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Toynbee:
Guerra y civilización
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este problema común de la vida helénica en el siglo VIII fue
la de ampliar el área total cultivable en manos griegas
mediante el descubrimiento y la conquista de nuevos
territorios ultramarinos. En la galaxia de los nuevos
estados-ciudades helénicos que nacieron como resultado de
este movimiento general de expansión ultramarina hubo una
fundación, Tarento, que alegaba ser de origen espartano;
pero aun en el supuesto de que esta pretensión estuviese de
acuerdo con el hecho histórico, el caso de Tarento fue
único. Fue ésta la única ciudad griega ultramarina que
presumiese ser colonia espartana; y esta tradición tarentina
simplemente subraya la verdad de que, por lo común, los
espartanos aspiraron a resolver el problema general de la
población helénica en el siglo VIII a. de C, no de acuerdo
con las líneas usuales de la colonización ultramarina, sino a
su propio modo.
Cuando encontraron que incluso sus amplias y fértiles
tierras arables del valle del Eurotas eran demasiado es-
trechas para una población creciente, los espartanos no
volvieron sus ojos hacia el mar, como los calcidicenses,
corintios y megarenses. El mar no es visible desde la ciudad
de Esparta ni desde punto alguno de la llanura espartana y
ni siquiera desde las alturas que la rodean. La característica
dominante en el paisaje espartano es la empinada cadena de
montañas del Taigeto, que se yer-gue tan abruptamente en la
banda occidental de la llanura que parece casi
perpendicular, en tanto que su línea es tan recta y continua
que da la impresión de un muro. Este aspecto amurallado
del Taigeto atrae la mirada hacia Langadha: una garganta
que parte de la cordillera en ángulo recto como si el titánico
arquitecto de llanura y montaña hubiese dispuesto esa
visible ruptura —en una barrera que de otro modo habría
sido uniformemente infranqueable— para dotar a su pueblo
de una salida de escape. En el siglo VIII a. de C, cuando
comenzaron a sentir el acoso de la presión demográfica, los
espartanos levantaron sus miradas a las colinas y
contemplaron el Langadha, viendo su salvación en el paso a
través de las montañas, en tanto que los vecinos, bajo el
mismo acicate de la necesidad, veían la suya en la salida
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hacia el mar. En esta primera bifurcación de los caminos, la
avuda les vino a los espartanos del señor Apolo de Amiclea v
la señora Atenea de la Casa de Bronce. La Primera Guerra
Mesenoespartana (área 736-720 antes de Cristo),
contemporánea de las primeras colonizaciones helénicas en
las costas de Tracia y Sicilia, dejó a los espartanos
victoriosos en oosesión de más vastas tierras conauistadas en
la Hélade que las ganadas por los colonizadores de Calcis en
Lentini o por los propios famosos colonizadores espartanos
en Tarento. Pero el genio tutelar de Esparta, que la guiaba y
que «no permitió» que «fuese movida su planta» después de
alcanzado su objetivo en Mesenia, no la «oreservó» con ello
«de todo mal». Por el contrario, la sobrehumana —o in-
humana—rigidez de la subsecuente actitud de Esnarta, como
la mítica condena de la mujer de Lot, manifiestamente era un
castigo y no una bendición.
Las peculiares inquietudes de los espartanos comenzaron
tan pronto como la Primera Guerra Mesenoespartana
concluyó con la victoria de Esparta; pues conquistar a los
mesenios en la guerra era una tarea menos difícil para los
espartanos que la de dominarlos en tiempo de paz. Aquellos
mesenios derrotados no eran bárbaros tracios o sículos, sino
griegos de la misma cultura y las mismas pasiones que los
propios espartanos. Aquella primera guerra (área 736-720 a.
de C.) fue un juego de niños comparada con la Segunda
Guerra Mesenoespartana (área 650-620 a. de C), en la que
los avasallados mesenios, templados por la adversidad y
rebosantes de vergüenza e ira de verse sometidos a un
destino que ningún otro pueblo griego había tolerado, se
levantaron ahora en armas contra sus amos de Esparta,
luchando más dura y largamente en este segundo asalto para
recuperar su libertad que lo que lo hicieran en el primero
para preservarla. Su tardío heroísmo no pudo impedir,
finalmente, una segunda victoria espartana; y después de
esta guerra sin precedentes por su tenacidad y destrucción,
los vencedores trataron a los vencidos con una severidad
también sin precedentes. Sin embargo, en los vastos
designios de los dioses los insurgentes mesenios
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ción moral y competir victoriosamente en este terreno con sus
contemporáneos. El gran premio al que aspiraban sus corazones
hubiese sido difícil de alcanzar en circunstancias ordinarias; pero,
infortunadamente, en la Roma de aquella épeca el nivel de la
competencia había caído por la desmoralización general de la so-
ciedad. Algunos corrían tras las mujeres, otros buscaban los vicios
contra natura y muchos se dedicaban a los espectáculos y a la
embriaguez y a todas las extravagancias a que dan ocasión los
espectáculos y la bebida. Vicios todos por los cuales sentían
debilidad los griegos; y los romanos se habían contagiado ins-
tantáneamente de esta enfermedad durante la Tercera Guerra
Romanomacedónica. Tan violenta e incontrolada era la pasión por
estos vicios que se apoderara de la más joven generación romana
que era cosa corriente comprarse un favorito por un talento y un
pote de caviar por trescientas dracmas, conducta que en un discurso
público arrancara a Marco Catón la exclamación indignada de que la
desmoralización de la Sociedad Romana se hallaba chocantemente
expuesta en el mero hecho de que los efebos alcanzaron mayor
precio que la tierra y los potes de caviar que el ganado. Si se
pregunta por qué coincidió aquella enfermedad social con esa época
determinada, pueden darse dos razones en respuesta. La primera,
que los romanos, al aniquilar el Reino de Macedonia, sintieron que
no quedaba ya peder en el mundo que pudiese disputarles su propia
supremacía. La segunda, que la ostentación material, tanto privada
como pública, de la vida en Roma había sido enormemente
acrecentada por las riquezas que de Macedonia se trasladaran allí.""
Los animales salvajes que andan por Italia tienen una cueva,
y cada uno de ellos tiene su cubil y su nido, pero los hombres
que luchan y mueren por Italia no tienen parte ni lote en cosa
alguna que no sean el aire y la luz del sol. En beneficio de la
riqueza y el lujo de otros hombres, van a la guerra e inmolan sus
vidas. Se les llama señores del mundo, y no tienen siquiera un
terrón de tierra al que puedan llamar suyo.