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VICENTE ROCAFUERTE
Pensamiento y práctica política
Secretaría Nacional
de Gestión de la Política
Dirección de Análisis Político
Edición Especial
OSWALDO GARCÍA
Director de Análisis Político
ALEXIS OVIEDO
Gerente Proyecto de Pensamiento Político
ISBN:
Presentación ...................................................................................................... 5
Viviana Bonilla Salcedo
PRELIMINAR
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actuar con mano dura e incluso con autoritarismo, para sofocar a cier-
tos sediciosos e imponer la tranquilidad en el bisoño Ecuador, llegando
a afirmar que “en este país de insensatos hay que gobernar a latigazos”.
Fue un controvertible personaje durante la primera mitad del
siglo diecinueve y un hombre complejo, cuya actividad y opiniones fue-
ron cambiando con el tiempo y sus múltiples funciones en la admi-
nistración estatal. Así, inicialmente se manifestó como partidario de
la Constitución española, convencido de que el territorio americano
lograría su autonomía dentro del Imperio español; sin embargo, en
1821, se decidió completamente a favor de la independencia. De igual
manera, Rocafuerte se inclinó en un principio por el centralismo, aun-
que la experiencia palpada en México lo persuadió de las ventajas del
federalismo. Sólo después de advertir el fracaso de los estados federales
o unitaristas, y ante la realidad de un Ecuador pequeño compuesto de
tres departamentos –Quito, Azuay y Guayaquil–, Rocafuerte se inclinó
nuevamente hacia las formas centralistas para mantener unido al país.2
Fustigado y criticado por muchos, Vicente Rocafuerte pasó a la
historia como uno de los más grandes hombres de Estado ‘civilistas’,
a pesar de sus férreas decisiones que terminaron mermando determi-
nados derechos individuales, pero que en definitiva tenían como fin
ulterior el orden y la paz de la República. Por el bienestar de ella y de
su pueblo, Rocafuerte habría de sacrificarlo todo, menos sus principios,
que de manera incólume se mantuvieron incluso cuando su antecesor,
Juan José Flores, le instaba a proceder contrariamente a lo ideado por
Rocafuerte para construir un país de progreso.
Estas páginas no pretenden ser un análisis detallado sobre el
pensamiento político y social de Vicente Rocafuerte. Tampoco es una
biografía sobre él, ni un ensayo acerca de sus ideas y actividades his-
panoamericanistas. Solamente es un breve estudio que recoge los as-
pectos discursivos de Rocafuerte, los cuales se hallan en sus múltiples
escritos, intentando evidenciar las diversas facetas y la praxis política de
uno de los personajes más importantes de la historia de nuestro país.
Para el efecto se han utilizado algunas de las obras compuestas por
2 Jaime E. Rodríguez Ordóñez, Estudios sobre Vicente Rocafuerte, Guayaquil, Publicaciones del
Archivo Histórico del Guayas, 1975, pp. 3-4.
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Madrid y del argentino José Antonio Miralla; fue uno de los editores
y colaboradores del periódico El Argos;21 defendió ardorosamente la
Constitución de 1812; y polemizó con el recalcitrante apologista del
régimen monárquico español y prestigioso médico, Tomás Romay. Este
apasionado realista, a través de un artículo aparecido en el periódico del
gobierno constitucional cubano bajo el título de Purga Urbem, afirmó
que Cuba será “siempre fiel a la madre patria [pues] ha preferido el más
ilegal y despótico [de los gobiernos] a los héroes que experimentan por
la anarquía las provincias disidentes [de América]”. Romay se queja-
ba que existan quienes, “con mano sacrílega, pretendan arrebatarles la
tranquilidad pública, la recta administración de la justicia y la opulencia
y prosperidad a que somos destinados”. Señalaba que son los “presun-
tuosos, [aquellos que] aspiran a mejorar su sistema de gobierno, [los]
primeros infractores de la Constitución y, [en consecuencia], los que in-
tentan privarnos para siempre de la paz y de la tranquilidad que hemos
gozado exclusivamente por más de veinte años”. Finalmente alertó al
pueblo cubano contra el “delirio de los insensatos”; y concluyó expre-
sando: “Purgadla, ciudadanos guerreros, purgadla –a Cuba– de esos
monstruos advenedizos que descubrió vuestra vigilancia, y acosáis con
el patriotismo más celoso y esforzado: nuestra gratitud no será inferior
a la hospitalidad que habéis merecido […] ¡Plegue al cielo, que jamás se
interrumpan en esta isla –ese orden y esa armonía- [y] que la lápida de
la Constitución sea la égida que la conserve invulnerable!”.22
Rocafuerte le salió al paso con su artículo “Rasgo Imparcial”,
publicado días después, poco antes de que el guayaquileño marche nue-
vamente para España, “a donde iba en cumplimiento de una misión es-
pecial que [a través de José Fernández Madrid] le confiara Bolívar: la de
informarse de las disposiciones en que se hallaban los revolucionarios
generales españoles Rafael Diego Muñoz y Antonio Quiroga con res-
21 Algunos de los artículos publicados en El Argos entre 1820 y 1821 han sido atribuidos a
Rocafuerte por Neptalí Zúñiga en su obra Rocafuerte y la República de Cuba (Colección Ro-
cafuerte, Volumen X, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1947), en razón de su similitud
con otros escritos posteriores de Rocafuerte.
22 Tomás Romay, “Purga Urbem”, en Diario del Gobierno Constitucional, La Habana, 20 de mayo
de 1820, pp. 1-3.
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Luego de retornar a Cuba y con una nueva visión acerca del futuro
americano, Rocafuerte fue comisionado para conseguir apoyo eco-
nómico en los Estados Unidos, con el objeto de detener las aspira-
ciones totalitarias que en México anhelaba construir el militar realista
novohispano Agustín de Iturbide. Acompañado del padre Servando
Teresa de Mier,28 Rocafuerte viajó a Filadelfia en junio de 1821, es-
tableciendo contacto con diversos empresarios y dirigentes políticos
norteamericanos, así como escribiendo varios artículos periodísticos
y tratados políticos sobre la América española. Uno de ellos fue Ideas
necesarias a todo pueblo americano independiente que quiera ser libre, impreso
ese mismo año de 1821 en Filadelfia, y en donde Rocafuerte analizó
la relación entre sociedad y gobierno, así como diversos temas so-
bre el régimen constitucional representativo, la educación pública, la
reforma social, el comercio libre y otros. En el prólogo expresa un
reconocimiento a su ciudad natal, Guayaquil, que meses antes había
declarado su independencia:
Amados paisanos míos: no cabe en mi pecho el vivo gozo que expe-
rimento al saber que tremola ya el glorioso estandarte de la indepen-
dencia sobre las risueñas márgenes del caudaloso Guayaquil. Permi-
tidme que desde esta capital de Pensilvania os envíe mi más expresivo
parabién, acompañado de los ardientes votos que dirijo al cielo por la
felicidad de mi patria.29
Y recoge algunos párrafos de la Declaración de Independencia
de los Estados Unidos, debiendo haberle impresionado mucho aquellas
partes que señalan: “Todos los hombres han nacido iguales. Dios les ha
concedido derechos imprescriptibles e inajenables, y estos son: el dere-
28 José Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra (1763-1827) fue un sacerdote dominico,
y escritor de numerosos tratados sobre filosofía política en el contexto de la independencia
de México. Diputado ante las Cortes de Cádiz; y posteriormente diputado en el primer
congreso mejicano por el estado de Nuevo León, y en el segundo Congreso Constituyente.
29 Vicente Rocafuerte, “Ideas necesarias a todo pueblo americano independiente que quiera
ser libre” (Filadelfia, D. Huntington, 1821), en Neptalí Zúñiga, Rocafuerte y la Democracia
de Estados Unidos de Norte América, Colección Rocafuerte, Vol. III, Quito, Talleres Gráficos
Nacionales, 1947, p. 5.
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Y prosigue:
Muchos europeos se han arraigado en sus antiguas preocupaciones
del servilismo; porque sólo han fijado la vista en esos tigres revolu-
cionarios, que salpicados de sangre allanaron el camino de la tiranía,
estableciendo esas ridículas combinaciones políticas de Convención
y Directorio, que acabaron de destrozar la Francia, y la ataron al
carro triunfal del despotismo de Bonaparte. Este hombre extraor-
dinario, hijo, se puede decir, de la revolución, pudo haberla termi-
nado gloriosamente, dando una constitución liberal a la Francia;
pero incapaz de imitar el inmortal ejemplo del gran Washington, se
entregó al genio de la guerra, y sólo aspiró a conquistar la Europa
para esclavizarla.
En contra del absolutismo y la monarquía totalitaria, e incluso
de las monarquías constitucionales, Rocafuerte se muestra partidario
de las instituciones y del poder que de ellas emanan, así como de la ca-
pacidad que un pueblo tiene para adaptarse a ellas, cuando afirma que:
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ROCAFUERTE: DE REPUBLICANO A FEDERALISTA
Luego de permanecer en Venezuela entre noviembre y diciembre de
1823, y fracasado el empeño de organizar un proyecto para conseguir la
independencia cubana, Rocafuerte retornó a México en enero de 1824
con la intención de regresar a Guayaquil a atender sus asuntos persona-
les. Sin embargo, al poco tiempo recibió la misión de viajar a Inglaterra
como Secretario de la Legación Diplomática mexicana para coadyuvar
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47 Cfr. Vicente Rocafuerte, “Cuaderno que contiene el préstamo hecho a Colombia” y “Ex-
posición de las razones que determinaron a Don Vicente Rocafuerte, Encargado de Ne-
gocios de los Estados Unidos Mejicanos cerca de S.M.B., a prestar a la República de Co-
lombia la suma de £ 63.000, en febrero de 1826”, en Neptalí Zúñiga, Rocafuerte y la Gran
Colombia, Colección Rocafuerte, Vol. VI, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1947.
48 Rodríguez, op. cit. (2010), p. 100.
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ROCAFUERTE Y LAS DOCTRINAS PENALES
El tema de la situación carcelaria y las reformas penitenciarias susci-
taron el interés de Rocafuerte durante su viaje a los Estados Unidos
a principios de la década de 1820, y “un nuevo sistema correccional
diseñado para rehabilitar, en lugar de solo castigar, despertó su curio-
sidad”. Durante su estancia en Norte América, Rocafuerte observó
una serie de programas en las cárceles de aquel país, cuyo fin ulterior
se orientaba a proporcionar a los presos habilidades laborales. Pensó
así, que aquellos métodos podrían resultar válidos para los reclusos
confinados en las cárceles de la América española, permitiendo reha-
bilitarlos.50
Las posteriores observaciones del sistema carcelario británico
–impulsadas por varios reformadores sociales- durante su residencia en
Londres, le confirmaron a Rocafuerte la necesidad de impulsar cambios
esenciales en los mecanismos de purga de penas de los reos detenidos
en los presidios americanos. Unas primeras reflexiones aparecieron pu-
49 [S/a], “Ventajas del Sistema Republicano Representativo, Popular, Federal”, en Neptalí
Zúñiga, Rocafuerte y las Ideas Políticas de México, Colección Rocafuerte, Vol. VIII, Quito,
Talleres Gráficos Nacionales, 1947, pp. 5-6.
50 Rodríguez, op. cit. (2010), p. 109.
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LA TOLERANCIA RELIGIOSA
Luego de la gran acogida que tuviese su ensayo sobre las prisiones,
Rocafuerte se propuso escribir sobre el polémico tema de la tolerancia
religiosa, y cuyo texto final apareció publicado en marzo de 1831. En
él, Rocafuerte sostiene que el sistema de gobierno constitucional liberal
de México debía ser modificado para permitir la tolerancia religiosa, ya
que la Constitución de 1824 no lo permitía. Rocafuerte argumenta:
Que la libertad política, la libertad religiosa y la libertad mercantil
son los tres elementos de la moderna civilización, y forman la base
de la columna que sostiene al genio de la gloria nacional, bajo cu-
yos auspicios gozan los pueblos de paz, virtud, industria, comercio y
prosperidad.56
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Y continuó:
Ninguno de los actuales señores Ministros tuvo bastante energía de
alma para declararse desde el principio, por la causa de la indepen-
dencia, para abandonar las comodidades de su casa, y alistarse bajo
las gloriosas banderas de Hidalgo y de Morelos, como lo hicieron
los beneméritos Bravos, Terranes, Muzquiz, Rayones, etc. Todos se
adhirieron más o menos, a la causa del déspota Fernando VII, todos
fueron independientes de segunda época, de allí viene el empeño que
han manifestado este año en celebrar pomposamente la entrada en
México del ejército trigarante;64 ese es el origen de los esfuerzos que
hacen para obscurecer la primera época, echando cierto desfavor so-
bre los primitivos fundadores del sistema de independencia.65
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DE NUEVO EN SU PATRIA
No bien llegó a Guayaquil, Rocafuerte comenzó a hacerse cargo de
sus asuntos personales, los cuales había descuidado por algunos años.
Tenía cerca de cincuenta años. Personalmente “era frugal, antialcohó-
lico, vestía de manera simple pero elegante, no gustaba de la literatura
ni la poesía, admiraba las virtudes de la antigüedad y sus hermosísimos
ejemplos. Buscaba siempre la compañía de personas notables, aristó-
cratas del saber o por sus costumbres, pues él mismo se sentía un ame-
ricano libre e independiente. Tenía estilo, plantaje, valor, fondos eco-
nómicos, conocimientos del mundo, dominaba algunos idiomas, era
muy ilustrado y hábil en relaciones humanas, y había dado muestras de
talento diplomático”;68 y entre todo ello se entremezclaban sus sueños
de justicia, libertad y progreso.
67 Luis Robalino Dávila, Orígenes del Ecuador de Hoy. Rocafuerte, Quito, Talleres Gráficos Na-
cionales, 1964, pp. 24-26.
68 Pérez, op. cit., p. 317.
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reelecto Presidente por tercera ocasión con apenas dos votos en contra:
el del diputado José Fernández Salvador, que votó por Olmedo, y el de
José María Santistevan, que votó por Rocafuerte, quien para esa fecha
ya se había retirado de la Convención hacia Guayaquil, donde de nuevo
reflexionará sobre la Carta aprobada:
La nueva Constitución de Quito ha rechazado la libertad de culto; ha
aniquilado la libertad de imprenta; no admite la institución de jurados;
poco atiende a las guardias nacionales, porque el General Flores las
detesta, y sólo se ocupa de sus genízaros; se han abolido los concejos
municipales;89 el comercio está obstruido, con el régimen de mono-
polios y con los vecinos, por cuya razón los variados y ricos frutos del
Ecuador se hallan casi excluidos de los mercados del Perú y la Nueva
Granada. ¿Qué elemento de libertad queda a este infeliz país? ¿Cómo
pueden defenderse el pueblo contra la tiranía de sus mandatarios? Su
tirano Ejecutivo acaba de arrebatarle su derecho de petición; ni respi-
rar, ni hablar, ni escribir puede. ¿Y no es la mayor tiranía haber atado
constitucionalmente de pies y manos al infeliz Ecuador, y haberle
entregado indefenso a las garras de los lobos venezolanos?
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Y continúa:
¿No es el colmo de la ignominia haber cambiado el yugo colonial
de los españoles, por otro yugo colonial aún más ominoso y degra-
dante, cual es el del traidor General Flores, y de los aventureros de
Venezuela? ¡Qué tormento! ¡Qué desesperación para los patriotas del
Ecuador, los primogénitos de la independencia, ver frustradas sus
95 Ibídem, p. 280.
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96 Vicente Rocafuerte, “A la Nación”, op. cit., pp. 76-78.
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Terán, Quito, 9 de noviembre de 1846 (Impreso suelto).
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Quito, 31 de enero de 1839 (reimpresa en la imprenta de José F.
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__________________, Protesta de Rocafuerte, Imprenta de la viuda
de Vivero, Guayaquil, 5 de abril de 1843 (Hoja volante).
__________________, Rasgo Imparcial. Breves observaciones al papel
que ha publicado el Dr. Dn. Tomás Romay en el Diario de Gobierno de La
Habana de 20 de mayo de 1820, La Habana, Imprenta de Dn. Pedro
Nolasco Palmer e Hijo, 1820.
Romay, Tomás, “Purga Urbem”, en Diario del Gobierno Constitucional,
La Habana, 20 de mayo de 1820.
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Autobiografía de Vicente Rocafuerte102
En el número anterior, yo he probado que en mi protesta no he prodi-
gado insultos gratuitos al General Flores, sino que en fuerza del deber
que me imponía mi carácter de Diputado de la Nación, me vi compe-
lido a decir verdades, que son muy útiles a la prosperidad de mi patria,
y concluí el artículo con las palabras siguientes: “Ellos han sacado por
premio de su usurpación y crímenes, el uno la Presidencia (el General
Flores); el otro la Vicepresidencia (el Dr. Marcos); el tercero la Presi-
dencia de la Sesión Permanente (el Dr. Valdivieso). Ellos forman un
exótico y vergonzoso triunvirato que es el oprobio e ignominia del
Ecuador, pues está presidido, no por un romano, como en Roma, ni
por un ecuatoriano, como debía serlo en el Ecuador, sino por un trai-
dor y ambicioso advenedizo, cuyo pérfido corrompido corazón es un
negro sepulcro de crímenes; triunvirato que es el tormento de los ecua-
torianos, el cáncer de las rentas nacionales; triunvirato, en fin, que opri-
me la independencia nacional y destruye las libertades públicas”.
En este número me propongo responder a la imputación que me
hace el charlatán Dr. Flores cuando dice: “El señor Rocafuerte, a quien le
debe la independencia de su patria, apareció en ella en el año 33”.
El insigne impostor Flores me pone en la dura necesidad de
hablar de mí, y de publicar hechos, que sin esta circunstancia, nunca
hubieran visto la luz pública.
Al entrar en la delicada materia de exponer los servicios que
me han tocado en suerte hacer a la Independencia de la América,
experimento aquella penosa desconfianza, que es natural a todo hom-
bre pundonoroso, cuando se ve precisado a hablar de sí mismo para
102 Tomado de: Autobiografía de Vicente Rocafuerte, “A la Nación”, Parte XI [1844],
en Neptalí Zúñiga, Rocafuerte y Quince Años de Historia de la República del Ecuador,
Colección Rocafuerte, Vol. XIV, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1947, pp. 168-225.
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blo Independiente que quiera ser libre. Este pequeño trabajo, que se dirigió
principalmente a programar en México las ideas republicanas, produjo
entonces el efecto que se esperaba, y estuvo en boga por el atractivo del
título y por la oportunidad de las circunstancias.
México se hallaba entonces dividido en tres partidos: el Iturbi-
dista, el Borbonista y Republicano: los Borbonistas y los Republicanos,
se unieron en contra d los Iturbidistas; entre las notabilidades repu-
blicanas se hallaban mis amigos Ramos, Arispe, La Llave, Santa María
y todos los mexicanos con quienes me había unido en Madrid en el
año 14. Conociendo mi independencia personal en cuanto a medios
de fortuna, y mi entusiasmo por la causa de la libertad americana, me
llamaron con instancia para que les ayudara a sostener el sistema repu-
blicano, y principalmente para que embarcase en el puerto de Tampico
el Regimiento de Zaragoza, que era uno de los capitulados españoles, y
que servía de pretexto a Iturbide para llegar al final objeto de coronar-
se. En público él ostentaba temer mucho las intrigas y perfidias de los
capitulados españoles, y bajo de cuerda se oponía y trabajaba en que
no saliesen de México para asustar a los incautos con este fantasma de
fuerza española; y sobre estas apariencias de amenazas y riesgos en que
se hallaba la naciente Independencia, exigir y ejercer facultades extraor-
dinarias que habían de allanar el camino al trono. Era, pues, de mucha
importancia sacar al regimiento de Zaragoza del territorio mexicano
y trasladarlo a La Habana, para que de allí regresara a la Península.
El Coronel del Regimiento de Zaragoza había recibido del Gobierno
mexicano 30.000 pesos para embarque de su tropa; y por más diligen-
cias que hacía para encontrar un empresario que fletase los buques, no
podía hallarlo, porque los agentes ocultos de Iturbide lo estorbaban
con singular destreza.
Recibí también por ese tiempo en los Estados Unidos, cartas
de mi cuñado el General Gainza, por las que me anunciaba que ha-
biéndose agregado la Presidencia de Guatemala al imperio de México,
y habiéndole nombrado Iturbide, que era entonces Jefe Trigarante, su
Primer Edecán, y le había prometido la Capitanía General de México,
se dirigía a esa ciudad con toda su numerosa familia y esperaba que yo
le hiciera una visita; que la divergencia de nuestras opiniones políticas
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robos que iban a cometer los corsaristas, como sucedió con los corsa-
rios que se armaron en los Estados Unidos con el pabellón de Colom-
bia, los que habiéndose convertidos en piratas, infestaron las Antillas
con tanto gravamen del comercio general, que para destruirlos y pur-
gar esos mares de tan funesta plaga, fue necesario que el Gobierno de
Washington enviase una escuadra mandada por el valiente Comodoro
Porter. El ministro insistió en la ejecución de tan desacertada medida,
y yo volví a representar los graves inconvenientes que de ella resulta-
rían. Mis comunicaciones llegaron a México a tiempo que el Almirante
Elfinstone Flemming, que mandaba en la estación de Jamaica, acababa
de embargar dos corsarios, que por orden del Gobierno de México, se
habían armado en New Orleans. Entonces fue cuando el Ministro de
Guerra abrió los ojos, se penetró de la exactitud de mis observaciones,
y renunció a la ejecución de su proyecto, quedándome a mí la satisfac-
ción de haberle devuelto intactas sus cien patentes de corso. Cito este
hecho, porque los armadores de Jersey, Guernesey y de Alger, al saber
que yo tenía patentes de corso en blanco para distribuirlas, vinieron a
solicitarlas, y hubieran pagado con gusto tres o cuatro mil pesos por
cada una de ellas, de modo que complaciendo al Ministro de la Guerra,
y afectando mucho celo y patriotismo al servicio de México, yo hubiera
ganado 200 a 250 mil pesos. ¡Qué buena cosecha para Flores si hubiera
estado en mi lugar! Mi resistencia salvó el decoro del Gobierno de Mé-
xico, y le evitó para lo sucedido, compromisos de fatales consecuencias.
Napoleón, para llevar a efecto el bloqueo continental, mando confiscar
en los puertos de Europa varios buques y propiedades americanas, y la
Francia al cabo de muchos años, ha tenido que pagar algunos millones
de pesos a los Estados Unidos, por reclamos de daños y perjuicios y
recibidos en aquella fecha.
A fines del año 26 se concluyó el tratado de amistad, comercio
y navegación, que celebró la República de México con la Gran Bretaña:
Mr. Canning que preveía los obstáculos que su aprobación encontraría
en las Cámaras, fue de opinión que yo mismo lo llevase a México. El 23
de diciembre me hizo la propuesta, y al otro día 24 a las tres de la tarde,
ya estaba navegando hacia Veracruz en el bergantín de guerra de S.M.B.
“Caliope”, Capitán Powney. Llegué a México en febrero de 1827, y
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doce jueces que compusieron el Jurado, solo hubo un clérigo, que con-
fesando que no había lugar a que se me condene, tuvo la franqueza de
declarar, que no me daba su voto, por no comprometerse con el resto
del Clero: los demás jurados me absolvieron unánimemente en medio
de los vivas y aplausos de los circunstantes; el pueblo me sacó en triunfo
de la casa consistorial., considerando este suceso como una victoria de
la libertad sobre la tiranía ministerial; con música que quisieron llevar a
mi casa y me negué a estas de demostraciones de júbilo y de felicitación.
Lo imprudente injerencia del gobierno en este asunto, que era pura-
mente político y no religioso, le atrajo un nuevo grado de execración.
Poco tiempo antes de este suceso, había regresado a la república mexi-
cana el general D. Manuel Gómez Pedraza, quien salió de ella volunta-
riamente en 1829, después de los acontecimientos de la acordada. Este
mejicano, dice D. Lorenzo Zavala, creyó que la revolución de Xalapa,
cuyos jefes había proclamado como base de sus operaciones el resta-
blecimiento de la Constitución y leyes, le proporcionaría una acogida
digna de un hombre, cuyo despojo violento de la presidencia había sido
el principal pretexto para la insurrección, y si no tenía la esperanza de
entrar en el ejercicio de un poder a que había sido llamado legalmente
por la elección constitucional que recayó en él, al menos se lisonjeaba
de que el partido que acababa de hacer la reacción y al que debió en
mucha parte su elección, le daría la acogida favorable con que se recibe
a un ciudadano desgraciado, cuando por el triunfo de sus amigos y par-
tidarios puede regresar al seno de su patria y familia. El juicio de Pedra-
za era fundado, considerando el curso natural de los acontecimientos,
sin hacer cuenta a las pasiones y de las injusticias de la ambición. Más él
se equivocó, le negaron el asilo de su patria, y le expulsaron del modo
más inicuo y violento.
Esta injusta y arbitraria expatriación del verdadero represen-
tante de la Constitución y leyes, del Presidente legítimamente consti-
tucional de la República, acabó de descorrer el velo, que aún cubría
las pérfidas intenciones del general Bustamante, quien para derrocar
al anticonstitucional Presidente Guerrero, se había valido del pretexto
de la Constitución y leyes; y cuando llegó el caso de hacerlas revivir,
colocando en su legítimo asiento al general Pedraza, que se hallaba en
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pistolas, los prendió, puso a cada uno de ellos un par de grillos, levantó
el ancla, y los llevó al puerto de Huatulco en el estado de Oajaca. Los
pérfidos Ministros de Bustamante habían ya mandado un batallón a
ese puerto para que recibiera al Presidente Guerrero, y le escoltara de
Huatulcoa Oajaca. Allí le formaron un breve e insignificante sumario,
y muy pronto lo pasaron por las armas. Así como unas gotas de agua
avivan la llama de la ardiente fragua, así avivó este horrible asesinato
político el horror que inspiraba la administración de Bustamante, que
desde entonces se llamó la administración Picaluga. El Fénix de la liber-
tad, los periódicos y diarios de la República se desencadenaron contra
la perfidia de tan execrable gobierno, las revoluciones entraron en ma-
yor actividad, y en la que promovió un Coronel llamado Brazo de Oro,
que fue cogido y fusilado en el pueblo de Chalco, me supusieron cóm-
plice. Los Ministros se figuraron que mi persecución pondría término
a la publicación del Fénix de la libertad, por cuyo motivo me arrestaron y
me llevaron preso a Chalco. –Al otro día de mi arresto, salió un nuevo
número del Fénix, anunciando que el gobierno se había equivocado,
si creía que con la injusta prisión a que había reducido al editor prin-
cipal del Fénix haría callar la opinión pública, que se manifestaba por
ese órgano de la imprenta, que ese periódico estaba apoyando por un
número crecido de escritores y de verdaderos patriotas, y que seguiría
publicándose dos veces a la semana, en lugar de una, y atacando los
actos tiránicos del gobierno con mayor vigor y energía que antes.
Al mes y medio de mi reclusión en Chalco, me pusieron en
libertad, porque no encontraron ni un pretexto siquiera en que fundar
la arbitrariedad, que había dictado el injusto acto de mi prisión. En ese
tiempo el general Santa Ana que se había pronunciado, como el Fénix de
la libertad, por el orden constitucional que representaba el General Pe-
draza, se adelantó con su ejército victorioso hasta las cercanías de Pue-
bla. El general Bustamante había salido de la capital y dejado encargado
del poder ejecutivo al general D. Melchor Musquiz. Mi antiguo amigo
D. Francisco Fagoaga ejerció entonces las funciones de Ministro de Re-
laciones; a más de nuestra antigua amistad, el estaba muy ligado conmi-
go, porque él y un sacerdote de la profesa, el padre Lope, se empeñaron
en que yo escribiese un ensayo sobre cárceles, y llené sus deseos. Este
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ensayo que yo publiqué fue muy bien recibido del público, y también
mereció la aprobación del gobierno, pues mandó reimprimirlo en el re-
gistro oficial. Divisando ya el triunfo de la causa constitucional, repre-
sentada por el General Pedraza, resolví regresar a mi país, y fácilmente
obtuve mi pasaporte para ir a Acapulco, Salí de la capital de México
en compañía de un joven muy interesante, amigo y pariente mío (Don
Pedro Carbo), y en la villa de Iguala tuve la desgracia de encontrar de
comandante de Armas a uno de los muchos bárbaros que manda entre
nosotros, el que sabiendo que yo era el editor responsable del Fénix,
me mandó prender, porque así se le antojó; me hizo poner en una torre
abandonada a los cuatro vientos y me condenó a morir, entregándome
al rigor de la estación y a la carencia de lo más necesario para vivir. Por
más que le hice ver mi pasaporte, que le pedí una audiencia para expli-
carle el caso en que me hallaba, nada quiso oír, se figuró que mi pasa-
porte era fingido, que yo lo había falseado y nadie pudo sacarle de esa
injuriosa preocupación; lo único que conseguí fue enviase a expensas
mías un propio a la Capital, para averiguar la validez de mi pasaporte
y comprobar mi inocencia. Si el propio que trajo la contestación del
Gobierno hubiera tardado dos días más, yo hubiera sucumbido a la
inclemencia de la atmósfera y al rigor del mal trato que me daba una de
esas fieras militares, que tanto deshonran la historia de nuestra época.
En el momento que me vi en libertad, salí volando de ese funesto lugar
para mí y seguí mi viaje a Acapulco. Al llegar al río Mescala oí decir que
en la orilla opuesta había una partida de Pintos, mandada por el Ge-
neral González, que estaba a las órdenes del General en Jefe Álvarez,
que sostenía también la causa constitucional; me creí entre los míos,
me entregué a la alegría de verme ya libre de toda persecución, y lleno
de contento, atravesé el río; pero ¡cuál fue mi sorpresa! Cuando al saltar
en tierra me vi rodeado de 25 negros sin más ropa que un pantalón, y
sin más insignias me arrestaron con la mayor insolencia, y me condu-
jeron preso a la presencia del general González. Este era un espectro
lívido, alto y descarnado, que andaba hecho un harapo, descalzo de pie
y pierna , y con un sable que le colgaba de la cintura;: me llené de rubor
al considerar que tan obscuros defensores tuviera la noble causa de la
libertad, y que a semejante fantasma dieran el título de General; más
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el Dr. D. Pablo Arenas fue una de las víctimas del 10 de agosto, que
mi suegro el señor Calderón, uno de los primeros jefes de la indepen-
dencia, fue cruelmente pasado por las armas por los españoles, que mi
cuñado Abdón, murió heroicamente en la batalla de pichincha; todo lo
que prueba, que mi familia es una de las que más servicios ha hecho a
la causa de la Independencia. Que mi casa, que era una de las más ricas
del Ecuador antes de la revolución, es quizás de las que más ha perdido
en bienes de fortuna, en la transformación del sistema colonial al de la
Independencia. Que en el año 10 fui nombrado alcalde ordinario para
promover las ideas de Independencia. Que en el año 11 fui nombrado
procurador general, aunque no admití el cargo por atender a los nego-
cios de mi casa, a consecuencia de la muerte de mi cuñado el Coman-
dante General de ingenieros D. Luis Rico, que acaeció en este tiempo.
Que en el año 12 fui nombrado Diputado a las Cortes de España por
la provincia de Guayaquil. Que en el año 14 estuve en Madrid, des-
empeñando mis funciones de representante de una parte de América
meridional. Que creyendo de mi deber no besar la mano del rey, me
negué a este acto de humillación, prefiriendo exponerme a sufrir una
dura prisión, como la que sufrió mi amigo y compañero el Dr. Mariano
Rivero, Diputado por Arequipa. Que tanto en México, como en La
Habana, en Inglaterra, en España y en los Estados Unidos, siempre he
sostenido la causa de la Independencia, y he prometido a los progre-
sos de la libertad políticas, religiosa y mercantil, como lo comprueban
las ocho publicaciones que he hecho y son: Ideas necesarias a todo pueblo
independiente que quiera ser libre; Bosquejo ligerísimo de la revolución de
México; Ensayo político; Curso de filosofía moral, extractado de la Biblia para
el uno de las escuelas lancasterianas; Exposición de las razones que determinaron
a D. Vicente Rocafuerte, Encargado de negocios de los estados Unidos Mejicanos,
cerca de S. M. B., a prestar a la república de Colombia la suma de 63.000 libras,
o bien 315.000 pesos en febrero de 1826; Ensayo sobre la tolerancia religiosa;
Ensayo sobre cárceles; Editoriales y varios escritos en el Fénix de la libertad .
Por los últimos de estas publicaciones se viene en conocimiento de que
nunca me he ocupado de versos, de poesías fugitivas, anacreónticas,
elegías, eróticas, etc., y que solo he dirigido mi atención y mis estudios
a los derechos del hombre, a los principios de la sociedad, a la sobe-
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Hereux qui dans le sein de ses dieux domestiques, se dérobe an fracas des
tempetes publiques et dans un doux abri tropant tous les regards cultive les
jardins, les vertus et les arts.
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Este libro se terminó
de imprimir en Octubre de 2014
en los talleres de Editorial Ecuador
Quito - Ecuador