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“El Estado Cultural” de Marc Fumaroli
(h ps://geografosubjetivo.files.wordpress.com/2007/12/estado‑cultural.jpg)MARC
FUMAROLI: El Estado cultural. Ensayo sobre la nueva religión moderna.
(Acantilado, Barcelona, 2007).
La tesis que mantiene Fumaroli es las artes y las letras han caído dentro de un
concepto extraño a la cultura francesa, el concepto de cultura, y que la cultura ha sido
sometida al Estado de tal forma que en la actualidad las artes y las letras no se
pueden concebir fuera de la acción pública.
Esto plantea uno problemas tanto para los escritores y los artistas como para los que
se acercan a sus obras. Un problema ético, estético y político. Mantiene que las artes y
las letras ya no actividades libres, sino que forman parte de un culto político, de una
nueva forma de religión. Todo este fenómeno recibe el nombre de “Estado cultural”.
Raíces del Estado Cultural
El “Estado Cultural” tiene su origen en la idea de que la ausencia de una política
cultural. Esto produjo que, salvo excepciones, Francia fuese un completo desierto
cultural con un grandioso oasis en París. La primera apreciación de desierto cultural
la encuentra Fumaroli en el libro La república y las bellas artes, de Jeanne Laurent.
Luego realiza todo análisis de la asociación Francia Joven, oficial en la Francia de
Vichy, y su intento de organizar la cultura. En mi opinión las páginas que Fumaroli le
dedica a esta asociación son desproporcionadas sobre todo cuando la asociación
prácticamente fue un plan, muchos papeles y casi ningún hecho en sus escasísimos
años de existencia. La intención es clara cuando aparece el nombre del pensador
Emmanuel Mounier vinculado a esa asociación. No sé qué opinión tiene el autor
sobre el Personalismo y tampoco me importa (su opinión y el Personalismo), pero me
suena mal, a uno de eso ajuste de cuentas con un pensador o sus seguidores a costa
de un pecado de juventud, y más cuando Mounier fue perseguido y procesado por el
régimen fascista de Vichy (h p://es.wikipedia.org/wiki/Mounier).
Si Laurent sale un tanto indemne del ataque de Fumaroli, quedando como una
especie de chica que no sabía muy bien el monstruo que estaba creando, y Mounier
recibe una arremetida “ad hominem” vestida de argumentos intelectuales, el
verdadero demonio y padre de todos los errores es André Malraux.
André Malraux fue la persona que propuso la creación de un ministerio
André Malraux fue la persona que propuso la creación de un ministerio
específicamente en Francia y también, como era lógico, fue el ministro de esa cartera
recién estrenada. Fumaroli escudriña en la obra literaria de Malraux, que fue premio
nobel de Literatura, para buscar las líneas en las que se demuestre que lo que él llama
el “Estado Cultural” estaba ya allí desde el principio.
Morfología del Estado Cultural
Fumaroli empieza a lo grande, negando la mayor, como haría un escolástico para
humillar a su oponente en un debate académico. Niega que el concepto “cultura” sea
un concepto francés (por lo visto a él le importa mucho que los conceptos sean
franceses o no). Ciertamente el concepto “cultura”, tal y como lo entendemos hoy, es
de raíz germánica y fue empleada por el Romanticismo para describir los “productos
del espíritu” de un pueblo determinado. Fumaroli contrapone el concepto “cultura” a
lo que él considera la denominación francesa, “las artes”, más plural y más liberal
frente a la definición pretendidamente unívoca del concepto alemán.
Un concepto uniforme de cultura permite la consideración homogénea de todos los
fenómenos que se encuadran dentro de ésta, de toda la extensión del concepto,
convirtiéndose en una dimensión más para la acción humana, ya que la extensión
tenderá a perder diversidad impelida por la intensión (las características definitorias)
del concepto.
¿Quién define cultura? La respuesta de Fumaroli es sencilla y clara. La cultura es
definida por el poder. Lo que eran artes y humanidades, en plural, se convierte en
algo singular que puede ser dirigido. Pero esto no es lo peor, para Fumaroli el
dirigismo cultural conlleva a la ideologización de la cultura y cierta presentación
orgánica de ésta, siendo cultura lo que realizan los órganos culturales oficiales.
Se separa la educación de la cultura. Fumaroli fecha esta ruptura en la creación del
Ministerio cultural que dirigiría Malraux. Hasta entonces la administración cultural
(Museos, Patrimonio y Monumentos, Conservatorios o Teatros Nacionales), que a
Fumaroli le cuesta reconocer su previa existencia, estaba subordinada
administrativamente al Ministerio de Educación.
La separación administrativa de la administración cultural de la administración
educativa representa para Fumaroli algo más que una simple reorganización de las
competencias ministeriales, sino que es la manifestación de la disociación entre
cultura y educación como dos terrenos que nada tienen que ver y que incluso pueden
tener enfrentamientos.
Fumaroli sostiene que el ideal francés, republicano y liberal, ha sido que cualquier
ciudadano puede tener la educación de los príncipes del “Antiguo Régimen”. Toma la
crisis educativa francesa y la ve causada por la separación de educación y cultura, en
lo que creo que es una extrapolación injustificada.
El autor no se arredra ante la acusación de que tiene una concepción elitista de lo que
llamamos cultura. Él dice que sí, que la tiene y que la cultura es siempre elitista.
La cultura del “Estado Cultural” es una cultura de masas, una cultura para todos en
el sentido de asimilable por todos, no de accesible a todo el que quiera. Que sea una
cultura de masas tiene dos características básicas: prima lo emotivo sobre lo racional
y el momento cultural preeminente es la fiesta, en la que la masa se puede expresar
como tal.
Lo que desde tiempos de Malraux se considera “cultura”, además de estar destinada
Lo que desde tiempos de Malraux se considera “cultura”, además de estar destinada
a la masa, no es más que un producto comercial más. La política cultural de los
primeros tiempos de Malraux en la actualidad se transformado en un marketing
cultural, en la elaboración de unos productos con la marca “cultural”, destinados a un
consumo también masivo y fácilmente digerible.
Nos encontramos ante una cultura de “prêt à porter”, pero con mala conciencia.
Fumaroli no ve diferencia otra entre espectáculos montados en El Louvre o las
reproducciones de Las Vegas que en la ciudad americana son conscientes de que lo
que hacen es espectáculo y no cultura, mientras que en El Louvre quieren hacer pasar
por cultural lo que es únicamente un espectáculo.
Vivimos, en opinión de este académico francés, la vacuidad de lo cultural. Es por ello
que el edificio del museo es más importante que el contenido y sobre la pretensión de
no encerrar la cultura entre cuatro paredes los límites del museo se han diluidos en
centros y en unos entes todavía más abstractos: los espacios culturales.
Llegados a este punto tocamos unos de los aspectos fundamentales del “Estado
Cultural”, que es la sustitución que la cultura hace de la religión dentro de la
sociedad francesa. Fumaroli habla de “religión de sustitución” en cuanto proporciona
un calendario y unos acontecimientos de fusión que permiten una trascendencia a
todos los públicos, aunque sea al precio de la adulteración de lo que se ofrece. Los
partícipes creen acceder a unos terrenos de profundidad cultural cuando realmente
son componentes de una gran farsa.
El fracaso del estado cultural en su intento de democratización: los elementos
culturales les siguen interesando a las mismas minorías que antes de la aparición del
Estado cultural. Las manifestaciones culturales han sido como llevar a no aficionados
al deporte a los acontecimientos deportivos.
El “Estado Cultural” ha fracasado en su intento de democratización de la cultural, ya
que Fumaroli mantiene que los elementos culturales les siguen interesando a las
mismas minorías que antes de la aparición del Estado cultural. Lo que se ha hecho es
algo así como llevar a no aficionados al deporte a los acontecimientos deportivos.
La idea de que es una religión de sustitución la encuentra Fumaroli en la noción de
creación cultural. Mantiene que el arte no ha sido creativo hasta el siglo XIX, cuando
también nace el concepto de “cultura”. Afirma el académico francés, muy intuitiva y
acertadamente, que la “creación cultural” es la secularización del concepto teológico
de creación y que hasta el siglo XIX solamente era una acción divina. Ahora hay
creación cultural también hace realidad a partir de la nada (“creatio ex nihilo”).
Esta religión cultural es una cultura siempre en contra de algo. Nace del desconcierto
ante el triunfo de las democracias liberales: desconfianza ante los EEUU y simpatía
por la URSS, ya que la cultura de masas es la propia de regímenes totalitarios y no
casual que apareciera en Francia bajo el gobierno de Vichy. Se ha intentado un
“tercera vía francesa”: capitalismo dominado por la tecnocracia estatal o comunismo
atenuado por la cultura.
La administración cultural se ha convertido en un fin en sí misma, dada la vacuidad a
la que la cultura ha llegado. La administración cultural de todos los niveles, mantiene
Fumaroli, habla en cultura un lenguaje que sencillamente es irrelevante para los
ciudadanos. La manifestación más clara de este fenómeno la encuentra el autor en el
hecho de que haya más burócratas culturales que artistas.
No yerra Fumaroli al ver en la Televisión el instrumento privilegiado de transmisión
No yerra Fumaroli al ver en la Televisión el instrumento privilegiado de transmisión
cultural de nuestros días. Acepta que en este asunto el poder se encuentra muy
dividido, precisamente por su fuerza y trascendencia, de forma que se puede
mantener que en Francia existen cuatro centros de poder cultural, atendiendo a la
capacidad de dirección o influencia sobre las televisiones y a algunas capacidades
administrativas entrecruzadas; estos son la Presidencia de la República, el Ministerio
de Obras Públicas, el Ministerio de Cultura y el Ministerio Delegado de
Comunicación.
La televisión francesa se encuentra bajo tutela. Es una televisión censurada y dirigida,
aunque esto sea indirectamente y manteniendo las formas. Fumaroli hecha de menos
los primeros intentos de transmisión de cultura fuerte a través de la televisión que sí
serviría, en su opinión, para democratizar la cultura.
Modelo liberal
Es evidente que el modelo que propone Fumaroli como contrapuesto al “Estado
Cultural” es el propio del Liberalismo francés, es decir, una Liberalismo no tan liberal
como el anglosajón.
No tendría que ser el Estado el que determinara, a través de sus subvenciones y de las
programaciones de sus instituciones, qué es bueno y qué no lo es, qué es arte y qué
no lo es, qué merece ser protegido y qué no. La creación cultural y más
específicamente la artística debe estar en manos del creador y relacionarse libremente
dentro de una “República de las Artes y las Letras”, sin interferencias externas y
menos políticas.
Considera que el nacimiento y el desarrollo del “Estado Cultural” no es
responsabilidad ni de la izquierda, ni de la derecha, ya que en ambas tendencias
políticas encuentra Fumaroli tantos defensores del “Estado Cultural” como críticos de
posiciones radicalmente excluyentes. Lo que sí concreto que si bien fue obra de un
gobierno de derecha, el De Gaulle con Malraux al frente, el “Estado Cultural” tal y
como se conoce en Francia es llevado a su apoteosis por los gobiernos socialistas de
Mi erand.
El papel del Estado en ese Liberalismo que mantiene Fumaroli es garantizar la
capacidad de elección cultural, especialmente mediante la entrega de instrumentos a
los ciudadanos durante el proceso educativo. Por lo que educación y cultura siempre
han de ir de la mano, ya que sin la primera, la segunda no tiene la más mínima
oportunidad.
Mantiene que en último extremo, el ideal cultural no es compatible con los
espectáculos, los acontecimientos o las manifestaciones de masas, sino que tiene
mucho más que ver con el “ocio estudioso” de Erasmo de Ró erdam. En lo referente
a la finalidad de la creación cultural, y la artística específicamente, considera que será
moderna, y por tanto tendrá sentido, si saca lo bello de lo actual, para lo que propone
a Baudelaire como modelo a seguir.
Valoración
Fumaroli es una perfecta expresión de la expresión escrita de los intelectuales
franceses. Se ven forzados a demostrar continuamente su inmensa erudición contra la
propia claridad e inteligibilidad del texto, desapareciendo todo intento sistemático en
un tema que lo pido, necesita y por su interés lo merece. A veces uno duda si esta
ausencia de sistemática es una opción o una incapacidad. La erudición desmadrada
tiene una segunda consecuencia maléfica que es la dichosa manía de remontarse al
tiene una segunda consecuencia maléfica que es la dichosa manía de remontarse al
principio de los tiempos para explicar cualquier fenómeno histórico o
contemporáneo.
Bien visto el libro de Fumaroli no es ni tan novedoso en su fondo, ni en sus análisis.
Lo único nuevo lo encontramos en la temática: la cultural. ¿Por qué digo esto?
Fumaroli reproduce en el ámbito cultural el mismo debate que a nivel económico,
jurídico y político se ha dado entre las tendencias liberales y las socialdemócratas.
Buena parte de las constataciones fácticas de Fumaroli son ciertas y por tanto
irrebatibles, pero sus interpretaciones no lo son tantos. Me centraré en algunos de los
puntos.
Una concepción liberal de la cultura, o de las artes, tiene los mismos problemas que
cualquier otra forma de liberalismo: la creencia ciega en la bondad del mercado
(“República de las artes” en la terminología de Fumaroli), la creencia de la
posibilidad de un mercado perfecto con igualdad entre los diferentes actores (la
valoración “del mérito artístico”) y la consideración de la labor marginal del Estado
como garante del soporte donde desarrollarse el libre comercio. El mercado no es
bueno “per se”, el mercado tiene disfuncionalidades comprobadas y hay una
ideología detrás del propio mercado, que dejaría la determinación de la cultura
únicamente a los actores económicos más poderosos, creando una cultura defensiva
de su propio dominio.
El Neoliberalismo ha sido un caos económico donde se ha tenido la mala fortuna de
dejarlo actuar; nada nos autoriza a pensar que el Neoliberalismo cultural de Fumaroli
vaya a producir otros resultados diferentes al de su padre económico. Sí tiene razón
al señalar los excesos del modelo socialdemócrata, incluso en cultura, pero su
aportación sólo debe ser correctora, dado que el modelo alternativo no ha mostrado
ningún bien.
Una de las tesis fundamentales de Fumaroli sería desmentida con una simple
estadística. La minoría que va a museos, teatros y bibliotecas es menos minoría que la
que iba antes del inicio del “Estado Cultural”. Y ello es así por la acción de la
educación que no está tan separada de la cultura como este autor quiere dar a
entender.
Centrémonos en el caso español. Se dice que los niveles educativos han bajado y
puede que sea cierto, pero esa educación de menos calidad llega a más personas que
la “exquisita” del anterior régimen. La consecuencia es que los niveles de lectura han
subida, aún siendo bajos, y hay más librerías y más usuarios de servicios culturales
que nunca. Puede que ni los lectores ni los espectadores de teatro sean lo cultivados
que Fumaroli desease, pero están tan interesados como sus predecesores.
No es cierto que su análisis no tenga carga política. La tiene y está dirigida contra los
socialistas franceses y forma parte de una campaña generalizada, consciente o
inconsciente, de ataque a todo lo que las dos presidencias de Mi erand hicieron en
Francia. La caída política se intuye en el libro, pero se confiesa en las entrevistas
(h p://www.filosofos.org/modules/news/article.php?storyid=73).
Nunca he comprendido el nacionalismo intelectual y esto es una de las cosas que más
me apartan de los planteamientos de Fumaroli. No entiendo que el término “cultura”
deba ser rechazado por el hecho sencillo de no ser de origen francés (o español en
nuestro caso). Debe ser rechazado o aceptado dependiendo de su fuerza y acierto
intelectual. Reivindicar la propia tradición es positivo siempre que se sea consciente
de que cualquier tradición es limitada y necesita préstamos de otras tradiciones.
Finalmente creo que la situación francesa no es comparable a la situación española.
Finalmente creo que la situación francesa no es comparable a la situación española.
La administración cultural española en la Democracia ha sido poco intervencionista y
muy restauradora, dado el lamentable estado en el que los dirigentes democráticos se
encontraron el inmenso patrimonio histórico y cultural español. Cuando se ha
restaurado casi todo lo que había que restaurar, y algo más que pasaba por allí, sí se
ha comenzado con las políticas culturales de corte positivo y se han abierto cientos de
espacios, centros y museos, algunos más logrados que otros, pero hacia los cuales no
siento una inquina especial, posiblemente porque, como la restauración de
monumentos, era algo necesario y aún no hemos caído en el “rococó” que justifica
algunas de las ideas de Fumaroli, especialmente las referentes a la vacuidad de
muchas manifestaciones culturales.
Posted on Domingo, 23 diciembre 2007Jueves, 27 marzo 2008 by Geógrafo Subjetivo
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