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El Movimiento

Revolucionario
de los Comuneros

Francisco Posada Díaz


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Versión digital/2014
Bogotá – Colombia
Digitalización:
Álvaro Hernández Andrade

Francisco Posada Díaz


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Francisco Posada Díaz (1934-1970)

Francisco Posada Díaz


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Francisco Posada Díaz

(Bogotá, 1934-1970)

Fue uno de esos intelectuales que produjo la mejor actitud


revisionista y humanística del marxismo europeo de los años
cincuentas y sesentas (Garaudy, Merlau-Ponty). Pues siendo muy
joven, Posada viajó a Europa, concretamente a Francia y
Alemania, para complementar sus estudios de Filosofía, después
de haber pasado por la Universidad Nacional de Colombia y de
haber estudiado Derecho en la Universidad del Rosario.

Pero sin duda el espacio propio de Posada fue la agitada


universidad pública de los sesentas, que en parte le presta un
carácter, nada esquemático, a sus investigaciones y ensayos: el
rigor académico, la carga ideológica y el sentido crítico. Pero ni
el rigor ni el compromiso ideológico se convierten, en los
trabajos de Posada, en lastres que escamoteen el carácter
ensayístico de su propuesta: una lucidez a toda prueba y una
voluntad de elaboración prosística, unidas a una indudable
afirmación personal (aun en el manejo de los datos objetivos)
presiden sus investigaciones históricas, pioneras en la aplicación
cuidadosa de los métodos de la sociología militante marxista, en
particular sus estudios sobre la historia de Colombia: sobre los
chibchas, sobre los Comuneros o sobre todo el movimiento
social-agrario en el siglo XX.

A su muerte temprana, causada por una leucemia, el


joven de 36 años ya había publicado sus trabajos en
importantes editoriales de España y Argentina (y póstumamente
se publicaría en Siglo XXI de México su ensayo histórico sobre los
Comuneros), y en revistas europeas y norteamericanas, y había
sido director del Departamento de Filosofía y decano de la
Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de
Colombia.

Francisco Posada Díaz


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Bibliografía Francisco Posada Díaz

El ensayo "Ideas sobre la cultura nacional y el arte realista"


fue publicado por la revista Letras Nacionales, dirigida por
Manuel Zapata Olivella, en el número de enero-febrero de
1965.

• Bibliografía ensayística:

— Los orígenes del pensamiento marxista en Latino-


américa. Política y cultura en José Carlos Mariátegui.
Madrid, Ciencia Nueva, 1968.

— Colombia: violencia y subdesarrollo. Bogotá, Tercer


Mundo, 1968.

— "El camino chibcha a la sociedad de clases" y "Familia y


cultura en las comunidades chibchas". En: Ensayos
marxistas sobre la sociedad chibcha. Bogotá, Ediciones Los
Comuneros, [s.f.] Coautor con Diego Montaña y Sergio
Santis.

— Lukács, Brecht y la situación actual del realismo


socialista. Buenos Aires, Galerna, 1969.

— El movimiento revolucionario de los Comuneros. México,


Siglo XXI, 1971. Póstumo.

---Julio Carrizosa en el libro “Colombia de lo imaginario a lo


complejo” publicado por la Universidad Nacional cap. 2
sobre “La insostenibilidad social” en el aparte “Materialismo
y Violencia” dice: Según Francisco Posada Díaz, la violen-
cia de 1947 a 1957 está al servicio del latifundismo y de la
especulación, y tuvo como respuesta la guerrilla, las
invasiones de tierras y el bandolerismo, Francisco Posada
considera errónea la tesis frecuente en su tiempo que
consideraba la violencia como el fruto del desen-
volvimiento capitalista.

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La revista “Tierra Firme” dirigida por Francisco Posada Díaz


en 1958 y que fue creada para la difusión de las ciencias
humanas aparece como una de las primeras
publicaciones concebidas con el rigor necesario para estar
a la altura de las revistas internacionales del momento.

Dos bloques temáticos resaltan en esta revista: el


Psicoanálisis y la Filosofía. El primer número de la revista
contiene tres artículos en los que se hace referencia a la
obra de Freud y otros dos en los que se toma como centro
de reflexión la filosofía,

Una segunda característica es que la casi totalidad


de los artículos corresponde a textos escritos por los
pensadores más importantes del momento. Se publicaron
trabajos de Maurce Merleau Ponty, Jean Hippolite, Martin
Heidegger.

El número de los colaboradores colombianos se limitó


a los aportes de Gutiérrez Girardot, Jorge Child, Eduardo
Cote Lamus, y José Olmedo.

En el libro “Pensamiento y acción” de la Universidad


Pedagógica, 1968, nombran el trabajo de Francisco
Posada, “La tentativa de la revolución burguesa en
Colombia” y sus resultados “Ideas y valores”, Bogotá 27 de
enero – marzo de 1967, pp. 125 a 170.

Hemeroteca Universidad Nacional, Bibliotecas:

Orlando Fals-Borda en su libro “El marxismo en Colombia”


Universidad Nacional 1984 cita a Francisco Posada en la
pp. 239.

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En el libro “Historia socio-económica de Colombia” de


Rafael Salcedo Corredor, cita a Francisco Posada
referente a su obra “Violencia y subdesarrollo” Universidad
de Antioquia, pp. 289 – 1988.

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Prologo

En la historia de una nación siempre existen figuras quienes se niegan a perder vigencia;
sus vidas y obras fueron relevantes no solamente en el pasado, sino siguen siéndolo también en el
presente, así que cada generación las reclama como propias para su momento vital. Una figura
colombiana quien, sin duda, lleva esta distinción es José Antonio Galán, el líder del movimiento de
los Comuneros, quien vivió y murió hace más de doscientos años. La lucha de Galán, que tuvo
lugar en la época tardía de la colonia española, fue guiada por la inteligencia y la fortaleza,
inconfundibles dones que aun caracterizan los campesinos y artesanos colombianos. La rebeldía
de los Comuneros contra la represión ejercido por el gobierno español de ese entonces ha hecho
eco entre todas las siguientes generaciones de colombianos, y su bandera ha sido llevada no
solamente por agricultores y trabajadores, sino también por políticos, académicos, estudiantes
intelectuales y artistas, cuyos reclamos en el siglo 21 por una sociedad más justa se elevan con la
misma voz de Galán y sus Comuneros.

Ésta fuerte identificación por parte de muchos miembros de distintos niveles socio-
económicos del país con José Antonio Galán ha contribuido al hecho de que cada cuanto aparecen
nuevos estudios sobre su lucha y su pertinencia a la actualidad. La larga historia de los
movimientos que reclaman una distribución de la tierra más equitativa y los protestantes que
marchan todos los días en las ciudades y en los campos colombianos exhortando por una sociedad
más justa evocan la vida y sacrificio de estos antepasados luchadores.

En la década de los sesenta del siglo veinte, estos mismos anhelos se hicieron más agudos
en toda América Latina, en gran parte debido a los acontecimientos como fueron la Revolución
Cubana y la llegada a la presidencia de los Estados Unidos de John F. Kennedy: hechos que
despertaron esperanzas sobre un nuevo amanecer en toda la región de las Américas. Colombia se
encontraba en el eje de este momento de turbulencia ideológica; eran años de fuertes movimien-
tos estudiantiles que se habían forjado en la resistencia a la dictadura de Rojas Pinilla durante la
década de los cincuenta, y dicha juventud fue testigo en primer plano de las olas de anti-
colonialismo y de liberación nacional que se extendieron por África, el Medio y Lejano Oriente y
por América del Sur, América Central y el Caribe después de la Segunda Guerra Mundial. Fue
también en este momento cuando grandes sectores del país político-económico fijaron su visiones
sobre cual debería ser el futuro de Colombia: puntos de vista cuyas consecuencias dieron lugar a
una polarización extremista que se vive hasta hoy día.

Fue en aquel ambiente políticamente enrarecido que el filósofo, sociólogo, y académico,


Francisco Posada Díaz, se puso a rumiar sombre el espejo de Galán y los Comuneros dejado como
legado a la generación colombiana de la intensamente politizada década de los años sesenta. Sin
duda este ejemplar intelectual del siglo veinte tomó la lucha de Galán, que tuvo lugar en el
Socorro y en otras zonas de Santander, para luego llegar al altiplano Cundi-boyacense, la misma
tierra de los ancestros de Francisco Posada Díaz, como una réplica de muchas luchas en que él
mismo participaba, y que también, como en los tiempos de Galán, fueron cargándose de intrigas,

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peleas internas, accidentes y casualidades, y que casi siempre, como fue el caso de los Comuneros,
llegaron a dolorosos desenlaces. El movimiento de los Comuneros tema digno para la mente
analítica de Francisco Posada Díaz, aportándole una oportunidad para reflexionar desde su cátedra
en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá en donde fue nombrado el primer Decano de
Humanidades en 1968, sobre los nudos casi desentrañables de la sociedad que le rodeaba.

El José Antonio Galán que encontramos en este tomo de Francisco Posada-Díaz es un actor
superior a sus detractores contemporáneos, quienes incrustados en sus despachos del virreinato
tramaron la traición a Galán y al pueblo colombiano y que terminó con la inconmensurablemente
cruel ejecución en la plaza pública del protagonista principal. De esta manera precisa y amena,
inclusive a veces con humor, Francisco Posada Díaz nos coloca en los escenarios de los Comuneros
y nos revela, desde su privilegiada atalaya intelectual, como fue el desenvolvimiento de los
acontecimientos en la ruta de los Comuneros y simultáneamente los de Bogotá.

Este volumen fue publicado póstumamente y desde entonces ha entrado al selecto grupo
de textos colombianos que cruzan las fronteras y cobran vida nueva en las manos de nuevos
lectores en todo el mundo. Ha sido traducido al inglés y sigue siendo incluido en numerosas
bibliografías internacionales sobre temas latinoamericanos. Con esta digitalización del texto
original, en conmemoración a los ochenta años del nacimiento de Francisco Posada Díaz (1.934,)
se pone de nuevo a la disposición de los lectores colombianos e internacionales la historia no de
un solo hombre sino la de los muchos hombres y mujeres, y quienes, como el espectro progenitor
de Hamlet, nos hace señas entre las luces y sombras del pasado para que difundamos la verdad
sobre lo que realmente nos ocurrió y sobre la que nos sigue ocurriendo.

Steven Bayless, Bogotá, diciembre de 2013.

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Palabras Preliminares

Este trabajo muestra un hecho decisivo en la historia de los pueblos


de América Latina a los inicios de sus movimientos de liberación del
colonialismo y el neocolonialismo. El proceso cuyos gérmenes se
desenvuelven en el siglo XXVIII, más exactamente: en su segunda
mitad, está indisolublemente ligado a las guerras de emancipación
de España ocurridas en las primeras décadas del siglo XIX y todo ello
forma una cadena histórica que enlaza esas muchas luchas con las
más actuales y más imperiosas de nuestro tiempo. Podría, entonces,
titularse perfectamente: Los comienzos de la liberación nacional de
Hispanoamérica: el movimiento revolucionario de los Comuneros
neo-granadinos en el año de 1781.
Hemos introducido en el tratamiento del tema la noción de
“época revolucionaria” que los autores marxistas que se han ocupado
del asunto dejan de lado, sin reparar que su origen se halla en la
Contribución a la crítica de la economía política y que su aplicación es
frecuente en los textos de Marx, Engels y Lenin, Ello nos ha
conducido a la conclusión de que el movimiento revolucionario de
los Comuneros, como el de Tupac Amarú en el Perú y otros si-
milares, no sólo están enlazados por pertenecer y originarse en la
crisis general del colonialismo hispánico, sino porque ellos abren la
etapa revolucionaria que culmina con la batalla de Ayacucho en
1826. No pueden ser calificados, como hacen los historiadores
liberales y los marxistas que tratan el punto como meras agitaciones
“precursoras”: se inscriben en un marco histórico, en una etapa de
transición que, lógicamente habría de desbordarse hacia nuevas
estructuras socio-económicas y políticas. Igualmente está implícito
el concepto de “sobredeterminación” (Althusser), el cual nos permite
explicar por qué este y otros movimientos similares no triunfaron:

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faltaba la exasperación de la contradicción, debido a la presencia de


factores “ajenos” a ella, y que se dio en 1809-10 en América
Hispana. Hemos tratado de poner de presente la riqueza ideológico-
política de este movimiento, sus antagonismos de clase y aquella
peculiaridad del Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia) en donde
nos tropezamos con unas numerosas “capas medias”, eventual
prerrequisito de una burguesía nacional, que no pudo madurar ni
durante la independencia, ni posteriormente, pero que facilitan
comprender la indudable base democrática que tuvo la guerra de
emancipación neogranadina.
Bogotá, junio de 1970.

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I
EL MARCO HISTORICO-SOCIAL DEL
MOVIMIENTO

Diversos factores internos y externos modelaron la coyuntura que


contribuyó a gestar la insurrección de los Comuneros de la Nueva
Granada, acaecida en el año 1781. Conformaron ellos un ambiente
político tal que, unido a otros fenómenos que adelante veremos,
alimentaron el más grande levantamiento de masas de toda la
etapa colonial en el país, y uno de los más notables de América
Latina. La guerra que por ese entonces entablaron España e
Inglaterra debe incluirse en el conjunto de las tensiones y choques
propios de un tiempo agitado en cuyo seno se debatían, a nivel
internacional, las grandes fuerzas históricas del drama de la Edad
Moderna. Inglaterra se había lanzado desde el siglo XVI a la
conquista de los mares, como indispensable presupuesto de un
acariciado predominio marítimo; España fue ya en ese mismo
momento su gran rival y lo continuó siendo a lo largo de mucho
tiempo. A medida que Inglaterra desarrollaba su industria y
ampliaba el radio de sus operaciones mercantiles eran por lo
mismo más imperiosas sus necesidades de control de tráfico
marítimo internacional. Después de infructuosas negociaciones
entre los dos gobiernos, el embajador español en Londres entregó
el 16 de junio de 1778 por orden del rey Carlos III, a la Corona
británica, el manifiesto de declaración de guerra. Este acto
repercute también, posteriormente, en la agravación de las contra-
dicciónes existentes en la sociedad neogranadina, en especial de
aquellas entre sus naturales y los intereses ligados al colonialismo
español.

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Por esos días era virrey de la Nueva Granada Manuel Antonio


Flórez Maldonado, designado por real cédula del 24 de agosto de
1775. El nuevo mandatario remplazaba a Manuel Guirior, y asumió
sus funciones el 10 de febrero de 1776. El señor Flórez fue un típico
representante del grupo de virreyes ilustrados que gobernaron al
Nuevo Reino en la segunda mitad del siglo XVIII como fruto de la
actividad de algunas zonas de esa burguesía española que había
logrado escalar importantes posiciones en la Corte madrileña de los
príncipes borbones. Las medidas que alcanzó a tomar el mandatario
antes de la declaratoria de guerra, a que nos referimos ya, eviden-
temente suponían no sólo una nueva mentalidad sino una correcta
comprensión de los cambios socioeconómicos que afloraban en las
tierras encomendadas a su guarda.
Así por ejemplo, el señor Flórez dio preferente atención al
problema de las comunicaciones, abriendo nuevos caminos y mejo-
rando los que ya existían. Su idea fue la de hacer más expedita la
interconexión de las regiones periféricas del Virreinato con las del
interior. La famosa Pragmática del comercio libre, que modificó un
tanto las condiciones del tráfico mercantil, fue celebrada y entu-
siastamente acatada por él; no sobra recordar que el señor Flórez
logró hacer extensivas sus medidas al resto de los territorios
españoles de América. Su preocupación por esta importante acti-
vidad le llevó a apreciar el valor del malecón de Bocagrande, en
Cartagena de Indias; para la continuación de esta obra ordenó la
asignación de ocho mil pesos mensuales.
El Virrey trabajó igualmente en beneficio del fomento de la
agricultura, del desenvolvimiento del comercio local, de las manu-
facturas y artesanías autóctonas; a su iniciativa se debe la organi-
zación de las instituciones gremiales de artesanos, con sus respec-
tivos reglamentos. Los estancos de aguardiente y tabaco los reorga-

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nizó por el sistema de administración. Incorporó las salinas de


Zipaquirá y Tausa a la Real Hacienda y destinó su producto al
sostenimiento de instituciones de caridad; las salinas de Nemocón
las dejó en manos de los indígenas para su beneficio. Emprendió
una tecnificación de las milicias del Reino. Fue pacificada, por el
mariscal de campo Antonio de Arévalo, la tribu de los cocinas.
En el sector cultural de su política cabe destacar que durante
su administración se implantó la imprenta en Santafé y arribaron
los primeros impresores.
En la “Relación del estado del Nuevo Reino de Granada” que
hizo el arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora a su sucesor el
virrey Francisco Gil y Lemos, en el año de 1789, se leen estas pala-
bras sobre la labor desplegada por Flórez Maldonado: “Apenas
podrían hallarse presagios más seguros de la próxima prosperidad del Reino
que las benéficas y acertadas providencias con que abrió su gobierno el
Excmo. Sr. D. Manuel Antonio de Flórez, mi inmediato antecesor… Había
encontrado en mayor decadencia de lo que esperaba la agricultura, trató en
Junta de Tribunales de los medios de su fomento, y ofreció premios a los
labradores para que no faltasen víveres á esta plaza… No le merecieron
menor atención la arbitrariedad y absoluta inacción de los corregidores en el
fomento de sus jurisdicciones o partidos y el abandono en que hasta entonces
habían permanecido los artesanos de la capital. Formó gremios de éstos con
sus respectivas constituciones para su gobierno económico. En sus días
concedió el rey el comercio libre á Santa Marta, y á su representación se
extendió esta gracia á la provincia de Riohacha, y aun manifestó lo
importante que sería se extendiese a todo el Virreinato. La Real Hacienda,
abandonada hasta sus días a las codiciosas manos de los arrendadores, tomó
mejor aspecto y notable incremento… Sucesivamente puso en administración
y formó instrucciones para la renta de tabacos conforme estaba mandado por
S. M., practicando lo mismo con las de aguardiente y alcabalas. Tan de raíz
tomó el fomento de las rentas reales en un país en que los habitantes son tan
pobres y ociosos y las atenciones del Erario mucho mayores que su ingreso,

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que creyó debía empezarse por fomentar la agricultura, minas y comercio,


como lo representó a la Corte. 1.

Estas medidas reformistas del virrey Flórez seguramente hu-


bieran surtido eficaces resultados y en una época normal hubieran
podido consolidarse y, luego, quizás, acrecentarse. Pero la segunda
mitad del siglo XVIII no fue una época normal. La guerra anglo-
hispana echo por el suelo los proyectos del mandatario. Las nece-
sidades del conflicto llevaron a la Corona a una política fiscal muy
gravosa para la Nueva Granada ante la cual se estrellaron, anulán-
dose, las iniciativas benéficas de Flórez, lo que vino a darle un curso
bastante agitado a lo que en un comienzo pareció ser una pacífica
administración. La lógica de la contradicción global con el capita-
lismo era implacable y no podía ser enviada; de ahí el fracaso del
reformismo del Virrey. La perspicacia de Caballero y Góngora lo re-
conoce en su citada Relación: “De este modo todo prosperaba en sus
manos, y en todo se veía una feliz resolución. La Real Hacienda se engrosaba,
el comercio se extendía, las rudas artes mejoraban, la agricultura florecía, las
Provincias se comunicaban, todo anunciaba una próxima felicidad” Y añade:
“Pero cuando empezaban a verse los deseados efectos de estas benéficas
providencias; cuando se iba a coger el fruto de sus tareas y desvelos; cuando
daba más extensión a sus ideas y proyectos se declaró la guerra a la Gran
Bretaña y se fulminó (si me es lícito expresarme así ) contra el Nuevo Reino de
Granada”.
En 1776 fue nombrado Regente de la Audiencia de Santafé don
Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, quien hacía parte del Consejo
del Rey, por Cédula del día 6 de abril; a fines de ese mismo año fue
designado también visitador general con amplísimos poderes
gubernamentales y fiscales. La personalidad de Gutiérrez de Piñe-
1
Relaciones de Mando de los Virreyes de la Nueva Granada / Memorias
económicas, Bogotá, 1954, pp. 98s.

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res puede sintetizarse diciendo que como diplomático no poseyó


especiales condiciones, dado su carácter difícil, pero su constancia y
extrema dedicación le hacían muy eficiente en labores de índole
administrativa.
Las prerrogativas de los regentes llegaban muy lejos, hasta el
punto de colocar la potestad de los virreyes en una posición sub-
alterna. Bien puede asegurarse que la institución de la Regencia en
las colonias hispanas obedeció a los requerimientos de una época
particularmente borrascosa y agitada, en la cual el régimen de
excepción debía superponerse a las tradiciones de gobierno. Fran-
cisco Silvestre, funcionario español del Nuevo Reino, en un tiempo
secretario de cámara del susodicho virrey Flórez, se refirió así al
asunto de que tratamos:
“Con las regencias y su institución quedó reducido a sólo el nombre o a
un fantasma la autoridad del Virrey, que siempre conviene para la seguridad
de las Américas, que en las sustancias y en el hecho representa la de
Soberano… Sin aquélla y con sólo el nombre del Oidor Decano se ha hecho
cerca de trescientos años lo mismo que podría hacerse con el Regente,
ahorrando al erario muchos y considerables sueldos, que se han aumentado y
son carga siempre de los pueblos” 2 No sobra advertir que este funcio-
2
F. Silvestre, Descripción del Reyno de Santa Fé de Bogotá, 1968.
La pugna entre los citados funcionarios fue descrita con las
siguientes palabras: “Como sus instrucciones eran secretas y sus
facultades extraordinarias [las del Regente-Visitador], sabiendo
el Sr. Flórez aquí lo que sucedía al Sr. Guirior en Lima, con motivo
de hacerse presente algunos inconvenientes que debían
esperarse, no se resolvió a contradecir cosa alguna de cuando le
proponían los Visitadores, sabiendo que éstos estaban sostenidos
y seguían ciegamente las órdenes del Sr. Gálvez. El recelo de éste,
que no dejaba de traslucirse, hacía decaer y aún despreciable la
autoridad del Virrey y engreía la de los Visitadores y Regentes:

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nario no tenía por qué preocuparse “de los pueblos” y que más bien
seguramente esta razón y las otras a que alude contra la Regencia
expresaban el punto de vista del Virrey y las inquietudes de éste,
muy explicables dada la presencia de un personaje como Gutiérrez
de Piñeres, cuya misión y tarea, por fuerza de acontecimientos que
tanto a él como al enviado regio evidentemente escapaban, iba en
detrimento de sus medidas neocolonialistas y de las reformas que
aspiraba introducir. Se puede casi palpar en este caso, como en
otros muchos, una de las contradicciones más dramáticas de la
política colonial de España: por un lado, una tendencia minoritaria,
que deseaba que las colonias adquiriesen un nuevo papel dentro
del conjunto de la economía, papel que fuese sobre todo
complementario en lo referente a los mercados y a las expor-
taciones americanas, con una buena demanda de artículos
importados por parte de los naturales de América y, por otro, la
tendencia dominante, y que a la postre se impuso, la cual no quería
siendo lo peor, que éstos mandaban y disponían cuando les
pareciera y era conforme sus instrucciones; y saliendo órdenes y
providencias a nombre del Virrey, en la mayor parte gravosas o
considerándolas los pueblos tales, el odio público caía sobre el
inocente Virrey… En estas circunstancias se declaró la guerra a la
Inglaterra: y el Sr. Flórez para estar más inmediato y al frente de
los enemigos, y libertarse de los desaires que padece su
autoridad, bajó a la plaza de Cartagena, dejando a cargo al Sr.
Piñeres, Visitador…, los negocios que pendían del superior
gobierno” (p 88). La política del ministro José de Gálvez explica
perfectamente la razón de por qué gentes de la mentalidad de
Flórez, en ese momento, no se atrevían a presentar un frente
directo; más bien procuraban apartarse, como lo hizo el virrey
Flórez, del centro de los acontecimientos litigiosos u obrar dentro
del marco de posibilidades limitadas que tenía para tratar de
enderezar las cargas.

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alteración alguna en el rodaje centenario de la maquinaria colonial.


El neocolonialismo era política de determinadas capas de la bur-
guesía y secreta aspiración de las flacas fuerzas de la industria na-
cional española; el colonialismo a la antigua era política del
tradicional despotismo peninsular.
El virrey Manuel Antonio Flórez intentó infructuosamente
hacer comprender a la Corte de Madrid las alternativas que se des-
prenderían de una política distinta a la que él estaba consagrando
sus esfuerzos. El mismo mandatario, sin efecto alguno también,
pretendió llegar a la inteligencia de Gutiérrez de Piñeres con sus
reflexiones; lo único que se obtuvo fue un rompimiento entre los
dos. Pero el problema no se reducía a la mayor o menor capacidad
de comprensión de la Corte o de su enviado. El Arzobispo-Virrey
describe así estos conflictos a los cuales los historiadores asignan
por lo general un lugar secundario: “Ni sus mismos cuidados y desvelos
por el aumento y prosperidad de la Real Hacienda [se refiere a Flórez]
merecieron la real aprobación, contestándosele solamente que no se hiciera
novedad en las rentas reales hasta llegada del Regente-Visitador, con cuyo
acuerdo se verificasen las reformas y establecimientos que se juzgasen
convenientes. Pero sea en uso de las facultades que aún se le conservaban en
el arreglo de rentas, sea por el mayor conocimiento que tenía del genio y
facultades de los habitantes del Reino, ambos jefes discordaron en el modo y
tiempo del nuevo establecimiento, y de sus resultas Flórez tuvo el sinsabor de
oír de la corte que el modo de no quedar responsable y de merecer la real
gratitud era que providenciase en todo con arreglo al dictamen del Regente-
Visitador en cuanto perteneciese a la Real Hacienda, y desde este momento
suscribió ciegamente a todo lo que este Ministro le propuso, dejando a su
cuidado proveer de caudales para los gastos de la guerra, que de día en día
3
iban recreciendo”. Del texto citado se desprenden, además, otras
importantes conclusiones. Flórez no era un adversario enconado de
3
Relaciones, pp. 102 s.

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nuevas tributaciones; pero él consideraba conveniente imponerlas


después de que una serie de medidas suyas hubiesen sido puestas
en práctica. Luego, resulta aparentemente inexplicable por qué el
mismo funcionario –en este caso Flórez- estuviese en la obligación
de ejecutar, por orden de Rey, dos políticas tan diferentes, una con
y otra contra su parecer. En verdad el Rey mismo había sido llevado
a rectificarse por presión de los acontecimientos.
El 19 de enero de 1778, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres
toma posesión de sus cargos ante la Real Audiencia de Santafé e
inmediatamente entra a las providencias que consideró necesarias.
Cuando se tuvo noticia de que habían sido abiertos los fuegos entre
las dos potencias beligerantes, el virrey Flórez delegó en el Regen-
te-Visitador y en la Real Audiencia todas las funciones adminis-
trativas, quedando él con la jefatura militar de Cartagena y los
negocios relativos a la “Capitanía General y al Real Patronato”. Esto
sucedió el 11 de agosto de 1779. El día 26 llegó a Cartagena. En la
capital del Nuevo Reino vivió apenas tres años.
Veamos las principales medidas adoptadas por Gutiérrez de
Piñeres, enderezadas ellas a facilitar la defensa de la región geográ-
fica beligerante y, por ende, la defensa del Reino y del Imperio.
Sobra decir que estas medidas se justificaron ampliamente. Volva-
mos a la “Relación” de Caballero y Góngora, adecuado fruto de su
sagaz inteligencia. “Y en efecto –asegura-, a los reparos y nuevas obras en
las fortificaciones de estas y demás plazas del Reino, el acopio de víveres y
pertrechos, a los armamentos y apresto de buques, al hecho mismo de
multiplicarse gastos y disminuirse contribuyentes, con ponerse milicias a
sueldo, sacándolas del campo y de los talleres, era muy consiguiente se fuese
sintiendo escasez en el Real Erario, y que no hubiese reglamentos ni reformas
4
que alcanzasen”. Los desastrosos efectos de la guerra para la econo-
4
Relaciones, p.103.

Francisco Posada Díaz


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mía virreinal deben referirse tanto al empobrecimiento directo


ocasionado por las exacciones tributarias, como, tal cual lo señala
Caballero y Góngora, a la limitación de sus posibilidades del normal
desarrollo vegetativo, debida al retiro de fuerza de trabajo de
sectores de la producción para ser incorporados a la milicia. Y
añade Caballero y Góngora: “Desde los primeros pasos de la guerra se
empezaron a experimentar necesidades. El Sr. Flórez pedía dinero al Regente-
Visitador, y éste duplicaba sus esfuerzos y providencias para recoger de las
cajas reales cuanto pudiera; pero muy presto se acabaron de apurar, y hubo
necesidad de echar mano del fondo de las Casas de Moneda de Santafé y
Popayán, reduciéndolos a sólo trescientos pesos, con los que hubieron de
juntarse doscientos mil para socorrer las mayores necesidades, cantidad
corta para un tiempo en que sólo en esta plaza consumía la caja de guerra
más de cincuenta mil pesos mensuales. Ocurrióse al comercio, y éste
franqueó otros doscientos mil, con calidad de que se tuvieran como enterados
en Cádiz; pero al momento prohibió estrechamente la Corte se tomasen
caudales con semejante condición, sin la que se negaba el comercio a facilitar
alguna otra cantidad. Los caudales de temporalidades, de cruzadas, de
vacantes eclesiásticas y cuantos fondos hay privilegiados fueron llamados al
socorro de la urgentísima necesidad; pero nada alcanzaba. Entre tanto se
tiraban planes de economía, y hubo pensamiento de reducir a toda la
oficialidad a medio sueldo, lo que sólo tuvo efecto en el mismo Sr. Flórez y sus
hijos. El Regente-Visitador, en quien tenían [sic] puestas todas sus esperanzas
este General, se las acabó de desvanecer con los estados que le remitió de los
productos, gastos y atenciones de la Real Hacienda en el Reino, en que se
manifestaba que para cubrir sólo las cargas ordinarias de tiempo de paz
faltaban más de ciento setenta mil pesos al año. Esto en lo más encendido de
la guerra, a tiempo que tres fragatas inglesas no cesaban de cruzar en las
costas de Santa Marta, y aun intentaban forzar aquel puerto, y cuando en las
de Caracas se había visto una escuadra de noventa a cien velas sin conocerse
5
su bandera.” Estas líneas llaman la atención además porque
destacan otros aspectos del asunto.
5
Relaciones, loc. cit.

Francisco Posada Díaz


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Piénsese lo exangües que quedaron los fondos de las Casas de


Moneda de Santafé y Popayán, las cuales acuñaron, por ejemplo en
las dos últimas décadas del siglo, una media anual aproximada de
casi novecientos mil pesos; en el tiempo de que tratamos sus
fondos llegaron conjuntamente a trescientos pesos. Por otra parte,
la guerra demandaba a los contribuyentes algo así como seiscientos
mil pesos anuales de más. Lo que representaba aproximadamente
el total de una anualidad de rentas del Virreinato. El texto citado
nos revela que la Corona hacía descargar el peso del sostenimiento
de la guerra en los hombros de los neogranadinos, y que prohibió la
aplicación de la carga impositiva que las autoridades del Virreinato
de modo indirecto iban a hacer recaer en comerciantes penin-
sulares. Política discriminatoria, o lo que es lo mismo, política
colonialista. La situación, empero, forzó al Regente-Visitador a una
conducta aún más estricta para el cobro y la discriminación de las
rentas reales. “La infeliz concurrencia –afirmó Caballero y Góngora- de
esta absoluta necesidad de consumirlos obligó al Regente-Visitador a
estrechar sus providencias en el establecimiento de las rentas reales bajo
aquel ventajoso pie y en aquel breve término que exigían las urgencias del
6
Erario”.

Hagamos un resumen de las principales medidas dictadas por


Gutiérrez de Piñeres para atender en general las urgencias del fisco
y en particular los gastos de la guerra.
El 29 de mayo de 1780 ordenó elevar en dos reales el precio
de la libra de tabaco en rama. También en dos reales ordenó elevar
el precio de cada azumbre de aguardiente de caña. Obraba de
conformidad con órdenes reales de 20 y 22 de octubre del año
anterior.

6
Relaciones, pp. 103 s.

Francisco Posada Díaz


22

El 12 de octubre de 1780 expide la: La Instrucción General


para el más exacto manejo de la Rentas Reales de Alcabala y
Armada de Barlovento, en todo el distrito actualmente sujeto y
dependiente del Tribunal y Real Audiencia de Cuentas de Nuevo
Reino de Granada. La citada Instrucción era extremadamente
minuciosa y regulaba y reglamentaba el cobro de estas
tributaciones en “67 fojas manuscritas”. Para iniciar el tema,
recordemos lo que fue el impuesto de la alcabala. El origen de este
gravamen se remonta a los árabes. Fue introducido en el Nuevo
Reino en 1592, durante la presidencia de Antonio González, y
originó una ola de descontento entre las gentes acomodadas, de la
región de Tunja en particular. Gravaba las transacciones
comerciales, excepto las que cobijaron impuestos como el de
almojarifazgo –similar al que hoy conocemos como de aduanas-
tonelada, avería, etc. El impuesto de Armada de Barlovento se
había establecido en 1635 sobre las mercancías, muy similar por
tanto al de alcabala, y cuyo producto se asignó al sostenimiento de
una flota para defender de los ataques de los piratas la navegación
comercial española y amparar a las colonias. Empero, con el
tiempo, en la recaudación no se distinguían estos dos impuestos;
después de 1720 se fundió el segundo en el primero, percibiéndose
ambos con el nombre conjunto de alcabala. Aunque en los con-
tratos con los rematadores se hacía la separación, el que ambos
gravámenes fueran contratados en común llevaba aún más
confusión a las gentes. De ahí que pueda afirmarse que el Regente-
Visitador no haya establecido una recaudación nueva; pero la
población neogranadina apenas si sabía de la existencia de la
Armada de Barlovento y cuando se conoció la disposición del citado
funcionario la reacción fue como si se hubiera implantado un nuevo
impuesto.

Francisco Posada Díaz


23

El 6 de diciembre el Regente-Visitador dictó el Auto resolutivo


para la cobranza del derecho de Armada de Barlovento, por
separado de la de la alcabala, por edictos. El 7 de diciembre resta-
bleció los Aranceles para la exacción de este derecho en Santafé,
Tunja, Leiva, San Gil, El Socorro, Muzo, Vélez, Pamplona, Salazar de
las Palmas y Girón, San Juan de los Llanos y el Coguan, Tocaima,
Neiva, Mariquita, Ibagué, La Palma, Los Remedios, Antioquia,
Zaragoza, Guamocó, Anserma, Cartago, Todo y Arma, con sus
distritos. O sea, en lo esencial aquella zona oriental del país, que se
caracterizaba como feudal y semifeudal –pequeños colonos,
hacendados, latifundistas, importancia relativa de la artesanía, etc.
La alcabala se hizo extensiva a varios artículos, lo que agravó
aún más la situación. “En este año se sublevó la villa del Socorro [dice el
cronista Caballero refiriéndose al de 1780, lo que es inexacto; quizá confundió
fechas y más bien a lo que aludía era al año de la emisión de los impuestos]
por causa de que el Regente Piñeres puso pecho hasta del hilo y huevos”, y
añade que las ventas estaban gravadas con una proporción
porcentual; así, por medio real de venta el fisco tomaba el 50%; por
un real, un cuartillo, y así sucesivamente.7 Los más afectados con
7
J. M. Caballero, Particularidades de Santafé, Bogotá, 1946, pp. 21 s.
Por ejemplo en la reglamentación de la carga de la Armada de
Barlovento, que gravaba al comercio, hallamos lo siguiente: “De cada
arroba de velas de cebo que se vendiere, dos reales sin que se cargue al
común. / De cada arroba de sal, un cuartillo. / Los paños y peyetas en
cuatro reales. / La arroba de conserva, medio real. / De cada botija de
miel, medio real. / Cada ‘bestia mula’, dos reales y si se vendiese en
cincuenta pesos, cuatro reales. / De cada arroba de jabón, un cuartillo.
/ De cada fardo de ropa de la tierra, dos reales. / De cada tercio de
alpargatas, un real. / De cada arroba de quesos, un cuartillo. / De cada
baraja de naipes, un real. / De cada cordobán medio real. / De cada
baqueta, un cuartillo. / De cada arroba de azúcar, un real. / De cada

Francisco Posada Díaz


24

estas proporciones eran los pobres. Exactamente lo mismo ocurrió


con el gracioso donativo, según el cual el indio estaba obligado a un
peso más para el sostenimiento de la guerra, en cambio “el
Marqués de San Jorge que tiene mil indios a su servicio, solamente
debe entregar dos pesos”. 8
Pero analicemos algunos factores, que si bien no incidieron de
modo directo en la revuelta del Socorro, primera fase de la insurre-
cción de los Comuneros, puede servir para apreciar el clima general
de la época, el fardo angustioso del coloniaje, factores que, por un
lado, debieron inevitablemente contribuir a gestar el descontento
difuso que se plasmó en la citada población el 16 de marzo de
1781, y que por otro, revivificados por los sucesos de esa fecha y
días inmediatamente subsiguientes, sirvieron para agregarle al
movimiento un cada vez más vasto número de inconformes, de
seres que por una u otra razón sentíanse insatisfechos con el
régimen reinante. Si bien la causa “próxima” de la insurrección fue-
arroba de algodón sin hilar, tres cuartillos y si fuere hilado, tres reales,
y siendo hilo gordo, dos reales”. Después de dispendiosa lista de gravá-
menes, el Regente-Visitador añade: “Estos años se cobrarán con
puntual arreglo a su imposición en todo el distrito que comprende la
jurisdicción de la ciudad de Tunja, y las dos villas de San Gil y El Socorro,
como también en la de la Villa de Leiva” (AHNC, Fondo “Los
Comuneros”, t. I, f. 334). En los otros folios continúan especificaciones
similares, seguramente de acuerdo con la índole de la circulación y
producción de las zonas, para Muzo, Vélez, Salazar de las Palmas,
Timaná, etcétera. En general el tomo I contiene muchas disposiciones
de igual tenor.
8
H. Rodríguez Plata, Los comuneros, trabajo publicado en el Curso
Superior de Historia de Colombia (1781-1830), t. I, vol. II, Bogotá, 1950,
p. 38. Los folios 349 a 354 establecen las disposiciones disciplinarias y
penales a que hubiese lugar para “los defraudadores de las Rentas
Reales” (AHNC, loc. cit., t, I,).

Francisco Posada Díaz


25

ron las medidas del Regente-Visitador sobre Armada Barlovento y


alcabala conocidas a mediados de marzo en la villa del Socorro, las
causas “remotas” deben situarse en todas aquellas medidas
colonialistas lesivas de los diversos núcleos sociales. Pero una
concepción como las que nos mueve no acepta una reducción
casual de índole lineal y unívoca, sino pretende ver más bien el
mutuo condicionamiento de factores lejanos y cercanos obrando en
el marco histórico de la época. Además, los factores “lejanos”
fueron obrando dinámicamente a lo largo del desarrollo del
movimiento dándole un carácter cada vez más amplio, que puede
verse en las diversas direcciones clasistas que lo agitaron y, en fin
de cuentas, lo neutralizaron.
El fiscal en lo civil y protector de indios Francisco Moreno y
Escandón fue el impulsor, hacia mediados de la séptima década del
siglo XVIII, de una política arbitraria en detrimento directo de los
indígenas. Sabíamos que una de las funciones más importantes que
cumplieron las tierras de los resguardos era la de haber servido
como reserva de ingresos para la Hacienda Real. El fiscal Moreno y
Escandón privó de tierras y por tanto de sus posibilidades de
manutención a muchas familias campesinas. El virrey Manuel de
Guirior escribe en su Relación que el “fiscal protector don Francisco
Moreno y Escandón, para que suprimiendo y uniendo los corregimientos
cortos y numerados los indios, se hagan arregladas demarcaciones y se
9
formen planos de las Provincias”. Además, debemos traer de nuevo a
cuento que en la región boyacense y cundinamarquesa –puesto
que las medidas a que nos referimos del señor Moreno y Escandón
ocurrieron “en varias parroquias sufragáneas del Socorro y San Gil”-
se estaba operando un proceso de conversión de la tierra por el
cual se gestaba una pequeña burguesía a expensas de los 9 resguar-
9
Relaciones, p. 78.

Francisco Posada Díaz


26

dos. ¿Es éste el motivo de una “tremenda revolución tenencial” que


produjo “el resquemor social” que debió impregnar la movilización de
indígenas vinculada al movimiento comunero, o como dice Fals
Borda: “…encontrara cauce expedito… en 1781, cuando sin
ambages los sufridos indios declararon que preferían regresar a la
primitiva indianidad, olvidaron al rey español y proclamaron como a
su propio príncipe y señor de Chía al supuesto descendiente de los
zipas, don Ambrosio Pisco? 10 Volviendo a la cuestión específica de
las actividades de Moreno de Escandón, el autor de “Crónicas de
Bogotá”, Pedro María Ibáñez, destacó en el pasado este importante
factor en los siguientes términos: “Coincidieron todos estos motivos de
desagrado popular con el descontento que había producido la visita de
Moreno de Escandón en la clase indígena, que hacia suprimir los caseríos y
aldeas de poca población agregándolos a los de mayor consideración e
importancia. Tuvieron que abandonar los lugares donde habían nacido,
donde habían pasado los años de la infancia, donde estaban sus sepulcros de
sus mayores, para habitar aldeas a las cuales no los ligaba ningún recuerdo,
sintiéndose en ellas como en un lugar de confinamiento" 11 Estas tierras
vacantes se vendían luego en subastas públicas.
En el año de 1776 la región del Socorro fue azotada por una
epidemia de viruela que afectó mucho la producción y el nivel de vi-
da de la pobrería. Seis mil personas pobres murieron; de las que se
salvaron muchas quedaron casi arruinadas.
En las regiones de San Gil y el Socorro el tabaco cobró un
grande incremento en el tiempo inmediatamente anterior a las
medidas que convirtieron su explotación en un estanco. Gutiérrez

10
O. Fals Borda, El hombre y las tierras en Boyacá, Bogotá, 1957, p. 89.
11
P. M. Ibáñez, Crónica de Bogotá, t. I, Bogotá, 1913, p. 456.

Francisco Posada Díaz


27

de Piñeres prohibió el cultivo de la planta a lo largo del oriente de


la Nueva Granada, exceptuando la zona de la población de Girón.
Incluso antes de la señalada prohibición las autoridades coloniales
dieron orden de destruir las siembras de algunas regiones (como en
Simacota y La Robada), con el evidente perjuicio que se derivaba
para los cosecheros. La aspiración del Regente-Visitador era la de
encarecer el artículo para lograr un mayor ingreso fiscal y rebajar el
costo de las erogaciones del estanco. “Limitado por el estanco, el
cultivo de tabaco y disfrutando la economía agrícola del Oriente,
por los hechos explicados en el primer capítulo, de una fuerte
tendencia a la expansión, era muy justo que en los campesinos de la
aludida región surgiera vigorosa y nítida la inclinación, la aspiración
política a la desaparición de los monopolios coloniales. Por eso, el
significado de la insurrección de los comuneros lo explican, lo
muestran, los hechos que la produjeron en algunas ciudades y
aldeas, y que están indicando que evidentemente el monopolio era
un traba al desarrollo de la economía neogranadina.”
En cumplimento de las instrucciones oficiales, el Visitador de
los resguardos de San Gil y del Socorro mandó destruir dos taba-
cales que ascendían a 2100 matas en el punto de Guadalupe;
además, confiscaron en la quebrada Montusa 1200 tangos de
tabaco. “Talaban los guardas los plantíos de tabaco arrancando de raíz las
matas y quemándolas al tiempo con las semillas, en los distritos de las
jurisdicciones del Socorro, Simacota, La Robada, Charalá y El Valle, San Gil y
Barichara, y en todo los demás terrenos excluidos del beneficio de las
siembras, y perseguían, maltrataban y estropeaban a los labradores y
cosecheros, encarcelándolos luego. Por sólo uno o dos manojos de tabaco que
les encontrase, de los que solían llevar consigo cuando a sus casas volvían de
las faenas, en los terrenos donde estaban permitidas las siembras, los ponían
en prisión por uno o varios meses, y padeciendo hambres y trabajos al igual
que sus familiares. Los administradores formalizaban los sumarios e imponían
12
penas secundarias sin moderación ni equidad.” Los campesinos

Francisco Posada Díaz


28

resistieron por diversos medios estas medidas. La forma más


elevada de lucha fue la que se plasmó en el movimiento comunero
de 1781, pero durante el año de 1780 hubo brotes de descontento
por la región santandereana. Su protesta se manifestaba también
en los cultivos clandestinos en las zonas alejadas o en donde la
vigilancia de la autoridad permitía burlar las disposiciones.
Finestrad hace una lamentable descripción de la vida de los
moradores de esa región en los tiempos inmediatamente
anteriores a la insurrección de los comuneros. Su alimentación
especial es objeto de vivas críticas por parte del religioso. Lo
singular de las apreciaciones de Finestrad radica en que ellos en
ningún momento pretenden exagerar los aspectos desfavorables de
la economía santandereana; antes por el contrario, algunas de sus
actividades son puestas por él como ejemplo de laboriosidad y
12
P. E. Cárdenas Acosta, El movimiento comunal del Nuevo Reino de
Granada, Bogotá, 1960, p. 90. Gutiérrez de Piñeres invitaba “a los
indios a que cumplan con las órdenes superiores y a que no se dejen
llevar de las sugestiones de los vecinos blancos [¿acaso de los pequeños
agricultores mestizos?] que no tienen otro objeto que el de su propia
utilidad” les aconseja que abandonen sus plantíos de tabaco, se
dediquen al cultivo de otras plantas que producen aquellos terrenos
con cuyos frutos podrán hacer un comercio libre sin agravio al
Monarca, ni infracción a lo mandado.” (AHNC, loc. cit., t. II f, 131). Dos
anotaciones interesantes: (a) el Regente-Visitador creía en la
posibilidad de separar del todo la indiada de los vecinos libres y
mestizos, olvidando acaso que las composiciones de tierras por razones
fiscales habían creado un gran descontento entre aquel sector social; y
(b) su oferta obedece –frente a Flórez, por ejemplo, quien fomentaba o
quiso fomentar la acumulación de riquezas- al criterio fiscalista de los
estancos y la promesa de una cierta liberalidad para el comercio de
otros frutos sólo puede interpretarse como una maniobra de
distracción.

Francisco Posada Díaz


29

consagración al trabajo. Lo cual nos permite deducir la existencia


de dos tendencias en este complejo proceso: por parte aquella
netamente progresiva, que se plasmaba sobre todo en el
desenvolvimiento de la pequeña industria, los cultivos vinculados a
ella y el comercio interzonal, y la otra, integrada principalmente por
las medidas coloniales –impuestos, restricciones, etc.- y que
frenaba el desarrollo de la producción. En otras palabras: las
fuerzas productivas que pugnaban por su crecimiento y frente a
ellas el dique de anacrónicas estructuras cuya función no era la del
beneficio de la sociedad neogranadina propiamente dicha, ni
siquiera el de capas apreciables de su población, sino la de desviar
el fruto de la labor de sus gentes de trabajo hacia el mayor
beneficio posible de la Corona española. Dice así “El vasallo
instruido”: “Ellos [los moradores de la región] parecen frailes victoriosos
precisados a una exacta abstinencia de carnes, alimentándose de un
insustancial ajiaco (éste es el nombre de la comida) o de su insípida
mazamorra, composición de turmas y harina de maíz o panizo, molido a
brazo y hecho una masa de sémola. Tienen por bebida la chicha [que] tiene
embotada la estimación, engrosando los humores, impedidas las potencias y
entorpecidos los sentidos, siempre madre fecunda del desorden y de la
ociosidad”. 13
Hacia el año 1780 muchos pobres se vieron compelidos, para lograr
sobrevivir, a dedicarse a los cultivos de algodón y de maíz, junto
con algunas artesanías, como las de los hilados y tejidos. Las
mujeres que se consagraban en gran parte a estas faenas arte-
sanales gastaban libra y media de algodón en rama para hilar media
libra, en el lapso de un día. Piénsese lo que quedaría a la infeliz
familia indígena con las deducciones reglamentarias derivadas de
13
J Finestrad, El vasallo instruido, libro transcrito en E. Posada y P. M.
Ibáñez, Los comuneros, Bogotá, 1905, pp. 105 ss.

Francisco Posada Díaz


30

las nuevas normas fiscales del Regente-Visitador. Los hilos gordo y


delgado llegaron a ser tan importantes económicamente que fue
ron usados como moneda en los intercambios entre la plebe, y por
medio de ellos podían adquirir los artículos de vital necesidad.
El odioso comportamiento de los recaudadores y alcabaleros,
los atropellos de los guardas de rentas estancadas coadyuvaron a
formar la creciente animadversión al gobierno. Salvador Plata, el
acaudalado personaje que fue dirigente a regañadientes de los
Comuneros, pese a sus notorias convicciones realistas, trató en su
defensa de reducir la causa de los desórdenes de 1781 única y
exclusivamente a la irregular actitud de los empleados ya
señalados. No obstante su evaluación, los datos que aporta bien
sirven para apreciar los justos resentimientos populares creados o,
mejor, atizados por recaudadores, alcabaleros y guardas de rentas
estancadas. Dice así Plata: “Otros con más razón fijan su origen [el de la
insurrección de los Comuneros en 1781] en la conducta que se observaba en
la custodia y administración de las mismas rentas. En efecto, si extendemos a
ella nuestras reflexiones, se dirá con V. Excelencia, que tantos clamores se
originaron de la intolerable aspereza, rusticidad y grosería solamente propias
de siglos bárbaros, con que procedían a la exacción los dependientes.” Y
continúa más adelante: “Si tal juicio se hace de los ministros destinados
únicamente a la recaudación de los reales derechos, ¿Qué diremos de
aquellos asalariados para su custodia, cuyo número cundió no poco para la
infelicidad del Reino? Tantas quejas tuvieron los pueblos contra estos que
sofocaron, que no hacían mención de la que tenían contra los primeros. Su
abominable conducta hizo tan execrable y tan odiado el nombre de guardas,
que las gentes le reputaban como característico de unos bárbaros, enemigos
de nuestro linaje… Negaban su autoridad a los jueces y los vejaban,
atropellaban a los particulares y eran sostenidos por sus inmediatos
superiores”. 14 No podríamos olvidar el factor sociológico –luego de
14 S. Plata, Defensa, numerales 40 ss. Las partes reproducidas las
hemos tomado de la obra citada de P. E. Cárdenas Acosta.

Francisco Posada Díaz


31

haber visto las grandes contradicciones entre España y el Nuevo


Reino- que le dio a las gentes de la región, en especial a las de
Santander, un carácter propio que influyó en el curso de los
acontecimientos de 1781. De las ideas expuestas por José María
Samper en el siglo XIX cabe hacer la siguiente sinopsis:
a) En el oriente del país, en especial en la región de pequeños y
medios propietarios de la tierra, la esclavitud de la raza negra no
sentó sus reales, como sí lo había hecho en los valles del Cauca y
del Magdalena.
b) La división territorial podía considerarse tan acusada, que ella
creó una mentalidad de pequeños propietarios, libres y altivos, con
un alto sentido democrático y anhelos de igualitarismo social.
c) A estas actitudes de pequeños propietarios se unían las de
pequeños productores, impulsadas por el gran desarrollo que vivió
la zona en materia de artesanías locales. Es lógico pensar que estos
fenómenos se acompañaron de un pequeño mercado que hacía las
veces de catalizador, o de sistema distribuidor de los equilibrios.
d) Las perspectivas de ascenso social que abría la propiedad
contrarrestaban el igualitarismo; esta contradicción forjaba la
mentalidad del hidalgo, el orgullo tradicional de la región, no
exento de un sentido de casta; el indio era considerado un ser
inferior.
Por otro lado, los sectores acomodados que participaron agre-
garon al movimiento en marcha sus propias reivindicaciones. La
aristocracia criolla deseaba igualdad con los españoles, sobre todo
para ocupar los altos cargos del Virreinato y a través de ellos,
adelantar sin excesivas trabas su enriquecimiento.

Francisco Posada Díaz


32

A mediados de julio de 1781 el virrey Flórez comprobaba la


irradiación que en las mentes de los criollos –seguramente de los
de mejor posición- comenzaba a tener la independencia de las
colonias inglesas de América del Norte. Dice así su comunicación a
José de Gálvez, enviado a La Habana desde la ciudad de Cartagena:
“… y de mis recelos porque la especie de independencia de las colonias
inglesas de América del Norte anda de boca en boca de todos en el tumulto, y
aunque no son capaces de formalizarla, sin embargo en estos asuntos
15
conviene no despreciar en los principios ni la menor chispa”.

Pese a todo, fue la gran insurrección popular del Virrei-


nato del Perú, dirigida por el soberano inca José Gabriel Tupac
Amarú, la que más impacto tuvo en el movimiento comunero
neogranadino de 1781, la que inclusive llegó a radicalizar algunos
sectores descontentos hasta el punto de proceder a tomar medidas
de índole francamente independentista. En el pueblo de Tinta los
indios de la sierra se levantaron, orientados por el caudillo,
ajusticiaron al Corregidor, luego pusieron sitio a la vieja ciudad im-
perial de Cuzco y proclamaron desbordantes de júbilo a Tupac
Amarú como José I. De este gran movimiento de masas se tuvo no-
ticia en el Virreinato de la Nueva Granada.16
En carta al monarca español Caballero y Góngora, cuando aún
no había sido designado virrey –por tanto se la supone vinculada a
un tiempo inmediatamente precedente al de la insurrección-, des-

15
J. M. Pérez Ayala, Antonio Caballero y Góngora, Bogotá, 1951, p. 71.
16
En la “Declaración rendida por Salvador Plata el 13 de marzo de 1783
en Santafé” (AHNC, loc. cit., t. XVIII, f. 503) se lee: “Que en la villa del
Socorro donde es vecino se esparcieron con mucha anticipación los
progresos y ventajas que en el Perú conseguía el rebelde Tupac Amarú
contra las armas del Rey, cuyas noticias se sabían y esparcían”.

Francisco Posada Díaz


33

cribe la situación del Reino y de sus habitantes: “No es posible, Señor,


que la Soberana Real Clemencia de V. M. esté verdaderamente noticiosa de
los trabajos de estos pueblos… Abrumados estos moribundos vasallos con tan
pesada carga, no pueden ya llevarla sin la costa de acabar de perder sus
débiles haciendas y trabajosas vidas. Yo soy testigo de esta lástima, pues
arrancadas del todo la mayor parte de raíces para cumplir con las
contribuciones de hoy, quedan sin sangre para poder satisfacer las de
mañana”.
Dejemos así reseñados los factores más importantes de índole
estructural y aquellos datos de coyuntura que saturaron el am-
biente político de comienzos de la penúltima década del siglo XVIII
y desencadenaron la rebelión comunera de Santander y Boyacá.
Colocado este trascendental movimiento dentro de su marco
económico-social e histórico acaso tome perfiles que no pueden
verse a la luz de los enfoques tradicionales.
Pero pasemos a tratar el desenvolvimiento y las etapas del
movimiento mismo.

Francisco Posada Díaz


34

II
DE LOS “MAGNATES DE LA PLAZUELA” AL TRIUNFO DE
PUENTE REAL

Nos hallamos en enero de 1781. El día 19 el Regente-Visitador


da orden al Corregidor de la Provincia de Tunja de publicar por
edicto “El Arancel para el cobro del derecho de la Armada de
Barlovento”, junto con el auto resolutorio de 6 de diciembre del
año pasado, a más de insertar allí mismo las cédulas reales (de
2/5/1635 y de 4/9/1637) por las cuales se legisló a este respecto. El
edicto debía ser dado a conocer en el distrito de la ciudad de Tunja
y en las villas de Leiva, San Gil y El Socorro, en los partidos de
Sogamoso y Duitama y en las parroquias de Málaga, Molagavita,
Valle de Enciso, Capitanejo, Valle de la Miel, Macaravita y el pueblo
de Tequia. El 15 de febrero ya había sido obedecida la orden por
parte del Cabildo de Tunja y se sacaron cuatro copias autenticadas
para los cabildos de las villas de Leiva, San Gil y El Socorro, y para el
Corregidor de los partidos de Sogamoso y Duitama. A mediados de
marzo dispuso el Cabildo del Socorro, obedeciendo los mandatos
del Regente-Visitador y del Corregidor y Justicia Mayor de la
Providencia de Tunja, colocar en uno de los lados de la puerta de la
Recaudación de Alcabalas, ubicada junto a la residencia del Alcalde
ordinario de primera nominación, José Ignacio de Angulo y Olarte,
el edicto con el Auto Resolutivo y el Arancel.
Es el momento de complementar algunas de las tesis que ya
se habían expuesto en relación con El Socorro y la zona de
Santander, con el objeto de mostrar, a más de los rasgos econó-
micos y sociales, las actitudes de las gentes de la región.

Francisco Posada Díaz


35

La opinión de Pedro Fermín de Vargas acerca del tipo de


propiedad agraria existente la expresa en sus “Pensamientos polí-
ticos”. Indica que: “ha sido milenaria experiencia que los pueblos,
plantados en territorios difíciles e impropicios para labores de
cultivo, progresen no sólo en la agricultura y ganadería sino
también en la industria; y que, en cambio, tierras fértiles y
ubérrimas sirven para el afianzamiento de la gran propiedad y de
clases ociosas y decadentes”. De la misma opinión en este punto
concreto fue el religioso Finestrad. El Socorro, dice, “es una de las
villas más abundantes e industriosas, sin embargo de ser su campo
ingrato, estéril; pero la aplicación en beneficio le hacen abundante y
fecundo”. Naturalmente que se requiere una evaluación más
precisa de otros factores (como la índole de las comunidades
indígenas que habitaban la zona; o el carácter de la inmigración
española plebeya, con fuertes sentimientos democráticos y
autonomistas, como correspondía al pequeño campesino, muy
numeroso , de la Edad Media ibérica), pero lo que sí es un hecho
evidente es que la estructura económica de la gran propiedad
feudal determina una bajísima tasa de inversión, lo cual la inclina a
instalarse en terrenos fértiles.
Finestrad nos presenta el panorama de un pueblo dinámico y
en crecimiento. “Es notoria la multiplicación todos los años. Se calculan
anualmente 800 los nacidos, 300 los muertos y como unos 200 los casa-
mientos, según el informe verídico que me dio el cura de dicha villa. Por
noticias más exactas que tengo de aquel Cabildo, no intervino emigración de
pobladores que viniesen de otro clima, ni de otra provincia para establecerse
en esa villa.”
Este otro documento sirve para apreciar el carácter y el sis-
tema de valores de esta pequeña burguesía, importante factor de la
formación del Movimiento de los Comuneros y especialmente, en
el papel que tuvieron gentes ligadas o extraídas de este sector

Francisco Posada Díaz


36

social como líderes de la revuelta. “Debe sin duda ese pueblo a su


naturaleza activa y frugal, elementos genitores de excelentes cualidades, su
carácter digno, en el cual resalta la independencia individual, signo de
energía y baluarte bastante eficaz contra las agresiones personales o
gubernamentales; y bien puede atribuirse a su peregrinante existencia, lo
mismo que al frecuente examen de los fenómenos económicos del cambio y a
la cultura que trae consigo el ejercicio del comercio, su espíritu práctico, sus
tendencias cosmopolitas, su decisión por el sistema republicano, su
entusiasmo por las mejoras materiales, su convencimiento respecto de la
conveniencia de los Gobiernos modestos y respetuosos por la ley, de la
supresión de los monopolios y de todo aquello que tienda a facilitar el vuelo
del espíritu humano en sus múltiples manifestaciones.” “Fueron llamados los
socorranos… los catalanes de la Nueva Granada, honor merecido a su vigor
en el trabajo; convertido aquel en energía política, bien puede
denominarseles los aragoneses colombianos, no menos briosos que Lanuza en
la defensa de los fueros populares.” 1
El día del mercado, viernes, 16 de marzo, dos mil personas se
sublevaron, encabezadas por el tejedor de mantas José Delgadillo,
con un tambor en la primera fila, los carniceros de la villa Ignacio
Ardila, el zarco, Roque Cristancho, Pablo Ardila, el cojo, y Miguel
Uribe, a quienes se les daba el apodo, muy significativo, de los
“Magnates de la Plazuela”. Junto con ellos, quien después ocupó
un papel muy destacado en la segunda insurrección de los
Comuneros dirigida por José Antonio Galán, e Isidro Molina. Estos
individuos personifican la masa de artesanos, de pequeños comer-
ciantes y de trabajadores golpeados por las rígidas medidas tribu-
tarias de Gutiérrez de Piñeres, individuos que además se conocían
como agitadores y bochinchosos.

1
Boletín de Historia y Antigüedades de la Academia Colombiana de
Historia, Bogotá, No. 59, pp. 659 ss.

Francisco Posada Díaz


37

Así por ejemplo, el negocio de Ignacio Ardila y sus hermanos,


de Roque Cristancho y Miguel Uribe –testificó el alcalde Angulo y
Olarte- consistía en comprar el ganado que entraba a la villa. Y
añade que “con el motivo de ser allí escasa la carne y depender de ellos la
venta, tienen a todas las gentes plebeyas subordinadas”.
La importancia de los Ardila la dio a conocer la “Defensa” de
Salvador Plata. Su papel en la organización del movimiento fue des-
tacado. Además, se llega al impresión de que el jefe máximo de la
primera insurrección de los comunes, Juan Francisco Berbeo, tenía
íntimos lazos con ellos, y no debe excluirse la posibilidad de que
conjuntamente hubieran planeado el pronunciamiento de aquel
memorable viernes, así como de que la consigna del momento
(muy bien elaborada y adecuada tácticamente) hubiera procedido
del propio Berbeo. Los lazos de Berbeo fueron muy estrechos con
esta pequeña burguesía que encabezaba el descontento. De la
“Defensa” de don Salvador Plata reproducimos este texto reve-
lador. “El, Berbeo, nombra por su Secretario a Joseph Ignacio Ardila, su
sobrino carnal del Escribano, y por su Cabo a Ignacio Ardila y Olarte, primo
hermano del Escribano. El Berbeo, nombró por Capitán de Volantes a Isidro
Molina, pariente del Escribano, quien asistía en su casa (la de Berbeo) y comía
a su mesa. ¿No se infiere, pues, que la elección de Capitanes y toda esta
tramoya de sublevación, se hizo de acuerdo entre Berbeo y los Ardilas?". 2

2
S. Plata, Defensa, numeral 214. AHNC, loc. cit., VI. “…toda la gente de
la plebe estaba contaminada de rebelión” (f. 241), acaudillada por “los
de la Plazuela”. Los denominados Magnates de la Plazuela aparecen
alborotando la turbamulta también en los folios 122 s. Plata sostiene
en su “Declaración” que en casa de Berbeo se acopiaban los fondos
monetarios necesarios para la sublevación (AHNC, loc. cit., t. XVIII f.
503).

Francisco Posada Díaz


38

El grito de protesta expresa muy bien el carácter inicial de las


reivindicaciones, y es la primera manifestación ideológica de la ple-
be socorrana: ¡Viva nuestro Rey de España, pero no admitimos el
nuevo impuesto de Barlovento!” Reacción que alberga objetivos
amplios, que además no se reduce al mero problema planteado por
el edicto recién puesto en la puerta de la Recaudación de Rentas.
En el citado grito, a pesar de la admisión de la preeminencia del Rey
de España, se desconocía la potestad del gobierno colonial al
negarse a admitir el llamado “nuevo impuesto”.
Este desconocimiento se hace aún más patente con el acto de
Manuela Beltrán. La multitud se dirigió a la casa del Alcalde ordina-
rio, el señor Angulo y Olarte, quien además era Recaudador del
nuevo derecho. El Alcalde Ordinario, trató de sosegar los ánimos
con palabras conciliadoras y vagas promesas, lo que infundió a la
gente una indignación aún mayor: le increparon duramente y jura-
ban a gritos morir antes que aceptar otro impuesto. En ese instante
Manuela Beltrán arrancó airadamente el Edicto con el Arancel y los
rompió; la plebe la acompaño con su algarabía y luego se dedicó a
recorrer las calles con dos gritos que parecen haber salido directa y
espontáneamente del curso que iban tomando los aconteci-
mientos: “¡Muera el Regente!” y “¡Muera el Fiscal Moreno!”. En ellos
puede distinguirse dos elementos nuevos:
1) un mayor grado de radicalización, puesto que ya se plantea
el remplazo de la autoridad –en este caso el Regente-Visitador- y
no su mero desconocimiento.
2) Una ampliación de los móviles de la lucha, por cuanto la
alusión al Fiscal señor Moreno y Escandón implicaba la cuestión de
tierras, lo cual rebasa el nivel de la reivindicación por los tributos.
En lo referente a Manuela Beltrán, el comentario del general Fran-
cisco de Miranda relacionado con los sucesos del viernes 16 de

Francisco Posada Díaz


39

marzo deja traslucir que esta mujer obró no por mera irascibilidad
o llevada por los acontecimientos; ella tenía justos motivos para
estar resentida ya que, de los primeros, sufrió el impacto del Edicto
del Arancel. “La viejecilla –dice el general Miranda- de que aquí se
habla… comenzó porque… le hicieron los guardas de alcabalas derramar un
poco de arroz que había comprado con un ovillo de hilo, del cual pretendían
3
aquellos no había pagado la alcabala”.

3
AHNC, -loc. cit., t. VI. “…y solo conoció a Manuela Beltrán que rompió
el Edicto” (f. 241). F. de Miranda, Archivo / Negociaciones, t. XV,
Caracas, 1938, p. 28. El general Miranda se basó en las informaciones
suministradas por el Protector de Indios de Santafé, Manuel Silvestre
Martínez. El “Dictamen sobre las Capitulaciones” (2 de julio de 1781 )
de Gutiérrez de Piñeres sostiene que “la referida asociación criminal se
formó” en las villas del Socorro y San Gil. Acerca de las consignas
señala que su “sola enunciativa incluye el delito más atroz que los
vasallos puedan cometer contra su legítimo Monarca, pues confiesa
una asociación criminal y armada para usurpar los derechos sagrados
de la soberanía”. Puede concluirse, con el citado funcionario, que la
plebe santandereana se alzó en abierta y franca rebelión para
desconocer los cimientos mismos de autoridad legítima. Ahora bien,
conviene decir que en ese preciso punto –el de que el alzamiento
comunero implicó el desconocimiento de los supuestos mismos del
gobierno virreinal- los diversos sectores de la administración (tanto los
“halcones” como las “palomas”) coincidían perfectamente. Veremos
luego que sus discrepancias vuelven a surgir respecto a la táctica más
adecuada después de la firma de las Capitulaciones –personificadas las
discrepancias en Gutiérrez de Piñeres y Flórez.

Francisco Posada Díaz


40

El ambiente general para la asonada del 16 de marzo de 1781


en la villa del Socorro –fecha que puede señalarse como la del
comienzo del levantamiento comunero- fue ayudado a formar por
una serie de motines y protestas ocurridos en el año anterior en
varias poblaciones santandereanas. Sin llegar a compartir las erró-
neas y exageradas tesis de José Fulgencio Gutiérrez, 4 en el sentido
de subestimar la importancia del 16 de marzo en el Socorro para
fijar la fecha y lugar del inicio de la revuelta en el mes de octubre de
1780 en Mogotes, no debe tampoco suprimírseles irradiación a los
sucesos a los cuales hace mención. Empero, Gutiérrez yerra en la
cronología de estos motines de 1780, por cuanto el primero no fue
el de Mogotes sino el de Simacota, el 22 de octubre. Estos dos tu-
vieron como causa el problema del tabaco y no la Instrucción
General de Gutiérrez de Piñeres. En Simacota ocurrió en esa fecha
una reyerta entre “cinco defraudadores” y el guarda Joaquín Sepúl-
veda e Ignacio Uribe. Los cinco citados sujetos, que al parecer co-
merciaban en el contrabando de la hoja, habían sido afectados por
la denuncia que Uribe hizo de la actividad ilícita de uno de ellos,
quien “había ido a la Robada a traer tabaco para Chima”. El guarda
y el soplón fueron fuertemente aporreados, según el informe de
Ignacio Arriaga al Regente-Visitador (8 de noviembre de 1780).

4
J. F. Gutiérrez, Galán y los Comuneros, Bucaramanga, 1939,
cap. XIII. En esta obra se hacen reparos serios al escrito de
Germán Arciniegas sobre los Comuneros: empero, la de Gutiérrez
adolece también de defectos de enfoque, documentación y
presentación técnica, aun cuando es un trabajo de cierta calidad.

Francisco Posada Díaz


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El 29 de octubre de 1780 –diez y siete días después de la


expedición en Santafé de la Instrucción general de Gutiérrez de
Piñeres, pero cuando ésta no podía ser conocida porque el despa-
cho al Corregidor de Tunja sólo fue librado casi tres meses más
tarde –dos vasallos fueron ultrajados por guardas de rentas, con la
connivencia del propio Alcalde. Los guardas habían ido -cuatro- a
confirmar la existencia de la venta pública de tabaco de contraban-
do. Custodio Arenales y José Ignacio Gualdrón reunieron “como 400
a 500 hombres, todos armados”, según afirma Ignacio de Ardila, funcio-
nario virreinal en comunicación al Regente-Visitador, fechada el 8
de noviembre de 1780.
En cambio, el motín de Charalá, encabezado por Pedro Nieto,
poseyó otro carácter, aunque no debe destacarse su contribución al
clima del cual hablamos. Documentos fehacientes que reposan en
el Archivo Nacional comprueban que Nieto trató de levantar el
vecindario para encubrir el déficit en que había incurrido como Juez
de Fabrica para la construcción de la iglesia de la localidad. El Vica-
rio General del Arzobispado fue quien puso al descubierto la
irregularidad.5 Así, pues aun cuando la chispa que originó el
levantamiento de los Comuneros tuvo una índole inmediatamente
fiscal, el ambiente político-social que lo precedió en toda la región,
el caldo de cultivo del descontento, se refirió a una problemática
más extensa.
Pero avancemos de nuevo hasta marzo de 1781. Las protestas
del Socorro se reprodujeron muy rápidamente en toda la región. En
el pueblo de Santa Bárbara de Simacota se organizó una asonada
contra el Administrador de la renta de tabaco, Diego Berenguer, y

5
H. Rodríguez Plata, op. Cit., pp. 46ss.

Francisco Posada Díaz


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sus guardas. Alrededor de mil quinientas personas coreaban los si-


guientes gritos: “¡Viva el Rey y su Corona y mueran sus órdenes y
los ladrones que están aquí!” Hallamos acá los mismos elementos
Ideológicos de las protestas del Socorro, aunque referidos a la lucha
contra el monopolio del tabaco. Luego de varias vueltas a la plaza
fue atacada la casa en donde se encontraban los funcionarios seña-
lados por el pueblo, a los gritos de “¡mueran!”, “¡perros”,
“¡ladrones!”. Se lanzaron algunas piedras, de la casa respondieron
con siete disparos, lo que causó varios heridos; pero se contratacó
con más piedras. Aquí ya se presentan los primeros elementos de
acción violenta contra las autoridades coloniales, rasgo éste que
fue inherente a la insurrección de los Comuneros. La ardentía cedió
luego un tanto, sobre todo con motivo de una procesión que se
efectuaba en honor de la Virgen. El Alcalde, ayudado por treinta
vecinos, logró sacar del poblado al señor Berenguer y los guardas,
quienes se dirigieron el día 18 a la ciudad del Socorro.
El grupo del Socorro –los Ardilas, Berbeo, etc.- envió a dos de
los suyos a la vecina población de San Gil a alborotar la plebe.
“Molina (Isidro) –reveló Salvador Plata- dice que Berbeo lo mandó
con Tavera (Ignacio) a levantar a San Gil”.6 Los motines comenzaron

6
S. Plata, loc. cit., numeral 235. Los diversos emisarios de los
Comuneros del Socorro crearon o facilitaron la creación de un
ambiente de revuelta. En el tomo IV del Fondo “Los Comuneros”
del AHNC (“Cuadernos de cartas reservadas”), denotan las
respuestas lo siguiente:
a) Berbeo aparece como el jefe indiscutido del movimiento (de
Curití respondieron al “Señor Comandante General Don Juan
Francisco Berbeo” [el 20 de junio] así: “Muy señor mío, aunque
en verdad, que así yo, como los demás vecinos de la parroquia,
debíamos en personales a ponernos a sus pies en acción de

Francisco Posada Díaz


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el 24, día del mercado. A las once de la mañana aproximadamente


fue-ron destrozados el Edicto y el Arancel. La gente se quejaba de
que a más de la prohibición de las siembras de tabaco y de su
comercio, que los había arruinado, ahora les fueran dados pechos
al algodón y las hilazas. Quemó tabaco, irrespetó a la autoridad, y
como lo señala don Salvador Plata se amplió aún más el radio de las
reivindicaciones populares: “San Gil se sublevó primero que El
Socorro contra las Rea-les administraciones de Alcabalas, Tabaco,
Aguardiente y Naipes.”.7

agradecidos al beneficio que de su protección recibimos en la


libertad de Pechos…” [f. 38]; y
b) la existencia del ánimo “de seguir para Santafé, le aviso para
su gobierno [en este caso se dirigen Salvador Plata – F. P.] que
todo este común estamos pronto a acompañarlo y defenderlo
hasta rendir la vida, avisándonos a la hora que sea menester
para yo prevenir a mis soldados… (loc. cic.). El 8 de mayo
comunican de Pamplona a los “Señores Capitanes Generales de
la villa de Nuestra Señora del Socorro” que “habiendo recibido la
muy apreciable de Uds… el verdadero amor de hermanos me
hace prorrumpir en ecos loables… por saber en todo somos
participantes, como asidos por una misma cadena… No sólo he
juntado para que siga a la ciudad de Santafé a 25 hombres que
eran los pedidos por Uds., sino que le puse al frente de Suatá a
500 hombres armados… “ (p. 71).

7
S. Plata, loc. cit

Francisco Posada Díaz


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El 25 de marzo, a las ocho de la noche, en la viceparroquia de


Pinchote, la multitud invadió el local de la Administración del
estanco, sacó de allí el tabaco y al son de las campanas lo quemó en
la plaza pública.
El 30 de marzo, de nuevo mercado, estalló otro motín en el
Socorro. Ya por la mañana habían aparecido unos pasquines
manuscritos, en prosa, cuyo nivel ideológico no rebasaba el que
hasta ese momento había sido usual: los pasquines apenas insulta-
ban a los funcionarios y a los guardas de las Reales Rentas. Como a
las doce del día se reunieron en la plaza –llamada de Chiquinquirá-
gentes de la localidad y de Simacota, Chima, la Robada y otros
pueblos, armados en su mayoría con “hondas y mochilas de
piedras, bordones, garrotes, sables, espadas, chafarotes, machete y
bocas de fuego” en un número que se ha calculado en cuatro mil.
En seguida sacaron una carga de tabaco y comenzaron a comerciar
con ella; el sobrante fue puesto en un costal y Juan Agustín
Serrano, con un amenazante puñal en la mano, encabezó un desfile
a los gritos de “Viva el Tabaco”; los tumultuarios se desparramaron
por la villa coreando vivas al tabaco de a cuartillo y mueras a los
guardas.
Uno de los hechos más singulares del día fue el forcejeo entre
el pueblo y los factores de poder, con miras absolutamente contra-
puestas. Cuando el tumulto estaba en la plaza mayor en donde se
hallaba la Administración de la renta, el maestro Joaquín de Arrojo,
cura incongruo, ordenó tocar a plegaria y salió a pasearse con el
Santísimo Sacramento. Apenas se hubo topado con la multitud,
Joaquín de Arrojo comenzó a lanzar vivas a Dios, al Rey y a la paz, y
a exhortar a que cesara el desorden. La gente poco coreó sus
exclamaciones y luego le siguió hasta el recinto de la iglesia en
donde predicó en favor de la normalidad. Empero, una mujer

Francisco Posada Díaz


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mulata, según la muy explicable calificación de Berenguer: “tan


despreciable que no hay términos con que calificarla”, adoptó la
actitud de neutralizar la labor del cura. En voz alta comenzó a
increpar: “¿Hay quien defienda las Armas del Rey?”, “¿Hay quien se ponga a
la defensa de la Renta de Tabaco?”, “¿Hay quien defienda este estanco?”, La
multitud iba respondiendo con un “¡No!” cada vez más rotundo. La
mujer, seguramente sintiéndose respaldada por el auditorio, lanzó
una pedrada contra las Armas Reales. Una lluvia de proyectiles, y
luego los puntapiés de la plebe, destrozaron los símbolos del poder
colonial. La mujer se llamaba la vieja Magdalena. De no demostrar-
se –como aún no se ha logrado- la afirmación del historiador Brice-
ño de que Lorenzo Alcantuz arrancó, piso y rompió las Armadas
Reales en el motín de Simacota, la feliz actuación de la vieja
Magdalena comprobadamente habría hecho adelantar de modo
muy señalado el crecimiento de la conciencia del pueblo santande-
reano en este año de 1781. El cura quedó desde ese momento
relegado. Trató de convencer a la enardecida turba, la amenazó con
la excomunión de no poner término a los excesos. Nada valió. El
tabaco fue quemado, el mostrador de la Tercera fue destrozado lo
mismo que algunos de sus enseres. El sacerdote dominico fray
Buenaventura de Cárdenas de rodillas trató de disuadir de tan
exacerbada conducta a los amotinados; otra mulata bien por el
contrario reviró con amenazas de golpearlo y si no llevó a cabo sus
propósitos fue por la rápida acción de uno de los integrantes del
grupo. El cura, señor de Arrojo, volvió a sus pláticas, esta vez con un
tono moderado; la gente dijo acceder a sus peticiones si los presos
por tabaco eran liberados. La presión obligó al alcalde Angulo a
ceder a este requerimiento.
Como entre las nueve y las diez de la noche hubo más mani-
festaciones; esta vez se exigía la libertad inmediata de José Velan-

Francisco Posada Díaz


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dia, quien se hallaba preso. El alcalde Angulo manifestó que se re-


sistía a entregar al mencionado sujeto. Salvador de Lamos, jefe del
tumulto, ordenó arremeter contra la cárcel y todo el que preten-
diera oponerse. El cura señor de Arrojo tocó nuevamente a plegaria
y expuso para la adoración de los fieles el Santísimo Sacramento
una vez más. El pueblo no se intimidó en esta ocasión, sino que, por
el contrario, apedreó al señor de Arrojo y a sus acompañantes y les
gritó: “¡Mueran que Dios perdona!” El Regente-Visitador dijo lo sigui-
ente en referencia a los sucesos de que tratamos: “…insolencia que
indica una especie de subversión del vasallaje y de la subordinación a la
8
soberanía” Entre los participantes del motín
8
S. Plata, loc. cit., numeral 92. El testimonio del cura de la
parroquia del Páramo, Fernando Fernández de Saavedra, es
clarificador respecto de los sucesos del Socorro: “La época fatal
de estos desatinos fue el día diez y seis de marzo en la referida
villa del Socorro. Y está tan obstinada en reducir a su partido a
los lugares, que por edictos públicos los ha amenazado con la
pena de abrasarlos y de acabar con las vidas, en caso de no
observar sus pensamientos y de no declararse con entusiasmo
bajo su comando. Este temor ha humillado las cervices de las
parroquias más sosegadas como lo ha sido entre ellas esta mía,
la que se mantuvo inflexible a fuerza de mis exhortaciones,
hasta que el día veinte, en el que virubus et posse, los alistaron a
estos vecinos dos capitanes nombrados por los levantados del
Socorro, llamando el uno don Antonio de Uribe y el otro Fermín
de Ardila”. (Carta del Arzobispo de Santafé a José de Gálvez, 20
de junio de 1781, Archivo de Indias, Testimonio No. 9 - 117-2-1)
Este documento indica:
a) Que la plebe socarrona efectuó labores de agitación y
propaganda por toda la región.
b) Que se colocó como cabeza del movimiento subversivo.

Francisco Posada Díaz


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del 30 de marzo figuraron Salvador de Lamos, Ignacio Ardila, Roque


Cristancho, Pedro Campos, Miguel de Uribe y José Delgadillo. Va-
rios, pues, de los elementos que se reunían en casa de Berbeo.
Un día después ocurrió otro tumulto en Simacota: asalto y
saqueo de las administraciones de tabaco y aguardiente, asalto y
saqueó de la casa de Fulgencio Vargas, a quien despojaron las gen-
tes de doce cargas de tabaco, quema pública de la hoja y orden de
venta a bajo precio de los sobrantes en toda la región.
El primero de abril hubo motín en el pueblo de Confines. Pese a las
exhortaciones del cura párroco, la multitud después de varios in-
tentos asaltó el estanquillo de tabaco y quemó todo el género que
encontró en plena plaza.
El mismo día en Barichara, el vecindario hizo lo mismo a los
gritos de “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”.
También el mismo día ocurrió otro tumulto en Chima con
asalto de los estancos de aguardiente y tabaco. Lo peculiar de esta
movilización fue el carácter violento que tuvo, ya que hubo diez y

c) Que, pese a las “exhortaciones” del religioso la gente no hizo caso y


se enroló en la revuelta. Al Virrey le fue comunicado desde Santafé, el
15 de abril lo siguiente: “Con motivo de los insultos ocasionados en las
villas del Socorro, San Gil, y algunas otras por sus habitantes contra las
Reales Rentas, y sus ministros, llegando a tanto extremo sus
desórdenes que profanaron el Santo Templo, y hasta lo más horroroso
herir al sacerdote que en procesión había sacado a Dios Sacramentado,
para por este medio reducirlos a la obediencia, y paz” (AHNC, loc. cit., t.
II f. 171). El documento deja traducir además la indignación del señor
Regente-Visitador para con “semejantes maldades” contra la iglesia y
la Monarquía. Este dato nos servirá para apreciar el exacto papel que
desempeño en el Movimiento de los Comuneros la cuestión religiosa.

Francisco Posada Díaz


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seis heridos como resultado de la refriega con los estanqueros.


Al día siguiente en el pueblo de Ciba, como a las once de la
mañana, comenzaron las protestas. Después de asaltar el estánqui-
llo de tabaco, de poner en fuga a los guardas, de que el Alcalde
temeroso se ocultara, fueron liberados los presos.
El martes 3 de abril el pueblo de San José de La Robada fue
escenario de las constantes actividades insurreccionales. Vecinos
de Simacota se apoderaron del tabaco de la Subfactoría en
cantidad aproximada de cuarenta cargas, y la llevaron para ser
vendida a bajo precio al Socorro y San Gil y otros pueblos cercanos.
El día 6 de nuevo hubo en Simacota franco desconocimiento
de la autoridad. Los pesos y medidas, junto con los papeles y cuen-
tas de la Administración de Alcabalas, fueron destrozados o quema-
dos.
Noticias de algunos de estos acontecimientos debió tener el
señor Gutiérrez de Piñeres, lo que se refleja claramente en la políti-
ca contradictoria con trazos de habilidosa que pretendió llevar a
cabo, quizás para apagar lo que amenazaban ser las primeras chis-
pas de un grande incendio.
El 2 de abril dispuso que el algodón y las hilazas no pagaran
impuesto de Barlovento “porque la principal industria con que se
sostienen [los pobres] es la de reducir algodón a hilo, como porque éste se
reputa regularmente como moneda en tratos y cambios, y sirve de
equivalente para adquirir lo demás que los mismos pobres necesitan para
sostenerse”. El pecho fue levantado en las ciudades de Muzo, Vélez,
y Tunja, las villas de Leiva, San Gil y El Socorro y la provincia de los
Llanos de Casanare. Primera concesión de importancia que se veía
obligado a hacer el gobierno colonial ante la presión.

Francisco Posada Díaz


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Pero la concesión era aparente, una especie de operación


táctica. El gobierno no se encontraba en buena posición en virtud
del grave conflicto exterior que afrontaba. Tenía, de consiguiente,
que valerse de medidas conciliatorias para evitar peores eventua-
lidades.
El Real Acuerdo de Justicia dispuso el 3 de abril que el Regente
-Visitador librase orden al Corregidor y Justicia Mayor de la provin-
cia de Tunja para que en persona diera a conocer en las villas del
Socorro y San Gil la dispensa del derecho de alcabala para el algo-
dón y las hilazas. Con todo, lo principal de su misión habría de con-
sistir en indagar con toda cautela y sigilo el origen de los disturbios,
sus autores y otros pormenores.
Gutiérrez de Piñeres había puesto su vela a Dios; ahora ponía
la otra al Diablo: el 6 de abril expidió la Instrucción para el cobro del
gracioso donativo, establecido por la real cédula de 17 de agosto de
1780, que gravaba a los indios en un peso y a los españoles y nobles
en dos.
El lunes 9 de abril el Real Acuerdo de Justicia convino en orde-
nar al Corregidor de Tunja, sabedor ya aquél de los sucesos del So-
corro el 30 de marzo, que tomara las medidas que juzgase conve-
niente para contener la plebe insolentada; junto con la orden el
Real Acuerdo declaró enviarle pólvora y armas.
Ese mismo día el Real Acuerdo autorizó el Regente-Visitador
para designar uno de los Ministros de la Real Audiencia como jefe
encargado de restablecer el orden en la región alzada. Fue nom-
brado oidor y alcalde de corte José Osorio, quien aceptó. Para el
mando militar de la expedición que debía partir a Santafé el Regen-
te-Visitador designo al Capitán de Granaderos del Regimiento Fijo

Francisco Posada Díaz


50

de Cartagena y de la Guardia de los Alabarderos del Virrey, Joaquín


de la Barrera, quien dio su asentimiento el día 10.
La fuerza militar que en ese momento había en la capital era
ciertamente muy reducida y de ningún modo apropiada como des-
pués hubo de demostrarse en el encuentro de Puente Real, para la
ingente empresa de someter los ánimos soliviantados de las gentes.
En Santafé no hubo otra tropa que la guardia de presidentes de la
Audiencia y virreyes. La de los virreyes estaba compuesta por dos
compañías la de caballería y la de alabarderos, que servían también
de fusileros, con cincuenta hombres cada una de ellas. Flórez llevó
consigo la primera de las citadas compañías a la ciudad de Carta-
gena, de tal modo que el Regente-Visitador sólo tuvo a su dispo-
sición los cincuenta hombres restantes de la otra compañía.
Otro de los factores que debió hacer reflexionar al Real Acuer-
do y al Regente-Visitador sobre la conveniencia de restablecer
cuanto antes la normalidad en la región señalada fue el de la agita-
ción que podía observarse ya en la propia capital del Virreinato. El
día 7 de abril fue hallado en el puente de San Francisco fijado sobre
un poste el famoso pasquín de que trataremos más adelante y que
sirvió como catalizador ideológico de las actitudes, ideas o precon-
ceptos un tanto dispersos de los amotinados del Socorro y demás
lugares. En él se atacaba al Regente-Visitador, se atizaba el descon-
tento, se describían una serie de problemas económicos y políticos,
se incitaba al desconocimiento de la autoridad colonial. Este pas-
quín revela una actitud mucho más consciente y una comprensión
global de la situación.
En otros pasquines se consignaron estos planteamientos:
¿Santafé es: tanto aguantar?
No en balde os llaman patojos,

Francisco Posada Díaz


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pues, pulgas, niguas y piojos


no os dejan levantar.
Estas líneas expresan una rebeldía económica y tienen por
objeto no dar soluciones o proponer metas, sino hacer caer en
cuenta a la gente de su miserable situación. El contenido no es
tampoco el de la promesa; describe, para exacerbar.
Otro pasquín en cambio, posee un sentido prospectivo:
¡Las indias volarán
el Regente morirá! y
¡El incendio proseguirá!
Tales frases implican serias advertencias a Gutiérrez de Piñe-
res. Las amenazas al Regente están acompañadas por dos más de
alcance muy amplio, veladas, un tanto, es cierto, pero que no dejan
lugar a dudas sobre su significación si las compramos con los versos
de la “Cédula del Pueblo” como fue llamado el otro largo pasquín
procedente de Santafé. Las dos amenazas son: una, la de continuar
la movilización; y la otra, la de independencia de las Indias. Pero
volvamos al Socorro.
El lunes 16 de abril estalló un nuevo motín allí contra las ren-
tas reales. Por sus repercusiones políticas e ideológicas bien puede
calificársele como un momento decisivo del desarrollo de los suce-
sos. El 16 de abril se plasmaron, al calor de las ideas procedentes de
Santafé, que interpretaban muy bien las de los pueblos comar-
canos, y al calor de las movilizaciones de las masas, los objetivos
básicos de la insurrección y creose el ambiente favorable para que
un día después el 17, el pueblo se decidiera a defender sus anhelos
y el día 18 se definiera la organización política y militar del

Francisco Posada Díaz


52

levantamiento a través de una organización centralizada. Veamos el


desenvolvimiento de los importantes acontecimientos.
A la una de la tarde se amotinaron los vecinos del Socorro,
San Gil y otras poblaciones, en un número calculado mayor al visto
en cualquier otro tumulto –más de dos mil personas. Iban armados
con hondas y mochilas de piedra, borbones, lanzas, chafarotes,
espadas y bocas de fuego. En la Administración de Tabaco se
reunieron el Alcalde, Angulo y Olarte, el Administrador, Diego
Berenguer, el Guarda Mayor Visitador, Ignacio de Arriaga, Salvador
Plata y los guardas de la renta. Los tumultuarios enviaron de
manera casi oficial un mensaje en el cual se pedía al Administrador
y a los guardas que dejaran lo más rápido posible la villa. Seguida-
mente alrededor de setecientas personas ocuparon la plaza prin-
cipal y pidieron se les entregara un tercio de tabaco. Prometieron
que nada más solicitarían. Luego lo quemaron y destruyeron al
mismo tiempo las balanzas, romanas, pesos y medidas. La gente
que aún no había entrado en la plaza hizo su irrupción y con piedras
o machetazos quiso echar abajo la puerta, exigiendo al unísono la
entrega de todo el tabaco depositado en el local de la Adminis-
tración. El estado de ánimo había subido. Lanzaron a la plaza
nuevas cargas y un tercio, parte de lo cual fue tomada por la
turbamulta y otra parte quemada airadamente, junto con algunas
docenas de barajas. Acto seguido se dirigieron a la Administración
de alcabalas y de aguardiente, que era la misma casa de Angulo y
Olarte, sacaron las guías y las tornaguías de las oficinas, con el sello
de los lienzos, destrozándolos y quemándolo todo. Derramaron el
aguardiente y le intimaron no cobrar más de un real y un cuartillo
por los derechos de los encarcelados. De nuevo tornaron a exigir el
abandono de la villa por el Administrador y los guardas, so pena de
ser ejecutados.

Francisco Posada Díaz


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En esta ocasión, se conoció un pasquín, largo y en verso,


procedente de la capital, el cual fue acogido con gran entusiasmo y
júbilo por el pueblo. Varios nombres recibió y en todos ellos se
consigna la aceptación que tuvo: Nuestra Cédula, El Superior
Despacho, La Santísima Gaceta y otros. Rodríguez Plata señala con
inexactitud que el papelón fue leído en 30 de marzo. 9 Quien lo
envió de Santafé a la región fue José de Alba con un individuo de
apellido Girón y llegó a Simacota, lugar que no sólo era uno de los
centros de la revuelta sino el destino de la correspondencia secreta
de Santafé. Allí se sacaron muchas copias, y una de ellas la remitió
Juan Bernardo Plata de Acevedo al Socorro al escribano Mateo
Ardila. Otras copias cayeron en poder de Isidro Molina y de otro
elemento de plebe de apellido Martínez, apodado el tosco, Molina
al son de un tambor leía en plena plaza el mencionado pasquín;
igual hicieron Juan Agustín Serrano y otros del tumulto.
¿Quién fue el autor del tal pasquín y por qué fue distribuido
en la forma como se hizo? Indudablemente los que intervinieron en
todo este asunto en Santafé eran gentes con un sagaz sentido polí-
tico. Los versos en cuestión tocaban putos centrales agitados por el
pueblo y formulaban otras reivindicaciones contra el régimen
colonial, que incidían también sobre la economía de la Sabana de
Bogotá. Algunos historiadores han formulado la hipótesis de que
Jorge Miguel Lozano de Peralta, Marqués de San Jorge, es o el autor
o el inspirador de la Cédula del Pueblo. Digámoslo de una vez: todo
está encaminado en la argumentación del aludido papelón a
disponer las baterías contra el régimen colonial.
A más de que si estos dominios tienen
sus propios dueños, señores naturales,
9
H. Rodríguez Plata, op. cit., p. 58.

Francisco Posada Díaz


54

¿Por qué razón a gobernarnos vienen


de otras regiones malditos nacionales?
Al comienzo del escrito, en unos versos alusivos a otro tópico,
van intercalando estos dos versos que se ajustan perfectamente a
los ya citados:
¿Pero cómo, si no eres propietario,
así intentas del país su destrucción?
Estos conceptos traducen una idea de independencia; tienen
el carácter de una afirmación de nacionalidad. Ellas implican que la
relación colonial no es algo natural o lógico. Tan no es algo lógico y
natural que, según el autor, otros pueblos la desconocen. Lo propio
y adecuado es que los nacionales se gobiernen a sí mismos y no
que, como a salvajes, gentes de otro país pretendan hacer suyos un
pueblo y un territorio. Y añade: por el continente se está exten-
diendo una ola de descontento.
Con que ánimo, que gente en contra nuestra,
que no hay por Dios me atrevo a asegurarlo,
pues Quito, Popayán y su palestra
a Tupacmaro gritaron por amarlo
por no tener acaso en esta diestra
alguno a quien poder patrocinarlo.
¿Conque si nosotros no amamos la opresión,
quien contendrá nuestra resolución?
Unos versos más adelante se destaca en términos más netos esta
situación:

Francisco Posada Díaz


55

Sólo nosotros estamos de pendejos.


en las Indias las vainas aguantando,
pues a Méjico y Lima por espejos
tenemos de que ya vanse levantando
la voz de su dolor y sus aquejos,
conque ya de sus llagas van sanando
y así, por Dios, librémonos de ultrajes
y dejemos el don de ser salvajes.
El pasquín no vacila en situar las causas de la infelicidad del
Reino en esta relación colonial. De acuerdo con el carácter y la
orientación del escrito, todos los males provienen de que el país
está regido por un gobierno que no es “disciplinado”:
Y para vivir desarreglados,
gobiernos hay también disciplinados.

¿El remedio? La unidad, y el cambio de mando en el estado. Dentro


del estilo peculiar de su texto, estos versos lo afirman con
resolución de neto corte radical:

De estos nuestras desdichas provienen,


y así, para excusar fines fatales,
Unámonos, por Dios, si les parece,
y veamos el Reino a quien le pertenece.

Francisco Posada Díaz


56

El mal gobierno es la causa de que los socorranos y los


santafereños padezcan, de que los indios y los clérigos estén en
mala situación, de que a nadie se le cumpla lo prometido. Aquí, allá,
acullá aparecen dardos, piedras, fuegos contra el “pícaro Regente”,
contra el fiscal Moreno y Escandón, “otro demonio que hay”, en fin
contra el gobierno.
¿Qué se hizo con los estudios? Confundirlos,
¿Qué intentó con los frailes? Acabarlos,
¿Qué piensa con los clérigos? Destruirlos,
¿Qué con los monasterios? Destrozarlos.
Y prosigue con amargas descripciones:
¿Y que con los vasallos? El fundirlos,
ya que por si no puede degollarlos.
Las frases que siguen iban dirigidas especialmente al señor
Moreno y Escandón y finalizan con una conseja que indudablemen-
te no tiene más ocasión de conocerla sino quienes están mezclados
con los altos círculos en donde salen a relucir los problemas de
familia de los gobernantes y políticos. El que el señor Moreno y
Escandón había conseguido la locura de su padre.
Pero no hay que admirar que esto le cuadre,
cuando gustoso enloqueció a su padre.
Pasa en seguida a tratar la cuestión indígena.
Bien se sabe que en amplias capas de aborígenes el prestigio
de la Corona era inmenso, debido a algunas de sus medidas. Este
prestigio se conservaba parcialmente en el siglo XVIII. La posición
política de los aborígenes no era por esa época marcadamente

Francisco Posada Díaz


57

anticolonial. La problemática colonial, que era la predominante en


las capas medias de las aldeas, villas y ciudades, que era la única
decisiva para los sectores inconformes de la aristocracia criolla (tipo
Marqués de San Jorge, v. gr.), dentro de las masas indígenas gozaba
apenas de una aceptación indirecta y parcializada. Un romance nos
ha dejado consignadas las inquietudes básicas de la actitud indí-
gena en donde aún no se había desarrollado la posición radical, que
comienza a introducir el movimiento de 1781, para que el aborigen
pudiera incorporarse más efectivamente a las luchas sociales decisi-
vas de su tiempo. Estas fueron las inquietudes básicas a que aludí-
amos:
Tira la cabra pal monte
y el monte tira pal cielo:
el cielo no sé pa onde
ni hay quien lo sepa ahora mesmo.

El rico le tira al pobre;


al indio que vale menos,
ricos y pobres le tiran
al partirlo medio a medio

Resta al indio querellante
como su mero consuelo
el de rey de España y las Indias,
¡pero el rey está tan lejos!

Francisco Posada Díaz


58

Los versos que vamos a citar demuestran que ya se puede


adivinar una diferenciación primera, la forma menos desarrollada
de anticolonialismo –la de elementos virtualmente anticolonialis-
tas-: culpar a los funcionarios públicos, dejando por fuera, intacta,
la bondadosa y lejana presencia del Monarca. El odiado corregidor
es el más señalado en este romance.

Presto le advierte el fiscal


que al alcalde vaya luego;
el alcalde lo transporta,
surcando valles y cerros,
para que al corregidor
él le confiese sus duelos.

El corregidor lo empunta
cargando de muchos pliegos
diciendo que el protector
es quien atiende sus ruegos;
y el protector lo dirige
al oidor santafereño,
oidor que no tiene orejas
y que acuerda sin acuerdo. 10
10
A. Pardo Tovar, La poesía popular colombiana y sus
orígenes españoles, Bogotá 1966, p. 62.

Francisco Posada Díaz


59

La cédula del pueblo ya había desenvuelto esos elementos,


décadas atrás. Quienes arrastrar al indio, quién vacilante, aún no ha
tomado partido. Pero el indio debe tomar partido ya que la relación
colonial lo afecta; la desapropiación de los resguardos por razones
fiscales es un ejemplo fehaciente de que el único que lo explotaba
no era el criollo rico. Y el criollo rico que se supone inspiró o con-
feccionó La cédula del pueblo quiera mostrárselo. Exagerárselo.
Táctica de doblez, pero de doblez sin significación: los hechos la
simplificaban.
Lo que hay de que tener mayor dolor
en estos hechos de tanta tiranía.
es mirar de los indios el rigor,
con que lleno de infame villanía,
a la socapa de ser su protector,
los destruye con cruel alevosía.
¿Qué agravios, que desaires, que deslices
podría hallar en aquellos infelices?
De nuevo los inculpados son el señor Moreno y Escandón y sus
composiciones de las parcialidades aborígenes… siguen los versos:
Es verdad que ninguno pudo hallar,
sino sólo el de su ansia: hacer prejuicio,
atenido siempre ha de encontrar
quien patrocine su maldad y vicio.
Y si no, ¿Qué tesoro va a buscar?
¿Qué premio, que favor, que beneficio?

Francisco Posada Díaz


60

En regalar cinco mil escudos,


porque los indios permanezcan desnudos?
¡Aquí infinito Dios de la piedad,
se queda el corazón yerto y pasmado
de ver donde alcanza su bondad,
al tener compasión de un obstinado!
¿No era digno el Regente y su maldad,
de estar en el abismo sepultado?
Sí, señor, pero finca sin esperanza
en saber que no entiendes de venganza.

¿A dónde está el amor y compasión,


que de los indios obliga y precipita
a establecer aquella pretensión
de que se trueque y anule la visita,
por la mala conducta y sin razón
con que a esta grey lo suyo se le quita?
Por lo demás es de notarse el tono paternalista que empleó el
versificador de La cédula del pueblo en referencia a los indios, muy
distinto del que hizo uso para la gente plebeya del Socorro. A la
cual se dirigió por medio de exhortaciones directas 11
El autor del pasquín protestaba en términos vehementes por
las cargas fiscales que eran la causa del desasosiego entre las pobla-
ciones atrás referidas:

Francisco Posada Díaz


61

Pretender socorrer el Erario


a costa de una injusta introducción,
que sin tener derecho hereditario,
logró el rigor, la envidia y ambición.

Lo célebre es que cuando estáis pidiendo


algún socorro para el Erario Real,
estáis a la callada disponiendo
otro nuevo método de hurtar.

El papelón brinda todo su respaldo a las movilizaciones del


Socorro, villa que elogia entusiastamente. Y les da de antemano el
apoyo de la capital. “La toma de Santafé” es la consigna implícita de
esta parte del texto.
11
La cuestión religiosa no aparece en La cédula del pueblo, ya que lo
que se planteaba era una lucha social y anticolonial desligada de
implicaciones sobrenaturales. Bien puede afirmarse, entonces, que
cuando las gentes de la plebe reaccionaban, como lo hemos visto,
contra el uso que de la religión y la Iglesia hacían clérigos partidarios
del statu quo, esa reacción no era el fruto de reflejos antirreligiosos –
ni, mucho menos ateos-, sino la defensa espontánea de sus
alegaciones socioeconómicas. Sin embargo, al propio tiempo, en el
corazón de las masas latía una inconformidad para con este proceder
de la clerecía que, por ejemplo, percibimos en el romance Mariquita la
morena:
Los frailes a comer yerba,
los burros a predicar. (A. Pardo Tovar, op. cit., p. 63).

Francisco Posada Díaz


62

Finalmente, oh Socorro primoroso,


en cuyo esmero, valor y bizarría
Que te aclama el invicto valeroso
por esta acción de tal cortesanía,
fincamos la esperanza de un reposo
que eternice tu fama y gallardía.
No cedas, por quien eres, de la empresa,
pues tienes quien guarde tu cabeza.
Si tu resuelves por pura caridad
a usar de los consejos referidos,
y marchas como digo a esta ciudad,
yo te juro que nos verás rendidos,
pues aunque por fuerza de lealtad
a tu frente nos halles prevenidos,
las armas blancas en ti no cortarán
y los fusiles mojados estarán 12
12
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. I pp 121 a 130. Finestrad
llama a La cédula del pueblo, con muy buen criterio, “el pasquín
general”, queriendo indicar que allí quedaron consignadas las
reivindicaciones básicas del Movimiento de los Comuneros, que
hasta ese instante, podrían resumirse en una: “independencia”.
Dice así el perspicaz clérigo: “¿Cómo ha de vivir el rey y morir
el mal gobierno cuándo en el pasquín general se intenta
destronizar a la real familia de Borbón del natural dominio y
señorío?... Otros son los ocultos designios disfrazados por los
amigos de la independencia”. Los Comuneros, “preocupados con

Francisco Posada Díaz


63

En este mismo día (el 16 de abril) fue notable el entusiasmo


que logró llevar a los ánimos la lectura de la cédula del pueblo.
Catalizó y concretó las ideas dispersas en un cuerpo ideológico más
o menos coherente, con una meta definida: la toma de la capital.
Alrededor de esta meta, más que de ninguna otra, se fue organi-
zando luego la actividad de los Comuneros. El Alcalde, Angulo y
Olarte, en carta dirigida de Suaita al Regente-Visitador sintetizó
algunos aspectos del papelón: “Lo que más alza y soberbia dio a la plebe
fue un pasquín que mandaron de esa ciudad [Santafé], apoyando sus
maldades, convidándolos para que fuesen a ésa donde los coadyuvarían con
novecientos orejones: y que aunque viniese Campuzano con gente, no le
temiesen; y que si al Común de Santafé lo precisaban a la defensa, no
temiesen, que las bulas irían a las nubes, y las armas blancas no cortarían
13
contra ellos”.

Los actos del 17 de abril en el Socorro son importantes ya que


manifiestan la decisión de los comuneros de constituirse como
movimiento organizado.
Se esparció la nueva de que el corregidor Campuzano haría su
entrada a la villa para someterla de modo violento. La reacción del
vecindario fue la de resistir con todos los medios a su alcance. Las
gentes del Socorro y de San Gil, así las de las poblaciones del corre-

una falsa inteligencia del patriotismo, quieren estrellar el


dominio y señorío de los reyes católicos en el Nuevo Mundo… No
ignoro que éste fue el pensamiento de los autores de la sedición y
de los partidarios de su tirana facción, bajo cuya perniciosa
doctrina militaba ya casi la mayor parte del Virreinato.
13
Carta del Dr. José Ignacio Angulo y Olarte dirigida desde la
población de Suita al Regente-Visitador el día 19 de abril de
1781.

Francisco Posada Díaz


64

gimiento de Sogamoso, se congregaron, previa una convocatoria,


en el sitio denominado La Polonia. Llevaban sus armas, las únicas
que poseían: hondas y mochilas de piedra, chafarotes, chuzos,
borbones, lanzas y puñales, espadas y algunas bocas de fuego. Ese
día de modo oficial, se definió la jefatura de quien luego iba a ser el
Generalísimo de los ejércitos comuneros: Juan Francisco Berbeo. Él,
junto con Juan Miguel González, Ignacio Calvino, Antonio José de
Araque, Pedro Fabio de Archila, Melchor de Rueda, Gregorio Rubio
y Miguel Monsalve, capitaneaban la resistencia. Berbeo ordenó se
erigiera una fuerte estacada a la salida del puente de Oiba hacia el
Socorro, con varios parapetos y fajinas. Dio orden igualmente de
inutilizar los puentes de San Bartolomé y de Vargas y, en general,
de obstruir las vías que pudieran servir como acceso de las fuerzas
del Corregidor a la villa del Socorro. Dispuso interceptar el correo
procedente de la capital y registrar la correspondencia oficial. Esta
actitud de beligerancia por parte de la plebe y sus jefes determinó
el derrumbe del poder local: ese mismo día, a altas horas de la
noche, abandonó la villa el Alcalde, señor Angulo y Olarte.
Paralelamente a los hechos del Socorro se desató otro motín
en Chitaraque (día 16). Durante la noche se hicieron presentes allí
gentes armadas y asaltaron los estancos de tabaco y aguardiente,
quemando el primero de los géneros y derramando el segundo a
los gritos inusuales de protesta y de sedición.
También por esos días persistía el rumor de la sublevación de
Tupac Amarú en el Perú. La gente supo que cuatro meses atrás el
jefe inca se había levantado contra los pechos y ponía en jaque la
centenaria dominación hispana sobre su raza. Quien asumió la
tarea de divulgar estas noticias en la capital fue Melchor Guzmán,
un artesano de Lima, culto según parece, y que recibía informa-

Francisco Posada Díaz


65

ciones desde su ciudad natal. 14 Ya vimos que La cédula del pueblo


presentó una relación sobre el mismo hecho y que, inclusive, trató
de dar la imagen como si todo fuera un gran levantamiento cuasi
continental, tanto más importante cuando demostraba a las claras
que el colonialismo español había entrado en el comienzo de su
fase de crisis general.
La formación de un mundo unificado central se imponía como
una necesidad apremiante. Un día después, el 18 de abril, una
enorme multitud se reunió en el Socorro a fin de llevar a buen tér-
mino esta iniciativa. La jornada fue memorable. De diversos puntos
llegaban los capitanes del pueblo con sus tropas, los cuales eran
recibidos con inmenso júbilo: gritos, cohetes, repiques de
campanas. En este ambiente de democracia directa, con la asis-
tencia de más de cuatro mil campesinos, artesanos, pequeños
comerciantes y elementos de otros sectores sociales, los adictos a
Berbeo, Isidro Molina, Ignacio Ardila, el zarco, y Pablo Ardila, el
cojo, encabezaron la marcha hacia la plaza mayor. Allí, al son del
tambor, Manuel José Ortiz, portero mayor del Cabildo, leyó un
pronunciamiento, escrito de su puño y letra, por el cual se desig-
naban jefes, en su orden, “a Don Juan Francisco Berbeo, a Don Salvador
Plata, a Don Antonio Monsalve, a Don Diego de Ardila”, quien por no
hallarse presente en la villa fue sustituido por Francisco Rosillo.
El documento se halla suscrito por “Nos el Común”.
Ello señala implícitamente que los Comuneros consideraron
sus autoridades erigidas no por preeminencias de rango y san-
gre. Sus autoridades fueron establecidas por medios genuina-
mente democráticos. “Nos el común de toda esta jurisdicción de la
villa del Socorro – tal es el encabezamiento del documento en
cuestión- por cuando hallarnos esperando avance
14
H. Rodríguez Plata, op. cit. p. 64.

Francisco Posada Díaz


66

que nos viene prometido, de venir a asolar, agotar y destruir nuestra villa y
sus moradores, para cuya defensa tenemos ordenado y dispuesto, para
gobierno y quietud de los soldados, y buenos ordenamientos, hemos tenido a
bien nombrar y elegir… Capitanes Generales” 15

¿Cuáles son las relaciones que el citado texto establece entre


autoridad y base? Por un lado, el Común promete obediencia y
fidelidad a sus jefes. “A los cuales dichos capitanes nos sometemos a rendir
obediencia, como a nuestros superiores, bajo penas que ellos hallaren y
tuvieren a bien imponernos; y nos obligamos a la defensa de que no se
consentirá que ultrajen la persona de ninguno de ellos, ni se les falte al
respeto”. Por otro lado, el pueblo queda como como poseedor de la
autoridad y los delegados de ésta, los jefes, no pueden salirse de
los límites de una especie de acuerdo que tiene límites obvios y
elementales: los de no traicionar la causa cuya capitanía se les ha
encomendado. “Bien entendido que todo esto sea anexo al uso de defensa
de nuestra empresa, y que de lo contrario usaremos de nuestro derecho con
todo rigor contra el capitán que se nos rebelare en contra nuestra”.

Por su parte, la Regencia y el Real Acuerdo decidieron ocupar


el Puente Real, por ser este lugar estratégico en el camino del Soco-
rro a la capital. Convencidos acaso de que la fuerza de los
insurgentes era menor de la que en realidad resultó, creyeron que
las fuerzas que allí enviaron lograban superar algunas deficiencias
de dicha población desde el punto de vista militar, como la de los
terrenos aledaños, piojosos de colinas, lo que naturalmente facilita-
ba un sitio.
La expedición a Puente Real salió dividida en dos secciones,
una con el Oidor y otra al mando del ayudante Francisco Ponce. En
cinco días estuvo Osorio en el Puente Real. Por el camino no todo
15
Este documento se halla también en el Fondo de “Los Comuneros”,
AHNC. “El Común” y “al nombre del Común” son expresiones que
aparecen con frecuencia (p. ej., en AHNC, loc. cit., t. v, ff. 83 ss).

Francisco Posada Díaz


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fue fácil para él: así por ejemplo, había pedido a la villa de Leiva que
cooperase al buen suceso de su empresa con cincuenta hombres. El
Cabildo de dicha población dio una negativa indirecta. El cinco de
mayo Osorio fue notificado de que los rebeldes marchaban sobre el
Puente Real. Esta marcha había sido dispuesta por Berbeo, como
consta en documentos. En declaración hecha en Tunja el 24 de
enero de 1782 Francisco Rosillo, uno de los Capitanes Generales,
reveló “que quien fue a Oiba fue don Juan Francisco Berbeo , y que aunque
concurrió mucha gente a resistir la entrada del señor Corregidor, del Socorro
fueron muy pocos, y que en donde se junta-ban las gentes levantadas era en
casa del dicho Juan Francisco Berbeo, y allí fue donde se hizo la junta de
dinero y que es cierto que el declarante concurrió a dicha junta, acompañado
de don Antonio Monsalve, pero que fue de miedo que el expresado Berbeo y
por su orden, y que el dinero que se recogió se lo entregaron al expresado
Berbeo por encima de su mesa, para los gastos de la rebelión. Que el primero
que comenzó a librar títulos de capitanes fue don Juan Francisco Berbeo, y
que en casa del enunciado Berbeo asistían los capitanes volantes Molina y
Tavera y que comían en su mesa”. 16

La movilización de tropas comenzó el 10 de mayo de 1781.


Estas tropas eran comandadas por capitanes como Ignacio Calviño,
Antonio José Araque, Gregorio José Rubio, Ignacio José Tavera,
Pedro Fabio de Archila, Melchor José de Rueda, Miguel Monsalve e
Isidro Molina. En su defensa Salvador Plata alude a la coordinada
actividad de Berbeo, que procuraba atacar al Corregidor, señor
Campuzano, procedente de Tunja, al oidor Osorio, en Puente Real,
y hacer viable la posibilidad de marchar a Santafé. “En casa de Berbeo
se hizo esta junta de capitanes. Es una misma la salida de gentes a resistir al
corregidor Campuzano y al oidor Osorio; y ya hemos visto los movimientos de
Berbeo, para intentar y ejecutar aquella. [Nosotros igualmente.] Consta, ade-
16
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. I, pp 155 ss.

Francisco Posada Díaz


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más de esto, que con fecha cuatro de mayo escribió Berbeo a Cincelada, que
para lograr la victoria tuviese juntas las gentes a cualquier orden, y prontas
las mulas con sus toldos, para si fuese necesario ir a Santafé o dar auxilio a la
17
gente que anda arriba, es decir para el Puente Real.”

Al propio tiempo que Berbeo disponía el avance sobre el


Puente Real, sus adictos los aclamaron Superintendente y Comán-
date General, y le confirieron el mando supremo de toda la tropa y
oficialidad con el títulos de Generalísimo, nuevas que fueron
noticiadas por toda la región alzada al son de caja y voz de prego-
nero. El dos de mayo fue constituido un Supremo Consejo de
Guerra, a esfuerzos de Berbeo, e integrado por los capitanes José
Antonio Estévez –quien remplazaba al señor Plata- y Ramón
Ramírez, a más de los capitanes generales escogidos el 18 de abril
en el Socorro; como Secretario de Estado del Consejo fue electo
Joaquín Fernández Álvarez. El Consejo asumió las funciones propias
del Real Acuerdo de la Audiencia en lo tocante a los asuntos polí-
ticos, y fue cuerpo consultivo en lo referente a la insurrección. Por
ejemplo, emitió aquellas medidas tendientes a organizar las tropas
y a introducir disciplina en ellas a través de multas, azotes e incluso
la pena de muerte. Fue organismo de confirmación de aquellas
designaciones hechas por medio de la aclamación de la plebe y, en
su calidad de tal, expedía los títulos definitivos. El enfrentamiento
entre las tropas comuneras y el ejército virreinal, al mando de
Osorio y Campuzano, desalojó la fase de la espontaneidad política y
fue cediendo paso a la de la organización político-militar. Berbeo y
sus gentes iban llegando a la convicción de que era indispensable
para obtener sus objetivos el tener un instrumento de lucha capaz
de enfrentarse al poder colonial: eso que llamamos la organización

17
S. Plata, loc. cit., numeral 211.

Francisco Posada Díaz


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político-militar de los comunes. El padre Finestrad, autor de “El


vasallo instruido”, afirmó que la insurrección “declaró su
independencia, quiso gobernarse como república soberana, nombró
magistrados, estableció un Consejo Supremo… saliendo de este subrepticio
tribunal los títulos de tenientes generales, de sargentos mayores, de capi-
tanes, con las ordenanzas para las tropas y los reglamentos para los
comunes, con apercibimiento de multas pecuniarias, de azotes y hasta la
vida. Se firmaban títulos de capitanes volantes, se mandaban órdenes
rigurosas de comisión para que los Cabildos y pueblos prestasen juramento de
fidelidad y obediencia a los capitanes generales del Socorro, amenazando con
graves penas a los que se oponían. El supremo figurado consejo era el
tribunal en donde se trataba de quejas y se conocía de apelación sin atender
a la Real Audiencia para estos actos de jurisdicción”.18
Al mismo tiempo Berber envió a su capitán el doctor Ramón
Ramírez a la localidad de Girón, en donde había estallado por esos
días una verdadera “contrarrevolución” (Rodríguez Plata). El 21 de
mayo el capitán Ramírez fue atacado por las gentes de Girón en
Guatiguará, zona que estaba levantando precisamente, propinán-
dole una derrota, que incluyo tres bajas. El capitán Ramírez y su
gente huyen a Curití, allí se reorganiza y con una tropa de más de
cuatro mil hombres invade a Girón; pero sus habitantes, sabedores
de la marcha, habían abandonado la población. Los Comuneros
querían tomar la terrible represalia de quemarla en su totalidad; a
última hora parece que las reflexiones de los doctores Eloy
Valenzuela y Felipe Salgar los disuadieron de tan drástica resolu-
ción. Empero, saquearon tabaco, sal, naipes, y aguardiente. El
general Miranda apreció así algunas de estas actividades: “No se
puede negar que los insurgentes formaron sus planes con inteligencia. Viendo
que entre todos los valles que forman los distritos de Tunja y Girón, sólo había
esta sola ciudad que parecía oponerse a sus ideas, determinaron subyugarla
por la fuerza. Girón quedaba a espaldas del camino por donde ellos debían
18
J. Finestrad, op. cit.

Francisco Posada Díaz


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marchar, y por su posición abría entrada a los auxilios que podían venir de
Cartagena. Era pues importantísima su posesión”. 19
La instrucción y plan para el acompañamiento de la tropa y de su ejecu-
ción, suscrito por los notables de la localidad, Pablo Antonio
Valenzuela, Antonio Salgar y Nicolás del Villar, en San Juan de Gi-
rón, ya desde 2 de mayo de 1781, es una práctica declaración de
guerra al movimiento del Socorro: “Supuesto que las noticias que se
tienen del intento de las gentes de las villas de San Gil, Socorro y parroquias
de su jurisdicción, es de venir a esta ciudad a quitar (como dicen) el estanco
de tabaco, aguardiente, alcabala y sisa y demás que están mandados
observar y se observan, y que para este fin abren los archivos, rompen los
papeles que tratan sobre los dicho y se apoderan y disponen del dinero que
encuentran en dichos ramos, exhortando a las gentes para que amistosa-
mente les sigan… Que S. M. no excusara oírlos es sus pretensiones, dándoles
remedio a sus quejas, con que haciéndolo en los términos que son permitidos
se excusen de incurrir en su real indignación, la que siempre es temible, y
eficaz su ejecución… Que esta ciudad le tiene jurado y obedece sus leyes y
órdenes se sus Ministros; que no ha intentado, intenta ni intentará en manera
alguna contra ellas, observando en fidelidad su vasallaje”.

Alrededor de las 8 de la mañana fue la hora en que el oidor


Osorio vio, el día 7 de mayo, desde la iglesia parroquial de Puente
Real, gruesos pelotones de comuneros que acamparon en la altura
enfrente de la localidad. Lo hacían en medio de un gran alboroto,
estallando cohetes. En las horas siguientes el señor Cura Vicario de
la Parroquia, Andrés Martín Borrel, y Osorio recibieron comedidas
pero enérgicas notas, según las cuales iban a tomarse el pueblo con
o sin resistencia por parte de sus ocupantes y de las autoridades.
Además prevenían al primero de los citadinos que convenía consu-
mir las especies sacramentales. El oidor contestó que atendería a
19
F. de Miranda, op. cit., t. XV.

Francisco Posada Díaz


71

“dos o cuatro sujetos de su satisfacción e inteligencia” para


conferenciar con ellos. Esta propuesta fue rechazada por los
Capitanes de retaguardia. Una comisión compuesta por el Cura
Vicario y el presbítero José de Bárcenas logró persuadir a los alza-
dos que enviaran una comisión a parlamentar con el Oidor, la cual
fue integrada por cinco miembros, dos de la retaguardia y tres del
grupo que encabezaba Calviño. Los comisionados formularon sus
quejas y el Oidor ofreció atender a sus demandas, señalando la
conveniencia de presentarlas por escrito; para facilitar su estudio,
sugirió que se desistiese de la idea de tomar la capital y que se
restableciera la calma por medio del regreso de todos a sus hoga-
res. Además, prometió seguir al Socorro y conferenciar con los
Capitanes principales a fin de aliviar la penosa situación ocasionada
por los pechos y restricciones. Por la tarde, el Oidor se presentó en
persona a ambos campamentos en donde repitió sus promesas.
Algunos del común le respondieron que toda con conclusión debía
estar condicionada a la no resistencia por parte de la autoridad
virreinal a la ocupación de Santafé por las tropas rebeldes. Esta
opinión se impuso luego de que el Oidor dejó los campamentos.
Al día siguiente Osorio recibió esta tajante comunicación,
firmada por los capitanes Calviño, Tavera y Camacho, por Antonio
Becerra y Blas Antonio Torres: “Participamos a Vmd. cómo hoy no pode-
mos contener al común; y así salga de esa parroquia VC. y eso dentro de una
hora, porque hemos alzado todos los más lugares, esto es, quitando todos los
estancos, hasta nueva orden: y así avisamos hacer los mismo con ese lugar; y
si alguno se opone al común, será castigado y el lugar convertido en cenizas;
y las armas de V.S. tiene, entregarlas prontamente, con la pólvora y balas.
20
Esta es la última razón”. La firme decisión de los insurgentes decidió
en su favor la situación: los soldados, guardas y administradores de
20
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. I p. 177.

Francisco Posada Díaz


72

estancos habían huido, y los primeros abandonaron el armamento


puesto a su cuidado. Alborotado el pueblo penetró a la localidad y
se apoderó de los pertrechos que habían pertenecido a los rea-
listas.
La trascendencia del triunfo de Puente Real fue extraor-
dinaria: llenó de pánico a Santafé, debilitó aún más la escasísima
moral del gobierno capitalino, colmó de júbilo y confianza a las
huestes comuneras y dejó libre el camino hacia el sur.
Los pertrechos que dejaron las tropas virreinales se elevaban
a 148 fusiles, una cifra semejante de bayonetas, buena cantidad de
chuzos, sables, espadas, pistolas, bocas de fuego, veinte mil
cartuchos con balas, cuatro cajas con pólvora, equipo, vestuario y
bagaje.
Este triunfo precipitó la decisión más importante desde el
punto de vista militar: la toma de Santafé. Salvador Plata dijo en su
Defensa: “El día 8 de mayo fue la derrota de la expedición de Puente Real
pero ya el día 3 había pedido Berbeo auxilio contra ella y si fuera necesario ir
a Santafé como consta en las cartas citadas de Cincelada y Zapatoca. De ellas
se infiere lo primero, pero no sólo dio órdenes para resistir a la expedición,
sino también previno gentes para que le acometiesen otra vez, si aquella
venciese. Lo segundo, que fue obra suya [de Berbeo] la invasión de la capital”.
En el mismo documento de Plata: “…luego a un mismo tiempo recibió
Araque de Berbeo las órdenes contra aquella expedición [la del oidor Osorio]
y esta capital [Santafé]”. Afirmaba Plata: “Ya Berbeo se precipita hacia la
capital, y una gran porción de rebeldes del Reino se desprende y baja con
apresuración de sus pueblos para seguirle. Todo el mundo juzga, y juzga bien,
que no se trata ya sino de apoderarse de la capital y hacerse dueños de la
21
autoridad soberana que reside en su Real Audiencia” Que ésta era la
21
S. Plata, loc. cit., numeral 480. F. Silvestre le da una gran
importancia al encuentro de Puente Real ya “que fue el principio

Francisco Posada Díaz


73

significación que las gentes le daban a la operación conquista de la


capital lo prueban otros documentos. Recordemos que en los pas-
quines más importantes se alude a la sustitución de gobiernos; a
esa idea querían acomodar sus acciones, según la Relación verda-
dera .22
En Puente Real Berbeo dispuso además la marcha hacia Tunja
del cuerpo vencedor. En efecto, las tropas de los capitanes Calviño
y Araque recorrieron triunfalmente la región, y el 17 de mayo
entraron a Tunja. En varias poblaciones pusieron en libertad a los
presos, incitaron a nombrar capitanes y efectuaron los consabidos
asaltos a los expendios de tabaco y aguardiente. En Tunja se hicie-
ron recibir por el cabildo y propiciaron la designación de Juan
Agustín Niño y Álvarez, Juan José Saravia, Francisco José Vargas y
León y Joaquín del Castillo y Santa María como capitanes de los
comunes de la ciudad. Por medio de bando declararon abolidos los
pechos que había impuesto el Regente-Visitador, los aumentos
decretados por éste sobre el tabaco y el aguardiente y la admisión
de un derecho de alcabala de un dos por ciento. Vendieron tabaco
y barajas y dispusieron de algunos fondos públicos. Antes de seguir
la marcha hacia Nemocón, las fuerzas del Socorro levantaron algu-
nos pueblos del vecindario. A estas fuerzas se incorporaron las de la
villa de Leiva y otras localidades.
de los desórdenes posteriores, y con lo que cobraron valor
los mismos que sólo llevaban consigo miedo” (op. cit., p.
93).
22
Relación verdadera de los hechos ocurridos en la
sublevación de los pueblos, ciudades y villas en el año de
1781. Este documento ha sido editado en la recopilación
que lleva por nombre Proceso histórico del 20 de julio (Bogotá,
1960, p. 15).

Francisco Posada Díaz


74

La suerte estaba echada y para las gentes de Santander el


porvenir aparecía promisorio y el horizonte político despejado.

Francisco Posada Díaz


75

III

LA DIVISIÓN COMUNERA Y LA DISPERSIÓN DEL MOVIMIENTO

El levantamiento de las poblaciones del Oriente de Nuevo Reino fue


vasto, variado y heterogéneo. Las gentes que integraron sus tumul-
tuosos ejércitos y los jefes político-militares que los encabezaron
procedían de variados estratos sociales. Los amplios sectores de
capas medias no eran homogéneos ya que los componían no sólo
los pequeños y medios agricultores y artesanos, sino igualmente los
pequeños y medios burócratas, el clero bajo, los comerciantes, etc.
Pero hasta el momento del triunfo en el Puente Real las diferencias
en el seno de las capas medias y, sobre todo, los antagonismos de
estas con otras clases –especialmente con la de los terratenientes
feudales- no se habían presentado. Las diferencias de toda índole
(rivalidades internas, enfrentamientos de intereses traducidos a
asuntos de estrategia política, contradicciones con la autoridad
virreinal, etc.) comienzan a aflorar después del encuentro de
Puente Real, y son estas peripecias, de definitiva incidencia en el
buen suceso de la acción comunera, lo que nos va a ocupar en las
líneas que siguen.
En acto que habría de ser decisivo históricamente, Berbeo
dispuso que el capitán volante José Antonio Galán, marchara con
un grupo de hombres sobre los pueblos de Chiquinquirá, Fúquene,
Ubaté y Tausa. Los lugares fueron debidamente sublevados, el
común designó a sus personeros, efectuándose la venta rebajada
del tabaco y aguardiente, y se hizo conocer a los moradores que
por orden del Generalísimo no habría de ahí en adelante más
pechos ni cargas injustificadas.

Francisco Posada Díaz


76

Plata se refiere en su defensa a estas dos expediciones en los


términos que a continuación se transcriben: “Se sabe que Tavera,
Molina y Galán, por mandato del mismo Berbeo, vinieron sublevando todos
los pueblos: aquellos, los que hay desde Vélez, por Leiva, a Tunja; y Galán los
que hay del mismo Vélez, por Ubaté, a Nemocón” y añade: “Galán declara
que por orden de Berbeo, intimado por don Gregorio Rubio, pasó por
Chiquinquira, Fúquene, Ubaté, Tausa, y otros lugares”.

El cuerpo principal del ejército comunero, al mando del


Generalísimo salió del Socorro el día 14 de mayo. Según el texto de
una carta situada sobre población de Mogotes, dizque Berbeo
había declarado textualmente: “Yo salgo para la Corte el lunes, que se
cuentan catorce del corriente, a de una vez salir de dudas”. 1
La ruta tomada por Berbeo y sus seguidores fue la de Oiba,
Moniquirá, Ráquira, Guachetá, Lenguazaque y Nemocón. Y a su
paso iba sembrando la semilla de la insurrección.
De acuerdo con esta política de expansión de la rebeldía,
designó como capitán volante a Luis Francisco Quirós, para que
sublevara y organizara fuerzas insurgentes en los pueblos de
Pamplona y Salazar de las Palmas, así como entre las localidades
indígenas, especialmente la de Silos.
El general Miranda ha transcrito esta impresión de las monto-
neras desbordándose hacia Santafé: “A este fin habiendo comenzado la
sublevación en la citada villa [El Socorro], ha ido juntándose y agregándose a
las gentes de todos los lugares y parroquias circunvecinas de los territorios
del Socorro y provincias de Tunja y Sogamoso, que pasando de veinte lugares
han juntado un ejército de más de diez y seis mil hombres, que repartidos
por las muchas leguas a que se extiende su vasta jurisdicción, tienen ocupa-
dos los sitios con tanto dominio que no dudan de venir avisando sus pensa-
mientos y con tanta satisfacción que se dice haber dentro de esta misma
1
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t I p. 233.

Francisco Posada Díaz


77

capital más de quinientos hombres levantados”. 2

Sabedores los Comuneros de que el arzobispo Caballero y


Góngora saldría a su encuentro, temieron que quisiera excomul-
garlos y, según se desprende de la correspondencia respectiva,
habían tomado la firme decisión de desterrarlo si tal eventualidad
ocurriera y de inmediato “tocar sede vacante”.
El 23 de mayo llegaron a Nemocón las tropas vencedoras de
Puente Real.
El 24 arribaron Galán y sus hombres. Éste fue acusado por las
gentes de Charalá de diversos hechos y por las mismas, despojado
del mando que tenía y puesto en la cárcel.
El día 25 acampó Berbeo en una hacienda distante a media
hora del pueblo en referencia. Parece que Berbeo confiaba en
Galán puesto que enterado de que el Regente-Visitador había
salido de Santafé hacia Cartagena, por la vía de Honda, el día 13, le
hizo poner en libertad y a la cabeza de cien hombres le ordenó que
fuera a detener a Gutiérrez de Piñeres, por la vía de Facatativá. A
Galán lo acompañó el teniente Nicolás José de Vesga y Gómez,
oficial de confianza del Generalísimo, y su hermano Hilario Galán.
Cinco días después Berbeo determinó reforzar el grupo de Galán
con cincuenta hombres más al mando del capitán Gregorio
Montañés. Pesó mucho en la determinación de Berbeo el valor y la
osadía reconocida de Galán, su experiencia y los conocimientos
adquiridos como soldado del Regimiento Fijo de Cartagena.
¿Qué pasos llevaron a la transacción que implicó la firma de
las Capitulaciones?
El 14 de mayo la Junta Superior de Tribunales, constituida en
2
F. Miranda, op. cit., t. XV, p. 31

Francisco Posada Díaz


78

a capital, sanciona varias medidas tendientes a sosegar los ánimos


enardecidos de las gentes; las medidas consistieron en la elimina-
ción de algunos impuestos y en la rebaja de otros. Empero, esto no
tuvo efecto alguno sobre la decisión de marchar a Santafé y
ocuparla.
En Leiva el capitán Ignacio Calviño decide sublevar a las gentes
de Tunja y para tal efecto ordena a los capitanes Isidro Molina y
Benigno Plata –personas directamente vinculadas a los des-
heredados- marchar sobre la citada población; la compañía Molina
y Plata fue recibida con júbilo por parte de los sectores populares,
lo cual permite que muy rápidamente el fuego de la insurrección se
extienda; ya el 17 de mayo la presión del común y de las tropas
invasoras obligó a la aristocracia local a participar en la revuelta.
Aconteció entonces que, reunido lo más representativo del
vecindario en el recinto de la sala de sesiones del Cabildo Secular,
fueron designados como capitanes Juan Agustín Niño y Álvarez,
Juan José Saravia, Francisco José Vargas y León y Joaquín del Casti-
llo y Santa María de la más rancia nobleza lugareña. En las horas de
la noche los citados capitanes suscribieron una Exclamación, en
donde justifican su conducta, la cual depositaron en custodia de
uno de los escribanos. El 23 de mayo se consuma otra maniobra
para dejar al pueblo sin representación entre los dirigentes
comuneros de la localidad: el Ayuntamiento de Tunja, reunido en
Cabildo Abierto, designa diputados ante el movimiento a los
prestantes vecinos: regidor fiel ejecutor Fernando Pabón y Gallo,
Agustín Justo de Medina, Juan Salvador Rodríguez de Lago y doctor
Juan Bautista de Vargas. Sin embargo, dos de ellos personificaban
un matiz más avanzado dentro de la aristocracia y, por orden de
Berbeo, redactaron el proyecto de Capitulaciones. Estas elecciones
se producían en un ambiente caldeado por el descontento que

Francisco Posada Díaz


79

entre los poderosos había suscitado la sublevación socorrana, como


lo demuestra la Protesta de los principales vecinos de Tunja contra
el alzamiento de los comuneros 3 del 18 de mayo.
El mismo día tiene noticias Berbeo, cuando iba a la altura de la
población de Ráquira, de que los comisionados del Real Acuerdo y
Junta Superior, ya en Zipaquirá, querían reunirse con los jefes
comuneros a parlamentar. Berbeo consiente oírlos pero una vez
instalados en el pueblo de Nemocón.
A fin de entrevistarse con Berbeo los comisionados del
Supremo Acuerdo, el oidor Joaquín Vasco y Vargas y Eustaquio
Galvis, alcalde ordinario de primer voto, se trasladaron de Zipaquirá
en donde se hallaban, a Nemocón el día 26 de mayo. Junto con
ellos fue el arzobispo Caballero y Góngora. Caballero pretendía
disuadir a los Comuneros de su intención de tomar la capital. Pero
recibió una amenazante negativa y las seguridades de que no
variarían los Comuneros la determinación. “Conseguí –dice Caballero
y Góngora en carta del mismo 26 de mayo al oidor decano- hablar
largamente con el referido Berbeo, distintos otros que vienen en calidad de
capitanes y mucha parte de la tropa, que se acercó a la puerta de su habita-
ción; y como en los particulares que tocase, como el de mi mayor atención
fuese el contener su entrada con la gente a esa capital, impuesto de mi
intención y deseo me significó ser indispensable, para la mayor seguridad de
los tratados y la firmeza de los pactos que se acordasen, el conducirse con las
tropas a esa misma ciudad. En este estado, conociendo el que no tendría
efecto mi instancia; le propuse que para los fines de asegurarse como
apetecían, bastaría el que con algunos capitanes se trasladase en compañía
de los señores Comisionados, pero ni aún esto tuvo efecto, por los recelos y
sospechas que manifestaron tener nacidos de las sugestiones de algunos, que
les han asegurado que mi idea y la de los referidos señores Comisionados, se
encamina a engañarlos, y a que verificada la entrada en los términos pro-
3
BHA, No. 56, pp. 481 s.

Francisco Posada Díaz


80

4
Bien puede
puestos, sería aprehendidos y aun entregados a cuchillo”.
apreciarse por este documento que, hasta este momento, la
decisión de los Comuneros y de su jefe, señor Berbeo, respecto a la
determinación de invadir a Santafé, era firmísima, no minada aún
por ningún otro factor contrarrestante, producto de una total
confianza en sus propias fuerzas y en la unidad de los sectores que
las integraban. Aún no se habían presentado las decisorias diferen-
cias de que más adelante trataremos.
Los Comisionados y el Arzobispo llegan pues presurosos el día
26 a Nemocón. Sin previo aviso, Caballero se hace presente en el
campamento, distante a media hora de la población –porque era
sabedor de la repugnancia manifestada por Berbeo para entre-
vistarse-, y logra dialogar con el Generalísimo; sin embargo, no se
llega a conclusión alguna que satisficiera al hábil religioso. Los
Comisionados le dirigen un oficio a Berbeo en el cual le imponen de
su llegada y de su deseo de negociar; Berbeo se hace dirigir otra
comunicación en la que los delegados de Santafé le informan que la
casa en donde habrá de verificarse la entrevista será la del Teniente
Corregidor. El día 27 comienzan las conversaciones, sin resultado
alguno. Berbeo resuelve interrumpirlas hasta tanto no hayan
llegado todas las tropas comuneras a Nemocón. Y acto seguido, el
mismo día se coloca el Generalísimo en las faldas del campo del
Mortiño, el lugar lógicamente más adecuado para acampar.
Sólo hasta el día 27 recibió Berbeo a los Comisionados, a causa,
según sus palabras, de “que el cuidado de mis tropas no me permite el
que en el día de hoy haya de salir de este campamento”. Añadía que la
entrevista podría celebrarse en “Enemocón” cuando continuara él su
camino con las huestes comuneras. “A los comisionados les manifesté
4
Carta de Caballero y Góngora al oidor decano fechada en día 26 del
mes en curso.

Francisco Posada Díaz


81

que no podría celebrar ningún convenio antes de que llegaran las fuerzas
procedentes de los demás puestos”.
Luego de la entrevista, ese mismo día, Berbeo trasladó las
tropas a Nemocón al sitio denominado el Mortiño. Algunos
historiadores han emitido la hipótesis de que dicho traslado obe-
deció a un plan para debilitar físicamente y moralmente a los hom-
bres. Pero debe distinguirse entre el “sitio del Mortiño”, “en el recuesto
de la colina que arranca de Nemocón a Zipaquirá”, y el “Llano del Mortiño”,
lugar que estaba anegado entonces. El sitio del Mortiño parecía
excelente para hacer acampar un ejército tan numeroso, de alrede-
dor de veinte mil hombres, y poder proveerlo sin excesivas dificul-
tades, ya que se encontraba cerca de los pueblos de Nemocón,
Zipaquirá, Cogua, Tausa, Suesca, Sesquilé, Cajicá, Chía, Gachancipá,
Tocancipá y Sopó. El lugar se hallaba cubierto por un tapete de
grama, salpicado de labranzas y de chozas y además estaba al
cubierto de las inclemencias del tiempo, pues los ríos, debido al
fuerte volumen de aguas del invierno, se habían desbordado
inundando grandes sectores. “Nunca en la guerra de Independencia ni en
las siguientes se reunió una tan grande multitud como aquella. Necesaria-
mente tenía que haber una Jefatura y una disciplina, porque de otra manera
uno no se explica cómo allí permanecieron por más de quince días, sin
cometer abusos ni depredaciones. Hay que pensar no más lo significaba
alimentar toda aquella gente”.
Ese mismo día los Comisionados y el Arzobispo resolvieron
retornar a Zipaquirá, a fin de obstruir la ocupación de Santafé por
parte de tan formidable ejército, ocupación que evidentemente
hubiera tenido incidencias imprevisibles para la política colonial
española. Pero igualmente ese mismo día Berbeo hace acto de
presencia en la citada población con todo su estado mayor,
significado con ello que Zipaquirá quedaba bajo su jurisdicción. Ese
acto, junto con la noticia de que los Capitanes del Socorro piden a

Francisco Posada Díaz


82

Berbeo extrañamiento de Caballero y Góngora y que se toque a


sede vacante, determinan la sublevación de la plebe zipaquireña.
En tales condiciones el 29 de mayo tanto el señor Arzobispo como
los Comisionados se hallaban en una situación cercana a la prisión.
Es en este momento cuando Berbeo encomienda al capitán
Gregorio Montañés, con cincuenta hombres, la tarea de reforzar a
Galán, quien había partido días antes a bloquear el camino a Carta-
gena, ocupar Honda y aprehender al Regente-Visitador.
El 28 de mayo prosiguieron las conversaciones entre los Comi-
sionados y Berbeo, quien se asesoró de algunos capitanes. Por su
lado, el Arzobispo destacó a varios religiosos para que le mantu-
vieran al corriente. Empero, al día siguiente Berbeo cortó abrup-
tamente los parlamentos, manifestando que ellos eran inútiles ya
que la decisión de marchar a Santafé tenía carácter definitivo e
inmodificable; añadió que ése era el requerimiento del común y de
los Capitanes Generales del Socorro. Recordó que en caso de que el
Arzobispo se opusiera a esta pretensión tocaría a sede vacante y el
prelado sería desterrado. “La oferta contiene –afirmó el oidor decano,
de proceder luego a presentar la Capitulaciones, alivio el desconsuelo de que
aún pretendiesen entrar en esta capital, confiando en que con este hecho
calmarían los desórdenes y se restituirían a sus respectivos domicilios; pero a
muy poco volvió el dicho Berbeo a insistir en la empresa de conducir a esta
capital, con más de diez mil hombres de tropa, que están acampados en las
inmediaciones de Zipaquirá, fundando su resolución en el contenido de la
carta que confidencialmente manifestó a los Comisionados, y el desenfreno
de la multitud de gentes que clamaban por venir, atribuyendo a Berbeo
soborno en las persuasiones que les hacía para lo contrario”. Caballero y
Góngora relata, por su parte, que entre la gente comunera corrió la
especie de que él había conseguido sobornar a Berbeo; y dizque
indignado uno de la multitud había exclamado: “¡Todo se compone
con las balas, una al Arzobispo, otra al General!” El sujeto fue encar-

Francisco Posada Díaz


83

celado por orden del capitán. La versión del Arzobispo ha sido recti-
ficada en el sentido de que el capitán Serrano, de las tropas del
Socorro, profirió sus palabras de amenaza solamente contra
Caballero y no incluyó en ellas al Generalísimo. También se ha
demostrado documentalmente que luego fue puesto en libertad
por otros capitanes, y que Berbeo al tener noticia de esto les había
dado de cintarazos hasta “dejarlos medio muertos en presencia de sus
tropas”. Pero ese mismo día los Diputados del Cabildo de Tunja, los
Capitanes y las tropas de esa localidad acamparon cerca de
Nemocón. Berbeo, a quien no se ocultaba el giro que habían toma-
do los acontecimientos en esas regiones boyacenses y quien
además, conocía muy bien la situación política allí existente
(recordemos que el Socorro era una villa dependiente de Tunja y
que a la aristocracia de ésta no podría parecerle suceso conve-
niente una sublevación triunfante capitaneada por las gentes
santandereanas), se puso en contacto con ellos y logró arrancarles
el 30 de mayo las promesas de involucrar sus huestes a las tropas
comuneras y de acompañarlo en la empresa de entrar a la capital
del Nuevo Reino. Pese a la promesa dada ese día, el comporta-
miento ulterior no fue consecuente con lo acordado en lo referente
a la ocupación. Es bueno anotar que las huestes tunjantes se
distinguían por su organización y unidad, lo mismo que por su
dotación. Caballero y Góngora señaló que ellas eran la parte “más
lucida” del ejército de los Comuneros. “la más esforzada y subordinada a
sus jefes”.
El caudillo indígena, Ambrosio Pisco, al mando de cuatro mil
hombres, se puso a las órdenes de Berbeo. Enrolado a la revolú-
ción por las presiones de algunos capitanes santandereanos al
momento mismo de la acción de Puente Real, Pisco fue aclamado
por los aborígenes como Cacique y Señor; él mismo firmó una carta
como Señor de Chía y Cacique de Bogotá. Pretendía el cacicazgo en

Francisco Posada Díaz


84

virtud de la abdicación que de él había hecho su sobrino en su


favor.
Aquí comienza uno de los momentos más apasionantes de
esta importante insurrección.
Ya Berbeo se había percatado de las diferencias que lo separa-
ban de los capitanes y diputados de Tunja y Sogamoso, de ahí que
haya procurado animar la rebelión en el propio seno de la capital.
Berbeo creyó que la fuerza de los insurgentes en Santafé, por noti-
cias enviadas desde allí y por las promesas de La cédula del pueblo,
era mayor de lo que en verdad resulto ser a la postre.
Al día siguiente Berbeo refuerza su mando sobre Zipaquirá al
hacer designar como capitanes a Cosme Damián de Espinosa, Ber-
nardo Romero, Ubaldo Macías y Francisco Riaño. Ordena además, a
Ambrosio Pisco que se ubique en las afueras de la capital y haga
colocar horcas en las entradas de San Diego y San Victorino para
“evitar la conmoción de este lugar”, según palabras del Oidor Decano
del Virrey; seguidamente manifiesta el Oidor Decano que de “tan
extraño procedimiento”, “injuria de los Tribunales de Justicia”,
podrían derivarse “fatales consecuencias”. Ello, añade, tiene otras
intenciones: es “un nuevo insulto” “para reagravar los excesos”, Se
ve, pues, que este día Berbeo mantenía aun la decisión de invadir a
Santafé. También solicita Berbeo la designación de Capitanes del
Común de Santafé, lo mismo que la presencia de Jorge Lozano de
Peralta. Pisco, con todo, se detuvo en Suba antes de cumplir su
encargo por contraorden del propio Berbeo, quien creyó más
conveniente reunir todas las fuerzas para la salvaguarde del plan de
Capitulaciones que ya se estaba elaborando.
El 31 de mayo dispone Berbeo que las Salinas de Zipaquirá
fueran administradas temporalmente en beneficio de las tropas

Francisco Posada Díaz


85

comuneras por los capitanes de esa localidad. La Real Audiencia,


en su Informe al soberano español, acusa en términos bien definito-
rios algunos de los actos de gobierno de Berbeo, entre ellos el que
acabamos de destacar. Dice así en lo sustancial la comunicación
aludida del 31 de julio de 1781.
“Al mismo tiempo Berbeo estaba usurpando vuestra Real Autoridad y
rentas, y ofendiendo gravemente la que representaban los comisionados y los
jueces de la parroquia porque él expidió títulos nombrando cuatro capitanes
de aquel vecindario [Zipaquirá], concediéndoles jurisdicción militar sobre sus
habitantes, con todas las honras y prerrogativas propias de estos empleos, y
le mando publicar solemnemente, aunque con la protesta contraria a su
hecho, y de que no lo hacía por faltar a la obediencia y reconocimiento debido
a V. M., sino por buscar la libertad en las opresiones. Él se apoderó de las
pingües salinas que se administran por cuenta de vuestra Real Hacienda, y
proveyó auto para que las manejasen los nuevos capitanes por el término de
dos meses, aplicando su producto para los gastos de sus tropas. En fin,
abusando de lo más sagrado de Vuestra Real Jurisdicción, con pretexto de la
quietud de esta Ciudad y evitar que por sus gentes se alborotase, se propasó
a librar un género de despachos dando comisión a don Ambrosio Pisco, de la
casa de los principales Caciques de Bogotá (y aun llamado el Cacicazgo que
en el día disputa y de cuyas facultades se dice haber usado en el pueblo de
Ubaté a su tránsito con los socorreños) para que pasase personalmente con
gentes hasta las goteras de esa ciudad a impedir la entrada y contener a los
que quisieran insultarla o robarla, y que a este fin pudiese poner horcas en
sus entradas. A tan irregulares excesos que el más inadvertido e incauto
conocería que no nacían de las causas que para ello se pretextaban, sino de
pensamientos muy altos pero atrocísimos y execrables.”

Los capitanes Ignacio Tavera y Marcelo Ardila, junto con otros


adictos a Berbeo y por encomienda suya, comenzaron, en la
mañana del 30 de mayo, a provocar una agitación entre los hom-
bres acampados a fin de insuflar en sus ánimos de nuevo la idea de
marchar sobre la capital.

Francisco Posada Díaz


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Caballero y Góngora, en compañía de varios clérigos, dándose


clara cuenta de que la situación era ya insostenible, se encaminó en
las horas de la tarde a Mortiño en donde tuvo una larga conferencia
con los principales caudillos de la revuelta. No se le ocultó al señor
Arzobispo que la hora de las definiciones estaba ya apareciendo,
porque, pese a las humillaciones y los insultos que tuvo que sufrir,
condujo sus entrevistas hacia la finalidad que posteriormente
confesó se proponía con central: ganarse para sus razones a los
dirigentes de Tunja y Sogamoso y a otros, a quienes bastaba la
promesa dela disminución de los pechos o de su supresión y otras
reivindicaciones de cuantía, pero a quienes aparecía excesiva la
decisión de ocupar Santafé.
Logró el Arzobispo introducir la división en el frente comu-
nero, que, como veíamos, era integrado por las más diversas zonas
sociales, ligadas por el efecto negativo que sobre ellas habían
ejercido las medidas del gobierno virreinal y las insatisfacciones
derivadas de los otros factores ya reseñados. Así, pues, puede verse
que ese día las tres grandes fuerzas de la insurrección se hallaban
frente a frente o separadas, andando en prosecución de sus objeti-
vos propios. El éxito de Caballero consistió en haber sabido valerse
de la división y de las contradicciones comuneras.
Por un lado, el grupo de las capas medias citadinas y aldeanas,
cuyo líder era indiscutiblemente Berbeo, y que sostenía la conve-
niencia de entrar en Santafé y negociar allí las Capitulaciones.
Frente a Berbeo los diputados Agustín Justo de Medina, Juan
Bautista de Vargas y el capitán Francisco José de Vargas y León, el
capitán Joaquín del Castillo y Santa María y los diputados Fernando
Pabón Gallo y Juan Salvador Rodríguez de Lago, de la jurisdicción de
Tunja, sostuvieron que la toma de Santafé era innecesaria e incon-
veniente, que lo más adecuado era suscribir de inmediato las

Francisco Posada Díaz


87

capitulaciones; ésa era la posición de la aristocracia criolla que


anhelaba determinados cambios, pero no evidentemente la com-
pleta supresión del régimen. Ellos representaban la aristocracia
local que deseaba alcanzar algunas reivindicaciones, pero la cual
podía vivir en el marco del colonialismo. Finalmente tenemos a
Galán, personero de los esclavos y los campesinos más pobres, para
quien la lucha anticolonial era lucha social, es decir, debía acarrear
una transformación –que no definió- en las relaciones de produ-
cción y en las formas de trabajo. Sin la unión el movimiento anti-
colonial no estaba en condiciones de triunfar, como efectivamente
no triunfó. Aún no se habían presentado todos los factores para el
éxito.
El señor Caballero describió así los acontecimientos del
30 de mayo, fecha decisiva en la que se desvió el curso del
movimiento. “Viéndolos ya resueltos a marchar a Santafé y temiendo
verificasen sus ideas de pasar de allí a Popayán y Quito, poniendo en
combustión todo el continente, determiné volver con los capitanes. Fueron
incomparables los trabajos, indecibles los insultos que en esta segunda
conferencia sufrí de aquellas gentes, las de más infame extracción y aún de
más infames pensamientos; pero en fin, a costa de una inalterable paciencia
logré no sólo aquietarlos y admitir capitulaciones, sino que también don Juan
Francisco Berbeo me prometiese se reglaría ésta también en Zipaquirá, sin
mover su acampamento, contra el dictamen de muchos que acaso para poner
en ejecución sus siniestros fines, intentaban que fuese Santafé… Los de la
comprensión de Tunja, Sogamoso, y San Gil, que componían el considerable
número de cinco a seis mil hombres, se adhirieron a mi estipulación con
Berbeo, y la hicieron valer contra el sentimiento del partido contrario; pues
aunque éste les excedía en el número de gentes, ellos les llevaban otras
ventajas… Estos me coadyuvaron bastantemente en mi empresa, o porque en
perjuicio suyo se pretendía erigir en gobierno la villa del Socorro, o porque los
5
más de ellos, especialmente los de Tunja y Sogamoso, venían por fuerza” El
5
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. II, pp. 8s.

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texto de Caballero es revelador. En el salta a los ojos la división de


clases que se debatía en el seno del movimiento. “Hallándolos así
divididos –sigue el Arzobispo- por sus propios intereses, me aproveché con
felicidad de su misma división, a fin de contener con su respeto a los otros, si
intentasen pasar adelante, y tener a ellos siempre a raya y bajo mis órdenes,
para que efectuasen las capitulaciones en Zipaquirá… Procuré separarlos de
los demás, y ejecutaron con el pretexto de serles necesario mudar de sitio
para que pastasen sus caballos y para librarse de alguna peste que podría
introducirse por la multitud.” En este párrafo muestra el prelado su
innegable habilidad y perspicacia políticas y su conocimiento de la
situación. “En este estado me hubiera sido muy fácil (y aun algunos
ofrecieron contribuir a ello), empeñar los unos contra los otros, si aquellos
instasen ir a la capital; pero este medio, que tiene bastantes ejemplares en los
anales de las naciones, a más de parecerme muy contrario a las piadosas
intenciones del Rey y ser muy ajeno a la mansedumbre de mi santo
ministerio, no podría producir otra cosa que hacerles soltar de una vez las
riendas a la independencia y rebelión”.

Los diputados del Cabildo de Tunja, Pabón y Gallo y Rodríguez


de Lago, demuestran su firmeza en la siguiente manifestación del 2
de julio de 1871: “... y nos parece que aplicamos en unión de don Joaquín
del Castillo y Santa María (quien manifestó y [sic] hizo clara su conducta y
cristiano celo) todas nuestras fuerzas a fin de liberar a la capital de Santafé de
insulto y ultraje que por aquellas gentes que con agitada rabia se le
procuraba; en que no poco se trabajó y parece que la divina omnipotencia
nos favoreció, pues al fin se consiguió”. 6

El ya citado Archivo Miranda trae este autorizado testimonio


del protector de indios Manuel Silvestre Martínez: “Y a la verdad,
como el ejercito de aquellos se compone de tan diversas gentes, se dice que
queriendo las del Socorro y sus parroquias entrar en la ciudad, se les han
6
P. E. Cárdenas Acosta, loc. cit.

Francisco Posada Díaz


89

opuesto las de Tunja y Sogamoso, en número de cuatro mil, como poniéndose


en nuestro favor, y aquí se teme un tumulto intestino entre sus tropas”. 7

A su vez, el Regente-Visitador en su Dictamen deja


translucir el enfrentamiento de clases:”… siendo lo más probable que
los vecinos y hacendados nobles de cada territorio giman bajo la opresión y
violencia de una vil canalla, y que solo aguardan el feliz instante de ser
sostenidos y auxiliados por fuerza suficiente autorizada, para mostrar su
lealtad y oponerse a los insultos de los tumultuantes”. 8
El 2 de junio el grupo de los Comuneros de Tunja y Sogamoso
se desplazó al pueblo de Cajicá ubicado en el camino a Santafé. El
destino de la insurrección estaba ya definido: esto significó la
primera acción para un eventual bloqueo de la ruta hacia la capital.
Berbeo maniobra desesperadamente: debía aceptar las negó-
ciaciones. No le cabían otras posibilidades. Entonces, y a fin de
comprometer las gentes de la capital en las obligaciones que de
aquéllas resultasen, solicita que concurran a Zipaquirá, Francisco de
Vergara, Jorge Lozano de Peralta y Ignacio de Arce, o sus repre-
sentantes, y todo el Cabildo secular de Santafé. El Real Acuerdo
dispuso que podían ir a Zipaquirá tanto el Cabildo secular como
Jorge Lozano y Peralta, Francisco Santa María y el doctor Francisco
Antonio Vélez. Berbeo les designó, en medio de los vítores de la
plebe, capitanes del común, con el evidente propósito de reforzar
su posición.
El Generalísimo encargó de confeccionar el proyecto de
Capitulaciones a Agustín de Medina y al doctor Juan Bautista de
Vargas, diputados del Cabildo de Tunja, quienes eran conocidos,
7
F de Miranda, op. cit., t. XV, p. 39.
8
“Dictamen sobre las Capitulaciones” del Regente-Visitador fechado el
dos de julio de 1781.

Francisco Posada Díaz


90

pese a su procedencia, como partidarios de la marcha sobre la capi-


tal. El doctor Vargas, jurista de méritos, fue quien le dio forma a las
reivindicaciones fundamentales. El proyecto citado se basó en un
anteproyecto hecho por Berbeo y don Pedro Nieto, cuyos
principales pueden sintetizarse así:
1) abolición del derecho de Barlovento y del estanco de tabaco.
2) Rebaja de los precios de la sal y el aguardiente.
3) Rebaja de los tributos de los indios.
4) Extrañamiento perpetuo del Regente-Visitador.
5) Prelación de los criollos sobre los europeos en lo referente a los
empleos públicos.
6) Confirmación de los grados militares para todos los jefes y
oficiales del ejército y la facultad para darles entrenamiento militar.
7) Nombramiento de Corregidor Justicia Mayor para las villas del
Socorro y San Gil, independiente del de Tunja.
Las peticiones señaladas envuelven la misma filosofía que va-
mos a hallar más adelante en el texto definitivo de las Capitu-
laciones. Ante todo, la posición en materias económicas en bene-
ficio de la parte neogranadina y la existencia de igualdad entre
americanos y europeos en materias gubernativas. La ambición de
que el pueblo mantuviera su propio aparato militar, elemento muy
importante de efectiva fiscalización y vigilancia de las medidas y
disposiciones del Virreinato. Se reivindicaba la existencia de una
especie de poder doble.
Así, pues, el oficial Francisco Becerra lleva a los Comisionados,
alrededor de las diez de la noche, a la población de Zipaquirá, un
proyecto de Capitulaciones firmado por “El Capitán General

Francisco Posada Díaz


91

Comandante de las ciudades, villas, parroquias y pueblos que por


comunidades componen la mayor parte de este reino, y a nombre de las
demás restantes, por las cuales presto voz y caución”, con lo cual Berbeo
no denegaba un ápice de su autoridad. El texto constaba de 35
artículos. Al día siguiente el aludido texto fue conocido en la capital
por los miembros del Real Acuerdo de Justicia y Junta Superior de
Tribunales reunidos para estudiar el documento. Éste fue devuelto
por carecer de las justificaciones que sirvieran para demostrar que
los Comisionados habían hecho uso de las facultades que les eran
propias; se indicaba también que debían introducirse modifi-
caciones en algunos artículos abiertamente subversivos. El 7 de
junio Berbeo decide no ceder respecto al texto de las Capitu-
laciones y sabedor de las reservas del Real Acuerdo y Junta Superior
ocupa Zipaquirá con sus tropas. Acá se muestra la habilidad de
Caballero y Góngora ya que convence a Berbeo y a los capitanes de
la necesidad de negociar de inmediato; a las doce del día se reúnen
en la Casa Parroquial los ya citados, junto con los Comisionados y
los miembros del Cabildo Secular de Santafé. Son aprobados los 14
primeros artículos, con ligeras modificaciones. Empero, un grupo de
capitanes considera que debe aprobarse la totalidad del articulado;
salen airados de la Casa Parroquial y amotinan al pueblo a los gritos
de “¡Guerra! ¡Guerra a Santafé!” Los soldados se precipitan sobre la
Casa e introducen sus fusiles por las ventanas amenazando, de no
aprobarse por parte de las autoridades el texto completo, con
hacer fuego. El señor Caballero pide a los Comisionados que
obedezcan los deseos de las exaltadas turbas. Berbeo solicita de
inmediato –y ello permite suponer que era del mismo parecer de
quienes habían promovido la acción descrita- que las
Capitulaciones, ya aceptadas por los Comisionados a nombre
precisamente del Real Acuerdo y Junta Superior, sean juradas en
Santafé.

Francisco Posada Díaz


92

Al conductor de los pliegos le hizo acompañar por el capitán


Ignacio Tavera, uno de los más ligados a Berbeo, para que presen-
ciara en la capital la confirmación exigida. A las once de la noche los
miembros del Real Acuerdo y la Junta Superior “admiten, aprueban y
confirman” la literalidad de los papeles enviados de Zipaquirá “y en fe
de que la admisión, aprobación y confirmación tendrá puntual cumplimiento,
juraron por Dios y los Santos Evangelios, puestas las manos sobre ellos”.
Pero más tarde los mismos individuos, en sesión secreta, aprobaron
otra cosa, incriminatoria de la anterior, en donde manifestaron “la
notoria repugnancia y monstruosidad” de las Capitulaciones. Y añade el
acta: que se “procedió a la admisión, aprobación y confirmación, bajo el
seguro concepto de su nulidad, pues a no haber intervenido tan poderosos
motivos, lejos de convenir en ella, ni dispensar su aprobación, habría
procedido a escarmentar tan execrable delito de la mera proposición con
penas severas”. El 8 de junio llega a Berbeo la noticia de la aproba-
ción en Santafé y el mismo día se celebró en Zipaquirá una misa
solemne con Te Deum en acción de gracias, repique general de
campanas y bendición general para celebrar el arreglo y luego de la
ceremonia de toma del juramento hecho sobre los Comisionados,
la cual le correspondió al ilustrísimo señor Arzobispo.
¿De qué trata el “repugnante y monstruoso” documento de las
Capitulaciones? ¿Qué concesiones había hecho Berbeo y qué
quedaba del espíritu inaugural de la rebelión?
Las Capitulaciones fueron elaboradas en forma relativamente
ordenada, yendo sus peticiones y exigencias de lo más urgente y
acosador para los desheredados y las masas populares en general
hasta los puntos estratégicos desde el ángulo de enfoque político-
militar para finalizar con la solicitud de exculpación a todos quienes
habían tomado parte de los acontecimientos. Para destacar los
diversos y más salientes aspectos peticionados en el documento,
vamos a hacer una división de ellos, que por sí sola permite

Francisco Posada Díaz


93

comprender el grado de radicalismo de las Capitulaciones. Los


dirigentes comuneros ciertamente tuvieron que ceder en no menos
trascendentes postulados (toma de Santafé, autonomía política,
etc.), expresados anteriormente en pasquines y consignas.
1. Reivindicaciones económicas (capitulaciones 1, 2, 3, 4, 5, 8, 9, 10,
11, 12, 13, 14, 15, 19, 21, 23, 24, 27, 28, 29, 31, 32, 33, 34)
a) Cuestión fiscal. Fue exigida la cesación inmediata de los
siguientes impuestos: Barlovento, guías, capitación, al comercio de
barajas, pontazgos, medias anatas, peajes, a la entrada de Santafé
para vecinos del Socorro, Vélez, Tunja, los cuales implicaban una
carga para los negociantes de estas localidades en beneficio de la
administración; fue exigida, también, la rebaja de la tasa por botella
de aguardiente, en el papel sellado para indios y eclesiásticos, en la
tarifa de correos, en la Bula de Cruzada, en los derechos notariales,
en la libra de pólvora, en los correspondiente a la salida de la
prisión, ya que en ocasiones se ponía a la gente bajo custodia sin
haber cometido delito o infracción alguno sólo para cobrar los
derechos respectivos; se pedía la no redención de censos y una
mejora en el cobro del gravamen por pesos y medidas, lo mismo
que la aplicación cumplida de las instrucciones en materia de
impuestos sagrados a los visitantes eclesiásticos a fin de evitar
abusos por parte de éstos.
b) Monopolios oficiales. Abolición del detestado estanco de
tabaco, oneroso, según los comuneros, para los cultivadores y los
intermediarios y poco beneficio para la Real Hacienda, y estable-
cimiento de un precio determinado para el salitre paipano.
c) Comercio. Acabamos de indicar que los comuneros exigían
la abolición del estanco de tabaco, valiéndose entre otras razones
de aquellas que lo sindicaban como una traba para el comercio.

Francisco Posada Díaz


94

Es interesante señalar que las Capitulaciones no consideraron


de por si nocivos a los impuestos e inclusive solicitaron el estable-
cimiento de uno, siempre y cuando su producto fuera destinado a
la construcción de obras de utilidad común (por ejemplo puentes).
La capitulación vigésima sexta es muy reveladora de la
ideología que informó muchas de las expectativas del Movimiento;
al reivindicar la libertad de comercio, se tocaban otros aspectos de
las estructuras existentes sin que tal cosa hubiera sido eludida. “Que
los dueños de tierras por las cuales median y siguen los caminos reales para el
tráfico y el comercio de este Reino, se les obligue a dar francas las rancherías
y pastos para las muladas, mediante a experimentarse que cada particular
tiene cercadas sus tierras, dejando los caminos reales sin libre territorio para
las rancherías. Para evitar este perjuicio se mande, por punto general, que
puntualmente se franqueen los territorios, y que de no ejecutar el dueño de
tierras, pueda el viandante demoler las cercas”. Se aprecia que la gran
propiedad territorial era un obstáculo a la expansión del comercio y
que, por lo mismo, las capas medias exigían una limitación del
feudalismo en obsequio del desenvolvimiento de las nuevas
actividades. (Razón de más para que los Comuneros aristócratas no
vieran con buenos ojos el triunfo de la plebe santandereana, bajo
su jurisdicción)
Igualmente se solicita favorecer a “los hombres y mujeres que con
muy corto interés ponen una tiendecilla de pulpería” descargándolos de
excesivos gravámenes”.
2. El Problema indígena (capitulaciones 7, 14).
Se anota que los indios están “en el estado más deplorable de
miseria”. Con aquel complejo de superioridad propio de la plebe de
raigambre española, hablase de lo “limitado de sus luces y tenues
facultades”. Se denuncia la explotación a que los someten los
corregidores y curas, y se solicita una rebaja de los tributos a que

Francisco Posada Díaz


95

están obligados. Además se hacen partícipes las Capitulaciones de


la aspiración aborigen no solo al mantenimiento de los actuales
resguardos sino a la devolución de aquellas tierras que no siendo
habitadas en la actualidad no hayan sido objeto de venta o
permuta. Plantea también la devolución de las Salinas de Zipaquirá
a los indios, como sus naturales e inmemoriales dueños.
3. Exigencia de trato justo (capitulaciones 20, 22).
El texto demanda la aplicación de las normas vigentes sobre
resistencia de extranjeros y naturalización de los mismos.
En una importante solicitud, aflora nítida la aspiración de los
sectores acomodados de las capas medias y de la aristocracia
avanzada por ocupar o compartir el poder político, ya que piden
“que en los empleos de primera, segunda y tercera plana hayan de ser
privilegiados los nacionales de esta América a los europeos”. Añade la
capitulación que debe llevarse a la práctica una igualdad real en el
vasallaje pues los peninsulares “están creyendo ignorantemente que
ellos son los amos y los Americanos todos, sin distinción, sus inferiores
criados”. Se preveen sanciones (“separado de nuestra sociabilidad”) para
quien atente contra la mentada “igualdad”. Esta idea de
coparticipación y de igualdad significa ciertamente un retroceso
frente a la independencia exigida en La Cédula del pueblo; pero se
coloca al mismo nivel de las exigencias consignadas en el Memorial
de Agravios de Camilo Torres.
4. Reivindicaciones políticas (capitulaciones 16, 17, 18, 25, 30,
35).
Si ligamos lo anteriormente dicho con la exigencia de que las
“personas que nos manden y traten con semejante rigor e imprudencia” no
deben ser aceptadas y que a ellas “todo el Reino, ligado y
conferenciado”, debe “atajar cualesquiera opresión que nuevo (…) se nos

Francisco Posada Díaz


96

pretenda hacer”, arribamos a la conclusión de que si bien los


Comuneros no llegaron a exigir el establecimiento de un nuevo
“pacto social”, si buscaban una especie de “pacto de gobierno” que
debía incluir como puntos fundamentales los siguientes:
a) derecho a la rebelión cuando el gobernante designado no
satisficiera a la gente del Nuevo Reino.
b) acuerdo con los habitantes del país en lo referente a las
personas de nacionalidad extranjera candidatas a los más altos
cargos del Virreinato.
c) coparticipación del poder político.
d) supresión del cargo de Regente-Visitador que implicaba
una súbita fiscalización sobre las autoridades que habían logrado
compenetrarse mejor con el medio americano (igualmente pedían,
en el caso del señor Gutiérrez de Piñeres, su destierro).
e) la más radical exigencia de todos los pliegos, contenida en
la capitulación décima octava:
“Que todos los empleados y nombrados en la presente expedición de
Comandante General, Capitanes Generales, Capitanes Territoriales, sus
Tenientes, Alféreces, Sargentos y Cabos, hayan de permanecer en sus
respectivos nombramientos, y éstos, cada uno en los que le toque , hayan de
ser obligados en el Domingo en la tarde de cada semana, a juntar su
Compañía y ejercitarla en las armas, así de fuego como blancas, ofensivas y
defensivas, tanto por si pretendiere quebrantar los Concordatos que de
presente nos hallamos aprontados a hacer de buena fe, cuanto para la
necesidad que ocurra en el servicio de Nuestro Católico Monarca”. Lo cual
en buen romance quiere decir que los Comuneros aspiraban a que
sus montoneras se tornaran en ejército regular y que este pie de
fuerza se tornara, a su vez, en el ejército oficial del Reino.

Francisco Posada Díaz


97

Las reivindicaciones militares de los Comuneros contenidas en


el texto de las Capitulaciones, fueron algo ampliamente sentido por
las muchedumbres y que recibieron una respuesta favorable e
inmediata. La Proclama encabezada con la frase “Nós los Capitanes
generales de esta Villa de Nuestra Señora del Socorro y sus comunes anexos,
etc.”, del día 10 de junio, velada por respaldar, ante todo, la
instrucción militar y la disciplina del ejército comunero. Cada Capi-
tán territorial debe tener sus respectivos oficiales. La finalidad de la
organización, así como de su entrenamiento en “el manejo de las
armas, así blancas como de fuego, ofensivas y defensivas”, es “la defensa de
alguna parte de los dominios de nuestro Monarca o para defender nuestra
9
Patria y libertad cuando se considere necesario” Estas últimas palabras
no denotan la reafirmación de la autoridad colonial sino más bien
la refrendación sinuosa de la voluntad de autonomía y auto-
determinación de los Comuneros. Luego se ordena la defensa de
“los intereses pertenecientes al real Erario”, así como la integridad física
e intelectual de la Iglesia. La selección del personal debe efectuarse
según métodos de la “democracia directa”. Por eso dice la citada
Proclama: “Asimismo declaramos que para formar las listas de dichos
Capitanes territoriales dejarán en libertad a los soldados para que a su
arbitrio se matriculen y se alisten en una de las Compañías que se formaren
hasta completar el número de que cada una se componga”.
9
BHA. No. 51, pp. 184 ss. El texto original de las Capitulaciones se halla
en el AHNC, loc. cit., t. III, ff.81 a 93.
En la “Declaración” de don Salvador Plata rendida el 13 de marzo de
1783 (AHNC, loc. cit., t. XVIII) se lee: “… las Capitulaciones hechas en
Zipaquirá… confirman los títulos de Capitanes dados a los Comunes y a
consecuencia se les permitía a todos los rebeldes mantenerse armados
y que se ejercitasen todos los domingos… con lo cual la gente no
respetaba más autoridad que las de los Capitanes… “ (f. 389).

Francisco Posada Díaz


98

Así, pues, si bien es cierto que la idea de la independencia no


aparece en las Capitulaciones, los términos de la relación colonial
debían, de acuerdo con los puntos reseñados, variar sustan-
cialmente. De haber sido llevados a la práctica, acaso se hubiera
establecido, políticamente hablando, una especie de Common-
wealth hispánico.
Otras reivindicación importante es la del nombramiento de
Corregidor y Justicia Mayor para el Socorro, para sacar tutelaje de
Tunja a la citada región.
Solicitaba que el cobro de los impuestos se efectuara dentro
de los cánones de justicia y equidad que evitaran el abuso de las
autoridades; y en el terreno de la administración de justicia, se
proponía el establecimiento del recurso de queja ante los tribu-
nales y la supresión de los jueces de residencia.
La discusión acerca del carácter ideológico de las Capitula-
ciones ha avanzado y al respecto se han formulado varias hipótesis.
En esencia dos grandes tendencias se han disputado su lectu-
ra: una, de carácter conservador, no ve en ellas ninguna ruptura
manifiesta con las tradiciones católicas e hispánicas en materia
política y filosófica; otra de índole liberal-burguesa, las ubica en el
seno mismo de la agitación dieciochesca de ideas y las ve como su
eco. Pero las limitaciones de estas hipótesis no sólo son patentes,
sino su desdén por las comprobaciones de hecho es aún mayor.
Para el P. Gómez Hoyos las Capitulaciones traducen las ideas
de Suárez acerca de la sociedad como “corpus mysticum” 10 Más
radical en su interpretación conservadora, el profesor Victor Frankl
10
R Gómez Hoyos, La Revolución Granadina de 1810, t I, Bogotá, 1962,
p. 183.

Francisco Posada Díaz


99

pretende quitarle alcances al Movimiento, prevalido de dos


aseveraciones. Según él, “el objeto originario de la Revolución” no fue la
independencia. Y segundo, que puede apreciarse “una fuente común,
de carácter filosófico” entre las tesis comuneras y el pensamiento del
arzobispo Caballero y Góngora respecto a la organización social y
del Estado: “La filosofía tomista” 11 Pero ¿cabe hablar de “Revolución”
como habla Frankl, y, en las condiciones históricas de fines del siglo
XVIII, no aludir automáticamente a la noción de independencia?
Además, ni Frankl, ni Gómez Hoyos aportan elemento documental
alguno para demostrar la base escolástica de la ideología
comunera. ¿No es andar a tientas por aquella noche donde todos
los gatos son pardos decir que Santo Tomás, Suárez, Caballero y los
Comuneros se inspiraban “en el principio general de la superioridad
incondicional del bien común sobre el bien individual y el interés particular”?
´¿Dónde viene a quedar el contenido concreto de clase y de grupo
que obro en la elaboración de las Capitulaciones, contenido
refractado por una situación específica, la de mediados de 1781 en
el Nuevo Reino de Granada?
Tampoco como dice Rodríguez Plata, 12 precedieron las Capi-
tulaciones a la consagración iluminista de la Revolución Francesa de
1789 (“Se anticiparon a la promulgación de los Derechos del Hombre”). No
existe base empírica para tal afirmación.

11
V. Frank, “La filosofía social tomista del Arzobispo-Virrey Caballero y
la de los Comuneros”, revista Bolívar, No. 14, Bogotá, 1952.
12
H. Rodríguez Plata, op. cit.

Francisco Posada Díaz


100

Las Capitulaciones expresan una serie de reivindicaciones


surgidas de la entraña misma de la crisis del sistema colonial
español (cuestión fiscal, comercial, administrativa, indígena, etc.) a
la par que pretenden crear un conjunto de mecanismos políticos
que le segregaban a la autoridad parte de su competencia, a fin de
compartir el gobierno, dado que ya la aspiración de la indepen-
dencia era inalcanzable. Por su texto recorre un aire de igualdad
social (entre europeos y americanos, por ejemplo), que deja
entrever la noción misma de la ciudadanía. Pero conviene no inter-
pretar esta presencia de la igualdad con descomedimiento ya que
ella se encuentra restringida por una cierta capitis diminutio en lo
concerniente a los indígenas. Allí aparecen como súbditos de
segunda clase y aunque no se hayan desprovistos de derechos, sí
hay un cierto aire paternalista que permite suponer que su status,
si no jurídico sí social, no se había alterado en la mente de los
Comuneros. En documentos procedentes de la Edad Media ibérica
hallamos que las rebeliones de las “comunas” se daban contra la
nobleza, buscando limpiar sus privilegios y desafueros, y en busca
de la obtención de determinadas reivindicaciones. Pero en el
Movimiento de los Comuneros neogranadinos esta oposición
(comunas/nobleza terrateniente) no ocurre; inclusive, como ya
vimos, la aristocracia criolla, dividida, hizo parte del levantamiento.
Se presenta entonces una igualdad entre las capas medias y este
sector social, que se acerca ciertamente a una igualdad “moderna”
(burguesa), sin llegar empero todavía a situarse por entero en dicho
nivel. Así, pues las relaciones sociales entre las capas medias y la
aristocracia no eran relaciones de vasallaje y los Comuneros
expresan ese equiparamiento político-social, aun cuando estemos
aún lejos de las ideas de ciudadanía.

Francisco Posada Díaz


101

Otro elemento doctrinal de gran interés debe anotarse. La


oposición entre los Comuneros y la autoridad colonial implica, por
ese mismo hecho, un rebasamiento de la noción de “vecino”, de su
estrechez y de su inherente provincianismo. Nos tropezamos con
algo más avanzado que una simple democracia feudal; henos ante
una vasta configuración regional, la cual, en virtud de las circuns-
tancias, se llamó “Nos el Común” y en otro lugar (La cédula del pueblo)
“Las Indias”. ¿No hay acá una especie de protoconciencia nacional, el
momento fundador de una configuración ideológica nueva y
eminentemente subversiva del orden establecido? La de las autori-
dades, ya fuera ésta en su matiz moderado o en su matiz ultra-
conservador, es tan sintomática como unánime. Podría hablarse de
un influjo –acogido en virtud de la situación concreta del Nuevo
Reino- de carácter liberal-burgués; pero este influjo es difuso y no
cabe darle una filiación precisa. 13
13
Las capas media vivieron intensamente, en las décadas siguientes, la
relación objetiva de sus anhelos y tentativas con la lucha de los
Comuneros. Por ejemplo, en el poema Avisos y quejas al Rey Nuestro
Señor, el cual fue redactado “dejando a entender que su autor poseía
alguna cultura gramatical” (Hernández de Alba), y proveniente casi con
seguridad del año de 1809, se alude no sólo a las sublevaciones de la
plebe, sino que se reivindican aquellas libertades elementales e
indispensables para la subsistencia de este sector social: “estancos y
derechos”, “aduanas y pechos”. Las soluciones propuestas son
igualmente significativas de ese anhelo de libertad:
dando al comercio fuertes fomentos,
a las minas incrementos,
y a las provincias, auxilios.
(G. Hernández de Alba, Poesía popular y culta ante la emanci-
pación colombiana (1781-1829), Bogotá, 1961, pp. 6 y 10.)

Francisco Posada Díaz


102

Por todo lo anterior es exagerada la tesis de Nieto Arteta que


ve en los Comuneros algo “ingenuo” y “tosco” 14 si reparamos en
la amplitud de miras de La Cédula del pueblo y otros pasquines o si
examinamos las Capitulaciones a la luz de la problemática socio-
económica de la época. Son textos que, tomando en cuenta el nivel
cultural del país en ese momento, rivalizan perfectamente con
escritos de la época misma de la Independencia.
El punto de vista del Regente-Visitador, en el Dictamen que ya
hemos citado en apoyo a otros puntos, es una rigurosa apreciación
de lo que las Capitulaciones significaban para la autoridad y el
prestigio de la Corona española. Luego de indicar que el alzamiento
abarcó “la mayor parte del Reino”, señala que la transacción a que
llegaron no se hizo según el agrado ni de los Comuneros, ni de los
legítimos representantes del Monarca. No sólo porque este último
era víctima de una “usurpación de soberanía”, sino además, en virtud
de que las eventuales concesiones que los tumultuarios pudieron
haber hecho fueron en contra de su inicial propósito (la rebelión
tiene “diverso principio y objeto del que se aparenta”). Pero inclusive el
conjunto de exigencias que encierra el documento aprobado es de
todo punto de vista inaceptable
“El contexto de las Capitulaciones –indica- que propuso el Jefe de los
rebeldes es tan insolente que no tengo valor para repetirlo, ni lo creo
necesario, pues a su simple lectura y sin más explicación conocerá cualquiera
la exorbitancia, desacato y atrevimiento que respiran, reduciéndose sustan-
cialmente a intentar dar ley a su Soberano, a trastornar arbitrariamente
todas las reglas establecidas, y romper los vínculos del vasallaje y la sub-
ordinación sin el menor respeto, no aun miramiento por la autoridad real” La
exigencia que más reprobable, y repudiable, le pareció fue la dé-
14
L. E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de
Colombia, Bogotá, 1942, p 50.

Francisco Posada Díaz


103

cima octava, en la cual se pide el mantenimiento del ejército


comunero como ejército regular. “Esto equivale a capitular que la
rebelión ha de ser permanente que se ha de permitir dentro del Estado una
asociación siempre armada para sostenerla; que los individuos de tal
asociación no han de conocer otra autoridad ni poder que el que hayan
querido usurpar, y en una palabra que no haya Rey, Ley ni Patria."
El juicio del virrey Flórez sobre las Capitulaciones 15 se separa
del emitido por Gutiérrez de Piñeres. Obró en él un diferente refle-
jo que no se redujo a la mera condenación de los insurgentes. Se
trasluce que Flórez pudo haber estado de acuerdo con algunas de
las reivindicaciones, ya que ellas se encaminaban a suscitar el
proceso de desarrollo económico, benéfico a sus ojos. Es cierta-
mente firme en la defensa del Monarca y de las prerrogativas
inherentes a su persona. “De cuantos desatinos –dice- pusieron los
sediciosos en las capitulaciones ninguno me da cuidado, sino el de querer que
permanezcan los generales y capitanes (como ellos llaman a los que eligieron
y nombraron) de las asociaciones, con sus Compañías de gentes en cada
pueblo, para hacerse cumplir por fuerza lo que han capitulado. Esto es, que si
el Rey quisiera disponer otra cosa diferente no se le obedezca, y con las armas
en la mano”.
15
“Informe” del virrey Flórez al ministro de Indias José Gálvez del
11 de junio de 1781. No parece que, vista la cuestión de España,
el comportamiento haya sido diferente al de rechazar las
Capitulaciones y al de obrar con prudencia pero con entera
firmeza. Gálvez al referirse al levantamiento de Galán (“las
nuevas conmociones surgidas en varios lugares de ese Reino”),
añade sobre las Capitulaciones que ellas fueron “violentas y
forzadas”, suscritas bajo presión de los “amotinados”. Afirma la
necesidad de vigilar, sobre todo, el puerto de Honda, vía natural
de comunicación hacia Cartagena, con 500 hombres. La carta
está fechada el 21 de enero de 1782 (AHNC, loc. cit., t X, f. 73)

Francisco Posada Díaz


104

Esto determinó una singular actitud en el Virrey. Fue desde un


primer momento partidario de desconocer la pactado con los
Comuneros y de ahí que, pese a carecer de autoridad para improbar
las Capitulaciones (debido a que por decreto del 11 de agosto de
1779 había subdelegado parte de sus facultades a la Real Audiencia
y al Regente-Visitador, reservándose apenas lo relativo a la
Capitanía General y al Real Patronato), en circular del 6 de julio de
1781, enviada a los Cabildos de Tunja, El Socorro, San Gil, Leiva,
Pamplona, Honda, Mariquita, Antioquia, Popayán, Ocaña, y
Santafé, señalara que “por todas las razones expuestas se sigue no
poderse ni deberse llevar a efecto lo acordado en ellas”. Pero en un
Informe al ministro Gálvez preconiza una política dúctil en frontal
oposición a la defendida por el Regente-Visitador General –sostiene
Flórez- u otros serán de dictamen contrario al mío y las intenciones que me
he propuesto como conformes con las del Rey en el gobierno de sus súbditos,
y escribirán cuanto les parezca, porque pintan las cosas en el papel con tanta
facilidad como en la imaginación de quien las dicta, pero que no sabrá reducir
al al práctica sin muchas dificultades ni mayores males”, Dos líneas de
conducta dibujaban su enfrentamiento: para mantener las colonias
en un estado de sujeción se requerían medidas no solamente
represivas, sino el fomento de las artes prácticas, el comercio, la
artesanía, la economía en general y la cultura; pero, para Gutiérrez,
bastaba con el simple uso de la fuerza para someter a vasallos que
por una especie de perversión del entendimiento se levantaban
contra el “suave yugo” del amado Monarca. El señor Flórez no se
opone a la violencia oficial, sólo que debe el gobernante valerse de
ella con discreción y buen juicio. “Y que así como las Indias se conquista-
ron con la violencia y se han conservado con la suavidad y la tal cual libertad
que ofrecen sus vastos terrenos, así podrán solamente por iguales equivalen-
tes medios conservarse”. Pero Flórez estaba ya desalentado y se sentía

Francisco Posada Díaz


105

incapaz de asumir más responsabilidades. En la misma comunica-


ción finalizaba solicitando la remoción del cargo.
Caballero y Góngora, a su vez, tampoco estuvo de acuerdo
con el texto de las Capitulaciones y las calificó de “vergonzosas e inso-
lentes”.
La agitación no cesó a lo largo de los meses de abril y mayo. El
nombre de José Antonio Galán se halla vinculado decisivamente al
mantenimiento de la actividad insurgente en este lapso.
El pueblo de Guaduas fue conmovido en la noche del 24 de
mayo por un grupo de mulatos, que ascendía a veintiocho, proce-
dente de la Palma. Armados de sables y lanzas instalaron una venta
de tabaco. En este levantamiento, sin embargo, estuvieron ausen-
tes los usuales saqueos y destrozos de géneros y oficinas públicas.
Los rebeldes tomaron posesión de dos pedreros que Santafé había
enviado para la defensa de Honda la Junta Superior de Tribunales,
al igual que de las balas. Sabedor el Regente-Visitador de estos
acontecimientos, ordenó que parte de la tropa de Honda se despla-
zara a Guaduas a proveer el restablecimiento de la normalidad.
La región de rio Magdalena –escenario que iba a ser en los
días subsiguientes el de las primeras hazañas de José Antonio
Galán- bullía animada por una ola de calor subversivo que pesaba
de Guaduas a la Palma, de ahí a Nocaimá, a la Peña y a Quebrada-
negra.
El 24 del mismo mes de mayo la ciudad de Ibagué presenció
un violento tumulto. A las siete de la noche, la plebe, provista de las
armas de que ya se hizo mención, tocó repetidamente las campa-
nas de la iglesia parroquial; acto seguido liberaron a dos hombres y
una mujer que habían sido arrestadas por el Administrador de las
Rentas Reales acusados de venta ilegal de tabaco. A los gritos de

Francisco Posada Díaz


106

“¡Viva el Rey y muera el mal gobierno!” destrozaron las puertas y


ventanas del local de la Administración y sacaron el tabaco, que fue
quemado, junto con las botijas de aguardiente, las que a su turno
fueron derramadas. Varios religiosos, junto con el Vicario y el
Alcalde, trataron de sofrenar el ímpetu de la turba, evidentemente
sin lograrlo. El Administrador fue resguardado por el Vivario; al día
siguiente puso pies en polvorosa hacia las tres de la tarde, seguido
por la multitud vociferante. Las gentes persistieron en su actividad:
ahora exigían la abolición de todos los pechos, so pena de prender
fuego a la ciudad, excepto el de la Alcabala. Las autoridades se
reunieron con los religiosos ya citados y convinieron en presentarse
al Cabildo Abierto para tratar de serenar los espíritus. Nada consi-
guieron y se vieron obligados a aceptar las peticiones del común. El
día 26 se restableció la calma.
Nueve días después entra Galán a Guaduas, acompañado de
don Nicolás Vesga, de Manuel Ortiz, el arrojado portero del Cabildo
del Socorro, y de sus hermanos Juan Nepomuceno e Hilario. En
Facatativá depuso a las autoridades, tomó posesión de la Adminis-
tración de Rentas, prohijó la formación de las organizaciones comu-
neras y la designación de sus mandos, procuró interceptar la
correspondencia hacia Cartagena. Es decir, efectuó los mismos
actos que desde marzo se venían llevando a cabo. De Facatativá
salió para Villeta en donde dirigió acciones similares. En Guaduas
fortaleció sus tropas con hombres y armas.
Empero, Galán cometió un acto que no ha sido suficiente-
mente analizado. Hizo saber al Regente-Visitador, por lo menos a
través de dos conductos comprobados, de cuáles eran las órdenes
que el Generalísimo Berbeo le había dado, con lo cual facilitó la
fuga del señor Gutiérrez de Piñeres. ¿Revela esta actitud una
supuesta traición? Galán siguió luchando activamente contra el

Francisco Posada Díaz


107

poder colonial y con una orientación radical ya que ligaba la


revolución social a la revolución antiespañola. Puede verse en este
acto de Galán, de la misma manera como aconteció con actitudes
semejantes de otros jefes comuneros, esa postura ambigua que
buscaba, en medio de la rebelión, garantizar la propia seguridad
personal. Galán prefirió dejar esta puerta a guisa de coartada y al
propio tiempo darle un mayor énfasis a su propia lucha.
El Regente-Visitador tuvo conocimiento de las dos cartas men-
cionadas al día 8 de junio. (Estas cartas estaban fechadas con el 7
en la población Guaduas). Para prevenir ulteriores fracasos, dispu-
so la defensa del puerto de Honda, cuya importancia lógica era
reconocida. A las tres de la tarde de ese día dejó Gutiérrez de
Piñeres la población, cuyo valor militar y estratégico describió así al
Virrey:
“Si por desgracia llegasen los rebeldes a apoderarse de esta villa
serían muy fatales las consecuencias, por lo ventajoso de su
situación, que dificultaría desalojarlos, y porque siendo la garganta
del Reino, se cortaría del todo la comunicación y comercio con otras
provincias y esa plaza”. 16
Pero la rebelión en Honda se precipitaba y el Magdalena ardía
en otros lugares: Espinal. Nilo y Melgar; Santa Rosa, Llano Grande y
Coello; Chaparral y Guamo. El Virreinato, a pesar de las Capitu-
laciones de Zipaquirá, seguía en convulsión con movimientos
aislados y espontáneos que de pronto afloraban en una u otra
zona. La efervescencia tendía su roja mancha por la faz del país.
El 13 de junio dejo Galán y su gente la población de las
Guaduas y se dirigió a Mariquita. Queda ésta aproximadamente a

16
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t II, p. 83.

Francisco Posada Díaz


108

cuatro leguas al norte de Honda. El día 18 del mismo mes


ocupó la hacienda La Niña y las minas de Malpaso, bienes de
Vicente Diago, y, a más de incautar algunos objetos de valor del
citado terra-teniente, que posteriormente devolvió por intermedio
del Alcalde de Ambalema, otorgó libertad a los esclavos. El 17 de
junio, luego de que Galán hubiera dejado el lugar, se amotinó la
gente con un clarísimo deseo de persistir en la revolución social que
el líder comunero espontáneamente estaba efectuando; su objetivo
era el de tomar bienes de los blancos y acabar simultáneamente
con ellos. 17 Atacó las Rentas Reales y violentó la cárcel a fin de
poner en libertad algunos inculpados de delitos contra las
disposiciones coloniales. El Gobernador de Mariquita decía en su
informe a la Real Audiencia: “¡Han enarbolado bandera! ¡Vuestras reales
armas a machetazos, hechas astillas! Las reales administraciones robadas,
yo perseguido, mi hacienda robada, la cuadrilla de negros sublevada, mi
familia dispersa.” El informe enviado al General Miranda revela el
levantamiento producido entre los espíritus indígenas por Galán,
quien había incitado a los campesinos pobres a desconocer al
gobierno, a sus amos y a rehusar el pago de los tributos. Al destaca-
mento enviado luego por las autoridades contra Galán “les salieron
todos los indios, indias, mestizos, mulatos y hasta muchachos armados de
piedras, palos y cuantos instrumentos toparon y estrechándolos entre dos
vallas los obligaron a una sangrienta defensa”.18

El 19 de junio se publicaron las Capitulaciones en la villa de


Honda. De ahí que, cuando el capitán Pedro Antonio Nieto llegara a
ella a fines de junio con el objeto de disuadir a Galán de sus empe-
ños y por orden de Berbeo, tuvo la nueva de que el Capitán chara-
17
J. F. Gutiérrez, op. cit., p. 259.
18
F. de Miranda, op. cit., XV, p. 35.

Francisco Posada Díaz


109

leño licenció su gente en Ambalema y con varios de sus hombres


había tomado la ruta de Madalena arriba.
A pesar del acuerdo a que se llegó con las Capitulaciones, el
pueblo santafereño tenía urdida una conspiración para el 14 de
junio, cuyos designios –se decía- eran harto sangrientos y contra la
estabilidad de las autoridades del Virreinato. El Comandante de
Armas de Santafé, Pedro Catani, dispuso apresuradamente la
defensa del orden recién pero, aún no del todo, restablecido y el 15
en la mañana dio la orden de tomar prisionero a Juan José de
España, escribano de las Cajas Reales; en la noche de este mismo
día personalmente aprehendió a Nicolás Lozano, pulpero, y a Juan
Manuel de Zornosa; fueron también puestos presos Joaquín Silva y
Francisco Porras. Numerosos conspiradores fueron enviados a
Cartagena en octubre de 1781.
La malograda revuelta santafereña parece haber sido origina-
da en los medios de la plebe, dada la extracción social de quienes
estuvieron implicados en ella. Esta plebe tenía como uno sus
problemas principales el de la competencia ruinosa que ciertos
peninsulares hacían a sus actividades comerciales y manufactu-
reras. En esa fecha aparecieron fijados en varios lugares de la
capital pasquines con textos como estos:
Santafé está listo
aunque lo impida el Arzobispo
Si en el bando no mandan salir los chapetones,
de nada servirán las capitulaciones.
Y hagan bien, por don Jorge
el capitán de Santafé

Francisco Posada Díaz


110

Ante todo destaquemos la adhesión que daban estos sectores


plebeyos al señor Lozano de Peralta.
Uno de los organizadores, Nicolás Lozano, dueño de una
pulpería y venta de aguardiente en la calle San Juan de Dios, había
sido el autor intelectual de un memorial dirigido a Berbeo en el cual
se indicaba la urgencia de desterrar a los Domínguez por su influjo
en la decisión del establecimiento del pecho de Alcabala; además,
se pedía al Generalísimo que incluyera como uno de los objetivos
de la insurrección el de la expulsión de la casi totalidad de los
españoles que vivían en Santafé, con excepción de diez y nueve
más los Oidores.
Entre otros implicados tenemos a José Medardo Bonofonte,
sargento mayor del Socorro, a José Villegas, estudiante de teología,
a Juan José Espada, oficial de las Casas Reales, a Lucas Campuzano,
estudiante de letras, a Joaquín Silva y José Miguel Rojas, plateros, y
a Francisco Rodríguez.
El capitán Luis Francisco Quirós tuvo a su cargo la sublevación
de las regiones de Pamplona y Salazar de la Palmas. Quirós merece
destacarse como uno de los mejores lideres comuneros. No
solamente supo proveer lo necesario para extender el descontento
en el mayor número de pueblos y veredas, sino que, yendo en la
lucha anticolonial tan lejos como nadie había sabido ir, ordenó al
capitán del pueblo Silos, Agustín Peña, el total desconocimiento de
Rey de España y la proclamación formal de la autoridad de Tupac
Amarú.
En la orden que vamos a transcribir del capitán Quirós
hallamos una depurada manifestación del anhelo libertario en el
movimiento de los Comuneros. La cédula del pueblo se distingue
por su visión de conjunto, por su oportunidad, por haber planteado

Francisco Posada Díaz


111

la independencia, aun cuando de modo vago. En los actos y algunas


cartas de Galán nos tropezamos con una escueta apreciación de la
estrategia y con la más decidida voluntad de darle al movimiento
contra la autoridad un neto contenido social. En las Capitulaciones
se expresa el conjunto de los pedimentos y reivindicaciones del
pueblo neogranadino, animados de un espíritu democrático, lo cual
les valieron los peores epítetos. El documento del capitán Quirós y
los hechos que suscitó como exacto reflejo suyo deben señalarse
por su radicalismo y su clara decisión. El Capitán produjo este
documento declaratorio de independencia de la Nueva Granada, el
cual reza así en su parte pertinente:
“Jueves, que contamos catorce del que corre, después de misa, juntos todos
los indios de su pueblo en la plaza, tocando caja y chirimías, batiréis la
bandera diciendo en voz alta: ¡Viva el Rey Inca y muera el Rey de España y
todos los que le defendieren!, sin que persona alguna le estorbe, y si el Cura
loa intentase lo mandaréis que se entre en su Iglesia y la gobierne, pues de no
hacerlos así seréis castigados a mi arbitrio, que así lo proveo y mando,
Yo el Capitán Luis Quirós” 19
Además de otros elementos, no sobra recalcar en la formula-
ción sucinta y elemental, pero muy firme, la separación de la Iglesia
de la actividad política y su confinamiento, aún forzado, al universo
exclusivamente religioso.
Dicha orden no se quedó escrita en el papel. Al pie de la letra
fue llevada a cabo y traducida en hechos por los capitanes Agustín
Peña y Juan Ignacio Ortega. El 14 de junio de 1781 se proclamó
oficialmente en la Nueva Granada un rey diferente al de España,
con la que se desconocía case dos siglos y medio de vasallaje. El

19
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t, II, p. 92.

Francisco Posada Díaz


112

acta acerca de los hechos acaecidos el 14 de junio en el pueblo de


Silos, suscrita por Peña y Ortega, reza:
“En el pueblo de Silos, en catorce días del mes de junio del año de mil
setecientos ochenta y uno, se juntaron todos los del común de este
mencionado pueblo. En voz alta, con bandera, pífano y tambor se hizo voz:
¡Que viva el Rey Inca y muera el Rey de España y todo su mal gobierno y
quien saliese a su defensa¡
Esto lo hicimos en obediencia de una papelera fecha del Capitán de Pamplona
Luis Quirós.
Y por lo que conste firmé Yo el Teniente, en nombre de todo el común.
Agustín Peña.
Paso por el Capitán de Cepitá, Juan Ignacio Ortega.
Y sigan estos conductores su destino, Teniente y Capitán de Silos” 20

El 19 de junio estallo la revuelta en la ciudad de Neiva, la cual


se organizó en el lugar denominado Guasimal de la hacienda de
Villavieja. Como a la una de la tarde prorrumpieron varios sujetos
en la ciudad con el objeto de asaltar los estancos de tabaco y aguar-
diente e iban armados. Las botijas de aguardiente fueron destro-
zadas. Cuando el gobernador don Policarpo Fernández trató de
oponer resistencia fue alcanzado y muerto por la lanza del capitán
común Toribio Zapata. El criado del Gobernador fue herido al acudir
a su defensa. Luego se trenzó en combate con los guardas de
tabaco y los administradores de rentas, del que salieron derrotados
los escasos efectivos insurgentes, con la muerte del mencionado
Zapata y de otro capitán, Gerardo Cardoso.

20
Ivid., pp. 93 s.

Francisco Posada Díaz


113

El 14 de mayo hubo en Pasto un intento de sedición. El día 22


se encendió aún más la agitación en la localidad. Los indios estaban
inquietos y la fuerza armada virreinal quiso aplacar los ánimos ape-
lando a la violencia con el resultado de tres personas muertas y
varios heridos. Pero la multitud la obligó a refugiarse en el antiguo
edificio del Colegio de la Compañía de Jesús. Aprovechando una
circunstancia favorable el teniente gobernador de Popayán, José
Ignacio Peredo y sus soldados salieron de Pasto, aunque per-
seguidos por los indios que lograron dar muerte a cuatro de
aquéllos. El propio Peredo pereció apaleado en el pueblo de
Catambuco.
Como ya vimos, el 19 de junio se dieron a conocer las
Capitulaciones en la Villa de Honda. Sus vecinos las recibieron sin
alborozo ya que ellas no habían abolido el estanco de aguardiente,
ni los derechos de pasos reales, ni el pontazgo de Gualí. Luego de
haber planeado la rebelión, inusitadamente los insurgentes se
presentaron en varios lugares con ánimo muy exaltado; atacaron la
cárcel, liberaron los presos y retornaron a procurar de nuevo el
asalto de la Administración de aguardiente y de la casa del Alcalde.
En estos sucesos hubo varios muertos.
El descontento ya se había extendido a Antioquia, en donde
los mineros derramaron el aguardiente y prorrumpieron también
contra las autoridades constituidas.
Una de las acciones más importantes fue la del socorrano
Miguel Suárez, quien desde Pamplona encabeza la peregrinación
hacía Cúcuta. Con ochocientos hombres ocupa esta población, hace
derramar el aguardiente y quema el tabaco, y promueve la
designación de jefes comuneros. Suárez no se queda ahí. Pasa
luego a Venezuela y allí levanta a las gentes en rebelión; en San
Cristóbal destituyo al Alcalde, en la Grita, unido a los indios de la

Francisco Posada Díaz


114

localidad, apresa al Administrador del estanco, dirige el asalto a


Bailadores y en Mérida establece su cuartel general. De un docu-
mento por el cual se notició a Flórez de los sucesos promovidos por
Suárez, leamos lo siguiente: “Silvestre Camero, Bodeguero de la ciudad de
Pamplona, y Miguel Suárez, vecino de la Villa del Socorro… han logrado
sublevar las ciudades de Mérida, la Grita, y Villa de San Cristóbal con sus
jurisdicciones, causando con estos atentados los notabilísimos perjuicios que
dejo a la alta comprensión de vuestra Excelencia.” Así se refiere el apoyo
que el señalado movimiento halló entre las masas: “…estos daños se
aumentaron por la ninguna resistencia ni oposición de los provincianos” 21
Una vez más nos tropezamos con pruebas del grande arraigo que la
insurrección de los Comuneros tuvo entre las poblaciones de Nuevo
Reino.
Pero regresemos a lo que acontecía al grueso de las tropas
comandadas por Berbeo.
A instancias de los principales capitanes, Berbeo solicitó, de
conformidad con las Capitulaciones, el nombramiento de Corregi-
dor y Justicia Mayor de las villas del Socorro y San Gil. El 22 de junio
tomó Berbeo posesión de su nuevo cargo y poco tiempo después lo
hizo ante los Cabildos de tales poblaciones. El Regente-Visitador no
se mostró conforme con esta decisión, entre otras razones porque
Berbeo había solicitado la dignidad militar de Maestre de Campo.
“Es lo mismo que autorizarlo para que continúe la rebelión”, dijo. En su
carácter de Corregidor, Berbeo procuró darle cumplimiento pre-
cisamente a una de las capitulaciones más discutidas, la número 18.
Plata habla así de la gestión de Berbeo: “Responde que después de
haber ido de Corregir al Socorro Berbeo, se aumentó el espíritu de sedición,
en virtud de mandarse por esta Audiencia guardar las Capitulaciones hechas
en Zipaquirá, pues en ellas se confirmaban los títulos de Capitanes dados por
21
H. Rodríguez Plata, op. cit., pp. 126 s.

Francisco Posada Díaz


115

los comunes, y por consecuencia se permitía a los rebeldes mantenerse


armados y que se ejercitasen todos los domingos en el manejo de las armas,
con lo cual no respetaba la gente más autoridad que la de los Capitanes.” En
cumplimiento de esta política de Berbeo, el Cabildo del Socorro
comunicó al señor Flórez la inutilidad de hacer llegar la tropa al
mando del Coronel Bernet, ya que, según la citada corporación, se
había formado una milicia compuesta por gente muy diestra de la
villa y que se ejercitaba semanalmente. El Real Acuerdo en oficio de
31 de marzo de 1783 se refirió a estas actividades de Berbeo de
momo que vamos a detallar: “… unía, sacrílegamente, el de Corregidor y
Justicia Mayor de Su Majestad, firmando así varios libramientos contra la
Real Hacienda, y dando a entender con este hecho [que] era tan legítimo
Capitán General como Corregidor del Socorro, descubriendo con poco reato
su infiel y depravado ánimo de continuar sus hostilidades y fomentar entre
aquella gente rústica el fuego de la rebelión”. 22
El 25 de junio dejó el señor Arzobispo la capital, acompañado
por varios religiosos capuchinos y franciscanos (entre ellos estaba
fray Joaquín de Finestrad) a fin de concluir la obra de apaci-
guamiento de los exaltados espíritus poco tiempo antes en franca
insurrección. El 14 de junio llegó al Socorro. La intensa prédica dio
los resultados apetecidos por el tenaz prelado.
Seis días antes de la partida del señor Caballero, el Real
Acuerdo de Justicia había ordenado la captura de José Antonio
Galán, de sus hermanos Hilario y Nepomuceno, y la del segundo
jefe, Javier Reyes, pese a la gracia que las Capitulaciones habían
concedido a los cuerpos insurgentes. Galán era reo por haber
“sublevado y juntado –decía el mencionado organismo- a su mando
varias gentes con que ha perpetrado insultos, robos, y atrocidades por
diversos parajes y jurisdicciones de Tocaima, Neiva e Ibagué, y que
últimamente había subido por el río de la Magdalena arriba, desde Ambale-
22
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. II, p. 104.

Francisco Posada Díaz


116

ma, después de haber hecho cuantiosos hurtos en la ciudad de Mariquita”. 23


Como encargado de llevar a cabo dicha empresa fue designado
Juan Antonio Fernández Recamán, “que deberá aguerrir en nombre del
Rey, para su propia ayuda y custodia”. Luego de licenciar sus tropas, una
vez conocida la noticia de acuerdo entre Comuneros y gobierno,
Galán decidió volver a su tierra. Aun cuando no había aprobado
con su firma las Capitulaciones, creyó sin embargo que su actividad
carecía de toda perspectiva. De regreso, no obstante lo que
aparentaba ser su firme decisión en contrario, continuaba levantan-
do los ánimos: en el Espinal nombró como capitanes a Juan Virgen,
Jerónimo Romero y Julián Arteaga y a Manuel Ortiz como teniente;
en Coello elevó al rango de capitán igualmente a Juan Antonio
Romero, con poderes para asignarles capitanes a los demás pueblos
del sector.
Al día siguiente de la partida de Caballero y Góngora, el Real
Acuerdo tomó otra determinación del mismo carácter de la ante-
rior, esta vez respecto a otro líder: el capitán general Francisco
Javier Mendoza. Decidió el Real Acuerdo enviar a Casanare unos
comisionados, los cuales tenían como verdadera misión no la de
llegar a un compromiso con el insurgente sino la de aprehenderlo
vivo o muerto, y para facilitar este propósito su cabeza fue puesta
al precio de quinientos patacones, “que se pagarán puntualmente”.
Añadía el Real Acuerdo que en este asunto debía obrarse “con
seguridad, maña y secreto, y dando las providencias que la prudencia y maña
dicten”.

La agitación persistía. En la segunda quincena de junio la


23
Ibid., pp. 148 s

Francisco Posada Díaz


117

insurrección se extendió por la región de Pamplona. Tomaron los


rebeldes las medidas usuales y desarmaron a las autoridades regias.
Luego vinieron los sucesivos levantamientos de la región de
Maracaibo, de los que tomó noticia el virrey Flórez en el mes de
agosto. La lectura de las Capitulaciones, tanto en una como en la
otra zona llenaron de entusiasmo a los sediciosos, lo cual indica que
servían para levantar los ánimos.
Sin suficientes fundamentos legales, puesto que sobre él
pesaba apenas la acusación de haber prometido a los indígenas de
Nemocón la adquisición de la salida de la localidad, fue reducido a
prisión don Ambrosio Pisco la noche del 4 de septiembre en su
posada.
Al mismo tiempo, comenzaban las tentativas populares para
la aplicación de las disposiciones contenidas en el acuerdo de
Zipaquirá. La capitulación 14 señaló que las salinas pasaran a poder
de los indios, sus antiguos dueños.
Así se presentó una comisión de indígenas en la capital a
tratar el asunto con la Real Audiencia, de la cual no recibieron una
respuesta satisfactoria. Entonces comenzó de nuevo la rebelión.
Los ataques se desataron sobre el administrador de la salina Juan
Raimundo Cabrera e Insiarte, y prepararon un motín para el 2 de
septiembre, entre cuyos móviles estaba la muerte de Cabrera y la
ocupación de la salina. La Real Audiencia destinó la Compañía de
Granaderos del Regimiento Fijo al mando al comandante Blas de
Soria con dos pedreros y dos artilleros, la cual se hizo presente en
Nemocón el primero de septiembre en la madrugada. A las ocho de
la mañana se amotinaron los indios en el pueblo y destrozaron
parcialmente la casa del Administrador. Las tropas no debilitaron la
osadía de los insurgentes, sino que, por el contrario, los tornaron
más arrogantes ya que conminaron a los soldados a rendir las

Francisco Posada Díaz


118

armas como lo habían hecho en Puente Real; acto seguido llovió


sobre estos últimos una granizada de piedra. La tropa disparó sobre
la muchedumbre hiriendo a varios hombres y matando a cinco de
ellos, sin contar las bajas ocurridas entre las mujeres. Luego de
prender fuego a la casa del Administrador, los indios se disper-
saron. En la refriega murieron Manuel Luna, Francisco Mendieta,
José Ignacio García e Ignacio Marruco, cuyas cabezas fueron trans-
portadas a Santafé. El 4 de septiembre, día de su arribo, estuvieron
colocadas en maderos a la entrada de la capital y en los caminos
reales. Fueron reducidos a prisión en Cartagena el teniente Antonio
Luna, Manuel Morales, José Gómez, Juan Antonio Bernardino y
Manuel Galicia. Excepto el último de los mencionados, que regresó
al interior, los otros murieron. Estos mártires comuneros han sido
olvidados de modo injustificado por la historiografía consagrada al
culto de determinados caudillos y que olvida la diversidad y
complejidad de este movimiento.
El primero de julio los capitanes generales del Socorro, Plata,
Monsalve, Rosillo y Franqui, los doctores Ramírez y Cáceres y otros,
enviaron al Virrey y a la Real Audiencia sendas comunicaciones en
las cuales planteaban los siguientes:
1) Absoluta lealtad al Rey.
2) Se declaraban partidarios del cobro de una “justa contribución de
alcabalas y estancos de aguardiente”, ofrecían sus servicios para llevar a
cabo tal empresa.
3) Ponen a disposición de las autoridades al ascendiente ganado en
los acontecimientos inmediatamente pasados. Berbeo no firmó
estas comunicaciones. El Virrey no recibió con buena disposición la
citada misiva, y admite la posibilidad de “que dimane del recelo o temor
castigo”. El 17 de septiembre Plata, Monsalve y Rosillo volvían de

Francisco Posada Díaz


119

nuevo a enviar al Virrey un documento similar al anterior, en el que


sostuvieron la tesis de que “nosotros fuimos las más tristes victimas del
furor” de los Comuneros, y hacían el recuento de supuestas violen-
cias o de gravísimas presiones ejercidas sobre ellos para obligarles a
aceptar sus anteriores mandatos de Capitanes Generales.
Por su parte, Caballero y Góngora había conseguido que
algunos Capitanes Generales y Procuradores del Común (Plata,
Rosillo, Monsalve, Ramírez, etc.) le otorgaran poder para modificar
las Capitulaciones. Berbeo tampoco suscribió el texto donde se dio
el susodicho poder.
La actitud de Berbeo llevó al Arzobispo a la convicción de que
podía convertirse en un obstáculo para la tarea de disuasión y
serenamiento que, con la ayuda de otros pastores, estaba llevando
a cabo. Caballero y Góngora tomó la determinación de alejarlo de la
provincia, pues otra diferente era, por múltiples razones, inade-
cuada. Berbeo fue encargado entonces de divulgar las Capitu-
laciones, explicarlas, y en general pacificar las regiones de
Pamplona, Salazar de las Palmas y Ocaña, las cuales se hallaban aun
fuertemente agitadas. El antiguo Generalísimo partió para Pam-
plona a comienzos de septiembre, acompañado de algunos de sus
antiguos capitanes. En efecto, Berbeo logró, a más de apaciguar los
ánimos, el que fueran acogidos con benevolencia aquellos insur-
gentes de la región de Maracaibo que habían tomado el camino de
la Nueva Granada. Berbeo regresó al Socorro el 4 de octubre.
El 31 de agosto recibió el Cabildo de San Gil la orden del Virrey
de no dar cumplimento a las Capitulaciones; la citada orden llegó a
manos de los cabildantes del Socorro una semana después.
Consultado el Arzobispo por los Cabildos de estas poblaciones
respondió que, en vista de las continuas sediciones que ocurrían
por esos días, lo mejor era aplazar (textualmente dijo en una

Francisco Posada Díaz


120

comunicación al Virrey “suspender”) la publicación de la providencia


en referencia.
El Virrey persistía en llevar a cabo, aún en parte, su política
liberal. Así Flórez, atendiendo las representaciones hechas por el
Ayuntamiento del Socorro, dispuso que las medidas de la Junta
General de Tribunales, del 14 de mayo, y que comprometían con
sus beneficios villas del Socorro y San Gil, las ciudades de Tunja,
Vélez, Pamplona, Girón, la villa de Leiva y los pueblos de Zipaquirá y
Sogamoso, mantuvieran toda su vigencia. Ellas, según el propio alto
funcionario, se reducían a las siguientes:
1) Suspensión del cobro del derecho de la Armada de Barlovento y
restablecimiento del viejo porcentaje para Alcabala (2%).
2) Supresión de las formalidades exigidas para las Guías y
Tornaguías, “y que sigan las cosas como antes”.
3) Libertad de cultivo de tabaco, de acuerdo como reglamentación
que determinaba a cada cosechero una cuota de siembra, la
obligación de venderlo al gobierno y otras restricciones.
4) Rebaja de los precios de venta del tabaco y el aguardiente al
precio anterior al señalado, con motivo de la guerra con la Gran
Bretaña por el Regente-Visitador.
5) Publicación del “Indulto de Perdón General”. Con lo cual “parece
quedar atendidos esos comunes en los alivios que pretenden; y que por lo
mismo no dudo que agradados y agradecidos a este beneficio, se mantendrán
quietos y pacíficos, dedicados a sus labores e industrias”. 24

24
Es conveniente anotar que las contradicciones entre Flórez y
Gutiérrez fueron algo público y sabido por la época. F. Silvestre habla
“de los desaires que padece la autoridad” (la del Virrey) a manos del

Francisco Posada Díaz


121

Pero las cosas se empeoraron vertiginosamente. La noticia de


la muerte de los indios de Nemocón se extendió con la rapidez que
es de suponer, llenando de pánico o de ira a los recelosos o
estupefactos pobladores del Oriente del Nuevo Reino. La idea de
una nueva insurrección iría a plasmar se en José Antonio Galán,
quien no participó en las conversaciones de Zipaquirá, ni tampoco
había aceptado el texto de las Capitulaciones allí suscrito y quien
además poseía un sólido prestigio fundado en las medidas tomadas
durante su campaña en la hoya del Magdalena.
Galán se hizo presente en Mogotes a comienzos de mes de
septiembre. Iba perseguido y ni es erróneo suponer que esta
situación facilitó mucho su espíritu para las resoluciones que habría
de tomar seguidamente. Desde un comienzo hallamos una relativa
coordinación entre Galán y otros elementos del Común. Así, Juan
Manuel Roxas, quien fue apresado por el Alcalde de Mogotes el 11
de ese mismo mes, fue quien llevó a Galán a esta población. Otros
Regente-Visitador (op. cit., p 88). Un tiempo más adelante tuvieron
diferencias de otro orden, pero que sirven para ejemplificar el asunto
de que nos ocupamos; estas diferencias surgieron por lo relativo a las
agregaciones de pueblos y resguardos. Gutiérrez y el Fiscal de la Real
Audiencia, Joaquín Vasco y Vargas, se oponían a la extinción de 33
pueblos: el señor Flórez se plegó a la tesis del Regente-Visitador y del
Fiscal, pero probablemente a sabiendas de que la Real Audiencia,
debido a las evidentes ventajas que ello representaba, iría a favorecer
una determinación que implicase la ruina de una institución clásica e
inherente al viejo orden, que los neocolonialistas (Berdugo y Oquendo,
Moreno y Escandón, los Virreyes ilustrados, etc.) no veían con buenos
ojos. (G. Colmenares en su trabajo “Antecedentes sociales de la historia
de la tierra en Colombia” Revista de la Universidad Nacional, No. 4,
Bogotá, 1969, pp. 131 s. aporta lo referente a la discusión sobre los 33
pueblos).

Francisco Posada Díaz


122

Comuneros compañeros suyos estaban agitando varias localidades


de la región: Manuel Ortiz, Isidro Molina, Miguel Monsalve, Lorenzo
Alcantuz, Juan Dionisio Plata y sus hijos, e Ignacio Ardila en el
Socorro; José María Franqui y Esteban Ochoa en Málaga; José de
los Santos Carvajal en Enciso; y Baltasar Cala en el pueblo del Pára-
mo. Pocos días después se entrevistaron con Galán, en Mogotes,
Juan Dionisio Plata y sus hijos, junto con Isidro Molina, quienes le
aseguraron a aquél haber levantado las poblaciones del Valle de
San José, Pinchote, Confines, Simacota, y Chima.
Pero, pese a todo, se notaba que el ambiente no era el del
mes de octubre el mismo en el cual Galán había actuado antes de la
suscripción de las Capitulaciones y de la actividad pacificadora del
arzobispo Caballero y Góngora. Galán cambia de táctica. Bien que él
no aceptó los compromisos de Zipaquirá, ahora, luego de enterarse
que el Virrey dio orden de suspender la ejecución de las Capitu-
laciones, alzó la bandera de su intransigente defensa.
Comienza a organizar un ejército en Mogotes, asesorado por
los capitanes Juan Manuel de Roxas, Miquel Rafael Sandoval, Custo-
dio Arenales, Buenaventura Gutiérrez, Juan Ignacio Gualdrón, los
hermanos Altamar y otros. Se procede a hacer la designación de los
mandos del nuevo grupo armado, y la jefatura recae en Galán por
aclamación; Manuel Ortiz quedó de segundo, Ignacio Ardila de
Tercero y Miguel Monsalve de cuarto. Fue nombrado secretario del
primer capitán José Camacho.
Como capitanes para Mogotes resultaron electos Miguel
Rafael Sandoval y Custodio Arenales, quienes dirigieron inmediata-
mente una comunicación a los “lugares circunmarcanos” iniciándolos
a la rebelión.

Francisco Posada Díaz


123

El 23 de septiembre Galán y su gente de Mogotes dirigen a sus


capitanes del Socorro un carta en la que urge actuar (“Esto supuesto,
señores, ¿qué es lo que hacemos? ¿A que esperamos?”). Los peligros de la
falta de coordinación y de rápida preparación son puestos de pre-
sente por Galán: “A que Santafé se abaste de todos surtimientos y que
lleguen tropas de abajo, que están al salir, y vengan nos aniquilen sin reserva,
ni aun de los inocentes, como lo tienen prometido.” Otro aspecto intere-
sante de la carta lo constituye la pérdida de toda confianza en la
posibilidad de un arreglo con las autoridades del Virreinato; así
pues, para contrarrestar “este pernicioso cáncer, que amenaza nuestra
ruina en honra y haciendas, cuando no las vidas el infame borrón y sucesivo
reato de una sonrojada esclavitud”, no cabe otra posibilidad que la de
utilizar los mismos métodos represivos de que se ha valido el
gobierno contra los pueblos. O con las palabras textuales de la
carta: “A mal desesperado, desatinado remedio”. El telón de fondo de las
que califica como “más maduras reflexiones”, fruto del hecho de que
los elementos integrantes del nuevo movimiento son “ya experimen-
tados”, es la descripción de las falacias y los dobleces de que han
sido víctimas los Comuneros: “…el malogrado avance de la vez pasada,
con que nos han dejado vendidos avariciosos, picaros, traidores, a lo que no
25
hallamos otro remedio que volver a acometer” Esta misiva para mejor
dibujar la silueta de su posición política.
El primero de septiembre la Real Audiencia ordenó la captura
de Galán. El 6 de octubre dictaron los Alcaldes del Socorro el auto
prisión contra el caudillo comunero. Para llevar a cabo la tarea de
la aprehensión fue designado Salvador Plata, quien salió del Soco-
rro el 9 de octubre. El 11 llego a Mogotes donde el Alcalde le
informó que Galán había abandonado la localidad con diez y nueve
o veinte hombres. Galán estaba en situación desesperada, ya que
25
P. E. Cárdenas Acosta, Los Comuneros, Bogotá, 1945, p. 293.

Francisco Posada Díaz


124

los Comuneros de otras regiones no se decidieron a ayudarle. “Las


tropas que esperaban a Galán para el día 10 de octubre o se resistieron o no
se movieron de sus pueblos. Los lugares que se ofrecían abandonaron sus
empresas”, aseguró posteriormente en su Defensa el señor Plata. El
día 13, luego de haber dejado a Mogotes, sus espías tomaron
presos a Hilario Galán, Francisco Antonio Mesa, Francisco Pañuela y
Julián José Losada, quienes en Onzaga se habían separado de Ga-
lán.
Galán ya sin recursos, decidió tomar el camino de los Llanos
de Casanare. Pero ese mismo día, como a las diez de la noche, fue
aprehendido luego de una corta refriega, en la cual cayeron heridos
el propio Galán y Manuel Salvador Álvarez, y muerto Andrés Galán.
Junto con el líder quedaron prisioneros Ignacio Parada, José Velan-
dia, José Tomás Velandia, Miguel Fulgencio de Vargas, Nicolás Gui-
llermo Pedraza y Baltazar de los Reyes.
El 20 de octubre, Flórez concedió la gracia del indulto a todos
los comprometidos en el movimiento de los Comuneros de los
meses anteriores, por la intercesión del señor Arzobispo. Pero en lo
referente a nuevas sublevaciones estaba decidido a aplicar una
política fuerte. En carta de 20 de octubre dirigida a Bernet le
exhortaba a tomar drásticas medidas contra desordenes de
reciente ocurrencia. “Lo que importaría mucho para atacar este nuevo
fuego, que va encendiéndose, es quitar de en medio al que lo fomenta; y
atribuyéndose todo al rebelde José Antonio Galán, sería muy conveniente que
V. S. tomase sus medidas para sorprender o acabar con éste y sus inmediatos
secuaces, valiéndose de los medios más reservados y oportunos.” 26
26 P. F. Cárdenas Acosta, El movimiento comunal, t II, p 165.
Queremos indicar que la sentencia completa de Galán puede
verse en el AHNC, loc. cit., t. X ff 90 a 92.

Francisco Posada Díaz


125

El aludido indulto no cobijó por lo tanto a Galán y a sus


compañeros. El 30 de enero de 1782 fueron ellos sentenciados a la
pena capital.
En la sentencia se refieren algunas de las hazañas del caudillo,
se le acusa de horribles crímenes, pero, al propio tiempo, se revela
el concepto en el cual se tenían sus actividades, (“Y últimamente un
monstruo de maldad y objeto de abominación, cuyo nombre y memoria debe
ser proscrito y borrado del número de aquellos felices vasallos que ha tenido
la dicha de nacer en los dominios de un Rey, el más Piadoso, el más Benigno,
el más Amante y más Digno de ser Amado de todos sus Súbditos, como el que
la Divina Providencia nos ha dispensado”) El castigo manifiesta el afán
de impresionar con su crudelísima índole la mentalidad de los
revoltosos neogranadinos: “…condenamos a José Antonio Galán a que
sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lugar del suplicio, donde sea
puesto en la Horca hasta que naturalmente muera; que bajado se le corte la
cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes, y pasado el resto por las llamas
(para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo); su cabeza será
conducida a Guaduas, Teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha
puesta en la plaza del Socorro; la izquierda en la villa de San Gil; el pie
derecho en Charalá, lugar de su nacimiento; y el pie izquierdo en el lugar de
Mogotes; declarada infame su descendencia, ocupados todos sus bienes, y
aplicados al Real Fisco; asolada su Casa y sembrada en sal, para que de esta
manera se dé olvido su infame nombre, y acabe con tan vil Persona, tan
detestable memoria, sin que quede otra que del odio y espanto que inspira la
fealdad del delito!” Junto con Galán fueron condenados a muerte
Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz.
La sentencia fue ejecutada en la plaza mayor de la capital el
primero de febrero de 1782. El Regente-Visitador retornó a la
capital el día 13. El 31 de marzo el virrey Flórez dio posesión a su
sucesor el mariscal de campo Juan Pimienta, gobernador de la Plaza
de Cartagena de Indias.

Francisco Posada Díaz


126

La política que Gutiérrez de Piñeres quiso dejarle instalada a


Pimienta tuvo las mismas características de la que había sido usual
en este funcionario. El 21 de febrero reunió al Real Acuerdo y en la
sesión se acordó una prevención que fue promulgada por bando y
carteles, en la que se atemorizaba a los vasallos, se les invitaba a la
delación y se conminaba a entregar los escritos o papeles subver-
sivos surgidos en la pasada revuelta comunera. “Pues de lo contrario –
se advierte en tono perentorio-, si es persona vil, será sacado a la
vergüenza y condenado por seis años a presidio; y si es noble, multado en
quinientos pesos y desterrado por seis años”. El 18 de marzo el Regente-
Visitador logró que el Real Acuerdo desconociera la política del
virrey Flórez, quien, como lo veíamos, se resistió a aceptar las
Capitulaciones de Zipaquirá, pero estimuló una conducta concilia-
toria de parte de las autoridades. “Acordaron declarar -se lee en el
auto respectivo- …por nulas, insubsistentes y de ningún valor ni efecto
todas las gracias, dispensas y rebajas de reales derechos y formalidades para
recaudarlos, que concedió la Junta que hubo en esta capital, por la sesión
celebrada el día catorce de mayo año próximo pasado, y las inicuas
Capitulaciones propuestas por el jefe de los rebeldes, cuando se hallaban
unidos en forma de ejército cerca de Zipaquirá.” En la misma sesión y en
el mismo documento del Real Acuerdo se convino la destitución de
Berbeo del cargo de Corregidor que tenía en virtud de las Capitu-
laciones. “Que desde luego y sin pérdida de tiempo se libren reales
provisiones por separado a los Cabildos del Socorro y San Gil, para que
recojan y remitan el título de Corregidor que se expidió a favor de Juan
Francisco Berbeo, tilden y borren las actas que en su cumplimiento y para
ponerle en posesión, se hayan celebrado, y le hagan saber cese en el ejercicio
de este empleo.” 27
El nuevo Virrey no alcanzo a ejercer sus funciones debida-
27
P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. II, pp. 192 s.

Francisco Posada Díaz


127

mente, pues falleció cuatro días después de su arribo a la capital el


día 11 de junio. En estas condiciones el Real Acuerdo de Justicia de-
terminó que la Real Audiencia se encargara del Superior Gobierno y
el Regente-Visitador de la Capitanía General.
Le correspondió al sucesor del virrey Pimienta, el arzobispo
Caballero y Góngora, la aplicación de las medidas más eficaces para
la guarda del orden. Ellas están en un edicto del día 6 de agosto de
1782. Allí toma un camino intermedio entre una línea de gobierno
demasiado liberal y una línea de represalias a ultranza. Si bien
concede indulto, perdón general y amnistía a todos los que hicieron
parte de las sublevaciones, en el aspecto económico siguió los
pasos no de Flórez, sino los de Gutiérrez de Piñeres. Los impuestos
quedaron restablecidos y reglamentados del modo como estaban
en el Nuevo Reino antes del 16 de marzo de 1781. Además, en
virtud de su labor pacificadora Caballero y Góngora logró obtener
promesas en favor del fisco según las cuales éste se resarcía de los
perjuicios que había sufrido durante el tiempo de la insurrección de
los Comuneros. La diligente actividad del Arzobispo-Virrey hizo
posible, igualmente, que el monto de las rentas estancadas aumen-
tasen en relación con los niveles anteriores al año de 1781.

Francisco Posada Díaz


128

IV
CONTENIDO POLITICO-SOCIAL DEL
MOVIMIENTO

La dificultad en la adquisición de nuevos documentos que precisen


mejor las peripecias de la insurrección de las montoneras neo-
granadinas, lo mismo que las motivaciones de ciertos compor-
tamientos de los líderes en uno u otro momento, han sido un factor
limitante para la interpretación de este definitorio hecho histórico.
Nosotros hemos adoptado una perspectiva que evalúa el Movi-
miento en relación directa con los factores socio-económicos de la
época, globales y de coyuntura, para ver y ubicar la sublevación
dentro de un marco menos lábil y mejor observable; y partimos del
supuesto, a nuestro ver ya comprobado, de la existencia de tres
grandes grupos, cerrados o fluctuantes, como los componentes
tanto de las huestes militares como de la base social que halló en
determinados caudillos o en los “papelones” y en las Capitulaciones
su “expresión” política; tales grupos fueron los de las “capas medias”,
los indígenas y los terratenientes feudales. Estas dos nuevas
variables en el análisis permiten clarificar puntos discutibles y arri-
bar a conclusiones menos inestables.
Veamos el caso de tres de los personajes más significativos
vinculados al Movimiento: Lozano de Peralta, Berbeo, y José Anto-
nio Galán, a la luz del enfoque que proponemos.
¿Quién fue el famoso Marqués de San Jorge? Su historia se
identifica con la de una nueva aristocracia criolla en crecimiento,
que buscaba el mejor poder económico posible y anhelaba, ya en
esta época, obtener una influencia decisiva en el gobierno para

Francisco Posada Díaz


129

utilizarlo en su propio servicio. En otras palabras: compartir el


poder, partido en dos, una parte para su clase, otra para los
colonizadores. Pero esta ambición no era, ni mucho menos fácil-
mente realizable. El colonialismo dejaba llevar a la aristocracia una
vida política periférica; se servía de ella para labores estatales, pero
en las decisiones básicas debía adaptarse, sin posibilidades de
influjo directo, cuando se presentan roces o fricciones entre los
intereses contrapuestos de criollos ricos y de españoles acomo-
dados.
El 13 de diciembre de 1731 vino al mundo Lozano de Peralta,
en la ciudad de Santafé. Vástago de una familia ilustre, nació en
medio de comodidades y holguras. A los once años recibió una
beca del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en la espe-
ranza de tornarse jurista. “Ancló más o menos, en la de las armas” 1
Todavía joven hizo parte del Cabildo. A los 24 años contrajo
matrimonio con María Tadea González Manrique, hija de quien
fuera Presidente de la Nueva Granada. Matrimonio conveniente ya
que le abrió muchas puertas. Fue designado Alférez Real (1758). Y
antes en 1754, había ocupado el cargo de Regidor del Cabildo. El
éxito político andaba a la par con el éxito financiero; decimos mal:
iba mejor el segundo que el primero. El historiador Camilo Pardo
Umaña hizo la siguiente relación de sus propiedades: “Tal vez un
historiador minucioso pudiera precisar los términos que ocuparon la Sabana
las primeras encomiendas. Pero hay una, la del Alférez Real de la Conquista,
capitán Antón de Olalla, tronco que fue de muchas de las principales familias
de la aristocracia bogotana, que merece una explicación a espacio, ya que de
ella nació el Mayorazgo de Bogotá, la primera y más importante hacienda de
la Sabana, de nombre “El Novillero”, cuyos términos abarcaron caso en
totalidad los actuales municipios de Funza, Serrezuela y Mosquera. El Alférez

1
A. Abella, El florero de Llorente, Medellín, 1964, p. 33.

Francisco Posada Díaz


130

Real obtuvo su título definitivo y la Encomienda de Bogotá de Alonso Luis de


Lugo. Más tarde contrajo matrimonio con doña María de Orrego y Valdaya,
de la nobleza de Portugal, quien fue una de las primeras damas que vino a la
naciente ciudad de Santafé y de ellos fue hija la célebre encomendera de
Bogotá doña Gerónima de Orrego y Castro… Casáronse don Fernando y doña
Gerónima en 1581, y a pocas semanas murió aquel, víctima de perniciosa
calentura y sin dejar descendencia. Doña Gerónima soportó corta viudez y
contrajo de nuevo matrimonio con el Almirante de la armada don Francisco
Maldonado de Mendoza, quien con sus propios bienes y con los cuantio-
sísimos de su esposa fundo el Mayorazgo de la Dehesa de Bogotá que
posteriormente paso a su hijo Antonio, después a su nieta María, y así
sucesivamente hasta llegar a don Jorge Miguel Lozano de Peralta y Varáez
Maldonado de Mendoza y Olalla, octavo poseedor del Mayorazgo”.

El principal negocio de Lozano de Peralta fue el de los


llamados “abastos” de carne a la capital, el cual reportó todas las
ventajas de un verdadero monopolio. De ahí, entonces, que
surgieran pugnas, de las cuales bien puede afirmarse su índole
recurrente, con el gobierno colonial ya que éste en ocasiones pre-
tendió explicable y justificadamente establecer precios razonables a
la venta de carne y señalar un volumen normal de abastos. Esta
tirantez, inevitable dadas las pretensiones exageradas del ambi-
cioso criollo, llevó al Marqués de San Jorge a una actitud que a
primera vista puede juzgarse curiosa pero que en verdad se explica
por si sola.
“Desde que se inició su vida de contratista con el gobierno [virreinal]
supo ser un enemigo soterrado del gobierno.” 2

En el año 1758 lo vemos sosteniendo una posición absurda


valiéndose de su calidad de Procurador: se opuso al traslado de

2
C. Liévano Aguirre, Los grandes conflictos económicos y sociales de
nuestra historia, Ediciones “La Nueva Prensa”, Bogotá, t. III, p. 15.

Francisco Posada Díaz


131

ganado de la región de Popayán, Neiva, La Plata y Timaná: Lozano


de Peralta, pues, no quería tolerar ni la más leve competencia. La
introducción de ganado de otras zonas del Reino podría perjudicar
el suministro de carnes del cual “El Novillero” era privilegiado abas-
tecedor con la concomiante baja de unos precios, consagrados por
una voluntad monopolista; el Marqués sabía que, a mayor oferta,
precios de competencia; y, por consiguiente, caída de los niveles
dados por el monopolio.
Pero Lozano de Peralta sufrió muchos desengaños prove-
nientes de la administración virreinal; como es perfectamente legí-
timo en quienes detentan un poder económico, aspiraba él a obte-
ner crédito fácil para ensanchar sus negocios. Hizo una petición en
1784; en mayo de ese mismo año, sin embargo, fue rechazada. La
carencia de poder político perjudicaba, pues, sus aspiraciones de
poder económico.
En 1776 se encargó del negocio del suministro de velas para
los cuarteles oficiales. Dos años más tarde le llegó otro contrato: el
aprovisionamiento de las caballerías de la guardia virreinal. Dicho
contrato fue por el término de cinco años y a razón de novecientos
pesos por año.
En 1768 tuvo un fuerte incidente con el capitán de corazas y
regidor José Groot de Vargas; éste le humilló tachándole su linaje y
le hizo graves acusaciones políticas y personales, las cuales en el
fondo también incidían políticamente. Por un lado, le llamó
“enemigo de los chapetones”, palabreja ésta que ya se hallaba en
circulación. Por otro, le increpó “que tenía mancha de la tierra…, y que
no tenía fe de bautismo”. El Marqués de San Jorge nunca le perdonó al
insolente peninsular tan desmedidos insultos. Pero los asimiló: el

Francisco Posada Díaz


132

problema era más de fondo que una simple reyerta personal en la


cual su vida inclusive llegó a peligrar.
Pasemos a la historia del marquesado. La Corte decidió
repartir entre personas notables de las Indias una serie de títulos
nobiliarios para celebrar condignamente el nacimiento del príncipe
Carlos de Asturias. El personaje americano señalado debía pagar
por la distinción impuestos equivalentes a los de media anata y
lanzas, ya que la Corona busco hacer de dichos títulos nobiliarios un
medio para obtener recursos fiscales. Lozano de Peralta aceptó el
marquesado y celebró con fiestas y pompa su ascenso a la nobleza;
mandó colocar, además, el escudo en su casa. Pero cuando la Real
Audiencia le hizo saber que el disfrute de la distinción implicaba,
por parte suya, el cumplimiento de obligaciones ya prescritas,
Lozano de Peralta alegó que ella la poseía “por sus propios méritos”. El
Marqués de San Jorge fue entonces demandado y tuvo que
soportar un fallo en su contra emitido por la Real Audiencia. En
1777 volvió a la plebeyez después de su fugaz paso por el reino de
la nobleza. Esto acontecía a escasos cuatro años del Movimiento
de los Comuneros.
Pero no todo era sinsabores para el ambicioso criollo. Viudo,
su segundo matrimonio lo emparenta con Magdalena Cabrera, hija
del escribano de la gobernación José Miguel Cabrera y Subia y
biznieta de Gil Cabrera y Dávalos, quien fuera presidente del Nuevo
Reino.
Las medidas fiscales del Regente-Visitador causaron explicable
revuelo y descontento en los medios de la aristocracia criolla. Y no
entre quienes, como Lozano de Peralta habían tenido sus líos con
las autoridades y las gentes españolas debido a la riqueza y la
preeminencia alcanzadas –riqueza y preeminencia que, por una
implacable lógica, conducían a sustentar reivindicaciones de carác-

Francisco Posada Díaz


133

ter político y administrativo-, sino al igual entre los antiguos


terratenientes que de tiempo atrás alcanzaron una especie de
aceptable modus vivendi con la Corona.
Pero tales medidas fiscales eran, a más de una confirmación
del tradicional colonialismo inaceptable para un sector que como el
representado por el Marqués anhelaba una política compartida de
índole neocolonialista, un obstáculo real para el desenvolvimiento
de las actividades lucrativas y una limitación a las aspiraciones de
enriquecimiento, perfectamente legítimas a los ojos de los criollos.
La aristocracia se involucra al Movimiento de los Comuneros, y
naturalmente lo hace con sus propios objetivos e ideales.
El caso de Lozano de Peralta es, sin embargo, más relevante
históricamente que el de los Comuneros feudales de Tunja y Soga-
moso, los cuales se conforman con la no aplicación de las medidas
restablecidas por Gutiérrez de Piñeres. El Marqués personificó
aquella ala de la aristocracia que no se satisfacía más que con llegar
al poder político, fuera este ascenso una coparticipación o tuviera
el carácter de la genuina autonomía. Por eso, una vez que Lozano
tuvo noticia del descontento y la indignación suscitados en las
regiones santandereanas, empezó a conspirar siguiendo caminos
complejos, sinuosos, difíciles de detectar.
Lo primero que hizo el Marqués fue poner a funcionar sus
contactos. Así por ejemplo, Manuel García Olano, español em-
parentado con él, era, en su calidad de Administrador de los
Correos de Santafé, el vínculo que poseía con Simacota y de ahí con
el resto de los sectores sublevados. La suposición no ha sido
demostrada documentalmente en forma directa, pero los datos
que se tienen permiten sospechar que de algún modo, Juan
Francisco Berbeo –quien por lo demás ya había alcanzado una
cierta organización de sus partidarios antes del memorable motín

Francisco Posada Díaz


134

del 16 de marzo en el Socorro- y Lozano establecieron contactos.


García Olano, aun cuando español, guardaba fidelidad al Marqués
dados sus lazos familiares; estaba casado con Joaquina Álvarez del
Casal, cuñada de Josefa Lozano, hija legítima del difícil personaje.
García Olano bien pudo enviar los pasquines a las regiones en
alzamiento, ser el vínculo para las noticias frescas, servir de
vehículo difusor a las gravísimas nuevas provenientes del Perú y
que daban cuenta del levantamiento de Tupac Amarú. García
Olano aseguraba que él, como español, no temía la toma y el asalto
de la capital por parte de los Comuneros, porque su casa si sería
respetada. Llegó inclusive a decir que si los socorranos y demás
comunes derrocaban la autoridad y designaban una nueva, la reina
escogida era su mujer doña Josefina. Como no ocultaba sus simpa-
tías por los rebeldes, recibió, por parte de los demás españoles, el
calificativo de “traidor”. Así pues, García Olano fue para el Marqués
alguien de especial importancia como enlace.
Silvestre, en la obra ya citada, trae lo siguiente que, en
nuestro concepto, es una clara alusión al Marqués, a su conducta
en la conspiración organizada en Santafé para apoyar a los
Comuneros santandereanos. “Durante estos sucesos, se fomentó en la
Capital una secreta sedición por algunos mestizos y gente de poco viso [en
otras palabras: una sedición de la plebe], ni reputación en ella, en que acaso
pudieron tener parte otros imprudentes [Lozano de Peralta], que, creyendo a
Rio Revuelto levantarse a mayores y conseguir lo que no podían imaginar,
intentaron una conspiración y acabar con todos los vecinos principales,
dueños de la Capital, y, sustrayéndose del dominio del Rey, erigirse ellos
mismos en Magistrados.”
Pero abandonemos este punto para pasar al referente al
papel del Marqués en el caso de La cédula del pueblo. Es indudable
que el pasquín fue redactado en Santafé y de acá enviado (como
vimos, valiéndose del señor García Olano en su calidad de Adminis-

Francisco Posada Díaz


135

trador de Correos), a Santander. Pero es muy interesante examinar


el papel del Marqués en la relación misma del papelón. No cabe
menos afirmar –como ya lo hicimos- que La cedula del pueblo sirvió
para condenar las aspiraciones ideológicas de los Comuneros en un
momento en el que, en vías de integración (mediados de abril), el
movimiento no había rebasado el plano de las consignas. La cedula
del pueblo no solamente formuló un programa, completo aun
cuando de índole general, sino sirvió para clarificar objetivos y
metas políticas.
Varios datos permiten colegir una intervención del señor
Lozano en la elaboración del pasquín. Ante todo, es bueno indicar
que la situación en Santafé estaba lejos de ser la de un pacífico
político. Un documento de la época sustenta la idea de la
existencia de una gran agitación en la capital, correlativa e
imbricada a la agitación comunera.
Dice la Relación verdadera que “la principal fermentación estaba
dentro de la capital, donde se cree se formaron pasquines y se comunicaban
frecuentemente los avisos al cuerpo de sublevados” 3 Estas palabras
permiten, además, ubicar la fuente originaria de los pasquines en la
capital virreinal. Se sabe que el Arzobispo-Virrey le siguió un
proceso reservado al señor Lozano debido a su actividad como
enlace y conspirador durante los acontecimientos de 1871. Cuando
las tropas se encontraban acampando en el Mortiño, Berbeo pide
que sean designados Capitanes de los comunes de Santafé. El se-

3
Relación verdadera, p 22. En el Archivo Miranda (t. XV, p28) aparece:
“…se dice haber dentro de la capital más de 500 hombres de los
levantados”. Ello demostraría un buen apoyo para los insurgentes del
norte en caso de que hubiera conseguido entrar en la ciudad de
Santafé.

Francisco Posada Díaz


136

ñor Lozano obtiene esta distinción. Cuando las negociaciones, en


ese mismo momento, eran más intensas entre Berbeo y las
autoridades, al hacer el Marqués acto de presencia en los campa-
mentos fue ruidosamente ovacionado por la plebe. También
intervino en la preparación de la redacción definitiva de las
Capitulaciones que fue entregada a los comisionados del gobierno
para su aprobación. Que la popularidad que gozó el Marqués
cuando visitó las tropas incidiera en el incoamiento de dicho juicio
–popularidad sólo explicable por actos positivos suyos en favor de
la causa plebeya-, está fuera de duda; pero igualmente, debe estar
fuera de duda el hecho de que la participación que Caballero y
Góngora le adjudica en la relación de La cédula del pueblo fue otro
importante factor tenido en cuenta por el gobernante para buscar
sanciones para el Marqués. Caballero y Góngora envió después de
la sedición una comunicación a José de Gálvez, el ministro de
Indias, y que dice así en la parte pertinente: “Pero en vista de la
activa parte tomada por don Jorge Lozano de Peralta, que con sus
escritos sediciosos conmovió al Reino y regó la semilla de la
deslealtad, ordena a V. E. se le reduzca a prisión y se le encierre de
por vida en el castillo de San Felipe de Barajas, de Cartagena, sin
más fórmula de juicio, guardándole en la prisión las consideraciones
de su nobleza.” 4 La sanción drástica debía ser pena condigna de las
ofensas arrojadas a la autoridad. Para algunos historiadores el
verdadero redactor fue el lego fray Ciriaco de Archila, del convento
de Santo Domingo.
Salvador Plata hace alusión a esto en su Declaración; sostiene
“que no sabe quién sea el autor de dicho pasquín en verso, que se remitió de

4
M. Briceño, Los Comuneros. Historia de la insurrección de 1781,
Bogotá, 1880, pp. 19 s.

Francisco Posada Díaz


137

esta Corte, ni quien lo entregó al nominado Alba, ni los sujetos que tengan
correspondencia desde Simacota con personas de esta capital; pero que lo
que puede decir es que Pedro Fabián Archila, Capitán de Simacota, tiene un
hermano religioso, lego de Santo Domingo de esta ciudad, llamado fray
Ciriaco de Archila”. 5 De todas maneras, el citado clérigo era íntimo
amigo y confidente del señor Marqués. De modo que si este último
no lo escribió, cuando menos pudo sugerir sus tesis. En la comuni-
cación de Caballero al ministro Gálvez se lee además esto: “Asimismo
su confidente Fray Ciriaco de Archila será confinado a uno de los conventos de
su Orden de esta Corte”.
La cedula del pueblo deja translucir una mentalidad hábil,
informada de la problemática que se estaba viviendo y, sobre todo,
deseosa no de circunscribirse al radio de sus particulares aspira-
ciones sino buscando explotar los más diversos motivos de descon-
tento. La posición que se defiende no es la de una aristocracia
enfeudada al colonialismo, sino planteamientos como los que en
líneas generales se encuentran en la Capitulaciones, aun cuando
5
S. Plata, “Declaración”, AHNC, loc. cit., t. XVIII. Afirma el señor Plata
que del “pasquín en verso… se sacaron algunas copias… que veía que la
mayor parte de las gentes sublevadas las tenían y algunos colgadas al
cuello con el Rosario, diciendo unos eran la Cédula, otros Superior
Despacho, y otros Santísima Gaceta…” (f. 374). Esto demuestra el
influjo grande e inmediato que ejerció este pasquín como vehículo
aglutinador de conciencias y esbozo de unas metas político-sociales
para el Movimiento de los Comuneros. Y lo dice Plata: “…hacer ver los
males que los papeles habían originado, pues positivamente cree el
declarante [que] fue esto lo que acabó de precipitar los pueblos
sublevados…” (f. 375). Más adelante indica que Berbeo poseía y
utilizaba el papelón en sus actividades (ff. 375 s.). La sugerencia sobre
la eventual redacción por parte de fray Ciriaco de Archila, amigo del
Marqués de San Jorge y hermano de un capitán comunero, está en el
folio 376.

Francisco Posada Díaz


138

la afirmación sobre autonomía o autogobierno es clara en la


Cédula. Como texto ideológico representativo de la aristocracia,
este papelón supera, pese a su nivel conceptual menos elaborado y
erudito, el más famoso documento de este grupo social en la etapa
histórica de la Independencia: nos referimos al Memorial de agra-
vios de Camilo Torres, el cual también en materia de autonomía o
autogobierno fue mucho más tímido que la Cédula del pueblo. Es
evidente, pues, que un mayor análisis de tan importante pasquín –
importante tanto por su influjo en este momento como por lo que
representa en cuanto hito doctrinario- debe conducir a una
revaluación no sólo de la controvertible y sinuosa personalidad del
Marqués de San Jorge, sino de la especificación cronológica de los
grandes textos ideológicos de la época.
Esto no implica que Lozano fuera el hombre integérrimo, con
una línea de conducta personal y política, invariable. El vaivén fue
característica suya y prefería seguir, en medio de los más difíciles
acontecimientos, un curso zigzagueante, guardarse las espaldas y
aprovechar al máximo la situación, que definirse sin posibilidad de
retorno por uno u otro bando en los enfrentamientos. Pero ni
siquiera en los más connotados caudillos de este tiempo hallamos
cosa diferente; baste revisar las biografías de Berbeo, Galán, Pedro
Fermín de Vargas, el cura Rosillo o Nariño para ver, acaso en
menores proporciones, una existencia agitada y tortuosa. Era el
signo de la época y podemos decir que ha sido el signo de las
épocas revolucionarias. Y así al lado de actos de independencia
hallamos en el Marqués los más sumisos ruegos, también éstos
buscando obtener los mismos objetivos acariciados por su perma-
nente ambición de honores y gloria. En su posterior defensa ante
el gobierno español, tratando de exculparse de los cargos que le
habían sido formulados en el Nuevo Reino de Granada, decía: “¿De
qué, señor, nos sirven en esta parte del mundo, los méritos y servicios? ¿De

Francisco Posada Díaz


139

qué la sangre gloriosamente vertida por nuestros antepasados en servicio de


Dios nuestro señor y V. M.?... De que aquí los Virreyes y respectivos superiores
nos atropellen, mofen, desnuden y opriman… En fin, señor, los pobres
americanos cuando más distinguidos más padecen; ya les han destruido la
hacienda, ahora asestan a su honor y fama, maculándolos con excluirlos de
6
todo oficio honorífico que pueda juzgarse de entidad”

Pasados los nubarrones del Movimiento de los Comuneros,


Lozano de Peralta proseguía su incansable búsqueda de prebendas.
Ahora solicita su nombramiento como coronel del regimiento de
caballería de Santafé. La petición, naturalmente, le fue negada.
Vuelve entonces a la carga y continúa soterradamente sus activi-
dades conspirativas buscando nada menos que la desmembración
del Nuevo Reino del tronco común de España. Las autoridades lo
vigilan, lo tienen puesto entre ceja y ceja.
Al propio tiempo, insiste por el lado económico. Denuncia en
1783 una persecución “incesante” por la “envidia” que se le tiene,
por ser dueño de “El Novillero”; esa propiedad dice, es una cruz y
no da satisfacción alguna. Es un poco cómica la relación que hace
de sus servicios para defenderse; su alegato parece una especie de
balance comercial. “Debo hacer presente a la piedad de V. E., que desde 8
de febrero de 1783 hasta el primero de junio de 1770 consta, en el primer
cuaderno, que abastece con tres mil novecientas seis reses fuera de cuarenta
y ocho semanas, en que por los diputados no se especifica número de ganado,
que se introdujo en carnicerías y a este respecto componen dos mil
ochocientas ochenta las que juntas con las antecedentes, montan seis mil
setecientas setenta y seis reses que en poco más de siete años se han
reducido de mi dehesa del Novillero para el abasto de esta capital. Y en
segundo cuaderno parece que desde el 24 de mayo de 1771 hasta el 7 de
diciembre de 1782 he proveído setenta y cinco semanas con tres mil ciento
setenta y siete reses, que unidas con las antecedentes hacen 9.953”. Afirma
que sus malquerientes aspiran dejarlo en la “mendicidad”.

Francisco Posada Díaz


140

El Marqués resuelve el 30 de abril de 1785 enviar directa-


mente al Rey una especie de “memorial de agravios”. El 28 de
octubre le hace llegar otro por intermedio del confesor real. Pero
el señor Marqués estaba ya pedido: la paciencia de las autoridades
había llegado al límite. Debió traspasar en tres días los negocios a
su hijo mayor, José María, y fue encarcelado en el castillo de Bara-
jas en Cartagena. El hombre había fracasado pero su dinastía conti-
nuó.
El caso del señor Marqués nos ha revelado un hecho incon-
testable: comenzaba a esbozarse una división en el seno de la
aristocracia criolla. Un grupo de los pura sangre no se sentía a satis-
facción dentro de la Nueva Granada como provincia ultramarina de
España, y pugnaba por llegar más lejos de los marcos de un deca-
dente colonialismo. Cuando este sector fue ya el mayoritario
dentro de la clase nobiliaria criolla se presentó otro de factores
que, para la Independencia, faltó en 1871, pero que sí se dio en
1810.
La figura de Berbeo es una de las más controvertidas de su
tiempo. Empero, la evolución negativa que de las actuaciones del
citado personaje se había hecho tradicionalmente obedeció a una
concepción romántico-populista surgida en el siglo XIX y que
prolonga, un tanto obstinadamente, sus razonamientos hasta el
presente. Esta evaluación parte y culmina en parangón con Galán.
A Berbeo se le censuran principalmente dos actos: su manifestación
del 18 de abril ante la Notaría del Socorro y el haber negociado con
los comisionados gubernamentales en Zipaquirá y no proseguir
hasta Santafé con sus hombres. A Galán, en cambio se le proyecta
como el caudillo por excelencia y se dibuja una imagen impoluta
que, de pronto, con los nuevos datos que se poseen ha sufrido un
inexplicable borrón. Pero el defecto de este enfoque es, a más de

Francisco Posada Díaz


141

su inspiración básica, el razonamiento por analogía: si Berbeo es


exaltado, esto disminuye a Galán, o al contrario. Nada más erró-
neo.
Vamos a estudiar el “caso Berbeo” tomando en consideración
tres aspectos, a nuestro ver fundamentales: lo que representó
como líder social; su papel político y militar en la revuelta; y sus
relaciones con Galán.
Berbeo fue un acomodado hacendado de la región socorrana.
Ya sabemos que esta región fue uno de los sustentáculos de las
“capas medias”. Ahora bien, ¿qué fueron estas ya tan mentadas
“capas medias” Como quedó reseñado, ellas formaron un extenso,
el mayor quizá, conglomerado, extremadamente vario en su com-
posición, cuya característica sobresaliente sociológicamente
hablando fue la de hallarse ubicada entre la aristocracia y los secto-
res de esclavos negros o los siervos indígenas. (Ello no quiere decir
que no hubiese indígenas en las capas medias; los había, ya fuese
como pequeños propietarios o, sobre todo, en labores de artesanía
popular. Pero a esta categoría de indígenas no nos referimos, ya
que ella poseería, entonces, un carácter diferente, ligado a la nueva
estratificación social acaecida en el siglo XVIII.) Pese a que allí
encontraron elementos que perfectamente se catalogarían como
burgueses o pequeñoburgueses, sin embargo, aún no tenían por
este tiempo el carácter de una clase social ya estructurada; era más
bien una protoclase, o el “prerrequisito” (concepto utilizado por
Marx y Lenin, precisamente para describir este tipo de fenómenos
precapitalistas) para el nacimiento de la burguesía nacional. El
Movimiento de los Comuneros y la Independencia fueron dos
gigantescas y decisivas etapas en el desenvolvimiento y maduración
de las aspiraciones, ideología y luchas de estas capas medias; sin
embargo, la relativa frustración que fue la propia Independencia, la

Francisco Posada Díaz


142

inclusión de Colombia en el mercado mundial ya a mediados del


siglo XIX, lo cual trajo como consecuencia la división profunda e
irreconciliable entre la burguesía manufacturera y la burguesía
comercial, la reforma agraria “espontanea” pero muy limitativa que
operó con motivo de la colonización antioqueña y del monocultivo
cafetero y la conformación político-social que fue la Regeneración,
impidieron la integración de los subgrupos más o menos dispersos
(manufactureros, artesanos, comerciantes, burócratas, pequeños y
medios propietarios agrarios, intelectuales, etc.) en una burguesía
dinámica y progresiva. 7 Este rodeo era para decir lo siguiente:
Berbeo fue, en su tiempo, el intérprete y cabeza de las capas
medias. Examinemos algunos datos.
Berbeo hizo de dirigente de aquel grupo de bochinchosos
conocidos como los “Magnates de la Plazuela”, típica encarnación
de la plebe. A este aspecto ya nos referimos, pero regresemos a
don Salvador Plata para que nos ilumine un poco más a este
respecto.
“13ª. Preguntado. ¿Quién fue el que propuso se nombrase a
don Juan Francisco Berbeo por Comandante General de las gentes
sublevadas?
“Responde. Que después de haber nombrado de Capitán a Berbeo, por
aclamación de la plebe, en casa de Vega, como deja declarado, al tiempo que
se pensaba ir al Puente Real fue aclamado por los primeros rebeldes de la
plazuela por Comandante General, los cuales estaban desde que le eligieron
Capitán siempre en su casa, con rejones en mano, y haciéndole centinela a la
puerta”. Y añade: “Su amado y favorito Molina [Isidro] confiesa que él
mismo [Berbeo] dijo lo proclamasen capitán. ¿No se infiere, pues, que la
elección de Capitanes y toda esta tramoya de sublevación, se hizo de acuerdo
7
F. Posada, Colombia: violencia y subdesarrollo, Bogotá, 1969,
capítulos I y II.

Francisco Posada Díaz


143

entre Berbeo y los Ardilas? Sabemos muy bien las conferencias que tuvo
sobre esto [Berbeo], mucho antes de la primera conspiración [la del 16 de
marzo de 1781]; y su mismo tío carnal de Berbeo, Christobal Martín, se ha
jactado públicamente, después del perdón, que a él [Berbeo] se le debe la
quita de Barlovento, pues con los Ardilas convocó la gente con ese fin”. Y
refiriéndose a Berbeo sostiene: “¿Quién te creerá que los comunes te
violentaron con pena de muerte que fueses capitán, si es constante que tú
mismo te brindaste y que por tu malignidad nos violentaron con pena de
muerte a los demás?” 8 Plata aduce un importante argumento para
demostrar la confianza y popularidad de Berbeo entre la plebe: “Cómo fue
que unos hombres tan desalmados que ni a Dios ni al Rey, ni a sus Ministros
respetaban, obedecieron tan repentinamente a Berbeo, promulgando el auto
de nombramiento de Capitanes, una hora después que salieron de la casa de
Vega? Todos estos son misterios, todos son enigmas; pero la verdad brilla, y
sus reflejos son tanto más vivos, cuando más espesas son las sombras que
intentan oprimirlas”. 9 “Puedo hacer prueba –sostiene el señor Plata- de que
la misma mujer de Berbeo [María Rodríguez Therán], anduvo solicitando
fiadores para dos mil pesos, persuadiéndolos que se dirigían a una obra
interesante al bien público, en que estaba tan empeñada que fincarían sus
pro-pias prendas; pero no habiendo hallado fiadores, hipotecó Berbeo, con
10
sus dos capitanes [Monsalve y Rosillo] la Real Hacienda”.

De lo anterior cabe inferir que:


1) Berbeo, era una especie de jefe natural de la plebe, ya que ésta,
tan díscola y energúmena, no hubiera obedecido a alguien que por
una u otra razón careciera de una caracterización definida.
2) Tenía antecedentes de individuo descontento con la situación e
incluso llegó a acariciar proyectos subversivos.
8
S. Plata, “Defensa”, numeral 233.
9
Ibid., numeral 213.
10
Ibid., numeral 307.

Francisco Posada Díaz


144

3) Mantenía un núcleo de organización, listo a emerger al momento


propicio.
4) Se comprometió financieramente en el Movimiento Comunero.
El teniente corregidor de la villa, Clemente Estévez, fue
compelido a dar su aprobación a los nombramientos de Genera-
lísimo y capitanes efectuados por “el Común”. El funcionario
consignó en documento pertinente que fue duramente amenazado
y al propio tiempo que manifestaba una vez más su fidelidad al
Monarca; protestó que tal cosa hacía para evitar mayores males.
Plata indica a Berbeo, igualmente, como el principal instigador de
las presiones que llevaron a Estévez a la legalización de los citados
nombramientos. Por su parte, Francisco Silvestre se pronuncia en
su libro con energía censurando la usurpación de autoridad hecha
por el Consejo rebelde del Socorro.
Algunos historiadores han acusado a Berbeo de traición por
haber suscrito el mismo 18 de abril y protocolizado en la Notaría
del Socorro un ya conocido documento que en su parte pertinente
reza así: “Dígnese V. A. guardar no por deslealtad la admisión de los
supuestos empleos de Capitanes, sino tan sólo por dolo legal, que el tiempo y
su diferencia los pusieron en el teatro en tan urgente como extrema nece-
sidad con el fin de evadir otros más perjudiciales resultados; y sin otra
máxima que la de nuestro sencillo proceder, se ve canonizado por San Pablo,
cuando en sus tiempos dijo a los de Corintho lo que nosotros decimos a V. A.
que ejecutamos: Cum essen estatus dolo vox caepi. Uso al apóstol del buen
dolo o trampa legal, y de ella nos valimos para el fin de defender y mirar por
estos dominios que se hallaban cual otro Scyla Charibdis en las más voraces y
crespas revoluciones, para su perdición… Que por todo lo referido, temerosos
de recibir la muerte con sus familias, a manos de los tumultuarios, y por éstos
violentados y contra su voluntad, sin que se entienda incurrir en la fea nota
de traidores del Rey (que Dios guarde), y antes si con el comando en que les
constituyeron, pueden por medios lícitos y suaves, contener, sosegar y

Francisco Posada Díaz


145

subordinar a los abanderizados”. Este documento fue firmado además


por los señores Plata, Monsalve y Rosillo. Con todo, ¿merece califi-
carse este acto como traición, cuando más parece haber sido un
astuto zigzag político, para protegerse por detrás, él, caracterizado
promotor de desórdenes, rodeado de enemigos (Plata, etc.) o de
pusilánimes?
Pasemos ahora a la actitud de Berbeo a lo largo del desen-
volvimiento de los acontecimientos, lo cual ayuda a explicar por
qué algunos historiadores han variado su apreciación de la figura
del Generalísimo. 11
Una vez acogido casi plebiscitariamente su nombre, Berbeo
asumió de inmediato sus funciones, al igual que Monsalve y Rosillo.
Y entro a mandar de veras. Sigamos con las declaraciones de Plata.
“Nos dijera Berbeo –pregunta- ¿por qué no se excusó como Vega [de servir
la Capitanía]? ¿Por qué admitió su nombramiento sin otro efugio que el
graciosísimo que nos anuncia Vega? Si su intención fue gobernar las gentes,
para que con sus disparates e insultos no nos perdieran, ¿por qué siquiera
12
una vez no auxilió a la justicia para contenerlas? En otro lugar de su
Defensa declaró: “Ellos, Berbeo, Monsalve, y Rosillo, desde el primer día
usaron bastón, insignia que significaba el ejercicio de sus empleos”. Berbeo
se dio prisa para que lo reconocieran por General en todo el
territorio del Reino. En efecto, los tres, Berbeo, Monsalve y Rosillo,
en calidad de tales capitanes generales, libraron títulos desde los
principios de la sublevación, eligiendo en todas partes capitanes y
otros oficiales que la sostuviesen, fomentasen y adelantasen. “Los
de Bucaramanga suponían rendida la capital por el Generalísimo Berbeo. Los
de Matanza le escribieron a Berbeo calificándolo de Comandante y Capitán
General. El mismo título y el de Señor Comandante le dan los de Cépita. Los
11
H. Rodríguez Plata, op. cit., pp. 65 s.
12
S Plata, loc. cit., numeral 213

Francisco Posada Díaz


146

de Girón lo gradúan de Superintendente General. El mismo, parece, quiso


distinguirse de esta suerte, pues estaba siempre escoltado de los plazueleros,
primeros sublevados, y éstos, como declaran Rosillo y Monsalve, lo aclamaron
13
después r su Comandante”.

Los principales actos de gobierno de Berbeo fueron los siguien-


tes y pueden calificarse como bien significativos del ánimo que le
llevaba en esta empresa.
1) Organizó el ejército al establecer en El Socorro un Supremo Consejo de
Guerra; se hizo proclamar Generalísimo y designó capitanes y oficiales
cuandoquiera lo requiriesen las necesidades de la estructuración de las
fuerzas comuneras; envió finalmente emisarios a diversos lugares para
exaltar los ánimos y reclutar soldados, a veces estableciendo un
número de leva preciso para una determinada población.
2) Con mano fuerte sancionó a quienes no cooperasen con la revolución, y
fue él quien dispuso la marcha de las fuerzas comuneras sobre Puente
Real para detener las fuerzas que desde Santafé dirigía el oidor Osorio;
dispuso igualmente, una expedición punitiva sobre la población de
Girón, que, por las razones que ya vimos permanecía adicta al
gobierno; decretó un empréstito forzoso, que se hizo por los demás
efectivo en la región socorrana; incauto las rentas públicas (reales,
diezmos, etc.) para financiar las urgencias de sus tropas.
3) Estableció como insignia de los Comuneros la de la plebeya bandera
carmesí. Ordenó que los oficiales vistiesen uniformes azules con
vueltas rojas y galón de plata en las bocamangas.
4) Dispuso la marcha hacia Santafé con el fin de tomar a la ciudad bajo su
control, destacó a Galán para perseguir al Regente-Visitador y apode-
rarse de la villa de Honda y así cortar las comunicaciones con Car-
tagena; y para infundir temor en la Corte virreinal ordenó al cacique
Ambrosio Pisco que colocara horcas en la entrada de la capital.

13
S. Plata, loc. cit., numeral 214.

Francisco Posada Díaz


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La resolución del espíritu de Berbeo es resaltada repetidamente


por su propio enemigo Salvador Plata: “¿Luego fue cierto que los
pedimentos del Procurador dimanaban de secretas prevenciones de Berbeo?
¿Luego es verdad que Berbeo se mantenía siempre escoltado por los
rebeldes? ¿Luego en su casa se tenían todas las conferencias? ¿Luego dice
bien Rosillo que se hacían temibles sus resoluciones? ¿Luego él no sólo
compelió a los demás Capitanes, sino también a todo aquel Cabildo?”.

Aquello que más le ha sido criticado a Berbeo se refiere a su


comportamiento en las goteras de Santafé cuando aceptó en vez de
marchar sobre la ciudad como era el caso, negociar con las autori-
dades. Es conveniente indicar que los historiadores han enfocado
esta negociación desde dos principales ángulos de enfoque. Se
culpa al señor Caballero y Góngora de maquiavélico, desleal y
perjuro –este último cargo no se ha podido demostrar documental-
mente-, y se le reprocha la lealtad y fidelidad que dicho personaje
debía guardar al Rey, como si tuviera que ser mayor esa lealtad y
fidelidad frente a una turba insolentada que la debida a su propio y
natural Soberano. En una modalidad un poco más sutil se afirma
que “el Arzobispo tocó en el momento oportuno, y con gran lucidez, el punto
débil de estas gentes simples. Y no para nada era español: el sentimiento
religioso siempre presente en la historia de España”. Y agrega: que ahí
reside “el secreto de la victoria de las autoridades sobre el Movimiento de
los Comuneros”. 14 Pero es sorprendente que ésta pudiera ser la
nueva “causa” también adjudicada a la malas artes de Caballero,
cuando vimos los irrespetos de que fueron víctimas los clérigos a
todo lo largo de la sublevación. Aún más sorprendente que en un
trabajo como éste es que la división que se operó entre las capas
medias y los latifundistas haya sido soslayada. En verdad nos halla-
14
C. Pinto, La participación des classes populaires dans les mouvements
d’Indépendance dans le Noveau Royaume de Grénade, tesis,
Universidad de París, 1969, pp. 206 ss. (editada en mimeógrafo)

Francisco Posada Díaz


148

mos acá con un tradicional prejuicio antiberbeísta y la sublimación


de Galán, lo cual conduce a desestimar los factores de clase que
actuaron en el levantamiento. Otro enfoque (Liévano, v. gr.)
establece un secreto e inasible vínculo entre el “traidor” Berbeo y
el arzobispo Caballero por el mero hecho de que el primero de los
mentados “pacto”, dejando de lado las causas que llevaron a tal
compromiso. Las dos vertientes historiográficas, pues bordean los
linderos de las suposiciones; nosotros consideramos que la con-
frontación de las informaciones documentales puede ser mejor
valorada a la luz de una concepción socioeconómica como la que
hemos venido proponiendo.
Refirámonos ahora al punto de las relaciones entre Berbeo y
Galán. Ya sabemos que por arbitrariedades que había cometido
Galán fue despojado de su bastón de capitán y, con la anuencia de
sus hombres, encarcelado por los capitanes Calviño y Araque y Blas
Antonio de Torres (24 de mayo). Berbeo, pese a lo anterior, parecía
tener confianza en el arrojo y las dotes de Galán, ya que al día
siguiente, una vez en Nemocón, le designa Capitán Comandante de
la tropa del Socorro y le encomienda, con cien hombres, la delicada
misión de interceptar el camino a Cartagena ocupando a Honda y
apresando al regente Gutiérrez de Piñeres. Esta acción de Berbeo
demuestra su determinación de deponer la autoridad constituida y
ocurre apenas nueve días antes de la división de los Comuneros, lo
cual precipita el arreglo con los comisionados de Santafé. Por lo
anterior, se ve con perfecta claridad que Berbeo fue de la opinión
de aprovechar adecuadamente las dotes de sus hombres, al igual
que su grado de instrucción –en Galán una instrucción relativa-
mente elevada, incluso en el plano militar, habida cuenta de que
procedía del campesinado de la capa inferior. No puede suponerse,
por lo mismo, animadversión alguna de Berbeo hacia Galán.

Francisco Posada Díaz


149

Serios historiadores (como Boleslao Lewin, Manuel Briceño,


Cárdenas Acosta) han tomado con todo rigor la explicación y clarifi-
cación de hechos posteriores a los acontecimientos de 1781 y que
demuestran la existencia de una conspiración cuya finalidad era la
del desmembramiento de la Nueva Granada del común tronco del
Imperio español, y en la cual asumieran sitio relevante precisa-
mente los señores Lozano de Peralta y Juan Francisco Berbeo.
Una vez apagado el incendio comunero, estos dos personajes
procuraron tomar contacto con el gobierno inglés por intermedio
del Capitán de navío Luis Vidalle, de nacionalidad italiana. La fina-
lidad principal de las negociaciones se circunscribía a obtener el
auxilio necesario, incluso militar, con el objeto de preparar y
desatar una guerra contra España.
Entremos a glosar las “Observaciones” 15 que Vidalle hizo de
las propuestas de los dos aludidos personajes y luego examinemos
otros aspectos de este tan dicente epilogo de la insurrección de los
Comuneros. Las “Observaciones” comienzan por indicar que las
fuerzas comuneras insurrectas habían estado dirigidas por “dos
caballeros”, quienes aparecen bajo los nombres de Vicente Aguiar y
Dionisio de Contreras. A pesar de sus esfuerzos y del ascendiente
15
AHNC, loc. cit., t XV, ff. 1121 s. Vicente de Aguiar y Dionisio de
Contreras son descritos como “vecinos criollos en el Nuevo Reino de
Santafé o Nuevo Reino de Granada, hombres de talento, ricos y
respetables, los primeros Generales que dicho Reino nombró en las
disputas que tuvo con España en el año de 1780 [sic]” (f.107). Además,
por exclusión, y según los términos que describen sus personalidades y
posición social, lo más lógico es pensar en quienes se ha ya indicado y
no en otras personas (como Salvador Plata o Ambrosio Pisco), quienes
por razones de hecho o por su idiosincrasia estaban en imposibilidad de
asumir un papel histórico semejante.

Francisco Posada Díaz


150

de que gozaban entre sus hombres para acometer la empresa de


hacer “libres” e “independientes” a las gentes del Nuevo Reino,
llegaron al convencimiento de que la superioridad técnico-militar
del ejército español los habría que derrotar. De ahí que hubiera
considerado como lo más pertinente acudir a Inglaterra, “nación
muy reverenciada por ellos”, en busca de aquel armamento del que
estaban privados. Temían, además, que toda tentativa de sub-
versión del orden establecido fuera conjurada, por las tropas
coloniales de España y de Francia, pues “era muy natural el suponer
que éstas acudirían a socorrer en los límites de dicho Reino”.
Luego entra a describir sucintamente el proceso que culminó
en la Capitulación de Zipaquirá. Los dirigentes del Común y Vicente
de Aguiar (se trata de Berbeo) estaban convencidos de que el
Arzobispo de Santafé hacía las ofertas y aceptaba las Capitulaciones
“meramente para engañar y entretenerlos y para adquirirse algún mérito por
lo que se esparcía de haberse salvado un Reino tan interesante a la España,
por sus buenos oficios”. Sus gestiones ante los Comuneros le dieron un
muy sólido prestigio, hasta el punto “que a los ocho meses le fue
conferido el título de Virrey de Santafé y Gobernador y Capitán General del
Nuevo Reino de Granada, circunstancia no sabida jamás de que a un eclesiás-
tico se le hubiese revestido de autoridad”. Se señala igualmente que el
susodicho Vicente de Aguiar negoció las Capitulaciones con el Arzobispo en
una llanura de Zipaquirá, en presencia de ventidos mil quinientos hombres
armados.

Las Capitulaciones, empero sólo sirvieron para “procurar con


maña poner presos a los principales habitantes del país”. También relata
que el señor de Aguiar luego de retirarse a una casa de campo por
insinuación de un funcionario virreinal amigo suyo, tuvo noticia de
que la Real Audiencia había aprisionado a “ocho habitantes”, los cuales
sin embargo fueron puestos inmediatamente en libertad debido a sus

Francisco Posada Díaz


151

amenazas de hacer “tocar generala en todo el Reino, y conseguir a viva


fuerza la libertad que se rehusase”.

Vicente de Aguiar y Dionisio de Contreras, prosigue Vidalle,


tuvieron constantes relaciones con José Gabriel Tupac Amarú. Y
comenta: “lo que hay que admirar es que casi al mismo tiempo de
sublevarse el Reino de Santafé, se rebeló también el Reino de Lima, y cuando
Vicente se retiró con su ejército, el Cacique recogió también el suyo. No fue
éste, sin embargo, tan prudente como el General de Santafé, pues pasó a
cuchillo crecido número de tropas españolas, y lo que tenía exasperado al
mismo Cacique era la muerte ignominiosa de su tío… El haberse calmado en
parte el rencor del Inca Tupac Amarú, fue por las cartas que le escribió don
Vicente, alegando que sería muy a propósito obrar con moderación, pero
nunca con tanto furor, a fin de ponerse en estado de tomar mejores
disposiciones”. El lector puede darse cuenta que las informaciones
suministradas a Vidalle eran evidentemente o exageradas o
acomodaticias en algunos aspectos, y como tal hay que tomarlas.
Pasemos ahora a la topografía doctrinaria de las “Observaciones”
en donde hallamos una notable similitud de objetivos con aquellos
que fueron propios del señor Berbeo durante el año de 1781 o que
aparecen en La cédula del pueblo, lo cual va a permitirnos
redondear la problemática ideológica del Movimiento de los
Comuneros.
Las tesis económicas de que hace eco el capitán Vidalle son
bien significativas del espíritu de la época. La idea de la libertad
aparece en este escrito como una casi alucinación para los criollos.
“En vista de la libertad de que todo hombre goza –dice Vidalle-
especialmente en las Islas Británicas, no hay criollo español en el continente
que no apetezca ser inglés, aunque debiese pagar dobles los impuestos”.
Pero esta ansía ferviente tanto de independencia política como de
autonomía personal no responde a ningún sentimiento innato
anclado en sus corazones, ni al influjo meramente de nobles

Francisco Posada Díaz


152

ideales. La causa de querer adquirir la libertad la describe Vidalle


como condicionada por esas fallas de libertad de comercio
inherente al colonialismo español. “Aquellos distritos… sin tener asomo
de libertad de comercio, siendo todo ello una absoluta opresión, que sólo
puede creerse por quien lo haya palpado, y sería en verdad el hombre muy
hábil cuyo pincel pusiese representar la esclavitud bajo la cual penan los
americanos españoles”.

Pone en boca de Vicente Aguiar las siguientes palabras sobre


el mismo tema, pronunciadas en una asamblea ocurrida en marzo
de 1783 en la isla de Curazao. Luego de haber hecho una defensa
de Inglaterra y su libertad política. Aguiar dijo: “Si vosotros caballeros
americanos septentrionales, quienes habéis tomado las armas contra vuestro
Rey y Patria, que os hacían bien, os protegían y os concedían tanta libertad,
¿qué habremos de decir nosotros los americanos españoles, faltando solo una
tasa para acabar de gravarnos, cual es sobre la facultad de dormir con
nuestras mujeres? Privados de toda libertad de comercio, tenemos un
Intendente y Gobernador que nos arruinan y empobrecen con cualquier
pretexto, a pesar de que estemos enriqueciendo a la España con oro, plata,
perlas, cochinilla, añil, índigo, pieles, azúcar, plata de tinte y otros frutos
exquisitos, etc.”. Tres formulaciones descuellan en tales palabras, en
las cuales, digámoslo de paso, se percibe con toda claridad el
trasunto filosófico del laissez faire. No afirmamos que un autor
especial haya influido directa o indirectamente en Juan Francisco
Berbeo; de seguro que no existe una filiación intelectual nominada
para el jefe comunero. Pero el ambiente de la época y los proble-
mas que albergaba los vivió Berbeo en el agitado seno de una
colonia hispana, y los sintió de un modo peculiar. El liberalismo de
Berbeo puede sintetizarse así: 1) oposición y critica al régimen
tributario de las colonias, lo cual ya se observaba en las Capitu-
laciones. 2) Libertad de comercio, mejor formulada ahora que
durante la insurrección de 1781 y con carácter más amplio. 3) Ad-

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153

hesión entusiasta a la política de la liberal y burguesa Inglaterra,


contra la absolutista España.
Y es precisamente aquí donde es indispensable llamar la
atención sobre una de las proposiciones que el Capitán Vidalle
debía poner en conocimiento del gobierno de S. M. Británica. Para
sus inspiradores, “vecinos criollos del Reino de Santafé o Nuevo Reino de
Granada, hombres de talento, ricos y respetables, los primeros Generales que
dicho Reino nombró en las disputas que tuvo con España”, Inglaterra no
personificaba aquella potencia capitalista en ascenso, ávida de
controlar los mares y tener bajo su dominio directo o indirecto la
economía de los más vastos territorios; por el contrario personi-
ficaba, parece, la vía del progreso y asociación con ella, aún la más
íntima les parecía desprovista de todo peligro. El entusiasmo con
que acogieron las ideas liberales –que por lo demás coincidían con
sus intereses- les llevo a subestimar precipitadamente lo que podría
llamarse el cambio de metrópoli. De ahí que hayan propuesto al
gobierno inglés, a cambio de la ayuda la subordinación del Reino
neogranadino a su sistema político y administrativo. Para ellos este
nuevo colonialismo era la mejor expresión de la libertad. (Ilusión
típica de estos momentos históricos en que las fuerzas sociales aún
no se han desarrollado plenamente, no exhiben sino sus aspectos
positivos y producen en las mentes humanas las alucinaciones
acerca de mundos utópicos o excepcionales.) “Que el Ministerio inglés
–comienzan así Aguiar y Contreras-, perdonando la libertad de estas
proposiciones, que dimanan de corazones llenos de afecto a S. M. Británica, y
a sus leales súbditos… imploramos nos conceda su asistencia… a fin de a lo
menos nuestros hijos se vean liberados de tanta opresión, al cabo de haber
nosotros padecido tantos años, cuya asistencia será recibida con la mayor
veneración, silencio y perpetuo reconocimiento, haciendo promesa, bajo el
juramento más solemne, que si en tiempo alguno hubiésemos de conquistar,
mediante nuestro casi infalible proyecto, el Reino de Santafé, las provincias
de Maracaibo, Santa Marta y Cartagena, las entregaremos a S. M. Británica,

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154

sin reservarnos cosa alguna, excepto la religión y los mismos privilegios a que
todo súbdito inglés tiene derecho, y los individuos de ambas religiones, así
católicos como protestantes, gozarán de iguales prerrogativas, sin distinción
alguna” Libertad para obrar, para negociar, para comerciar, para
cultivar, tal la filosofía económica de este documento el que a más
de epílogo es prólogo, ya que abre la sinuosa y vasta crónica de lo
que va a ser la colaboración de los grupos comerciantes acomo-
dados con los sectores descontentos de la aristocracia criolla. Lo
que durante el año de 1781 apenas si era perceptible, una década
después tornase menos difuso.
En el mes de mayo de 1784 desembarcaron cerca de Londres
Vidalle y sus compañeros. El Capitán se valió de su amistad con el
general Dalling, exgobernador de Jamaica, para ser llevado junto
con sus compañeros ante Lord Sidney. Con el pomposo título de
“Comisión de Comuneros del Nuevo Reino de Granada” se presentó
el grupo de emisarios a la entrevista con el funcionario inglés, a
quien le entregaron las “Proposiciones”. Pero por infidencias y de-
laciones los proyectos de los criollos neogranadinos llegaron a
conocimiento de altos funcionarios de la Corona española y
naufragaron sin pena ni gloria.
La imagen histórica de José Antonio Galán ha sufrido una serie
de peripecias. En general, para las primeras generaciones de histo-
riadores, principalmente para aquellos que estuvieron vinculados
más o menos directamente al proceso de Independencia, la insurre-
cción comunera aparecía un tanto desdibujada y con un carácter
disminuido, acaso por el interés en centrar el análisis o las observa-
ciones alrededor de lo ocurrido a partir de 1810. Pero ya a fines del
siglo XIX el valioso trabajo de Briceño sobre los Comuneros, y
posteriormente la biografía de Ángel María Galán sobre el caudillo
de la plebe, la sacaron a éste del relativo anonimato en que se

Francisco Posada Díaz


155

hallaba. Sin embargo, esto condujo, dada la índole de su enfoque,


a una exaltación desmedida de Galán y, como tuvimos ocasión de
indicarlo, a un demérito de otras facetas del movimiento comu-
nero. En la actualidad ya se tienen mejores elementos de juicio
para una evaluación más objetiva de la actuación de Galán. Nos
proponemos en las líneas que siguen procurar adscribirle a su
comportamiento político una significación socioeconómica.
El origen social de Galán no podía ser menos encumbrado.
Procedía de los sectores bajos del campesinado santandereano,
aun cuando del grupo de agricultores “libres”, es decir, de aquellos
que no estaban bajo el yugo de una forma cualquiera de
dependencia servil o semiesclavista. Fue, además, fruto de esa
evolución hacia el mestizaje que fue la característica racial del siglo
XVIII, 16 y que contribuyo a desatar ese proceso de fluidez social que
acompañaba la gestación de las capas medias. “La agricultura fue –se
ha dicho- la industria que, por inclinación o por herencia, como sucede las
más de las veces, adoptaron los padres de Galán, y a que se dedicaron
17
también los ocho hijos”. La educación que recibió Galán de su familia
fue necesariamente muy rudimentaria. Lo cual agravó el hecho de
haber vivido con su familia hasta los diez y nueve años, cuando
contrajo matrimonio. En 1779 ocurre algo que tuvo decisivo influjo
en su existencia: fue reclutado para el Regimiento Fijo de Carta-
gena. Allí aprendió prácticamente todo –excepto el conocimiento
de su gente y las bases del castellano-, lo que más tarde durante la
insurrección comunera habría de servirle para destacarse entre sus
iguales: sentido del mando y la organización; nociones de estrategia
16
J Jaramillo Uribe en Mestizaje y difenciación social en el Nuevo Reino
de Granada (Ensayos sobre historia social colombiana, Bogotá, 1969,
pp. 163 a 169).
17
Cf. A. M. Galán, José Antonio Galán (1749-1782), Bogotá, 1905.

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156

militar; instrucción en el manejo de armas. La citada biografía aña-


de que, debido a las penalidades que pasaba su familia, Galán se
vio obligado a desertar. Y que al tiempo intermedio entre su
deserción y su participación en la revuelta de 1781 lo tuvo que
pasar en muy difíciles circunstancias personales. Cierta o no la
hipótesis, lo evidente es que la deserción lo había enfrentado ya a
las autoridades.
Permítasenos una corta digresión acerca de la manera como
estaba siendo integrado el ejército de la Nueva Granda en la
segunda mitad del siglo XVIII. Ello nos hará comprender que el
reclutamiento de Galán fue objeto si a él le sirvió de mucho para el
desarrollo de su personalidad no era suceso extraño o extrava-
gante.
La composición de las fuerzas militares acantonadas en
Portobelo en 1762, según detallada descripción de documento de
la época, nos muestra este espectro racial (social) en cuanto a sus
miembros se refiere: 9% “blancos españoles”, 36% de “cuaren-
tones” y el resto (55%) lo formaban los negros. Vemos, por estos
datos, 18 que la casi totalidad de los soldados eran extraídos de las
capas más bajas de la población (pero que también existía una zona
plebeya de “blancos españoles”). Otro dato interesante es que ya
en el siglo XVIII los negros, pardos, etc., habían logrado –claro que
de modo muy reducido- llegar a cargos intermedios (suboficiales,
etc.) de las fuerzas militares del Virreinato, lo cual testimonia una
elevación en la capacidad de ciertas zonas populares.
Dos hechos decisivos le han dado a Galán el lustre histórico de
que goza. En primer lugar, su campaña por la hoya del rio Mag-
18
AHNC, Fondo “Empleados públicos/Miscelánea”, t. XXVIII, f. 90.

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157

dalena. Allí el caudillo comunero efectuó una importante labor de


agitación y afianzamiento de la sublevación y ligó la cuestión
política a la cuestión social. Al violentar el derecho de propiedad
como lo hizo (en especial, la liberación de los esclavos), tornose en
el abanderado de las capas más pobres y oprimidas de la población
del Virreinato. Pero sería inexactitud dejar de ubicar el gesto de
Galán al dar libertad al grupo de esclavos dentro del movimiento
global de insurrección de este sector social y de no parangonarlo,
por ejemplo, con casos tan importantes como el del presbítero
Erazo quien incitó a sus esclavos a gritar mueras al mal gobierno. 19
Empero, el acto de Galán si bien no es original del todo, sí es
profundo desde el punto de vista social ya que aparece como
vinculado al liderato de una plebe insurrecta, organizada
políticamente, y no como una actitud de desesperación individual
(al modo de Lorenzo de Agudelo o del presbítero Erazo).
El censurable acto de comunicar a Gutiérrez de las órdenes
que llevaba de apresarlo no debe ser disculpado ni ocultado. Pero
ya indicábamos como elemento atenuante que, en esa época, era
de común ocurrencia el que los comprometidos en actos sediciosos
se protegieran a través de actos paralelos de sumisión al gobierno
legítimo.
La actitud de Galán se condensa en su obstinación a continuar
en la lucha, para lo cual procura organizar un nuevo ejército. Su
pensamiento se concretó en la carta que suscribió conjuntamente
con los capitanes de Mogotes Buenaventura Gutiérrez, Custodio
Arenales, Juan Ignacio Gualdrón y Manuel Rojas. Allí manifiesta su
total desconfianza hacia las autoridades lo cual implicaba decir que
éstas irían a desconocer las Capitulaciones, como efectivamente
aconteció. Tacha en términos enérgicos –y, aunque justificables
debido a la diferente línea política que asumía, injustos- a los

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158

dirigentes comuneros que llegaron al acuerdo de Zipaquirá. La


única solución que ve la de reiniciar la lucha armada con el objetivo
de la toma y ocupación de Santafé. Galán, ciertamente, se encon-
traba en situación desesperada; pero no sólo no subestimó el letar-
go que en la conciencia de las montoneras había suscitado el
acuerdo de las Capitulaciones, y su desmovilización casi total, sino
que allí incita a no cejar, a conmover, a agitar, a estimular el odio
hacia el opresor. Es importante, para finalizar, tener presente que
Galán no discrimina sus aspiraciones en términos de instituciones
políticas, medidas administrativas o nuevas formas financieras;
tampoco habla de independencia política al modo de La cédula del
pueblo. El problema central fue para él la opresión político-social (o
con sus propias palabras: la “sonrojada esclavitud”), que cobijaba
todo lo anterior en un mismo complejo. Esta línea plebeya se
distingue de las concepciones, radicales ciertamente, que hallamos
en los pasquines, los folios de Zipaquirá y los informes del capitán
Vidalle, ya que une libertad y liberación. Pero se une a todas ellas,
al propio tiempo, y nos exhibe una amplia gama de orientaciones
en la lucha comunera.
La carta comentada reza así: “hacemos saber a ustedes [a los
adeptos en el Socorro] que esta pobre parroquia y su común nos hallamos en
una confusa Babilonia con el sonido general de tantas amenazas con lo que
vivimos con el desconsuelo de no haber tenido hasta ahora una instrucción de
esa villa y sin que nos sirva de consuelo para aplicar el más conveniente
remedio a la ruina que nos amenaza la corte de Santafé y todo el reino por el
malogrado avance de la vez pasada que nos han dejado vendidos,
avariciosos, picaros, traidores, a lo que no encontramos otro remedio que
volver a acometer con más maduras reflexiones como ya experimentados”. Y
añade la carta: “Y siendo así que ese común y sus capitanes nos recordaron
a la ejecutada sublevación, se nos ha hecho digno de gran reparo el que
ahora se estén en el letargo de profundo sueño; sin merecerles una sola razón
de sus intenciones, siendo la nuestra que ustedes alienten en sus corazones y

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159

volvamos a seguir nueva empresa y de no, como dicen (a mal desesperado,


desatinado remedio) se hará preciso en la vil ocasión de nuestra perdición
acometernos unos a otros, y tengan por seguro que estamos cerciorándonos
que todo el reino está esperando que nos conmovamos acá, con deseos
auxiliares a nuestro favor… Esto supuesto señores, ¿Qué es lo que hacemos?
¿A que esperamos? ¿A qué Santafé se abaste de todos sentimientos y que
lleguen tropas de abajo que están a salir y vengan y nos aniquilen sin reserva
ni aún de los inocentes como lo tienen prometido? Alentemos, pues, y veamos
si a costa de nuestras vidas atajamos este pernicioso cáncer que amenaza
nuestra ruina y honra y haciendas, y cuando no las vidas el infame borrón y
sucesivo reato de una sonrojada esclavitud. Y para poder nosotros de aquí
movernos y a otros comunes, participemos una instrucción con relación
jurada de lo que debemos hacer y mapa por donde hemos de caminar, por
donde, cómo y cuándo y lo que resultare de esta exclamación se nos dé
pronta noticia, sin el embeleso [sic] de que dentro de un mes, ni veinte, ni
quince días, porque según nos parece no dará el tiempo ese lugar y porque
esperamos de ustedes la más exacta providencia. Parroquias de Mogotes,
septiembre 23 de 81 años”.

¿Cuál es el carácter histórico del Movimiento de los Comuneros?


¿Tratase de un suceso “precursor” de la emancipación hispano-
americana –al igual que otros similares ocurridos en los dominios
ibéricos de ultramar- o fue más bien una revolución, frustrada
acaso, pero, como algunos sostienen decepcionados por lo que
aprecian como poquedad de logros de la Independencia, algo
incluso de mayores proyecciones populares que las propias guerras
contra España? Nuestra historiografía se ha debatido entre estas
alternativas en forma un tanto monótona y, en consecuencia,
infructífera científicamente.
Las diversas insurrecciones contra el poder español o portu-
gués (en Chile contra los altos impuestos y las arbitrariedades del
clero durante el año de 1776; en el Perú y regiones vecinas, de

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160

1780 a 1783, la gran rebelión de indios y mestizos, que llegó a


conmover ochenta mil naturales, dirigida primero por José Gabriel
Tupac Amarú y luego por Diego Cristóbal, su primo; en 1781 de
nuevo conspiraciones libertarias en Chile; y en el Brasil en 1789, las
turbaciones acaudilladas por Tiradentes; en Venezuela, durante
1797, otra revuelta de criollos; (a más de los múltiples intentos
subversivos que se van acentuando al doblar la centuria) indican en
ausencia de otros síntomas, la patente crisis de la estructura
colonial ibérica. Los intentos reformistas de la burguesía española
fracasaron y unas décadas más tarde el imperio se vino abajo
arrastrando consigo sus hábitos e instituciones obsoletas. Marx
indica que cuando en una estructura socioeconómica se presenta
una contradicción entre las fuerzas productivas, en crecimiento o
ya desarrolladas, y las establecidas relaciones de producción, “se
20
abre una época de revolución social”. Es, pues, esta noción decisiva la
que aparece en la Contribución a la crítica de la economía política:
“eine Epoche”. La revolución no es vista como un instante mágico o
como un salto mortal de la historia, sino como una etapa, como un
ciclo de acontecimientos durante el cual “de manera más o menos
rápida” las inmensas construcciones que integran las relaciones de
producción y las ideológicas se ajustan a la base material. Es
debido a eso, precisamente, que el radicalismo de una fase de
revolución social puede ser mayor o menor según las características
y los desenlaces que hayan tenido las luchas de las clases y los
grupos dentro de ellas. No existe automatismo histórico alguno.
Hay una historia abierta en donde se descomponen estructuras y se
crean otras nuevas con rasgos específicos. Ahora bien, lo que a
partir de la séptima década del siglo XVIII se presenta en el marco
del Imperio colonial español es la irrupción de un ciclo revolú-
cionario tanto en España como en América, el cual, por otra parte,
era principalísimo elemento del proceso de instauración del

Francisco Posada Díaz


161

capitalismo a escala mundial y de los comienzos de la liquidación (o


integración) de las formaciones precapitalistas en especial a nivel
de Europa.
En estas condiciones el Movimiento de los Comuneros se
inscribe como el punto de partida del ciclo revolucionario en el
Nuevo Reino de Granada (ciclo que acá iría de 1781 a 1819), y por
ello no podría legítimamente calificarse como suceso precursor, ya
que es parte de una totalidad, ni tampoco como “revolución” sensu
stricto o como revolución “frustrada” –si es que remplazamos, de
acuerdo con Marx, o la identificamos por comodidad, esta noción
por la “época de revolución social” la cual, además, no admite el
criterio de frustración por inútil científicamente. Apreciar el
Movimiento de los Comuneros como hecho precursor proviene de
la historiografía liberal decimonónica que ha pretendido siempre
demostrar que la emancipación americana obedece a una serie de
factores (“influencias”, sobre todo, de la independencia de Norte-
américa, de Francia y de Inglaterra, a más de legítimo deseo de
“igualdad” de los criollos) generalmente de carácter ideológico; la
crisis de estructuras del colonialismo es así escamoteada. El
populismo historiográfico, de raíces románticas, exalta desmedida-
mente la imagen de los Comuneros, en vez de darles un lugar
dentro de un proceso revolucionario, perdiéndose así toda
perspectiva de análisis serio.
Como sucede en muchas ocasiones, los testigos de la época o
los actores de la misma han emitido juicios muy acertados sobre
determinados asuntos. Así en el informe del coronel Blas Lamota,
dirigido al Rey y fechado 11 de agosto de 1815 21 se alude a la
interconexión de fenómenos propia de esta etapa revolucionaria y
20
Zur Kritik der politischen (Ekonomie, Berlin, 1958, p.13.

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162

llega a establecerse un lazo, como sostiene Friede, “entre la lucha y


22
los patriotas y el levantamiento de los comuneros en 1781”. En
reservado informe, el conde de Torre Velarde, oidor de la Audiencia
de Santafé al Rey, en 1797, habla de “como las revoluciones pasadas”
tienen “conexión” con las presentes actividades subversivas o de que
“la sublevación del año de 1781 ha sido la más ruidosa y considerable; y se
puede decir que se continúa hasta ahora; porque sofocada y no extinguida,
23
ella renació en 1794 y ahora en 1797”. Consideramos que este
enfoque, apoyado en consideraciones de orden teórico y en testi-
monios documentales, facilita una mejor comprensión del Mov-
imiento de los Comuneros.
A partir de 1871 el Virreinato de la Nueva Granada vive un
lapso de agitación social y política permanente. La clase alta y la
“gente popular” señala el conde Torre Velarde, son “propensos a la
rebelión” y pide drásticas medidas de represión, seguramente como
respuesta a la política reformista de los virreyes ilustrados. Señala,
además, el estímulo que para la causa de la independencia, incluso
ya desde el alzamiento de la plebe comunera, significaba la
tolerancia de Inglaterra. Por su lado, el coronel Lamota dice así en
la misiva ya citada: “Caracas y Quito presentan varios casos de ella
[sublevación] de sesenta años a esta parte. De todas ellas hay autos en el
Consejo de las Indias. Y si vuestra majestad pidiese los autos y expedientes de
la sublevación que en los años de 1780 [sic] consternó la capital de Santafé,
hallará vuestra majestad en ellos, que fueron las cabecillas de ellos los padres
y parientes de los que han promovido y mantenido la del año 1810”.
21
Archivo General de Indias, Sevilla, “Santafé”, Leg. 549 Silvestre
Martínez dice que “no se puede negar que éste es uno de los
levantamientos más graves, más extensos, más temibles, más
meditados y dispuestos” (F. Miranda, op. cit., t, XV, p. 31).

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22
J. Friede, “España y la Independencia de América” en el Boletín
Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de
la República, No. 12, Bogotá, 1965, p. 1815.

23
Colección de documentos para la historia de Colombia (compilados
por S. E. Ortiz), t, II, Bogotá, 1965, pp. 14 y 15.

Francisco Posada Díaz

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