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Textos del tema 8:

Eros, ágape y philia.


Jn 21,15 Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan,
¿me amas [agapás me] más que éstos? Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero
[filó se]. Le dijo: -Apacienta mis corderos.
Jn 21,16 Volvió a preguntarle por segunda vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? [agapás
me] Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero [filó se]. Le dijo: -Pastorea mis ovejas.
Jn 21,17 Le preguntó por tercera vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? [fileis me] Pedro
se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: -Señor, tú
lo sabes todo. Tú sabes que te quiero [fileis me]. Le dijo Jesús: -Apacienta mis ovejas.

Prov 7,15 Por eso he salido a tu encuentro deseando verte, y te he encontrado.


Prov7,16 He cubierto mi lecho con mantas, con sábanas bordadas de Egipto.
Prov 7,17 He perfumado mi cama con mirra, áloe y cinamomo.
Prov 7,18 Ven, embriaguémonos de caricias [filias] hasta la mañana, deleitémonos de
amores [eroti],
Prov 7,19 que mi marido no está en casa, partió para un largo viaje,
Prov 7,20 tomó consigo la bolsa del dinero, y no volverá a casa hasta la luna llena».

Pro 30:15 (…) Tres cosas hay insaciables, y cuatro que nunca dicen «¡Basta!».
Pro 30:16 el seol, el amor [eros] de una mujer, la tierra que no se sacia de agua, y el fuego
que nunca dice «¡Basta!».

“Es asaz temerario y osado; el cual, con sus malas costumbres, menospreciada la autoridad
pública, armado con saetas y llamas de amor, discurriendo de noche por las casas ajenas,
corrompe los casamientos de todos y sin pena ninguna comete tantas maldades que cosa
buena no hace” (Apuleyo, Metamorfosis, Libro IV, cap. V)

“como es cosa natural, la novedad y extrañeza que antes tenía, por la mucha continuación,
ya se había tornado en placer, y el sonido de la voz incierta ya le era solaz y deleite de
aquella soledad”. (idem, Libro V, cap I).

“El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus
preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No
pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en
nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?”
(Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 3)

“Los griegos —sin duda análogamente a otras culturas— consideraban el eros ante todo
como un arrebato, una « locura divina » que prevalece sobre la razón, que arranca al
hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar estremecido por una potencia
divina, le hace experimentar la dicha más alta. De este modo, todas las demás potencias
entre cielo y tierra parecen de segunda importancia: « Omnia vincit amor », dice Virgilio en
las Bucólicas —el amor todo lo vence—, y añade: « et nos cedamus amori », rindámonos
también nosotros al amor. En el campo de las religiones, esta actitud se ha plasmado en los
cultos de la fertilidad, entre los que se encuentra la prostitución « sagrada » que se daba en
muchos templos. El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la
divinidad” (Deus caritas est, n. 4)

“Incluso un análisis somero del texto del "Cantar de los Cantares" permite darse cuenta de
que se expresa en esa fascinación recíproca el "lenguaje del cuerpo". Tanto el punto de
partida como el de llegada de esta fascinación —recíproco estupor y admiración— son
efectivamente la feminidad de la esposa y la masculinidad del esposo en la experiencia
directa de su visibilidad. Las palabras de amor que ambos pronuncian se centran, pues, en
el "cuerpo", no sólo porque constituye por sí mismo la fuente de la recíproca fascinación,
sino también y sobre todo porque en él se detiene directa e inmediatamente la atracción
hacia la otra persona, hacia el otro "yo" —femenino o masculino— que engendra el amor
con el impulso interior del corazón” (Juan Pablo II, Audiencia, 23-V-1984).

“A lo largo del libro [Cantar de los cantares] se encuentran dos términos diferentes para
indicar el «amor». Primero, la palabra « dodim », un plural que expresa el amor todavía
inseguro, en un estadio de búsqueda indeterminada. Esta palabra es reemplazada después
por el término « ahabá », que la traducción griega del Antiguo Testamento denomina, con
un vocablo de fonética similar, « agapé », el cual, como hemos visto, se convirtió en la
expresión característica para la concepción bíblica del amor. En oposición al amor
indeterminado y aún en búsqueda, este vocablo expresa la experiencia del amor que ahora
ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que
predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el amor es ocuparse del otro y
preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la
felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está
dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca” (Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 6).

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