Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
ANEXO 1: POLÍTICA
Como punto de partida tomamos la idea básica de Aristóteles que dice que el “hombre es
un animal político”. Nos preguntamos, pues, cómo somos los seres humanos, por qué la
política es importante para nosotros, y cómo vivimos políticamente unos con otros.
Hannah Arendt nos invita a ver la pluralidad como condición básica de la humanidad: en el
mundo vivimos “muchos” seres humanos. No existe “un” ser humano, sino precisamente
una gran variedad de seres humanos.
La pluralidad no solamente supone que somos muchos, sino que somos diferentes puesto
que cada persona constituye un ser único y distinto de los demás. La pregunta es ¿cómo
podemos vivir juntos siendo muchos y al mismo tiempo diferentes? La convivencia es
posible porque tenemos en común la humanidad, una condición humana que, al mismo
tiempo que la compartimos, es diversa y plural. Puesto que no podemos vivir solos, la
convivencia implica la relación con los demás, el acuerdo, la creación de un mundo en
común.
Este rol político de los medios de comunicación se ha incrementado aún más en los
últimos tiempos, y enfrentamos hoy en día lo que algunos autores denominan la
espectacularización, la “mediatización” de la política, o también la “video-política”.
Ya desde hace un tiempo se viene hablando de que vivimos en una “sociedad del
espectáculo”. Concepto acuñado por Guy Debord para expresar los cambios ocurridos
en la sociedad contemporánea en la cual cada vez más dimensiones de la vida humana
son fuertemente influenciadas por el poder de las imágenes audiovisuales. Para Debord
el problema radica en que confundimos el espectáculo con la vida misma. Es decir si
no sale en las noticias, no existió; o por lo menos sentimos que nuestra percepción
directa no tiene el mismo grado de “realidad” que el experimentado a través de los
medios.
Con el tiempo este proceso de “espectacularización” también ha llegado a la política.
Hoy en día, los medios no sólo nos informan sobre lo que ocurre en la comunidad
política o nos presentan a los distintos candidatos participando en una contienda
electoral, sino que es prácticamente imposible relacionarnos políticamente sin tener en
cuenta el peso que tienen las imágenes audiovisuales. Así por ejemplo, hoy en día los
políticos aparecen ante nosotros como si fueran actores o celebridades. Los políticos
son “fabricados” por asesores de imagen y relacionistas públicos al igual que las
“estrellas” clásicas de Hollywood. Los políticos “actúan” ante nosotros como si
estuvieran en un escenario o como si una cámara los estuviera siguiendo todo el
tiempo, al mejor estilo de un “reality show”. O incluso pueden llegara participar, junto
a otras celebridades locales –cantantes, actores, futbolistas o vedettes– en programas de
concurso o de entrevistas de la televisión, sin que en realidad exista una diferencia
sustantiva.
Por ello, politólogo italiano Giovanni Sartori califica estas nuevas formas de
experiencia política como “video-política”. Para Sartori, en la actualidad se le da más
importancia a las imágenes que a las ideas. Y mientras más extravagante o excéntricas
sean las imágenes, más atracción generan, y por esta razón, los medios de
comunicación priorizan los conflictos y lo espectacular. Esta misma predilección por lo
espectacular lleva a que los medios informativos, como los noticieros, muchas veces,
más que informar, nos subinforman o desinforman. Esto es particularmente cierto de
aquellos procesos políticos que no pueden ser presentados en imágenes, mientras que
resulta más atractivo ver a una personalidad política bailando o cayéndose de un
estrado.
Otro tema en el que insiste bastante Sartori es en la importancia que han adquirido las
encuestas, y que el sociólogo peruano Rafael Roncagliolo llama la “encuestacracia”. En
efecto, en los últimos tiempos, son las encuestadoras –y aquellos quienes las contratan–
las que muchas veces imponen la agenda política de un país. Si asumimos el espacio
público como aquel en el cual los ciudadanos y ciudadanas expresan sus opiniones e
intereses, qué ocurre cuando las encuestadoras son las que determinan los temas sobre
los cuales debemos opinar. Muchas veces, lo que ocurres es que las encuestadoras
preguntan cosas que a la gente puede no interesarles, preocuparles o ser trascendentes.
El caso más notorio es la importancia que las encuestas dan a la popularidad
presidencial, en lugar de dársela a las políticas del gobierno. En otros casos, nos piden
opiniones sin asegurarse que estemos debidamente informados sobre lo que se nos
pregunta, como ocurre por ejemplo, con el tema del Tratado de Libre Comercio, sobre
el que todos opinamos a favor o en contra, pero sobre el cual la mayoría sólo tenemos
muy poca información.
Ahora bien, junto con Hannah Arendt, creemos que en el ámbito político existe una
concepción del poder que difiere de aquella de la que hemos venido hablando. Es decir
que, en la política, el poder no se puede entender solamente como la imposición de la
propia voluntad sobre los otros. Sin embargo, ésta es la definición que ha primado a lo
largo de la historia de la filosofía y las ciencias sociales. Por ejemplo, Bertrand de
Jouvenel definió el poder como un instrumento de dominio, que tiene su origen en un
instinto de dominación. Según Jouvenel, “un hombre se siente más hombre cuando se
impone y hace de los otros hombres instrumentos de su voluntad”. A su vez, Voltaire lo
definió como aquello que “consiste en hacer actuar a los otros según mi decisión”. Y
Max Weber señaló que sólo hay poder cuando “tengo la oportunidad de hacer valer mi
propia voluntad a pesar de la resistencia de los otros”. Podríamos afirmar, entonces,
que de acuerdo a esta tradición, el poder supone una voluntad que se impone a otra y
otras voluntades a las que obliga a obedecer, o en otras palabras, que el poder se define
a partir de una relación de mandar –y– obedecer o de mandar –y– ser obedecido. Es
más, desde esta perspectiva, la política consistiría en la lucha por el poder, incluso
utilizando la violencia si es necesario. De tal manera que afirmaciones con la de
Clausewitz –que insiste en que la política es la continuación de la guerra por medios
pacíficos– o la de Mao –que indica que “el poder nace del fusil” – no deberían
sorprendernos del todo.
Por ello también, el ideal democrático permite que se constituya el espacio político en
el que podemos reconocernos unos a otros, aceptar las diferencias, escuchar las
opiniones, ponernos de acuerdo sobre lo que queremos y lo que no queremos y actuar
conforme a ello para ir solucionando los problemas de vivir juntos. Por ello, Hannah
Arendt, a partir de su propia experiencia como judía alemana, señala que lo
radicalmente opuesto al ideal democrático es el totalitarismo. El totalitarismo es la
negación, la destrucción del espacio común, del mundo en común, del mundo de la
política. El totalitarismo es la forma extrema dela dictadura. La dictadura se encamina
hacia el totalitarismo, pero no todas las dictaduras son totalitarias. Los regímenes
totalitarios encarnan la peor expresión de una dictadura, su expresión más radical y
extrema donde lo que se busca es uniformizar a la gente, evitar que los miembros de
una comunidad expresen su opinión y su diversidad, impedir que actúen. Los nazis
exterminaron no solamente a los judíos, sino a todos aquellos grupos que consideraron
diferentes como, por ejemplo, a gitanos, comunistas, homosexuales y, de haber
continuado, probablemente, a otros grupos más.
El Filósofo Pascal distinguía entre dos tipos de personas. Por un lado, las personas que
actúan de un modo geométrico, para las que todo tiene que ser exacto y preciso, en el
sentido de una racionalidad científica, matemática, instrumental, y que a veces nosotros
llamamos coloquialmente personas “cuadriculadas”. Por otro, las personas dotadas de
un espíritu de fineza que prefieren los detalles, y que no se sienten incómodas lidiando
con la complejidad de las cosas o con la diversidad de la naturaleza humana. No
olvidemos, además, que Pascal también señalaba que el corazón tiene motivos que la
razón desconoce, es decir, que existen otras formas de racionalidad que no
corresponden al puro cálculo racional ni al espíritu geométrico.
Hay una serie de fenómenos políticos que observamos en el Perú de hoy, que si
limitamos nuestra definición de la política al debate racional de ideas o argumentos no
lograríamos comprenderlos. Este es el caso, por ejemplo, de las recurrentes marchas y
manifestaciones violentas, del pesimismo generalizado, del rechazo a los partidos
políticos, etc.
Pero los símbolos también son eficaces. Hacen que la gente actúe o haga cosas por
medio de ellos. Los ejemplos más claros se encuentran en el ámbito de la religión. Es
lo que ocurre cuando una persona creyente no sólo ve en un símbolo religioso la
representación de una realidad ausente, sino que además, este símbolo puede motivar a
que la persona actúe, reaccione o haga algo frente a dicho símbolo. Por ejemplo una
cruz.
Erich Fromm nos sugiere una clasificación que puede ayudarnos a entender mejor el
tipo de símbolos que son más específicamente propios de la política. Según Fromm,
existen tres tipos de símbolos: los de carácter personal, los convencionales –
compartidos por una colectividad– y los universales que son aquellos que dicen algo a
todos los seres humanos. El mejor ejemplo de símbolo universal es el agua.
El tipo de símbolo más fácilmente asociado con la vida política sería el convencional.
Los símbolos convencionales los compartimos con otros, con una colectividad. El
lenguaje es el mejor modelo de este tipo de símbolo; pero, también existen otros, por
ejemplo, la bandera nacional. La bandera peruana no es solamente una tela de color
rojo y blanco. A nadie se ele ocurriría, en caso de que se derrame un vaso de agua o un
plato de sopa, agarrar una bandera para secar o limpiar el piso. Para otros, la bandera,
puede motivar diversos sentimientos. Para los peruanos que han migrado al extranjero
puede, por ejemplo, traerles muchos recuerdos. Si la vemos a media asta, sabremos que
alguien importante ha fallecido. O la podemos pasear por las calles como signo de
victoria luego de una competencia deportiva, cualquier peruano podría reconocerla
como símbolo de algo suyo, algo propio, allí donde la vea, más aún si se pone en juego
nuestra identidad colectiva.
Lo mismo sucede con las religiones. Cada religión cuenta con un repertorio de
símbolos que son compartidos por toda la comunidad de sus creyentes. Y es lo que
suele ocurrir también al interior de un partido político. Más allá del símbolo electoral
que lo identifica, existen una serie de tradiciones, de experiencias, de recuerdos que
van consolidando y reforzando el vínculo que existe entre sus miembros.
Este último aspecto, el del sentido de pertenencia, es fundamental para la política. La
comunidad política –como una nación o un país– presupone este sentido de
pertenencia. Y mientras más grande la comunidad política, los símbolos colectivos van
a cumplir un rol más importante, ya que no vamos a poder conocernos todos cara a
cara. Es precisamente este proceso que el intelectual británico Benedict Anderson
explica cuando indica que las naciones son “comunidades imaginadas”. Ninguno de
nosotros conoce a todos los peruanos y posiblemente tampoco conocemos todo el
territorio peruano, sin embargo, todos nos sentimos parte de una misma comunidad
política que llamamos “Perú”, todos compartimos la misma bandera y nos
emocionamos cuando un compatriota logra destacar en el ámbito internacional o
cuando, en esas raras ocasiones de la historia, la selección peruana de fútbol clasifica
para ir al mundial.
Podemos afirmar, pues, que los símbolos colectivos juegan un papel importante en la
política al permitirnos construir un mundo en común. Ahora bien, este mundo en
común que compartimos no comenzó con nosotros, existía antes de nuestro nacimiento,
y probablemente continuará luego de nuestra muerte. El mundo es un espacio
simbólico, en un mundo cargado de significados en el que nos insertamos. Arendt nos
indica, precisamente, que una de las grandes condiciones y características de la política
es la natalidad porque en este mundo aparece gente nueva. Nacemos en un mundo ya
creado. Ella distingue entre dos tipos del nacimiento y la natalidad relacionada con la
vida política que se produce cuando nos comprometemos activamente, cuando
tomamos la decisión definitiva de preocuparnos por los asuntos públicos. En ese
momento, nacemos de nuevo, nacemos a la comunidad política.
Finalmente, nos quedan por analizar todavía los símbolos personales o accidentales que
constituyen la última clase de símbolos según Erich Fromm. Estos son los símbolos
que tienen un significado particular para cada individuo, para cada uno de nosotros. Por
ejemplo, experiencia agradable o desagradable. Cada vez que pasemos por ese lugar o
cada vez que alguien mencione ese lugar, la experiencia buena o mala que tuvimos
podría hacerse presente para nosotros. De igual modo, hay personas a las que queremos
o que nos han querido, y las hay aquellas que nos han hecho daño o por las que
sentimos aversión. Así, cuando nos encontramos con estas personas, o las recordamos,
podríamos revivir el mismo tipo de sentimientos que nos suscitan. Lo mismo sucede
con la música, la comida, los paisajes, etc. Las significaciones son más fuertes cuando
se relacionan con experiencias de la infancia.
El segundo es el capital social, este hace referencia a las redes sociales que podemos
establecer: parientes, amigos y conocidos, contactos, compadres y padrinos, etc. Este
capital se basa, pues, en las relaciones humanas que tenemos y gracias a ellas podemos
tener más poder.
El último es el capital cultural, este implica la posesión de cualquier tipo de
conocimiento: hablar otro idioma, saber arreglar un motor, todo conocimiento nos da
poder.
Sin embargo Bourdieu añade a estos tres tipos de capital uno más “el capital
simbólico”, que viene a ser cualquier tipo de capital- económico, social, cultural- que
es considerado como valioso por una sociedad determinada. Es decir no todos los
capitales valen lo mismo. En nuestra sociedad por ejemplo, no es lo mismo tener una
casa de esteras en el desierto que una casa de material noble en una playa exclusiva del
sur de Lima; no es lo mismo tener muchos amigos que tener uno solo bien ubicado; no
es lo mismo saber quechua que saber inglés.
La política también posee una dimensión ritual. Existen una serie de ritos o rituales
políticos donde esta dimensión simbólica se pone en juego. En las religiones, por
ejemplo, hay ricos que se expresan mediante determinados signos. En la misa católica,
el pan y el vino se transforman en el cuerpo de Cristo: son símbolos que representan
algo más que el pan y el vino en sí mismos. Igual ocurre con la política. Las votaciones
y las elecciones son rituales en que se expresa nuestra pertenencia a una comunidad y
nuestro deseo de ser partícipes en la toma de decisiones que afectan a esta comunidad.
POLÍTICA Y MORAL1
No cabe duda de que ética y política tiene mucho en común. Cada una, a su modo,
pretende dar sentido a la vida humana y servirle de norma.
El término política tiene una historia muy larga, que se remonta a los albores de la cultura
occidental (M. García Pelayo, Idea de Política y otros escritos, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid 1983…). Etimológicamente proviene del griego politeia,
derivado de polis, que significa “ciudad” y que hoy podríamos traducir por “sociedad”.
Aludiría a algo referente a la sociedad, a la vida pública, a la organización social y
ciudadana.
Según esta concepción amplia, es cierta la afirmación “todo es política”, en cuanto que
la dimensión política impregna toda acción y relación humana, porque todo acto
humano implica un proyecto de sí mismo y una decisión frente a los otros. Se podría
1
Eugenio Alburquerque, Moral Social Cristiana, pp 525-551
decir que la política es la expresión del ser humano como ser social. En realidad, cada
uno de los seres humanos forma parte de una red social que condiciona los propios
actos, pensamientos y sentimientos, y que influyen en todos los aspectos de la vida, en
el trabajo y en la diversión, en la familia y en el grupo de amigos. Por ello no existe la
pretendida indiferencia política.
Lo primero que aparece en esta concepción de la política es que se trata de una actividad
humana. Pero no es un simple hacer o una mera técnica para adquirir y conservar el poder.
Subrayar que es algo que hacen las personas no significa reducirla a praxis. Significa, más
bien, acentuar el carácter realista (no teórico y abstracto), el sentido común y, sobre todo,
la libertad y la responsabilidad que implica. La política es el retiro de la libertad humana;
defender la política es defender la libertad.
Teniendo todo esto en cuenta, hay que subrayar especialmente que esta acción humana
pública que es la política tiene como fin la atención a los intereses colectivos de la
sociedad, creando para ello los órganos necesarios de gobierno y promulgando las leyes
adecuadas para su funcionamiento. Es decir, la política se refiere fundamentalmente al bien
común. Es, como la define R. Panikkar, el conjunto de los principios, símbolos, medios y
actos mediante los cuales el hombre aspira al bien común de la polis (Cf R. Panikkar, El
espíritu de la política, Península, Barcelona 1999). Así es como la entiende también Juan
Pablo II: “La multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y
cultural, destina a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (CL 43).
Esta definición pone de relieve las múltiples conexiones de la política con otros sectores de
la vida social (economía, derecho, administración, cultura), y alerta sobre su importancia,
al afirmar que impregna tan amplias relaciones sociales. Señala, además, que es acción,
praxis que permite a una teoría, que es cabalmente la ciencia política. Pero, sobre todo,
destaca su significado más profundo: la promoción del bien común como criterio
indispensable de la acción política. Si no existe, no se puede hablar tampoco de política.
Son dos términos correlativos e inseparables.
Si bien los individuos han de orientar su conducta desde una ética personal, la moral
política no se reduce a una ética individual. Supone la reflexión crítica sobre las estructuras
sociales y políticas, orientada a su transformación y reforma.
a. Según el integrismo ético, moral y política son dos realidades radicalmente distintas
y, por tanto, en la acción humana no es posible escoger ambas. Ante esta disyuntiva,
los defensores de tal postura piensan que se debe optar por el valor moral, rechazando
la política. Así, el integrismo ético conduce al rechazo de la política por razones
morales.
b. En cambio, el realismo político afirma la necesidad de la opción opuesta, es decir,
de la política, sacrificando las normas éticas al interés político, siempre que sea
necesario. Coincide con la postura anterior en la convicción de que política y ética son
irreconciliables. Pero, mientras que el integrismo opta por la ética, el realismo político
sacrifica los principios morales en aras del interés político. Quizá la figura más
representativa del realismo político es Maquiavelo: con él emerge el poder y su
ejercicio como el elemento más peculiar de la política. Para conseguirlo y extenderlo
todos los medios pueden ser válidos. La acción política es concebida entonces libre de
cualquier condicionamiento moral.
c. La tercera postura, finalmente, afirma la posibilidad de llegar a una síntesis entre
ambas realidades. Los intentos realizados han sido muchos, aunque no siempre
satisfactorios. Habría que citar a algunos contemporáneos de Maquiavelo (Erasmo,
Tomás Moro), que tienden a orientar ya la política a la búsqueda del bienestar de los
ciudadanos.
De manera muy clara, según santo Tomás, el bien común es norma moral tanto para la
comunidad política como para los individuos. Por ello, el bien común se convierte en el
criterio fundamental de la ética política y en el paradigma para comprender se relación
entre la política y la moral: “Sosteniendo al mismo tiempo que el bien común político es
norma tanto para el Estado como para el individuo, y… si ese bien común se subordina al
fin trascendente, al normalizar la acción social del hombre lo hará respetando la ordenación
de este a su fin superior. La ética, pues, que mira al fin último del hombre es norma
política, que mira al fin inmediato del mismo” (E. García Estébanez, El bien común y la
moral política, Herder, Barcelona 1970, 88).
Esta doctrina tomista continúa presente en la Teología católica también en los tiempos
modernos. Pero en los siglos XV y XVI adquiere una importancia especial, debido a su
oposición al realismo político de Maquiavelo. Los dos autores aludidos más arriba, Erasmo
de Rotterdam y Tomás Moro, redescubren el modelo ideal de “ciudad” y el valor de la
política, entendida como búsqueda del bienestar de los ciudadanos. Erasmo reafirma el
valor moral de la política como condición indispensable para la armonía y el bienestar en
al vida cívica. Tomás Moro recupera el modelo ideal de ciudad y el verdadero sentido del
poder, oponiéndose abiertamente a la arrogancia del rey.
León XIII publica tres encíclicas sobre los problemas políticos: Diuturnum illud (1881),
Inmortale Dei (1885) y Libertas (1888).
“Tomen los príncipes ejemplo de Dios óptimo máximo, de quien les ha venido la
autoridad. Propóngase la imagen de Dios en la administración de la república, gobiernen al
pueblo con equidad y fidelidad y mezclen la caridad paterna con la severidad necesaria.
Por esta causa las Sagradas Letras avisan a los príncipes que ellos también tienen que dar
cuenta algún día al Rey de los reyes y Señor de los señores. Si abandonan su deber, no
podrán en modo alguno evitar la severidad de Dios” (DI 12)
Esta relación entre moral y política que se basa prevalentemente en las virtudes del
príncipe será muy pronto superada.
Juan XXIII ofrece un Pacem in terris una visión positiva, abierta y dinámica de la política.
Sobre la relación entre política y moral, no insiste en la moralidad de quienes detentan el
poder, sino en la necesidad de estructuras e instituciones democráticas que, además de
impedir el Estado totalitario, garanticen efectivamente los derechos de los individuos y de
los grupos. Y, en cuanto a los ciudadanos, no todo se resume en el deber de la obediencia.
Pacem in terris pide la participación en la vida política, según las posibilidades y
capacidad de cada uno: “Exhortamos de nuevo a nuestros hijos a participar activamente en
la vida pública y a colaborar en el progreso del bien común de todo el género humano y de
su propia nación” (PT 146).
“El ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las
instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral
para procurar el bien común –concebido dinámicamente- según el orden jurídico
legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están
obligados en conciencia a obedecer” (GS 74).
El texto expresa las motivaciones del compromiso político del cristiano, su necesidad y
urgencia. Y, reconociendo la autonomía de la realidad política, advierte sobre su relación
con las opciones y exigencias éticas del Evangelio.
En esta línea se sitúa el texto sinodal Christifideles laici. Juan Pablo II repite la obligación
–derecho y deber- del cristiano de participar en la política: “Los fieles laicos de ningún
modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, de la multiforme y variada
acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover
orgánica e institucionalmente el bien común” (CL 42).
Finalmente, hay que apuntar a un conjunto de valores que deben guiar la acción política.
El Concilio Vaticano II, siguiendo a Juan XXIII (cf PT 35), los concentra en la verdad, la
justicia, el amor y la libertad: “El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la
verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la
libertad un equilibrio cada día más humano” (GS 26). A ello se ha referido también Juan
Pablo II, resaltando cómo la justicia significa la expresión del amor cristiano, el valor que
sostiene los derechos y deberes de todos, que defiende la igualdad fundamental entre los
hombres, la superación de las desigualdades sociales, de los abusos, de la discriminación, y
que desencadena la solidaridad. Explica también que el respeto de la libertad ratifica
constantemente la trascendente dignidad de la persona, y que es valorizada plenamente por
la aceptación de la verdad: “Si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción
política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas
fácilmente para fines de poder” (CA 460.)
4. Cristianos en la política
El objetivo de nuestra reflexión tiende a fijar la relación existente entre economía y ética,
lo cual supone llegar a determinar las finalidades humanas de la economía y los principios
éticos que deben acompañarla.
1. Naturaleza de la economía
Pero la economía es posible no solo como actividad humana sino como ciencia, en cuanto
a conocimiento racional, la economía estudia el funcionamiento de la actividad económica
2
Eugenio Alburquerque, op cit. pp 221-247
de las sociedades, establece teorías para explicar dicho funcionamiento, y propone
opciones para orientar la actividad económica.
J.N. Keynes explica así las relaciones entre ciencia económica y ética: “la función de la
ciencia no es la de dictar juicios éticos, y la economía como ciencia positiva puede, por
tanto decirse independiente de la ética. Pero otra es la cuestión si nos referimos a la
aplicación de la ciencia económica, es decir, a la economía aplicada, ya que ninguna
solución de un problema práctico, con relación a la conducta humana, puede ser
considerada completa hasta que no se hayan tenido en cuenta sus aspectos éticos”.
En el Concilio Vaticano II dice: “La actividad económica debe ejercerse siguiendo sus
métodos y leyes propias, dentro del ámbito del orden moral, para que se cumplan así los
designios de Dios sobre el hombre” (GS 64).
Pio XI enseñó que la economía está sujeta a la ley moral; esta ha de abarcar también el
orden económico (cf. QA 43), porque los principios básicos que han de orientarla son la
justicia social y la caridad (cf. QA 88).
La reflexión moral sobre la economía tiene que abordar, como cuestión primordial, su
sentido y finalidad, el interrogante decisivo del “para que” de la actividad económica, para
esto es necesario referirse a una determinada concepción de la persona humana. La
economía también tiene su centro y su fin en la persona humana., esta centralidad de la
persona en campo socio-económico implica la afirmación de una verdad básica: la
economía ha de estar al servicio del ser humano. El olvido de esta orientación y finalidad
caracteriza al capitalismo liberal, polarizado en la búsqueda exclusiva del lucro y la
ganancia. Pero también se encuentra en el colectivismo marxista, que reprime la iniciativa
privada y destruye “la subjetividad creativa del ciudadano” (SRS 15).
Es así que la actividad económica debe estar al servicio del hombre, porque el hombre
necesita los bienes económicos para su desarrollo y realización humana.
Después está la zona de los bienes de consumo, que suelen llamarse superfluos, que no son
necesidades que no se requieren esencialmente para la conservación de la vida. Por eso hay
que jerarquizar las necesidades.
Si bien es cierto las necesidades básicas son importantes, no se puede perder de vista las
necesidades culturales y espirituales de la persona. Sin estas la economía no cumpliría su
papel humano.
Este carácter humano de la economía tienen que estar presente en todo el dinamismo
económico, orientando todo proceso de la actividad económica: producción, distribución y
consumo de bienes, en orden a la satisfacción de las necesidades humanas.
- ¿Qué bienes deben producirse?: se deben producir aquellos bienes que respondan a
las auténticas necesidades humanas, tanto materiales, culturales y espirituales para poder
satisfacerlas, descartar el producir por producir, ya que la productividad no debe ser un fin
en sí misma. Hay que establecer prioridades
- ¿Cómo producirlos?: aquí hay que tener en cuenta la organización del proceso
productivo y subrayar la primacía de la persona sobre la ciencia y la técnica.
- ¿Para quién producir?: si la producción está marcada por las necesidades de todos
los hombres, éticamente será necesario llegar a una distribución equitativa que tienda a
superar las profundas desigualdades sociales. Por eso en la Iglesia Católica se habla del
“destino universal de los bienes”
La Populorum Progressio dirá refutando al capitalismo liberal: “No hay mejor manera de
reprobar un abuso que recordando solemnemente que la economía está al servicio del
hombre”.
Hay que hablar entonces más que de una economía de la necesidad, de una economía
humanizante, una sociedad que descansa sobre una visión materialista del hombre tiende a
privilegiar simplemente las necesidades materiales, mientras la economía esté al servicio
del hombre, necesariamente la concepción de la persona, va a orientar la ética de la
actividad económica.
Es importante tener en cuenta que la economía tiene autonomía, pero debemos reflexionar
el cómo puede orientarse su quehacer desde la ética y la política sin perder esta autonomía.
4. Economía de Mercado
Toda actividad económica está tejida de relaciones sociales que se expresan, de manera
especial, en el intercambio, que hace posible la circulación de los bienes producidos.
Un elemento fundamental que hace posible este intercambio es el mercado. Tenemos que
hacer una diferencia entre mercado y comercio:
Realmente el mercado tiene una importancia social y económica muy grande. Supone la
concurrencia de la oferta y la demanda de bienes económicos, la facilita, su expansión y la
formación de los precios. La libre concurrencia de oferentes y demandantes determina la
perfección del mercado.
Desde el momento en que empieza a practicarse el trueque podemos estudiar los orígenes
del mercado. Ya en la Grecia clásica se practicaba un comercio, con la caída del imperio
romano se da un prejuicio que va hasta la edad feudal y su renacimiento se da en las ferias
y la ciudades a partir del siglo XII, son los comerciantes los que sirven de vínculo entre
culturas y países distintos, hasta que los bienes comienzan a verse no sólo como valores de
uso, sino también como valores de cambio. Se generaliza el uso del dinero desde la
aparición de los metales preciosos procedentes de América. Y se da su auge con la
revolución industrial.
Desde la perspectiva cristiana, tanto los padres como los teólogos escolásticos muestran
cierto recelo por la actividad económica. Dan a conocer los peligros que acarreaba el
comercio, sobre todo por el afán desmedido de lucro, la mentira y el fraude a la que podía
llegarse con la actividad económica. Santo Tomás en cambio incluye el comercio en el
derecho de gentes, admite su licitud lucrativa, entendiendo que, para los comerciantes, el
lucro constituye la remuneración de su trabajo. Ya los teólogos del siglo XVI consolidan
de forma definitiva, la aceptación del comercio dentro de la doctrina moral cristiana.
La DSI se ha referido sobre todo a aspectos morales del comercio y del mercado como:
valor social del comercio, derecho del intercambio, posibles deformaciones, ley de la
competencia, rechazo del comercio especulativo, criterios que deben respetarse. Aspectos
positivos como; respetar la libertad, la iniciativa y la creatividad de los agentes
económicos, estimular el trabajo y la producción. Así dice Juan Pablo II “la moderna
economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona,
que se expresa en el campo económico y en otros campos”.
Destaca Juan Pablo II, “existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser
satisfechas mediantes sus mecanismos; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden
comprar ni se deben vender o comprar” (cf. CA 40).
La orientación ética requerida es que como toda actividad, el mercado esté orientado
también al bien común, es decir, al pleno desarrollo de todo el hombre y de todos los
hombres.
“Hace a los hombres esclavos de la posesión y del goce inmediato sin otro horizonte que la
multiplicación o continua sustitución de los objetos que poseen”.
Adela Cortina ha diseñado una ética del consumo, donde propone como valores claves:
El consumismo produce una visión cosista y cosificadora de la realidad, pero desde una
ética social solidaria resulta insostenible una sociedad y una cultura consumistas. Hoy en
día más que una cultura de consumo hay que proveer una cultura de la austeridad.
3
Eugenio Alburquerque, op. cit. pp 247- 281
que establece los principios aplicables a todos los sistemas. Desde entonces se entiende
como sistema al conjunto de elementos interactuantes con unos objetivos definidos.
Así un sistema económico implica a todos los elementos que integran la economía,
considerados de forma interdependiente, e insertos en un marco social, ideológico, técnico,
institucional, que tiene el fin de atender las necesidades de la sociedad.
Los grandes sistemas económicos son el capitalismo y el socialismo, ambos sistemas han
desencadenado variantes y modalidades nuevas, han evolucionado progresivamente.
1. El capitalismo liberal
Espíritu del Capitalismo: Liberalismo filosófico, concepción del hombre o del mundo
que defiende una libertad sin límites., ha conseguido hacer brotar en la humanidad una
mayor conciencia por las libertades y los derechos humanos, introdujo en la vida
económica la separación entre economía y moral. Sin embargo origina un profundo
individualismo, pues el verdadero motor social es la búsqueda del interés individual.
- Convierte la libre competencia, la libertad de trabajo, de empresa, de contratación, en
la ley suprema de la economía.
- Propugna una libertad muy ambivalente
Desde el punto de vista moral este elemento del sistema es de por sí indiferente. Lo
hace sujeto de juicio moral al estar al servicio de un determinado sistema económico o
de un determinado fin.
1.2. El neocapitalismo
Después del crack de la bolsa de Nueva York y la crisis de los años treinta Se inserta
en el sistema la contradicción después, la economía capitalista postula como axioma la
libertad, pero comprende que no puede sobrevivir si no es con la intervención del
Estado. J.M. Keynes propone en estos momentos de crisis una nueva visión de la
economía. La prosperidad depende de la inversión y debe ser incentivada. Si la
inversión privada decrece, es necesaria la intervención del estado, para mantener en la
economía el gasto y el empleo; el Estado tiene que suplir la inactividad de las
empresas privadas mediante el gasto estatal.
Las riquezas se concentran en unas pocas manos, mientras que la gran masa sufre la
miseria, el dominio y la explotación. Se abre pues el conflicto y la lucha de clases.
Gonzales Faus. “el capitalismo sólo puede funcionar sobre la injusticia estructural, la
lucha de clases y la explotación de una clase por otra; el capitalismo sustituye la
esclavitud a la naturaleza (de la que pretende liberar) por una esclavitud al sistema; el
capitalismo sólo puede funcionar alimentando la sociabilidad del hombre”.
León XIII aún sin referirse al capitalismo hace una denuncia firme de la explotación
capitalista.
Rerum Novarum: “si la clase patronal oprime a los obreros con cargas injustas, o los
veja imponiéndoles condiciones ofensivas para la persona y dignidad humana; si se
daña la salud con un trabajo excesivo impropio del sexo o de la edad, en todos estos
casos deberá intervenir de lleno, dentro de ciertos límites, el vigor y la autoridad de
leyes” (RN 26), pide la defensa de la clase trabajadora.
Pio XI: se ocupa ya expresamente del capitalismo y pronuncia juicios duros sobre este.
“Salta a los ojos, en primer lugar, que en nuestro tiempo no sólo se acumulan riquezas,
sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos
de unos pocos, que la mayor parte de las veces no son dueños, sino sólo custodios y
administradores de una riqueza en depósito, que ellos manejas a su voluntad y
arbitrio” (QA 105).
Laborem Excersemns reflexión profunda sobre el trabajo humano, aporta los criterios
calve para una valoración moral de los sistemas económicos: la primacía del hombre
sobre las cosas (6y12), prioridad del trabajo sobre el capital (8,12 y 13), no separación
del trabajo y capital (11 y 13). El capitalismo choca frontalmente con estos tres
criterios.
Centesimus annus: Rechaza el capitalismo salvaje pero acepta la economía del libre
mercado.
2. El socialismo marxista
No se forma como un sistema encarnado en los hechos, fue durante mucho tiempo
una ideología, a partir de 1917 encuentra la posibilidad de aplicación y de convertirse
en un proyecto concreto.
Llega a ser adoptado por un tercio de la humanidad; incluso en los países en que no
llegó a implantarse ha contado con numerosos seguidores.
o Las capitalistas: oprimen a los trabajadores y son por tanto enemigos del hombre
o Los proletarios: comprometidos en la construcción de una sociedad justa y en la
defensa de la persona.
Segunda etapa: se inicia con la revolución rusa que culmina con la instalación del
régimen soviético en Rusia. Nace la III Internacional de carácter leninista y mientras
la corriente comunista se adhiere a ella, la “socialista” sigue fiel a la II Internacional.
Tercera etapa: comienza después de la II Guerra Mundial, hacia 1945, tensión entre
socialistas y comunistas es mayor y se llega a la superación del marxismo- leninismo,
que hoy puede sólo imponerse ya por la fuerza.
Hoy se habla de una cuarta etapa: la superación radical del marxismo leninista y
estalinista, y la consolidación del socialismo democrático, presenta al marxismo no
como filosofía y cosmovisión de la realidad, sino como método para resolver los
problemas que presenta el capitalismo.
El socialismo democrático se aparta cada vez mas de la teoría marxista y se
desprende del ateísmo doctrinario, materialismo histórico, positivismo cientifista y
propugna ala vez la profundización de la democracia.
Después de la II Guerra Mundial muchos cristianos se han identificado como
socialistas. Así surge Cristianos por el Socialismo, que implica la incorporación
decidida de muchos creyentes a una praxis liberadora y revolucionaria, para ellos el
socialismo se presente como única alternativa para la superación de la sociedad
clasista.
Las primeras manifestaciones son condenas muy duras que no hacen distinción entre
comunismo y socialismo.
Juan XXIII en Mater et Magistra, afirma que “la oposición entre el comunismo y el
cristianismo es radical” (MM34), en Pacem in Terris, abre las puertas al diálogo “es
completamente necesario distinguir entre las teoría filosóficas falsas sobre la
naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre, y las corrientes de carácter
económico y social, cultural y político, aunque tales corrientes tengan su origen e
impulso en tales teorías filosóficas” (PT 159).
La búsqueda de una alternativa, de una “tercera vía” aparece como una necesidad
socio-económica fuertemente sentida.
La DSI denuncia la debilidad ética de ambos sistemas, sin embargo la Iglesia reconoce
que no tiene soluciones técnicas, “no propone sistemas o programas económicos y
políticos” (SRS 41).
Juan Pablo II expresa la necesidad de nuevos modelos sociales, que puedan responder
a situaciones históricas y que surjan del esfuerzo de toso.
La Iglesia no opta por ningún sistema económico determinado ni por ningún partido
político; pero sí impulsa a los creyentes a la opción económica y al compromiso
político. Y estas opciones están orientadas por los valores y criterios evangélicos.
Las opciones que orientan el discernimiento moral de los sistemas económicos según
la Iglesia Católica son:
La primacía de la persona
La solidaridad
La opción preferencial por el pobre
La promoción de la responsabilidad y participación
La prioridad del trabajo sobre el capital
La superación de la antinomia trabajo-capital
La colaboración con todos los grupos humanos
La socialización
La estructura económica debe estar mediada siempre por la ética, en canto a estructura
económica justa advierte M. Vidal, ha de ser formulada y realizada en forma
dialéctica.
Como Iglesia debemos mantener siempre viva la propuesta de los valores éticos
inherentes a una economía humanizadora, alentar la utopía de la igualdad y la
denuncia de todas las injusticias, pero es necesario al mismo tiempo superar las
generalizaciones éticas.
ANEXO 3: DESARROLLO
4
E. ALBURQUERQUE Moral Social cristiana, Edit. San Pablo, Madrid 2006 pp 281-307.
Esta situación de vida introduce en la reflexión teológica nuevos problemas y cambios de
perspectivas en la misma temática. En los manuales de teología moral, desde el siglo XIX,
se ha venido estudiando, sobre todo, el tema de la propiedad como cuestión fundamental
frente al comunismo. Hoy se constata que el problema principal en el campo ético-
económico es el desarrollo solidario. Si en el siglo XIX la cuestión social se concentraba
en la mísera situación de los obreros, derivada de la revolución industrial, en el mundo
actual la cuestión social más aguda consiste en las tremendas desigualdades existentes
entre los llamados países desarrollados y los subdesarrollados.
Como expresó con mucha claridad Pablo VI: «Hoy el hecho más importante del que todos
deben tomar conciencia es el de que la cuestión social ha tomado una dimensión mundial»
(PP 3). En este sentido, encontramos una toma de conciencia eclesial muy rica y profunda.
Ya Juan XXIII, en Mater et magistra, declaraba: «El problema tal vez mayor de nuestros
días es el que atañe a las relaciones que deben darse entre las naciones económicamente
desarrolladas y los países que están aún en vías de desarrollo económico» (MM 157).
Después de esta encíclica, la constitución pastoral Gaudium et spes y, principalmente,
Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis, han insistido en la importancia decisiva
del tema, viendo en él la expresión y la clave de la justicia social.
El problema del subdesarrollo representa uno de los puntos más acuciantes en la existencia
y porvenir de la humanidad actual. Dejando a un lado el análisis de cifras y estadísticas, la
tremenda realidad actual es que existe «una multitud ingente de hombres y mujeres, niños,
adultos y ancianos, en una palabra de personas humanas concretas e irrepetibles, que
sufren el peso intolerable de la miseria» (SRS 13)5.
5
Sobre la situación mundial respecto al desarrollo, ver especialmente: Banco Mundial, Informe sobre el
desarrollo mundial, Ediciones Banco Mundial, Washington 1992; Informe sobre el desarrollo mundial 2003.
Desarrollo sostenible en un mundo dinámico, Ediciones Banco Mundial, Washington 2003. Ver también los
últimos informes sobre el desarrollo humano publicados por las Naciones Unidas: Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), MundiPrensa, Madrid. Otras publicaciones: L. DE
SEBASTIÁN, Mundo rico, mundo pobre. Pobreza y solidaridad en el mundo de hoy, Sal Tcrrae,
Santander 1992; D. AZQUETA, Desarrollo y subdesarrollo, Fundación Argentaria, Madrid 1996; G.
Los indicadores sociales de esta penosa situación son múltiples: renta mínima por
habitante, subalimentación, enfermedades, alta mortalidad, elevado crecimiento demo-
gráfico, falta de infraestructuras, mínima industrialización, analfabetismo, explotación y
opresión económica, social y política, dificultades de acceso a la educación y a la cultura,
discriminaciones, etc. Juan Pablo II no ha dudado en declarar que, «al mirar la gama de los
diversos sectores: producción y distribución de alimentos, higiene, salud y vivienda,
disponibilidad de agua potable, condiciones de trabajo, en especial el femenino; duración
de la vida y otros indicadores económicos y sociales, el cuadro general resulta desolador,
bien considerándolo en sí mismo, bien en relación a los datos correspondientes de los
países más desarrollados del mundo» (SRS 14).
Para intentar explicar esta situación, sus causas y raíces, se han presentado diversas teorías.
Para algunos, los pobres son pobres porque quieren; otros recurren a la naturaleza pobre de
los mismos países, al mantenimiento de un estado de opresión colonial, o la ven como
consecuencia de la explotación de clase, de la superpoblación, de la ignorancia o de
incompetentes políticas económicas6. Algunos economistas han explicado el subdesarrollo
como una «etapa hacia el desarrollo», como si se tratara de una situación transitoria y
natural, debida a factores propios de los mismos países afectados, anteriores y previos al
desarrollo. Rostow distingue, en efecto, cinco etapas en el proceso de desarrollo: situación
de partida (propia de la sociedad tradicional, no industrializada), fase de transición, fase de
despegue, fase de madurez y fase de alto consumo de masas7.
Existe además una relación desigual en los intercambios y el comercio. Los precios de los
productos que exportan los países subdesarrollados tienden a deteriorarse; y, en cambio,
los precios de los productos que importan tienden a subir. El resultado es un déficit
crónico en la balanza de pagos que lleva a la solicitud de créditos a entidades financieras
internacionales, lo que agrava todavía más la situación. Porque estos créditos recibidos
provocan un endeudamiento exterior, que continuamente tiende a aumentar debido al
elevado tipo de interés y a las condiciones en que se reciben.
El drama del subdesarrollo representa hoy uno de los más serios problemas morales,
porque se está llegando a unos niveles de desigualdad inaceptables. La globalización
neocapitalista profundiza el proceso de dualización social y el abismo que separa a ricos y
pobres. Todo ello constituye el signo más alarmante de injusticia social.
9
G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberación, Sígueme, Salamanca 1974s, 118.
pueblos y son utilizadas, en cambio, para el enriquecimiento de individuos o grupos (cf
SRS 10); a la creación y mantenimiento de mecanismos económicos, financieros y sociales
que hacen más rígidas las situaciones de riqueza de unos y de pobreza de los otros (cf SRS
16); a las graves omisiones de las mismas naciones en vías de desarrollo, especialmente
por parte de quienes detentan el poder económico o político (cf SRS 16). Pero se refiere,
sobre todo, a las causas políticas de la situación: la existencia y conflicto entre los dos
bloques (Este-Oeste), que tiene su origen en una contraposición ideológica (capitalismo
liberal-colectivismo marxista): «Cada uno de ambos bloques tiende a asimilar y a agregar
alrededor de sí, con diversos grados de adhesión y participación, a otros países o grupos de
países» (SRS 20). Esta confrontación genera, según Juan Pablo II, el retraso y
estancamiento del Sur, aunque no sea esta la causa última. Aun reconociendo que, ya en el
momento de la promulgación de la encíclica (1987), los peligros de esta tensión parecen
más remotos, sin embargo asegura que «la contraposición de bloques no deja de ser
todavía un hecho real y preocupante». Según el Papa, esto se manifiesta en las relaciones
internacionales que miran a los países en vías de desarrollo, de manera especial, en la
tensión Oriente y Occidente.
Pero, en el análisis de las causas del subdesarrollo, Juan Pablo II subraya, sobre todo, las
causas morales, afirmando que en la raíz del injusto subdesarrollo se encuentran
«estructuras de pecado»: «Un mundo dividido en bloques, presididos a su vez por
ideologías rígidas, donde en lugar de la interdependencia y la solidaridad dominan
diferentes formas de imperialismo, no es más que un mundo sometido a estructuras de
pecado» (SRS 35). Se fundan en el pecado personal, condicionan las conductas del
hombre y se alimentan en dos actitudes negativas: el afán de ganancia exclusiva y la sed de
poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad.
Ciertamente, el problema de las causas del subdesarrollo es muy complejo; son muchos los
aspectos que inciden y son también diversos en los distintos países. Pero la dificultad para
individuar las causas hace ver también la dificultad para proponer caminos. El problema
requiere fijar la atención en cuatro frentes: pobreza, desigualdades, supervivencia humana,
degradación ambiental. Todos ellos están implicados en el problema del subdesarrollo. Y,
necesariamente, los países subdesarrollados tienen que coordinar sus esfuerzos si quieren
avanzar en el camino de la liberación. Es una estrategia análoga a la empleada por las
clases trabajadoras de Europa a lo largo de los siglos XIX y XX. La liberación del Sur no
va a llegar por un camino generoso y unilateral, introducido por el Norte, en el actual
desorden establecido. Por ello, el Sur necesita unirse y presionar unido.
2. El auténtico desarrollo humano
Pablo VI comienza su importante encíclica Populorum progressio con estas palabras: «El
desarrollo de los pueblos, y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar
del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan
una más amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de
sus cualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es
observado por la Iglesia con atención» (PP 1). Y no puede ser de otro modo, porque el
desarrollo constituye la gran aspiración de los hombres. La aspiración al desarrollo es la
aspiración a la salud, la subsistencia, el trabajo, la cultura, la educación, la liberación de la
miseria y de las desigualdades sociales; en una palabra, la aspiración a realizar la vocación
humana, al reconocimiento efectivo de la dignidad y los derechos del hombre.
Los hombres y los pueblos están llamados a crecer, a desarrollar todas sus posibilidades.
«Desde su nacimiento ha sido dado a todos, como un germen, un conjunto de aptitudes y
de cualidades para hacerlas fructificar; su floración, fruto de la educación recibida en el
propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino
que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y libertad, el hombre es
responsable de su crecimiento lo mismo que de su salvación» (PP 15).
Hay que superar una visión reductiva del desarrollo, una visión puramente economicista.
«Ha entrado en crisis la misma concepción económica o economicista vinculada a la
palabra "desarrollo"» (SRS 27). Por ello afirma Juan Pablo II que la mera acumulación de
bienes no basta para proporcionar la felicidad humana. De por sí, tener objetos y bienes no
perfecciona al sujeto si no contribuyen al crecimiento de su ser; es decir, a la realización de
su vocación humana.
El desarrollo abarca a todo el hombre y está al servicio del hombre; no puede limitarse al
desarrollo económico. Es el pensamiento expresado insistentemente por Pablo VI y Juan
Pablo II:
10
Cf K. GRIFFIN, Pensamiento sobre el desarrollo: la visión más amplia, Documentación Social 89
(1992) 8-17; G. MALGESINI, "¿Qué entendernos por desarrollo? Análisis crítico de un concepto
laberíntico", en J. M. ALEMANY, Desarrollo, mal desarrollo y cooperación al desarrollo, Departamento de
Educación y Cultura del Gobierno de Aragón, Zaragoza 1997; R. TARGETTI, Dallo sviluppo economico
alto sviluppo umano, Aggiornamenti Sociali 48 (1997) 779-792; J. GOROSQUIETA, Desarrollo mundial
humano, Razón y Fe 239 (1999) 199-206; J. C. GIMENO-P. MONREAL (EDS.), La controversia del
desarrollo. Críticas desde la antropología, Los Libros de la Catarata, Madrid 1999; A. SEN,
Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona 2000.
crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza» (PP 18-19).
«Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas, de las que
los hombres pueden servirse. Se trata –como ha dicho un filósofo contemporáneo y como ha
afirmado el Concilio– no tanto de tener más cuanto de ser más. En efecto, existe ya un peligro real
y perceptible de que, mientras avanza enormemente en el dominio por parte del hombre sobre el
mundo de las cosas; de este dominio suyo pierda los hilos esenciales, y de diversos modos su
humanidad esté sometida a este mundo, y él mismo se haga objeto de múltiple manipulación,
aunque a veces no directamente perceptible, a través de toda la organización de la vida
comunitaria, a través del sistema de producción, a través de la presión de los medios de
comunicación social. El hombre no puede renunciar a sí mismo, ni al puesto que le es propio en el
mundo visible, no puede hacerse esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la
producción y de sus propios productos. Una civilización con perfil puramente materialista condena
al hombre a la esclavitud» (RH 16).
Por otra parte, según la afirmación de Pablo VI, “el desarrollo integral del hombre no
puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad” (PP 43). En realidad, el
verdadero y más dramático problema del desarrollo es su carácter universal. Si el
subdesarrollo abarca a una multitud ingente de seres humanos, la realización del
desarrollo debe llegar también a estas multitudes. Por ello, en el problema social del
desarrollo «se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza,
religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las
servidumbres que le vienen de la parte de los hombres y de una naturaleza
insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde
el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico. Ello exige mucha
generosidad, innumerables sacrificios y esfuerzo sin descanso» (PP 47).
11
A. ÁLVAREZ BOLADO, "Evangelio y desarrollo", en Teología y sociología del desarrollo, Madrid
1968, 75-114.
Finalmente, si el desarrollo es derecho y vocación de la persona, corresponde al hombre
hacerse responsable de él. Debe ser un autodesarrollo. El hombre crece en dignidad y al
mismo tiempo, en la semejanza de Dios con el ejercicio de su libertad y responsabilidad.
Llamado a desarrollarse y crecer, tanto en su actividad temporal como en su ascensión
hacia Dios, debe asumir personalmente esa función.
«
Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento lo mismo
que de su salvación» (PP 15).
«El hombre no es verdaderamente hombre más que en la medida en que dueño de sus
acciones y juez de la importancia de estas se hace él mismo autor de su progreso, según la
naturaleza que le ha sido dada por el Creador y en la cual asume libremente las
posibilidades y las experiencias» (PP 34).
Esta propiedad del desarrollo personal es también la propiedad del desarrollo de los
pueblos, llamados a “llegar a ser por sí mismos artífices de su destino” (PP 65). Esto
adquiere toda su importancia en la lucha contra el subdesarrollo. Es grande la tentación de
pensar que la batalla contra el hambre y la miseria del Tercer Mundo es sólo cuestión de
ayuda exterior y de subvenciones y créditos generosos. Esta colaboración es importante e
indispensable. Pero el verdadero esfuerzo por el desarrollo han de realizarlo los mismos
interesados. Y así, la ayuda verdadera consiste en ayudarles a desarrollarse por sí mismos.
La fe ilumina también el significado de las exigencias morales del desarrollo y las integra
en un horizonte trascendente.
12
Cf J. Alfaro, Hacia una teología del progreso humano, Herder, Barcelona 1969.
su propia esencia es el misterio de Cristo. Los cristianos, además, hemos de vivir este
compromiso por el desarrollo, por el progreso y transformación de los pueblos y los
hombres, como incluido en la esperanza escatológica, en la espera de Cristo, Señor de la
creación y de la historia.
El desarrollo constituye un deber urgente para todos13. Por una parte, cada hombre está
llamado a desarrollarse, a realizarse como ser humano. En este sentid, el desarrollo
constituye la orientación ética primordial de la persona. Es el deber de realizar la propia
vocación humana. En el plan de Dios, cada hombre tiene que promover su propio
desarrollo, “porque la vida de todos los hombres es una vocación dada por Dios para una
misión concreta” (PP 15). El hombre está llamado a ser hijo de Dios, a crecer y
desarrollarse a través de la vida cotidiana, hasta llegar a la plenitud de Cristo.
Por otra parte, existe también el deber de solidaridad y justicia social, de ayudar a los otros
en su desarrollo. Y esta obligación de empeñarse en el desarrollo de todos los hombres y
pueblos no es un deber solamente individual: “Es un imperativo para todos y cada uno de
los hombres y mujeres, para las sociedades y naciones” (SRS 37).
Pero la significación ética del desarrollo no se agota en esta perspectiva; no sólo deber y
13
Cf C. MARCUELLO, “Reflexiones sobre una ética para el desarrollo”, en J. M. ALEMANY, o.c., 187-
199; D. GOULET, Ética del desarrollo, IEPALA, Madrid 1999; E. Martínez Navarro, Ética para el
desarrollo de los pueblos, Trotta, Madrid 2000.
obligación moral. Correlativo al deber, existe el derecho al desarrollo14. Es una expresión
concreta del derecho de todos los seres humanos a poseer una parte devienes suficientes
para sí y para sus familias. Según el Sínodo de los Obispos de 1971, este derecho ha de
verse y entenderse en relación con “todos aquellos derechos fundamentales humanos en
que se basan las aspiraciones de los individuos y de las naciones” (I, 2) 15. Y para Juan
Pablo II “no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara
y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos,
incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos” (SRS 33). Es precisamente esta
conexión intrínseca entre desarrollo y derechos humanos lo que demuestra el carácter
moral del desarrollo.
Por este carácter moral, finalmente, el desarrollo no puede prescindir del respeto de los
seres que constituyen la naturaleza visible. No pueden ser utilizados arbitrariamente, sin
límites ni controles, como si fueran inagotables y sin tener en cuenta sus posibles efectos.
Es importante subrayar, en este sentido, la idea del “desarrollo sostenible”, que se está
imponiendo en la orientación social del desarrollo. Supone el intento de afrontar de manera
integrada el doble desafío de la situación de pobreza en que viven tantos millones de seres
humanos y de la galopante explotación de la naturaleza16 . El concepto de desarrollo
sostenible forma ya parte del entramado ético de nuestra sociedad. Conlleva la lucha contra
la pobreza, el equilibrio entre la mejora de los medios de subsistencia, la protección del
medio ambiente y la creación de mayores oportunidades de empleo. Pretende,
especialmente, que el desarrollo de todos sea verdaderamente “sostenible”; es decir, que
pueda mantenerse indefinidamente y sea compatible con el necesario equilibrio ambiental
y demográfico.
3. Exigencias éticas
14
Cf A. CHUECA SANCHO, “El desarrollo al desarrollo en el ámbito internacional”, en J.M. ALEMANY,
o.c., 25-43; F.GÓMEZ ISA, El derecho del desarrollo: entre la justicia y la solidaridad, Universidad de
Deusto, Bilbao 1998.
15
La expresión “derecho al desarrollo” la acuña el Sínodo de los Obispos de 1971, que declara: “esta
aspiración a la justicia… se expresa también en la conciencia del derecho al desarrollo”. Juan Pablo II la
emplea por vez primera en el mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz del año 1993, que
lleva por lema: “Si quieres la paz, sal al encuentro del pobre”. En él afirma el Papa: “El derecho al desarrollo
de los países más pobres exige a los países desarrollados el preciso deber de intervenir en su ayuda”, Ecclesia
2612 (1992) 1958-1961.
16
Cf COMISIÓN MUNDIAL PARA EL MEDIO AMBIENTE Y EL DESARROLLO, Nuestro futuro
común, Alianza, Madrid 1988; M. MILLER, ¿Puede el desarrollo ser sostenible?, Documentación Social 89
(1992) 85-107; J. RIECHMANN, “Desarrollo sostenible: la lucha por la integración”, en De la economía a la
ecología, Trotta, Madrid 1995, 11-36; J. MORILLAS, “Desarrollo sostenible”, en J. GAFO (ED), 10
Palabras clave en Ecología, Verbo Divino, Estella 1999, 239-207; A. GALINDO, Hacia el desarrollo
auténtico y sostenible, Corintios XIII 107-108 (2003) 95-130.
La misma naturaleza del desarrollo implica un conjunto de exigencias éticas. Implica el
reconocimiento y promoción de los derechos humanos, el compromiso por la justicia
social, la superación de las grandes desigualdades humanas y sociales, la afirmación del
destino universal de los bienes y la función social de la propiedad. A algunas nos hemos
referido en los capítulos anteriores; otras serán objeto de una reflexión posterior. Ahora
queremos considerar algunas instancias que son consecuencia del sentido ético del
desarrollo y que no han quedado suficientemente explicitadas. En concreto, nos vamos a
referir al compromiso de cooperación y ayuda al desarrollo, a la deuda externa y a la
opción por los pobres como aspectos relevantes de una ética cristiana del desarrollo.
Hoy sabemos que no existe una solidaridad preestablecida; que los mecanismos,
económicos desregulados llevan a una distribución perversa y antisocial de las riquezas.
Por ello es absolutamente necesario que la solidaridad se implante en las estructuras de
inversión, distribución y comercio internacional. La mayor dificultad para que reine la
solidaridad internacional en las relaciones Norte-Sur radica, como observan los expertos,
en que el Norte, es decir, los Estado más desarrollados, sus gobernantes, su sociedad civil
y, en general, sus ciudadanos, deben estar dispuestos a hacer importantes sacrificios18.
17
Cf J. I. CALLEJA, Moral social samaritana I, PPC, Madrid 2004, 236-254.
18
L. DE SEBASTIÁN, o.c., 56-67; CONSEJO PONTIFICIO “JUSTICIA Y PAZ”, El desarrollo mundial y
las instituciones económicas, PPC, Madrid 1995; A. ALVES, Por um desemvolvimento sustentable e
socialmente justo, Revista Eclesiástica Brasileira 62 (2002) 919-928; A. SERRANO, Para una política del
La solidaridad no se genera sin un alto costo, porque su implantación social choca contra
los intereses económicos concretos que condicionan las políticas comerciales de los países
más poderosos. No es posible el desarrollo del Sur si el Norte no está dispuesto a asumir
un alto coste económico: recursos financieros, transferencias de tecnologías, apertura de
mercados. Moralmente, es necesario llegar a la convicción de que hay que renunciar a
ciertas ventajas y beneficios a favor de los países más necesitados. Y la renuncia se refiere
incluso, de manera muy concreta, al modelo de desarrollo vigente en los países del Norte.
Porque un desarrollo sostenido análogo al nuestro no puede ser sostenible para todos.
El desarrollo humano tiene límites: todo aquello que lo hace sostenible hoy y mañana, para
nosotros y para las generaciones futuras. Por ello hay que pensar un nuevo, modelo de
desarrollo y de la solidaridad: “Yo creo que debemos pensar y proponer un nuevo modelo
de solidaridad, modelo que irremediablemente pasa por la revisión de nuestro modelo de
desarrollo y estilo de vida… Todo nuestro modelo de desarrollo se ha estructurado en torno
a dos principios incuestionables: que el nivel y estilo de vida de los más ricos (individuos y
países) es innegociable; y que tal nivel y estilo de vida será a medio/plazo universalizable.
Ello es absolutamente imposible porque existen límites físicos insalvables”19. Es
necesario, pues, cuestionar ambos principios y llegar a las consecuencias coherentes y
solidarias en cuanto al estilo de desarrollo, el modo de vida, los hábitos de consumo.
Todas las exigencias de una ética del desarrollo miran al reconocimiento de la igualdad de
derechos y oportunidades de todos los ciudadanos del mundo. Esto no parece posible sin
una ayuda decidida y real al desarrollo de todos los pueblos. La cooperación al desarrollo
es el verdadero índice de la solidaridad y el instrumento necesario para la redistribución de
los bienes20.
desarrollo, Pasos 102 (2002) 11-17; P. COSTA, La incierta e ingrata marcha hacia el desarrollo, Corintios
XIII 107-108 (2003) 61-93.
19
I.ZUBERO, “Modelo de desarrollo y justicia económica”, en Economía de mercado, crisis industrial y
economía cristiana, Desclée de Brouwer, Bilbao 1992, 48.
20
Cf A.MARTÍNEZ, Visión global de la cooperación para el desarrollo, CIPICARIA, Barcelona 1995; K.
UNCETA, La cooperación para el desarrollo: España y el 0.7%, Iglesia Viva 184-185 (1996) 323-331; J.
M. MENDILUCE, Con rabia y esperanza. Retos y límites de la ayuda humanitaria, Planeta, Barcelona 1997;
F. ALMANSA, Reflexiones sobre ética y cooperación para el desarrollo, Intermón, Barcelona 1999; J. A.
ZAMORA, “Globalización y cooperación al desarrollo: desafíos éticos”, en FORO IGNACIO ELLACURÍA
SOLIDARIDAD Y CRISTIANISMO, La globalización y sus excluidos, Verbo Divino, Estella 1999, 151-
228; I. PÉREZ-SOBA, Cooperación para el desarrollo. Legislación y directrices, Trotta, Madrid 2000.
La historia de la cooperación para el desarrollo es todavía reciente. Se inscribe dentro de
las precauciones que surgen al constatar cómo los logros conseguidos en el crecimiento
económico no se corresponden con avances sustanciales en lo que se refiere a la
distribución de la renta y la riqueza. Al contrario, con el crecimiento económico crecen
también las diferencias entre ricos y pobres dentro de cada país y, especialmente, entre
unos países y otros. Como es sabido, las Naciones Unidas piden en el año 1960 la
aportación del 1% del PBI para los países en vías de desarrollo. Pablo VI, siguiendo esta
iniciativa, pedía también en 1964 que todos los países destinaran un porcentaje
significativo de su gasto en armamento a remediar la pobreza de los países más
necesitados. Sin embargo, los logros fueron muy escasos y, en vista de tales resultados, la
ONU (1972) pide a los estados la aportación del 0.7% como ayuda oficial al desarrollo,
esperando que los recursos de las ONGs pudieran cubrir el 0,3% restante. A pesar de las
campañas de concienciación ciudadana, la sensibilidad social en relación con el problema
no es muy grande y los Estados que han cumplido el compromiso de cooperación han sido
muy pocos.
La mayor parte de las economías de los países subdesarrollados están gravadas por una
enorme deuda con los países desarrollados y con organismos financieros internacionales.
Es uno de los signos más flagrantes del subdesarrollo y de la situación de dependencia en
que viven dichos países. Su reembolso y el pago de los intereses acumulados resulta para
ellos una carga insoportable, porque les sumergiría todavía más en el abismo de la pobreza
y la miseria, alejándolos de la posibilidad del desarrollo. Se trata, pues, de un problema
sumamente grave que atañe no sólo al cumplimiento de la justicia conmutativa, sino
21
I. ZUBERO, Las nuevas condiciones de solidaridad, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994.
también a la supervivencia económica y a la viabilidad de la democracia en los países
deudores22. La deuda internacional plantea, efectivamente, el arduo problema que implica
la relación entre la obligación de devolver lo prestado y la consideración de las funestas
consecuencias humanas y sociales que acarrearía en muchos pueblos.
22
Cf L. DE SEBASTIÁN-J.I. GONZÁLES FAUS, ¿Pagar o no pagar? Deuda del Tercer Mundo y ética
cristiana, Cristianisme i Justicia, Barcelona 1987; C. DEL VALLE, La deuda externa en América Latina.
Relaciones Norte- Sur. Perspectiva ética, Verbo Divino, Estella 1992; I. CAMACHO, Deuda externa:
perspectiva ética y cristiana, Proyección 46 (1999) 171-190; R. TAMARIT, La deuda externa,
Documentación Social 115 (1999) 219-231; J. M. RODRIGUEZ FERNÁNDEZ, Deuda externa, ¿deuda
externa?, Iglesia Viva 197 (1999) 127-133; R. MARTÍNEZ CORTIÑA. Deuda externa y acción ciudadana,
Páginas 179 (2003) 24-33.
23
Cf P. LAURENT, Acercamiento ético a la deuda internacional, Communio (1999) 483-493; D. MARTIN,
Deuda internacional y Doctrina Social, Páginas 160 (1999) 7-15; R. CALLEJA, La deuda externa a la luz de
la doctrina social de la Iglesia, Noticias Obreras 1253 (1999) 19-26.
24
PONTICIA COMISIÓN “JUSTICIA Y PAZ”, Al servicio de la comunidad humana: una consideración
ética de la deuda internacional, Ed. Vaticana, Ciudad del Vaticano 1986.
Con ocasión de la celebración del Jubileo 2000, el Papa lanzó la propuesta de una
reducción significativa de la deuda de los países en vías de desarrollo: “El compromiso por
la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por
intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto cualificado de la
preparación y de la celebración del Jubileo. Así, en el espíritu del libro del Levítico (25,8-
28), los cristianos deberán ser la voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el
Jubileo como un tiempo oportuno para pensar, entre otras cosas, en una consistente
reducción- si ya no su total condonación- de la deuda internacional que gravita sobre el
destino de muchas naciones”(TMA 10).
Como puede apreciarse, la llamada del Papa está motivada por la opción preferencial de la
Iglesia a favor de los pobres; por ello pide a los cristianos que sean su voz. La carta
apostólica recuerda oportunamente el texto del libro del Levítico sobre la restitución de los
bienes y las tierras en el año sabático, llegando así a una reparación justa. Es este espíritu
el que debe orientar la reflexión sobre la deuda externa, para llegar a la propuesta de
soluciones justas.
Si, realmente, como señala el Papa, la opción preferencial por los pobres orienta la
cuestión, las soluciones que se adopten han de considerar seriamente el impacto sobre los
pueblos más pobres y han de ayudarles también a llegar a ser ellos mismos protagonistas
activos de su propio desarrollo, contribuyendo por su parte a la progresiva reducción de la
deuda. Quizás esta pueda ser más real si progresivamente las deudas contraídas se van
convirtiendo en programas de desarrollo. Puede representar un camino ético viable.
La DSI, especialmente a través de las encíclicas de Juan Pablo II, ha asumido esta opción
preferencial y la propone como una de las grandes orientaciones morales de nuestra época.
Juan Pablo II la sitúa en la perspectiva moral del desarrollo y de la solidaridad, y la explica
de esta manera: “Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la
caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la
vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y,
consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar
coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes” (SRS 42).
25
Cf G. GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres, CEP, Lima 1979; L. BOFF, El fruto mejor de la
teología de la liberación. La opción preferencial por los pobres, Naturaleza y Gracia 27 (1980) 11-124; J.I.
GONZÁLES FAUS, Los pobres como lugar teológico, Revista Latinoamericana de Teología 1 (1984) 275-
308; G. GUTIÉRREZ, “Pobres y opción fundamental”, en I. ELLACURÍA.-J. SOBRINO, Myterium
Liberationis… I, 303-321; J. M. CASTILLO, Los pobres y la teología, Desclée de Brouwer, Bilbao 1997; J.
LOIS, Jesús, compromiso con el pobre, Biblia y Fe 26 (2000) 7-32; J. SOBRINO, La opción por los pobres:
dar y recibir, Revista latinoamericana de Teología 20 (2003) 253-260.
BIBLIOGRAFIA