q u e el dom inio de la m o d ern id ad establecida n o es absoluto
ni uniform e; y lo es tam bién que ella mism a n o es u n a reali­
d ad m onolítica, sino que está com puesta de un sinnúm ero
de versiones diferentes de sí m ism a -versiones que fueron
vencidas y dom inadas p o r u n a de ellas en el pasado, p ero
q u e, reprim idas y subordinadas, no dejan d e estar activas en
el presente.
N uestro interés en in d a g ar la consistencia social y la
vigencia histórica de un et/ios barroco se p resen ta así a p artir
de u n a p reocupació n p o r la crisis civilizatoria co n tem p o rá­
n ea y obedece al deseo, aleccionado ya p o r la experiencia,
de p e n sa r en u n a m o d e rn id ad poscapitalista com o una

35
utopía alcanzable. Si el barroquism o m el co m p o rtam ien to
social \ en el arte liene sus raíces en un ethos barroco y si éste
se co rresp o n d e efectivam ente con una de las m odernidades
capitalistas que an teced iero n a la actual y q u e perviven en
ella, p u ed e pensarse en to n ces q u e la auto aíirm ació n exclu­
yem e del capitalism o realista y p u ritan o que do m in a en la
m o d ern id ad actual es deleznable, e inferirse tam bién, indi­
rectam ente. que no es verdad q u e no sea posible im aginar
com o realizable una m o d ern id ad cuya estructura no esté
arm ada en to rn o al dispositivo capitalista de la producción,
la circulación y el consum o d e la riqueza social.

1.a concepción d e Max W eber según la cual h abría una


co rrespond en cia biunívoca e n tre el “espíritu del capitalis­
mo" y la “ética protestante", asociada a la suposición de que
es im posible u n a m od ern id ad que no sea capitalista, ap o rta
argum entos a la convicción de que la única form a im agina­
ble de p o n e r un o rd en en el revolucionam iento m o d ern o
de las fuerzas productivas de la sociedad h u m an a es justa­
m ente la que se esboza en to rn o a esa “ética protestante". La
idea de un cilios barroco aparece d e n tro de un in ten to d e res­
puesta a la insatisfacción teórica que d esp ierta esa convic­
ción en to d a m irada crítica sobre la civilización co n tem ­
poránea.
F.l en cu e n tro del “espíritu del capitalismo", visto com o la
pura d em an d a d e u ifto m p o i tam iento h u m an o estructural-
m ente am bicioso, racionalizado!- y progresista, con la ética 3
protestante (en su versión p u ritan a calvinista), vista com o la
pura oferta de una técnica de co m p o rtam ien to individual
en torno a u n a au to rrep resió n productivista y una autósátis-
facción sublim ada, es claram ente una condición necesaria
de la organización d e la vida civilizada en to rn o a la acum u­
lación del capital. Pero no cabe d u d a que el espíritu del
capitalism o rebasa su p ropia presencia en la sola figura de
esa d em an d a, así com o es evidente que vivir en y con el capi­
talismo p u ed e ser algo más que vivir j>or y para él.

3(5
El térm ino elhos tiene la \ enlaja d e su am bigüedad o doble
sentido; invita a com binar, en la significación básica de
“m orada o abrigo", lo que en ella se refiere a “refugio”, a re­
curso defensivo o pasivo, con lo que en ella se refiere a “ar- ^
m a”, a recurso ofensivo o activo. C o n ju n ta el co n cep to de
“uso, costum bre o co m p o rtam ien to autom ático" - u n a p re­
sencia del m u n d o en nosotros, que nos protege de la nece­
sidad de descifrarlo a cada p aso - con el co n cep to d e “carác- ^
ter, personalidad individual o m odo de ser” - u n a presencia
ele nosotros en el m undo, que lo obliga a tratarnos de una
cierta m an era-, l'b ic a d o lo mism o en el objeto que en el
sujeto, el com portam iento social estructural al que podem os
llam ar elhos histórico p uede ser visto com o todo un principio
de construcción del m u n d o d e la vida. Es un co m p o rta­
m iento que intenta hacer vivible lo invivible; una especie de
actualización de una estrategia destinada a disolver, ya que
no a solucionar, una determ in ad a form a especílica ele la
contradicción constitutiva ele la condición hum ana: la q u e le
viene de ser siem pre la lorm a de- una sustancia previa o
■‘inferior" (en últim a instancia anim al), que al posibilitarle
su expresión debe sin em bargo reprim irla.
¿Que* contradicción es necesario disolver específicam ente
en la época m oderna? ;l)e qué hay q u e “refugiarse", co n tra
q u é hay q u e “arm arse” en la m odernidad? No hay cóm o
in ten tar una respuesta a esta p reg u n ta sin consultar u n a de
las prim eras obras que critican esta m o d ern id ad (aunque
encabece el Index librarían prohibitorum neoliberal y posm o­
d ern o ): El capilaL de Marx.
La vida prác tica en la m o d ern id ad realm ente existente
debe desenvolverse en un m u n d o cuya (oim a objetiva se
en cu e n ira estructurada en torno ele- una presencia dom i­
n ante, la de la realidad o el hecho capiUilista. Se trata, en esen­
cia, de un hecho que es una contradicción, d e una realidad
q u e es un conllicto p erm a n en te en tre las tendencias co n tra­
puestas de dos dinám icas sim ultáneas, constitutivas de la
vida social: la ele ésta en tanto que es un proceso de trabajo
v de disfrute referido a valores de uso, p o r un lado, y la d e la
reproducción de su riqueza, en tan lo que es u n proceso de

37
V alorización del valor abstracto" o acum ulación d e capital,
p o r otro. Se trata, p o r lo dem ás, d e mi conflicto en el que,
u n a v o tra vez v sin descanso, la p rim era es sacrificada a la
segunda y som etida a ella.
La realidad capitalista es un hecho histórico inevitable,
del q u e 110 es posible escapar y que poi tanto d eb e ser inte­
grad o en la construcción espontánea del m u n d o d e la vida;
q u e d eb e ser convertido en una segunda naturaleza p o r el
ethos q u e asegura la "arm onía" indispensable de la existencia
cotidiana.
C uatro serían así, en principio, las diferentes posibilida­
des q u e se ofrecen d e vivir el m u n d o d e n tro del capitalismo;
cada u n a d e ellas im plicaría una actitud peculiai -se a de
reconocim ien to o de desconocim iento, sea d e distancia-
m iento o de p articip ació n - ante el h ech o contradi« torio que
caracteriza a la realidad capitalista.
I na p rim e ra m a n e ra de co n v ertir en in m e d ia to y
espontáneo el hec ho capitalista es la del co m p o rtam ien to
que se desenvuelve d e n tro d e una actitud d e identificación
afirm ativa y m ilitante con la pretensión d e creatividad que
tiene la acum ulación del capital; con la pretensión de ésta
no sólo de rep resen tar I ¡cim ente los intereses del proceso
“social-natural" d e rep ro d u cció n -in tereses que en verdad
reprim e y d efo rm a-, sino de estar al servicio d e la p o tencia­
ción cuantitativa y cualitativa del mismo. Valorización del
valor y desarrollo de las fuerzas productivas serían, d e n tro
d e este com p o rtam ien to espontáneo, más que dos dinám i­
cas coincidenies, una \ la misma, unitaria e indivisible. A
este <ihos elem ental lo podem os llamai realista p o r su carác­
ter afirm ativo no sólo d e la eficacia y la bo n d ad insuperables
del m u n d o establecido o "realm ente existente", sino, sobre
todo, d e ja imftosibUidad d e un m u n d o alternativo.
l ’n segundo m odo de naturalizan lo capitalista, igual ele
m ilitante q u e el antcrioi p ero co m p letam en te co n trap u esto
a él, im plica tam bién la confusión de los dos térm inos, pero
no d e n tro d e 1111a afirm ación del valor sino ju stam en te del
valor de uso. Ln él. la "valorización” aparece p len am en te
redue tibie a la “form a natural". Resultado del “espíritu de

38
em presa”, la valorización misma no sería o lía cosa q u e una
variante de la realización do l.i form a naiural. puesto q u e es-
le "espíritu" sería, a su vez. una di* las figuras o sujetos q u e
hacen de la hisioria una aventura p erm an en te, lo m ism o en
el plano de lo h u m an o individual que en el de lo h u m an o
colectivo. Muta« ión p robablem ente perversa, esta m etam o r­
fosis d il "m undo bueno" o "natural" en infierno" capitalis­
ta no dejaría de sei un "m om enio" del "m ilagro ' q u e es en
sí misma la C reación. Kstá peculiar m an era d e vivir con el
capitalism o, que se afirm a en la m edida en que lo transfigu­
ra en su contrario , es propia del til ios romántico.
Vivir la espontan eid ad de la realidad capitalista com o el
resultado de una necesidad trascendente, es decir, com o un
hecho c uyos rasgos detestables se com pensan en últim a ins­
tancia con la positividad d e la existencia electiva, la misma
que esta más allá del mui gen de acciBn v de valoración que
co rresp o n d e a lo hum ano; ésta e s la tercera m an era de
hac erlo. Es la m anera del /Ylíos dásmr. distanciada, no com ­
prom etida en co n tra de un designio negativo percibido
con lo.inapelable, sino com prensiva \ constructiva (¡entro del
cum plim iento trágico de l;t m archa cíe las cosas.
La cuarta m anera de interiorizar el capitalism o en la es­
po n tan eid ad de la vida cotidiana es la del cilios que quisiéra­
mos llam ar barroco. Tan distanciada com o la clásica an te la
necesidad trascendente del hecho capitalista, no lo acepta,
sin em bargo, ni se sum a a él sino q u e lo m an tien e siem pre
com o inaceptable \ ajeno. Se trata d e una afirm ación d e la
“form a natural" del m u n d o d e la vida que jJarle paradójica­
m ente de la expei iencia d e esa lorm a com o va vencida y
e n te n a d a p o r la acc ión devastadora del capital. Q ue p re­
te n d e restablece! I*,s <nalidades d e Ja^ riqueza co n cre ta
re-inventándolas inform al o h u m a m e n te com o cualidades
d e S e g u n d o g rad o ”.
[á\ idea q u e Haladle ten ía del erotism o, cu an d o d ecía (luc­
es la “aprobación d e la vida (el caos) aun d e n tro d e la m u er­
te (el cosm os)", p uede ser trasladada, sin exceso de violen­
cia (o tal vez, incluso, con toda p ro p ied ad ), a h í definición
del cilios barroco. Es barroca la m anera d e ser m o d ern o que

39
perm ite vivir la destrucción de lo cualitativo, p ro d u cid a por
el productivism o capitalista, al convertirla en el acceso a la
creación de o tra dim ensión, retad o rain en te im aginaria, de
lo cualitativo. El ethos barroco n o borra, com o lo hace el rea­
lista, la contradicción p ropia del m u n d o d e la vida en la
m odernidad capitalista, y tam poco la niega, com o lo hace el
rom ántico; la reconoce com o inevitable, a la m an era del clá­
sico, pero, a diferencia d e este, se resiste a aceptarla, pre­
tende convertir en “bueno* el “lado m alo” p o r el q u e, según
Hegel, avanza la historia.
Provenientes d e distintas épocas d e la m o d ern id ad , es d e­
cir, referidas a distintos impulsos sucesivos del capitalism o -e l
m editerráneo, el nórdico, el occidental y el c e n tro e u ro p e o -,
las distintas versiones del ethos m o d ern o co nfiguran la vida
social co n tem p o rán ea desde diferentes estratos "arqueológi­
cos” o de decantación histórica. Cada u n o h a ten id o su pro­
pia m anera de actuar sobre la sociedad y una dim ensión p re ­
ferente de la misma desde d o n d e h a ex p an d id o su acción.
Definitiva y generalizada h ab rá sido así, p o r ejem plo, la pri­
m era im pronta, la d e “lo b arro co ”, en la ten d en cia d e la civi­
lización m o d ern a a revitalizar una y o tra vez el código d e la
tradición occidental eu ro p ea después d e cada nueva oleada
destructiva proveniente del desarrollo capitalista. C om o lo
será igualm ente la última im pronta, la “rom ántica", en la ten­
dencia de la política m o d ern a a tratar las form as concretas
ele la socialidad h u m an a en calidad de m ateria m aleable por
la iniciativa d e los grandes actos de voluntad, individuales o
colectivos.
Cabe añadir, p o r lo dem ás, que n in g u n a de estas cuatro
estrategias civilizatorias elem entales q u e ofrece la m o d ern i­
dad capitalista p u ed e darse efectivam ente d e m a n e ra aislada
y m enos aún exclusiva. C ada u n a aparece siem pre com bina­
da con las otras, de m anera d iferen te según las circunstan­
cias, en la vida efectiva de las distintas “construcciones de
m undo" histórico d e la época m oderna. Lo q u e sucede es
q u e aquel eüios q u e ha llegado a d esem p eñ ar el papel dom i­
nante e n esa com posición, el ethos realista, es el q u e org an i­
za su propia com binación con los otros y los obliga a trad u ­

40
cirse a el para hacerse m anifiestos. Sólo en este sentido rela­
tivo se p o d ría h ab lar d e la m o d ern id ad capitalista com o un
esquem a civilizatorio que requiere c im pone el uso d e la
“ética protestante”, es decir, d e aquella que p arte d e la miti-
ficación cristiana clel elhos realista para traducir las d em an ­
das de la productividad capitalista -c o n c e n tra d a s en la exi­
gencia de sacrificar el ahora del valor de uso en provecho del
mañana de la valorización del valor m e rc a n til- al plano d e la
técnica de autodisciplinam iento individual.

¿Q ué justifica que em pleem os el térm in o "barroco" para


n o m b rar el cuarto elhos característico de la m o d ern id ad ca­
pitalista?
Si u n o considera los usos que se le han d ad o al adjetivo
“barroco", desde el siglo XVIII, para calificar todo el c o n ju n ­
to d e "estilos" artísticos y literarios p o srenacentistas -in c lu i­
do el m an ierism o - y tam bién, p o r extensión, todo un co n ­
junto de com portam ientos, de m odos d e ser y ac tu ar del
siglo XVII, se llega a una encrucijada sem ántica en la que lle­
gan a coincidir n e s conjuntos d e adjetivación diferentes,
todos ellos de intención peyorativa.1
“Barroco" ha q u erid o decir: a] omamentalista, en el sentido
d e falso (“b erm eco ”), histriónico, efectista, superficial, inm e-
diatista, sensualista, etcétera; b] extravagante ( “bizarre’) , tanto
en el sentido de: rebuscado o re to rc id o ? artificioso, exagera­

1 Los m ism os adjetivos q u e sirvieron a unos hace un siglo para ju stifi­


car la d en igración d el arte barroco -y de la actitud vital q u e se le a sem e­
ja- sirven a o lio s actu alm en te para levantar su e lo g io . Inversión d el sign o
q u e ha d ejado .sin em b argo casi intacta la d efin ició n corriente d e lo barro­
co. d a n d o las espaldas a los rcp lau team icn tos d e su im agen con cep tu al
q u e han ten id o lugar en el terren o d el discurso reflexivo. Viraje d el zeil-
Üt'ist, al que la presencia d e lo barroco disgustó una vez, cu a n d o vivía para
organizar la autosatisfacción d e u n a m od ern id ad triunfante, y a la que
invoca ahora para alim en tar la ilusión de esa m ism a m od ern id ad q u e,
can sad a d e sí m ism a, quisiera estar m ás allá d e sí m ism a sin lograrlo.
- “Baroco", el nom b re q u e la lógica n eoescolásiica d io al tip o d e silo­
g ism o d e vía más rebuscada y retorcida: (PaM . SoM ) > SoP. Kjemplo: "si

41
do, com o en el de: recargado, red u n d an te, ex u b eran te (“tro­
pical"), v c] ritualista o cerem onial, en el sentido d e pres-
criptivo, tendencioso, formalista, esotérico (“asfixiante”).
El p rim er co n ju n to d e adjetivos subraya el aspecto impro­
ductivo o irresponsable respecto de la función del arte; el
segundo su lado Iransgresor o dc-form ador respecto de u n a
form a “clásica", y el tercero su ten d en cia represora d e la liber­
tad creativa.
A hora bien, la p reg u n ta p o r la validez d e estos juicios so­
bre el arte barroco -q u e , pese a los im portantes in ten to s teó­
ricos del siglo XX p o r problem atizarlo y d efin irlo , signen
sien d o dom in an tes en la o p in ió n p ú b lic a -s e topa en segui­
da con el h ech o d e que son ju sta m en te otras propuestas
m odernas de form a artística, co n cu rren tes con la form a
barroca y cerradas p o r tanto a su especificidad, las q u e ex h i­
ben en ellos, cada cual a su m anera, su percep ció n d e lo
barroco. En efet to, sólo en com paración con u n a form a que
se en tien d e a sí mism a com o repro d u cció n fie la im agen ver­
d ad era o realista del m u n d o , la form a barroca p u ed e resul­
tar escapista, p u ram e n te imaginativa, ociosa, in-suficiente c
insignificante -s u predilección exagerada, en la pin tu ra, por
ejem plo, p o r el tenebrism o crom ático, la rep resen tació n en
trompe Tail, el trem endism o tem ático, etcétera, n o sería otra
cosa que u n a claudicación estética en busca d e 1111 efecto
inm ediatista sobre el espectador. Sólo desde u n a perspectiva
form al para la que esa im agen del m u n d o ya existe y es irre-
basablc, el arte barroco -c o n su abuso en el reto rcim ien to
de las form as antiguas (la colum na “salom ónica") y en la
ocupación del espacio com o lugar d e representación (alta­
res y capillas sobrecargados d e im ágenes), p o r ejem p lo - pue­
de ap arecer com o una m onstruosidad o de-form ación irres­
ponsable e in n ecesaria/' Sólo respecto d e la convicción

io d o lo q ue santifica im plica sacrificio, y algunas virtudes n os causan pla­


cel-, e n to n ces hay virtudes q u e n o santifican".
1 “Chigi". el n om b re del palacio q u e Bcrnini d iseñ ó para el cardenal
Flavio C higi y q u e albergaba un a fam osa co lec ció n d e arte, parece estar
en el origen d e “kitschig”, el adjetivo peyorativo con el q u e la "alta cultu-
ra" prusiana, adm iradora fanática d e la lim pieza d e form as n eoclásica,

■12
creacionista del artista m o d ern o , el juego b arroco con la
prescriptiva - p o r ejem plo, en la m úsica, el ocultam iento del
sentido dram ático en la técnica del ju e g o o rn am en tal (Co­
relli) o la transgresión de la jerarq u izació n canónica del
m ism o (Vivaldi)- p u ed e ser visto com o adverso a la esp o n ta­
neidad del arte com o em anación libre del espíritu. Se trata,
así, p o r debajo de esos ircs conjuntos d e calificativos q u e ha
recibido el arte posrenacentista, de tres definiciones que di­
cen más acerca del lugar teórico desde el que se lo define*
q u e acerca de lo pro p iam en te barroco, m anierista, etcétera.
Son definiciones que sólo in d irectam en te nos perm iten
apreciar en qué p u ed e consistir lo barroco.
¿En qué consiste lo barroco? Varias han sido d u ra n te este
siglo las claves de inteligibilidad que la teoría y la historia de
la cultura \ el arte han propuesto p ara construir u n a im agen
conceptual co h eren te a p artir del m agm a d e hechos, cuali­
dades, rasgos y m odos d e co m p o rtam ien to considerados ca­
racterísticam ente barrocos. C om o es usual, al p ro p o n e r su
principio de sintetización de este panoram a inasible, todas
ellas p o n e n p rim ero en juego distintas perspectivas de ab o r­
daje del mismo, las com binan d e diferente m anera y enfati­
zan alguna de ellas. T ien en en cuenta, p o r ejem plo: a] el
m odo en que se inscribe a sí mism o, en tanto que es una
donación de form a, d en tro del ju e g o esp o n tán eo o natural
de las form as y d e n tro del sistema d e form as que prevalece
tradicionalm ente; b] la elección que hace de u n a figura p ar­
ticular para el co n ju n to d e posibilidades de donación de
form a, es decir, la am plitud, la consistencia y la jerarquiza­
ción que él p ro p o n e p ara su pro p io “sistema d e las artes";
c] el tipo fie relación q u e establece con la densidad m íti­
ca del lenguaje y con la densidad ritual de la acción; d] el
tipo de relación q u e establece en tre los co n tenidos lingüís­
ticos y las form as lingüísticas y no lingüísticas; etcétera.
Para resp o n d er a la p reg u n ta acerca de alguna hom ología
e n tre el arte barro co y la cuarta m odalidad del ethos m oder-

calificaha a to d o lo “recargad o” y “sentim ental" q u e creta percibir en lo


barroco.

43
no que perm ita ex te n d e r a esta el apelativo del prim ero,
resulta suficiente te n e r en cu en ta lo barroco tal com o se p re ­
senta en la p rim era de estas perspectivas d e abordaje. Esta
es, p o r lo dem ás, la que explora el plano en el que el mismo
decidió afirm ar su especificidad, es decir, su fidelidad a los
cánones clásicos, más allá d e la fatiga posrenacentista que
los aquejaba.
El b arro co parece constituido p o r una voluntad d e form a
q u e está atrap ad a e n tre dos tendencias contrapuestas res­
pecto del co n ju n to d e posibilidades clásicas, es decir, “n atu ­
rales" o espontáneas, d e d a r form a a la vida - la del desen­
canto, p o r u n lado, y la de la afirm ación del m ism o com o
in su p erab le- y que está adem ás em p eñ ad a en el esfuerzo
trágico, incluso absurdo, de conciliarias m ediante un replan-
tcam iento de ese co n ju n to a la vez com o d iferen te y com o
idéntico a sí mism o. I*a técnica barroca d e conform ación del
m aterial p arte d e un respeto incondicional del can o n clási­
co o tradicional -e n te n d ie n d o “canon" más com o u n "prin­
cipio g en e ra d o r d e form as” q u e com o un sim ple co n ju n to
de reglas-, se desencanta p o r las insuficiencias del mism o
frente a la nueva sustancia vital a la que deb e form ar y apues­
ta a la posibilidad d e que la retroacción d e ésta sobre él sea
la que restaure su vigencia; de que lo an tig u o se reen c u en ­
tre ju sta m en te en su con trario , en lo m o d ern o .
Va en el últim o tram o del siglo XVI las experiencias histó­
ricam ente inéditas que el nuevo m u n d o de la vida im pone
al individuo co ncreto son un co n ten id o al que las posibili­
dades de expresión tradicionales le resultan estrechas. El
can o n clásico está en agonía. Es imposible dejar de p ercibir
este hecho y negarse a cuestionarlo: hay que m atarlo o que
revivirlo. El arte posren acen tista p erm anece su sp en d id o
entre lo u n o y lo otro. Sintetiza el rechazo y la fidelidad al mo­
do tradicional de tratar el objeto com o m aterial conform a-
ble. P ero m ien tras el h e rm a n o gem elo del b arro co , el
m anierism o, hace d e la fidelidad un p retexto del cucsiiona-
m iento, él en cam bio hace de éste un in stru m en to d e la fide­
lidad.
El arte barroco, dice A dorno, es una “decorazioneassoluta>\

44
una dccorazioneque se ha em ancipado de todo servicio corno
tal, que ha dejado d e ser m edio y se ha convertido ella mis­
ma en fin: que “ha desarrollado su pro p ia ley form al”. En
efecto, el arte de la orn am en tació n p ro p io del barroco, es
decir, el proceso de reverberación al q u e som ete las form as,
acosándolas insistentem ente desde todos los ángulos im agi­
nables, tiene su pro p ia intención: retro-traer el canon al
m o m en to dram ático de su gestación; intención que se cu m ­
ple cuando el szoingingde las form as culm ina en la invención
de u n a mise-en-scénecapa/, de re-dram atizarlas. La teatralidad
esencial del b arro co tiene su secreto en la doble necesi­
dad de p o n e r a p ru eb a y al mism o tiem po revi tal izar la vali­
dez del canon clásico.
El co m portam ien to artístico b arro co se desdobla, en ver­
dad, en dos pasos diferentes, de sentido con trario , y adem ás
-p arad ó jicam en te-sim u ltán eo s. Los in n u m erab les m étodos
y procedim ientos que se inventa para llevar las form as crea­
das p o r él a 1111 estado d e intensa fibrilación -lo s m ism os que
p ro d u cen aquella apariencia rebuscada, o rnam entalista y
form alista que lo d istin g u e- están encam inados a d esp ertar
en el canon grecolatino una dram aticidad originaria que
su p o n e dorm ida en él. Es la desesperación an te el agota­
m iento de este canon, que p ara él constituye la única fu en ­
te posible de sentido objetivo, la que lo lleva a som eterlo a
to d o ese ju e g o de paradojas y cuadraturas del círculo, de
en fren tam ien to s y conciliaciones de contrarios, d e confu­
sión de planos de representación y de p erm utación d e vías y
de funciones semióticas, tan característicam ente suyo. Se tra­
ta de todo un sistem a de pruebas o “tentaciones”, destinado
a restaurar en el canon u n a vitalidad sin la cual la suya p ro ­
pia, com o actividad que tiene que ver obsesivam ente con lo
q u e el m u n d o tiene de form a, carecería de sustento. Su exi­
gencia introduce sin em bargo u n a m odificación significati­
va, ap o rta un sesgo propio. Su trabajo no es ya sólo con el
can o n y m ediante él, sino a través)' sobre él; un trabajo que
sólo es capaz de d esp ertar la dram aticidad clásica en la m edi­
da en que él mism o, en un segundo nivel, le p o n e u n a d ra­
m aticidad propia. El arte b arro co en cu e n tra así lo que bus­

45
caba: la necesidad del canon tradicional, p e ro co n fu n d id a
con la suya, con tin g en te, q u e él p o n e d e su p arte y que
incluso es tal vez la única que existe realm ente. P u ed e decir­
se, p o r ello, que el co m p o rtam ien to barroco p arte de la
desesperación y term ina en el vértigo: en la ex p erien cia de
que la plenitud que él buscaba para sacar d e ella su riqueza
no está llena d e otra cosa q u e de los frutos de su propio
vacío.
C om binación conflictiva d e conservadurism o c inconfor­
m idad, respeto al ser y al m ism o tiem po conato nadificante,
el co m portam ien to barroco en cierra u n a reafirm ación del
fu n d am en to d e toda la consistencia del m u n d o , p ero una
reafirm ación que, paradójicam ente, al cum plirse, se descu­
bre fu n d an te de ese fun d am en to , es decir, fu n d ada y sin
em bargo co n firm ad a en su propia inconsistencia.
Pensam os q u e el arte barroco puede prestarle su n o m b re
a este <thm p o rq u e, com o él -q u e acepta lo insuperable del
principio form al del pasado, que, al em p learlo sobre la sus-
tanc ¡a nueva p ara expresar su novedad, in ten ta d esp ertar la
vitalidad del gesto petrificado en él (la fu en te d e su incues-
tionabilidad) y que al hacerlo term ina p o r p o n e r e n lugar de
esa vitalidad la suya p ro p ia -, éste tam bién resulta d e u n a es­
trategia de afirm ación de la co rp o reid ad concreta del valor
de uso q u e term ina en u n a reconstrucción d e la mism a en
un segundo nivel; u n a estrategia que acep ta las leyes d e la
circulación m ercantil, a las que esa co rp o reid ad se sacrifica,
p ero que lo hace al mism o tiem po que se inconform a con
ellas y las som ete a u n ju e g o de transgresiones que las refun-
— S7
cionaliza.
D escrita d e esta m anera, la hom ología e n tre la voluntad
de form a artística b arro ca y su actitud fren te al horizonte
establecido de posibilidades de estetización, p o r un lado, y
el el/ios que caracteriza a u n o de los distintos tipos históricos
d e m o d ern id ad que hem os m encionado, p o r otro, ap u n ta
hacia algo más que u n sim ple p arecido casual y exterior
e n tre am bos. Indica que lo barroco en el arte es el m o d o en
que el ethos b arroco se hace p resente, com o u n a propuesta
e n tre otras -sin d u d a la más exitosa-, en el proceso necesa-

4(>
rio d e e ste t i /a c i ó n d e la vicia c o t i d i a n a q u e la s o c i e d a d e u r o ­
p e a . e s p e c i a l m e n t e la m e r i d i o n a l , lleva a c a b o e s p o n t á n e a ­
m e n t e d u r a n t e el siglo XVI!. En este caso, c o m o e n el d e las
d e m á s m o d a l i d a d e s d el cilios m o d e r n o , <•! m o d o a r tís tico d e
p r e s e n c i a d el cilios es e j e m p l a r m e n t e c la r o y d e s a r r o l l a d o ,
d a d o q u e j u s t a m e n t e - c o i n c i d e n i e m c m l e - es a s u n t o del
a r t e la p u e s t a e n e v id e n c ia d el (Utos d e u n a s o c ie d a d v d e u n a
época.

Sin ser exclusivo de una tradición o una época particulares


de la historia m o d ern a ni p erte n ecer a ellos "poi nalurale-
/a". el ellíos barroco, to m o los dem ás, se g en era \ desarrolla
a partir de ciertas circunstancias que sólo se reú n en de
m anera desigual en Ion distintos lugares \ m om entos sociales
de esa historia. Son circunstancias cuyo co n ju n to es di (óren­
le en cada situación singular pero que parecen organizarse
siem pre en torno a un d ram a histórico cuya peculiaridad
reside en q u é está d eterm in ad o p o r un estado de em pale e
in te rd e p e n d e n c ia e n tre dos p ro p u estas an tag ó n ica s d e
form a para un mism o objeto: una, progresista y ofensiva,
q u e d o m in a sobre otra, conservadora v defensiva, a la q u e
sin em bargo no p uede elim inar v sustituir v en la q u e deb e
buscar avuda ante las exigencias del objeto, que la desbor­
dan. Estado de d efallecim ie n to de la form a vencedora -d e
triunfo y d eb ilid ad -, por un lado, v de resistencia de la
form a vencida - d e d erro ta \ fortaleza-, por otro.
Pensam os que pocas historias particulares p u ed en ofrecer
un panoram a m ejor para el estudio del cilios barroco q u e la ^ _
historia de la cultura en la España am ericana de los si­
glos XVl 1 y XVIII y lo que se ha reproduc ido de ella en los paí­
ses de la Amerit a 1.atina. Esto p o r dos t azones convergentes:
p rim ero, p o rq u e n o ha habido tal vez n inguna o tra situación
histórica com o la d e las sociedades constituidas sobre la des­
trucción v la conquista ibérica (católica) de las culturas indí­
genas v africanas en la q u e la m odalidad barroca del cilios
m o d e rn o haya tenido mayores y más insistentes oporiunida-

17
des do prevalecer sobre las otras y. segundo, p o rq u e el largo
p red o m in io , p rim ero cen tral y abierto \ después m arginal y
su b terrán eo , de este ditos e n dichas sociedades h a perm itido
q u e s»* capacidad de inspirar la creación d e form as se efec­
tuara allí de m anera más am plia y más profunda.
La propuesta específicam ente barroca para vivir la m oder­
nidad se o p o n e a las otras que han pred o m in ad o en la histo­
ria dom inante; es sin d u d a u n a alternativa ju n to a ellas, pero
tam poco ella se salva d e ser u n a propuesta específica para
j* vivir en y con el capitalismo. El ethos barroco no p u ed e ser otra
cosa que un principio d e ord en am ien to del m u n d o de la vi­
da. Puede ser una plataform a de salida en la puesta e n ju e g o
con que la vida concreta d e las sociedades afirm a su singulá-
\ rielad cultural planteándola al mism o tiem po com o absoluta
1 v com o evanescente; p ero no el núcleo d e n inguna "identi­
dad*. si se en tien d e ésta com o una inercia del co m p o rta­
m iento de u n a com unidad - “América I .atina", en este caso-
que se hubiese condensado en la historia hasta el grado de
constituir u n a especie de m olde peculiai con el q u e se hacen
exclusivamente los m iem bros de la misma. Sustantivar la sin­
gularidad de los latinoam ericanos, folclorizándolos alegre­
m ente com o “barrocos", “realistas mágicos", etcétera, es invi­
tarlos a asumir, y adem ás con cierto du d o so orgullo. los
mismos \itjo s calificativos que el discurso proveniente de las
otras m odalidades del cl/ios m o d ern o ha em pleado desde
siem pre para relegar el cilios barroco al no-m undo d e la
pre-m odernidad y para cubrir así el trabajo de integración,
deform ación y relime ionalización de sus peculiaridades con
el que esas m odalidades se han im puesto sobre el barroco.
Tal vez la so rp ren d en te escasez relativa de estudios histó-
i icos sobre el siglo XVII am ericano se deb a a q u e es u n "siglo
perdido", si se lo ju zg a en referencia a su ap o rte a “la cons­
trucción del presente", una vez que se ha reducido el p re­
sente exclusivam ente a lo que en él p red o m in a y reluce. La
peculiaridad y la im portancia d e este siglo sólo aparecen en
verdad cu an d o , siguiendo el consejo de Benjam ín, el histo­
riad o r vuelve sobre la co n tin u id ad hstórica q u e ha conduci­
d o al presente, p ero revisándola “a contrapelo".

IN
El siglo xvii am ericano, obstruido to rp em en te en su desa­
rrollo desde los años treinta del siglo XVlll p o r la conversión
"despótica ilustrada" de la España am ericana en colonia ibé­
rica, y clausurado definitivam ente, d e m an era igualm ente
despótica aunque m enos ilustrada, con la destrucción de las
Reducciones G uaraníes y la cancelación de la política je su í­
ta después del Tratado de M adrid (1750), no sólo es un siglo
largo, de más de ciento cincuenta años, sino que to d o p are­
ce in d icar que en él tuvo lugar nada m enos q u e la constitu­
ción, el ascenso y el fracaso d e lo d o un m u n d o histórico
peculiar. Un m undo histórico que existió co nectado con el
in ten to de la Iglesia Católica d e construí! una m o d ern id ad
propia, religiosa, que girara en to rn o a la revitalización d e la
fe -p la n te a d o com o alternativa a la m o d ern id ad individua­
lista abstracta, que giraba en to rn o a la vitalidad del capital-,
y que debió dejar d e existir cu an d o ese in ten to se reveló
com o u n a utopía irrealizable.
Parece ser que, furtivam ente -c o m o surgen las alternati­
vas discontinuas de las que está h ech o el progreso históri- *
c o -, desde los años treinta del siglo xvii, y al am paro d e las
in o p eran tes prohibiciones im periales, se fue form ando en la
España am ericana el esbozo de u n orbe económ ico, de una
vida económ ica de coherencia au tó n o m a o u n a “econom ía-
m u n d o ” (com o la llama B raudel), que se extendía, con una
presencia de m ayor o m e n o r densidad, desde el n o rte de
M éxico hasta el Alto Perú, articulada en sem icírculos que
iban concentrándo se cu dirección al “M editerráneo am eri­
c a n o ”, e n tre Veracruz y M aracaibo, desde d o n d e se conecta­
ba. m u ch o m enos d e b an d o que de co n trab an d o , a través
del A tlántico, con el m ercado m undial y la econom ía dom i­
nante. Se trata de* un orb e económ ico “inform al”, fácilm en­
te detectable en general en los docum entos oficiales, p ero
su m am en te difícil de atra p ar en el detalle clandestino; un
o rb e eco n ó m ico cuya p resen cia sólo p u ed e e n te n d e rse
com o resultado de la realización de ese “proyecto histórico"
esp o n tá n e o de co n strucción civilizatoria al que se suele
d e n o m in a r “criollo”, aplicándole el n o m b re d e la clase so­
cial q u e Ira protagonizado tal realización, p ero que parece

49
definirse sobre lodo p o r el hecho ele ser un proyecto de crea­
ción de "otra Europa, fuera de Europa": de rc-cousiitiu ión
-y no sólo de continuación o prolongac ió n - de la civiliza­
ción eu ro p ea en América, sobre la base del mestizaje de las
form as propias de ésta con los esbozos de form a d e las civi
lizac iones ‘‘naturales", indígena \ africana, q u e alcanzaron a
salvarse de la destrucción.
Io d o parece indicar q u e a com ienzos del siglo xvil Ion
territorios sobre los que se asentaba la España am ericana
eran el escenario de dos épocas históricas diferentes; que,
sobre ellos, sus habitantes eran protagonistas d e dos dram as
a la vez: u n o que ya declinaba v se desdibiyaba, v o tro que
apenas com enzaba y se esbozaba. En efec to, si se- considera
el co n ten id o cualitativo de tres recom posiciones d e hecho
q u e los investigadores observan en la dem ografía, e n la acti­
vidad comerc ial \ en la explotación del trabajo d u ra n te los
cu aren ta años que van d e 1595 a ll>35, resulta la im presión
ineludible1 ele- que, en tre e*l princ ipio v el fin d e los com por­
tam ientos considerados, el sujeto de los mismos ha pasado
p o r una m etam orfosis esencial.
La curva indicativa del aspecto cuantitativo global de la
dem ografía alcanza su p u n to más bajo a la vuelta del siglo,
se mantiene* allí, inestable, p o r unos dos decenios \ sólo
mue-sua u n ascenso sustancial \ sostenido a p artir ele 1l>3().
Pero m icn u as la línea ejue descendía rep resen tab a a una
población co m puesta p re d o m in a n te m e n te ele indígenas
puros y ele africanos v peninsulares recién llegados, la línea
que asciende está allí p o r una com petición dem ográfica
diferente, en la q u e p red o m in a ab ru m ad o ram en te la pobla­
ción originada en el mestizaje: criolla, chola y m ulata -c o n
todas aquellas variantes que la "pintura ele castas" volverá
"pintorescas" un siglo más tárele, cu an d o d eb a ofrecerlas,
junto a los frutos ele la tierra, a la consideración del despo­
tismo ilustrado-. También la c u n a indicativa ele* la actividad
com ercial e in d irectam ente de la vitalidad econem ñca tra­
duce una realidad al principio v otra d iferen te al final. La
línea descendiente retrata en cantidades c-1 tráfico ultram ari­
no de m inerales y esclavos, m ientras que* la ascen d en te lo
hace con el tráfico am ericano d e m anufacturas y productos
agropecuarios. Y lo mismo ocu rre con el restablecim iento *
de la explotación del trabajo: una cosa es lo q u e decae al
principio, el régim en de la en co m ien d a, p ro p io d e un feu­
dalism o m odernizado, que asegura con dispositivos m ercan ­
tiles un som etim iento servil del explotado al explotador, y
o tra d iferen te lo q u e se fortalece al final, la realidad d e j a
hac ienda, propia d e u n a m o d ern id ad afcudalada, q u e b u r­
la la igualdad m ercantil de propietarios y trabajadores m e­
diante recursos de violencia extraeconóm ica com o los que
som etieron a los siervos di* la Edad M edia europea.
La con tin u id ad histórica no se d a a pesar d e la disconti­
nuidad ele los procesos que se suceden en el tiem po, sino,
p o r el contrario, en virtud y a través d e ella. En el caso de la
prim era m itad del siglo XVII am ericano, la m an era especial
en q u e tom a cu erp o o en ca rn a la experiencia de este h echo
paradójico propicia el p red o m in io del cthos b arro co en la
constitución del m u n d o d e la vida.
Para entonces, u n dram a histórico había llegado a su fin,
se había q u edado sin actores antes d e agotar su argum ento:
el d ram a del gran siglo de la conquista y la cvangelización,
en el q u e la afiebrada construcción d e una sociedad utópica
-cu y o sincretism o d eb ía m ejorar p o r igual a sus dos co m p o ­
nentes, los cristianos y los p ag an o s- in ten tó desesperada­
m en te com pensar la destrucción efectiva d e 1111 m u n d o en te ­
ro, q u e se cum plía ju n to a ella. Los personajes (secundarios)
que qu ed ab an ab an d o n ad o s en m edio del desvanecim iento
ríe este d ram a épico sin precedentes 110 llegaron a caer en la
peí plejidad. A ntes d e que él los desocupara ya o tro los ten ía
involucrados y les otorgaba protagonism o. Era el d ram a del
siglo XVII: el mestizaje ci\ ili/atorio y cultural.
11 mestizaje, el m o d o d e vida n atu ral d e las culturas, no
p arece estar cóm o d o ni en la figura quím ica (yuxtaposición
de cualidades) ni en la biológica (cruce o com binatoria de
cualidades), a través de las que se lo suele pensar. Todo indi­
ca que se trata m ás bien de un proceso sem iótico al q u e bien
se p o d ría d en o m in ar “codigofagia”. Las subcodificaciones o
configuraciones singulares y concretas del código d e lo

51
h u m a n o n o parecen te n e r o tra m an era d e coexistir en tre sí
que no sea la del devorarse las unas a las otras; la del golpear
destructivam ente en el cen tro d e sim bolización constituti­
vo de la que tienen en fren te y apropiarse e in teg rar en sí, so­
m etiéndose a sí mismas a una alteración esencial, los restos
aún vivos que qu ed an d e ella después.
D ifícilm ente se p u ed e im ag in ar u n a extrañ eza m ayor
e n tre dos "elecciones civilizatorias” básicas que la q u e estaba
d ad a en tre la configuración cultural eu ro p ea y la am ericana.
F undada seguram ente en los tiem pos de la p rim era bifurca­
ción de la historia, de las prim eras separaciones “occidenta­
les” respecto del aco n tecer histórico central, el “oriental", la
extrañeza en tre españoles e indios - a despecho de las ilu­
siones de los evangelizadores ren acen tistas- era radical, no
reco n o cía terren o s ho m o g én eo s ni p u en tes d e n in g u n a
clase q u e p u d ieran unificarlos. T em poralidad y espacialidad
eran dim ensiones del m u n d o de la vida definidas en u n caso
y e n o tro no sólo de m an era diferente, sino contrapuesta.
Los lím ites en tre lo m ineral, lo anim al y lo h u m a n o estaban
trazados p o r uno y p o r o tro en zonas que n o coincidían ni
lejanam ente. La tierra, p o r ejem plo, p ara los unos, era para
que el arad o la roturara; para los otros, en cam bio, p ara que
la coa la penetrara. Resulta así com prensible q ue, tan to para
los españoles com o p ara los indios, convivir con el o tro haya
sido lo mismo que ejercer, au n q u e fu era c o n tra su voluntad,
un boicot com pleto y constante sobre él.
El apartheid -la arcaica estrategia de convivencia interco-
m u n itaria q u e se refuncionaliza en la situación colonial
m o d e rn a - h ab ría ten id o en la España am ericana el mismo
fu n d am en to que en Asia o en Africa, de no h a b e r sido por
las co n diciones muy especiales en las que se en co n trab a la
población d e los d o m inadores españoles, las mismas que le
ab riero n la posibilidad de acep tar una relación de in terio ri­
dad o reciprocidad con los pueblos “naturales” (indígenas y
africanos) en América.
La posibilidad explorada p o r el siglo XVI, la de que la
España am ericana se construyera a m odo de u n a pro lo n g a­
ción de la España eu ro p ea, se había clausurado. Los españo­
les am ericanos debían acep tar q u e habían sido ab an d o n a­
dos p o r la m ad re patria; que ésta h ab ía p erd id o to d o in terés
esencial (económ ico) en su extensión trasatlántica y había de­
jado que el cordó n que la u n ía con ella se debilitara hasta
la insignificancia. El esquem a civilizatorio eu ro p eo n o podía
com pletar su ciclo d e repro d u cció n en A mérica, que in­
cluía una fase esencial de retroalim entación m ediante el con­
tacto orgánico y p erm an en te con la m etrópoli. V encedor
sobre la civilización am ericana, de la que no había dejado
o tra cosa que restos inconexos y agonizantes, el enclave
am ericano de la civilización eu ro p ea am enazaba con extin­
guirse, agobiado p o r una tarea que el no podía cu m p lir por
sí solo. El caso de la tecnología eu ro p ea -sim plif icada en su
trastierre am erican o - es ilustrativo; puesta al servicio d e una
producción diseñada p ara validarse en el m ercado, a la que
sin em bargo éste, lejos d e acicatear, desalentaba, era u n a tec­
nología q u e iba en cam ino de devenir cada vez más un sim­
ple gesto vacío.
P ero no sólo la civilización eu ro p ea estaba en trance de
extinguirse; las civilizaciones “naturales” vivían u n a situación
igual o p e o r que la de ella. No estaban en capacidad de
ponerse en lugar de ella v tal vez som eterla, p o rq u e ellas mis­
mas no existían ya com o centros de sinteti/ación social. Su
presencia com o totalizaciones político-religiosas h ab ía sido
aniquilada; de ellas sólo perm anecía u n a infinidad d e deste­
llos culturales desarticulados, que adem ás d ep en d ían de la
vigencia de las instituciones político-religiosas eu ro p eas para
m an ten erse en vida.
En estas condiciones, la estrategia del apartheid ten ía sin
d u d a unas consecuencias in m ed iatam en te suicidas, que, pri­
m ero los “naturales” y enseguida los españoles, percibieron
con toda claridad en la vida práctica. Si unos y otros se jun­
garon en el rechazo de la mism a fue po rq u e los u n ió la
voluntad de civilización, el m iedo ante el peligro de la bar­
b arie.
Inadecuado y desgastado, el esquem a civilizatorio eu ro ­
peo era de todos m odos el único que sobrevivía en la org a­
nización de la vida cotidiana. El otro, el que fue vencido p o r

53
él en la dim ensión productivista d e la existencia social, pese
a no h ab er sido an iquilado ni sustituido, no estaba ya en
condiciones de disputarle esa suprem acía; d eb ió n o sólo
aceptarlo com o única g arantía d e u n a vida social civilizada,
L^ s in o ir en su ayuda, con fu n d ién d o se con él y reconstituyén­
dolo, con el fin de m a n ten er su vigencia am enazada.
El mestizaje d e las form as culturales ap areció en la Amé­
rica del siglo XVII p rim ero com o una “estrategia d e supervi­
vencia”, de vida después de la m uerte, en el co m p o rtam ien ­
to de los “naturales” som etidos, es decir, de los indígenas y
los africanos integrados en la existencia citadina, q u e desde
el principio fue el m odo de existencia p red o m in an te. Su
resistencia, la p ersistencia en su m odo peculiar d e sim boli­
zación de lo real, para ser efectiva, se vio obligada a trascen­
d e r el nivel inicial en el que había tenido lu g ar la d e rro ta y
ju g a rse en 1111 segundo plano: debía pasar n o sólo p o r la
1 ace p tació n , sino p o r la defen sa d e la co n stru cc ió n de
m u n d o traída p o r los dom inadores, incluso sin co n ta r con la
colaboración de éstos y au n en su contra.
\ Veamos un ejem plo, q u e nos perm itirá a la vez establecer
p o r fin la conexión en tre el mestizaje cultural en la España
am ericana y el ethos barroco. Puede decirse que las circuns­
tancias del apartheid llevan necesariam ente a q u e el uso coti­
d iano del código com unicativo convierta en tabú el uso di­
recto de la significación elem ental que o p o n e lo afirm ativo
a lo negativo, u n a significación cuya d e te rm in a c ió n se
en cu e n tra en el núcleo m ism o de todo código, es decir, sin
la cual n in g u n a semiosis es posible. Ello sucede p o rq u e, en
tales circunstancias de ajenidad y acoso, el m argen de dis­
crepancia en tre la presencia o ausencia de un atrib u to carac­
terístico de la persona y la vigencia de su id en tid ad -m a rg e n
sin el cual n in g u n a relación intersubjetiva en tre personas es
p o sib le - se en cu e n tra red u cid o a su m ínim a expresión. A tal
grad o la presencia del o tro trae consigo u n a am enaza p ara
la identidad y con ello para la existencia m ism a de la perso­
na, q u e una y o tra p arecen e n tra r en peligro cada vez. que
alguno de los atributos de la p rim era p u ed e ser puesto en
juego, som etido a la aceptación o ni le c h a z o en cu alq u ier

54
relación con él. La m ejor relación q u e p u ed e ic n e r un
m iem bro de la com unidad que es d u eñ a d e un territo rio en
el q u e otra com unidad es la “natural" con un m iem b ro de
esta últim a resulta ser la ausencia d e relación, el sim ple
pació de no agresión.
E n el caso del habla o de la actualización del código
lingüístico, el uso m aniíiesio de la oposición " sí" /“n o ” -a sí
com o el de* otras oposiciones c*n las que se prolonga ese
carácter, com o las oposiciones '‘ye»" “lú". “n o s o tr o s '/“voso-
tros", y el de cien o s recursos sintácticos especiales- se en ­
cu en tra vedado a los interlocutores "en apiirlheid". Si el
in terlo cu to r subord in ad o responde con u n "no" a un reque­
rim iento del dom ín am e, éste sentirá cuestionada la integri­
dad de su propuesta de m undo, rechazada la subcodilica-
ción q u e identifica a su lengua, y se verá obligado a cortar
di* plano el conlac lo. a elim inar la función lálica de la com u­
nicación, que al p rim ero , al d ep en d ien te, le resulta d e vital
im portancia. Si quien dom ina la situación decide d ejar ele
dirigirle la palabra al dom inado, lo que hace es anularlo; y
p u ed e hacerlo, p o rq u e es él, con su acción y su palabra,
quien tiene el p o d er de "encender" la vigencia del co n ju n to
de los valores de* uso. El su bordinado está com petido a la
aquiescencia frente al dom inador, n o tiene acceso a la signi­
ficación “no". Pero el d o m in ad o r tam poco es soberano; está
im pedido de* d isp o n er d e la significación “sí" cu an d o va d iri­
gida hacia el in terlo cu to r dom inado. Su aceptación d e la
voluntad de éste, p o r pu n tu al e inofensiva que fuera, im pli­
caría una afirm ación im plícita de la validez global del código
del dom inado, en el que dicha voluntad se: articula, y ratifi­
caría así el estado de crisis m íe aqueja a la validez general elcl
suyo propio; sería lo mismo q u e p ro p o n e r la iden tid ad en e­
m iga com o sustituto ele- la propia.
En la España am ericana del siglo XVII son los dom inados
los incitadores y ejecutores prim eros del proceso de cocíigo-
fagia a través del cual el código ele los d o m inadores se trans­
form a a sí mismo en el proceso de asim ilación ele las ruinas
en las que pervive el código destruido. Es su vida la que
■' necesita d isp o n er d e la capacidad de negar para c um plirse

55
en cuanto vida hum ana, y son ellos los que se inventan en la
práctica un p ro ced im ien to p ara hacer que el código vigen­
te, que les obliga a la aquiescencia, les perm ita sin em bargo
d ecir “n o ”, af irm arse pese a todo, casi im perceptiblem ente,
en la línea d e lo que fue su identidad.
Y la estrategia del mestizaje cultural es sin d u d a barroca,
coincide pcrf'cctam cntc con el co m p o rtam ien to caracte­
rístico del ethos barroco de la m o d ern id ad eu ro p ea y con la
actitud barroca del posrenacentism o fren te a los cánones
clásicos del arte occidental. La expresión del “n o ”, de la ne­
gación o contraposición a la voluntad del o tro , deb e seguir
un cam ino rebuscado; tiene que construirse de m an era indi­
recta y p o r inversión. D ebe hacerse m ed ian te un ju e g o sutil
con una tram a de "síes” tan com plicada, q u e sea capaz de
so b red ete rm in ar la significación afirm ativa hasta el extrem o
d e invertirle el sentido, d e convertirla en u n a negación. Pa­
ra d ecir "no" en un m u n d o que excluye esta significación es
necesario trabajar sobre el o rd en valorativo q u e lo sostiene:
sacudirlo, cuestionarlo, despertarle la co n tin g en cia d e sus
fundam entos, exigirle que d é más de sí mismo y se tr a n f o r ­
m e, q u e se traslade a u n nivel superior, d o n d e aquello que
p ara él no d eb ería ser o tra cosa que u n rein o de con­
tra-valores co n d en ad o a la aniquilación p u ed a “salvarse”,
integrado y re-valorado p o r él.
3. La Com pañía de Jesús y la primera m odernidad
de la América Latina

Au moment de la découverte de lAmérique et de lA sie


oriental?, la premien pensée des ordivs religieux fu l d'é-
treindre ces tnondes nouveaux dans l'unité de ¡afo i chré-
tienne (...) A peine fonnee, la société de Jésus se jeta sur
(rite corriere; ce fu l celle qu 'elle parcourxit le plus glo­
ríensement. Reunir iO rient el l'Ocádent, le Xord el le
Midi, établir la solidante morale du globe jam áis il
ne se présenla de fjlus grand dessein au génie de l'/iom-
me I...J ce moment ne ftouvait manquer d ’avoir une
influente incalculable sur l'avenir. I.a société de Jesús,
en se jelant en ax ant, ffouvail décider ou compromeltir
l'alliance unii'ersrlle. IxtqueUe de ces deux dioses est
arrii'ée?
Edgar Q u in e t1

Varias veces en estos últimos cinco siglos la m odernidad tuvo y


aprovechó la oportunidad d e intervenir en la historia de* la
América Latina y de transform ar su sociedad, y todo parece
indicar que la prim era de ellas, la que com enzó a fines del
siglo XVI, se consolidó durante el XVII y du ró hasta m ediados
del xvill, fue aquélla en la que su proyecto civili ¿ato rio tuvo la
capacidad conform adora más decisiva. l-a m odernización de
la América Latina en la época “barroca" parece haber sido tan
profunda que las otras que vinieron después -la del colonialis­
m o ilustrado en el siglo XVIII, la de la nacionalización republi­
cana en el siglo XIX y la de la capitalización d ependiente en
este siglo, p o r identificarlas de algún m o d o - no han sido capa­
ces de alterar sustancialm ente lo que ella fundó en su tiempo.

1 En J. M ichelet y E. Q u in et, Des Jésuites, J. J. Pauvcrt, París, 1966,


pp. 190-91.

57
Lo “m oderno", lo "barroco” son dos conceptos q u e ap a­
recen cada vez con más frecuencia cu an d o se habla d e la
vida social y la historia latinoam ericanas, y q u e sin em bargo,
o tal ve/ ju sta m en te p o r ello, en lugar de precisarse, se vuel­
ven cada vez más am biguos. De todas m aneras, a sabiendas
de lo precario del inten to , quisiera tratar ele definirlos, a u n ­
que sea sólo para el tiem po de lectura de las siguientes pági­
nas: po r “m o d ernidad" voy a entender, sobre todo, un proyec­
to civilízatorío específico de la historia europea, u n proyecto
histórico d e larga du ració n , q u e aparece va en los siglos Xll
y XIII, q u e se cum ple d e m últiples formas desde en tonces y
que en nuestros días parece estar en trance de desaparecer.
Poi "barroco" voy a e n te n d e r-re to m a n d o un co n cep to q u i­
lla estado p o r m u ch o tiem po en d esu so - u n a “volun tad de
form a“ específica, una d eterm in ad a m an era de com portarse
con cu alq u ier sustancia p ara organizaría, para sacarla d e un
estado am orfo previo o p ara m etam orfosearia; u n a m anera
de co n fo rm ar o configurar que se en co n traría en to d o el
cu erp o social y en toda su actividad.
Para aproxim arm e al p u n to de en cu en tro de los temas
que se en cierran en los conceptos d e “m odernidad" y “b arro ­
co” quisiera recu rrir en lo que sigue a .u na especie d e co n ­
frontación e n tre dos historias; dos historias diferentes en tre
sí y de diferen te o rd en , p ero que están ín tim am ente conec­
tadas. La prim era sería una historia gran d e, d e am plios
alcances: la historia de la constitución d e la especificidad o
singularidad de la cultura latinoam ericana en el siglo XVII.
La Otra sería una historia particular, que d u ra dos siglos y
que es d e o rd en político-religioso, la historia d e la prim era
C om pañía d e Jesús y, sobre todo, d e su proyecto d e cons­
tr u a ión de una m o d ernidad, d e un proyecto civilizatoiio
m o d ern o y al mism o tiem po -¿p arad ó jicam en te?- católico.
La confrontación e n tre estas dos historias no es del todo
arbitraria, tiene su justificación. Allí está, en p rim er lugar, la
coincidencia tem poral v espacial de am bas. Y allí está, sobre
todo, el carácter esencial d e la gravitación que ejercen la
u n a sobre la otra.
La coincidencia espacial y tem poral e n tre estas dos histo­

58
rias es evidente. Podríam os h ab lar d e todo un p erio d o his­
tórico. de un largo siglo xvil. que com enzaría, p o r decir al­
go, con la d erro ta de la G ran A rm ada a finales del siglo XVI
(1588) y que term inaría ap ro x im ad am en te con el Tratado
d e M adrid, de 1764; de una época que com enzaría co n el
p rim er signo evidente de la decadem ia del im perio español
\ que term inaría con el p rim er signo evidente de su desm o­
ronam iento, cuan d o la España borbonizada aniquila el esta­
d o d e los guaraníes inspirado p o r los jesuítas al ced er a Por­
tugal u n a parte de sus dom inios d e S udam eríca -fe c h a que
al m ism o tiem po subraya la d estru cció n del in c ip ien te
m u n d o histórico latinoam ericano, iniciada cu an d o el im pe­
rio, em p eñ ad o en una “rem odernación" que p ro m etía sal­
varlo, p rete n d ió h acer de su parte am ericana u n a simple
colonia. Este perio d o d e la historia larga a la que estam os
haciendo referencia es tam bién el tiem po q u e d u ra lo prin-
<¡pal de la prim era época d e la C om pañía de Je sú s-u n a his­
toria que va, com o sabemos, ele m ediados del siglo XVI hasta
fines del siglo xvm . l;.s in teresante ten er en cuenta esta co n ­
frontación porque, más q u e en la propia E uropa, es en Asia
y sobre todo en A m erica d o n d e la C om pañía d e Jesús des­
pliega con buenos éxitos su actividad.
I*a com paración en tre estas dos historias tiene, p o r lo que
se ve, su justificación geográfica y tem poral; p ero tiene tam ­
bién unajustificac ión en el hecho de que en tre estas dos his­
torias hay u n a relación d e influencia esencial. Por un lado, el
lugar en do n d e el proyecto de la C om pañía d e Jesús se ju eg a
pi incipalm cnte -y se p ie rd e - es América; p o r otro, ni la vida
m aterial y p ráctica en A m érica l.atina ni su d im en sió n
sim bólica y discursiva habrían sido las mismas desde com ien­
zos del siglo XVII sin la presencia d eterm in an te de la C om ­
pañía de Jesús. Hay, po d ría decirse, una relación d e interio­
ridad en tre estas dos historias, una gravitación recíproca
entro lo que hace la C om pañía de Jesús y lo que es la histo­
ria del m u n d o latinoam ericano d u ran te todo este tiem po.
Esta confrontació n - q u e es lo que quisiera p o n e r a discu­
sión a q u í- in ten to hacerla en dos planos: prim ero, en el
p lano de aquello que aco n tece en estas dos historias; v des-

59
pues en el p lan o del m odo o la m an era p red o m in an te como
se cum ple tal acontecer.

;C óm o caracterizar lo que tiene lugar en la historia d e la


C om pañía de Jesús? ¿Cóm o caracterizar lo que sucede e n
la historia d e la singularidad cultural d e la A m erica la tin a ?
Q uisiera enfatizar el hecho de que lo que acontece p rinci­
palm ente en estos dos procesos se representa o se dice de la
m ejor m anera con conceptos o palabras que tienen que ver
con procesos d e reconstrucción o reconstitución. Ambas son liis-
toi ias que consisten en el relato de procesos d e transición en
los q u e el restablecim iento irans-form ador d e una realidad
histórica - e l cristianism o católico, en el p rim er caso, la civi­
lización eu ro p ea (en A m érica), en el s e g u n d o -e s in ten tad a
com o m edida de rescate de la existencia d e la misma.
Al m irar el m odo de vida sotial que se va co n fig u ran d o en
la Am érica Latina d u ran te este siglo xvil, es im posible dejar
de advertir com parativam ente lo siguiente: son convincen­
tes, sin duda, los datos que perm iten afirm ar que las caracte­
rísticas adoptadas allí p o r el m odo de vida eu ro p eo - q u e es
el que se im pone v p red o m in a in co n testab lem en te- son las
de un m odelo que resulta más com plejo q u e la vida real que
p rete n d e alcanzarlo; p ero no m enos convincentes son aq u e­
llos otros que perm iten decir que tales características son
más bien - p o r el c o n tra rio - las d e un m odelo afectado p o r
una falla de com plejidad irrem ediable respecto d e esa vida
real. Igual parece tratarse del desvirtuam iento del m odelo
de vida activo, el eu ropeo, al ser im puesto sobre un m ode­
lo de vida pasivo, el am ericano (que se rep ro d u ce esp o n tá­
neam en te), que del desvirtuam iento de éste al ejercer una
resistencia a la im posición del prim ero. Esta “indecisión d e
sentido" que m anifiestan las particularidades de la vida so­
cial en la Am erica Latina d e esa época es u n reto para una
narración d e los acontecim ientos históricos q u e se p rete n d a
reflexiva: ;a qué se d eb e esta am bivalencia? ¿Cuál p u ed e ser
su explicación?

60
La tesis que d efien d o , reto m ad a en sus rasgos generales
d e la o b ra d e E dm undo O ’G orm an,2 afirm a que la am bigüe­
dad e n cuestión proviene del h ech o de que el “provecto”
histórico espontán eo que inspiraba d e m an era d o m in an te la
vida social en la Am érica Latina del siglo X V ll 110 era el de
prolongar (co n tin u ar y ex p an d ir) Ja historia eu ro p ea, sino un
provecto del lodo diferente: rc-comenzar (cortar y rean u d ar)
la historia de Europa, re-hacer su civilización. El proceso
histórico que tenía lugar allí 110 sería u n a variación d en tro
del mismo esquem a d e vida civilizada, sino una m etam orfo­
sis com pleta, una rcdefinición de la "elección civilizatoria”
‘occidental; 110 habría sido sólo un proceso de repetición modi­
ficada de lo mismo sobre* un leiritorio vacío (espontáneam ente
o p o r h ab er sido vaciado a la fuerza) - u n traslado y ex ten ­
sión, u n a am pliación del radio d e vigencia d e la vida social
eu ro p ea (com o sí lo será más tard e el q u e se dé en las colo­
nias británicas)-, sino un proceso de recreación completa de lo
mismo, al ejercerse com o transform ación de un mundo p re­
existente.
Es sin duda indispensable eníatizai la gravitación d e te r­
m inante que ejerce el siglo xvi en la historia de América: su
carácter de tiem po heroico, sin el cual no hubiesen podido
existir ni los personajes ni el escenario del dram a que le da
sentido a esa historia. Insistir en lo catastrófico, desastroso
sin com pensación, d e lo que aconteció entonces allí: la des­
trucción de la civilización p rehispánica y sus culturas, segui­
da de la elim inación de las nueve décim as partes de la pobla­
ción q u e vivía d e n tro de ella.* R ecordar q ue, en paralelo a

'Por ejem p lo: “M cxico colonial", en: A. López A. el al., Un recorrido por
la historia de México, M éxico, 1975, p. 105; ¡.a int ención de Amerita. M éxico.
1961. p. 155.
•'‘ U n a elim in ación , sea d ich o en tre paréntesis, q u e parece n o haberse
cu m p lid o exclusivam en te por el ex term in io d irecto d e su cu erp o a m anos
d e los conq uistadores, a q u ien es lo q u e m en os les con ven ía era un c o n ti­
n en te vacío, sin o e n b u en a m ed id a a través de la actitud suicida, más
in co n scien te y som ati/a d a q u e voh m taiia y planeada -p r o p e n sió n a la
en ferm ed a d , apatía sex u a l, e tc é te r a -, q u e el d esm o ro n a m ien to de las vie­
ja s culturas d esp ertó en la p ob lación in d ígen a durante la segu n d a mitad
d e ese siglo.

(31
su huella destructiva, este siglo conoce tam bién, prom ovida
desde el discurso cristiano y p ro teg id a p o r la C orona, la
puesta en práctica d e ciertas utopías renacentistas q u e in ten ­
tan co n stru ir sociedades híbridas o sincréticas y convertir así
el sangrien to “en cu en tro d e los dos m undos" en u n a o p o r­
tunidad d e salvación recíproca d e u n m u n d o p o r el otro.
C onsiderar, en fin, q u e el siglo XVI am ericano, tan d eterm i­
n ante en el proceso m o d ern izad o r de la civilización europea,
d io ya a ésta la experiencia tem prana ríe que la occidentali-
zación del m u n d o n o p u ed e pasar p o r la destrucción de lo
no occidental y la limpieza del territorio d e expansión; que
el tm io en interioridad con el “otro", au n q u e “peligroso”
para la pro p ia “identidad", es sin em bargo indispensable.
Pero hay que reco n o cer que a este siglo tan heroico y tan
cruel, tan m aravilloso y abom inable, le sucede o lio n o m e­
nos radical, p ero en un sentido diferente. Antes d e term i­
narse cronológicam ente, el siglo XVI cum ple ya la curva de
la necesidad q u e lo define; lo hace una vez que com pleta y
agota la figura de la C onquista en los centros de la nueva
vida am ericana.'1 Hay lodo un ciclo histórico del co n tin en te
q u e culm ina y se acaba en la segunda m itad del siglo XVI.
Pero hay tam bién o tro d iferen te que se inicia en esos mismo
años.
La investigación histórica m undial delin ea cada vez con
m ayor nitidez la im agen d e un siglo XVII d u e ñ o de su pro p ia
necesidad histórica; un siglo que es en sí m ism o u n a época,
en el que im pera todo u n d ram a original, que n o es sólo el
epílogo d e u n dram a an te rio r o el p ro em io de o tro dram a
p o r venir. V es tal vez la historia de Am érica la que más ha
con trib u id o a la definición d e esa im agen. Q ue efectiva­
m ente hay un relanzam iento del proceso histórico en el
siglo XVII am ericano se deja percibir con claridad si obser­
vamos, au n q u e sea rápidam ente, ciertos fen ó m en o s sociales
esenciales q u e se p resen tan a com ienzos del siglo XVII: tanto

1 En la periferia, el xvi es un siglo cuya figura histórica perdura hasta


n uestros días, c o m o p u ed e com p rob arse <‘n los A n d es peruanos, en el
N ord este brasileñ o o e n el estad o m ex ica n o d e C hiapas.

62
ciertos fenóm enos d e o rd en dem ográfico y económ ico, co ­
mo oíros referentes a las form as de explotación del plustra-
bajo. I-a diferencia respecto de sus equivalentes en el siglo XVI
es clara y considerable.
En la dem ografía, vemos cóm o la curva desciende m arca­
dam en te hasta finales del siglo XVI y cóm o en los dos p rim e­
ros decenios del siglo xvn asciende ya d e m anera sostenida.
Y, lo q u e es más im p o rtan te, si tenem os en cu en ta la consis­
tencia étnica de la población que decrece y la com param os
con la de la población que crece, la diferencia resulta sus­
tancial: m ientras en el p rim er caso la presencia de la pobla­
ción indígena es p red o m in an te y la im portancia num érica
d e la población española es débil, y más débil aún la de los
africanos, observam os que la nueva población que aparece
en el siglo XVII posee una consistencia étnica antes desco­
nocida: Am érica ha pasado a estar poblada m ayoritariam en-
te p o r mestizos de todo tipo y color.
Algo parecido p odría decirse tam bién de los fenóm enos
económ icos: a finales del siglo XVI, la actividad económ ica
q u e es posible reco n o cer se en cu en tra sum ida en un proce­
so regresivo que la encam ina a anularse, en la m edida en
q u e la dism inución d e las C arreras fie Indias q u e conecta­
ban a E uropa con América - q u e eran el “co rd ó n umbilical"
e n tre la m adre patria y los españoles de u ltra m a r- se vuelve
p rá c tic a m e n te u n a in te rru p c ió n , en la m e d id a en q u e
España deja de interesarse p o r la econom ía am ericana y la
ab a n d o n a a su pro p io destino. En los prim eros decenios del
siglo XVII, en cam bio, reconocem os u n a econom ía q u e se
reactiva y que lo hace en térm inos radicalm ente diferentes
d e los del siglo an terio r; va no es la vieja econom ía basada
casi exclusivam ente en la explotación de los m etales precio­
sos del suelo am ericano, sino o tra nueva que da m uestras de
u n a actividad muy diversificada, dirigida n o sólo a la m inería
sino a la producció n d e objetos m anufacturados y de p ro ­
ductos agrícolas, a la relación com ercial e n tre centros de
p ro ducción y consum o a to d o lo largo de América.
Y lo m ism o o cu rre en lo que respecta a la explotación del
plustrabajo de las poblaciones indígenas y mestizas. Del sis­

63
tem a feudal m odernizado cen trad o en la encomienda - u n
p ro ced im ie n to de ex p lo tació n s e n il ad a p ta d o a la eco­
nom ía m ercan til-, se pasa en el siglo xvil al sistem a de
explotación m o d e rn o afeudalado p ro p io d e las haciendas,
q u e son centros d e producción m ercantil, basados e n la
com praventa de la fuerza d e trabajo, p ero in terferid o s sus­
tancialm ente p o r relaciones sociales d e tipo servil.
Todo parece indicar efectivam ente que se trata d e una nue­
va historia q u e se gesta a com ienzos del siglo XVII. U na his­
toria q u e se distingue ante lodo p o r la insistencia y el énfa­
sis con el que se perfila una dirección y un sen tid o en la
pluralidad d e procesos que la conform an, con el que se
esboza una co h eren cia esp o n tán ea, u n a especie d e acu erd o
no co n certad o , de “provéelo" objetivo, al que la narración
histórica tradicional, q u e le reconoce privilegios al m irador
“político”, ha d ad o en llam ar proyecto criollo, según el n o m b re
de sus protagonistas más visibles. Hay un proyecto n o deli­
berado p ero efectivo de definición civilizatoria, d e elección
de un d eterm in ad o universo n o sólo lingüístico sino sim bó­
lico en general, de creación de técnicas y valores d e uso, de
organización del ciclo reproductivo d e la riqueza social
v de integración de la vida económ ica regional; d e ejercicio
de lo político-religioso; de cultivo de las form as q u e confi­
gu ran la vida cotidiana: el proyecto d e re-hacer Kuropa
fuera del c o n tin en te eu ro p eo .5 Esto sería, en resum en, lo

'• Ks interesan te ten er en cu en ta q u e la realización d e este p royecto


criollo tien e lugar siem pre d en tro de un m arcado c o n flicto d e clases d e n ­
tro d e la estratificación y la jerarquía sociales. Por d eb ajo d e la realización
de este p royecto “criollo" p o r parte d e la élite, realización castiza, esp a ñ o ­
lizante, q u e efectivam en te só lo persigue cop iar a la m anera am ericana lo
q u e existe en E uropa (en Ivspaíia), y que p reten d e practicar un afxirtluid
paternalista c o n la p ob lación in d íg en a , nem a y m estiza, hay otro nivel de
realizac ión d e ese proyecto, q u e es el d eterm in an te: m ás cargad o hacia el
p u eb lo bajo, lo q u e a co n tece en él es esta reco n stru cción d e la civilización
eu ro p ea en A m érica p ero d e n tr o d e aq u ello q u e B ruudel llam a la ■‘civili­
zación material" y gracias al p io c e s o d e l m estizaje cultural y é tn ico . En el
p rovecto crio llo elitista pred om in a lo p o lítico , m ientras en e l proyecto
criollo d e abajo p red om in a lo e co n ó m ic o , es decir, el p la n o d e las rela­
c io n e s m ás in m ediatas d e proflucción y con su m o.

6*1
qu e sucede en la prim era de las historias a las que hacía refe­
rencia, la historia global de la sociedad am ericana; se trata,
insisto, de un pro ceso d e rep etició n y re-creación que
reco m p o n e y reconstituye u n a civilización que había estado
en trance d e desaparecer.
A hora bien, ¿qué acontece en la otra historia, la historia
p ar tic ular de la C om pañía d e Jesús, con la q u e quisiéram os
co n fro n tar a la historia am ericana? Tam bién en ella tiene
lugar un proceso d e reconstrucción y reconstitución. Cada
vez más se hace necesario en la investigación actual revisar la
im agen dejada p o r el Siglo de las Luces francés sobre el ca­
rácter p u ram e n te reaccionario, retrógrado, prem oderniza-
d o r d e la Iglesia Católica postridentina, y de la C om pañía de
Jesús com o el principal ag en te d e la actividad d e esa Iglesia.
Se hace necesario revisar esta idea, d ad o ju sta m en te el fra­
caso de la m o d ern id ad establecida, ilum inada p o r el Siglo de
las Luces: la m o d e rn id ad capitalista que ha prevalecido
desde los tiem pos d e la prim era revolución industrial e n el
siglo XVIII. Ls necesario revisar esta im agen p o r cu an to
m uchos de los esquem as conceptuales a p artir de los cuales
se juzgó nefasta la actividad de la Iglesia p o strid en tin a y de
la C om pañía de Jesús se en cu e n tran ah o ra e n crisis. I-a idea
mism a del progreso y d e la m eta hacia la que él conduciría,
p ro p u esta p o r la Ilustración, q u e es ju sta m en te la idea que
sirvió para ju z g a r el carácter anti-histórico de esa actividad,
es u n a idea que se h u n d e cada vez más en sus propias co n ­
tradicciones.
l\l proyecto postrid en tin o de la Iglesia Católica, viéndolo
a la luz de este fin d e siglo p o sm o d ern o , n o p arece se r p u ra
y p ro p iam en te conservador y retrógrado; su defensa d e la
tradición n o es una invitación a volver al pasado o a prem o-
dernizar lo m oderno. Es un proyecto que se inscribe tam bién,
au n q u e a su m anera, en la afirm ación de la m o d ern id ad , es
decir, q u e está volcado hacia la problem ática d e la vida
nueva y posee su pro p ia visión de lo que ella debe ser en su
novedad. Tal vez el sentido d e esta aseveración p u ed e acla­
rarse si se tiene en cu en ta u n o d e los co n tenidos teológicos
más distintivos de la d o ctrina d e la C om pañía d e Jesús e n su

65
prim era época; me refiero a su concepción ele* lo q u e es la
vida terrenal y de cuál es m i función en aquel ciclo m ilico en
el que acontece el dram a de la C reación, q u e lleva de la ( af­
ila original del h om bre a su red en ció n p o r Cristo y de ella a
su salvación final. I.a teología irid en tin a de la C om pañía de
Jesús reflexiona sobre la vida terrenal -vista com o desplie­
gue del c u erp o y sus apetitos sobre el escenario del m u n d o -
a p artir de una actitud co m p letam en te nueva, d iferen te de
la que la do ctrina medieval tenía ante ella. Incursionaudo
en la herejía -cay en d o en ella, según sus enem igos, los
d om inicos-, la teología je su íta reaviva \ m oderniza la anti­
gua vena m auiquea que late en el cristianism o. En prim er
lugar, m ira en la creación del C read o r una o b ra en proceso,
un hecho en el acto de hacerse; proceso o acto que consiste
en una lucha inconclusa, que está siem pre en trance d e deci­
dirse, en tre la l.u / v las I ¡nieblas, el Bien v el Mal. Dios y el
1Hablo, i l úa luc ha que, poi oirá pai te, Na sólo p o r el hec lio
de ser percibida a través de la preferencia del ser hum ano
poi la Luz, p o r el Bien \ p o r Dios, parecería estar decid ién ­
dose ju sta m en te en favoi de ellos.) En segundo lugar, en la
C reación com o un acontecer, com o un acto en proceso, dis­
tingue un lugai necesario, func ionalm cnie específico para
el ser hum ano: el tojm a través del cual \ gracias al cual esa
<reac ion alc anza a com pletarse com o “el m ejor de los m u n ­
dos posibles", según arg u m en tab a Leibniz. En tan to que
libertad, que libre albedrío, que capacidad de decidir y ele­
gir. y no com o cualquier o tro en te, el ser h u m an o tiene su
im portancia específica en v para la o b ra de Dios. V iendo así
las cosas, para la teología jesuíta, el m undo, el siglo, 110
p u ed e ser exclusivam ente una ocasión de pecado, un lugai
de perdición del alma, un siem pre m erecido “valle de lágri­
m as'; tiene que ser tam bién, \ en igual m edida, una o p o rtu ­
nidad de virtud, ele salvación, de "beatitud". Es el escenario
d ram ático al que no hay cóm o ni para qué renunciar, pues
es en él d o n d e el sei h u m an o asume* activam ente la grac ia
de Dios, d o n d e cada tram pa q u e el cuei po le p o n e a su alma
puede sei un motivo de triunfo para ésta, de resistencia cic­
la Luz al em bate de las Tinieblas, del Bien a la acom etida del

(ib
Mal: un motivo de la autoafirm ación d e Dios sobre el atrevi­
m iento del Diablo, lis así que, p ara la C om pañía d e Jesús, el
co m portam iento verd ad eram en te cristiano no consiste en
ren u n ciar al m undo , com o si fuera un territo rio ya defin iti­
vam ente perdido, sino en luchar en él y p o r él. p ara g an ár­
selo a las Tinieblas, al Mal, al Diablo. El m u n d o , el ám bito
de la diversidad cualitativa d e las cosas, d e la p ro d u cció n y el
disfrute de los valores d e uso, el reino d e la vida en su des­
pliegue, no es visto ya sólo com o el lugai del sacrificio o
en treg a del cuerpo a cam bio de la salvación del alm a, sino
com o el lugar d o n d e la perdición o la salvación p u ed en
darse p o r igual. La frase tan insistentem ente rep etid a p o r
Ignacio de Loyola acerca de que “se p u ed e g an ar el m u n d o
y sin em bargo p e rd e r el alm a” es una advertencia que no
co n d en a sino sim plem ente corrige la idea de q u e el m u n d o
es electivam ente algo digno y deseable de ganarse, q u e le
p o n e a la ganancia del m u n d o la condición de q u e sea un
m edio para g anar el alm a, es decir, d e que sea u n a em presa
"ad maiorem Dei gloriam". De alguna m anera, lo rebuscado de
esta versión de la vieja hostilidad judeo-cristiana hacia la feli­
cidad terrenal -q u e es vista com o el sim ulacro d e una felici­
d ad v erd ad e ra , tra sc e n d e n te , co m o el íd o lo capaz de
en g añ ar y así de obstaculizar y p o sp o n er la realización d e la
m ism a- tiene un eco en lo rebuscado de la m o d ern id ad de
su co m p o rtam ien to , im plicada ju sta m e n te en ese movi­
m iento de ap ertu ra hacia el m undo.
En efecto, en la d o ctrina d e la C om pañía de Jesús, ap are­
ce una estrategia muy especial, perversa si se qu iere, d e ga­
n a r el m undo; u n a estrategia que im plica el disfrute del
cuerpo, p ero de un cu erp o poseído m ísticam ente p o r el al­
ma. U n disfrute de segundo grado, en el q u e incluso el sufri­
m iento p u ed e ser u n elem ento po ten ciad o r de la ex p erien ­
cia del m u n d o en su riqueza cualitativa.
Es com prensible, p o r ello, que las investigaciones recien ­
tes coincidan en reco n o cer q u e la Iglesia p o strid en tin a y la
C om pañía de Jesús n o p u ed en ser definidas com o antes,
q u e no son exclusivam ente esfuerzos tardíos e inútiles p o r
p o n e r en m archa u n proceso de contra-reform a, de reac­

67
ción a la Reform a pro testan te que se había d ad o en el n o rte
de Europa. La idea d e una con ira-reform a n o recu b re toda
la consistencia del proyecto q u e se gestó en el C oncilio de
T iento. El in ten to que p red o m in ó en éste n o fue el de com ­
batir la Reform a declarán d o la injustificada, sino el d e reba­
sarla p o r considerarla insuficiente y regresiva. No se trataba
de u n a reacción q u e in ten tara fren ar el Progreso y o pacar
las Luces; d e lo que se trataba era de rep lan tear y trascen­
d e r la problem ática que dio lugar a los m ovim ientos refor­
mistas protestantes. No se trataba d e p o n erle un d iq u e a la
revolución religiosa sino de avanzar saltando p o r encim a d e
ella; d e qu itarle su fu n d am en to real, d e resolver los p roble­
mas a p artir d e los cuales ella se había vuelto necesaria. Este
es i'l planteam iento principal del padre Diego Laínes, el
jesuíta que arm a y co nduce m uchas de las discusiones más
im portantes e n las sesiones del C oncilio d e Trem o.
1.a actividad d e los jesuítas com o iropa d e apoyo al p ap a­
d o es sin d u d a uno de los rasgos principales del desenvolvi­
m iento de este Concilio; se trata, com o resulta d e la exhaus­
tiva Historia de Je d in ,“ d e la acción de un equ ip o muy bien
p rep arad o en térm inos estratégicos y m uy bien arm ad o en
térm inos teológicos para co m b atir y para vencer efectiva­
m ente sobre las otras ó rd en es y los otros partidos presentes
en él. Pero es in teresante te n e r en cu en ta que se trata d e un
apoyo sum am ente condicionado, que sólo se da en la m edi­
da en que es retrib u id o con el derec ho a im p o n e r una rede-
iinición radical de lo que el p ap ad o d eb e ser en su esencia.
Sólo si el papa decide re-form arse, es decir, re-plantear su
función, su identidad, sólo en esa m edida el pap ad o les
resulta defen d ib le a los jesuitas. Lo que está p la n tead o com o
fundam ental en el C oncilio de T ien to es el restablecim iento
de la necesidad de la m ediación eclesial e n tre lo h u m a n o y
lo otro, lo divino; u n a m ediación cuya d ecad en cia - a s í lo
in terp reta n los jesuítas- ha sido el lu n d a m n eto de la Refor­
ma, d e una respuesta salvaje, b rutal, a esa ausencia de
m ediación. A lo largo d e los siglos se había deb ilitad o la

" H u b e n J ed in , Gtsckiehte des Konzils ven Ttim l, Frciburg, 1949-73.

68
necesidad de la m ediación eclesial e n tre lo h u m an o y lo
o tro , la función del locus mystiais, q u e es lo q u e el p ap ad o es
en esencia -e s decir, la función de ese lugar y esa persona
que conectan necesariam ente el m u n d o terrenal con el m ím ­
elo celestial, la voluntad d e Dios con la realidad del m u n d o -.
H abía p erd id o su carácter de indispensable; y justam ente
esta pérdida e ra la que había m otivado la aparición del re­
chazo protestante a la existencia misma del papado. Si antes
de la Reform a se aceptaba que “fuera d e la Iglesia n o hay sal­
vación”. después de ella s e dirá: "sólo fuera de la Iglesia hay
salvación".
El C oncilio d e T rem o in ten ta restau rar y reco n stitu ir la
necesidad de la m ediación eclesial e n tre lo terren al y lo
<elestial. una m ediación <uva necesidad es plan tead a en tér­
m inos sum am ente enfáticos. A través del papado, la en tid ad
religiosa en cuanto tal adm inistra el sacrificio sublim ador de
la represión de las pulsiones salvajes, u n a represión sin la
cual no hay form a social posible. La Iglesia es u n a instancia
fu ndam entalm ente re-ligadora, es decir, socializadora, y lo
es precisam ente en la m edida en que justifica el sacrificio
que d ía a d ía el ser h u m an o tiene que hacer d e sus pulsio­
nes para p o d er vivir d e n tro de u n a form a social civilizada. La
idea de q u e es necesaria una m ediación, d e que la Iglesia
tiene una fiuu ión q u e cum plir, es defen d id a de esta m ane­
ra. D entro de este ciclo m ítico del cristianism o, q u e conecta
el pecado original con la co n d en a, ésta con la red en ció n y la
red en ció n con la salvación, la función d e la Iglesia es p lan­
teada com o un recurso divino insuperable.
I,a necesidad de esta m ediación había sido desgastada,
m inada, co rro íd a fu ertem en te a lo largo d e los últim os
siglos; y esto no tan to en el plano d e su presencia doctrinal
v litúrgica cu an to en el d e la com probación em pírica d e su
validez. En efecto, la principal im pugnación vino d e la pre­
sencia y la acción, d e n tro d e la vida práctica cotidiana, del
(iinero-cafñtal. La Iglesia había cum plido siem pre en la histo­
ria eu ro p e a la función socializadora o religadora fu n d am en ­
tal; si h u b o cohesión social en to d o el p erio d o d e su confor­
m ación com o tal, fue ju sta m en te po rq u e la vida en la ecclesia

69
era la que daba un lugar, una fum ion, un prestigio y un sitio
je rá rq u ico a cada uno d e los individuos, la que volvía real­
m ente sociales a los individuos que habían p erd id o su socia-
lidad arcaica \ les otorgaba una identidad. Con la aparición
del d in ero actu an d o com o capital - n o com o in stru m en to de
circulación sino d e ap ro p iació n -, esta función había pasado
del terren o exclusivam ente im aginario al terren o d e la vida
práctica, de- la vida económ ica. Era ahora en el m ercado, y
en el proceso en que el d in ero se vuelve más d in ero , d o n d e
se so( iali/aban los indiv iduos. Esto por un lado; p o r el otro,
había com enzado ya el fen ó m en o p ro p iam en te m o d e rn o de
un estallido o explosión no sólo cuantitativo sino cualitativo
del m u n d o «leí valor d e uso. l.a Iglesia no tenía \a q u e vér­
selas sólo con un sistema prim ario de necesidades d e consu­
mo. propio de un m u n d o que únicam ente es tránsito v sul'i i-
m iento, sino con o tro q u e se diversificaba y se h acía cada vez.
más com plejo. y que m ostraba q u e la b o n d ad de Dios podía
tam bién ten er la ligura d e la abundancia. Estos dos fen ó ­
m enos urales de la historia son los que electivam ente esta­
ban en la base de esa pérdida de necesidad de la Iglesia
com o entidad m ediadora y sotializadora, capaz de defin ir
cuál es la axiología in h eren te al m u n d o de las m ercancías,
de los productos v de- los bienes.
Es este trasfondo histórico el que mueve a hablar de la
presencia de la C om pañía d e Jesús -e le m e n to m o to r del
C oncilio de T rem o \ de la Iglesia posti ¡d e n tin a - com o
im pulsora d e un proyecto político-religioso cuidadosam ente
estructurado, d e inspiración inco n fu n d ib lem en te m oderna;
un proyecto sum am ente am bicioso que p re te n d e electiva­
m ente aggiornare la vida de la com unidad universal, p o n erla
en arm onía con los tiem pos, m ediante una reconstrucción y
reconstitución del o rd en cristiano del m u n d o , en ten d id o
com o o rd en católico, apostólico y rom ano.
lodos conocem os las historias fabulosas que se cu en tan cic­
la C om pañía de Jesús, historias que llevan a sus m iem bros
desde las cortes europeas y sus luchas palaciegas p o r el
poder, desde su participación política so terrad a en la lom a
cío decisiones económ icas y ele: todo tipo de los gobiernos

70
europeos, pasando p o r su m onopolio d e la educación proto-
“ilustrada” de las élites, hasta escenarios m u ch o más abier­
tos, aventurados y populares, en las m isiones evangelizado-
ras de Asia y sobre todo en A m érica, d o n d e llegan a dirigir
el levantam iento d e repúblicas socialistas teocráticas, capa­
ces de vivir en la abundancia.
M encionem os algo d e su actividad en estos últim os esce­
narios. Solange A lberro toca el p ro b lem a de cóm o trad u cir
un p ro d u cto de la cu ltu ra eu ro p ea occidental a culturas de
o tro o rd en m ental, d e u n corte civilizatorio d iferen te, com o
son las orientales. Es un p ro b lem a q u e M ateo Ricci, el gran
ex p lo ra d o r cultural, conquistador-conquistado, problem a-
tizó a fondo en el siglo xvil. Son pocos e n toda la historia
los textos en que, com o en los de él o d e su an teceso r Ales­
sandro V alignano, se observa u n a sociedad que p re te n d e
trasladar sus form as culturales a sociedades e n las que éstas
son extrañas o no “n atu rales”, arriesgarse m en talm en te en
tal em presa hasta el p u n to de verse obligada a p o n e r en cues­
tión los rasgos más fundam entales d e su singularidad; a
d esam a rrar y aflojar los nudos d e su código cultural para
p o d e r p e n e tra r en el núcleo d e u n a cultu ra diferen te, e n el
pla n o de la sim bolización fu n d am en tal de su código. Son
los religiosos jesuítas em p eñ ad o s en la evangelización d e la
India, el J a p ó n y la C hina los q u e van a intern arse en esa
vía.7
Van a hacerlo, p o r ejem plo, en el cam po problem ático de
la traducción lingüística. ;C óm o traducir las palabras “Dios
P adre”, "M adre de Dios", “Inm aculada C oncepción", “Vir­
g en m a d re”? T érm in o s com o éstos, absurdos, si se quiere,
p ero p erfectam en te com prensibles en O ccidente, no parece
qu e p u ed an te n e r equivalentes ni siquiera aproxim ados en
el ja p o n é s o el chino. La única m an era que ellos ven de vol­
verlos asequibles a los posibles cristianos orientales -m a n e ra
q u e será tildada ju sta m en te de herejía p o r p arte d e las otras
congregaciones religiosas- pasa p o r el cuestionam iento del

7 V éase, por ejem p lo, A lejandro V alignano S. 1., Sumario de las icsas del
Japón (1583) y Adiciones (1.592), Sop h ia University, Kyoto, 1954.

71
p ro p io co n cep to occidental d e Dios. P or el inten to , p o r
ejem plo, d e en c o n tra r en qué m edida, en el co n cep to de
Dios occidental, p u ed e en co n trarse u n cierto co n ten id o
fem enino; sólo de este m odo, a p a rtir de u n a fem inidad de
Dios, les p arecía posible in tro d u cir en el código oriental sig­
nificaciones de ese tipo. Este trabajo de los evangelizado res
jesuítas sobre la d o ctrin a cristiana y su teología es u n n aba-
jo discursivo sin paralelo; es tal vez el ú n ico m odelo que
Europa, la inventora de la universalidad m o d ern a, p uede
ofrecer de una g en u in a disposición de ap ertu ra, de au to crí­
tica, respecto d e sus propias estructuras m entales.
En A m érica, la actividad de la C om pañía de jesús en los
grandes centros ciiadinos tuvo gran am plitud e intensidad;
llegó a ser d eterm in an te, incluso esencial p ara la existencia
de ese p ecu liar m u n d o virreinal q u e se configuraba en Amé­
rica a parlii del siglo XVII. Desde el cultivo de la élite criolla
hasta el m anejo de la prim era versión histórica del “capital
fin an c iero ”, pasando p o r los m últiples m ecanism os d e o rg a­
nización de la vida social, la consideración de su presencia
es indispensable p ara c o m p re n d e r el p rim e r esbozo de
m o d e rn id a d vivido p o r los pueblos del c o n tin e n te . I.os
padres jesuítas cultivaron las ciencias y desarrollaron m u­
chas innovaciones técnicas, in tro d u jero n m étodos inéditos
de organización d e los procesos productivos y circulatorios.
Para com ienzos del siglo XVIII, sus especulaciones económ i­
cas eran ya una pieza clave en la acum ulación y el flujo
del capital en Europa; para 110 hablar de A mérica, d o n d e
parecen h ab er sido com p letam en te d om inantes. Sin em bar­
go. pese a q u e su intervención en las ciudades era de gran
im portancia, ella m ism a la consideraba com o u n m edio al
servicio de o tro fin; su fin central, q u e n o era p ro p iam en te
urb an o sino el d e la propaganda fule, cuya m irada estaba
puesta en las misiones. Se trataba de la evangelizado!» de los
indios, p e ro especialm ente de aquellos que n o habían pasa­
do po r la experiencia de la conquista y la sujeción a la enco­
m ienda, es decir, d e los indios que vivían en las selvas del
O rinoco, del Amazonas, del Paraguay. Su trabajo cilariino se
co n ceb ía a sí m ism o com o u n a actividad d e apoyo al proce*

72
so de expansión de la Iglesia sobre los m undos am ericanos
aú n vírgenes, incontam inados p o r la "m ala” m od ern id ad .
Tam bién en la historia d e la C om pañía de Jesús lo que
p red o m in a es un in tern o de recom posición. Se trata en ella
de u n proyecto de m ag n itu d p lan etaria d estin ad o a re­
estructurar el m u n d o de la vida radical y exhaustivam ente,
desde su plano más bajo, p ro fu n d o y d eterm in a n te -d o n d e
el trabajo productivo y virtuoso transform a el cu erp o n a tu ­
ral, ex terio r e in terio r al individuo h u m a n o -, hasta sus estra­
tos rciro d etcrm in an tcs más altos y elaborados -e l disfrute
lúdico, festivo v estético de las formas.
Es la desm esurad a p retcn sió n je su íta d e levantar una
m o d e rn id ad alternativa y co n cien te m en te p lan ead a, fren te
a la m o d e rn id a d esp o n tán e a y “ciega” del m ercad o cap ita­
lista, lo que hace que, p ara m ediados del siglo x v m , la
C om pañía de* Jesús sea vista por el despotism o ilustrado
com o el principal en em igo a vencer. Así lo p lan teab a con
toda claridad el m arqués d e Pom bal, el fam oso p rim er
m inistro de Portugal, p ro m o to r de la transform ación d e la
eco n o m ía y de la política ibéricas, cuya influencia se ex ten ­
d e rá m ás alia d e la gestión d e Carlos III en España. I-a d e ­
rrota de la C om p añ ía d e Jesús, que q u e d a sellada con el
T ratad o de M adrid y la d estru cció n d e las R epúblicas G ua­
raníes, y que lleva a su expulsión de los países católicos, a
su anulación p o r el pap a y a la pro h ib ició n d e to d a activi­
d ad co n ec tad a con ella a fines del siglo XVIII, es la d erro ta
de u n a utopía; u n a d e rro ta que, vista d esd e el o tro lado, no
equivale más q u e a u n cap ítu lo en la historia del “in d eten i-
blc ascenso” de la m o d e rn id ad capitalista, d e la consolida­
ción d e su m onolitism o.
Se trata en to n ces d e toda una historia, d e to d o u n ciclo
que tiene un principio y u n fin, que com ienza en 1545, en
las discusiones tcológit as y en las intrigas palaciegas d e Ti e n ­
to, v term ina e n 1775, en las privaciones y el escarnio d e las
m azm orras d e S an t’Angelo. Tal ve/, conviene subrayar quién
fue en verdad el co n trin can te q u e d erro tó al proyecto jesuí­
ta de m odernización del m u n d o y cuál fue la razón d e su
triunfo. La u to p ía neocatólica se en fren tó nada m enos que

714
al proyecto espontáneo y sólidam ente realista de co n fig u rar
el m o d e rn o m u n d o de la vida a im agen y sem ejanza de la
acum ulación del capital. La presencia do Dios en el misticis­
m o cotidiano y seglar que los jesuítas in ten tab an im p o n er en
la población, p o r más exacerbada que ella haya po d id o ser,
110 fue capaz de co n trarrestar el p o d er coh esio n ad o r y d in a­
m izador de la sociedad que despliega la acum ulación de
capital, el d in e ro g en eran d o más din ero , cu an d o invade ese
“territorio ajeno a ella” (según Braudcl) que es la pro d u c­
ción y el consum o de los bienes y los servicios. En el lugar
del capital, los jesuítas quisieron p o n e r a la ecclesia, a la
co m unidad h u m an a socializada en to rn o a la fe y la m oral
cristianas. En vísperas d e la revolución industrial que ya se
anunciaba, ella n o futí capaz d e vencerlo; resultó ser m ucho
m enos eficaz, que él com o gestora de la producción y el con­
sum o adecuados del plusvalor. El atractivo do su sociedad
beatífica resultó m ucho más débil que el del paraíso que la
“sociedad abierta" p ro m etía com o una realidad q u e estuvie­
ra a la vuelta de la esquina (com o lo m uestran los interesan­
tes estudios recientes sobre el proceso de d escreim iento en
Francia e Inglaterra a lo largo del siglo XVill).
T enem os, así, dos historias de d iferen te o rd en e n las que
tienen lugar procesos cuyo propósito no sólo im plícito es
u n a reconstitución: en el caso del proyecto criollo, la re-crea-
ción de la civilización eu ro p ea en América; en el caso de la
C om pañía de Jesús, la re-construcción del m u n d o católico
para la época m oderna. H ab ría que insistir, tal vez, en el
h ech o de que, en la Am érica Latina, el fracaso de la C om ­
pañía d e Jesús es un hecho que tiene que ver directam en te
con el fracaso del proyecto pro p iam en te político o de éli­
te de la sociedad criolla. Un fracaso que se da en conexión
m uy evidente con la política económ ica global del despotis­
m o ilustrado, cu an d o la C orona piensa que, d e im perio sin
más, orgánicam ente integrado, España debe pasar a ser un
im perio “m o d e rn o ”, colonial, y p reten d e h acer de su cu er­
po am ericano un cuerpo extraño, colonizado. Es im p o rtan ­
te te n e r e n cu en ta, sin em bargo, que, au n q u e losjesuitas fra­
casan globalm ente y d esaparecen p rácticam en en te de la

74
historia a finales del siglo XVI11,8 el proyecto criollo sin
em bargo continúa, y lo hace ju sta m en te en ese proceso
-siem p re in acab ad o - que tiene lugar en la vida cotidiana de
la parte baja de la sociedad latinoam ericana, en el cual el
“criollism o” popular y su mestizaje cultural crean nuevas for­
mas para el m u n d o de la vida, form as que no p ierd en su m a­
triz civilizatoria europea.

II

A parte de la estructura de lo que acontece en estas dos his­


torias. podem os considerar tam bién el cóm o o la m an era en
que acontecen estas tíos historias. Para ello, en mi o pinión,
es indispensable te n e r en cu en ta el co n cep to de “lo b arro ­
co”. El modo de com portarse d e la C om pañía de Jesús y el
modo de com portarse de los criollos mestizos, am bos, son de
corte barroco. Q uisiera p ara ello h acer referencia -b re v e ­
m e n te - a lo que po d ría ser un rasgo constante o una caden­
cia distintiva de las muy variadas estrategias d e co n fo r­
m ación de una m ateria que solem os d en o m in ar “barrocas”.
Estas, en efecto, son m últiples, y es m uy difícil, práctica­
m en te im posible, elaborar u n a lista de d eterm inaciones que
diga: "lo barroco, p ara ser tal, deb e p resen tar estas carac­
terísticas y estas otras”. Ni siquiera las cinco m arcas que,
según Wólfflin, distinguen el arte b arro co del renacentista,
y q u e com pletan u n a definición que sigue sin d u d a siendo
válida, alcanzan efectivam ente a co m p o n er lo q u e p o d ría­
mos llam ar un m odelo típico o un tipo ideal de “lo b arro co ”.
Sí hay, sin em bargo, ejem plos paradigm áticos o m odos ejem ­
plares de com portarse d e lo barroco, sobre todo en la histo­
ria del arte. P or esta razón, y para in ten tar m ostrar en que
sentido la form a en que se co m portan jesuítas y criollos
pude llam arse "barroca”, quisiera reco rd ar aq u í el m odo
com o se com porta Gian Lorenzo B ernini con la tradición

“Para ten er vina seg u n d a ép o ca , esta sí reaccionaria y ten eb rosa, con-


iradictoria d e la prim era, d e sd e co m ien zo s d el siglo x ix hasta m ed iad os
d e l presente.

75
clásica en su trabajo artístico. Si nos acercam os a la obra
escultórica d e Bernini podem os observar que su au to r tiene,
en verdad, un solo proyecto desde que com ienza sus traba­
jos: es el in ten to de seguir h acien d o arte griego o rom ano,
de incluir su o b ra en el catálogo de la h eren cia clásica.
Com ienza sus trabajos im itando el arte helenístico, hacien­
d o piezas que p u ed en confundirse p erfectam en te con las
q u e están siendo desenterradas del suelo de Roma, prove­
nientes del arte griego. Sueña ser, in ten ta ser o hace com o si
fuera un escultor antiguo que estuviera todavía trabajando.
A rtista ubicado ya en el desencanto posrenacentista, se plan-
lea com o proyecto suyo n o seguir el canon clásico sino reh a­
cerlo. no aprovecharlo sino revitalizarlo, p o n erlo nueva­
m ente a fu n cio n ar com o en el m o m en to d e su fundación.
Su trabajo va a ten er siem pre este sentido, h acer piezas a un
tiem po nuevas y antiguas, pero el problem a form al al que se
en fren ta es radical: ¿cóm o rep etir la vitalidad form al en esas
piezas antiguas-nuevas que él produce?, ¿cóm o 110 hacer arte
m uerto, sim ples copias d e las piezas q u e ya existen?, ¿cómo
inventarse nuevas figuras, que n o existieron en to n ces pero
q u e pu d iero n h ab er existido? Es aq u í d o n d e aparece el com ­
po rtam ien to barroco al que hago referencia; un co m p o rta­
m iento bastante com plejo p o rq u e lo q u e busca el artista
B ernini al h acer sus obras es, com o diría el m úsico Claudio
M onteverdi. “d esp erta r la pasión oculta en cada u n a d e las
form as", revivir el dram a del que ellas su rgieron: ir a la
fu en te de los cánones clásicos y e n c o n tra r su vitalidad para
seguir trab ajan d o identificado con ella. Sólo que en el ca­
m ino de esta búsqueda del origen de la vitalidad d e los cán o ­
nes clásicos en la dram aticidad pagana, B ernini va a to­
parse con otra com p letam en te diferen te: la dram aticidad
cristiana.
El gran problem a estético al que se e n fre n ta el Bernini
m ad u ro -h o m b re sum am ente religioso, en treg ad o a la fe,
ligado estrech am en te a los je su íta s- es, en verdad, el de
cóm o rep resen tar el único objeto que, en últim a instancia,
vale la p en a rep resen tar: la presencia d e Dios. Presencia
que n u n ca p u ed e ser directa, que sólo p u e d e ser atrap ad a

76
<*n sus elec ios, cu las experiencias místicas d e las que son
capaces los seres hum anos. Si lias algo que m ueve, q u e da
vitalidad al cu erp o y a los pliegues riel hábito de la beata
I.ndovica A lbertoni es el h echo de que ella está hacien d o la
experiencia de la presencia d e Dios: una presencia delega­
d a en el rit tus, en el gesto corporal v en el m ovim iento ins­
tan tán eam en te d eten id o de su agonía; delegada, com o lo
está tam bién, bajo la form a de- luz que posee el cu erp o m ís­
tico d e santa Teresa, en el lam oso Exl/nis o Transverberenión
de la Capilla ( o rn a to . Dios es ii rep resen tab le en sí mism o,
d irectam en te, parece reco n o cer aq u í liernini: no hay cóm o
h acer una íigura que retrate v erd ad eram en te a Dios. Y él
p ro p o n e una vía para la conveniencia de rep resen tarlo
expresada po r el C oncilio de 'Tremo: m ostrarlo en la p e r­
turbación que provoca su presencia m ística en el cu erp o
h u m an o y su en to rn o .
1 a lorm a de lo relatado en las dos historias que nos ocu­
pan -e l m odo de la re< onstrucción criolla de lo eu ro p eo en
Am érica \ de la reconstrucción de la m o d ern id ad en térm i­
nos m odernos y católicos p o r parte de la C om pañía de
J e s ú s- p u ed e conectarse con este m odo ejem plar de com ­
portam iento artístico en Kernini. Para ello es necesario acer­
carse o tro poco al problem a d e la teología d e la C om pañía
de Jesús. Se trata de una teología sum am ente com pleja, con­
tradictoria en sí misma, pues está en \ ías de dejar d e ser tal
y convenirse en filosofía. Es sabido que la ob ra de Luis de
M olina que está en los orígenes de todo este proceso, la C.ort-
amUa libni nrlñtrii enm graliae dunis..., que va a inlluit fuerte­
m ente en la inm ensa y brillante obra de f rancisco Suárez así
com o en la de muc hos otros, es una teología que, después
de enconadas discusiones lúe rechazada com o teología ofi­
cial de la Iglesia. Esto tiene su fu n d am en to y está ju stificad o
desde la perspectiva de la Iglesia, del papa y de Roma por­
que lo que se intenta en ella es. en definitiva, nada m enos que
redelinii en qué consiste la presencia de Dios en el m u n d o
terrenal. El planteam iento ele- los teólogos jesuítas es sum a­
m en te radical: golpea en el cen tro mism o del discurso
teológico de la Edad Media. Nada hay más híb rid o \ arnbi-
valente q u e el discurso teológico: es el discurso filosófico, el
discurso d e la razón volcada en co n tra d e toda verdad reve­
lada, p ero com o discurso que está allí p ara ju stificar preci­
sam ente u n a verdad revelada; el discurso de la no-revelación
puesto a fu n d am en tar la revelación. Este discurso tan pecu­
liar es ju sta m en te el q u e com ienza a reconfigurarse en las
obras d e M olina, de Suárez, etcétera, m ediante un intento
d e reconstruir el co n cep to d e Dios. Es un in te n to que sólo
p u ed e cum plirse de la m an era en que es posible d e n tro de
u n a estru ctu ra totalitaria del discurso, m ediante estrategias
d e pensam iento sum am ente sutiles, sirviéndose d e recur­
sos de argum entación m onstruosam ente elaborados. El n ú ­
cleo. y aquello en to rn o a lo cual se discute d e ida y vuelta,
es el de la distinción que hacen ellos en tre la gracia suficiente
d e Dios y la gracia eficaz. Es u n plantem iento q u e sólo se com ­
p re n d e a p artir de la polém ica del catolicism o con la Refor­
ma; en el planteam iento de la Iglesia reform ada, la gracia de
Dios es suficiente para la salvación. Dios, arb itrariam en te,
con su om nipotencia, con su om nisciencia, con su voluntad
im penetrab le, decide quiénes h ab rán de salvarse y quiénes
110 . H ab rá incluso, en la versión do la d o ctrin a calvinista
p uritana, la idea de que los elegidos p o r Dios p ara salvarse,
los “santos visibles", p u ed en ser reconocidos incluso poi
m arcas exteriores grac ias a la capacidad de trabajo p ro d u c­
tivo que ostentan. Esta idea d e que la gracia p ara la salvación
viene d irecta y exclusivam ente d e Dios, d e q ue, p o r lo tanto,
ya todo está d ecidido de an tem an o , de que los elegidos y los
co n denados han sido ya d eterm inados, esta ¡dea es la que
los teólogos jesuítas van a p o n er en cuestión. Ellos afirm a­
rán, en cam bio, que hay, sin duda, la gracia suficiente de
Dios; que El se basta a sí mismo, para salvar o co n d en ar a cual­
quiera; p ero añadirán que este bastarse a sí m ism o sólo p u e­
de darse m ediante una intervención hum ana, que el libre
arbitrio d eb e estar ahí, en cada u n o de los individuos, para
que la gracia suficiente d e Dios se convierta en u n a gracia
eficaz, para que la salvación tenga lugar en definitiva. El tra­
bajo de estos teólogos es su m am en te agudo y com plejo, pues
deb en insistir tanto en la om n ip o ten cia y la om nisciencia de

78
Dios ( orno en su infinita bondad. ¿Cóm o es |>osihle que el
C reador, q u e es a la p ar o m n ip o ten te \ bondadoso, perm ita
q u e sus criaturas se condenen? ¿D ónde q u ed a su bondad?
¿Cuál es la relación en tre la om n ip o ten cia y la om nisciencia
d e Dios v su infinita bondad? Es allí, entonces, d o n d e los
jesuítas intervienen con un com plejo aparato de arg u m en ­
tación que tiene que ver justam ente con la <orresp o n d en cia
en tre los diferentes m odos y grados del sabei om nisciente
de Dios y los m odos o grados de la existencia del m u n d o . Lo
q u e Dios sabe es lo que el m u n d o es. 1.a teología je su íta
plantea la idea de que hav tres m odos d e la om nisciencia de
Dios: un sabei "simple", un saber "libre" v un saber "m edio"
d e Dios. Al ii ma que. e n tre elftaKér sín ip lj d e Dios, q u e es el
sabei absoluto y total d e todas las posibilidades d e en te ima­
ginables en el universo, y su'sabcr d e jo real; es decir, no sólo
d e eso posible sino de lo q u e realm ente existe, de lo q u e
habrá sido definitivam ente elegido para existir, que en tre
ese m u n d o posible y este m u n d o real - q u e son p o r supues­
to proyecciones del saber sim ple \ el saber libre de Dios-, se
encuentra sin em bargo un m om ento interm edio, justam en­
te aquél en el que esta realización de lo posible está en tran ­
ce de darse, en el que esa infinidad de posibilidades está
concretándose sólo en aquellas que realm ente se van a dar.
Se trata de un m om en to q u e corresponde a una "ciencia
media" de Dios, que "sabe" del m u n d o tío com o realizado
sino realizándose. l.as cosas" d e este m o m en to peculiar son
cosas "sabidas" o constituidas p o r un saber divino q u e sabe
del m o m en to de la elección, q u e sabe del libre arbitrio: son
cosas cuyo status ontológico se ubica en tre lo posible y lo
real. Son el referente al que coi responde este saber m edio o
esta ciem ia de la realización ele lo posible; son el cam po cic­
la condic ion hum ana. I I arbitrio h um ano es el topos de la li­
bertad Con buen olfato, el papado rechazó la teología jesuí­
ta p o rq u e percibjió que llevaba al um bral de la herejía. Es
una teología que podía hacer saltar el aparato conceptual de
la teología cristiana. En prim er lugar, porque plantea una idea
d e Dios com o un Dios hac iéndose, es decir, com o u n Dios
creándose a sí m ism o, com o Dios en proceso de ser Dios, y
no com o un Dios que ya lo es. Se trata de una idea de Dios en
la que hay un fuci le sesgo m aniqueo. puesto que Dios sólo
es tal en la m edida en que vence, com o lu/.. a las tinieblas.
En segundo lugar -y éste es el p u n to v erd ad eram en te difí­
cil- es una idea que encam ina a la herejía, al “pelagianis-
mo". a la equiparación de las virtudes de cualquiera con el
sacrificio d e Cristo, el hijo de Dios: lo es, p o rq u e afirm a que,
al estar haciéndose. Dios d ep en d e en alguna m edida d e su
propia creación, d ep en d e del ser h u m an o . Esta peculiar
inserción del ser h um ano y su libre albedrío com o una en ti­
dad necesitada p o r Dios para que su <rea< ión funcione efec­
tivam ente. este in ten to de conciliar o h acer que co n cu erd en
la om nipotencia de Dios y la dignidad h um ana, es el p u n to
d o n d e, efectivam ente, la d octrina teológica de los jesuítas
parece dirigida a revolut ionai toda la teología tradicional.
El com p o rtam ien to de los teólogos d e la C om pañía d e
Jesús se parece m ucho a lo que hace licrnini. Electivam en­
te, lo que ellos quieren es reconstruir el co n cep to de Dios,
“rim odcrnarlo", p o n erlo al día. Al rehacerlo, sin em bargo,
lo m odifican, v lo hacen tan sustancialm ente, que el Dios
reco n stru id o va no coincide con el Dios de la teología
medieval, se parece poco a El. leñem os aq u í nuevam ente el
"mismo peí ipío berniniano: se pai te en busca d e una dram a-
ú< iclad religiosa antigua. \ la misma, al ser d esp ertad a, resul­
ta q u e es otra, la dram aticidad de la experiencia de lo divi­
no propia de la vida m oderna.
Si consideram os ah o ra el proceso de m esii/aje cultural
latinoam ericano a partir del siglo xvil. vamos a encontrar,
tam bién en él, un m odo de co m p o rtam ien to que es similar.
I.a palabra “mestizaje" evoca aq u í necesariam ente un proce­
so de m ixtura, d e mezcla de formas culturales que se pare­
cería á procesos conocidos p o r la quím ica o la biología: m ez­
cla de sustancias, d e sus colores, por ejem plo, injertos de
una planta en otra, cruces de diferentes razas d e anim ales,
etcétera. El proceso de mestizaje cultural, sin em bargo, más
allá de estas resonancias fisicalistas u organicistas, al parecer
sólo se p u ed e tem ali/ar ad ecu ad am en te en una aproxim a­
ción v un tratam iento de o rd en sem iótico.

80
C uando hablam os de u n a relación d e cu alq u ier tipo en tre
diferentes form as culturales n o podem os dejar de lado aq u e­
llo en lo que Lévi-Strauss ha insistido tanto: la idea do que to­
d o m u n d o cultural es u n m u n d o cerrad o en sí mism o, que
plantea com o condición de su vigencia la im penetrabilidad
de su código, de la subcodificación id e n tific a d o s del mis­
mo. Cada código cultural sería así absolutista: tiende la red
de su simbolización elem ental, d e su pro d u cció n de sentido
y su inteligibilidad, sobre todos y cada u n o de los elem entos
q u e p u ed an presentarse al m u n d o de la percepción. Se
basta a sí mism o, y todo o tro proyecto o esquem a de m undo,
toda o tra subcodificación del código d e lo h u m a n o que p re­
tenda com petir con él, le resulta p o r lo m enos incom patible,
si no es que incluso hostil. En este sentido co m pletam ente
abstracto no hab ría la posibilidad de u n diálogo e n tre las
culturas; las form as culturales ten d erían más bien a darse la
espalda las unas a las otras. En la historia concreta, sin
em bargo, la vida d e las culturas ha consistido siem pre en
procesos de im bricación, de en trecru zam ien to , de in tercam ­
bio de elem entos de los distintos subeódigos que m arcan sus
diferentes identidades. Procesos extrao rd in ario s y bruscos,
en tin sentido, cotidianos y pacientes, en otro, que son siem ­
p re conflictivos y “traum áticos”, resultantes de respuestas a
“situaciones lím ites”. Si hay historia de la cultura, es ju sta ­
m ente u n a historia de mestizajes. El mestizaje, la in terp en c1} ' * --*■
tración de códigos a los que las circunstancias obligan a aflo-' ?—
jar los nudos de su absolutism o, es el m odo de vida de la j
cultura. Paradójicam ente, sólo en la m ed id a en que u n a cul­
tura se p o n e e n ju e g o , y su “iden tid ad ” se pone en peligro y
e n tra en cuestión sacando a la luz su contradicción intern a,
sólo en esa m edid a d efien d e sus posibilidades d e darle
form a al m undo, sólo en esa m ed id a despliega ad ecu ad a­
m en te su propuesta de inteligibilidad.
Para term inar, cabe insistir en el h echo de que, si el p ro ­
ceso de mestizaje cultural en la A m erica Latina p u d o co m en ­
zar, fue precisam ente en virtud de la situación cultural espe­
cialm ente conflictiva, m uchas veces desesperada, que le tocó
vivir ya en el siglo XVII -situ ació n muy parecida, p o r cierto,

81
a la que, esta vez a escala planetaria, agobia a la época en
q u e vivimos. H abía, poi un laclo, la crisis en la que estaba
sum ida la civilización d o m in an te, ibero-europea, después
del agotam iento del siglo XVI -e uanclo casi se había co rtad o
el circuito ele: iciroalim entación que la co n ectab a c o n el cen­
tro m e tro p o litan o -; p ero había tam bién, p o r otro. Ja crisis
d e la civilización indígena: después de la catástrofe político-
religiosa q u e trajo p ara ella la C onquista, los restos de la
sociedad prchispánica no estaban en capacidad d e funcio­
n a r nuevam ente com o el todo orgánico que habían sido en
el pasado. Y sin em bargo, au n q u e n in g u n a d e las dos podía
hacerlo sola o in d ep en d ien tem en te, am bas ex p erim en tab an
la im periosa necesidad de m antenerse al m enos poi encim a
de l grado cero de la civilización. Son los criollos de los estra­
tos bajos, mestizos aindiados, am ulatados, los q ue, sin saber­
lo, h arán lo que Bcrnini hizo con los c anones <lásie os; inten-
laián restau rar la civilización más viable, la d o m in an te, ja
eu ropea; intentarán d esp ertar y luego reproduc ir su vitali­
dad original. Al hacerlo, al alim en tar el código eu ro p e o con
las ruinas del código prehispánico (y con los restos d e los
códigos africanos ele los esclavos traídos a la fuerza), son
ellos quienes p ro n to se verán construyendo algo eliíercnte
de lo q u e se* habían propuesto; se descubrirán p o n ie n d o en
pie una E uropa que n u n ca existió antes ele ellos, una E uro­
pa diferen te, “latino-am ericana’’.

82
4. Clasicismo y barroco

El bawHO subvierte, rl orden supuestamente normal de


las cosas, como bi tlipse -esc suplemento de valor—sutb
t-itrle y deforma t i hato, que la tradición idealista
supone f/erfecto entre lodos, del círculo.
Severo Snrduy

lü clasicismo renacentista

N inguna definición d e lo b arro co puede dejar d e ver en él


u n a m odalidad del clasicismo, au n q u e d eb a d e inm ediato
insistir en lo especialm ente problem ático que en su caso
tiene el ser “m odalidad de..." Lo cierto es que una expe­
riencia de* "lo clásico", de algo “universal concreto", d e un
co n ju n to d eterm in ad o d e formas doladas de una validez
natural snbyace necesariam ente en la autoalirm ación d e la
voluntad de form a barroca. Hasta p o d ría decirse q u e lo pri­
m ero que “pone" esta voluntad de form a es justam ente un
trasfondo ‘‘clásico" -lo m á n d o lo d e la vida espontánea d e la
cultura, y lo mism o d e la “alta" que de la “baja"- en referen ­
cia al cual p u ed e alirm ai su barroquism o; que incluso allí
, d o n d e tal médium de contraste ap are n tem e n te n o existe, ella
lo crea ex profeso.
Lo clásico q u e encontram os d esem p eñ an d o este papel en
la historia concreta del arte barroco es sin d u d a la h erencia
del universo greco rro m an o y sus formas, p ero n o com o
h u b iera podido darse en una nueva captación de la misma,
sino tal com o lo había refuncionali/ado va el clasicismo pro­
pio del R enacim iento. Es precisam ente p o r oposición a este
clasicismo renacentista que hay que d efin ir la peculiaridad
del clasicismo barroco.
Más que ser u n a cita, lo clásico en el R enacim iento es en

83
realidad u n “intcr-tcxto", u n texto que habla p o r o tro texto
y a través de él. Pero esta afirm ación oBliga a u n a pregunta:
¿cuál es el m arco intertextual en que las form as p ro p iam en ­
te clásicas, grecorrom anas* se insertan y que es pro p iam en te
el que las refuncionaliza? A unque en m uchos aspectos el fe­
n óm eno del Renacim iento se desdibuja cada vez más ante los
ojos de los historiadores actuales, n o p u ed e negarse de cual­
quier m an era que, al m enos en las ciudades del n o rte de Ita­
lia, en el quattrocento, la población más definidam ente burgue­
sa desarrolló u n co n ju n to de com portam ientos, d e p rim era
im portancia para ella, que se sintetizaba en to rn o de una vo­
luntad de co m p ren d erse idealizadam ente a sí misma a través
de una vuelta hacia ciertas formas de vida de “los antiguos”
y p o r tanto hacia los cánones “clásicos” que hab rían inspira­
do esas formas.
T odo sucede com o si el ser h u m an o que se había form a­
d o en el m u n d o medieval hubiese sen tid o d e re p e n te, bajo
el im pacto de la subordinación del principio circulatorio
m ercantil a la clave capitalista, bajo la acción del au m en to
de la productividad y la diversificación acelerada de los valo­
res de uso, que la concreción d e su identidad colectiva e
individual - la misma que había deb id o esquem atizarse y
adaptarse p ara sobrevivir a la larga escuela del universalism o
cristiano y a la len ta práctica del igualitarism o abstracto de
la circulación m ercan til- le resultaba dem asiado p o b re y
estrecha, dem asiado pálida y repetitiva. C om o si hubiese
sentido la necesidad -s iq u e iria n a - de dotarse d e un nuevo
rostro, más definido, de u n a iden tid ad más d eterm in a d a y
más vital.
El M edioevo había in ten tad o con bastante éxito d estruir,
m ediatizar o al m enos neutralizar las señas de la identidad
co n creta “natu ral” d e los pueblos que p erten ecían o que lle­
garon a hab itar el co n tin en te eu ro p eo (había com batido
incondicionalm ente, p o r ejem plo, los valores, las costum ­
bres, las técnicas, etcétera, d e los germ anos); había tratado
de hacer d e los individuos hum anos, dejados p o r la des­
com posición de las com unidades arcaicas, m eras almas en
m ala h o ra corporizadas, sim ples m iem bros casi indiferen-

84
d ab les de una com unidad abstracta, m o d ern a avant la lettre,
la del “pueblo de l)ios”, p ero desjudaizado, dcs-idcnlificado,
viviendo, a través de la individuación abstracta de la juridici­
dad rom ana, el dram a del pecado original, el castigo divino,
la redención m esiánica y la salvación final.
El hom bre que em erge de la historia medieval - q u e ha
h ech o la experiencia del fracaso di* la esperanza m ilenaria
en que el sacrificio del valor de uso terrenal h ab ría d e ser
com pensado con creces p o r el advenim iento del “valor de
uso" p arad isíaco - necesita p rim eram en te e n c o n tra r una
im agen para toda la proliferación de nuevos usos y valores
de uso del cu erp o y d e las cosas; proliferación q ue, en p rin ­
cipio o en d o c trin a "im p o sib le”, com ien za a p o b la r el
m u n d o de la vida y a prevalecer en él. Es una necesidad . •
práctica, una condición de la existencia q u e deb e “seguir
viviendo después del m ilenio” y que, en vez d e acabarse
e n tre guerras, ham brunas y pestes, continúa, se transform a
\ enriquece. Iras la experiencia del m u n d o medieval, lo q u e v ,, , .
hace falta con urgencia es una renovación o una innovación
fie la mediación imaginaria, sin la cual la inteligibilidad prác­
tica del m u n d o de la vida resulta efectivam ente inasible.
En la Edad M edia organizada p o r el cristianism o, el cuer-
po y. sus usos, que sólo eran inteligibles en calidad de “cárcel
del alm a”, debían ser p o r ello castigados, dism inuidos, debi­
litados; dejados en p u ro esqueleto o estructura. Se trataba
de un cu erp o cuyo uso, reducido al m ínim o, sólo podía
te n e r que ver con cosas de un valor d e uso lo mas abstracto,
posible, dotado d e una concreción ten d ien te al grado cero.
Es p o r ello que el recurso de los prim eros hom bres m oder- ,
nos a los cánones del m u n d o clásico es más que com prensi­
ble; era casi inevitable, d ad o que el recu erd o y la tentación
que em anaban de ese m u n d o y de su riqueza -reco n o cib le a
un tiem po com o p ro p ia y com o exótica (com o la o rie n ta l)-
n u n ca habían desaparecido del todo.
P o r esta razón p u ed e decirse que el clasicismo ren acen ­
tista e§, más que u n a cita, un Ínter-texto: un texto subordi­
nado que, in teg rad o y transform ado p o r el texto d o m in an ­
te, dice lo que éste n o está en capacidad de decir. Al no

85
p o seer una iden tid ad diseñada p ara la proliferac ión cualita­
tiva del valor de uso ni set posible* el recurso a las id en tid a­
des arcaicas, se invoca la figura de los antiguos p ara identi­
ficarse con ella en calidad de m a íz o sucedáneo paradójico
de* o tra aún no conocida, apenas prefig u rad a p o r el deseo,
necesitada pero ausente: es una estrategia práctica de cons­
trucción d e u n a identidad artificial m ed ian te el paso.a través
de una mimesis, con intención autoeducativa. de la id en ti­
dad clásica, 'lal ve/ en esta "artíffc ialidad se en cu e n tre lo más
interesan te -ya que no insólito en la historia de la cu ltu ra -
del fenóm eno ren ac en tista.
En m ucho, el clasicismo renacentista \ive clel conflicto
que se esconde bajo la coincide ncia e n tre la reform ulación
hum anista de la teología cristian a-su recen tram ien to del mi­
to judeo-crisiiano. que retira el énfasis narrativo del pasaje
en q u e la carn e es sacrificada (la C rucifixión) y lo traslada a
aquél en q u e el verbo divino se* hace carn e (la A nuncia­
ción )-, poi un lado, y la esencia "hum anista” d e la m itología
grecolaiina, p o r otro. Aquello que hay que representar, el
cu erp o d r san Sebastián, p o r ejem plo, o bien rebasa o bien
no alcanza a llenar el m odelo ofrecido p o r los distintos A po­
los antiguos, q u e d eb e servir para su representación. La dis­
tancia en tre el m ito que* se p rete n d e rep resen tar (sobre todo
el Nuevo Testam ento) y la form a artísticax o n que se quie re
h a c e r (trabajada a p artir de una m itología co m pletam ente
h etero g én ea) es enorm e. Además. c*l p ro b lem a q u e implica
vencen esa distancia -;c ó m o ad ecu ar las form as antiguas a
las nuevas sustanc ias?- revela ser no sólo de- ida sino tam bién
de vuelta. Las form as antiguas no se adecúan a las sustancias
nuevas si éstas, a su vez, ño hacen tam bién el esfuerzo de
“acom odarse" a ellas: esfuerzo que, dado lo intocable del mi­
to judeo-cristiano, sólo p u ed e moverse d e n tro de- lím ites
relativam ente estrechos.
En su c alidad de* texto su b o rdinado, las form as clásicas no
podían ser tratadas p o r el clasicismo re n a c e n tista con inm e­
diatez o ‘‘ingcnuidad";.un cierto disiauciam ienio in teresad o
exploraba en ellas la posibilidad de que dijeran una cosa
diferente de* aquello p ara lo que habían sido creadas. Expío-
ración que, después de más d e u n siglo de propuestas esté­
ticas, cada u n a más fascínam e que la Otra, term inaría al íin
poi agotarse: ;q u é exp erim en to nuevo y radical con la ver­
satilidad d e los cánones clásicos podía p ro p o n erse nadie
después de todos aquellos que culm inaron en la o b ra do
Miguel Angel? De la fatiga de esta exploración estética resul­
taron entonces los m ovim ientos artísticos conocidos com o
pos re nacen listas.

El clasicismo barroco

K1 m anierism o v el barroco son com o dos "herm anos gem e­


los p ero irreconciliables": parten de una misma c risis-la de
la exploración renacentista de las form as clásicas- y se m ue­
ven en líneas paralelas. Son parecidos, incluso confundibles
e n tre sí. com o lo p lan tean C u rtiu sy H ocke, dada la cercanía
de s u s direcciones respectivas, pero son sin em bargo, com o
lo advierte H auser, p ro fu n d am en te diferentes: el sentido
que tiene el uno se co n trap o n e al que sigue el olio.
'lom em os el ejem plo m encionado po r Hauser. De la tota­
lidad orgánica y jerarq u izad a d el espacio re p resentado p o r
el Renacim iento, el p in to r m anierista hace una sum a de
espacios retad o ram en te in co h eren te; al hacerlo, provoca en
el espectador el en cu e n tro d e un nivel d e representación
q u e trasciende al q u e es propio del proyecto renacentista
\ que descansa justam ente en la capacidad organizadora de
la perspectiva unificada. R epresentación, sí, p ero rep resen ­
tación del “o tro laclo“ de la realidad, ele aquella consistencia
esotérica de la misma que escapa a la red de líneas d e fuga
echada sobre ella p o r la perspectiva del ojo hum anista. I.a
d u d a acerca d e la co n tin u id ad en tre este m u n d o v el o tro , el
d esen can to acerca de “este lado" d e la realidad aleja al
m anierism o, radicalm ente, de la positividad clásic a . d e cuyos
cánones no p u ed e sin em bargo prescindir, si n o q u iere co n ­
denarse a lo inform e, al silencio. Eí G reco de la segunda
época, com o lo dem ostró Dvorak, es m anierista po rq u e la
to rtu ra a la q u e som ete las form as clásicas 110 va encam in a­
da a sacar a la luz una expresividad insospechada en ellas

87
pero que en últim a instancia les sería in h eren te, sino a con­
vertirlas en el vehículo (le unos cánones estéticos com pleta­
m ente nuevos, apenas vislum brados, p ero in d u d ab lem en te
incom patibles con ellas.
U na solución com pletam ente d iferen te a la crisis del cla­
sicismo renacentista es la barroca. Su pro p u esta consiste en
“sacudir" las form as -la s p ro p o rcio n es clásicas aceptadas
com o p erfectas- para d esp ertar así la vida que dorm ita o es­
tá congelada en ellas. De lo que se trata en esta propuesta es
de d esp ertar la voluntad de Jornia que d ecan tó o cristalizó en
calidad de canon clásico. Tnua de h u n d irse en el principio
de necesidad d e las form as antiguas, en lugar de buscar,
com o el m anierism o, el principio d e su sustitución. Hay una
pasión válida en cada palabra cotidiana, natural, “clásica",
pero está d o rm id a y el arte del canto es el q u e sabe desper­
tarla (C laudio M onteverdi), el que hace que su sentido m a­
nifiesto gire vertiginosam ente, hasta volverse translúcido y
dejar visible el sentido esencial. Ciros en espiral y reverbera­
ciones, choques de contrarios y paradojas, exageraciones y
efectismos, reiteraciones y variaciones, p erm utaciones y tra-
vesiismos: enrevesam ientos de todo tipo que, ju g u e to n a ­
m ente y a la vez desesperados, buscan ten er un fu n d am en to
en la vitalidad antigua y se ciegan ante el descubrim iento de
q u e ésta a su vez d ep en d e de su p ro p io em p eñ o , descansa en
un a contingencia.
Por esta razón, el ornam entalism o del arte b arro co está
muy lejos de s e r-c o m o lo rep iten m uchas de las in terp reta­
ciones folclorizadoras d e una cierta iden tid ad latinoam eri­
c a n a - un m ero regodeo ostentoso en el gasto im productivo
de la “parte m aldita" de la riqueza. La voluntad a la q u e res­
ponde es co m p letam en te diferente: de lo q u e se trata, en él,
es de provocar una proliferación de subform as parasitarias
que, al ro d ear a u n a determ in ad a form a y revolotear en
to rn o a ella, la som eten a un ju e g o de reflejos m ultiplicados
q u e la poten cian virtualm cnie, la obligan a d a r más de sí, a
en c o n tra r la fidelidad a su designio pro fu n d o . El o rn am e n ­
talismo, la exuberancia de los subproductos, no es u n recu r­
so escéptico y hedonista a lo fácil y accesorio, sino u n a tácti-

88
ca de persecución y huida d e lo esencial, a la vez deseado y
tem ido.
En el arle barroco hay u n a gran fidelidad, una confianza
incondicional, desam parada, en los cánones clásicos, una
necesidad de conciliar la voluntad d e form a que d ecan tó en
ellos con la situación m oderna, que parecería haberla vuel­
to im posible. In genu a desde el anarquism o de la perspecti­
va m anierista -q u e no parece creer que tal conciliación sea
deseable siquiera-, esta posición será sin em bargo la que
p red o m in e en la sociedad y la historia. Es más constructiva,
responde a los requerim ientos de un cilios práctico, de u n a es­
trategia de supervivencia. 1Iay que insistir sin em bargo en que,
no sólo en una época o en u n a sociedad sino tam bién en
u n a mism a biografía, lo barroco no se deja sep arar nítida­
m en te de lo m anierista; u n o y o tro están siem pre asociados,
provocándose m utuam en te y com batiéndose.

La modernidad ds lo barroco

Bajo el térm ino “barroco" está e n ju e g o una idea básica: la


de que es posible en co n trar una voluntad deforma barroca que
subyace en las características d e la actividad artística b arro ­
ca, del m odo barroco de p ro p o rcio n ar o p o rtu n id ad es de
experiencia estética. T om ando una cierta distancia respecto
de Riegl y W orringer, de su psicologismo histórico d e cortc^
nietzscheano, en ten d em o s p o r "voluntad d e form a" el m o d o u
com o la voluntad q u e constituye el ethos de u n a época se
m anifiesta en aquella dim ensión de lajvidal hum ana en la
que ésta pu ed e ser vista p u ram e n te com o la actividad de
conform ación de u n a base sustancial. Por cthos de una épo-i
ca, a su vez, entendem o s la resp u esta que prevalece en ella
an te la necesidad de su p era r el carácter insoportablem ente
co ntradictorio de su situación histórica específica; respuesta
que se da lo mismo com o el uso o costum bre que protege ob­
jetivam ente a la existencia h u m an a fren te a esa contradic­
ción. que com o la personalidad que identifica a la mism a sub­
jetivam ente.
La vida h um ana p uede ser vista, en tre otras cosas, com o

89
un p u ro proceso d e donación d e form a: com o un proceso
de iranslot rnación de la vida material en fuerza productiva, de
conform ació n erótica de la sexualidad, d e organización
social de la convivencia gregaria; es, en efecto, personiíica-
d o ra del yo, gestiíicadoia del m ovim iento corporal, em ati­
zadora del proceso d e pensar, etcétera. Procesos de confor­
m ación o configuración pu ed en en co n trarse lo m isino en la
actividad que persigue la belleza que en las que persiguen
la utilidad, la b o n d ad o la verdad. En tan to q u e cosas for­
m adas, los elem entos artísticos del m u n d o ele* la vida se
hallan inm ediatam ente em p aren tad o s lo mism o con los ele­
m entos más pragm áticos q u e con los elem entos más g ratu i­
tos del mismo. Por esta lazón, para nosotros, siguiendo ya
una tradición, el calilicativo d e “b arro co ”, que se refiere ori­
g inalm en te a un m odo artístico de co n fig u rar u n m aterial,
p u ed e m u\ bien extenderse com o calificativo d e iodo un
provecto de consti tu ción del m u n d o de la vida social, justa­
m en te en lo q u e tal construcción tiene d e actividad confor-
m adora y co níiguradora.
Dos lógicas contradi« lorias en tre sí rigen la construcción
del m o d ern o m u n d o d e la vida: la lógica d e la form a con­
creta o “n atu ral” del proceso d e p ro d u c c ió n /c o n su m o de la
riqueza social, en un nivel, y la lógica de la valorización del
valor, en otro. Esta contradicción, en sí mism a insoportable,
constituye el hecho capitalista p o r excclenc ia. Es lí en te a este
jactum irrebasablc que ve despliega, d e m an era espontánea,
un co m p o itam ien io social d e term inado, el ethos barroco. El
etilos barroco es en realidad una de las versiones del ethos
m o d ern o , que es en sí m isino cuádruple, l.as otras tres ver­
siones son la realista, la rom ántica y la clásica.
Para el cilios realista, la lorm a capitalista es la única m ane­
ra posible d e llevar a cabo las m etas concretas o naturales del
proceso de p ro d u cció n /co n su m o ; en trañ a una actitud in­
condicional y m iliianiem cnte afirm ativa tren te a la configu­
ración de la actividad h u m an a com o acum ulación d e capital;
la ve com o algo positivo y d eseable, y considera ilusoria toda
percepción de lo contrario. El ethos c lásico, p o r .su parte, no
b o rra, com o el anterior, la contradicción del h ech o capiia-

90
lisia: la distingue claram ente, p ero la hace vivir com o algo
ciado c inm odificable, respecto de lo cual la actitud m ilitan­
te no tiene cabida ni en pro ni en contra. Para v\\?thos ro ­
m ántico.) en cam bio, el h echo capitalista ha d e vivirse en su
contradi« toriedad, p ero de tal m anera que hacerlo sea en sí
mism o una solución de la misma en sentido positivo o favo­
rable para la form a “natu ral” o de “valor de uso” del m undo
de la vida: identificada con esta últim a, la abstrae hasta tal
pun to com o puro “clan vital", que incluso la propia form a
capitalista, que la reprim e, se le presenta com o una m eta­
morfosis ele la misma, com o un episodio g enu in o de su acon­
tecer histórico. Tam bién en e l[eihos barroTo,se en cu e n tra una
afirm ación incondicional de la form a ‘natural" de la vida
social; pero en él. p o r el contrario, tal afirm ación tiene lugar
d e n tro del propio sacrificio de esa forma “natural": la positi­
vidad -e l valor ele uso- se da a través de la negatividad -la
valorización del valor económ ico.
1.a idea que Bataille ten ía del erotism o, cu an d o decía q u e
es la “aprobación" de la vicia aun d en tro de la m uerte, puede-
ser trasladada, sin exceso de violencia (o tal vez, incluso, con
toda p ro p ied ad ), a la definición del cthos barroco. Es b arro ­
ca la m anera de ser m o d ern o que perm ite vivir la destruc­
ción de lo cualitativo, p roducida p o r el producúvism o capi­
talista, al convertirla en el acceso a la creación d e otra
dim ensión, retad o ram en te im aginaria, de lo cualitativo. El
ethos b arro co no borra, com o lo hace el realista, la c o n tra­
dicción propia del m u n d o de la vida en la m o d ern id ad capi­
talista. y tam poco la niega, com o lo hace el rom ántico; la
reconoce com o inevitable, a la m anera del clásico, p e ro , a
diferencia de éste, se resiste a aceptarla.

I.o barroco

La v o lu n tad ele form a in h e re n te al cthos social d e u n a


ép o ca se p resen ta co m o estilo allí d o n d e cierto tipo d e acti­
vidad h u m an a -e l arle, p o r eje m p lo - necesita tem atizar o
sacar al p lan o de lo consciente las características d e su
estrategia o su co m p o rtam ien to esp o n tán eo com o form a-

91
dm o d o n ad o i de form a. En cu an to al estilo q u e corres-
Ixiiide a esta vo luntad d e Corma enrevesada, la b arro ca, es
< la io que no p u ed e ser u n o solo. Las m aneras o estilos del
( om poi (am iento fo rm ad o r de los artistas b arrocos siguen
n'w titas muy distintas, adap tad as a m ateriales y circu n stan ­
cias muy variados, q u e no dejan d e ser sin em b arg o dife­
ren tes m aneras d e p o n e r en práctica u n a m ism a estrategia.
De los m uchos estilos personales barrocos, los pocos que
lo g raro n conven cer e im p o n erse son ya m uy num erosos.
B ernini n o so p o rta a B orrom ini, Pozzo n o co n o ce a Velaz­
q uez, los m úsicos d e Ñ apóles y M adrid juegan d e d ife re n te
m an era el m ism o ju e g o m usical q u e los de B olonia y V ene­
cia... Solo u n a interv en ció n clasiíicatoria n o p o r necesaria
m enos tosca -re g id a p o r criterios im placables q u e o p o n e n ,
poi ejem plo, lo co n cep tu al a lo sensual, lo estru ctu ral a lo
o rn am e n tal, lo p ro fan o a lo religioso, lo revolucionario a
lo react io n a rio - p u ed e p o n ern o s e n tre las m anos un solo
estilo barroco: el b arro co te m p ra n o (fren te al ta rd ío ), el
b arro co m usical (fren te al literario y al plástico), el b arro ­
co m eridional -c o n su variante a m e ric a n a - (fren te al sep­
te n trio n a l), etcétera.
El clasicismo renacentista resp o n d ía a Ja necesidad de los
prim eros hom bres m odernos, los d e las ciudades del n o rte
italiano v de otras partes d e Europa, de inventar una figura
concreta p ara el nuevo m u n d o de la vida que había co m en ­
zado a construirse len tam en te al am p aro del universalism o
cristiano y fiel sacrificio q u e éste traía consigo d e las figuras
concretas particulares del m u n d o antiguo: g reco rro m an o ,
sem ítico y germ an o . Lo clásico era u n a selección d e form as
ideales antiguas q u e en trab an e n sustitución transitoria de
otras, paradójicam ente inexistentes p ero indispensables, cu­
ya gestación ellas debían ayudar y guiar. Lo artificial, selecti­
vo y transitorio d e este universalism o de concreción dasicis-
ta se hizo sentir p ro n to . En el últim o periodo del pro p io
Miguel Angel, la inspiración renacentista se en co n trab a ya
fatigada. 1.a crisis del R enacim iento >'su elección dasicista
venía de la revelai ión práctica d e su universalismo com o ilu-
Sl»l 10 .

‘I'J
F.l manierismo v el barraco pueden s e r comprendidos co m o
dos ¡m em os paralelos de plumear val mismo tiempo resol­
ver la crisis ele la afii m arión clasicista de la modernidad d e n ­
tro del arte, es decir, d entro de la actividad que da form a a
un m aterial con el fin de c r e a r oportunidades para la ex p e­
riencia estética. Entendida así. ja propuesta propiam ente
b a rroca consiste en re-vitali/ar los cánones clásicos (pensan­
do “c a n o n ” com o lo hacía Kani. es decir, no como sim ple
n o n n a consagrada que sirve de instrumento u organon",
<ino com o principio generador de formas) mediante un
proceso am bivalente en el que el despertarte vitalidad crista­
lizada en ellos llega a confundirse con el otorgarla una vida
nueva. (La propuesta manierísta, en cambio, con la que
com p arte el im pulso v ciertos gestos básicos, se sirve de las
form as clásicas com o único medio disponible para introducir
cánones nuevos, ajenos a ellas.)
El barroco com o voluntad de forma artística implica el
reconocim iento de que las proporciones clásicas del m u n d o
antiguo fueron calculadas a partir de una particular dramali-
zación del h ech o fundam ental en el que el ser humano se
abre al m u n d o al mismo tiempo en que lo instituye, la dra-
m aüzación propia del m undo griego y latino. Partiendo ele
este reconocim iento implícito, la propuesta barroca consis­
te en em p lear el código de- las formas antiguas dentro de un
juego tan inusitado pat a ellas, que las obliga a ir más allá de
sí mismas; es decir, consiste en resemiotizarlo desde el plano
de un uso o “habla" que lo desquicia sin anularlo.
Tal vez es M onteverdi quien mejor expuso el programa d e
lo q u e p o d ría llamarse el niivi básico del estilo barroco: se
trata -d ic e —de lograr en la pronunciación de las palabras el
gesto capaz de “de sp ertar la pasión que está dormida” en
ellas, de en c o n tra r el dram a escondido en el sigmiicadu di
un texto. Lo que in ten ta el artista barroco e< uinvertir er.
experiencia vivida la experiencia vital cristalizada cr. - I uni­
verso ele las proporciones clásicas que había sidi :n\ -u | (
p o r el Renacim iento. Q uisiera descongelar sus cáivcio. des­
p e rta r el dram a que dorm ita en el orden de las pn -poR io­
nes clásicas. De lo que se* trata para él, en primer luuar. e- ríe

93
buscar y en c o n tra r el conflicto que se esconde e n la perfec­
ción de su m esura.
Los desfiguro* a los que se ve obligado el ideal de las pro­
porciones clásicas en m anos del Spagnoletto y su Teísm o ibé­
rico", p o r ejem plo, lo p o n en en cuestión, pero -c o m o diría
el co n d e S alina- no para rechazarlo sino p ara reafirm arlo.
A golado el program a renacentista, en el que lo clásico debía
ap o rtar una verklarung, una transfiguración idealizadora d e la
realidad, Ribera, com o Velázquez, em p ren d ió la aventuia de
p in tar "la vida mism a”, de ir directam ente al m odelo del que
se suponía que lo clásico es la quintaesencia, y en co n tró
que onde m ejor coincidían o se encontraban la vida y lo clá­
sico era justam ente en la representación d e la realidad a
través de lo con trah ech o y esperpentico o a través d e una
representación que llevase en sí misma su propia negación.
El col o i (lo dinám ico) rebasando el dibujo (lo estático); lo
p ro fu n d o d e la representación invadiendo su superficie;
lo no represen tad o haciéndose presente com o inq u ietu d
de lo re-presentado; el todo de la representación refuncio-
nalizando las partes; lo indistinto desdibujando lo diferen ­
ciado: estas cinco características, q u e Wolfflin destaca en lo
barroco il com pararlo con lo renacentista, son todas ellas
respuestas a la necesidad d e poner a /nueba las fot mas clási-
<as, de explorarlos extremos en tre los que se desenvuelve su ca­
pacidad de d ar cu en ta de una sustancia h u m an a que era a la
vez idéntica a la antigua y radicalm ente d iferen te de ella. La
ornamentación musical de Corelli reglam enta la búsqueda de
una intensa fibrilación y reverberación en que la arm o n ía resul­
ta de contraposiciones y contrastes ap aren tem en te insalva­
bles, en que los en cu en tro s sólo se dan en los descuellen-
tros.
L1 segundo nivel del estilo barroco, el q u e lo com pleta, es
aquél en el que la puesta a p ru eb a del canon clásico se ( on-
vierte im perceptiblem ente en una reconstitución del mismo;
en el que la sobrexigencia ejercida sobre el código d e las for­
mas occidentales desem boca en una re-semiotización del
mismo. Es el nivel q u e se percibe en la experiencia vertigi­
nosa de la razón que para al ii m arse com o tal tiene que pasar

94
I.i prueba de la auionegación; la experiencia del especiad«>i
de Las Meninas que para p o d er m irar ad ecu ad am en te el c ua-
d ro debe pasar a form ar parle de lo q u e se m ira en él.
La diferencia e n tre el estilo b arro co d e los países sc/ften-
hionales v el de los meridionales d ep en d e sin d u d a del grado
muy diferente en <|iie el rlhos barroco p red o m in a sobre los
•uros ethe m odernos, <»se subordina a ellos, en las vidas socia­
les respectivas. lY ro n o hay <|ue olvidai «|ue m u ch o de lo ca-
i acierístico del bai roco mei idional se deb e al hech o de. <|ue
- d e m anera bástante parecida a lo «|iie atonte« ió con el rea-
lism o en el m u n d o c o n te m p o rá n e o o rg an iz ad o p o r el
"socialismo l eal"- l ite algo así com o el estilo o/idal de la Igle­
sia Católica después del Concilio «le T ien to , un elem en to
clave «I«1 la ¡tropaganda Jid/’<\c la C om pañía de Jesús y su p ro ­
vecto di* renovación del catolicismo y de m odernización
católica <!«• la sociedad. Parece sei que lo «|tie atrae a los
jesuítas «'íi el estilo barroco es su capacidad «le provocar
experiencias radieah n en te ambivale n tes, estados d e vértigo
en situaciones en que los contrarios se in terp en etran , se
< unJm iden o se m e /d a n . Lo cierlo «'s que las obras barrocas
ofrecen para ellos.la posibilidad. m aravillosam ente “útil", no
sólo de representar sino de escenificar v.1 con tac lo o la u nión,
<-n un solo coiilinuum, «le la dim ensión terrenal y la d im en ­
sión celestial, «leí m undo hum ano \ el m u n d o divino, de la lu­
m inosidad y las tinieblas, d e la virtud y el pecado, d e la vida
v la m uerte. Caulli decora la bóveda del Ccstt en Roma, el
tem plo que servirá d e m odelo para casi todos los dem ás «le
la C om pañía, con un Triunfo del nombre de Jesús (m onopoli­
zado poi ellos después de duras batallas con las otras orde-
nes religiosas) que fascina «!«■ tal m anera al feligrés, «jue lo
lleva a un no saber misiito: ¿es el m u n d o terrenal el que
asciende a la dim ensión de lo divino o es el m u n d o celi *iial
«rl q u e desciende a la dim ensión hum ana? 11 segundo nivel
del estilo barroco perm ite a una dram aticidad decid id a­
m e n te cristiano-católica que, en el a< to mism o d e «ie-:
la-dram aiicidad de los cánones que el Renacim ientr • u ••
prestados «leí m u n d o antiguo, los rclnncionalicc «i; .i
a su propio sentido?
Roma \ lo barroco

La voluntad de form a barroca tiene distintos focos d e cons­


titución, cada uno de ellos d iferen te de acuerdo a la zona o
la dim ensión del m u n d o de la vida d o n d e tiene lugar la
experiencia de la necesidad del cilios barroco. Tal vez en
n in g ú n lugar com o en Roma la experiencia práctica ele­
m ental del d a r form a -m an u factu rar, p o n e r en palabras,
etcétera ha llevado a exagerar el énfasis en el hecho, p o r lo
dem ás indudable, de que ese dar forma no consiste tanto en
inventar o crearformas antes inexistentes com o en un re-formar
lo ya foi m ado, en un h acer de una form a p reexistente la sus­
tancia del pro p io formar. Basta con asum ir esta exageración
pro to b arro ca de la situación rom ana p ara convertirse en
barroco.
I lay ciertas sociedades y ciertas situaciones históricas que
son más propicias que otras para la aparición del cilios b arro ­
co y la voluntad d e form a que le es propia. realidad am eri­
cana del siglo XVII, p o r ejem plo, plantea p ara los sobrevivien­
tes de la u topía fracasada del siglo XVI la necesidad d e vivir
una existencia civilizada q u e se plantea e n principio com o
im posible. Hay, p o r un lado, la im posibilidad di- llevar afie­
lante la vida am ericana com o u n a prolongación de la vida
europea; ab andonados a su suerte p o r la C orona, ser es-
panol para los criollos no es cosa de dejarse ser sim plem en­
te sino de conquistarse día a día y cada vez con más dificul­
tades. Hay tam bién, poi o tro lado, la im posibilidad de llevar
adelante la vida am ericana com o u n a reconstrucción de la
vida prchispánica; diezm ados p o r las masacres y p o r el des­
m oro n am ien to d e su o rd en social, los indios am ericanos
viven día a día la conversión de ellos mismos y sus culturas
en ruinas, l'.l siglo XVII en Am érica no p u ed e h acer o tra co­
sa, en su crisis de sobrevivencia civili/atoria. q u e re-inventar­
se a E uropa y reinventarse tam bién, d e n tro d e esa prim era
reinvcnción, lo prehispánico. No p u ed en hacer o tra cosa
que p o n e r en práctica el p rogram a barroco.
Hay sin d u d a u n a conexión p ro fu n d a e n tre algo así com o
el “estilo d e vida" de la ciudad d e Roma y el proyecto barro-

06
<<• que va a florecer allí; en Roma se ent ucntran siem pie, a
lo largo de los siglos, las ruinas antiguas que dom inan e n el
paisaje u rb an o ejerciendo un influjo muy peculiar sobre sus
habitantes.
En gran m edida fuero n las ruinas las que prom ovieron el
barroquism o de Roma. A unque eran un peso y u n estorbo
para la rem odelación m o d ern a de la ciudad en el siglo XVII,
eran sin em bargo indispensables. Las ruinas daban resguar­
do y protección a los miserables, m ientras éstos las cuidaban
\ reutilizaban. I .o barroco está en que, para sobrevivir cu ellas,
sus h ab itan tes d eb iero n m im etizarse y co n fu n d irse con
ellas. ¿Q uién era de quién? ¿Las ruinas de ellos o ellos d e las
ruinas?
El trato que Bernini da a los restos -ru in a s o n o - d e la
an tigüedad es típicam ente rom ano y típicam ente barroco.
El respeto q u e siente p o r la ob ra clásica es tan exagerado,
q u e no se co n ten ta solam ente con restau rar o co m p letar
ejem plares de ella ya existentes (d añ ad o s o incom pletos),
sino que le cede sus propios productos (su Cabra AmaUhea,
su Apolo y Dajnc) en calidad de partes de ella, no existentes
de h ech o pero posibles, que vendrían a com pletarla o a
prolongarla en el presente. El cam ino cada vez más desdi­
bujado y difícil que dice co n d u cir a la reviiali/ación del
can o n antiguo lleva im p ercep tib lem en te a B ernini a d a r un
"salto cualitativo", a sustituir la fu en te misma d e la vitalidad
formal.
E ntre otras cosas, en el siglo XVII, Roma era tam bién el pa­
pado, el locus mysticus p o r excelencia: el sitio p o r el que pasa­
ba n ecesariam ente el n ex o m etoním ico e n tre Dios y m i p u e­
blo, la relación de in terio rid ad o co p erten en cia sustancial
e n tre el cielo y la tierra. Sede que volvía en tonces p o r su
dig n id ad p erd id a gracias al ím p etu y Ja estrategia restau ra­
dores que pusieron en ello la Sociedad d e Jesús o el L.tii li­
rism o ibérico organizado p o r los seguidores d e I^nai ; > i:
Loyola.
La C om pañía d e Jesús in ten ta reconstruir el m ui . ía
vida de acu erd o con un proyecto a la vez modere,
co. In ten ta hacer d e los individuos sociales lo q iu «v ,< ■

'.)7
ellos la ineludible potenciación cuantitativa y cualitativa de
ía piodiu <ion y el consum o d e los valores d e uso; convertir­
l o s c u hom bres "que ganan el m u n d o ”. P ero su in ten to se
basa en una hipótesis q u e afirm a que, en ciertas circu nstan-
( i;is v de cierto m odo, "ganar el m undo" no sólo 110 im plica
p e rd e r el alma", sino incluso “ganarla". C ircunstancias y
m odo de tal coincidencia en tre las m etas celestiales y las
m undanas que n o p u ed en ser otros que los q u e provienen
de u n a repetición y u n a conexión de la acción individual y coti­
diana con la acción mística p o r excelencia, es dc< ir, la que
está siendo ejecutada p o r el p ap ad o ro m an o y su afirm ación
v expansión de la ecclesia cristiana. La estrategia je su íta está
dirigida cen tralm en te a una vivilicación d e la existencia
secular y cotidiana d e los individuos m ediante su organiza­
ción en torn o a una especial experiencia mística colectiva.
Para el Bernini posterior a la crisis que sufre su nom bre
cu an d o el m ecenazgo papal pasa de sus amigos, los Barberi-
ni. a los distantes Pamíili, la nueva fuente d e vitalidad q u e el
catolicism o restaurado p u ed e ofrecer a los cánones clásicos
no p u ed e ser o tra que la de esa experiencia mística; ella
debe ser el sustento d e todo el sentido del m u n d o . Expe­
riencia m ística que el en tien d e a la m anera sensualista, m eri­
d io n al, co m o algo q u e aco n tece p o r posesión co rp o ral
(m etoním ica) -y n o a la m anera septentrional, p o r visión
intelec mal (m etafórica).
l ’na convicción ele la m adurez d e B ernini parece ser la
de q u e el único Dios que el artista p u e d e rep resen tar es
aquel que se m anifiesta en la experiencia h u m an a d e la con­
tinuidad e n tre este m u n d o y el otro; experiencia que sería
ir represen table cuando es propia, p o rq u e 110 es vista sino
vivida, pero que p u ed e ser representada cu an d o es de otros,
porque ento n ces sí es visible, au n q u e sólo sea en sus efectos.
Extasis (Santa ¡cresa), agonías (Beata I.udovica), tránsitos (San
l'rancisco), revelaciones (La verdad) son los motivos a los que
su obra se dedica con m ayor d eten im ien to y p enetración.
M om entos místicos, de mezcla, de am bivalencia, que inva­
den iodo el m u n d o de la representación artística. Seres
am bivalentes: los ángeles del p u en te S an t’Angelo ap o rta n la
solución cristiana d e B ernini al m isterio del Hermafrod)
/« griego que había “rim o d ern ato ” en s u juventud. No son
asexuados, p ero tam poco yuxtaponen solam ente los dos
sexos; son más bien seres am biguos que hacen visible la in­
distinción e n tre lo terrenal y lo celestial, pues en ellos la con­
tradicción en tre lo fem enino y lo masculino está en trance
d e superarse.
Si el a rte trae al te rre n o d e la cotidianidad pragmática la
plenitud im aginaria del m u n d o de la vida -aquella que vivi­
m o s cuando el trance festivo o d e culto nos traslada a la
dim ensión de lo im aginario-, el a rte religioso posrenacen­
tista hace que esta experiencia propiam ente estética regrese
a la cerem onia festiva o de culto y contribuya a su realiza­
ción. M ucho de la m arcada estetización del m undo d e la
vida q u e se observa actualm ente en las sociedades “latinas"
-la plaza pública, p o r ejem plo, de estirpe barroca, provoca
la dram atización de la vida cotidiana (quien pasa por ella
cruza líneas de fuerza q u e rem iten a un scripl que existió
alguna vez o que p u ed e com enzar a existir en cualquier
m o m e n to )- parece provenir de la época en que esa esteti-
zación estuvo al servicio de la ritualización d e ese m undo.
La experiencia estética d eb e ser, según el decreto triden-
tino de 1563, un re c u rso que ayude a la experiencia mística
secular; debe m ostrar cóm o en el rito, de m anera ejemplar,
la divinidad “p u e d e ser captada p o r los ojos del cuerpo y
ex p resad a en colores y fig u ras”. L1 recin to del tem plo
barroco debe ser el lugar del com bate entre la luz. y las tinie­
blas, com o repetició n ritual d e la lu ch a e n tre el bien y el
m al, e n tre Dios y el Diablo. En la Capilla C ornaro de Ber­
nini (Roma, S anta M aría de la V ictoria) puede festejarse
u n o d e los episodios d e esa lucha en los que la claridad
triu n fa sobre las som bras. Se trata d e u n escenario sacra­
m ental que necesita llenarse de una atm ósfera ritual om nia-
barcan te -h e c h a de actos, discursos, músicas, gestos, movi­
m ientos, p in tu ras, vestidos, p erfu m es—, aco rd e con una
e n tre g a enfática d e los p articipantes a la fe en la palabra
reveladora del sen tid o de lo real. La o b ra fie arte, au n q u e
au tó n o m a, está diseñada para que su disfrute en i u an t >tal.

W
com o ocasión de una ex p erien cia estética, d eb a p asar p o r la
participación en u n acto religioso. El g ru p o escultórico que
rep resen ta la iransverberación del am o r divino en el cu er­
po de santa Teresa h ech o cuya intensidad p arece ro m p er
en dos el frente clásico del altar d o n d e aco n tece y ab rirlo
p ara hacerse visible a la capilla y la n av e- se en cu e n tra en el
ce n tro de la atención. Lo único q u e falta p ara q u e la o b ra
esté realm en te allí es esa aten ció n , la disponibilidad d e la
percepción. La mism a que, sin em bargo, sólo p u e d e darse
com o respuesta a u n reto: q u e q u ien observe la o b ra se co n ­
vierta en creyente.

100
5. La actitud barroca en el discurso filosófico
m oderno

Denn n gibt zwei ¡MbyrinUie fü r den menschlichen


(>nst: d o ' eine bt trifft dir '/.asa imms>lz,ung des Kon­
tinuums, das an do dos Ui-w/i der Freiheit. Das eine
ji ii das andre abei entspringt aus derselben Quelle,
nämlich aus deut Begiiff des Unendlichen.
( iotilried W. l.eib n iz

l'.n sus lecciones sobro I.cib u i/, M ariin H eidegger reconoce


una especial densidad en el p ensam iento filosófico m o d er­
no y la atribuye a la necesidad que tiene éste de problem ati-
zai su tradición cristiana, de asum ida \ al mism o tiem po
to m ar distancia frente a ella.2
En efecto, la nueva filosofía im plicaba un in ten to de
reform ular radicalm ente no sólo la tem ática sino los m odos

1 "Pues hay d o s laberintos para e l espíritu hum ano: el m ío atañ e a la


co m p o sició n ele lo con tin u o : el otro a la esen cia d e la libertad. P ero u n o
v o tro salen d e la m ism a iu en to . es decir, del c o n cep to d e lo infinito."
- Martin H eidegger, Der Salz w in Grund. P fullingen, 1957, p. 123. Insis­
tien d o en esta idea, podría d ecirse q u e ja g ran aporía d e la filo so fía m o­
d ern a está en su im posibilidad d e deshacerse d el sign ificad o "Dios'- -v.\
q u e tod o el e d ificio de su discurso se venga abajo. " M u erto p -.iesiu "en: re
paréntesis" m etód icam en te. D ios sigu e ejercien d o una gi.ivji.u.:-'-:! ■; : iv
p ero in d u d ab le en su aparato con cep tu al: el “cadáver" ele Die >
vacío" de D ios perm an ecen . Más "sabios”, tal ve/.. \ n o m er.n- .. i i - ; !
los fund ad ores de- la filosofía m od ern a, los teó lo g o s "de : a-
ma", a partir d e Luis d e M olina, intentaran cuplir la revoit...:* .. .. . :;.a
d el discurso reflexivo, p ero sin p o n er " en n e p a r é m o i- .* .• - . nu ­
c ie n d o la inevitabilidad d e su c o n c e p to p ero aiirm n u d o l.\ /.dr.d d e
su re-d efin ición radical.

101
I
mismos del discurso filosófico; in ten to que, de u n a m anera
o de otra, tenía que pasar p o r u n a revisión de la tradición
filosófica, en especial de aquella original, la de la G recia
antigua. Se trataba, sin em bargo, de un recurso a los o ríg e­
nes que 110 podía hacerse d e m an era directa; que debía atra­
vesar p o r una crítica d e la instancia adm inistradora de esa
tradición: la filosofía teológica y su form ulación más acaba­
da, la escolástica medieval.
Vista com o un fen ó m en o de la historia de la cultura y
valorada de ac uerdo a la función que cum plió en ella, la filo­
sofía teológica d e la Edad M edia aparece com o u n o de los
principales factores del surgim iento de un nuevo con ju n to
“clásico” de cánones discursivos, el de la cultura p ro p iam en ­
te europea. E jecutora de la necesidad de unlversalizar el tex­
to m ítico judco-cristiano, el de los dos Testam entos de la
Biblia -te x to que p o r definición estaba atado a las singulari­
dades de u n a lengua y una cultura n aturales-, fue sin d u d a
u n a construcción autoritaria. Fom entaba, desde su altura
esotérica, el ejercicio libre ele la razón individual, pero al
m ism o tiem po guiaba a ésta para que en co n trara p o r sí mis­
ma los lím ites irrebasables de su acción; fue así una especie
de lecho p ro tecto r bajo el que se gestó len tam en te todo un
m odo peculiar de usar la razón, toda una nueva discursivi-
dacl; aquella que, m odernizada de una cierta m anera, habría
de ser más tarde uno de los secretos de la europeización
indetenib le del m undo.
M irada en sí misma, en cam bio, la filosofía teológica se
p resen ta com o u ñ a creación sum am ente frágil e inconsis­
tente. Si algo la caracteriza en su constitución es el in ten to
de llevar a cabo u n a com binación de dos intenciones teóri­
cas incom binables - la filosófica, de un lado, y la teológica,
de o tr o - y de hacerlo, adem ás, con el fin de que u n a de ellas
subordine a la otra: philosophia, ancilla (ficología?. Se trata de un
hecho discursivo híbrido q u e p u ed e ser calificado de con­
tradictorio en sí mismo deb id o a que p rete n d e la in terp e­
netración d e dos tipos d e producción de verdad com pleta­
m en te heterogéneos: el de la sabiduría o riental, que se
alcanza a través de u n a h e rm e n éu tica de la revelación

102
(m ito), y el ele la sabiduría occidental, que se o b tien e a
través de una crítica de la misma. Pretcnsión que, sin <•'
im pulso histórico cultural que la sostuvo, sería en realidad
doblem ente absurda: la in terp retació n d e la palabra divina
no necesita po r sí misma de un logas que verse sobre la esen­
cia de Dios (una leo-logia); y nada es más ajeno al togas
filosófico, que se p reten d e de-velador, que u n a d o ctrin a en
la que la verdad ya está revelada.
E ntre los cánones que la yuxtaposición de la teología y la
f ilosof ía aportó a la nueva n adie ión “clásica" del saber e u ro ­
peo se en cu en tra uno en especial, de resonancia platónica,
que nos interesa subrayar aquí; según él, el h echo de q u e un
discurso sea adecu ad o en el plano gnoseológico -q u e sea ati­
nado. revelador, v erd ad e ro - incluye necesariam ente (o d e­
be incluir) el que sea tam bién, de m an era inm ediata, un dis­
curso adecuado en el plano ético -q u e sea constructivo,
conveniente, bueno. Se trata de un canon cuyo destino en la
historia de la filosofía m o d ern a resulta especialm ente ilus-
trativo de uno de los rasgos más característicos d e la tota­
lización civili/atoria que llamamos m odernidad: el hum a­
nism o, en te n d id o com o la ten d en cia del ser h u m a n o a
inventarse una idea d e sí mismo com o “m edida de todas las
’cosas”, v rio sólo en el plano cuantitativo com o constante
p roporcional de las m agnitudes naturales, sino com o crite­
rio cualitativo capaz de d efin ir la realidad misma de lo real.
El nuevo “re d a m o para el pensar" que dio lugar a la apa­
rición del discurso filosófico m od ern o difería radicalm ente
de aquel que había dado lugar a la filosofía teológica. Aque­
llo que es motivo d e la extrañeza v el asom bro lilosóficos,
que despierta la voluntad de conocer y sim ultáneam ente la
crítica d e esa misma voluntad, había dejado de estar reclui­
do en el texto de ja revelación, en el dogm a, v se p iesem aba
cada vez con mayor intensidad y frecuencia fuera de él. en
fenóm enos q u e n o había captado y para los que no disponía
de nom bres. Va no era la vida eclesial, cerrada -<<i e sí
misma y de espaldas a la vida terrenal y su historia, i Iu -. h
desde d o n d e se accedía a ese extrañam iento, -irn • l.t vida
citadina, p reocup ad a con las cosas terrenales - i on sus pío

la s
i ,W .M „V Iw cW w
blem as técnicos, sociales \ p o líticos-y abierta a la historia d e
un m u n d o de la vida que se en co n trab a en pleno proceso
d e recom posición general.* I a nueva figura del m u n d o bri­
llaba sobre el trasfondo de un gran desvaim iento de la figu­
ra vieja. Su rasgo característico, la presencia activa e indivi­
dualizada d e una sujetidad voraz, d o tad a d e u n a voluntad
apropiativa libre, es decir, abstracta, indiscrim inada e insa­
ciable, se destacaba sobre el anquilosam iento y la debilidad de
una voluntad colectiva de salvación eterna, que hacían del
libre albedrío individual un simple trám ite d e acepta« ion de
la miseria y el sufrim iento.
Podría llamarse cfñsícniologmno al m odo en que el hum a­
nism o de la civilización m o d ern a se hace p resen te en el
te rre n o del discurso filosófico. P resu p u esto en la vida
m o d ern a v en la construcción q u e ésta hace d e su m u n d o
com o "sujeto p rim ero y auténtico", com o “fu n d am en to s o ­
bre el que todo se constituye".‘ el H om bre se alirm a líen te
a lo otro convertido en Naturaleza, en algo que está ah í .sólo
en la m edida en que responde al reto d e su actividad ap ro ­
piativa.'’ Reto técnico que alcanza su m ayor p u re /a en la
cient ia experim ental, en el disi urso que p ro p o n e represen-
tai iones cuantiíicables de lo desconocido, es decir, im áge­
nes cuya capacidad de hacerse de las cosas al representarlas
- \ fie provocar p o r tan to seguridad v certeza en el au to i de
su form u lació n - puede ser puesta a p ru eb a y m edida com o
lo es la productividad d e un instru m en to d e trabajo. Más
aún que en la transform ación de la cu ltu ra política, el ím pe­
tu y la libertad de despliegue del hum anism o m odei no se da

'(I r . Dcrnard di* G roethuysen, /*/'• Entitahung dar bürgntichrn Wcll mui
¡n h a n k rrid i (1 9 2 7 ), Suhrkam p. Frankfurt a. M., 1972,
t. 1. |>. 228.
1 Martin H d d c g g c r , Die / Vil <lo W rlíiildn. e n JfoLurge, Frankfurt a M.,
1957. pp. 80-81: D ir Fragt nach d tt Trthnik, en Vortrüga und Aufsñizt. Pfnl-
lin g cn . 1954, pp. 2-1*28.
’ I a naturaleza se presenta c o m o un cú m u lo d e cos;is dotadas d e un
valor de uso q u e lo es ú n icam en te para la prod u cción ; d e cosas q u e .sólo
existen co m o sop orte del trabajo h u m an o e n g en era l, de aquellas sustan­
cias q u e. al valorarlas para el m ercad o, las estab lece c o m o dotadas tam ­
bién d e un d eterm in ad o valor d e u so para el disfrute.

104
en el desarrollo d e la técnica exigida p o r el productivism n
abstrac to y en el cultivo d e su quintaesencia: la ciencia «•»»
nio investigación, esto es, com o descubrim iento, conquista \
ocupación de lo o tro p o r la im aginación cuanuficante.
I I secreto de toda la recom posición m o d ern a del m u n d o
parecía po r ello co ncentrarse en el ejercicio d e la facultad
'cognoscitiva del ser hum ano v e n los resultados del mismo;
era el supuesto del que partieron los fundadores, Francis
bacon y Rene Descartes. De las más form alizadoras a las más
em palicas, las distintas m odalidades del conocim iento llega­
ron a co m p o n er el nuevo tet ren o en el que lo ex trañ o y sor­
p ren d en te que aficiona a la f ilosofía se daba d e m anera p ri­
vilegiada. ; C uánto hay de realism o y cu án to d e ilusión en lo
q u e conocem os? ¿Q ué en ello es innato y q u é p ro p iam en te
adquirirlo? 1.a preocupación poi la consistencia, las varieda­
des v los alcances del “mejor" de los conocim ientos, el co n o ­
cim iento científico, se presen tó com o la preo cu p ació n más
genuina de los filósofos, y una tendencia epistem ologista
resultó entonces ineludible en su quehacer. U na tendencia
qu e se volvió incluso excluyem e, q u e inten tó opacar, subor­
dina! o elim inar las otras tendencias de la in q u ietu d filosó­
fica y que ha llegado a carac te ri/a r el m odo p red o m in an te
de ejercicio del discurso filosófico en la época m o d ern a.
<;Ks posible, e n general, sin traicionar la in tegridad del o b ­
jeto de la inquietud filosófica, tratar d e m anera in d e p e n ­
dien te el con ju n to particular ríe cuestiones que atañ en al
en ten d im ien to hum ano? En una rebeldía plenam ente justi­
ficada £ o n tn y la envcjccidafsujecíÓTfdel problem a de la ver­
dad discursivy^las soluciones que los problem as del m ante­
nim iento del o rd en religioso del m u n d o recibían desde el
texto de la revelación divina, la filosofía epistem ologista se
inauguraba con u n a ro tu n d a respuesta afirm ativa a esta pre­
gunta. 1C1 p ro b lem a de la verdad (atingencia) del discurro
p u ed e y d eb e tratarse con in d ep e n d e ncia respecto del pro-
filema de la b o n d ad (conveniencia) d e su ejeu ic: ■ -así
com o tam bién respecto del problem a d e la b e lli/a •viven­
cia) del mismo. A firm ación q u e im plicaba, poi supuesto,
o tra anterior, g en eralm en te tácita: la actitud m oral ante el
m u n d o (así com o el disfrute estético del m ism o) n o m antie­
ne ninguna relación ontológica de interioridad o d e consti­
tución recíproca con la apropiación cognoscitiva que hace­
mos de él.
No todo, ni siem pre lo mejor, ha sido sin em bargo episte-
m ologism o en el discurso filosófico m o d ern o . M arginales
-vencidos, d esech ad o s- otros m odos d e este discurso se
en cu e n tran tam bién presentes en su historia." t i episiem o-
logista ha sido el m odo central po rq ue ha sido zeiigemdss, ha
cam inado con la época o con lo que ha p red o m in ad o en
ella, el hum anism o. P ero ju n to a él, unzeitgemass o a co n tra­
co rrien te de la m archa del “progreso", otras propuestas de
discurso filosófico han hablado a p artir de otros proyectos
de construcción m o d ern a para el m u n d o de la vida; proyec­
tos que sólo llegaron a realizarse a m edias o que se realiza­
ron y fu ero n después rebasados p o r el proyecto de la m o d er­
nidad capitalista actualm ente establecido. A una d e ellas es
tal vez posible d en o m in ar "barroca”.

Resulta im posible hacer m ención de un h echo h u m ano, sea


éste del rem oto pasado o incluso del presente, sin legenda-
rizarlo, sin adjudicarle u n a función d e n tro del relato de
otros hechos q ue, junto con él, estarían co m p o n ien d o un
dram a digno de narrarse, un “cu en to real”, más o m enos ex­
plícito y coh eren te. Por esta razón, construir el co n cep to his­
tórico de ese hecho, convertirlo en un acontecim iento expli­
cativo \ explicable, es siem pre únicam ente algo así com o
recoger el cristal que una determ in ad a clave rae ional d e cris­
talización ha logrado form ar a p artir de la m ateria proteica

' Cabe ad ven ir q u e las obras tic los filó so fo s co n creto s o los ep isod ios
con cretos di* discusión y creación filo só fica n o se in scrib en d e m anera
total o n o co in cid en p len a m en te co n u n o u otro d e estos m o d o s d el filo ­
sofar: por el contrario, su riqueza sin gu lar reside ju sta m en te en el h e c h o
de q u e el p red om in io d e u n o d e estos - e l cp istc m o lo g b in o . en este casó­
se da e n ellos c o m o una ten d en cia q u e es el resultado d e un c o n flicto per­
m an en te con los otros m od os alternativos.

106
e inasible ele su versión legendaria. Así sucede con ese lu-< lio
del siglo XVII eu ro p eo que consiste en el protagonism o d
una cualidad d en tro del m u n d o de la vida, la cualidad de “lo
b a rroco".
Un cierto m odo d e com portarse, de ejercer la capacidad
de “d ar forma" a los actos y a las cosas, de arreg lar el espacio
y de o rd en ar el tiem po parece perfeccionarse, fortalecerse y
prevalecer en ciertas sociedades de esta época. A dopta dife­
rentes configuraciones particulares de acu erd o a las tradi­
ciones culturales d e las distintas regiones, a las distintas cla­
ses sociales y a los distintos cam pos d e la actividad hum ana.
Se trata de un m odo de estar en el m u n d o cuya distinción y
jerarqui/ación en tre el plano “del contenido" y el plano
‘Jornia" fue juzgad a p o r el discurso d o m in an te com o unila­
teral en dirección “formalista" o “retoricista”, com o una des­
viación escandalosa del m odo de hacerlo q u e se suponía
propio de la esencia hum ana; com o ja expresión de un "mal
gust<)” fundam ental, fie un intento fracasado de co m p o rtar­
se "com o es debido".7 Lo barroco era la nueva versión, ja ver­
sión m oderna, del “mal gusto"; su fracaso consistía en un
e x a g e ra r-y no, com o antes, en un q uedarse c o rto - en el uso
de la form a para d o m ar el contenido. El m odo de ser b arro ­
co no era propio del hom bre natural, del cam po, hostil al
artificio, sino pro p io del h o m b re civilizado, citadino, hostil
a la sencillez.
El adjetivo "barroco” sólo dejó de ser 1111 m ero vehículo de
esa intención peyorativa y pasó a sustantivarse en calidad
de descripción -si se q u iere im precisa e incom pleta, pero de
Todas m aneras d eslin d an te- del espíritu largam ente incom-
p ren d id o di; una época histórica cu an d o la teoría del arte lo
sacó del cam po de la crítica artística, d o n d e su uso no había
sido ab an d o n ad o , y com enzó a em plearlo para caracterizar
lodo un estilo, una época estilística o un p erio d o di- la ¡¡i'-. -
l ia del arte.8 Sólo en tonces apareció el problem a de ..t del’i-

7 Cfr. José A n to n io Maravnll, La cultura del barroco, Ariel. Ixu . \ \ :w


1980. p p . 187-90.
s Criticada y tal vez su p erad a en m u ch os aspectos, la obra d e H ein n ch
W olíílin —sob re to d o Henvaisiance und fíaiock (1908) y Km. • >.

107
ilición de lo barroco. La ten d en cia esp o n tán ea del discurso
reflexivo a la Icgendarixación se vio en fren tad a a una confu­
sa lista d e obras, docum entos y supervivencias d e to d a clase
—artísticos, literarios, del uso social e incluso d e la actividad
p ro d u ctiv a- que ostentaban la fam a de barrocos y que ya no
se dejaban identificar com o sim ples objetos del “mal gusto
m o d e rn o ”; u n a lista p o r debajo d e la cual ella debía sospe­
char la presencia escondida d e u n h echo dram ático que le
daba sentid o y se expresaba en ella.
;Kn q u é consiste lo barroco? M uchas h an sido d u ran te
este siglo las claves de inteligibilidad que la teoría y la histo­
ria de la cultura y el arte han pro p u esto para consu mí una
im agen conceptual co h ere n te a p a rtir del m agm a de h e­
chos, cualidades, rasgos y m odos co n sid erad o s propios,
característicos o peculiares d e lo barroco, (lom o es usual, al
p ro p o n e r su principio de problcm atización de este p an o ra­
ma desbordado, todas ellas p o n en p rim ero en ju e g o distin­
tas perspectivas de ap reh en sió n del mism o, las com binan de
d iferente m anera y enfatizan alguna d e ellas.'1 T ien en en
cuenta, p o r ejem plo: a] la elección que hace de una p ro ­
puesta de donación de form a d en tro d e las m uchas que
p o n e n e n ju e g o el sistema de form as que prevalece tradicio­
nalm ente; b] la e le a ión que hace de u n a figura particular
p ara el “sistem a de las artes", p ara la am plitud, la consisten­
cia y la jerarq u izació n q u e éste implica; c] el tipo d e relación
q u e establece en tre los con ten id o s lingüísticos y las formas
no lingüísticas; el 1 el tipo de relación que establece con la d e n ­
sidad mítica del lenguaje y con la densidad ritual d e la ac­
ción; etcétera.

Gmndbegñffe (1 9 1 5 )- n o deja d e ofrecer la descrip ción m ás sistem ática y


ele ser por ta m o la teoría d e referencia in d isp en sab le d e to d o tratam ien­
to d e lo barroco e n el arte.
1 C orrado Ricci (1 9 1 1 ), I leinrich W ólfílin (1908 y 1915), H enedetto
(."roce (1929 ), W crncr Weissbach (1921). E u gen io D ’Ors (1 9 2 3 ), lle n r i
F ocillon (1 9 3 6 ), Emile Mále (1 9 5 1 ), Luciano A n ccsch i (1 9 5 9 ), Víctor
Tapié <1957), H elm u t H a i/fcld (1927-72). José I-ezama I. (1 9 5 7 ), José
A n ton io Maravall (1 9 7 5 ), Santiago Sebastián (1 9 8 1 ) son lo s au tores más
representativos d e las distintas ap roxim acion es al fen ó m en o d e lo barroco.

108
Para sostener la idea que pro p o n em o s en esce trabajo
resulta conveniente m irar liacia lo b arro co tal com o se p re ­
senta en la prim era d e estas perspectivas de p ro b lem ati/a
ción.
I.a asociación e n tre ética p ro testan te y capitalism o, sum a­
d a a la convicción de que es im posible una m o d e rn id ad que
no sea capitalista, h a llevado a la idea de que la única form a
im aginable de p o n e r un o rd en en el revolucionam iento
m o d ern o de las Tuerzas productivas de la sociedad h u m an a
es la que viene dictada p o r la “ética p ro testan te”.1" Sin
em bargo, un exam en más aten to de la historia del capita­
lismo, de aquello respecto de lo cual la ética p ro testan te
revela sei más realista, más ad ecu ad a o acorde, m u estra que
éste ha sido susceptible d e otras aceptaciones y otros acu er­
dos, sin duda m enos realista, pero n o m enos reales.
I.a form a objetiva del m u n d o m o d ern o , la que deb e ser
asum ida ineludiblem ente en térm inos prácticos p o r todos
aquellos que aceptan vivir en referencia a ella, se en cu e n tra
d o m in ad a por la presencia de la realidad o el h ech o capita­
lista; es decir, en últim a instancia, p o r la presencia d e un
conflicto p erm an en te en tre las tendencias contrapuestas de
dos dinám icas sim ultáneas, constitutivas d e la vida social: la
de ésta en tanto q u e es un proceso de (iabajo y de disfrute
en torno a valores de uso, por un lado, \ la de la reproducción
d e su riqueza, en tanto que es un proceso de "valorización del
valor abstracto” o acum ulación de capital, p o r otro; conflic­
to en el que, de m an era p erm an en te, la prim era se sacrifica
a la segunda y se som ete a ella. Se trata de u n hecho inevi­
table, q u e debe ser integrado en la construcción del m u n d o
de la vida, en el elhos o co m p o rtam ien to esp o n tá n e a q u e ase­
gura la arm onía usual de la existencia cotidiana, y que es
integrado, efectivam ente, p ero no de una sola m anera, sino
de varias.
A la m anera más realista de asum ir com o “n at'.r.a f el

10 Es );i idea q u e subyace e n la fam osa obra de Max W eix i. 1> ■.


tantisdteE ihik und d n Grisi d a KnpitaHsmus, y q u e prevalece e n ... i:¡..u . i.t
d e las obras que tratan la "cultura d el capitalism o'.

109
hecho capitalista (la que inspira la ética protestante), que con­
sidera que la vida del valor de uso está p len am en te rep re­
sentada p o r la vida del valor capitalista, q u e reconoce una
eficacia y una b o n d ad insuperables en la conjunción de
am bas y afirm a la im posibilidad d e u n m u n d o alternativo, se
o p o n en otras -c o m o p u ed en ser la m an era clásica o la ro­
m ántica-, en tre las q u e conviene destacar aquí, ju stam en te,
la m anera barroca. El arte b arroco p u ed e prestarle su nom ­
bre porqu e, com o él - q u e acepta la incuestionabilidad del
canon form al, p ero lo em plea d e tal m an era q ue, al desp er­
tar el gesto petrificado en él, revitaliza el conflicto salvado
p o r esa incuestionabilidad-, ella tam bién es u n a "aceptación
de la vida hasta en la m u erte".11 Es una estrategia d e afirm a­
ción de la corporeidad del valor de uso que p arte del reco­
nocim iento cíe la misma com o sacrificada para -in v in ie n d o
com o b u e n o el "laclo malo" p o r el que avanza la lnstoria-
hacer de los restos del sacrificio el m aterial de u n a nueva
corporeidad.
Es decir, com o u n a voluntad de form a atra p ad a en tre
dos tendencias co n trap u estas - la del d esen can to respecto
del co n ju n to de las posibilidades clásicas, es decir, “n atu ra­
le s" o espontáneas, de d ar form a a la vida y la de la afirm a­
ción del m ism o com o in s u p e ra b le - y e m p e ñ a d a en el
esfuerzo trágico, incluso absurdo, de conciliarias m ed ian te
un rep lan team ien to d e ese co n ju n to co m o d ifere n te y sin
em b arg o idéntico a sí mism o. Lo barro co p arte d e la n ece­
sidad de la transgresión com o síntesis del rechazo y la fid e­
lidad al m o d o tradicional de tra ta r las cosas com o m aterial
conform able; p ero m ientras su h erm a n o gem elo, el m anie­
rism o, hace d e la f idelidad un p rete x to del rechazo, él en
cam bio hace de éste u n in stru m en to d e la fidelidad. El
co m p o rtam ien to b arro co se desdobla, en verdad, en dos
pasos diferentes, d e sen tid o co n trario , p ero sim ultá n eos.

11 l'.sic rasgo, q u e co in cid e con la d efin ició n q u e G eorgcs Uataillc da


del erotism o ( l.'erotism ■. M inuit, París, 1957, p. 19), c o n ec ta la actitud
barroca con un a afirm ación constiiutiva d e lo h u m a n o e n m e d io d e "lo
otro".
Los innum erables m étodos y pro ced im ien to s q u e se inven
ta para llevar las formas creadas p o r él a un estado d e intensa
fihrilación -lo s m ism os que p ro d u cen aquella ap ariencia
"bizarre” (ornam entalista, exagerada y ab so rb en te) que lo
d istin g u e- están encam inados a d esp erta r cu los cánones
clásicos, que él tiene p o r absolutos, u n a d ram aticid ad o ri­
ginaria q u e sospecha d o rm id a en ellos. D esesperado an te
el ag o tam ien to de la única fu en te posible de sen tid o obje­
tivo. la som ete a u n a serie de pruebas o ten tacio n es desti­
nadas a restau rar en ella una vitalidad sin la cual la suya
p ro p ia carecería d e sustento. Sin em bargo, al m ism o tiem ­
po, la introducció n de una m odificación significativa, de
un sesgo propio , que él hace in elu d ib lem en te al d esp ertar
Ja dram aticidad clásica, tiene ella mism a u n a d ram aticid ad
p ro p ia, que no es derivada y que incluso es tal vez la única
que existe re a lm e n te .1-' l*or esta razón, el co m p o rtam ien to
b arro co p arte de la desesperación y term in a en el vértigo:
en la experiencia de que la p len itu d que buscaba p ara sacar
de ella su riqueza no se llena ’d e otra cosa que de los frutos de
su pro p io vacío.
.Combinación conflictiva de conservadurism o c inconform i­
dad, de respeto al ser y conato nadificante, el com p o rta­
m iento barroco en cierra una reafirm ación del fu n d am en to
de toda la consistencia del m u n d o , p ero u n a reaf irm ación
que, paradójicam ente, al cum plirse, se descubre fu n d an te
de ese,fundam ento, es decir, fundada y sin em bargo co n fir­
m ada en su propia inconsistencia. Descrito de esta m anera,
el co m portam ien to barFótü que se m uestra en la actitud de
una voluntad de form a artística respecto del universo de for­
mas estéticas establecido resulta hom ólogo del ethos que
caracteriza uno de los distintos tipos de m o d ern id ad que se
han presentado históricam ente.I:<

•-Cl’r. Walter Benjamin, Ursprung des deutsclicn '/ra n o spit's • ’ ' ' . i . v.thr-
kamp, Frankfurt a. M.. 1972, p. 100.
n Cfr. B. E cheverría, "M odernidad y capitalism o”, e n Braudcl
Center. B irm ingham , 1993.

111
3

La actitud h a n oca se hace p resen te en el discurso filosófico


m o d ern o a partir de la tradición de aquella teología especial
que fue alentada "por la C om pañía d e Jesús d u ra n te los dos
siglos (1650-1850) en que se em p eñ ó en lestaurai -e n con­
tra d e los efectos d e la R eform a religiosa en el n o rte de
E u ro p a - la vigencia cen tral de la Iglesia Católica com o
m edio de socialización v com o en tid ad política.
La C om pañía de jesús partía de un reconocim iento de lo
evidente. La capacidad de la actividad m oral-religiosa de ins­
taurar la socialidad de las com unidades reales había dismi­
nuid o sustam ialm ente: la fuerza de sintn izació n o d e re­
ligam iento d e los individuos sociales había ab an d o n a d o el
tem plo y salido al m ercado, el mism o q u e se o rien tab a ya
po r la valorización capitalista del valor económ ico. El ejerci­
cio del libre albedrío de* los individuos sociales en la co n ­
ducción de su vida -o rg an izad o tradicionalm ente p o r la
Iglesia apostólica sobre la base de una articulación m etoní-
mica con Dios- había dejado de ser un espacio de indeci­
sión. y p o r lanío de constitución, en el que estuviera en
ju e g o el oto rg am ien to de la gracia divina y ju n to con él el
o rd en político de la vida social." Nuevos agentes de un
nuevo m u n d o descubrían en sí mismos u n a voluntad apro-
piativa ilim itada y la volcaban sobre el m u n d o terren al en
p le n o desen ten d im ien to d e esa dim ensión del libre albe­
drío. C reían co m p ro b ar e n la b u en a fo rtu n a del h o m b re d e
em presa que la adm inistración d e la gracia divina estaba ya
decidida (predestinada) d e una vez p o r todas y transform a­
ban el libre albedrío -alig erán d o lo del peso ontológico que
lo agobiaba y le restringía sus posibilidades d e elección en
m ero atrib u to de esa voluntad de apropiación, encauzada
en la búsqueda pragm ática de sus destinos p u ram e n te indi­
viduales.
La utopía de una m o d ern id ad católica, d efen d id a desde
el C oncilio de T rem o p o r los seguidores d e Ignacio de Loyo-

MB ernhard d e G roeih u yscn , o p . cii.. t. n. p. 154.

112
la, p reten d ió , hasta su fracaso definitivo en el Siglo d e l.»s
Luces (o de la Revolución Industrial), o p o n e r a la m archa
caótica e injusta de la vida social m o d ern a -d in am izad a poi
el progreso en la p ro d u cció n y la circulación de los b ie n es-
la acción de un sujeto capaz de in terio ri/aisc en esa m archa,
de dotarla de sentido y de guiarla hacia el bien: la Iglesia.
Sujeto que, po r su parte, sólo podía ser tal efectivam ente si
se reafirm aba en su p ro p ia necesidad y reconquistaba su
propio carácter, el de m ediador de la gracia divina. La pro-
pagando fide de la C om pañía d e Jesús no se en< am inaba sola­
m ente en el sentido de la expansión de la Iglesia en el m u n ­
do social, sino, sobre todo, en el sentido de u n a refundación
y una reactualización de sí misma, es decir, d e su identif ica­
ción con Dios com o presencia efectiva d e lo so brenatural en
su pacto con la com unidad hum ana.
La idea planteada p o r Luis d e M olina v retom ada a su
m anera p o r Francisco Suárez -calificada de h eréd ea por
ortodoxos y p ro testan tes- d e q u e hay una scientia inedia en
Dios, la que conoce el m u n d o en estado de infinidad de p ro ­
babilidades p ero que no es suficiente para d eterm in a r su
efectuación, se encam inaba a d efen d e r la razón de ser d e la
Iglesia insistiendo en aquello que le da su funt ión: la pre-
'seTícia del libre albedrío en el ser h u m an o y su intervención
activa e n el otorgam iento de la gracia divina.1 En efecto, la

r’ El p ro p io M olina, en u n resum en d el fam oso artícu lo 13 d e la cu es­


tión xtv d e su Concordia..., e x p o n e así su idea: "Triplex cst «cicntia m De o .
libera scilicci ut qua scivit crcaturas futuras, q u ac ut p o tu cru m non esse,
quia id p eu d en s a libera D ci volúntate fuit. ita potuit n o n esse in D eo e.»
scientia, quia sinon voluisset cas c o n d e r e, ict n o n scivisset, sed com rarium ,
a u l coniradictorium . S cientia ítem m edia ín ter libcrain ct m ere natura*
lem , qua novil quid per q u o d eu m q u e liberum arbitrium a si- creabi’.e >r.b
quacum q uc rerum cir< um stantia esset futuruin, ex hvpotcsi quoci i.l.id
creare vellet illud collocare. sciturus contrarium , si conirarium ex cacicm
hypotcsi, ut p osset. fuisset futurum . E l m ere naturalis. quain nulki« i:; !>:.•
negat. qua scivit c o m p le x io n es o m n e s necessarias o m n in o . v.' h- ..i .
esse anim al, ti inngula liab crc tres án gulos eq u ales d u ob u s recv> •
miles: ut au tem ciu sm o d i co m p le x io n e s non possut aliter se>c ¡ .1 -
D eu s d e illis n e c scivit. neep otiu t aliud scire. quam re ipsa « r . . 1
el J i m tiaclatus. V enecia, 1611 ).

113
gracia divina sólo p o d rá req u erir u n a entid ad histórica con­
creta de m ediación en el caso de que ella mism a esté aún en
juego y n o sea ya u n a predesúnación o u n destino; sólo que
se en cu e n tre aún en proceso de darse o constituirse y deje
p o r lo tanto al individuo h um ano la capacidad de asum irla
librem ente. Si la Creación estuviera ya term inada, y p o r tanto
el sentido y el valor de toda acción individual se en co n traran
determ inados de u n a vez p o r todas; si h u b iera predestina­
ción, sólo habría Dios en tanto que O b ra de Dios y n o en
tanto que Dios en acto, y la Iglesia resultaría su p erllu a."’
Tal vez en n in g u n a ob ra del discurso filosófico m o d ern o
la actitud b arro ca se p o n e d e m anifiesto con mayor intensi­
dad q u e en la de I.eibniz.17 Es una actitud que tom a form a a
p artir de la vía abierta p o r la teología d e la C om pañía de
Jesús hacia lo que p o d ría llam arse una revitalización del
m aniqueísm o originario que constituye la estru ctu ra d ram á­
tica profu n d a del m ito judeo-cristiano.
I .a teología d e losjesuitas ro m p e con la paz d e esa secuen­
cia establecida p o r la d o ctrin a medieval, de acu erd o a la cual
Dios (la sustancia lum inosa, buena) ha vencido sobre el Dia­
blo (la sustancia oscura, m ala), que se habría in tro d u cid o en
su C reación a través del pecado h u m ano, y lo m an tien e ale­
jado de ella gracias al sacrificio de Cristo. D espierta la viru­
lencia del conllicto que ella esconde: el Diablo estaría aún
en proceso d e ser vencido, no habría dejado de estar activo,
seguiría siendo sujeto -p o d ría invertir el sen tid o d e la C rea­
ció n -; p o r ello, el ser h u m an o puede todavía decid ir e n tre
él y Dios, y sólo al decidir p o r este últim o valida en verdad el
sacrificio de Cristo. La red en ció n sería una em presa que

"* Cfr. G corgcs Friedm ann, Lábniz ci Spitwza, Gallim ard, París, 1962,
p. 260.
17 G ilíes D eleu ze d e fie n d e esta idea en su p en etran te en sayo I s p li. l*¡b-
niz rt le baroque, M inuit, París. 1988. Estas páginas indican « n a m anera de
com pletar la aproxim ación q u e interpreta la p red ilecció n del barroco
b ern in ian o por la form a d el p lieg u e y la co n ecta co n la teoría d e las
m ón ad as y la arm onía universal m ed ia n te otra q u e ve la actitud im plícita
en la voluntad d e form a d e l barroco c o m o una actitud com p artid a por el
filosofar de Lcibniz.
está po r triunfar, p ero que todavía no lo ha hecho; m.
em presa en la q u e el individuo h u m an o p u ed e interveni!
Leibniz pertenece a la tradición m arginal del discuiM«
filosófico m oderno, aquella que n o cree suficiente un aban­
dono de la filosofía teológica que no sea capaz de superar la
interpenetración de lo m oral y lo gnoseológico que hay en
ella, y se contente con desconocer tal interpenetración y cul­
tivar p o r separado alguno de los dos elem entos (o los dos).,s
Lo característico de su pensam iento está ju stam ente en aque­
llo que, desde el m odo epistemologista del filosofar, se ha
visto com o una debilidad accesoria del mismo, en algo que se­
ría una incapacidad de dar el último paso en la ruptura defini­
tiva con la problem ática prc-m oderna del discurso filosófico,
de echar por la borda el lastre teológico y atenerse a la ima­
gen de lo real propuesta p o r el saber científico m oderno.
Leibniz in tenta conciliar la explicación “p o r la causalidad
de la esencia" v^ja explicación “p o r la razón moral". Según
él, la pretensión cíe existir, la tendencia a actualizarse es pro­
pia de todas y cada una de las innum erables m ónadas o sus­
tancias sim ples a las que el en ten d im ien to p uede red u cir la
consistencia del m u n d o . Sin em bargo, no todas las sustan­
cias son “com posibles" con cualquier o tr a - n o todos los posi­
bles Lógicos son com patibles en tre sí-: algunas “s'entrempé-
chent". Mecho que las reduce a la im potencia, las vuelve
incapaces de actualizarse p o r sí mismas y las co n d en aría, en
principio, a p erm an ecer para siem pre com o sim ples posi­
bles. Es necesario un “m ecanism o metafísico" que, d e en tre
todas las series o arm onías que p u ed en d ar u n o rd en a las
sustancias simples, esté seleccionando una que es la única
real. Un m ecanism o que tiene que o b ed ecer a un "raciona­
lismo m o ral” y que no p u ed e ser o tro que la b o n d ad divina,
la decisión divina de crear.1'1 "La incom posibilidad de las
esencias vuelve necesaria una elección inteligente. La causa-
helad lógica tom a la form a de un determ inism o moral. -"

' Cfr. G eorges Friedm ann, o p . cit.. p. 219.


G ottfried W. L eibniz, La Monadlogie, n. 53. en: Essai*
A ubier, París, 1962, p. 199.
*' Jacqu csJalab crt, “In tro d u ciio n “, en: G. \V. Leibniz. op. til., p. 17
i I.cibniz insiste e n el canon de la filosofía teológica que
y i co n fu n d e lo v erdadero (o revelador) con lo b u en o (o con­
veniente). Pero la ontologización de lo etico o eticización de
lo ontológicó q u e está im plícita en el p lan team ien to an te­
rio r no se reduce sim plem ente a reform ular esc canon para
p o n erlo al día. lis el resultado de un m o num ental trabajo de
swinging barroco en el universo de los conceptos tradiciona­
les; un volver obsesivo sobre todos los tem as d e la filosofía
teológica con la intención d e d esp ertar en ellos su núcleo
problem ático: la voluntad fie co m b in ar la def inición (greco­
rrom ana) del ser d e los entes com o presencia espontánea
con la (judeo-cristiana) q u e lo concibe com o presencia pro­
vocada; de ju n ta r la teoría filosófica con la sabiduría h e r­
m enéutica; de llegar incluso a unificar un tipo d e discurso
q u e prefiere confiar en el habla - e n el uso del código y en
la m ilopóicsisr <011 o tro que confía más en la lengua -en el
código y en su coraza de mitos.
No sólo descifrar sino descubrir la totalidad d e lo real
com o Creación: ésta es la pretensión “clásica" del discurso
filosófico desarrollado en la Edad Media del occidente eu ro ­
peo. Ivs la p retensión que Leibniz replan tea al revolucionar
la filosofía teológica p ara convertirla en una "teodicea", en
un alegato en la "causa d e Dios”, destinado a d efen d erlo a
través del exam en d e su obra. Se trata d e u n a revolución
paradójica, en la que la actitud barroca se delin ea con clari­
dad: una destrucción hecha para reconstruir lo q u e d estru ­
ye, v no para sustituirlo. Un proceso que alcanza su punto
culm inante en la puesta en crisis d e esa pretensión "clásica”
y que im plica, p o r lo tanto, u n a rcvitalización del conflicto
e n tre la d u d a y el descreim iento, en tre el convencim iento y
la fe. Q ue trae consigo tam bién el vértigo d e una ex p erien ­
cia en la que el acto de p e rd e r la fe y el d e recobrarla pare­
cen ser u n o solo.
Explicar es clai la t azón suficiente d e la presencia de una
cosa, sin caer en contradicción. Pero basta reco n o cer que
cada cosa es singular, es única e irrepetible, p ara verse obli­
gado a d a r u n paso más en esta definición del explicar.
Explicar deb e consistir n o en decir p o r qué algo existe en

116
lugar de o tra cosa que p o d ría rem plazaría, sino “p o r <jn»
algo existe en vez d e [o antes que] nada" (cur aliquid jx>¡
existat quam nihit)V Explicar u n a cosa a la que n ad a p uede
sustituir es d ar la razón de ser de su singularidad cualitativa.
Llevada a su extrem o, practicada con radicalidad, esta defi­
nición de la esencia del conocim iento h u m ano, que parece
ob ed ecer a necesidades p u ram e n te operativas, llega a topar
con un lím ite ontológico. El m u n d o real y su historia, lo
mismo q u e cada persona real y su vida, es, en su totalidad
cualitativa, único e irrepetible. ¿Cuál es la razóm de ser d e su
singularidad? ¿Por qué es él y n o más bien nada? ¿Cuál es,
en general, la razón de q u e lo que es, tal com o es, sea?
Q ue lo q u e hay sea un plus del “algo" d e u n a sustancia o
qu e sea u n minus d e su "nada" d eb ería ser, en principio, in­
diferente para su percepción. No obstante, así com o el reco­
nocim iento p o r el ojo h u m an o de la representación fotográ­
fica de un objeto sólo es tal cu an d o ella está en positivo
(“revelada") y es en cam bio desconocim iento c u an d o está
en negativo, así tam bién la p ercep ció n d e lo cualitativo sólo
es tal cuando lleva, ella misma, 1111 sentido o tendencia posi­
tivo, u n a preferen cia fundam ental p o r el “algo"; cuando,
para ella, la “n ad a” sólo es concebible com o una dism inu­
ción, una falta o 1111 "desfallecim iento” fiel “algo”. C om o
dice Heidegger,*2 en I.eibniz encontram os, avant la letlre,
un a “crítica de la razón p u ra”. Según ella, la actitud afirm a­
tiva, la aceptación que asum e el heclío de q u e lo que es sea
es la principal o fundam ental condición de posibilidad a
priori del conocim iento hum ano. 1.a existencia m ism a del
discurso requiere del optim ism o. El optim ism o, es decir, la
“com plicidad" con aquella voluntad casual o in fu n d ad a que
está decidiéndose espo n tán eam en te pot el ser y co n tra la
nada, la “com plicidad” con Dios - “Razón universal n Bien
su p rem o ”.
Leibniz n u n ca afirm ó, com o le gustaba decir - e n lr.11 la- a
' r
*■ "P h ilosoph isch c A bhandlungen", vm , en: H. v. C. J. G erhardi. D itp h i-
loiophiidu Schriflen von C. W. Ltibniz, t. vil, Berlín, 1890. p. 289.
tl M a r tin H e id c g g e r , DerSati von Grund..., c it., p. 124.
Voltaire, que "tout allail au m ieux” en el “m eilleur (les m o n ­
des posibles”.-’’ Su optim ism o es relativo. YA mal metafísico
form a p a n e de la creación, p o rq u e la im perfección, la nega-
tividad. la falta de existencia se en cu en tra en todos los posi­
bles.-1 De nuestro m u n d o p uede decirse que “es el m enos
im perfecto ele los mímelos posibles" p o rq u e al m enos exis­
te.-'’ Pero, sobre todo, su optim ism o reside e n la afirm ación
r-"7le que- la singularidad del m u n d o real está en proceso de
y ' configurarse yjj^ie esto acontece a través de una elección
d e n tro de un (am p o abierto de posibilidades de sí misma.
Podem os saber -s e diría a p artir d e ella-, si suponem os la
existencia de Dios (y su b o n d ad ), que este m u n d o es el
m ejor, p ero tam bién, si prescindim os de esa suposición, que
al m enos no es el único posible. Su “optim ism o" invita a per-
- -< cibir lo dado com o p u d ien d o n o estarlo, com o reductiblc a
, un estadio an terio r de su preseiu ia; a vivir lo real sólo com o
posible: com o un posible en tre otros.

"('.orubun l ’oplimisme d< / eibniz esl clrauge'-' escribe D eleu/e.


| l'.xuaña m o d ern id ad , dinam os, aquella utópica desde la que
habla. F.l in ten to efe l.eibui/. p en sam ien to ) ejem plo, m ues­
tra al discurso c rítico un m odo de salir de la asfixia a la que
le co n d en a la aceptación del carácter insustituible de la m o ­
d ern id ad establecida, l a suya fue una m o d ern id ad que se
q u ed ó en el cam ino p ero que nos ilustra acerca de que la que
está ahí. la "realm ente existente", no fue en el pasado la
única posible, ni lo es en el presente.

‘ Voltaire, entrada: “B ien ¡toui c st)'\ UUtitmnnitr ¡thihsophiqur. Flnm-


m nrion. París. 1929. p. 54.
' C’lr. G ottfried W. L eibniz. Von dr<". Vrhüngnisst. en: HaupschrifUn zur
Grundlegung drr Philosophie, F M einer. 1 lam burgo. 1966. p. 138: "'/.war wir
hätten e s liel>er. w enn au ch kein S ch ein des Bösen ü b crb lieb c und d ie
S ach en so gebessert wären..."
-M iottfricd W. I.eib n i/. Essais d> Thñxliu->\ cit.. parte il. 226. p. 264.
" ( «illes D rleu ze. o p . cit.. p. 92.
Lo barroco en la historia
de la cultura
LA CONDICIÓN MODERNA DE LA CULTURA

I . El s ig lo b a r r o c o

steculuni coirufjliisimum
C o in cliu s O lio J a n se n

/•.'/ e n ig m a d e l sig lo XVI!

Prefigurarlo muchas veces en épocas anteriores a la de su


auge en la historia occidcntal,(vigente dc muchas maneras
desde entonces hasta los tiempos actuales, propuesto inclu­
so en calidad d e ’m odelo alternativo en la crisis actual de la
cultura m oderna, un “paradigm a barroco" del com porta­
m iento hum ano, un m od o barroco de construir el m u n d o y
de vivirlo, parece im ponerse al historiador d e la cultura
com o un "tipo de h um anidad” sin el cual el panoram a de lo
hu m a n o quedaría sustancialmente em pobrecido.
El siglo XVII fue el siglo del “paradigma barroco"; no sólo
po rque, en com petencia con los otros paradigmas culturales
alternativos d e la época, mostró la mayor capacidad de sin­
tetizar el conjunto del com portam iento social, sino porque
el propio m od o barroco de estar en el m u n d o alcanzó en él
su plenitud. Son cada vez más numerosas las narraciones
históricas que perm iten apreciar la am plitud y la p en etra­
ción determ inantes de ese paradigma d e com portam iento
en las más variadas actividades de la vida social de ese siglo.
Se trata de una serie muy variada de obras que configura
toda una co rrie n te de investigación dirigida a alcanza!,
com o dice Rosario Yillari, en su El hombre barroco, "un p:<>-

1 D istintos h om b res y m ujeres d e la ép o ca son retratados v m . - i.!,


co m o otros tantos m o d elo s q u e encarnan algu n as d e las pin:, ip.-.iv- c a ­
vidades propias d e esa vida: p u ed e verse al Artista frente al Secretario v al
F in an ciero, al G ob ern an te al lado del Sold ad o v el M isionero. ;.l C ientífi-

121
fund o cambio del juicio histórico sobre el siglo xvil". Un
cam bio qu e intenta antes qu e nada vencer la tradicional
claudica» ión interpretativa ante la complejidad d e lo«Treñó-
mcnos que caen d en tro de sus límites temporales; claudica­
ción que llevaba a detenerse a nte u n a imagen im penetrable
d e este siglo com o un “n u d o en m arañ ad o de tendencias
diversas”, enem igas las unas de las otras o, com o escribe
Egon Fricdell, hablando d e la G uerra de los Treinta Años,
“que n o perm ite c o m p re n d e r p o r qué com enzó, p o r qué
term inó ni, en general, p o r q u é p udo existir".2
El prim er obstáculo que esta revisión debe vencer es la
imagen qu e el propio siglo XVII dejó de sí mismo a la poste­
ridad. Se trata de un a imagen elaborada p o r quienes podían
hacerlo para no aceptarlo cuan d o llegó, movidos p o r la añ o ­
ranza d e un pasado reciente, que parecía “de oro", y para
alejarse con vergüenza de él cu an d o pasó, inspirados p o r la
autosuficiencia de los huevos tiempos. Una im agen inequí­
vocam ente condenatoria y, sobre todo, una imagen unifor­
m e y sin fisuras: "siglo de hierro, tnundus furiostts, tiem po de
miserias y <i ímenes, tumultos y agitaciones, opresiones e in­
trigas; edad de desorden y destrucción, d e ostentaciones y
oprobios, de veleidades desorbitadas y d erru m b a m ie n to ele
jerarquías; en resumen, época de conflictos históricamente
improductivos, en la cuál, ‘los hombres, convertidos en
lobos, se devoran entre s í ' R o m p e r el monolitismo de esta
imagen, verla a ella misma com o el síntoma engañoso d e un
estado de cosas com pletam ente diferente, que p re te n d e ne­
garse a sí mismo para no resultar incóm od o a la historia esta­
blecida -de una realidad d enegada que no consiste en un

co ju n to al R ebelde y bajo el B urgués, al Predi» ador en tre la R eligiosa y la


Bruja. Galería representativa q u e, si b ien p u ed e considerarse in com p leta,
sobre tod o por la au sen cia d e los tipos d e personajes barrocos problem a-
tizados p o i el n eob arroq u isin o latin oam erican o, v ien e a en riq u ecer la
q u e elab oró Casim ir von C hledow ski e n Die Memchen drs Burock, seten ta y
cin c o añ os alivia.
* E gon Fricdell, KuUurgeschichle der Neuxcit, U eck'schc, M unich, 1927-
:U. i. i, p. 3.
’ Rosario Villari, “L’u o m o b a ro cco “, en L'uomo barocco. Roma-Bari. pp.
15*14.
caos simple, unitario y absurdo, sino qu e es por el c<uiu.it .• ■
compleja, variada y c oh erente en su conflicto-, éste sei
retó al que las nuevas visiones del siglo XVII parecen respon
der. El aspecto peculiar de la conilictividad que caracteriza
el acontecer de esta época tiende a verse cada vez más co­
m o el resultado de “la presencia de actitudes a p are n tem e n ­
te incompatibles o evidentem ente contradictorias en el seno
(le un mismo sujeto”, que deben ser reconocidas e interpre­
tadas. La convivencia esquizoide de tradicionalismo y bús­
queda ele novedades, de conservadurismo y rebelión, de amot
a la verdad y culto al disimulo, de co rd ura y locura, de sen­
sualidad \ misticismo, de superstición y racionalidad, d e aus­
teridad y ostentación, de consolidación del d erec h o natu­
ral y exaltación del p o d e r absoluto, “es un fenó m eno del
cual cabe hallar innum erables ejemplos en la cultura y en la
realidad del m u n d o barroco". Es un siglo que - a diferencia
del q u e lo precedió y del q u e lo seguirá- deja qu e los co n ­
juntos se disgreguen, que las diferentes tendencias q u e se
generan en él se enfrenten unas con otras, y, al mismo tiem­
po, protege las totalidades, reacopla y reconcilia entre sí las
fuer/as cen trífugas que amenazan con destruirlas. A hondar
“e n el misterio de esta contradicción estructural e intern a”
sería así el p u n to central y decisivo de una nueva visión del
siglo XVII, renovada en el sentido crítico.

l.a transición en suspenso

En la historia vivida com o progreso, la evanescencia del pre­


sente, su carácter efímero, pasajero, es percibida bajo la for­
ma de transición, es decir, com o un conflicto que se entabla
e n tre lo viejo - e n decadencia pero d o m in a n te - y lo nuevo
-e m e rg e n te p ero so m etido - y que está siem pre en pi ices»
de resolverse en favor de lo nuevo.
H ablar de transición implica sin em bargo echar s o b i v i.-,
realidad social una m irada analítica q u e la capta d e s d i u .i
perspectiva muy especial. Lo prim ero que se hace es ilist u
guir lo que ella tiene o lo que en ella hay de proyecto m »»-.»
lización, de intención objetivada, es decir, d e diseño prcien
dido, de o rden o form a ideal efectivamente alcanzablc, y con­
frontarlo con lo que ella tiene o lo qu e en ella hay do contra­
dicción “en bruto", de conflicto “salvaje", de sustancia caóti­
ca o “info rm e”. Se piensa, además, que la vitalidad de este
m u n d o social proviene de su lucha contra el desencuentro,
contra la discrepancia o el desacuerdo que prevalece entre
este segundo aspecto suyo, el d e una fuerza material o m ate­
ria prima problem ática que necesita ser civilizada, y el pri­
m ero, el que pretend e precisam ente resolvería, reordenarla
y reconform aíla m ediante su gravitación institucional -dis­
crepancia o desacuerdo qu e puede te n er diferente intensi­
dad y diferentes formas y que p uede llegar al grado de un
conflicto contradictorio insalvable. Sólo vista de esta m ane­
ra, la historia de una sociedad muestra qu e p uede pasar p or
ciertos m om entos especiales a los que conviene llamar con
propiedad periodos de transición.
D urante determ inados tiempos privilegiados, a los que
hacemos bien en llamar “clásicos”, el conjunto d e las “pul­
siones" en la realidad social, la disparidad “polimorfa" de los
brotes de iodo lo que ella quisiera ser, llega en verdad a
armonizarse con el ideal efectivo de autorreconocim ientó
que ella intenta m aterializaren la práctica. En otros m o m e n ­
tos esta coincidencia no se alcanza: sea porque el balbuceo
inarticulado de las pulsiones, de la “sustancia social", es ex­
cesivamente simple aún y, desbordado p o r la complejidad
del diseño ideal, se ofrece a este com o un te rre n o dócil,
abierto a su expansión, o sea, p o r el contrario, p orq ue la
acción conform adora de ese diseño ideal se h a vuelto insu­
ficiente, demasiado débil o torpe en com paración con las
exigencias que se han desarrollado en dicha “sustancia”.
C uando la forma ideal está en proceso de expansión y con­
solidación institucional sobre el conjunto de las pulsiones es
cu an d o se suele hablar de un period o de ascenso histórico;
la gravitación institucional no sólo pone o rd e n en el ju e g o
de fuerzas espontáneo sino que es capaz de fo m entar el sur­
gim iento de fuerzas nuevas, afines de en tra d a con ella.
Cuando, p or el contrario, la densidad conflictiva de la reali­
dad social llega a rebasar la capacidad q ue tienen las institu-
d o n e s vigentes de ofrecerle soluciones, se habla en can il» '•
de u n periodo de decadencia histórica; la “materia social
no sólo desborda la capacidad integradora de la forma esta­
blecida sino que genera otros órdenes y otras "legalidades”
incipientes, que vienen a ocupar los vacíos de vigencia deja­
dos por ella.4
Por lo demás, sólo en ciertos casos la etapa final de una
historia en decadencia puede reclamar para sí el n o m b re de
4fepoca de transición”. En aquellos casos en los que es una
etapa que 110 desemboca, como sucede tantas veces, en la
desaparición de la sociedad qu e la experim enta. Es decir,
c u a n d o los nuevos órdenes y las nuevas “legalidades” se
estructuran con la coherencia interna de un proyecto insti­
tucional alternativo para el nuevo estado de cosas d e la sus­
tancia social y cuando, p o r lo tanto, el ocaso d e la form a
social establecida coincide y se acopla con la etapa inicial del
periodo de ascenso de u n a nueva form a histórica. C uando la
casualidad arm a u n o d e esos juegos fascinantes de continui­
dad de lo discontinuo, de simultaneidad de lo disimultáneo,
de reconocim iento en el desconocim iento - q u e retan a la

1 Se p u ed e tom ar por ejem p lo la form a d e a sen tam ien to social u rbano


qu e c o n o cem o s co m o Gran Ciudad. Se trata d e un a form a q u e se esb oza
esp o n tá n ea m en te c o m o la so lu ció n ideal para el co m p lejo m o d o d e c o n ­
vivencia social q u e se gen era e n la m od ern id ad capitalista de corte e u r o ­
p eo n oroccid cn tal. Es, prim ero, hasta el ú ltim o cuarto del siglo x ix , un
esb o zo de con stru cción de esp acio citad in o. u n h orizon te d e posibilida­
des q u e rebasa c im p o n e sus exig en cia s sobre las pulsion es d e urbanici-
dad d isp on ib les en los asen tam ien tos citad in os d o n d e se desarrolla esta
m od ern id ad . S ólo desp u és, en el p erío d o q u e va hasta la seg u n d a guerra
m undial, la Gran C iudad es esa form a “clásica” d e a sen tam ien to h u m a n o
cuya so lu ció n para el co n flicto entre lo privado y lo pú b lico fascinó y tor­
turó a B enjam ín, esa form a d e aglom eración espacial en la q u e el esb ozo
o d iseñ o d e una convivencia citadina co in c id e p len am en te co n el "mate­
rial“ d e vida urbana al q u e con figu ra. D espués, ya d esd e fin ales de los
añ os cin cu en ta, la form a d el esp acio vital q u e se c o n o c ió c o m o Gran Ciu­
dad entra en un acelerado proceso d e d ecad en cia; las pulsion es posm o-
dernas d e urbanicidad la desbordan, hacen mofa de ella, la deform an o des­
truyen. au n q u e ellas m ism as n o alcancen hasta el d ía 'd e hoy a prop on er
una form a alternativa a la “n ecesid ad d e ciu d ad ” del ser h u m a n o civili­
zado.
<apacidad interpretativa del historiador-, en los qu e dos his­
torias q u e ni siquiera se perciben m u tu am en te com parten
110 o bstante u n ’‘mismo” escenario e incluso u nos “mismos”
actores.
N ada parece em paren tar más fuertem ente a nuestro c o n o
siglo XX (1914-1980) con el largo siglo X \'ll que la presencia
e n am bos de un fenóm eno histórico sum am ente particular:
la actualidad de un proceso de transición perfectamente
maduro, se diría, incluso, sobi em adurado, que se mantiene
sin em bargo detenido, pasmado, encerrado en un círculo del
q u e no en cu entra la m anera de salir.
La m agnitud del ím petu revolucionario que la recom po­
sición capitalista de la vida económ ica había encend id o en la
sustancia social no se hacía aú n presente en su plenitud d u ­
rante el siglo XVII; la nueva sociedad basada en la p ro d u c­
ción de la riqueza com o plusvalor explotado a los asalaria­
dos m ediante la gran industria era u n a sociedad todavía en
ciernes, que sólo más tardé, y en Inglaterra, en la segunda
m itad del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, co m en ­
zaría a m ostrar su perfil definido. Por su parte, los recursos
institucionales de la forma so< ial establecida, la de la com u­
nidad jerarquizada, pie-liberal o pie-mercantil, estaban aún
lejos d e su agotamiento: la republicanización del estado
nacional en su papel de socializado]1de los individuos sólo
alcanzará a im ponerse en el siglo X IX .S En estas circunstan-

5 La form a social establecida. representada por el estado n acion al m o ­


nárquico, se sustentaba en la vitalidad d e la eco n o m ía d om in ad a por el
capital mercantil y el capital dinerario. l a nueva forma venía junto co n el as­
c e n so d e l capital productivo (p rim ero m an u íactu rcro y d esp u és indus­
trial) en la vida eco n ó m ica . El paso de esa d o b le “figura antediluviana del
capital“ a la figura p rop iam en te m od ern a, la productiva, n o e s un paso
co n tin u o y gradual; los "capitalismos" q u e resultan d e la una y la otra son
incom patibles en tre sí. Es un paso q u e im plica por el con trario un a rup­
tura y u n a “tom a d e decisión" q u e la vida eco n ó m ic a d e l sig lo XVII n o llega
i realizar. La incursión d el capitalism o en el terren o d e l p ro ceso produc­
tivo, "que le es ex tra ñ o p o r naturaleza”, seg ú n B raudel, o q u e es “por fin
%u lugat adecuado", seg ú n Marx, e s la n ecesid ad histórica q u e el sig lo xvil
preten d e trascender. Kscrito d en tro d e la perspectiva d e la "larga dura-
«io n “, e l libro La ciiitisation de iE urof* cUmique, d e Ticrre C.'haunu (Ar-

!2<i
\k

cías, desafiada p o r el fracaso de sus mecanismos de rep:*


<ión yTmiquilamiemo, y ante el crecimiento de la sustam !:•
social y su rebeldía, la forma tradicional institucionalizada
despliega una amplia serie de recursos destinados a recupe­
rar la iniciativa histórica: amplía su capacidad integradora y
diversifica su estrategia d e elaboración de los conflictos. Sin
em bargo, lejos de con tentar a la sustancia y de q u eb rar así
su impulso, lo único que logra es fortalecerlo más y multi­
plicar sus manifestaciones. Y lo mismo sucede en el lado de
lá sustancia social: incapaz de derrocar a la antigua forma y
de sustituirla con mía actualización institucional de la nueva
que ella trae consigo, elige la estrategia de ignorarla y des­
conocerla en la práctica, de usai las instituciones estableci­
das adjudicándoles un lelos ajeno, propio de ella. No obstan­
te. lejos fie rebasar la forma establecida y así vencerla, lo
único que provoca es q ue ésta amplíe a ú n más su presencia
y endurezca su poder. Se trata de un em pate que obliga a un
toür de forre colosal y rebuscado p o r parte d e lo tradicional y
a un despliegue de creatividad y productividad igualmente
gigantesco y diversificado por parte de lo nuevo.
Aparece de esta m anera una especie de solución contra-
clásiciTpara el conflicto en tre la sustancia y la forma - u n a
solución n o diiigida a la resolución y superación del mismo
sino a su m antenim iento y reproducción-, \ se establece así
el fen ó m e n o paradójico d e una paz d e n tro de la guerra, de
una arm o n ía d en tro de la disarmonía, en la que- los ion-
trincantes, en lugar de aniquilarse entre sí, se fortalecen
m utuam ente. En esta peculiar transición histórica, que gira
obstruyéndose a sí misma en un círculo vicioso, el acto de
transitar se prolonga tanto en el tiempo que llega - e n para­
doja ejem plar- a ad o p tar el status de su contrario: la perm a­
n e n cia/’

thaud, París, 1% 6), sigu e o frecien d o , a mi ver. e l panoram a má> co m p le ­


to v M igeiente d i I siglo w ii eu ro p eo .
'■ D e a h í la dificultad q u e el siglo XVII o frece a la periodización. C om o
siglo d e la transición d eten id a se hace p resen te de m anera su m am en te
d esigual en e l plan o geográfico: largo y decisivo en la Europa d el sur v su
reed ición am ericana, e» en cam b io co rto y casi prescindible en la F.uropa
Dos protagonistas se disputan así el cuerp o social y el esce­
nario histórico en el siglo XVII. Son los personajes cerníales
de dos dramas que se ignoran m u tu am en te -e l prim ero, ej
qu e term ina, que se encuen tra más a sus anchas e n el regis­
tro de la historia político-religiosa; el segundo, el que co­
mienza, que se desenvuelve m ejor en el de la historia eco­
nómico-política. Rige entre ellos un pacto d e no agresión
primaria, pues se saben, cada u n o por su lado, faltos de Tuér­
za para eliminar definitivamente al otro; pacto a partir del
cual se m alenticnden y dcscncuentran sistemáticamente en
sus esfuerzos por servirse y aprovecharse el u n o del otro. Se
genera entonces en el aparato institucional un singular con­
tubernio de las dos legalidades paralelas, que provienen, la
una, de la form a tradicional que se im pone sobre la vida
social y, la otra, de la forma revolucionaria que surge de esa
misma vida. Se trata de una peculiar especie de dominio
com partido, un reparto sordam ente disputado entre las dos
-difuso, impreciso, siempre cam biante- lo mismo de terri­
torios en el cuerpo social qu e ele episodios en la m archa de
su vida; es una colaboración en negativo entre sus dos órde­
nes de vigencia; u na coincidencia de ambas en la regulación
alternada de una misma función.
No es de extrañar, entonces, que el m u n d o de la vida
d u ra n te el siglo XVii se halle p en etrad o de arriba abajo y en
toda su extensión, desde los hechos más decisivos y eviden­
tes hasta los más insignificantes y recónditos, p o r el “para­
digma barroco", p o r esta pauta de com poriam ieto que se
muestra en el movimiento global de la época y en el de sus
protagonistas de “larga duración “.7
Pero hablar del “barroquism o” y de su configuración pa­
radigmática d u ran te el siglo XVII, y hacerlo d e n tro de una
historia abordada como historia de la cultura, exige cier-

d el norte. A llí d o n d e iuvo su mayor im portancia p u ed e hablarse d e un


siglo xvii largo, cuyo c o m ien zo bien podría d electarse a fin a les del x \i \
cuyo final en con trarse a m ed iad os d el xvill.
7 V éase, sob re esta caracterización del siglo xvn corno una é p o ca barro­
ca. el p u m o d e vista d efen d id o por Tapié (Barroco y clasicismo, Cátedra,
M adrid, 1957) y retom ado por C haunu {op. c it.. pp. 302$$.).

128
las precisiones tanto en lo que respecta al concepto iium
de cultura com o en lo que atañe a la condición partieulat fi­
la cultura en la edad a la que pertenece ese siglo, la edad
m oderna: ;c n qué se distingue la historia de la cultura de la
historia en general? ¿Cuál es la perspectiva desde la que se
aproxim a al “material histórico” para narrarlo explicativa­
mente? ¿Qué debem os e n te n d e r p o r “cultura"?*

s l.a d iscu sión en to rn o al c o n c c p io d e cultura se ha vuelto inabarca­


ble. La corrien te q u e d om in a, q u e liberó el c o n cep to de cultura d e sus
restricciones d e inspiración logocentrista ("es asunto del espíritu"' y e li­
tista (“es asu n to ríe las bellas artes'“], tien d e sin em bargo a am pliarlo d e
tal m anera, q u e éste llega a co n fu n d irse co n el d e socied ad v a desdibujar
así su o b jeto prop io. 1.a idea d e cultura exp licad a en las páginas q u e
sigu en in ten ta segu ir en lo prim ero y evitar lo seg u n d o .

129
2. Cultura e identidad

y esla inquietud, justamente, es d si mismo..."''


H cgcl

Definición de la cultura

H om ogeneidad, por un lado, ruptura, por otro: ¿cuál de las


dos prevalece entre el universo del ser h u m a n o y el univer­
so del animal, de la naturaleza, de lo otro?1" En principio, el
ser h u m a n o no se distingue “esencialm ente” de los seres
vivos: su organismo es similar al de los mamíferos “más desa­
rrollados”; las funciones que cum ple para m a n te n e r y rep ro ­
ducir su vida son las mismas que se en cuen tran en el reino
animal. El animal h u m a n o cum ple el ciclo que le hace nacer
para luego trabajar v multiplicarse y finalm ente envejecer y
morir. También él se destaca com o una parte de la naturale­
za respecto del todo de la misma, y se e nfrenta a ella para so­
m eterla a ciertas alteraciones que le son favorables, para
pro d u cir bienes u objetos con “valor de uso”, que consum e
y que lo m a n tien e n vivo y le perm iten rep ro d u cir su estirpe.
Lo mismo que la gregariedad animal, también su socialidad
se cum ple en virtud de un sistema de signos. En efecto,
desde u n a perspectiva exterior, el proceso de vida hu m an o
p u ed e ser plenam ente confundible con el de otros animales
parecidos a él. Y sin em bargo, incluso desde afuera, a u n a

■' "... ebtn diese Unndie aber ist das Selbsl..."


::l A plantear esta pregunta, a dejarla en calidad de e n ig m a , d ed ica
R oger C ailloix su libro Medusa á f Co., sorp ren d id o, d eslu m b rad o por las
analogías, h o m o lo g ía s y sim ilitudes d e ciertas form as creadas “por el
cap rich o d e la naturaleza" y ciertas otras producidas con cálcu lo y esm e­
ro por la m an o riel hom bre.

130
mirada que atendiera a la perfección del o rd e n animal n
resultaría insignificante la presencia de ciertos desvíos y am
malías en el com portam iento h um ano, incluso de ciertas
deformidades, de ciertas “m onstruosidades”. El ser h u m a n o
hace, el también, todo lo que hacen los animales, pero lo ha­
ce com o si estuviera haciendo otra cosa al m ism o tiempo,
algo que le im portara más. En efecto, si se consideran, un a
a una, todas las funciones vitales del animal h um ano, no es
posible dejar de observar que éste le pon e condiciones a su
cum plim iento; a cada una de ellas le inventa virtudes y de­
fectos que los otros animales no p u e d e n siquiera distinguir.
La función procreativa, po r ejemplo, gracias a la cual, llega­
das las fechas de la pulsión instintiva correspondiente, el ani­
mal, diferenciado en dos versiones sexuales contrapuestas,
la satisface m ediante una serie de actos de apaream iento
corporal, presenta -c o m o ha sido descrito y estudiado obse­
sivam ente- rasgos muy peculiares en su variante h um ana. Es
u n a función que el ser h u m a n o ha refuncionalizado radi­
calmente, a la que ha ro d ead o de u n conjunto au tón om o de
condicionantes c u n o cum plim iento no está sólo al servicio
potenciador de la realización sexual sino que, inviniendo el
o rd en jerárquico, convierte ésta en el m edio o instrum ento
de sí mismo; u n a función que, sometida a toda u n a serie de
sentidos míticos y actos rituales, el ser hum ano ha converti­
do en el centro de un com portam iento suyo propio, el del
eros, en general, o del amor, en ciertos casos.
Algo más que lo que está e n ju e g o en la reproducción pu­
ram ente animal o física, algo que se ubicaría en u n a segun­
da dim ensión o un segundo plano, parece jugarse en la re­
producción de la vida social o hum ana, algo ju stam en te
“meta-físico” o trans-natural. Si el ser h u m a n o cum ple de
u n a m anera siempre “imperfecta” las funciones vitales del ani­
mal es porque éstas, en su caso, 110 son otra cosa q u e el so­
porte -o tro s dirían, el p re te x to - para la realización de otro
proceso de reproducción diferente: el proceso propiam ente
“político” en el que el ser h u m a n o lo que hace es darle
forma a su propia socialidad y cultivarla ateniéndose a ella,
“pro ducir y consumir" los modos de su convivencia, “traba­

181
jar y disfrutar” las figuras de su identidad. Más allá del ham ­
bre de las sustancias alimenticias que necesita su cuerpo, el
animal h u m a n o siente “ham bre" de una cierta forma o un
determ in ado sabor de las mismas. Forma o sabor, que perci­
be directam ente asociado con la persona que él es, que quie­
re ser o teme dejar de ser en una circunstancia concreta. Al
animal p u ro le q u ed a oculto este otro lado d e la reproduc­
ción de la vida que en cambio al animal h u m a n o - “animal
enferm o", lo llama Nictzsche en El Ant¡cristo- se le presenta
com o el principal.
Dos vidas d e diferente orden que co m parten no obstante
t‘l misino cuerpo, l a una, automática, perfecta, “fría", la clel
proceso de reproducción físico o natural de la com unidad
hu m an a, en la que los m iem bros de ésta, simples ejemplares
de su especie, individuos abstractos, sin ninguna relación de
interioridad o reciprocidad e n tre sí, cum plen sobre vías
idénticas, q u e n u n ca en verdad se tocan, el p ro g ra m a
im plantado en su estructura instintiva. La otra, libre, im per­
fecta, dramática, la de su proceso de reproducción meta-físi­
co o político, en la que sus miembros, individuos concretos,
partícipes de un proyecto de existencia com partido, trans­
forman a los otros al transform ar la naturaleza, e igualmen­
te se dejan transformar por ellos. Dos vidas que constituyen
sin em bargo una sola; una vida dual y conflictiva que se
desenvuelve bajo el dom inio de la segunda y sobre el condi­
cionam iento f undam ental de la prim era.11
Tal vez este cuadro esquemático, que p re te n d e tejer sobre
el enigm a de la pertenencia o la ajenidad de lo hu m a n o res­
pecto de lo natural, perm ita dar el p rim er paso en la defi­
nición de la cultura y su historia. Puesto que, p o r cultura,
quisiéramos e n te n d e r aqu í la ocupación enfática con la
dim ensión “política" o “metafísica” del proceso de vida so­
cial. pero exclusivamente en tanto que ocupación m ediada

11 “Kn el h e c h o d e q u e el ser h u m an o n o se subsum e sin resistencia en


la esp on tan eid a d natural del m u n d o , c o m o el anim al, sin o q u e se des­
prende fie ella, se p o n e frente a ella, e x ig ie n d o , lu ch an d o, v io len ta n d o y
sien d o violen ta d o - e n m e d io d e este gran dualism o habita la idea de la
cultura." (Sim m el. PhUosojihhche Kultur, W agenbach, Berlín, 1923. p. 195.)
(» indirecta,1- que cultiva esa dimensión p u ram e n te formal y
"dramática" como “m o m e n to “ coextensivo \ simultáneo a
las ocupaciones propias de la vida cotidiana, es decir, com o
una dimensión que, au nqu e traída al p rim er plano, p erm a­
nece integrada o incorporada en todas v cada un a de las acti­
vidades del trabajo y el disfrute humanos.
La cultura, el cultivo de lo que la sociedad h um a n a tiene
de polis o agrupación d e individuos concretos, es aquella
actividad q u e reafirma, en términos de la singularidad, el
m o do en cada caso propio e n que u n a co m u nidad d eterm i­
nada - e n lo étnico, lo geográfico, lo histórico- realiza o
lleva a cabo el conjunto de las funciones vitales; real il ina­
ción d e la “identidad” o el “ser sí mismo", de la “m ism idad“
o “ipseidad” del sujeto concreto, que lo es también d e la
figura propia del m u n d o de la vida, construido en to rn o a
esa realización.
Considerem os por un m om ento la armazón semiótica de
la reproducción hum ana; tengamos en cuenta, para ello,
que ésta es, en su secuencia cíclica, un proceso de com uni­
cación de la sociedad consigo misma, en tanto que, sin dejar
de ser la misma, debe ser siempre otra al ser alterada p or su
inevitable sujeción al cambio ele situaciones que trae consi­
go el flujo tem po ral.1’’ Observemos que la reproducción de
la vida hu m a n a es un proceso en el que la sociedad cuando
trabaja, es decir, cuando da al mismo tiempo a las materias
primas la forma de un producto, cifra un mensaje. Esc m e n ­
saje no es otra cosa que la forma misma de ese producto,
qu e será descifrado cuand o la sociedad disfrute o consum a
esa forma. Al re-conformar la naturaleza de acuerdo a una
técnica de transformación, la sociedad que trabaja atrapa a

- L.a ocupación directa con lo político, la que actúa sin mediaciones


sobre la socialidad humana como malcría conformable. pertenece a la
temporalidad extraordinaria de la vida social y permanece en l.i vida coti­
diana sólo tomo prolongación o como anticipación de ¡os grandes
momentos de transformación social.
1:1 Resumo aquí planteamientos expuestos con más detenimiento en
otro lugar <B. Echeverría, "1.a lorma natural' ele la reproducción social”.
Cuadernos Políticos, 11. 41. lV>S-li
lo O tro - e l referente o co n tex to - d e m ro del código inhe­
ren te a esa técnica, y lo entrega, con-formado adecuada­
m ente, para que la sociedad que disfruta o consum e saque
provecho o, lo que es lo mismo, se “inform e” de él. 1.a especi­
ficidad h u m a n a o política d e este proceso de comunicación,
similar al que puede hallarse también entre los animales, se
m uestra d e la m an era más clara en la consistencia del códi­
go con el que la sociedad, com o productora, cifra y con el
q u e la misma sociedad, com o consum idora, descifra la
form a d e los valores de uso:11 se pone de manifiesto en el
carácter pro piam ente “semiótico” del mismo. Lo h u m a n o se
delata esencialmente en dos hechos característicos: prim e­
ro. en que la p ro d u c c ió n /c o n s u m o de signif icaciones que
tiene lugar en él es, en p rim er lugar, un proceso abierto de
alegorización, de conversión de lo sinsentido en sentido, de lo
indecible e n decible, q u e implica una transformación per­
m a n en te de ese mismo código que la vuelve posible; y se­
g u n d o , en qu e es tam bién, consecuentem ente, u n proceso
“do b le m en te articulado” o capaz de trabajar no sólo con ele­
m entos significativos p o r sí mismos sino tam bién con “áto­
mos" proiosignificativos o dependientes d e una "sintaxis"
qu e los interconecta.
Pero, más que insistir en el h echo d e que la com unicación
hu m a n a es diferente porque es propiam en te "semiótica”, lo
que interesa aquí es subrayar que esa “semioticidad” general
de lo h u m a n o no p u ed e afirmarse de otra m a n era qu e no
sea en u n a concreción q u e la diversifica y multiplica.
Por ser d e consistencia “semiótica”, la realización de la
socialidad h u m a n a tiene q u e ser en prin cipio original,
“ú nica”, ajena al cum plim iento repetitivo y uniform e d e la
tarea vital. Tiene que serlo, porque lo p ro p io d e la com uni­
cación “semiótica" está justam ente en que se trata de un pro­
ceso en el cual cada uso o em pleo del código (cada acto de
“habla") implica un a función metasémica (“metalingüísti-

M S e trata d el có d ig o en el que la socied ad sim b oliza o articula la sus­


tancia de tod os sus sign ificad os p osibles c o n la sustancia de tod os sus sig-
m in an tes posib les, es decir, el sistem a d e todas sus cap acid ad es fie pro­
d u cció n c o n el sistem a d e todas sus n ecesid a d es d e c o n su m o .
ca”) en virtud do la cual ese mismo código ("lengua"), al sci
respetado en tam o que conjunto de reglas inconscientes
que estipulan las posibilidades de p ro d u c ir/c o n s u m ir signi­
ficaciones es también puesto en cuestión o en tela de juicio,
es tratado creativamente, com o u n a entidad alterable. Sin­
gularidad u originalidad de la sociedad hum an a que sólo
p u ede satisfacerse si lo es en segundo grado, es decir, si es
creativa respecto fie su propia creatividad, si pon e la f igura
d e su socialidad alcanzada p o r ella en un d eterm in a d o
m o m en to com o material que p ued e ser la sustancia de una
f igura suya posterior. Esta relación q u e el uso del código de
lo hum ano, que la realización concreta de las posibilidades
d e la socialidad, m antiene consigo mismo en el eje temporal
- c o n la experiencia de su pasado, con la perspectiva de su
f u tu ro - lleva necesariamente al establecimiento de u n ju e g o
doble y coincidente, d e vaivén y retroalim cntación, e n tre el
código, por una parle, y el uso, por otra. Se trata de un ju e g o
e n el qu e el código, sacrificando su universalidad, se e n tre­
ga a una aventura del habla en el tiempo, en la dimensión
de efím ero o pasajero, mientras el habla, p o r su lado, sacri­
ficando su indeterm inación, descansa en la perm anencia c
incluso la a-temporalidad propias del código.
Ubicado a m edio cam ino e n tre un a hipotética a p ertu ra o
¡ndifercnciación absoluta del código y una hipotética origi­
nalidad absoluta de su uso, el e n cu e n tro real y concreto
entre el código y el habla se da en verdad a m edio cam ino e n ­
tre las dos: en u n código ya “subcodificado” por el uso a n te­
rior, tendencializado p o r él, o, visto desde el otro lado fie la
práctica semiótica, en un uso m edido de la creatividad,
intervenido por u n a voluntad de perm anencia, afectado por
lo “trans-hisiórico" que hay e n el código, "norm ado” p o r él.1'
Puede decirse, p o r lo tanto, que aquello que la sociedad
hum a n a tiene ele polis -e l hecho de estar constituida poi
individuos libres o concretos-, aquello que se cultiva en la
actividad cultural, 110 p u ed e existir si no es en tanto que

,r' “Sistem a, norm a y habla", e n K. C oseriu. Teoría del lenguaje y lingüisti­


ca general. C red os, M adrid. 1973. p. 55.

135
actualizado o realizado en determ inadas “aventuras del sen­
tido", con sus modos propios de darle o encontrarle sentido
a la vida y de construir o aceptar el m un do en el que ella se
desenvuelve. La “creatividad” del com portam iento hum ano,
la originalidad o singularidad d e la persona hu m a n a indivi­
dual, se constituye asi en referencia a esta singularización
colectiva concreta que existe ya espontáneam ente com o con­
dición indispensable de la actividad semiótica, y que es de la
que tiene que partir en todo caso.

I j i concreción histórica de la cultura

La idea de que el proceso de reproducción social implica un


ju eg o de vaivén e n tre el código del vivir h u m a n o y su actua­
lización o efectuación (entre la lengua h um a n a y su habla,
cuand o se trata de la semiosis lingüística) lleva así ineludi­
blem ente a introducir la determinación histórica en la con­
sideración de la cultura. El uso del código de lo h u m a n o (la
lengua en tanto que hablada) consiste en una confrontación
p e rm a n en te en la que dicho código se en cu e n tra con las
posibilidades reales de su constitución y su vigencia; es el
hecho en el q u e el código se transforma al mismo tiempo
que se realiza. Un hecho que es inabarcablemente múltiple
v variado a lo an cho del planeta y a lo largo del tiempo, y a
cuyo acontecer abigarrarlo, al ordenarse y organizarse en el
relato que hacemos de él desde alguna perspectiva, llama­
mos justamente “historia".
Puede decirse que en cada episodio de totalización que
reconocemos en la historia del proceso d e reproducción
social se en cuentra e n j u e g o u n a aventura única e irrepeti­
ble de la vida h um an a y de su inundo, un a figura singular de
la com unicación semiótica; aventura y figura que distinguen
ese proceso frente a lodos los demás, que le son propias y
exclusivas y le dan así “m ism idad” (selbstheit) o “identidad".
No se trata de la pervivencia de ningún núcleo sustancial,
prístino y auténtico de rasgos y características sociales, alte­
rado sólo desde afuera p o r determinaciones circunstancia­
les, ni tampoco, por lo tanto, de la perm anencia definitiva
de nin g u n a cristalización particulanzadora del código d e lo
hu m an o, inafectable en lo esencial po r la p ru e b a a la qu e es
som etida en su empleo. Se trata, por el contrario, de u n a
coherencia in te rn a pu ram ente formal y transitoria de un
sujeto histórico d e consistencia evanescente; una coherencia
qu e se af irm a lo mismo en la consolidación que en el cucs-
tionam ien to de la sustancialización d e esa identidad, lo
mismo en la cristalización q u e en la disolución de las figuras
concretas de la semiosis.
Vista com o u n a coherencia formal y transitoria del sujeto,
la “identidad” d e éste sólo p uede ser tal si ella misma es un
hecho qu e sucede, un proceso de metamorfosis, de trans­
migración de una forma q ue sólo se afirm a en una sustancia
y en otra, siendo ella misma cada vez otra y la misma. La
¡denudad sólo p uede ser tal si en ella se da u n a dinám ica
que, al llevarla ele u n a de-sustancialización a un a resustan-
cialización, la obliga a atravesar p o r el riesgo de perderse a
sí misma, enfrentándola con la novedad de la situación y lle­
vándola a com petir con otras identidades concurrentes.
P uede hablarse, sin d u d a -h ip o té tic a m e n te es indispensa­
ble hacerlo-, de un m o m en to originario en la constitución
del sujeto social concreto y el m u n d o d e su vida, de 1111 m o­
m e n to fundacional ele su “identidad”. Se trataría de un epi­
sodio inicial del ju e g o de vaivén y re troal imentación entre
un código general de la semiosis h u m a n a y un p rim er
em pleo histórico concreto del mismo, en tre la posibilidad
en abstracto de un cosmos h u m a n o y las condiciones reales
de la misma. Seria un episodio “fu n dador de identidad" por­
que implicaría necesariamente la creación d e una subcodi-
ficación arcaica y fundam ental para ese código general, la
elección inaugural d e un cosmos singularizado y excluyeme.
lín contra del uso racista que se suele hacer de él -id eali­
zador de las “raíces” y los “ursfmingé' d e las naciones-, el
recurso a la hipótesis de 1111 “m om ento originario’' y funda­
d o r de la “identidad” p u ed e te n er la gran virtud heurística
de recordarnos el carácter constitutivamente contradictorio
y conflictivo que tienen todas las innum erables versiones de
lo hum ano, y todas sus culturas. E 11 efecto, tras el acto de ar-

137
(¡dilación o simbolización elemental que está en el núcleo
del código ya concretizado o subcodificado de lo hum ano,
es decir, iras la propuesta, qu e a la vez invita v conm ina, a
seguir una sola y única vía en la transm utación de lo o tro en
n a tu ra le z a -d e l hábitat en un m u n d o h ech o de objetos con
valor de u so - en la alegorización de lo innom brable como
nom brablc, de lo indecible com o decible - d e l significado
sustancial com o forma significante-, se en cu e n tra sin du da
la aventura de la hominización o “trans-naturalización” de la
vida animal al convertirse en vida hum ana. Una aventura
traumática, y en ese sentido inconclusa, repetida en in n u ­
merables versiones, de acuerdo a las circunstancias, que deja
m arcada para siempre en la pariicularización de lo h u m a n o
aquella serie de experiencias en las que su fu n d am e n to ani­
mal (las pulsiones del cuerpo hu m an o y de su territorio) de­
bió ser forzado a sobrevivir de una nueva manera, sacado de
su o rd en y su m edida espontáneos: reprim ido, p or un lado,
y excitado, p o r otro. K1 código de la semiosis h u m a n a fuer­
za al código de la com unicación animal a cum plir la función
de m era sustancia que está siendo form ada p o r él; instaura
una relación de subordinación que no pierde jamás su ten­
sión conflictiva. Por lo mismo, lejos d e contribuir a una
visión sustancializadora ele esa “identidad" social q u e se rea­
firma en la actividad cultural, el recurso a la hipótesis d e un
m o m en to originario d ebería invitar más bien a combatirla.
Kn efe< to. alada a la animalidad a la q u e trasciende, y sin
em bargo separada de ella por un abismo, cada forma deter­
m inada de lo hum ano, al cultivarse a sí misma, cultivaría
también, sim ultáneam ente, u n a contradicción q u e la consti­
tuye - d a d o que en el fond o ella no es otra cosa que la con­
densación de una estrategia de sobre-vivencia-: cultivaría el
conflicto a la vez arcaico y siempre actual en tre ella misma y
lo que en ella hay ele sustrato natural re-formado y de-for­
m ado p o r su transformación. Por esta razón, su cultivo de la
"mismidad" no puede com prenderse de otra m anera que
com o una puesta e n j u e g o , com o una de- y re-sustancializa-
ción o un a de- y re-auiemificación sistemática del sujeto:
com o la incesante puesta en práctica de una peculiar “san-
d ad e” dirigida precisamente hacia el otro, hacia aquella o t t .«
form a social en la que posiblemente la contradicción y d
conflicto en cuentren una solución, en la que lo h u m a n o y lo
O tro, lo “natural”, puedan “reconciliarse" (versóhnen).n' La
hipótesis del m o m en to originario no tiene que llevar nece­
sariam ente a concebir la historia de la cultura com o una
sucesión de derrotas de u n a “política cultural” espontánea,
en cam inada a protegei una “identidad” ap artándola de las
otras que com piten con ella - a resguardar el núcleo crista­
lino de un a determ inada versión del código de la rep ro ­
ducción hum ana. Puede, por el contrario, apo rtar a u n a
narración de la historia de la cultura com o un proceso de
“mestizaje” indeienible; un proceso en el que cada form a
social, para reproducirse en lo que es, intentaría ser otra,
cuestionarse a sí misma, aflojar la red de su código en un
doble movimiento: abriéndose a la acción corrosiva de las
otras formas concurrentes y, al mismo tiempo, a n u d an d o
según su propio principio el tejido de los códigos ajenos,
afirm ándose desestructuradoram ente d entro de ellas.

10 Max H ork h eim cr v T h eo d o r W. A d orn o, Dialeklik der Aujklarung,


Q u erid o, A m sierdam . 1947, pp, 70-72.

139
3. Modernidad y cultura
Presen ti en n e instante, con una claridad que no
excluía del todo una sensación doloroso, que ni en el
próximo año ni en <1 siguiente ni en ninguno de ¡os
años que le quedan a esta mi vidu habría de escribir
ningún libio inglés o latino [...) y esto en razón de que
la lengua en la que tal vez me seria dado no sólo escri­
bir sino pensar no es la latina ni la inglesa ni la ita­
liana o la española, sino una lengua de cuyas palabras
no me es conocida ninguna, una lengua en la que,
viudas, las cosas se dirigen a mi (...]
Agosto 2 2 , a. d. 1603, Phi. ('bandos' ' 17
H u g o von Ilofm an n sm h l

l'.l siglo XIV es conocido corno el siglo d e la consolidación


indetenible de la ciudad burguesa: la vitalidad citadina se
conviene entonces en el foco de socialización p red o m in an ­
te de la existencia civilizada en el occidente e u ro p e o .IK En
torno a los centros de p o d er y de culto, respetándolos y
exaltándolos por un lado, pero sitiándolos y rebasándolos
por otro, la vida económ ica en las ciudades, liberada p o r un
intercambio mercantil que se ha vuelto ya definitivamente

K Ich fühlte in diesem A ugenblick mit ein ei B estim m theit, d ie nicht


ganz o h n e ein schm erzliches B eigefühl war, daß ich auch im k om m en d en
und im fo lg en d en und in allen Jahren dieses m ein es L ebens kein englis­
ches u n d kein lateinisches Buch schreiben werde [...] näm lich weil die
Sprache, in w elcher nicht nur zu schreiben, sondern auch zu d en k en mir
vielleicht g eg eb en wäre, w eder die lateinische n och die en glisch e n och die
italienische und spanische ist. sondern e in e Sprache, von deren W orten mir
auch nicht e in e s bekannt ist, e in e Sprache in w elcher die stu m m en D inge
zu mir sprech en A. D. 1603. d iesen 22. A ugust. Phi. Chandos."
"* A lfred W eber, Kulturgeschichte als Kultursoziologie, Piper, M unich.
I‘.n:>. p.309; J o sé Luis R om ero, L a revolución burguesa en el mundo feudal, t.
I Su,lo xxt. M éxico. 1967, pp. 338ss.

110
in c o n tro la b le , da inicio a lo q u e c o n o c e m o s «o n m la «i ilt
/a c ió n d e la m o d e r n id a d .
“El aire citadino libera”: las relaciones personale s di
pro ducción y consum o (el vasallaje feudal) han sido ri ba
sadas p o r las relacio nes e n tre p ro p ie ta rio s p r i v a d o s "
T anto las condiciones y el m odo de vida com o los usos coi i
dianos d e los habitantes de la ciudad -ese lugar “d o n d e se
vive estrecho p ero se piensa am plio”- se han im puesto
sobre aquellos oíros, rurales, que fueron propios de lo s
caballeros y los campesinos. La eco no m ía m ercantil capita­
lista - q u e , al co n ec tar lo rural con lo u rb a n o , inserta la
existencia local en el escenario m u n d ia l- se ha convertido
en la base de un nuevo tipo de vida, y ta n to la legislación
co m o la adm inistración de la ciudad han ina u g u ra d o la
política m o d e rn a . El trabajo en la artesanía y el com ercio,
en la circulación del d in e ro y la creación espiritual, co­
mienza ya a prevalecer sobre las actividades propias de la no­
ble/a feudal en la constitución de la personalidad y en la
estipulación de las virtudes y la valía social de los indivi­
duos. El co m p o rtam ien to social, agitado por un ím petu
incansable, progresista, se p o n e a oscilar sin brújula ni
m e d id a en tre el instinto de apropiación y la ten dencia al
despilfarro, la am bición avariciosa y el deseo de disfrute, la
astucia y la b u en a fe, la crueld ad y la conm iseración, la cre­
encia ciega y la reflexión racional, la em presa aventurera y
g enerosa y la m a n io b ra calculada y egoísta. Sobre el occi­
d e n te eu ro p e o se generaliza u n a “crisis de identidad" radi­
cal, pro fu n d a, que presenta adem ás rasgos muy particula­
res, inéditos.40

I.ewis M um ford, The City in History, Harvest, N ueva York-Londres,


1961, p. 318.
fc'.l propósito declarad o d el I.ibw del corlegiano, d e C astiglione - l o hace
n otar m uy bien Burkc {Thefortunen of Ote Courtier, trad. alem ana, W agen-
bach. B erlín, 1996, p. 4 5 )—. encierra una d o b le paradoja: “preten d e
en señ a r lo q u e n o e s posible aprender, el arte d e com portarse con gracia
d e m anera natural" y "pretende en señ ar cortesía a q u ien es por naturale­
za ya la tie n e n ”. Tem atizar lo que es la “grazia“ d e los nuevos p rín cip es del
<iglo XVI es lo m ism o q u e prop on er una nueva d efin ició n d e "grazúr para
los m ism os. La “spm zatura" que acom p añ a a la ugrazia" habla d el desd en

141
La universalización abstracta, igualitarista y homogeniza-
clora del ser hu m an o que pretendió alcanzar la Iglesia cris­
tiana estaba allí para com batir - d e m anera absurda, p or
im posible- la existencia misma de una formación concreta
del m u n d o de la vida. Esta es siempre, en efecto, en todos
los casos, un acondicionam iento del cosmos com o natura­
leza o com o conjunto posible de valores de uso o valores re­
ferirlos a su disfrute p o r el ser hum ano, reunidos orgáni­
cam ente en torno a una afirmación de la vida terrenal.
E m peñada en reducir la vida de los seres hu m an os a un trán­
sito de sus almas p o r el m und o, a una serie de episodios de
prueba y castigo en el dram a de su salvación - e n considera­
ción de lo cual lodo valor de uso no es otra cosa que una
op ortu n id ad de pecado y recaída-, su cam paña de evangcli-
zación y expansión religiosa fue una em presa de coloniza­
ción de los pueblos europeos v de destrucción d e las formas
arcaicas d e vida que cultivaban. En esos tiempos, la Iglesia
lite enem iga de toda cultura que no se redujera al cuidado
fanático d e la le y la doctrina del "pueblo de Dios" unlversa­
lizado o católico. IVro la milenaria labor de la Iglesia en con­
tra del valor de uso y la cultura ele m i s “formas naturales" no
hizo más q u e acom pañar en el terreno espiritual de la polí­
tica religiosa un p roteso que se desarrollaba dificultosa­
m ente desde m ucho antes en el escenario material de la eco­
nom ía y que llegó a culm inar apenas en el siglo XIV: el
proceso de subordinación del valor de uso de la mercancía
-es decir, el bien o producto het ho para y desde la gravita­
ción del m e rc a d o - al valor económ ico abstracto que hay en
ella; dicho en otras palabras, el proceso de perdida de vigen­
cia de la form a cultural arcaica, presente en valor de uso, y
su subordinación a las exigencias informes, abstractas, de la
realización del valor.
En el siglo xiv, la potenciación de la capacidad socializado-
ra de la circulación mercantil de la riqueza, que tiene lugar
gracias a su conversión en circulación mercantil específica-

q ue el h om b re nuevo, d esd e su nueva identidad, d eb e m ostrar h acia los


rasgos d e la identidad superada (tradicional, pop u lar).

142
m ente capitalista, es la cansa ele que el valen de ............. ¡
nal y las formas sociales que se expresaban en <1 m i i l - tu
parte del m ercado un impacto destructivo del que imm »
más podrán reponerse en la historia de la m odernidad
Pero, también en el siglo Xiv, el reílejo de la at e ln .u nm
capitalista del m ercado en la producción y el consum o de h
riqueza es la causa de u n a reactivación explosiva de la •I*
m anda, que va dirigida al contenido de valor de uso que
d ebe haber necesariamente en toda mercancía.
Descreído en el terreno de la vida práctica de la imagen
que le pintaba el m u n d o com o un lugar de castigo, en el que
hay que abstenerse de apreciar el valor de uso porque es un
peligro para el alma, el hom bre nuevo de las ciudades bur­
guesas comienza a explorar con voracidad el repertorio fas­
cinante de los “bienes terrenales”. Siente la necesidad d e rc-
concretizar el m u n d o de la vida, y ve qu e sólo puede hacerlo
si inventa nuevas cualidades para la producción y el consu­
mo d e los bienes, puesto q u e las puram ente locales o arcai­
cas ya no están o ya no se sostienen.
El conjunto de los viejos valores de uso, que tal vez p ud o
ponerse en pie nuevam ente después de mil años de devasta­
ción cristiana, le resulta dem asiado limitado al “h om b re
nuevo”; es un espejo deficiente de las potencialidades que
descubre -inconexas, incoherentes, inform es- en sí mismo,
una imagen disminuida de la identidad que quisiera tener.
El espacio para la creación se abre de p a r en par. Más que la
propuesta humanista de pensar \ vivir a la m anera de los
antiguos -ele quienes supieron hacerlo afirm ativam ente
sobre la tierra-, el movimiento que retrata de m anera para­
digmática lo que será la actividad cultural en la m odern idad
es el movimiento renacentista dirigido a copiar o “rimoder-
nar" las formas antiguas, adaptándolas a la necesidad que
tiene el nuevo señor u rbano de confeccionarse un m u n d o a
su m edida y de inventarse una identidad acorde con sus
ambiciones.

148
Definición de la modernidad21

P o r m o d e r n id a d h a b r ía q u e e n t e n d e r el c a r á c te r p e c u lia r
d e la f o r m a h is tó ric a d e to ta liz a c ió n civ iliz ato ria q u e c o ­
m ie n z a a p re v a le c e r e n la s o c ie d a d e u r o p e a e n el sig lo XVI.
C om o es característico de toda realidad hum ana, también
la m o d e rn id ad está constituida po r el ju e g o de dos niveles
diferentes de presencia real: el posible o potencial y el actual
0 efectivo. En el p rim er nivel, la m odernidad puede ser vista
com o u n a forma ideal de totalización de la vida hum ana. En
cuanto tal, como esencia de la m odernidad, aislada hipoté­
ticamente de las configuraciones que le han dado un a exis­
tencia empírica, la m odernidad sería un a realidad de co n ­
creción en suspenso o potencial, todavía indefinida; una
exigencia "indecisa”, aún polimorfa: u n a sustancia en el
m o m en to en que “busca” su forma o se deja “elegir" p o r ella
(m o m ento en verdad imposible, pues u n a y otra se constitu­
yen recíprocam ente).
En el segundo nivel, la m odernidad p u ed e ser vista com o
la configuración histórica que dom ina efectivamente en la
sociedad europ ea del periodo indicado. Com o tal, la m o d e r­
nidad deja d e ser una realidad de orden ideal e impreciso:
se presenta de m anera plural en una serie de proyectos e
intentos históricos d e actualización o efectuación de su esen­
cia; proyectos que, al sucederse unos a otros o al coexistir
unos con otros en conflicto p or el p redom inio en la vida
social, dotan a su existencia concreta de formas particulares
sum am ente variadas.
El fun dam ento de la m o d e rn id ad parece encontrarse en
la consolidación indctenihle -p rim e ro lenta, en la Edad
Media, después acelerada, a partir del siglo XVI, e incluso
explosiva, de la Revolución Industrial hasta nuestros días-
de un cambio tecnológico que afecta a la raíz misma de las
múltiples “civilizaciones materiales” del ser h u m a n o a todo

Un tratam iento m ás d e te n id o d e lo q u e e x p o n g o en las páginas


M,Miirnirs se en cu en tra en: Kchcvcrría, La i ilusione* de la modernidad, El
1 •| iiilit»i ivía. México. 1995.

II I
lo ancho del planeta. La escala de la opcralivid.nl m-.iin
mental del trabajo h um ano, tanto del m edio de piudiu « h»n
com o de la propia fuerza d e trabajo, ha dado un "sallo <u.i
litativo”; ha experim entado u n a ampliación que ha h r tl m
pasar a la actividad hum ana a un orden de m edida sup riim
y, de esta m anera, a un horizonte de posibilidades de dai v
recibir formas desconocido durante milenios de historia. ' '
De estar acosadas y sometidas por el universo exterior al
m u n d o conquistado p o r ellas (universo al que se reconoce
entonces com o “Naturaleza”), las fuerzas productivas pasan
a ser, si bien no más potentes que él en general, sí más p od e­
rosas en lo que concierne a sus propósitos específicos; pare­
cen instalar por fin al H om b re en la jerarquía, prom etida
p o r su mito fundacional, de “am o y seño r” de la Tierra.
T em prano, m u cho antes de la época en que, con la
“invención d e América”, la Tierra red o n d eó definitivamen­
te su figura para el I lom bre y le transmitió la m edida fie su
íinitud d en tro del Universo infinito, un acontecim iento p ro­
fundo si* había hecho ya irreversible en la historia de los
tiempos lentos y los hechos d e larga duración, l ’na m uta­
ción en la estructura misma de la “form a natural" del p ro­
ceso ele reproducción social, del sustrato civilizatorio ele­
mental. venía a m inar lentam ente el terreno sobre el cual
todas las sociedades históricas tradicionales, sin excepción,
tienen establecida la concreción de su código de vida origi­
nario. U n a vieja so specha volvía e n to n c e s a levantarse
- a h o r a sobre datos cada vez más conf iables-: que la escasez,
la misma que, interiorizada en las relaciones de convivencia,
es la causa última justificante del sacrificio de la libertad, no
constituye la “maldición sine qua n o n ” de la realidad h u m a­
na; que el m odelo bélico que ha inspirado todo proyecto de
existencia histórica del H om bre, convirtiéndolo en una
estrategia que condiciona la supervivencia propia a la ani­
quilación o explotación de lo O tro (de la Naturaleza, ex-
trahum ana o hum ana), no es el único posible; que es imagi-

22 Fcrnand Brauclcl, Civilisaíion matérieUe, économie et capitalisme, xv-.xvw


sircle, C olín. París, 1070, i. n, pp. 124».
nable -sin sc i una ilusión- un m odelo diferente, d o n d e el
desalío dirigido a lo O tro siga más bien el m odelo del cros.
La esencia de la m o d e rn id ad se constituye en un m o m e n ­
to crucial de la historia d e la civilización occidental europea
v consiste propiam ente en u n reto o desafío - q u e a ella le
locó provocar y q u e sólo ella estuvo en condiciones de per­
cibir y reconocer prácticam ente com o (al. Un reto q u e le
plantea la necesidad de elegir, para sí misma y para la civili­
zación en su conjunto, un cauce histórico d e orientaciones
radicalm ente diferentes de las tradicionales, d ad o que tiene
ante sí la posibilidad real de un cam po instrum ental cuya
electividad técnica permitiría que la abundancia sustituyera
a la escasez en calidad de situación originaria y experiem ia
fundante de la existencia h um a n a sobre la tierra. El descu­
brim iento del fundam ento de la m odernidad puso tem pra­
no a la civilización eu rop ea en una situación de conflicto y
ru p tu ra consigo misma, que otras civilizaciones sólo cono­
cerán más larde v con un grado de interiorización m ucho
menor. La civilización europea debía dai forma o convertir
en sustancia suya un estado de cosas inédito: el de la ab u n ­
dancia v la em ancipación posibles - que la fantasía del géne­
ro h u m a n o había pintado desde siempre com o lo más desea­
ble* v lo menos icali/ahlc en este m undo. Debía d ar cuenta
de u n impulso <uva dirección espontánea iba ju sta m e n te en
sentido contrario al del estado d e cosas sobre el q u e ella,
com o todas las demás, se había levantado.
Las configura« iones históricas electivas de la m odernidad
aparecen así to m o el despliegue de las distintas re-forma­
ciones d e sí mismo que el occidente eu ro p eo p ued e “inven­
tar" - u n a s com o intentos aislados, otras coordinadas en gran­
des proyectos glob ales- co n el liu de re s p o n d e r a esa
novedad absoluta desde el nivel más elemental de su propia
estructura. Más o m enos logradas e n cada caso, las distintas
m odernidades qu e lia conocido la época m oderna, lejos do
“agotar" la esencia d e la m odernidad y de cancelar así el
trance d e elección, decisión y realización que ella impli<a,
h an despertado en e lla -c a d a cual a su m a n e ra - perspectiva*
cada vez nuevas de autoafirmación y han reavivado la ne<e-

146
sidad d e esc trance. Las muchas m odernidades son figuras
dotadas de vitalidad concreta p orque siguen constituyéndo­
se conflictivamente com o intentos de formación ( ivili/atoria
de un a sustancia histórica - e l rcvolucionamicnto posneolíti-
co de las fuerzas productivas- que au n ah o ra no acaba de
p erd er su rebeldía.
D e to d a s las m o d e r n id a d e s efectiv as q u e h a c o n o c id o la
h is to t ia. la m á s o p e ra tiv a d e to d a s y la q u e p o r ta n to h a p o d i­
d o d e s p le g a r d e m a n e r a m ás a m p lia sus p o te n c ia lid a d e s h a
sid o h a s ta a h o r a la m o d e r n id a d d e las s o c ie d a d e s in d u s tria ­
les d e la E u ro p a n o r o a ¡dental: a q u e lla q u e , d e s d e el siglo XVI
h a s ta n u e s tro s d ías, se c o n f o rm a e n to r n o al h e c h o ra d ic a l
d e la s u b o rd in a c ió n d e l p ro c e so d e p ro d u c c ió n y ( o n s u m o d e
la riq u e z a so cial al " c a p ita lism o ", a u n a fo rm a m u y e sp e c ia l
d e o rg a n iz a c ió n d e la vida e c o n ó m ic a .

La modernidad y el capitalismo: encuentro y desencuentro

La presencia de la m o dernidad capitalista es contradictoria


en sí misma. Encom iada y detractada, n u nca su elogio
p u ede ser p u ro com o tampoco p uede serlo su denuncia
-s ie n d o aquello mismo que motiva su encom io también lo
que es razón de su condena. El carácter contradictorio de la
m o d e rn id ad capitalista parece provenir d e un d esencuentro
en tre los dos términos que la com ponen: paradójicam ente,
la más radical de las empresas qu e registra la historia de inte­
rioriza« ión del fu n d am e n to de la m odernidad -la de la civi-
li/ai ión occidental europea y su conquista de l;i a b u n d a n ­
cia- solo pu do llevarse a cabo m ediante una organización de
la vida económ ica que implica la negación de ese funda­
m ento.
El m o do capitalista d e reproducción de la riqueza social
requiere, para afirmarse y m antenerse en cuanto tal, u n a
inít.»satisfacción siempre renovada del conjunto de necesi­
dades sociales establecido en cada caso. Karl Marx hablaba
incluso d e u n a "ley general de la acumulación capitalista’’:-1

' Escribía: “El h e c h o cíe q u e los m ed ios d e p rod u cción y la capacidad

147
sin un a población excedente, la forma capitalista n o podría
cumplii m i función m ediadora - q u e al posibilitarlo lo des­
virtúa- en el proceso de producción consum o de los bienes
sociales: necesita de ella para hacer que la com pra y la ex­
plotación de la fuerza de trabajo les resulte “rentable" a los
propicíanos de medios de producción. Por ello, la tarea pri­
mordial de la econom ía capitalista es reproducir la condi­
ción di- existencia de su propia forma: construir y recons­
tru ir in c e sa n te m e n te u n a escasez - u n a escasez a h o r a
artificial- justo a partir de las posibilidades renovadas de la
abundancia, l a civilización europ ea em p re n d e la aventura
de conquistar y asumii el nuevo m u n d o esbozado, p ro m e­
tido". poi la re-fundam entación material d e la existencia
hum ana, y el arm a que em plea es la econom ía capitalista.
Pero el com portam iento «le ésta, au n q u e es efectivo, es tam­
bién contraproducente. Kn eí'ec to. el capitalismo provoca en
la civili/ación eu rop ea el diseño esquemático de un m odo
n o sólo deseable sino realmente posible de vivir la vida h u­
mana. un provecto dirigido a potenciar las oportunidades
de su libei tad; pero sólo lo hace pala obligarla a que, con el
mismo trazo, haga de ese diseño una composición irrisoria,
una bui la de sí misma.
A un tiem po fascinantes e insoportables, los hechos y las
cosas de esta m o dernidad manifiestan bajo dicha forma con­
tradi«. un ia aquello que <onstituye el hecho fundamental de
la econom ía capitalista: la contradicción irreconciliable e n ­
tre, p o r u na parte, el sentido del proceso concreto d e traba­
jo disfrute - u n sentido “natural”, proveniente de la historia
del ‘metabolismo" entre el ser hum ano y lo o tro - v, p o r otra,
el sentido del proceso abstracto de valorización/acumula­
ción - u n sentido “enajenado", proveniente de la historia (le­
la auloexplotación del ser hum ano.-'

productiva d el trabajo crcccn más rápidam ente que la población p rod u c­


tiva se exp resa, d e m anera capitalista, a la inversa: la p oblación d e los tra­
bajadores crece siem pre más rápidam ente q u e la necesidad d e valoriza­
ció n d e l capital." (M arx, i)t\ K apitak Meissner, H am burgo, 1867. p. 632.)
•' 1.a deM ripción v crítica q u e Marx hizo «le la “riqueza de las n a cio n es“
en su form a capitalista ech a lu z sobre la con trad icción c n u e m od ern id ad

I 18
lo s rasgos característicos de la vida moderna

Kl e n c u e n tro /d e s c n c u e n tr o de* la m o d e rn id ad y el capitalis­


mo -la prim era com o posibilidad histórica inédita ríe una
existencia ab u n d an te y em ancipada, y este último com o la
mediación real de su realización- confiere a la sida social
m o d e rn a una peculiaridad muy marcada, q u e suele descri­
birse m ediante una serie de determ inaciones características,
<•11 la que coinciden num erosos autores: el racionalismo, el

v capitalism o q ue se observa e n lo s d istin tos fe n ó m e n o s característicos d e


la m od ernidad d o m in a n te. S egú n esa d e sc iip c ió n , la form a o el m o d o
capitalista d e la riqueza social - d e svi p ro d u cció n , t ii d ila c ió n v c o n su m o -
es la ún ica vía q u e las circunstancias históricas abrieron para el paso ríe la
posibilidad d e la riqueza m od ern a a su realidad efectiva. Se ti ala sin
em b argo d e una vía q u e, p o r dejar fuera d e mi cau ce cada vez m ás posi­
bilidades d e en tre todas las q u e está llamada a conducir, h ace d e su n e c e ­
sidad u n a im p osición y d e su servicio una o p resió n . El p ro ceso d e pro­
d u c c ió n d e ob jeto s c o n valor d e u so g e n e r a por sí m ism o n u evos
princip ios cualitativos d e co m p lem en ia c ió n en tre la fuerza d e trabajo y
los m ed io s de p ro d u cció n ; e sb o zo s de a co p la m ie n to q u e tien d e n a
reconstruir una d im en sió n gratuita (lúdica, cerem o n ial, estética) por
deb ajo y en contra d el utilitarism o d e las c o n e x io n e s técnicas. Sin em bar­
g o . la actividad productiva n o p u ed e cum plirse e n lo s h ech o s, si n o o b e ­
d e c e a un princip io d iferen te d e co m p lem en ta ció n en tre el trabajador %
sus m ed ios, el d e la acu m u lación d el plusvalor e x p lo ta d o . D e esta m a n e­
ra. el principio capitalista d e c o m p lem en ta ció n de la fuerza d e trabajo
co n los m ed ios d e p roducción en cierra en sí m ism o una con trad icción .
\ ' o p u ed e dejar d e aprovechar las o p o rtu n id a d es d e acu m u lación q u e se
le ab ren, pero n o p u ed e hacerlo sin despertar una fuerza im p u gn ad ora
in con trolab le. Igu alm en te, el proceso de c o n su m o d e b ien es p rod u cid os
crea por si m ism o nuevos principios d e disfrute que tien d en a hacer de la
relación técnica en tre necesidad y m ed ios de satisfacción un ju e g o ele
corresp on d en cias. De h ech o , sin em bargo, el c o n su m o m o d ern o a c o n te­
c e ú n icam en te si se deja guiar por un p rin cip io d e disfrute diam etral­
m en te opu esto: e l q u e deriva d el "consum o productivo" capaz d e con ver­
tir el plusvalor en pluscapital. El principio capitalista d e satisfacción d e las
n ecesid a d es es así, é l tam bién, in trínsecam ente contradictorio: para apro­
vechar la diversiíicación d e la relación técnica en tre n ecesid a d es v satis-
factores. tien e q u e violar el ju e g o d e eq u ilib rios <ualitativos en tre «‘líos y
so m eterlo a los plazos y las prioridades d e la acu m u lación de capital; a su
vez. para am pliar v acelerar esta acum ulación, tien e q u e provocar la eferves­
cen cia caótica e irrefrenable de ese proceso diversificador.

149
progresismo, el individualismo, el urbanicismo, el economi-
cismo, el nacionalismo, etcétera. Tal vez sea la propuesta de
Ile id e g g e i'5 fie relacionar en tre sí esas determ inaciones y
en co n trar un principio de coherencia en su conjunto la que
m ejor cum ple ese cometido. Según él, de en tre todas las
características que pueden encontrarse en la vida m oderna,
es el “hum anism o” la que se en cu e n tra en el c en tro y la que
organiza su sentido.
Poi “humanismo" debe entenderse, siguiendo a Heideg-
ger, un antropocentrism o exagerado, llevado hasta el um ­
bral de una “antropolatría". No solam ente la tendencia de la
vida h um a n a a crear para sí un m u n d o (un cosmos) autó­
nom o y dotado de una autosuficiencia relativa respecto de
lo O tro (el caos), sino más bien su pretensión de supeditar
la realidad misma de lo O tro (todo lo extra-hum ano, infra-
o sobre-hum ano) a la suya propia; su afán d e constituirse en
calidad de "Hombre" o sujeto in dep en diente, frente a un
O tro convertido en puro objeto, en m era con trap arte suya,
en "Naturaleza".
No simple expulsión, sino aniquilación sistemática y per­
m anente del Ciaos -q u e, en el universo de lo social, trae co n ­
sigo una eliminación o colonización siem pre renovada de la
“Barbarie”-, el humanismo afirma un o rd en e im pone una
civilización que tienen su origen en el triunfo a p a re n te m e n ­
te definitivo de la técnica racionalizada sobre la técnica
mágica. Se trata de algo que p uede llamarse "la m uerte de la
prim era mitad de Dios" y que consiste en u n a “des-diviniza­
ción" o u n “desencantamiento": en la abolición de lo divino-
num inoso en su calidad de garantía de la efectividad del
cam po instrumental de la sociedad. Dios, com o fu n d am e n ­
to de la necesidad del o rden cósmico, deja de existir; deja de
ser requerido com o prueba fehaciente de que la trans-natu-
rali/ación que separa al h om b re del animal es en verdad un
pacto entre la com unidad, que sacrif ica, y lo O tro, qu e acce­
de. Si antes la fertilidad y la productividad eran posibles gra-

'■ “D ié Zcit d es W eltbildcs”. en Holzxvege, K losterm ann, Frankfurt ain


M ein. 193S» p. 69.

150
cias a un compromiso o contrato establecido con una volun
tad superior, arbitraria pero asequible a través de sacrificios
c invocaciones, de ofrendas y conjuros, ahora, en la m oder­
nidad, son el resultado de la casualidad o el azar. Sólo que
de un azar cuyos límites de i m previ sibil idad pu ed en ser cal­
culados con precisión cada vez mayor p o r el enten dim ien to
h u m ano; de una casualidad que p uede así ser “dom ada" y
aprovechada po r la razón instrumentalista y el p o d e r eco nó ­
mico-técnico al que ella sirve. F.l racionalismo m o derno , el
triunfo de las luces del entend im iento sobre la p en u m b ra
del mito, que implica la reducción de la especificidad de lo
h u m a n o al desarrollo de la facultad raciocinante y la reduc­
ción de ésta al m odo en que ella se realiza en la práctica
pu ram ente técnica o instrumentalizadora del m un do, es el
m o do de manifestación más directo del hum anism o propio
de la m o d e rn id ad capitalista.
Se trata, en esta construcción “h¡per-humanista” de m u n ­
do, de un a hybris o desmesura, cuya clave se ubica en la efecti­
vidad práctica del conocer ejercido como un trabajo intelec­
tual de “apropiación” del referente, así com o en la efectividad
m etódica del tipo matemático-cuantitativo de la razón em ­
pleada p o r él. El buen éxito económ ico de su estrategia
com o animal rationale, tanto en la com petencia mercantil co­
m o en la lucha contra la Naturaleza, confirm a al “h o m bre
nuevo” en su calidad de sujeto, fun dam ento o actividad
autosuficiente, y lo lleva a consolidarse y sustancial izarse en
calidad de sujetividad pura. Incluso el proceso de rep ro duc­
ción social al que pertenece se convierte para él en un obje­
to del que p re te n d e distinguirse y sobre el qu e se enseñorea.
Todos los elem entos que incluye este proceso, desde la sim­
ple naturaleza hum anizada -sea la del cuerpo individual o
colectivo o la del territorio q u e él o c u p a - hasta el más ela­
b o rad o d e los instrum entos y procedimientos; todas las fun ­
ciones q ue implica, desde la más material, procrea!iva o pro­
ductiva, hasta la más espiritual, política o estética; todas las
dim ensiones en que se desenvuelve, desde la más rutinaria y
autom ática hasta la más extraordinaria y creativa: toda la
consistencia de la vida h u m a n a y su m u n d o es reducida de

151
esta m a n era a la categoría de m ateria dispuesta para él, que,
p o r su parte, es iniciativa pura.
El “hum anism o m oderno", entend id o en los térm inos a n ­
teriores, parece estar en la base de las otras determ inaciones
reconocidas com o propias de la m odernidad; a tal punto,
qu e todas ellas podrían ser tratadas como variaciones suyas
en diferentes zonas y m om entos de la vida social. Veámoslo
a continuación en los casos del progresismo, el urbanicismo,
el individualismo y el nacionalismo.
La historicidad es una característica esencial de la activi­
dad social; la vida h um a n a sólo es tal p orque se interesa en
el cam bio al q ue la somete el transcurso del tiempo; p orq ue
lo asume e inventa disposiciones ante su inevitabilidad. Dos
procesos coincidem es p ero de sentido contrapuesto consti­
tuyen siem pre la transformación histórica: el proceso d e in­
novación o sustitución de lo viejo po r lo nuevo y el proceso
de re-novación o restauración de lo viejo com o nuevo. El
progresismo consiste en la afirmación de un m o d o de his­
toricidad en el cual, de estos dos procesos, el prim ero pre­
valece y dom ina sobre el segundo. En términos estricta­
m e n te progresistas, todos los dispositivos, prácticos y
discursivos, que posibilitan y co n fo rm a n el proceso de
reproducción de la sociedad -d e sd e los procedim ientos téc­
nicos de la producción y el consumo, en un extrem o, hasta
los ritos y ceremonias festivas, en el otro, pasando por los
usos del habla y los aparatos conceptuales, e incluso p or los es­
quem as del gusto y la sociabilidad- se en contrarían inmer­
sos en un movimiento de cam bio indetenible que los lleva
de un estado “defectuoso" a otro cada vez “más (cercano a lo)
perfecto”.
El progresismo puro se inclina ante la novedad innovado­
ra ("modernista") como ante un valor positivo absoluto; por
ella, sin más, se alcanzaría de m anera indefectible lo que
siempre es mejor: el increm ento de la riqueza, la ampliación
de la libertad, la profundización de la justicia, en fin, las
"metas de la civilización". En general, su experiencia del
tiempo es la de una corriente no sólo continua y rectilínea
sino adem ás cualitativamente ascendente, sometida de gra­

152
do a la atracción irresistible que el futuro ejerce p o r sí
mismo en tanto que sede de la excelencia.
Lejos de cen trar su perspectiva temporal en el presente,
la m o d e rn id ad progresista tiene el presente en calidad de
siem pre ya rebasado; vaciado de con tenido p o r la prisa del
fluir temporal, el presente sólo tiene en ella una realidad vir­
tual, inasible, lis p o r ello que el “consumismo", cuya gesta­
ción analizó Benjamín en el París del siglo XIX, puede ser
visto com o un intento desesperado de atrapar un presente
que ya am enaza con pasar sin h aber llegado aún; de com ­
pensar con una aceleración obsesiva del consum o de más y
más valores de uso algo que es en sí una imposibilidad de
disfrute de uno solo de los mismos.
La constitución del m u n d o de la vida, en el sentido del “hu ­
manismo m oderno", com o u na sustitución del caos del obje­
to p o r el o rd en del sujeto -y de la barbarie p or la civiliza­
c ió n - se encauza no sólo en la construcción del tiempo
social, com o progresismo, sino también en la construcción
del espacio social, iin efecto, el urbanicismo no es otra cosa
que el progresismo, pero trasladado a la dimensión espacial;
la tendencia a construir y reconstruir el lugar de lo h um ano
com o la materialización incesante del tiempo del progreso.
Afuera, com o reducto del pasado, d ep en d ien te y dom inado,
separado de la periferia natural o salvaje p or una frontera
inestable, se en cu e n tra el espacio rural, el mosaico de recor­
tes agrarios dejados o instalados po r la red de interconexio­
nes urbanas, el lugar del tiempo agonizante o apenas vita­
lizado p o r contagio. En el centro, la city, el lugar de la
actividad incansable y de la agitación creativa, el “abismo en
el que se precipita el presente” o el sitio d o nde el futuro
brota y comienza a realizarse. Y, desplegada en tre los dos,
e n tre la periferia y el núcleo, la constelación de los conglo­
m erados citadinos, unidos e ntre sí por las nervaduras del sis­
tema de comunicación: el espacio urbano, el lugar del tiem­
po vivo que repite en su traza la espiral centrípeta de la
aceleración futurista -y reparte también, sobre el registro
topográfico, la je ra rq u ía del dominio.
O riginado en la m uerte de “la otra mitad de Dios” -la de

153
su divinidad com o gravitación cohesionadora de la com uni­
d a d -, el individualismo m o d e rn o es la forma que el “h u m a­
nismo" ado pta en el proceso de socialización de los indivi­
duos, de su reconocimiento e inclusión com o personas o
m iem bros identificables d en tro del género hum ano. El re­
em plazo de la socialización com unitaria p o r la socialización
mercantil y el fracaso que esto implica de la realización ar­
caica de la form a religiosa de la politicidad h u m a n a hacen
del individuo social constituido com o propietario privado
un ente a la vez poderoso y vacío; es, en efecto, p o r un lado,
la voluntad o sujetidad p u ra -corporización, en calidad de
iniciativa hum ana, de la tendencia abstracta del valor m er­
cantil a realizarse en el m ercado -, p ero es también, p o r otro,
un reclamo de identidad concreta, de singularidad cualitati­
va. El individualismo m oderno es la característica del “ho m ­
bre que se hace a sí mismo”, de aquel qu e se d escubre capaz
de desdoblarse y así ponerse frente a sí mismo co m o si fuera
un objeto de su propiedad (un “cuerpo q ue se tiene, y no se
es", un aparato exterior, compuesto de apetencias y facultades)
sobre el que es posible co m p o n er una personalidad deter­
minada.
Por esta razón, el individualismo m o d e rn o tiene u n a co n ­
trapartida que lo complementa: el nacionalismo m oderno.
La necesidad so< ial de colmar la segunda ausencia divina, de
p o n e r algo en el lugar d e la com unidad destruida o de la
ecclrsia perdida, se satisface en la m o d e rn id ad capitalista
m ediante u n a re-sintetización p u ram e n te funcional de la
iden tid ad com unitaria y de la singularidad cualitativa del
m u n d o de la vida en la figura del estado nacional. La exi­
gencia social d e afirmarse y reconocerse en u n a figura real
y concreta se acalla mediante la construcción de un sustitu­
to de concreción, aportado p or la figura ilusoria de la id en­
tidad nacional. Realidad de consistencia derivada, la identi­
dad nacional de la m odernidad capitalista descansa en una
voluntad sustentable del nacionalism o, e n tre in g e n u a y
coercitiva: la de confeccionar, a partir de los restos de la
“nación natural”, ya negada y desconocida, un con jun to de
marcas singularizadoras, capaces de n o m in ar o distinguir
com o compatriotas o connacionales a los individuos abs­
tractos (propietarios privados) cuya existencia d e p e n d e de
su asociación a la em presa estatal.26
La incongruencia e n tre m o dernidad y capitalismo se m a­
nifiesta con toda claridad en el “hu m anism o” de la vida
m o d e rn a y en las otras características que derivan de él. La
“m uerte de Dios” no implica necesariamente que su lugar
q u ede vacío y que d eba ser llenado p o r la sujetidad desm e­
surada del ser h um ano. Lo que implica, por el contrario,
es u n a incitación a vivir sin él y sin su trono, es decir, a levan­
tar un cosmos, no en enem istad sino en connivencia con lo
otro, en el que 110 se deba repetir u n a y otra ve/, la escena
traumática de la trans-naturalización fundadora, sino en el
q u e se abra y se libere la entrad a al ju e g o de las sublimacio­
nes. La m odernidad, motivada p o r un a lenta pero radical
transformación revolucionaria de las fuerzas productivas, es
una prom esa d e abundancia y emancipación; u n a prom esa
q u e llega a desdecirse a m edio cam ino po rq ue el m edio que
debió elegir para cumplirse, el capitalismo, la desvirtúa sis­
temáticamente. Sólo así es que la “m uerte de Dios” debe
convertirse en una deificación del H om bre; que la apertura
del m u n d o de la vida debe llevar a u n a clausura futurista del
tiempo \ urbanicista del espacio; que la liberación del indi­
viduo debe darse com o una pérdida de su consistencia cua­
litativa y u na sujeción renovada a una com unidad ilusoria.

A‘ V éase, so ln e este p u n to, el ensayo d el au tor "El problem a d e la


nación d esd e la crítica de la eco n o m ía política", e n Echeverría, E ldh cu r-
so crítico de Marx, M éxico, Era. 1986.
1. La revolución lormal y el crcativismo cultural
moderno

/-os burguesa tienen muy buena a razones para inven­


tarle al trabajo una /u n z a ( n a tiva soba natural.-'
Karl Marx

Si consideramos el “humanismo" m o d e rn o en relación con


la cultura, es decir, con aquella dimensión de la actividad
hum ana en la que esta. mediada en la reproduce ión de la
vida cotidiana, reafirma dialécticamente la singularidad del
código que le perm ite realizarse, vamos a observar que
adquiere la determinación de un creativismo cultural.-’'*
Menosprecio, en un sentido, y solicitación, en otro, son
las dos actitudes contrapuestas que retratan, en los com ien­
zos ele la época m oderna, el com portam iento “esquizoide”
del "hom bre nuevo" respet lo del valor de uso en su práctica
cotidiana. Poi un lado, el desconocim iento -pro-inercani.il-
de las figuras concretas tradicionales del valor d e uso y de
los universos sociales arcaicos que p rete n d en reproducirse
en la producc ión y el consum o de los mismos; poi otro, la
búsqueda -anti-m crcaniil- de una figura concreta para su
riqueza, de un valoi de uso que sea la realización, el sopor­
te* material del valor generado con su trabajo: estos dos
m om entos de su com portam iento abren el cam po de ten-

■ "Die liürger haben itln guie (¡riinde, <ln Arbeit übematiirlkhe Schopfungs-
krajt anzudichten."
El creativism o cultural so líat e m ás ev id en te c o m o creativism o artís­
tico y. sobre to d o e n el siglo \X . en ciertas versiones d e !;i "vanguardia”
qu e idolatran al artista n o só lo c o m o cread or d e los ob jetos bellos, sino
co m o fu en te d e la llc lle /a en cu an to tal (sobre cuya productividad él, en
otro registro, d eten ta los d e rech o s d e to d o p rop ietario d e un "recurso
natural"): "sin él. lo b e llo n o existiría”.

156
sión bipolar que dará su dinámica al cultivo de la forma
social en la época moderna.
El desarraigo o hehnatlosigkeit 29 es u n o de los rasgos más
reconocidos de la condición hum an a en la m odernidad.
Hace referencia a la experiencia de una imposibilidad: la de
llegar al núcleo de la utilidad de los objetos del m u n d o de la
vida. O, lo que es lo mismo, de un a ausencia: la de un a fuen­
te última de sentido o coherencia profund a en las significa­
ciones que se producen y consum en en la práctica y en el
discurso. El ser hu m a n o m oderno, creatura de la sociedad
universalizada abstractamente por el mercado, se percibe con­
d e n a d o a la lejanía, ex trañe/a o ajenidad respecto de aquel
escenario concreto en el que un valor de uso deviene lo
qu e es.*" l 'n a falta d e fundam ento, un status contingente
parece d re n a r sin rem edio la vitalidad de las formas creadas
p o r él. Es com o si los valores de uso que se p rod ucen y co n ­
sum en en la m od ernid ad requiriesen, para ser reales, y
auténticos, la pertenencia a una com unidad singular, identi­
ficada (una heimat ), - a u n a com unidad conectada directa­
m ente con el m om en to de la transnaturalización, levantada
sobre u n pacto aún renovable con lo otro, con los dioses,
con las fuerzas oscuras de la tierra- que les está negada, y co­
mo si, p o r tanto, arrancados de ella, fuesen únicam ente im­
provisaciones pasajeras, emergentes, incapaces de satisfacer
a plenitud las necesidades o de entregar en verdad el disfru­
te que p ro m eten. P or esta razón, la cultura en la m o d e rn i­
dad n unca logra escapar al acoso d e un a duda: ¿puede
h a b e r un valor de uso desentendido de las figuras arcaicas
del mismo, desconectado d e ellas; un valor de uso com ple­
tam ente nuevo, m oderno, alejado del traum a de la transna­
turalización, que se encierra en el valor de uso tradicional?

Intercam bio intencionalm ente los términos castellanos "desarraigo”


y "carencia de patria" que traducen, respectivamente, a los alemanes "cnt-
wurzclung" y “lieimadosigkeil
"Tai la (Inrliclio,, la “geworfenhñC. pensados c o m o co n d ició n gen eral d e
la existen cia hum ana. I Ieid egger universaliza una exp eriencia que corres­
p o n d e prop iam en te a la a b olición m o d ern a d e la socialidad com unitaria
al ser sustituida p or la socialidad m ercantil capitalista.
¿No es ju sta m en te la vigencia de ese traum a el secreto de lo
valioso, el “oscuro objeto” qu e otorga su atractivo al valor de
uso?
Tero, al mismo tiempo que la característica del desarrai­
go, la vida m o d e rn a presenta otra, de diferen te o rd e n y con­
trapuesta a ella, que parece estar a h í para com pensarla y
superarla arrolladoramente: la de traer consigo una revolu­
ción de las formas.
En la época m oderna, com o n o sucedió prob ab lem ente
n un ca antes en la historia, el cultivo de la figura concreta de
la sociedad, de su identidad, llega a convertirse en una acti­
vidad dirigida a la re-fundación de la misma; deja d e ser sólo
u n a transformación ele la figura establecida, qu e la renueva
o la recom bina mientras la desustancializa y resustancializa,
y pasa a ser propiam ente u n intento d e reconstruirla o re­
crearla com pletamente.
Desde sus inicios, la cultura m o d ern a percib e,justam ente
a través de la experiencia del desarraigo, qu e el in tento de
cultivar las viejas formas de la identidad es un intento vano;
que todas ellas son formas provenientes de una situación
irrepetible en que la validez d e cada una d ep end ía de la
capacidad que dem ostraba su respectivo cosmos de enclaus­
trar su hum anidad frente a la barbarie de los otros. Era una
situación en que la universalidad podía confundirse in m e­
diatam ente con la concreción, puesto que la definición de
“lo h u m a n o en general” coincidía plenam ente con la defi­
nición de "lo p ropio”.
Pero la época m od e rn a trae consigo la formación d e un
m ercado m undial de existencia no sólo formal, com o la que
tuvo durante más de dos milenios, sino real y efectiva; y el
m ercado m undial implica la interpenetración, a través de
unos mismos términos d e equivalencia, de los mercados
locales más lejanos y desconocidos, la equiparación y el
intercam bio d e los valores de uso más disímbolos que sea
posible imaginar, en resum en: la presencia ineludible e
inquietante del "otro” en la esfera de las apetencias y las in­
tenciones de “uno mismo”. El m ercado mundial unlversali­
za en términos reales p e ro abstractos, en calidad de rniem-

158
bros del genero de los propietarios privados, a todos los
habitantes del planeta y, al hacerlo, rom pe los "universos"
cerrados del valor de uso en los que se reflejan las in n u m e­
rables identidades concretas que han sido conectadas entre
sí. A la cultura se le vuelve problem ático algo q u e antes le
era insignificante: la relación entre lo concreto v lo univer­
sal. Se enfrenta a una cuestión inédita, que es justamente la
que le dará su especificidad: ¿cómo resguardar la concre­
ción de la forma propia sin d efen d e r al mismo tiem po la
insostenible pretensión de universalidad excluyeme qu e le
es constitutiva? O. a la inversa: ¿cómo volver incluyente la
universalidad de la forma propia sin diluirla en la abstrac­
ción? El reto que tiene ante sí es el de llevar a cabo su rca-
firmación dialéctica de la figura singular del cosmos al que
pertenece, pero hacerlo de tal m anera que implique intro­
ducir en ella una transformación revolucionaria: sustituir su
m anera de relacionar ingenuam ente lo concreto con lo uni­
versal p or otra, crítica, en la que tal relación sólo se da de
un a m anera mediada. La m odernidad com o utopía: ¿es posi­
ble inventar cualidades de un nuevo tipo, a un tiempo uni­
versales y concretas? ¿Es posible produ cir y consum ir valores
de uso cuya concreción pueda pasar la prueb a d e la m er­
cantil icación. no perderse* en su metamorfosis dineraria
sino afirmarse a través de ella? ¿Es posible vencer el desa­
rraigo sin volver atrás, a la co m unidad arcaica, sino yendo
más allá de él, hacia una com unidad “abierta”?
Este desafío y esta pregunta revelan, a partir del siglo XIV,
la condición más fundam ental de la cultura m oderna. Y la
respuesta que ella puede dar, condicionada p or la efectua­
ción capitalista de la m odernidad, es - c o m o en el caso del
"hum anism o” que responde a la “m uerte de Dios"- una fuga
hacia adelante: el creativismo desatado."’1
El fascinante espectáculo de la sociedad m oderna, la arti-

" Interioriza o hum aniza bajo el moclo d e una voluntad in d cten ib le de


form as nuevas lo q u e es en verdad la voracidad d el su jeto efectivo, el suje­
to có sico , el valor, valorizándose in saciab lem en te. Véase, sobre el d estin o
d e la creatividad artística en el capitalism o, A d o lfo Sánchez. V ázquez, Las
¡decís estéticas de Marx. Era. M éxico. 1% 3. pp. 2 0 8 y ss.

159
ficialidad y la fugacidad d e las configuraciones cada vez n u e­
vas q u e se inventa para su vida cotidiana y que se suceden sin
descanso las unas a las otras hacen evidente su afán de com ­
pensar con aceleración lo que le falla de radicalidad. La crea­
ción desatada, la exageración de su capacidad de reproducir
de innum erables maneras las formas qu e la rigen, hace
manifiesta una impotencia para alterarlas en su estructura.
El creativismo es el sustituto de la revolución formal que
reclama la m odernidad y que resulta irrealizable. Es el fan­
tasma de la creatividad impedida.
;Es posible crear ex nihilo un sistema d e concreción para
la vida h um a n a y su m undo? ¿Es posible inventar u n a sub-
codificación para el código d e la reproducción social? ¿Es
posible que una “política cultural” sea capaz de construir
una identidad social? A estas tres preguntas, la hybris del crea­
tivismo cultural m o d e rn o le lleva a responde! afirmativa­
mente: “el h o m b re es h echura exclusiva del propio h o m ­
b re '. Es una respuesta que echa tierra sobre el conflicto
inherente a todas las formas tradicionales de lo hum ano,
sobre el núcleo traumático en el valor de uso y sobre la posi­
bilidad de trascenderlo.

160
LA IIISTORIA DE LA CULTURA Y \ A PLURALIDAD
DF. LO MODERNO: LO BARROCO

1. Cultura y ethos histórico

Los seres humanos son los que menos se comportan


como medios a l sen icio del fin racional de la historia;
no sólo porque a l cumplir con éste (...) satisfacen a l
mismo tiempo los fines de su particularidad, que son
distintos de él, sino Jtorque lo comparten y son por ello
fines para si mismos.32
(i. W. F. Ik-gd

El concepto de ethos histórico

Cultura: el cultivo dialéctico de la singularidad de un a forma


de h um anidad en una circunstancia histórica determ inada.
En otras palabras, cultura: la vida, vivida com o el "uso" o
“habla” d e una versión particular del código universal de lo
hu m ano , en la m edida en q u e p o n e su énfasis en la recons­
titución meta-semiótica de la “figura concreta de subco*
dificación" implícita en ella o, lo qu e es lo mismo, en la
reafirmación autocrítica del “corte” o “estado histórico de có­
digo”1” en que dicha versión se encuentra. C oncebida de
esta m anera, se en tien d e que la cultura toque y se introduz­
ca necesariam ente en el núcleo mismo d o n d e acontece la
formación de esas versiones o formas d e h um an id ad o en el
plano último d o n d e tiene lugar el proceso d e composición
de esas subcodificaciones. De-sustancializar y rc-sustanciali-

"Die Menschen verhalten sich (...) am wenigsten als Mittel zum Vemunfiz-
wecke der Geschichte; nicht nur befriedigen sie zugleich mit diesem und bei Gele­
genheit desselben die dem Inhalte nach to n ihm verschiedene Yxm kt ihrer Parti/tu-
larität, sondern sie haben Teil an jenem Vernunfiuoeck selbst und sind eben
dadurch Selbstzioecke. "
M En el sentido cn que F. de Saussure habla de un "estado de lengua".

161
zar la “mism idad” implica para la cultura locar el p u n to en
cjue el conflicto profundo que la constituye se re-determina
y se replantea en términos diferentes, de acuerdo a las con­
diciones históricas renovadas en las que debe reaparecer.
Pero implica sobre todo tener que hacerlo desde el interior
de distintas modalidades alternativas de un com portam ien­
to qu e intenta resolver esc conflicto; m odalidades que, al
com petir cnire sí, al esbozar distintas versiones posibles de
esa “mismidad", le dan su consistencia dinámica, inestable y
plural.
Se trata de un com portam iento social estructural al que
podem os tal vez llamar "eihos histórico”,'* p or cu an to en él
se repite una y otra vez. a lo largo del tiempo la misma inten-
<ion que guía la constitución de las distintas formas de lo
hum ano. También es la puesta en práctica de un a estrategia
destinada a hacer vivible lo invivible, a resolver u n a contra­
dicción insuperable; sólo que en su caso se trata de u n a con­
figuración histórica específica de la contradicción funda­
m ental q u e constituye la c o n d ició n h u m a n a . En este
sentido, com o proyecto de construcción de un a “m orad a”
para u n a cierta afirmación de lo hum ano, el elhos histórico
puede ser visto com o todo un principio de organización de
la vida social y de construcción del m u n d o de la vida.
1.a m o dernidad determ ina la concreción de la cultura
hum ana en la medida en que introduce su problemática
particular en el trabajo dialéctico q u e ésta lleva a cabo sobre
la identidad social en la vida cotidiana. Una problemática
que se genera en el revoluc ionam iento civilizatorio q u e ella

" El t á m ino "el¡tos" tiene la ventaja d e su d o b le sentido; invita a co m ­


binar. e n la signif icación básica de “m orada o abrigo", lo q u e en ella se
refiere a refu gio”, a recurso defen sivo o pasivo, co n lo q u e en ella se re-
l u-re a ‘'at ina ', a recurso ofensivo o activo. A lterna y co n fu n d e el c o n c e p ­
to d e "uso, costum bre o com p ortam ien to autom ático" - u n dispositivo q u e
n o s p rotege d e la necesidad d e descifrarlo a cada paso, q u e im plica una
m anera d e contar c o n el m undo y d e co n fia r en e l- con el c o n c e p to de
"carácter, personalidad individual o m o d o de ser" -u n dispositivo q u e nos
p rotege d e la vulnerabilidad propia d e la con sisten cia proteica de nuestra
iden tidad, q u e im plica un a m anera d e im p o n er nuestra presencia en el
m u n d o, d e ob lig a rlo a acosarnos siem pre por el m ism o ángulo.

162
trae consigo; en una alteración de la forma social básica
-occidental e u ro p ea -, dirigida no sólo a reconform arla sino
a reconstituirla radicalmente. Y la determ ina ju sta m en te por
m edio de la formación de un “ethos histórico m o derno " que
aparece en la vida social para neutralizar y al mismo tiempo
viabilizar una transformación semejante. La cultura sólo
p uede realizarse en la m odernidad si pasa a través de la
densa zona del "ethos histórico”: allí d o n d e la vida h um a n a
reconform a la identidad occidental y e u ro p ea al inventarse
la estrategia de com portam iento necesaria para sobrevivir
en m edio de la transformación cualitativa de las “fuerzas
productivas” que es conducida por el capitalismo.
El rango d e n tro del que se despliegan las variedades de la
cultura m o d e rn a en Europa sorprende p o r su am plitud; no
sólo son innum erables las versiones en que ella se presenta,
sino que las diferencias entre una y otra p u e d e n ser e n o r­
mes. Lo mismo hay que decir, por supuesto, de su historia.
Esta es la razón de las dificultades con que se topan quienes,
al narrarla, intentan identificar y clasificar al m enos las lí­
neas principales de su desarrollo. Dificultades que, p o r su­
puesto, no interrum p en el trabajo del historiador, puesto
que, si bien la cuestión acerca de cómo identificarlas y agru­
parlas, d e qué criterio usar para hacerlo, perm anece abier­
ta para él, la heurística de su narración viene a resolverla en
la práctica, au n q u e sea “provisionalmente” y d en tro de cier­
tos márgenes limitados. El “material” de lo narrado parece
traer consigo su propia m anera de identificarse y pro p o n e
p o r sí m ism o diferentes criterios de clasificación y periódiza-
ción que el historiador de la cultura m o d ern a acepta y combi­
na de u n a m an era u otra. Son criterios que lo mismo se re­
fieren a distintos “sujetos” particulares de esa h isto ria-co m o
el que distingue un sinnúm ero de entes o sustancias conso­
lidadas: geográficas (“historia de la región alpina”), étnicas
("historia de los pueblos arios"), económicas ("historia del
capitalismo”), políticas (“historia de la dem ocracia”), etcéte­
ra - qu e a distintas “propiedades" constitutivas de dichos
sujetos - c o m o el que distingue en cada u n o de ellos un
sinnúm ero de aspectos o “niveles”: el antropológico ("histo-

163
lia de la vida privada”), el sociológico (‘‘historia d e la vida
urbana en..."), el económ ico (“historia de la dialéctica no r­
te-sur"). etcétera.
El criterio que se ha dejado notar más Inertem ente en la
narración histórica de la cultura m od erna ha sido sin du da
el q ue lleva a hablar de ella com o la carat tei ísiiea de un suje­
to definido a la ve/ en términos geográficos, étnicos v polí­
ticos; un criterio que elige juzgar la variedad del acontecer
concreto de la <ultura desde un miradoi especial; que dis­
tingue a los seres hum anos p o r su pertenencia a una deter­
m inada em presa histórica estatal: la nación. A tal p u n to ha
llegado la reducción nacionalista de lo h u m a n o en el dis­
curso m o d e rn o , que es com ún en te n d e r "historia de la cul­
tura m o d e rn a ” com o sinónim o de "historia de las culturas
na< i o n a l e s " . E l criterio nacional se presenta com o el crite­
rio más ap rop iad o a la cosa misma, no sólo p orq ue la Nac ión
es un fe n ó m e n o m o d e rn o sino porque la h u m a n id ad m o­
derna. ella misma, se concibe com o un Cloncierto de \a< io­
nes (Europa \ el testo del m undo, es decir, el conjunto de
sus estados satélites). 1'iene. en electo, frente a los otros cri­
terios. la ventaja de que las nal raciones que inspira no dejan
inexplicada ni la yuxtaposición d e las historias particulares
de los diferentes sujetos puros (como lo hacen las narra* io­
nes o rto d o x am en te geográficas, étnicas, económicas, políti­
cas, etcétera) ni la de las historias parciales de un mismo
sujeto (com o lo hacen las narraciones especializadas en lo
antropológico, lo so< iológico. lo económico, etcétera), sino
q u e perm ite n arrar una historia a la ve/, global v completa,
“universal" v “om nicom prensiva”. es dec ir. capaz de reu n ir a
lodos los sujetos particulares d e la histoi ia c ultural modei na
y de incluii todos los niveles de la vida soc ial en los que se
desenvuelve esa historia.
1.a arbitrariedad e inconsistencia de este criterio ha sido
im perceptible o soslayable en virtud del efecto persuasivo

'■ K saib ir la historia d e la cultura co m o si se tratara d e la historia del


lo n ju n to d e la* culturas n acion ales se ha vuelto a lgo tan natural q u e
q u ien lo h ace p u e d e hacerlo "sin darse cuenta" \, por lo tanto, sin esgri-
inn n in gú n n acio n a lism o m ilitante.

h .i
qu e suele ir junto a todo lo que em ana de las posiciones de
dominio, y que ha acom pañado hasta este fin de siglo el dis­
curso que se elabora a partir del estado nacional com o la
entidad monopolizadora de la re-socialización de los indivi­
duos en el sentido del capitalismo. Apenas en los últimos
veinte años, a m edida que avanza la decadencia d e este
m onopolio y que los defectos de ese criterio se hacen cada
vez más evidentes, su falta de fun dam ento se ha vuelto ya
inocultable. Resulta cada vez más claro que n o p u ed e supo­
nerse la cultura nacional com o el escenario capaz de agluti­
nar las actividades entúrales de todos los sujetos de una so­
ciedad. sin añadir de inm ediato que esc efecto aglutinador
implica dos procesos violentos de una peculiar “traducción"
de aquello que aglutina: dos procesos de subordinación o, si
es necesario, de exclusión. El prim ero afecta a los inn um e­
rables sujetos sociales de la actividad cultural, que reciben ad­
judicada la imagen de aquel que, entre ellos, d o m in a en la
vida pública y que está com puesto p o r quienes participan
efectivamente en la vida “republicana": los m iembros de la
“sociedad civil" transfigurada como “sociedad política” (de
los biirger convertidos en citoyens). El segundo afecta a la acti­
vidad cultural misma, que es concebida com o una cam paña
p erm a n en te de protección de u n a form a de ser nacional ins­
tituida com o identidad sustancializada de esa “sociedad po­
lítica" -y reprod ucid a siempre com o "am enazada” en el
escenario ‘'intei-nacional".
Sólo de m an era indirecta y difícil, a través de la franja de
refracción in tro d u cid a p o r el prejuicio nacionalista, la
narración histórica de la cultura m o d e rn a - e n sus mejores
expresiones™- ha podido percibir y teinatizar la variedad y
la com plejidad del proceso dialéctico en que las sociedades
han cuestionado y reaf irmado en la vida cotidiana la forma

v" Q u e n o só lo se en cu en tran en ciertas grandes obras paradigm áticas


de la historia d e la cultura m od ern a - c o m o las d e Burkhardt. C haunu,
Elias, Friedell, G roctlm ysen. Koflcr, A. VVebcr. por m en cio n a r vinas cu an ­
ta s- sin o sobre io d o en in n u m erab les obras m on ográficas c o m o las d e un
A riés, un liurke, un Vovclle, un G insburg, un I.c Goff, un R ed on d i, etcé­
tera. por indicar algu n as m ás recientes.

165
y las figuras de su “mismidad”. Ha debido, para ello, recons­
truir geografías discontinuas y dinámicas, adecuadas a la
topología de las diferentes historias culturales particulares,
más allá del mapa impuesto al entend im iento p o r el discur­
so de los estados nacionales; ha deb ido descubrir y recom ­
p o n e r aspectos y dimensiones de la actividad cultural que
son minimizados o ignorados p o r ese discurso. Pero, sobre
lodo, ha debido reconocer y revalorar a contracorriente de
la tendencia discursiva dom inante, explorando con aten­
ción en los márgenes o en los deslices de la cultura descrita
com o nacional, la presencia de ese m om ento de-sustan< iali-
zador qu e caracteriza a la actividad cultural; un m om ento
que el discurso m o d e rn o co n d en a en general com o una
incursión peligrosa de “lo otro" - la locura, el primitivismo,
lo ex tra n jero - y al que sólo acepta com o “creatividad" una
ve/ qu e lo ha encerrado y neutralizado en u n a zona privile­
giada d e la vida cultural, la d e la Víante culture”-, aquella cul­
tura -esotérica y “de élite**, sin mayor im portancia colectiva-
qu e repite en su registro propio la misma pretensión mono-
pollzadora q ue caracteriza al “m u n d o de la Política" cuand o
usurpa la voluntad y la iniciativa autárquicas de la sociedad.
Kl concepto de ethos histórico puede ayudar a pensar una
concretízación histórica de la actividad cultural que se cons­
tituya sin recurrir a las determ inaciones particulares de un
sujeto sustancializado —“la Nación AT, “Europa", “O cciden­
te u O rien te’*, "la Civilización”, etcétera- concebido en cali­
dad ríe fuente generadora de la forma singular de hum a­
nidad q u e está en juego en la cultura. Puede contribuir a
concebir la historia de la cultura com o lo q u e ella es en rea­
lidad: una historia de acontecimientos concretos de activi­
dad cultural, singularizados libremente, sobre un plano de
diferenciación com pletam ente abierto, ajenos a todo inten­
to de acotarlosy fijarlos d en tro de fronteras preestablecidas.
Kl concepto de ethos histórico centra su atención, prim e­
ro, en el motivo general que u n acontecim iento histórico
profundo, d e larga duración, entrega a la sociedad para su
transformación y, segundo, en las diferentes m aneras com o
tal motivo es asumido y asimilado d en tro del com portam ien-

166
lo cotidiano. Se trata de un proceso de asunción y asinn
lación que la com unidad hum ana, com o “sujeto" d e la ai ti
vi dad cultural, cum ple necesariamente -eligiend o en cada
caso un m odo de h ace rlo - en todo*; v cada u n o de los m a­
pas o planos d e determ inación que pu ed an ser proyectados
sobre ella: el de las condiciones biológicas, étnicas, g eo ­
gráficas o laborales, el de la jerarquización económicoso-
cial, (“I de la integración nacional o el de la tradición cultu­
ral. Visto en otra perspectiva, se trata de un proceso a
través del cual d eben pasar y d entro del cual d eben consti­
tuirse todos los “sujetos” imaginables de la actividad cultural,
eligiendo para ello un a u otra de las opciones posibles. De
este m odo, al tenci en cuenta el horizonte de concretización
que ab re la vigencia d e un cthos histórico diferenciado en
cada época, la historia de la i ultura p u ed e n a rra r aconteci­
mientos de la actividad cultural que son a la vez concretos y
universales, que incluyen en su singularidad todas las d e te r­
m inaciones imaginables, pero que lo hacen sin consolidarse
en torno a ninguna d e ellas, puesto q u e su concreción com o
hechos de cultura sólo comienza a perfilarse en la elección
que ellos implican de una m odalidad particular d en tro del
ctlun general de la época.

El hecha capitalista y el cuádruple ethos de la modernidad

;l)e qué debe “refugiarse" o contra qué tiene que “armarse"


el ser h u m a n o en la época m oderna? ¿Qué contradicción
especial es necesario sublimar en el m u n d o m o d e rn o a fin
de que el proceso de la vida hum a n a p ued a desenvolverse
con naturalidad?
Retomemos la descripción de Karl Marx: para qu e se p ro ­
duzca cualquier cosa, gran de o pequeña, simple o compleja,
material o espiritual, en la vida económ ica capitalista, hace
falta q u e su producción sirva de vehículo a la producción de
plusvalor, a la acum ulación del capital. Asimismo, para que
cualquier cosa se consuma, usable o utilizable, conocida o
exótk a, vital o lujosa, se requiere que la satisfacción q u e ella
prop orciona esté integrada com o soporte de la reproduc­

id
ción del capital en u n a escala ampliada, l.a vida cotidiana en
la m o d e rn id a d capitalista d eb e así desenvolverse en un
m u n d o cuya existencia cotidiana se encuen tra condicionada
p o r una realidad dominante: el hecho capitalista. Se trata de
un hecho que es en verdad un m odo de ser de la vida prác­
tica: u n a contradicción: de una realidad que consiste en un
conflicto. Se trata d e u n a incompatibilidad p e rm a n e n te
e n tre dos tendencias contrapuestas, correspondientes a dos
dinámicas simultáneas que mueven la vida social: la de ésta
en tanto q u e es un proceso de trabajo y disfrute referido a
valores de uso, p o r un lado, y la de la reproducción de su
riqueza, en lanío que es u n proceso de “valorización del
valor abstracto" o acumula* ión d e capital, p o r otro. Se trata,
p o r lo demás, de un conflicto en el que. una y otra vez y sin
descanso, com o en el castigo que los dioses im pusieron a Sí-
sifo, la prim era es sacrificada a la segunda y sometida a ella.
La realidad capitalista es un h ech o histórico inevitable,
del q u e no es posible escapar (si no es en virtud d e u n a revo­
lución apenas imaginable) v que pot tanto debe ser inte­
grado en la consnuc( ión espontánea del m u n d o de la vida;
que d eb e ser convertido en un a “segunda naturaleza", inte­
g rado com o inm ediatam ente aceptable. Alcanzar esta con­
versión de lo inaceptable en aceptable y asegurar así la
"armonía" indispensable para la existen* ia cotidiana m o d e r­
na, ésta es la tarea qu e le correspo nd í1al cthos histórico de la
m odei nidad.
Se trata, por lo demás, de una meta que p ued e alcanzarse
p o r diferentes vías, métodos o estrategias, según sea en cada
caso la com binación del impulso histórico an terio r y las posi­
bilidades ofrecidas por la situación concreta; de u n a conver­
sión ele lo invisible en vivible que, al p oder cumplirse ele
m uchas maneras, da lugar a una multiplicidad de versiones
del eíhos m od erno, qu e se enfrentan entre sí v com piten
unas con otras en el escenario histórico de la m o dern id ad.
juzg ad as según la coherencia y la pureza d e sus respecti­
vas estrategias, serían cuatro las versiones extremas en las que
p u ed e coustituii Ne el ethos histórico m o derno ; cuatro las vías
ideales que se ofrecen para interiorizar el capitalismo en la

168
e s p o n t a n e i d a d d e la v id a c o tid ia n a o p a r a c o n s t r u i r la
" e s p o n ta n e id a d " c a p ita lista d e l in u n d o d e la vida. C a d a u n a
d e ellas p r o p o n e u n a s o lu c ió n p e c u lia r al h e c h o ca p ita lista ,
a la n e c e s id a d d e la v id a c o tid ia n a d e d e se n v o lv e rse e n u n a
c o n d ic ió n im p o s ib le , d e s g a rra d a p o r la o b e d ie n c ia a d o s
p rin c ip io s c o n tra p u e s to s - e l d e l v a lo r d e u so y el d e l v a lo r- ,
y c a d a u n a d e ellas m a n tie n e u n a a c titu d p e c u lia r a n te el
m ism o : se a d e a f in id a d o d e reí h a /o , d e r e s p e to o d e p a rti-
< ip a c ió n .
Una prim era m an era d e naturalizar el h echo capitalista es
propia del com portam iento que se desenvuelve d e n tro de
una identificación total y militante con la pretensión básica
d e la vida económ ica regida por la acumulación del capital:
la d e n o sólo coincidir fielm ente con los intereses del pro-
( eso “social-natural" de reproducción, sino de estar al servi­
cio de la potenciación cuantitativa y cualitativa del mismo.
Valorización del valor v desarrollo de las fuerzas productivas
serían, d en tro de este com po rtam ien to cotidiano, no dos
dinámicas enfrentadas en tre sí, sino una y la misma, unitaria
e indivisible. Se trata de un cilios que resuelve la contradic­
ción in h e re n te al h ech o capitalista p o r la vía de tratarla
com o inexistente, \ p uede llamársele ' realista" en vista de su
actitud inm ediatam ente afirmativa ante la aparente creativi­
dad insuperable del m u n d o establecido o “realm ente exis­
tente", a n te la naturalidad capitalista del m u n d o de la vida.
Kn efecto, se trata de una actitud que perm ite asociarlo
- d e n t r o d e la tradu ion que delinc el arle com o un tipo pe­
culiar de representación de la realidad- con aquella corrien­
te q u e piensa que el objeto d e la representación artística o
lo artísticamente rcpresentable de las cosas está ahí. en las
cosas mismas, en tregado directam ente a la percepción; que
es algo in m ed iatam e n te aprchensible, si se lo capta de
m a n era atenta y m in u c io s a /7
Hay un segundo m odo d e conferirle espontaneidad al
hech o capitalista, que em plea también el recurso de anular

' Svetlana Alpers. E l arle de desoibir. El arle holandés en ti siglo xvw,


Blume, Madrid, 19S3, p. 137.

169
la contradicción que hay en él, reduciendo uno de sus dos
términos al otro. Pero, en su caso, a la inversa del anterior,
es el plano d e la valorización el que aparece plenam ente
reductible al plano del valor d e uso. El carácter afirmativo
de esta segunda versión pu ra del ethos m o d e rn o está en las
antípodas del realismo, puesto que, para aceptar el capita­
lismo, lo idealiza en una imagen contraria a su apariencia.
Dentro de este segundo ethos m oderno, el capitalismo es vivi­
do ante todo com o la realización del “espíritu de em presa”,
es decir, de una m odalidad del espíritu, q u e es a su vez la
expresión más elevada de la vida natural, del reino de los
valores de uso. M ediante u n a p ecu liar transfiguración
( “verhlánnig’) , la subordinación de la form a natural a la va­
lorización es vivida com o un “m o m en to necesario” d e la his­
toria d e la realización de esa misma form a natural. Esta
asunción ilusoria y ultramilitante de la inm ediatez capitalis­
ta del m u n d o es propia de un ethos al que podría estar justi­
ficado calificar de "romántico", si se tiene en cuenta que,
para la estética romántica, el objeto de la representación
artística no coincide con las cosas tal y com o están en la per­
cepción práctica, sino que tiene que ser “rescatado” d e ellas;
que sólo se entrega a la experiencia estética a través de una
identificación em pática con ellas, capaz de d escubrirlo
com o su significado profundo, incluso en con tra de ellas
mismas.**
Diferente de las dos anteriores en la m edid a en qu e no
anula ni desconoce la contradicción propia del h echo capi­
talista sino que p o r el contrario la trata en calidad d e condi­
ción ineludible de la vida m o dern a y su m un do , el tercer
ethos de la m o dernidad incluye un a toma de distancia que le
muestra la alternativa de com portam iento implícita en ella;
no consiste en una identificación inmediata y obsesiva con
la subordinación del valor de uso al valor. Si la acepta y
asume de todos modos com o la mejor (o la m enos mala) de
las dos salidas posibles, es p o iq u e reconoce en ella la virtud
de la efectividad. Su actitud afirmativa respecto del hecho

H cnri Lcfebvre, Introduction <i la tnodemité, M inuil, París, 1962. p. 289.

170
capitalista no Ic im pide percibir en la consistencia misma de
lo m o d e rn o el sacrificio que hace p arte de ella. Es un ethos
al q u e se p uede llamar “clásico", d ad o el parecido que guar­
da su aceptación d e la espontaneidad capitalista del m u n d o
con la aprehensión del objeto de la representación artística
d e n tro de la estética neoclásica, una aprehensión para la
cual dicho objeto sólo aparece en el m om en to d e la adecua­
ción en tre lo percibido y lo imaginado, en el proceso inm a­
nente de com paración de la cosa con su propio ideal.*'
La cuarta m anera de interiorizar el capitalismo en la es­
po ntaneidad de la vida cotidiana es la del ethos que podría
llamarse “barroco". Se trata de un com portam iento que no
borra, com o lo hace el realista, la contradicción propia del
m lindo d e la vida en la m od ernid ad capitalista, y tam poco la
niega, com o lo hace el romántico; que la reconoce y la tiene
p o r inevitable, de igual m anera que el clásico, pero que, a
diferencia de éste, se resiste a aceptar y asumir la elección
que se im pone ju n to con ese reconocimiento, obligando a
tom ar partido por el térm ino “valor" en contra del térm ino
“valor de uso". No m ucho más absurda que las otras, la estra­
tegia barroca para vivir la inmediatez capitalista del m u n d o
implica un elegir el tercero que no puede ser: consiste en
vivir la contradicción bajo el m odo del trascenderla y des­
realizarla, llevándola a un segundo plano, imaginario, en el
que pierde su sentido y se desvanece, y d o n de el valor de uso
p u ed e consolidar su vigencia pese a tenerla ya perdida/'"
El calificativo “barroco” puede justificarse en razón de la
semejanza que hay e n tre su m odo de tratar la naturalidad
capitalista del inundo y la m anera en que la estética barroca
descubre el objeto artístico que p u ed e h ab er en la cosa
representada: la de una puesta en escena.'’1

*' A rnold Hauscr, Historia social de la liltralura y el arte, Guadarram a, Bar­


celo n a , 1979, t. ii, pp. 1Ü3-C4.
1,1 U n an teced en te de esta descrip ción d e la "/«/"barroca p u ed e e n c o n ­
trarse en la Kulturgechichte... d e Friedell. una obra, por lo dem ás, llen a de
sugerencias audaces, (cit., t. 2, pp. 55-58.)
" W alter B enjam ín, Ursprung des deutschen Trauerspiets, Suhrkam p,
Frankfurt am M ein. 1972, pp. 32-33.

171
C om o es comprensible, ningu no de estos cuatro cthe que
c o n fo n n a n el sistema puro de “usos y costum bres” o el “refu­
gio y abrigo” civilizatorio elemental de la m o d e rn id ad capi­
talista se da nunca de m a n era exclusiva; cada u n o aparece
siem pre com b in ado con los oíros, de m a n e ra diferente
según las circunstancias, en la vida efectiva de las distintas
construcciones m odernas del m undo. Puede, sin em bargo,
jugar un papel dom inante en esa composición, organizar su
com binación con los otros y obligarlos a traducirse a él para
q u e alcancen a manifestarse. Sólo en este sentido im p u ro e
impreciso sería dable hablar, por ejemplo, de u n a "m oder­
nidad clásica” frente a otra “romántica", o di- u n a ‘‘sociedad
realista” a diferencia de otra “barroca”. Provenientes de dis­
tintas épocas de la m odernidad, es decir, referidos a distin­
tos impulsos sucesivos del capitalismo -el m editerráneo, el
nórdico, el occidental y el cen tro eu ro p eo -, los distintos cthe
m odernos configuran la vida social co n tem p o rán ea desde
diferentes estratos “arqueológicos" o de decantación históri­
ca. Cada uno lia tenido su propia m anera de actuar sobre la
sociedad y una dimensión preferente ele la misma desde
d o n d e ha expandido m i acción. Es indudable, sin em bargo,
que el ethos realista, el que llegó a d esem p eñar el papel d o­
m ínam e en esa composición, es el que ha organizado su pro­
pia com binación con los otros y los obliga a traducirse a él
para volverse efectivos. En este sentido igualm ente relativo
p u ede hablarse, siguiendo a Max Weher,4- de la m o d e rn id ad
capitalista com o un esquema civilizatorio que requiere e
im pon e el uso de la “ética protestante", es decir, de aquella
que parle de la rcmitificación realista de la religión cristia­
na qu e traduce las dem andas de la productividad capitalista
al plano d e la técnica de autodisciplinamiento individual
-co ncentrándo las en la exigencia de sacrificar el “ahora" del
valor de uso en provecho del “m a ñ an a” de la valorización
mercantil.

' Dieprotestantische Ethik und der Geht d a Kapitalismus, M ohr, T ü b in g en .


103*1. pp. 82-83.
2. El ethos barroco

) es saber vix’ir convertir en platera tos que avian de


ser pesares.
Baltasar Cliacián

El comportamiento barroco elemental

K1 com portam iento h um ano, e n ten d id o com o un actuar de


m anera libre en un a situación dada, tiene su núcleo en el
instante de la elección co m o decisión o tom a d e partido.'*
l.n el instante de la elección se po ne en práctica la capaci­
dad d e introducir la determ inación en m edio de u n a serie
indeterm in ad a de cosas, es decir, de tom ar partido p o r unas
para tal o cual efecto, y de descartar las otras. Determinado
negado est, com o decía Spinoza aplicando el principio del ler-
lium non datar, toda af irmación do una posibilidad implica la
negación de las demás; n o hay cóm o com portarse ante las
cosas del m u n d o sin adjudicarles a todas, aun q u e sea con
validez efímera, una de las dos categorías: aprovechable o
desechable, sustancial o accesorio.14 Las cosas son siempre,
en cada caso, necesarias ¡lie el nunc “para mi m undo" o inn e­
cesarias para él, indispensables o prescindibles; su presencia
actual d en tro de él o bien tiene un fundam ento, un a razón
de ser, o bien es completamente casual, fortuita. No existe
un a tercera categoría posible, capaz de reu n ir a la vez, en la

M aurice Merlcau-Ponty, Im struclure du comporlement, Presscs Univer-


siiaircs d e Francc, París. 1942. p. 175.
" D e a cu erd o a los contenidos em p íricos a los q u e se aplican, estos cali­
ficativos p u ed en llamarse tam bién, el prim ero: esencial, d e co n ten id o ,
total, central, principal, urgente, indispensable, etcétera, y e l segu n d o:
aparente, form al, parcial, periférico, secu n d ario, postergablc. o rn a m en ­
tal, etcétera.

173
singularidad de u n a experiencia, lo aprovechable o necesa­
rio y su contrario, lo desechable o casual.
En la vida cotidiana del siglo XVII, el siglo de la transición
suspendida, el acto de elegir resulta especialmente proble­
mático; las condiciones q u e prevalecen en ella im piden a
cada paso la adjudicación de una u otra de estas dos cate­
gorías a las cosas y las acciones del m u n d o d e la vida, la obs­
taculizan sistemáticamente, lo mismo en la más im portante
que en la más insignificante de las situaciones. Son condi­
ciones que introducen una ambivalencia radical en la vida
hum ana y su m undo; una ambivalencia ontológica, q ue llega
al extrem o de convertir la consistencia de los mismos en una
realidad evanescente. Bajo ellas, en efecto, los contenidos
cualitativos de un acto o un objeto no manifiestan ni respe­
tan ninguna coherencia: las cualidades de útil, bueno , ver­
dadero, bello no sólo 110 se acom pañan entre sí en su posi­
tividad com ún cuando u n a de ellas califica dichos actos u
objetos, sino que resulta imposible suponer u n a correspon­
dencia unívoca entre ellas, que pudiera estar arm on izánd o­
las, poi más profunda e imperceptible que u n o quisiera ima­
ginarla. Lo mismo el cam po d e la valoración positiva qu e el
de la negativa incluyen cualidades no sólo incompatibles
sino hostiles entre sí. Se trata, p o r lo demás, de u n a falta de
coherencia que no se debe propiam ente a u n a ausencia sino
al silencio enigmático, ambivalente, de la instancia última en
la que recae la capacidad de justificar el q u e una palabra
b uena p ueda estar muy alejada d e la verdad y un objeto útil
p ueda estar peleado con la belleza; que u n a acción prove­
chosa p u ed a ser ineludiblem ente injusta y un acto virtuoso,
repugnante.
La ambivalencia ontológica se presenta p o r el hecho de
que el dispositivo capaz de relaúvizar las contradicciones
en tre esas cualidades - d e reducir la verdad a la bo n d ad y la
utilidad a la belleza, de dem ostrar que lo injusto es discul­
pable y disfrutable lo re p u g n a n te - se ha multiplicado en dos
versiones contrapuestas de sí mismo, en dos propuestas de
coherencia y arm on ía que reclaman, cada u n a de ellas para
sí, el fundam ento d e la “naturalidad”. Hay u n a guerra sorda

174
entre dos universos de sentido, q u e pone en disputa todo el
edificio de los contenidos cualitativos del in und o y los priva
hasta d e la m ínim a univocidad propia del hic el m ine en el
que pudieran ser necesariamente lo u n o o lo otro. La con­
traposición entre lo aprovechable y lo desechable, lo sustan­
cial v lo accesorio, lo fundam entado y lo azaroso, lo necesa­
rio \ lo contingente: la contraposición entre lo que obedece
a un orden \ tiene sentido \ lo caótico y carente de sentido
se presenta así en dos versiones distintas que se anulan recí­
pro cam en te y que pueden ser igualmente válidas o igual­
m ente insostenibles.1'’ Por esta razón, en virtud de este e m ­
pate radical entre dos universos ele sentido concurrentes, la
ambivalencia d e n tro d e la que debe com portarse el cthos de
la m o dernidad es una ambivalencia fundamental, de o rd en
ontológico: los modos de tratarla q u e ese cilios incluye son
cada uno ele ellos principios estructurantes del conjunto de
la vida hum ana \ del m u n d o en el que ella se desenvuelve.

Tertium d atu r; la libertad como elección del tercero excluido

Si las determ inaciones cualitativas de la vida y su m undo,


para afirmarse com o tales, p ara te n er un sentido (positivo o
negativo), deben ser lo uno o lo otro -necesarias o fortuitas,
naturales o artificiales, fundam entadas o contingentes-, y si
esto no acontece porque, en las condiciones de la vida
m oderna, lo uno y lo otro se han vuelto intercambiables, la
prim era tarea que cum ple el ethos que se integra afirmativa­
m en te en la m odernización prevaleciente consiste entonces

N o hay q u e olvidar q u e. m ás o m en o s im p lícito cu el discurso filosó­


fico occid en tal d esd e la é p o ca d e lo s griegos, el ' p rin cip io d e razón sufi.
cíente", el p rin cip io q ue tem atiza la relación en tre lo n ecesa rio y lo co n ­
tin g en te, alcanza su form u lación exp resa y d el initiva en el siglo XVlt, en la
obra d e Leibniz. La ex p erien cia m od ern a d e l m u n d o c o m o un h ech o
c o n tin g en te, d e su realidad c o m o azarosa o casual, só lo com ien za a darse
en el in terregn o d e am bivalencia q u e está en tre la con vicción arcaica de
su n ecesid ad m ágica o sobrenatural y la nueva con vicción d e esa misma
necesid ad , p ero en clave racionalista o “hum anista”. L eibniz es el filósofo
d e esc in terregno.

175
en vencer esa equivalencia d e las dos propuestas de necesi­
dad y sentido, ro m p er la am bigüedad del m u n d o y la am bi­
valencia del sentido, y en tom ar partid o p o r aquella p ro ­
puesta que la p ropia m odernización trae consigo, la que se
g en era en la construcción capitalista del m undo. Consiste en
decidir que la necesidad y el sentido propuestos p o r la “ló­
gica" del valor de uso son reductibles a la pro p u esta de la
m o d ern id ad capitalista y deben por tanto traducirse a ella.
El elhos barroco, en cam bio, que se resiste al im perativo de
esa elección, y q u e no afirm a ni asum e la m odernización en
m archa, que no sacrifica el valor de uso p ero tam poco se
rebela contra la valorización del valor, deb e buscar una sali­
da diferente: situado en esta necesidad de elegir, en fren tad o
a esta alternativa, no es la abstención o la irresolución, com o
podría parecer a prim era vista, lo que caracteriza cen tral­
m ente el co m portam iento barroco. Es más bien el decidir o
to m ar p artid o - d e una m an era q u e se an to ja absurda,
p arad ó jica- p o r los dos contrarios a la vez; es decir, en reali­
dad. el resolverse p o r una traslación del conflicto e n tre ellos
a u n plano diferente, en el q u e el m ism o -sin ser elim in ad o -
q u ed e trascendido.4" In h eren te al elhos b arro co es así una
tom a de decisión p o r el tercero excluido, p o r un salto capaz
de rebasar el em pate de la contradicción así com o la am bi­
valencia que resulta de él; una elección q u e im plica sin
d uda, juzgada desde la actitud “realista", u n “escapism o”,
u n a “huida fuera de la realidad”. Elegir la “tercera posibili­
dad", la que n o tiene cabida en el m u n d o establecido, trae
consigo un "vivir o tro m u n d o d en tro d e ese m u n d o ”, es
decir, visto a la inversa, un “p o n e r el m u n d o , tal com o exis­
te de hecho, en tre paréntesis”. Se trata, sin em bargo, de un
“paréntesis” que es toda una puesta en escena; de u n a “des­
realización" de la contradicción y la am bivalencia q ue, sin
p re te n d e r resolverlas, in ten ta de todas m aneras neutralizar­
las, adjudicándoles para ello el status de lo alegórico.47 El ser

K laus H c in r ic h , T ertiwu datur, em e netigionsphilosopkisdie E in /ü h ru n g in


die l.ogih, S tro em felri/ R oter S tern , B asilea-F ranklurt am M e in , 1 9 8 1 , pp.
45-46
“D esrealización“, en el sen tid o q u e tien e en la teoría d e lo im agina-

176
h u m an o barroco p rete n d e vivir su vida en u n a realidad <l<
segundo nivel, que ten d ría a la realidad p rim a ria -la com ía
dictoria y am bivalente- en calidad de sustrato rcelaborado
po r ella; se inventa u n a “necesidad co n tin g en te en m edio
de la contingencia d e am bas necesidades contrapuestas",
“un sentido d en tro d e la am bivalencia o en m edio del vacío
de sen tid o ”.48
Pocos autores com o Baltasar G rad an han sabido expresar
de m anera tan pura el espíritu de su época. Su Oráculo
manual y arle de prudenciaos leído ah o ra com o un m anual de
"m arketing del siglo WH”,-*9 del arte de una “prudencia"

rio desarrollada por S a m e ( L'inutgiiutire, 1939, pp. 232$$.) S. Sarduy


<7i/moco. Sudam ericana, B uenos Aires. 1971, p. 7-1.) se refiere a este com ­
portam ien to ( lian d o, ap oyán d ose c n j . Lacan, habla de la m etaforización
barroca co m o d e un m o d o radical de "supresión’’, d e una "represión''
(icidran gu n g).
" 1.a stim vutng básica, el estad o d e án im o elem en ta l q u e acom paña al
ditos barroco es por e llo m últiple, inestable y cíclico. Parte d e la m elan ­
colía e n la exp eriencia d el m u n d o c o m o invisible, su m id o en un a am bi­
valencia sin salida, en el q u e "todo, por más d iferen te q u e parezca, va a
dar a lo mismo". Se h u n d e a h í hasta topar, cu m e d io del d esasosiego q u e
trae la d ecisión im p osib le, d el vaivén vertiginoso y paralizador d e la volu n ­
tad. con la contradicción q u e -uscita \ al m ism o tiem p o anula el sen tid o
del m u n d o, y se levanta, fin a lm en te, en el en tu siasm o d e la in ven ción d e
una "vida breve" que, teatralizando a la otra, la mayor, su sp en d e el c o n ­
flicto q ue hay en ella. M ontevcrdi, q u e fue el in iciad or d el dram a musical
m o d ern o e n la m ed id a en q u e fu e tam bién el prim ero e n exp lorar libre­
m en te la dram aticidad d e la m úsica, d ecía q u e el tempéralo, en sus obras,
no só lo aprend e d el mollc y el concítalo, “los d o s caracteres so n o ro s con-
trai ios capaces d e m over nuestra alm a”, sin o que. volvién d ose retroactiva­
m en te sob re ellos, los "alecciona”. En su Lord Rochester's Monhey, Graham
G reene 1974) retrata co n agudeza la coh ab itación torm entosa d e la m e­
lan colía y el en tusiasm o en un tcilly d el siglo xvu inglés. Barthes habla, a
prop ósito de la presencia d e D ios a través d e los Ejercicio!, d e san Ignacio,
de un " rctournem ent d e la carcn cc d e sig n e en signe". (Sude, Fonrier, Layo-
ld, Seuil, París. 1971. p. 8 0 .) Es tal vez Benjam ín (o p . cit.. pp. 131$s.) q u ien
exp lica c o n m ayor agudeza la relación en tre la “alegoresis barroca" y la
m elan colía. V éase, sob re estos asuntos. W olf L epcnics, Melcincholic und
(¡tsellschajl. Suhrkam p, Frankfurt a. M.. 1972.
Así lo su giere, por ejem p lo. E m ilio B lanco en la in trod u cción a su
ed ició n del m ism o. (G racián. op. cit., Cátedra. M adrid, 1995 [1 6 4 7 ], pp.
48-51.)

177
c í n i c a q u e n o c o n s is tiría e n o t r a c o sa q u e e n u n “s a b e r vivir”
cu y o s e c r e t o esta rá e n “s a b e r d a r la e sp a ld a " a t o d o a q u e l l o
q u e p u e d a p e r t u r b a r el d is fru te d el é x ito y el b e n e f i c i o
a l c a n z a d o c o n él. Y se tra ta sin d u d a d e u n m a n u a l q u e g u í a
p a r a “t r i u n f a r e n el m u n d o ”; p e r o d e u n o m u y es p e c ia l q u e
g u í a h a c ia u n “t r i u n f o ” m u y d u d o s o , e n u n “m u n d o ” m u y
“r a r o ”. Si n o se q u i e r e i g n o r a r s in o m ás b ie n e x p l i c a r el
c a r á c t e r ta n a b i e r t a m e n t e “e x c é n t r i c o ” d e e s te “m a n u a l ” en
n u e s t r o s d ías, es n e c e s a r io t e n e r e n c o n s i d e r a c i ó n la p e c u ­
liar m o d e r n i d a d c o n la q u e ju e g a e n G ra c iá n la a c e p c i ó n d e
t é r m i n o s c o m o “vivir", “p r á c t i c a ”, “u t i l i d a d ”, “b e n e f i c i o ”,
“t r i u n f o ", e t c é t e r a , y el h e c h o d e q u e , p a r a esa m o d e r n i d a d ,
el s e n t i d o q u e éstos t i e n e n e n la a c e p c i ó n d e s a r r o l l a d a p o r
la m o d e r n i d a d clásico-rcalista - d o m i n a n t e e n la E s p a ñ a ib é ­
ric a d e s p u é s d e su b o r b o n i z a c i ó n e n el sig lo XVIII— se
e n c u e n t r a 110 sólo a l t e r a d o s i n o in c lu s o in v e rtid o .
El “triunfo" que se persigue en los consejos d e Gracián es,
sin d uda, el del varón em p eñ ad o en los asuntos terren a­
les, “com prom etido" en "ganar el m u n d o ”. Pero es el triu n ­
fo del "beafus z//r"del Salm o 16 que Vivaldi musicalizó m edio
siglo después, con todo alarde barroco. Es el triunfo m u n ­
d an o de un h o m b re situado en los tiempos “de hoi", en los
qu e - a diferencia de los d e antes, y en virtud de q u e la Igle­
sia Católica, renovada en T ien to y dirigida p o r la C om pañía
de Jesús, reconstruye el m u n d o , en la práctica, ad maiorem
Dei gloriam- ese “g an ar el m undo" tiene al fin, después de
una larga historia, más posibilidades de coincidir con el
"ganar la p ro p ia alma" q u e con el perderla. La realización
personal de cada quien es ahora n o sólo deseable sino posi­
ble, y ello en arm onía con la realización ele la halholiké
ekklesía. de la co m u n id ad universal de los seres hum anos,
que lia tom ado partido p o r Dios, en contra de Satanás, y que
está em p eñ ad a en la realización del Bien: “n o quiera uno ser
tan hom bre de b ien”, dice el Oráculo, “que ocasione al otro
serlo de m al” (Aforismo 243). 1.a sabiduría del varón p ru ­
d en te está inm ersa en la vida práctica y concreta, puesto que
“el saber vivir es hoi el v erdadero saber” (A. 232), pero es
una sabiduría que lo saca siem pre “más allá" d e la inmedia-

17M
te/, d e esa vida, volviéndolo “universal", conviniéndolo m un.«
totalización que se inventa formas y artificios cada vez más ela
horados para la variedad inagotable de su naturaleza animal
(A. 93). “Varón desen g añ ad o ” de las lim itaciones del m u n d o
(A. 100), el h éro e barroco n o es “m en u d o en su proceder",
no “se individua m ucho en las cosas..." (A. 88). Inten ta, por
el contrario, “trascender” la cotidianidad de la vida, vivirla
identificado con la esencia q u e ju e g a en su apariencia. Ser
"trascendental", dice G racián, y serlo “en to d o ”, es “la pri­
m era y sum a regla del o b rar y del hablar..." (A. 92). El “seso"
o e n ten d im ien to es lo que hay d e m ejor en el ser h u m an o
-q u e es, a su vez, "lo m ejor d e lo visible-, y es el sentido que
sólo alcanza su p len itu d cu an d o es “seso trascendental" o
"valiente". El “án im o ”, el “corazón”, la valentía, la capacidad
de trans-scender o sobre-ponerse, de “d ig erir con igual valor
los extrem os de la fortuna", deb e ser, según G racián, lo
único pro p io y distintivo del ser h u m ano. De ah í que el
varón “de éxito” sería el que "usa el renovar su lucimiento”—\o
q u e “es privilegio de Fénix"-, el que “usa, pues, del ren acer
en el valor, en el ingenio, en la dicha, en todo: del em p eñ ar­
se con novedades de vizarría, am an ecien d o m uchas veces,
com o el Sol, variando teatros al lucim iento, p ara que en
el u n o la privación y en el o tro la novedad soliciten aq u í el
aplauso, si allí el deseo" (A. 81).

Disimulo y resistencia

Tal vez la im agen más ejem plar del co m p o rtam ien to b arro ­
co la ofrece el que se en cu e n tra en acción en el proceso de
mestizaje civilizatorio que cum ple la sociedad am ericana del
siglo XVII.
En la Am érica conquistada p o r España y Portugal, dos
definiciones contrapuestas de lo que en la vida h u m an a y su
m u n d o es necesario y pleno de sentido, y lo que no lo es,
com batían en tre sí a com ienzos del siglo XVII; un em pate sin
salida en tre am bas caracterizaba la situación en la que se
en co n trab a su población mayoritaria, com puesta lo mismo
p o r los sobrevivientes indígenas de la devastación dem ográ-

179
lica y civil i/a to n a del siglo pasado, que p o r negros, m ulatos y
mestizos de loda especie y hasta p o r criollos venidos a menos.
La prim era definición era perceptible desde la actitud de
som etim iento al proyecto civilizatorio v a la voluntad política
del centro im perial y sus enviados, los “peninsulares"; desde
una actitud d e “traición” a lo que era América: a lo que debió
hab er sido antes d e la catástrofe, a lo q u e fue d u ran te ella y
a lo que siguió siendo después de ella, en su ruinosa y preca­
ria sobrevivencia. La segunda era perceptible desde la actitud
de rebeldía y resistencia a la nueva realidad de la E uropa
transplantada, de fidelidad a u n m odo singular, autóctono o
“criollo”, de estar en conexión con la naturaleza am ericana.
Ambos proyectos de m undo, am bas “lógicas”, podían ser
igualm ente convincentes, pues los dos reclam aban, cada uno
para sí, la afirm ación de la vida, y com batían al o tro acusán­
dolo de ser una negación d e la misma. Som eterse, colaborar
con el m u n d o y el p o d er establecidos, equivalía a asegurar la
m archa de la nueva econom ía y a participar en sus benefi­
cios; la “m uerte moral" que ello traía consigo, la “renuncia a
uno m ism o”, a la form a social peculiar y su vía de acceso civi-
li/alorio a lo O tro, podía ser visto con toda razón com o el
precio que era necesario pagar p o r m a n ten er la existencia
física, que es el fu n d am en to real de toda m oral y toda iden­
tidad. Por on a parte, resistir al m u n d o y al p o d e r estableci­
dos, rebelarse contra ellos, era lo mismo que p ro teg er y res­
catar la auton o m ía y la dignidad moral: la “m u erte física” que
esto im plicaba, el replegarse en sí mismo, alejarse del proce­
so civilizatorio y refugiarse en lo inhóspito, podía verse per­
fectam ente com o la única m anera de rescatar lo principal de
la vida, lo que podría h acer que los beneficios económ icos
sean realm ente tales.

Lejos d e haber sido ésta vina o p ció n h ip otética, fu e puesta en prác­


tica d e m anera masiva, co n scien te e in c o n scien tem en te, d u ra n te la seg u n ­
da m itad d el siglo xvi. Ks ad em ás la q u e, co m p lem en ta ria m en te a la in ten ­
ción irrealizable d e la C orona, de im p o n er un ufmrtheid e n A m érica
("ciudades d e blancos", “p u eb los de in d io s”), ha p erm itid o la superviven­
cia de num erosas co m u n id a d es in d ígen as hasta nuestros días; co m u n id a ­
des en las q u e el mestizaje cultural ha in ten tad o ir en sen tid o inverso al

180
La vigencia sim ultánea y p o r lam o com raclu toi ia <I* • i.«•.
dos versiones de la oposición n e ce sa rio /co n tin g en te imp<>
nía en la vida social u n a am bivalencia radical e ineludible,
am e la cual la población am ericana supo g en era r u n a a< ti
tud especial, la misma que en el siglo an te rio r había sido
inventada p o r la "lengua” de H ern án C ortés, la famosa .Yla-
linche. En la práctica de lodos los días, saliendo d e los estra­
tos más miserables, llegó a expandirse y a prevalecer en el
con ju n to de la sociedad una p eculiar estrategia de co m p o r­
tam iento: consistía en no som eterse ni tam poco rebelarse o,
a la inversa, en som eterse v rebelarse al m ism o tiem po. Era
u n a estrategia destinada a salir de la alternativa obligada
e n tre la denigración o el suicidio; y consistía justam ente en
u n a “elección del tercero excluido ', en un salto a un te rre­
no histórico diferente, en el que esa alternativa p erd ía su
razón de ser; en un recurso a la prefiguración de un futuro
posible. Por un lado, la aceptación de las form as civilizato-
rias y el cum plim iento d e las leyes y disposiciones políticas
del im perio eran llevados a tal extrem o en la práctica coti­
diana. que ponían a las mismas en una ( t isis d e vigencia y
legitim idad de la q u e sólo hubieran po d id o salir electiva­
m ente si h u bieran logrado rep lan tear su sentido v su alcan­
ce, redefinirse \ refundam eniarsc. Por o tro lado, la resisten­
cia. la reivindicació n de la “id e n tid a d ” a m erican a , era
cum plida de m anera tan radical, que obligaba a ésta a p o n er
a p ru eb a en la práctica el núcleo de su propuesta civilízalo
ria, a refúndanse \ reconfigurarse para resp o n d er a las n u e­
vas condiciones históricas. Era una estrategia que no p erse­
guía ad o p tar v pro lo n g ar en Am érica la figura histórica
pen in su lar de la civili/a< ióu eu ro p ea a fines del siglo XVL ni
tam poco reh acer la civilización precolom bina, “co rrig ién d o ­
la con lo m ejor de la europea", sino en rehacer, en h acer de
nuevo la civilización eu ro p ea, pero com o civilización am eri­
cana: igual y d ifeien te ele sí misma a la vez.'1 Era la estrate-

d om in an te: n<> c o m o el dtrvoram icnio d e lo in d íg en a por lo e u ro p eo sino


c o m o la integración d<- e le m e n to s d e este e n el prim ero.
E dm u ndo O ’G orm an, Meditaciones sobre el criollismo, Actas A. M. I...
M éxico, 1970.

181
gia q u e Lezama Lima52 llam aría "ele co n traco n q u ista”. Por
esta razón, com o lo expone Octavio Paz,’’ fu ero n los mesti­
zos - ta n to "cholos” com o “criollos”- quienes “realm en te
en ca rn ab an ” a la sociedad g en erad o ra de esta estrategia:
"sus verdaderos hijos", los que construían en A m érica no
sólo una España “nueva”, sino “otra”.
La estrategia barroca del ir más allá de la alternativa sumi­
s ió n /re b e ld ía está en la base de las realidades históricas más
im portantes del siglo XVII am ericano. La más básica y d eter­
m inante de ellas, la aparic ión y la conform ación p rim era de
una nueva "eco n o m ía-m u n d o ",'1obedece claram ente a una
estrategia de rebasam iento de la necesidad de o p ta r en tre
som eterse a la política económ ica asfixiante d e la C o ro n a o
rebelarse co n tra ella m ed ian te una actividad económ ica
pu ram en te ilegal y contraventora. I.a “eco nom ía-m undo” en
gestación no sacaba su fuerza del desacato d e la legalidad y
la institucionalidad económ icas establecidas sino, p o r el
contrario, del uso v el abuso que hacía de las mismas. Su
práctica im plicaba el rebasam iento de ellas y la puesta en
vigencia de una legalidad suslitutiva y u n a instiiucionalidad
paralela. Era u n a econom ía “in fo rm ar’, sobrepuesta a la ofi­
cial. que en esos tiem pos esbozaba la posibilidad d e una
organización social v política diferente p ara el m u n d o am e­
ricano.
Lo mismo p uede decirse del barroquism o de la actividad
política “criolla” en su relación con la política cen tral del
im perio, un barroquism o que Rosario Villari en c u e n tra tam ­
bién en la política de la oposición al régim en en el Reino de
X ápoles d u ran te el siglo xvil.'" La sum isión, el conform ism o
y el oportunism o, con los recursos d e la intriga, la traición y
la hipocresía, no son rasgos exclusivos de la política barroca

"La exp resión am ericana", en lü nina de ia imagen. B iblioteca Avacu-


ch o , Caracas, 1981. p. 38:’).
u SorJu an a Inés de la Cruz o las hampas de ¡a fe, F on d o d e Cultura E co n ó ­
m ica, M éxico. 1982. p. .VI.
F. Braudel, o p . cit.
v' f'.logio dclla dissi mutaúone. La lo!!a política nel Seicento. Roma-Bari. 1987,
p. 40.

182
ni tam poco los principales y característicos de <11.\ I .1 m u
gen denigratoria de la cultura política barroca, que al lim a
tal cosa, es ele origen claram ente polém ico e ignora inicie
sadam cntc la peculiaridad d e un m odo m o d ern o de ha< ci
política que no se atiene al m odelo p red o m in an te y consa­
grad o - “realista”, p u ritan o -, pero que ab re un cam po dife­
rente, igualm ente g enuino, de posibilidades d e h acer políti­
ca, en el que pu ed en darse p o r igual no sólo todos los
defectos sino tam bién todas las virtudes de la actividad polí­
tica en cuanto tal. U na m uestra d e ese m odo b arroco d e la
política sería ju stam en te, com o lo afirm a Villari, la “dissimu
lazione”. ¿Cóm o hacer política republicana allí d o n d e el des­
potism o estatal la im posibilita sistem áticam ente, allí d o n d e
está obligada a corrom perse y claudicar, a desdecirse y trai­
cionarse, puesto que cu alq u ier autoafirm ación d irecta y
abierta la orillaría a la rebelión y la encauzaría así al suicidio,
a la d erro ta heroica que traslada los actos políticos, re d u c i­
d o s a la consistencia de hechos históricos aleccionadores, al
plano de lo im aginario? ¿Cómo, si no inventándose una
república virtual y cum pliendo sus leyes “inform ales" m ien ­
tras se las disfraza de las que son im puestas p o r el despotis­
m o im perante?5“
El planteam iento d e la dissimu lazione (co n tem p o rán eo de
otros sim ilares en la cultura eu ro p ea de inlluencia m edi­
terránea, com o los del Oráculo manual de G racián, p o r ejem ­
plo) aconseja hacer concesiones en el p lan o bajo y evidente,
com o m aniobra de ocultam icnto de la conquista en el plano
su p erio r e invisible; com o instrum ento para p o n e r en prác­
tica una política d e oposición efectiva d e n tro de un espacio
político d o m in ad o por la dictad u ra y la represión. Es el
m ism o planteam ien to estratégico “criollo" del “se obedece,
pero no se cum ple”, referido a las disposiciones reales. Váli-

M Kn su brillante recon stru cción del m u n d o cultural en to m o a Gali-


lco . Pietro R ed on di (G alileo h erético, Alianza, Madrid, 1988, p. 37) a p u n ­
ta, record an d o al T. A cceto d e Della disshmdazione onesta (1 6 4 1 ), que el
d isim u lo n o es só lo un m o d o d el o cu ltam ien to d e las propias virtudes an u ­
les más poderosos, sin o tam bién una m uestra de respeto v solidaridad
para con los m en o s poderosos.

183
das en sí mismas, éstas debían sin em bargo pasar el trance
barroco d e ser "representadas” p o r la realidad am ericana
para llegar a ser efectivam ente aplicables en ella.''7

Km a proclividad barroca a fundar legalidades paralelas acom p añ a,


hasta nuestros días, toda la historia de la cultura política m od ern a en los
países latinos". A m bivalente, lo m ism o p u ed e -e i recurso de resistencia
dem ocrática al estad o oligárq u ico m o d ern o q u e disp ositivo d e conserva­
ción d e d esp otism os are aicos en contra d e un a dem oc ralizat ión m od ern a
alternativa.

184
3. El cilios barroco vi la cstetización
de la vida cotidiana

El dantón contrarresta tai prisiones de la monotonía.


Garlos Monsiyáis

Cultura v vida cotidiana

No siem pre se justifica d en o m in ar tocia u n a época d e la his­


toria de acuerdo al tipo de creación artística p rep o n d eran te
en ella; e n tre los pocos casos en que sí es así parece en co n ­
trarse eI de la época m o d ern a conocida com o “barroca". En
efecto, la vida social en el siglo XVII, en la m edida en que se
en cu e n tra dom inad a p o r el ethos barroco, oto rg a a la “des-
realización" de sí m ism a,58 al d escen tram ien to im aginario
del o rd en pragm ático de las cosas, u n a im portancia que
resulta no sólo m ayor sino d esproporcionada, en com para­
ción con la que ten d rá en siglos posteriores.5® En m uchos
aspectos parecida a la de la Edad M edia, la dcsrcalización de
la vida cotidiana en el siglo barroco es sin em bargo sustan-
cialm ente diferente de ella: no se trata de una desrealización
p re p o n d e ra n te m e n te mágica y cerem onial, sino d e otra,
p le n am en te m o d ern a, que n o ab an d o n a el plano secular y
que es de ord en estético. El tipo de arle que destaca en
m edio de esa “estetización d esm edida” d e la vida cotidiana,
el arte barroco, p u ed e así, sin sobrepasarse, ced er su no m ­
bre tanto a esa época com o al ethos histórico que p red o m in a
en ella.

r,HJ. P. S a m e . o p . cii.. pp. 231ss.


v* Al hablar d e u n a “ctá barocca”, C roce pcrcil>e esta desreal i zación
co m o u n a "enferm edad" y una d ecad en cia q ue, d esd e el arle, invade el
cu erp o en tero d e la so cied a d .

185
No es ele ex trañ ar que u n ¿//mu q u e no se co m p ro m ete con
el proyecto civilizatorio de la m o d ern id ad capitalista se m an­
tenga al m argen del produedvism o afieb rad o q u e la ejecu­
ción de esc proyecto trae consigo. Lo que sí m erece consi­
deración es la form a que tom a ese disianciam iento, q u e no
es la de un quietism o in d iferen te o de u n ab an d o n o del
m u n d o , sino ju sta m en te la d e u n a “desviación esteticista de
la energía productiva” en la construcción de ese m u n d o ; la
d e u n a actividad p reo cu p ad a casi obsesivam ente en p o n er
el disfrute de lo bello com o condición de la experiencia coti­
diana, en ubicar la belleza com o elem en to catalizador de
lodos los otros valores positivos del m u n d o . ¿Q ué implica
esta p ro p u e sta d e alte ra c ió n d e la je ra r q u ía axiológi-
ca d om inan te en la m odernidad? ¿Cuál es el lugar que le
co rresp o n d ería a la esleí i/ación d en tro de la vida cotidiana
m oderna, y que el ethos barroco am plía desm esuradam ente?

El tiem p o de lo extraordinario y el tiem p o do lo cotid ian o

La tem poralidad del tiem po -e l cam po de la percepción en


el que la cosas cam bian sin dejar de ser ellas mismas, pero
com o un cam po que es u n a “situación”, un h o rizo n te de
posibilidades d e n tro del cual es necesario to m ar distancia y
e le g ir- parece ser u n descubrim iento propio v exclusivo de
la existencia hum ana. Se trata, p o r lo dem ás, de un descu­
brim iento que en la más am plia pluralidad de las versiones
de lo h u m an o reconoce la tem poralidad constituida p o r una
tensión bipo lar en tre lo que sería el tiem po en la ex p erien ­
cia de la discontinuidad absoluta y lo q u e sería en la expe­
riencia de la continuidad absoluta o, dicho en otras pala­
bras, e n tre el tiem po de los m om entos ex trao rd in ario s d e la
existencia histórica -lo s d e com posición y recom posición de
la form a singular de lo h u m a n o -y el tiem po d e los m o m en ­
tos ordinarios o cotidianos d e la misma -lo s de la rep ro d u c­
ción y el cultivo d e esa form a.60 Es una contraposición que

Según lo m uestran las investigaciones sobre "lo profano v lo ¡.agrado"


llevadas a cab o por la antrop ología con tem p orán ea en la línea q u e parte

18(i
parece condicionar fu n d am en talm en te la existencia hum a­
na, q u e esta m arcada en la estru ctu ra m ás p ro fu n d a d e su
c o m p o rta m ie n to . El tiem p o d e lo e x tra o rd in a rio , del
m om ento en que la subsistencia mism a de la vida social
e n tra en cuestión, es percibido p o r ella ya sea com o el tiem ­
po de la am enaza inm in en te y absoluta d e anulación d e la
id en tid ad o com o el d e la p lenitud absoluta, d e la posibili­
dad efectiva de realización d e la mism a, del cum plim ien­
to de sus metas c ideales."1 A este tiem po en q u e el ser o no
sei de la com unidad parece estar puesto d irectam en te en
cuestión, se le co n trap o n e el otro, el ríe la vida pragm ática
d e la procreación, d e la producción y el consum o d e los bie­
nes: el tiem po de la existencia rutinaria, alejado igualm ente
d e la catástrofe que del paraíso, en el que la sociedad y su
form a particular se presen tan com o u n h ech o natural, com o
una “segunda naturaleza".
En el m o m en to ex traordinario, el código general d e lo
h u m a n o ju n io con la subcodificación específica d e u n a
id en tid ad cultural concreta en una situación determ in ad a
-que son los que dan sentido y p erm iten el funcionam iento
electivo de u n a so cied ad - en tra n a ser re-form ulados o re-
configurados en la práctica, son tratados de u n a m an era q u e
p o n e énfasis en la función meta-sem iótica (y m ctalingiiísd-
<a) de la vida com o un proceso com unicativo. En el tiem po
de la rutina, en cam bio, el uso q u e se hace d e ellos es com ­
p letam ente respetuoso de su au to rid ad , co n ce n trad o en
cu alq u ier o tra de las funciones com unicativas, m enos en la
autorreflexiva.
La vida cotidiana d e los seres hum anos sólo se constituye
com o tal en la m edida en q u e en ella coexisten estas dos
m odalidades de la existencia hum ana, es decir, en que el
cu m plim iento de las disposiciones q u e están en el código
tiene lugar, p o r un lado, com o u n a aplicación ciega y, por
otro, com o una ejecución cuestionante de las mismas; en la

d e D urkhcim v M auss v se p rolon ga lo m ism o en Roger C ailloix q u e en


(»corges B;ua¡lie y, sob re io d o , en M ircea Eliade.
“I H einrich, Teriium datur..., cii., pp. 122-23.

187
m edida en que la práctica rutinaria coexiste con o tra q u e la
q u ieb ra e in terru m p e sistem áticam ente trab ajan d o sobre el
sentido de lo q u e ella hace y dice.
Si 110 hay esta p ecu liar com binación, en m ayor o m e n o r
escala, sea en to d a una vida, en un añ o o en un m ism o ins­
tante, de estas dos versiones de la existencia cotid ian a; si
no se da la co m binación de u n a existencia q u e ejecuta
au to m áticam en te el pro g ram a co d ificado con u n a ex isten ­
cia “en ru p tu ra ” o q u e trata “reflexivam ente” ese p ro g ra­
ma, no p u ed e hablarse de una existencia co tid ian a p ro p ia­
m en te hum ana. Por esta razón, la tem p o ralid ad real d e la
cotidianidad h u m an a sólo p u ed e concebirse com o u n a com ­
binación o un en tre cru zam ien to muy p ecu liar de las dos
caras o los dos tipos co n trap u esto s d e la te m p o ralid ad ele­
m ental.
A hora bien, ¿cómo puede concebirse el tiem po de esta
ru p tu ra, si no es com o el m om ento de u n a irru p ció n de la,
tem poralidad extraordinaria d e n tro d e la tem poralidad de
la rutina? I na irrupción que sólo p uede ten er lu g ar en el
reino de lo im aginario; en este plano en que la práctica coti­
diana abre lugares o deja espacios para que en ellos se inser­
te o se haga presente un sim ulacro de lo que sucede en la
práctica extraordinaria. La ru p tu ra es eso ju stam en te: una
aparición o un estallido, en m edio de la dim ensión im agi­
naria de la vida, de lo que acontecería p ro p iam en te ya sea
en el tiem po de la realización p len a de la co m u n id ad o en
el de la aniquilación d e la misma: en el m o m en to de la lum i­
nosidad absoluta o en el de la liniebla absoluta.*’2
Puede decirse, en este sentido, que, d e n tro de la cotidia­
nidad hum ana, es el m o m en to de ru p tu ra el que co n cen tra
en sí la actividad cultural com o un cultivo p ropiam ente
dialéctico (de-y re-sustancializador) de la “id en tid ad ” singu­
lar de una vida social. Kn sí misma, la cultura se ubica en la
dim ensión del gasto u ln a funcional, im productivo -o , m e­
jo r dicho, “sobre-productivo"- de energías, en el descubri-

' M ircea E liade, ¡.o sagrado y lo profano. A nagram a, B arcelona. 1979.


pp. 25-26.

188
m iento v la exploración del dispendio o el d erro ch e de o p o r­
tunidades vitales, que aleja la vida social d e la funcionalidad
perfecta y la productividad im pecable que reinan en la vida
pu ram en te animal. ’• Por esta razón, a u n q u e en general el
ejercicio de la cultura se enriquece, por supuesto, ju n to con
los m edios que el “excedente económ ico” p o n e a su dispo­
sición, las con d icio n es históricas p u e d e n , sin em b arg o ,
invertir esta tendencia: en ciertas sociedades, en ciertas cla­
ses sociales o en ciertas situaciones históricas, la escasez de
esos m edios no sólo no alcanza a su sp en d er el ejercicio del
m ovim iento autórrcílexivo d e la cultura, sino que incluso,
en ocasiones, lo enfatiza y m agnifica; así com o tam bién, a la
inversa, su abu n d an cia en otras sociedades, otras clases y
otras situaciones, lejos d e prom overlo, lo ahoga y disminuye.

El ju e g o , la fiesta y el arte

Innum erables son, d e n tro de esta com plejidad de la vida


cotidiana, las (¡guras q u e adopta la posibilidad d e esa exis­
tencia “en ru p tu ra ”. Kn todas ellas, sin em bargo, p u ed en dis­
tinguirse tres esquem as diferentes, que se com binan en tre sí
bajo el predom inio de u n o d e ellos; son los esquem as p ro ­
pios del juego, de la fiesta y del arte, respectivam ente. El
rasgo com ún de lodos ellos, a p artir del cual com ienza su
diferenciación, consiste en la persecución obsesiva d e una
sola experiencia cíclica, la de la anulación y el restableci­
m iento del sentid o del m u n d o de la vida, la d e la d estruc­
ción v re-construcción d e la “naturalidad" d e lo h u m ano, de
la necesidad de su presencia contingente.
F.l juego, p o r ejem plo, la ru p tu ra que m uestra d e m anera
más abstracta el esquem a autocrítico de la actividad cultural,
consigue que se inviertan, au n q u e sea p o r un instante, los
papeles que el azar, p o r un lado, com o caos o carencia abso-

"* Este carácter d isp en d ioso , "lujoso”, fie la cultura está segu ram en te
e n la base d e la con fu sió n i|u e la red u ce a la “alia cultura " y la identifica
con ella; dado su alto grado d e d ificultad técnica, q u e la vuelve n ecesa­
riam ente costosa, esta só lo p u ed e desarrollarse en e l ám bito d e co n su m o
d e las clases q u e m o n o p o liza n el p od er eco n ó m ico .

189
lula ele orden, y la necesidad, p o r otro, com o norm a o regu­
laridad absoluta, desem peñan en su contraposición. El pla­
cer Indico consiste en esto precisam ente: en la experiencia
de la im posibilidad de establecer si un hecho d ad o d eb e su
presencia a una concatenación causal d e otros hechos an te­
riores (la preparación de un deportista, el conocim iento de
un apostador, p o r ejem plo) o ju stam en te a lo contrario, a la
ru p tu ra de esa concatenación causal (la “m ala su erte” del
contrincante, la “voluntad d e Dios”). Es el placer q u e trae la
experiencia de una pérdida fugaz de todo soporte; la ins­
tantánea convicción de que el azar \ la necesidad p u e d e n ser,
en un m om ento dado, intercam biables. En la ru tin a irrum ­
pe de p ro n to la d u d a acerca de si la necesidad natural d e la
m archa de las cosas -y, ju n to con ella, de la segunda "natu­
raleza", de la form a social de la vida, q u e se im pone com o
incuestionable- no será ju stam en te su contrario, la carencia
d e necesidad, lo aleato rio /’1
Algo diferente opera en el caso d e la ru p tu ra festiva; la
irrupción del m om ento ex trao rd in ario es en este caso m u­
cho más com pleja. Lo q u e en ella e n tra en ju e g o n o es ya so­
lam ente el h ech o d e la necesidad o natu ralid ad del código,
sino la consistencia co n creta del mismo, es decir, la cristali­
zación, com o subcodificación singular del código de lo
hum ano, de la estrategia de supervivencia del g ru p o social
en una situación histórica d eterm inada. La cerem onia ri­
tual, el m om ento en que culm ina la experiencia festiva, es el
vehículo de este tipo peculiar de ru p tu ra de la rutina: ella
destruye y reconstruye en un solo m ovim iento to d o el edifi­
cio del valor d e uso d e n tro del q u e habita una sociedad;
im pugna y ratifica en un solo acto lodo el co n ju n to de defi­
niciones cualitativas del m u n d o de la vida; deshace y vuelve
a hacer el n u d o sagrado que ata la vigencia d e los valores
orientadores de la existencia h u m an a a la aquiescencia que
lo otro, lo so b reh u m an o , les otorga.'1' Se trata d e u n a ru p tu ­
ra sum am ente peculiar puesto que implica lodo u n m om en-

Jolian H uizinga. Homo tild a n . R ow ohll, H a m b iu g o . 1956. pp. 17-18.


Kogcr Cnillois. l. 'hommt'rt ¡r sucre. Gallim ard. París. 1950, p. 125.
to de ab an d o n o o puesta en suspenso del m odo rutinario de
la existencia concreta.
Tal ve/ lo más característico y decisivo de la experiencia
festiva que tiene lugar en la cerem onia ritual resida en que
sólo en ella el ser h u m an o alcanza “realm ente" la p ercep ­
ción de la objetividad del objeto y de la sujetividad del suje­
to. C uriosam ente, la experiencia d e lo perfecto , de lo pleno,
acabado y ro tu n d o -d e l platónico “m u n d o de las ideas"-,
sería una experiencia que el ser h u m an o n o alcanza en c*l
terren o de la rutina, d e la vida práctica, p ro d u ctiv a/co n su n ­
tiva y procreadora, en el m om ento de la m era efectuación
de lo estipulado p o r el código. Para te n e r la vivencia d e esa
p lenitud de la vida y del m u n d o de la vida - p a r a perd erse
a sí mism o com o sujeto en el uso del objeto y p ara ganarse a
sí m ism o com o tal al ser puesto p o r el o tro com o o b je to -
parecería necesitar la experiencia d e “lo sagrado" o, dicho
en otros térm inos, el traslado a la dim ensión de lo im agina­
rio, el paso “al otro lado de las cosas".0“ Instalado hasta físi­
cam ente en este o tro escenario, el ser h u m an o de la expe­
riencia festiva y cerem onial alcanza el objeto en la pureza de
su objetidad y se deja ser tam bién e n la pureza de su subje-
i idad.1,7
C onectada con la experiencia festiva de la cerem onia ri-

Karl Kcrenyi. La religión antigua. Revista de O ccid en te, M adrid, 1972,


p. 61.
'* En la cerem onia ritual, la exp eriencia del trance es indispensable para
la constitu ción d e la ruptura festiva. Si no hay este traslado, si el paso de la
con cien cia rutinaria a la co n cien cia de lo extraordinario n o se da m edian­
te una sustitución d e lo real por lo im aginario, n o hay propiam ente una
exp eriencia festiva Por ello, n o hay sociedad hum ana q u e desconozca o
prescinda del disfrute d e ciertas sustancias potenciadoras d e la percepción,
incitadoras d e la alucinación. 1.a existencia hum ana -q u e im plica ella
misma una transnaturalización, un violcntam iento q u e trasciende el orden
d e lo natural- parece necesitar este peculiar “alim ento d e los d ioses” ((Jeor­
ges Bataille, L'emtisme, M inuit, París, 1957, p. 125). Gracias a el, q u e violen­
ta su existencia orgánica, obligándola a dar más de sí, a rebasar lo requeri­
d o p or su sim ple anim alidad, pu ed e abandonar ocasionalm ente el terreno
d e la con cien cia objetiva, internarse e n el ám bito de lo fantástico y percibir
algo q u e de otra m anera le estaría siem pre vedado.

191
mal de u n a m anera muy especial -y tam bién, por supuesto,
a través de ésta, con la experiencia Indica-, la experiencia
estética es sin em bargo com pletam ente d iferen te de ella.
Con la experiencia estética, el ser h u m an o in ten ta traer al
escenario de la conciencia objetiva, norm al, ru tin aria, aq u e­
lla experiencia que tuvo, m ediante el trance, en su visita a la
m aterialización de la dim ensión im aginaria. Lo que intenta
revivir en (‘lia es justam ente la experiencia d e la p len itu d de
la vida y del m u n d o d e la vida; pero p rete n d e hacerlo, no ya
m ediante el recurso a esas cerem onias, ritos y sustancias des­
tinados a provocar el trance o traslado a ese “o tro m u n d o ”
ritual v mítico, sino a través d e otras técnicas, dispositivos c
instrum entos que d eb en ser capaces de atrap ar esa actuali­
zación im aginaria de la vida ex traordinaria, de traerla justa­
m ente al terren o de la vida funcional, rutinaria, e insertarla
en la m aterialidad pragm ática d e “este m u n d o ”.
A tal grado la experiencia estética resulta indispensable
para la vida cotidiana d e la sociedad, q u e ésta la g en era
constantem en te de m an era espontánea.** P uede decirse que
ella tiene lugar en algo sem ejante a una conversión sistem á­
tica de la serie de actos y discursos de la vida rutinaria en
episodios y mitos d e un gran d ram a escénico global; a u n a
transfiguración de todos los elem entos del m u n d o de esa
vida en los co m ponentes del escenario, la escenografía y el
guión que perm iten el desenvolvim iento d e ese dram a. l)e
esta m anera, esteti/ada, la experiencia del cu erp o de la p er­
sona im plica la percep ció n de su m ovim iento com o un
hecho “protodancístico”, así com o la del tiem po del mism o
com o un hecho “protom usical", la del espacio d e su despla-

■'* El artista p rop iam en te d ic h o sería, así, algu ien q u e es capaz - p o r su


d isp osición ex cep cio n a l, por la técn ica que d o m in a - d e p roporcionar
o p ortu n id ad es d e ex p erie n c ia estética para la com u n id ad ; d e am pliar la
m ed ida privada (espacial, tem poral, sem iótica) en q u e tod os alcanzan a
estetizar sus vidas singulares: en q u e tod os c o m p o n en las c o n d icio n e s
necesarias para la integración de la p len itu d im aginaria del m u n d o e n el
tei ren o d e la ex p erien cia ordinaria y, al h acerlo, reco m p o n en su vida co ti­
diana, en mayor o m en o r m edida, e n to m o a ese m o m en to d e ''interfe­
rencia" del tiem p o extraordinario e n el tiem p o d e la rutina.

192
zum iento com o un h echo “p ro to arq u itectu ral” y la de los o b ­
je to s que delim itan y o cu p an esc espacio com o hechos plás­
ticos de distinta especie, “protopictóricos", “protoescultóri-
cos", etcétera.

El ethos barroco y el predominio de la estilización


en la vida cotidiana

Separar, d e n tro de la vida cotidiana, el tiem po de la ru p tu ­


ra, com o tiem po im productivo, del tiem po d e la rutina,
com o tiem po productivo; d epurarlos y repartirlos en la p ro ­
porción adecuada -q u e subraya el carácter de excepción
q u e ten d ría el p rim ero respecto del se g u n d o - es u n o de los
principales im perativos d e la civilización m o d ern a. Debe, sin
em bargo, abrirse paso en m edio de u n a realidad cuya sus­
tancia histórica la vuelve reacia a él. Sin confundirse en tre sí,
p ero estrecham en te entretejidas la una con la o tra, las dos
m odalidades de la existencia hum ana que se desenvuelven
en esos dos m om entos del tiem po cotidiano han d ep en d id o
siem pre, desde tiem pos arcaicos, d e la form a del tejido que
las ju n ta . Por esta razón, cuando la m o d ern id ad se em p eñ a
en red u cir estas form as com plejas a la form a sim ple d e un
intercalam iento m o n ó to n o y superficial d e breves in terru p ­
ciones im productivas en el curso d e un tiem po dedicado
casi p o r entero a la producción d e m ercancías y la re p ro ­
ducción de la fu er/a de trabajo, se topa con resistencias insu­
perables.
D urante la Edad M edia, la versión de la vida “en ru p tu ra ”,
im productiva, con la que debía com binarse la vida rutinaria
o “productiva” para ser efectivamente tal, era la que es p ro ­
pia de la vida ritualizada p o r la religión. El tiem po cerem o ­
nial invadía de innum erables m aneras, con diferentes in ten ­
sidades y en m ú ltip les co m b in acio n es, el h o ra rio y el
calendario de la producción, el consum o y la procreación.
Lo hacía, porque su tem poralidad era la d e u n a fiesta p o d e­
rosa y om nipresente, p rep arad a p o r una com unidad vigente
v d u e ñ a de un discurso m ítico capaz de convencer; llevada a
cabo p o r una ecclesia q u e era capaz d e resp o n d er con la con-

193
a c c ió n mágica d e su socialidad im aginaría a la d em an d a de
concreción que se g en erab a en u n a vida social do m in ad a
cada ve/ más p o r las relaciones interindividualcs abstractas
de la econom ía m ercantil.
Para el siglo xvn, en cam bio, el p o d erío d e la fiesta ecle­
siástica estaba en cam ino d e desvanecerse, pues la religión
había sido ya expulsada del cen tro de la econom ía; en el
m ercado dom in ad o p o r el capital im peraba ya un sujeto sin-
teüzador de socialidad (el valor valorizándose) capaz de
co m p etir con ventaja con la em presa cristiana -q u e le h ab ía
prep arad o el cam ino d u ran te tantos siglos- y su com unidad
eclesial. La m od ern id ad capitalista, ciega a la com plem cnta-
ríedad contradictoria en tre el valor económ ico, que se valori­
za en el tiem po rutinario, y el valor d e uso, que se cultiva en
el tiem po “de ruptura", convencida de la coincidencia plena
en tre sus dos “lógicas", d ifundía la seguridad d e que la vida
cotidiana rutin aria p uede y deb e zafarse y purificarse d e la
vida “en ruptura", que u n a com binación con ésta n o sólo le
e s prescindible en su búsqueda de m ayor produciividad,
si 11 <> incluso dañina.
Sólo allí d o n d e el ethos barroco era el vehículo d e esa
m odernidad, esta seguridad p u ritan a en co n tró cerrad o el
paso. Cultivar p o r la vía del ethos barroco u n a form a social
to m o la euro p ea, que se en co n trab a en proceso ele m oder-
nizaise en to rn o a la sustitución de la ecclesia p o r el m ercado
<apitalista, era hacerlo, 110 bajo el m odo de ad o p tad a e inte­
riorizada, sino bajo el de trascendida o desrealizada.
I .i m odernización capitalista de la sociedad eu ro p ea trajo
<«>n\ig«> un en fren tam ien to en el que la ecclesia, com o d efen ­
sora de l.t ligum arcaica del “valor de uso", fue vencida y sus-
tiiuida poi la "sociedad civil o burguesa", com o defensora
del valor p in a m en te económ ico. Ante este h echo, el ethos
Imi roen no inspiró una tom a de partid o p o r n in g u n o de los
«los contrincantes, sino la postulación d e una socialidad de
o tro ord en en la que lo eclesial y lo civil no tenían razón
de enfrentarse.
I- n el ethos barroco -d o n d e el valor d e uso, negado en la
rutina de la m odernidad capitalista, está re-afirm ado más
allá d e sí m ism o- hay una resistencia a la separación quh úi-
gica de los dos lipos de cotidianidad, a la d ep u ració n del
tiem po productivo m ediante la expulsión del tiem po im pro­
ductivo; p ero hay al mismo tiem po el reconocim iento de
que el desgaste de la m onopolización de este últim o por
p arle de la rituali/.ación religiosa es definitivo. P or esta
razón, la única existencia “en ru p tu ra” que el r/Am barroco
pu ed e reivindicar -m ás allá de la an arq u ía lúdica y del tran ­
ce festivo- com o esencial p ara la hum anización de la exis­
tencia rutinaria es la que se desenvuelve en to rn o a la expe­
riencia estética. 1.a “exagerada" cstetización b arro ca d e la
vida co tid ian a , "que vuelve fluidos los lím ites e n tre el
m u n d o real y el m u n d o d e la ilusión”,1* 110 d eb e ser vista co­
m o algo que es así p o rq u e no alcanza a ser d e o tro m odo,
com o el sub p ro d u cto del fracaso en una construcción rea­
lista del m undo, sino com o algo que es así po rq u e p reten d e
se r así: com o una estrategia pro p ia y d iferen te de co n stru c­
ción de m undo.
"Thealrum m undi’\ el m undo com o teatro, el lugai en
do n d e toda acción, p ata ser efectivam ente tal, tiene que ser
una escenificación, es decir, ponerse a sí misma com o simu­
lacro -¿recuerdo?, ¿prefiguración?- de lo que podría ser.
C onstruir el m u n d o m od ern o com o teatro es la propuesta
alternativa del cilios barroco frente al elhos realista; una p ro ­
puesta q u e tiene en cuenta la necesidad d e construir tam ­
bién una resistencia an te su dom inio avasallador. I.o que ella
p reten d e es rescatar la “form a natural” d e las cosas siguiendo
un procedim iento peculiar: desrealizar el h echo en el q u e el
valor de uso es som etido y subordinado al valor económ ico;
transfigurarlo en la fantasía, convirtiéndolo en u n aconteci­
m iento supuesto, do tad o de u n a “realidad" revocable. K1 ser
h um ano de la m odernidad barroca vive en distancia respec­
to de sí mismo, com o si tío fuera él mismo sino su doble; vive
creándose com o personaje y aprovechando el hiato que lo

H ans T in tcln ot. "Annotazioni su l’im portanza d ella festa teatr.ilc per
la vita artística c dinástica nel Barocco", en Knrico Castclli (c o m p .), llrlo-
tica e barocco, Bocca. Roma. 1955, p. 233.

195
separa de sí mism o para ten er en cu en ta la posibilidad d e su
propia perfección. Trabajar, disfrutar, am ar; decidir, pensar,
opinar: todo acto hum ano es com o la repetición inim ética o
la transcripción alegói ¡ca de o tro acto; un acto original, él sí,
p ero irrem ediablem ente ausente, inalcanzable.70
Las posibilidades históricas reales de u n a m o d ern id ad
barroca en el siglo xvii delim itaron, sin em bargo, con toda
firm eza, u n a tendencia que vino a configurar d e m anera
muy especial esta estetización desm esurada o esta teatraliza-
ción om niabarcante de la vida cotidiana.
A parte de la d ep en d en cia estructural que g u ard a la rup-
tura estética de la rutina respecto de la ru p tu ra festiva -ya
que es de ésta, y 110 d irectam en te de la experiencia ru tin a­
ria, de do n d e saca la “m ateria p rim a” de su trabajo y recibe
las significaciones práctica* o discursivas d e su arle y su poe­
sía-, el siglo xvn trajo para ella la necesidad de aco m p añ ar
a esa ru p tu ra festiva en su in ten to últim o pero im p o n en te de
reconquistar su inserción y su presencia d eterm in an te en la
vida cotidiana de la m o d ern id ad .71 La estetización barroca
del m u n d o debió llevarse a cabo d e n tro del ám bito abierto
p o r el program a de la Iglesia po strid en tin a - q u e form aba
parte de su doble proyecto: “catolizar" la m o d ern id ad y
m odernizarse a sí m ism a- destinado a revitalizar el ritual y la
cerem onia desfallecientes del catolicismo;7-' p rogram a que

Benjam ín, o p . cit., pp. 152ss.


C. G. Argan {Renacimientoy barroco, Akal. Madrid, 1987. t. 11. p. 262)
llega a decir, in clu so, que "el p erio d o q u e se c o n o c e c o n el n om b re d e
Barroco pu ede d efin irse co m o una revolución cultural en nom b re d e la
id eo lo g ía católica". \ a\ dificultad para en con trar la clave del problem a
q u e plantean las co in cid en cia s \ las discrepancias así c o m o lo s en ten d id o s
y los m alen ten d id o s e n tre barroquism o y con irarreform ism o, q u e se
observa en los prim eros q u e lo trataron -H a u se n ste in ( Vom Geisl des
Banck, Pipcr. M unich. 1920) y sobre to d o W eissbach (E l barroco, inte de la
Contrarreforma, Espasa-Oalpe, Madrid. 1 9 2 1 )-, se ha e x te n d id o hasta n u es­
tros días ( Cfr. Maravall. op. c it.. y Sebastián. Contrarreforma y barroco. A lian­
za. M adrid. 1981 1, incluso a través fie la obra magistral de Male ( l.'art réli-
gieux d>- la fin du XYle sude, d tt XVtte sih le et du XVttle siecle. 1945).
P eier Burke, The Historie a l Ant/nopolcgy o f Early Modera Italy, trad.
alem . W agcnbach. B erlín. 19S6. pp. 3S-39.

196
incluía justam ente el recurso a su estetización. Por esta
tazón, sin serlo en esencia, la estetización barroca tiende a
ser u n a estetización de la fiesta religiosa, d e sus cerem onias
y sus ritos, de los lugares y los objetos de su realización.73
M uchos de los rasgos reconocidos com o característicos de la
“estética barroca”, sobre todo la predilección p o r lo espec­
tacular y pom poso, lo estruendoso y d eslum brante, sólo co­
rresponden en verdad a una m odalidad d e la misma, a la del
arte barroco em peñ ad o en ayudar a la cerem onia ritual d e
la Iglesia -y, po r extensión, de la m o n arq u ía p o r d erech o
divino- a rescatarse a sí misma de su decadencia.74
D ebe tenerse en cuenta, sin em bargo, u n giro d e la reali­
dad histórica que viene a cerrar el círculo: el proyecto históri­
co q u e im pone su tendencia a la estetización barroca espon­
tánea de la sociedad en la Europa m editerránea del siglo xvn,
el proyecto de la Iglesia posiridenliua, resulta ser, él tam bién
-y sobre todo él-, un proyecto barroco. En efecto, p u esta a
elegir e n tre seguir siendo la ecclesia am pliada d e todos lo
seres hum anos, pero adm inistradora del proceso m od ern o
de descristianización y repaganización de los fieles, p o r un
lado, o convertirse en una eedesia rescatadora de la o rto d o ­
xia, pero restringida a los pocos cristianos dotados de u n a fe
auténtica, p o r otro, la Iglesia po strid en tin a se decide p o r
am bas opciones y p o r n in g u n a d e ellas: m antiene su p erm i­
sividad católica (universalista) y al mism o tiem po exalta la
ortodoxia cristiana; p ero lo hace, a lo barroco, m ediante

' N o hay m ejor ejem p lo d e esta co in cid en cia de la estetización barro­


ca esp on tán ea de la socied ad co n el e m p e ñ o papal de revitalización del
cerem on ial ca tó lico q u e la “rim odernazione" de Rom a cu el sigo xvn.
Toda ella se vuelve, en esc siglo, un in m en so cen tro en el q u e el d esp lie­
gu e d e las artes se conjuga co n la reactivación artificial de la fe. (Portog-
hesi, Roma barocca, L aiciza, Roma-Bari, 1995. p. 50; Argan, Historia da arte
como historia da ridade, M artins Eontes, Sao Paulo, 1995, pp. S4ss.)
Vl El traslado d e la estetización barroca del am b ien te religioso al
am b ien te cortesan o parece estar en el origen d e su transform ación en un
recu rso ex terio r, c o m o c o m p le m e n to " r o c o c ó ’, d e la e ste tiz a ció n
“(neo)clásica" . (Cfr. Allewvn, D as Crosst Weltthcathfr, Rowohlt, H am burgo,
1959. Es p osib le q ue un uso sim ilar d e lo barroco por la estetización
"romántica" este en la base d e lo q u e se c o n o ce c o m o "kitscb".

197
una teatralización o puesta en escena d e esa contraposición:
prom ueve la in terp en etració n y la confusión de la ap arien ­
cia ritualista y cerem onial de la fe con la presencia esencial
o verdadera de la misma.

198
4. I.a reelaboración barroca del m ito cristiano

Q u a e sem per lu íu m e±t m édium


inter /tom ines et Detitn,
pro c u lp ií remedium.

Ritualidad y nulificación m arcan in elu d ib lem en te todo em ­


pleo o habla del código en las sociedades hu m an as y ofrecen
así la plataform a de partida ineludible p ara la estetización
de la vida cotidiana y p o r tan to tam bién p ara la creación ar­
tística y poética; entregan las form as preexistentes q u e pasan
a ser la sustancia de las form as dram áticas -se a n esp o n tán e­
as o tecniíicadas- que se co m p o n en con ellas.
Poi esta razón, p ara considerar el “co n ten id o co n creto ”
que e n tra e n ju e g o en la estetización “exagerada” de la vida
cotidiana barroca, conviene ten er en cu en ta, au n q u e sea
brevísim am ente, la sustancia ritual y m ítica sobre la cual y
con la cual se cum ple esa estetización.7*’
La sociedad eu ro p ea que se em peñó, al m enos desde el
siglo XIV, e n levantar u n a civilización m o d e rn a era una
sociedad cuyos mitos originales, tanto antiguos (grecorro­
m anos) com o más recientes (germ anos, celtas y otros más)
habían sido transform ados sustancialm ente p o r el im pulso
colonizador judeo-crisiiano de iodo un m ilenio de duración.
El perfil básico de las identidades concretas q u e se cultiva­
ban en ella provenía de ese largo y com plejo -y d o lo ro so -
proceso de mestizaje que fue el de la cristianización d e O cci­
d ente. El cu en to (el m ito) mayor, al que se convertían todos

La com plejidad, muy p o co exp lorad a a ú n , d e la historia d e la rituali­


dad -q u e desb orda su “transcripción” y su sujeción al d o m in io logocentris-
ta del m ito, d ad o el nivel práctico d e la sem iosis en el q u e se d esen v u el­
v e - obliga a reducir esta con sid eración al terren o del mito.

199
los flemas -o rto d o x o s y h etero d o x o s- v a través del cual
daban nom bre a las cosas y les en co n trab an sentido era el
que estaba en el texto de los dos Testam entos v de la H isto­
ria Sacra.
La determ inación histórica del m ito judeo-cristiano q u e­
da m arcada y p u ed e reconocerse antes que nad a en la elec­
ción que las diferentes épocas d e la vida eclesial eu ro p ea
han hecho de u n o de los pasajes o u n o d e los niveles del mis­
m o para destacarlo com o el cen tro de su narración o el sen­
tido central de la mism a.7, l ’n a ve/ es la pasión v m u erte del
Salvador; otra, las enseñanzas y los milagros de Cristo; otra
más, el nacim iento y la form ación ele Jesús, etcétera. El énfa­
sis puesto en distintos m om entos del m ito m ayor -q u e cu en ­
tan sea la Caída del sei hum ano, su Castigo sobre la tierra,
su R edención por Cristo o su Salvación fin a l- h a recom ­
puesto v teoi ganizado en num erosas ocasiones la lectura del
mism o, dan d o de él veisiones iniiv variadas, a veces diver­
gentes e incluso incom patibles e n tre sí -c o m o , p o r ejem plo,
las que o p o n en desde el siglo xvi a católicos y protestantes.
I no es, en efecto, el cristianism o tenebroso que se abism a
en la escena de la pa.ssion y la crucifixión de Cristo; otro, muy
diferente, lum inoso, el q u e p refiere la im agen del ángel
anunciándole a M aría su m atern id ad divina.77
Ya para el siglo XV, la consistencia del m ito cristiano
-a q u é l a través de cuya estructura debía pasar el uso lingüís­
tico de la sociedad que se m odernizaba, para ser efectiva­
m ente significativo- había en trad o en una transform ación
radical. A unque de m an eta aún soterrada, la m o d ern id ad
invadía \a definitivam ente el sentido de esa narració n a par­
tir de cuyo "texto" el m u n d o se volvía “decible" y. en g en e­
ral, los datos de la experiencia se juntaban en u n a realidad
inteligible. La reivindicación del saculum -d e l m u n d o terre-

71 Q ue n o co in c id e necesariam en te c o n la vida d e la Iglesia c o m o ins­


titución del alto clero , o b ed ie n te ;i la política de los papas y los soberanos:
q ue p u ed e in clu so segu ir una ten d en cia contraria a la d e ella.
' Ks una idea q u e e x p o n e co n a g u d c /a j o h n W. O ’Mallcy. S. J.. en un
e p ílo g o a Stciub erg. l.u sexualidad de Cusió el arle d d ¡(enacimiento y en d
olvido H'fiilnno. Hlume. Madrid. 1983. p. 232.

200
nal com o reino del valor de uso percibido en la perspectiva
del productor-propietario-consum idor privado, en treg ad o a
la acum ulación- traía consigo la “m u erte de Dios”, tanto
com o presencia m etoním ica de lo O tro que com o fuerza re-
ligadora de la com unidad. Introducía, paradójicam ente, el
“ateísm o en (‘1 cristianism o.”78 La m o d ern id ad obligaba al
m ito cristiano a recom ponerse, paradójicam ente, sobre el
ab an d o n o de su propio fundam ento: la fe práctica en el Dios
popular. Dios dejaba de ser el con ten id o efectivo d e la fe,
aquello invocablc con lo que se cu en ta d irectam en te en la
vida cotidiana, y quedaba com o 1111 lugar vacío p ero indis­
pensable.7' La vigencia del m ito pasaba de su texto a su
estructura. La significación se alegorizaba, d eb ía ser leída
más allá de la letra, en un “escenario retórico” sustancial­
m en te alterado.
El electo persuasivo de la narración del m ito, la in teriori­
zación del sentido cristiano de la vida, dejó de ser un hecho
colectivo y sólo ind irectam ente individual, d ep en d ien te de
la vida colectiva de la ecclesia, y pasó a ser una experiencia
individual directa, propia de la vida privada de cada quien.
El dram atism o judeo-cristiano d e la existencia h um ana, con
su secuencia cíclica d e los estados de pecado, culpa y red en ­
ción, pasó a necesitar del co n ten id o de la experiencia indi­
vidual para p o d e r realizarse com o tal. “El antiguo o rd en
dram ático mayor, el de la caída del ser h u m ano, el sacrif icio
divino y el ju icio final, pasa a u n segundo plano; el dram a
h u m an o en cu en tra su o rd en en sí m ism o.”80
El im pacto de esta reconversión m o d ern a esp o n tán ea del
m ito cristiano fue radical en lo que respecta a la sustitución
de los pasajes de la narración que se habían enfatizado en la
Edad M edia; llevó a preferir justam ente aquellos m om entos

s K rnst B loch, Al/teisinus im Cldslentum, S u h rk a m p , F ra n k fu rt a m M ein.


1908.
11.es/ek Kolakow ski, Cristiano¿ sin iglesia. Im conciencia religiosa y el inm u­
to confesional en el siglo ai ;;. T a u ru s, M ad rid . 1965, p. 543, y M ichcl d e Ccr-
te a u . L a fablt. mystique. xvt-xvii siécle, G allim ard , P arís, 1982. p. 222.
*" K rich A u c rb a c h , M im áis. Durgcslellte Wirklkhkeil in der abendUindhchcn
Literaíur, F ra n c k e , B e rn a -M u n ic h , 1946. p. 309.

201
tácitos o “110 redactados" del texto m ilico en los cuales el
sacrificio d e Cristo es contado com o u n a historia de red en ­
ción y exculpación, v a relegar los q u e lo hacen com o u n a
historia de ratificación v exacerbación de la culpa. Llevó a
leer en el m ito aq u ello que perm ite hablar del m u n d o com o
un lugar de o p o n unidades y perfeccionam ientos, y a igno­
rar aquello q u e obliga a tratarlo exclusivam ente com o un
lugar de conden as v penitencias.
“Mi riqueza o mi pobreza: ¿se explican p o r el trabajo co n ­
creto que está objetivado en mi p ro d u cto o más bien p o r la
o p o rtu n id ad de su realización en la com petencia m ercantil?
¿De qué d ep e n d e n mi felicidad o mi desdicha: d e mis actos
o de la fortuna? ¿lis la prim era un prem io y la segunda un
castigo, o am bas o b ed ec en a un destino inexcrutable? ¿Q ué
soy yo: hech u ra d e m í mismo o crea tin a de las circunstan-
<ias?" Libertad m m v necesidad. Así parece expresarse, qu in ­
taesenciado, re d u c id o a su “co n ten id o e stru c tu ra r’ en el
habla laica v d escreíd a de la cotidianidad m o d ern a, el m ito
cristiano que siguí- o torgándole a ésta su sentido e inteligi­
bilidad. l'.s el n ú cleo m ítico constituido poi la tram a que
o p o n e los m éritos hum anos a la gracia divina en la causali­
dad del ciclo de la Creación; un ciclo cuyo com ienzo estaría
en la caída de A dán \ <uyo final vendría con la salvación del
g én ero hum ano, d esp u és de h ab er pasado p o r el sacrificio
re d e n to r de Cristo.
Distintas y muy d iferen tes e n tre sí son las m aneras d e for­
m ularse y desarro llarse que m uestra este co n ten id o estruc­
tural del m ito cristian o en su proceso d e reco m p o n erse bajo
el im pacto de la m od ern izació n . Sus diferencias trasladan al
cam po de la elab o ració n m ítica las diferencias que separan
las cuatro m odalidades del cilios histórico m oderno. Son di­
ferencias que se constituyen en to rn o a las variadas posibili­
dades que tiene el m ito de n arrar la vida, según lo haga más
com o una historia de la libertad y los m éritos hum anos o.
po r el contrario, m ás com o una historia de la necesidad y el
otorgam iento de la gracia divina.
I.a m ejor m a n e ra d e distinguir la especificidad de la re­
elaboración b a rro c a del m ito cristiano es tal ve/ a través de

202
su p resen cia en la revolución teológica llevada a cabo p o r los
teólogos de la C om pañía de Jesús (sobre to d o P edro de Fon-
seca y Luis de M olina) en la segunda m itad del siglo xvi, que
es co n o cid a con el nom bre de “m olinism o”. E nfrentados a la
co n trad icció n irreconciliable e n tre “pelagianism o” y “agusti-
n ism o ”, e n tre explicar la salvación individual com o fru to de
los m éritos del hom bre virtuoso, de su voluntad libre d e "imi­
ta r a Cristo", o explicarla, p o r el contrario, com o resultado
de la gracia concedida caprichosam ente p o r Dios; en fren ta­
dos a la necesidad de d ecid ir e n tre la afirm ación del libre
alb ed río h um ano y el reconocim iento d e la om n ip o ten cia
divina, los seguidores d e Ignacio de Loyola se resisten a
to m ar partido.81 T anto la clausura en la au todeterm inación
h u m a n a com o la en treg a a la predestinación divina co n d u ­
cen, según ellos, el prim ero d e m anera abierta, el segundo
de m o d o vergonzante, a u n ateísm o práctico, a la p érd id a de
u n a relación viva, conflictiva y dinám ica, del individuo
hum ano con Dios.82 Su decisión va en el sentido d e la bús-

F orm ulada por G radan (Oráculo manual y arle de prudencia, Universi­


dad N acional A u tón om a d e M éxico, 1647, 1995, p. 2 3 7 ), la “regla d e gran
maestro" [de Ignacio d e L oyola], a la q u e "no ai q u e añ ad ir com ento",
diría: "Hansc de procurar los m ed ios h u m an os c o m o si n o huviesse divi­
nos. y los divinos c o m o si n o huviesse hum anos" (A. 251). Y la R egla 17 de
la C om pañía d e Jesús subraya la necesid ad d el libre arbitrio para el cu m ­
plim iento d e la gracia: “N o insistam os tan to en la eficacia d e la gracia, q u e
hagam os n acer en los espíritus el v e n en o d el error q u e n iega la libertad".
Es tam bién la idea básica d e la interpretación q u e h ace sor Juana Inés de
la Cruz d e aq u ello en q u e con siste "la m ayor fin eza del D ivino Amor"
("Carta A ténagórica", en Obras completas, F on d o fie C ultura E con óm ica.
M éxico, t. iv, 1690. 1957, pp. 4S5ss.).
s'‘ K1 C o n cilio d e l ie n to deja planteado e l terren o para la elaboración
del "tercero excluido" por parte d e M olina c u a n d o anatom iza las d os posi­
ciones contrapuestas sobre el tem a d e la ju stificación : "Anatema a cu al­
quiera q ue d iga q u e el h om b re pu ed e creer, esperar, a m a r o arrepentirse,
com o lo necesita para recibir la gracia de la justif icación , sin la inspiración
predispositora y la a n u la d el Espíritu Santo. A natem a a q u ien diga q u e la
voluntad libre del h om b re, prom ovida y excitada p o r D ios n o co o p era de
ninguna m anera para d isp on erse y prepararse a recibir la ju stifica ció n ,
aceptando la excitación y e l llam ado d e D ios, y q u e el h om b re n o p u ed e,
si así lo q u iere, rechazarlas, sin o q ue. c o m o si fuera un ser in an im ad o, no

203
queda h an o ta del ''tercero excluido": reco n o cen , com o d i­
ce el lím lo de la ob ra d e Molina, la p ro fu n d a “concordia libe-
ri arbifrii cuta gratice donis..." e in ten tan dem ostrarla m edían­
le la creación del más barroco de los conceptos, el d e la
"ciencia m edia” de Dios.*' En virtud d e sab er ú n ico v espe-
c ialísimo. Dios, en u n o d e los estadios d e su o m n icien cia
-ciencia que en el tien e consistencia on to ló g ica, q u e es sa­
ber de la cosa y al m ism o tiem p o creación d e la c o sa -, sabe-
crea al h o m b re co m o u n e n te libre, pasa ju n t o con él p o r
el ejercicio d el lib re alb e d río , q u e elige y to m a d ecisio ­
nes.
A igual distancia d e las dos recom posiciones extrem as del
mito cristiano en la m o d ern id ad , la realista o p u ritan a -la
que tom a partido p o r la necesidad y contra la lib ertad - y la ro­
m ántica o heroica -la que se decide p o r la libertad, en con­
tra de la necesidad-, la recom posición barroca salta por
encim a del plano en q u e el destino individual deb e ser
narrado bien com o u n a p u ra improvisa« ion, u n a aventura
de autorreali/ació n , o bien com o u n a pu ra fatalidad, un ep i­
sodio de efectuación ele 1111 fin trascendente; p o n e ese plano
“en tre paréntesis" o "en escena", de tal m an era que la liber­
tad y la necesidad parecen convertirse cada u n a en su co n ­
trario y confundirse en tre sí. D esobedecer a la fatalidad,
resistirse a su cum plim iento, p u ed e ser sim plem ente otra
m anera de obedecerla, d e cum plirla, au n q u e en u n a versión
am pliada. A la inversa, obedecerla, identificarse con sus dis­
posiciones, puede ser una m an era de vencerla, d e arreb a­
tarle la libertad y volverse efectivam ente libre. El co n ten id o
de salvación "mesiánico en to n o m enor", diría lien jam in -
implícito en toda actividad h um ana, que es el tem a central y
recu rren te de la m itología cristiana m odernizada, ad q u iere
en la versión barroca de ésta u n sen tid o casuístico. Según
esta versión, la significación d e los actos que se co m p o n e en

hacc ab solutam en te nada y p erm a n ece co m p leta m en te pasivo."’ Actas del


C oncilio, S esión VI, e n j e d in , op. cit., t. n, p. 257
" Luis d e M olina, S. J.. L iln i A ibitrii cuín guilia- donis,... Concordia.
"Sapientia", Madrid. I5SS-89, 1953, pp. 339-40.

204
el plano de la oposición lib ertad /n ecesid ad , para ser válida o
efectiva, tiene que traducirse a la que ellos ad q u ieren en
o tro plano, relativista, d o n d e la obediencia a la necesidad se
hace po r m edio de transgresiones, y el ejercicio d e la liber­
tad a través de obediencias. Es u n a significación q u e debe
vencer un escepticism o básico respecto d e la lengua e n que
está fo rm u lad a, o b lig án d o la a revivir e fím e ra m e n te en
la escenificación de sentido que trae consigo cada caso sin*
guiar.
Kl ¡m entó de la Iglesia Católica postridentina y, com o
núcleo dinám ico de ella, la C om pañía de Jesús, d e aprove­
ch ar la estetización barroca d e la vida cotidiana p ara revita­
lizar su cerem onia ritual incluye de m an era central u n p ro ­
yecto de restaurar la letra, el co n ten id o textual, doctrinal,
del mito que la acom paña y e x p lic a /' No extraña, en conse­
cuencia, que la realización de este proyecto a p artir y sobre
la base de la esquem aüzación barroca del m ito cristiano, la
lleve a reco m p o n er ese texto en concordancia con su m o­
dernización espontánea, y que tal recom posición incluya de
m anera principal la conversión en p rotagónico ele u n p er­
sonaje del p an teó n cristiano que se ubicaba tradicionalm en­
te en la p en u m b ra o la periferia, la m adre d e Jesús, la Virgen
María.*’’ El culto de la Virgen María es, en efecto, el de una
sem idiosa de la casuística.*' En él se consagra u n a entidad
interm ediaria en tre el ám bito superior, el de la ley universal,
d o n d e Dios parece p o d er p rescindir del ser h u m an o , y el
plano inferior, el d e los casos concretos, d o n d e tam bién, por
su parte, el ser hum an o parece p o d e r d esen ten d erse de
Dios. D isculpadora, co m p ren siv a, “refugium pecratorum",
M aría resulta 110 más indispensable para los fieles que para
el m ism o Dios: al disim ular ante él la incorregible im perfec-

M V éanse los ap u n tes d e M iguel Battlori sobre las relacion es en tre la


"contrarreform a” y el arle barroco. O frecen un cuadro m ín im o d e las mis­
mas q u e 110 d eb ería ser pasado por alto. (1952. p. 29.)
'• M ale. o p . c ii.. pp. 298ss: Burkc, op. cit.. pp. 55ss.
E dm undo O 'G orm an. Destierro rir sombras. U niversidad N acional Au­
tón om a d e M éxico, M éxico. 19S6. pp. 118»: Francisco d e la Maza. F.lgua-
(lulufumistno mexicano. F ondo d e Cultura E conóm ica. M éxico, 1953. p. 91.

205
ción clt* I«* hum an o en m edio de su C reación, im pide tam ­
bién que se interru m p a la performance cosm ogónica d e la
misma, le restaura su razón de ser. El in ten to de la Iglesia
( iatólica de “resucitar" a Dios, d e expulsar al ateísm o del cris­
tianism o, de com b atir el descreim iento d e n tro de la n a rra ­
ción m o d ern a (laica) del m ito cristiano, ha ten id o así e n el
culto m ariano su instru m en to más eficaz y duradero.*7

' La im portancia q u e el cu lto m ariano tuvo en el p royecto cató lico de


restauración d e la fe cristiana se d o cu m en ta hasta el ex c eso en la centra-
lidad d e la im agen de la Virgen d en tro del ex u b era n te apoyo estético que
el arte barroco d eb ió prestarle e n los siglos xvn \ xvm . sob re to d o en
A m érica. (Clr. Sebastián, o p . cil.. 1981.»

206
5. Ethos barroco y arte barroco

Quel dte è veramente arle non è »tai barocco, c quel che


è barocco non r arte.
Rcncdctto Crocc

En “d eco ra /io n c assoluta”

Es probable que la m ejor m an era d e aproxim arse a lo carac­


terístico del arte barroco sea p o r u n a vía indirecta: la de
reconstruir en sentido positivo, com o proyecto y propuesta,
aquello q u e los otros tipos de arle m o d ern o coinciden en
considerar (y co n d en ar) com o negativo en él, com o defecto
o deform ación.
Los juegos de ingenio poético en la literatura; la especta-
cularidad de las alegorías y los arreglos teatrales; los or­
nam entos, los ecos y diálogos de voces e instrum entos, en la
música; el trompe-l’oeil, el tenebrism o, el trem endism o, en
la pintura; la congelación del m ovim iento gestual en la es­
cultura; la retención de la espacialidad cerem onial en la ar­
quitectura: son los rasgos que n u n ca faltan en la descripción
de las obras de arte barrocas, que se subrayan com o indica­
tivos de su particularidad. Todos ellos ap u n tan en u n a sola
dirección: en el arte barroco se presenta en tal m edida una
exageración del m om en to ornam ental o retórico de la obra
de arte, que el o tro m o m en to , el que corresponde a su fun­
ción esencial de rep resen tar el m undo, q u ed a en mayor o
m e n o r m edida supeditado a él.
H istriónico, efectista, extravagante, escandalizado!' -y por
ello superficial, fácil, incluso p o p u lach ero -, el arte barroco
se m uestra oportunista con el tiem po y con el espacio: pre­
fiere el efecto local y efím ero y se desentiende del im pacto
general y duradero; le basta conm over el alma y persuadir al

207
en ten d im ien to y se olvida de alterar a la u n a y de persuadir
al otro. Incluso sus com plejos y rebuscados edificios d e inte­
ligencia v erudición, sus exploraciones d e tem as graves y
esotéricos, sus pretensiones de reflexión, que lo vuelven en
ocasiones críptico y ritualista (y así tam bién excluyente y aris­
tocrático). 110 pu ed en ocultar que son el resultado d e simples
ju e g o s im productivos, de u n a falsa profundidad, d en tro de
un encierro normativista asfixiante; son ejercicios de técnica
retórica y d e asociación iconológica o conceptual en los que
el juego con las apariencias es llevado a extrem os de refina­
m iento cada vez mayores, siem pre en busca de u n único fin,
el efecto teatral de una fascinación local y pasajera.
O rnam entalism o y teatralismo van así de la m ano en la des­
cripción co n d en ato ria que los otros tipos del arte en la m o­
d ern id ad h acen del arte barroco. Pero es claro q ue, d e los
dos, el teatralism o es el principal; él es tenido p o r la causa,
el ornam entalism o p o r el efecto. La d eten ció n en lo super­
ficial v efím ero se explicaría p o r lo innecesario ele un trata­
m iento real o esencial del objeto artístico, d ad o que, al
hacer arle, el arle barroco en verdad finge, “hace te atro ”.
Desde el m irad o r del arte clasicista, el arte b arro co resul­
ta sim plem ente artificial y falto d e consistencia.88 No así
desde el m ira d o r rom ántico, que lo revela norm ativista y
anticrcaüvo, y m enos aú n del m irad o r realista, q u e lo des­
cubre falso y engañoso. En todos ellos, sin em bargo, preva­
lece u n a p ro fu n d a incom odidad e irritación. Visto desde
ellos, el a rte barroco 110 se co m p o rta de m an era germ ina
con aquello q u e p reten d e ser, con el arte. Es 1111 pseudo-arte
o un arte fingid o p o rq u e n o alcanza a cum plir con la tarea
que le co rresp o n d e al arte -la de rep ro d u cir el m u n d o en
im ágenes bellas, la d e retratarlo o hacer de él rep resen ta­
ciones dotadas de calidad estética-y sin em bargo sim ula que
sí, y hace "corno si” cum pliera con e l l a C l a u d i c a an te los

La relación en tre clasicism o y barroco la problem atiza a m p liam en te


V íctor Tapié e n su libro Barroco y clasicismo, un a de las obras m ás ilu m in a­
doras d el fe n ó m e n o d e lo barroco.
" Véase la c o n ex ió n q u e estab lece Friedell (op .cit., p. 4 8 2 ) e n tre el
barroco y la “filosofía d el c o m o si'", de Vaihinger.

208
problem as ele la representación artística de la vida m o d ern a
y, sin te n er de ella u n a im agen que ofrecer, oculta esa falta
con el follaje deslum brante de la ornam entación.""
No cabe d u d a que m irar al ornam entalism o del arte barro­
co com o índice de un defecto disim ulado, de una ausencia
de representación con apariencia de representación, es algo
q u e sólo puede hacerse sobre la aceptación p len a de la idea
m oderna, sum am ente estrecha, de lo que es la rep resen ta­
ción artística en cuanto tal. Idea m o d ern a que la red u ce a
ser una transposición en im agen de lo q u e un sujeto nítida­
m ente separado del objeto alcanza a percibir d e él a través
de su aslhesis o sensibilidad. Bastaría con re tro tra e r esta
idea de representación a la ¡dea de mimesis, de la que es u n a
prolongación restringida, para que esa apreciación del o rn a­
m entalism o barroco cam biara considerablem ente. Para u n a
concepción del arte com o mimesis o repetición d e lo expe­
rim entado en la relación sujeto-objeto es indudable que la
representación del objeto tiene un m o m en to teatral, y sólo
p u ed e alcanzarse en la m edida en que p o n e las condiciones
para u n a reaclualización del pro p io sujeto de la experiencia.
D entro de ella, lo representado en el arte barroco, lejos de ser
un a reproducción “falsa” de lo real, sería u n h ech o q u e se
resiste a aceptarse com o un pro d u cto in d iferen te de la cir­
cunstancia dram ática que le otorga sentido, com o un objeto
dispuesto en general a entregarse “en frío” a cualquier p er­
cepción posible.
Sin em bargo, para d efin ir lo característico del arte b arro ­
co, es decir, para leer "en positivo” - n o com o lo q u e no es

C roce sin duda es q u ien mejor, m ás larga y fu n d a d a m en te argu­


m enta sobre lo que para él es “la co n d izio n c di ariditá o vu oto artístico,
ch e e in fo n d o d el barocco c o m e di qualsiasi falsa arte”, (op . cit., pp. 3 6 y
39.) El barocchismo n o d eb e ser con sid erad o positiva sin o n egativam ente,
"cioé co m e una n e g a /io n e o lim ite di q u el c h e r propriam ente arte c p o e ­
sía”, d ic e , en su d efen sa e n c en d id a fiel im perativo m o d ern o d e separar
tajantem ente el tiem p o d e representar del tiem p o de ser. lo q u e es “arte”
de lo q u e es "vida“ -g a ra n tía d e la creatividad (productividad) d e u n o y
o tra -, im perativo q u e él ve d eca er e n la Italia d el siglo xvtl. d esp u és d e su
ap arición y vigencia en el R en acim ien to.

209
sino com o lo que e s- la im agen negativa que lo describe
com o una representación que no llega a ser tal y se q u ed a
en sim ulacro de rep resen tació n , es necesario exagerarla
hasta el extrem o para ver si, llevada al absurdo, estalla y deja
el cam po a una im agen inversa. Esto es ju sta m en te lo que
hace T h e o d o r W. A dorno91 al d efin ir el arte b arroco com o
“decorazione assoluta El arte barroco consistiría en u n a deco-
razioneque lleva su función ancilar (de servicio a aquello que
decora) de una m anera muy particular; que, paradójica­
m ente, sin d ejar de ser un m edio, se convierte ella mism a en
un fin: u n a decorazione que se ha liberado y “ha desarrollado
su propia ley form al”.
Tal vez cabe subrayar d e en trad a que el “o rn am e n to abso­
luto", a u n q u e “liberado", n o se independiza d e la o b ra que
o rnam enta, y se convierte en o tra obra, sobrepuesta a ella o
incrustada en ella y que vendría a com petir con ella.’*2 Se

' : Ásl/ietische Theorie, Suhrkam p, Frankfurt am M ein. 1970, p. 236.


' Tal vez el calificativo d e "absoluto* correp on d a m ejor a la o rn a m en ­
tación levantina, co n la q u e su ele em p aten tarse la barroca p ero q u e es d e
un ord en d iferen te. El orn am en talism o levantino n o p u ed e ser visto
c o m o exagerad o, porque, él sí. es “ab solu to“. En él, los m otivos rep etid os
en interm inables en tretejid os im p en etrab les invaden el esp a cio c o n una
in ten ció n m anifiesta: clausurarle su d isp osición a ser esp a cio para la re­
presen tación , sujetarlo a las n ecesid a d es d el happening. P ersigue la o b n u ­
bilación, la perdida de sí, la em briaguez e x ó g en a (d el a m b ien te, n o d el
cu erp o individual, co m o la d el a lc o h o l), la an u lación del e sp a cio e scén i­
co; lleva a con cen tra r de m anera total el c o n te n id o dram ático d e la si­
tuación en la relación interpersonal directa, a d esconectarla d e toda ob je­
tivación. El m o n o p o lio d e lo estético ejercid o por el arte puram en te
ornam cntalista, la poetización descriptivo-litanaica y el a m b ien te d e e n ­
soñ ación parecen provenir d e una necesid ad política totalitaria propia
d el “desp otism o oriental". En el horror a la representación se o b e d e c e a
la voluntad d el C reador d e n o ten er n in g ú n rival: la C reación n o d eb e
ten er réplica de nin gú n ord en . Se sigue la proh ib ición d e especular, d e
reflejar lo m ism o en el p lan o teórico q u e e n el artístico. El m u n d o es per­
cib id o co m o u n a p rolon gación del cu erp o , q u e es ad em ás inseparable del
sujeto; n o c o m o un escen ario d el m ism o sob re el q u e pueda m irarse. El
m u n d o n o d eb e o-ponerse, situarse al frente de s í m ism o c o m o superficie
bruñida, porque en to n ces invitaría a percibir en él lo precario d e su per­
fección y a advertir la otra p erfecció n d e los otros m undos, alternativos
ju n to a é l. El discurso d eb e ser del m u n d o, n o sobre el m undo; d e b e res-

210
n ata de un ni nam em o que, sin ab an d o n a r su función secun­
daria, únicam ente so b red eterm in ad o ra d e la función cen­
tral o determ inan te, desem peñada p o r lo sustancial de la
obra, la cum ple de u n a m anera tal, que lleva la percepción
a confundirla con esta últim a, en u n a alternancia d e veloci­
dad vertiginosa; que induce en el espectador u n a insegu­
ridad inquietante cu an d o debe rep artir las funciones de d e­
term in an te y so b red eterm in an te e n tre lo sustancial y lo
accesorio. Se trata, en efecto, de un o rn am e n to que desa­
rrolla, d e n tro de la norm a o ley form al p red o m in an te, otra,
que le es propia y que llega a desestabilizar radicalm ente la
prim era.
La m uestra más clara fiel arte barroco com o “decorazione
assolula" u o rn am en to liberado la ofrece sin d u d a la lite­
ratura barroca: su retórica es una retórica absoluta o libera­
da.''1 El con ju n to de reglas d e co m p o rtam ien to discursivo y

petar los nom bres, n o jugar co n la posibilidad m etafórica tic com pararlos
con sim ilares en el eje paradigm ático; d eb e aten erse al ju eg o m eto n ím ico
fie la variación por rep etición en el eje sintagm ático. En el ornam entalis-
m o barroco, por el con trario, la d ecoración intenta rescatar, en la pérdi­
da del ob jeto, la presencia clcl m ism o, en la con fu sión d el á n im o , la clari­
dad d e la m en te. IIn él hay una afirm ación d o b le fiel esp acio c o m o
escen ario de la representación: la orn a m en ta ció n es ella m ism a un texto
transcrito en im ágenes, q u e invita a ser leíd o e n el disfrute fiel objeto.
Inagotable, el cuadro de V elázquez c o n o c id o co m o Im s meninas
p u ed e mostrarse tam bién co m o un ejem p lo fio “decorazione libérala". Se
trata sin duda fiel m ejor d e la serie fie retratos q u e el p in tor h izo d e la
princesa Margarita. K1 m ás com plejo, porque incluye, en torno a él, el d e las
flam as d e servicio d e la princesa, las "meninas", y la rep resen tación d e to ­
da la e scen a d e intim idad cortesana e n que éstas preparan a la princesa
para q u e pase al estrado sob re el q u e posará para el retrato. Pintar la e sc e ­
na in m ed iatam en te anterior a la ejecu ción d el retrato, p ero co m o una
escen a que está sien d o mirada su p u estam en te d esd e el prop io estrado, es
un recurso in d u d a b lem en te in g e n io so d e Velázquez. p u esto q u e le per­
m ite in clu ir su autorretrato ju n to a la im agen d e su princesa preferida. V
n o pasaría d e ser eso , un recurso in g en io so , si el esp ejo pintarlo en el
fo n d o de la escen a sólo reflejara un estrado vacío. N o es así. sin em bargo,
por el h e c h o de q u e en él aparece reflejada la im agen d e los reyes, h ec h o
q ue hace d e go lp e q u e la escen a pintada resulte ser la q u e es vista por la
m irada d e éstos, y no la q u e habría estado en un a mirada h ip otética fiel
p ro p io pintor. A lgo más q u e un sim p le capricho, el recurso de V elázquez

211
de ret m sos lingüísticos destinados a incitar el surgim iento y
en c a u /a r la expresión de la im agen poética, a lograr que
alcance la plenitud de su belleza -e s decir, pues, la retó rica-
es siem pre, en to d o caso, una puesta en escena discursiva.
En el caso de la obra literaria barroca, aparece com o un m o­
m en to discursivo cuya im portancia para el aco n tecim ien to
de la im agen poética deja de ser prescindible o secundaria,
y llega a equipararse con la de la propia im agen. En ella, el
m edio y el fin alcanzan tal g rad o de com penetración y con­
fusión, que se vuelve im posible distinguir q u é en ella es
“genuino", y procede d e u n a adecuat ion d e la figura retóri­
ca a la im agen poética, y qué en ella es u n "espejismo", y p ro ­
viene de un efecto poético engañoso, alcanzado p o r el puro
ju e g o escénico.
S in e m b a r g o , m ás a ú n q u e la d e f in i c ió n d e “decoraüone
assoluta" o “lib e ra d a " , se d i r í a q u e a la o b r a d e a r t e b a r r o c a
le c o n v i e n e la d e “r e p r e s e n t a c i ó n a b s o l u t a ” o “l i b e r a d a ”.
P u e d e dec ii •»<*, e n efet to, q u e e x a c t a m e n t e lo m i s m o q u e el
o r n a m e n t o h a c e c o n su ta rc a d e a p o y a r el c o n t e n i d o d e la
o b r a , la r e p r e s e n t a c i ó n ai tfslica h a c e c o n su ta r e a d e "repro*
d u c i t la r e a l i d a d ”, t n o y o t r a , " a b s o lu tiz á n d o s e " , se “libe­
ra n " d e sus ta re a s respectivas; n o e n el s e n t i d o d e i n d e p e n ­
d iz a rs e o s e p a r a r s e d e ellas s in o e n el d e a u t o n o m i z a r s e y

se convierte en el v eh ícu lo de una m alicia sutil, p rofu n d am en te irreve­


rente. Kn efecto , peq u eñ a, pero resaltada por el halo lu m in o so d e los
espejos, la im agen en el fo n d o d el cuadro es in d u d a b lem en te un retrato
d e la pareja real, v c o m o tal reclam a y afirm a su ccntraiidad, su superiori­
dad jerárquica. Ks una im agen q u e ex ig e y m anda q u e to d o lo q u e c o e ­
xiste con ella sob re el lien zo pintado sea visto en calidad de su p lem en to
decorativo o m arco ornam ental d e ella. El lien zo d eb ería llam arse e n ver­
dad Retrato ii< sus Majestades en un es/tejo porq u e e so es lo q u e es en prim er
lugar. T od o lo d em ás q u e sea lo será en seg u n d o lugar, a ccesoriam en te.
Pet o el cu ad ro incita d isim u lad am en te a la pregunta: ¿puede, en verdad,
el p eq u e ñ o retrato, c o n toda la "decoración" q u e lo rodea? ¿T ien e la fuer­
za su ficien te para im p on er *u ccntraiidad? ¿Hay, en efecto , q u e ver en el
(y c o n el, p or su p u esto , en la m onarquía, e n la corte, etcétera) lo esencial,
v en tod o lo dem ás (el p u eb lo, la vida, etcétera) lo accesorio? ¿O, por
••1 contrario, el retrato d e mis majestades só lo es un e le m e n to m ás - e l
máv prestigioso, si se q u ie r e - en el m u n d o q u e acom paña a la im agen de
la princesa?
autoaf¡uñarse d e n tro de su sujeción a las mismas. F.l arte
barroco m uestra claram ente u n a intención de rep resen tar
el inundo; sólo que, al hacerlo, radicaliza la significación del
concepto "representar". La obra que p ro d u ce no se p o n e
frente a la vida, com o repro d u cció n o retra to d e ella: se
pone en lugar de la vida com o una transform ación d e la
vida; no trac consigo una im agen del m u n d o sino u n a “sus­
titución", un sim ulacro del m u n d o . Toda ob ra de arte b arro ­
ca es p o r ello siem pre p ro fu n d am en te teatral; n u n ca deja de
girar en torno de alguna escenificación.
La radicali/ació n del co n cep to “re p re se n ta r” se e n tie n ­
de cu an d o se tien e en cu en ta la sig u ien te p reg u n ta : ¿qué
es lo rep rcsen tab lc desde la perspectiva del a rte barroco?,
¿en q u é consiste el “ob jeto ” que él p re te n d e re p ro d u c ir en
im agen? En el caso del a rte barroco, de m an era p arecid a a
lo q u e sucede en el a rte ro m ántico, se hace evidente un
h e c h o q u e en cam bio se esco n d e e n el arte clasicista y
sobre todo en el realista: q u e lo q u e el arte p ro p iam en te
rep ro d u c e al perseg u ir la form a p erfecta de los objetos que
p ro d u ce no es la realidad de los mismos, sino el sen tid o del
etkos desd e el cual ha elegido cultivar la sin g u larid ad o mis-
m idad d e Ja vida social en la q u e se e n cu e n tra.''4
Al acercarse a la cosa p ara rep ro d u cirla en im agen, el arte
b arroco se topa con un objeto cuya objetividad tiene abier­
tam ente la consistencia d e un acontecim iento dram ático
que se desarrolla an te sus ojos. La cosa es. ella misma, un
trascender ficticio de la contradicción que le es in h eren te,
u n “suceso proto-teatral"; p o r esta razón, rep ro d u cirla im pli­
ca necesariam ente una mimesis d e esa consistencia dram á-
liea."’’ Puede decirse así que lo característico d e la rep resen ­
tación del m u n d o en el arte barroco está en que busca
rep ro d u cir o re p e tir la teatrali/ación elem ental que practi­
ca el ethos b arro co cu an d o pone “e n tre paréntesis” o “en
escena” lo irreconciliable d e la contradicción m o d ern a del

A lpers, op. cit.. pp. 113-14.


'r‘ V casc e l su g eren te p lan team ien to cío H au sen stein (o p . cit., pp. 78 s.)
q u e descu b re en el "naturalismo" d el barroco u n "supra-naturalismo”.

21S
m undo, con el fin de superarlo (y so p o rtarlo ). La represen la-
»ion barroca persigue rcaclualizar la experiencia vertiginosa
del trasm ontar o saltar p o r encim a de la ambivalencia.'"'
;C()m o alcanzar la repetición artística d e la am bivalencia
ontológica, y cóm o rep ro d u cir así, en el disfrute de la obra
de arte, el vértigo d e la paradoja existencial? Ésta p arece ser
la pregunta, no siem pre inconsciente, que inquieta al artista
barroco.

Arle barroco y “método " barroco

La “decorazione assolula" (o libérala), reconocida p o r A dorno


com o rasgo definitorio del arle barroco, deb e considerarse
así com o un m odo en tre otros -sin d u d a el más frecu en te y
más c la ro - de u n a característica más am plia del mismo: la
representación lib erad a/'7 Rescatar, desatar, exagerar la tea­
tralidad p ro fu n d a d e lo estético, absolutizar lo que en ello

Es por ello, sin d u d a, q u e el rctoricism o barroco, in clu so cu an d o


só lo se p ro p o n e p oten ciar lo persuasivo del discurso -s u asp ecto intere­
sante \ p la c en tero - p refiere el recurso a lo en revesad o v retorcido, críp ti­
co y difícil. Sitúa la persuasión que quisiera alcanzar en un se g u n d o nivel
o m o m en to d e ap recia ció n , esto es. m ás allá o d esp u és de haber alcanza­
d o la “con m oción " d el intei locu tor en la ex p erien cia fie la paradoja, en la
con fu sión d e placer y displacer. Gracián (Agudeza..., c i t , p. 174) presenta
esta “suspensión" d e la in teligen cia ordinaria, co n el g o ce q u e ella trac de
la revelación c o m o pura in m in en cia d e sí m ism a, c o m o la esen cia del
"concepto", co m o el fruto prim ordial d e la "agudeza*. El discurso barro­
c o só lo persuade en la m ed id a e n q u e escandaliza su tilm en te, q u e “d es­
cen tra” e “incom oda" (Sarduv. ¡iarroco, cit.. p. 5 9).
Los fam osos c in c o "rasgos característicos d el n u ev o estilo ” q u e Wolf-
flin ( fien aissa tur.... cit.. pp. 22ss.) en cu en tra e n el arte barroco en com p a­
ración con el renacentista - e l p red o m in io d e lo d in á m ico sob re lo estáti­
c o (del c o lo r sobre el dibujo, en la p in tu ra), la invasión d el prim er p lano
por el p lan o p rofu n d o de la rep resen tación , la p resen cia d esq u icia n te de
lo n o representado en lo representado; el énfasis e n la p erten en cia d e la
p a n e al to d o d e la representación: la acción de lo in d istin to desd ib u jan d o
lo d ife r e n c ia d o - adq u ieren un sen tid o co h e r en te a la luz d e este plantea­
m iento: tod os ellos hablan de un a b úsqueda d e la inseguridad, la c o n fu ­
sión , la am bigüedad; d e un in ten to fie convertir la p ercep ció n de la obra
de arte en un lugar d e in q u ietu d es y cu estion am ien tos.

214
hay de superación ficticia o im a g in a ria -'‘falsa", din.» 11 . i
del carácter contradictorio de la vida y .su m u n d o , « m i | .
tensión obsesiva, que sería lo más pro p io del ai ir ..............
está vigente tam bién, con igual fuerza, en otros ju e g o s d e .mi
bivalencia, de confusión-inversión de contrarios, d i l r n m «
del juego en tre lo sustancial y lo accesorio que se e n e u e n i i .t
en la “decorazione assoluta
De m anera parecida a la del lector del segundo libro del
(¿uijote -que. term ina, com o el pro p io “loco” de La Mane ha,
conectado y confu n d id o con personajes de ficción, y sin
saber a ciencia cieñ a si es él quien se en cu e n tra en el m undo
de ellos o ellos en el suyo-, quien adm ira la p in tu ra d e Vela/
quez conocida com o Las meninas q u ed a atrap ad o p o r la invi­
tación que ella le hace a form ar parte de la escena rep re­
sentada, a ser aquel personaje q u e tiene que estar al frente,
sobre el estrado, sirviendo de m odelo para el cu ad ro en el
q u e trabaja el artista. La am bivalencia de lo real y lo ficticio
aparece aq u í tam bién: ¿quien está en el m u n d o de quién: el
cu ad ro en el m u n d o del que lo m ira o el que lo m ira en
el m u n d o del cuadro? Y cuando, en una segunda observa­
ción, esta am bivalencia se desvanece, el cu ad ro lleva al
espectador, transfigurado ya en cortesano, a caer en otra
am bivalencia, q u e es u n a p eq u eñ a tram pa. D escubre el
espejo en el fo n d o d e la escena pintada y se p ercata de que
q uien está en verdad en el lugar d o n d e el creyó estar es
nadie m enos que el rey; cae en cu en ta entonces de que se
hizo "culpable”, p o r un instante y sin quererlo, de una irre­
verencia “im perd o n ab le”: la de confundirse, es decir, igua­
larse - ( “¿y p o r q u é no?”, insiste tal vez en sus a d e n tro s)- con
el roy.‘H La perm utabilidad del único, el Rey, p o r su con­
trario, el cualquiera - t ú o yo-, es la an écd o ta atrevida-
inofensiva que co n d u ce al espectador a través del vértigo de
la am bivalencia perceptiva e n tre lo real y lo representado;

Sobre la estrategia d e la representación en ¡ a s meninas, aparir drl


c o n o c id o tratam iento de Foucault (Les mots tt les dioses, Gallimard. P.m v
1966, pp. 2-1-31), son esp ecia lm en te stigeren tcs las con sid eracion es dr s
Sarduy (op . cit., pp. 78-83). Igualm ente sobre el parentesco e m ir /« '
meninas y el Quijote.
am bivalencia que, al ser trascendida, constituye el núcleo de
la experiencia estética di* q u ien co ntem pla esta obra.
El universo artístico del barroco se asem eja a un laberin­
to en el que el sinnúm ero de ambivalencias en las que el m un­
do se entrega a la experiencia hum ana se suponen las unas a
las otras, co n d u cen las unas a las otras, se cam bian las unas
p o r las otras. En La vida es sueno, p o r ejem plo, la am bivalen­
cia protagónica, la que lleva a co n fu n d ir lo esencial y lo apa­
rente, lo real y lo ficticio, lo pragm ático y lo onírico, lo cu er­
do \ lo ilusorio lio loco), se d ifu n d e y se p ierde en un
sinnúm ero de otras m enores o m enos evidentes, com o las
que hay en tre lo m asculino v lo fem enino, lo au tén tico y lo
im postado, lo clásico v lo m onstruoso, lo gozoso y lo do lo ­
roso, para reaparecer en la am bivalencia fundam ental que
equivoca lo natural con lo artificial, lo divino con lo h u m a­
no: lo predestinado <on lo libre - la am bivalencia p o r la que
el sci hum ano m o d ern o deb e atravesar, según la m oral je su í­
ta, para alcanzar la je ra rq u ía que lo califica com o tal.'“1 El
arte barroco no desperdicia ocasión d e provocar el vértigo
que produce el pasar a través de una am bivalencia radical, el
e n tra r v salir de un episodio en el que los contrarios se
invierten v co nfu n d en . El em pleo d e este vértigo de la ambi-
valeiu ia com o resorte psicológico de la experiencia estética
es la característica más evidente del arte barroco; em pleo
que lo mismo p u ed e quedarse en un inten to fallido que d ar
lugar a obras de fuerza excepcional. El “m étodo" barroco
consiste en hundirse y salit del desasosiego agudo v fugaz,
pero om niabarcante, que trae consigo aquella “vivencia" en la
que “el eco preced e a la voz" (Sarduy), y lo sustancial es sus-

“Para ser señor de sí es m en ester ir sobre si". dice (»i.u ián; estoicis­
m o barroco ele estirpe ciceron ian a que resuena bajo la com p lejid ad del
m ensaje de C alderón d e la Barca: el verdadero h éroe es el q u e ha pasado
por la exp eriencia q u e en señ a a equiparar, por lo evan escen te y ni m ism o
tii m p o indispensable, la con sisten cia d e la vida a la d el su e ñ o , a creer,
d en tro d e ia duda, e n la so lid e / d e lo real. Sobre las m etam orfosis d e la
am bivalencia en el teatro d e C alderón, véase el interesante estu d io d e
U oilm i (‘ S ignos v sím b olos en La vida ts .sunto", en ¡'iludió estructural de la
clásica tapañol/i. M artínez Roca. Barcelona. 1971).

■ H .
tituible por lo accidental, lo central p o r lo ornam ental, lo osen-
cial p o r lo apariencial, lo autentico p o r lo im postado, lo lu­
m inoso po r lo tenebroso, lo virtuoso p o r lo pecam inoso, lo
m aldito p o r lo bendito, lo etern o p o r lo efím ero, lo diabóli­
co po r lo divino. Pero es un “m étodo" que sólo es p len a­
m en te efectivo si la acción estética que hace uso de él se ins­
pira e n el ethos barroco.
D entro de las posibilidades q u e se le ab ren a la actividad
cultural m o d ern a en la ru p tu ra estética de la cotidiani­
dad rutinaria, el arte barroco desarrolla y sistem atiza un cier­
to co njunto de ellas, precisam ente el que se conform a en la
perspectiva particular del ethos barroco. Esta p erten en cia
suya a un ethos m o d ern o específico no obliga, sin em bargo,
a q u e su “m é to d o ” de com posición de o p o rtu n id ad es de
experiencia estética sólo p u ed a ser em pleado en co n co r­
dancia con ese ethos. Se trata, p o r el contrario, d e un “m éto­
d o ” que ha sido y es integ rad o y rcfuncionalizado en la crea­
ción de obras artísticas y p oéticas q u e sigue los o tro s
sentidos que son tam bién propios de la cu ltu ra estética
m oderna. Los ju eg o s de am bivalencia d e los contrarios co n ­
form an un “barroquism o” más o m enos im preciso que pue­
de reconocerse con una función estru ctu ran te más o m e­
nos decisiva en obras d e inspiración lo mism o clasicista que
realista o rom ántica. Seguir las aventuras del “m étodo b arro ­
co" en m edio d e proyectos d e estetización ajenos al ethos
barroco; verlo en acción com o elem ento desquiciador del
naturalism o realista, com o an teced en te rococó d e la d e­
puración neoclásica o com o lenebrism o "gótico” en la irru p ­
ción del rom anticism o sería una tarea fascinante de la histo­
ria del arle y la literatura occidentales, que en estas páginas
apenas si p u ed e ser indicada.
El arte barroco p ro p iam en te dicho, en contraposición al
arle inspirado en el ethos realista, n o p reten d ió n u n ca af ir­
m arse com o actividad in d ep en d ien te y autónom a; no persi­
guió u n a estetización pura, desligada de las otras form as de
ru p tu ra del autom atism o ru tin ario en la vida cotidiana.
Lejos de m irar en ellas -e n el ju e g o y en la fiesta- obstácu­
los para su realización, fuentes d e im pureza para sus obras,

217
se desarrolló en conexión con ellas, usándolas com o m ate­
rial de su prop io trabajo y sirviendo a la com plejización y
en riquecim iento de las mismas. Este rasgo suyo hace que sea
especialm ente difícil abstraer sus obras, com o puras obras
de arle, del com plejo con ju n to d e n tro del cual, en in terac­
ción con actividades Indicas y cerem onias festivas, co n trib u ­
ye a des-realizar la realidad de la m o d ern id ad capitalista. La
presencia histórica del arte barroco se en cu en tra así íntim a­
m ente conectada con la “cultura p o p u la r”, com o cultivo
dialéctico espo n tán eo d e la concreción histórica del código
social, y en especial com o cultivo dialéctico d e la socialidad
religiosa. Sólo desde la convicción co n tem p o rán ea de la
"autonom ía del arte" es posible p ercibir aisladam ente el arte
barroco en sus obras, separándolo de su inserción orgánica
en la actividad ritual p ropia de la cultura festiva m o d ern a,
muy en especial d e aquella que, en el siglo XVII y su p ro lo n ­
gación histórica, estuvo a cargo de la Iglesia Católica restau­
rada. El barroco es sin d u d a “el arte d e la contrarreform a";
y lo es no sólo p o iq u e esta restauración del m u n d o católico
utiliza la eslelización barroca com o in stru m en to d e su riiua-
lización,"‘, sino tam bién, y sobre todo, p orq u e, al p ro p u g n ar
una “m oral de la am bigüedad y su trascendencia” (S. Beau­
voir) - p a r a la q u e cada caso co n cre to o “en situ ació n ”
replantea en su raíz la def inición del bien y (‘1 mal, y sólo
puede en c o n tra r su solución últim a en la sabiduría co m u n i­
taria de la ecclnin y en la au to rid ad de sus sacerdotes-, en tra
en una afinidad p ro fu n d a con el arle barroco, el arte del
rebasam iento de la ambivalencia.
El ;u le barroco se desenvuelve d e n tro del universo m ítico
y cerem onial del catolicismo pero él mism o no es necesaria-
m em e católico. Está conectado, sin duda, con el m ovim ien­
to de la llam ada “co n trarrefo rm a” católica a través d e la
resistencia en la que coinciden, q u e les lleva a o p o n erse al
sacrificio capitalista de la form a natural de la vida y del valor
de uso del m un d o de la vida, p ero su actitud fren te al ethos
realista im perante no es en m odo alguno nostálgica, “paseís-

(yfr. W cissbach. o p . til., y Maravall, o p . cit.

218
la" o restaurativa, com o la del catolicismo postridentino; la
estetización barroca m antiene u n a distancia escéptica frente
a lodo in ten to de regresar más atrás del revolucionam iento
m o d e rn o y su liberación d e las form as, frente a to d a in ten ­
ción de reco m p o n er universos form ales clausurados en sí
m ism os.101 El arte barroco es p ro fu n d am en te laico; fiel al
ethos barroco que lo inspira, se distancia de m anera sutil
pero inconfundible de todo uso religioso de la estetización.
Para él, su "religión” es el arte. Pone la estetización p o r enci­
ma de la ritualización de la vida cotidiana; la integración de
lo im aginario en la vida prevalece en el sobre la huida, fuera
d e la vida, hacia lo im aginario.
No hay tal vez ningún ejem plo m ejor d e la com pleja rela­
ción (jue m antienen e n tre sí el arte y la fiesta religiosa en el
siglo barroco que la Capilla C ornaro, construida p o r Berni-
ni en el tem plo rom ano de S anta M aría della V ittoria.1"-' Se
trata de u n a obra arquitectónico-escultórico-escenográfica
qu e o cu p a toda la prim era capilla izquierda del tem plo, que
incluye tanto el altar de la mism a com o sus dos paredes la­
terales.
I.a parte escultórica d e esta obra, que es la que p red o m i­
na, tiene com o pieza principal el famoso g ru p o d e Santa Te­
resa y el ángel, ubicado en el cen tro del altar y que rep resen ­
ta el m om ento del éxtasis o la transverberación mística d e la
santa, y, com o piezas de com pañía, dos grupos de retratos de
personajes eclesiásticos, ligados con los priostes d e la capilla,
repartidos en dos balcones o palcos que m iran desde am bos
lados hacia la pieza central.
Firm e en sí misma com o ob ra de arle im p ereced ero o per-

101 Para la Iglesia postridentina, "contrarreformista", d e fe n d e r el valor


d e uso es d efen d er el co n ju m o d e figuras arcaicas del m ism o q u e ella c o n ­
ju n ta y conserva bajo el am paro de su socialidad abstracta y del universa­
lism o abstracto d e su m itología.
1(12 Tal vez el estud io más c o m p leto d e la Capilla C ornaro - lle n o , por
lo d em ás, d e ob servacion es a g u d a s- sea el de I-avin {B em ini e iu n itu delle
arii liiiv e , D e ll’E lefante, Roma, 1980). Véase tam b ién , sob re la relación
en tre arte y religión en B ernini, Carer, “El artista" e n R. Villari, et al., L V o -
mo..„ cit., pp. 351-64.

219
m anóm e, la Capilla C ornaro no rechaza, sin em bargo, sino
p o r el contrario reclam a, para alcanzar su p len itu d , la di­
m ensión escenográlu a, en este caso cerem onial, d e una obra
eliinera o entregada a su propia consuma* ión. Ks una obra de
aite que entabla una relac ión com pleja y contradictoria,
d e com plem entariedad \ exclusión, con el e n to rn o festivo al
que rem ite: dán d o le la espalda a su rival, la p in tu ra, red u ­
ciéndola al colorido esp o n tán eo del en to rn o festivo d e tra­
jes y m aquillajes, reclam a en cam bio la colaboración no sólo
del arte musical sino tam bién del de la p erfu m ería. K1
m om ento m ejor para “apreciar" el arle de la Capilla C orna-
ro - a s í rezaría su mofle d'emf>lin tá cito - sería el d e la cerem o ­
nia religiosa en pleno: el m o m en to del n a n c e colectivo de
( ulm inación i eligiosa, eu m edio de la luz dinam izada p o r el
h um o, del o.loi intenso de los inciensos \ l a s llores y del soni­
do de los coros v el órgano, de las t uerdas \ las voces, con su
presencia o rd en ad o ra.
l a Capilla ( o in a ro es una representación artística del
m om ento del éxtasis o la transverbera*ión mística, del ins­
tante en que la mezcla, la confusión o el acon tecer m ilagro­
so de un conliuuuin en tre térm inos discontinuos y co n tra­
puestos, en tre lo sensual y lo espiritual, e n tre lo terren al v lo
celestial, prefig u ra el gran aco n tecim ien to cu lm in an te de la
Salvación. Pero, a más de ser esta representación del m o­
m ento místico, ella misma deb e ser tam bién una condición
de ese m om en to com o el tiem po d e u n a práctica cotidiana
q u e i ulm ina en el tem plo su fusión d e la virtud h u m an a con
la gra( ia divina, lo d o en ella está aco ndicionado p ara que la
experiencia estética más intensa que ella p u ed e m otivar en
el espectador coim ida con el m o m en to d e m ayor fervor
sacram ental, cu an d o el te m p ló se convierte en el lugar mís­
tico de la unión d e Dios con "su pueblo“.
I.o artístico com o instru m en to de lo festivo; lo festivo
com o m ateria de lo artístico. Dos tendencias en p ugna coin­
ciden en la fascinación que despierta esta o b ra de Bcrnini:
poi un lado, la del arle que. sirviendo al rilo, p re te n d e sin
em bargo red u i irlo a m aterial de su estetización; p o r o tro , la
de la fiesta que. prestándose a ser estetizada p o r el ai te. pre-

220
leude sin em bargo reducirlo a su ritualización. El em pale
en tre estas dos tendencias com plem entarias y contrapuestas
caracteriza la relación en tre barroquism o y contrarreform is-
ino; un em pate que, en este caso, com o en el d e to d a obra
radicalm ente barroca, se inclina fin alm en te más hacia el
lado del arte q u e hacia el de la cerem onia. Hay, en efecto,
un m om ento sacrilego ineludible que acom paña la co n tem ­
plación de la sensualidad d e esta figura d e santa T eresa,“”
in< luso p o r el más p ro b ad o de sus adm iradores católicos; un
m om ento que es de duda: “¿será en verdad este am o r ierre-
nal que nos m uestra la im agen un sim ple rem edo, una copia
desvaída del am o r celestial genuino? ¿No es él, d e ser com o
está pueslo en la im agen, perfecto en sí mismo, m ejoi que
cu alq u ier o tro am o r im aginable? A m or celestial, am o r terre­
nal: ¿cuál de los dos es el m odelo y cuál la copia?” El recur­
so a la sensualidad - a la “form a natural" del m u n d o de la
vida- que im plica la esteti/ación b ern in ian a d e la escena
sacra resulta excesivo respecto de la capacidad de invocarla
que tiene el rito católico. D ándole a la Iglesia una dosis exa­
gerada de aquello m ism o q u e le encargó, sirviéndola más
allá de lo q u e ella puede aprovechar, Bernini, el artista,
se al/a p o r encim a d e B ernini, el católico.

La sensualid ad d e l éxtasis d e s»nia Teresa se e n fa ti/a en la actitud


d e en trega d el cu erp o fe m e n in o v e n la pasividad d e sus m anos, en la
im p acien cia q u e exp resa la p osición d el p ie, en la exageración d el g o ce
inscrito en el g e sio facial y sob re io d o en la agitación d e los p lieg u es del
h áb ito -a g ita ció n que B ernini volverá a escu lp ir más tarde, in clu so con
mayor m aestría, para la Agonía d e la beata Ludovica A lbertoni e n la C api­
lla A llieri d e San Francesco a Ripa.

221
6. La cultura actual y lo barroco

Reducido a la periferia del m undo contem poráneo -p ese a


haber dom inado durante todo el largo siglo xvn-, el elhos
barroco ha seguido reproduciéndose de todas m aneras com o
una propuesta genuina d e hum anidad m oderna, ha seguido
ofreciéndose como una vía coherente para el cultivo de la sin­
gularidad <011 creta del m odo propiam ente h um ano de la vida.
A finales de este siglo, u n a vez que los desastres de la desme­
sura rom ántica de los sujetos nacionales y su gestión política
prepararon el terreno y prom ovieron el retorno, esta vez tota­
litario. del rlhos realista y s u conform ism o militante, la dim en­
sión cultural de la existencia social parece volver los ojos nue­
vam ente hacia a los otros rthe m odernos, los que n o p arten de
la confusión entre el sujeto económ ico efectivo de la vida
m oderna -e l capital- y el sujeto político posible de la misma.
Después d e la Revohu ión Francesa, hasta el decenio d e los
sesenta en este siglo, el espíritu d e la época” sólo supo agi­
tarse creativam ente si era invocado p o r la rebelión rom ánti­
ca, po r el dhos rom ántico que se atrevía a ir co n tra la propia
fuente de su auioaíli m arión sujetiva. MI mito d e la revolución
trabajaba d e mil m aneras diferentes en la práctica y el dis­
curso, conviniéndolos sea abierta o subrepticiam ente al m en­
saje de la famosa Tesis xi" de Marx sobre Feuerbach: de lo
que se trataba era d e sustituir al sujeto autom ático", al ghost
in the machine q u e está siem pre activo, cam biando el m u n d o
a su m anera, m ientras el sujeto h um ano (el filósofo") lo con­
tem pla e in terp reta”; se trataba de p o n er en lugar de él a esc
sujeto hum an o com o sujeto político capaz de tom ar en sus
m anos la transform ación del m undo" y guiarla en el sentido
d e la em ancipación y la abundancia.

<222
“Faetónica" hu b iera llam ado Sor Ju a n a a la experiencia
d e dos siglos de tran sfo rm ació n ro m án tica del m u n d o
-re c o rd a n d o el m ito que cu en ta d e las catástrofes q u e vie­
nen sobre el cosmos cu an d o el joven Faetón, q u erien d o
dem ostrar su estirpe divina, se em peña en guiar p o r su cu en ­
ta, sin apoyarse en la experiencia d e su p ad re Helios, el
carro celeste que rep arte la energ ía solar. La década d e 1960
co n cen tró en sí los síntom as del final d e esa época. El reto r­
no al realism o", a través del desencanto" o la ern ü ch io ru n g ”,
lia llevado a la resistencia frente a la m od ern id ad im p eran te
a soñarse a sí misma com o posm oderna" m ientras reinventa
para nuestros días u n a estrategia b arro ca”.
El co m portam ien to q u e caracteriza al artista b arro co en la
preparación de o p o rtu n id ad es de experiencia estética co n ­
tiene la clave del co m portam iento barroco en general. En
m edio de la crisis m o d ern a de la consistencia del m u n d o , al
re-producirlo en su (Ucorazione o representación assolula, la
creación del artista barroco no se da a través de u n a sustitu­
ción de la creación divina (com o p rete n d e hacerlo el ro­
m ántico), sino sólo a través d e u n a restauración m iniética de
la misma. En m edio de la crisis de la adatqualio del n o m b re
a la cosa o al m enos d e la co rrespondencia en tre n o m b re y
cosa, la nom inación d e lo in n o m b rad o o la creación d e for­
mas para lo inform e 110 acontece a p artir de u n a nada o una
indefinición absoluta (com o en la nom inación rom ántica),
sino a través de un ju e g o d e restitución" del n o m b re o de la
form a naturales” d e las cosas.
La sabiduría particular que se g en era d e n tro del ethos
barroco es u n a sabiduría conceptuosa” (com o d iría Gra-
cián) o m etafórica (en la acepción original que tiene este
térm ino en la Poética d e A ristóteles);"" una sabiduría que se
atreve sin d u d a a conocer, que se aventura en la actividad

““ A cep ció n q u e, ju m o co n lo q u e se e n tie n d e actualm ente por m etá­


fora - la asociación analógica de sign ificad os q u e ju e g a en el eje para­
d ig m á tico -, incluye tam bién lo q u e hoy se e n tie n d e por m eto n im ia - e l
j u e g o c o n los sign ificad os en el eje sintagm ático-: transposición d e un
n om b re ajen o, sea d e la e sp ecie a la elase o d e la clase a la esp ec ie , o d e
una esp ecie a otra, o d e a cu erd o a la an a lo g ía “ (1104b ).

223
propia de los dioses”, la de n o m in ar lo in n o m in ad o ”, pero
q u e lo hace sin q u ita ra éstos de su sitio, com o si no lo hicie­
ra. Ks un com portam iento cognoscitivo que concibe al co­
n o cer com o un p o n e r a lo o tro ’, no m etafísicam cnte en con­
ceptos", sino m u n d an am en te en palabras”, en obras; com o
un trabajo que consiste en desalar p rim ero la articulación
natural que constituye el signo, en tre su plano d e expresión y
su plano de contenido (en cortar la conjunción co n tin g en ­
te pero fundadora de necesidad que está en la arb itraried ad
del signo”), y en arreglárselas inm ediatam ente después", al
m ultiplicar el significado m ediante u n llevar más allá (melá-
frro) la vigen< ia del significante -a l re-anudar o re-suturar esa
articulación en la mise-en-scene instantánea de la frase p ro n u n ­
ciada y entendida, de la form a m odelada y disfrutada-, para
prestarle fugazm ente un nom bre a lo sin nom bre, para hacer­
le por un m om ento un lugar a lo excluido o inexistente.
La sabiduría barroca es una sabiduría difícil, de tiem pos
furiosos”, de espacios de catástrofe”. Tal vez esta sea la razón
d e que quienes la practican hoy sean precisam ente quienes
insisten, pese a iodo, en que la vida civilizada puede seguir
siendo m oderna y ser sin em bargo com pletam ente diferente.

2 24
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m odernos", Freie Universität, Berlín, 1994.
I.o barroco en la historia de la cultura. Ensayo inédito.

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N o es posible pensar la m odernidad si s<
deja de lado su “m om ento barroco”. N
lo barroco, a su vez, sólo en la modern i
dad despliega plenam ente su propuesta
de creación de formas. M ostrar la valide/
com plementaria de estas dos afirm ado
nes, al tiem po que presentar lo barroco
com o una categoría indispensable de la
historia de la cultura, es la ambiciosa meta
de este libro. En sus páginas, sugerentes y
vertiginosas, la actitud barroca se percibe com o una extrema tensión
moral, una extrema dificultad de vivir en el m undo, una torturada
búsqueda de conciliaciones imposibles: com plicidad y vergüenza,
conform ism o y rebelión, máscara y éxtasis. El tema se vincula con
varias claves de nuestro ser y de nuestra historia. La estrategia es­
pontánea del mestizaje cultural en el siglo XVII americano, prefigu
rada en la doble m entira de la Malinche, la estrategia calculada de
la C om pañía de Jesús en el desarrollo de la “prim era modernidad
de la América Latina, el “optim ism o desencantado’’ de G radan y de
Leibniz, el equívoco servicio del arte de Bernini a la teología de la
restauración católica son algunos de los apasionantes temas que se
abordan aquí.

BOLÍVAR E c h e v e r r í a , filósofo y escritor, nació en Riobam ba, Hcuador, en 1 9 4 1


y m urió en la ciudad de M éxico en 2 0 1 0 . E studió Filosofía en la Freie Univer­
sität de Berlín y en la U niversidad N acional A u tón om a de M éxico. Fue profesor
c investigador en la UNAM y otras universidades. C olaboró en las revistas Pucuna,
Latinoamérica, Cuadernos Políticos, Palos, Economía Política, Ensayos y Theoría.
R ecibió el Premio U niversidad N acion al a la D ocencia, el Prem io Pío Jaramillo
Alvarado y Premio Libertador al Pensam iento C rítico. Entre sus libros destacan
El discurso crítico de M arx, D efinición de la cultura, Las ilusiones de la modernidad,
La m odernidad de lo barroco, La m irada d e l ángel. En torno a las Tesis sobre la his­
toria de Walter Benjam in y Vuelta d e siglo.

Fotografía del autof; © Paine)« VilUmaiíti 789684 11484 5

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