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A medida que se va desarrollando la civilización científico-tecnológica disminuye progresivamente la parte de

trabajo muscular en la fuerza productiva, sustituyendo las herramientas simples por máquinas automatizadas
que aumentan prodigiosamente la productividad de los trabajadores. Al mismo tiempo va cambiando en
cantidad y calidad el trabajo humano, cada vez más tecnológico, disminuyendo en la producción el número de
obreros no calificados e incrementándose el de especialistas, científicos, técnicos o de nivel universitario.En
este sentido cabe destacar el hecho de que empresas como General Dynamics, Geneal Electric o IBM,
descartando su personal administrativo en el total de su fuerza laboral, tienen ya tantos ingenieros,
especialistas, técnicos, investigadores y personal de nivel universitario como trabajadores manuales, lo cual
indicaría que está llegando, más que obreros no especializados, un proletariado tecnológico que sin pasar por
la dictadura del proletariado de Marx puede asumir la gestión directa de las empresas, profundizando la
democracia económica para realizar así la democracia política.

La revolución científico-tecnológica es la más importante de todas las revoluciones del siglo XX, ya que el
país que hace una revolución social y no alcanza los más elevados niveles de progreso económico y
tecnológico se queda desenganchado de las fuerzas históricas, que son fuerzas económicas con otro
nombre. Pues si una revolución socioeconómica no es un tiempo de mayor acumulación e inversión de capital
social que el régimen sustituido no se justifica históricamente, ya que la humanidad, aumentando en
población, no puede perder niveles de productividad ni de volumen de producción. Y como la historia sólo se
plantea lo que puede resolver en cada momento de evolución de la humanidad, pudiera suceder que un
régimen que se diga muy revolucionario, si no progresa económica, cultural, social y científicamente se
convertirá en su devenir dialéctico en su contrario: reaccionario, por fiarlo todo a la ideología más que a la
economía, a la técnica y la ciencia combinadas armónicamente.

La revolución tecnológica ha modificado sustancialmente la vida del ser humano moderno. Resulta
interesante observar cómo esto ha tenido tanto efectos positivos como negativos. La productividad laboral se
ha incrementado, pues las comunicaciones y la transmisión de información se han vuelto infinitamente más
sencillas con las nuevas tecnologías. Es de llamar la atención que tan recientemente como en la década de los
noventa se requería de una infraestructura humana muy grande para que las empresas y los negocios pudieran
funcionar. Era común que las oficinas tuvieran gran cantidad de telefonistas, mecanógrafas y taquígrafas para
que pudieran satisfacerse las necesidades de comunicación dentro de las empresas.

Las computadoras prometían la mejora de los procesos y el incremento en la productividad de todos los
ámbitos de la vida humana. Pero durante décadas, esto fue imposible, ya que el costo se mantuvo muy
elevado. Parecía un sueño cuando en los ochenta Apple, IBM y otras empresas empezaron a hablar de las
llamadas computadoras personales. Sin duda esta revolución ha sido algo extraordinario: poco a poco se
reemplazó la máquina de escribir de la oficina por el ordenador. Se introdujo en los noventa con toda fuerza el
teléfono celular, y de manera paralela el internet.

Pero nada de esto es ya relevante: la revolución tecnológica ha tenido un crecimiento exponencial, de una
dimensión tan extraordinaria que hasta las computadoras y los celulares comunes parecen estar destinados a la
desaparición a corto plazo. La red mundial es ahora omnipresente, es inalámbrica, y no precisa de una
computadora para operar. La introducción en los últimos años de los smartphones, de las tablets y phablets,
ha provocado un cambio radical en la forma de desenvolvernos como seres humanos. Tenemos acceso
permanente a internet, sin importar en donde estemos, sin necesidad de equipos grandes y pesados. Es factible
tener acceso a toda nuestra información de manera remota y sencilla, a través de una red mundial que nos
rodea y nos acoge.

Pese a lo virtuoso que este avance tecnológico resulte, ha involucrado cambios sociales y ha demostrado
presentar, dentro de muchos contextos, graves problemas respecto a la privacidad y la intimidad. Un estudio
de la Fundación para la Salud Mental en Gran Bretaña ha revelado que los jóvenes actualmente se sienten
mucho más solos y aislados que hace una década. A pesar de lo extremadamente comunicadas que están las
nuevas generaciones, la tecnología las aísla. Tienen muchas relaciones virtuales, pero en consecuencia sus
relaciones reales se ven afectadas. Este sentimiento de los jóvenes se ha detectado en muchos países como un
creciente problema social.
Esto es sin duda un gran problema que podemos observar en la vida cotidiana de las ciudades; basta con mirar
alrededor de uno para ver a la gente fugada en sus teléfonos y equipos inteligentes. Se ha vuelto común
observar a personas de todas las edades reunidas en restaurantes, que no se comunican entre ellos, que
concentran su atención en mantenerse en contacto con sus relaciones virtuales, todo esto ha transformando la
interacción social, socavando el trato y el diálogo directo. Este escape de la realidad indudablemente debe ser
un punto central de preocupación social colectiva. Hay incluso lugares en el mundo que han empezado a
gestar espacios libres de teléfonos, medida acogida ante este nuevo drama que nos acongoja: la desconexión
de lo real, por no perdernos detalle alguno en lo virtual.

En el trabajo, también se han gestado problemas, ya que aun cuando se incremente la productividad de las
empresas, surgen nuevas categorías de estrés laboral: muchas personas han perdido la capacidad de
desconectarse de su trabajo, al tener permanente contacto con sus cuentas de correo y de mensajería
instantánea, lo que los mantiene en un estado constante de atención laboral y que eventualmente genera daños
a la salud física y mental.

Adicionalmente el advenimiento tecnológico está generando graves problemas con fenómenos como
el sexting (el envío de mensajes de contenido sexual por medios tecnológicos, y que se redistribuyen, dañando
la reputación del remitente original), el fenómeno del acoso a menores en la red, así como la desafortunada
proliferación de la pornografía infantil. Todas estas conductas que dañan al tejido social son problemas
novedosos que los gobiernos y la sociedad deben atender con prioridad, pues escalan conforme crece la
difusión de la información.

Otro asunto de gran importancia es que la privacidad ha sido completamente eliminada en la gran red
mundial: el gobierno de Estados Unidos ha intervenido gran cantidad de teléfonos y cuentas en internet. Esto
quedó patente en fechas recientes con las declaraciones de Edward Snowden, contratista de la Agencia de
Seguridad Nacional de Estados Unidos. Llama mucho la atención cómo, tras las revelaciones de Snowden, el
gobierno de Estados Unidos buscó justificar la violación de los derechos de privacidad e intimidad de su
pueblo y de la comunidad humana en general, con supuestos éxitos al fraguar ataques terroristas. Esto es muy
preocupante y trae a colación el libro 1984 de George Orwell, en donde se plantea una sociedad
completamente vigilada por un estado opresor, mediante la figura del llamado Big Brother (Gran Hermano).

Pero esto es algo que no solo hacen los gobiernos: servicios como Facebook, Instagram y Foursquare utilizan
la información que compartimos para analizar patrones de conductas y consumo, y aun cuando estas empresas
argumentan que lo hacen solo con fines estadísticos, la realidad es que la publicidad personalizada es el
objetivo de esta recopilación de información. Basta con entrar a estos sitios para ver cómo la publicidad está
centrada en el usuario específico y en su ubicación, lo que también vulnera la intimidad y la privacidad, y lo
peor es que la gran mayoría de las personas no se preocupa por todo lo que revela de su vida cotidiana a una
audiencia mundial. Sin duda los gobiernos temen que las redes sociales continúen gestando revoluciones y
derrocando gobiernos, y por ello buscan intervenir y controlarlas, pero también las empresas están llegando a
sentirse propietarias de nuestras actividades y preferencias, lo que es algo que debe generar gran
preocupación.

Resulta interesante observar cómo y a pesar de que la tecnología y la red mundial han traído grandes avances
para la sociedad humana, también están afectando nuestra intimidad e incluso están modificando el tejido
social. Las herramientas que nos otorga la tecnología deben utilizarse para el desarrollo y el bienestar, y todo
aquello que resulte negativo debe ser regulado, deben establecerse controles para garantizar que la sociedad
funcione, que las tecnologías no dañen la convivencia social, por un lado, y por otro, que las redes no se
conviertan en nuestros controladores y verdugos.

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