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En este caso, no es Evo Morales quien está discurseando, sino más bien un
retorno fantasmal del inca muerto, de los indígenas rebeldes pre-republicanos,
Che Guevara, y los torturados y asesinados durante las dictaduras de la década
de los setentas y ochentas. Es como si sus “hermanos caídos” hablan a través
de él, descontextualizados de sus orígenes históricos e ideológicos, haciéndose
atemporalmente disponibles para el cuerpo presidencial de Evo, y, sin duda, re-
cordándonos a todos sobre el poder político de los muertos (cfr. Verderly, 1999).
Creo que el gran éxito de Evo Morales como el presidente democrático más
duradero de un país de tan difícil gobernanza como Bolivia, reside justamente en
su gran capacidad política –que es una gran capacidad chamánica y mágica–, de
dejar transformar su cuerpo adoptando distintas posiciones, posturas y subjeti-
vidades siempre tratando de estabilizar este flujo continuo en el momento más
oportuno, convirtiéndose en sujeto y agente soberano. Es así como llegamos a
conocer el “Evo minero”, el “Evo indígena”, el “Evo-Che”, el “Evo-cocalero”,
como también la figura del “presidente manifestante” y el “presidente en huelga
de hambre”. Son todas figuras que ocultan y simultáneamente visibilizan al Evo
Morales como presidente, y que posibilita el ejercicio de soberanía política,
ya no tan sólo entendido como la capacidad de un sujeto o institución estable
de tomar decisiones (en última instancia sobre la vida y la muerte, cfr. Schmi-
dt, 2007), sino como la capacidad de generar, visibilizar y estabilizar sujetos y
agencias políticas reconocibles y creíbles; aunque sea momentáneamente.
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HELENE RISØR