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¿Cómo nació

la lectura?

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29 Agosto 2010 - Actualizado 30 Agosto 2010, 06:38 SERGIO


PARRA @SergioParra_
Leer es una actividad muy propia del ser humano actual, pero
es relativamente reciente. El posar nuestros ojos sobre pulpa
de árbol prensada y manchada por miles de insectos de
tinta tiene muy poco de natural.
De hecho, tan poco de natural que gags como el que vi el otro
día en un capítulo de Family Guy no parecen tan exagerados:
Brian le dice a una chica mona pero tonta que ha escrito un
libro. ¿Qué?, responde ella. Un libro, como una revista pero
con más páginas. ¿Ein? Es como Internet pero hecho con
árboles.

Sin embargo, la lectura ha cambiado nuestra historia como


especie. Pero ¿cómo sucedió la primera vez?

Según el neurocientífico francés Stanislas Dehaene, los


primeros humanos que inventaron la escritura, y de paso el
cálculo, pudieron hacerlo gracias a lo que él denomina
“reciclado neuronal”.

Es decir, que según Dehaene, nuestra capacidad para


reconocer palabras escritas usa, evolutivamente hablando, el
antiguo sistema de circuitos de la especie especializado en el
reconocimiento de los objetos.
Es más, al igual que la capacidad de nuestros antepasados
para distinguir entre el depredador y la presa con un simple
vistazo recurría a una capacidad innata para la
especialización visual, nuestra capacidad para reconocer las
letras y las palabras tal vez permita suponer la existencia de
una capacidad más innata todavía de “especialización de la
especialización.
La investigadora Maryanne Wolf amplía el punto de vista
de Dehaene afirmando que es más que probable que el cerebro
lector hubiese explorado senderos neuronales más antiguos,
diseñados en su origen no sólo para la visión, sino para
relacionar ésta con las funciones lingüística y conceptual: por
ejemplo, para relacionar el reconocimiento inmediato
de una huella con la deducción de que indica peligro.

Cuando nuestro cerebro se enfrentó a la tarea de leer, escribir


y calcular, tuvimos a nuestra disposición tres ingeniosos
principios de diseño: la capacidad para establecer nuevas
conexiones entre estructuras preexistentes; la capacidad para
crear áreas especializadas exquisitamente precisas de
reconocimiento de patrones de información; y la habilidad
para aprender a recoger y relacionar la información.

Así abunda en ello Maryanne Wolf en su libro Cómo


aprendemos a leer:

El camino neuronal para el reconocimiento de las letras, los


patrones de letras y las palabras se automatiza gracias a la
organización retinotópica, a la capacidad de reconocimiento
de los objetos y a otra dimensión de extrema importancia en
la organización cerebral: nuestra capacidad para
“representar” patrones aprendidos de información en
nuestras regiones especializadas. Por ejemplo, cuando las
redes celulares responsables del reconocimiento de las letras
y de los patrones de letras aprenden a “activarse juntas”,
crean representaciones de su información visual que son
recuperadas con bastante más rapidez.

Y gracias a estos intrincados procesos podéis ahora mismo


leer este pequeño artículo sobre los orígenes evolutivos de la
lectura.

En un reciente análisis conjunto de 25 estudios de imágenes


cerebrales de lectores de diferentes idiomas, los científicos
cognitivos de la Universidad de Pittsburg hallaron 3 grandes
regiones comunes empleadas en todos los sistemas
de escritura.

La primera: el área temporoccipital (que incluye el locus


hipotético del “reciclado neuronal” para la lectura y la
escritura), que nos convierte en competentes especialistas
visuales de cualquier escritura que leamos.

La segunda: la región frontal que rodea el área de Broca, que


nos especializa en dos aspectos diferentes: en los fonemas de
las palabras y en su significado.

La tercera: la región multifuncional que abarca el lóbulo


temporal superior y los lóbulos parietales adyacentes
inferiores, de la que usamos áreas adicionales que nos facilitan
el procesar los elementos fonéticos y semánticos
especialmente relevantes para los sistemas alfabético y
silábico.
En conjunto, estas regiones cerebrales proporcionan una
primera imagen de lo que el científico cognitivo de la
Universidad de Pittsburg Charles Perfetti y sus colegas
llaman “un sistema universal de lectura”. Este sistema
conecta regiones de los lóbulos frontales, parietotemporales y
occipitales; en otras palabras: selecciona áreas de los cuatro
lóbulos del cerebro.

Vía | Cómo aprendemos a leer de Maryanne Wolf

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