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Expresionismo e Impresionismo en Pedro Páramo

Andrés Soto Álvarez, SJ

1. La disolución mística: Juan Preciado

La ausencia histórica del padre en Juan Preciado, irriga gotas de trascendencia significativas.
El movimiento de estas gotas fluye por los intersticios del lenguaje que utiliza Rulfo y es en estas
zonas ― y probablemente, no en lo plasmado en la estructura de su prosa, ni en la especificidad de su
vocabulario ― donde se vislumbra la fuerza de una integración mística entre el pueblo y Juan, entre el
nacimiento y la muerte. Aquellos silencios, espacios en blanco que los mismos titanes han hecho
aparecer detrás de esta semántica, son prados donde nos detenemos y aprendemos a serenar. Una
muestra de esto es el comienzo de su saga:

“Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de
sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo
alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi
madre. Por eso vine a Comala.” (Fragmento 1)

En estas líneas Juan se refiere a la promesa que le había hecho a su madre, antes de que ella
muriera, de ir a su pueblo natal (Comala) y buscar al padre perdido, quien los había abandonado. Pero
tres palabras nos dejan perplejos: sueños, ilusiones, esperanza. Son palabras de frontera, de límites que
reclaman un protagonismo inusual, un compromiso innombrable dentro de una supuesta saga oscura y
desértica. Se fue formando un mundo interior dentro de Juan, influenciado ciertamente por lo que su
madre le había relatado acerca de Comala. El contraste entre la debilidad de no pensé en cumplir mi
promesa, quizá, de un joven a medias tintas, un tanto desencantado de la vida y su opuesto, la fuerza
para caminar y adentrarse en Comala, nos dice mucho de un proceso de disolución de una realidad
convencional heredada, que comienza cuando la conciencia apela. Son tres palabras que requieren de
explicación, sin embargo el silencio de Rulfo en este punto dice mucho más que cualquier descripción.
Luego en este revolcar interior, la naturaleza lo acompaña:

“En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en
vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y
todavía más allá, la más remota lejanía.” (Fragmento 2)

¿En qué paisajes se ha adentrado Juan? ¿Cuál es la era que lo sostiene en su viaje?, espacio y
tiempo se dan aquí de una forma tan distinta a lo usual. Pensemos en la frase inicial: la reverberación
del sol. Esa reverberación tan apreciada por los músicos; el famoso efecto de “reverb” se masificó con
Jimmy Hendrix, Eric Clapton y sus amigos en la década de los 60ꞌs, principalmente en espacios como
Woodstock, donde la bisagra hacia ese “mundo otro”, era la ilusión de una vida en paz y el deseo de
silenciar una violencia arrasadora. Este punto lo podemos relacionar con el sueño perdido de la
infancia, que se manifiesta en forma de ecos en la aventura de Juan. El fenómeno de la reverberación
en el orden de la física, es la reflexión de un sonido, es decir, el sonido que sale de una fuente y
colisiona con una pared, y luego se devuelve dando la sensación de provocar un eco del sonido pero
difuminado. En esta metáfora se revela que la infancia de Juan, aunque ya no es tal, como el sonido
que salió de la fuente, puede permanecer a la manera de las vibraciones como marcas míticas en su
vida, y se difuman en su biografía con la misma permanencia del sol que abraza a Comala todas las
mañanas. Es esa infancia, la edad en que el niño Juan Preciado encontraba cobijo en sus momentos de
dificultad, porque estaba su madre. Es esa infancia, la edad de siempre como la llamaba Gabriela
Mistral en su poema País de la ausencia, la que Juan va de-construyendo y re-dimensionando para
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lograr encontrarse con la más remota lejanía. En la ausencia de la madre, Juan está viviendo un
proceso de desapego que lo lanza más allá, un proceso de disolución. Sin embargo esa disolución tiene
sentido porque se está encontrando con un mundo de espectros, presencias inquietantes que lo
interpelan y le enseñan a llegar a su centro. Caminando en medio del poblado, visita la casa de
Eduviges, la amiga de su madre, y quizá primera iniciadora en la mística de su disolución, y le dice:

“Sólo yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar
las veredas. Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando Él lo
disponga. O, si tú quieres, forzarlo a disponer antes de tiempo.” (Fragmento 5)

¿A qué muerte se refiere Eduviges con la frase: todo consiste en morir?, probablemente no es
la muerte corporal-temporal de la vida en este mundo, sino que es una muerte en la cual la persona
puede elegir, esto se refleja en las palabras cuando uno quiera. Como en este pasaje el punto central
escapa a la dimensión material, naturalmente la elección no podrá ser sobre el suicidio1, sino más bien,
Juan deberá buscar otros planos en su vida donde debe elegir morir. Morir al miedo de quedar sólo, sin
padre ni madre; Morir a la falta de libertad que pueden producir los esquemas heredados; Morir al
apego a una vida protegida (la presencia materna); y morir al sedentarismo que le impide emprender
una aventura, un viaje para poner en dialogó rostros y situaciones que desafían su historia. Sólo en
este proceso, podrá ir escuchando la armonía del cielo y acercándose a esa paz. Dicho de otra forma,
Comala no se queda en ser un pueblo lóbrego y callado, de dolor, sufrimiento y opresión. Es la
profundidad humana en su cruda fragilidad pero que trasciende, que busca una víspera, va mucho más
allá de lo que se imprime en el papel; Comala es una escuela de sabiduría y espiritualidad para Juan, es
una iniciación al complejo misterio y esperanza de la vida.

Aunque en estas líneas algo hemos palpado en cuanto a la realización de Juan Preciado, entre
los párrafos 30 y 37 se descubre aún más su encubierto caminar. Al comienzo, Juan experimenta
ciertas sensaciones:

“Vi pasar las carretas. Los bueyes moviéndose despacio. El crujir de las piedras bajo
las ruedas. Los hombres como si vinieran dormidos.
«… Todas las madrugadas el pueblo tiembla con el paso de las carretas. Llegan de
todas partes, topeteadas de salitre, de mazorcas, de yerba de paró. Rechinan sus ruedas
haciendo vibrar las ventanas, despertando a la gente. Es la misma hora en que se abren los
hornos y huele a pan recién horneado. Y de pronto puede tronar el cielo. Caer la lluvia.
Puede venir la primavera. Allí te acostumbrarás a los “derrepentes”; mi hijo».
Carretas vacías, remoliendo el silencio de las calles. Perdiéndose en el oscuro
camino de la noche. Y las sombras. El eco de las sombras.
Pensé regresar. Sentí allá arriba la huella por donde había venido, como una herida
abierta entre la negrura de los cerros.
Entonces alguien me tocó los hombros.
—¿Qué hace usted aquí?” (Fragmento 30)

Estas sensaciones, según mi interpretación, reflejan mucho más que aparentes percepciones o
imágenes que asoman. Se puede observar que en primer lugar el mismo Juan experimenta una realidad
en un plano, que llamaré “impresión expuesta”, dicho de otro modo; las carretas, bueyes y crujir, lo
vive como si fuera un plano fotográfico, quizá como una realidad convencional, aquella de la cual
estamos tan acostumbrados. El segundo plano es de una “anamnesis expresiva”, en la cual Juan toma
del fondo de su alma recuerdos y los hace presentes, como si fueran reales, y por otro lado intenta
conducirlos a medida que va avanzando en su aventura. Sin embargo, aquí el intento de conducir no es
control o gobierno, sino justamente lo contrario. Para conducir su realización, deja que aparezcan los

1 Aunque en un principio se podría pensar que es así, puesto que la misma Eduviges muere suicidándose.
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recuerdos, sin forzarlos, ni amputarlos; y no sólo los deja, sino que permite que la expresión más
profunda de su interioridad sea una sola en los diálogos de esa anamnesis. A continuación, cuando
siente que alguien le toca los hombros, quiebra ese primer plano fotográfico, esa impresión expuesta,
para relacionarse en un tercer nivel con otra persona, esa es una “realidad espectral” que le permite
dialogar con su mundo onírico, y me refiero a su mundo, debido a que no es un aspecto en su vida que
viene desde afuera o que lo invade externamente (como puede parecer a primera vista), sino que son
hebras de su identidad que nunca podría reconocer si se quedara solo en el primer plano. En definitiva,
un principio importante que precede su realización es la capacidad de apertura a estos tres mundos, el
ser capaz de ascender y descender en su alma, con el eco de las sombras y la tarde todavía llena de
luz.

El encuentro y diálogo con las almas, estas carretas que aparecen llenas, con peso y otras
vacías, ligeras, me hace pensar en el mito del carro alado que figura en el Fedro de Platón, y aquí en
vez de divisar una dualidad, reconozco aquella necesidad de Juan de unir, el deseo de componer toda
su realidad, toda su vida. Pero este anhelo no resulta tan fácil para Juan; parafraseando este mito,
donde se plantea que para nosotros solos, la tarea de conducir el alma es necesariamente difícil y
desagradable, se puede observar en Juan esa dificultad como inseguridad o miedo: Pensé regresar.
Sentí allá arriba la huella por donde había venido, como una herida abierta entre la negrura de los
cerros. Y no sólo en este fragmento, más adelante también: Quisiera volver al lugar de donde vine.
Aprovecharé la poca luz que queda del día (Fragmento 31). A pesar de todas sus debilidades, Juan no
está abandonado en el carro de su vida ― Así como Zeus y los dioses, conduciendo sus carretas
aladas, son capaces de poner orden en todo y cuidar de todo, participando de la vida de un alma ― los
espectros que va reconociendo Juan en su camino lo ayudan a volar, integrar y a preparar su muerte y
nuevo nacimiento. Esto se puede apreciar desgranando las siguientes pistas:

“El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo de


aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si
estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que
chorreaba de ella y me faltó el aire que se necesita para respirar. Entonces me levanté.”
(Fragmento 36)

“Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino
sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue lo
último que vi.” (Fragmento 36)

“—Sí, Dorotea. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se


me había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo. Y cuando me encontré con los
murmullos se me reventaron las cuerdas.” (Fragmento 37)

Asistimos aquí a la muerte de Juan Preciado, me falto el aire que necesitaba para respirar es la
frase que sella una dimensión de su devenir, al igual como si un feto estuviera en la panza de su
madre, protegido por el calor maternal y solo respirando gracias a la vida de ella. Pero vuelve a nacer
y lo notamos ahora por la imagen del parto, es casi una descripción literal de un bebé que acaba de
nacer: Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi
cabeza. Esto nos plantea un desafío, de manera cíclica vuelve a un punto de inicio. Curiosamente en
este punto se encuentra un nuevo paralelo con el mito del carro alado, refiriéndose al alma este dice:
“…cuando después de un tiempo llega a ver el ente, se alegra, y se alimenta y disfruta contemplando
las cosas verdaderas, hasta que la revolución circular la lleva nuevamente al mismo lugar. Durante
la rotación contempla la Justicia misma, contempla la Templanza, contempla la Ciencia…” Pero para
que Juan pudiera entrar en esta contemplación tuvo que morir primero, y si metafóricamente murió
por falta de aire, esta función proyecta una imagen en la realidad donde todos los murmullos fueron
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los que ejercieron realmente su muerte: Sí, Dorotea. Me mataron los murmullos. Personalmente
creo que en esta frase se sintetiza el proceso de Juan, es el silencio que permite su aventurada
muerte, pero también es la burbuja de la ilusión que se rompe con la verdad, los murmullos lo
hacen caer en la cuenta que estaba acariciando verdades que no eran. Pienso fundamental notar
que a Juan no le gusta hablar mucho y de hecho cada vez habla menos en la saga, sus breves preguntas
y dominada curiosidad de alguna manera lo salvan, esa sensibilidad para escuchar a los otros
espectros, esa empatía que se desentierra en esta obra, quizá el aspecto más primaveral de la saga,
pero imprescindible para comprender la plenitud del proceso de Juan y dejarlo navegar en una nueva
reconciliación con el mismo y con la vida.

En atención a estas palabras: volver a nacer y reconciliación, se debe aclarar que no son las
que libremente vienen primero a nuestra cabeza, es decir, no vuelve a nacer en el mismo mundo, ni
perdona a otros como una especie de mandato moral o para tranquilizar su conciencia, no. Es una
desintegración del yo para abrir cada vez más su universo, para dejar que los espectros intercambien
su realidad dentro de su vida y en esto poder conciliar sueño y realidad, pero sobretodo ilusión y
verdad. Es probable que la pregunta: ¿Logró perdonar Juan Preciado a Pedro Páramo? no se pueda
responder con lo revisado hasta el momento, porque Rulfo con una magia deslumbrante nos invita a
desafiar nuestra conciencia y proyectarla por un sendero diferente. Estas presencias impredecibles que
afronta Juan, nos muestran una manera radicalmente distinta de lo esperado de vincularse con las
víctimas de su padre. Saga creativa, con corazón y mente de búsqueda por lo esencial, aquí no se trata
del juicio, ni de buscar a culpables, aunque esta lógica nos cuesta. Un ejemplo de cómo observar al
otro (Juan-Pedro), que da un salto meta-lógico de esta magnitud lo podemos leer en el primer capítulo
del “Pensamiento Salvaje” de Lévi-Strauss, donde se refiere a la lengua Chinook del noroeste de
América del Norte, en cuya gramática no se admite la proposición: “el hombre malvado ha matado al
niño”, sino que se utiliza: “la maldad del hombre ha matado al niño”. Puesto de esta manera, el
vínculo trascendente e invisible entre Juan y Comala más que buscarlo en los pecados de los aldeanos,
radica en los valores, relaciones y fases de la conciencia individual (por ejemplo la imagen
manifestada en el fragmento del párrafo 31: Se rebulle sobre sí mismo como un condenado) y social.

2. Prisión de mundos: Padre Rentería

La trágica saga del padre Rentería, se puede explicar por lo tortura que ejerce el propio destino
en su biografía. Pero sólo viendo este destino como el devenir general de aquel cura de pueblo
pequeño que siempre es dominado por los poderosos. También se puede ver en Rentería la imagen de
una Iglesia opresora que arremetía con todo su poder en el Méjico de aquella época y ahogaba los
intentos de recuperar la fe, la esperanza, los intentos de redención de cada persona en Comala. Sin
embargo, en estas visiones encontramos una obtusa reducción que no nos permite enfrentar el
conflicto interno que lo atormenta, ni observar las sensaciones más puras de su relación con los otros
personajes de la obra. En ese fondo pienso que se puede obtener más elementos de análisis para ver
cómo se va moviendo su conciencia y al mismo tiempo como el pueblo va interactuando en sí mismo
debido a la influencia de este presbítero.

¿Cuáles son los mundos que lo aprisionan? ¿Por qué está expuesto a tensiones de tan difícil
resolución? Por un lado están todos aquellos principios que lo limitan, que lo enfrascan, que lo
protegen, se ubicaran en esta esfera: el poder (quedar bien frente a Pedro Páramo y su familia), el
dinero, la reputación seguramente frente a altos eclesiásticos, e incluso su propia formación teológica.
Y en el otro mundo se ubica lo que radicalmente le ofrece genuina libertad, aunque quizá un camino
mucho más áspero: en primer lugar su propia conciencia, la solicitud desinteresada del pueblo sencillo
y fiel y la fidelidad a su consagración, a su magisterio, al seguimiento de Cristo, en esto me refiero
principalmente a conmoverse y actuar frente al dolor manifiesto de las personas. El riesgo de entablar
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estos dos mundos, es quedarnos sólo en dos polos opuestos que no se entrelazan, como si Rentería
tuviera que elegir entre uno de los dos y así el problema resultara de fácil evacuación. Este riesgo
puede ser superado descubriendo la enorme riqueza que se encuentra en la tensión. Cuando alguien
que haya conocido a un cura viejo, y no solo a un cura, a cualquier persona de edad mayor me pueda
dar respuestas a estas preguntas: ¿Se puede sacudir fácilmente esa persona de sus aprendizajes de
niño? ¿Puede traicionar su propia formación buscando nítidamente una verdad pura? ¿Es que acaso su
conciencia reclamará siempre la verdadera justicia o sólo la que alcanza a ver? Entonces, si la
explicación es sensata quedaré tranquilo. No obstante, pienso que debió ser muy fuerte para Rentería
empezar a reconocer que su formación e incluso lo que dictaba el magisterio, en algunos casos,
estremecía todo su mundo psico-afectivo. Para profundizar en la tracción que ofusca a Rentería se
debe tener en cuenta la disparidad de disponibilidad que tiene entre la muerte de Eduviges y por otro
lado, la del hijo de Pedro Páramo, Miguel, después de aceptar celebrar su funeral Pedro se acerca al
sacerdote y le dice:

“—Yo sé que usted lo odiaba, padre. Y con razón. El asesinato de su hermano, que
según rumores fue cometido por mi hijo; el caso de su sobrina Ana, violada por él según el
juicio de usted; las ofensas y falta de respeto que le tuvo en ocasiones, son motivos que
cualquiera puede admitir. Pero olvídese ahora, padre. Considérelo y perdónelo como quizá
Dios lo haya perdonado.
Puso sobre el reclinatorio un puño de monedas de oro y se levantó:
—Reciba eso como una limosna para su iglesia. …
El padre Rentería recogió las monedas una por una y se acercó al altar.” (Fragmento 14)

En esta escena se puede apreciar claramente que aunque por ningún motivo él hubiera
perdonado a Miguel, el dinero y el poder pueden más. Miguel era un malhechor que había matado a su
hermano y violado a su sobrina, pero accede a ofrecerle una ceremonia. El contraste y la hipocresía
aparecen cuando no es capaz de perdonar a la pobre de Eduviges, que enclaustrada en sus infiernos se
suicida. Cuando le quita el perdón, a propósito de su suicidio (recordemos que en este contexto
suicidarse era un pecado mortal), lo invade la culpa:

“«Todo esto que sucede es por mi culpa —se dijo—. El temor de ofender a quienes
me sostienen. Porque ésta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento. De los pobres no
consigo nada; las oraciones no llenan el estómago. Así ha sido hasta ahora. Y éstas son las
consecuencias. Mi culpa. He traicionado a aquellos que me quieren y que me han dado su
fe y me buscan para que yo interceda por ellos para con Dios. ¿Pero qué han logrado con su
fe? ¿La ganancia del cielo? ¿O la purificación de sus almas? Y para qué purifican su alma,
si en el último momento… Todavía tengo frente a mis ojos el último momento… Todavía
tengo frente a mis ojos la mirada de María Dyada, que vino a pedirme salvara a su hermana
Eduviges” (Fragmento 17)

Menciona El temor de ofender a quienes me sostienen, sin embargo esto también es muy
difícil de juzgar, ¿Por qué? Resulta necesario ponerse en los pantalones de un joven pobre, sencillo, de
pueblo que no ha tenido muchas oportunidades de formación en la vida, y que el camino en el
seminario le ha abierto innumerables puertas y le ha entregado la configuración de un modo de ser
párroco. ¿Qué herramientas poseía Rentería realmente para poder cuestionar su propia formación, o el
modo que visualizaba en otros curas? Entonces el dejarse enredar por la familia de Pedro Páramo
resultaba casi natural. Pero piense usted en aquella persona que pudiendo lograr ciertos beneficios
económicos que ni en lo más remoto de su vida podría haber obtenido, renuncie a esa oportunidad,
¿Le parece lógico? Quizá ninguna familia como la de Pedro Páramo estaba dispuesta a ofrecerle tal
ilusión a este cura de pueblo. Hay ingenuidad, pero también un desorden biográfico en Rentería.

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¿Qué lo ayuda a encontrar una salida a este mundo que lo aprisiona? Probablemente entrar en
el silencioso baúl de sus memorias, en el profundo sentido de la propia vocación. Recuerda porque
decidió ser cura, recuerda al prójimo, y la conciencia de sus deseos genuinos de servir lo vuelve a
entusiasmar, desea redimirse. Por lo tanto, vislumbra un escape en un intento de hacer justicia por el
pueblo:
“—Espera. No desarmes a tu gente. Esto no puede durar mucho.
—Se ha levantado en armas el padre Rentería. ¿Nos vamos con él, o contra él?
—Eso ni se discute. Ponte al lado del gobierno.” (Fragmento 67)

La esperanza de Rentería está en el fondo de su propia espiritualidad, está en cómo esa


espiritualidad lo mueve. En este fragmento se hace realidad quizá ese deseo que abrigó en sus
primeros anhelos. Vuelve a viajar en ilusiones de una vida heroica, y en la transgresión de toda una
herencia, logra destruir ese muro que lo aprisionaba, para arrojarse a ese mundo otro.

Creo que a veces no se le ha hecho justicia a Rentería, y sin intentar una ciega apología de él,
se debe mirar la claridad en la inteligencia de Rulfo cuando describe a un personaje, pienso que intenta
dejar que toda la verdadera humanidad del personaje lo descoloque, y así muestra una realidad más
coherente, más cercana, en Rentería se ve claro que Rulfo no pretende juzgar a un pueblo entre malos
y buenos, sino que deja que broten con fidelidad y libertad trascendencias fidedignas. Inserta una saeta
en el corazón del conflicto y ahí envenena la trama con sueños, miedos y deseos, invade con astucia
las dimensiones más humanas, para que en algo de sus personajes nos sintamos interpretados.

3. Vigor de las ausencias: Pedro Páramo

En medio del primer encuentro que tiene Juan Preciado en Comala, aparece la descripción
inaugural de don Pedro Páramo en boca de otro de sus hijos, Abundio. Así cuando Juan pregunta por
su padre, Abundio le responde: Un rencor vivo (Fragmento 2), a su vez, Pedro hace su aparición en
primera persona:

“El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas
plas y luego otra vez plas en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida
en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la
brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la
tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas como si
durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa, atrapando las
lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las
piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole
brillo a las hojas con que jugaba el aire.
—¿Qué tanto haces en el excusado, muchacho?
—Nada, mamá.
—Si sigues allí va a salir una culebra y te va a morder.
—Sí, mamá.” (Fragmento 6)

Es muy importante la fuerza, toda la energía que va descargando en Pedro Páramo cada
ausencia. Se puede apreciar aquí la ausencia de su madre, y en las líneas siguientes ya se encuentra
Susana San Juan, turbándolo, al mismo tiempo que dirige su estado de ánimo, sus relaciones y su
ubicación en Comala. Toda expresión de Pedro, al igual que lo revisado en el punto 1, surge de la
anamnesis y de las realidades espectrales. Sin embargo, en vida, dejó llevarse más por las impresiones
que por los vientos de su interioridad. Con respecto al simbolismo utilizado por Rulfo en la
descripción referida, se puede analizar que el agua que goteaba representa un movimiento desde
arriba hacia abajo, habiendo penetrado en las tejas, que es aquello que da cobijo. Ese cobijo, era lo

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esperado de la relación entre Pedro y Comala, se podría decir que fue la función negada, el rol
defraudado, la misión no cumplida. Deduzco esto, puesto que Pedro Páramo tenía las condiciones de
poder y riqueza para transferir esa fortuna, a modo de protección, al pequeño pueblo donde moraba. A
pesar de esto; de que todo esto lo recibió, en primer lugar por la suerte de la vida (a diferencia de una
visión meritocrática más moderna y superficial que podría dominar el develar de Pedro), y en segundo
lugar por la cooperación de Dolores y muchos de la aldea, no es capaz de ver su vida en función de
otros, sino que controla y se sumerge en su Ego. En efecto una hoja de laurel que daba vueltas, sigue
siendo él, la hoja de laurel es un reconocido símbolo de fama, honor y grandeza. En el caso de Pedro
es todo eso que ha recibido como regalo, pero retorcido, dando vueltas, metiéndose en la hendidura de
los ladrillos, inquietando con su presencia abrumadora y controladora a los otros aldeanos (representados por los
ladrillos). Es el oro regalado manchado con el excremento de la ausencia de amor, por eso la pregunta de su
madre —¿Qué tanto haces en el excusado, muchacho? , es imagen de las tinieblas que desde un inicio van
envolviendo a Pedro. Además se puede identificar el inframundo que domina a Pedro en la pretensión
apasionada de poseer toda la tierra cuando se da cuenta que adeudan mucho dinero:

“— ¿A quién le debemos? No me importa cuánto, sino a quién.


Le repasó una lista de nombres. Y terminó:
—No hay de dónde sacar para pagar. Ése es el asunto.

—Yo creo hasta el bendito. Mañana comenzaremos a arreglar nuestros asuntos.
Empezaremos por las Preciados. ¿Dices que a ellas les debemos más?
—Sí. Y a las que les hemos pagado menos. El padre de usted siempre las pospuso
para lo último. Tengo entendido que una de ellas, Matilde, se fue a vivir a la ciudad.
No sé si a Guadalajara o a Colima. Y la Lola, quiero decir, doña Dolores, ha
quedado como dueña de todo. Usted sabe: el rancho de Enmedio. Y es a ella a la que
tenemos que pagar.
—Mañana vas a pedir la mano de la Lola.” (Fragmento 20)

El hecho de casarse con Dolores sólo por la ambición de su riqueza material, el desprecio
notorio que tiene por ella, el que su primera noche de bodas se haya quedado dormido, nos muestra un
Pedro Páramo que justifica cualquier medio para alcanzar sus fines, por más descabellado que esto
parezca. Pero también hay que rescatar como la infancia de Pedro se va exponiendo en el relato, y en
esto es cuando confirmo la agudeza de Rulfo para encuadrar las causas del desorden, de la falta de
libertad que aqueja a Pedro, y no culparlo como si fuera un vil criminal. En lo expresado por Fulgor:
“Yo no esperaba de él nada. “Es un inútil”, decía de él mi difunto patrón don Lucas. “Un flojo de
marca”. Yo le daba la razón. “Cuando me muera váyase buscando otro trabajo, Fulgor”. “Sí, don
Lucas…” (Fragmento 21), se puede notar que hay una ausencia en Pedro, la ausencia de una crianza
con una valoración por su vida, la ausencia de una sana auto-estima. En estas ausencias Pedro va auto-
forjándose, tiene que dar vuelta este mal devenir y demostrar que no es un inepto. La expresión desde
ese fondo abisal, es la urgente necesidad de rescatar una niñez, de ahí que su soledad en el texto se
observa llena de nostalgias penumbrosas.
Algunas preguntas que aparecen es, ¿Dónde pone su afán finalmente Pedro? o ¿Qué lo mueve
verdaderamente?, ¿Qué busca en su vida? Probablemente cree que Susana San Juan puede sanar todos
sus dolores, y entonces se arroja con indiscreción sobre aquella dama:

“«Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente
algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo
el tuyo, el deseo de ti. ¿Cuántas veces invité a tu padre a que viniera a vivir aquí
nuevamente, diciéndole que yo lo necesitaba? Lo hice hasta con engaños. »”
(Fragmento 45)

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En este fragmento se mezcla la relación que lo mantiene vivo, que le da ánimo, con un
exacerbado deseo de poseerlo todo. En esos treinta años pasó de todo, desenfreno, hipocresía,
violencia desatada, usurpación de tierras, etc. Y si en Juan Preciado lo que lo alimentaba su caminar
era la ilusión, los demonios que toman el control de Pedro son los de la desilusión. Se desilusiona
cuando se da cuenta de que no puede poseer lo único que le importa, Susana. Y es esa desilusión, con
rostro de ausencia la que lo subyuga. Termina por mandar a matar al padre de Susana, Bartolomé San
Juan, cree que la orfandad de Susana servirá por fin para tenerla en sus brazos.
Lo último que revisaré de este personaje es su muerte:

La cara de Pedro Páramo se escondió debajo de las cobijas como si se escondiera de


la luz, mientras que los gritos de Damiana se oían salir más repetidos, atravesando los
campos: «¡Están matando a don Pedro!». (Fragmento 69)

En esta escena se da lugar a la caída de un monstruo, de aquel que sabía desde hace un tiempo
que había empezado a pagar sus agresiones, en concreto, lo manifiesta primero en la muerte de Susana
San Juan. Cuando uno lee con detención la muerte de Pedro, algo en el ambiente nos dice que de
alguna forma sabía que sus días acabarían así, probablemente era un muerto en vida. La estrofa se
escondió debajo de las cobijas como si se escondiera de la luz es un claro ejemplo de que Pedro sabía
que había realizado mucho mal en su historia, es una imagen de la culpa de dejar a tantos niños sin
padre, la culpa de la muerte y violación de tanta humanidad. En la otra esquina tenemos a su
homicida; Abundio Martínez, que al igual que Juan llevaba el apellido de su madre, claramente se
pueden presenciar las heridas profundas que ha padecido en su vida; haciendo honor a su nombre, la
única abundancia que había recibido en su vida era la abundancia de sufrimiento, el agua desbordada
de dolores y dificultades. Vivir toda su vida sin el calor de un cariño paternal, no lograr tener
descendencia, ser viudo, no tener un peso para el funeral de su señora, un refugio, un lugar en donde se
sentirse protegido, querido. Sin embargo, esta fragilidad encarnada, este pobre hombre, tiene un rol
determinante en la novela, y de alguna forma es el que salva la vida de muchos. La muerte del loco
Pedro, naturalmente significa la vida y libertad de muchos en Comala.

“Antes de entrar en el pueblo les pidió permiso. Se hizo a un lado y allí vomitó una
cosa amarilla como de bilis. Chorros y chorros, como si hubiera sorbido diez litros de
agua.” (Fragmento 69)

En este fragmento se puede ver en la imagen, una suerte de purificación, es decir después de
matar a Pedro, el vómito representa sacar afuera todo lo malo, extirpar toda la enfermedad, echar
afuera lo que hace daño.

“Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de
unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un
golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.”
(Fragmento 70)

Las piedras muestran la rigidez interna de Pedro, esa que nunca lo dejó tener una apertura real
a los elementos que podían entregarle libertad en vida, una flexibilidad inexistente que quizá es la que
termina aniquilándolo. El no escuchar probablemente tantos consejos de Damiana y de Fulgor. Y
entonces finalmente todo eso se desmorona con el contacto real del fuego del sufrimiento de uno de
sus hijos. ¿Qué nace con la muerte de Pedro? Es la verdad del pueblo la que busca caminos para
crecer, para madurar, es el pueblo entero que se comienza a preguntar y a escuchar después de la
muerte de Pedro. Nace un verdadero proceso de sanación interna de muchas víctimas, pero también un
proceso de realización de todo el pueblo. Él fue el patrón del pueblo, quien por no poder realizar los
propios sueños buscando lo inalcanzable, le arrancó los sueños a muchos.
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4. Iluminación en las penumbras: Susana San Juan

La figura de Susana San Juan es un torbellino infranqueable en la vida de Comala, se hace


presente en los recuerdos y anhelos frustrados de Pedro Páramo, pero también inquieta su forma de
actuar, la relación con su padre, el contraste entre su influencia sombría a través del poder de Pedro y
la lejanía geográfica que tiene del pueblo. En el comienzo de la novela, ya hay una presencia de
Susana idealizada o más bien dicho elevada en un altar metafísico:

«A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo,
estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina
Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras».
(Fragmento 7)

Al leer este párrafo (señalado por Pedro Páramo) quedamos con la idea de que Susana se ha
convertido en una especie de princesa celestial que influencia la vida de Pedro, quizá como la
Dulcinea del caballero de la triste figura, o la Solveig Celeste que inspira a Adán BuenosAyres. En
consonancia con algunos críticos literarios que se han atrevido a afirmar que el Don Quijote o la
novela de Marechal no podrían ser sin la presencia de estas musas, se puede afirmar que lo que ocurre
en Comala y el ritmo del latir de su tierra no podrían ser sin la presencia de Susana, de alguna forma
pienso que es irremplazable.

Aun ingresando en el mundo desmesurado y neurótico de Susana, en fragmentos como: ¿Por


qué me niegas a mí como tu padre? ¿Estás loca?/¿No lo sabías?/¿Estás loca?/Claro que sí,
Bartolomé. ¿No lo sabías? (Fragmento 46), se pueden rescatar momentos tremendamente lucidos que
hacen que la historia de Comala pueda volar. La aparente locura de Susana puede ser interpretada
como una forma de escapar de un mundo tan duro (del hielo mismo como es sugerido en el párrafo
que se analiza a continuación), el único lugar donde encontraba algo de luz era en su amado Florencio,
quien ha muerto, y el dolor la ha enfrascado, puesto que ni en Pedro ni en Bsrtolomé logra encontrar
una verdadera reconciliación consigo misma. Uno de los momentos altos que llaman más mi atención
es el modo de descenso que Bartolomé pide a Susana, ¿Qué se esconde detrás de esta solicitud?:

“—Baja, Susana, y dime lo que ves.



—No veo nada, papá.
—Busca bien, Susana. Haz por encontrar algo.

Y ella agarró la calavera entre sus manos y cuando la luz le dio de lleno la soltó.
—Es una calavera de muerto —dijo.
—Debes encontrar algo más junto a ella. Dame todo lo que encuentres.
El cadáver se deshizo en canillas; la quijada se desprendió como si fuera de azúcar.
Le fue dando pedazo a pedazo hasta que llegó a los dedos de los pies y le entregó coyuntura
tras coyuntura. Y la calavera primero; aquella bola redonda que se deshizo entre sus manos.
—Busca algo más, Susana. Dinero. Ruedas redondas de oro. Búscalas, Susana.
Entonces ella no supo de ella, sino muchos días después entre el hielo, entre las
miradas llenas de hielo de su padre.” (Fragmento 50)

Según mi percepción, en este punto Susana se encuentra con la muerte, ¿Por qué es el padre el
que la guía?, se pueden esbozar muchas hipótesis, sin embargo creo que la figura paterna en Susana
ejerce durante toda su vida una presión muy difícil de calibrar, pero que de alguna forma la guía en su
caminar, no sabremos si este guiar puede tener un contraste valórico, y sobre todo si la influencia del
padre le regala libertad o la tiene tomada, oprimida, incluso cuando la trata de defender frente a Pedro.
Me cuesta mucho reconocer las verdaderas intenciones de Bartolomé San Juan.
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Finalmente Susana San Juan es una especie de unificación de la obra, de unificación de lo
perdido, de lo extraviado, es por esto que en las últimas páginas Dorotea tiene tantos deseos de
escuchar lo que Juan Preciado es capaz de escuchar, todo se relaciona con todo y Susana dice:

“»Volví yo. Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas,
mis muslos: rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de
mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su
fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo.
»—Me gusta bañarme en el mar —le dije.
»Pero él no lo comprende.
»Y al otro día estaba otra vez en el mar, purificándome.
Entregándome a sus olas.»” (Fragmento 53)

He aquí la iluminación de Susana, se sitúa en un proceso de anamnesis expresiva, en realidad


esta es la verdadera iluminación en las penumbras que recibe Susana, en esta escena hace memoria
viva de su relación con Florencio, es él a quien se dirige, y al mismo tiempo no se siente comprendida:
Pero él no lo comprende. Las palabras: Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su fuerte
batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo, denotan el anhelo de un amor a otro en Mayúscula. Incluso
cuando la relación corporal, erótica se ha revelado abrazando a Florencio en toda su plenitud, y aunque
Octavio paz nos recuerde que: “En los rituales eróticos el placer es un fin en sí mismo”, Susana ha
recibido algo más, ella expone una sed trascendental, una vivencia espiritual que ha contenido durante
toda su vida. El mar es la inmensidad, lo que aún no ha sido descubierto aunque si gustado, este salto
que es capaz de entregarnos Susana contiene en sí una semántica que se funde y confunde en esa
enorme e inefable belleza.

5. Cubrir el ataúd: Aperturas

En la lectura de esta novela, he descubierto que en vez de cerrar un destino o de tener hipótesis
conclusivas o absolutas sobre algún personaje o el devenir de Comala, Rulfo ha intentado invitarnos a
escribir con nuestra vida la segunda parte de la novela. Son aperturas las que nos deja; después de
ingresar caminando por ese poblado en los rincones más profundos de Méjico, al abrigarnos con los
rescoldos de su tierra y sentir la variedad de cantos de las aves ensamblándose con los sentimientos de
sus habitantes, se logra entrar en la verdadera muerte, recorrer las tumbas y dialogar con la honestidad
de las almas. Cada persona en Comala ha realizado un camino de disolución donde ha encontrado un
nuevo renacer, y comprometiéndose con esa nueva cadencia puede ir alcanzando paso a paso nuevas
fases de tranquilidad. Todo lo podemos resumir con templanza y profundo silencio en una expresión:
“When there is nothing left to burn, you have to set yourself on fire”2.

2“Cuando no hay nada más por quemar, tienes que encenderte en fuego a ti mismo”, de la canción Your Ex-Lover Is
Dead, Stars (banda alternativa de Quebec, Canadá).
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