Sunteți pe pagina 1din 7

Biografia:

Nació el 7 de mayo de 1711 en Edimburgo, Lothian (Escocia).


Fue el segundo de los dos hijos de Joseph Home de Ninewells y su esposa Katherine Falconer. Se
crió en el seno de una familia acomodada.
Su padre murió justo después del segundo cumpleaños de Hume siendo criado por su madre, que
no se volvió a casar.

Con tan solo doce años ingresó en la Universidad de Edimburgo.

De 1734 a 1737 se planteó los problemas de la filosofía especulativa. Durante este periodo
escribió su obra más importante, Tratado sobre la naturaleza humana (1739-1740). Escribió
además Ensayos morales y políticos (1741-1742).

No consiguió su nombramiento para la facultad de la Universidad de Edimburgo porque se le


consideraba un escéptico en asuntos religiosos. Fue tutor del enajenado marqués de Annandale y
posteriormente auditor de guerra.

En 1752 aparecieron sus Discursos políticos, y un año después, tras volver a intentar una cátedra
en la universidad, le nombraron titular de la Biblioteca de la abogacía de la ciudad. Escribió por
entonces su obra de seis volúmenes Historia de Inglaterra, que apareció por entregas desde 1754
hasta 1762 y, hasta 1765, desempeño el cargo de secretario del embajador británico en París.

Conoció al filósofo francés Jean-Jacques Rousseau, quien le acompañó en su regreso al Reino


Unido. Pasó a ser subsecretario de Estado en Londres (1767-1768), y después se retiró a
Edimburgo, donde permaneció el resto de su vida.

David Hume falleció en Edimburgo el 25 de agosto de 1776.

Su autobiografía fue publicada con carácter póstumo en 1777, así como Diálogos sobre la religión
natural (1779).

Obras: Tratado de la naturaleza humana, Investigación sobre el entendimiento humano....

Materias: Epistemología, Metafísica, Ética, Estética..


Nació el 7 de mayo de 1711 en Edimburgo y desde siempre estuvo interesado en estudiar y
aprender más sobre las cosas que le rodeaban. Es así como inició su aprendizaje completamente
autodidacta en una etapa que duraría hasta que cumpliera 24 años. En 1734, tras estar unos
meses en Bristol, Hume decidió acudir a la universidad, así que se trasladó a La Flèche (Francia) y
cursó los estudios de Derecho.

Tras su paso por Francia, Hume partió hacia Londres. Allí decidió escribir la obra por la que hoy en
día se le conoce mundialmente, el “Tratado sobre la naturaleza humana”. Fue publicado en 1739
pero no tuvo demasiado éxito entre sus contemporáneos. No obstante, el filósofo no se vino abajo
y redactó sus “Ensayos morales y políticos” en 1741. Esta última publicación orientó su obra en
una doble dirección. Por un lado, presentaba una teoría empírica de conocimiento pero, por otro,
la usaba a su vez como base para postular una teoría utilitarista de la vida social y política. Hume
desarrolló ambas ideas en “Ensayos sobre el entendimiento humano” en 1748, en “Investigación
sobre los principios de la moral” en 1751 y en “Disertaciones políticas” en 1752.

Siendo conservador de una biblioteca de Edimburgo, trabajo que ostentaría de 1752 a 1769,
escribió una gran obra llamada “Historia de Inglaterra” y unos “Diálogos sobre la religión natural”.
Ambos textos le supusieron una gran fama pero también una acusación de herejía por parte de las
iglesias de Escocia. Aunque fue absuelto, Hume no consiguió la cátedra de filosofía a la que optaba
en la Universidad de Glasgow. Sin embargo, el carácter alegre y optimista que tenía hizo que
siguiera disfrutando de su puesto como bibliotecario, ya que tenía acceso a gran cantidad de libros
y, por tanto, podía realizar innumerables investigaciones históricas

En 1763, Hume consiguió trabajar como secretario de Lord Hertford, embajador en París. Como es
lógico, frecuentó los salones, alternó con los enciclopedistas y mantuvo una relación amistosa
con Jean Jacques Rousseau, aunque pronto surgieron divergencias entre ambos. Voltaire sentía
una gran admiración por Hume pero, aun así, el filósofo escocés volvió a Londres y desempeñó el
cargo de subsecretario de Estado entre 1767 y 1769.

A partir de 1768, ya cansado de los viajes, regresó a su Edimburgo natal. Tan solo dos años
después de su regreso, un hecho completamente aislado hizo que fuera reconocido y valorado por
sus contemporáneos: Immanuel Kant declaró que los trabajos de Hume le habían “despertado
sueños dogmáticos”. Esto hizo que los pensadores de la época leyesen las obras del filósofo
escocés. Durante cuatro años, Hume estuvo disfrutando de este éxito que le reconocían los
intelectuales de su época. Finalmente, el 25 de agosto de 1776, falleció en su casa de
Edimburgo a la edad de 65 años, dejando tras de sí un legado filosófico e intelectual que influiría
de forma determinante sobre las generaciones posteriores.
Teoría del conocimiento de David Hume

El filósofo escocés defendía, a diferencia de otros filósofos, que no se podía alcanzar el


conocimiento absoluto aunque pongamos todo el empeño del mundo en ello. Pensaba que el
hombre, lo único que puede conocer de las cosas son las REPRESENTACIONES, y que todos los
contenidos de la mente provienen de la EXPERIENCIA. Sólo veía admisible como conocimiento
realmente fundamentado aquellas representaciones que se puedan reducir a "experiencia".

Hume reduce todo nuestro conocimiento a "precepciones", es decir, a representaciones mentales


que tienen su origen en los sentidos. Distingue fundamentalmente dos clases de
percepciones: IMPRESIONES (las cuales son vivas e intensas) e IDEAS (débiles y borrosas). La razón
de que las ideas sean precepciones más débiles que las impresiones está en que éstas son copias
de aquellas (las ideas son copias de impresiones). Las impresiones penetran en la mente a través
de los sentidos y son muy intensas, mientras que las ideas penetran en la mente mediante la razón
y la memoria, y su fuerza es menor.

Dentro de las impresiones, Hume distingue entre impresiones simples e impresiones complejas.
Las simples son las atómicas, las unidades más simples de percepción. Las complejas son las que
implican multitudes de impresiones simples. Distingue además entre impresiones de sensación
(las que provienen de nuestros sentidos externos) e impresiones de reflexión (las que no
provienen de nuestros sentidos externos, sino de los internos (sentimientos...)).

Las ideas son copias de impresiones. Las copias de impresiones simples generan ideas simples, y
las copias de impresiones complejas, ideas complejas. Cada idea simple corresponde siempre a
una impresión simple, o lo que es lo mismo, no podemos tener una idea de un color que no exista
o de un olor que jamás hayamos percibido.

Hume, y en general todos los empiristas, van a aceptar un sólo posible origen de las ideas: LA
EXPERIENCIA (los sentidos. Este es el PRIMER PRINCIPIO DEL CONOCIMIENTO HUMANO: todas las
ideas provienen mediata o inmediatamente de las correspondientes impresiones. Según este
principio, sólo es conocimiento en sentido estricto aquellas ideas que podemos reducir a las
impresiones simples de las que proceden. El resto no son más que ficciones de la imaginación.

1.1 Impresiones e ideas

Hume no estaba en absoluto satisfecho con la manera en que Locke utilizaba el término «idea»
para referirse a todo lo que conocemos (el color que vemos, el dolor que sentimos, etc., eran
denominados «ideas» por Locke, como ya hemos indicado). En consecuencia, reservó la palabra
«idea» para designar solo ciertos contenidos del conocimiento o percepción.

Vea el lector esta página y, a continuación, cierre los ojos tratando de imaginarla. En los dos casos
la estará percibiendo (o conociendo), si bien entre ambos existe una notable diferencia: la
percepción de la página es «más viva» cuando la vemos que cuando la imaginamos.
Hume denomina al primer tipo de percepción «impresiones» (conocimiento por medio de los
sentidos), y al segundo tipo, «ideas» (representaciones o copias de las impresiones en el
pensamiento). Las ideas son más débiles, menos vivas que las impresiones.

El ejemplo que hemos utilizado pone, además, de manifiesto que las ideas proceden de las
impresiones, son imágenes o representaciones suyas.

Al clasificar los elementos del conocimiento en impresiones e ideas, Hume sienta las bases del
empirismo más absoluto. Las consecuencias que se derivan de este planteamiento son más
radicales que las derivadas del de Locke.

Con esa formulación, en efecto, se introduce un criterio tajante para decidir acerca de la verdad de
nuestras ideas. ¿Queremos saber si una idea cualquiera es verdadera? Muy sencillo:
comprobemos si procede de alguna impresión.

Si podemos señalar la impresión de la que procede, estaremos ante una idea verdadera; en caso
contrario, estaremos ante una ficción. Nuestros conocimientos están, pues, limitados por las
impresiones.

1.2 Tipos de conocimiento

Además de la diferenciación entre impresiones e ideas, Hume introduce una importante


clasificación relativa a los modos de conocer. De acuerdo con esta distinción, nuestro
conocimiento es de dos tipos: conocimiento de relaciones entre ideas y conocimiento factual, de
hechos.

Relaciones entre ideas

Tomemos la siguiente proposición: «El todo es mayor que sus partes». La verdad de esta
proposición no tiene nada que ver con los hechos, con lo que pase o suceda en el mundo; es
independiente de que haya todos y haya partes: sean cuales sean los hechos, se trata de una
proposición verdadera. Este conocimiento no se refiere, pues, a hechos, sino a la relación que
existe entre las ideas de todo y de parte.

Las relaciones entre ideas se formulan en proposiciones analíticas, en las que el predicado está
contenido en el sujeto y que son necesariamente verdaderas.

Conocimiento de hechos
Aparte de las relaciones entre ideas, nuestro conocimiento puede referirse a hechos: el
conocimiento que tengo de que ahora estoy leyendo, de que hace un rato escuchaba música, de
que dentro de unos instantes hervirá el agua que he colocado sobre el fuego, es un conocimiento
factual, de hechos.

El conocimiento de hechos no puede tener, en último término, otra justificación que la


experiencia, que las impresiones.

1.3 La crítica humana a la idea de causa

El conocimiento de hechos y la idea de causa

Aplicando este criterio en sentido estricto, nuestro conocimiento de los hechos queda limitado a
las impresiones actuales (es decir, lo que ahora vemos, oímos, etc.) y a los recuerdos (ideas)
actuales de impresiones pasadas (es decir, lo que recordamos haber visto, oído, etc.), pero no
puede haber conocimiento de hechos futuros, ya que no tenemos impresión alguna de lo que
sucederá en el porvenir (¿cómo vamos a tener impresiones de lo que aún no ha sucedido?).

Ahora bien, en nuestra vida contamos permanentemente con que en el futuro se producirán
ciertos hechos: vemos caer la lluvia a través de la ventana y tomamos precauciones, contando con
que la lluvia mojará lo que encuentre a su paso; colocamos un recipiente de agua sobre el fuego
contando con que se calentará. Sin embargo, solo tenemos la impresión de la lluvia cayendo y del
agua fría sobre la llama. ¿Cómo podemos estar seguros de que posteriormente tendremos las
impresiones de los objetos mojados y del agua caliente?

Hume observó que en todos estos casos (esto es, tratándose de hechos), nuestra certeza sobre lo
que acontecerá en el futuro se basa en una inferencia causal: estamos seguros de que las cosas
bajo la lluvia se mojarán (en vez de ponerse azules, por ejemplo) y de que el agua puesta al fuego
se calentará (en vez de enfriarse más, por ejemplo), basándonos en que el agua y el fuego
producen esos efectos. La lluvia es causa, el fuego es causa, y sus efectos respectivos son el
mojarse y el calentarse de aquello sobre lo que actúen.

La existencia de Dios

Locke había utilizado el principio de causalidad para fundamentar la afirmación de que Dios existe.
A juicio de Hume, esta inferencia es también injustificada por la misma razón, porque no va de una
impresión a otra, sino que pretende ir de nuestras impresiones a Dios, que no es objeto de
impresión alguna.

Ahora bien, si la existencia de un mundo distinto de nuestras impresiones y la existencia de Dios


no son racionalmente justificables, ¿de dónde vienen nuestras impresiones?

El empirismo de Hume no permite responder a esta pregunta. Sencillamente, no lo sabemos ni


podemos saberlo: pretender contestar a esta pregunta es querer ir más allá de nuestras
impresiones, y estas constituyen el límite de nuestro conocimiento. Tenemos impresiones; no
sabemos de dónde proceden. Eso es todo
Teoría del Conocimiento de Hume

Hume está convencido de que todo nuestro conocimiento viene de la experiencia. Cree que todos
los contenidos de la mente humana son percepciones y que no existen las ideas innatas o de
nacimiento. Todo lo que conocemos, lo hacemos a través de la experiencia, a través de la
percepción que, están divididas en dos clases: impresiones e ideas.

Por ejemplo, al decir que ahora mismo vemos una mancha azul, estás recibiendo la impresión del
azul con un alto grado de fuerza y de viveza. No te lo estás imaginando, no lo estás recordando, lo
estás percibiendo ahora mismo. Esto es lo que Hume llama Impresión. Percibir algo en el
presente con toda la fuerza y viveza.

Ahora pensemos en el azul. En la mente estás generando una idea del color azul, pero no lo estás
percibiendo con la misma fuerza, ni con la misma viveza que antes. Ahora mismo ya no estás
recibiendo una impresión del azul, sino que estas generando una idea. La idea tiene menos fuerza
y menos viveza que la impresión.

Mientras que la impresión es del presente, la idea es algo del pasado.

Hume está convencido de que la idea es dependiente de la impresión, es decir, primero recibimos
la impresión.

Las impresiones y las ideas pueden ser Sencillas (simples) o Complejas.

Cuando nos referimos a un solo elemento, decimos que es una impresión o una idea Sencilla o
Simple, por ejemplo, un color determinado como el rojo. En cambio, un gato sería una idea
Compleja, pues no se compone de un solo color, sino que tiene color, forma, olor, lo podemos
tocar (textura).

Si es cierto que las ideas requieren una impresión… yo tengo la idea de un Unicornio pero no
tengo la impresión de un unicornio ya que nunca lo he visto. ¿Cómo es posible que tenga ideas de
cosas que no existen?

A lo anterior, Hume dirá que es simple, pues además de la facultad de la memoria, que reproduce
las ideas, poseemos otra facultad que es la imaginación. Gracias a ella podemos variar o convinar
de diversas formas las ideas.

La teoría más famosa y revolucionaria de David Hume es su crítica a la causalidad necesaria.

Para explicar esto, vamos a imaginar que llamamos a los científicos más grandes del mundo. Ellos
se dedican a observar hechos, por ejemplo, que la tierra gira sobre sí misma y también al rededor
del sol, que el agua (al nivel del mar) hierve a los 100° Celsius, etcétera. ¿Cómo pueden, ellos,
estar totalmente seguros de estas cosas? ¿Por que no podrían cambiar las cosas en el futuro?
Obviamente los científicos se mirarán unos con otros, con inseguridad y titubeando responderán
que “hasta ahora, por costumbre, las cosas han sido y serán así por la fe que tienen en ello. Hume
se da cuenta de que no tenemos impresiones del futuro. No tenemos experiencia del futuro y, por
tanto, tampoco tenemos la certeza de lo que va a suceder más adelante. Como mucho tenemos
una creencia.
La ciencia fundamenta todas sus proposiciones referentes al futuro en una costrumbre. Las
proposiciones de la ciencia respecto a lo que ocurrirá ya no son necesarias. Hume demuestra que
no se basan más que en el hábito, en la fe, en la esperanza de que las cosas sigan siendo tal y
como han sido hasta ahora.

Hume cree que no es posible que la mente encuentre el efecto de la supuesta causa, ya que la
experiencia es el fundamento de todas nuestras conclusiones. La relación causal entre A y B, dos
fenómenos que se suceden el uno al otro, no es necesaria pues no tenemos impresiones ni del
futuro, ni de la supuesta causalidad.

La postura de David Hume, nos invita a un escepticismo moderado. Aunque no estemos 100%
seguros de que en el futuro el agua hierva a los 100° C, sería probable que fuera. Cambiamos la
certeza por la probabilidad.

La ética en Hume

David Hume cree que la Ética debe ser laica. Tenemos que separar la Religión de la Ética. Es
conveniente que juzguemos las cosas con nuestra razón natural y no con las extrañas
supersticiones de las diferentes religiones, después de todo, vivir en el celibato o hacer penitencia,
no parece que nos convierta en los miembros más valiosos para una sociedad. Hume cree que es
la emoción y no la razón, la que nos ayuda a diferenciar lo correcto de lo incorrecto. Por ejemplo,
si un vecino golpea a otro y yo lo veo, por la emoción del momento sabré que lo del golpeador
estuvo mal.

El fin último de la ética es la felicidad.

Todos queremos ser felices, pero pocos lo consiguen ¿Qué pasa aquí? La felicidad es una
conquista que requiere fortaleza de ánimo, valor y energía. Los que se aprovechan del otro,
podrán triunfar en su empeño y lograr con poco esfuerzo mucho, pero al final serán víctimas de sí
mismos. Puedes engañar a otros, pero no a ti mismo y, no hay ningún placer comparable a la paz
interior del espíritu, a la conciencia de la propia integridad, a la autosatisfacción con nuestra
propia conducta. Quien quiere ser feliz lucha por ello.

S-ar putea să vă placă și