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Subjetividad, capital y poder

Una aproximación al análisis de dis-posiciones


neoliberales
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
Área Académica de Sociología y Demografía

Este texto fue impreso con recursos del Programa de Fortalecimiento de la


Calidad en Instituciones Educativas. Subjetividad, capital y poder
Subjetividad, capital y poder
Una aproximación al análisis de dis-posiciones
neoliberales

Edgar Noé Blancas Martínez

Compilador

Pachuca de Soto, Hidalgo, México


2017
Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo

Adolfo Pontigo Loyola


Rector

Saúl Agustín Sosa Castelán


Secretario General

Jorge Augusto del Castillo Tovar


Coordinador de la División de Extensión

Edmundo Hernández Hernández


Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades

Fondo Editorial

Alexandro Vizuet Ballesteros


Director de Ediciones y Publicaciones

Juan Marcial Guerrero Rosado


Subdirector de Ediciones y Publicaciones

Primera edición: 2017

© UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO


Abasolo 600, Col. Centro, Pachuca de Soto, Hidalgo, México, CP. 42000
Dirección electrónica: editor@uaeh.edu.mx

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin consentimiento


escrito de la UAEH.

ISBN: 978-607-482-512-1

Hecho en México/Printed in Mexico


Contenido

Introducción 7

1. El neoliberalismo y las razones de la centralidad del


trabajo en México. Una aproximación a su relación a
17
partir del análisis de la Encuesta Mundial de Valores
Carlos Mejía Reyes y José Aurelio Granados Alcantar

2. Subjetividades neoliberales del trabajo. Nuevos


enclasamientos en la Encuesta Nacional de Valores en
49
Juventud y la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012
Edgar Noé Blancas Martínez y Leonardo Ortiz Ortega

3. El régimen de gobierno neoliberal en México


79
Benito León Corona

4. Neoliberalismo, conflictividad socioambiental y luchas


por lo común en México 107
Mina Lorena Navarro

5. El Estado neoliberal-procedimental en América Latina


y su crisis contemporánea 121
Octavio Humberto Moreno Velador

6. El Estado mínimo y el Estado jacobino, una propuesta de


análisis para América Latina 141
Ricardo Gaytán Cortés

7. El endeble tránsito del neoliberalismo: las consecuencias


inesperadas de gobiernos anodinos 167
Adrián Galindo Castro
8. Lo neoliberal: entre la subjetividad, el capital y el
poder. Conclusiones generales 187
Edgar Noé Blancas Martínez

Los autores 197


Introducción
En 2013 publiqué el libro Dis-posiciones neoliberales. Los juegos de la
municipalización en Teacalco y Tonanitla donde me propuse, siguiendo el
pensamiento de Pierre Bourdieu y algunas ideas del proyecto regulacionista,
analizar los procesos de lucha de comunidades en México por la obtención
del estatuto municipal. En aquel entonces, y como sucede ahora, diversas
comunidades del país exigían hacerse de un gobierno propio, es decir,
obtener un ayuntamiento como régimen local. La base de interpretación
partía de considerar que estas comunidades habían subjetivado el discurso
neoliberal que les llevaba a la creencia de que al tener un gobierno propio
lograrían el desarrollo, pues la descentralización hacía suponer amplias
transferencias de recursos públicos, de tal forma que el malestar de sus
espacios sería resuelto con esta conquista donde se pasaría de malos
gobiernos, que los excluyen, a una situación garantizada de obtención y
ejercicio de bienes.
Sin embargo, el resultado del análisis mostró que el proceso de lucha
solo servía como una forma de gestión de su condición precaria, pues aun
obteniendo el estatuto no lograban el desarrollo. La descentralización
instrumentada era tanto una farsa como una tragedia, pues los recursos
y competencias transferidos distaban por mucho de lo que se planteaba
discursivamente. Esto implica que bajo el influjo de un discurso subjetivado
y la práctica neoliberal se lograba, a pesar de los efectos adversos de
las reformas, una autogestión del mismo con tintes de emancipación y
autonomía. El culpable de los males ahora era la misma comunidad ya
con gobierno propio, pero sin posibilidades de desarrollo. Lo que resultó
en sí fue una transferencia de la impopularidad del régimen neoliberal del
centro (gobierno federal, estatal o municipal) a las comunidades a través
de su propio gobierno.
Si bien la lectura que se hizo fue de Bourdieu, la contribución en el
estudio de los procesos de municipalización radicó en evitar cualquier

7
separación o posibilidad de ruptura entre el campo y el habitus, así como
particularizar el estructural constructivismo para una sociedad histórica.
Se propuso la noción de dis-posiciones neoliberales en el entendido de que
no pueden realizarse estudios e interpretaciones del campo bourdiano sin
hacer lo propio con el habitus o a la inversa, tal como en ocasiones suelen
encontrarse algunos estudios. No pueden observarse las subjetividades
sin atender las relaciones de poder en función de las posiciones de los
participantes en un juego, ni mucho menos puede contemplarse el capital
en la sociedad moderna sin relación con las subjetividades y el poder.
De igual manera, el estudio permitió observar en ese entramado de
posiciones y disposiciones que lo neoliberal se escabullía y adentraba
en todas y cada una de las esferas de la vida, pues sin pretender dar
una respuesta a los procesos de lucha municipal (no vinculados a
privatizaciones, desregulaciones o flexibilización laboral) estos eran
genuinamente neoliberales. Lo neoliberal estaba en las posiciones de las
comunidades que determinaban el capital y las relaciones de poder, así
como en las disposiciones que dictaban los procesos de subjetivación y en
relación con intereses del capital y formas de ejercicio de poder.
Debido a lo anterior es pertinente preguntar, dado que la noción de dis-
posiciones neoliberales es una invitación a ello, ¿qué otros procesos de la
cotidianidad están inscritos en lo neoliberal? Entiéndase por cotidianidad
aquello que se aleja de la eventualidad y que por ello siempre guarda algo
de naturalización, de objetivación.
Si las dis-posiciones neoliberales como noción y herramienta de
análisis remiten al entramado de homologías temporales de a) posiciones
objetivas que guardan en la estructura social las comunidades, grupos o
agentes; y de b) esquemas de percepción y apreciación que de acuerdo con
las posibilidades objetivas invitan a la acción, ¿cuál es la especificidad del
ejercicio de un gobierno neoliberal?, ¿cuáles son los trabajos propiamente
neoliberales?, ¿cuándo la práctica de un docente en el aula adquiere carácter
neoliberal? Para responder a estas preguntas habría que internarse en el
estudio de la subjetividad, el poder y el capital; habría que profundizar
en la subjetividad del docente, de los estudiantes y de las poblaciones
gobernadas, así como en las relaciones de poder docente-estudiante o
gobernante-gobernado y en los intereses del capital inscritos.
Lo neoliberal tradicionalmente ha sido referido a partir de las políticas
económicas instrumentadas en los años ochenta y profundizadas más

8
tarde. Privatización de empresas públicas, apertura al comercio exterior,
desregulación económica o contención salarial son solo algunas de ellas.
No obstante, estas políticas son únicamente de ajuste, acotadas al hacer de
un actor gubernamental en la esfera económica, independientemente de su
reproducción social.
La propuesta de dis-posiciones neoliberales, por el contrario, es una
invitación a observar de manera abierta el conjunto de condiciones previas
o producidas, objetivas o subjetivas, en todos los ámbitos de la vida que
llevan a revertir la crisis del capital, donde lo neoliberal se define no solo
por las condiciones mismas, sino por la gestión o gobierno en términos
foucaultianos producidos por estas en poblaciones con arreglo a dicho fin.
Por ejemplo, la gestión de la precariedad del trabajo, del desempleo o de la
pobreza a través del ser emprendedor o la cultura del emprendimiento es
resultado de una producción neoliberal.
Bajo este supuesto, en 2015 el Cuerpo Académico Problemas Sociales
de la Modernidad, perteneciente a la Universidad Autónoma del Estado
de Hidalgo (UAEH), realizó el seminario Subjetividades, Racionalidades
y Prácticas Neoliberales. El objetivo del mismo radicó en reflexionar en
torno a la presencia y producción de lo neoliberal en la cotidianidad; más
allá de pensarlo como políticas con efectos en lo económico; se buscó en
los cuerpos, la familia, la escuela, el trabajo u otros ámbitos. En las sesiones
del seminario se expusieron variados enfoques teóricos y metodológicos
con presencia de ponentes de la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla (BUAP), así como de las áreas académicas de Ciencias Políticas
y de Sociología y Demografía de la UAEH. Este libro es un producto de
dicho seminario.
El objetivo de esta obra es contribuir a un estudio abierto de lo neoliberal
donde sea observado y pensado más allá de la esfera de la acción económica
gubernamental, pues ante todo se produce y reproduce en las acciones
cotidianas de las poblaciones, ya que la estructura social organizada que
guarda nuestras posiciones y disposiciones tiene este ingrediente. No se
trata de presentar un estudio que profundice sobre el enfoque de las dis-
posiciones, sino que únicamente se busca una aproximación a estas según
los ejes que intervienen, ya sea en forma conjunta o particularizada y de
acuerdo con las posibilidades que cada perspectiva epistemológica, teórica
o metodológica le permiten a los autores participantes.
Son tres los ejes en torno a los cuales gira la aproximación al análisis de

9
las dis-posiciones neoliberales. Primero, la subjetividad como disposiciones,
formas de nombrar, percibir y apreciar el mundo que se acotan, para este
caso, en el estudio del trabajo; segundo, el capital como interés primario en
la estructuración de un espacio social conflictivo, trátese del orden estatal,
del trabajo o sencillamente de bienes naturales; y tercero, el poder como
relación social en esa estructura. De tal manera, cada uno de los capítulos
contribuye en mayor o menor medida en la discusión de alguno de los ejes,
sin que ello pierda relación en el conjunto del entramado de dis-posiciones.
No es pretensión de este texto abordar en cada capítulo los tres ejes
de análisis con igual profundidad, ni fue ese el objetivo que se impuso en
el seminario del cual es producto. Y aunque ningún eje está escindido de
una particularidad neoliberal concreta, siempre sobresale alguno según su
abordaje. Inclusive el título del libro solo resalta la subjetividad, el capital
y el poder como principales ejes articuladores, es decir, que la adjetivación
de procesos que aquí se hace, en tanto forma analítica centrada en lo
neoliberal, prescinde del estudio de otros juegos de campos autónomos
que en ellos se inscriben, con excepción del séptimo capítulo donde sí se
advierte del sobredimensionamiento de este tipo de enfoque.
Por lo tanto, el lector no debe buscar la presencia sobresaliente o
ampliamente visibilizada de la subjetividad, el capital y el poder de manera
simultánea en cada uno de los capítulos, pues no los encontrará. Se podría
decir que los títulos reflejan el contenido en sí, tal como el nombre de
esta obra: Subjetividad, capital y poder. Una aproximación al análisis de
dis-posiciones neoliberales, la cual no es una compilación a manera de
hacer caber en una canasta amorfa textos sueltos, sino un conjunto que
discute lo neoliberal de manera abierta desde diferentes aristas, e inclusive
desde varios estilos de redacción, pero siempre con la preocupación de
trascender las interpretaciones comunes. Es por ello que los diferentes
capítulos pudieran resultar, por sentido común, distantes. Trascienden en
sí la normalidad de la comprensión de lo neoliberal al ser el andamiaje
trasgresor la propuesta de dis-posiciones; desde ahí es donde debe leerse
cada una de las partes.
Los capítulos primero y segundo se adentran en el campo del trabajo,
principalmente, pero no de manera exclusiva, desde la subjetividad. En
1995 Rifkin anunció el fin del trabajo, pues el incesante aumento del número
de personas infraempleadas y desempleadas hacía perder la esperanza en
una sociedad donde este fuera el medio de obtener ingresos y repartir el

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poder. No obstante, en el capítulo El neoliberalismo y las razones de la
centralidad del trabajo en México. Una aproximación a su relación a partir
del análisis de la Encuesta Mundial de Valores, Carlos Mejía Reyes y José
Aurelio Granados Alcantar matizan la evaluación de Rifkin demostrando
que el trabajo aún guarda una fuerte centralidad absoluta y relativa en las
sociedades occidentales; al menos en México tiene una segunda posición
en importancia solo después de la familia.
Para lograr su objetivo Mejía y Granados reflexionan primero desde
la sociología, en una forma general, sobre el papel que ha jugado el
trabajo en la conformación de la sociedad moderna, donde se convirtió
en una actividad normativa de los sujetos a quienes habría que atribuirles
esperanzas públicas y hasta expectativas utópicas. Y luego, distinguir la
especificidad de esa centralidad en la sociedad neoliberal actual a partir del
análisis de tres dimensiones: el trabajo como medio generador de riqueza,
como vínculo social y como forma de autorrealización.
Los autores dan cuenta, a partir del análisis de la Encuesta Mundial de
Valores, de que en correspondencia con el neoliberalismo, en su condición
subjetiva, el trabajo guarda en su forma instrumental una centralidad, rasgo
que prioriza el bienestar material a largo y mediano plazos. Señalan que
se verifica “el cálculo instrumental, la individualidad y la actividad como
medio para un fin, no el aprecio a la actividad por sí misma como suponían
las teorías clásicas de los estudios del trabajo, ni tampoco la capacidad de
generación de solidaridad colectiva a través de él”.
En el capítulo Subjetividades neoliberales del trabajo. Nuevos
enclasamientos en la Encuesta Nacional de Valores en Juventud y la
Encuesta Nacional de Micronegocios 2012, Edgar Noé Blancas Martínez
y Leonardo Ortiz Ortega ponen a discusión algunas categorías de Bourdieu
para evaluar qué tanto se conservan las formas tradicionales del trabajo y
se preguntan si en efecto se producen y reproducen nuevas , es decir, que se
enclasa como postulan ciertos análisis. La reorganización productiva y del
trabajo que la crisis del capital requirió a partir de los setenta, y que lleva
en sí formas de flexibilización laboral e incremento de la informalidad,
haría suponer que estas se han subjetivado, de manera tal que se suplanta
en la cotidianidad la clase tradicional de empleado asalariado por la de
empleado empresario y la de emprendedor. Sin embargo, los resultados
de ambas encuestas analizadas muestran que el proceso está en ciernes,
pues solo pequeños sectores de trabajadores llevan consigo, de lo que se

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deriva a partir de sus apreciaciones frente al trabajo, rasgos de un espíritu
emprendedor o de compromiso con los objetivos de la empresa. En
la mayoría de los trabajadores alberga una preferencia por los empleos
seguros y estables.
Como el pensar y hacer el mundo se actualizan con la experiencia, los
autores evalúan si por el contrario las condiciones objetivas actuales de
precariedad laboral conducen a hacer la clase del precariado, una clase
no propuesta por otros sino subjetivada y practicada por sus integrantes
(en otros espacios, como en España, se han visibilizado grupos de
desempleados y trabajadores en condiciones precarias que asumen y
manifiestan su posición), pero el capítulo concluye en que estos elementos
no son suficientes para que ello haga suponer la realización de una clase
como grupo subjetivamente hermanado con propósitos políticos. La
categoría de enclasamiento está limitada a observar posibles clases a partir
de las posiciones objetivamente observadas en la estructura del trabajo.
En el tercer capítulo titulado El régimen de gobierno neoliberal en
México, Benito León Corona adopta el enfoque de la gubernamentalidad
de Michel Foucault para dar cuenta del gobierno de los pobres, este como
estrategia en el nuevo régimen de cuidado de sí mismo que comienza en
los setenta. Aquí el autor se propone mostrar que la atención en términos
del saber y quehacer traducido en políticas públicas no pretende acabar
con la pobreza, sino administrarla. Para ello, primero profundiza en
el enfoque foucaultiano adoptado, colocando especial atención en la
relación de poder-saber y posteriormente se centra en la discusión de los
programas de combate a la pobreza como dispositivos para estructurar un
campo de acciones posible. En una sociedad de gobierno de cuidado de
sí mismo, como la nuestra, los pobres están siendo condicionados para
autogobernarse, es decir, autorresponsabilizarse de los efectos adversos de
su participación en el mercado.
Señala León Corona que el objetivo de su capítulo es responder a la
pregunta ¿qué es el gobierno y cómo se ejerce para configurar esto que
llamamos neoliberalismo?, pues tratándose el mercado como locus de las
relaciones sociales y políticas actuales es necesario dar cuenta del viraje
sustantivo del nuevo régimen. Para el autor el neoliberalismo ha implicado
una modificación de la posición gubernamental, pues se sustituye la otrora
intervención directa en la gestión de las necesidades a una modalidad de
cuidado de sí mismo, donde la labor del gobierno es producir y gobernar

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ciudadanos libres, capaces de gestionar sus necesidades.
Mina Lorena Navarro, en el capítulo Neoliberalismo, conflictividad
socioambiental y luchas por lo común en México, analiza y nos pone
en alerta acerca de la nueva mercantilización de los bienes naturales. Si
bien Karl Marx en el apartado La llamada acumulación originaria de su
obra El Capital ya había mostrado la contribución de este proceso para la
reproducción de bienes, la autora ahora se propone actualizarlo frente a
la crisis de los setenta, que encuentra en la explotación de estos recursos
un espacio para la acumulación. De ello trata el neoliberalismo y en él
encuentran su explicación los recientes conflictos socioambientales. Es
así como la autora primero presenta en el capítulo algunas claves teóricas
y analíticas para comprender e interpretar los conflictos; posteriormente
analiza políticas neoliberales de despojo de los bienes naturales y la
resistencia de las comunidades indígenas y campesinas.
En el estudio de los procesos de despojo y explotación de bienes
representa un aporte el que Navarro acentúe la lucha por lo común, pues
contrario a los estudios descriptivos que hacen recaer en las prácticas
neoliberales determinismos que limitan el actuar de las poblaciones, ella
visibiliza las posibilidades de acción para construir espacios de autonomía
y emancipación. La lucha por lo común implica “la reapropiación de
las capacidades y condiciones para garantizar de manera autónoma la
reproducción simbólica y material de la vida”, es decir, representa la
continuidad de la existencia misma.
El Estado neoliberal-procedimental en América Latina y su crisis
contemporánea es el título del quinto capítulo que propone Octavio
Humberto Moreno Velador para visibilizar la dimensión política estatal del
neoliberalismo. A manera de conclusión el autor coloca frente a frente al
capital transnacional y al poder político local; en tanto uno exige menor
estado e intervención en el mercado, el otro encuentra en complicidad
con este, a través del estado procedimental neoliberal, oportunidades de
reproducción a costa de los efectos adversos en el ciudadano común. Esto
lo explica el autor al recuperar las ideas de democracia en Schumpeter:
“Renunciar al gobierno por el pueblo y sustituirlo con el gobierno con la
aprobación del pueblo”, de tal manera que instaurar este tipo de democracia
procedimental facilita las transformaciones en el ámbito económico bajo la
necesidad de decisiones urgentes.
El autor, para lograr su cometido, primero hace una discusión de la

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significación de la democracia procedimental; presenta en un segundo
momento elementos para el análisis de las políticas económicas neoliberales
y luego discute su carácter de orden hegemónico. No obstante, da un
paso más allá de la descripción del arribo del estado procedimental para
visibilizar su condición actual de crisis ante el aumento de la desigualdad
entre pobres y ricos que contradicen las presunciones neoliberales.
Con una preocupación similar a la de Moreno se presenta el capítulo
de Ricardo Gaytán Cortés con el título El Estado mínimo y el Estado
jacobino, una propuesta de análisis para América Latina, donde se propone
construir un modelo que permita observar a los estados latinoamericanos
más allá de las clásicas visiones autoritarias o democráticas, populistas o
neopopulistas, progresistas o estractivistas, estatistas o capitalistas. Para
ello el autor hace hincapié en la autonomía de una élite estatal en relación
con la sociedad civil y, en especial, con la clase capitalista, pero también
con sus bases sociales. Recurre a la clasificación dual del poder estatal
impulsada por Michael Mann que le permite materializar su propuesta
entre un Estado mínimo y un Estado jacobino.
Para Ricardo Gaytán esta propuesta le permite observar en América
Latina la existencia de varios estados mínimos como México: con bajo poder
despótico y alto poder de coordinación infraestructural, tradicionalmente
reconocidos como neoliberales. Sin embargo, frente a ellos encuentra en
los últimos veinte años un ascenso de Estados jacobinos como Venezuela,
Bolivia o Ecuador que, con esta perspectiva, si bien no superan el modelo
capitalista de organización, sí reivindican una autonomía estatal frente a
la clase más incluyente, que es la capitalista, lo que supone un alto poder
despótico.
El séptimo capítulo es una dura crítica a las posiciones que encuentran
en la ideología y las políticas neoliberales la causa de todos los males:
ineficiencia económica, corrupción, delincuencia organizada, deterioro
ambiental, violencia, etcétera. Adrián Galindo Castro, en El endeble
tránsito del neoliberalismo: las consecuencias inesperadas de gobiernos
anodinos, apuesta por revisar aspectos más circunstanciales que llevan
a los gobernantes a establecer ciertas reformas y no otras. Su hipótesis
plantea que el neoliberalismo solo tiene una correspondencia parcial
con el ejercicio del poder y del comportamiento económico. La etapa
neoliberal más bien corresponde a una “mezcolanza de imposiciones
financieras de organismos internacionales, mentalidades inconsistentes,

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proyectos frustrados, gobiernos corruptos e ineficaces, políticas fallidas
y embarazosos errores de cálculo por parte de los gobiernos en turno”;
no se trata de un periodo bien planeado donde los gobernantes siguieran
ciegamente un credo.
Para mostrar este matiz el autor realiza una revisión a variados eventos
y decisiones de los gobernantes en turno durante los últimos seis periodos
presidenciales, mostrando la multiplicidad de circunstancias que se
entrecruzan con lo genuinamente neoliberal. Con ello se percata de que
estos gobiernos no se dedicaron sencillamente a administrar un régimen
neoliberal, sino que su preocupación estuvo centrada en la permanencia de
un grupo en el poder y en sus propios intereses económicos.
Como se dará cuenta el lector, este libro no habla del neoliberalismo
en forma cerrada, es decir, de las políticas de ajuste que tradicionalmente
le significan, mismas que impiden visibilizar lo cotidianamente neoliberal,
sino que trata de las dis-posiciones que nos expresan o no como sujetos
neoliberales en el mundo del trabajo, en la administración de la pobreza, en
la resistencia de conflictos socioambientales o en el ejercicio del gobierno.
Esta obra cierra con un apartado de conclusiones generales que recupera
supuestos de cada capítulo y los pone en juego directo con la propuesta
introductoria de dis-posiciones neoliberales. Se trata de visibilizar por parte
del compilador la base analítica que permea las diferentes aportaciones;
esto es, de asumir una perspectiva abierta de lo neoliberal. Se pasa así
de una lectura cerrada y reduccionista centrada en la acción económica
gubernamental, vulgarmente denominado neoliberalismo, a una que
apuesta por mostrar la estructuración social, así como las posiciones y
disposiciones con este carácter en lo cotidiano.
Para finalizar esta introducción, no se puede dejar de lado una serie de
agradecimientos a personas que intervinieron en la realización del texto.
En primer lugar se agradece al doctor Tomás Serrano Avilés, coordinador
del Área Académica de Sociología y Demografía, y a la doctora Karina
Pizarro Hernández, líder del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la
Modernidad, ambos de la UAEH, por las facilidades para llevar a cabo
el seminario referido del neoliberalismo, así como la programación de
recursos para la publicación del libro. El seminario y el texto no hubieran
sido posibles sin la valiosa participación de investigadores, profesores y
estudiantes, principalmente de los integrantes del cuerpo académico ya
citado. Se agradece en particular la intervención en el seminario, el texto

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o ambos, de Mina Lorena Navarro Trujillo, Octavio Humberto Moreno
Velador, Adrián Galindo Castro, Benito León Corona, Ricardo Gaytán
Cortés, Carlos Mejía Reyes, José Aurelio Granados Alcantar, Leonardo
Ortiz Ortega y Zeus Salvador Hernández Veleros.
Mención aparte merecen Leonardo Ortiz Ortega y Joshua Arturo
Llanos Cruz por su contribución técnica en la integración y revisión de este
texto, así como a los dictaminadores externos, que con sus comentarios y
observaciones contribuyeron a mejorar la obra.

Edgar Noé Blancas Martínez

16
1
El neoliberalismo y las razones de la
centralidad del trabajo en México.
Una aproximación a su relación a
partir del análisis de la Encuesta
Mundial de Valores
Carlos Mejía Reyes1
José Aurelio Granados Alcantar2

Introducción

El neoliberalismo se ha convertido en la ideología dominante del globo


desde la década de los ochenta y se ha implantado como modelo único
viable para ampliar su espectro a diversas esferas que tocan los fundamentos
de la organización social completa (Harvey, 2005). Un rasgo de la vida

1 Profesor investigador del Área Académica de Sociología y Demografía de


la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Maestro en Sociología por la
Universidad Autónoma Metropolitana y doctorante en la Universidad Autónoma de
Barcelona. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad.

2 Profesor investigador del Área Académica de Sociología y Demografía de la


Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Doctor en Planificación Territorial
y Desarrollo Regional por la Universidad Autónoma de Barcelona y maestro en
Demografía por El Colegio de la Frontera Norte. Integrante del Cuerpo Académico
Problemas Sociales de la Modernidad.

17
cotidiana en que el neoliberalismo trastoca la experiencia colectiva es el
trabajo, ya que las orientaciones de sentido de los actores sociales, en la
situación particular de trabajar, obedecen a los marcos que esta ideología
supone; tesis principal de la presente reflexión.
La manera en que fue instaurado este esquema de organización,
principalmente económico, ha tenido distintas formas dependiendo el
contexto histórico, cultural y político de cada país o región. Sin embargo,
el fin teleológico trazado apunta a un común denominador: el interés del
capital.
De forma puntual e incuestionable el contexto contemporáneo posee una
serie de instancias internacionales que apuestan, promulgan y constriñen
a seguir las estrategias neoliberales para definir el rumbo económico
de las naciones. Los epicentros de esta nueva manera de dirigir política
y económicamente las sociedades fueron: China, Inglaterra y Estados
Unidos; aunque previamente se tuvo a Chile como experimento (Harvey,
2007: 14). Así, posteriormente, países como Argentina, Brasil, Perú y
México, por señalar algunos de Latinoamérica, han asumido el patrón.
El caso mexicano tiene su instauración a partir de las etapas presidenciales
de la década de los ochenta, cuyos antecedentes de debate para implantar o
no la lógica solicitada por los organismos internacionales se hizo más que
evidente en las cúpulas (Codera y Tello, 2010). Sin embargo, a partir del
sexenio presidencial de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas de Gortari
se impulsó de manera categórica al mercado como mecanismo de dirección
del crecimiento económico (Ornelas, 1995: 3). Tal implementación no solo
implicó un cambio de ordenación estructural-económico, sino también una
transformación en la doxa que orienta las acciones colectivas.

Dimensiones económicas del neoliberalismo

El neoliberalismo se define mínimamente como la “forma moderna


de liberalismo que permite una intervención limitada del Estado en los
terrenos jurídicos y económicos” (Hernández, 2006:58). Esta definición
implica revisar una serie de dimensiones que dan cuenta de los procesos
amplios que permean en su ejecución.
Una de estas dimensiones es la ideológica o doctrinaria (Valenzuela,
1997) basada en los intereses económicos de la clase dirigente. No

18
se sustenta en la filosofía clásica como en el primer liberalismo, más
bien encuentra sus bases en axiomas dispersos que abonan a un cuerpo
ideológico soportado por el mainstream académico y político. Así el
carácter doctrinal de esta postura supone la irrefutabilidad de los supuestos
por considerarse no solo una ciencia descriptiva, sino normativa. De tal
manera que inicialmente considera los deseos de los individuos hacia los
bienes, conformándose estos como el objeto de estudio central. También
parte de nociones del funcionamiento del capitalismo basado en el pleno
empleo de recursos, tanto de medios de producción, fuerza de trabajo y
su uso eficiente que generan crecimiento, así como de la distribución de
ingresos a partir de esa contribución a la riqueza social (lo cual no supone
explotación laboral, pero sí congruencia de intereses y cooperación).
Además, se entiende que la intervención estatal en esta relación entorpece
la eficiencia o estabilidad natural producto de la libertad del movimiento
de capitales.
La dimensión política supone la menor intervención estatal para
incentivar al “mercado espontáneo” y la libre competencia. Y esto
debe aplicarse en mayor medida cuando las carencias sean visibles o se
encuentre poco desarrollado el territorio donde se emplee el esquema.
Por otro lado, se desactiva la protección al salario dejando que fluctúe
conforme la regulación mercantil, de tal forma que el Estado coacciona a
la organización obrera para evitar hacer contrapeso y les resta capacidad
organizativa.
En cuanto política exterior supone un pliegue de subordinación ante
economías más fuertes, colocándose en un estatus de dependiente, además
de una clara apertura de fronteras al mercado internacional que suponen la
preferencia por capital financiero con fines de préstamo, ya que al abrirse
al mercado externo las importaciones arriban masivamente, generando
problemas en la balanza comercial que son necesarios subsanar mediante
empréstitos, desarrollando así una dependencia ante las economías
fuertes. La dimensión de acumulación implica un excesivo y puntual
ejercicio de explotación laboral con generaciones de plusvalor a niveles
inusitados mediante la extensión de la jornada de trabajo, bajos salarios y
la alta productividad de los bienes de la canasta básica. Otra dimensión de
corte económica es la de clase, la cual involucra beneficiarios concretos
denominados capitales financieros y bancarios, además de los monopolios
locales y extranjeros (Valenzuela, 1997).

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La noción de sociedad desde el neoliberalismo

Los teóricos neoliberales conjeturan de forma concierta una serie de


rasgos que explican a la sociedad para justificar la existencia de la doctrina
neoliberal. Un elemento pilar es la descripción de la sociedad no como
totalidad, sino como resultado de la interacción entre individuos que se
orientan por intereses nominales; así que los grupos no poseen atributos
en colectivo, sino que se caracterizan analíticamente a partir de los
miembros que lo componen (Vargas, 2000: 11). Teóricos como Hayek,
Popper, Wicksel y Menger aseveraron posturas semejantes (Valenzuela,
1997; Samour, 1998) a las que incluso la teoría sociológica clásica buscaba
refutar en sus construcciones teóricas (Alexander, 1997).
Para algunos otros este tipo de sociedad, denominada abierta, se
conforma por un conglomerado de individuos guiados por la división de
trabajo, intercambio y competencia continua. De manera que su revisión
científica debe partir desde la mirada que el individualismo metodológico
aporta y no desde categorías amplias, difusas y totalizantes como el de
estructura, cultura, moral, etcétera (Popper, 2006).
En general, para este paradigma “la realidad social” es la suma de
conductas individuales, cuyas consecuencias pautadas de resolución
de conflictos pragmáticos se comparten a tal grado que la repetición las
convierte en normas, valores y órdenes sociales generales3 (Hayek, 1978:
33; Vargas, 2000: 13).
De tal forma que la generación de ordenamientos colectivos es el
resultado de generalidades prácticas que devienen espontáneamente de las
prácticas individuales. O sea, que el conjunto de ordenamientos jurídicos
de conducta, así como aquellos de corte moral, son consecuencias de la
experiencia de los individuos en la historia de su existencia a partir de

3 “Some of these will also be merely temporary adaptations to the conditions of


the moment, while others will be improvements that increase the versatility of the
existing tools and usages and will therefore be retained. These latter will constitute a
better adaptation not merely to the particular circumstances of time and place but to
some permanent feature of our environment. In such spontaneous «formations» is
embodied a perception of the general laws that govern nature. With this cumulative
embodiment of experience in tools and forms of action will emerge a growth of
explicit knowledge, of formulated generic rules that can be communicated by
language from person to person” (Hayek, 1978:33).

20
su hacer y que se registran subjetivamente como generalizaciones de la
práctica; la permanencia o evolución de algunas reglas se explica por la
“posibilidad que tienen de encauzar conductas” sobreviviendo solo aquellas
que lo permiten en la práctica misma de su hacer (Vargas, 2000: 14).
Los individuos al conocer las reglas y tradiciones inmediatas, y no
las existentes en la totalidad universal, aceptan con resignación aquellas
cercanas, familiares y útiles a su contexto. Dada la forma en que hasta
ahora las reglas y tradiciones han “evolucionado”, sociedades capitalistas
actuales llegaron a lo que se entiende como el estadio superior de desarrollo
colectivo. Por lo tanto, es en esta etapa en que la sociedad debe concentrar
los esfuerzos por mantener las condiciones existentes para evitar caer
en modelos políticos y económicos que no permitieron el adecuado
desenvolvimiento de la humanidad como el socialismo, el liberalismo
clásico, etcétera (Popper, 2006).

La noción de sujeto4 y su acción

Para este paradigma el sujeto y la acción conforman las raíces de la sociedad,


pero estos poseen una serie de presupuestos ontológicos. En primer lugar
la acción es comprendida como la voluntad que pretende alcanzar fines y
objetivos, los cuales no responden a reacciones orgánicas o psicológicas
que de forma inesperada resulten en acto, sino que le interesa centrar su
atención en la acción empírica deliberada (Von Mises, 1986:35).
Los requisitos para su análisis económico radican en considerarla
como un acto que busca evadir un estado de inconformidad por lo tanto,
se orienta a la consecución de satisfacciones personales (Von Mises,
1986: 39). Las conductas individuales en constante búsqueda de bienestar
personal son las relevantes, es decir, que representan una moral moderna
individualista descubierta por la lógica propia del desarrollo colectivo.
A esto se le denominó catalaxia y se entiende como un orden natural,
espontáneo y de alta complejidad que solo pudo realizarse en esta etapa de
la sociedad y que es coincidente con las condiciones actuales económicas

4 En este apartado se usa el término sujeto solo para visibilizar el peso que esta
perspectiva le otorga a la voluntad individual. Se prefiere a lo largo del capítulo el
uso de individuo para resaltar las coerciones sociales del mismo. No se pretende
proponer una intercambialidad entre ambos términos.

21
y políticas de intercambio de mercancías (Millones, 2013: 58). Además,
es un período que supera la dinámica comunitaria de obligación para
compartir conocimientos, métodos y siempre bajo la tutela estatal. Por
tanto, la asociación de individuos con intenciones de actuar mutuamente,
o sea, solo con voluntades y acciones, dan origen a la sociedad. Ahí radica
la libertad.
La noción de sujeto implica considerarlo como egoísta, consumista y
calculador inmerso en un Estado encargado solamente de salvaguardad esa
libertad, propiedad y convivencia pacífica. Así los sujetos son considerados
bajo prácticas instrumentales: “Poseer, intercambiar, acumular y consumir”
(Millones, 2013: 59). Por lo tanto, la posesión de sí, de sus capacidades y
bienes conforman la conexión fundamental a los otros, ya que mediante
el mercado es que se puede encauzar el egoísmo en beneficio propio y del
colectivo (Smith, 2010).

La centralidad del trabajo en sociedades contemporáneas

El destino de las sociedades modernas ahora se denomina progreso como


una confrontación a las incertidumbres que la naturaleza tiene sobre
la historia del sujeto. Es una diferencia que postula el ahora y el futuro
de la historia a partir de las capacidades constructoras de los individuos
racionales; causa como consecuencia de la generación de una mayor
seguridad del individuo en el mundo. Con ello se reafirma la figura de la
razón para dominar el devenir, razón unívoca o universal, al igual que el
imperativo categórico de voluntad de que cada miembro actué no solo en
términos nominales, sino también colectivos. Es un espíritu cívico de bases
ontológicas comunes indisolubles. (Blumemberg, 2007). Y el trabajo es la
fuente de este devenir.
Justamente este ejercicio es lo que alimentó filosóficamente las energías
utópicas del capitalismo burgués como meta, a causa de la prominencia del
trabajo industrial regido por estatutos del mercado, “sometido a leyes de
valor de capital y organizado según criterios empresariales” (Habermas,
2002:117). Así la edad moderna glorificó y transformó a la sociedad
occidental en una sociedad del trabajo (Arendt, 2014: 32).
De igual forma diversas ideologías políticas estipularon como base de
su organización pragmática al trabajo como el germen de la organización

22
social y vértebra del proyecto de sociedad que concluiría en una vida
comunitaria, pacífica y con fines de control absoluto de las necesidades
básicas (Andreassi, 2004).
De esto que la modernidad concibiera un “vínculo romántico con el
progreso como camino por el cual transitar y dirigirlos esfuerzos para
alcanzar estados de control de la contingencia y arribar a niveles de vida
mucho más satisfactorios. La viabilidad del progreso solo se conseguiría
mediante el esfuerzo colectivo por la labor ética de los sujetos que
componen el colectivo” (Bauman, 2004: 145).
Mediante este esfuerzo conjunto las instituciones políticas, instancias
económicas, la generación tecnológica como científica y el funcionariado
público izaron la bandera de la modernidad para establecer las líneas
históricas.

Gracias a esa habilidad, el trabajo se ha ganado con justicia,


una función clave, incluso decisiva, en la moderna aspiración
a subordinar, doblegar y colonizar el futuro para reemplazar
el caos por el orden, y la contingencia por una secuencia
predecible (y por lo tanto controlable) de acontecimientos
(Bauman, 2004:146).

Por lo tanto, el Estado asumió como máxima la defensa del trabajo para
garantizar condiciones adecuadas del proyecto moderno, sostenido por la
promesa de convertirse en uno de los motores de generación de riqueza,
cohesión e identidad colectiva. De forma coyuntural, de posguerra, los
motivos de intervención estatal se explican por la necesidad de regulación
económica en la etapa capitalista cada vez más libre y por la agudización de
los conflictos entre las clases sociales (Köhler y Martín Artiles: 2010:518).
El principio guía era una expectativa de que las clases trabajadoras, una
vez ya educadas, tuvieran un ejercicio de conformidad y confianza a las
instituciones del Estado para intermediar con el capital las condiciones de
su relación, que a su vez resultaran no perjudiciales para los empresarios y
la rentabilidad (Marshall y Botomore, 2007:48).
En suma, el trabajo conformó el eje estructurador de la sociedad
moderna al cual habría que atribuirle esperanzas públicas, así como
expectativas utópicas en diversos niveles de organización social. Tanto
en los imaginarios colectivos, como en los propios procesos analíticos de

23
investigación científica, conformó la categoría clave desde la cual explicar
holísticamente los aconteceres pasados, presentes y futuros.

Estructuración de la importancia del trabajo en la vida cotidiana

Es de manera fundamental señalar a una discusión sociológica clásica que


alude a la relación entre las condiciones macroestructurales y objetivas de
la vida social con las microsubjetivas (Ritzer, 1997:609; Archer, 2009). La
correspondencia entre ambas posturas ha sido recuperada con la finalidad
de poner fin a las inclinaciones que se le otorgaron en una primera instancia
a lo macro para definir lo subjetivo y la posterior restitución de las teorías
que propusieron la contraparte. Sin embargo, contemporáneamente se han
elaborado ambiciosas propuestas que suponen la conjugación de ambos
niveles analíticos para un ejercicio integrado de la explicación de lo social
en un esquema de interpretación holística.
Con lo anterior se pretende dejar claro que la lógica macroargumentativa
del relato de la modernidad, respecto al trabajo, acarrea necesariamente
una interacción directa sobre las condiciones micro (acción-subjetividad),
que se traducen en particulares concepciones de la realidad mediadas por
valores, aspiraciones y acciones sociales concretas.
Así el trabajo en las sociedades industriales, entendido como trabajo
asalariado o empleo, se ha internalizado en las “conciencias” tras
las constantes medidas de presión, directa e indirecta, para lograr la
institucionalización del capitalismo burgués, haciéndolo predominante
como sustento de las relaciones sociales de producción, o sea, la estructura
económica-racional y definitoria de la organización social. Con esto no
pretendemos soslayar el total de resistencias a este proceso. Sin embargo,
es importante referir que al final tal lógica fue implantada al grado de
convertirse en la actividad normativa de los sujetos (Gorz, 1981:34;
Rodríguez, 2006:14) en la etapa incipiente de la racionalización económica,
que subvirtió las formas precapitalistas del trabajo, ciñéndolas al cálculo
de la ganancia mediante coacciones operativas y provocando giros súbitos
de valores, modos de vida, modos de referirse u orientarse en la acción.
En suma, de hacer del trabajo su vida, o sea, caer en la alienación (Gorz,
1995:37, Meda, 1998:86-87).
Las distintas formas en que el trabajo se ha permeado en las

24
subjetividades se anidaron en la ética (Weber, 1999), la identidad (De la
Garza, 2003:763; 2010:76), representaciones o significados (Sennet, 2005,
2013; Ochoa, 2012:38; Blanch, 2003:164; MOW-International Research
Team, 1987), así como de la personalidad y valores (Schwartz, 1994,
1999; Bilsky y Schwartz, 1994). Es decir, que se ha considerado como una
categoría medular en la vida de los sujetos modernos (Antunes, 2005:151).
De tal manera que el papel del trabajo en la subjetividad de los
individuos conforma el contenido que alimenta la orientación, valoración y
expectativas de acción en los procesos sociales ante situaciones concretas,
particularmente referidas a la actividad de trabajar y sus derivaciones.
Por lo tanto, el significado del trabajo es entendido como el conjunto de
creencias, definiciones y el valor que individuos y grupos atribuyen a este
(MOW, 1987:13; Noguera, 2002:147).
Específicamente se comprende entonces al trabajo como central, ya que
alude al grado de importancia que esta actividad posee en la vida. Esta
centralidad es comprendida de forma absoluta, es decir, a la importancia
general otorgada al trabajo ordinario por parte de los individuos; y de forma
relativa, entendida como la importancia respecto a otras esferas de la vida
cotidiana en la situación concreta de encontrarse en un empleo (MOW,
1987:17; García y Berrios, 1999:359; Kanungo, 1983).

La centralidad absoluta y relativa del trabajo en México desde la


Encuesta Mundial de Valores5 1990–2014

La importancia del trabajo en México en el periodo de 1990 a 2014 es


completamente significativa, ya que es el indicador fundamental de la
centralidad. Así podemos apreciar que para el país (gráfica 1) las categorías
“muy importante” y “bastante importante” en todas las encuestas se
localizan en valores superiores a los ochenta puntos porcentuales, lo cual

5 La World Values Survey o Encuesta Mundial de Valores se levanta cada cuatro


años en diversos países y con continuidad de variables a analizar. La técnica de
recogida de datos se realiza mediante trabajo de campo cara a cara con el o la
entrevistada y los tipos de muestra son nacionales, estratificada en varias etapas. El
procedimiento de ponderación es por sexo y edad (mayores de edad). La cantidad
de informantes encuestados en 1990-1994 fue de 1,520; en 1995-1998 de 1,510;
2000-2004 de 1,535; 2005-2008 de 1,560 y 2010-2014 de 2,000; datos obtenidos
en México.

25
deja ver que la actividad cuenta con alta calificación.
Si se analiza desde la categoría “muy importante”, únicamente vemos
que su comportamiento longitudinal tiende a la alza, ya que en la oleada de
1990-1994 el 66.9% de los y las informantes lo señaló, para 1995-1998 lo
hizo el 61%, pero a partir del año 2000 la proporción aumentó considerable
y gradualmente porque en la etapa 2000-2004 el 86.1% lo refirió, para
2005-2008 fue el 84.9%, y en la última encuesta resultó en su nivel más
alto con un histórico 87%.
Al mismo tiempo se refleja que las categorías que señalan poca o nula
importancia al trabajo nunca sobrepasan de diez puntos porcentuales, lo
cual indica abiertamente que para México el valor del trabajo va en aumento
a pesar de las condiciones adversas como la precariedad y flexibilidad
laboral. Por lo tanto, los señalamientos puntuales que han diagnosticado
el “fin del trabajo” en América Latina y particularmente en México, en el
sentido de restar importancia a la actividad, resultan equivocados (De la
Garza, 2003 y 2010; Castel, 2010; Linhart, 2013).

En cuanto a la centralidad relativa del trabajo, de forma generalizada


conforma un rasgo central en la vida de los países americanos, ya que
durante la última oleada de la WVS 2010–2014 se conforma como el
segundo valor más importante, tan solo debajo de la familia; excepto en
Estados Unidos, donde representa la cuarta prioridad. Comparativamente
al promedio mundial, la afinidad es alta considerándola como segundo

26
rasgo de alto valor frente a otros campos de la vida. Cuantitativamente
es importante señalar que la media en el nivel de valoración (3.57) se
localiza por arriba de la media mundial (3.47); por lo tanto, la muestra
de América considera más importante al trabajo que el promedio global
(véase cuadro1).

En América el país que refleja mayor valoración al trabajo es Ecuador


con 3.83, seguido por México con 3.81, en tercer lugar Colombia con
3.74 y en cuarto Perú con 3.66. El que lo prioriza en menor medida es
Estados Unidos con 3.05, valor por debajo de la media del conjunto de
estos países y del promedio mundial. Lo cual lleva a señalar que México,
particularmente, se ubica con una valoración sumamente alta con respecto
a los promedios globales a causa de ser la segunda prioridad con altos
niveles de estimación.
Analizando más a detalle el comportamiento de la centralidad del
trabajo, pero de forma longitudinal6, podremos apreciar datos interesantes
(véase cuadro 2). Por ejemplo, en la comparación de submuestras

6 Aunque formalmente no pueda realizarse un estudio longitudinal, ya que la


encuesta utilizada no realizó muestreo de panel, hacerlo de esta manera resulta
sumamente ilustrativo para captar tendencias tal como se ha realizado en otros
estudios. Véase Meda Dominique y Davoine Lucie (2008), y Meda Dominique y
Patricia Vendramin (2013).

27
continentales vemos que el trabajo en América posee una constante de
ser ubicado en segunda prioridad, siempre por debajo de la familia. El
caso europeo se mantiene en el mismo nivel hasta el año 2000, que pasa a
tercera prioridad por debajo de la familia y las amistades, lo que representa
un desfase importante con las tendencias globales.

Una mirada particular permite analizar que México ha mantenido la


postura constante en marcar el trabajo como la segunda prioridad, siempre
por debajo de la familia, además de que refleja prioridades acordes
a las tendencias mundiales y continentales; mientras que en Europa,
específicamente, a partir del inicio del milenio tienden a restarle jerarquía.
Una de las razones de esta valoración diferenciada entre países la
otorga la propuesta denominada índice de postmaterialidad, el cual
supone que las sociedades altamente industrializadas que han alcanzado
a satisfacer las necesidades materiales inmediatas priorizan como valores
principales a la democracia, la libertad de expresión, calidad de vida,
respeto a los derechos humanos y de animales, etcétera; mientras que
sociedades de niveles inferiores de industrialización y que aún no alcanzan
a proveer de las condiciones suficientes de subsistencia a sus ciudadanos,
le otorgan prioridad a valores referentes a la vida material inmediata como
el trabajo, la búsqueda de seguridad personal y colectiva (como la lucha
contra la delincuencia), el mantenimiento estable de la economía, etcétera.
México según este estudio se ubica entre las naciones con altos índices
de marginalidad, desigualdad y poco desarrollo material, por lo tanto, es
común ubicarlo en los estratos de sociedades materiales (Inglehart, 1991;
Inglehart, 1998, Inglehart y Baker, 2000; Inglehart y Abramson, 1994).

28
La centralidad del trabajo y la subjetividad neoliberal inherente

La centralidad del trabajo también es comprendida a partir de su división


en tres dimensiones pragmáticas: 1) con fines de creación de bienes
materiales, de uso, riqueza y comodidades en la actividad laboral, prestigio
y jerarquía; 2) con orientación hacia la actividad del trabajo con fines de
atender una responsabilidad, correspondencia colectiva y vínculo social,
es decir, alude a la conformación de la identidad; y 3) con referencia al
carácter de autorrealización personal o autoexpresión, entendida como
actividad que permite aprender, crecer y potencializar capacidades, o sea,
la esencia del sujeto (Noguera, 2002:145; Meda, 1998:17; Meda, 2007:18;
Ochoa, 2012:40). La primera es concebida como valor extrínseco y el
resto como valores intrínsecos o expresivos del trabajo (Harpaz, 2003:7;
Schwartz, 1999; 44). Detallemos cada uno:

a) Centralidad a causa de generar riqueza o valores de uso

Es la organización del trabajo y la cantidad de personas las que le inyectan


valor a los productos que generan riqueza. Así es la manera en que un
profundo tratado de economía política define enfáticamente al trabajo
como: “La fuerza humana o mecánica que permite crear valor” (Meda:
1998: 51).
Para Adam Smith los materiales en sí no poseen valor, así sean
materiales preciosos como los metales altamente valorados, sino que el
valor de los bienes depende de la cantidad de horas-trabajo que demanda su
producción. Así el valor del trabajo no solo es la cantidad de actividad que
requiera para producir el bien, sino la cantidad de trabajo que de un bien
dado pueda apropiarse (Smith, 2010; Valenzuela, 1977: 48).
En suma, es el trabajo y su organización lo que genera prosperidad,
opulencia y bienestar a un colectivo conforme las leyes de la naturaleza.
Reside en la unidad substancial que permite el intercambio de bienes
materiales a partir de la cantidad de unidades-trabajo-tiempo que pueda
tener intrínsecamente el bien u objeto; por lo tanto, la “fuerza productiva
de la nación” se calcula a partir de la cantidad de unidades de trabajo
potenciales, así como las existentes reflejadas en los bienes. Esta
homogeneización de las unidades de medida de la riqueza permitió que

29
la disciplina económica se ciñera a criterios unívocos de análisis, pero lo
mismo sucedió con los criterios en las tomas de decisión a amplios niveles.
Los economistas herederos de la tradición de pensamiento de Smith
recogieron y utilizaron esta categoría para darle cuerpo a sus propuestas
analíticas, pero centrándose específicamente en el trabajo como creador
de riqueza. Los prominentes estudios de Thomas Malthus, Jean Bastiste
Say y hasta Karl Marx retomaron con esa propiedad generadora de valor
en espacios territoriales específicos, haciendo de la categoría escueta
una compleja y específica en la que el trabajo productivo pueda medirse
positivamente (Meda, 1998:56).
A nivel subjetivo el trabajo fue entendido conforme los lineamientos
generales de las sociedades occidentales. Es decir, el instrumentalismo,
cuya lógica de medios-fines impera en el total de las pautas, así como
referentes de sentido, ya que en el contexto del homo faber “todo” es un
instrumento para adquirir algo más (Arendt, 2014:179).
Tal dinámica inserta en un contexto de consumismo, en la etapa fordista
de incorporación de las lógicas organizacionales de la vida colectiva,
sentó las bases de coacción para que el sector trabajador asumiera como
natural la alienación al trabajo, ya que mediante esta actividad es que se
pueden satisfacer las crecientes necesidades, placeres y complacencias
monetizadas. Por lo tanto, la necesidad de dinero exponencialmente
exacerbado incita a capas poblacionales a la búsqueda de empleo con fines
de satisfacer necesidades de consumo. De forma que el cambio cultural
comenzó a gestarse y los individuos “[…] no desean ya los bienes y
servicios comerciales en tanto que compensaciones al trabajo funcional,
se desea obtener el trabajo funcional para poder pagarse los consumos
comerciales” (Gorz, 1991:68).
Esto se explica como herencia de la modernidad, entendiéndose que en
el proyecto filosófico-político y de las sociedades industrializadas de corte
capitalista la racionalidad medios-fines se instituye como estructura de
conciencia colectiva que sustituye la mirada compleja y multidimensional
de los procesos sociales a uno de tipo técnico, positivo o pragmático. Es un
traslado del cálculo de medios y procedimientos de la empresa capitalista
a una esfera amplia de aplicaciones como en la administración pública, el
Estado, la ética profesional, etcétera. Todo esto controlado por la ciencia,
técnica, tecnología, derecho y dinero como bases de las relaciones sociales

30
amplias que permiten la realización individual así como colectiva (Weber,
1999 y 2002).
Por lo tanto, la diferencia entre racionalidad formal definida como
la gestión económica técnica y racionalidad material entendida como el
abastecimiento de bienes de un grupo orientada por postulados de valor
(Weber, 2002:64), son las líneas de acción prevalecientes de la etapa
industrial de occidente.
De forma que la experimentación con miras de consecución a objetivos
determinados es ahora el modo fundamental de organización institucional
y colectiva, es decir, en la ideología de época en la que la ética capitalista
es el modo de vida común. Consecuentemente, la noción de razón entre
los miembros del colectivo insertos en contextos industriales-modernos se
comprende y gestiona como un cálculo de medios-fines. A esto se le ha
llamado razón subjetiva, es decir a“la capacidad de calcular probabilidades
y adecuar los medios correctos a un fin dado” (Horkheimer. 2007:17).
En la misma tesitura se ha señalado que a la pragmaticidad de la acción
racional orientada a finalidades concretas basadas en el conocimiento y
adaptada a contextos específicos se le conoce como cognitivo instrumental
(Habermas, 1999: 27 y Habermas, 1992:432). En suma esta característica
del trabajo, como generador de riqueza y como medio para obtener un fin,
se ha asentado en las subjetividades de los agentes sociales y se denomina
analíticamente como cognitivo-instrumental (Noguera, 2002:145).

b) Construcción de la centralidad del trabajo por ser la esencia del


sujeto

Ante estas condiciones modernas el trabajo adquiere para esta sociedad


e imaginarios una connotación de centralidad pragmática, individual,
colectiva y de tintes utópicos.
Una primera generación moderna de marcos de sentido normativo
del trabajo fue considerarlo como una actividad que da esencia al sujeto
que lo realiza. Como un rasgo de inherencia sin el cual la virtud humana
no tendría representación. Este cambio de estrategia valorativa también
obtuvo sustento por los legisladores facultados de dictar normativamente
los relatos de las sociedades occidentales, asociándolo con bienestar, como
capacidad creadora y potencialmente emancipadora del sujeto.
El principal exponente y cimentador de esta tesis es la filosofía de

31
Hegel, porque a partir de la explicación trascendental de la idea de Dios
dotado de historicidad que cobra expresión a partir de sus creaciones, se
demuestra la potencialidad del Espíritu, es decir, la capacidad de lo que es
en sí a través de su obra o exterioridad. De esta forma las labores, progresos
y actos de los humanos y sus instituciones son las formas tomadas por el
Espíritu para conocerse a sí mismo profundamente, lo que Hegel denomina
como el Saber Absoluto.
Así el conocer lo externo al sujeto cognoscente le permite considerar
sus propias capacidades de creación. Luego entonces, conocer es una
labor que debe realizarse para ejercitar el discernimiento de sí y abonar al
desarrollo nominal. A este proceso se le denomina trabajo, o sea, “el acto
mediante que el Espíritu se conoce a sí mismo es un trabajo que realiza
sobre sí mismo” (Meda, 1998:78).
De esta forma el trabajo es la actividad que el sujeto se explica, conoce
y crea a sí mismo. Es progresivo, ejercitable, transformante y creador de sí;
por lo tanto le es inherente. Esta actividad provoca que los sujetos entren
en relación porque la humanidad no es nominal, sino colectiva. Creando o
trabajando en conjunto se generan dependencias inefables que le permiten
satisfacerse espiritual y materialmente. Por lo tanto, el trabajo es una
actividad creadora y de expresión de sí (Sayers, 2003:109).
Tesis que de forma abierta fue retomada por la escuela materialista
histórica y particularmente por Karl Marx, quien si bien justificó sus
aportes partiendo de la crítica a Hegel, también retomó como columna de
su discurso la noción de que el trabajo de los sujetos, ya no del Espíritu, es
el referente que explica el curso de la historia; el trabajo entendido como
condición concreta de realización de las situaciones de sobrevivencia, esto
es, la transformación de la naturaleza para beneficio humano establece el
rasgo definitorio e identitario de su noción de “hombre” cuya esencia es el
trabajo (Meda, 1998:82; Marx, 1984:190). Justamente es esta actividad lo
que permite definir al humano, con las capacidades inherentes de especie
racional, para dar cuenta de que la historia de la humanidad es la realizada
por ella misma:

El trabajo es el factor que constituye la mediación entre el


hombre y la naturaleza; el trabajo es el esfuerzo del hombre
por regular su metabolismo con la naturaleza. El trabajo es la
expresión de la vida humana y a través del trabajo se modifica

32
la relación del hombre con la naturaleza: de ahí que, mediante el
trabajo, el hombre se modifique a sí mismo (Fromm, 1970:28).

Bajo estos criterios incluso fue el trabajo el que generó la transformación


del mono en hombre como un proceso evolutivo en el que la materialidad
de satisfacción de necesidades, a partir de la creación de herramientas,
propició el cambio de especie (Engels, 2006). De esta manera trabajo y
“hombre” están en una relación intrínseca, ya que trabajando descubre
su ser, expresa su personalidad y lo refleja en su creación; cuyo disfrute
personal, así como social, supone la absoluta relación con el resto del
grupo de forma cohesionada e interdependiente. Por lo tanto, la realización
creadora mediante el trabajo es la expresión de la plenitud nominal, al igual
que es la base de la sociabilidad humana.
No obstante, existe una clara distinción con respecto a la actividad en la
etapa capitalista. Para esta tesis el trabajo propicia la libertad solo cuando
está fuera de los marcos asalariados que el capitalismo burgués impone,
es decir, fuera de la alienación. Pero en términos generales la glorificación
del trabajo inscribiéndolo en el sujeto, como agente social, se exacerbó
independientemente de la doctrina particular que lo haya creado.
En los albores de la Revolución Francesa es que los discursos acerca
del trabajo como actividad ennoblecedora, proveedora de bienestar, talento
y virtud, comienzan a difundirse a nivel organizacional de los stados como
en los discursos científicos. Saint Simon enarboló al trabajo como la energía
requerida para llevar al colectivo hacia las ansiadas tierras del progreso,
pero también lo señaló con respecto a la actividad nominal como aquella
que proporciona dicha personal y colectiva. Por lo tanto, se convierte en
la pauta de correlación entre sujetos atomizados hacia la consecución de
metas comunes. Lo mismo se dio con pensadores como Proudhon, Fourier
u otros, pero sin prescindir que se trata de un rasgo tácito del sujeto que le
permite autorrealizarse. Independientemente de la postura política o de las
escuelas de pensamiento se consideró a esta actividad como el bastión de
la autorrealización de la persona, de expresión nominal (Meda, 1998:96).
Esta noción convertida en uno de los tótems de las sociedades
occidentales, y posteriormente trasladada a las sociedades occidentalizadas,
remite a categorizarla analíticamente como el rasgo o dimensión estético-
expresiva (Noguera, 2002:146).

33
c) Centralidad del trabajo por ser fundamento de vínculo social

En consonancia con lo inmediatamente anterior expuesto, de lo cual pueden


anticiparse algunas conjeturas, el trabajo en las sociedades occidentales y
posteriormente en las occidentalizadas fue significado como el fundamento
del vínculo social, no solo de corte laboral institucional, sino que referido
al vínculo social holístico cotidiano.
Lo implícito en esta idea normativa es que el trabajo permite el
aprendizaje de lo social, entendido como las obligaciones y funcionamiento
del colectivo y, por lo tanto, es la fuente de la identidad colectiva. También
se conforma como el referente de intercambio social entre sujetos, ya que
con la generación de riqueza que el trabajo supone permite intercambiar
y colaborar al bienestar colectivo. A su vez se entiende como la acción
que contribuye a la reproducción del sistema para su subsistencia y se
conforma como una situación que posibilita ejercicios de cooperación
estructuradamente semejantes a los realizados en los ambientes domésticos
o familiares (Meda, 1998:135).
Para distintas vertientes del pensamiento social resulta indudable la
influencia del trabajo sobre el resto de la vida colectiva que de fondo y
forma y sintéticamente lo han denominado “eficacia simbólica del trabajo”,
que en términos generales supone los efectos culturales y significados de la
actividad laboral, y que de modo directo son trasladados hacia los mundos
de la vida (Reygadas, 2002:109).
Las bases de tales señalizaciones enarboladas en las sociedades
modernas fueron las tesis que Adam Smith propuso en La riqueza de
las naciones, cuyos contenidos suponen que a partir de las condiciones
estrictamente económicas y de satisfacción de necesidades que los sujetos
deben atender es que se requiere del trabajo (como mercancía) y sus frutos
en el consuetudinario intercambio que posibilita la subsistencia ampliada
a todo el colectivo. Así la relación entre sujetos que intercambian bienes
para promover pragmáticamente su desenvolvimiento como grupo es la
base de la vida colectiva. Por ello, sin el trabajo la interacción social y
la latencia colectiva serían imposibles (Smith, 2010; Meda, 1998:156;
Valenzuela, 1976). Para Smith “una sociedad de contratos es el fermento
apropiado para la moral y, por tanto, si la libre competencia y contratación
es la condición de posibilidad del sistema de mercado, la libertad moral lo
es de la sociedad liberal” (Pena y Sánchez, 2007:100). De tal manera que el

34
trabajo como creador de valor y como mercancía es la fuente instrumental
de las relaciones sociales, de la cohesión colectiva e incluso de la moral.
Sin duda esta idea instrumental quedó impregnada en el pensamiento
de Karl Marx, ya que es a través del trabajo y las formas de adquirir los
bienes de subsistencia que se puede comprender cabalmente el desarrollo
de las fases de producción material. La forma de transformar la naturaleza
para el uso de los sujetos da cuenta de los tipos de organización del trabajo
y, por lo tanto, del tipo de organización estrictamente económica que guía a
las sociedades en la filosofía de la historia de la que parte. Así, las grandes
categorías sociales se definen por las relaciones de producción que ligan y
contraponen a la clase trabajadora con la clase o estrato mejor posicionado.
La clase social, consiguientemente, es entendida por la estructura social
definida por la posición en el proceso productivo y los niveles de vida
compartidos. Es decir que la clase explica las estructuras de las relaciones
sociales totales, desde lo estrictamente económico hasta lo político y
cultural (Marx, 1973).
De esta manera la clase social se entienden como comunidades, culturas,
identidades, pertenencias, una manera de ser y vivir que se distinguen entre
los antagónicos. Proletarios y burgueses, por lo tanto, poseen culturas e
identidades distintas, ya que consumen de forma particular, no ven al
mundo de la misma forma, no se relacionen entre sí de la misma manera,
no aprecian por igual los valores que pudieran compartir de tipo religiosos
o político y el uso del tiempo productivo es diferente al igual que en el
ocio. Así estas particulares formas de relacionarse intragrupalmente en
contraposición a los extragrupos antagónicos permite comprender sus
elecciones como actitudes, “puesto que sus componentes son la cooperación
y la explotación, la solidaridad y la dominación, la relación laboral es el
ámbito donde se forma la estructura social, donde se desarrolla un vínculo
con la sociedad que desborda esa misma relación” (Dubet, 2013:58).
Por otra parte, pensadores posteriores de la sociología, cuya
influencia resulta incuestionable, asumieron en la misma medida el papel
cohesionador y cooperativo del trabajo como sustento de las relaciones
sociales extensas. La sociología francesa, particularmente Durkheim
(1994), consideró la moral como la vértebra de la organización social de
cualquier grupo y todos aquellos hechos sociales que lo reproduzcan son
catalogados analíticamente como morales. Así el trabajo, entendido como
la actividad cooperativa que reproduce la cohesión social, es el fundamento

35
de la organización de las sociedades modernas y, por lo tanto, adquiere el
carácter moral.
La particular forma de analizar los indicadores de cooperación mediante
el trabajo para este autor, o sea, las leyes (porque son estas las que reflejan
y norman los tipos de relaciones sociales que existen), dejan al descubierto
que lo verdaderamente importante de dicha labor es en sí la solidaridad
social que produce, no precisamente el beneficio material explícito. De
tal manera que la división del trabajo permite regular y distribuir las
actividades inherentes de cooperación mediadas por el Estado a través de
contratos para posibilitar la integración social.
Por lo tanto, Durkheim posiciona al trabajo en su etapa dividida, propio
de las sociedades de solidaridad orgánica, como la actividad de integración
social del individuo porque lo sitúa en relación con toda la colectividad. Así
el individuo confirma y reafirma a cada instante su pertenencia al colectivo.
De igual manera los productos de su labor atienden a los sujetos mismos
que la componen. Justamente del trabajo adquiere la conciencia de su papel
en la reproducción sistémica, así como de su estado de dependencia frente
a la sociedad, ya sea por la retribución de satisfactores que de ello obtiene
o por el reconocimiento de su contribución por parte de los miembros del
grupo en su misma condición (Linhart, 2013, Offe, 1992: 20).
El trabajo, y su particular organización en las sociedades
contemporáneas, no se explica sin las inherencias de solidaridad y
cohesión que de él emergen para posibilitar la persistencia del colectivo en
condiciones dispersas propias de las etapas industriales. El sujeto mientras
tome conciencia de que su actividad forma parte de un proceso mucho más
complejo, lo orienta a sentirse como parte de un grupo, perteneciente a una
sociedad amplia que lo cobija y a la cual él contribuye sistemáticamente.
Este rasgo del trabajo se denomina como la dimensión práctico-moral
(Noguera, 2002:146).
En síntesis, para las sociedades occidentales el trabajo es la base del
vínculo social elemental. Sin importar la doctrina política que se profese
o la postura filosófica de la que surja, el trabajo es entendido como
fundamento relacional del total de la vida colectiva.

36
Lo prioritario en la centralidad del trabajo en México. Aproximación
cuantitativa

La World Values Survey realizó la recolección de información con una


variable que fue destinada a medir el carácter de la centralidad del trabajo:
intrínseco o extrínseco. Esto lo realizó desde 1990, pero solo hasta la
penúltima encuesta. Sin embargo, los resultados disponibles permiten
hacer revisiones concretas. Así la variable se traduce en ítem de indagación
y versa de la siguiente manera:

Le voy a leer algunos aspectos que usted en lo personal podría


considerar como importantes en el caso de que estuviera buscando
un trabajo. Esta lista tiene algunos aspectos que las personas
toman en cuenta con relación a su trabajo. Independientemente
de si está buscando un trabajo o no, dígame ¿Cuál sería la más
importante para usted? (World Values Survey).

Las categorías o respuestas de la variable son cuatro y se clasifican en


función del tipo de centralidad al trabajo:

De tal forma que las categorías “un buen ingreso” y “trabajo estable”
responden a valores extrínsecos, particularmente a los cognitivo
instrumentales. Es decir, a aquellos de corte material, instrumental, que
ven al trabajo solo como un medio para un fin, de corte individualista y
con fines materiales. Mientras que el valor intrínseco, práctico-moral, es la
categoría “trabajar con gente agradable”, lo que supone la orientación de la
acción con fines de crear vínculos sociales más estrechos, es decir, generar

37
colectividad. Y por último, el valor intrínseco estético-expresivo con la
categoría “hacer un trabajo importante” refiere al trabajo como actividad
de realización personal (Vieira, 1998 y 2004; MOW, 1987).

Así, en términos generales, según los resultados de la encuesta realizada


entre 2005 y 2009, la prioridad se centró en valorar los aspectos extrínsecos
del trabajo, muy por arriba de los intrínsecos. Ya que el 19.2% de los
informantes refirió como primera opción para elegir empleo al salario; el
37.9% lo hizo aludiendo a un trabajo estable y sin riesgos. Mientras que las
categorías intrínsecas, como la práctico-moral fue señalada por el 29.7%,
lo que deja ver que la muestra no descarta del todo el carácter expresivo
y como realización personal. Sin embargo, el rasgo de socialización,
intrínseco, de responsabilidad social, solo fue mencionado por el 10.6%
(gráfica 2).
Es de señalar que el ámbito instrumental, racional del valor del trabajo,
en conjunto suma 57.1%, es decir, más de la mitad de los informantes lo
refirieron. En segundo plano la postura estético-expresiva o autorrealización
personal a través de la actividad supera al buen ingreso como prioridad.
También es importante observar que las categorías con mayor elección
responden a intereses instrumentales e individuales, dejando en último
lugar al de carácter colectivo. Lo anterior corrobora que, por lo menos en la
última oleada, se presentan rasgos inherentes de importancia y centralidad
38
del trabajo, pero cuyos contenidos responden a elementos que no coinciden
con lo planteado en la utopía moderna del trabajo, sino que responden a las
aspiraciones neoliberales que subjetivamente se adoptan.

De forma reiterada en la encuesta previa, de 2000 a 2004 se encontraron


resultados no muy disímiles que permiten aseverar alguna tendencia, ya
que el 40.1% de los y las informantes refirieron que la primera elección es
el trabajo “estable y sin riesgos”; enseguida el valor intrínseco de “hacer
un trabajo importante”. Sin mucha distancia porcentual el “buen ingreso”
con el 25.3% y de nuevo la categoría colectiva de trabajar con personas
agradables con niveles bajos de 5.6% (gráfica 3).
En la oleada de 1995 a 1999 nuevamente las categorías de corte
instrumental que aluden a seguridades materiales y estabilidad laboral
fueron señaladas con el 33.8% y 33.7%, respectivamente. Mientras que
aquellas de corte intrínseca como el “trabajar con gente agradable” y el de
carácter estético expresivo fueron enunciados con el 15.3% y 15.2%, en
ese orden (gráfica 4).
Con estos datos podemos hacer una revisión de la tendencia estable de
preponderar al trabajo en su forma instrumental, principalmente como un
rasgo que prioriza el bienestar material a largo o mediano plazo, además
de la contribución económica. Haciendo ver así que la dinámica material
y de interés por rasgos materiales coincide con el neoliberalismo en su

39
condición subjetiva.

Si bien esta encuesta de valores carece de una versión última y que


responda a los años recientes a causas de razones operativas, otras han
corroborado esta tendencia hacia la predilección de criterios instrumentales,
extrínsecos para valorar al trabajo como importante. La Encuesta Nacional
de Valores en Juventud 2012 realizó un levantamiento estadístico en el
que se atendió también al ámbito laboral. Se realizó una pregunta cuya
respuesta induce a priorizar lo que resulta más importante en un trabajo.

De tal forma que nuevamente se verifica la tendencia hacia la prioridad


de categorías referentes a criterios subjetivos que el neoliberalismo
consideró como claves: el cálculo instrumental, la individualidad y la
actividad como medio para un fin. No el aprecio a la actividad por sí
misma, como suponían las teorías clásicas de los estudios del trabajo, ni
tampoco la capacidad de generación de solidaridad colectiva a través de él
(gráfica 5).

40
Conclusiones

Si bien el debate del “fin del trabajo” ha sido superado porque es verdad
que este no ha dejado de existir ,pese a que su funcionamiento ha tenido
modificaciones substanciales, fue apresurado vaticinar su extinción en
las subjetividades de los agentes (De la Garza, 2010). La centralidad del
trabajo continúa, pero ahora no por las razones que supone la utopía del
materialismo histórico, ni la propuesta hecha por el discurso filosófico
de la modernidad, sino que en el caso mexicano, como revisamos, el
motivante se explica por las dinámicas que el capitalismo, en su etapa
neoliberal, permean en las subjetividades. Sus motivantes son una serie de
criterios que, alimentados por las condiciones estructurales de precariedad/
flexibilidad laboral (Standing, 2013) lo orientan a razones aspiracionales
de seguridad y estabilidad. Y en el caso de la prioridad por los salarios
contemplan al trabajo como un medio para un fin estrictamente material.
Esto ya había sido desarrollado a detalle desde la razón deductiva de los
teóricos sociológicos, así como algunos estudios empíricos que refirieron
que a causa de las reestructuraciones productivas y la flexibilidad a la
que son sometidos los y las trabajadoras en los tiempos contemporáneos,
desquebrajan el contacto sistemático y produce la centrifugación de
solidaridades. La identidad, los significados comunes, aspiraciones

41
en conjunto y sentimiento de comunidad son suprimidas por la lógica
individualista que las nuevas formas de organización del trabajo suponen
(Linhart, 2013:75, Sennet, 2005:123).
También la falta de homogeneidad de los trabajadores(as), en cuanto
sus condiciones precisas como salario, prestaciones, contrato y seguridad
en el mismo, hace que se considere poco posible una significación
uniforme de los intereses comunes para su organización política, así como
conformación identitaria (Offe, 1992:28, Touraine, 1969:39-40, Sennet,
2005:123).
La biografía laboral fordista imperante en la etapa del Estado del
bienestar y ampliamente persuadida como modelo ideal en los imaginarios
que implicaba un ciclo vida compuesta por la formación escolar, trabajo
y la jubilación, se encuentra casi totalmente descontinuada (Alonso,
2004:24). Lo cual incentiva estrategias de adaptación con propensiones
hacia la individualización y la alta competencia entre los trabajadores,
promoviendo la inmediatez nominal, la satisfacción personal de recursos
para hacerse de bienes y servicios necesarios para la subsistencia. Es el
tono ético del “aquí y ahora” lo que impera (Bauman, 2004: 172). O sea,
una ética e imaginario coincidente con lo que el neoliberalismo estipuló
como idóneo o factible para su funcionamiento.

42
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47
2
Subjetividades neoliberales del
trabajo. Nuevos enclasamientos en
la Encuesta Nacional de Valores en
Juventud y la Encuesta Nacional de
Micronegocios 2012
Edgar Noé Blancas Martínez7
Leonardo Ortiz Ortega8

Introducción

El mundo del trabajo se está reorganizando desde hace tres décadas; la


creciente flexibilización y la precarización de sus condiciones son algunas
de sus características. Pero también si esta base objetiva se transforma
se puede especular que lo hacen de igual manera sus formas de pensarse
y comprenderse, de ahí que pudieran estarse disolviendo a la par
subjetividades tradicionales y produciéndose otras.
El capítulo, en este último sentido, discute dos posibilidades que pueden
resultar contradictorias o complementarias: a) la condición de clase obrera
7 Profesor investigador de tiempo completo en el Área Académica de Sociología
y Demografía de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Doctor en
Sociología y maestro en Análisis Regional. Integrante del Cuerpo Académico
Problemas Sociales de la Modernidad. Miembro nivel C del Sistema Nacional de
Investigadores.
8 Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

49
se sustituye por un nuevo enclasamiento: el del empleado empresario
que se visualiza, por ejemplo, en la dinámica toyotista de comprometer
a los trabajadores con los objetivos productivos de la empresa, o bien, de
llevar al desempleado o subempleado a la creencia del emprendimiento; y
b) la precarización laboral y el desempleo están conformando una nueva
clase social: la del precariado, pues los que están fuera de la dinámica
productiva de forma directa con el capital quedan mayormente expuestos
a sus condiciones, lo que conlleva su subjetivación y la conformación
desde esta nueva clase social. A partir las experiencias recientes se puede
cuestionar: ¿cuáles son los elementos presentes de cada sistema?, ¿se
observa alguna tendencia? O contrario a la propuesta: ¿está vigente como
forma subjetivada la clase obrera?
El capítulo, para el caso de México, trata de dar respuesta a estas
inquietudes a partir de un análisis de datos de la Encuesta Nacional de
Valores en Juventud (ENVAJ) y de la Encuesta Nacional de Micronegocios
(ENAMIN), ambas de 2012. Asimismo coloca una breve reflexión donde
señala los límites a la categoría de enclasamiento, pues los autores si
bien encuentran para el caso del precariado elementos de movilización
en Europa, este no parece ser un mecanismo suficiente en México para
observarle como comunidad de voluntades hermanadas políticamente.

Espacio social, campo y capital

La noción de clase que se retoma en este capítulo deriva del estructural


construccionismo de Pierre Bourdieu; proviene en sí de sus reflexiones
sobre las luchas simbólicas, las cuales, mediante el nombramiento de
grupos y según las posiciones objetivas de sus integrantes, llevan a la
producción y reproducción de determinadas prácticas. Son principalmente
La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (2002) y El espacio social
y la génesis de las clases (1989) los textos donde se encuentra con mayor
profundidad el desarrollo de esta categoría.
Para comprender a qué se refiere Bourdieu con enclasamiento, merezca
tal vez hacer primero una breve introducción de su teoría de los campos, a
efecto de no caer en versiones aisladas o esencialistas, pues si bien enclasar
se refiere a agrupar a través del nombramiento, no se trata solo de una
mirada del observador, sino de una relación social y de poder dentro de

50
este espacio
Para Bourdieu un campo es un espacio social en el cual se disputa entre
sus participantes un capital, siendo este cualquier elemento de interés.
Si un individuo se interesa por algo participa ya en ese campo y en su
participación instituye a este. El campo no es algo constituido, sino es
aquello que se forma por el propio proceso de lucha del capital entre varios
participantes. Unos lucharán por obtener aquello de lo cual carecen o por
aumentar su posesión, otros pelearán por retener lo poseído, mismo que
objetivamente los coloca en una posición dentro de ese espacio.
El espacio social, por tanto, se constituye de toda una configuración
de campos desiguales formados por los diferentes procesos de lucha. En
este los individuos participan siendo unos u otros según los intereses
tomados y ocupan posiciones diversas acorde a la posesión diferencial de
los capitales. En cada campo ocupan una posición y en el espacio social
una lugar global. Los campos y capitales genéricos que identifica el autor,
así como determinadas posiciones, son el económico, social, cultural,
simbólico y político, pero hay tantos campos como capitales en disputa,
como procesos de lucha social.
Pero lo que preocupa a Bourdieu, para el caso de este capítulo, son el
campo simbólico y de poder, pues a través de ellos se constituye el interés y
la práctica de la lucha. En el campo simbólico lo que se disputa es la visión
del mundo, la constitución del habitus entendido como los esquemas de
percepción, apreciación y acción incorporados en los agentes que permiten
tomar o no el interés por algo (Bourdieu y Wacquant, 2008:167). De
manera que, según los procesos de lucha en este campo y la configuración
posicional de los agentes, se determinan los otros procesos sociales, o sea,
se establece el espacio social. En este se permite o no el reconocimiento
objetivo de las posiciones (afirmación y apreciación de grupos o clases).
Por su parte, en el campo de poder lo que se disputa son las posibilidades
de codificación, de hacer una visión del mundo legal o ilegal. En este no
se separa entre lo normal y lo anormal, pues ello se hace en el campo
simbólico, pero sí se generan las posibilidades de realización mediante
un poder normativo, uno coercitivo que obliga. A esto Bourdieu le llama
metacapital, pues se trata de un capital que lleva a la definición de las
reglas del juego de los otros campos. Quien se alza en el campo de poder
codifica a los otros y con ello asegura su posición global en el espacio
social, no sin antes asegurar en el campo simbólico la visión del mundo

51
a codificar. Señala el autor que el metacapital tiene el “poder de mandar
por medio de la legislación, regulaciones, medidas administrativas […],
en suma, todo lo que normalmente ponemos bajo el rubro de las políticas
de Estado” (Bourdieu y Wacquant, 2008:150). Es por ello que existe una
amplia complicidad que se puede encontrar entre intelectuales y poder.
Por lo anterior, tratar el tema de enclasamiento obliga a tener presente
que se habla de un proceso de lucha en el campo simbólico, en primer
orden , y en el campo del poder en segundo. En estos se definen clases
y el mismo espacio social por la toma de interés y prácticas producidas
según las posiciones objetivas constituidas. Se invita al lector a hacer
estas consideraciones en el seguimiento del capítulo, a efecto de evitar una
lectura asilada del pensamiento bourdiano.

¿Qué es un enclasamiento?

Las clases o grupos sociales se determinan, a primera vista, por las


prácticas cotidianas de los individuos y, a segunda vista, por las prácticas
que les distinguen (las cuales no están escindidas de condiciones objetivas
y subjetivas). Por ello, si bien las clases o grupos están siendo en la
cotidianidad, también pueden establecerse a través de luchas simbólicas y
políticas, grupos sociales con probabilidad de clase a partir de determinados
atributos observables o representación de ellos. Se puede nombrar y
representar una clase sobre el papel sin que esta necesariamente esté siendo
una, o que por ese nombramiento obligadamente se le considere como tal.
Como lo afirma Pierre Bourdieu (1989) cuando reconoce que en el proceso
analítico de desarrollo de clase esta se presenta solo como un cúmulo de
agentes con posiciones similares dignos de ser agrupados:

Podemos recortar clases en el sentido lógico del término, es


decir, conjuntos de agentes que ocupan posiciones semejantes
y que, situados en condiciones semejantes y sometidas a
condicionamientos semejantes, tienen todas las probabilidades
de tener disposiciones e intereses semejantes y de producir, por
lo tanto, prácticas y tomas de posición semejantes. Esta clase
“en el papel” tiene la existencia teórica propia de las teorías
(Bourdieu, 1989: 208).

52
Hasta aquí el problema de la clase radica en el nombramiento, en
la posibilidad de subjetivación de la misma y las condiciones objetivas
de reproducción. Quien nombra pudiera hacerlo solo para sí y que esta
se quedara en papel. Sin embargo, también podría intentar prescribir
prácticas enclasantes como forma de llevar a la impresión del se es en
el papel a la posibilidad del estar siendo; de la representación a la
configuración representada, a la distinción social. Esto depende del interés
del agrupamiento en el campo simbólico con relación a los intereses y
posiciones de los agentes en los otros campos, que son quienes nombran
por sí o por otros participantes.
En una investigación académica un estudiante puede representar
nuevas clases sobre el papel, cuyo único interés es anunciar estas a un
selecto grupo de docentes o compañeros. En este caso no se configura
un nuevo enclasamiento, pues la construcción no trasciende al plano
social, a la distinción. Para que el enclasamiento suceda el agrupamiento
y nombramiento debe ser percibido y reproducido por quienes son
enclasados, es decir, incorporado a su habitus.
Para que se produzcan un nuevo enclasamiento debe habitar un interés
superior al de un agrupamiento intrascendente que conlleva generar un
impacto en la producción y reproducción de la estructura social. Se trata de
nombrar y modificar los grados de percepción de las diferencias inscritas
en la estructura misma con fines a su reconfiguración, pues como señala
Bourdieu (1989:37) la distinción es la clase siendo, “es la diferencia [ya]
inscrita en la estructura misma del espacio social [pero…] percibida a través
de categorías adaptadas a esa estructura”. Desde diversos campos de lucha
puede surgir, en una relación de poder, el interés de un grupo de modificar
su posición social, que le lleve desde el plano simbólico a elaborar como
estrategia nuevas representaciones de sí o de sus adversarios. De lograr
su cometido en los otros, desde la lucha simbólica, se habrá realizado con
éxito un nuevo enclasamiento.
Los nuevos enclasamientos no están establecidos de forma contundente
en la estructura social o esquema general de posiciones, sino que se
encuentran en construcción mediante luchas simbólicas de producción de
una visión del mundo (Bourdieu, 1989: 211), la cual encuentra legitimidad
según se consolide tal visión en los sujetos mediante un acto de percepción
de los nuevos posicionamientos. Es de resaltar que este proceso de
reconfiguración no incluye un proceso consciente para los individuos,

53
ya que “lo esencial de la experiencia del mundo social y del trabajo de
construcción que esta experiencia implica se opera en la práctica, sin
alcanzar el nivel de la representación explícita ni de la expresión verbal”
(Bourdieu, 1989: 211). El individuo reconoce la existencia mediante
la experiencia de un nuevo ordenamiento del mundo social, lo cual se
consolida en los hechos a pesar de la percepción de la realidad, es decir, a
través de la actualización del habitus incorporado.
De esta forma es el poder simbólico el que permite esta constitución,
el “de hacer ver y de hacer creer, de confirmar o de transformar la visión
del mundo y, por ello, la acción sobre el mundo” (Bourdieu, 2007:71). Un
poder que no reside en el propio sistema simbólico, sino en la relación
de clases que participan en la estructura social y en las posibilidades de
legitimación del enclasamiento. Se enclasa porque las categorías de
enclasamiento permiten la producción de un mundo favorable para quien
enclasa, y porque la relación de clases se garantiza pese a la reconfiguración
de la estructura social.
Desde esta perspectiva la dinámica en el conflicto termina por crear
una estructura lo suficientemente rígida como para ser reproducida
continuamente por ambos grupos en la relación social. Entonces el proceso
de enclasamiento para ser consolidado y cumplir con los requerimientos
de sentido ha de pasar por las estructuras interiorizadas de los sujetos
(habitus) en disputa, cerrando el ciclo iniciado en los cambios objetivos
efectuados (ya sea en el papel o no) en la relación de poder y la dinámica
cambiante en las prácticas de los grupos. Como se observa, las estructuras
mentales interiorizadas poseen un rol fundamental en el desarrollo del
enclasamiento; los procesos de socialización someten a los agentes a
asumir las nuevas peculiaridades, propias del entorno cambiante.
En este sentido puede proponerse que en el contexto del agotamiento
de una forma de producción objetiva del mundo se producen nuevas
subjetividades, nuevos enclasamientos que dentro de las posibilidades de
reproducción objetiva de las clases permiten la constitución de un nuevo
mundo que conserva iguales o similares relaciones de poder entre las
clases.

54
De la desmercantilización a la mercantilización del trabajo

Desde los cuarenta y hasta entrada la década de los ochenta se produjo y


reprodujo un mundo basado en una organización de la producción y del
trabajo de carácter fordista con una tendencia a la desmercantilización
de este, lo cual permitió durante el periodo una creciente generación de
riqueza, empleo ascendente y mejores condiciones de vida principalmente
en el medio urbano. México fue uno de los países de mayor crecimiento,
con tasas a finales de los cincuenta cercanas al 7% anual del Producto
Interno Bruto, pero las propias contradicciones de la organización llevaron
en los setenta a la imposibilidad de su reproducción objetiva, o sea, a una
crisis estructural.
De acuerdo con Enrique Alonso (1999) durante el periodo de posguerra
y hasta la década de los setenta la reproducción del capitalismo fue
posible por un proceso de desmercantilización del trabajo, apoyado en
una producción en masa para su consumo generalizado. Se le ha conocido
a este periodo como “Estado benefactor” porque en ese entonces el
Estado sustituyó condiciones de mercado por derechos, proceso inverso
a la tendencia de largo plazo de reproducción del capital que mercantiliza
todas las cosas. La gran depresión de los treinta, que fue una crisis de
sobreproducción, había mostrado la necesidad de intervenir en el mercado
para revertir el proceso elevando el salario relativo, de esa forma se
garantizaría una demanda efectiva. Por ello, en los cuarenta se inició un
periodo de desmercantilización apoyado en la creciente productividad de
la organización de tipo fordista.
En ese periodo la clase obrera o trabajadora industrial que se
constituyó, es decir, la que fue enclasada, tuvo condiciones diferenciadas
de la clase anterior, pues esta contrariamente se reprodujo en condiciones
de desmercantilización, de ascenso del salario relativo y mejora de las
condiciones de vida. De forma opuesta a las circunstancias clásicas del
capitalismo, la nueva clase obrera recibió beneficios por parte del Estado
que le constituyeron y distinguieron de su predecesora y otras clases
trabajadoras; se reprodujo con la percepción de ser el medio para alcanzar
el anhelado estilo de vida americano.
En este tenor el trabajo de la clase obrera se identificó con condiciones
de salarios ascendentes, movilidad laboral en aumento, capacitación,
acceso a servicios de salud, financiamiento para vivienda, derecho a

55
la jubilación, vacaciones y aguinaldo, entre otros. Recibió por parte del
Estado satisfactores públicos derivado de su socialización como creación
de infraestructura en el medio urbano. Así que se trató no solo de una
categorización o nombramiento a manera de representar una clase sobre el
papel, sino que propiamente se trató de una por las posibilidades objetivas
de su reproducción. En el caso de México, por ejemplo, derivado de las
políticas de industrialización sustitutiva de las importaciones, la población
ocupada (PO) en el sector secundario se incrementó de 1940 a 1970 en un
76%, con un resultado ascendente en el salario relativo de 1950 a 1970 de
25 a 35%. Es decir, la clase estuvo siendo. Tan solo en la Ciudad de México
la PO asalariada llegó a ser del 78%. Lejos de la industria no se hizo esta
clase, pues en el medio rural el acceso a la seguridad social alcanzó a penas
el 7% y en el medio urbano el 42 (Ornelas, 1993:30; Meza, 2005:146;
Pacheco, 1994:271).
En su toma de protesta como presidente de México en 1964, Gustavo
Díaz Ordaz refirió algunas de las condiciones de esta clase: certidumbre
en el trabajo, salarios adecuados, seguridad social, participación en las
utilidades (Biblioteca Garay). Desde luego la producción de esta clase
no representaba en el momento un elemento de crisis para el capital.
Contrariamente el pacto entre el capital y el trabajo se avizoró como
condición necesaria para la reproducción, por eso se produjo esa clase. La
desmercantilización fue el costo transitorio para relanzar la acumulación
del capital que la profunda mercantilización anterior había llevado a la
crisis de los años treinta.
Pero para los setenta la organización encontró su crisis estructural. La
productividad estaba en descenso y pese a ello la tendencia creciente del
salario relativo se mantuvo. Por ejemplo, según datos de Harvey (2007:22)
de 1967 a 1976 la tasa media de crecimiento de remuneraciones por hora
en Estados Unidos de América fue de 7.61%, pero la de productividad
apenas alcanzó 2.38, comportamiento insostenible, pues restringe las
posibilidades de inversión y generación de empleo. Para el mismo periodo,
pero para otros países industrializados, Fajnzylber (en Millán, 1998:42)
proporciona las siguientes tasas de crecimiento: en Reino Unido de 10.2
% en remuneraciones y de 2.57 en productividad, en Francia de 13.74 y
4.88, en Italia de 14.45 y 4.91, en Japón de 20.4 y 8.27, y en Alemania
Occidental de 17.7 y 5.53%, respectivamente.

56
En este contexto la remercantilización del trabajo y una nueva
organización de la producción resultó necesaria para arreglar la tendencia
de largo plazo de acumulación del capital. En México para 1976 el salario
relativo ya se había elevado al 40%, lo que representó un cese en la inversión
privada, cuya sustitución por el aparato público para prolongar el modelo
de crecimiento profundizó la crisis estructural con una crisis de liquidez
pública en los ochenta. La cuestión fue cómo hacer un nuevo mundo del
trabajo caracterizado por la pérdida de los derechos y de los beneficios del
antes proceso de desmercantilización. Ante ello el neoliberalismo aportó
un propicio andamiaje conceptual para generar nuevos enclasamientos.
Los resultados del hacer mundo desde la reorganización de la producción
y del trabajo posfordista, incidida por los nuevos enclasamientos, puede
sintetizarse en la reducción del salario relativo al 27% para 2012. Esto es,
de 1976 a 2012 una reducción de la participación de la clase trabajadora
en la riqueza del país generada en un año del 32.5%. Las estrategias
fueron: contención inicial en el aumento de salario nominal frente a
elevados índices de inflación e indexación posterior a este, privatización
de empresas públicas que derivó en masivos despidos de los trabajadores y
ataque frontal a la institución sindical.

Las nuevas formas de enclasamiento

Para operar la reorganización del trabajo y de la producción a finales del


siglo XX en un contexto de reducción del salario relativo, el liberalismo
planteó al menos de entrada dos nuevas clases de trabajadores como
sustitutas de la clase tradicional obrera: el empleado empresario y el
emprendedor. Cada una de ellas para ajustar a partir de la subjetivación de
distintos contenidos las prácticas de trabajo acordes con los requerimientos
objetivos específicos para la reproducción del capital. Dos eran las
necesidades del capital respecto al trabajo: reducir los salarios en un
esquema de ascendente productividad laboral y traducir el pronto y
creciente desempleo y subocupación estructural en una actividad deseada.
De esa forma se garantizaría un proceso legítimo de transformación y
remercantilización.

57
Para la primer clase se propuso el argumento toyotista o de producción
flexible. Durante el fordismo la estabilidad y seguridad en el empleo fue
posible por los propios requerimientos de producción en masa a largo
plazo. La sociedad se modernizaba. Un trabajador aseguraba su vida
laboral dentro de una empresa, realizando rutinariamente una actividad
especializada.
Este modelo procuró de inicio una amplia productividad, pero el
aseguramiento de los satisfactores de esa modernización por los diferentes
sectores sociales, que requiere una ascendente reestilización para mantener
un consumo sustituyente de bienes, exigió flexibilizar la organización del
trabajo. Se necesitó no solo de un justo a tiempo y la cantidad necesaria
de los insumos y productos, sino también del trabajo. Un trabajador para
el tiempo mínimo indispensable y con la capacidad de procurar diversas
actividades según las necesidades.
El toyotismo, en este sentido, dispara un discurso en el campo
simbólico que permite la adhesión de los trabajadores a estas necesidades.
No se trata de una argumentación, sino que es en sí una forma de organizar
el trabajo, pero con elementos culturales y políticos que intervienen en
la organización. Para Álvarez Newman (2012) el toyotismo procura una
cultura de colaboración a través del uso de dispositivos de trabajo en equipo,
mejora continua y remuneraciones en base a la productividad. Mediante la
cultura del trabajo en equipo se hace del trabajador un corresponsable de
los logros de la empresa; si le va bien a la empresa le va bien al trabajador
en su salario. Con ello se facilita la sustitución de un salario rígido por
un salario proporcional a la productividad y la calidad, donde un mínimo
de la composición de este es estable. Situación similar se asume cuando
la empresa atraviesa por un periodo de crisis, ahí el trabajador como

58
corresponsable debe participar de las pérdidas sea reduciendo su jornada,
su salario o su despido.
Desde esta óptica la precarización como reducción salarial, pérdida
de la estabilidad y seguridad laboral se asume de carácter natural a los
vaivenes de la economía, no como producto de un antagonismo de clase.
Naturalizar las visiones del mundo es la clave de los resultados de las
luchas simbólicas.
Algunos elementos que pueden suponer la subjetivación de esta nueva
clase son: a) satisfacción de un trabajo flexible en oposición a uno rígido
donde se otorga preferencia a las posibilidades de ascenso como producto
individual, o en equipo a la calidad y productividad por encima de la
estabilidad en el trabajo; b) conformismo de un salario fluctuante como
producto del esfuerzo propio donde se antepone la aspiración por alcanzar
un puntaje determinado más que por la seguridad de un ingreso estable; y c)
deseo de un horario o jornada flexible de trabajo, contratación por tiempo
parcial o temporal por la libertad que ofrece para realizar otras actividades.
Se apuesta por un buen trabajo temporal que un mal trabajo permanente.
Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi),
en el último trimestre de 2014 se encontraba ocupado en México el 95.6
% de la población económicamente activa (PEA), esto es apenas un
4.4% de desocupación. De la PO el 67.9% son trabajadores remunerados
o subordinados, el 22.4 trabajan por cuenta propia sin emplear personal
pagado, el 5.5 no reciben remuneración y el 4.2 son propietarios de los
medios de producción con trabajadores a su cargo. De los trabajadores
remunerados solo el 81.6% laboró todo el año, el 61.6 tiene prestaciones
laborales, apenas el 23.8 recibe más de tres salarios mínimos (SM), el 5%
dispone de un trabajo secundario, 17.5 trabaja menos de 34 horas semanales
y el 8% está en condición de subocupación.

59
El otro nombramiento es el de la clase del emprendedor. Desde los
años ochenta hasta la actualidad la población ocupada no asalariada
es la que más creció, pero la denominación inicial dada de “trabajador
informal” en contraposición a la de “formal” no resultaba sostenible a las
necesidades de gestión de la nueva organización del trabajo en un esquema
de desmercantilización. Así que el término del emprendedor es más propio
para legitimar prácticas estructuralmente determinadas por las necesidades
de reproducción del capital. El emprendedor es en sí un trabajador por
cuenta propia de quien se invisibiliza su condición objetiva para visibilizar
su iniciativa propia, su deseo y voluntad de seleccionar su actividad fuera
de la formalidad.
El nombramiento del emprendedor o dígase de enclasamiento del
empresario moderno inicialmente fue realizado por Joseph Schumpeter en
su teoría del desenvolvimiento económico en la primera mitad del siglo
pasado. Para Schumpeter el emprendedor es el fundador de una empresa,
un innovador que rompe con lo tradicional, con las rutinas. Tres son los
tipos de elementos que definen su actividad. El primero relacionado a la
introducción de un bien o proceso, la apertura de un nuevo mercado o un
descubrimiento; esta es la actividad de la innovación que le caracteriza.
El segundo refiere las motivaciones: el deseo de fundar algo privado, de
ganar, de conquistar, así como el disfrute de la innovación. Y el tercero
remite a los factores subjetivos que inhiben la actividad como el rechazo a
lo desconocido (Carrasco y Castaño, 2008:122-123).
Como se puede inferir, el emprendedor original schumpeteriano, desde
las condiciones objetivas que le posibilitan, requiere capitales para traducir
el espíritu emprendedor en innovaciones competitivas. No obstante, en
las últimas décadas la nominación se vulgarizó para captar el amplio y
creciente número de trabajadores en condición de precariedad y desempleo.
De tal manera que al subjetivar estos grupos transformen sus prácticas de
trabajo precarias hacia una actividad independiente o por cuenta propia.
Tal es la vulgarización que actualmente en México el Instituto Nacional
del Emprendedor considera como semillero de emprendedores a toda
la población dentro del rango de edad de 20 a 49 años. A este sector de
población dirige capacitaciones y simulación de negocios para generar una
cultura o espíritu emprendedor.
Del 2007 a 2012 el Programa Nacional de Emprendedores de reporta
como resultados la formación de 276 millares. Pero se refiere apenas

60
una cantidad otorgada de 2,164 millones de pesos por concepto de
financiamiento, esto es, un promedio de 7,840 pesos por participante.
Sin duda la categoría vulgarizada trata de un enclasamiento para cooptar
parte de la vieja clase del fordismo, pero sin posibilidad objetiva de
reproducción. Esta forma de ver el mundo se ha subjetivado al grado
que no es excepcional leer en las redes sociales, blogs o prensa digital
comentarios tales como: “la crisis también es oportunidad” o “no encuentra
trabajo quien no lo busca”.

De acuerdo con información del Inegi en el cuarto trimestre de 2014


el 22.4% de la PO realizó actividades como trabajador por cuenta propia,
sin emplear personal pagado. De esta población el 36.2% tiene cinco
años o menos realizando esta actividad, apenas el 14% obtiene un ingreso
superior a tres salarios mínimos, el 34.5 se dedica al comercio, 5.7 realiza
de forma ambulante en la calle su actividad y el 21.8 la ejerce en el lugar
de la empresa.
Una de las críticas al uso de la categoría del salario relativo como
indicador de la distribución de la riqueza ha radicado en dejar al margen
a este último grupo de trabajadores por cuenta propia, bajo el supuesto de
haberse constituido como un receptor importante del ingreso. Sin embargo,
como se puede observar comparativamente con el grupo de trabajadores
subordinados, recibe en menor proporción que estos un salario superior.
Neira (2010) en efecto encontró, en un ejercicio para América Latina
integrando a este grupo, que el valor del trabajo se vuelve así más precario.
Para el caso de México, por ejemplo, de 1982 a 1990 el salario relativo
cayó abruptamente del 65 al 45% . Es decir, los trabajadores por cuenta
propia, los denominados emprendedores, llevan en sí condiciones más
precarias que quienes aún conservan su condición como asalariados.

61
La configuración de las clases representadas

El objetivo central de este capítulo es evidenciar si los nuevos


enclasamientos configuran clases. O sea , si el nombramiento efectuado
en las luchas simbólicas permite observar clases siendo. Para este efecto
se recurre a los resultados de la Encuesta Nacional de Valores en Juventud
2012 (ENVAJ) y a un análisis de datos de la Encuesta Nacional de
Micronegocios 2012 (ENAMIN). Se pretende obtener de ellas una medida
del contenido subjetivado, esto es de la incorporación en el habitus de los
nuevos enclasamientos.

a)Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012


La Encuesta Nacional de Valores en Juventud es un trabajo coordinado
entre el Instituto Mexicano de la Juventud y la Universidad Nacional
Autónoma de México. El objetivo es conocer las actitudes, opiniones y
valores de la población de doce a veintinueve años, así como los patrones
culturales que inciden en sus prácticas en relación a doce temas. Dos de
estos son relevantes para el conocimiento de su subjetividad en lo que
compete a este texto: trabajo y satisfacción y retos para el futuro.
En la revisión de los resultados de la encuesta se partió del supuesto de
que en la población de menor edad existe mayor posibilidad de encontrar
los nuevos enclasamientos. Sin embargo, los siguientes datos pudieran ser
opuestos a lo esperado. Para el análisis de algunos reactivos de la encuesta
los jóvenes fueron agrupados según su condición laboral o de estudio.
Como se puede observar en el cuadro 4 el 40.8% de ellos trabaja y el 48.4
estudia; el 18.4 no estudia ni trabaja. De los jóvenes que trabajan el 28.6%
lo hace como empleado y el 12.2 tiene un negocio por cuenta propia.
Debe de referirse que del total de jóvenes trabajadores el 57.6% se ocupa
como comerciante, empleado de comercio, agente de ventas o vendedor
ambulante.

62
Por su parte, de los jóvenes que no trabajan y que representan el
59.2 %, su condición se origina por su calidad de estudiante (31.3%), de
edad (6.6%), de enfermedad (0.3%) o porque no busca o desea trabajar
(10.3%). El 10.7% restante se encuentra en condición de desempleo por su
insuficiente preparación, inexperiencia, apariencia o situación económica
del país.
Es interesante, para efecto de comprensión del cambio de subjetividad,
que ambos grupos de jóvenes (estudiantes y trabajadores) establecen una
relación intensa entre trabajo y estudio.
En relación al ingreso y las condiciones de trabajo el 72.6% percibe un
monto igual o menor a tres salarios mínimos; solo el 27.5 cuenta con un
contrato, y de estos el 61.6 recibe aguinaldo, el 56.2 goza de vacaciones
con sueldo pagado y el 40.7 recibe reparto de utilidades. La forma de pago
que mayormente predomina es por salarios o sueldos (49.2 %), seguida
de las ganancias de negocios propios (16.1%), honorarios (15.5%), por
comisión (12.9%) y a destajo (10.8%).

Una evaluación general, respecto a las condiciones del trabajo, se puede


apreciar a partir de las respuestas dadas a la pregunta de la encuesta sobre
las posibilidades que ofrece el ingreso. Para el 55.9% este les permitió
cubrir a escala familiar todos los gastos (34.7%) e incluso ahorrar (21.2%
); no obstante, para el resto apenas les alcanzó (33.4%), les fue necesario
sacar de los ahorros (3.0% ) o tuvo la necesidad de pedir prestado (7.7%).
Por otra parte, del total de jóvenes apenas el 14.5% indicó que intentó
comenzar un negocio propio; de ellos, apenas el 39.2 lo concretó de forma
total y el 10.2 en forma parcial. Los elementos principales por los cuales
el negocio no funcionó fueron: la falta de dinero (30.8%), la mala idea
(25.3%), carencia de permisos (16.3%), falta de tiempo (10.2%) o por
necesidad de ayuda (10.1%). El 7.3 mencionó algún otro problema.

63
Sobre la forma en cómo se percibe y valora el trabajo llama la atención
que este, como en décadas anteriores, tiene una fuerte centralidad,
colocándose solo por debajo de la familia en un contexto de ocho temas
propuestos. En grado de mucha importancia y en una selección de tres
menciones las cifras son: familia 91.0%, trabajo 70.7, pareja 68.7, dinero
66.4, escuela 64.8, amigos 47.6, religión 31.1 y política 15.6. Aunque
se notan distinciones entre grupos de jóvenes. Por ejemplo, los que solo
estudian le seleccionan apenas en un 63.0%, en contraste con los que
únicamente trabajan quienes le mencionan en un 80% . Dentro de este
último grupo son los que reciben un pago por honorarios quienes le colocan
con mayor importancia alcanzando el 85.2%.Probablemente la relación de
seguridad o inseguridad en un puesto incida en la manera de valorarle,
pues para quienes reciben un pago por salario o sueldo disminuyen su
apreciación a 78.7 puntos porcentuales.

En el cuadro 6 se muestra que en relación a la pregunta de la encuesta


sobre la preferencia entre un trabajo estable, pero sin posibilidades
de progresar, y un trabajo con muchas posibilidades de progresar, pero
inestable, son los más cercanos a un empleo flexible quienes muestran una
mayor preferencia por este último. Pero debe observarse también que puede
tratarse en parte de un sector que pese a la tendencia a la precarización
está obteniendo en términos de ingreso mayores beneficios que los otros.
Esta situación se puede corroborar, por ejemplo, en el cuadro 7, cuando en

64
relación a la satisfacción con el trabajo son quienes reciben un pago por
honorarios los que la muestran en mayor grado.

Una situación que puede apoyar la comprensión de la subjetivación de


los nuevos enclasamientos, pero que entra en juego con las condiciones
objetivas, es el enfrentamiento que hacen los jóvenes de esta cuando
ingresan al trabajo. Para quienes estudian las oportunidades para encontrar
un nuevo empleo son mayores que para aquellos quienes ya trabajan
(cuadro 8). Así como también se aprecia que la educación se antepone
para los que solo estudian sobre otros cinco elementos como el de mayor
importancia para conseguir trabajo (cuadro 9). Para quienes trabajan el
elemento educación pierde importancia colocándose de forma muy cercana
la experiencia laboral.
Otros resultados generales del análisis de la encuesta son:

• El 97.3% estudió alguna vez y quienes dejaron los estudios fue


principalmente por falta de dinero o necesidad de trabajar (42.5%).
• Los jóvenes consideran que el mayor problema para sus familias es
la falta de recursos económicos (32%) o la falta de trabajo en algún
miembro (26.1%).
• Se expresa que el segundo problema más grave del país es el
desempleo (47.4%), después de la pobreza (57%).
• Lo más importante de un trabajo es que paguen bien (84.6%), sea
estable (42.6%) y tenga prestaciones (40.4%).
• El 68.4% considera que con relación al tema del trabajo piensan
igual que sus padres.
• El 89.3% se interesa poco o nada en la política y el 92.6% no

65
participa en alguna organización, asociación, grupo o movimiento.
Solo el 14.8% considera que se debe participar en política cuando
hay que protestar por alguna injusticia.

En resumen, se puede interpretar que los jóvenes, a partir de las


experiencias familiares de precariedad, no han subjetivado los nuevos
enclasamientos liberales. Pensar igual que sus padres en una alta proporción
referente al tema del trabajo indica que los procesos de transformación del
pensar y hacer un mundo tienen un alcance transgeneracional. Se mantiene
la aspiración fordista del trabajo estable y seguro. Solo para un pequeño
grupo el espíritu emprendedor está presente, sin embargo, la reproducción
de esta clase se ve imposibilitada por las condiciones objetivas.
Resulta relevante el desinterés por la participación política en los
jóvenes pese al reconocimiento de la situación económica adversa.

66
b) Encuesta Nacional de Micronegocios 2012
La Encuesta Nacional de Micronegocios se aplica desde 1992, de forma
bianual, a través del Inegi y la Secretaría del Trabajo. En 1988, como
antecedente de esta, se levantó la Encuesta Nacional de Economía
Informal. En este primer ejercicio la unidad de observación fue cualquiera
que estuviera involucrada en la producción de bienes o prestación de
servicios en la vivienda o fuera de ella; al sector se le había concebido
como la parte de la economía lícita no agrícola destinada al mercado a
través de empresas no incorporadas perteneciente a los hogares y con una
contabilidad no convencional (Cervantes, et. al., 2008:34). Actualmente la
encuesta determina la unidad de análisis a partir de la identificación de las
personas que trabajan por cuenta propia o son dueños de negocios. Solo
se consideran las unidades en el sector no manufacturero de hasta once
empleados, y en el manufacturero de hasta dieciséis (ENAMIN, 2012). El
micronegocio se define, en este sentido, por su escala, con lo cual pierde la
relación estructural que dio origen a su medición.

67
De acuerdo con la motivación principal para iniciar la actividad
económica o negocio, como variable de la encuesta de 2012, las unidades
pueden agruparse en cuatro categorías: por motivación, por tradición, por
necesidad y otros (cuadro 10). La primera pudiera propiamente referir a
aquellos con un espíritu emprendedor, pues incluye a quienes tomaron la
decisión de formar el micronegocio por: a) tener dinero y encontrar una
buena oportunidad, b) requerir un horario flexible, c) para ejercer su oficio,
carrera o profesión; y d) para mejorar el ingreso. La tercera categoría,
por necesidad, contrariamente pudiera referir a aquellos desplazados
propiamente del sector formal, pero aún sin la subjetivación neoliberal, esta
incluye a quienes: a) buscan completar el ingreso familiar, b) esta actividad
fue la única manera para obtener un ingreso, c) los empleos encontrados
estaban mal pagados y d) no había oportunidad de empleo. La primera
categoría representa el 31.06% de los trabajadores por cuenta propia, en
tanto la tercera el 38.8.
Un análisis de los datos de la ENAMIN 2012 refleja diferencias
importantes entre la categoría “por motivación” y la categoría “por
necesidad”, algunas de las cuales pueden permitir las siguientes inferencias:
En el cuadro 11 se aprecia que la mayoría de quienes no trabajaban tres
meses antes de la aplicación de la encuesta iniciaron el negocio por necesidad
(24.2%), pero quienes lo hicieron por motivación mayoritariamente tenían
de forma previa una condición de trabajadores asalariados (22.3%).
Asimismo se observa que quienes eran asalariados terminaron de forma
voluntaria su relación laboral la mitad de quienes iniciaron el negocio
por motivación (50.0%). Mayoritariamente aquellos que lo iniciaron por
necesidad tomaron la decisión a causa de despido, recorte de personal,
cierre de la empresa o terminación del contrato (cuadro 12).
Respecto a las expectativas de mantener la condición de trabajadores
por cuenta propia, los datos de la encuesta muestran que existe una mayor
disposición para dejar la actividad e incorporase como asalariados por
parte de quienes iniciaron el negocio por necesidad, esto si el ingreso es
en promedio superior a 7,415 pesos y se accede al IMSS y pensión. En
menor proporción existe la disposición de quienes iniciaron la actividad
por motivación con un ingreso condicional medio de 11, 550 pesos.

68
69
Existen diferencias sustanciales dentro de cada categoría con relación al
ingreso condicional para dejar el negocio e incorporarse como trabajadores
asalariados. En los extremos se encuentra quienes lo hicieron para
completar el ingreso (6,923 pesos) y quienes tenían dinero y encontraron
una oportunidad (14,165 pesos). También se aprecia que es relevante la
condición de género en la cantidad de ingreso considerada como umbral
para abandonar el negocio, ya que, en general, las mujeres sitúan un
ingreso medio de 8,299.00 pesos, mientras que el de los hombres es de
11,257.22. De manera que según la distribución en las motivaciones de
las mujeres y los hombres se afecta el umbral de ingreso para cada una de
ellas. Un análisis por género de las motivaciones para iniciar el negocio,
solo considerando a aquellos dispuestos a abandonarlo según un umbral
de ingreso como asalariado, muestra que por necesidad las mujeres están
presionando una expectativa de salario menor.
Un análisis por sector de actividad de inserción del negocio permite
mostrar que quienes iniciaron la actividad por motivación en su mayoría
ofrecen servicios; y que quienes lo hicieron por necesidad es el comercio.
En general es el sector servicios el que proporciona mayor ingreso medio
mensual (7,375 pesos). En contraposición es el sector comercio el que
permite el menor ingreso medio (5,092 pesos).

Finalmente se puede mencionar que el monto medio de dinero obtenido


por concepto de financiamiento por parte de quienes iniciaron a causa de la
motivación duplica el monto de quienes lo hicieron por necesidad., y que
para la mitad de quienes iniciaron el negocio por necesidad, el ingreso de
este no permite realizar inversiones, ahorrar o cubrir los gastos del hogar.

70
En resumen, desde la Encuesta Nacional de Micronegocios 2012 se
puede indicar que sí existe propiamente la reproducción de la clase del
emprendedor, no obstante, el tamaño de esta es menor de quienes no han
subjetivado este nuevo espíritu capitalista. El nuevo enclasamiento del
emprendedor reproduce de forma discursiva las argumentaciones liberales
para justificar sus prácticas, y estas se reproducen porque encuentran
sustento. Se trata del grupo inserto en actividades probablemente más
productivas y, por ende, con mayor contenido de innovación; ello lo sugiere
el nivel de ingreso medio.
Pero existe un grupo mayor al cual se evitó enclasar, según lo
muestra la reconceptualización de la unidad de análisis de la encuesta de
micronegocios, aquel que es consciente en mayor medida de su condición
precaria. Se trata en parte de nuevos trabajadores, muchos de ellos mujeres,
quienes tuvieron que buscar un ingreso complementario del hogar, o
extrabajadores asalariados que por una situación de desempleo o falta de
uno bien remunerado fueron forzados a iniciar un negocio propio. Los
datos sugieren que estos se insertan en el sector menos productivo, en el
comercio informal, con un ingreso menor a dos salarios mínimos, situación
por la cual muestran disposición para reinsertarse como asalariados.

El precariado, ¿subjetivación alterna?

Bourdieu (2002) considera que pese a la violencia simbólica existente para


ver y hacer un mundo, este no puede reproducirse sin las posibilidades
objetivas para ello porque la experiencia en sí es la que permite la
actualización de ese pensar, de ese habitus. ¿Hasta qué grado los individuos
pueden escindirse de sus condiciones objetivas para no darse cuenta de
ellas? Los datos anteriores muestran para el caso de los jóvenes que ese

71
mundo precario no está separado de su conciencia. Se conocen y reconocen
las condiciones laborales adversas. De quienes iniciaron un negocio se
observa que son más los forzados a hacerlo que aquellos con el llamado
espíritu emprendedor.
En este sentido se puede señalar que perdura la clase tradicional a la
par que se produce con baja intensidad los nuevos enclasamientos. Sin
embargo, lo que más pareciera crecer es un grupo precario, por ahora
una nueva clase sobre el papel, individuos que no tienen cabida en la
reproducción obrera anterior, pero tampoco en la del empleado empresario
o en la del emprendedor. En relación a la pregunta acerca de darse cuenta
de sus condiciones, pudiera responderse que tal vez el proceso esté
mediado por la velocidad o ritmo de las transformaciones de la estructura
social o de la difusión de los nuevos enclasamientos para que se lleve un
desacoplamiento tal que irrumpa la estabilidad de la reproducción.
En México los cambios objetivos en el mundo del trabajo que representa
la flexibilización de las condiciones y la producción de este de forma
informal tienen ya una data de tres décadas. Esto es una duración igual a
la realización de los nuevos nombramientos. Los cambios han sido largos
y parejos, graduales, con excepción de los grandes momentos de crisis de
los ochenta y de 1995. Pero aún en los ochenta la desmercantilización del
trabajo tuvo un moderado proceso inverso como para marcar en el largo
plazo casi una tendencia lineal descendente del salario relativo, sin saltos
abruptos. Para 1993 el salario relativo había repuntado al 35%, por lo cual
el descenso desde 1976 solo se reflejaba en un 5%.
No obstante, en otros espacios la clase sobre el papel parece estar siendo
clase por lo abrupto o desacoplamiento de las transformaciones. En Europa
las recientes y profundas medidas de austeridad, por la crisis de 2009 que
despliega la desmercantilización geográficamente cada vez más cerca del
centro del poder, visibilizaron al nombrado precariado. Probablemente
no se haya formado aun la conciencia de esta nueva clase, pero se está
conformando una identificación de las condiciones objetivas de miles de
trabajadores y desempleados que marchan en España, por ejemplo, en cada
oportunidad para protestar por esta situación desde 2011 hasta la fecha.
Para Guy Standing (2014:8), uno de los primeros en usar el término
precariado como clase, define esta por la precarización, por “la adaptación
de las expectativas vitales a un empleo inestable”. Una clase que a
diferencia del viejo proletariado tiene un nivel educativo y de formación

72
por encima del nivel que exige su trabajo, el cual frustra sus expectativas.
Para el caso de México, como se refirió con la Encuesta Nacional de
Valores en Juventud 2012, la educación es aún tomada como el primer
elemento para obtener un buen trabajo. En este sentido se puede preguntar
si el ritmo ascendente de la matriculación en educación superior llevará en
un futuro mediato a la configuración de esta clase.

Conclusiones

Como conclusión se pueden establecer algunos límites o posibilidades de


la categoría de enclasamiento que lleven a una mejor comprensión de los
resultados de análisis como el de este escrito.
En primer término se puede proponer que la orientación teórica o
práctica de la categoría de clase social no puede asumirse en términos
políticos por sí, pues un enclasamiento no necesariamente representa una
agrupación vinculada coherentemente, se trata más bien de un cúmulo de
individuos que comparten posiciones (saberes, prácticas, pensamientos
y gustos) semejantes, lo cual no significa que estos mismos individuos
funcionen en la realidad concreta como comunidad. Esto Bourdieu
(1989:208) lo explica cuando afirma que “no es en realidad una clase, una
clase actual, en el sentido de grupo y de grupo movilizado para la lucha; [se
podría] hablar de clase probable, en tanto conjunto de agentes que opondrá
menos obstáculos objetivos a las empresas de movilización que cualquier
otro conjunto de agentes”.
La existencia de grupos enclasados no se puede representar en términos
tradicionales, pues la consistencia de estos se ubica a partir del espacio
de relaciones que comparten dichos conglomerados con otros agentes y
con las instituciones socialmente estructuradas. Además, la aplicabilidad
de la clase social como posibilidad de identificación, pertenencia, interés
común y movilización se detiene al no reconocer con claridad a los otros
individuos en posiciones similares y a quienes fungen como voceros o
portavoces políticos, y por lo tanto, la clase no se puede entender como
una comunidad de voluntades hermanadas políticamente.
Las nuevas clases aquí tratadas por nada se perciben como grupos con
fines de movilización, aunque sí desde el observador como una forma de
orientación del mundo compartida. Es decir, los nuevos enclasamientos
lo son, aunque no a la manera tradicional con una homogeneidad política;

73
se establece solo una visión del mundo estructurada de semejante manera
que es lo que les constituye. Asumir la realidad tal cual es, implica un
tratamiento distinguible de los propios individuos en el mundo social
(lo que se puede o no permitir en palabras de Pierre Bourdieu). Por lo
tanto, identificar las condiciones cambiantes de la realidad y con ello las
nuevas posibilidades que demanda el sistema se convierte en parte del
procedimiento de reconfiguración de los modelos de identificación social
de los agentes.
Como se puede observar, los grupos identificados (emprendedor y
empleado empresario) no muestran aún signos sólidos de nuevas formas
de percepción, es verdad que la estructura objetiva referida a las relaciones
de clase si se encuentra en una etapa avanzada de reorientación, dado que
las formas de percepción y de conciencia del mundo se manifiestan en
un primer momento en el plano objetivo. Por ello, no es de extrañar que
la consagración de los requerimientos de la interiorización de los valores
cambiantes de clasificación se encuentre en una fase menos consolidada
de reconfiguración, con lo cual el enclasamiento y sus formas enunciadas
que vinculan ambos planos no puede encontrarse afianzada en su totalidad.
Dado lo anterior, la representación del mundo prerreflexiva necesaria se
asume en grado paulatino, pero bajo ninguna circunstancia debe negarse
rotundamente, pues la irrefutabilidad de la reconfiguración objetiva se
torna evidente, no solamente en el campo de las relaciones laborales, sino
también en otros campos sociales vinculados estructuralmente. La realidad
objetiva ha mutado, por lo tanto las representaciones subjetivas lo harán
más tarde que temprano.
El enclasamiento, entonces, puede asumirse como una mera categoría
teórico-explicativa que sirve como herramienta de comprensión de los
nuevos modelos presentados en la realidad, pero para que esta explicación
sea contrastante y trascendente, el enclasamiento deberá contener no solo
pautas objetivas evidentes, sino que también ha de incluir un cambio
profundo en los estilos de vida propios y distintos a otros, engendrando
(mediante los procesos de lucha simbólica) un sentido común arraigado
particular de este periodo histórico.
En conclusión, el enclasamiento pudiera proponerse como un proceso
totalizador de la realidad social, que implicaría una universalidad de la
reconfiguración de las estructuras sociales (incorporadas y no incorporadas);
o un enclasamiento con características muy puntuales que no implique

74
necesariamente una regeneración holística de los diversos campos de
relaciones. Si este último fuese el caso habría que identificar teórica
y objetivamente aquellas modificaciones así como definir el porqué del
cambio de esas particularidades y no otras. Un proceso de enclasamiento
que genere nuevas estructuras de manera holística resulta poco probable,
ya que las luchas simbólicas anteriores también juegan un rol importante
en los procesos de representación del mundo, con lo cual pierde estabilidad
un cambio tajante de las estructuras mentales y objetivas. Cualquiera que
fuese el caso, su identificación y estudio se generarán de acuerdo con la
periodicidad histórica y el contraste con la realidad.

75
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77
3
El régimen de gobierno neoliberal en
México
Benito León Corona9

“…con su lenguaje de mentiras infinitas,


convencen hasta las flores de que no son bonitas.”

J. M. Serrat y Calle 13

“A diferencia de la solidaridad, que es


horizontal y se ejerce de igual a igual,
la caridad se practica de arriba-abajo,
humilla a quien la recibe y jamás altera
ni un poquito las relaciones de poder.”

Eduardo Galeano

Introducción

Los regímenes de gobierno adquieren carta de naturalización de acuerdo


con la profundidad que alcanzan. Hoy nos encontramos en uno que inicia
a fines de los años setenta del siglo pasado y marca un viraje sustantivo en
9 Profesor de tiempo completo, doctor en Estudios Políticos y Sociales, miembro del
Sistema Nacional de Investigadores Nivel I. Área Académica de Ciencias Políticas
y Sociales del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad
Autónoma del Estado de Hidalgo.

79
la concepción del quehacer de gobierno. El viraje muestra la recuperación
de una visión que coloca a las actividades de mercado como el locus de las
relaciones sociales y políticas, por lo que la economía se convierte en el
ámbito de regulación de las sociedades a través de la acción gubernamental.
En el caso mexicano se evidencia el incremento del interés sobre su estudio,
pero cabe resaltar que también lo hace la población en esa condición debido
a diversos factores internos (la política económica, la distribución de la
riqueza y la producción de factores que favorecen la desigualdad) y externos
(la oferta y demanda de otros países, la globalización) que permean en la
vida económica y social de México. Sin embargo, poco se ve y atiende la
dimensión del poder, aquella que hace funcionar de determinada forma
a las instituciones a través de decisiones que provocan efectos y generan
respuestas producidas, a su vez, por formas organizacionales específicas;
aspectos sin duda relevantes y de necesaria atención ordenada.
Diversas modalidades analíticas han producido énfasis específicos,
manifiestos en las formas de nominar y definir el tema; por ejemplo, en
el ayer, es decir, en el momento de eclosión del tema en México, en el
sexenio de 1988 a 1994. Este giro en el régimen hizo suponer que ciertas
cuestiones serían resueltas como el despliegue estratégico para atender la
pobreza, a la cual que se le declaraba la guerra como un combate para
acabarla. Sin embargo, el transcurso de los sexenios nos ha mostrado que
es una estrategia con otros fines como “el combate a la pobreza”, táctica
para reconfigurar la subjetividad de la población pobre, no la eliminación
que se prometían–y promete hasta hoy– de la misma. Nuestro interés se
localiza precisamente en la revisión del giro en las prácticas de gobierno
que hoy se conocen como las prácticas del neoliberalismo.
Una de las cuestiones cruciales en este terreno es preguntar: ¿cuál es la
magia?, ¿cuáles son los trucos de que se vale el poder gubernamental para
postular hacer más lo que se ha propuesto hacer menos? Muchos pobres,
pocos, muy pocos ricos. Esto no solo ocurre en nuestro contexto mexicano.
Thomas Pogge nos ofrece un amplio panorama sobre la situación de los
más desfavorecidos y vulnerables en el mundo, en un momento donde
muchas formas de opresión y abuso hacia los más débiles y vulnerables
son consideradas perniciosas, lo que representa, dice Pogge, “un enorme
progreso moral” (Pogge, 2005:14). La pregunta que se hace es acerca de la
situación que guarda la distribución mundial de la riqueza. Los datos para
principios del siglo XXI son alarmantes:

80
Alrededor de 2800 millones de personas, esto es, el 46% de
la humanidad, vive por debajo de la línea de pobreza que el
Banco Mundial fija en menos de dos dólares diarios –con más
precisión: viven en hogares cuyos ingresos diarios por persona
tiene menos poder adquisitivo que el que tenían 2.15 dólares
en Estados Unidos en 1993–. La renta media de las personas
que viven por debajo esa línea es un 44.4% inferior. Cerca de
1,200 millones viven con menos de la mitad, lo que significa
por debajo de un dólar/día, la línea de pobreza más conocida
del Banco Mundial. Una pobreza tan inconcebible vuelve
a estas personas especialmente vulnerables ante cambios
insignificantes de las condiciones naturales y sociales, y
también las expone a muchas formas de explotación y abuso.
Cada año unos 18 millones mueren prematuramente por causas
relacionadas con la pobreza. Esto constituye un tercio de todas
las muertes humanas –50,000 diarias que incluyen las de 34,000
niños menores de cinco años– (Pogge, 2005:14).

Abundar en la presentación de datos es factible, de hecho, pero nos


quedamos con lo expuesto.
Para principios de 2014 (enero) la Organización OXFAM nos informa
en el documento Gobernar para las élites. Secuestro democrático y
desigualdad económica sobre los mismos aspectos que Pogge, y muestra
que hemos llegado a una situación donde las élites se han colocado por
encima de las instituciones gubernamentales, las controlan como amantes
que se compran. De las consecuencias destaca la hiperconcentración
del ingreso en pocas manos y el empobrecimiento10 de la gran mayoría,
documentado en la riqueza acumulada por las élites apenas el 1% de la
población que concentra “110 billones de dólares, una cifra 65 veces mayor
que el total de la riqueza que posee la mitad más pobre de la población”,
mas aún nos informa OXFAM que: “El 1% más rico de la población ha
visto cómo se incrementa su participación en la renta entre 1980 y 2012
en 24 de los 26 países de los que tenemos datos” (OXFAM, 2014:2-3). El
10 Cabe precisar que para esta organización el tema relevante no es la pobreza,
sino la desigualdad generada por las enormes diferencias de acceso a recursos
económicos.

81
supuesto central del informe argumenta que el origen de tan brutal sesgo
se encuentra en los dispositivos gubernamentales que han sido ajustados
para beneficio de los ricos, afirmación sostenida en sondeos que la propia
organización ha realizado en varios países, y la tendencia “refleja que la
mayoría de la población cree que las leyes y normativas actuales están
concebidas para beneficiar a los ricos” (OXFAM, 2014:3). Contundente
el informe11 propone a los ricos y poderosos del mundo abandonar esta
lógica depredadora para hacer más manejable la conflictividad social,
aspecto avalado por miembros de las propias élites que sostienen que “la
segunda mayor amenaza mundial” es la desigualdad de ingresos , la cual
“está afectando a la estabilidad social en el seno de los países y supone una
amenaza para la seguridad en el ámbito mundial” (OXFAM, 2014:2).
¿Cómo se ha logrado llegar a esta situación a la que podríamos sumar
algunas más que caracterizan esta época de hegemonía de prácticas de
gobierno neoliberal? Como ejemplo Sennett (1998) y Bauman (2001)
destacan las características de la personalidad de hoy, cuyos valores son
volátiles, flexibilizados (líquidos diría Bauman) ajenos a los valores
autoritarios prevalecientes hasta los setenta. Más allá de esto lo que me
interesa enfatizar es el sesgo en favor de las élites en el análisis de Pogge
y OXFAM que muestran que el riesgo, la conflictividad social en sentido
amplio encuentran su origen en la época actual, en donde se debe trabajar
para eliminarla o disminuirla. En las instituciones gubernamentales es la
retícula del poder la que ha generado tales efectos. Son las instituciones del
gobierno las que han favorecido este sesgo monumental. Las preguntas que
surgen son ¿cómo lo han logrado?, ¿cuáles son los recursos discursivos y
prácticos puestos en operación para conseguir tales efectos?
El objetivo de este trabajo es mostrar desde la perspectiva foucaultiana
¿qué es el gobierno y cómo se ejerce para configurar esto que hoy llamamos
neoliberalismo? Y ¿cómo desde regímenes de gobierno específicos se
consigue la prevalencia, el dominio de este régimen? Para lograr lo anterior
11 Al inicio del informe de OXFAM se cita la propia consideración de la élite
económica de mundo que al inicio de cada año se reúne en la ciudad Suiza de
Davos para analizar la situación económica mundial, además de recibir a los
líderes políticos de muchos países que asisten para presentar y promover sus
propias economías. La postura de OXFAM encuentra sustento en el informe del
propio Foro Económico Mundial de 2013, denominado Perspectivas de la Agenda
Mundial 2014, que sitúa la creciente desigualdad mundial en el ingreso como un
enorme factor de inestabilidad.

82
es conveniente destacar su relevancia como ámbito para las prácticas de
poder gubernamental porque permite resaltar las formas de conducción
de un sector de la población. En este contexto el propósito del presente
trabajo es revisar y destacar el trabajo de Michel Foucault como alternativa
que permita abordar de forma diferente el estudio del gobierno y sus
prácticas en la configuración de un régimen específico.12 Una de ellas es
la que nos permite analizar los mecanismos del poder gubernamental para
la reproducción del régimen de gobierno y que posibilita o imposibilita
romper dicha condición, sea por ejemplo la de población pobre al producir
dispositivos para los fines que sean definidos para ellos; sean de conducción
hacia una nueva forma de subjetividad; o bien, sean preventivos y
correctivos para mantener y ajustar el régimen de gobierno. Desde esta
perspectiva la pobreza es un territorio de gobierno definido de acuerdo a la
orientación a través de la que se le precisa y se le elige.
A partir de esta perspectiva es posible describir un aspecto sustantivo
que expreso como preguntas: ¿qué se espera lograr con las poblaciones
específicas?, ¿hacia dónde se les conduce?, ¿qué tipo de sujetos se
espera formar? Las respuestas a estas interrogantes no se encuentran en
la investigación existente, pues el marco cognitivo de las disciplinas se
despliega en otros ejes.
Para nosotros una forma alternativa de estudiar el gobierno y las
prácticas de poder se encuentra en el conjunto analítico desarrollado
por Michel Foucault con su propuesta de análisis del poder y la

12 La orientación analítica que hemos elegido no tiene precedentes en nuestro


entorno y, si fuera el caso contrario, sería relevante el tener conocimiento de la
existencia de trabajos en esta línea, lo cual sería también altamente agradecible.
La mayor parte de los trabajos siguen orientaciones de análisis de políticas o bien,
estudian la pobreza desde diversos ángulos, siempre distintos al que aquí se alude. No
ha sido el caso estudiar algún ámbito específico sino destacar la forma de gobierno
desde el llamado neoliberalismo, de ahí la carencia de empíricos analizados de
forma sistemática. En este sentido remito a trabajos que he realizado al respecto y
se aluden en la bibliografía (León, 2011, 2013, 2014). En el contexto académico
mexicano es relevante destacar los trabajos de Roberto González Villarreal (2012)
y de Eduardo Ibarra (2000, 2001) en coautoría con Norma Rondero (2001), estos
últimos orientados al análisis del ámbito educativo y no más. Tal vez, podemos
especular, la carencia de “historias del presente” se deba al desconocimiento de la
obra Foucault, los anglofoucaultianos o por rechazo a la obra misma debido a la
hegemonía de perspectivas que colocan el acento en la llamada gobernanza.

83
gubernamentalidad.13Un ejemplo, desde los orígenes de su trabajo, se
encuentra en Historia de la locura en la época clásica donde muestra cómo
se transforma el interés gubernamental por una población específica –los
pobres‒, para reconfigurarlos como sujetos de gobierno de la siguiente
forma:

[…] al tomar a su cargo a toda esta población de pobres e


incapaces el Estado y la ciudad preparan una forma nueva de
sensibilizar la miseria. Va a nacer una experiencia de lo político
que no hablará ya de una glorificación del dolor, ni de una
salvación común a la pobreza y a la caridad, que no hablará
al hombre más que de sus deberes para con la sociedad y que
mostrará en el miserable a la vez un efecto del desorden y un
obstáculo al orden. Así pues ya no puede tratarse de exaltar
la miseria en el gusto que la alivia sino, sencillamente el
suprimirla. (Foucault, 1998:93-94).

Hoy el despliegue táctico es amplio e intenso, resultado de las


dimensiones que ha alcanzado esta población. A partir de una recuperación
básica de la herencia de Foucault sobre la gubernamentalidad y los
desarrollos posteriores llevados a cabo por los llamados anglofoucaultianos
buscamos estudiar al poder gubernamental con su diversidad de “historias
del presente” (si bien nos concentramos en el primero), donde el poder se
ejerce en forma específica.
Los enfoques de gubernamentalidad resultan la mejor opción para
describir la posición que guarda esta y el análisis del poder en la obra de
Foucault, lo que permite destacar que la acción de gobierno sea a través de
cualesquiera de sus instrumentos (políticas sociales, sea vía el método del
marco lógico), que encuentran su matriz en saberes vinculados al poder
para el gobierno de la sociedad. Pero no es la pretensión en este trabajo.
Procedemos en tres momentos: en el primero se revisa la aportación
específica de Foucault respecto al poder y el gobierno, la relación saber-
poder y la gubernamentalidad bajo la consideración de que el conjunto
de su obra no es fragmentado como se ha supuesto y lo que él mismo
13 Gubernamentalidad significa gobierno de las mentalidades, es un neologismo
elaborado por Foucault para referir la forma en que desde el gobierno se construyen
subjetividades.

84
aclara en dos textos (1988, 1999); en segundo lugar revisamos algunos
elementos de los aportes de los anglofoucaultianos a través de los enfoques
de la gubernamentalidad como complemento del trabajo de Foucault
para mostrar cómo nos expone la reconfiguración de las modalidades
neoliberales de gobierno y sus énfasis específicos; y, finalmente, realizamos
algunos comentarios a manera de conclusión.

Foucault: el poder y el gobierno de poblaciones. ¿Qué es el gobierno?

Gobernar es una tarea ardua para quienes detentan el poder. La necesidad


de adecuar sus dispositivos es permanente, estos se despliegan para
transferir conductas de la población y los gobiernos recurren a la diversidad
de instrumentos a su disposición para llevar a cabo sus propósitos. Los
dispositivos también posibilitan conseguir legitimidad a los gobernantes,
además de generar relaciones para lograr dirigir poblaciones (poder). Un
dispositivo es un complejo recurso de poder, heterogéneo y que a manera
de malla se localiza en todo el espectro de referencia ‒sea la seguridad,
la hacienda pública o el bienestar social‒ como elemento discursivo y
elementos prácticos-concretos. Es el dispositivo, entonces, un medio
complejo, diverso y central para el ejercicio del poder, pues se requieren
tareas estratégicas en cada sector. Aunque el poder no es algo tangible,
Jorge Ibarra (2008) establece las coordenadas analíticas sobre la forma en
que Foucault concibe el poder al proponer que:

El poder no puede ser localizado en una institución o en el Estado;


por lo tanto, la “toma de poder” planteada por el marxismo no
sería posible. El poder no es considerado como un objeto que
el individuo cede al soberano (concepción contractual jurídico-
política), sino que es una relación de fuerzas, una situación
estratégica en una sociedad en un momento determinado. Por
lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder, está
en todas partes. El sujeto está atravesado por relaciones de
poder, no puede ser considerado independientemente de ellas.
El poder, para Foucault, no solo reprime, sino que también
produce: produce efectos de verdad, produce saber, en el sentido
de conocimiento (Ibarra, 2008:11).

85
Este es un primer acercamiento a la relación entre el poder de soberanía
y las disciplinas. La cuestión es ¿de dónde surgen?, ¿cuál es el origen de
las diversas formas que el poder adquiere? La respuesta no se encuentra en
las alturas, en los decisores y en la voluntad que les anima, se encuentra
en el entramado de relaciones que se producen en la base, en los ámbitos
de interacción marcados por la cotidianeidad, por el día a día; territorios
singularizados por luchas específicas, particulares. Sin embargo, precisar
lo anterior supone desmarcar el estudio del poder desde esta óptica de las
formas más convencionales reconocidas de hacerlo. Sin duda el poder
está atravesado por la economía como muestra el contractualismo y el
marxismo. Este punto en común Foucault lo denomina como economicismo
en la teoría del poder.14 La cuestión a destacar es el matiz, la diferencia, que
se localiza en los espacios pequeños, no en el gran territorio del poder; la
cuestión es que:

Para hacer un análisis del poder que no sea económico, ¿de qué
disponemos actualmente? Creo que de muy poco. Disponemos
en primer lugar de la afirmación de que la apropiación y el poder
no se dan, no se cambian ni se retoman sino que se ejercitan,
no existen más que en acto. Disponemos además de esta otra
afirmación, que el poder no es principalmente mantenimiento ni
reproducción de las relaciones económicas sino ante todo una
relación de fuerza (Foucault, 1979, 135).

Para Mario Stopino, por ejemplo, el poder remite a la capacidad


o posibilidad de obrar, de producir efectos y puede ser referida tanto a
individuos o grupos humanos como objetivos o fenómenos naturales
(Stopino, 2002). Aquí encontramos la “capacidad o posibilidad de obrar”
no ubicada en ningún centro, pero si en individuos o grupos, en tanto que
para Foucault se trata de localizar los ámbitos de “ejercicio” de poder y

14 El economicismo en la teoría del poder establece que este es considerado como


un derecho por la teoría jurídica clásica. De este derecho sería poseedor como de
un bien que, en consecuencia, puede transferirse o alienarse, total o parcialmente,
mediante un acto jurídico o un acto fundador de derecho que sería del orden de
la cesión o contrato social. En este último caso el poder sería el poder concreto
que todo individuo detenta y que cede, parcial o totalmente, para contribuir a la
constitución de un poder político, esto es, de una soberanía (Foucault, 1979:135).

86
de las “relaciones de fuerza” que se manifiestan y de forma específica se
despliegan y actúan.
El poder se concibe como una capacidad generada por recursos que
distinguen a una persona sobre otra, pero que no la colocan en posición de
irrestricta superioridad, y los beneficios del poder no solo son inmediatos,
se pueden visualizar en un futuro próximo. Si miramos el territorio de
ejercicio de poder gubernamental por excelencia, la administración
pública, debemos preguntarnos: ¿dónde se desenvuelve el poder que ejerce
la administración pública? La respuesta suele ser compleja, sin embargo,
en Theodore Lowi localizamos una respuesta en sus estudios sobre la teoría
del poder en los que plantea un esquema analítico basado en tres premisas:

a) El tipo de relaciones entre la gente está determinado por sus


expectativas, por lo que cada actor espera obtener en la relación
con los demás.
b) En política (politics) las expectativas están determinadas por los
productos gubernamentales o políticas (policies).
c) En consecuencia, la relación política está determinada por el tipo
de política en juego, de manera que para cada tipo de política es
posible encontrar un tipo específico de relación política. Si el poder
se define como la posibilidad de participar en la elaboración de una
política o asignación con autoridad, la relación política en cuestión
es una relación de poder y, con el tiempo, una estructura de poder”
(Lowi, 1992:99).

El poder es definido relacionalmente, localizado en ámbitos específicos.


Son arenas con la tendencia al desarrollo de una estructura política propia,
con su proceso político, sus élites y sus relaciones de grupo. Lo anterior
conduce al autor a proponer la existencia de tres arenas de política donde
se desarrollan las prácticas de poder a través de tres tipos de políticas:
distributivas, redistributivas y regulatorias. Finalmente, en estas los actores
juegan papeles estratégicos y desarrollan interacciones de poder. Así las
arenas de poder son los espacios donde se desenvuelve este, visible a través
de sus dispositivos, por ejemplo, los mecanismos de comunicación entre
los actores, su forma de operar y el estado físico y mental en el que se
plantean la toma de decisiones entre los diferentes grupos.
Las relaciones de poder pueden ser de diversa índole, pero están

87
sometidas a las condiciones del espacio-tiempo donde los actores y las
circunstancias condicionan los resultados de estas. En este tenor la
pretensión es describir la forma de integración (acoplamiento, diría
Foucault) de saberes, por un lado, los producidos por expertos y, por otro,
los que se generan en los ámbitos de interacción definidos como “memorias
locales”. En conjunto ambas formas constituyen genealogías “que permiten
la constitución de un saber histórico de la lucha y la utilización de ese saber
en las tácticas actuales” (Foucault, 1979:130). Este gran proyecto se dirige
a dotar de relevancia a aquello considerado intrascendente frente al gran
discurso totalizador que se coloca por encima de cualquier otra forma de
relación. En este punto es donde lo pequeño de la cotidianeidad alcanza
la relevancia negada en las alturas,15 esta forma de mirar el mundo, la
genealogía, la cual “debe dirigir la lucha contra los efectos de poder de un
discurso considerado científico” (Foucault, 1979:130). La tarea es eliminar
el ocultamiento de la realidad practicado por los poderes a través de los
dispositivos producto de los saberes.

Conocimiento y poder para el gobierno de la sociedad.

Se ha reconocido que el pensamiento de Foucault no se dirigió a legitimar


el conocimiento actual, por el contrario, lo que trataba era producir un giro
en las formas de saber; se trataba de “pensar de otra manera”. La propuesta
15 La cotidianeidad alcanza en Foucault una gran relevancia, sin duda este interés
tal vez sea motivo de muchos malentendidos, equívocos y descalificaciones sobre
su obra, pero lo que busca es asignar relevancia a los espacios ignorados por
sus críticos, y en las genealogías encuentra su propio camino y lo expresa de la
siguiente forma: “En esta actividad, que puede llamarse pues genealógica, veis que
no se trata en realidad de oponer a la unidad abstracta de la teoría la multiplicidad
concreta de los hechos. Tampoco se trata de descalificar ahora el elemento
especulativo para oponerlo, bajo la forma de un cientismo banal, al rigor del
conocimiento estabilizado. No es por consiguiente un empirismo lo que atraviesa el
proyecto genealógico, ni tampoco un positivismo en el sentido vulgar del término.
En realidad se trata de hacer entrar en juego los saberes locales, discontinuos,
descalificados, no legitimados, contra la instancia teórica unitaria que pretende
filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del conocimiento verdadero y de los
derechos de una ciencia que está detentada por unos pocos” (Foucault, 1979:130).
Recordemos que el “discurso único”, se ha convertido en “una pecera” que nos
impide ver más allá de los límites que nos ha fijado.

88
presenta un grado de complejidad y, de acuerdo con lo manifestado por el
propio Foucault, su trabajo se movió en tres ejes fundamentales dirigidos a
comprender la constitución de los seres humanos en sujetos.16 La segunda
etapa concentra a Foucault en conocer la transformación del poder al
aplicar técnicas de intervención en el cuerpo humano sea a nivel físico o
psíquico. Destacan en este objetivo cuatro reglas básicas.

Un ejemplo reciente en México lo representa el análisis de políticas y la


llamada nueva gestión pública, ambas nacen como saberes para apoyar el
ejercicio de poder de gobierno. Se trata de establecer relaciones fructíferas
entre distintos tipos de saberes para dotar al poder de capacidades para
la acción gubernamental, es decir, de medios para atender la creciente
complejidad social. No se trata de avalar las “formas” científicas estatuidas,
sino que su propuesta es ubicar cada situación en su respectiva circunstancia,
el ejercicio totalizador de la razón científica y de la historia se topa con las
peculiaridades de cada situación. Al respecto apunta Foucault, a partir de
Georges Dumézil, que: “Dada la homogenización de discurso y práctica
social (se debe tratar al primero) como una práctica social que tiene su

16 El primero se refiere a la forman en que se constituyen los saberes a través de


las reglas internas de las formaciones discursivas. El segundo atiende la visión
genealógica en donde la intención es comprender las tácticas y estrategias que
utiliza el poder. Finalmente, trabaja lo relativo a la autoconstitución del sujeto
(Foucault, 1988).

89
eficacia, sus resultados, que produce algo en la sociedad destinado a tener
un efecto y que, por consiguiente, obedece a una estrategia” (Foucault,
2001, 160).
El halo sea de maldad o bondad debe dimensionarse de tal forma
que se desmitifique la condición en la que se le situé a priori para dar
paso a aquello que es producto de sus propias condiciones de existencia,
es decir, los resultados que produce en el marco de un aparato que se
mueve estratégicamente. Pensemos en la Cruzada contra el Hambre,
hipotéticamente podemos establecer que su existencia obedece solamente
a una estrategia dirigida a ocultar la imagen de los programas previos,
Oportunidades y Vivir mejor, y preparar el programa del retorno del
priismo al poder17 para actuar en el terreno de la gobernación de los pobres.
Igualmente podemos suponer que más allá del membrete del programa han
logrado resultados en la reconfiguración de la subjetividad de los pobres y,
por tanto, en la gubernamentalidad, aspecto ignorado y de gran relevancia
para la acción de gobierno.

La gubernamentalidad y el cambio de régimen de gobierno

Actualmente la configuración práctica de la acción de gobierno es


referida, de forma general, como “políticas públicas”, “gestión pública”
y “gobernanza”, es decir, se gobierna con base en el análisis que proveen
expertos para que los decisores definan el rumbo que resulta más
conveniente seguir, formas prácticas para ajustar las actividades rebasadas
e ineficientes y con el involucramiento de la población de referencia, o
sea, con participación (Cejudo, 2011; Aguilar, 2006). Esta forma de
concebir la relación saber-poder puede parecer simple, pero produce la
institucionalización de la relación ciencia-política y la reducción a una
especie de acompañante funcional del poder. Meny y Thoenig (1992:44)
plantean que: “Los expertos contribuían a la mejora del funcionamiento del
sistema, no a su cuestionamiento ni a un conocimiento que fuera «práctico»
a corto plazo”. Posición que acotó la mirada sobre la realidad al situarla solo
como acompañante y complemento de los ocupantes de las posiciones de

17 Vale la pena destacar que el 5 de septiembre de 2014 se publicó el decreto de


creación en el Diario Oficial de la Federación, de la Coordinación Nacional de
PROSPERA Programa de Inclusión Social.

90
poder, es decir, como una visión vertical de gobernabilidad. Sin embargo,
la complejidad social condujo a incorporar dimensiones segregadas del
análisis de políticas, como ocurría con la recuperación de las posiciones
de los actores y su comportamiento, así la pretensión de practicidad es
superada y se asume que toda forma de acción supone el vínculo con
formas valórales específicas. No se trata entonces de una ciencia libre de
valores. La relevancia de tradiciones filosóficas para el análisis de políticas
es notable, como lo muestra Wayne Parsons (2007) y, nuevamente, Meny
y Thoenig precisan este aspecto al establecer que “ todo análisis de política
se funda, implícitamente o no, en una filosofía política y se vincula, en
consecuencia, a las teorías disponibles en el mercado del pensamiento.
Es decir, las teorías de las políticas públicas no son fundamentalmente
innovadoras” (Meny y Thoenig, 1992:45).
En este punto la acción pública y de gobierno nos traslada a la
misma Edad Media, en el desarrollo de diversas formas de intervención
gubernamental, en campos que se hicieron cada vez más especializados y
que con el desarrollo de la estadística los estados tuvieron capacidad para
establecer lo que es normal y lo que no lo es. Dice Ian Hacking:

Detrás de este fenómeno estaban las nuevas técnicas de clasificar


y de enumerar y estaban las nuevas burocracias con la autoridad
y continuidad necesarias para instrumentar la tecnología. En
cierto sentido muchos de los hechos contemplados por las
burocracias ni siquiera existían en el tiempo futuro. Hubo que
inventar categorías para que la gente entrara convenientemente
en ellas y pudiera ser contada y clasificada. La recolección
sistemática de datos sobre las personas afectó no solo la manera
en que concebimos a la sociedad, sino también la manera en
que describimos a nuestros semejantes (Hacking, 1995:19-20).

Hacia el siglo XVII el avance de estas formas de intervención produjo


las ciencias de la policía y el cameralismo. La producción de tecnologías
y escuelas de pensamiento permiten el avance de modalidades de
comprensión de lo social para intervenir y modificar su realidad. En este
punto se destaca, de acuerdo a Lascoumes y Le Galés, que Michel Foucault:
“Analizó las múltiples prácticas de estatización de la sociedad, es decir, el
desarrollo de diversos aspectos de la sociedad por una autoridad política (la

91
«gubernamentalidad» y el desarrollo paralelo de doctrinas sobre el arte del
buen gobierno (las ciencias camerales)” (Lascoumes y Le Galés, 2014:13).
El desarrollo de la obra de Foucault llega al puerto de las prácticas
de gobierno y avanza a través de las transformaciones del concepto de
poder, y mira más allá de los límites fijados por el contractualismo y la
estructura de clases. Para él el poder atraviesa todo el cuerpo social como
forma de relación.18 Su pensamiento avanza hasta el análisis de los espacios
marginales y subnormales que también son objeto del discurso y la acción
del poder al afirmar que:

En las sociedades modernas, desde el siglo XIX hasta nuestros


días, tenemos por una parte una legislación, un discurso,
una organización del derecho público articulado en torno al
principio del cuerpo social y de la delegación por parte de cada
uno; y por la otra, una cuadriculación compacta de coacciones
disciplinarias que aseguran en la práctica la cohesión de ese
mismo cuerpo social […] Un derecho de soberanía y una
mecánica de la disciplina: entre esos dos límites, creo, se juega
el ejercicio del poder. (Foucault, 1976:150).

En la década de los setenta el trabajo de Foucault atiende el tema del


poder y en este contexto se produce la cuestión sobe el mismo y el concepto
de gubernamentalidad. Las condiciones que empujan a la revisión y a la
reformulación de su trabajo son tanto teóricas como metodológicas, pero
también políticas, de tal suerte que el concepto de poder es reformulado
por las condiciones en que se realiza su ejercicio. Pablo de Marinis ubica el
trasfondo de este proceso de revisión al proponer que:

Como elemento fundamental de estas modificaciones destaca


la introducción del concepto de gobierno. En efecto, luego de
la publicación del primer tomo de la Historia de la sexualidad

18 Una coincidencia en extremo fructífera en torno a la concepción del poder como


relación se encuentra en Norbert Elias, para él el poder no es “algo” que se posea o
que sea tangible, sino que es producto de formas específicas de relaciones sociales
y en estas se manifiesta la intervención de formas de conocimiento. Puntualmente
Elias plantea que “lo que llamamos poder” es un aspecto de una relación, de cada
una de las relaciones humanas” (Elias, 1994:53).

92
(conocido como La voluntad de saber y publicado en 1976,
luego de la que quizás es su obra más conocida: Vigilar y
castigar), Foucault se propuso la revisión de su categoría de
poder, puesto que le parecía que aún quedaba demasiado atada a
una imagen meramente “represiva” del mismo. Sus desarrollos
alrededor de la noción de gobierno vendrían a realizar esta
necesaria corrección (De Marinis, 1999:3).

Todo el trabajo contenido en esta reorientación mueve la categoría


de poder de esa dimensión que impide ver los desplazamientos en sus
prácticas hacia la microfísica, las disciplinas, los dispositivos y los efectos
productivos. No se pretende mostrar solo lo negativo, por el contrario,
estos análisis buscan mostrar los rendimientos objetivos del poder situado
en los límites alcanzados por los Estados de bienestar y expresados en
documentos como el Informe de la Trilateral sobre la Democracia que
muestra la tendencia a la modificación del orden, del régimen, imperante
hasta los setenta. El mismo Foucault da cuenta de esto en dos ocasiones: la
primera en una breve intervención en la Universidad de Vincennes, donde
destaca la necesidad de ver las diferencias entre una forma de orden y otra;
puntualmente afirma:

Sin embargo, creo que es muy importante para nuestra vida,


para nuestra existencia, y para nuestra individualidad –en
función de lo que queramos hacer–, saber en qué aspectos este
orden que vemos instalarse actualmente es realmente un orden
nuevo, cuáles son sus especificidades y qué lo diferencia de lo
que podía ser el orden en los regímenes precedentes (Foucault,
1991:163-164).

Este conduce a Foucault a proponer que la tendencia de la acción de


gobierno es el arribo a los límites de la capacidad de gestión del todo social,
y el movimiento es un retraimiento de esa forma de Estado y lo denomina
desinversión (cursivas en el original). Esta tendencia implica la reducción
de la presencia del Estado a través del desinterés:

De un cierto número de cosas, de problemas y de pequeños


detalles hacia los cuales había hasta ahora considerado necesario

93
dedicar la atención particular. Dicho en otras palabras: creo que
actualmente el Estado se halla en una situación tal que no puede
ya permitirse ni económica ni socialmente, el lujo de ejercer
un poder omnipresente, puntilloso y costoso. Está obligado a
economizar su propio ejercicio del poder. Y esta economía va
a traducirse, justamente en ese cambio de estilo y de forma del
orden interior” (Foucault, 1991:165).

La riqueza de este pequeño texto se encuentra en las cuatro orientaciones


sustantivas de esta nueva forma de orden que de manera puntual específica:
“El primer aspecto de esta nueva economía es la localización de un cierto
número de zonas que podemos llamar `zonas vulnerables”, de grande
interés gubernamental en las que la tarea es mantenerlas indemnes y ajenas
a cualquier riesgo.

En segundo lugar –ciertamente interrelacionado con el primero.


–es una especie de tolerancia: la puntillosidad policíaca, los
controles cotidianos –bastante torpes–, van a relajarse puesto
que, finalmente, es mucho más fácil dejar en la sociedad un
cierto porcentaje de delincuencia, de ilegalidad, de irregularidad:
estos márgenes de tolerancia adquieren un carácter regulador
(Foucault, 1991:165).

Esta orientación hoy ha desbordado ese “cierto margen de tolerancia”,


para convertirse en una terrible pesadilla en nuestro contexto y muchos
otros, donde reina el terror y el horror cotidiano producido por la
desatención fomentada gubernamentalmente de esas actividades antes
consideradas desviadas. Así la tercera orientación postulada por Foucault:

[…] nuevo orden interior –y que es la condición para que


pueda funcionar en esas zonas vulnerables de forma precisa
e intensa, y pudiendo controlar desde lejos dichos márgenes–
es un sistema de información general […] Es necesario un
sistema de información que no tenga fundamentalmente como
objetivo la vigilancia de cada individuo, sino, más bien, la
posibilidad de intervenir en cualquier momento allí donde allá
creación o constitución de un peligro, allí donde aparezca algo

94
absolutamente intolerable para el Estado. Esto conduce a la
necesidad de extender a toda la sociedad, y a través de ella misma
un sistema de información que, en cierta forma, es virtual, […]
una especie de movilización permanente de los conocimientos
del Estado sobre los individuos (Foucault, 1991:165).

El movimiento de ajuste de las formas de información requerirá, a su


vez, reajustar el vínculo saber-poder, ya no se tratara de ver el todo y sus
partes (mirada propia de las disciplinas), ahora lo que se busca es abarcar
pero escrutando los grandes movimientos, las tendencias. Así se logra
economizar en las intervenciones y con la certeza de ubicar aquello en lo
que haya menester de intervenir, tal y como ocurre con la población pobre.
Por último, la cuarta dimensión necesaria para el buen funcionamiento
del nuevo orden interior:

Es la constitución de un consenso que pasa, evidentemente,


por toda una serie de controles, coerciones, incitaciones que
se realizan a través de la mass media y que, en cierta forma,
y sin que el poder tenga que intervenir por sí mismo, sin que
tenga que pagar el costo muy elevado a veces de un ejercicio
del poder, va a significar una cierta regulación espontánea que
va a hacer que el orden social se autoengendre, se perpetúe, se
autocontrole, a través de sus propios agentes de forma tal que el
poder, ante una situación autoregularizada por sí misma, tendrá
la posibilidad de intervenir lo menos posible y de la forma más
discreta (Foucault 1991:165-166).

La reconfiguración del “orden interno” supone la capacidad del propio


poder de ajustarse, esto se puede observar desde las formas de análisis
institucional que destacan esta capacidad (March y Olsen, 1997), aunque
la cuestión a destacar es una creación de formas de orden producidas
por las propias poblaciones sujetas a intervención. No se trata ya de la
omnipresencia, se trata de conducir a las poblaciones a su autogobernación,
tal como se postula, por ejemplo, desde los dispositivos de empoderamiento,
donde la participación de los implicados es un elemento central para
convertirse en sujetos de autoconducción. El gobierno, la conducción de
conductas, debe actualizarse abriéndose a sí mismo y abriendo los diversos

95
territorios que conforman la vida social para lograr su propia subsistencia.
Liberar será la consigna para liberarse a sí mismo y lograr trasmutar las
prácticas de gobierno. Justo las modalidades de actuación del poder a
través de los dispositivos gubernamentales y las modalidades de estos es lo
que Foucault considera objeto de estudio, es decir, las maneras específicas
de gobernar. Este es el momento de aparición de la gubernamentalidad, el
último desplazamiento del concepto de poder del que surge el neologismo
“gubernamentalidad”. La cuestión que surge es ¿qué es lo relevante de
estos desplazamientos? El tránsito de formas de gobierno basadas en la
disciplina a otra que se denominara como “sociedades de seguridad”. Para
Pablo de Marinis esto supone la formulación de dos tesis:

Una tesis es política: […] Foucault verifica una pérdida de peso


de las prácticas de disciplinamiento social para la existencia
de las sociedades liberal-capitalistas de su época. En tanto a
comienzos de los años setenta todavía advertía acerca de una
generalización y expansión de las disciplinas, ya a finales de
los años setenta y en los ochenta, […] va a hablar cada vez más
(y casi exclusivamente) de “sociedades de seguridad”. La otra
tesis es histórica: más que de la abolición definitiva de viejas
técnicas de poder, o de una mera incorporación de nuevos
mecanismos de poder, se trata de una modificación, que por
una parte atañe a los mecanismos mismos, pero que también
se refiere a la relación que ellos mantienen entre sí (De Marinis
con base en Lemke, 1999).

¿Esta reconfiguración hacia dónde conduce? A colocar al gobierno


como tema de gran relevancia. La gubernamentalidad permitirá abordar
el análisis de los límites a los que llegó y el rumbo seguido por las nuevas
modalidades de gobierno. De forma específica la gubernamentalidad estudia
las prácticas de gobierno dirigidas a “diseñar un conjunto de acciones para
estructurar el campo de acciones posibles de individuos o grupos libres
para alcanzar objetivos determinados” (González, 2010:26). Las acciones
de gobierno para la población, de forma destacada los clasificados como
pobres, se sitúan en esta forma de actuación y, específicamente, las reglas
de operación cumplen la tarea de marco regulador formal y el diseño se
construye con una metodología propia. Por ejemplo, el marco lógico,

96
instrumento usado ampliamente por organismos internacionales.19
Para usar, como recomienda Foucault, analíticamente los instrumentos
que nos provee (en este caso para el análisis gubernamental), debemos
tomar como orientación un objetivo que nos propone de la siguiente forma:

Sin duda el objetivo principal en estos días no es descubrir


lo que somos, sino rechazar lo que somos. Tendríamos que
imaginar y construir lo que podríamos ser para librarnos
de ese tipo de “doble atadura” política, que consiste en la
simultanea individualización y totalización de las estructuras
de poder moderno. Podría decirse, como conclusión, que el
problema político, ético, social y filosófico de nuestros días
no consiste en tratar de liberar al individuo del Estado, y de
las instituciones del Estado, sino liberarnos del Estado y del
tipo de individualización vinculada con él. Debemos fomentar
nuevas formas de subjetivación mediante el rechazo del tipo
de individualidad que se nos ha impuesto durante varios siglos
(Foucault, 1988:234-235).

¿Hacia qué lugar nos conduce este objetivo? Sin duda a conocer cómo
funciona la analítica del gobierno para la conducción de las poblaciones.
“La presencia del gobierno se extiende al espacio del sujeto como gobierno
de sí mismo, como conducción de su conducta” (Rondero, 2000:31). Por
tanto, el poder aparece como una realidad que es necesario estudiar:

En sus procedimientos, sus técnicas utilizadas en diferentes


contextos institucionales cuya intencionalidad es actuar sobre
el comportamiento de los individuos, aislados o en grupo,
para formar, dirigir o modificar su manera de conducirse, para
imponer fines a su actividad o para inscribirla en estrategias
de conjunto; múltiples, por tanto, en su forma y su lugar de

19 En las páginas electrónicas de la Comisión Económica para América Latina


(CEPAL) y la Comisión Europea se encuentran disponibles, por ejemplo, manuales
sobre la metodología de proyectos del marco lógico. Más específicamente el
Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social
(ILPES) en octubre de 2004 preparó un boletín que muestra el origen y desarrollo
de esta sistemática.

97
ejercicio; diversos igualmente en los procedimientos y técnicas
que despliegan (Florence, 1999:367).

Esta parte de Michel Foucault es de absoluta relevancia porque es la


que se desarrolla, con amplitud, enfatizado cómo las relaciones de poder
establecen el carácter, procedimiento, en que los hombres son “gobernados”
unos por otros. En nuestro caso hemos trabajado ampliamente a los pobres
para quienes se han destinado múltiples estrategias gubernamentales y
cuyo resultado no ha impactado de manera sobresaliente, excepto que son
sujetos sobre los que hay que actuar para dirigir sus conductas a través de
pericias gubernamentales.

La analítica de gobierno

Foucault desarrolló un análisis crítico del poder en las sociedades


acompañado de dispositivos que permiten el control de los seres humanos.
La pregunta que nos genera es ¿cómo se ejerce?Y esto deja de lado la
cuestión de la materialización en alguien o algo del mismo poder. Aunado
a las ideas anteriores, el poder es la acción de unos sobre otros, no en
términos de derecho negativo, más bien “en términos de tecnología,
táctica y estrategia” (Foucault, MF, 154) dirigidos a conseguir efectos
positivos. En este proceso cada momento en la historia presenta sus propias
particularidades y con ello el poder debe ajustar sus medios, a la vez que sus
objetivos, para encontrar el fin deseado. La analítica de gobierno propuesta
por Foucault nos permite el estudio del gobierno más allá de la centralidad
del poder. La cuestión aquí es ¿cómo se actúa sobre las acciones de otros en
ámbitos institucionales bien localizados, no cerrados? Porque si se atiende
solo el ámbito interno se corre el riesgo de descifrar únicamente el carácter
reproductivo de la institución de que se trate y explicar el poder por el poder
mismo, sea enfatizando las reglas o el aparato que le dé sentido. Veamos
cómo se ejerce la acción de gobierno para constituir, por ejemplo, a los
sujetos pobres desde su analítica a partir de cinco puntos para el estudio de
las relaciones de poder prescritos por Foucault:

1. Los sistemas de diferenciaciones producidos para actuar sobre la


acción de los otros.

98
2. El tipo de objetivos establecidos por aquellos que buscan estructurar
los campos de acción posibles de los otros.
3. Los recursos instrumentales construidos y usados para actuar sobre
los otros, desde la fuerza hasta la seducción.
4. Las formas de institucionalización ocupan diversidad de
dispositivos, desde tradiciones hasta formas institucionales y
organizacionales específicas creadas exprofeso.
5. Los grados de racionalización se definen a partir de las condiciones
de realización de los objetivos definidos con cierto grado de laxitud.

Recordemos que el avance de la gubernamentalidad ocurre de forma


paulatina desde el siglo XVIII, y lo que estos cinco puntos contienen son
una serie de prescripciones para analizar las estrategias que han permitido
el desarrollo de las prácticas de poder y la trasformación de los regímenes
de gobierno.

Gubernamentalidad y pobreza

Gobernar es entonces la práctica o las prácticas que permiten estructurar el


o los ámbitos de acción de quienes son objeto de los mensajes emitidos por
el poder, y se manifiesta en la capacidad de unos individuos de “gobernar y
dirigir las conductas” de otros. El poder opera como mecanismo de registro
y organización de los individuos para lograr un excelente rendimiento en
la actividad económica. En este proceso se desarrolla un arte de gobierno
vinculado al conocimiento sobre los procesos que se refieren a la población,
cuyo objetivo es garantizar la dirección de la sociedad con el conocimiento
de las problemáticas, controlando sus probabilidades y para compensar sus
repercusiones; esto es posible con la construcción de fórmulas, programas
y definición de metas gubernamentales para lograr efectos en muy diversos
grupos de referencia, consiguiendo que se desempeñen de acuerdo a las
necesidades existentes, así como economías en la reproducción de la
población (en la pobreza, la educación, la seguridad social) y mostrar,
finalmente, la capacidad productiva (eficacia en la agregación del poder).
En este marco conjunto de constitución de los sujetos opera la
gubernamentalidad. Para Foucault, propone Michel Dean:

99
La gubernamentalidad implica la relación de uno consigo
mismo, lo que significa exactamente que apuntó el conjunto
de prácticas mediante las cuales se pueden constituir, definir,
organizar e instrumentalizar las estrategias que los individuos,
en su libertad, pueden tener los unos respecto a los otros. La
expresión más clara de un Estado gubernamentalizado se
encuentra en la presencia de una compleja red de agencias de
gobierno de diversa índole y que cumplen con las tareas de
vigilancia, regulación y conducción de conductas ‒escuela,
policía, cuerpos diplomáticos, prisiones, hospitales‒ (Dean,
1999).

Para atacar cualquier ámbito y espacio poblacional los gobiernos


se apoyan de los programas. El gobierno mexicano funciona mediante
estos y son tan numerosos que resulta difícil cuantificarlos; la Secretaria de
Desarrollo Social es prominente en este plano.20 Con las formulaciones de
Foucault podemos ver los programas de gobierno liberales que dependen
cada vez más de los medios para entender y llevar a cabo las actividades para
producir y gobernar un Estado de ciudadanos libres. En el planteamiento
de Rose se establece que:

Estos mecanismos y dispositivos que operan siguiendo una


lógica disciplinaria, desde la escuela, hasta la prisión, pretenden
crear las condiciones subjetivas, las formas de autodominio,
de autorregulación y autocontrol necesarias para gobernar
una nación ahora concebida como una entidad formada por
ciudadanos libres y civilizados. (Rose, 1997, 29).

Para este ejercicio básico de gobierno se requiere contar con el


soporte de un conocimiento de lo que tiene que ser gobernado –pobreza,
educación, economía– para lograr conseguir los objetivos deseables,
siempre en un ambiente de respeto a la autonomía individual. Las
disciplinas que permiten este vínculo se encuentran agrupadas en lo que se
denomina políticas y gestión pública, cuyo propósito es lograr “la calidad
en formulación y gestión de las políticas”. En la relación saber-poder,

20 Una mirada rápida a la página web nos muestra que existen 19 programas.

100
conocimiento-gobierno, el vínculo se produce vía sapiencias positivas
sobre la conducta desarrollada por las ciencias humanas. La finalidad del
“saber cómo” pretende conducir ámbitos ingobernables a la posibilidad
de hacerlos gobernables para que el régimen sea posible. Hoy en México
contamos con notables ejemplos, ya que con el gobierno de la pobreza y
los pobres se crea el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política
Social (Coneval), cuya labor es tener bajo escrutinio permanente este
territorio para mantener un permanente ejercicio crítico del trabajo de
gobierno, es decir, es necesario revisar críticamente las actividades de los
gobernantes por aquellos que se especializan en ello e igualmente por las
propias autoridades. La autoevaluación es imprescindible para el ejercicio
del poder gubernamental.
El trabajo de Foucault sobre la construcción del sujeto en las
dimensiones señaladas, la formulación que realiza en torno a la existencia
de un poder gubernamentalizado y el desarrollo posterior del análisis
gubernamental realizados por investigadores como Rose, Hunter, Dean y
Miller, entre otros, nos permite atender el estudio de ámbitos de gobierno.
En nuestro interés se encuentra el de la pobreza –y más ampliamente el
bienestar social‒ como un tema donde es posible el análisis gubernamental
en la medida en que la población pobre cada vez es más numerosa; se trata
de fijar a los individuos pobres en un espacio colectivo como nos muestra
toda la red de instituciones que existen a su alrededor y que se han venido
creando en los últimos tiempos. La pobreza, cabe decir, no solo responde
a cuestiones económicas, sino también incluyen aspectos socioculturales y
gubernamentales donde los gobernantes tienen que evaluar su factibilidad
aplicando su conocimiento sobre el tema.
Por lo anterior afirmamos que los regímenes de gobierno construyen
dispositivos ad hoc para llevar a cabo los procesos de gobierno, y la
atención a la pobreza es un ámbito en el que se debe actuar sin riesgo de
perder capacidad de conducción y control en la población.
En México es posible establecer la correspondencia entre la estructura
de poder y la evolución de la misma a través de los dispositivos elaborados
desde el ejecutivo. En ellos se incorpora tanto la visión de los gobernantes
como las condiciones del momento. La institución presidencial y su
titular marcan el rumbo de la acción de gobierno al definir las estrategias
gubernamentales. La base de inicio es la constitución de saberes que nos
indiquen qué es lo que ocurre al respecto. Es a través de discursos que se

101
lleva a cabo la operación de valoración y discriminación de lo que debe y
no debe ocurrir respecto al tratamiento de la cuestión que se atenderá.

Conclusiones

Una sociedad normalizada por el gobierno debe potenciar las capacidades


de sus integrantes cuando se detectan limitaciones en segmentos
poblacionales amplios; es menester intervenir para desarrollar las
posibilidades de autorrealización de esos cuerpos limitados. Coartados por
estar imposibilitados paras acceder, desde la estrategia actual neoliberal,
por sí mismos a los medios necesarios para formar parte de los contingentes
que cumplen con las condiciones de normalidad exigidas en el momento
actual. Toda aquella persona alejada de la norma debe ser orientada a tomar
el rumbo fijado; se debe actuar sobre individuos libres, pero agrupados
por categorías (pobres, jóvenes, ancianos, madres solteras, etcétera), esto
supone relaciones de saber y poder que trabajan para producir resultados
como los que se pretende obtener con la población de los municipios inscritos
en la Cruzada Nacional contra el Hambre. Sin embargo, nos encontramos
frecuentemente ante modelaciones abstractas que omiten las circunstancias
históricas que han generado las condiciones actuales de producción de estas
poblaciones y, por tanto, aparecen como ficciones que pierden de vista qué
tipo de sociedad es la mexicana, que pese a poseer un enorme armazón
de estructuras institucionales que en sus orígenes asumieron como uno de
los grandes problemas y retos nacionales la pobreza y la desigualdad, y a
pesar del esfuerzo desplegado durante décadas para matizarlas, ahora se
recurre a estas modelaciones que se ejecutan más como una estrategia de
imagen política para posicionar al gobierno que recién accede al poder y,
por sentado, de un entramado estratégico de largo plazo.
Lo que tratamos de mostrar, con referencias someras a la pobreza,
es que el análisis de la gubernamentalidad va más allá de los estudios
convencionales, el cual permite ubicar cómo se ejerce el poder desde el
gobierno con un despliegue estratégico específico que le caracteriza y que
hoy llamamos neoliberalismo. En este se establece que el poder necesita
un espacio en donde pueda desarrollarse, como lo son las arenas de poder
de Lowi o campos de fuerzas de Foucault, con actores interactuando
entre sí y donde se establezcan relaciones de subordinación (relaciones
de poder) acompañada de un estado mental (gubernamentalidad) que nos

102
permita tratar un asunto en específico. La conveniencia de la existencia y la
eficiencia de muchas de nuestras instituciones radican en su capacidad de
producir en relación con el ámbito de su competencia. En nuestro contexto
la gubernamentalización de la pobreza se ha creado para hacer productiva
a esta población y ampliar su libertad para poder actuar sobre ella.
En suma tenemos un cambio profundo de rumbo en la acción
gubernamental, sus estrategias y orientación, como bien señala Foucault,
en las cuatro orientaciones referidas para atender los problemas sociales.
Al parecer el círculo se ha cerrado y no nos percatamos que los esfuerzos,
cada vez más articulados institucional y orgánicamente, han logrado la
transformación de autorresponsabilizar a la población para gobernarla
a distancia. Así, los argumentos utilizados están dirigidos a mostrar que
los problemas sociales son más de índole individual que social. Esto nos
muestra la modificación sustantiva de la posición gubernamental. De
acuerdo con Foucault podemos destacar cómo se modifica el ejercicio del
poder al pasar de la intervención directa en la gestión de las necesidades
sociales a otra modalidad donde lo que prevalece es el “cuidado de sí
mismo”, es decir, se considera que la labor de gobierno debe ser producir y
gobernar ciudadanos libres, capaces de atender todas sus necesidades como
base en el autodominio, la autorregulación y el autocontrol, características
propias de ciudadanos libres y civilizados.

103
Referencias

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106
4  

Neoliberalismo, conflictividad
socioambiental y luchas por lo común
en México21

Mina Lorena Navarro22

Introducción

En los últimos quince años ha sido notable el crecimiento exponencial de


los conflictos socioambientales en todo el territorio mexicano por la disputa
en torno al acceso, control y gestión de los bienes comunes naturales, pero
también por las consecuencias de la extracción, producción, circulación,
consumo y desecho de la riqueza social convertida en mercancía en el
marco de la acumulación del capital.
Si bien las políticas de despojo de los bienes comunes naturales no
son nuevas en la historia de nuestro país, ni mucho menos de América
21 Este capítulo presenta una discusión principalmente de carácter conceptual de
las luchas socioambientales en México. Para un análisis de mayor profundidad
con referentes empíricos o de caso puede consultarse la reciente obra de la autora:
Luchas por lo común. Antagonismo social contra el despojo capitalista de los
bienes naturales en México, publicado en 2015 con el sello de ICSyH BUAP y
Bajo Tierra Ediciones.
22 Profesora-investigadora del Posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla. Activista e integrante de Jóvenes en Resistencia Alternativa
(JRA).

107
Latina, resulta pertinente distinguir las actualizaciones que estas han
tenido en los tiempos más recientes. En este sentido, presento y recupero
un conjunto de claves teóricas y analíticas para comprender e interpretar
los orígenes y fundamentos de los llamados conflictos socioambientales.
Posteriormente, analizo el conjunto de políticas neoliberales de despojo de
los bienes comunes naturales y la resistencia de las comunidades indígenas
y campesinas, así como de amplios segmentos de la población urbana en
México.

Despojo capitalista y cercamiento de los bienes comunes naturales:


continuidades y novedades23

El capitalismo es un sistema global que responde a una dinámica de


expansión y apropiación constante del trabajo vivo y de la naturaleza para
garantizar su propia reproducción. Para ello, necesita separar a los hombres
y mujeres de sus medios de producción a fin de convertirlos en fuerza de
trabajo libre y desposeída para su explotación; también requiere transformar
a la naturaleza en objeto de dominio de las ciencias y en materia prima del
proceso productivo; y subsumir a la lógica del mercado a todas aquellas
relaciones sociales no plenamente capitalistas.
Como ya señalara Marx en el capítulo XXIV de El Capital, la
“acumulación originaria” se valió de métodos depredadores tales como
la conquista de América, los masivos cercamientos de tierras comunales,
el colonialismo y el tráfico de esclavos, para la creación de una nueva
legalidad fundada en la propiedad privada, el mercado y la producción de
plusvalía (Marx: 2004). Aquí la violencia y el despojo aparecen como los
pilares fundacionales del andamiaje capitalista, lo que no quiere decir que
puedan reducirse a un conjunto de acontecimientos explicativos del pasado,
ya que claramente se han mantenido de manera continua y persistente en la
historia de la acumulación de capital hasta nuestros días.
Es en este mismo sentido que el imperialismo de fines del siglo XIX y
principios del XX, y su avance destructivo sobre las economías naturales,
fue descrito por Rosa Luxemburgo (2007) como la continuidad de la
violencia y el despojo en tanto métodos constantes y aspectos esenciales
23 Este apartado es producto del trabajo y profundo dialogo con Claudia Composto
de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Una versión más extensa y
pormenorizada de este análisis se puede encontrar en: (Composto y Navarro, 2014).

108
del proceso de acumulación de capital. Y es hacia finales del siglo XX
que la expresión más acabada de estos procesos radicará en las masivas
privatizaciones de bienes y servicios públicos realizadas por gobiernos
neoliberales en todo el mundo. Y, particularmente, desde los inicios del
nuevo siglo XXIserán los saberes ancestrales de los pueblos originarios
y comunidades campesinas, así como los bienes de la naturaleza y la
biodiversidad en general, aquellos que cobren particular preeminencia
como objeto de la violencia y del despojo capitalista (Composto/ Navarro,
2012:59).
En definitiva los procesos de desposesión son constitutivos e intrínsecos
a la lógica de la acumulación del capital o, en otras palabras, representan la
contracara necesaria de la reproducción ampliada. Si esta última se presenta
como un proceso principalmente económico, que cobra preeminencia
durante los períodos de estabilidad y crecimiento sostenido, el despojo
se expresa generalmente en procesos extraeconómicos de tipo predatorio
y toma las riendas en momentos de crisis, a modo de “solución espacio-
temporal” o “huída hacia adelante”. Esto significa que la producción de
excedentes puja sobre las fronteras –internas y externas del sistema–, para
la incorporación permanente de nuevos territorios, ámbitos, relaciones
sociales y/o mercados futuros que permitan su realización rentable. En este
sentido ambas lógicas se encuentran “orgánicamente entrelazadas”, esto
es, se retroalimentan mutuamente como parte de un proceso dual y cíclico
que es indisociable (Harvey, 2004).
Durante la década de los setenta, específicamente, la crisis de
sobreacumulación surgida en el seno del modelo bienestarista de
posguerra –como expresión de la oleada de luchas sociales y políticas
que se extendieron a escala mundial desde mediados de los años sesenta–,
produce la ruptura fordista del frágil equilibrio entre capital y trabajo,
inaugurando una nueva etapa de expansión del primero caracterizada
por la reactualización y profundización de la “acumulación por despojo”
(Harvey, 2004). Como respuesta a una brusca caída de la tasa de ganancia
a nivel mundial, y cobrando preeminencia sobre la reproducción ampliada,
esta estrategia privatizadora permitió la creación de nuevos circuitos de
valorización a partir de la mercantilización de bienes comunes y relaciones
sociales previamente ajenos –o no integrados totalmente– a la lógica del
capital.
La configuración inicial de este “nuevo imperialismo” (Harvey,

109
2004), sostenido por los pilares de la privatización, la liberalización del
mercado y la reconversión del rol del Estado que promovía la doctrina
neoliberal en pleno auge, supuso el disciplinamiento, reflujo o directa
eliminación de aquellas formas de resistencia que, al convertirse en un
obstáculo determinante para la acumulación del capital, habían marcado el
fin de un modo de reserva basado en el consumo del mercado interno y la
intervención social del Estado, así como la huída del capital hacia nuevas
formas de producción y gobierno.
La ola de “nuevos cercamientos” (De Angelis, 2001) que tuvo lugar
durante la década del ochenta en varios países constituyó la primera
avanzada de estas transformaciones neoliberales que, años más tarde, se
consolidaba en todo el mundo con el establecimiento del Consenso de
Washington. Desde entonces su objetivo radicará en la recuperación de
aquellos ámbitos donde el capital tuvo que ceder terreno producto de la
lucha de clases, además de lograr su extensión hacia esferas de la vida
antes impensadas –como, por ejemplo, el material genético, el plasma de
semillas, y la biodiversidad en general– a través de novedosos dispositivos
de dominación y tecnologías de producción.
A partir de esta búsqueda por la apertura de nuevos espacios de
explotación, los Estados están compitiendo por la radicación del capital
global en sus territorios, desmantelando conquistas sociales que después
de intensos periodos de lucha se habían conseguido, a fin de convertirlas
en oportunidades de inversión. Por su parte, las empresas transnacionales
se están transformando en los principales agentes y beneficiarios de
este reeditado orden global, explotando en condiciones monopólicas la
biodiversidad, agua, tierra, minerales e hidrocarburos que abundan en
los países de la región, dejando enormes pasivos sociales y ambientales
en las comunidades aledañas, y asegurando la producción a bajo costo y
el consumo sostenido de las economías centrales (Composto/ Navarro,
2012:62).
No obstante, las políticas de reestructuración neoliberal han tenido
como contracara un álgido ciclo de luchas sociales que han emprendido
variados procesos de resistencia, defensa y reapropiación de la riqueza
social. Nos referimos a un amplio abanico de conflictos provocados por la
generalización de condiciones de precariedad y flexibilización laboral; por
el desmantelamiento, privatización y mercantilización de servicios y bienes
que previamente habían sido gestionados por el Estado; así como por el

110
despojo territorial, apropiación de bienes comunes naturales y destrucción
y contaminación de comunidades de seres vivos humanos y no humanos.
Lo que hoy presenciamos es una batalla por la lógica desenfrenada e
insaciable del capital que busca avanzar no sin antes encontrar procesos de
resistencia social a su paso. En este sentido ubicamos que el nuevo ciclo
de conflictividad socioambiental en México es producto de la disputa entre
el Estado, el capital y las comunidades en torno al acceso, uso, control y
gestión de los bienes comunes naturales.
Ciertamente las causas de estos conflictos están relacionadas
predominantemente con algunas novedades en las formas de acumulación
del capital y de la explotación y apropiación de la naturaleza y del trabajo
vivo, que podemos resumir en los siguientes aspectos (Composto y
Navarro, 2012):

1) La vertiginosa aproximación hacia el umbral de agotamiento


planetario de bienes naturales no renovables fundamentales para
la acumulación de capital y la reproducción de las sociedades
modernas –tales como el petróleo, el gas y los minerales
tradicionales–.
2) El salto cualitativo en el desarrollo de técnicas de exploración y
explotación –más agresivas y peligrosas para el medio ambiente–
que está permitiendo el descubrimiento y la extracción de
hidrocarburos no convencionales y minerales raros, disputados
mundialmente por su formidable valor estratégico en los planos
económicos y geopolíticos de largo plazo.
3) La progresiva transformación de los bienes naturales renovables
básicos para la reproducción de la vida –tales como el agua dulce,
la fertilidad del suelo, los bosques y selvas, etcétera– en bienes
naturales potencialmente no renovables y cada vez más escasos,
dado que se han constituido en los nuevos objetos privilegiados
del (neo)extractivismo o en sus insumos fundamentales (Acosta,
2011).
4) La conversión de los bienes naturales –tanto renovables como no
renovables– en commodities.
5) El aumento de la extracción y el uso de los más de 90 elementos
de la tabla periódica para la producción de nuevos materiales, lo
que sin lugar a dudas no solo ha generado mayores presiones sobre

111
los ecosistemas, sino que ha dificultado el reciclado de los objetos
desechados, introduciendo una toxicidad sin precedentes en los
hábitats humanos y naturales (Gardner y Sampat, 1999:92).

De modo que una buena parte de los conflictos están relacionados


con la intensificación de una forma de apropiación intensiva y extensiva
de la naturaleza, que se ha venido conceptualizando desde la noción de
extractivismo. Desde la perspectiva del uruguayo Eduardo Gudynas esto
abarca –ya no solo en el sentido clásico de la palabra– la extracción de
recursos no renovables como los minerales, petróleo y gas; también los
renovables como la industria forestal, los agronegocios, los biocombustibles,
las pesquerías, las camaroneras y algunas formas de piscicultura para ser
exportados como commodities al mercado internacional.24 Asimismo se
incluye el turismo de masas o el conjunto de desarrollos de infraestructura
que hace posible la circulación de esas mercancías extraídas o mínimamente
procesadas (Gudynas, 2013).
Cabe señalar que a diferencia de otros modos de apropiación de
la naturaleza el extractivismo se distingue por los impactos que genera
en el medio a partir de los grandes volúmenes o altas intensidades en la
extracción de recursos, esencialmente para ser exportados como materias
primas (Gudynas, 2013:3). De modo que la demanda de recursos naturales
de otras regiones se impone sobre las necesidades locales, reiterando
una profunda relación de subordinación y dependencia con los mercados
internacionales. Además de la participación de actores privados, la mayoría
de veces de capital trasnacional y en el caso de México, actores ligados al
crimen organizado que participan en la gestión y usufructo de los bienes
naturales.
Así, siguiendo a Gudynas, el extractivismo está relacionado con el
desarrollo de un modelo de “economía de enclave”, una suerte de “isla,
con escasas relaciones y vinculaciones con el resto de la economía
nacional. Esto se debe a que buena parte de sus tecnologías e insumos son
importados, una proporción significativa de su personal técnico también es

24 Los commodities son un tipo de activos financieros que conforman una esfera de
inversión y especulación extraordinaria por el elevado y rápido nivel de lucro que
movilizan “mercados futuros”, en tanto responsables directos del aumento ficticio
de los precios de los alimentos y de las materias primas registrado en el mercado
internacional (Bruckmann, 2011).

112
extranjero, y a su vez, no nutren cadenas industriales nacionales, sino que
las exportan. Esto hace que las contribuciones a las economías locales o
regionales sean muy limitadas, y el grueso de sus ganancias quedan en sus
casas matrices” (Gudynas, 2013:6).
Con lo anterior es claro que el extractivismo compite, se contrapone y
suele abatir otros modos de apropiación de la naturaleza, principalmente
aquellos en los que los volúmenes e intensidades son menores y que están
destinados principalmente a producir valores de uso, es decir, a satisfacer
las necesidades de subsistencia a nivel local o regional. Además de la
destrucción socioambiental inherente a su lógica de funcionamiento, se
suma el deterioro de la salud de los habitantes y trabajadores y la presencia
de casos de explotación laboral sin límites, incluido el trabajo infantil.
Vale la pena advertir que los contenidos que Eduardo Gudynas ha
precisado para pensar las novedades del extractivismo en los últimos
tiempos, se relacionan con las experiencias de los países de América Latina
con “gobiernos progresistas”. No obstante, consideramos que este conjunto
de claves son pertinentes como base para reconocer las particularidades
de otros modelos sociopolíticos latinoamericanos, como es el caso de los
gobiernos neoliberales y específicamente el de México, que a decir de
este mismo autor, se han caracterizado por una tendencia creciente a la
transnacionalización de los sectores extractivos, en comparación con otros
países que combinan diferentes esquemas de control de los recursos como
el estatal, cooperativo o mixto (Gudynas, 2009:203, 219).

Neoliberalismo y conflictividad socioambiental en México

En México a partir de la década de los ochenta comenzó a erosionarse de


manera contundente el pacto social posrevolucionario partiendo de una serie
de políticas que no solo han permitido la participación de particulares en
la gestión y usufructo de la riqueza social, sino que además han propiciado
una concentración creciente de su poder y la institucionalización de sus
derechos en ese ámbito.
Estas transformaciones fueron posibles gracias a un conjunto de
reformas neoliberales de ajuste estructural y a los tratados de libre comercio
que, en conjunto, se han empecinado en abrir nuevos espacios de inversión
trasnacional para la acumulación del capital. En este rubro destaca en
sobremanera la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica a

113
partir del cual se generaron profundas reestructuraciones de la vida social
de nuestro país, más allá del plano estrictamente comercial.
En suma, hablamos de una renovada estrategia de despojo y expropiación
de lo común bajo un nuevo control y gestión corporativa-estatal, en el marco
de la incesante voracidad del capital por subsumir cualquier ámbito que
favorezca la producción de valor. Bajo esta lógica la industria extractiva ‒
de haber estado regulada y gestionada predominantemente por el Estado‒,
ha pasado a enfrentar crecientes procesos de privatización, en tanto se
ha ampliado la intervención de capitales privados en la administración y
disposición de los recursos.
Este conjunto de políticas de despojo capitalista de los bienes comunes
naturales y cercamiento de lo común, impulsado contra las comunidades
indígenas,campesinas y amplios segmentos de la población urbana, puede
ser analizado a la luz de los siguientes procesos:

1) El impulso de un nuevo sistema industrial agroalimentario en


manos de grandes transnacionales a costa de la exclusión masiva
de los pequeños productores rurales y la desarticulación de las
economías campesinas.
2) Un nuevo énfasis en las políticas extractivas para el control,
extracción, explotación y mercantilización de bienes comunes
naturales renovables y no renovables, de la mano del desarrollo
de megaproyectos turísticos e infraestructura carretera, ferroviaria,
portuaria y aeroportuaria.
3) El reordenamiento de territorios, desarrollo de infraestructura y
expansión de procesos de urbanización, desarticulando el tejido
social y avanzando sobre zonas de cultivo y de conservación
(Navarro, 2015).

Dicha reconfiguración ha sido impulsada por el capital nacional


y trasnacional junto con los gobiernos en sus diferentes ámbitos y niveles,
en profundo contubernio con el crimen organizado a través de un amplio
abanico de estrategias jurídicas, de cooptación, disciplinamiento y división
de las comunidades, represión, criminalización, militarización y hasta
contrainsurgencia para garantizar a cualquier costo la apertura de nuevos

114
espacios de explotación y mercantilización.25
Desde esta lógica podemos comprender el brutal aumento de
detenciones y, en general, de la violencia estatal y paraestatal contra las y los
integrantes de las luchas socioambientales, o como decimos en este trabajo,
luchas por lo común. De acuerdo con los registros del Centro Mexicano de
Derecho Ambiental (CEMDA), entre 2005 y el primer semestre de 2013
se registraron 44 homicidios de defensores, en el mismo periodo hubieron
53 amenazas, 64 detenciones ilegales, dieciséis casos de criminalización y
catorce de uso indebido de la fuerza pública (Sin Embargo, 2013).
Pese a estas duras condiciones se han expandido decenas de resistencias
en todo el territorio protagonizadas principalmente por comunidades
indígenas y campesinas, y la más reciente autorganización de habitantes o
afectados ambientales en las ciudades y otro tipo de asentamientos urbanos.
Ante esto la investigadora María Fernanda Paz (2014) ha registrado entre
2009 y 2013 162 conflictos socioambientales en 26 estados.
Este ascendente ciclo de conflictividad socioambiental se expresa en
la lucha de decenas de comunidades rurales que están emprendiendo todo
tipo de estrategias para exigir la cancelación de represas hidroeléctricas que
no solo les forzarán a emigrar, sino que, además, amenazan con destruir
sus medios de existencia. Un caso emblemático es la lucha del Consejo
de Ejidos y Comunidades Opositores a la Presa la Parota (CECOP) en
Guerrero que a lo largo de 12 años de resistencia han logrado bloquear el
desarrollo de dicho emprendimiento. O bien, el del Consejo de Pueblos
en Defensa del Río Verde (Copudever) en Oaxaca que desde el 2007 se
han organizado para defender su territorio y detener la construcción de la
presa denominada Aprovechamiento Hidráulico de Usos Múltiples Paso
de la Reina, impulsada por la Comisión Federal de Electricidad –empresa
paraestatal generadora y distribuidora de la energía eléctrica en México–,
con la que se afectaría directamente a 17, 000 personas e indirectamente a
otras 97, 000. Hasta el momento en que se escribe este texto han logrado
exitosamente detener cualquier avance del proyecto.
A esto hay que añadir unas 24,000 concesiones otorgadas por el gobierno
mexicano en los últimos quince años para el emprendimiento de proyectos
de minería a cielo abierto, así como contra el proceso de fractura hidráulica
25 En otro trabajo hemos desarrollado una propuesta analítica para rastrear lo que
denominamos “estrategias expropiatorias del extractivismo”. Para mayor detalle se
recomienda revisar: Composto y Navarro(2014:57).

115
(fracking) para la extracción de gas shale que se proyecta desarrollar en
México. En los últimos años un conjunto de comunidades, entre ellas el
Consejo Regional de Autoridades Agrarias en Defensa del Territorio de
la Montaña de Guerrero, ha declarado bajo una resolución popular que su
territorio está libre de cualquier proyecto de minería a cielo abierto.
Por otra parte, ante el avance e introducción de los Organismos
Genéticamente Modificados (OGM), hay una pelea en la que destaca la
resistencia de las comunidades indígenas y campesinas y de otros sectores
de la sociedad civil que interpusieron en 2013 una acción colectiva
presentada por expertos en el tema, personalidades y 20 organizaciones de
productores, indígenas, apicultores, de derechos humanos, ambientalistas y
consumidores, que han logrado congelar los permisos otorgados por Felipe
Calderón para la siembra de maíz transgénico en fase experimental y
piloto, además de las 79 nuevas solicitudes en trámite (San Vicente, 2013).
Hay otro conjunto de experiencias que luchan contra proyectos de
infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria y aeroportuaria para la
reducción de costos y tiempos para la circulación de materias primas
extraídas o producidas. Es de resaltar la resistencia del Frente de Pueblos en
Defensa de la Tierra de Atenco que una vez más –como en 2001– enfrenta
el relanzamiento del proyecto Nuevo Aeropuerto de la ciudad de México.
En las costas y en otras zonas reconocidas por su gran biodiversidad,
los megaproyectos turísticos están generando enormes presiones sobre
comunidades de campesinos y pescadores que defienden sus tierras y
todo tipo de ecosistemas terrestres y acuáticos. Una experiencia que
ha llamado la atención es la pelea de la comunidad de Cabo Pulmo y
las organizaciones afines que hasta el momento han logrado detener el
devastador megaproyecto turístico Cabo Cortés, el cual amenaza uno de
los arrecifes coralinos más importantes del planeta.
En las ciudades, como es el caso del Distrito Federal o Puebla, existen
decenas de movimientos en los barrios y pueblos originarios que luchan
para impedir los procesos de urbanización y desarrollo de infraestructura
para la movilidad urbana sobre tierras de cultivo y de conservación. O
muchas otras comunidades, colonias o barrios, que ya sufren algún tipo de
afectación ambiental relacionada con su contigüidad a rellenos sanitarios,
basureros a cielo abierto, confinamientos de residuos tóxicos, descargas
industriales y residuales a ríos y otros cuerpos de agua. Uno de los casos
más alarmantes es el que sufren los habitantes de los municipios de El Salto

116
y Juanacatlán en la zona metropolitana de Guadalajara por su cercanía al
río Santiago, uno de los afluentes más contaminados de todo el país.
Y qué decir de las catástrofes derivadas de los derrames de sustancias
tóxicas utilizadas en los emprendimientos de minería a cielo abierto, como
es la contaminación producida por los 40 millones de litros de lixiviado
de cobre acidulado sobre el río Sonora, al norte del país, afectando a
23,000 habitantes de los municipios circundantes que hoy se encuentran
organizados en el Frente Unido contra Grupo México. O en este mismo
sentido, las explosiones de ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex) o los
derrames sobre las comunidades y ecosistemas aledaños a los campos de
exploración, perforación y extracción.26
Si bien, no todos los procesos de resistencia registrados han logrado la
plena defensa de sus territorios o resolución de sus demandas, lo cierto es
que muchos de ellos han sido capaces de retrasar o paralizar temporalmente
la implementación de los megaproyectos. Esto se ha logrado a partir de
la conformación de inéditos procesos de autorganización social o en otro
casos, de la actualización de prácticas sociales preexistentes de producción
de comunes y ampliación de la gestión comunitaria hacia ámbitos que
anteriormente no estaban regulados de esa manera.
Respecto a esto un referente muy importante es el de las comunidades
indígenas de Cherán en Michoacán, quienes a través de un férreo proceso
de organización han conseguido detener la destrucción de sus bosques
y defenderse de los talamontes y del crimen organizado a través del
fortalecimiento y actualización de una densa trama comunitaria que hoy
nuevamente vuelve a regirse por usos y costumbres.
Sin lugar a dudas lo más importante de este amplio abanico de
experiencias es que han logrado alumbrar aspectos cruciales de la crítica
al desarrollo capitalista y de las alternativas posibles para garantizar la
reproducción de la vida humana y no humana.
En este sentido la lucha por lo común aparece como un horizonte
político de autonomía y emancipación. Desde mi perspectiva por lo menos
incluye dos dimensiones que se van configurando desde la experiencia

26 Para mayor información sobre la situación actual de conflictividad


socioambiental, se recomienda revisar la “Audiencia general introductoria de la
devastación ambiental y los derechos de los pueblos”, presentada en el Capítulo
de México del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP), disponible en: www.
afectadosambientales.org.

117
de lucha: la reapropiación de lo político como capacidad de darle forma
a nuestra propia sociabilidad (Echeverría, 2012: 77); y la reapropiación
de las capacidades y condiciones para garantizar de manera autónoma la
reproducción simbólica y material de la vida.
En suma, la regeneración y protección de los bienes comunes constituye
una condición primordial para la continuidad de la vida, la cual puede seguir
y potencialmente estar a cargo de sujetos comunitarios a partir de formas
de autorregulación social que incorporen entre sus principios normas de
acceso y uso de aquello que se comparte. Una cuestión que en definitiva es
central frente a la crisis civilizatoria que el mundo vivo enfrenta.

118
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120
5  

El Estado neoliberal-procedimental
en América Latina y su crisis
contemporánea
Octavio Humberto Moreno Velador27

Introducción

Es a partir de la primera mitad de los años ochenta (aunque con antecedentes


directos desde los años setenta) en un contexto dominado en América
Latina por dictaduras militares o gobiernos autoritarios, cuando grupos de
intereses económicos y políticos, tanto nacionales como transnacionales,
propugnaron porque se llevaran a cabo transformaciones en la organización
del sistema económico hacia el neoliberalismo. Junto con ello se estableció
la necesidad de replantear la forma de organización política de acuerdo
a los cánones de la democracia procedimental. A esta conjunción entre
ambas tendencias lo consideramos un tipo específico de régimen en la
historia de los Estados latinoamericanos que se inició en los años ochenta y
que todavía se encuentra presente. Sin embargo, este es un tipo de régimen
que a partir de los años noventa ha mostrado señales de debilidad y que
en la actualidad en diversos países se encuentra en un abierto proceso de
degradación y marcada crisis hegemónica.

27 Profesor en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita


Universidad Autónoma de Puebla y de la Universidad Iberoamericana, campus
Puebla. Maestro y doctor en Sociología.

121
En contra de los proyectos aplicados en numerosos Estados
latinoamericanos entre los años cuarenta y sesenta de fomento a
la industrialización mediante la sustitución de importaciones y el
proteccionismo económico, durante los años ochenta y noventa se
impulsó al neoliberalismo. Si bien el modelo desarrollista experimento
su agotamiento para finales de los años setenta, durante su periodo de
auge se experimentaron tasas de crecimiento importantes además de una
importante mejora en las condiciones generales de desarrollo en aquellas
naciones en donde tuvo mayor influencia (cuadro 1).

122
En contraparte del desarrollismo se impulsó el modelo neoliberal que
considera como aspectos fundamentales:

• El fin del Estado regulador de la economía a través de terminar con


todas las reglamentaciones y regulaciones que pudieran afectar la
acumulación de recursos y el laissez-faire.
• El remate de todo activo económico que poseyera el Estado en
forma de empresas paraestatales u organismos gubernamentales en
favor de la iniciativa privada.
• Un drástico recorte de los fondos asignados a los servicios sociales
como salud, vivienda y educación (Klein, 2007:88-89).

En términos generales esta serie de reformas en la política económica


significaron, entre otras cosas, la pérdida de buena parte del terreno ganado
por grupos populares y trabajadores organizados durante el predominio
de los modelos desarrollistas latinoamericanos. El tipo de Estado que
estaba siendo impulsando desde el interior por algunos grupos políticos
y económicos, y desde el exterior mediante organismos internacionales
y presiones políticas de gobiernos externos (FMI, BM, OCDE), tendía a
intentar reducir el Estado a su mínima expresión administrativa para dejar
la dinámica político-económica en una correlación de fuerzas favorable
para los grandes capitales privados. Para las políticas neoliberales el
objetivo siempre fue terminar con el Estado interventor y regulador tanto
de la política como de la economía, un proyecto de Estado que mantenía
como principio la aspiración a la soberanía nacional y la independencia
económica.
Por otro lado, ante la existencia de fuertes tendencias políticas
corporativas se impulsó el canon de la democracia de tipo procedimental.
Los cambios tanto en el sistema político como en el económico se plantearon
a través de las llamadas “reformas estructurales” al impulsar la creación de
un conjunto de instituciones que posibilitaran transiciones políticas hacia
una democracia de tipo procedimental y cambios en el ámbito económico
que dejaran atrás los modelos intervencionistas de Estado y acercaran a las
economías de la zona al capitalismo de tipo neoliberal.

123
La democracia procedimental

En primera instancia, los cambios en los regímenes políticos


latinoamericanos a través de las llamadas “transiciones a la democracia”
lograron impulsar pactos políticos con los que durante los años ochenta y
parte de los noventa se pudo desplazar a las dictaduras militares o civiles
y a los autoritarismos. Dichos procesos de transición, si bien cumplían con
impulsar la conformación de gobiernos civiles, se mantuvieron siempre
en el margen de ser “transiciones negociadas” en las que los nuevos
gobiernos electos pertenecían a élites políticas muchas veces cercanas
a los grupos dominantes, lo cual favorecía para que se mantuvieran los
marcos institucionales necesarios para permitir su continuación (Petras y
Veltmeyer, 2006:82).
Este tipo de democracia con un marcado acento sobre el aspecto
procedimental de su organización, se inspiró en la propuesta teórica de J.
A. Schumpeter quien definía a la democracia como un método político.
Esto es un arreglo institucional, un procedimiento para llegar a decisiones
políticas –legislativas y administrativas– confiriendo a ciertos individuos
el poder de decidir en todos los asuntos públicos.
De acuerdo con las ideas de este autor la vida democrática se expresa
principalmente como la lucha entre líderes políticos rivales organizados en
partidos, por el mandato para gobernar; alejándose de los ideales históricos
de igualdad asociados con la democracia. El rol del ciudadano en su idea de
democracia se concentra únicamente en el derecho periódico a escoger y
autorizar un gobierno para que actúe en su nombre: “Renunciar al gobierno
por el pueblo y sustituirlo con el gobierno con la aprobación del pueblo”
(Schumpeter, 1968:316).
Para este autor su descripción de la democracia estaba lejos de ser
frívola o cínica, y más bien cumplía con reconocer que la política siempre
servirá al conjunto de intereses que ocupan realmente al poder. Por esta
razón su modelo de democracia se define como “elitismo competitivo”,
sistema en el que:

Los partidos y las maquinarias políticas son simplemente la


respuesta al hecho de que la masa electoral solo es capaz de
actuar de forma precipitada y unánime, y constituyen un intento
de regular la competencia política de forma exactamente igual

124
a las prácticas correspondientes a una asociación de comercio.
(Schumpeter, 1968:316).

Los “amantes de la democracia” debían desterrar la idea de que el


pueblo podría tener opiniones concluyentes y racionales sobre todas las
cuestiones políticas; más bien, estas solo podrían realizarse a través de la
representación política. El pueblo únicamente podía ser “productor de los
gobiernos”, parte de un mecanismo para seleccionar “los hombres capaces
de tomar las decisiones” (Schumpeter, 1968:317).
Bajo la influencia de las ideas de la democracia procedimental y
el canon de las reformas económicas neoliberales se reformaron los
regímenes políticos y económicos en América Latina. En este nuevo
régimen de Estado que aquí denominamos neoliberal-procedimental, se
generó también una concepción ideológica sobre el trabajo de gobierno y la
administración pública. Este nuevo sentido se basa en la idea de que un buen
gobierno debe preocuparse en primer lugar por mantener una “estabilidad
macroeconómica” y para ello se requeriría del aprendizaje por parte de
los cuerpos burocráticos especializados de todo un nuevo conocimiento
“técnico” para ver, entender y llevar a cabo la política económica propia
del neoliberalismo. De esta forma la llamada “tecnocracia” (entendido
como corpus de conocimiento y como grupo de funcionarios públicos)
se convirtió en una tendencia dominante en los Estados latinoamericanos
durante los años noventa e incluso hasta la actualidad.
Por otro lado, la organización de la participación política se planteó
como responsabilidad de los partidos políticos, quienes ejercen una
función representativa estratificada entre “dirigentes y seguidores”,
salvaguardándose de la abierta influencia popular, ya que “las instituciones
representativas están integradas, por definición, por personas individuales,
no por las masas” (Luxemburgo citado en Przeworski, 1995:19). En
consecuencia, el rol del ciudadano queda relegado a un mero emisor del
voto, donde “los individuos no actúan directamente en defensa de sus
intereses, sino que la delegan” a través de este, y la participación social de
los agregados sociales queda reducida a meros evaluadores de políticos y
programas de gobierno, ya que “el modo de organización colectiva en el
seno de la instituciones democráticas así lo exige” (Przeworski, 1995:17).
La implantación de esta perspectiva sobre la democracia y la
política en los países latinoamericanos aspiraba a enterrar el pasado de

125
organización de grupos populares y los pactos de desarrollo nacionalistas
con participación de diversas clases sociales. El argumento más común
empleado para justificar las nuevas implantaciones fue un supuesto
pasado latinoamericano que únicamente había servido de provecho para
los líderes populistas, corruptos y demagogos. Las reformas estructurales
se justificaron también como una plataforma que permitiría alejar a los
países latinoamericanos de un pasado lleno de ignorancia y corrupción,
de malos manejos administrativos y perversión política (Borón, 2003:21).
Más allá de los intentos de justificación ideológica el binomio de reformas
neoliberales y procedimentales aspiraban a enterrar la influencia de las
organizaciones populares con influjo en los regímenes estatales y la política
proteccionista y desarrollista, en pos de construir un nueva hegemonía de
Estado basada en el individualismo político.

Las reformas neoliberales

La implementación de las reformas democráticas procedimentales abrieron


el camino para impulsar transformaciones en el ámbito económico, ya que
bajo el argumento de la necesidad de decisiones políticas urgentes (por
encima del consenso mayoritario), se consideró innecesario consultar a
las mayorías poblacionales de los países en los que se impulsó la nueva
forma de dirigir la política económica nacional. Las reformas económicas
se plantearon como objetivo “organizar una economía que asigne
racionalmente los recursos y que haga posible la solvencia financiera del
Estado” mediante “reformas orientadas hacia el mercado”. Como pasos
principales en el logro de estos objetivos se planteó “organizar nuevos
mercados, desregular los precios, moderar las actuaciones monopolistas
y reducir las barreras protectoras” a través de una reducción en el gasto
público y la venta de activos públicos mediante la privatización. La
liberalización del mercado y el adelgazamiento del Estado social, según los
principios del programa neoliberal, provocarían una inmediata “reducción
transitoria en el consumo agregado”, impactos con “un importante coste
social” y evidentes costos políticos altos (Przeworski, 1995:236).
La justificación de esta implantación era que finalmente el conjunto
de reformas a largo plazo podría “crear motivación, generar condiciones
de equilibrio, con la igualación de la oferta y la demanda en los mercados
y satisfacer las exigencias de justicia social” (Baka citado en Przeworski,

126
1995:236). El planteamiento de las reformas consideraba la existencia de
un inevitable impacto económico importante para amplios grupos sociales,
además de la oposición de significativas fuerzas políticas con el riesgo
de que dicho modelo democrático se podría ver socavado o abandonado,
terreno óptimo para el surgimiento de “peligrosos nacionalismos o
liderazgos populistas” (Przeworski, 1995:240).
Cronológicamente se puede considerar la existencia de dos períodos
de desarrollo en los países de América Latina del proyecto neoliberal bajo
el régimen de las democracias procedimentales (con la excepción del caso
chileno en el que desde 1973, tras el golpe de Augusto Pinochet, se impulsó
el proyecto neoliberal). Un primer periodo se ubica entre principios de la
década de los ochenta cuando se implantó en Perú con Fernando Belaúnde
y Alán García, con Raúl Alfonsín en Argentina, Miguel de la Madrid en
México, Julio Sanguinetti en Uruguay y José Sarney en Brasil. A algunos
de estos primeros casos de implantación los acompañó la euforia por la
“redemocratización” de los regímenes políticos y levantaron buenas
expectativas en numerosos grupos de sus respectivas sociedades (Petras y
Morley, 2009:163). Un segundo periodo de implantaciones o continuidades
fueron protagonizados por presidentes como Carlos Andrés Pérez en
Venezuela, Carlos Menem en Argentina, Fernando Collor en Brasil,
Alberto Fujimori en Perú, Jaime Paz Zamora en Bolivia, Luis Lacalle en
Uruguay y Carlos Salinas en México. Como ejemplo, en Venezuela en 1989
se negoció un paquete económico con el Fondo Monetario Internacional
de 4,600 millones de dólares con la intención de tomar como medida
prioritaria el pago de la deuda exterior. Acompañando a esta medida se
impusieron alzas en los costos de la gasolina, el transporte y los alimentos
de primera necesidad, provocando una serie de disturbios con saldo de 200
muertes y más de 1,000 heridos (Petras y Morley, 2009:166).
Si bien las reformas procedimentales abrieron paso a las transiciones
políticas, posibilitando la democratización formal en los regímenes
políticos en toda la zona, la situación que predominó en la mayoría de los
Estados latinoamericanos fue el arribo o mantenimiento de élites políticas
y económicas que en el poder de Estado optaron mayoritariamente por
apoyar el neoliberalismo. Muestra de ello es que desde finales de los años
setenta América Latina fue la zona que más recibió inversión extranjera
directa de bancos comerciales internacionales, provocando una fuerte
deuda que los llevó a crisis cuando la Reserva Federal de los Estados

127
Unidos elevó las tasas de interés a niveles sin precedentes. De esta manera
las multinacionales lograron percibir por inversiones nuevas y acumuladas
de alrededor de 30,000 millones de dólares. Durante los primeros años de
la década de los ochenta las multinacionales obtuvieron 15,000 millones
de dólares de sus operaciones en la zona (Petras y Veltmeyer, 2006:87).
De tal manera que en los nuevos regímenes democratizados se procedió
inmediatamente al saqueo de la economía mediante la privatización y venta
de paraestatales, mientras que las empresas multinacionales se dedicaban a
adquirir bancos, fábricas locales, terrenos y bienes raíces:

[…]de acuerdo con un análisis realizado en Brasil en 1989, los


bancos extranjeros eran propietarios del 9.6% del capital social
bancario; sin embargo, para el año 2000, controlaban el 33%.
En 2001 el capital financiero extranjero controlaba el 33%. En
2001 el capital financiero extranjero tenía el control de 12 de los
20 bancos más importantes en Brasil. En México este proceso
fue incluso más eficiente cuando todos los bancos sucumbieron
a los distintos consorcios controlados por bancos de propiedad
de extranjeros. En toda la región más del 50% de la totalidad
de los activos bancarios se privatizó y desnacionalizó (Petras y
Veltmeyer, 2006:83).

Según datos de la Economic Comission for Latin America and


the Caribbean (ECLAC) el rendimiento de operaciones con capital
estadounidense en América Latina fue cercano a los 60,000 millones de
dólares anuales en los años noventa. Tan solo en esta década se transfirieron
585 millones de dólares en utilidades e intereses pagados a las principales
oficinas de los Estados Unidos (Petras y Veltmeyer, 2006:84). Se estima que
durante el año 2000 la transferencia de recursos financieros, de América
Latina hacia el exterior, se acercaba a los 100,000 millones de dólares, y si
se multiplicara esta cantidad por los diez años que para el 2000 el proyecto
neoliberal tenía en la zona, nos acercaríamos a la friolera cantidad de más
de un billón de dólares (Saxe y Nuñez, 2001). De esta forma queda claro
que los flujos de capital hacia las empresas multinacionales y los países
capitalistas centrales servían y sirve para extraer grandes cantidades de
capital acumulado y potencial, una estrategia de acumulación que ha sido
favorecida por la desregulación y que ha terminado por generar una mayor

128
desigualdad.
Visto de esta forma, el neoliberalismo bien se puede entender
como un proyecto hegemónico formado por tres partes:

1) Una primera que considera el conjunto de reformas favorables al


capital transnacional y basado en la forma de acumulación flexible
de capital.
2) Una segunda parte que incluyó para el caso de los países
latinoamericanos las democratizaciones de los regímenes políticos,
y el impulso del canon de la democracia procedimental.
3) Finalmente, una tercera parte de índole ideológica con pretensiones
hegemónicas que se resume en las presunciones hechas por Francis
Fukuyama al declarar al libre mercado y la democracia como los
puertos de arribo finales de la historia humana (Fukuyama, 1992;
Chomsky y Ramonet, 1996:59).

En conjunto estas tres partes forman la esencia del proyecto neoliberal


que llegó a ser hegemónico en América Latina durante buena parte de
las décadas de los años ochenta y noventa. Ideológicamente este intentó
justificarse a ojos de la ciudadanía de los diferentes países bajo la promesa
de que a través de sus políticas sería posible realizar el largamente
anhelado sueño de desarrollo económico, dejando en el pasado las inercias
populistas y demagógicas y sus herencias de corrupción y clientelismo. El
neoliberalismo permitiría curar el mal endémico que implicaba tener un
Estado interventor y rector de la vida económica, un Estado que resultaba
costoso y con muy baja productividad. Un lastre que sería sustituido por
un tipo de Estado mínimo, pero muy eficaz en la administración de la
producción y los recursos. En conjunto estos elementos y su traducción en
políticas pueden entenderse como el fundamento del proyecto hegemónico
neoliberal.

El Estado neoliberal-procedimental y su orden hegemónico

A partir de los años ochenta se impulsó en América Latina una serie de


reformas políticas y económicas que configuraron un régimen de Estado que
hemos denominado neoliberal-procedimental. Las reformas económicas

129
implantadas acabaron en buena medida con los rasgos que algunos
tuvieron de Estado de bienestar y de economías nacionales protegidas
parcialmente ante el libre mercado local e internacional. También se
presentó el desgaste de los mecanismos estatales de inclusión popular que
se construyeron en la segunda mitad del siglo XX.28 Acompañado de estas
reformas, tras la deslegitimación y la presión internacional a las dictaduras,
se dio paso a los procesos de transición política inspirados en los modelos
de democracia “procedimental” (Morlino, 2005). Una forma de Estado
que se implantó exitosamente, pero que comenzó a presentar rasgos de su
declive y deslegitimación a partir de los últimos años de la década de los
ochenta, en algunos casos, o bien, durante los años noventa ante el auge
de los movimientos sociales y las transformaciones que se presentaron en
numerosos Estados latinoamericanos.
Ya fuera en presencia de dictaduras militares, Estados burocrático
autoritarios, o en Estados en los que ya había avanzado la agenda de
las transiciones a la democracia, se impuso el modelo neoliberal. Este
estaba en buena medida orientado a fortalecer la influencia política y
económica de los poderes transnacionales en asociación con los locales.
Posibilitado por la desregulación económica que alentó la apertura de los
mercados comerciales latinoamericanos a favor de capitales foráneos, se
presentó una transferencia masiva de capitales del sector productivo al
especulativo. Los Estados perdieron capacidad reguladora ante el mercado
y redujeron buena parte del gasto público en políticas sociales. Además
de que se generalizó el endeudamiento frente a instituciones como el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), ante lo
cual se asumió como una solución la privatización de empresas de capital
estatal bajo el falso argumento de que con su venta podría solventarse la
deuda adquirida. Se partía del supuesto de que en una economía sana era
indispensable eliminar al máximo los gastos que implicaba mantener un
Estado con una institucionalidad fuerte y de alcance universal para su
población. Así, la implantación del modelo se vendió como una serie de
“reformas”29 indispensables para “solucionar el problema de la inflación y

28 Un acercamiento interesante en lo relativo al tipo y las formas de Estado de


bienestar que se presentaron históricamente en América Latina, además de su
paulatina desaparición en la zona a partir de los años ochenta, lo podemos encontrar
en Del Valle (2010).
29 Es importante señalar el cambio en el sentido semántico del concepto “reforma”

130
de las cuentas públicas” (Sader, 2009:67).
Este modelo intentó justificarse mediante un ataque sistemático de
características doctrinarias al Estado, definiéndolo como “una instancia
insanablemente corrupta, ineficiente en lo económico y plagada de
propensiones populistas y demagógicas que era necesario erradicar”
(Borón, 2003:21). El bloque de actores económicos y políticos interesados
en llevar adelante las “reformas” gozaron del apoyo de instituciones
internacionales como el FMI y el BM, además del apoyo de los medios
de comunicación del ámbito privado y aquellas fuentes de información
estatales que controlaban (Petras y Veltmeyer, 2006).30 Y justamente a través
de estos medios se celebró premeditadamente el gran logro que significaría
la implantación del nuevo modelo en aspectos como: estabilidad financiera,
saneamiento de las finanzas públicas y el inicio de un supuesto nuevo ciclo
de modernización y expansión de la economía (Sader, 2009:68).
En términos de correlación de fuerzas políticas, estas medidas fueron
diseñadas premeditadamente para favorecer a actores económicos y
políticos muy concretos, ya que permitieron una gran transferencia de
capital público al capital privado nacional o internacional, alentando la
formación de monopolios en diversos sectores.31 Es debido a estos aspectos
que un autor como David Harvey ha sugerido que el neoliberalismo se
debe entender abiertamente como una política de dominación de clase
(Harvey, 2007).
El régimen neoliberal-procedimental se construyó como un modelo
general de organización política, económica y social en los Estados
de América Latina, acompañado de toda una justificación de índole
ideológica que buscó legitimar a ojos de las sociedades latinoamericanas
la pertinencia de adoptar dicho modelo. En este sentido bien se puede
en el contexto del neoliberalismo. En el que, a diferencia de lo que significa en la
teoría política tradicional (cambios graduales en una dirección tendiente hacia una
mayor igualdad, bienestar social, y libertad para el conjunto de la población), el
neoliberalismo pasó a tener un significado totalmente contrario (Borón, 2003:19).
30 Un análisis interesante de la relación entre reformas neoliberales, intereses
políticos y su relación con los medios de comunicación electrónicos, para el caso
mexicano, lo podemos encontrar en Villafranco y Delgado (2010).
31 Respecto a esto Petras y Veltmeyer (2006) ofrecen un análisis muy detallado
del fortalecimiento de los capitales transnacionales en América Latina. Para estos
autores dicho fenómeno debe ser entendido como un nuevo episodio en la historia
del imperialismo norteamericano en América Latina.

131
decir que el neoliberalismo no fue únicamente un conjunto de políticas
económicas sino “una concepción del mundo que abarca una visión del
estado, de la política, de la economía, de la globalización, del consumo, de
la ética, y hasta del éxito o fracaso personal” (Figueroa, 2010:21).
Este modelo se presentó como un proyecto ideológico con alcances
hegemónicos, una forma estatal que impuso “un modo particular de
compromiso entre gobernantes y gobernados”, y que iba más allá de ser
una mera forma de acumulación económica, sino más bien una forma
entera de comprender al mundo a través de “formas específicas con
que la mediación entre economía, política (y sociedad) es constituida”
(Portantiero, 1981:47).
Empleamos los postulados teóricos acerca de la hegemonía, en tanto
creemos que el análisis de las correlaciones de fuerzas políticas debe ir más
allá de la mera consideración de los diversos actores políticos y su relación
con la institucionalidad estatal o internacional como elementos autónomos.
Desde nuestra óptica de análisis el conjunto de circunstancias económicas
y sociales son aspectos fundamentales para comprender un determinado
momento histórico en un determinado contexto, siempre partiendo de que
política, economía y sociedad son partes de un todo social que se encuentra
íntimamente interrelacionado y en el que no se encuentra propiamente una
por encima de la otra.
A través del concepto de hegemonía se puede comprender cómo los
actores concretos y la organización del mundo político, económico y social,
en general, poseen bases ideológicas que le dan sentido a su actividad.
Siguiendo el postulado marxista acerca de que “las ideas dominantes son
las ideas de las clases dominantes” consideramos que estas “son dominantes
porque corresponden a un sistema de producción y de reproducción de
las condiciones materiales de existencia, de las que esas ideas son el
correspondiente en el plano de la subjetividad” (Sader, 2008:215). Basta
recordar que después de 1990 el pensamiento neoliberal intentó erigirse
como único; la ideología del neoliberalismo se propagó promoviendo un
tipo de utopía en la que se exaltan las virtudes abstractas de los mercados,
de los premios a los más aptos, de la competitividad, de la eficiencia y de
las ganancias, de los derechos de propiedad, de la libertad de contratación.
En esta se critica la intervención estatal y política, y se coloca en la cima
de la organización social al mercado como eficiente asignador de recursos,
carente de sesgos, eficiente y capaz de fomentar un sistema social óptimo.

132
Esta ideología se divulgó a través de los saberes técnicos y
científicos enseñados en los centros de educación técnicos profesionales
y universitarios, incluyendo aquellas áreas en las que se imparten
conocimientos asociados a las tareas de gobierno y administración pública
que asumen la actividad política estatal como un terreno puramente técnico,
necesariamente lejano de “ideologías” de cualquier índole y más cercano
al pensamiento empresarial. Propuesto como “única alternativa posible
de superación del deterioro social, opción racional y no populista para
asegurar en tránsito a sociedades modernas” (Sosa, 2011:328). Finalmente
difundido en los grandes agregados sociales a través de los mass media,
fomentando identidades y valores “vinculados a la competitividad, el
desempeño y los resultados individuales para cuyo cumplimiento siempre
hay un estímulo económico” (Ornelas, 2011:348). En resumen, un tipo de
ideología que persigue:

[La] mercantilización sin límites de la vida social […] que


busca destacar los elementos de “libertad, de “iniciativa
individual”, de destino diferenciado de cada uno, de eficacia.
Se parte de la idea de que los recursos, las posibilidades, los
empleos, los espacios en el mercado son ilimitados, y de esa
forma le compete a cada uno buscar su lugar, sus medios de
sobrevivencia, que por definición se obtienen a costa de los
otros (Sader, 2008:223).

Todas estas son expresiones de una ideología que llegó a erigirse como
sentido común de índole hegemónico en buena parte de las sociedades en
las que ha estado presente.

La crisis neoliberal en América Latina

Algunos analistas han señalado la necesidad de criticar al neoliberalismo


de acuerdo a las propias premisas con las que buscó legitimarse como
proyecto hegemónico (Figueroa, 2010:21). En este sentido sería necesario
señalar que ante la promesa de bonanza económica el PIB promedio en
América Latina apenas ha estado cercano en sus mejores momentos a tasas
del 4% de crecimiento anual, en contraposición a las tasas de crecimiento

133
que se presentaron en la década de los sesenta y setenta, periodo en el que
países como México, Brasil y Argentina alcanzaron tasas de crecimiento
de hasta 7% anual. El neoliberalismo también presumió la idea de que
posibilitando la libre entrada de capitales particulares, ya fuera a través de
la privatización de empresas del sector público, o bien, por su participación
en áreas estratégicas de desarrollo económico, sería cuestión de tiempo
para que las ganancias que lograran obtener estos capitales terminaran por
irradiarse al conjunto de la sociedad. Sin embargo, los datos de crecimiento
totales del número de pobres y el aumento de la desigualdad entre los más
ricos y los más necesitados en los últimos veinte años han contradicho
estas presunciones del proyecto neoliberal (Figueroa, 2010:21).
Si bien se podría intentar juzgar los argumentos y datos anteriores
en el sentido de que han sido elaborados desde perspectivas críticas y
francamente apáticas al neoliberalismo, el deterioro de dicho proyecto
hegemónico se ha mostrado a tal grado que los propios cuerpos de asesores
de las reformas y pensadores asociados a su impulso y justificación no
pueden dejar de reconocer la tragedia que ha significado el neoliberalismo
en la zona. En un reporte del 2001 el Carneige Endowment for International
Peace and Inter-American Dialogue reconocía:

Real GDP growth in the region was low in the 1990s: a modest
3 percent a year for the decade (just 1.5 percent per capita). That
was barely better than the 2 percent (0 per capita) rate in the
crisis-laden “lost decade” of the 1980s, and well below the rates
of 5 percent or more in the 1960s and 1970s. Unemployment
rose. And poverty remained widespread. Latin America entered
the third millennium with nearly 180 million of its people –
more than a third of the population‒ living in poverty (with
incomes less than $2 a day). Nearly 80 million people suffer
extreme poverty, with incomes less than $1 a day.
Social development indicators were only slightly better. Rates
of infant mortality, literacy, and primary school enrollment
all improved in the 1990s. But access to safe drinking water
remained very low in rural areas and the equality of public
schooling poor. Meanwhile a sharp rise in crime and violence
undermined the quality of life everywhere in the region. […].
At the end of the decade Latin America still displayed the most

134
unequal distribution of income and assets (including land) of any
region in the world. And in the same surveys Latin Americans
inconsistently expressed a sense that the region`s societies were
fundamentally unjust –probably reflecting underlying inequity
in opportunities for schooling, jobs, and political participation‒
(Birdsall y De la Torre, 2001).

El conjunto de fracasos y contradicciones del neoliberalismo han


alcanzado un punto de tensión máxima en algunos de los Estados
latinoamericanos, faltando a una de las promesas fundamentales del
proyecto hegemónico neoliberal: la estabilidad política. Hasta el año 2005
se sucedió la caída de dieciséis presidentes en América Latina debido
al surgimiento de rebeliones populares producto de las consecuencias
generadas por las políticas económicas neoliberales y la consecuente
pérdida de legitimidad de los gobiernos instaurados (Figueroa, 2005).
Si consideramos en conjunto los problemas que ha generado el proyecto
hegemónico neoliberal es posible concluir que este es un modelo en franca
crisis. Una crisis formada en aspectos como:

1. Crisis económicas y el consecuente desgaste de las condiciones


de bienestar material (tanto en lo relativo al trabajo asalariado
como la protección social del Estado) para los grandes agregados
populares.
2. Una acentuada situación de desprotección social a los grupos más
vulnerables por parte del Estado provocado por el desgaste de la
institucionalidad asociada a servicios públicos como lo son: la
salud, la educación, la alimentación, el trabajo regulado, etcétera.
3. Prolongada crisis de deslegitimación e insatisfacción en numerosos
países de América Latina hacia las élites políticas ubicadas tanto
en partidos políticos como en la institucionalidad estatal
4. Un alto nivel de desgaste de las estructuras “clásicas” estatales de
mediación entre capital y trabajo como el Estado, los sindicatos
y partidos políticos; bien fuera por su incorporación al aparato
estatal.
5. Y finalmente, ante el desgaste de estas estructuras, la emergencia
de movilizaciones populares protagonizadas por grupos de
campesinos, indígenas y trabajadores.

135
Conclusiones

El éxito hegemónico del neoliberalismo resultó temporalmente muy


limitado. Si bien durante su reinado pretendió no tener rival y se atrevió
a proyectarse hacia el futuro como una larga etapa de prosperidad, orden
y crecimiento, numerosos acontecimientos históricos a partir de la década
de los noventa y en la primera década del siglo XXI han mostrado que
históricamente este no pasará de ser un muy breve lapso en la historia de
las formas estatales y civilizaciones humanas.
Como proyecto económico el neoliberalismo prometió que bajo su
reinado el crecimiento de las economías sería constante, este fue un punto
primordial en su justificación, en vistas de la existencia de crisis económica
en los Estados de bienestar (o con parcial proteccionismo económico) y
crisis económica internacional de los años ochenta. Dicha crisis había
sumido a numerosas economías Latinoamericanas en la inflación y el
bajo crecimiento. Sin embargo, el incremento económico se mostró como
mediocre en más de quince años de su funcionamiento, al punto de que la
tasa promedio no sobrepasó el 4% (Figueroa, 2010). Aunado a este bajo
rendimiento las sucesivas crisis financieras, la más reciente y potente en
2008, redujeron fuertemente las expectativas de estabilidad económica
bajo la financiarización de la economía a nivel nacional e internacional
(Glyn, 2010).
El crecimiento per cápita mundial entre 1975 y 2003 cayó en promedio
a más de la mitad, a diferencia de la tasa que se presentó entre 1950 y 1975.
Sumado a esto, la brecha del atraso entre países primermunditas y del tercer
mundo se ensanchó dado que mientras los de la OCDE crecieron a un ritmo
promedio anual del 2%, en América Latina se llegó apenas al 0.6%, y los
países africanos del Subsahara a -0.7% (Madisson, 2003). La precarización
del empleo y la contracción de los salarios se volvieron endémicas.
Al cabo de veinte años de dominio de políticas “de desarrollo”
neoliberales, tanto en términos de crecimiento como de bienestar social, los
resultados han sido negativos, con un crecimiento muy débil, una pobreza
que se ha extendido poderosamente, una creciente desigualdad y una muy
marcada vulnerabilidad para buena parte de las poblaciones nacionales.
Según cifras de la CEPAL (2004a), entre 1950 y 1980 el PIB de América
Latina, en su conjunto, creció un 5.2% en promedio, mientras que entre
1980 y 2003 solo lo hizo en un 2.2%; de igual manera, en términos de

136
crecimiento per cápita, en el primer periodo fue de 2.6%, mientras que en
el segundo fue de 0.3. Una expresión más de esta situación son las cifras
de desempleo en la zona, las cuales se elevaron a dos dígitos a partir de
2003 con un aumento del sector informal que llegó al 47% según la CEPAL
(2004b).
De igual manera, en 2003 había en América Latina 220 millones de
pobres, de los cuales 100 millones vivían en pobreza extrema y 57 millones
subsistían solo con un dólar diario; la distribución del ingreso se deterioró
también de manera generalizada, incluidos aquellos países que se tomaron
como supuestas muestras del éxito neoliberal, tal es el caso de Chile
(Pizarro 2005:127-128). Si bien los gobiernos latinoamericanos entre 1997
y 2002 elevaron los gastos sociales en un 58% per cápita, en este periodo
más de 20 millones de personas cayeron en la pobreza. Asimismo, la deuda
pública se incrementó del 37% en 1997 al 51% en 2002 (Dupas, 2005:94).
América Latina se convirtió en la región del planeta con peores
indicadores, incluso cuando en todos los países en los que se implantó el
neoliberalismo se generaron deudas semejantes. La década de los noventa
puede ser considerada como otra “década perdida” para la economía
latinoamericana.
Los magros resultados y la endeble estabilidad económica le han
significado a este proyecto la pérdida de credibilidad y legitimidad ante
buena parte de la sociedad en diferentes Estados-nación latinoamericanos.
Las condiciones de vida de las sociedades sufrieron desde un comienzo los
fuertes embates de los ajustes estructurales, los efectos de la precarización
laboral, la pérdida de servicios sociales y la inestabilidad económica
provocada por las crisis financieras. Así, consideramos que el conjunto
de promesas incumplidas por el neoliberalismo, aunado a los menudos
resultados de sus políticas, han resultado en una ya prolongada crisis de la
hegemonía del neoliberalismo en América Latina.

137
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140
6
El Estado mínimo y el Estado
jacobino, una propuesta de análisis
para América Latina

Ricardo Gaytán Cortés32

Introducción

El estudio del Estado envuelve una serie de problemas conceptuales que
implican cuestiones teóricas y metodológicas importantes, en gran parte
por su carácter elusivo y a veces por el uso ideológico que se le da, pero
también por la fetichización que ha sufrido por parte de algunas teorías.
Las explicaciones cambian no solo respecto a su origen como institución
y organización, sino también a sus esferas o dimensiones, e incluso a sus
funciones.
Lo mismo ocurre con el neoliberalismo, considerado por algunos
analistas como el producto de todos los males en regiones como América
Latina (escenario privilegiado de la implantación del modelo).33 Impuesto
32 Profesor en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad
Autónoma del Estado de Hidalgo. Maestro y doctorante en Ciencias Sociales.
33 Aquí cabe hacer una acotación, en sí mismo el neoliberalismo es un modelo
económico, sin embargo, sus ramificaciones pronto escaparon del poder económico
y se extendieron a otras áreas con énfasis en el poder ideológico y político. Ávila
(2006; 14-15) menciona que “el neoliberalismo se conceptúa como un conjunto
de ideas y prácticas que hizo suyas la élite gobernante para gestionar la crisis e
implantar un nuevo orden económico”, imponiéndose como pensamiento dominante

141
por economías hegemónicas en dicha región a través de instituciones
transnacionales diseñadas para confirmar su dominación política y
económica en el sistema de Estados, específicamente el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que plantearon en su
momento una política de ajustes estructurales de los cuales Chile y Bolivia
son dos de los primeros y principales casos de aplicación, pero que ha
permeado en toda la región y que ha tenido alumnos aventajados en algunos
países: el caso de Chile, ya mencionado, pero también México; y que a su
vez ha motivado reacciones contrapuesta: Venezuela, Bolivia, Ecuador,
Brasil y Argentina, naciones que no han abandonado el capitalismo,
pero que si han buscado evitar los efectos más perniciosos con que se ha
identificado al neoliberalismo.
El fenómeno ha sido tratado de diferentes maneras: un enfrentamiento
entre capitalismo y estatismo, entre democracias y autoritarismos, un
regreso de los viejos populismos o de un neopopulismo, e incluso hay
quien habla ya de economías posneoliberales (Sader, 2009) en América
Latina, en específico aquellas identificadas con los llamados gobiernos
progresistas de la región. Sin embargo, podemos tratar de ir simplificando
esta complejidad mencionando que existen Estados que se han rebelado
contra las disposiciones neoliberales, no contra el capitalismo, y hay otros
que las han acatado en gran medida.
Precisamente una de las condiciones del neoliberalismo es el
debilitamiento del Estado, el famoso Estado mínimo, que corresponde
principalmente a la tradición liberal y al modelo anglosajón y se opone
al modelo francés-alemán34 materializado en el Estado jacobino, también
sumergido en la tradición liberal, pero con un tratamiento diferente,
aunque dicho debilitamiento se debe matizar, pues se encuentra referido a
la intervención del Estado en cuestiones económicas.
A fin de profundizar en las transformaciones del Estado, bajo el modelo

a partir de la gestión de Ronald Reagan y Margaret Thatcher como presidente y


primer ministro de Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente. Influyendo en
su triunfo acontecimientos decisivos: la crisis del Estado de bienestar, el derrumbe
del socialismo real y la globalización económica. En Latinoamérica el modelo
económico neoliberal se materializó en los años ochenta en una serie de ajustes
estructurales producto de una crisis de deuda crónica (Aranda, 2005) más tarde
listados en el consenso de Washington.
34 Más adelante describiré ambos modelos.

142
neoliberal se hará un repaso de varias teorías que muestran diferentes
perspectivas y explicaciones sobre este, centrándonos en un inicio en
las diversas escuelas que hablan sobre la construcción europea de dicha
institución, describiendo más tarde las transformaciones que han sufrido
los Estados nacionales y aterrizando en el caso de América Latina. Para
ello, además de las tradiciones de la sociología política y el marxismo, se
recurrirá a la teoría de las fuentes del poder social de Michael Mann, la cual
forma parte de la sociología histórica y representa una tercera tradición
de explicación del Estado y sus transformaciones; esta combina a las dos
anteriores.

El Estado moderno, teorías y perspectivas

Tenemos grandes labores sintéticas que buscan explicar el surgimiento del


Estado nacional europeo35 que corresponde a la figura actual del Estado
moderno. La pregunta de cómo surge puede encontrarse en cuando menos
cuatro grandes escuelas tradicionales de acuerdo con Charles Tilly (1992,
25-33), las cuales difieren en su respuesta en dos puntos: el primero es
respecto hasta qué grado dependió la formación del Estado del cambio
económico; el segundo refiere a cuál es la influencia de ciertos factores
externos a los Estados en su formación. Con base en lo anterior Tilly diseña
una cartografía en cuatro dimensiones donde las respuestas van desde el
punto de vista del cambio económico local o internacional, o bien desde los
factores políticos externos o internos. Resultando en los análisis del modo
de producción, del sistema mundial, estatistas o geopolíticos que a su vez
admiten múltiples combinaciones.
Sin embargo, estos análisis y sus combinaciones presentan, de acuerdo

35 Por ejemplo, la realizada por Norbert Elias (1994: 344-345) quien hace mención
de los procesos de consolidación del Estado a través de la monopolización de los
medios de la violencia y los medios financieros, cuya administración requiere
de la creación de un “aparato administrativo permanente y especializado” en la
gestión de dichos monopolios. A su vez, por medio de la creación de un aparato
administrativo especializado dicho sistema de poder político alcanza su carácter
monopolista en torno a la organización de recursos militares y financieros. Con
lo que, y a partir de ese momento, las luchas sociales no buscan ya destruir el
monopolio de dominación, sino “la determinación de quienes dispondrán del
aparato monopólico, donde habrán de reclutarse y cómo habrá de repartirse las
cargas y beneficios”. Las propuestas de Tilly y de Mann se detallarán más adelante.

143
con Tilly (1992), en su gran mayoría fallas o inexactitudes; tanto las
perspectivas estatistas como las del modo de producción se desentienden de
la interacción entre Estados, asumiendo la individualidad de los mismos en
lugar de situarlos como parte de un sistema naciente, ignorando la viabilidad
de distintos tipos de Estado36 asumiendo implícitamente la existencia de un
esfuerzo deliberado y direccionado en su creación. Mientras que las teorías
geopolíticas y del sistema mundial no captan especialmente el impacto de
la guerra, entre otros factores, en la creación de los Estados.
Por ello, Tilly (1992) recurre a otra explicación. Habla de la
acumulación y concentración de capital y de coerción en una síntesis que
explica la trayectoria clásica de los Estados modernos (Inglaterra, Francia
y Brandenburgo-Prusia) no como un producto deliberado, sino como una
serie de transformaciones históricas, y al hacerlo introduce una discusión
indispensable respecto al Estado: la historicidad del mismo, no es que las
otras teorías no lo hagan, pero al dotarlo de una funcionalidad que todavía
no tenía en su creación, o bien señalarlo como un tipo ideal universal,
pierden la capacidad de verlo como una organización adaptable.
Es en torno a esta historicidad del Estado, es decir, que tanto estos
Estados nacionales son organizaciones que se configuran a partir de siglos
recientes que implican una ruptura y una empresa de invención (Badie y
Birnbaum, 1994) y que se encuentran en constante renovación producto
precisamente de dicha historicidad (Hibou, 2013), que girara parte de
nuestro argumento, pues permite sacudirnos lo que consideramos una
camisa de fuerza respecto a las explicaciones estatales estáticas, no solo las
36 Tilly (1992) menciona a las ciudades-estado, las federaciones y las organizaciones
religiosas como tipos alternativos de Estado que existían también en Europa, los
cuales perdieron importancia conforme se iban acumulando y concentrando la
coerción y el capital, lo cual desembocó en la creación de los Estados nacionales
en detrimento de las otras formas de organización. Como ejemplo más minucioso
tenemos el caso del Ducado de Borgoña el cual en su momento constituyó una
alternativa no territorial al Estado, descrita por Michael Mann (1991: 618-622).
Básicamente el poder borgoñés del siglo XV no se encontraba concentrado
territorialmente, sino que se encontraba disperso a lo largo de un territorio en que
se hablaban tres idiomas y que no contaba con un punto territorial fijo, a diferencia
de sus rivales, lo cual jugó en su contra y precipitó su desaparición. Aquí hay que
hacer una acotación, como veremos más adelante para Mann la territorialidad y la
centralidad son condiciones inherentes al Estado moderno y fue precisamente la
falta de estas condiciones la que propició la desaparición del Ducado como ejemplo
paradigmático entre otros muchos.

144
monocausales, sino las que ven al Estado de mediados y finales del siglo
XX como la culminación natural del poder. La influencia e importancia de
esta organización y cualquier situación posterior que altere ese status quo
es vista como una anomalía.
Pero no nos adelantemos, por lo que además de situar en un plano
diferentes análisis de explicación del Estado e introducir la sociología
histórica de la mano de la explicación de Tilly y de Mann, tradición o
escuela en la cual abundaremos más adelante, nos remitiremos a diferentes
teorías que entienden al Estado bajo lógicas distintas y que por lo tanto
disienten sobre su interpretación; ya sea el marxismo o neomarxismo, las
teorías democráticas pluralistas o las teorías estructurales funcionalistas
(Skocpol, 1995; Mann, 2007; Abrams, 2015; Miliband, 1991; Boron,
2003).
Las teorías democráticas pluralistas a las que Skocpol (1995) y
Boron (2003) añaden las estructural funcionalistas ‒predominantes en
el mundo anglosajón en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado y
que por cuestiones prácticas englobaremos como sociología política, tal
y como hace Philip Abrams (2015)‒ tendieron a abandonar al Estado y
lo remplazaron con conceptos como sistema político (Abrams, 2015;
Mitchell, 2015; Boron, 2003), sobre todo huyendo del “sesgo ideológico”
marxista que contemplaba a su parecer el concepto de Estado.37 Centraron
su análisis en el poder de la comunidad local más que en las clases o élites
dirigentes (Miliband, 1991: 141), reduciendo la complejidad del Estado
moderno al gobierno, convirtiéndolos en sinónimos y presuponiendo
que el poder político se encuentra disperso en una multitud de grupos,
asociaciones e instituciones, y que estas compiten incesantemente por la
imposición de ciertas políticas desde el gobierno (Boron, 2013) ignorando
la desigualdad de la competencia (Miliband, 1992, 141).
Si bien el mundo anglosajón contempló el regreso del Estado desde los
años setenta, y se materializó esta vuelta en los ochenta, principalmente
desde una perspectiva institucionalista que hacía hincapié en la autonomía

37 De acuerdo con Mitchell (2015:149) el abandono del Estado en la década


de los cincuenta obedece menos al señalamiento de la debilidad conceptual del
término que a un cambio en las relaciones entre ciencia política y poder político
en los Estados Unidos de la postguerra. Para una discusión más detallada sobre el
abandono y regreso del Estado en la ciencia social norteamericana se puede recurrir
a Mitchell (2015) y Abrams (2015).

145
y en sus capacidades de intervención en la vida social (Mitchell, 2003;
Boron, 2013), el concepto nunca desapareció de todo el panorama
académico norteamericano, pues se empleaba en estudios aislados aunque
bastante influyentes dentro en los límites de la tradición de la sociología
política.
Además de esta tradición se encuentra la escuela del marxismo y su
explicación del Estado; probablemente las teorías marxistas o neomarxistas
sean las que más nos interese desglosar para objetos del presente, no solo
porque muchos autores latinoamericanos se auxilian o escriben desde esa
perspectiva que también alude el título de este texto cuya explicación final
versará sobre América Latina, sino porque es la corriente teórica que más
se ha preocupado por el fenómeno.
Laclau (1982) describe las formas en que el marxismo contempla
al Estado mencionando que puede ser visto como un epifenómeno o
superestructura del modo de producción capitalista, como instrumento de
la dominación de clase y, finalmente, nos dice que puede considerársele
como elemento de cohesión de una formación social. En el mismo sentido
Skocpol (1995: 6) describe las explicaciones que realizan los neomarxistas,
quienes hablan del Estado como un instrumento de dominación de clase,
un garante objetivo de las relaciones de producción de la acumulación
económica o un terreno en el que se libran las luchas políticas de clases.
Mientras que Boron realiza una síntesis bastante interesante y menciona
que el Estado es simultáneamente:

Un “pacto de dominación” mediante el cual una determinada


alianza de clases construye un sistema hegemónico susceptible
de generar un bloque histórico; una institución dotada de
sus correspondientes aparatos burocráticos y susceptible de
transformarse, bajo determinadas circunstancias, en un “actor
corporativo”; un escenario de la lucha por el poder social,
un terreno en el cual se dirimen los conflictos entre distintos
proyectos sociales que definen un patrón de organización
económica y social; y el representante de los “intereses
universales” de la sociedad, y en cuanto tal, la expresión
orgánica de la comunidad nacional(Boron 2013:274).

146
Esta fijación del marxismo con el Estado explica a su vez propuestas
que buscan abandonarlo como epicentro del cambio social; el trabajo de
John Holloway (2002) es un buen ejemplo al negar la autonomía estatal
y considerar que solamente es un nodo de relaciones sociales. Debemos
aclarar que existen análisis que imprimen al Estado y a sus instituciones
el papel de agentes, ya sea de un conjunto de reglas constitucionales o un
instrumento en manos de la clase dominante, y que, por lo tanto, le quitan a
sus componentes la posibilidad de ser actores, de tener autonomía y poder
propios para cambiar la realidad, pero esto nos remite a una perspectiva
muy acotada de lo que pueden hacer y hacen las burocracias y los gobiernos
como corazón de los Estados contemporáneos.38
Dentro de los problemas que las mencionadas teorías tienen al
abordar al Estado se encuentra el de su autonomía, la cual no puede ser
planteada adecuadamente al interior de la tradición democrático-liberal
por la ausencia de premisas fundamentales que permitan establecer una
relación entre economía y política (Boron, 2013). Mientras que al interior
del marxismo hay dos visiones. Una de ellas contempla al Estado desde
una perspectiva meramente instrumentalista en la cual no es más que una
herramienta de clase y en la que los gobiernos no tienden a cuestionar el
contexto capitalista en el cual están inmersos (Miliband, 1991),39 o bien
en que el Estado puede estar en manos del proletariado convirtiéndose a
su vez en un instrumento del mismo (Boron, 2013); mientras que la otra
perspectiva a lo más que ha llegado es a concederle al Estado un estatus de
autonomía relativa, es decir, que “en última instancia sirve a la acumulación
de capital y la regulación de clase” (Mann, 1997: 71).40

38 El trabajo de Gisela Zaremberg (2012: 8-10) parte de un proyecto comparativo


más amplio, es un ejemplo de ello. Contrasta lo que denomina como “circuitos
de representación” y agrega al técnico-burocrático, contemplando a los técnicos y
coordinadores de políticas como tomadores de decisiones sobre asuntos cruciales,
aun cuando no se encuentre especificado ese papel en las reglas formales de las
instituciones a las que pertenecen.
39 Miliband contempla al Estado en términos instrumentalistas, pero no lo hace
con base en una burda función irracional, pues menciona que los gobiernos “no
son inconscientes instrumentos de la propiedad y de los círculos de negocios”, sino
que los apoyan porque equiparan los intereses de esos grupos al interés nacional y
tienden a creer que “la racionalidad económica es sinónimo de racionalidad en sí”
(Miliband, 1991: 73, 162).
40 Algunos de los autores mencionados, Boron, Laclau y Scokpol en específico,

147
Sin embargo, hay otra escuela de pensamiento, materializada en la
sociología histórica, promovida por autores tan diversos como Mann,
Skocpol o Tilly, pero también por Perry Anderson, Barrington Moore Jr.,
Immanuel Wallerstein, Reinhard Bendix, Norbert Elias, entre otros autores
que, de acuerdo con Ramón Ramos (1993), forman parte de dicha escuela,
aun cuando no se adscriban explícitamente a la misma.
Si bien los intereses de la sociología histórica en recientes fechas se
han vuelto multiparadigmáticos, nos concentraremos en los referentes al
Estado, en primer lugar a su historicidad, en segundo a su defensa de la
autonomía, ya sea potencial (Skocpol, 1984), o bien en diferentes grados
(Mann, 2006) combinando el pensamiento de Marx y de Weber en lo que
Mann (2006: 3) denomina un weberianismo marxistizado, autonomía que
ya no es relativa como en el marxismo, sino una cuestión relacionada con
la élite estatal y el abanico de acciones que puede ejercer.
En tercer lugar se debe advertir que la sociología histórica, o integrantes
de ella, parte de una concepción del Estado como estructura. Para Tilly
(1992: 20-21) los Estados “son organizaciones con poder coercitivo, que son
diferentes a los grupos de familia o parentesco y que en ciertas cuestiones
ejercen una clara prioridad sobre cualquier otra organización dentro de un
territorio de dimensiones considerables”, y que en la actualidad adoptan
la forma predominante de Estados nacionales. La definición de Tilly es
en un inicio amplia con el fin de incluir distintas organizaciones políticas,
algunas de ellas ya mencionadas con anterioridad, que han existido a lo
largo de la historia de la humanidad y que desembocan en un Estado que
“gobierna regiones múltiples y contiguas, así como sus ciudades por medio
de estructuras diferenciadas y autónomas”.
Mientras que Sckocpol (1984:37, 61) menciona que los Estados son

sintetizan las principales características del Estado de acuerdo con el marxismo


en general. Dichas características pueden verse reflejadas en los diversos textos
marxistas que hablan del Estado, pero depende también de la concepción que tenga
cada autor. Por ejemplo, Miliband habla de un sistema estatal con una serie de
instituciones muy puntuales que lo componen; mientras que Poulantzas, en un
enfoque marxista más doctrinario, menciona que el Estado es la superestructura
jurídica-política que engloba lo gubernativo y cuya funcionalidad radica en
“constituir el factor de cohesión de los niveles de una formación social” (Poulantzas,
2000:43). Hay que recalcar que no tocamos más que cuestiones generales, pues
dejamos de lado la discusión entre poder y aparato estatal, y aparatos ideológicos
del Estado, la política y lo político, entre otras.

148
“un conjunto de organizaciones administrativas, políticas y militares
encabezadas y más o menos bien coordinadas por una autoridad ejecutiva”;
por lo tanto, los estados son básicamente “organizaciones administrativas y
coactivas, potencialmente autónomas”.
Finalmente Mann (2006:4) considera que el problema de la definición
del Estado contiene dos niveles: el funcional y el institucional, y por
lo tanto pueden ser definidos con base en lo que parecen, o bien lo que
hacen, por lo que los principales elementos del Estado son “un conjunto
diferenciado de instituciones y personal” con una “ centralización en el
sentido de que las relaciones políticas irradian del centro a la superficie,
un área territorialmente demarcada sobre la que actúan y un monopolio de
dominación coactiva autoritaria”.
Precisamente es Mann quien nos proporciona las herramientas para ver
al Estado como una organización que puede alcanzar diferentes grados de
autonomía. De acuerdo con este autor “es el organizador de los recursos
políticos de la sociedad mediante redes de interacción que lo vinculan
con las élites y con la sociedad civil” (Loaeza, 2010:27), lo cual permite
explicar la transición del Estado como un problema institucional y al
mismo tiempo como un proceso de reorganización de las relaciones entre
este y la sociedad.
A su vez Mann es quien mejor resuelve el problema de la autonomía del
Estado al analizar dos dimensiones del poder estatal: un poder despótico
y un poder infraestructural. El primero es entendido como “el abanico de
acciones que la élite tiene facultad de emprender sin negociación rutinaria,
institucional, con grupos de la sociedad civil” (Mann, 2007: 5), aquí hay
que hacer una acotación ya que la palabra despótico puede prestarse a
malos entendidos debido a toda la carga negativa que tiene, por lo que hay
que aclarar que no la entendemos en el sentido de tiránico, sino más bien
como una categoría descriptiva que hace hincapié en la autonomía de las
élites estatales frente a la sociedad civil como ya se mencionó; mientras
que por poder infraestructural se entiende “la capacidad del Estado para
penetrar realmente en la sociedad civil y poner en ejecución logísticamente
las decisiones políticas por todo el país” (Mann, 2007:6).41 Por lo que un

41 Cabe hacer una breve introducción a la teoría de las fuentes del poder social
de Michael Mann. En las líneas anteriores mencionamos las dos dimensiones
del poder estatal que propone dicho autor y que, a nuestro juicio, plantean una
explicación más completa que la división entre Estados fuertes y débiles que se

149
Estado debe ser contemplado en las dos dimensiones. Las democracias
occidentales capitalistas contemporáneas son, en un sentido, débiles, y, en

verá más adelante. Mann realiza un ambicioso proyecto que busca “elaborar una
historia y una teoría de las relaciones de poder en las sociedades humanas” (Mann,
1991:13). Para ello se basa en varios pilares. Inicia formulando una tipología del
poder basada en un primer momento en la organización y en la capacidad de los
seres humanos de alcanzar objetivos a través de ella, por lo que define no solo el
poder distributivo, que es la acepción más común que tenemos de dicho fenómeno,
sino que agrega también el poder colectivo y otras formas de poder: el intensivo y
extensivo, el autoritario y difuso. Partiendo de su sentido más general “el poder es
la capacidad para perseguir y alcanzar objetivos mediante el dominio del medio en
el que habita uno” (Mann, 1991:21), a su vez el poder distributivo implica el poder
de A sobre B en un “juego de suma cero”; mientras que el aspecto colectivo del
poder implica la cooperación de varias personas que de esa forma pueden aumentar
su poder conjunto, ya sea sobre terceros o sobre la naturaleza. De esta forma enlaza
dos aspectos del poder presente en casi todas las relaciones sociales, el distributivo
y el colectivo, explotador y funcional, cuya relación es dialéctica, pues nos dice
que: “En la persecución de sus objetivos, los seres humanos establecen relaciones
cooperativas y colectivas entre sí. Pero en la persecución de objetivos colectivos se
establece una organización social y una división del trabajo. La organización y la
división de funciones comporten una tendencia inherente en el poder distributivo
derivado de la supervisión y la coordinación” (Mann: 1991, 21). A lo cual agrega
el poder extensivo e intensivo, en sus palabras: “El poder extensivo significa la
capacidad para organizar a grandes cantidades de personas en territorios muy
distantes a fin de actuar en cooperación con un mínimo de estabilidad. Por su parte,
el poder intensivo significa “la capacidad para organizar bien y obtener un alto
grado de cooperación o de compromiso de los participantes, tanto si la superficie o
la cantidad de personas son grandes como sí son pequeñas” (Mann: 1991, 22-23).
Sin embargo, el hablar del poder como organización podría dar una idea errónea,
nos comenta el autor, por lo que agrega también el poder autoritario y difuso: “El
poder autoritario es al que aspiran efectivamente grupos e instituciones. Comprende
unas órdenes definidas y una obediencia constante. Sin embargo, el poder difuso
se extiende de forma más espontanea, inconsciente, descentralizada, por toda
una población, lo cual tiene por resultado unas prácticas sociales similares que
incorporan relaciones de poder, pero no órdenes explícitas”. Enseguida contempla
a los seres humanos como sociales y no como societales, y por lo tanto estos “no
crean sociedades unitarias, sino una diversidad de redes de interacción social que
se interceptan entre sí”. Con base en estos supuestos crea el modelo IEMP de
fuentes del poder social, específicamente el poder ideológico, económico, militar
y político, el cual a su vez sirve para explicar las diversas relaciones al interior de
las redes de interacción social. A lo largo de este texto se harán referencias a las
diversas fuentes del poder social sin profundizar en ellas.

150
el otro, tienen un poder infraestructural fuerte,42 pero despóticamente son
endebles; mientras que un Estado autoritario tiene un poder despótico alto
y un poder infraestructural también alto. El cuadro 1 plasma precisamente
estas dimensiones.
Y es que Mann (2004: 180) habla del poder estatal con dos significados:
el primero ejerce el poder sobre su sociedad y el segundo a través de su
sociedad (subrayados en el original).

Lo cual no remite a otra explicación posible sobre la fortaleza y la


debilidad de los Estados contemporáneos basada en los modelos francés
e inglés (Badie y Birnbaum, 1994), más bien diríamos que corresponde
al francés-alemán43 y anglosajón, respectivamente. En la introducción
hablamos de dos concepciones del Estado: un Estado mínimo y un Estado
jacobino, división que va un poco en el sentido de Estados fuertes y Estados
débiles, sin embargo, dicha división se puede prestar a interpretaciones
erróneas.
Badie y Birnbaum (1994) hablan de esa dicotomía donde el Estado
“fuerte” evoca la descripción tocqueviliana, hegeliana o weberiana, bien
sea de pretensiones absolutistas o que pretende imponer su orden o valores
42 Mann (2004, 179) afirma que “solo los estados con infraestructuras eficientes
pueden convertirse en democracias plenas”. En un artículo sobre Latinoamérica
hace hincapié en la necesidad de crear Estados con naciones homogéneas como
condición indispensable. Habría que discutir dicha propuesta sobre todo tomando
en cuenta la pluralidad social en los Estados que conforman la región.
43 Añado el modelo alemán; puede ser que haya polémica por ello, pues Badie
y Birnbaum (1994) y Badie y Hermet (1993), en cuyas reflexiones me baso, solo
hablan del modelo francés; sin embargo, Mann (2006: 2) recuerda la tradición
militarista de la teoría del Estado a principios del siglo pasado, obra de escritores
de habla germánica, teoría cuya influencia se dejaría sentir más tarde de la mano
de otros autores alemanes, entre los que se encuentra Weber, cuya definición del
Estado habría de tener una repercusión importante.

151
racionales a la sociedad; concepción que se lleva mal con la democracia
pluralista, limitando la distinción entre el ámbito público y el privado,
supeditando el segundo al primero y encerrando a los actores en una serie
de funciones cuidadosamente delimitadas. Mientras que la expresión
de los intereses privados encuentra mejor manifestación en los Estados
débiles, los cuales limitan las facultades de los aparatos burocráticos sin
las pretensiones de universalidad que tienen el otro tipo de Estados; son
más propicios a la democracia participativa y a la intervención de grupos
particulares. En muchas ocasiones ambos tipos se combinan. Los Estados
fuertes son incapaces de imponer su autoridad en todos los sectores de
la sociedad y los actores se resisten a cumplir únicamente sus funciones
determinadas, invadiendo la esfera estatal de pretensión “universalista”
con sus intereses particulares o de grupo; entretanto que en los Estados
débiles hay “islotes de Estado fuerte”, capaces de resistir presiones de la
sociedad civil e imponer políticas exteriores propias.
Como se ve, el modelo explicativo basado en Estados fuertes y Estados
débiles tiene menos potencial que las dimensiones de poder despótico
e infraestructural de Mann. Decir que los países del modelo anglosajón
tienen un Estado débil que sucumbe a grupos de interés y que es incapaz
de imponer sus propios razonamientos en diversas áreas de la política (aun
cuando sea relativamente autónomo en política exterior) y que el modelo
francés-alemán impone sus pretensiones de universalidad (incluso en contra
de sus propias sociedades civiles), se puede prestar a ciertas inexactitudes,
pues ambos tipos de Estados son burocráticos racionales y democráticos.
No podemos cerrar esta sección sin comentar la importancia que tiene
el aparente declive del Estado nacional, producto de la globalización con
sus redes transnacionales que superan las fronteras territoriales y hacen
cada vez más difícil que el Estado conserve sus atributos de territorialidad
y centralidad. Por lo tanto, las posibilidades desde el Estado parecieran ser
cada vez más estrechas en medio de un mundo globalizado; sus márgenes de
autonomía se han ido acortando paulatinamente. Es decir, se ha reducido su
ejercicio de soberanía al exterior y compite con otros actores al interior. A
su vez, varias tendencias han ocupado el horizonte, una es la construcción
de bloques regionales que aglutinan a diversos Estados y que en algunos
casos ceden soberanía en ciertos temas, principalmente económicos; y la
otra es la multiplicación de unidades, más bien reclamos de poblaciones
enclavadas en territorios diminutos que buscan la construcción de su

152
propio Estado, la mayoría pequeños y económicamente inviables (Tilly,
1992:22-23).
Por lo que en los últimos años el Estado se ha convertido en una
institución que da la sensación de perder poder, aunque no influencia
(Castells, 2004: 267-268). Si bien en algún momento pareció ser vital en la
configuración de la sociedad, pues era capaz de encauzar ciertas actitudes
que permitían triunfar o estancarse de acuerdo al proceso histórico en el
que se veían envueltos, en los últimos años su poder ha menguado a fin de
dar paso a la “racionalidad” impuesta por los mercados.
Tenemos cierta reserva respecto a esta supuesta declinación. En efecto
los Estados modernos han abandonado algunas funciones que tuvieron con
anterioridad, principalmente en relación con aquellas que puede realizar
la iniciativa privada; privatizaron empresas y sectores industriales enteros
que estaban en sus manos, un triunfo del paradigma del Estado mínimo.
Sin embargo, las funciones que han abandonado se han centrado, al menos
en los Estados europeos, en la cuestión social y han mermado la red de
protección que extendió el Estado de bienestar sobre su población, dejando
en su lugar un Estado penal, coercitivo con aquellas personas indeseadas
(los “inadaptados” que no han podido encontrar su lugar en las sociedades
modernas), en especial los pobres; es decir, la desaparición del Estado
providencia y el ascenso del Estado penal (Wacquant, 2000). Por otra parte
el desarrollo del capitalismo en China y en algunos países del Sudeste
Asiático, fomentado, dirigido y tutelado por el Estado a pesar de que poco
a poco deja más actividades en manos de la iniciativa privada en dicho
país, pone en entredicho la retirada del mismo, al menos en una región que
concentra una sexta parte de la población mundial.
La sociología histórica del Estado aquí demuestra su valía, pues, como
ya mencionamos, hace hincapié en su historicidad. Beatrice Hibou (2013)
cuando explica los procesos de privatización de actividades de antaño
realizadas en diversos países de África respecto a cuestiones que parecen
vitales como la tributación y la administración de la violencia‒ las cuales,
por ejemplo, en la visión de Elías, y de la mayoría de los autores que se
han preocupado por el origen de los Estados son fundamentales en su
formación‒, nos recuerda otras formas estatales como el Antiguo Régimen
francés, cuya tributación también tenía un alto componente privado, y el
Imperio Otomano que, en su momento, privatizó la violencia y también una
parte de la tributación. Hibou además se auxilia de Weber quien estudió no

153
solo el Estado legal-racional burocrático, sino otros tipos similares a los
descritos haciendo énfasis en la “delegación”.
Esto nos lleva a uno de los principales escollos que encontramos al
estudiar al Estado: su doble carácter, uno como idea, otro como fuerza
material. Joel S. Migdal (2011) atribuye en parte dicha situación a Weber
y a la gran influencia que ha mediado una mala lectura de su definición de
Estado44 en la concepción que tenemos actualmente del mismo, alterando,
hasta cierto punto, la percepción de dicha entidad, idealizándola en su
imagen y segregándola en sus prácticas. Aunque, como vimos, Weber nos
da pistas de otros Estados y, por lo tanto, otras funciones y estructuras que
puede tener y que ha tenido a lo largo del tiempo.
Diferentes autores han buscado superar esa contradicción, Migdal
(2011), por ejemplo, establece la necesaria diferenciación entre la
concepción ideal del Estado como entidad todopoderosa capaz de
imponerse dentro de determinado territorio y las prácticas reales que lleva
a cabo. En el mismo sentido actúa Michael Mann (2004: 179) al hablar
de la necesidad de ocuparse de lo que los Estados hacen en realidad y no
tratar únicamente constituciones, partidos políticos y sistemas electorales.
Mientras que Philip Abrams (2015) habla de este como una entidad con
una doble existencia como fuerza material y como constructo ideológico;
es decir, tanto real como ilusorio (Mitchell: 2015).
En parte esta separación nos lleva al poder infraestructural, o sea, a la
capacidad del Estado de ejecutar sus decisiones en todo su territorio, el
cual da por sentado, cuando es fuerte, que no habrá otras instituciones u
organizaciones que disputen dicho poder; y al contrario, cuando es débil,
que compite con otros actores al interior de su territorio. El problema es

44 Max Weber, nos dice Migdal (2011: 31-34), escribió en primer lugar que “el
Estado moderno es una asociación obligatoria que organiza la dominación”, por lo
que “El Estado […] es una relación de dominio de hombres sobre hombres basada
en el medio de la coacción legitima (es decir: considerada legitima)”, a su vez
“El Estado es aquella comunidad humana que en interior de determinado territorio
reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima”. Migdal
realiza su crítica precisamente en el sentido que se le ha dado a esta categorización,
Weber coloca entre paréntesis prudentemente “con éxito”, pero las ciencias sociales
tomaron dicha definición como condición de la existencia exitosa del Estado
eliminando el paréntesis, lo cual deja poco margen de referencia para aquellos
Estados que no cumplen con esta condición en la realidad, independientemente de
la discusión si la definición weberiana engloba únicamente un tipo ideal.

154
que la centralidad y la territorialidad referentes al Estado nación son cada
vez más obsoletas en un mundo con flujos transnacionales de mercancías y
capitales legales e ilegales. Por no hablar de otras formas de globalización
y centrarnos únicamente en la económica, es indudable que los Estados
burocráticos avanzados han logrado conservar un gran margen de acción al
interior de sus territorios para imponer sus decisiones, pero fuera de estos
los demás conviven diariamente con organizaciones con las que compiten
en poder e influencia ( locales y globales, legales e ilegales). Aun así el
poder infraestructural tiende a hacerse fuerte, los retos cada vez dejan más
de lado el desafío directo al Estado como las guerrillas marxistas lenistas
del siglo pasado, excepto en casos como el colombiano, y se aprovechan
de sus intersecciones para medrar en sus límites y a su sombra, en especial
en la región que nos interesa.

El modelo del Estado jacobino como alternativa a los procesos de


cambio en el poder estatal

Derivado de la discusión planteada en el apartado anterior aventuramos


una clasificación que esperamos sea más precisa respecto a los Estado
débiles y los Estados fuertes: el poder despótico y el poder infraestructural.
En la introducción hablamos de un Estado mínimo, referido a la tradición
anglosajona, y de un Estado jacobino el cual se refiere a la tradición francesa-
alemana. Retomamos el concepto de Estado jacobino de Soledad Loaeza
(2010; 39), que a su vez se basa en Pierre Rosanvallon. Loaeza aclara que
no se refiere a la tradición anticlerical con la que suele asociarse usualmente
el término, sino a la centralización del poder y al intervencionismo en la
economía; el Estado jacobino es similar al Estado autoritario de Mann,
pero esperamos sin las connotaciones teóricas negativas del autoritarismo,
en especial porque el Estado jacobino juega en las reglas de la democracia.
Es decir el Estado jacobino es un Estado con pretensiones despóticas,
mientras que el Estado mínimo, que sería su contraparte, carece de dichas
pretensiones. Ambos tienen un poder infraestructural alto y forman parte
del Estado burocrático de Mann; es decir, son una subclasificación. Aquí
la diferencia radica en la autonomía de las élites estatales, autonomía que
se refiere al capital, cuestión que más tarde se especificará. Esta división se
puede observar en el cuadro 2, el cual servirá para proponer una explicación
sobre los fenómenos ocurridos en regiones como América Latina respecto

155
a los cambios y los tipos de Estado.
Aquí es necesario realizar una acotación relacionada con la autonomía
estatal, ya que con anterioridad hacía referencia a dos modelos de Estados
fuertes-débiles: el francés-alemán y el anglosajón, para Mann ambos
entran en la categoría de Estados burocráticos, poder despótico bajo y
coordinación infraestructural alta, sin embargo, los modelos francés-
alemán y anglosajón difieren en su tratamiento en la relación Estado-
mercado, respecto al cual el poder despótico se manifiesta principalmente
en forma de autonomía sobre el capital, así que surge la necesidad de una
diferenciación, no necesariamente respecto a la Europa continental y a
los países anglosajones, pero si respecto a otras regiones de mundo, en
específico América Latina.

Pondremos en un primer momento un ejemplo general basándonos


nuevamente en los Estados capitalistas avanzados. Ludolfo Paramio (2009)
hace una revisión sobre la manera en que los Estados europeos se relacionan
con la economía y en especial con el mercado laboral, y menciona dos
modelos de capitalismo de los cuales se empezó a hablar en los años
noventa del siglo pasado: el renano en Alemania y Europa continental, y el
anglosajón en Gran Bretaña y Estados Unidos (Albert en Paramio, 2009),
o bien su replanteamiento como economías de mercado coordinadas y no
coordinadas (Hall y Soskice en Paramio, 2009). El capitalismo anglosajón
o de economías no coordinadas ha demostrado ser más creativo e incluso
se ha visto el paso del capitalismo de Estado más o menos administrado
al capitalismo regulado, ello no implica que los Estados del capitalismo
renano, como el caso francés con sus resistencias actuales ante el mercado,
hayan abandonado sus pretensiones de independencia frente al capital,
por lo que mantienen sus pretensiones despóticas, aunque cada vez
aproximándose más al Estado mínimo propuesto por el neoliberalismo.
Igualmente hago una acotación referida nuevamente a la autonomía,
ya que el enfoque liberal, como vimos, ni siquiera la contempla de forma

156
teórica pues una élite estatal autónoma corresponde a una dictadura, aquí
abundaré en el porqué de dicha insistencia. Mann al hablar del poder
despótico refiere a las posibilidades que tiene la élite estatal de emprender
acciones sin tomar en cuenta a grupos de la sociedad civil, de ahí que un
Estado con un poder despótico alto sea autoritario o imperial en función a
su poder infraestructural, es decir, con una autonomía elevada; el problema
consiste en definir a esa sociedad civil en su conjunto.
Badie y Hermet(1994) describen el nacimiento de los Estados europeos
y dentro de los procesos que les dan origen mencionan la autonomía respecto
a la Iglesia, el mayor poder temporal de la época que podía disputarle a
las nacientes organizaciones estatales el control temporal. Haciendo hasta
cierto punto una equiparación de esta situación podemos decir que en este
momento el mayor poder temporal que condiciona la actuación de los
Estados es el capital, no el capitalismo en cuanto a modelo económico, sino
en cuanto a los dueños de este, ya sea financiero o industrial, global o local.
Las decisiones del Estado muchas veces son consensuadas con la sociedad
civil, no en su conjunto, sino con la clase capitalista. Nuevamente vale la
pena la mención a Ralph Miliband sobre la desigualdad de la competencia;
tal vez la perspectiva de la sociología política no se encuentre equivocada
en cuanto al conflicto al interior del Estado entre diferentes grupos de
interés, pero sí en cuanto a la equidad de la competencia. El universo del
trabajo, de la producción, es el mejor ejemplo de ello; los desequilibrios
estructurales entre el capital y los trabajadores no han hecho más que
aumentar a lo largo de las últimas décadas por todo el mundo.
A pesar de la proliferación de organizaciones de la sociedad civil
adentro de los Estados y de organizaciones no gubernamentales en el
sistema interestatal que han compuesto en ocasiones burocracias con
agendas propias y con capacidad de influir en la opinión pública, la clase
capitalista sigue siendo determinante en la actuación de los Estados, ya
sea al interior de los mismos o al exterior, en su papel de formadores
de la opinión pública nacional e internacional, de inversores locales o
trasnacionales. Por ello hago hincapié en la autonomía de los Estados no
en relación a toda la sociedad civil, sino al poder que representa la clase
capitalista local y global.

157
El Estado mínimo y el Estado jacobino una propuesta para estudiar
los cambios políticos en América Latina

Aquí cabe hacer una aclaración, ya que tanto las teorías sobre el origen de
los Estados como las de su poder descritas con anterioridad se refieren a
los Estados europeos; no podemos ignorar las particularidades regionales
y los contextos históricos bajo los cuales se han construido en otras
partes del globo. En la introducción hice hincapié en el neoliberalismo en
América Latina y la reconfiguración que exigió a los Estados donde fue
implementado. Dicha reconfiguración se encuentra en gran medida basada
en un proyecto económico, político e ideológico: el Estado mínimo y el
triunfo del mercado. Como especifiqué con anterioridad, América Latina
fue un escenario privilegiado en su implementación.
Badie y Hermet (1990) hablan sobre la homogenización que en los dos
últimos siglos han sufrido los ámbitos políticos, en específico mencionan
estrategias de importación tanto en su variable micro (decisión de viajar
de tal o cual persona a Europa o Estados Unidos, o bien de importar una
tecnología occidental, entre otras muchas, con un efecto acumulativo
importante) como en su variable macro donde se les concibe como
“estrategias importadoras, desplegadas en el centro con la perspectiva
de inventar o reinventar el poder” (Badie y Hermet, 1990:184). A su vez
esta última desemboca en dos situaciones ideales: la creación de un nuevo
sistema político, lo cual implica una ruptura, consagrando nuevas formas
de legitimación y limitando las posibilidades de los constructores del
naciente Estado de apoyarse en la tradición del pasado; y la modernización
conservadora “en la cual el préstamo de modelos extranjeros es más
selectivo y cumple la función de reforzar las capacidades políticas
deficientes y sustituir las estructuras tradicionales que se han tornado
ineficaces” (Badie y Hermet, 1990:184).
Un ejemplo del segundo tipo es el proceso de modernización llevado
a cabo en México, donde un grupo de funcionarios conocidos como
tecnócratas, egresados en gran medida de instituciones educativas
norteamericanas, aplicó un proyecto de modernización política y económica
(Rousseau, 2001), principalmente en la década de los ochenta y noventa del
siglo pasado, aprovechando entre otras cosas el agotamiento del modelo
económico dominante, el modelo de industrialización por sustitución de
importaciones, a la que se unió el descrédito del modelo ideológico del

158
nacionalismo revolucionario (Loaeza, 2010). Así como la sensación de que
no existía un modelo alternativo derivado de la caída del bloque de países
que pugnaban por socialismo real, y la fuerza de la democracia liberal en
el plano político y del capitalismo en su versión neoliberal en el plano
económico, situación que se repetía en todo el continente. Los setenta y
ochenta fueron la época de las dictaduras militares, los noventa, en cambio,
acorde a Jorge Castañeda (en Rodríguez y Barret, 2005) correspondían a la
descripción propuesta:

La guerra fría ha terminado y el bloque socialista se derrumbó.


Los Estados Unidos y el capitalismo triunfaron. Y quizás en
ninguna parte ese triunfo se antoja tan claro y contundente como
en América Latina. Nunca antes la democracia representativa,
la economía de libre mercado y las efusiones oportunistas o
sinceras de sentimiento pronorteamericano habían poblado
con tal persistencia el paisaje de [la] región… Hoy los países
de esa misma región los gobiernan tecnócratas o empresarios
conservadores y fanáticos de Estados Unidos, casi todos
llevados al poder –hecho insólito en el continente– por vía del
voto.

Veintidós años después podemos hablar en efecto de un triunfo en ese


momento de un modelo económico que tuvo repercusiones importantes no
solo en su materia, sino también sobre el poder político, el adelgazamiento
del Estado, que se reflejaba en la venta de activos y en especial en su
renuncia a intervenir en la economía, dejando a la iniciativa privada y al
mercado la rectoría de la misma; incrementando, por lo tanto, el poder
económico de la clase capitalista, local y global, y afectando por igual al
poder ideológico. Se abandonan perspectivas nacionalistas y populistas en
pos de la nueva ideología neoliberal, triunfa el discurso de la responsabilidad
individual, del Estado mínimo cuyas únicas atribuciones deben girar en
torno a la promoción del funcionamiento del mercado sin descuidar la
opción represiva de la que hablamos con anterioridad: menos Estado y más
individuo tal y como resume Blancas (2013) apoyándose en Bourdieu. En
síntesis podemos hablar del neoliberalismo como un poder ideológico con
características de moral inmanente, es decir, “que intensifica la cohesión, la
confianza y, en consecuencia, el poder de un grupo social ya establecido”

159
(Mann, 1991, 45) que influyó exitosamente en la conformación de una
élite gobernante con un sentido de identidad y de deber compartido,
particularmente en los años noventa, y un neoliberalismo con un poder
ideológico con pretensiones inmanentes, o sea, que busca “trascender las
instituciones existentes de poder ideológico, económico, político y militar
y generar una forma sagrada de autoridad” (Mann, 1991:44) materializada
en el culto al mercado.
Sin embargo, en los últimos años hemos venido observando el ascenso
de nuevos gobiernos en algunos Estados de América Latina, catalogados
como de nueva izquierda, populistas, gobiernos posneoliberales,
progresistas, entre otros apelativos; los cuales abogan por superar el
modelo neoliberal, del Estado mínimo, y del culto al mercado, o bien paliar
sus consecuencias más perniciosas, no solo mediante una revaloración de
la economía neoliberal, sino también del poder político que descansa en los
Estados que gobiernan, los cuales desde la perspectiva descrita son Estados
jacobinos, Estados con un poder infraestructura alto, con las limitaciones
marcadas con anterioridad para Estados como los que componen la región,
y con pretensiones de poder despótico altas en relación con la clase que
en este momento conforma el grupo más influyente de la sociedad civil:
la clase capitalista, aunque hay que agregar que también en relación a sus
bases sociales, en especial los movimientos que los apoyaron en su ascenso
(Petras, 2013:17).
Si listáramos los gobiernos progresistas de la región incluiríamos a
Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Uruguay, Perú y Venezuela en cuanto
a gobiernos de izquierda con alguna tendencia progresista, aunque Perú,
Uruguay y Brasil no se catalogarían como Estados jacobinos pues no
reivindican, o tratan de construir, la autonomía de sus élites estatales ante
el capital. Hay que analizar el tipo de conflictos y dinámicas que poseen
con la clase capitalista con la cual han tenido sus enfrentamientos más
espectaculares. Jame Petras lo ejemplifica muy bien cuando menciona
que los conflictos más discutidos se han dado entre élites económicas
ortodoxas, apoyadas por Estados Unidos y Europa y los Estados jacobinos:

El 12 de abril de 2001 y entre los meses de diciembre de 2002


y febrero de 2003 la clase capitalista venezolana, apoyada por
Estados Unidos y España, organizó un golpe de Estado que fue
contenido y un cierre patronal en el sector petrolero, el cual fue

160
derrotado. En el año 2011 un levantamiento encabezado por la
policía de Ecuador y un golpe de Estado abortado en Bolivia
fueron desbaratados con éxito antes de que adquirieran empuje.
En el año 2008 una protesta agraria empresarial a gran escala
en Argentina paralizó el sector de exportaciones agrarias que se
movilizaba contra una tasa impuesta a la exportación a acabó
con concesiones del gobierno (Petras, 2013:19).

Al final Petras habla de una simulación al no existir una alternativa


real al capitalismo en los países que se autodenominan progresistas, sin
embargo no niega una autonomía estatal que permite un reordenamiento
del modelo neoliberal. Por otra parte algunos críticos han tildado a estos
Estados de autoritarios, sobre todo desde la tradición liberal. No me
extenderé en autores en este aspecto, pero pueden leerse periódicos que
no simpatizan con ellos y en donde los tachan de autoritarios con gran
frecuencia, llegando a capas importantes de la opinión pública de esos
países y a la internacional, con lo cual el concepto de Estados jacobinos
saldría sobrando, pero dejan de lado que estos han refrendado su gobierno
y su proyecto político en las urnas, es decir, que no han abandonado las
formas democráticas, la tentación mayoritaria siempre ha estado presente,
pero ha sido materializada en la forma de una autonomía estatal que tiende
a ordenar a los integrantes del Estado de acuerdo con la lógica de un
proyecto político propio y no de acuerdo a la lógica del capital y de la clase
capitalista.

Conclusiones

La finalidad de este texto es plantear una polémica y una propuesta, una


nueva forma de ver a los Estados latinoamericanos y en especial las recientes
transformaciones que ocurren en su seno, más allá de las clásicas visiones
autoritarias o democráticas, populistas o neopopulistas, promovidas por
la tradición liberal y por su criatura más reciente: el neoliberalismo, o
bien progresistas o estractivistas, estatistas o capitalistas, promovidas
por divergencias en cuanto al papel de la economía, determinismo ligado
al marxismo en muchas ocasiones. Veremos si en un futuro podemos
cristalizar la proposición y también si el enfoque es adecuado.
La propuesta está ahí, una visión centrada en el Estado que pretende

161
revalorizarlo haciendo hincapié en la autonomía de una élite estatal en
relación con la sociedad civil y en especial con la clase capitalista, pero
también con sus bases sociales y que a su vez juega según las reglas de
la democracia. Aprovechamos la clasificación dual del poder estatal
impulsada por Michael Mann y agregamos una nueva perspectiva, la
cual es materializada en un Estado jacobino con pretensiones de un poder
despótico alto, jugando en un tablero democrático, además de un poder
infraestructural igualmente elevado. Veremos si cristaliza, si permite
obtener respuestas.
Los ejemplos empíricos fueron mencionados muy superficialmente,
hay que abundar en ellos, contrastarlos, compararlos, revisar si estamos
en verdad ante una revaloración de la soberanía estatal. Faltan preguntas
por contestar, faltan preguntas por formular, hay que ver en qué consiste
una élite estatal, cómo se conforma, quiénes la conforman, las preguntas
sobran, plantémoslas y busquemos respuestas.

162
Referencias

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165
7
El endeble tránsito del neoliberalismo:
las consecuencias inesperadas de
gobiernos anodinos

Adrián Galindo Castro45

Introducción

El presente trabajo tiene el propósito de presentar una versión divergente


de los análisis sobre el neoliberalismo que realizan sus críticos. En
contraste con ellos difiero de la visión holística que le atribuyen a la etapa
neoliberal y, por el contrario, me adscribo a la perspectiva de la sociología
histórica. En términos metodológicos esta tradición evita caer en análisis
puramente estructurales como los que se derivan de enfoques marxistas y,
en cambio, atribuye un papel destacado a la agencia. Perspectivas como
las de Charles Tilly (2010) y Michael Mann (1991) resultan mucho más
fructíferas al complementar un planteamiento de las interrelaciones entre
el poder político y las formas de reproducción social –redes de poder en el
caso de Mann, redes de confianza en el de Tilly- con un riguroso análisis
de los hechos.
Para el caso de América Latina, en particular de México, he preferido
centrarme en los problemas de legitimidad y promesas incumplidas para
45 Profesor investigador de tiempo completo del Área Académica de Sociología
y Demografía en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Maestro y
doctorante en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana. Integrante
del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad.

167
entender los sonoros fracasos de gobiernos a los que se les imputa un status
neoliberal. La apelación al neoliberalismo como la gran derrota histórica,
como el enemigo fundamental, como la fuente de todos los males de las
clases trabajadoras, la educación popular, el medio ambiente o los grupos
originarios, se ha convertido en un lugar común entre los seguidores
del pensamiento crítico. Pocos se han detenido a reflexionar sobre la
inefectividad del modelo económico y su efectividad como estrategia
política al convertirse el supuesto modelo en un medio para que los
grupos que detentan el poder continúen gobernando. El texto está dividido
en dos partes: en la primera hago una revisión de los elementos básicos
para entender el neoliberalismo; en la segunda realizo un recuento de los
periodos presidenciales considerados neoliberales; finalmente extraigo
algunas conclusiones generales del trabajo.

El neoliberalismo, cómo dicen que es y cuándo entra en escena

Frecuentemente se menciona entre los análisis críticos del fenómeno la


apelación a un modelo neoliberal compacto y homogéneo que ha derivado
en la catástrofe económica y social de los pueblos latinoamericanos
(Montalvo, 2013; Tudela, 2014; Calgano, 2015); sin embargo, existen
lagunas respecto a la intencionalidad, planeación y consistencia del mismo.
Entre otros aspectos de mayor importancia estaría conocer si este supuesto
modelo consiste únicamente en fórmulas establecidas por el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) abaladas por el
gobierno de los Estados Unidos con el célebre Consenso de Washington
(Casilda, 2004) y si estas medidas de política macroeconómica han sido
implantadas de manera sistemática, unilateral e idéntica (como recetario de
cocina) en, digamos, toda la región latinoamericana aun cuando los análisis
mencionados se han venido ampliando hasta hacer referencia también a
España y Grecia (Ramonet, 2015).
El concepto y las propuestas neoliberales fueron elaboradas desde los
años treinta del siglo XX, específicamente el término fue empleado por
vez primera por el economista ruso Alexander Rüstow en el coloquio de
Walter Lippman, reunión donde Ludwing von Mises y Friedrich von Hayek
(considerados los teóricos clásicos del neoliberalismo) hicieron una firme
defensa de la economía de mercado (Stenger, 2011; Laval y Dardot, 2013).

168
Los gobiernos propiamente neoliberales hicieron su aparición en
1979 cuando Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en
los Estados Unidos ascendieron al poder, ello como una reacción del
conservadurismo dentro de esos países ante el fracaso de las políticas
keynesianas (Harvey, 2007). Más que apegarse a principios plenamente
neoliberales la estrategia para superar el estancamiento económico, en
especial en las administraciones de Reagan, consistió en un aumento en
el gasto armamentístico. A pesar de la retórica antiestatista y la reducción
de impuestos, el gobierno estadounidense incrementó el déficit de manera
exorbitante y tanto Thatcher como Reagan fueron ferozmente nacionalistas,
tales gobiernos nunca abandonaron las políticas keynesianas y nunca hubo
una política neoliberal única y específica (Hobsbawm, 1998).
La irrupción del neoliberalismo en América Latina se sitúa de manera
germinal en Chile, en 1975, cuando Augusto Pinochet, después de perpetrar
el golpe de Estado en contra del gobierno constitucional de Salvador Allende
(Roitman, 2013), adopta el modelo monetarista bajo la asesoría del premio
Nobel de economía Milton Friedman y sus Chicago Boys (Williamson,
2013). La expansión de este tipo de política económica en América Latina
ocurre una década después cuando los déficits gubernamentales de las
principales economías de la región (Brasil y México principalmente) se
vuelven insostenibles ante el aumento de las tasas de interés de la banca
internacional, dando paso a la llamada década perdida (Marichal, 2014).
En el plano filosófico y económico el llamado neoliberalismo puede
identificarse menos con el monetarismo (al que los economistas no
consideran una teoría en sí misma y cuyo término debería limitarse a las
enseñanzas de Milton Friedman) que con el libertarismo; en este sentido,
esta corriente sí cuenta con principios formalizados (Nozick, 1988;
Rothbard, 2014) y sus propagandistas más obstinados califican como una
entelequia el que se defina como “neo” y no simplemente liberalismo a
la corriente que promueve el Estado mínimo, el individualismo extremo
y el libre mercado sin restricciones (Vargas, 1999). En América Latina
pocos son los políticos y economistas -salvo algunos intelectuales
verdaderamente convencidos como Vargas Llosa- que conocen y comulgan
con esta filosofía y que abrazan sin reservas esos principios.
En este sentido cabría preguntarse si el neoliberalismo puede
considerarse en la práctica de los gobiernos latinoamericanos y en el
funcionamiento de las economías de la región una forma consolidada

169
dominante en todos los aspectos de la vida social. Atendiendo a la forma en
cómo se presentó la irrupción del neoliberalismo en la región, observamos
que fue una época de grandes turbulencias financieras y que, agobiados por
la crisis de la deuda, en los gobiernos había más urgencia en cumplir con
los compromisos internacionales que en fraguar una alternativa integral a
décadas de políticas desarrollistas. Si los gobiernos se vieron obligados a
seguir los dictados de los organismos financieros internacionales fue más
el sometimiento a las políticas del FMI que la decisión de transitar a formas
ajenas al pensamiento económico y político de la región, lo que dio paso
a las políticas neoliberales en el subcontinente americano debido a que,
como en México, solo una reducida cantidad de funcionarios –los llamados
tecnócratas‒ habían realizado estudios de posgrado en universidades
estadounidenses y se habían familiarizado con el pensamiento monetarista
(Basáñez, 2002; Dabb, 2003; Ibarra, 2006).
El contraste entre la etapa nacionalista-desarrollista y el periodo
neoliberal ha sido notoria. De los años treinta a los sesenta del siglo XX
la política de industrialización por sustitución de importaciones fue muy
exitosa y logró trasformar las sociedades latinoamericanas, transitando
estas de un predominio de la agricultura y la minería al de la industria y
los servicios, alcanzando metas históricas notables en salud, educación e
infraestructura urbana (Urquidi, 2005; Cárdenas, 2006). Por el contrario, la
experiencia de la etapa neoliberal se caracteriza por ser un periodo cargado
de tribulaciones y crisis recurrentes: crisis de la deuda y amenazas de
moratoria en los años ochenta, colapsos financieros en los años noventa y
principios del siglo XXI; efecto tequila en México (1994), efecto samba en
Brasil (1999), efecto tango en Argentina (2001).
En ese contexto de crisis los gobiernos abrumados por problemas
financieros y de legitimidad se han distinguido por brindar resultados
desalentadores a los grandes sectores sociales de la población: planes
fracasados, previsiones fallidas, incapacidad para responder con acierto
a los desafíos, improvisaciones y salidas emergentes hasta desmontar las
relaciones históricamente construidas entre las clases sociales y los grupos
políticos que detentan el poder estatal, de tal forma que estos últimos
persiguiendo perpetuarse en el poder se convierten en administradores
de la crisis y mediadores de los intereses del capitalismo global ante
las sociedades locales, y las primeras experimentan una recomposición
drástica en sus condiciones de vida y en sus derechos sociales.

170
Si varias de las consecuencias del supuesto modelo fueron claramente
previsibles, como lo son la concentración de la riqueza y un mayor
grado de desigualdad tal como lo documentan informes de organismos
internacionales como OXFAM (Esquivel, 2015), otras no lo fueron en
absoluto. Cabría aclarar si las secuelas adyacentes no incluidas en los
dogmas neoliberales como la ineficiencia e incertidumbre económica, la
fuerte corrupción en las altas esferas gubernamentales, la delincuencia
organizada que gira en torno al tráfico de drogas, la violencia, el aumento
de la inseguridad en las ciudades y el deterioro ambiental dependieron de
la imposición del neoliberalismo o esos fenómenos responden a aspectos
más circunstanciales como: quiénes eran los gobernantes en ese periodo,
qué tanto conocimiento tenían de la realidad nacional y de la conducción
de la administración, con cuánta legitimidad contaban y con cuánto margen
de acción se condujeron para impulsar esas reformas; en todo caso, si los
gobernantes estaban conscientes de los efectos adversos que acarrearían
las reformas y políticas implementadas en las últimas tres décadas, habría
que buscar explicaciones de por qué no buscaron alternativas dentro de su
propio marco de referencia.
Mi hipótesis es que, por lo menos para la experiencia histórica de
México, el llamado modelo neoliberal como eje de estructuración del
capitalismo mundial (Ramos, 2004) solo tiene una correspondencia
parcial y sesgada con el ejercicio del poder público y del comportamiento
general de la economía. Por lo mismo, eso que de manera un poco confusa
damos por supuesto -asegurar que estamos completamente inmersos en
un contexto neoliberal en que los gobernantes son simples operadores,
incapaces de evitar los efectos perversos o secuelas nocivas- es una
simplificación intelectual cuyos principios, funcionamiento y resultados
(anhelados por sus promotores y que objetados por sus detractores) son
tipificaciones que mantienen una distancia considerable de la forma como
se fueron presentando los cambios económicos y políticos en las últimas
décadas.
Lo que propongo es que la llamada etapa neoliberal en México ha sido,
hasta ahora, una mezcolanza de imposiciones financieras de organismos
internacionales, mentalidades inconsistentes, proyectos frustrados,
gobiernos corruptos e ineficaces, políticas fallidas y embarazosos errores
de cálculo por parte de los gobiernos en turno, y no una maquinación bien
planeada por ideólogos de corte monetarista con una élite bien adiestrada

171
en la ideología libertarista para ejecutar esas políticas.
Con esto no quiero aseverar que el neoliberalismo sea un mito o que
los actores políticos no estén plenamente conscientes de las decisiones que
toman y de las metas que persiguen, lo que planteo es que el neoliberalismo
como idea y como práctica se circunscribe a límites precisos (Escalante,
2015), los cuales en muchos estudios son rebasados hasta convertir
al neoliberalismo en una fuerza avasalladora que se rige a sí misma.
Los políticos no gobiernan obedeciendo ciegamente los designios del
credo neoliberal del mismo modo que, tras varias décadas de impulsar
privatizaciones y desregulaciones, en México la economía de libre mercado
solo funciona con grandes dificultades.
Así como los partidarios del neoliberalismo tienden a sobrevalorar
la capacidad del mercado para hacer más eficientes los aspectos de la
producción y la distribución de la riqueza social, y no reconocen que debe
haber una fuerte intervención gubernamental para que la economía y los
mínimos de bienestar funcionen; así los críticos al neoliberalismo tienden
a sobrevalorar el poder del capital sobre las decisiones políticas y restan
responsabilidad a los gobiernos por los efectos nocivos en ámbitos que
van más allá del manejo de las finanzas públicas, la política económica
o la regulación del comercio exterior. Los críticos del neoliberalismo
enfocan sus baterías en subrayar el fracaso del modelo y poco se detienen
en examinar las estrategias equivocadas de los gobernantes, no es que
los dogmas no hayan impregnado el vocabulario con que se conduce la
política, pero esto dista de ser la lógica dominante durante los periodos de
gobierno.
En el siguiente apartado desarrollaré un breve análisis sobre los rasgos
básicos de los periodos presidenciales durante el curso neoliberal; no
pretende ser una reconstrucción histórica del neoliberalismo en México
(ya existen muchos textos sobre el tema) solo intento mostrar que los
sucesivos gobiernos no se dedicaron sencillamente a administrar el régimen
neoliberal, ni siquiera a inventar su propia versión durante el periodo
que les tocó gobernar. Si cada mandatario contribuyó a conformar eso
que llamamos neoliberalismo en México, esto se fue dando en un marco
donde los presidentes y sus gabinetes, al final de sus administraciones,
solo buscaron salir del paso ‒gobiernos sin brújula‒ gobernantes que,
independientemente del partido que los postuló, comparten las promesas
incumplidas, los virajes estrepitosos en política y en economía, el recurso

172
a medidas populistas y el firme propósito de dar continuidad a su grupo
político.

El neoliberalismo a través de las administraciones federales

A. De la Madrid: la catástrofe y la transición


Miguel de la Madrid fue electo presidente en la más aguda crisis de
confianza de los empresarios con los representantes del poder político. La
nacionalización de la banca decretada por José López Portillo dos meses
antes de que De la Madrid asumiera el cargo propició la ruptura del acuerdo
tácito entre empresarios y gobiernos para que los primeros no participaran
en política. Tras la nacionalización el sector más conservador del Consejo
Coordinador Empresarial decidió dar impulso al Partido Acción Nacional
(PAN) y mantenerse a la expectativa cuando De la Madrid trasfirió la
rentabilidad del sector financiero a la Bolsa Mexicana de Valores. Debido
al aumento de las tasas de interés de la banca internacional y la caída de los
precios internacionales del petróleo, la principal preocupación del nuevo
gobierno fue cumplir con sus compromisos internacionales. En cantidades
globales México pagó por concepto de deuda 28,000 millones de dólares,
no obstante esta aumentó de 9,400 millones en 1983 a 1,185 mil millones
al concluir el periodo presidencial.
En la administración de Miguel de la Madrid se llevó a cabo la
transferencia del poder dentro del propio partido hegemónico, tanto el
mandatario como los principales miembros de su gabinete se caracterizaron
por tener estudios en el extranjero; el presidente estudio en Harvard una
maestría en Administración Pública, sus titulares de Hacienda Jesús
Silva Herzog y Gustavo Petriccioli estudiaron en Yale, y sus titulares de
la Secretaría de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari
y Pedro Aspe en Harvard y el MIT de Massachusetts, respectivamente
(Granados, 2012). En la misma dirección, las secretarías de la presidencia
que adquirieron mayor importancia, junto con el Banco de México, fueron
las antes mencionadas en detrimento de la otrora poderosa: la Secretaría
de Gobernación.
En esa administración el viraje de la política económica parecía
obedecer más a la necesidad de evitar la moratoria y a cumplir con las
exigencias del FMI que a un plan a largo plazo; sin embargo, las políticas

173
de reconversión industrial, elevación de las tarifas de bienes y servicios
proporcionados por el Estado (la inflación creció 4033%), reducción del
personal que laboraba en el servicio público (las paraestatales se redujeron
de 1155 a 413), eliminación de subsidios, “flotación” en realidad desplome
de la moneda (la devaluación fue del 3,100%), reducción del presupuesto
a la educación pública y otras medidas igualmente perniciosas, afianzaron
un programa de gobiernos direccionado a cambiar de forma definitiva, por
un lado, la correlación de fuerzas entre el Estado mexicano y el capital
trasnacional, y, por otro, a enfrentar la oposición de metas e intereses entre
el Estado y el bienestar de las clases trabajadoras.
En el mismo tenor las relaciones entre el poder político y las
organizaciones corporativas, que brindaron las bases sociales de la
etapa desarrollista, sufrieron un fuerte deterioro: el pacto de dominación
(Brachet, 2004) llegó a su fin. En su lugar la alternativa fue dar nacimiento
al Pacto de Solidaridad Económica, una política nada neoliberal que tuvo la
pretensión de estabilizar para garantizar el aumento de precios y la pérdida
del poder adquisitivo de los salarios.
El incondicional apoyo de los instrumentos gubernamentales a los
intermediarios financieros permitieron que los inversionistas privados
recuperaran la confianza en el sistema al presentarse la euforia bursátil;
sin embargo, esta se vino al traste cuando en el primer trimestre de 1987
se desplomó el índice de precios de las acciones (Basáñez, 1990). Otro de
los factores que influyó a desprestigiar el gobierno de De la Madrid fue
la irrupción del primer caso de vinculación de autoridades con capos del
tráfico de drogas en el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena en
1985. Finalmente su apuesta por la renovación moral, lema de su campaña,
quedó archivada prematuramente.

B. Salinas de Gortari: del fraude electoral a la fallida incorporación al


primer mundo
El primer gobierno con ideología neoliberal había fracasado rotundamente
en su propósito formal de encausar la economía hacia un modelo
exportador al incorporarse en 1986 al Acuerdo General de Aranceles y
Comercio (GATT) y promover las inversiones masivas vía la BMV. El
descontento social por las enormes devaluaciones y el intenso proceso
inflacionario se mostró a través de las luchas electorales. Al interior de la
burocracia política la corriente nacionalista, encabezada por Cuauhtémoc

174
Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, sería expulsada del PRI y presentaría
una candidatura independiente; por su lado, el neopanismo presentaría
su propia candidatura con el empresario sinaloense Manuel Clouthier. La
salida del grupo en el poder fue recurrir al fraude electoral.
El gobierno de Carlos Salinas de Gortari, al igual que su antecesor,
inició con una fuerte crisis de legitimidad, esta vez de carácter político-
electoral. El nuevo gobierno buscó superar la crisis al experimentar
cambios importantes en varios frentes. En el campo político Salinas de
Gortari ensayó una apertura en la distribución del poder y pactó un acuerdo
con Acción Nacional para reconocer los triunfos electorales de este partido
en varios estados de la república, esto a cambio de que los dirigentes
blanquiazules legitimaran al primer mandatario.
En el terreno de la política económica el gobierno de Salinas de Gortari
impulsó un conjunto de acciones de corte eminentemente neoliberal.
Después de renegociar la deuda para contar con mayor margen de acción,
el presidente emprendió una serie de reformas bastante profundas: dio
término a la propiedad ejidal reformando el Artículo 27 constitucional,
inició una serie de privatizaciones entre ellas la de Telmex y Mexicana de
Aviación y la devolución de los bancos a los capitales privados, modificó
el sistema de pensiones dando origen al Sistema de Ahorro para el Retiro
(SAR), realizó un ajuste de la monetario al retirar tres ceros al peso y, su
gran apuesta, firmó el Tratado de Libre Comercio para América del Norte
(TLCAN) con los gobiernos de Estados Unidos y Canadá.
Si en el plano económico el grupo compacto de tecnócratas en el
poder se mostraba muy fortalecido, en el plano social, el mandatario
edificó un mecanismo de legitimidad y adhesión electoral que desplazó
en buena medida el apoyo que recibieron los sucesivos ejecutivos de los
sectores corporativos de su partido. El giro de las políticas universalistas
a la implementación de políticas focalistas instrumentalizadas en torno
a la localización de poblaciones vulnerables en pobreza extrema marcó
el rumbo de la política social y ganó un fuerte apoyo para el gobierno
en turno. El Programa Nacional Solidaridad instrumentado por la recién
creada Secretaría de Desarrollo Social se convirtió en el programa más
exitoso de la administración de Salinas y de los siguientes gobiernos
quienes siguieron manejándolo bajo diferentes denominaciones.
A través de acciones espectaculares el gobierno de Salinas parecía
generar un proyecto a largo plazo. El éxito en todos los frentes y las

175
alianzas con amplios sectores empresariales y otros aliados, como la
jerarquía católica a quien reconoció su personalidad jurídica incluyendo la
representación diplomática con el Vaticano, auguraban un buen futuro a la
combinación de políticas neoliberales y política social focalizada.
En el punto culminante de su poder Salinas propuso una nueva ideología
para su partido: el liberalismo social, nombre adjudicado a una corriente de
pensamiento europea de finales del siglo XIX y que Carlos Salinas impulsó
como una nueva retórica para sepultar la ideología de la revolución, la cual
el partido oficial había monopolizado. Ese cambio cosmético evidenció
la escasa influencia del PRI en las decisiones del gobierno; en el círculo
hermético de los tecnócratas sobresalía la presencia del economista de
origen francés José Córdova Montoya jefe de la Oficina de la Presidencia
quien tuvo un papel determinante en las decisiones que te tomaron en ese
sexenio.
La tensión entre los posibles sucesores de Carlos Salinas aunado
al momento anticlimático del 1 de enero de 1994, cuando un grupo de
indígenas en Chiapas se levantó en armas en contra del neoliberalismo y
sus representantes gubernamentales justo el día en que entró en vigor el
TLCAN, eclipsó el sexenio de Carlos Salinas y pronosticó el derrumbe
económico que se consumaría en los primeros días del gobierno siguiente.

C. Zedillo: la ruptura de la tecnocracia y el rescate financiero


El ascenso de Ernesto Zedillo a la presidencia de la república estuvo
marcado por una situación explosiva en los asuntos políticos y
financieros. La fractura del grupo tecnocrático por disputas internas llevó
a la confrontación entre Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho, los
secretarios del gabinete con mayores posibilidades para suceder a Salinas.
Una vez decidida la suerte en favor de Colosio hubo dificultades para que
su campaña alcanzara los niveles de triunfalismo que caracterizaron a la de
sus antecesores; la aspiración de Colosio a ocupar la presidencia terminó
en tragedia cuando fue asesinado en marzo de 1994.
El único funcionario del círculo cercano a Salinas que cumplía el
requisito de haber renunciado a su cargo para participar en la elección era
Ernesto Zedillo, quien en esos momentos fungía como jefe de campaña
del propio Colosio. El triunfo electoral de Zedillo se debió en parte al
sentimentalismo por el asesinato de Luis Donaldo y en mucho a las ventajas

176
que contaba el PRI en cuanto a presencia en medios y recursos financieros.
Ya como presidente Zedillo impulsó una nueva reforma electoral que daba
apertura a la izquierda para lograr triunfos en las cámaras y en las entidades
de la misma forma nivelaba los recursos de los principales partidos.
La ruptura entre el grupo tecnocrático que detentaba el poder se
presentó en el primer año del mandato de Zedillo. En septiembre de 1994
fue asesinado el diputado electo Francisco Ruiz Massieu quien además
era secretario general de PRI y cuñado de Carlos Salinas, este crimen fue
la causa del enfrentamiento entre el nuevo mandatario y el expresidente.
Ernesto Zedillo nombró al panista Antonio Lozano Gracia como procurador
general de la república y responsable de investigar los asesinatos de
Colosio, Ruiz Massieu y el cardenal Jesús Posadas Ocampo. A su vez,
Lozano encargó el caso a Pablo Chapa Bezanilla para que resolviera el
caso de Ruiz Massieu. El abogado encargado del caso acusó a Raúl Salinas,
hermano del expresidente, como el autor intelectual del asesinato de su
cuñado en contubernio con el diputado Manuel Muñoz Rocha.
En otro frente la confrontación entre Zedillo y Salinas se dio tras la
devaluación del peso en diciembre de 1994. En el último año del gobierno
salinista accionistas realizaron una venta masiva de tesobonos vaciando las
reservas federales, el Banco de México pretendió cubrir el enorme déficit
adquiriendo deuda mexicana para mantener la base monetaria y evitar
que las tasas de interés se incrementaran, medida que acrecentó la fuga
de divisas. A cuatro días de asumir el cargo Ernesto Zedillo comunicó a
inversionistas su decisión de ampliar la banda de cambio del peso, su plan
era que la moneda nacional se desplazara de 3.4 pesos por dólar a 4 pesos.
El anuncio provocó que muchos extranjeros retiraran sus inversiones
impidiendo que el gobierno controlara la caía. En enero de 1995, cuando la
nueva administración estableció el sistema de libre flotación, el dólar pasó
a costar 7.20 pesos, en menos de una semana la moneda nacional perdió la
mitad de su valor.
Las consecuencias de lo que Carlos Salinas, intentando exculparse,
llamó el “error de diciembre” fueron incalculables. Había promovido
entre empresarios medianos y pequeños la necesidad de modernizar su
planta productiva ante la apertura de la economía con el TLCAN, estos
propietarios habían contraído créditos en dólares y, tras la devaluación, se
vieron imposibilitados a cumplir con sus compromisos. Lo mismo sucedió
con miles de personas que habían adquirido préstamos a tasas de interés

177
variable para comprar casas o automóviles. Tras el “error de diciembre”
el Barzón, una organización de productores agrícolas, comerciantes y
pequeños industriales que venía trabajando en Chihuahua y Sonora,
adquirió dimensiones nacionales con el firme propósito de evitar los
embargos, remates, adjudicaciones y desalojos al generalizarse el problema
de carteras vencidas.
La salida a la grave situación financiera vino del exterior. William
Clinton presidente de los Estados Unidos solicitó al congreso de su país
20, 000 millones de dólares que puso a disposición del gobierno mexicano
a fin de aliviar su crisis de divisas. El sexenio de Zedillo se caracterizó
por corregir los desastres provocados por la operaciones financieras de
corte neoliberal del salinismo, el coso de ello fue muy alto en términos
económicos para el conjunto de los sectores sociales. El rescate bancario
tuvo como objetivos absorber la deuda de los bancos, capitalizar el sistema
financiero y garantiza el dinero de los ahorradores. El Fondo Bancario de
Protección al Ahorro (FOBAPROA) se convierte en deuda pública, los
pasivos ascendieron a 552, 000 millones de pesos cerca del 40% del PIB de
1997; en 1998 este organismo se convirtió en el Instituto para la Protección
del Ahorro (IPAB).
Una de las mayores pruebas de que el esquema neoliberal, tal como
lo incentivó el grupo de tecnócratas, estaba plagado de corrupción e
ineficiencia los constituyó el rescate carretero. Las autopistas concesionadas
a particulares resultaron ser un fracasado negocio que el gobierno federal
tuvo que absorber. Los créditos de 23 de las 52 autopistas adjudicadas a
constructoras particulares tuvieron que pasar a formar parte de la deuda
pública. El erario federal bajo la administración de Ernesto Zedillo tuvo
que pagar a la banca privada entre 157 y 161,000 millones de pesos.

D. Fox: el desencanto de la alternancia


Con el inicio del siglo XXI aconteció en México un cambio que parecía
imposible 12 años antes. En las elecciones presidenciales del año 2000 un
candidato de un partido distinto al PRI ganó los comicios y el primero en
reconocerlo fue el, todavía presidente, Ernesto Zedillo. Las lecturas de la
derrota del PRI en 2000 son varias y los factores que intervinieron son de
diversa índole. La versión dominante construida por los especialistas fue
que este proceso constituía una transición a la democracia.

178
Independientemente de considerar que simplemente con la alternancia
el poder político adquiriere un cariz democrático, está el problema de
evaluar qué tan diferente puede conducirse, en el marco de las políticas
neoliberales, un gobierno integrado por especialistas con altos niveles de
escolaridad y con una sólida carrera burocrática en el área financiera (como
lo fueron los tecnócratas) y un gobierno federal cuyo titular con los más
altos índices de popularidad se distinguía por una mentalidad netamente
empresarial y provinciana, ello a pesar de haber sido diputado y gobernador
de su estado.
Las altas expectativas originadas por ver cómo funcionaba un “gobierno
democrático” pronto se vieron defraudadas para los millones de votantes
que creyeron ver en Fox el líder del cambio. La promesa inicial de llamar a
los mejores para integrar su administración pronto se evaporó al conocerse
los nombres de su gabinetazo. Lo mismo sucedió con sus promesas de
campaña para encerrar en la cárcel a todas las “víboras tepocatas” de la
política, pronto llegó a un acuerdo con el PRI para desistir de la acción penal
por el financiamiento ilícito que realizó Petróleos Mexicanos a la campaña
del candidato priista perdedor Francisco Labastida Ochoa (el Pemexgate)
a cambio de no consignar a su excolaborador el empresario tamaulipeco
Lino Korrodi, principal artífice de Los amigos de Fox (plataforma que le
sirvió para alcanzar la presidencia) acusado de lo mismo: financiamiento
ilegal. Además de las trivialidades y torpezas cometidas por el ejecutivo,
la forma arbitraria, poco trasparente y corrupta de administrar los recursos
públicos, no fue muy distinta de la de sus similares del PRI. En 2003 se
acusó a la Lotería Nacional de desviar fondo a favor de la organización
Vamos México presidida por Martha Sahagún, esposa del presidente;
también se imputó el tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito de los
hermanos Bibriesca, hijos de Martha Sahagún.
La distancia (solo mercadotécnica como se comprobó después) que
separaba a los políticos panistas de los priistas desde los años ochenta, era
que los panistas habían vendido su imagen como la de ciudadanos honrados
que estaban dispuestos a limpiar de prácticas deshonestas al gobierno, una
vez que llegaran al poder vía elecciones limpias. Por lo demás, comulgaban
plenamente con todos los dogmas y mitos de la ideología neoliberal,
tal como fue difundida por los tecnócratas y sus voceros. El arribo de
Acción Nacional a la presidencia solo corroboró que, en ejercicio del
poder, el foxismo era una versión más provinciana, machista y mediocre

179
que el PRI. Un ejemplo fue la salida que dio al problema del empleo al
proponer el changarro como solución ante la carencia de oportunidades
(una versión más corriente del autoempleo propuesto por De la Madrid
aunque despilfarrando fuertes sumas del presupuesto cuyos resultados
fueron nulos).
La administración de Vicente Fox aprovechó el régimen de austeridad
y disciplina fiscal que impuso Ernesto Zedillo y se benefició del alza en
los precios de petróleo manteniendo un índice de inflación del 3.4%. El
único priista en el gabinete de Fox fue Francisco Gil Díaz en la Secretaría
de Hacienda, funcionario que promovió la reforma fiscal para gravar con
IVA alimentos, medicinas, libros y colegiaturas; un PRI en retaguardia y
una izquierda fortalecida impidieron en el Congreso que la iniciativa fuera
aprobada.
El gobierno de Vicente Fox se caracterizó por la falta de tacto para
concretar sus proyectos, la construcción de un nuevo aeropuerto en la zona
de Atenco en el Estado de México provocó una reacción virulenta de la
población dando cause a un movimiento social fuertemente reprimido por
orden del entonces gobernador de la entidad Enrique Peña Nieto. El espíritu
empresarial de Fox se vio proyectado al arremeter en contra del sindicato
de trabajadores del Seguro Social y cambiar su régimen de pensiones,
pero la mayor ignominia de Vicente Fox fue de carácter político-electoral
al promover el desafuero del jefe de gobierno del Distrito Federal y futuro
candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador.

E. Calderón: militarización y represión


Si el “arribo” de la democracia en el 2000 colocó a México en el grupo
de países democráticos, las elecciones de 2006 pusieron en entredicho
dicho status. En contraste con su antecesor, Felipe Calderón llegó a
la presidencia con una fuerte impugnación por parte de los partidos
de izquierda; el desafuero a López Obrador, la campaña negativa, la
intervención abierta del presidente en el proceso electoral y el apoyo
descarado de las organizaciones empresariales a su candidatura, hicieron
que Calderón careciera de la legitimidad suficiente inclusive para tomar
posesión de manera pacífica. Las promesas de campaña, presentarse
como el “presidente del empleo” por ejemplo, fueron descartadas poco
tiempo después y a unos días de asumir el gobierno. Calderón inició, sin

180
estrategia previa, una feroz “guerra contra el narco” que sería el signo de
su administración. La obsesiva, inútil y cruel militarización de la política
de seguridad, prolongada por una abyecta sumisión a los dictados de la
política del gobierno estadounidense, causaron la muerte de más de 60 mil
personas.
En el plano económico el gobierno de Calderón mantuvo muchas
similitudes con el gobierno de su antecesor panista. Con una mayor
preparación que Fox y una idea más clara de las políticas neoliberales,
en 2008 la administración de Calderón intentó llevar a cabo una reforma
energética para privatizar la industria petrolera; al igual que la experiencia
del proyecto del nuevo aeropuerto, la resistencia popular esta vez por vía
de las “adelitas” evitó que la iniciativa prosperara. Por el contrario, el
gobierno de Calderón llevó con éxito la extinción de la Comisión Federal
de Electricidad por medio de un decreto en 2009. Un tratamiento similar
recibió la aerolínea Mexicana de Aviación.
El gobierno de “las manos limpias” recibió algunos reconocimientos
internacionales por promover políticas para simplificar los trámites y
realizar negocios, pero también fue impugnado por casos de negligencia
(guardería ABC donde murieron 49 niños), corrupción y tráfico de
influencias (los contratos de Pemex a la compañía de Hildebrando Zavala,
hermano de su esposa). Más arrogante y pendenciero que Fox, Calderón
minimizó los efectos negativos de la recesión mundial de 2008, sin embargo,
su sexenio se caracterizó por el poco crecimiento económico, el aumento
de la pobreza a pesar de destinar una parte sustantiva del presupuesto a la
política social bajo el programa Oportunidades y por haber duplicado el
monto de la deuda pública.
En la postrimería de su mandato Calderón concretó uno de las
aspiraciones más anheladas por los partidarios del neoliberalismo:
la reforma laboral. Este desmantelamiento de las conquistas de los
trabajadores se inscribe en las reformas estructurales “de gran calado” y
fue posible por el reconocimiento de los panistas del agotamiento de su
gestión gubernamental. A lo largo de dos sexenios la competencia entre
priistas y panistas por hacerse del control del Estad había impedido que
se coordinaran para alcanzar objetivos que ambos pretendían como el
aumento y generalización del IVA, la privatización de la industria petrolera
o el mismo desmantelamiento de los derechos laborales. Esta debilidad
del panismo por presentarse como una alternativa al proyecto tecnocrático

181
fracasó y con él su aspiración a permanecer como fracción gobernante.

F. Enrique Peña: los sobrevivientes retoman el poder


El regreso del PRI a los Pinos no estuvo exento de controversias, su
reencuentro con el poder presidencial contó con el respaldo del duopolio
televisivo y del sector empresarial; en contraste, sus oponentes se
vieron debilitados después de los comicios, resignándose a ser minorías
legislativas. Es importante subrayar que no fue la fracción de los tecnócratas
la que retomó el poder en 2012, sino el fortalecido grupo del Estado de
México quien tuvo la capacidad de aglutinar la fuerza de los gobernadores
y exgobernadores priistas, claves para lograr mayoría en las dos Cámaras.
El gobierno de Peña Nieto aprovechó su ventaja en el Congreso y su
habilidad para negociar con los líderes partidistas por medio del “Pacto
por México” para llevar a cabo once reformas estructurales en rubros tan
importantes como el educativo, el energético o el de comunicaciones que
constituyen la última frontera de las reformas neoliberales. El brillo de
las primeras acciones del gobierno de Peña parecía augurar un retorno al
presidencialismo y una eternización del PRI en el poder; sin embargo, una
racha de acontecimientos desafortunados ha opacado al actual gobierno
y nada garantiza que la presidencia de Peña Nieto no se convierta en otro
periodo de promesas incumplidas, resultados desastrosos e infames saqueos
a la riqueza nacional. El fuerte desprestigio por el caso Ayotzinapa, la caída
de los precios del petróleo ‒factor clave para entender la estabilidad de la
economía de las últimas administraciones‒ ,el insignificante resultado de
las reformas y la devaluación del peso así parecen confirmarlo.

Conclusiones

No se es fiel a la doctrina del neoliberalismo como se es al nacionalismo


y si este último puede servir solo de pretexto para pillerías y estupideces
de los gobernantes, como lo han demostrado numerosos casos en la
experiencia latinoamericana y gustan de vociferarlo los partidarios del
neoliberalismo ‒algunos cultos como lo fue Octavio Paz o lo es Mario
Vargas Llosa, otros necios e ignorantes como Vicente Fox‒; por su propia
naturaleza, el neoliberalismo resulta un campo más propicio para que los
gobernantes aprovechen el desmantelamiento del Estado y hagan negocios

182
particulares con las riquezas nacionales. En América Latina gobiernos que
se presentaron como alternativas al neoliberalismo también se han visto
expuestos a casos crónicos de corrupción: en Argentina los gobiernos de
Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández; en Brasil los gobiernos
emanados del Partido del Trabajo de Luiz Inácio Lula da Silva y el de
Dilma Rousseff. En todo caso, los políticos neoliberales que se presentan
como una diferencia de orden moral y eficiencia económica resultan ser una
apuesta mucho más corrupta porque la misma lógica de las privatizaciones
y desincorporaciones les abre más oportunidades de enriquecimiento
ilícito.
De igual forma la imposición de políticas neoliberales no es ajena al
interés de los grupos gobernantes por mantenerse en el poder, si tutelan
en favor de los intereses del sistema financiero internacional o de sectores
de la oligarquía local, eso no les impide perseguir sus propios intereses
como es el de acaparar los altos cargos de la administración y de manera
deshonesta, hacer negocios a costa del erario. Por lo mismo, como
analizamos en el caso de México, las crisis y los problemas financieros
resultan consecuencias no deseadas y contraproducentes para los mismos
gobiernos, en este sentido no son fallas del sistema, sino desconocimiento
de los gobernantes al momento de tomar decisiones; en todo caso, como
lo mostró la revisión histórica, antes de preocuparse por implementar un
modelo neoliberal la preocupación de los gobiernos estuvo centrada en
establecer las condiciones de permanencia y continuidad del grupo en el
poder. Al final en la discusión sobre la alternativa a la etapa neoliberal la
diferencia es de orden moral y no simplemente de modelo económico.

183
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185
8
Lo neoliberal: entre la subjetividad, el
capital y el poder.
Conclusiones generales

Edgar Noé Blancas Martínez

Las privatizaciones de los activos públicos, la desregulación económica


o la flexibilización laboral no son en sí los elementos definitorios de lo
neoliberal. Esta es una visión o postura cerrada para comprender el
neoliberalismo realmente existente más allá de los postulados detrás de
él. Subjetividad, capital y poder. Una aproximación al análisis de las dis-
posiciones neoliberales se propuso presentar en este sentido una visión
abierta para observar lo neoliberal donde se trasciendan las acciones
gubernamentales típicas que le definen para ahondar en las condiciones
estructurales, objetivas y subjetivas que le determinan, sin pasar de largo
que lo neoliberal en sí se constituye y ejerce en lo cotidiano por los agentes
en un formato de relaciones de poder resistencia.
Tres son los ejes de análisis sobresalientes que articulan el texto,
no únicos ni exclusivos, pero que al visibilizarlos se puede dar cuenta
de la propuesta de observar lo neoliberal de forma abierta. Primero la
subjetividad como elemento estructural por el que se produce lo neoliberal,
pues se parte de la postura que ello no es producto agregado de individuos,
sino una configuración marcada por una visión del mundo. Se trata aquí
del primer componente de las dis-posiciones en los términos tratados en
la introducción de este libro. Segundo, el poder, pues se considerara que
esa visión del mundo por la que se estructura lo neoliberal se presenta en

187
relación a procesos de lucha simbólica entre los agentes participantes. Una
visión con pretensiones hegemónicas, pero siempre sujeta a resistencias.
Y el capital como base central de análisis, pues la crisis de este, que se
puede datar en los setentas del siglo XX, orienta o actúa como motor
en la reformulación de su reproducción, aquella que atienden las luchas
simbólicas y políticas. Se trata aquí del segundo componente de las dis-
posiciones. Debe observarse que la postura que aquí se toma se aleja de las
simples formulaciones doctrinarias para dar paso a lo neoliberal realmente
existente, es decir, al juego de los agentes en el espacio social.
Si bien cada uno de los capítulos es atravesado en mayor o menor medida
por los tres ejes de análisis propuestos, este apartado final de conclusiones
busca rescatar con cierta homogeneidad las aportaciones elaboradas por los
autores a partir de las respuestas respecto a ciertas interrogantes guía. Debe
considerarse que ellos, desde el margen que les proponen sus perspectivas
epistemológicas, teóricas y metodológicas, buscaron observar lo neoliberal
de forma abierta, pero por ello mismo el resultado se sesga hacia uno u otro
de los ejes.

Subjetividad

¿Está presente la subjetividad en todas las aportaciones? ¿Por qué? ¿Cómo


se articula en los procesos explicativos de lo neoliberal? ¿Cuál es su
contenido o reformulaciones? ¿Quién dicta las significaciones? ¿Cómo se
instruye su incorporación en los sujetos? ¿Existen resistencias?
La subjetividad está presenta en todas las aportaciones de este libro,
aunque en magnitudes distintas, tanto tratada propiamente como centro de
análisis, tales son los casos de las aportaciones de Mejía y Granados; de
Blancas y Ortiz; de León y de Navarro, como a nivel de supuesto implícito
que no requiere mayor desarrollo como los trabajos de Moreno y Gaytán.
Estos últimos quienes prefieren inferir incluso nuevas formulaciones y
procesos de subjetivación en torno a la crisis de los gobiernos neoliberales.
En tanto el primero refiere el fin del estado neoliberal procedimental,
el segundo anota la presencia de los estados progresistas o jacobinos
latinoamericanos como él observa. Pues si se parte del marco de
interpretación dis-posicional, el tránsito hacia nuevas prácticas de gobierno
lleva en ciernes nuevas formas de pensar y ver el mundo.

188
En el caso de Mejía y Granados la subjetividad está puesta en las
valoraciones que se recogen sobre el trabajo en la Encuesta Mundial de
Valores de 1990 a 2014. Se observa a partir de ellas que el trabajo mantiene
un lugar central en el pensar de la sociedad mexicana y, en general, de
las sociedades latinoamericanas; una situación distinta a la europea donde
este es desplazado a un tercer lugar después de la familia y los amigos.
Pero resalta en el estudio que, a pesar de la centralidad que se mantiene,
esta está permeada por las formas específicas de lo neoliberal, por la
instrumentalidad y pragmatismo versus formas anteriores donde la cuestión
social a manera de Castel, o dígase del vínculo social, pudiera haber
imperado. Aquí el contenido de lo neoliberal radica en esa subjetivación
que hace del trabajo un medio de generación de riqueza por encima de
cuestiones de autorrealización o responsabilidad social. En síntesis, lo
que el autor observa es una percepción y apreciación del trabajo donde se
exalta el carácter individual del mismo. Lo neoliberal de esta manera se
hace patente, con independencia a las acciones típicas que le identifican,
en el triunfo de un individualismo.
Desde un punto de vista más hegemónico, aunque no ausente en Mejía
y Granados, se colocan Blancas, Ortiz y León quienes recuperan las
formulaciones doctrinarias del liberalismo que apuesta por anteponer al
individuo mediante su actuar en el mercado a los intereses o proyecto de una
colectividad. No es que se apueste por la ausencia de otras formulaciones,
pero en el centro de análisis radica una relación de poder-resistencia.
En el caso de Blancas y Ortiz se plantean procesos de enclasamiento a
manera de nombramientos con poder para constituir prácticas necesarias
del capitalismo actual. Se marca la constitución de dos nuevas clases
sociales como formulación neoliberal: la del empleado empresario y la
del emprendedor. Para corroborar el planteamiento se busca observar, a
partir de la Encuesta Nacional de Valores en Juventud 2012 y la Encuesta
Nacional de Micronegocios 2012, la tendencia en el trabajo respecto de
tal enclasamiento, pues la flexibilización laboral y la precarización de las
condiciones supondrían estos cambios. De la primera encuesta se observa
que los jóvenes no han subjetivado los nuevos enclasamientos. Se indica
para estos que pensar igual que sus padres en una alta proporción en el tema
del trabajo es síntoma de que los procesos de transformación del pensar
y hacer un mundo tienen un alcance transgeneracional. Se mantiene la
aspiración fordista del trabajo estable y seguro. Solo para un pequeño grupo

189
el espíritu emprendedor está presente. No obstante, la segunda encuesta
marca la existencia de la reproducción de la clase del emprendedor, pues al
menos una tercera parte de los microempresarios fueron impulsados bajo
la creencia de una oportunidad de negocio, aunque dadas las condiciones
objetivas del campo económico tienen una alta disposición a incorporarse
como trabajadores asalariados.
Por su parte, en el campo de la pobreza aunque en el mismo sentido
de la individualización, León resalta la labor de un régimen de gobierno
en producir subjetividades de cuidado de sí mismo. Lo que concluye
León para los pobres es que se ha ejercido una gubernamentalidad de la
pobreza que ha logrado la transformación de autorresponsabilizar a la
población de ello. Se busca en sí, antes que resolver el problema de este
grupo, una gestión del mismo. Se afirma que con ello se acepta que los
problemas sociales son más de índole individual que social. Tratándose de
una aportación elaborada desde Foucault, el gobierno se logra mediante
dispositivos de índole discursiva que atañe a la subjetividad como a través
de la instrumentación de programas tipo la Cruzada contra el Hambre.
Los trabajos de Navarro y Galindo toman a la subjetividad en otro sentido.
Lo que ellos resaltan son la contraparte a las pretensiones hegemónicas, con
lo cual lo neoliberal se constituye no como un cuerpo monolítico de pensar,
sino con particularidades que le visibilizan. Resulta esperanzador que pese
a los disciplinamientos, enclasamientos o generación de nuevos sentidos,
las poblaciones por sus condiciones objetivas y otras subjetividades, no
necesariamente centradas en el individualismo e instrumentalidad, generen
prácticas de resistencia. Este es el caso de las luchas socioambientales
en México que describe Navarro y que refiere tan solo de 2009 a 2013
una suma de 162 conflictos. La autora enfatiza la importancia de formas
alternativas de reproducción de la vida humana y no humana, dígase como
otras formas subjetivas al capitalismo, lo que ha permitido todo un cúmulo
de experiencias y luchas en defensa de lo común que, en este sentido,
parece colocarse como una visión del mundo alternativa, como horizonte
político ‒señala la autora‒ de autonomía y emancipación.
En el mismo sentido de una significación de autonomía esta la
aportación de Gaytán, quien se centra no en la resistencia de comunidades
despojadas de sus recursos naturales, sino en unas elites estatales que
en la conformación de Estados jacobinos de alto poder despótico ganan
autonomía respecto a las elites capitalistas nacionales o extranjeras. Se

190
trata de las significaciones implícitas, bajo un juego de democracia, de la
constitución de los estados progresistas de Ecuador, Venezuela, Bolivia,
Brasil o Argentina.
Con una orientación distinta se encuentra Galindo, para quien la
doctrina del neoliberalismo y sus críticas han servido más bien para que los
gobernantes aprovechen el desmantelamiento del Estado y hagan negocios
particulares. Es decir, el discurso de lo neoliberal cerrado se subjetiva a
sí mismo como discurso de segundo grado. Este capítulo se adentra en el
campo de la lucha simbólica, donde el autor juega del lado de la crítica
de los trabajos que ven en lo neoliberal la fuente de todos los males. Así
que en ese juego apuesta por resaltar otros factores como la ineficiencia y
corrupción de los propios gobernantes.
Como se puede evaluar son diversas las formas en cómo la subjetividad
es tomada por los autores para abordar lo neoliberal, pero resalta como
común denominador a ellas la existencia de un enfoque relacional, pues
no se parte de un dogma que se impone sin límites a todos los individuos,
agentes, poblaciones o sujetos. Siempre está presente la formulación
de visiones del mundo, doctrinas o ideologías en contextos de lucha
simbólica en donde participan actores diversos, algunos con pretensiones
hegemónicas y otros en respuesta a ese actuar en el cual se proponen
alternativas y se resiste.

Capital

¿Está presente siempre una lectura del capital en las aportaciones? ¿Por
qué? ¿Existen matices de abordaje? ¿Qué lugar toma el capital y sus
procesos de reproducción en el estudio de los objetos-sujetos particulares
de lo neoliberal? ¿Está atada la figura del capital a la noción de clase?
Entender la reproducción del capital es entender que esta es la base de
los procesos y construcción de sujetos neoliberales. No se puede suponer lo
neoliberal sin comprender que esta es la expresión, el gobierno específico,
la manifestación del traslado de la crisis del capital a la crisis del trabajo.
En este sentido todos los capítulos toman como punto de partida la crisis y
transformaciones económicas de las décadas de los setenta y ochenta, así
como también en el caso de Moreno y Gaytán se toman los resultados de
fracaso de esas transformaciones para marcar lo posneoliberal. No obstante,

191
queda visibilizado que lo neoliberal no se reduce ni se determina en la
base económica, porque como Gramsci y los regulacionistas lo asumen,
la explicación adecuada del capitalismo debe sustentarse en sus dos caras:
la acumulación y la regulación, dígase en este sentido los procesos de
subjetivación y constitución de instituciones inherentes.
Blancas, Ortiz y Navarro son quienes con mayor profundidad se
adentran en el eje del capital para mostrar estas transformaciones. En
tanto los primeros se inclinan por la parte de reproducción del capitalismo
que alude a la separación de los hombres de los medios de producción
que quedan sujetados a una relación de explotación, el segundo autor se
centra en la transformación de la naturaleza en materia prima del proceso
productivo. Blancas y Ortiz, desde el regulacionismo, explican cómo la
necesidad de largo plazo de reproducción del capital fue la que determinó
la transformación en el mundo del trabajo. Se indica que al suponerse una
necesidad el descenso del salario relativo con la crisis del capital de los
años setenta y ochenta, se debieron formular nuevas visiones del mundo
que garantizaran la reorganización del trabajo y la producción, o dígase
la reproducción del capitalismo de largo plazo. Estos autores apuestan
por observar las condiciones de precariedad del trabajo, el desempleo y la
subocupación como normales frente a la forma de empleo de la sociedad
salarial anterior.
La aportación de Navarro, por otra parte y sin olvidar el primer
proceso, se centra en el análisis del ejercicio violento y de despojo de
los recursos naturales en México a las comunidades. Se destacan los
intereses de las empresas transnacionales que en condiciones monopólicas
convierten en mercancía la biodiversidad, el agua, la tierra, los minerales
y los hidrocarburos. Se trata de un estudio que recuerda los procesos de
acumulación originaria relatados por Marx en El capital y que Harvey
recupera bajo la noción de acumulación por desposesión, pero que se amplía
a la noción de extractivismo al considerar la destrucción socioambiental,
el deterioro de la salud y la presencia de casos de explotación laboral sin
límites, incluido el trabajo infantil.
En el mismo sentido de resaltar las posiciones de los agentes en el
espacio capitalista, León coloca las prácticas de gobierno atravesadas
por los intereses de los más ricos, quienes a través de dispositivos
gubernamentales obtienen beneficios. Señala, citando a OXFAM, como el
1% más rico del mundo ha mantenido la concentración de una cuarta parte

192
de la riqueza, pese a un incremento del número de pobres, y se pregunta
cómo es posible que se haya llegado a esta situación. La respuesta la
encuentra en la gubernamentalidad de los más necesitados, en la práctica de
gobierno hacia aquella población específica a quien se dirige un conjunto
de operaciones para estructurar su campo de acciones.
Moreno, por su parte, parece apostar por considerar la función
del mercado en la gestión de la crisis del trabajo, pero a través de la esfera
política, pues a la par de las transformaciones económicas visualiza el
ascenso de las democracias procedimentales. Es decir, lo que plantea el
autor es cómo ante la necesidad de los grandes capitales, principalmente
extranjeros y que tienen efectos perversos para la población, se requiere de
un régimen no corporativo y de consenso, donde los actores a manera de
agentes individuales en un mercado político se limitan a la selección de sus
autoridades. Una observación parecida a la de León en términos de cómo el
gobierno se legitima al autorresponsabilizar de sus males a los individuos,
aunque en este caso Moreno advierte de la crisis de este régimen al que
denomina neoliberal procedimental.
A diferencia del resto de los autores Galindo cuestiona la sobrevaloración
que se hace del capital, restando responsabilidad a los gobiernos. Señala,
para el caso de México, que los gobernantes no se dedicaron sencillamente
a administrar el régimen neoliberal, ni siquiera a inventar su propia versión.
Es oportuno señalar que no en todas las aportaciones aparece la
noción de clase en su concepción clásica como en Navarro, Blancas y Ortiz;
no obstante, en los trabajos de Moreno, León y Gaytán se apela a distintos
grupos de interés que en unos casos más que otros aparecen relacionados
a la categoría de capital. En el caso de Moreno las élites políticas estatales
surgen íntimamente vinculadas a los intereses de los capitales extranjeros;
con León el gobierno de los pobres lleva en ciernes una relación de poder-
resistencia que a decir del autor se patentiza en la desigualdad de la riqueza;
con Gaytán frente a las élites nacionales se construye una élite estatal
que, sin escindirse de los intereses de reproducción del capital, apela a un
proyecto propio no neoliberal.

Poder

¿Es un enfoque relacional del poder el que priva en las aportaciones de


los actores? ¿Quiénes participan en los procesos de lucha, dominación

193
o resistencia? ¿Cuáles son los medios o mecanismos a través de los que
se establece la relación de poder? ¿Cuáles son las posiciones y recursos
que determinan las participaciones de los actores? ¿Lo neoliberal siempre
implica el triunfo del capital?
Como se puede retomar de los párrafos anteriores, en particular
del eje del capital, el enfoque relacional de poder es el que priva en las
aportaciones de este libro. No toma una forma de sustancia el poder,
por el contrario se expresa en el juego mismo de agentes o actores con
resultados de subalternidad, antagonismo o resistencia. De manera que lo
neoliberal no se puede presentar tampoco como sustancia, como listado de
características que permitieran reconocer espacios o sujetos neoliberales.
Navarro, al tomar como punto de partida la concepción marxista del
capitalismo, es quien visibiliza más ampliamente la relación de poder por
el antagonismo de clase entre las empresas extractivistas y las comunidades
explotadas. Es el capitalista quien en su necesidad de reproducir el capital
actúa con violencia sobre la naturaleza y sus poseedores. Se determina en
este sentido que los procesos de desposesión son constitutivos e intrínsecos
a la lógica de acumulación del capital. Pero, pese a ello, Navarro demuestra
que no siempre son los intereses del capital los que se imponen, pues el
juego se da en una relación de poder- resistencia, de ahí que el centro de su
estudio sea el conflicto.
Para Blancas y Ortiz resultan fundamentales en la construcción de
subjetividades los procesos de lucha en los campos simbólico y político,
ahí se definen las formas de ver y hacer el mundo, en este caso, el mundo
del trabajo. En este sentido, en la reestructuración del trabajo han permeado
nuevas significaciones que, con el poder del estado que representa la
codificación de una visión, se han impuesto regulaciones o desregulaciones
que flexibilizan las condiciones del mismo. Esto supondría condiciones
objetivas distintas a la etapa de la modernidad anterior que otorga nuevas
experiencias y re-significaciones en el habitus de los trabajadores. Se
insiste que si bien las clases o grupos parten de homologías de posiciones,
también son agentes participantes en los campos quienes bajo un ejercicio
de violencia simbólica enclasan y, con ello, generan reconocimientos y
prácticas enclasantes. Las clases no se determinan o crean naturalmente,
sino que son producto de luchas entre agentes.
Para León la cuestión del poder remite a distintas formas de violencia,
que aunque no lo expresa así se lleva implícito en la noción de dispositivo,

194
la cual resulta fundamental en la perspectiva foucaultiana que retoma. El
autor hace referencia a discursos y prácticas de gobierno que se ejercen
sobre las poblaciones pobres no con el objetivo de eliminar la pobreza,
sino de disminuir o eliminar la conflictividad social inherente a su
condición y que deriva de la concentración de la riqueza a nivel mundial.
En esta vertiente de saber-poder León ve una intervención sobre los grupos
denominados “anormales”.
Resulta relevante que, frente al ejercicio del poder en relación a la
reproducción del capital, Navarro avizore –como ya ha sido señalado‒
formas alternativas de pensar y hacer el mundo. Menciona los casos de
comunidades que en defensa de lo común se reapropian de lo político y, con
ello, de sus capacidades de reproducción simbólica y material. Moreno, en
similar orientación a la de Navarro, no asume como todo un hegemónico el
poder que viene del capital, pues plantea el régimen específico de Estado
que se constituyó en América Latina.
Por otra parte, en tanto Navarro se refiere a respuestas locales y Moreno
a degradación del Estado neoliberal, Gaytán presenta como respuesta a
lo neoliberal la configuración de otros estados que sin salir de la forma
capitalista presentan una alternativa al neoliberalismo, y que en algunos
casos son presentados como estatistas, neopopulistas, progresistas o
posneoliberales. Para Gaytán estos estados son una respuesta a la clase más
influyente que es la capitalista, quienes se constituyen con poder despótico
frente a esta clase. Son Estados jacobinos cuyo proyecto político es propio
y no de acuerdo con la clase capitalista.
Finalmente Galindo, a diferencia de Blancas, Ortiz, León, Navarro
y Moreno, y más cercanamente a Gaytán, asume una posición desde la
cual no observa un antagonismo entre dos clases. Al suponer que el
“llamado neoliberalismo” es más una mezcolanza de proyectos, gobiernos
corruptos e ineficientes, embarazosos errores de cálculo y mentalidades
inconscientes, ve que los grupos gobernantes siguen sus propios intereses.
El neoliberalismo no es una maquinación de ideólogos con una élite bien
adiestrada para ejecutar esa política.
Se puede señalar, por tanto, que el poder no se ejerce como una
sustancia de un individuo o grupo a otro, sino que se expresa como relación
visibilizada en el uso de dispositivos, o propiamente en una violencia de
carácter simbólico como en la propuesta de enclasamiento en Blancas y
Ortiz, o de carácter físico como el despojo de bienes naturales en Navarro.

195
Cierre

Como se puede concluir, lo neoliberal articula muchos elementos y procesos


más allá de los comúnmente visibilizados; aquí solo se ha rescatado a nivel
de ejes articuladores de la obra la subjetividad, el capital y el poder. La
siguiente situación puede servir como cierre para entender la diferencia
entre observar lo neoliberal de forma cerrada o abierta (pretensión de
este libro a partir de la noción de dis-posiciones): no son las acciones de
venta de activos públicos por sí –dígase las comúnmente denominadas
privatizaciones‒ lo que representa lo neoliberal, sino “las prácticas sociales
resultado de relaciones de poder vinculadas a la reproducción del capital
(donde se pueden ubicar las privatizaciones, pero no necesariamente) y
que, en tanto esta reproducción conlleva una crisis del trabajo, aquellas
devienen de procesos de subjetivación por las cuales el malestar es
traducido en responsabilidad y cuidado de sí”.
Así lo neoliberal se configura siempre en una cotidianidad atravesada
por procesos de lucha simbólica; no hay neoliberalismo sin procesos de
subjetivación inherentes.

Mayo de 2016

196
Los autores

Edgar Noé Blancas Martínez. Profesor investigador de tiempo completo


en el Área Académica de Sociología y Demografía de la Universidad
Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH). Doctor en Sociología y maestro
en Análisis Regional. Integrante del Cuerpo Académico Problemas Sociales
de la Modernidad. Miembro nivel C del Sistema Nacional de Investigadores.
Sus últimos libros publicados son: Dis-posiciones neoliberales. Los juegos
de la municipalización en Teacalco y Tonanitla (2013) y Municipalización
en América Latina. Perspectivas de análisis y experiencias (2011).

Carlos Mejía Reyes. Profesor investigador del Área Académica de


Sociología y Demografía de la UAEH. Maestro en Sociología por la
Universidad Autónoma Metropolitana y doctorante en la Universidad
Autónoma de Barcelona. Integrante del Cuerpo Académico Problemas
Sociales de la Modernidad. Autor de “Imaginarios y reclusión. Las mujeres
en el confinamiento penal”, en La perspectiva de género en la construcción
de saberes. Homenaje a Viki Ferrara-Bardile; y coordinador del libro
Cambios sociales y precariedad en el empleo.

José Aurelio Granados Alcantar. Profesor investigador del Área Académica


de Sociología y Demografía de la UAEH. Doctor en Planificación Territorial
y Desarrollo Regional por la Universidad de Barcelona y maestro en
Demografía por El Colegio de la Frontera Norte. Integrante del Cuerpo
Académico Problemas Sociales de la Modernidad. Sus libros más recientes
son: Historias laborales de Pachuca (2015) y Dinámicas demográficas en
el estado de Hidalgo (2014).

Leonardo Ortiz Ortega. Egresado de la Licenciatura en Sociología de la


UAEH. Integrante del seminario Racionalidades, subjetividades y prácticas
neoliberales del Cuerpo Académico Problemas Sociales de la Modernidad.

Benito León Corona. Profesor de tiempo completo del Área Académica de


Ciencias Políticas de la UAEH. Doctor en Estudios Políticos y Sociales,
maestro en Sociología Política. Entre la redención y la conducción. El
combate a la pobreza en México de 1970-2012, La respuesta organizacional

197
en busca de una sociedad incluyente. Nuevos Avatares y Hacia la
perspectiva organizacional en la política pública. Recortes y orientaciones
iniciales son sus publicaciones más recientes.

Mina Lorena Navarro. Socióloga y profesora del Instituto de Ciencias


Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ganó el Premio Cátedra Jorge
Alonso a la Mejor Tesis en Ciencias Sociales 2013, CIESAS-Universidad
de Guadalajara. Es autora de una veintena de artículos sobre despojo
capitalista, conflictividad socioambiental, la política del común y luchas
socioambientales. Su más reciente publicación es Luchas por lo común.
Antagonismo social contra el despojo capitalista de los bienes naturales
en México. Es activista e integrante de Jóvenes en Resistencia Alternativa.

Octavio Humberto Moreno Velador. Profesor en la Facultad de Derecho


y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
y de la Universidad Iberoamericana, Campus Puebla. Maestro y doctor
en Sociología. Cuenta con diversas publicaciones a nivel nacional e
internacional, una de las más recientes es su libro Los senderos Tortuosos
de América Latina: estado, violencia y rebelión. Estudia el populismo,
gobiernos nacional-populares, procesos políticos y movimientos sociales
en México y América Latina.

Ricardo Gaytán Cortés. Profesor en el Instituto de Ciencias Sociales y


Humanidades de la UAEH. Maestro y doctorante en Ciencias Sociales
en la misma casa de estudios. Integrante del seminario Racionalidades,
subjetividades y prácticas neoliberales del Cuerpo Académico Problemas
Sociales de la Modernidad. Actualmente desarrolla como proyecto de
investigación doctoral: Bases sociales y autonomía estatal. Posibilidades y
límites desde la perspectiva del estado. Los casos de Venezuela y Bolivia.

Adrián Galindo Castro. Profesor investigador de tiempo completo del Área


Académica de Sociología y Demografía de la Universidad Autónoma del
Estado de Hidalgo. Es doctor y maestro en Sociología por la Universidad
Autónoma Metropolitana y la Universidad Nacional Autónoma de México,
respectivamente. Actualmente es coordinador de la licenciatura en

198
Sociología de la UAEH. Es integrante del Cuerpo Académico Problemas
Sociales de la Modernidad. Destacan entre sus últimas publicaciones
los libros: Trabajo y modernidad en Pachuca, en el estado de Hidalgo,
México; y El PRI en la oposición (2000-2006.

199
Subjetividad, capital y poder.
Una aproximación al análisis de dis-posiciones neoliberales
se terminó de imprimir en el mes de Septiembre de 2017,
en los talleres gráficos de la Editorial Universitaria de la UAEH.
La edición consta de 1000 ejemplares.

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