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oficinas en
Caracas: eslabones
perdidos en la
historia de la
arquitectura
corporativa
norteamericana
POR Jorge Villota Peña
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20/03/2018
El presente artículo, octavo de una serie de nueve,
forma parte de una línea de investigación sobre la
modernidad venezolana desarrollada en el área de
Teoría e Historia de la Arquitectura y el Urbanismo de la
Universidad Simón Bolívar. En esta oportunidad, en
conjunto con la Fundación Espacio y con el Archivo
Fotografía Urbana, en el marco del proyecto
CCScity450, se explora la asimilación y consecuente
intensificación de la cultura estadounidense en
Caracas a través de la arquitectura corporativa durante
la modernidad.
Figura 1. Lathrop Douglass, “Rental Office Building”, Caracas,
1954-57.
En enero de 1955 Architectural Forum publicó “US Building
Abroad”, uno de los reportajes más completos publicado por
revista arquitectónica alguna durante la Guerra Fría. Entre los
trabajos presentados había uno que llamaba particularmente la
atención: un edificio de oficinas acristalado, geométricamente
muy bien definido, con fachada reticulada y sutiles gestos
asimétricos, de planta baja libre, acceso lateral y dispuesto
sobre una suerte de plataforma aérea. Era el “Rental Office
Building” diseñado por Lathrop Douglass para arrendatarios
norteamericanos y locales. El edificio tuvo el privilegio de ser
publicado en dicho reportaje, compartiendo escena con los
trabajos de Welton Becket, Albert Mayer & Julian Whittlesey,
Holabird & Root & Burgee, Richard Neutra, Antonin Raymond &
L.L. Rado, S.O.M. (Skidmore, Owings & Merrill), Josep Lluís
Sert, y Edward Durell Stone, entre otros. A diferencia de los
demás trabajos presentados, ya construidos o en proceso de
construcción, el “Rental Office Building” era la única propuesta
aún en proyecto (Fig. 1).
Sin mayores rastros que seguir, poco se supo de la suerte del
“Rental Office Building” hasta hace poco. Se construiría, de
hecho, en la cabecera de la Avenida Urdaneta sacando
provecho de una parcela poco usual. El edificio se erguiría
como una suerte de inmenso mirador para experimentar y
catalizar una modernidad, más que universal, cosmopolita.
Incluso se incorporaría tecnología de punta que no era siquiera
común para la época en sus pares ubicados en suelo
estadounidense. La obra, conocida localmente como Nueva
Caracas y luego como Luz Eléctrica de Venezuela, en realidad
no sería un caso aislado en nuestra ciudad capital. El
desarrollo del sector terciario, vinculado a esquemas
gerenciales importados, tuvo como resultado un nuevo
conjunto de relaciones laborales y urbanas que habrían de
expresarse de manera predominante en edificaciones
corporativas. Al igual que en ciudades como Chicago y Nueva
York, la construcción de edificios de oficinas transformó
definitivamente el perfil de Caracas.
De la premodernidad al zaguán
Figura 2. Dos corporaciones pioneras y una empresa
doméstica. Hendrick de Keyser, compañía neerlandesa de las
Indias Orientales, Ámsterdam, 1606 / Casa Guipuzcoana, La
Guaira, 1736 / Casa Arcaya, Coro, s. XVIII (nótese las oficinas
a ambos lados del zaguán —parte inferior derecha de la
imagen—)
El espacio administrativo o de oficina, así como el de las
corporaciones, no es un tema de reciente factura [1]. Ya en la
antigüedad clásica podían hallarse entidades que llevaban a
cabo negocios bajo el reconocimiento del Derecho Romano,
seguidas durante el medioevo por la propia Iglesia convertida
en una suerte de corporación, y por los propios gobiernos
locales, verbigracia la Liga Hanseática (una “corporación” de
estados del norte de Europa dedicados al comercio). Sin
embargo solo será con la modernidad, a partir del siglo XVI,
que algunos estados europeos recurran al sistema
corporativo stricto sensu para dirigir operaciones durante la
Colonia. Dos casos de interés son la Compañía Neerlandesa
de las Indias Orientales (1602), la primera corporación
multinacional de que se tenga noticia, y la Compañía
Guipuzcoana, operativa en Venezuela entre 1730 y 1785, y
encargada de comerciar con cacao e importar productos
provenientes de España. Incluso, en el caso venezolano,
durante la colonia los espacios administrativos estuvieron
vinculados a la vivienda, específicamente ubicados en el
despacho del dueño de la casa, a ambos lados del zaguán, en
un espacio intersticial entre la calle y la intimidad de la casa
(Fig. 2). En todo caso, como indica Nikolaus Pevsner, dejando
de lado edificaciones puntuales como el Palacio de los Uffizi en
Florencia (1560-81), no habrá una claridad tipológica para el
programa de oficinas sino hasta bien adentrado el siglo XIX [2].
La complejidad moderna: el rascacielos como epítome de
la oficina
En Estados Unidos, aparte del desarrollo del Derecho
Corporativo —con Nueva Jersey y Delaware como pioneros—,
la segunda mitad del siglo antepasado se caracterizó por la
creciente fusión de empresas, con la consecuente formación de
entidades cada vez más grandes. Esta tendencia incluiría a la
industria del acero con Andrew Carnegie; las industrias
eléctricas, con General Electric y Westinghouse; el manejo de
las finanzas y la banca, con J.P. Morgan; y, por supuesto, el
negocio del petróleo con John D. Rockefeller. No era de
extrañarse que a la par vinieran grandes transformaciones en
materia de arquitectura corporativa.
La Revolución Industrial de hecho había traído consigo
cambios de toda índole y de naturaleza holística. Tanto los
nuevos programas como la nueva escala vendrán de la mano
de las innovaciones tecnológicas, que en el caso de las oficinas
implicará el desarrollo del esqueleto estructural de acero en las
edificaciones. En este sentido, el surgimiento de una
arquitectura corporativa, cada vez más especializada, estará
asociado tanto a una creciente presión inmobiliaria sobre los
centros de las grandes ciudades —ya patente desde mediados
del siglo XIX— como a la consecuente e imperiosa necesidad
de crecer en altura —por un principio obvio de mercado
inmobiliario—. La asociación de todos estos aspectos,
azuzados por la incorporación del ascensor y la reconstrucción
que tuvo lugar en Chicago luego del Gran Incendio de 1871,
dará como resultado el surgimiento de un nuevo tipo edilicio: el
rascacielos. Volviendo obsoletas tanto la organización
tradicional como la estructura de los edificios comerciales, el
rascacielos será sinónimo de arquitectura corporativa y de
oficinas en Estados Unidos.
Esta urgencia de construir más alto sería matizada, no
obstante, por el deseo estético de expresar con claridad los
aspectos estructurales y funcionales del edificio. Este deseo de
orden, en medio de una realidad compleja, será alcanzado a
través de un lenguaje rigurosamente analítico, conocido como
la Escuela de Chicago, el cual promoverá una serie de obras
caracterizadas por el empleo del acero, el vidrio y la terracota,
así como por la independencia entre esqueleto estructural y
sistema parietal. La gradual definición de una gramática ad
hoc para rascacielos permitiría el diseño de piezas icónicas
como el Reliance (Burnham & Root, 1889-91 y 1894-95) y el
Carson, Pirie, Scott & Company (Louis Sullivan, 1898-99).
El gusto por el ornamento
En Nueva York, por su parte, los edificios comerciales
comenzarían a florecer a inicios del siglo XX. Rápidamente esta
ciudad eclipsaría en tamaño y conveniencia a su par del medio
oeste; su suelo incluso era mucho más apto para edificar. A
diferencia de los rascacielos de Chicago, en Nueva York se
conseguiría la altura mediante el escalonamiento de la cornisa
(debido al Código de Zonificación y Construcción de 1916, que
garantizaba suficiente ventilación e iluminación en las calles).
Más aún, la sencillez estructural-compositiva de la Escuela de
Chicago, sería ahora substituida por estilos historicistas, con
mayor vistosidad ornamental, como el neogótico en el Edificio
Woolworth de Cass Gilbert (1911-13), el más alto del mundo
hasta 1930. Este gusto por el ornamento venía
paradójicamente de Chicago, en particular de la Exposición
Universal Colombina de 1893, la cual terminaría dirigiendo el
gusto estadounidense hacia una arquitectura fundamentada en
el ornamento, y consecuentemente hacia el eclecticismo y
luego hacia el Art Déco [3].
Las primeras muestras en Caracas
La escala de los rascacielos no llegaría a Venezuela, ni a
finales del siglo XIX ni a comienzos del XX. Solo será en los
años 1940, y concomitante con la apertura e inversión urbana
que la producción petrolera trajo, que Caracas comience a
sentir la ola renovadora de los rascacielos. Ya en Latinoamérica
existía un corto pero significativo despliegue de rascacielos,
tales como el ecléctico Palacio Barolo en Buenos Aires (1919-
23, con veinte pisos, proyecto de Mario Palanti), el edificio más
alto de Sudamérica hasta finales de los años 1920; el Edificio
Martinelli (1922-34, treinta pisos, de Vilmos Fillinger), en estilo
renacentista, la primera edificación vertical en São Paulo, y el
Edificio A Noite en Río de Janeiro (1927-29, veintidós pisos, de
Joseph Gire), de estilo Art Déco, el más alto de Latinoamérica
hasta mediados de la década de 1930.
El lenguaje utilizado en los edificios de oficinas de Caracas, al
igual que sus pares latinoamericanos, se acercará más al
paisaje neoyorquino que a la simplificación de la Escuela de
Chicago. Así, en 1946 se erguía en la Calle de la Factoría, en
ese corredor que siete años más tarde se convertiría en una de
las principales arterias viales de Caracas [4], una edificación en
estilo Art Déco, de siete pisos, simétrica, con un llamativo arco
de doble altura en su entrada. La calle sería a la postre la
Avenida Urdaneta, y la obra, el edificio Phelps. Dos años antes
William Henry Phelps, ornitólogo egresado de Harvard y
empresario asentado en Venezuela desde finales del siglo XIX,
le había encargado al arquitecto neoyorquino Clifford Charles
Wendehack su diseño (también proyectista de las respectivas
edificaciones principales del Caracas Country Club y del Valle
Arriba Golf Club). Amén de la fuente de soda y la farmacia
ubicadas en la planta baja, en el edificio funcionaría el primer
Almacén Americano y la Compañía Consolidada de Petróleo
(Sinclair Venezuelan Oil Company) (Fig. 3). Phelps era
asimismo pionero trayendo al país las máquinas de coser
Singer (competidora norteamericana de la marca alemana
Pfaff); todo formaba parte de un programa de importaciones a
partir del desarrollo de la industria petrolera en Venezuela y
azuzado por las conexiones comerciales con la familia
Rockefeller.
Figura 3. Tres momentos en la evolución del rascacielos
norteamericano: la Escuela de Chicago, el revival neoyorquino
y el Art Déco en Caracas. Burnham & Root, Edificio Reliance,
Chicago, 1889-91 y 1894-95 / Cass Gilbert, Edificio Woolworth,
Nueva York, 1911-13 / Anuncio de Cocinas Americanas en el
Almacén Americano / detalle del anuncio con la imagen del
Edificio Phelps
El Edificio Phepls no era un esfuerzo aislado; formaba parte de
una serie de edificaciones promovidas por inversionistas
privados que se ubicaron en la Avenida Urdaneta. Ahí también
se levantaría el Edificio Karam (1947-49, atribuido a la firma
Graven & Mayger, con el apoyo de la George F. Driscoll
Company of Venezuela C.A., y del ingeniero local Carlos
Eduardo de la Madriz), cuya volumetría y detalles ornamentales
Art Déco hacían eco del Rockefeller Center en Nueva York.
Una serie de bloques de vidrio, embutidos en la acera frente al
edificio, destinados a la iluminación del sótano (donde
funcionaba el cabaret Pasapoga, y donde se dice que Juan
Domingo Perón conoció a Isabelita) le confería un aire seductor
a la noche en el sector.
La imagen corporativa: identidad y tecnología
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial las corporaciones
norteamericanas estaban ansiosas de hacer negocios
alrededor del mundo y la arquitectura estaba lista para
representarlas. El idealismo y pragmatismo norteamericanos
encontrarían en un nuevo lenguaje, el Estilo Internacional, un
suelo fértil para su expresión. Caracterizado por la articulación
equilibrada de volúmenes desprovistos de ornamento, era más
que un estilo stricto sensu. Su consecuencia tectónica directa
era la separación entre el esqueleto estructural y los muros
definidores de espacio, aspecto que si bien había sido una
reivindicación de la Escuela de Chicago, ya no respondía a
necesidades pragmáticas, sino que venía cargado de una
poética: la representación de la imagen corporativa.
Aunque los primeros indicios proyectuales del Estilo
Internacional se hallaban en Europa, solo Estados Unidos
acogerá abiertamente su capacidad constructiva. El primer
edificio de oficinas enmarcado en estos principios será el
Philadelphia Saving Fund Society (1930-32, Howe and Lescaze
Architects) [5], luego vendrá el Edificio Equitable en Portland
(1944-48, Pietro Belluschi), y finalmente dos de los más
significativos íconos estadounidenses: el Lever House de
Gordon Bunshaft (Skidmore, Owings & Merrill, 1950-52), el
primer rascacielos con curtain wall o muro cortina de Nueva
York [6], y el Edificio Seagram (1955-58), el primer rascacielos
de oficinas proyectado por Mies van der Rohe —en conjunto
con Philip Johnson— y su primer trabajo también en Nueva
York.
Las corporaciones norteamericanas habían hallado en el Estilo
Internacional la mejor manera de expresar su identidad:
racional, eficiente, transparente, universal y democrática. Sin
embargo, aún en la década de 1950 no había muchos edificios
de oficina en los Estados Unidos que siguieran los principios
del Estilo Internacional. El propio Seagram había sido
originalmente proyectado en 1954 por la firma Pereira &
Luckman con una gramática Art Déco (solo a última hora sería
adjudicado a Mies).
La imagen en la industria petrolera: corporativa… ¡pero no
mucho!
La industria petrolera tampoco parecía muy ganada a estos
cambios de lenguaje. En 1947, la Standard Oil inaugura su
nueva sede en la ciudad de Nueva York (Carson & Lundin, con
Wallace K. Harrison como Arquitecto Consultor); ese mismo
año comenzaría el proyecto de la sede de la General
Petroleum en Los Angeles (Walter Wurdeman y Welton
Becket), y en 1953 el de la Socony-Vacuum en Nueva York
(Harrison & Abramovitz). Los tres edificios lucían corporativos y
petroleros, pero no mucho; su clara influencia Art Déco los
enmarcaba en una estética de preguerra (Fig. 4).