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POLISEMIA DEL

SACRIFICIO TLAPANECO
“ANÁLISIS SOCIAL DE GUERRERO”
Introducción
En este trabajo de investigación daremos un recorrido por la cultura tlapaneca o
me'phaa, que se asentaron en el actual estado de Guerrero antes de la época teotihuacana en
dos áreas geográficas: la Costa Chica y La Montaña. Estaban divididos en dos grupos: los
del norte, asentados en Tlapa, y los del sur, asentados en Yopitzingo, conocidos como yopes.
Tlapa incluía un territorio extenso situado en la porción oriental del actual estado de
Guerrero: colindaba con la mixteca oaxaqueña y cubría una superficie de 10 108 km2 que se
extendía desde la margen izquierda del río Balsas hasta los linderos de las tierras bajas de la
Costa Chica, en lo que ahora son los municipios de Azoyú y San Luis Acatlán.
En estas páginas en centraremos los distintos ritos de los tlapanecos que son de
purificación de expulsión, de petición de lluvia, de entronización, de limpia y por una buena
cosecha. Nos dirán cuáles son sus deidades porque los adoran y cuáles son los principales
santos que están en comendados los pueblos y porque son a estos también en contaremos que
en donde son los puntos que los tlapanecos utilizan para a ser estos distintos tipos de estos
ritos para al igual de cuáles son los materiales que se utilizan en estos y porque los utilizan
bueno sin más preámbulo comencemos

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Sacrificio es una noción que procede de la lengua latina (sacrificium) y que tiene
varios usos. Puede tratarse de un homenaje u ofrenda que se le realiza a una divinidad con la
intención de rendirle tributo. En estos casos, el sacrificio incluye dar muerte a un ser humano
o a un animal.
Un sacrificio humano es la ofrenda de un ser humano a una deidad en señal de
homenaje o expiación. En sentido amplio, es toda muerte ritual de una o muchas personas a
manos de un tercero o de una institución.
Los sacrificios humanos fueron practicados en muchas culturas antiguas. Se mataba
a las víctimas ritualmente de una forma que pretendía apaciguar a los dioses. Los sacrificios
humanos fueron practicados en las religiones celtas de la edad de bronce y en los rituales
relacionados con la adoración de los dioses en Escandinavia. Para los habitantes de la antigua
Cartago, enemiga sempiterna de Roma, el sacrificio de infantes recién nacidos era también
una manera de aplacar a sus dioses.
La Biblia contiene también un relato sobre el sacrificio de su hijo Isaac que Dios le
pide a Abraham, siendo luego detenido por Dios mismo, al superar la prueba de fe. También,
obras artísticas, como La consagración de la primavera del compositor Ígor Stravinski, hacen
referencia a los antiguos sacrificios de doncellas en la actual Rusia.
Por otra parte, se cree que el sacrificio humano en el mundo prehispánico fue una
práctica religiosa que se realizaba en el contexto de ciertos cultos de los pueblos indígenas
de América. La existencia de esta práctica es debatida por historiadores y etnógrafos
modernos.
Se tiene gran diversidad de documentos y relatos que se afirma que son abundante
evidencia arqueológica e histórica que da cuenta de ella. Sin embargo, esta evidencia
proviene en su mayoría de códices después de la conquista y creados por indígenas conversos.
Un punto de acuerdo entre ambas posturas es que el sacrificio humano debe ser
entendido en su contexto histórico y cultural, y no de modo sensacionalista, especialmente
por el hecho de que sacrificios humanos hubo en otras partes del mundo, no sólo entre los
pueblos indígenas precolombinos.
De manera específica los me'phaa, que se asentaron en el actual estado de Guerrero
antes de la época teotihuacana en dos áreas geográficas: la Costa Chica y La Montaña.
Estaban divididos en dos grupos: los del norte, asentados en Tlapa, y los del sur, asentados
en Yopitzingo, conocidos como yopes. Tlapa incluía un territorio extenso situado en la
porción oriental del actual estado de Guerrero: colindaba con la mixteca oaxaqueña y cubría
una superficie de 10 108 km2 que se extendía desde la margen izquierda del río Balsas hasta
los linderos de las tierras bajas de la Costa Chica, en lo que ahora son los municipios de
Azoyú y San Luis Acatlán.

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Tlapa era el centro ceremonial más importante de la región donde habitaban los
me'phaa del norte. Se encontraba dividido en cuatro cacicazgos: Buáthá Wayíí
(Huehuetepec), Mañuwiín (Malinaltepec), Miwíín (Tlacoapa) y Xkutií (Tenamazapa). La
privilegiada ubicación geográfica del cacicazgo de Buáthá Wayíí le permitió crecer y
extender sus dominios hacia el norte, siguiendo la orilla del cerro de la Reata hasta
introducirse en forma de cuña en el territorio mixteco.
El cacicazgo de Mañuwiín creció hacia el lado sur debido a la búsqueda de sal y a la
intención de dominar la ruta comercial hacia el mar. Miwíín no pudo crecer debido a que su
terreno era muy pobre y a que geográficamente se colocó fuera de la ruta comercial. Xkutií
se apoderó de la otra ruta comercial hacia el sur.
Yopitzingo era la otra vasta región ocupada por los me'phaa, situada en los actuales
municipios de San Marcos y Tecoanapa, que en conjunto tenía 2 000 km2 de superficie. Los
yopes eran un grupo muy rebelde que continuamente se desplazaba de un lugar a otro. Al
igual que los me'phaa de la provincia de Tlapa, los yopes parecen ser los más antiguos
residentes de la comarca costera.
A partir de la expansión imperial mexica comenzaron las incursiones militares en el
territorio de los me'phaa, quienes se mostraron aguerridos y ofrecieron continua resistencia.
Sin embargo, en 1486 Tlapa cayó definitivamente, y fue quemada y bautizada por los aztecas
como Tlachinollan ("lugar ardiendo").
Una vez sometida, Tlapa fue incluida en la matrícula de tributos. En cambio, los yopes
nunca fueron vencidos. Siguieron representando el mayor problema en las tierras del sur
hasta la llegada de los españoles, lo que originó la admiración de los mexicas hacia ellos, de
tal manera que adoptaron como propio al dios me'phaa Xipe-totec. El mismo año en que
Tlapa es sometida por los aztecas, un grupo de migrantes sale de este poblado, pasando por
Malinaltepec, y llega finalmente a fundar el pueblo de Azoyú.
Los españoles llegaron a territorio me'phaa en 1521. Los nuevos conquistadores
aprovecharon la estructura forjada por los aztecas e implantaron el sistema de encomienda.
En la historia del descubrimiento del depósito ritual –acto ceremonial de mayor
importancia en el área cultural mesoamericana– destaca el papel de la región tlapaneca. En
efecto, los depósitos rituales fueron observados por primera vez en los años treinta, en el
municipio tlapaneco de Malinaltepec, por el geógrafo alemán Leonhard Schultze Jena.
Los esquemas y las descripciones realizados por el viajero se volvieron famosos
cuando, en los años sesenta, el etnohistoriador Karl A. Nowotny los comparó con unas figuras
enigmáticas representadas en varios manuscritos de origen prehispánico.
En los códices Fejerváry-Mayer, Laud y Cospi figuran, en efecto, series de números
dibujados al estilo maya con un punto para el uno y una barra para el cinco. Estas hileras
numéricas verticalmente encimadas permanecieron misteriosas hasta que Nowotny las
comparara con las descripciones de Schultze Jena y propusiera una explicación: dichas series

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numéricas representarían “ofrendas contadas” realizadas en honor a las deidades, antes de la
Conquista.
Desde estos trabajos pioneros entre los tlapanecos, los antropólogos han descubierto
otros depósitos rituales compuestos de objetos contados en varios grupos indígenas del
suroeste mexicano, por ejemplo: entre los chontales y los mixes del estado de Oaxaca, y los
nahuas y totonacos de la Huasteca.
Estos depósitos rituales, difundidos en Mesoamérica ayer y hoy, deben distinguirse
de los “paquetes sagrados” (sacred bundles) también presentes en dicha área cultural
nombrados tlaquimilolli (“cosa envuelta”) en el náhuatl del México central prehispánico,
estos paquetes encerraban unas suertes de reliquias divinas envueltas en mantas de algodón
o en pieles de gamuza.
Distintas clases de objetos podían quedar disimulados adentro –tejidos, varas, piedras
verdes, cenizas, pedernal y espejos– los cuales recibían un culto: se les quemaba copal y se
les ofrecían flores y sangre de autosacrificio. El área de distribución de los paquetes sagrados
cubría el centro de México (nahuas), el suroeste (purépechas, mixtecos y zapotecos) y la zona
maya.
Dos veces al año, los especialistas religiosos, ayudados por los delegados municipales
del lugar, abren los paquetes. Lavan las piedras y las vuelven a envolver en lienzos limpios;
además observan con atención las mantas apiladas y ponen de lado las que tienen manchas
con el fin de descifrar su sentido durante largas sesiones dedicadas a la adivinación.
Las piezas maculadas serán reemplazadas por otras del mismo tamaño, después de
exponerlas al humo de copal; finalmente rinden un culto a las piedras: las disponen sobre un
lienzo blanco y realizan frente a ellas un depósito ritual compuesto de varias capas encimadas
de objetos vegetales contados, coronados por un animal sacrificado y rodeado por numerosas
velas.
Cuando éstas terminaron de consumirse, tiran los restos del depósito ritual al río y
empacan los objetos ceremoniales antes de volver a colocarlos en su armario.
Le corresponde al grupo de las autoridades (comisario, suplente y regidores) realizar
las ceremonias colectivas anuales para que sus beneficios recaigan sobre la totalidad del
pueblo. Dicho de otro modo, los habitantes no participan en persona en estos eventos que
reúnen sólo a las autoridades asistidas del xiña, de los principales, los fiscales, los somayo y
a los policías. Consideran que los mayordomos, quienes celebran las fiestas católicas, no
necesitan aportar su ayuda a las autoridades en las ocasiones festivas comunales.
La primera ocasión festiva corresponde a la instalación en el poder del nuevo equipo
municipal, a principios del mes de enero. Las ceremonias empiezan un día miércoles,
encendiendo el Fuego nuevo, el sacrificio del gato (para el grupo del comisario) y del perro
(para los policías) y abren un periodo de ayuno y abstinencia sexual que puede durar más de
un mes; antaño, la penitencia proseguía durante seis meses.

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Cada ceremonia –al Fuego, al gato y al perro– está acompañada por el depósito ritual
de objetos contados; luego, durante la noche del viernes al sábado, el grupo se dirige hacia la
totalidad de los puntos sagrados del territorio de la comisaría, ofreciéndoles decenas de
depósitos rituales con objetos contados, y además presenta ofrendas al Manantial y a los
bastones de mando.
La segunda ceremonia se realiza a fines del mes de abril, durante la fiesta de San
Marcos, en honor a la deidad tlapaneca de las lluvias, las cuales empiezan a llegar por esas
fechas. Durante la noche del viernes al sábado, el grupo del comisario transporta de nuevo
sus depósitos rituales a los puntos sagrados del territorio, tal como lo hizo en enero.
Como tercera ocasión, se celebra la fiesta católica de Pentecostés a principios del mes
de junio, poco antes del Solsticio de verano. Hay que advertir que las ceremonias de enero
se realizaban poco después del Solsticio de invierno. En junio se repiten casi la totalidad de
los rituales de enero: penitencia, Fuego nuevo, ceremonias de purificación, depósitos rituales
a los puntos sagrados del territorio, al Manantial y los bastones de mando, con excepción de
los sacrificios del gato y del perro, que se realizan sólo una vez al año.
El cuarto y último plazo corresponde a las ceremonias hechas, según el pueblo, entre
los meses de agosto y de octubre. Consiste principalmente en el depósito de objetos rituales
en los puntos sagrados del territorio.
De ahí en adelante se supone que las autoridades casi han terminado su papel ritual.
Éste llegará a su fin con la fiesta de Todos los Santos, el arribo de los difuntos y la cosecha
del maíz. De septiembre a diciembre el equipo saliente sigue visitando varios lugares
sagrados para “dar las gracias”, mientras el equipo entrante empieza a “prepararse” a partir
del momento en que se conoce el resultado de la elección, es decir entre agosto y septiembre.
Esta preparación ritual, dirigida por el xiña, también consiste en realizar depósitos rituales de
objetos contados en varios lugares sagrados.
Las ceremonias están dirigidas hacia unos seres que reciben por parte de los
antropólogos el nombre de dioses o deidades. Estos términos, discutibles, toman su raíz de
manera indebida en el politeísmo del Viejo Mundo. Más falso aún sería llamarlos “seres
sobrenaturales” pues, precisamente, muchos de ellos encarnan los elementos naturales, como
el Fuego, la Tierra, entre otros.
Entre dichas potencias los difuntos ocupan un lugar fundamental. Nombrados alma o
ánima, se agrupan bajo el nombre colectivo de Santo Rosalma, al cual se le puede atribuir
dos orígenes: por una parte, las voces españoles: rosa y alma y, por la otra, Santa Rosa de
Lima, cuya fiesta se celebra en el mes de agosto, cuando los difuntos empiezan a regresar en
la perspectiva de Todos los Santos. Es probable que las dos explicaciones no se excluyan
mutuamente, por el contrario, se suman una a otra.
Los difuntos se invocan en los cementerios, pero no de manera exclusiva. Están
presentes en todos los lugares donde se encuentran cruces, es decir, en la iglesia, en los
caminos y en las cumbres de los cerros. Esas cruces pueden haber sido hechas por el hombre,

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o bien aparecer espontáneamente en la silueta de un árbol cruciforme llamado palo cruz o
cruz verde (takru maxa). Los muertos por accidente son considerados como especialmente
potentes y se invocan en el lugar de su muerte o de su antigua casa. A los cargueros difuntos
se les rinde un culto en la plaza central del pueblo.
Así, son numerosos los lugares en donde los habitantes de un pueblo pueden dirigirse
de manera colectiva a sus difuntos y a todos los que perdieron la vida en su territorio. Se
considera que los muertos se desplazan erráticamente de un lugar a otro con el riesgo de
provocar ventarrones, por tanto es necesario apaciguarlos con ofrendas. Al revés pueden
socorrer a los hombres, porque “ellos saben cómo viene el enemigo, cómo viene el mal,
porque están bien lavados, y nosotros todavía no nos lavamos el corazón, tenemos manchas,
y por eso nosotros no podemos ver los difuntos”.
Las otras potencias invocadas corresponden a los elementos naturales, Fuego, Tierra,
Cerro, Manantial y Sol. Cada elemento reúne dos principios: macho y hembra, aunque
predomine uno de ellos. Así, el Fuego, el Cerro y el Sol son de naturaleza masculina en
prioridad, pese a que poseen una parte femenina; en cambio el principio femenino predomina
en la Tierra y el Manantial.
El Fuego, ánolo mbatson (nuestro padre el Fuego) tiene varios nombres, uno de ellos
es ánolo mijñon (nuestro padre de color precioso) es decir, azul y morado, como las brasas
que están a punto de apagarse. También se llama ánolo si mba (nuestro padre gran piedra),
posible alusión a que la lumbre se prende golpeando un pedernal.
Hoy la mayoría de los pueblos tlapanecos utilizan cerillos, aún en un contexto
ceremonial, pero el de Tres Cruces sigue sacando el Fuego por percusión, durante las dos
ceremonias anuales de los solsticios. De modo general, prendiendo un fuego nuevo es como
se celebran varias ceremonias, como un matrimonio, la inauguración de una casa y, sobre
todo, la instalación de las nuevas autoridades en el mes de enero, celebrada una vez más en
el mes de junio. Así es como el Fuego abre un periodo de tiempo.
Los cargueros llamados somayo (los que guardan la casa) son los encargados de
vigilar que no se apague la lumbre comunal hasta la ceremonia del Fuego nuevo siguiente.
En la vida cotidiana es preciso dar al Fuego las primicias de todas las carnes que se consumen,
sobre todo, de la caza. En cuclillas ante el Fuego, con el rostro al oriente, el padre de familia
ofrece a la lumbre la sangre y los fragmentos más preciados del corazón y del hígado.
La Tierra se denomina kumba, un término tlapaneco traducido al español como dios
de la Tierra o madre Tierra. En su aspecto femenino, es rudu kumba (madre Tierra), porque
todo nace de su vientre: las cosechas, los animales y los hombres. En su aspecto masculino
se le denomina ano kumba (padre Tierra); no representa el humus, sino la superficie terrestre
que pisamos.
Nutre, pero a la vez pide ser nutrida y cuando mueren los hombres le dan de comer
su propio cuerpo. Antes de beber bebidas embriagantes o refrescos hay que derramar un poco
de líquido sobre ella. También es preciso hacerle ofrendas para que no mande enfermedades.

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Muchas veces los dones destinados a la Tierra se depositan en el Cerro, pues éste representa
una parte de ella.
El Cerro (ajku) está también denominado San Marcos porque su fiesta principal
coincide con la llegada de las primeras lluvias, el 24 de abril. Es una deidad compleja. Por
una parte se asocia con kumba, la Tierra, pues constituye una clase de excrescencia de ella
llamada ñajkumba o cueva de ajku-Tierra (de iña “la cueva ”; ajku, “el cerro”, y kumba, “la
tierra”), y por la otra manda el agua del cielo, es decir, las nubes y la lluvia. Ajku es el que
riega (bonagiya) y lanza el trueno y el rayo. Es la razón por la cual se venera en la cumbre de
los cerros y en las cuevas; cada pueblo tiene más de una decena de puntos sagrados que le
son dedicados.
En ajku, dueño del agua del cielo, predomina el principio masculino, mientras que en
el Manantial –agua que sale de la Tierra– sobresale el femenino. La ciénaga recibe el nombre
de ko aya o ajku aya, ajku eya (madre del Agua), pues aya, eya o iya significan agua. Está
sin duda asociada con la fertilidad pero posee, además, otro campo de acción. El agua del
manantial es purificadora, hace desaparecer las manchas materiales y espirituales. En la
proximidad del ojo de agua o en medio del río es donde se entierran los restos de las ofrendas
y del Fuego nuevo, es decir, todo lo sagrado y peligroso.
El Cerro-Lluvia (ajku), el Manantial (ajku aya) y la Tierra (kumba) constituyen un
conjunto de potencias asociadas, como lo revelan sus nombres, todos derivados de ku. El
término ajku aya significa ajku del agua y kumba (ku-mba) significa el gran ku.
El Sol (ajka) y la Luna (agón) se veneran en los cerros más altos, que se prestan a las
observaciones astronómicas. Dichos lugares se llaman ánolo ñajka (nuestro padre cueva del
Sol), de iña (la cueva) y ajka (el Sol) y ánolo ñágon (nuestro padre cueva de la Luna). Igual
que el Fuego, el Sol es pura luz y marcador del tiempo. En él predomina el principio
masculino mientras que la Luna es femenina en primera opción.
Además de dichos elementos naturales con nombre tlapaneco hay que mencionar
también a los santos. Los Cristos de la Pasión venerados en la región entre febrero y marzo
(Perdón de Igualapa, Padre Jesús de Copala, Santo Entierro de Xalpatlahuac), así como la
Santa Cruz festejada en mayo, están asimilados al Sol. Las vírgenes, en especial la Virgen de
las Nieves, cuya fiesta se celebra el 5 de agosto, la Virgen de la Concepción, el 8 de diciembre
y la de Guadalupe, el 12 de diciembre, simbolizan la Luna.
De modo general los santos católicos son potencias consideradas por su facultad de
recortar cronológicamente el ciclo anual y son responsables de pedazos de tiempo. Los
Cristos de la Pasión y la Santa Cruz quedan asociados con la parte creciente del año (de
febrero a junio) y representan el Sol joven y ascendente.
Las vírgenes celebradas entre junio y diciembre acompañan la parte menguante del
año, con connotación femenina y lunar. El Cerro o ajku se designa por medio de los nombres
de los cinco santos; cuyas fiestas se celebran en época de lluvias: San Marcos, San Juan, San

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Miguel, San Lucas y San Mateo. De esta manera las mayordomías reparten entre ellas varias
porciones del ciclo anual.
Los depósitos rituales se dirigen a potencias específicas, en fechas y horas precisas y,
hay que añadirlo, en lugares particulares. Los tlapanecos distinguen, en efecto, entre el centro
del pueblo y el territorio comunal; en el primero se realizan los rituales estrechamente
asociados con el ejercicio del poder: los sacrificios del gato y del perro y los depósitos rituales
en honor al Fuego, a los bastones de mando y a los paquetes sagrados y sus equivalentes
(estatuas de factura prehispánica y ollas de monedas).
Un centro posee varios lugares sagrados: el edificio comunal o comisaría (donde se
entierra el gato, se conservan los bastones de mando y se sientan las autoridades); la casa de
los somayo, a poca distancia (donde arde el Fuego sagrado); la plaza central (donde se
invocan a los gobernantes difuntos y se entierran las ollas de dinero, así como al perro que
protege a la policía), y la iglesia (donde se veneran las representaciones de los santos
católicos, así como los difuntos que recibieron antaño una sepultura en su atrio).
El resto del territorio está literalmente cubierto de lugares de carácter sagrado más o
menos pronunciado. Cada pueblo dispone cuando menos de un manantial que recibe sus
propias ofrendas y desempeña el papel de purificación indispensable en cada ceremonia. Es
preciso que las deidades de la lluvia o ajku sean numerosas, ubicadas en las cuevas o en los
cerros, y cada una recibe su propio depósito ritual.
No hay que olvidar los ríos, sobre todo en sus confluentes, los caminos en sus
encrucijadas, y las cruces, elaboradas por el hombre o espontáneamente crecidas en forma de
“cruz verde” o “palo cruz”, las cuales se encuentran entre colinas y cerros y simbolizan las
cuatro esquinas del mundo.
Por fin, los difuntos se hacen presentes en muchas partes del espacio, desde el campo
santo hasta la cumbre de los cerros, donde los más potentes de ellos se sentaron al pie de la
cruz que representa los cuatro puntos cardinales, y en todo lugar donde haya perecido un
hombre.
Varias son las ocasiones en las cuales se realizan los depósitos rituales bajo el mando
del comisario y del xiña. El modelo ritual más completo, que cuenta el mayor número de
depósitos distintos, es el de enero; el miércoles se elaboran los del Fuego, del gato y del perro;
el viernes los de los puntos sagrados del territorio y de los bastones de mando, el sábado, el
del Manantial, además, en varias ocasiones anuales, los depósitos se dedican a los difuntos.
El modelo de enero se replica en el curso del año, de manera más o menos resumida.
A fines de abril los interlocutores son las cuevas, los cerros y los ojos de agua; en junio lo
son el Fuego, los lugares sagrados, el Manantial y los bastones de mando; entre agosto y
octubre algunos lugares sagrados, y por fin, en diciembre, lo son el Sol y algunos puntos
sagrados. Además, a partir de octubre se multiplican los depósitos en honor a los difuntos.
En cada ocasión el comisario reúne en el edificio comunal a todos los cargueros
mencionados arriba, de diez a 40 según el tamaño del pueblo. Durante varios días la

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preparación de los depósitos requiere la participación de cada uno, en función de una estricta
división del trabajo.
De acuerdo con las indicaciones dadas por el xiña, el comisario manda a los policías
a que convoquen a los cargueros en una fecha y una hora precisas. Les corresponde a los
somayo traer los materiales vegetales que se utilizarán en la confección de los objetos
ceremoniales. Además, cada participante debe cooperar con un pollo y varias velas. Algunos
animales sacrificiales son aportados por cargueros específicos, así el suplente consigue el
gato a nombre del comisario, mientras el comandante consigue el perro.
La mayor parte de los objetos ceremoniales son de origen vegetal. Utilizan hojas
recogidas sobre plantas de lugares húmedos que pertenecen a más de diez especies distintas
(palmas ornamentales, juncos, helechos arborescentes, laurel, salvia, bejucos) y todas las
flores que se abren en la época de las ceremonias (sempoalxochitl o flor de Navidad). A
demás el árbol del copal (del género Bursera) ofrece su corteza y su resina, la cual, depositada
en las brasas, emite el famoso humo de copal.
De la Costa del Pacífico se hacen llegar flores de algodón desgranadas para constituir
pequeños rectángulos de copos blancos. El mineral, comprado en los mercados de la Costa,
se utiliza en pedazos o en polvo. De los mercados provienen también las velas, utilizadas en
gran número1

1
EHOUVE, Danièle. La ofrenda sacrificial entre los tlapanecos de Guerrero. Nueva edición [en línea]. Mexico: 9
Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 2009 (generado el 30 mayo 2018). Disponible en
Internet: <http://books.openedition.org/cemca/873>. ISBN: 9782821828087. DOI:
10.4000/books.cemca.873.
Conclusión
Con este trabajo damos a conocer que en la historia del descubrimiento del depósito
ritual –acto ceremonial de mayor importancia en el área cultural mesoamericana– destaca el
papel de la región tlapaneca, las ceremonias están dirigidas hacia unos seres que reciben por
parte de los antropólogos el nombre de dioses o deidades. Estos términos, discutibles, toman
su raíz de manera indebida en el politeísmo del Viejo Mundo.
Más falso aún sería llamarlos “seres sobrenaturales” pues, precisamente, muchos de
ellos encarnan los elementos naturales, invocadas corresponden a los elementos naturales,
Fuego, Tierra, Cerro, Manantial y Sol. Cada elemento reúne dos principios: macho y hembra,
aunque predomine uno de ellos. Así, el Fuego, el Cerro y el Sol son de naturaleza masculina
en prioridad, pese a que poseen una parte femenina; en cambio el principio femenino
predomina en la Tierra y el Manantial.
De tal manera nos damos cuenta con todo lo que se ha dicho en este trabajo es una
riqueza cultural, que siguen latente en nuestras comunidades originarias y que hace especiales
a estos pueblos.

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