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La ciudadanía activa de las

mujeres: políticas y prácticas.

Barcelona, Desembre 2006

Copyright © 30/08/07 Carolina Egio Artal .Copyleft .Licencia Arte Llbre Http://www.artlibre Página 1
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ...................................................................................................................3
I. POLÍTICAS DE IGUALDAD, PLANIFICACIÓN Y CIUDADANÍA
Entre las políticas de igualdad y las políticas de las mujeres ..............................................3
Planificando la igualdad .......................................................................................................6
La ciudadanía de las mujeres ...............................................................................................8
II. MUJERES EN MOVIMIENTOS SOCIALES Y MECANISMOS DE
PARTICIPACIÓN CIUDADANA
Participación y ciudadanía activa.......................................................................................10
Las mujeres de la Plataforma en Defensa del Ebro ...........................................................11
Las mujeres no saben hablar... ...........................................................................................13
Sobre la participación política “informal” de las mujeres .................................................17
Mecanismos “formales” de participación y escalas de participación ciudadana ...............19
La experiencia de las mujeres en el Orçamento Participativo de Recife ...........................21
Los Consejos de Mujeres en el Estado español .................................................................23
Participación ciudadana de las mujeres y gobernabilidad democrática ............................26
RECAPITULANDO A LA BÚSQUEDA DE CONCLUSIONES ........................................30
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................................32

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INTRODUCCIÓN

Este estudio tiene como sujeto a las mujeres, y como tema, sus prácticas políticas de
ciudadanía activa. En lo que respecta a la investigación los cuestionamientos principales
giran en torno a la consideración de que las políticas públicas de promoción de la mujer
y de igualdad de oportunidades no han tenido el impacto esperado en la modificación de
las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Asimismo, se desea polemizar en
torno a la consideración de que las mujeres poseen un escaso interés en la participación
política, y resaltar sus aportes en diversos procesos de cambio de social. El estudio
también se aproxima a los mecanismos formales de participación propuestos por el
Estado, y se pregunta por el tipo de participación que en ellos tienen las mujeres, y por
el rol que el movimiento organizado de mujeres puede tener en la propuesta,
seguimiento y evaluación de las políticas públicas.

El estudio se presenta en dos partes, en una primera se realiza una reflexión teórica en
torno al concepto de la planificación de la igualdad que proponen la políticas públicas
en el Estado español, y cómo las mujeres pueden cualificar de forma diferencial la
propia caracterización de lo político, ampliando el concepto de ciudadanía. En su
segunda parte el trabajo investiga la experiencia de las mujeres en los procesos de
participación política y transformación social. Mediante la comparación entre diferentes
estudios de caso del territorio español y Latinoamérica se recuperan las vivencias de las
mujeres en los movimientos sociales, y se estudia la participación de las mujeres en el
mecanismo del presupuesto participativo de la ciudad brasileña de Recife. Finalmente el
trabajo nos aproxima a la existencia en el Estado español de los Consejos de Mujeres, y
analiza su potencialidad como mecanismos de control social de las políticas públicas
por parte del movimiento organizado de mujeres.

I. POLÍTICAS DE IGUALDAD, PLANIFICACIÓN Y CIUDADANÍA

Entre las políticas de igualdad y las políticas de las mujeres

El origen de las políticas de igualdad de género se encuentra en la idea o el


reconocimiento de que el Estado o los poderes públicos deben hacer algo para paliar las
desigualdades de género y la discriminación de la mujer (Bustelo 2001: 135). En el
contexto español esta voluntad política del Estado ha sido enunciada y puesta en
práctica principalmente y desde la década de los 80 mediante la formulación de leyes y
reformas jurídicas, la creación de organismos específicos de atención a la mujer, y la
puesta en marcha de instrumentos de impulso y planificación de las políticas de
igualdad, los denominados Planes de Igualdad de Oportunidades entre mujeres y
hombres o Planes de Acción Positiva para las mujeres.

La igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres podría entenderse articulada a


través de dos tipos de relaciones: la relación de trato justo Estado-Ciudadanía, es decir
la obligación que se auto-impone el Estado de tratar a las mujeres en igualdad de
condiciones que al resto de los ciudadanos hombres, y en consecuencia los esfuerzos
que la propia maquinaria del Estado tendrá que hacer para ello1; y, la relación de

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Relacionados con la creación de maquinarias femeninas de Estado, así como con los principios de Mainstreaming y
la incorporación de la perspectiva de género en la corriente política principal.

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igualdad como reciprocidad -homogeneidad o diferencia2- que se constata debiera
existir entre los propios ciudadanos y ciudadanas respecto al ejercicio real de iguales
deberes y derechos, lo que significa un cambio en las relaciones de poder que la propia
ciudadanía desarrolla en su vida cotidiana, privada y pública.

En ambos casos la idea de igualdad pivota en relación al binomio hombre-mujer dentro


del propio sistema político. Se relaciona con una voluntad de corrección de una de las
principales falacias del liberalismo, que imaginaba individuos libres e iguales que
habían pactado su relación social: “La teoría del contrato social oculta las nuevas
relaciones de dependencia que se establecen en la sociedad capitalista entre diferentes
clases sociales, genera una imagen de la sociedad como homogénea social y
culturalmente, y fomenta la dependencia implícita de las mujeres a través de contrato
sexual que regula la esfera familiar, la esfera no política” (Bodelón, 2002: 49).

En relación a la justicia, podemos entender que un principal paradigma sobre el que se


construyen las políticas de igualdad es la idea de que lo que hará que una sociedad sea
más justa será una aplicación equitativa de las leyes y las políticas entre hombres y
mujeres, junto con un posible cambio en las relaciones sociales sobre las que se asienta
la construcción del género. El paradigma liberal nos presenta una “igualdad entendida
como igualdad de oportunidades en una sociedad meritocrática” que puede mediante
medidas temporales reequilibrar la balanza de la igualdad de oportunidades
(Bodelón,1998). Y si bien las políticas de igualdad de oportunidades al conseguir
mejorar la situación de las mujeres pueden generar bienestar social3, no es éste su
objetivo directo, sino que responden desde esta perspectiva meritocrática a “la
obligación de los poderes públicos de remover los obstáculos que impidan o
menoscaben el ejercicio de derechos y libertades en condiciones de igualdad por
hombres y mujeres.” (III Plan Canario de Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y
Hombres, 2003) .

Tampoco las políticas de igualdad de oportunidades poseen la vocación principal de


actuar sobre el resto de las “homogeneidades” activadas en virtud de la falacia del
contrato social, ni poseen como principal orientación desvelar la contradicción profunda
que se deriva de nuestro sistema patriarcal entre la obtención de beneficio y los
estándares de vida de toda la población (Bosch, Carrasco, Grau, 2003). Como señala
Anne Phillips (1996: 81): “Aún dejando aparte cuestiones de género y raza, nuestro
desigual acceso a los recursos económicos se combina con nuestro desigual acceso al
conocimiento, a la información y a la formación política que nos hace políticamente (y
no sólo socialmente) desiguales. Esto es algo que Robert Dahl reconoce claramente en
su reciente y magistral reformulación de sus ideas sobre la democracia, en las que llega
a preguntarse si la igualdad política es compatible con la idea del mercado”.

2
“La igualdad debe abarcar la generalización, la abstracción y la homogeneidad, así como la individualidad, la
especificidad y la heterogeneidad”, Eisenstein, Zillah (2002) The female body amd the law, citado en Anne Philips
(2002:42) en Desestabilizar la Teoría, México : Paidós.
3
Bienestar social entendido como “Conjunt de situacions objectives que permeten a les persones gaudir d’una bona
qualitat de vida.(..). La idea comuna és que el benestar social serà més gran com menys desigualtat social hi hagi en
el control que les persones tenen dels recursos que els permeten dirigir conscientment les seves condicions de vida.”
Generalitat de Catalunya “Bases per a una nova Llei de serveis socials de Catalunya”, Departament de Benestar i
Família, Barcelona 1a edició: novembre de 2004

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Sin embargo y a pesar de ello, la “especialización” social - real y simbólica- de las
mujeres como “conservadoras de la vida”4, y su exclusión de los procesos históricos de
construcción del Estado y la ley, ha favorecido que en la práctica y desde esta
concepción, se puedan ir introduciendo en la agenda política pública los aspectos más
característicos de su experiencia vital, y con ellos se enriquezcan y renueven los límites
asociados a la idea de igualdad de trato en su posible versión más continuista y de
refundación del pacto social patriarcal.

Como expresa el Pla d’acció i desenvolupament de les Polítiques de Dones de


Catalunya “L’igualitarisme modern construït en un sistema d’igualtat formal ha dut
moltes dones a pensar que si ens incorporàvem a l’educació i ens integràvem en el
sistema productiu, la plena incorporació a la vida pública arribaria de manera
espontània, però aquesta no arribarà sense canvis profunds, sense una alteració de les
relacions de poder, sense un discurs centrat en les dones i des de les dones que
reconegui la nostra especificitat, la nostra diversitat, i que dones i homes som igualment
diferents i necessitem polítiques diferents”. (ICD 2006: 15). Se podría afirmar de forma
optimista que la política de las mujeres se ha beneficiado de una dialéctica instrumental
inversa dominación-oposición, de forma que la dominación del Estado –sus prácticas de
homogeneización- se pueden convertir en una nueva ocasión de libertad para las
mujeres.

Las mujeres no han gobernado (del griego κυβερνάω "pilotar un barco”) y por eso no
requieren encontrar la oportunidad de recalar en un puerto (“opportunitas” derivada de
op ante y portus puerto). Las mujeres no han compartido las reglas de fundamentación
del Estado, ni el pacto social, ni la construcción del mundo público. Y es en este sentido
que podríamos comprender que las Políticas de las Mujeres más allá de poder
entenderse como las políticas dirigidas a los sujetos mujeres, y más allá del esfuerzo de
promover la igualdad entre hombres y mujeres, conllevan necesariamente la propia
transformación de todo lo que se entiende como político y pueden convertirse en
potentes medios de cambio de la organización social. “La política feminista debe ser
entendida no como una forma de política, diseñada para la persecución de los intereses
de las mujeres como mujeres, sino más bien como persecución de las metas y
aspiraciones feministas dentro del contexto de una más amplia articulación de sus
demandas. Estas metas y aspiraciones podrían consistir en la transformación de todos
los discursos, prácticas y relaciones donde la categoría “mujer” esté construida de
manera que implique subordinación” (Mouffe 1999: 125).

Unas Políticas de las Mujeres asociadas a un posible Derecho de las Mujeres tal y como
nos explica la jurista costarricense Alda Faccio: “Todavía no se puede decir que exista
en esta región una disciplina denominada ‘Derecho de la Mujer’ porque todos estos
derechos y logros se encuentran dispersos en las distintas ramas de los ordenamientos
jurídicos. Es necesario aunar esfuerzos para colaborar en la creación de un Derecho de
la Mujer. Una nueva disciplina que no sólo incluya una Teoría Crítica del Derecho, sino
que contribuya a transformarlo en un instrumento y en un discurso de promoción de los
Derechos Humanos y de respeto por la dignidad de todos los seres que habitamos este
planeta, así como del planeta mismo” (Faccio 2000)

4
“És imprescindible incorporar el pensament feminista que ha mirat el món des de la seva posició no central i de
conservadores de la vida. S’ha de partir de l’experiència de la vida per tornar a dir el món, tot pensant l’acció política
des de l’objectiu d’assegurar la qualitat de vida de tothom, entesa des d’una perspectiva planetària i sostenible que
asseguri la continuïtat de l’espècie” (ICD 2006:17)

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Una política que ya no separaría lo público y lo privado5, como planteamiento
dicotómico, sino que renueva el concepto de lo político, y que plantearía la centralidad
de la vida humana como el verdadero objeto de la política: “Desplaçar l’atenció de
l’àmbit públic mercantil cap a la vida humana, i reconèixer que aquesta és el valor més
preciós i que, per tant, l’atenció a les necessitats de les persones i les cures que se’n
deriven són fonamentals. Comporta, en definitiva, donar valor a totes les tasques de
cura de la vida i de les persones”(ICD, 2006: 6)

Planificando la igualdad

Hemos indicando al principio que uno de los instrumentos privilegiados de las Políticas
de Igualdad de Oportunidades son los llamados Planes de Igualdad de Oportunidades.
“Estos planes son un conjunto de objetivos y medidas tomadas y aprobadas por un
gobierno y que deben llevar a cabo los diferentes departamentos gubernamentales, en
un período concreto de tiempo (de dos a cinco años). Los planes también suelen
implicar, al menos formalmente, otros niveles gubernamentales y organizaciones no
gubernamentales.” (Bustelo 2001: 176)

Según el Diccionario de la Real Academia, Plan se define en su tercera acepción como


un “Modelo sistemático de una actuación pública o privada, que se elabora
anticipadamente para dirigirla y encauzarla”. Aplicando la definición al objeto de
nuestro estudio podríamos entender que un Plan de Igualdad de Oportunidades es un
esfuerzo de modelización para dirigir y encauzar la igualdad entre los hombres y las
mujeres. Acudiendo a la guía metodológica sobre elaboración de planes de igualdad
locales de la Diputación de Barcelona (Iguala y Adagio, 2002: 36), encontramos que un
plan se define como “Conjunt d’accions encaminades a incidir en un canvi social” La
guia también nos aporta una definición de la planificación: “La planificació és un
procés encaminat a conèixer la realitat i les eines per transformar-la”.

Es decir, la acción de planificar parece incorporar la creencia de que el cambio social


puede ser en cierto modo provocado y dirigido “a voluntad”. Y si acudimos a la
definición de la palabra modelo que nos da el diccionario: “arquetipo o punto de
referencia para imitarlo o reproducirlo”, se trataría entonces de repetir ciertos esquemas
teóricos ya existentes, que tras su aplicación práctica y mediante instrumentos
específicos comportarían la consecución de los cambios sociales, que en el caso de los
Planes que tratamos, sería la igualdad entre hombres y mujeres.

Sin embargo, ¿un cambio social puede ser provocado a voluntad?, ¿deseamos asociar la
idea de repetición y modelización al cambio social? ¿puede una práctica institucional
como mero acto racional y objetivo conciliar los intereses en conflicto y superar las
relaciones de desigualdad que enfrentan históricamente a hombres y mujeres?.

5
“Por otro lado, hay propuestas feministas en el sentido de cuestionar la existencia de la dicotomía público-privado
per se porque, como sostienen algunas autoras, todos tenemos ámbitos públicos y privados (Mouffe, 1992) o porque
se considera que son más bien tres distintas esferas y no dos las que deben ser tomadas en cuenta, a saber: el Estado,
la sociedad civil y la familia (Yuval-Davis, 1997) o la esfera pública, la privada y la íntima (Jelin, 1997), o incluso
porque la misma “esfera pública” se rige algunas veces por principios familiares; es decir, un conjunto de familias
suelen conducir políticamente las naciones, de modo que las diferencias entre lo público y lo privado no tienen
sentido” Castro Apreza, Inés (2000). Resulta también interesante el concepto de “ciudadanía cotidiana” (Paola
Capellin; B.Marques Pereira) en la cual lo productivo y lo reproductivo, lo público y lo privado se articulan de
manera diferente, tratando de superar estas dicotomías. Citado en Batthyány, K. (2004).

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Por otro lado, también podemos abordar un uso más eficiente del instrumento, y desde
las propias definiciones dadas rescatar el carácter procesual de la práctica planificadora
y priorizando dicha caracterización, reconocer su eficacia política como proceso de
gestión de los conflictos y la negociación. El cambio social difícilmente vendrá de la
idea de la planificación por la igualdad como cuestión principalmente tecnocrática
dirigida por personas expertas especializadas en cuestiones de igualdad. En mi opinión,
la cualidad que hará que el diseño, ejecución, monitoreo, seguimiento, y evaluación del
plan favorezcan el cambio social será su capacidad de crear procesos de intercambio
entre las partes interesadas en el propio plan: entre las mujeres, entre los hombres, entre
los hombres y las mujeres, y en y entre las instituciones públicas y las instituciones
privadas. Igualmente es un proceso que comporta un aprendizaje, un proceso de
relación, que sin “fórmulas” probadas de igualdad garantizada -preparadas para ser
aplicadas- y con aprendizaje social y estudio de buenas prácticas, podrá experimentar,
contrastar y reformular su forma de acción.

Me permito utilizar la energía generadora del pensamiento de Mª Jesús Izquierdo en


relación a la democracia para evocar la dialéctica entre los procesos de la planificación
entendidos como priorización y la dificultad de prever algo más allá del propio deseo de
planificadoras y planificadores: “La democracia así entendida no es la nueva Arcadia,
un país imaginario en que es posible contratar póliza de garantía para la felicidad.
Comporta no tener miedo al conflicto, ni a la resistencia, ni a la oposición de intereses.
Implica atreverse a discrepar, soportar el eventual rechazo de los demás, y algo tan
complejo y duro de llevar, como establecer prioridades y comprometerse con ellas.
Atreverse a intransigir es lo que permite la democracia entendida como acudir-al-
encuentro-del-otro. Al encuentro de la otredad, de un no yo del que no sé nada, y nada
puedo anticipar. No puedo hacer previsiones, porque al hacerlas substituyo la otredad
con mis fantasías, anulo la otredad al incorporarla en mis sueños y al confundir lo
soñado con lo real. Los sueños los domo yo, pero lo real es indomable.”(Izquierdo
2000: 34).

Un enfoque de la Planificación por la Igualdad que busca garantizar los procesos


debería enfatizar un modelo basado en las personas, el aprendizaje, el intercambio y el
cambio, el aumento de las capacidades, el empoderamiento de las mujeres y la
mediación de las agentes técnicos-as de igualdad al servicio de la participación de las
propias mujeres. Este enfoque de la Planificación se nutre de las prácticas y el
pensamiento feminista, y puede revisar los aportes metodológicos de las experiencias de
empoderamiento de las mujeres del sur o de los movimientos de la educación popular
latinoamericana. Es diferente a un enfoque de la planificación más tradicional, centrado
en los objetivos y su consecución, con foco en los propios procesos de planificación
racional de lógica lineal, y con voluntad de enseñar desde la especialización técnica
antes que de aprender. El principal factor de éxito de la voluntad procesual de la
planificación es su diseño flexible que cambia como resultado del proceso de
aprendizaje, y que permite reconocer las relaciones y elementos de su contexto,
ajustándose a los ritmos de los acontecimientos no previstos.

A un nivel metodológico un cambio sugerido desde esta valorización de la planificación


como proceso es asociar la Planificación de los Planes de Igualdad a marcos superiores
de referencia como pudieran ser las Estrategias de Igualdad. Unas Estrategias que
puedan definirse como consecución de Objetivos Políticos Generales a medio-largo
plazo, de los que los Planes de Acción serían acotaciones a medio-corto plazo con

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objetivos más específicos, resultados, indicadores, y una programación de actividades
previstas para la consecución de dichos resultados. De forma que el espacio de
Planificación visto como proceso de concertación social permitiera tanto la
construcción estratégica de los objetivos generales, como la negociación de las metas de
los Planes de Acción, lo que facilitaría la evaluación de los resultados de la acción
gubernamental.

La ciudadanía de las mujeres

He comentado como Planes y Estrategias de Igualdad enfocados metodológicamente


como instrumentos de participación pueden incrementar su capacidad de
transformación social. Mi reflexión me lleva ahora a preguntarme por el papel que
juegan las mujeres en relación a dicha transformación desde su práctica política como
ciudadanas.

“La ciudadanía es tan antigua como la existencia de la comunidad humana. Define a


quienes son considerados miembros de la sociedad y a quienes no lo son. La ciudadanía
se describe por la participación de los miembros de la comunidad. Diferentes tipos de
comunidades políticas presentan diversas formas de ciudadanía. La condición de
ciudadanía tiene a ver con la identificación de sus miembros como pertenecientes a una
misma comunidad política” (Pautassi 2000) . Y si pensamos en las mujeres, ¿tiene
sentido hablar de una ciudadanía de las mujeres?, ¿cuáles serían los atributos que las
mujeres aportan al concepto de ciudadanía como vínculo con el Estado?, ¿qué tipo de
ciudadanía nos permite identificar a las mujeres como miembras de una misma
comunidad política?.

En el V Plan de Políticas de las Mujeres, el Gobierno de la Generalitat a través del


Institut Català de les Dones, expone la existencia de una ciudadanía de las mujeres
frente a la definición de ciudadanía “clásica”, como atributo de los hombres: “Les dones
no estan mancades de ciutadania, ans al contrari, sempre han contribuït a la creació de
teixit social i al desenvolupament de formes democràtiques de relació des de la base, a
través de la participació en les activitats bàsiques per a la vida de les persones. Mentre
que els mascles, posseïdors de la ciutadania clàssica, s’han exclòs voluntàriament
d’aquestes tasques vitals, basant de manera molt poc democràtica el seu propi
desenvolupament humà i benestar personal en les atencions que reben d’altres persones,
a les quals per aquest fet se’ls nega, a més, la ciutadania plena.” (ICD 2006: 18)

Es decir, partiendo de la idea de que “La ciudadanía tiene que ver con la pertenencia a
un grupo o comunidad que confiere derechos y responsabilidades como resultado de tal
membresía”(Meer y Sever 2004), la propuesta del Plan de Políticas catalán permite
pensar en dicha membresía en relación al papel de agencia “vital” que las mujeres
poseen en la sociedad: “la participació en les activitats bàsiques per a la vida de les
persones”.

Esta noción de ciudadanía trascendería el concepto de espacio doméstico y privado, y


extendiéndose a toda la ciudadanía pondría de relieve la reciprocidad del cuidado en el
sentido que expone Karina Batthyány: “Un concepto de ciudadanía de este tipo es el
que debería estar por detrás del carácter genérico de los cuidados y las
responsabilidades familiares: debería basarse en la asunción de que cada ciudadano,
hombre o mujer, puede reclamar su derecho a brindar cuidados a sus allegados cuando

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las circunstancias lo requieran. Lo que se reclama es un reconocimiento de que todo
ciudadano, en algún momento de su vida, será un proveedor y un receptor de cuidados.”
(Bathhya 2004: 55)

Dicha ciudadanía tendría también una connotación colectiva, frente a la del “ciudadano
universal – un individuo, con derechos, que se involucra en las instituciones de
gobernabilidad o con el Estado en el ámbito público del debate político” (Meer y Sever
2004)-, y permite entender el atributo de ciudadanía como relacional, en tanto que la
ciudadanía de las mujeres es tal porque se muestra y se identifica siendo entre las
personas (los cuidados de las tareas vitales de hombres y mujeres). Este concepto de
ciudadanía se caracterizaría por ser inclusivo, y supera la definición de ciudadanía que
significa que algunas personas son incluidas y algunas son excluidas, puesto que todas
las personas ciudadanas están relacionadas y son interdependientes las unas de las otras

Por otro lado podemos considerar que si el Estado o las instituciones de gobernabilidad
esperan que el ciudadano o la ciudadana como individuos sujetos de derechos se
involucren desde el ámbito público en el debate político, la mujer desde su práctica
ciudadana relacional de mantenimiento de la vida, difícilmente encontrará en su acción
diaria posibilidades de involucrarse en dicho debate, por haber sido su espacio
relacional tradicionalmente identificado como apolítico, como no público.

Los lugares en donde se desarrollan la mayoría de nuestra actividades básicas diarias


como la escuela, el mercado, la calle, la vivienda, son espacios que aparentemente
poseen escasa naturaleza política, pero que en tanto ser los lugares de la vida real de las
mujeres y hombres constituyen los ámbitos de referencia de la condición de ciudadanía
a la que nos hemos referido como de agencia vital. Son espacios de participación de las
mujeres, en donde la condición de ciudadanía se caracteriza por su capacidad, por la
posibilidad de hacer para satisfacer nuestras necesidades humanas, y de hacer con otros
y otras.

Es por ello que la práctica ciudadana de las mujeres requiere de una resignificacion de
los espacios comunes, de los espacios públicos, y de los espacios políticos. Cabe
imaginar la posibilidad de que el espacio político se reconstituya como un espacio
múltiple en donde según la concepción arendtiana, las ahora ciudadanas y ciudadanos
se agrupen por el discurso y la acción, confiriéndole poder a esa acción, para tal como
nos explica Fina Birulés, ser de aquellos -y aquellas- que aman actuar concertadamente
para cambiar el mundo (Arendt 1997: 30) .

Como Anne Phillips nos señala, los atributos de la ciudadanía de las mujeres
proporcionan las bases para una democracia fuerte alimentada desde el hacer y pensar
feminista. “El peso que el feminismo otorga a la capacidad de las mujeres de
transformar su identidad y su sentido de sí mismas corrobora la importancia de la
participación activa en las discusiones y las acciones colectivas. La crítica de la
dependencia, considerada como uno de los elementos cruciales de la desigualdad
sexual, sitúa firmemente al feminismo en el campo de quienes optan por una
democracia fuerte, donde se trata de lograr tanto el apoderamiento de las personas y
grupos implicados, como resultados en términos de políticas concretas. El análisis de
las desigualdades sistémicas –no sólo entre hombres y mujeres sino, más en general,
entre grupos sociales oprimidos y los dominantes- plantea importantes cuestiones sobre

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la necesidad de que las personas obtengan más poder, logren apoderamiento, no sólo en
tanto que individuos sino también como miembros de grupos específicos” (1996: 96).

Un democracia caracterizada por una ciudadanía activa y que como señalan Alejandra
Valdés y Patricia Provoste (2000) dé valor tanto al compromiso de recuperación de un
mundo común y compartido, como a la creación de numerosos espacios públicos en
donde los individuos pueden demostrar sus identidades y establecer relaciones de
reciprocidad y solidaridad.

Volviendo al inicio y recuperando la propuesta del Plan catalán de Politiques de les


Dones: “La nova situació política pot ser una bona ocasió per a establir un nou pacte
social més ampli, que integri la diversitat i permeti desenvolupar formes alternatives
d’organització social del temps i del treball que tinguin com a objectiu central la vida
humana... Una nova concepció de la ciutadania que transcendeixi l’objectiu de la
igualtat per reconèixer la llibertat individual i desenvolupar xarxes de relació basades en
la diversitat d’aportacions que permetin l’exercici d’una democràcia vertadera” (ICD
2006:18).

II. MUJERES EN MOVIMIENTOS SOCIALES Y MECANISMOS DE


PARTICIPACIÓN CIUDADANA

“¿Qué vas a hablar en una asamblea vos que no


tenés dientes? ¿Que vas a hablar vos con un
funcionario, que no tenés ni una zapatilla?”
Mujer Argentina

Participación y ciudadanía activa

La palabra “Participar” proviene del latín participare, que se compone de pars, “parte”,
y capere, “tomar”, es decir participar significa “tomar parte” en una cosa. En este
sentido, si hablamos de participación ciudadana, estaríamos refiriéndonos a cómo los
agentes de dicha participación ponen en práctica su “tomar parte” en la ciudad, su tener
parte en lo que lo griegos habían llamado la polis. Es decir a cómo la ciudadanía hace
política, y actúa en la conducción de la ciudad y en su gobierno.

Siguiendo este hilo conceptual, asociaremos el concepto participación ciudadana al de


participación política, y no entenderemos sólo la participación ciudadana como algo
instrumental y ocasional, sino como una praxis intrínseca de gobierno, asociada a la
propia condición de ciudadanía. Tal y como nos explica Dolors Renau: “Ciudadanía
representa también participar e intervenir en los asuntos que atañen a todos en el mundo
de lo público, que desbordan la estricta intervención a través del voto o de la posibilidad
(tan desigual en la práctica) a ser elegid@ por la ciudadanía. Representa intervenir
activamente, a través de mecanismos institucionales o de la sociedad civil, ligados o no
al pensamiento, la opinión y la palabra, en el diseño de asuntos que nos afectan a
todos... Se trata de aportar la riqueza de las individualidades a los asuntos colectivos y
de que cada persona sea reconocida como sujeto activo del destino colectivo. Entre las

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instituciones políticas y la vida privada existe, pues, un vasto campo que ofrece
múltiples posibilidades de intervención, de propuesta, crítica, aportación, reflexión...
Actuar en él representa ejercer una ciudadanía mucho más rica que la estrictamente
político-institucional.” (Renau 2005: 12).

Una ciudadanía que se puede también calificar como “activa” y que en su práctica “es
capaz de exigir el cumplimiento de normas jurídicas preestablecidas, de nombrar las
carencias de aquellas personas que no han sido definidas como sujetos de derechos y de
formular nuevos derechos que surgen con la complejidad creciente de las problemáticas
de la vida contemporánea” (Valdés y Prevoste 2000: 7).

¿Y cómo resulta para las mujeres la experiencia de tener parte en la cosa pública desde
su presencia en los procesos de participación ciudadana?. Una afirmación extendida al
respecto es que su experiencia es casi nula porque las mujeres participan poco o casi
nada.

En una Guía Práctica para la inclusión de la Perspectiva de género en la políticas


locales se nos indica: “Las mujeres como ciudadanas de pleno derecho tienen voz
propia y ésta ha de ser tenida en cuenta; sin embargo, ¿cómo se puede hablar de
ciudadanía plena cuando un elevado porcentaje de mujeres no pueden o no saben cómo
ejercerla?” (Castro 2004). Otro ejemplo ilustrativo puede ser la imposibilidad abordada
por Font: “Moltes vegades el llenguatge que s’utilitza en els debats polítics és altament
formal, complex i tecnicista, la qual cosa també allunya d’aquests debats les persones
menys formades (les mestresses de casa, molts avis i àvies, les persones immigrades...).
A més, la majoria d’aquests debats exigeixen als participants un seguit d’habilitats, com
la de parlar en públic, que moltes persones no tenen” (Font 2003). En un documento de
la Convención Cívica Catalana del 1999 se nos alerta también del fenómeno: "No
s´impliquen –o s´impliquen molt poc- en l´acció ciutadana tots aquells que se senten
exclosos o se senten poc importants en la xarxa de relacions de tota mena que fa una
sociedad. Els més joves, els més vells, els menys instruïts, els més mal pagats, els
aturats, els immigrants, les dones de casa: la situació subalterna de tots aquests
col.lectius els converteix en "ciutadans de segona" o en "no ciutadans´”(1999: 43).

Es decir, las mujeres y especialmente les “dones de casa” no participarían a causa de su


condición subalterna de ciudadanas de segunda clase, que les lleva a infravalorarse y
auto-excluirse de los procesos de la cosa pública. Parece que las mujeres o no saben
participar, o bien hay alguien o algo que no les deja hacerlo...

Con el objetivo de analizar algunos aspectos de la difícil relación entre mujeres y


participación, y conocer qué piensan las propias mujeres sobre la ciudadanía activa, me
propongo a continuación rastrear su voz y presencia en diversos procesos de
participación política y transformación social. Concretamente el itinerario propuesto
empieza por las tierras del Sur de Catalunya, para luego ir a Argentina, no sin pasar
antes por Bolivia y Méjico, para al final llegar hasta Brasil.

Las mujeres de la Plataforma en Defensa del Ebro

La Plataforma en Defensa del Ebro (PDE) ha sido un importante movimiento social de


oposición al texto legislativo del Plan Hidrológico Nacional (PHN) y particularmente al

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trasvase del Ebro. Desde su creación el 15 de septiembre de 2000 y hasta la derogación
del Plan en Junio de 2004 se convirtió en un referente político por su gran capacidad de
movilización social. La propia PDE se definía en su documento “Salvemos al delta”
como “un movimiento social de amplia base popular en el que participan gentes de toda
clase, edad, condición e ideología”, con un funcionamiento asambleario y un carácter
totalmente participativo: “la PDE no está constituida legalmente, no tiene sede social,
no tiene afiliados, no se pagan cuotas, no tiene personas liberadas que cobren un sueldo;
en lugar de cargos electos tiene portavoces. Todo ello hace que cualquier persona que
esté en contra del PHN y del trasvase, que participe en las manifestaciones o en los
actos de protesta, ‘sea de la Plataforma’ (PDE 2002).

La Plataforma contó con un importante número de mujeres activistas, cuya


participación queda resaltada en dicho documento: “Hay que destacar la significativa
participación de mujeres, no sólo en las manifestaciones sino especialmente en las
actividades paralelas de apoyo y de recaudación de dinero (punto de venta permanente
en el mercado municipal, taberna en las fiestas...), lo que le da al movimiento una
amplitud, popularidad y aceptación social importantes, así como continuidad” (PDE,
2002). Es decir, siguiendo este documento podríamos afirmar que las mujeres de las
Terres de l’Ebre sí que han vivido una experiencia de participación y de ciudadanía
activa, que según la propuesta de Valdés y Prevoste podría clasificarse como de
cumplimiento de normas jurídicas pre-establecidas. Sin embargo, ¿estarían de acuerdo
las propias mujeres con esta afirmación? ¿cuál fue su experiencia de participación?.
Para responder a estas preguntas utilizaremos el estudio que sobre la participación de
las mujeres en la PDE realizó un equipo de investigación de la UAB en 2003, y que
contiene diversos fragmentos de entrevistas a varias mujeres dentro de un proceso de
observación participante6.

Para varias de las mujeres de la PDE estar informadas y sentirse parte del proceso
justifica su participación. Una de ellas explica que asiste a las asambleas “Para estar al
día más que nada. Y para que funcione. Si hoy no voy, aunque no me va bien, mañana
falla la otra, al final no se hará” (Alfama y Miró 2004: 38). Otra de las mujeres explica:
“Jo vaig perquè, no sé, tinc la sensació que la meua presència, que és no res entre mig
de tanta gent... Però jo, jo tinc un lema que és la unió. No ne tinc d’altre. No ne tinc
d’altre” (Alfama y Miró 2004: 67). Asimismo, otra de las mujeres expresa su emoción
por el propio proceso asambleario: “Uf… fort, molt fort (…) Sí, sí. Per què és una cosa
que t’enganxa. La setmana que ve, si s’ha aprovat això, a vore què han fet, com ho han
contestat, com no ho han contestat… És una cosa que t’enganxa, forta.” (Alfama y Miró
2004: 38)
El sentimiento de estar haciendo algo importante también esta presente en varias
respuestas de las entrevistadas: “Estàvem a la manifestació de Barcelona i me diu
Paula: ‘Jo he parlat en fulanita de que si se podria fer algo a Mallorca’ I jo li dic: ‘La
marxa blava a Mallorca’, i me diu: ‘Però tu estàs loca?’, ‘Pos, viva la locura!’... Mos
vam fotre a riure les dos. (...) I me’n recordo que baixàvem de l’autocar i jo fea: ‘Estem
marcant història!, estem marcant història!’, ‘I no podem baixar la guàrdia, tenim que
continuar...” (Alfama y Miró 2004: 40). Otra de las entrevistadas en relación a la
vivencia de la participación en las reuniones locales explica: “Pos jo en molt d’interès
perquè allí me n’entero d’un munt de coses que vull sapiguer i altres que no vull
6
El equipo de investigación de la UAB estaba compuesto por Eva Alfama, Neus Miró, Laura Giménez, Marc Martí,
Robert Gonzàlez, y Anna Obradors; y entrevistó durante el 2003 a 25 mujeres y 3 hombres de la PDE.Todas las citas
que siguen a continuación están extraidas del estudio editado por la Fundación Bofill en 2004 (ver bibliografía).

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sapiguer però que estan allí i al mateix temps mos informen. (...) Ara, la millor
informació es anar allí. Si que te xupes unes quantes hores, perds de son, d‘estar en la
família, però jo trobo que no cal estar tant amb la família, tantes hores, menos hores i
més qualitat. I pots fer més cosetes, que això és una cosa important!”(Alfama y Miró
2004: 45). Este protagonismo y valorización de la participación femenina se resalta
también en otra de las respuestas: “Jo això sempre ho he dit: ‘la PDE l’aguanten les
dones!’ (...) I aquí, a Xerta, la PDE l’aguanten les dones. I jo tinc la mania que les dones
són molt importants, són molt importants. Lo que fan aquí a la PDE, primera, pot ser
perquè mos traem més temps, més del que podem... Jo trobo que sí, sí. Sí: lo paper de la
dona és molt important” (Alfama y Miró 2004: 73).

Estas respuestas ilustrarían algunas de las razones que nos resume Dahl al presentar la
caracterización del “hombre” político. Para Dalh lo más probable es que uno intervenga
en política si valora las recompensas a obtener; piensa que las alternativas son
importantes; confía en que puede ayudar a cambiar el resultado; cree que el resultado
será insatisfactorio si no actúa; tiene conocimientos o pericia que influyen sobre la
cuestión de que se trata; y debe superar menos obstáculos para actuar (Dalh 1976). A
pesar de que las mujeres de la PDE exponen tener la mayoría de estas razones, varias de
las entrevistadas resaltan la existencia de factores sociales obstaculizantes, y
especialmente una determinada falta de pericia que caracteriza también de forma
constante su participación.

La división sexual del trabajo comporta para las mujeres de la Plataforma una
importante dificultad que enfrentan de forma cotidiana, y que se puede resumir en la
siguiente respuesta de una de las entrevistadas: “Perquè los homes normalment, encara
que ajuden a casa i encara que col·laborin igual, pues hi ha una reunió de no sé què,
se’n va i ja està. Les dones no, pos si han de dixar lo crio en no sé qui, s’han de dixar lo
sopar preparat, si se’n van de viatge dos o tres dies s’han de dixar tot: la casa, la roba,
tot, al puesto... Los homes no. Agafen i se’n van. I ja està. Això sí que és veritat. Los
homes tenen molta més facilitat per a poguer. (...) O sigui, que podran dedicar les
mateixes hores però les dones hauran de fer molt mes esforç que no els homes” (Alfama
y Miró 2004, 31). Es decir, aunque la división sexual dificulta su participación, las
mujeres consiguen mediante diversas estrategias y un evidente sobre esfuerzo viabilizar
su participación.

Las mujeres no saben hablar...

La pericia, como otro de los factores motivantes señalados por Dalh, se convierte en el
caso de las mujeres de la PDE en un elemento limitante. Varias de las entrevistadas
explicitan que una parte de su participación está caracterizada por una “no
participación”, justamente por su falta de capacidad al hacerlo, y más concretamente
por su falta de pericia para hablar. “Jo no tinc don de paraula. Pos tu que saps lo que
tens que dir, ves i parla. Jo, si puc, t'acompanyaré. (...) I que jo en la gent del carrer
parlo molt bé, però no me poses a parlar davant de molta gent perquè me quedaré
tallada i no diré res.”(Alfama y Miró 2004: 49). Hay que señalar que esta falta de
“valor” resulta limitante, pero no impide la participación en el movimiento, siendo
compensada por algunas mujeres mediante un nuevo plus de trabajo: “Mi papel de
colaboradora lo tengo muy asumido y estoy bien. (...) Yo pienso que yo para transmitir
y comunicarme me encuentro limitada, si no es de tú a tú. Hablar delante de seis
personas ya me da... no es que no sepa, es que me intimida. Yo de organizar no sé, però

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de colaborar la mejor, porque no tengo límites. Y como el no saber organizar, lo veo
como un defectillo, lo compenso colaborando el doble.”(Alfama y Miró 2004: 50).

Las mujeres explican no sentirse capacitadas para hablar en la asamblea, y así dicen
literalmente que no participan: “Yo voy más que nada para estar informada. De
participar… A veces querría decir algo pero no, porque este punto que yo diga saldrá
otra hora de debate” (Alfama y Miró 2004: 38). Otra de las mujeres nos revela la
paradoja del hablar de las mujeres: “Les dones no s’atrevixen a parlar. I diuen: ‘Ara, en
la Plataforma, m’he ficat a parlar’ Però se fiquen a parlar però i no parlen en públic. I
no sols les de la meua edat. Tampoc les de la cinquantena. Les de vint i trenta anys no
s’atrevixen a parlar, a prendre la paraula. I jo hai estat disposada a dir: ‘Pues digue-ho
així. Si m’ho dius a mi perquè no ho dius en públic?’ Però no. No ho pots conseguir”
(Alfama y Miró 2004: 54).

Es decir las mujeres sí que son capaces de hablar y tener opinión, y tienen necesidad de
comunicarla, y lo hacen, pero este hablar entre ellas no cumple la función de tomar la
palabra y visibilizarse como hablante-ritual en la asamblea, y por eso prevalece la idea
de que su hablar “entre” no es participar. Otra de las entrevistadas nos aclara a quién sí
que le gusta intervenir: “Sorprendre’m no, no me sorprèn, però és veritat que són
homes. No me sorprèn perquè sempre passa. Però jo procuro que no ho siguin sempre.
(...) [els homes] Los és més fàcil segurament parlar... los agrada. Los agrada i diuen que
són les dones les parladores, però a nells los agrada molt parlar en públic, lo micro, i
sortir a la foto los agrada. Als homens en general, eh? I perquè no als de la Plataforma?,
si als homens en general los agrada? Que ademés en la societat estan acostumbrats a
que són ells los que fan lo paper de representació” (Alfama y Miró 2004:47).

Dando un rápido salto de continente y cambiando de movimiento social, una entrevista


a una mujer del movimiento de desocupados en Argentina nos aporta más información
sobre el valor de este hablar bien: “Para mí vuelvo a repetir no es una cuestión de
género, yo lo había discutido un par de veces con otras compañeras de otras
organizaciones, como... 'ah, bueno, pero la cara visible siempre es un hombre'... Puede
ser, pero digo, si vos me ponés a mí, digo, no es que yo no tenga la capacidad para
hablar, pero si el compañero se desarrolla bien en su lenguaje y en su forma, y que para
transmitirle a toda una sociedad, cuando te hacen un reportaje por la televisión en vivo,
donde vos sabés que te están viendo miles de personas, tiene que saber cómo transmitir
lo que vos estás reclamando en diferentes lugares, y el compañero es el más indicado
para hacerlo, no pasa porque sea hombre o mujer, digo, tiene la capacidad para hacer
eso. Entonces yo prefiero esos cinco minutos de prensa que le dan al compañero y que
sea lo más claro posible" (Freytes Frey y Crivelli 2005). Otra mujer boliviana
participante en la llamada “Guerra del Agua”7 explica “Porque era evidente que había
participación de las mujeres, pero no se nos tomaba en cuenta, verdad, quienes iban a
dirigir, quienes iban a conformar la comisión que iba a formar parte de la Coordinadora
y que iban a venir a representar a la Coordinadora eran solamente hombres y las
mujeres teníamos que hacer otra clase de actividades pero menos ir a la cabeza” (Udate
2001). Y volviendo a les Terres de l’Ebre, una entrevistada complementa: “N’hi han
moltes de dones, encara que els portaveus siguen dos homes. Pensa que ells venen

7
Entre enero y abril del 2000 se desencadenó en la ciudad boliviana de Cochabamba un proceso de movilización y
paralización social que culminó con la expulsión de la Empresa Aguas del Tunari por los graves abusos cometidos en
contra de la población de la ciudad (elevación de tarifas excesiva, por ejemplo). Las protestas incluyeron, entre otras
acciones, movilizaciones masivas, consultas populares, revisión de contratos, y presentaciones judiciales,.

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molta imatge, a més a més del (...) que aporten. I t’escolten més si ets un home que una
dona. Però fa molta faena la dona” (Alfama y Miró 2004: 69).

Las mujeres de la Plataforma, las desocupadas argentinas, o las mujeres cochabambinas


de la guerra del agua sí que han participado activamente en los movimientos sociales,
sólo que no han ejercido el rol de la representación. Como se señala en el estudio del
equipo de la UAB: “Conseqüentment, la presència de les dones en la política sembla, en
termes generals, escassa i marginal excepte en les reivindicacions explícitament
feministes. Tanmateix, una mirada més atenta revela ràpidament que el que és realment
escàs és la presència de les dones en els espais visibles i formalitzats de mobilització. El
problema, doncs, no és la baixa presència de les dones en els moviments socials (encara
que ja hem vist al capítol anterior, la seva participació presenta més obstacles que pels
homes), sinó en el que se sol entendre per participar, que deixa a l’ombra tot un seguit
de treballs i aportacions femenines que resten fora dels camps significatius -és a dir,
masculins- que com a tals són formalitzats i més fàcils de visibilitzar” (Alfama y Miró
2004: 34).

En un estudio sobre la participación política de la mujer en los pueblos andinos y en


relación a una Asamblea comunal del distrito de Ocongate de Perú, Harvey nos describe
algunos de los efectos que para las mujeres puede suponer la falta de voz en las
asambleas: “Las mujeres, los borrachos y los que hablan poco castellano pueden
contribuir de manera extraoficial e informal a decisiones comunales, pero al no utilizar
el discurso oficial, pierden la posibilidad de tener la última palabra. Ellos sólo pueden
actuar como grupos de presión, no como los que toman las decisiones. Aquellos que
pueden hablar correctamente deciden qué recoger y qué ignorar de las contribuciones
informales. Más aún, algunos temas que conciernen a las mujeres nunca llegan a entrar
en la agenda de las discusiones comunales” (Harvey 1989: 17). En relación a las
mujeres en el sindicalismo agrario boliviano Arnold y Spedding nos explican: “El estilo
aceptable para intervenir en las reuniones sindicales es un habla mesurada y basada en
principios generales, como la siempre alabada pero pocas veces lograda unidad de la
comunidad, o como la organización campesina, las necesidades comunales, los deberes
familiares y otros. La alusión a principios generales permite justificar la posición de la
persona que tiene la palabra, aunque sea evidente para todas que en realidad esa persona
está proponiendo algo que le ofrece beneficios particulares, además del supuesto bien
común. En los discursos no se debe mencionar a personas específicas y menos utilizar
palabras despectivas o soeces. A veces, sin embargo, las mujeres hablan de sus
problemas particulares, y es casi imposible evitar las referencias a los individuos
interesados, y muchas veces en voz alta, atropelladamente y en algunos casos con una
lluvia de insultos a la parte contraria y hasta a la directiva por su poca capacidad de
decisión o su parcialización. Cuando esto sucede, se dice que ‘estas mujeres no saben
hablar’” (Arnold y Spedding 2005: 97).

Las mujeres no sólo no son portavoces porque no saben hablar, porque no poseen esta
habilidad, sino también porque la sociedad no las escucha, no les reconoce dicha pericia
y les coarta el acceso a la comunicación. “Lo que está en juego desde el momento en
que dos locutores hablan entre sí es la relación objetiva entre sus competencias, no sólo
sus competencias lingüísticas (su mayor o menor dominio del lenguaje legítimo) sino
también todo el conjunto de sus competencias sociales, su derecho a hablar, que
depende objetivamente de su sexo, edad, religión, status económico y status social, y
otras tantas informaciones que podrían conocerse por adelantado o ser anticipadas

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gracias a índices imperceptibles” (Bordieu 2000). El testimonio de una mujer boliviana
de la Guerra del agua es ilustrador al respecto: “Yo me arrepiento de ser mujer, cuánto
me hubiera gustado ser hombre, así para que yo sea secretaria general, para que se
pueda decir que yo maneje e integre la directiva pero nunca me van a dar la secretaría
general por el defecto que soy mujer. Por ser mujer no me van a dar la cabeza, en el
campo más que todo, predomina más el machismo, dicen: ‘cómo vamos a estar al
mando de una mujer” (Udaeta 2001). En su artículo sobre las mujeres zapatistas Castro
Aprezo nos señala las sospechas y consecuencias que alberga esta imposibilidad:
“Véase, por ejemplo, la circularidad de este planteamiento: las mujeres indígenas no
participan en las asambleas y toma de decisiones en muchas comunidades de Chiapas
porque no saben hacerlo. Pero si “no saben hacerlo“ - asumamos como "cierta" esta
frecuente aseveración – es porque no participan, y si nunca participan tampoco sabrán
hacerlo algún día o tendrán la oportunidad de demostrar que sí pueden hacerlo” (Castro
Aprezo 1997). En este contexto es difícil imaginar la república dialógica de Arendt, tal
y como nos la explica Sánchez Muñoz: “Ese consenso para poder poder se alcanza
mediante la persuasión, por medio de la cual intento que el otro/a acepte mis
argumentos, en un debate libre entre iguales, en el transcurso del cual se forman y
clarifican opiniones” (Sánchez Muñoz 1999: 85).

Es quizás por este motivo que en algunos movimientos sociales las mujeres acaban
constituyendo procesos específicos de emancipación femenina. Habitaciones propias.
En relación a las Mujeres Indígenas y Campesinas en el México Rural, Rodriguez y
Diego nos explican: “Conforme el proceso organizativo se va desarrollando y conforme
las mujeres se van involucrando en él se puede dar un cambio cualitativo de ser
acompañantes de los hombres, a plantear demandas propias al interior de la
organización o del movimiento social. En ocasiones las mujeres pueden haberse
organizado en torno a un proceso de cambio propio, femenino, o bien su participación
inicial en una organización u movimiento social dominado por los hombres puede haber
derivado en su separación del mismo con el fin de tomar su proceso de cambio en sus
manos. Cualquiera que sea el caso, el involucramiento de las mujeres puede derivar
poco a poco en una identidad de género desde su experiencia particular con relación a
los problemas que van enfrentando con el poder masculino en todos los espacios hasta
llegar a reconocer que muchos de sus problemas en lo público y en lo privado son
debidos al hecho de ser mujeres; dando lugar a demandas y estrategias de acción, a
alternativas para liberarse de la subordinación y sometimiento, a modificaciones en la
percepción de ellas mismas como mujeres, así como de la legitimidad a participar en la
vida pública de la comunidad. Todas estas tomas de conciencia adquieren expresiones
diversas producto de situaciones locales y del proceso de cambio del proceso
organizativo así como del proceso de cambio mismo de las mujeres en lo individual y
en lo social” (Rodriguez y Diego 2002).

Algo similar nos explican Cross y Partenio de las organizaciones de desocupados en


Argentina: “En el primer momento, la mayoría de estos espacios fueron generados a
partir de las dificultades que encontraban las mujeres piqueteras para asumir un rol
protagónico dentro de los movimientos, a pesar de su presencia mayoritaria en los
plenarios y asambleas, así como en las actividades de protesta. La mayoría de los
testimonios coinciden en resaltar sus dificultades para interactuar con los varones de la
organización, especialmente aquellos que habían alcanzado un lugar de liderazgo. Por
esta razón decidieron que era necesario reunirse "primero ellas solas", para analizar las
razones por las cuales no se animaban a "hablar en voz alta" y a establecer claramente

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sus posiciones, tanto dentro de la organización como frente a los medios de
comunicación. Posteriormente, el debate se fue deslizando hacia tópicos que no eran
abordados en los movimientos (al menos no como demandas centrales) pero que las
preocupaban y eran comunes a muchas de ellas y a muchas otras mujeres del barrio. De
esta forma, se fue delineando una suerte de "agenda de género" que dio nuevo impulso
a los espacios de mujeres.” (Cross y Partenio 2005).

En relación a la participación de las mujeres en el Movimiento Sem Terra de Brasil, un


militante explica: ”Las mujeres tienen una participación muy inferior a los hombres
cuando se trata de dar opiniones sobre qué producir, qué plantar, qué comprar, tienen
muy poca opinión. En la mayoría de los casos opinan los hombres. Pero cuando se
organiza una lucha específica de las mujeres ellas van, les gusta participar. Cuando es
lucha de hombres y mujeres ellas participan menos, cuando es sólo lucha de mujeres
faltan autobuses para llevarlas” (Bidaseca 2000, 44). Y otra mujer participante en la
llamada Guerra del Agua en Cochabamba explica tras la finalización de la
movilización: “Entonces yo ya no quiero quedarme en mi casa, quiero participar por
que también tengo el mismo derecho. Entonces por eso hay que comenzar a
organizarse, las mujeres debemos capacitarnos…hay fuerzas para poder participar y
aprender. Somos fuertes a lo menos en nuestras comunidades ya no tenemos miedo, nos
aprovisionamos de nuestros alimentos como tostados (cereales), quesos, charque (carne
de res deshidratada) y vamos nomás a la lucha” (Udaeta 2001).

Es decir, inicialmente el motor de la participación de las mujeres en los Movimientos


Sociales citados no está especialmente ligado al paradigma de la Identidad Mujer, y las
desigualdades de género no son la variable de la participación colectiva. Sin embargo la
participación sirve para aumentar la autonomía de las mujeres e incluso focalizar el
tema y crear una agenda específica.

Los procesos participativos redistribuyen el poder entre hombres y mujeres y visibilizan


el poder social de las mujeres: “porque las mujeres tuvieron que participar en el piquete,
pero como que… fue de gran ayuda para esa mujer para tomar esa decisión sería ¿no?...
sentirse que es alguien, que es importante también, que puede hacer cosas, que no es lo
mismo cuando estás encerrada entre cuatro paredes que todo lo que te dicen que sos,
viste que a veces te la crees: 'que no servís para nada', '¿qué vas a hablar en una
asamblea vos que no tenés dientes?' '¿que vas a hablar vos con un funcionario, que no
tenés ni una zapatilla?" (Freytes Frey y Crivelli 2005). Una tesis que se contrapone al
continuum de imposibilidad asociado a la participación mujer, las mujeres no
consiguen llegar... no están... no sabemos... no podemos....Las mujeres sí están y poseen
reconocimiento y autoridad, aunque no detenten el poder formal de la organización
patriarcal: “A veces la lucha colectiva es el puntapié para revisar las relaciones de poder
dentro del hogar, en el barrio, en la organización “(Cross y Partenio 2005).

Sobre la participación política “informal” de las mujeres

Uno de los espacios de reconocimiento y visibilidad de las mujeres de la PDE fue la


Parada del Mercado de Tortosa. El estudio de la UAB nos explica: “La Paradeta
ràpidament s’ha convertit en el principal punt d’informació de cara a la societat de les
Terres de l’Ebre. Des d’allà és on es distribueix la informació, es ven material, es
recullen firmes quan cal, etc. Es tracta d’un espai totalment feminitzat i gestionat amb
una lògica femenina. Està gestionada per una xarxa informal de relacions entre dones

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del mercat (algunes botigueres d’altres parades del Mercat i clientes amigues), dones de
la comissió de pancartes i algunes de les comissions econòmiques. S’ocupen
d’organitzar les permanències i d’assegurar que que no faltin diners, ni materials i de
que la informació circuli ràpidament de boca en boca” (Alfama y Miró 2004: 48). Este
funcionamiento “informal” de la red cotidiana queda plasmado en la siguiente respuesta
de una de las estrevistadas: “Me sembla que lo primer contacte en la Plataforma va ser,
lo contacte humà, va ser (...) al mercat. (...) vaig anar al mercat a comprar (...) i
Assumpció me va dir: ‘Ja saps que mon anem a Barcelona a manifestar? I t’apunto,
veritat? Que estic apuntant pels autobusos’. Dic: ‘Claro!’(...) I quan arribava [al mercat]
per comprar baijoques pos Assumpció me dia: ‘No tens una hora per a estar-te aquí, que
tenim molta gent i no podem estar?’ I jo venia, venia los primers pins i coses d’estes”
(2004: 63).

El mercado, se convierte en lugar de reunión y encuentro para la participación liderada


por las mujeres. En este espacio, y a diferencia de la asamblea, se trata de un hablar
entre, asociado a la relación y a la creación de tejido humano, del que existe consciencia
y reconocimiento: “Gràcies a les dones del mercat... Lo poder de convocatòria i de
convenciment que tenen estes dones. Són les que porten la batuta.”(2004: 74).
“Sobretot, valorant, un exemple que no se’n pot posar d’atre: les dones del mercat de
Tortosa. Pos bueno, de motor, de motor real per a fer funcionar la PDE... Sense estes
dones no hi hauria PDE”(2004: 42). “Lo mercat és lo nucli dur de la plataforma. Pareix
que no, però lo mercat és un puesto on se couen moltes coses. Dissabte al matí allò és
un viver. Lo local està tancat, només per la reunió, però allò és bo. Aquí es conserva la
esència de la plataforma. No pots dir que estan manipulats, diuen les coses tal com
són...”(2004: 76)

Desde la proximidad con la personas, las mujeres del Mercado de Tortosa han
conseguido ser reconocidas en el Movimiento, y decir la cosas “tal como són”, siendo
este ámbito de cercanía una de las características generalizadas de la participación
política de las mujeres. En relación a la participación de las mujeres en el movimiento
argentino de desocupados Freytes Frey y Crivelle explican: “Los dirigentes con mayor
presencia mediática y reconocimiento de la opinión pública nacional son,
invariablemente, hombres. Por el contrario, muchos de los referentes barriales son
mujeres. En tal sentido, el espacio barrial aparece como un lugar de protagonismo
femenino, tanto en la realización de las actividades cotidianas que lleva adelante cada
movimiento (comedores, merenderos, roperos comunitarios, huertas y, en menor
medida, emprendimientos productivos), como en la organización de las mismas. Dicha
organización, como así también la representación de las necesidades y demandas del
barrio en instancias más generales de agregación de intereses (mesas distritales o
regionales), es precisamente la tarea de los y las referentes barriales (Freytes Frey y
Crivelli 2005).

Podemos encontrar espacios de relación entre mujeres próximos al del Mercado de


Tortosa en otros espacios públicos y privados en donde las mujeres sí se comunican con
pericia y efectividad. En su artículo sobre las mujeres indígenas mexicanas, Rodriguez
y Diego, nos explican: “Para las mujeres el río, el molino, la iglesia, el panteón, la
parcela, el monte y especialmente la casa, desempeñan un doble cometido, permiten
resolver los problemas de la reproducción cotidiana, y a la vez facilitan la unión y el
vínculo entre ellas, pues es en ellos donde discuten lo que ocurre en la organización, en
el pueblo, en el movimiento social, etcétera. Como se podrá apreciar, las mujeres

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disponen de muchos más espacios de los que aparentemente son suyos, pero éstos
aparecen "ilegalmente" apropiados por las mujeres, de modo que la comunidad,
incluidas muchas de ellas, las desvaloriza. De esta manera, las funciones que ellas
cumplen de hecho en espacios no convencionales, se suelen descalificar por medio del
rumor, del chisme, del cuento o del enredo, no obstante de que éstas representen en
realidad un alto valor cultural, social y político” (2002)8.

Por otro lado la participación política “informal” de las mujeres corre el riesgo de
convertirse en instrumental satisfacción de las necesidades prácticas, de forma que la
participación sólo exista para responder a las demandas de la comunidad más que para
la propia construcción de la misma desde la autonomía personal. Alejandra Massolo
explica: “Para las mujeres, principalmente de sectores populares, la participación es
más una obligación por necesidad, que un derecho ciudadano a participar en los asuntos
públicos”(2003). Un testimonio de la Guerra del agua de Cochabamba nos explica “Las
señoras me decían: tenemos muchos comunarios que han venido a hacer el bloqueo…y
están muchos con hambre, necesitamos algo, yo les dije mamasitas nosotros somos las
mujeres iremos a pedir sinceramente. Hemos ido a pedir casa por casa lo que tenían y lo
que podían dar, entonces hemos hecho esa olla común para alimentar a los comunarios
de las afueras de la ciudad…” (Udaeta 2001).

En relación al valor de estos espacios de proximidad como políticos Sánchez Muñoz,


recogiendo las tesis de Valcárcel sobre el modelo de poder feminista nos advierte de
otro de sus peligros: “Desde el feminismo Amelia Valcárcel nos ha señalado los
peligros que presenta la adopción de este modelo de poder, ya que precisamente uno de
los problemas que arrastra el feminismo como movimiento es el haber rechazado el
“otro” concepto de la política y el poder: el concepto weberiano que incorpora como
elementos característicos la racionalidad instrumental y los aspectos gerenciales de la
política. Por el contrario el concepto comunicativo frankfurtiano de poder, en el que
Arendt se encuadra vincula lo político a un ejercicio concertado en cualquier ámbito
que ocurra, no necesariamente en los ámbitos formales por los que transcurre la
“política formal”. De ahí que habitualmente se haya mantenido que la política que
ejercían las mujeres era una política “informal”, esto es, al margen de los canales
aceptados como tales por la política de corte weberiano, y en ocasiones de carácter
difuso, pero al mismo tiempo con rasgos marcadamente participativos, como ocurre con
la participación en las asociaciones vecinales en las que la presencia de mujeres es
mayoritaria” (Sánchez Muñoz 1999).

Mecanismos “formales” de participación y escalas de participación ciudadana

La mayoría de las instituciones gubernamentales, desde organismos multilaterales a


gobiernos locales, han experimentado y apostado por diversos mecanismos de
participación ciudadana en la identificación, planificación, ejecución, y evaluación de
las más variadas políticas públicas.

8
“Esta desvalorización abarca la expresión cuantitativa: ‘las mujeres hablan demasiado’ (cuando cualquier estudio
empírico, como el desarrollado por Marina Subirats para la escuela, muestra que los hombres tienden a monopolizar
las conversaciones), y los contenidos, que son precisamente los culturalmente asignados: las relaciones personales en
el ámbito doméstico. Así, pese a que los temas más frecuentemente tratados por las mujeres representan la aceptación
de la pauta cultural impuesta, se desvalorizan como chismorreos. (...) Claramente la presión social va en el sentido de
neutralizar todo mensaje femenino que no puede impedir que se emita” (Juliano 1992).

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19
La calidad de la participación en dichos mecanismos ha sido estudiada en diversas
ocasiones, dando lugar a varias clasificaciones de escalas de participación ciudadana.
Una de las más conocida es la de Sherry Arnstein (1971) que define ocho niveles de
calidad de la relación gobierno-ciudadanía. La escala se inicia con el ámbito de la no
participación, incluyendo dos niveles: la manipulación, y la terapia. En un segundo
ámbito la escala define la participación simbólica que contempla los grados de
información, consulta, y pacificación. Finalmente Arnstein define un tercer ámbito que
se identifica con el poder ciudadano, y en donde la ciudadanía puede participar en la
toma de decisiones mediante mecanismos de negociación y acuerdo: el nivel del
partenariado; o mediante la auténtica delegación o subsidiarización del poder, en los
niveles del poder delegado o de control ciudadano. Al primer grupo le corresponderían
mecanismos del tipo comités ciudadanos de asesoría y consulta, que actuarían como
validadores de decisiones tomadas con anterioridad. Es en esta área donde el público
sería “educado” a participar en comités con el propósito de maniobrar su apoyo (o
soporte). Al segundo le podrían corresponder espacios como foros de vecinos,
audiencias públicas o programas de participación gubernamental, todos ellos espacios
que permiten el intercambio entre el gobierno y la ciudadanía. Finalmente el tercer nivel
supone la existencia de mecanismos que permitan a los ciudadanos tener el control de
las políticas y ser capaces de negociar las condiciones bajo las cuales dichas políticas
pueden ser modificadas.

Tras conocer la escala de Arstein podemos suponer que cuando las instituciones o los
gobiernos aplican mecanismos participativos pueden estar haciendo cosas muy
distintas. Es muy diferente lo que el BID nos explica como su estrategia para promover
la participación ciudadana en las actividades del banco: “Se entiende por participación
el conjunto de procesos mediante los cuales los ciudadanos, a través de los gobiernos o
directamente, ejercen influencia en el proceso de toma de decisión sobre dichas
actividades y objetivos. La participación ciudadana, así entendida, no significa decidir
sino tener la posibilidad de influenciar las decisiones que deberán ser tomadas por las
instancias de autoridad establecidas en cada caso”9; de las experiencias que algunos
gobiernos locales han podido llegar a desarrollar a nivel de poder delegado o control
ciudadano. En este sentido “el gobierno local se ha considerado siempre como el
escenario privilegiado desde el cual pueden desarrollarse experiencias de participación
ciudadana y se ha convertido realmente en el nivel de gobierno donde más se ha
avanzado en esta línea” (Font 2003).

En cualquier caso, y como planteamiento inicial podemos decir que los mecanismos de
participación impulsados por el gobierno son de naturaleza más diversificada y
tecnocrática que las formas de participación de un movimiento social asambleario
abierto como la PDE. Son mecanismos formalizados que poseen algunas de las
características de la racionalidad instrumental y los aspectos gerenciales de la política,
de los que Amelia Valcárcel nos hablaba. Font y Blanco nos lo explican en relación a la
participación ciudadana municipal: “Però potser el més important i també més discutit
d’aquesta definició és el seu component instrumental; és a dir, la idea que la
participació és un instrument per aconseguir alguna cosa, en aquest cas una determinada
política. És possible que a l’hora de participar no sempre ens ho plantegem així, i que
aquest efecte sigui inconscient i indirecte, però la participació té aquesta voluntat
d’influir en la realitat. Cal recordar-ho quan haguem de posar en marxa qualsevol

9 Estrategia para promover la participación ciudadana en las actividades del banco, Documento del BID de 19 de
mayo de 2004.

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20
iniciativa: si no pensem que aquesta ha de poder acabar provocant un impacte, millor
que no comencem” (Font y Blanco 2003: 15).

Para conocer cómo se desenvuelven las mujeres en la consecución de dicho impacto


nos aproximaremos de la mano de Verônica Ferreira a la experiencia de Presupuesto
Participativo de Recife, en el Estado de Pernambuco del Nordeste de Brasil 10, y luego
pasaremos a estudiar la situación de los Consejos de Mujeres en el Estado español.

La experiencia de las mujeres en el Orçamento Participativo de Recife

Desde los años 70 y con variaciones en su estructura, metodología y resultados, muchos


municipios brasileños han implementado el presupuesto participativo. La experiencia de
Porto Alegre, iniciada en 1989 es la de mayor referencia, siendo que hasta el año 2000
se habían desarrollado experiencias en 103 municipios brasileños (Ferreira 2005). Esta
trayectoria ha otorgado un reconocimiento mundial a estos mecanismos de ciudadanía:
“Les experiències brasileres de pressupostos participatius s’estan convertint en un
referent bàsic per a aquells que pensem que no només és desitjable sinó que és factible
generar fórmules de participació que permetin una implicació activa de la ciutadania en
els afers públics, més enllà de l’elecció dels representants polítics cada quatre anys i al
costat de la necessària acció reivindicativa i autònoma dels moviments socials” (Blanco
y Lop, 2004).

La participación de las mujeres en dichos procesos ha sido poco estudiada, tal y como
nos explica Ferreira: “Em que pese a grande quantidade e reconhecida densidade dos
estudos desenvolvidos, poucos são os que se debruçam sobre a participação das
mulheres no Orçamento Participativo ou, ainda, que tomem as relações sociais de
gênero como base para o pensamento e análise da experiência em seus processos e
resultados” (2005)11. La importancia de la mirada de género en este proceso resulta
relevante en tanto que puede permitir incluir en las políticas públicas algunos de los
intereses de las mujeres. Otra discusión sería qué tipo de intereses pueden ser incluidos,
teniendo en cuenta el bajo importe de los recursos sobre el que el Presupuesto
Participativo decide, que según expone Ferreira no acostumbran a ser superiores al 10%
de las inversiones en el municipio (2005). Asimismo, esta investigadora feminista nos
explica que en Recife la ausencia en el proceso de las clases medias y burguesas, acaba
confiriendo al mecanismo un carácter de lucha por los recursos entre la propia
población más pobre: “Como não participam as classes médias e, tampouco, a classe
burguesa, o que há é uma disputa entre pessoas em situação de pobreza sobre
reivindicações locais, em detrimento do processo de debate e definições sobre a cidade
como um todo e políticas públicas mais amplas. Embora crie uma movimentação social
e um processo político significativo no contexto local, o Orçamento Participativo opera
nestes limites. Nesse sentido, não se configura como um espaço político de luta por
redistribuição da riqueza, uma vez que esta não é confrontada no OP” (Ferreira 2005).

10 Verónica Ferrera ha estudiado la participación de las mujeres en el Presupuesto Participativo de la ciudad de


Recife durante el periodo 2001-04, durante la gestión petista del este Ayuntamiento.
11 La propia experiencia de Recife en el tema ha llevado a su ayuntamiento a liderar el proyecto apoyado por la red
Urbal “Orçamento participativo como instrumento de Fortalecimento das mulheres na tomada de decisao”, que tiene
como socios a la Provincia di Trento (Italia), el Ayuntamiento de Terrassa (España), el Municipio de Heredia (Costa
Rica), el Municipio de Montevideo (Uruguay) y el Municipio de Independencia (Perú).

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En Recife el proceso de presupuesto participativo se organiza mediante diversos niveles
de reunión y asamblea, existiendo encuentros y asambleas microrregionales, regionales
y temáticas. A las reuniones regionales asisten los delegados y delegadas escogidos a
nivel microrregional. El Forum temático de la mujeres es el espacio de referencia para
la reflexión sobre las desigualdes de género, y podría considerarse la “habitación propia
de las mujeres”. Sin embargo en el proceso existe escasa comunicación entre forums
temáticos, lo que impide transversalizar los debates, en un contexto en donde la
elección de las prioridades es hecha por la mayoría de los votos En las reuniones
regionales, microrregionales y temáticas la participación de las mujeres es muy alta:
57% de mujeres y 43 % de hombres. Por el contrario en las instancias de representación
como Forums de Delegados-as o en el Conselho de Gestao Democrática las mujeres son
la minoría.

Asimismo, y como en los movimientos sociales estudiados muchas mujeres no hablan:


“Dado ainda mais relevante é o de que 64,3% das participantes nunca haviam
expressados seu pensamento durante as plenárias “(Ferreira 2005). Los hombres
también detentan el poder de la representación y existe la visión de que los hombres
están más capacitados o son más aptos para ello: “Está presente no Orçamento
Participativo a visão de que os homens são mais capacitados ou mais aptos para
ocuparem os espaços de representação. A redução da participação das mulheres como
delegadas – quando são a maioria enquanto participantes das plenárias regionais - nos
permite constatar que as mulheres presentes concedem aos homens sua representação”
(Ferreira 2005).

¿Y por qué sucede esto?. Ferreira lo relaciona con las dificultades que experimentan las
mujeres en su vida cotidiana: “A pesar de serem maioria dos/as participantes nas
plenárias regionais, são muitas as dificuldades para que as mulheres participem do OP,
o que explica em parte, mas não somente, o fato delas estarem presentes nas plenárias
regionais e menos nos espaços de representação do OP, que exigem uma participação
mais sistemática. A pobreza, a desigualdade de poder em relação aos homens, e a carga
de trabalho doméstico e cuidado das crianças aparecem como os principais obstáculos à
participação das mulheres no OP” (2005). Parece que las mujeres de Recife del OP
experimentan problemas similares a los de las mujeres de las movimientos sociales.

En respuesta a estas dificultades y desarrollando una experiencia pionera, la


Coordinadora de la Mujer de Recife ha conseguido el reconocimiento de la existencia
de condiciones genéricas desiguales para la participación, y ha impulsado la creación de
una ludoteca participativa que dispone de juegos y de un equipo especializado de
profesionales, encargados de atender a los niños y niñas, mientras sus madres participan
en reuniones y asambleas “A brinquedoteca é um reconhecimento das condições
desiguais de participação dos sujeitos nos processos do OP e demais processos
participativos da Gestão Municipal. Embora não seja um instrumento de ruptura com a
tradicional divisão sexual do trabalho – uma vez que as mulheres seguem levando
consigo o trabalho doméstico para a vida pública – a brinquedoteca libera tempo das
mulheres para a participação política, o que lhe torna um mecanismo fundamental,
embora revele, por outro lado, a ausência de creches ou sua reduzida cobertura e
limitado horário de funcionamento nas áreas em que vivem as mulheres” (Ferreira
2005). Se trataría de apoyar una ciudadanía activa que reconocería la necesidad de los
trabajos de cuidado más allá del prototipo de ciudadano aislado como individualidad
abstracta.

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Para las mujeres de Recife participar en el OP tiene sentido en sí mismo: “significa uma
ruptura com o confinamento no espaço doméstico, muitas vezes, e o fortalecimento
pessoal (“auto-estima”, na fala das entrevistadas”) aparece como um dos resultados
primeiros e importantes da participação das mulheres no OP. Significa pensar a
participação como parte do processo de construção do sujeito e de ruptura com o
isolamento e a solidão no cotidiano, como um primeiro esforço de transformação do
cotidiano” (Ferreira 2005). En un sentido parecido se expresa el informe sobre el
Programa Presupuesto Participativo y Ciudadanía Activa de las Mujeres de la
Municipalidad de Rosario en Argentina: “La calidad de la participación de las mujeres
y el empoderamiento que fueron logrando, se dio a través de un proceso que acompañó
su inserción en los Presupuestos Participativos de cada Distrito, dando como resultado
el poder formular, sostener y negociar proyectos en las definiciones presupuestarias que
den respuestas a situaciones que afectan y problematizan su vida cotidiana como
mujeres” (2004).

Esta consideración sobre las respuestas a los “problemas de la vida cotidiana de las
mujeres” ha sido también analizada desde los estudios sobre el desarrollo, la acción
gubernamental y la participación femenina. Valdés y Prevoste nos aportan una visión
crítica sobre el tema: “Desde el corazón del sistema económico planetario (Banco
Mundial) surgen llamados a la participación de la sociedad civil, que encomian el
aporte de las ONG como intermediadoras y experimentadoras de bajo costo y el de las
propias organizaciones populares, que permiten hacer más eficiente el gasto social al
recoger mejor sus "necesidades reales" y sus opiniones sobre cómo hacer mejor ciertas
cosas. Los gobiernos también descubren que ciertas oprobiosas carencias de
infraestructura social pueden salvarse más rápidamente con el trabajo de los
interesados. Estas formas de participación, que se aplican en sectores de extrema
pobreza -definidos como "grupos vulnerables"- involucran efectivamente a la gente en
la ejecución y, a veces, en el diseño del plan de trabajo o en la evaluación de éste. Sin
embargo, no tocan las decisiones del Estado ni representan formas de control social
sobre éste” (Valdés y Prevoste 2002: 8).

En este sentido cabe inferir que frente al incentivo de la participación en términos de


partenariado o subsidiarización, los procesos de participación impulsados por los
gobiernos tienen el reto de potenciar el control social de las políticas por parte de las
mujeres. Acompañando en su reflexión a Anabel Sanz del Consejo de Mujeres de
Bilbao, podemos afirmar con ella que: “El empoderamiento de las mujeres pasa, entre
otros aspectos por la participación, pero no toda participación conlleva necesariamente
enmpoderamiento”(2006).

Los Consejos de Mujeres en el Estado español

En el Estado español los espacios impulsados desde la administración y el gobierno


para la interlocución con las mujeres son los llamados Consejos de Mujeres o de
Igualdad. Son instrumentos de participación estables que se podrían englobar en el
grupo de los llamados por Font “mecanismos de consulta a las comunidades”12, cuya

12
Font ha desarrollado una clasificación de mecanismos de participación en cuatro grupos: mecanismos de consulta a
las comunidad (por ej. consejos); mecanismos deliberativos (como encuestas deliberativas o conferencias de
consenso); mecanismos de democracia directa (tipo referéndums o asambleas), y “otros” mecanismos (por ej.
presupuestos participativos), (Font 2002).

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finalidad es formalizar la interlocución y diálogo del Estado con representantes de
grupos o comunidades: “El formato más común en este grupo, aunque con organización
y funcionamiento muy distinto según el país y el caso concreto es el de un consejo o
comisión que cuenta generalmente con algún tipo de representación municipal y con los
representantes de colectivos definidos, sea por intereses sectoriales o por criterio
territorial” (Font 2002).

Los Consejos de Mujeres existentes en el Estado español se componen generalmente de


mujeres representantes del tejido asociativo y sindical, y personas técnicas y políticas
de la administración pública y el Estado. Begoña San José nos explica la existencia de
dos modelos de Consejos, dependiendo de la participación o no de las representantes de
los poderes públicos. Así en el año 2002 nos indicaba que la mayoría de consejos
municipales o autonómicos existentes respondían al modelo de consejos participados o
dirigidos por el Estado, existiendo sólo el Consejo de Cantabria y el de la Comunidad
Auntónoma de Madrid compuestos 100% por mujeres. Asimismo, y desde su
presidencia del Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid, y recogiendo los
debates del II Encuentro de Consejos de la Mujer celebrado en Santander en octubre de
2001 defendía que “sólo desde la autonomía de los gobiernos, los partidos y los
sindicatos –aunque sean representados por Concejalas, Directoras o dirigentes muy
feministas- es posible alcanzar consensos y pactos políticos entre mujeres que permitan
un estadio superior de fuerza, de empoderamiento del conjunto de las mujeres” (San
José 2002b: 8).

Según su reglamento el Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid acepta como


miembros a 1) Asociaciones de Mujeres que deben poseer y acreditar un número
mínimo de 50 afiliadas; 2) Las secciones de mujeres de las demás asociaciones de
carácter social legalmente constituidas que cumplan las siguientes condiciones, y 3) Las
secciones de las mujeres de los sindicatos más representativos. Los órganos de gobierno
del gobierno son: la Asamblea (por número de socias se obtienen delegadas
participantes en ella), que se reúne al menos cada 6 meses; la Comisión Permanente,
compuesta por 11 mujeres: 1 Presidenta (elegida cada dos años por voto delegadas), dos
Vicepresidentas, 1 secretaria ,1 Tesorera y 6 Vocales (al menos 3 vocales de
sindicatos); y diferentes Comisiones de Trabajo.

A diferencia de este modelo de consejo, y según sus bases reguladoras, un consejo


participado como el Consell Nacional de Dones de Catalunya posee como órganos de
gobierno: 1 Presidencia, ejercida por la presidenta del Institut Català de les Dones
(ICD); dos Vicepresidencias, una primera que corresponde a la gerente del ICD y una
segunda escogida por el plenario y perteneciente a alguna de las entidades del Consell;
un Plenario que se reúne de forma ordinaria dos veces al año; y una Comisión
Permanente, que realiza sesiones cada tres meses. El Plenario es el órgano de máxima
representación del Consell, y lo integran: la presidenta y las dos vicepresidentas; dos
mujeres representantes de cada una de las Asambleas Territoriales (órganos
participativos y consultivos del propio Consell Nacional de Dones de Catalunya
extendidos por el territorio catalán); una mujer representante de cada una de las
entidades de mujeres que participan del consejo (coordinadoras y plataformas de
mujeres; entidades y grupos de mujeres; y secciones de mujeres de entidades
profesionales, sindicales, veinales, etc.); y hasta un máximo de 4 mujeres miembras del
personal adscrito al Institut Català de les Dones, con voz pero sin voto.

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Como se puede verificar al comparar sus órganos de gobierno ambos consejos
responden a modelos diferentes de participación, de hecho la definición del Consejo
Catalán es la de ser a su vez un órgano del propio gobierno abierto a la participación
ciudadana: “El Consell Nacional de Dones de Catalunya (en endavant CNDC) és
l'òrgan participatiu i consultiu de l'Institut Català de la Dona (en endavant ICD) que
reuneix les diferents entitats, associacions, grups i consells de dones del territori català
per a aquelles qüestions vinculades al Pla d'actuació del Govern de la Generalitat de
Catalunya en matèria de polítiques de dones en els àmbits polític, econòmic, social i
cultural” (DOGC núm. 4291 - 30/12/2004).

Por el contrario el Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid se crea como


organismo independiente, que posee como función la interlocución con la
administración pública, tal y como se recoge en la ley de su creación: “En la
Consecución de tales fines y, en general, en la elaboración de su política sobre la mujer,
resulta conveniente que la Administración Autonómica madrileña cuente con el
asesoramiento de un órgano de participación como es el Consejo de la Mujer en la
Comunidad e Madrid. Se constituye así este Consejo como entidad de Derecho Público
con personalidad jurídica propia y con vocación de ser cauce de participación de las
mujeres en el desarrollo político, social, laboral, económico y cultural de nuestra
Comunidad”13.

Evidenciar la virtud de un modelo respecto a otro puede ser difícil, teniendo en cuenta
sus diferentes potencialidades. Por un lado, y reafirmando la voluntad de autonomía que
reclamaba San José, un consejo autónomo pueden llegar a enfrentar dificultades para
conseguir el reconocimiento de la representación por parte del poder público. San José
exponía en 2002: “La composición 100% por ONG’s, representa la máxima autonomía
en la formación de voluntad y de consenso para la unidad de acción de las asociaciones
coordinadas, pero tiene el riesgo de no garantizar la interlocución con el poder” (2002
a: 76). Un ejemplo de este riesgo es la situación denunciada en comunicado de prensa
por el propio Consejo de la Comunidad el pasado marzo de 2006 en relación a la ley de
igualdad: “El Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid ha solicitado de manera
reiterada a la Secretaría de Políticas de Igualdad, desde que se dio a conocer la
iniciativa de elaborar una Ley de Igualdad y la creación de un Consejo Estatal de la
Mujer, la participación, por un lado, en el proceso de debate previo del Anteproyecto de
Ley y, por otro, el texto que se estaba facilitando a otros agentes sociales, para poder,
desde los organismos de igualdad que representamos a las organizaciones de mujeres,
analizarlo y hacer propuestas a esta Ley.”14.

Asimismo, y teniendo en cuenta la conformación de los consejos de la mujer


participados por el Estado, y si bien puede verificarse una capacidad más directa de
interlocución, también puede producirse una excesiva dependencia de la dirección
gubernamental con agendas políticas muy definidas, y una debilidad asociativa por la
multiplicidad, fragmentación y los diferentes ritmos del tejido organizativo de las
mujeres.15

13
Ley 3/1993 de 2 de abril , Ley de creación del Consejo de la Mujer en la Comunidad de Madrid.
14
Comunicado de prensa del Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid del 2 de marzo de 2006: “El Consejo
de la Mujer de la CAM manifiesta su indignación al Ministro de Trabajo por dejarles fuera en este tema
fundamental”
15
En relación a la representatividad y la participación de las organizaciones de mujeres, el Consell catalán contaba en
su primera sesión del año 2004 con un total de 204 asociaciónes - 264 en la actualidad- habiendo aumentado su nº de
participantes aceptando la entrada de todos los colectivos femeninos constituidos formalmente como asociaciones sin

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Participación ciudadana de las mujeres y gobernabilidad democrática

De una forma general, podríamos afirmar que los Consejos, sean participados o cien por
ciento autónomos, son mecanismos que buscan potenciar la democracia participativa,
mejorando los sistemas de implementación de políticas y la gestión pública del Estado.
Desde esta consideración Soraya M. Vargas16 nos expone en su estudio sobre Foros
participativos y gobernabilidad la existencia de dos visiones respecto al buen
funcionamiento de dichas instancias.

Por una parte nos explica la existencia de una perspectiva escéptica17 respecto al buen
funcionamiento de los mecanismos, debida a la desconfianza sobre la legitimidad de los
y las participantes, y la constatación de que en dichos foros los procesos políticos
pueden acabar siendo poco democráticos. “El diseño institucional de los Foros, por un
lado, no garantizaría un acceso universal a la participación, quedando esta restringida a
algunos ciudadanos participando directamente o a través de sus representantes. Por otro
lado, permite que el proceso político de los Foros sea dominado por gestores o por
grupos políticos con más recursos de poder.” (Vargas 2006: 17).

Es decir, estos autores y autoras estarían contraponiendo la visión democrática de la


representación versus el acceso no universal al sistema de la participación. Siguiendo
este razonamiento y aplicándolo al caso de los Consejos de Mujeres, la no universalidad
del mecanismo –independientemente de que el modelo sea participado o no- dejaría
fuera de los consejos a las mujeres con menos capacidad de influencia social,
constituyendo por ello un mecanismo “poco democrático”. El Consejo de las Mujeres
sería el consejo de algunas mujeres, que en su práctica de interlocución con el Estado se
erigirían en representantes de lo que además es un sujeto imposible, el sujeto mujer,
invisible, generizado y abstracto, ocultando la defensa de intereses corporativos en el
seno de los propios movimientos sociales, en este caso el asociativismo de las mujeres.
San José nos resaltaba: “la unidad de acción de las asociaciones coordinadas” (2002 a:
76), esta “unidad de acción” fruto del consenso, no obstante, comportaría también unas
ausencias y una agenda de priorización de intereses de las propias mujeres y
asociaciones participantes del consejo, respecto a los de aquellas mujeres no
organizadas o que no forman parte de dicho consejo.

Frente a una crítica de este tipo, Vargas también nos aporta la perspectiva de analistas
que en defensa de los consejos argumentan a favor de estos mecanismos su potencial

tener en cuenta el numero de socias, ni la anteriormente requerida antigüedad de dos años. Según el reglamento, la
representación en el Plenario es de 1 mujer por asociación participante, los acuerdos se adoptan por consenso, y sólo
en caso de no poder darse dicho consenso se procede a votar, de forma que a cada miembro del plenario le
corresponde 1 voto. Esta participación se equilibra en la composición de la Comisión Permanente, en la que además
de la Presidencia, sólo tienen representación las federaciones y redes de mujeres; las representantes de las centrales
sindicales más importantes; las cordinadoras de las comisiones temáticas; y dos representes de cada una de las
asambleas territoriales. Asimismo, el Consell prioriza una cierta descentralización mediante la creación de las
Asambleas Territoriales que como órganos del propio consejo reproducen en su interior la formación del Consell con
participación de redes, asociaciones, representantes sindicales, 1 representante del ICD, e incluso mujeres no
asociadas, aunque éstas últimas sin derecho a voto.
16
Soraya M.Vargas es profesora en la Universidad Federal do Rio Grande do Sul en Brasil, y especialista en
procesos participativos de la gestión pública. En Brasil la existencia de consejos participativos está muy desarrollada,
así en 2001 se contabilizan 22.828 consejos municipales organizados en las áreas de salud, asistencia social,
educación, derechos de la niñez y del adolescente, trabajo y empleo, turismo y cultura. En las áreas de salud y de
asistencia social estaban organizados en un 98 y un 93% de los municipios, respectivamente (Vargas 2006,1).
17
La perspectiva escéptica sería defendida por :Fiorina, Morris P.:1999; Skocpol, Theda: 1999; y Pinto, Celi Regina
Jardim.: 2004.

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democratizante18. Los consejos favorecerían la expresión de los intereses generales
representados por los movimientos sociales y por las asociaciones de la sociedad civil,
diferentes a los de los grupos corporativos que detentan el poder. En relación a los
Consejos de Mujeres esta argumentación significaría cualificar al movimiento
organizado de mujeres como interlocutor de la propia gestión gubernamental, a través
de sus prácticas de ciudadanía activa y sistemas de control social ciudadano. Es decir,
se autorizaría a los movimientos sociales en su papel privilegiado de constructores de lo
público como activos democratizantes de la gestión por parte del Estado. En una
perspectiva similar es que San José en 2004 nos propone y defiende la creación del
Consejo Estatal de la Mujer de España, que con carácter representativo de las
asociaciones de mujeres, plural y elegido de abajo a arriba, potencie “el diálogo civil
entre los poderes públicos y las asociaciones que dan cuerpo a los movimientos
sociales” (San José 2004: 9).19

Asimismo, existen otros autores y autoras cuyas tesis de defensa de los foros se
articulan en torno a considerar que lo positivo de dichos mecanismos, más que la
defensa de intereses generales, es justamente favorecer una “representación
neocorporativa de intereses” (Vargas 2006: 17). Es decir se trata de que los grupos que
defienden determinados intereses tengan un espacio para presentar y defender sus
demandas, independientemente de que sean representativos de una mayoría, y sin que
su objetivo sea el de promover o verificar una participación directa de todas o todos los
ciudadanos. Extendiendo esta argumentación al caso de los Consejos de Mujeres cabría
valorar positivamente al mecanismo en tanto que posibilitaría la negociación con el
Estado de los intereses sociales “tematizados” de los sujetos políticos organizados en
redes de mujeres, intereses que han estado discriminados y excluidos largo tiempo de
los procesos de decisión de las políticas públicas.

Ya sean representantes de intereses generales o particulares, los Consejos de Mujeres


serían potenciadores del buen gobierno, entendiendo este último como una
gobernabilidad -capacidad gerencial, eficacia y promoción del desarrollo sustentable
por parte de los gobiernos- en donde se intensificarían los formatos de gestión pública
basados en la participación de los sociedad civil. Los Consejos de Mujeres confirmarían
este buen gobierno verificando su actuación en los procesos de decisión, seguimiento, e
implementación de las políticas públicas.

Sin embargo, en la actualidad las prácticas de ciudadanía activa de las organizaciones


de mujeres y del movimiento feminista no siempre se vinculan a través de estos
mecanismos. Ya sea por su falta de existencia, efectividad o por no adecuarse en su
funcionamiento a las propias prácticas o necesidades de los movimientos, las mujeres
establecen otros espacios públicos de interlocución con el Estado, que les permiten
desarrollar su participación ciudadana. Un ejemplo de ello lo encontramos en el
Manifiesto suscrito por mujeres feministas y publicado en prensa por la corriente “Las

18
La perspectiva optimista en relación a los consejos sería defendida por Azevedo, Sérgio y Abranches, Mónica:
2002; Boschi, Renato: 1999; Costa, Sergio:1997; Evans, Peter: 2003; Fung, Archon y Wright, Erik: 2001; Jacobi,
2002; Santos, Maria Helena: 2001; Sousa Santos, Bonaventura, y Avritzer, Leonardo:2002; Schneider ,Aaroon y
Goldfrank Ben: 2002
19
En las conclusiones de la Jornada de asociaciones de mujeres sobre el anteproyecto de ley de igualdad del 22 de
abril de 2006 se produjo un debate sobre la composición del Consejo Estatal de las Mujeres “Se coincidió en que
debe estar formado por una amplia representación del movimiento asociativo de mujeres y se discutió sobre si
debería estar formado 100% por representantes de las Asociaciones de Mujeres o tener una composición mixta
(Gobierno y Asociaciones). En este punto no se llego a un acuerdo unánime” (2006).

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27
otras feministas”20, en donde doscientas mujeres expresaban sus preocupaciones
respecto a la intensa actividad legislativa en los asuntos que conciernen a las mujeres
por parte del gobierno español.21

Otra cuestión resaltada por Vargas y que argumentan las perspectivas críticas es el
aumento del número de organizaciones de advocacy que sin miembros y controladas
por profesionales han llegado a coptar en determinados contextos los consejos de
interlocución sociedad civil y Estado (2006: 21).

Esta realidad podría relacionarse con las políticas de mujeres y las diferentes prácticas
de mainstreaming asociadas al conocido como “el dilema pericia-participación” (Walby
2004). Beveridge opondría “el modelo ‘experto-burocrático’ de mainstreaming que
implica principalmente a personas expertas y a especialistas, al modelo ‘participativo
democrático’ que implica a una gama de personas y organizaciones” (Beveridge, citada
por Walby 2004). Asimismo, para Rai: “la responsabilidad de las maquinarias
nacionales en un contexto más amplio que incluye ONGs y grupos de mujeres se ve
como algo esencial para un funcionamiento efectivo. El mainstreaming de género se
percibe como un proceso por el que a varios actores, que previamente se encontraban
fuera de los ámbitos privilegiados de las políticas, se les da voz en sí. Esta perspectiva
parece ser contraria a la perspectiva de que el mainstreaming de género se hace por los
“actores usuales en las políticas” (Walby 2004).

En relación a los consejos la perspectiva optimista argumentaría a favor de estas policy


networks su capacidad de posibilitar y enriquecer la participación en el espacio público
de las burocracias y las élites democráticas. Asimismo, para Walby y en relación al
mainstreaming, la existencia de las llamadas “comunidades epistémicas” 22 o “redes de
defensa” constituidas por profesionales con pericia y competencia, suponen una
oportunidad para el impulso democrático: “las combinaciones específicas de pericia y
compromiso de valor alimentan las nuevas clases de intervenciones políticas.” (Walby
2004). También cabría comentar la opinión de autores como Lavalle que respecto a la
participación en los consejos de la sociedad civil, nos recordarían la necesidad de
relativizar la “positividad” de la sociedad civil, y la “negatividad” de las instituciones
políticas (Vargas 2006: 23), puesto que la sociedad civil participa muchas veces de las
relaciones de subordinación y reproducción de las estructuras políticas autoritarias.

Siguiendo en su reflexión a Vargas, y a pesar de las visiones más escépticas, podemos


argumentar que la existencia de los Consejos de Mujeres puede favorecer la democracia
y que su éxito se relacionaría con la capacidad resaltada por Sousa Santos como de
transferencia de prácticas e informaciones del nivel social al nivel administrativo (2004:
23), una práctica ya existente y contrastada desde los movimientos sociales de mujeres.

20
Un feminismo que también existe. Se publica en El País el 23.3.2006 .
21
Las mujeres que lo suscriben se definen como mujeres “que impulsan el feminismo desde distintas partes del
Estado español y en ámbitos muy diversos: a través de la actividad sindical, en grupos ecologistas, de defensa de los
derechos de las prostitutas, como juezas, diputadas, concejalas, trabajadoras sociales, periodistas, abogadas de
familia, laborales, mediadoras, técnicas de igualdad, especialistas en temas de violencia, psicólogas, sociólogas,
economistas, profesoras de universidad y de secundaria” (Las Otras feministas, 2006)
22
Recogiendo la definición de Haas, Walby nos define una comunidad epistémica como: “una red de profesionales
con pericia y competencia reconocida en un ámbito particular y con un muy elevado nivel de conocimiento sobre las
políticas relevantes al área o ámbito del que se trate ... que tienen (1) un conjunto compartido de creencias normativas
y basadas en principios ... (2) unas creencias causales compartidas, que vienen derivadas de su análisis de las
prácticas que llevan o contribuyen a un conjunto central de problemas en su ámbito ... (3) unas nociones compartidas
de validez ... (4) y una iniciativa de políticas comunes” (Walby 2004).

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En el Estado español esta creatividad de los movimientos y las organizaciones de
mujeres se ha evidenciado en diversas ocasiones mediante aportes y prácticas que se
han transferido con éxito a la gestión pública. Informaciones como la de que el cuidado
de la vida humana “no es una responsabilidad exclusiva de las mujeres, sino un asunto
social y político de primer orden que exige un compromiso de toda la sociedad”
(Carrasco 2005: 211); o prácticas como las redes y protocolos contra la violencia de
género que cuando no se tecnifican “constituyen una forma de crear y desarrollar
derechos para las mujeres” (Bodelón 2005: 166), serían un buen ejemplo de ello.

En este sentido cabe concluir que los Consejos de Mujeres podrán favorecer la
democratización de la gestión pública en tanto se constituyan como mecanismos
potenciadores de la capacidad de transformación social de las mujeres organizadas, y su
actuación garantice el fortalecimiento de la múltiples prácticas de ciudadanía activa que
las mujeres desarrollan.

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Recapitulando a la búsqueda de conclusiones

Sí, tenemos armas. Tenemos manos para pelear


y pies para escapar cuando nos disparan.
Mujer boliviana del Mercado de Munaypata

A lo largo de este trabajo he pretendido reflexionar en torno al concepto de política y


ciudadanía. Una política entendida como la actividad de gobierno de la vida que tiene
lugar en los múltiples espacios y relaciones que habitamos en nuestra cotidianidad, y
que articula nuestra dimensión vital más allá de la falsa dicotomía público-privado
(ollas y cortes de carreteras profundamente imbricados). Una política entendida también
como ciudadanía activa, en tanto que práctica de transformación social que las mujeres
desarrollan desde los múltiples espacios de resistencia que generan sus redes de
relación. Mujeres como sujetos diversos, y como colectivo cuya categoría se ha
construido históricamente de forma que implica subordinación, y en cuya esencia se ha
reconocido también el poder de una característica agencia vital de sostenimiento de la
vida.

En su hipótesis inicial el estudio parte de la idea de que los cambios sociales que son
necesarios para transformar las relaciones de poder entre hombres y mujeres no pueden
ser dirigidos desde una práctica instrumental de gobierno que priorice una planificación
modelizada de dichos cambios. Los procesos de cambio podrán ser avalados por la
promoción de prácticas procesuales participativas que desde espacios de deliberación
colectiva potencien la negociación de los intereses en conflicto, la creación de redes de
trabajo, y la multiplicación de las experiencias desarrolladas con éxito desde los propios
movimientos de mujeres.

En relación a la sospecha sobre la capacidad y el propio deseo de las mujeres de


desarrollar dicha participación y respondiendo a la pregunta: ¿cómo recuperar el
protagonismo ciudadano en las decisiones políticas?, el estudio realiza una
investigación comparativa entre las experiencias de participación de las mujeres en
diversos procesos de transformación social.

Esta investigación ha permitido concluir que frente a las afirmaciones sobre la baja
participación de las mujeres en los procesos políticos, lo que existe es un efecto de
invisibilización y desvalorización de su participación. Tanto en los procesos de los
movimientos sociales como en los mecanismos mixtos de participación impulsados por
el Estado, las mujeres enfrentan análogas dificultades para verificar su ciudadanía
activa. Las mujeres ocupan los espacios de poder informal, siendo los espacios visibles
de la representación y el discurso ocupados por los hombres. La comúnmente
reconocida falta de pericia de las mujeres para comunicarse y hablar en público,
enmascara una restricción de tipo social al desempeño de la función política por parte
de las mujeres. Se trata del mito del desinterés y la incapacidad de las mujeres que se
repite: “Los detractores de la democracia participativa, del derecho a la interlocución de
las organizaciones de mujeres, usan el mismo argumento que en su día sirvió para
negarnos el voto o la paridad en la representación: que las mujeres no estamos ni
preparadas ni interesadas para participar en la política” (San José 2005, 49). En este
sentido las estrategias para garantizar la participación ciudadana de las mujeres no
dependerían tanto de la promoción de estas habilidades, de que las mujeres “aprendan a
hablar" - en la escala de Arnstein sería una no participación: las mujeres son “educadas

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a hablar”-; sino de una valorización de las competencias políticas que las mujeres
detentan. Asimismo, son necesarias medidas que disminuyan su carga de trabajo y
viabilizen el tiempo de la participación mediante cambios en la división sexual del
trabajo. Entretanto dichos cambios llegan, la experiencia de la ludoteca participativa de
Recife se constituye en un instrumento efectivo viabilizador de la participación de las
mujeres.

Por otro lado, si bien parece ser que en varios casos la lucha colectiva de los
Movimientos Sociales se ha convertido en “el puntapié para revisar las relaciones de
poder dentro del hogar, en el barrio, en la organización“ (Cross y Partenio 2005); no
resulta tan evidente que en los mecanismos de participación potenciados por las
instituciones de gobierno pase lo mismo. Tal y como Ferreira se pregunta en su
investigación sobre la ciudad de Recife, ¿las mujeres amplían su actuación política en
otros espacios o pasan a tener en el Presupuesto Participativo su único espacio de
participación?, es decir ¿el Presupuesto Participativo potencia la participación de las
mujeres o limita su participación en otros espacios públicos? (2005).

En el caso de los Consejos de Mujeres en el Estado español, podemos concluir que


estas instancias serán mecanismos potenciadores de la participación si consiguen ayudar
a que las informaciones y prácticas de las organizaciones de mujeres y del movimiento
feminista se transfieran con éxito al nivel administrativo y de gobierno. Unas prácticas
que como en el caso de los protocolos contra la violencia de género, o de las
informaciones sobre la constatación de que el cuidado de la vida humana es un asunto
social y político, ya han sido traspasadas al nivel de gobierno desde las propias
prácticas transformadoras de las redes de mujeres.

Por el contrario y cuando la participación pierde este componente transformador cabe


albergar la fundada sospecha de que la participación de las mujeres en los procesos
impulsados por el gobierno tenga como efecto directo o indirecto potenciar e
instrumentalizar aún más su rol tradicional de intermediadoras entre la acción del
Estado y las necesidades familiares, lo que como nos explicaban Valdés y Prevoste:
“constituye un refuerzo a una identidad no autónoma que ya poseen las mujeres por
socialización y que condiciona negativamente la identidad ciudadana”(2000,14).

En este contexto el atributo de la indiferenciación, la condición de idénticas de Amorós,


nos violenta desde lo simbólico, configurando la propia percepción que las mujeres
tienen sobre su participación en el gobierno de la ciudad. “És més la formigueta que va
fent, formigueta, formigueta; i que no te dónes conte i formigueta a formigueta ja t’ha
fet una muntanya, no?” (Alfama y Miró 2004, 64). De forma paradójica, las mujeres
expresan tener conocimiento de su propio poder. Cambiar esta realidad no nos es ajeno
ni depende de otros, las situaciones de tranformación social estudiadas ayudan a
desvelar la potencia que poseemos para hacerlo.

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