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Beatriz Vignoli

VIERNES

(libro editado en octubre de 2001 por el sello Bajo la Luna Nueva, seleccionado para el Plan de
Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación
de la Presidencia de la Nación)

Ni ande diciendo Muerte que anduviste a su sombra

William Shakespeare, soneto 18, verso 11


LA GUERRA DE LOS TONTOS

Dinamitamos antes de cruzarlo


el puente, el bello puente
que habíamos construido.

El puente sobre el río del olvido era.

Ahora, moriremos olvidados.


Muramos ya, y de esto.
MENAGERIE

Tigre, tigre
William Blake

Escolopendra, escolopendra
Aimé Cesaire

Iguana, iguana
Arnaldo Calveyra

¿Por qué, colegas míos


me ofendéis?
Ved: el tigre de Blake
no va y destroza al cisne de Darío,
lo cual, de suceder
al gato de Baudelaire le importaría
un bledo y la mitad.
Ni las escolopendras de Césaire
lo sacan de su tedio.
Y eso que bien podría, el tigre de Blake
demandar a la iguana de Calveyra
por propalar sus ecos; sin embargo
coexisten.
Y el gato, el bello gato
hubiera luchado en Cheshire, embistiendo
las diabólicas fintas
de una sonrisa por demás de inverosímil
y sin embargo se quedó en su casa
en París
en vez de polemizar con el mono de Darwin
sobre la contradicción entre progreso
y decadencia: silencio —ese sí—
lamentable.
LA CAÍDA

Si te dicen que caí


es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.
Soy, del ángulo recto
solamente los lados.
Ignoro el arte monumental del sesgo,
esa torsión ornamental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Ese rizo del mártir que, ascendiendo
se sale de la víctima
y su propio tormento sobrevuela
no es mi especialidad. Yo, cuando caigo,
caigo.
No hay parábola
ni aire, ni fuerza de sustentación.
Un resbalón: espero. Al suelo llego
por la ruta más breve.
Un alud, una piedra,
una viga a la que han dinamitado.
No hay astucias del cuerpo en mi descenso.
Se sobrevive: el fondo
del abismo es más blando
para quien no vuela, sólo cae.
Si te dicen que caí,
no vengas
a enseñarme aerodinámica revisionista.
No me cuentes de los que cayeron venciendo.
No vengas a decirme
que no crees que haya sido un accidente.
En lo único que creo es en el accidente.
Lo único que sabe hacer el universo
es derrumbarse sin ningún motivo,
es desmoronarse porque sí.
AKSHAB

Llegamos a Los Angeles por el desierto,


5.760 millas bajo un cielo sin agua
huyendo del Colorado
sin dormir desde Ur
sin pensar que las estrellas que con tanta precisión allá brillan
pudieran estar muertas.
Y nada, sólo Supertramp en la radio
y la oscuridad alrededor
donde surgían cada tantos kilómetros luces que parecían habitables
y desaparecían en el tiempo.

—Hubieras visto —decías— la cara que puso cuando volvió del monte
con la escopeta en una mano, y una liebre agarrada de las orejas
en la otra:
“¡Primero lo del guiso de lentejas y ahora esto!”
gritaba el Colorado, y Rivka, nuestra madre, lloraba al cielo.
Era natural que prefiriéramos no hablar del asunto:
“...eso rojo, eso rojo...”,
la historia de tu familia sangra por donde la toques.

“Canaán 12 km” leímos en un cartel verde


al que las luces del auto alumbraron de modo fantasmal por un instante.
—El logo de Goodyear —decías— la sandalia con alas,
¿no es acaso una representación ideográfica de mi nombre?
—Jack, eso es Hermes, Mercurio...
—Seré genetista, bígamo y recordado como la etapa Trickster del héroe
en la mitología judía —dijiste como en un sueño.
Verdaderamente era terrible ese lugar.
Luces rojas y azules comenzaron a acercarse
mientras doblábamos, internándonos en el campo, entre los grillos.
FUNCIÓN DE LA LÍRICA

Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.
PLAZA ST. EXUPERY

a E. A. F., i. m..

—Prometeme que nunca


vas a morirte —dije.

Por la puerta entreabierta del Unión


vimos bajar la noche.

Ascuas recuerdo:
flotaban en lo azul.
PLAZA HOUSSAY

La vieja estaba quieta entre dos cajas.


El sol doraba su vestido rosa.
Indiferente al vuelo de una mosca
ella no parecía ni siquiera dormir.

El policía, inmóvil, a unos metros


esperaba otra cosa. Acostumbrado,
no se extrañaba ya
de tanto silencio.
PLAZA CANADÁ

a Mirta Rosenberg

Alma bella, ciudad


insostenible,
infinita ciudad
el silencio en el fondo de tus ruidos
oscurece el fulgor
futuro de tu día; caro cobras
tu caótico Tíbet, Buenos Aires,
el olvido en la montaña veloz
de tu paz desencontrándose
de sí, diástole-sístole,
puntuación, ráfagas
de frases bajo el cielo
—techo del mundo—, el goce
de estar viva como si ya
no quedara más nada de mí.
PLAZA GARDEL

a Silvana Sayago

Los pinos de la plaza Gardel


tenían formas necesarias como tigres.

Ahí el futuro estaba; refulge todavía.


Atmósfera seríamos, una conciencia suave,
apenas la mirada del ser sobre las cosas.

Eso, volvernos indios.


El amor no alcanzó.
EL PINCEL

a Pat Roldán

Cada cara nueva que me encuentro


viene escrita en un idioma extranjero
que no sé si aprender.
Los rostros que no soy. Millones
de nombres donde no he sido: la otredad
es ausencia de mí. Y no hay más amor
humano que mirarlos
pasar, mientras aguardo
que el tiempo se termine.
EL PEZ

De nuevo aquí este extraño.


El antebrazo tiende a parecerse
a la arena; y así de insensible.
Camuflado como un róbalo, el cuerpo
envejece. Cuesta, bajo este sol, sostener
la falacia monista: ¿yo he nadado?
¿He sido yo quien fluía,
el maderamen vivo en flotación
y el huésped del cerebro en su cripta?
Mi osamenta se mueve por el agua, leva anclas
el nervio, sale bogando la cosa.
Mis materiales quisieran
desasírseme del pensamiento.
Tanto he batido el parche del tiempo
con palabras; ¿me es, todavía,
este esqueleto? ¿Diré, de él,
“yo”?
EL PINO

Apagué los motores


y anduve a la deriva
¿cuántos años anduve
a la deriva, el motor apagado, ni
impulso ni gobierno, sin dirección?

Me recuerdo leyendo neones


a la vera de avenidas
desiertas. ¿Cómo pudo
nevarme encima todo este cansancio?
¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida?

Sacudo la cabeza como un pino. La nieve


no se va.
DEMORA DEL EFECTO

El mar apuesta olas


en la playa vacía.
Yo fui la amable máquina
que hizo un mundo del día.
Voy a esperar un coche
que se lleve mi cuerpo.
Voy a soltar las llaves.
Contemplo a la extranjera
sentada en el espejo:
ella ya no se acuerda
de dónde es su camisa
y nadie más lo sabe.
No sé cómo ha existido.
Se ha quemado parejo
como un buen cigarrillo.
Yo conozco su cara:
extrañamente, es mía.
Habito esta señora de ojos tristes
y no me imaginaba terminando así.
SEÑORA ROBINSON

Escribo,
escribo a máquina:
cada letra es un disparo en la noche.
REPETICIÓN DEL ACONTECIMIENTO

Siempre que nos acercábamos


al final de cada viaje,
los carteles del camino
llevaban inscripto
el nombre
de nuestro destino;
y yo ya no sabía
si aquellos números
en cifras decrecientes
—blanco sobre verde
al sol de los otros—
designaban un tiempo
o una distancia.

II

¿Qué salvaba
a mis músicos
en cada concierto
del horror de saber
que nuestra música
agudizaba
el tiempo irreversible,
más que la repetición del acontecimiento,
el standard, la forma
del compás?

III

Cuando compramos la máquina de ritmo


la encendí: solo, el sonido
tornó a volver sobre sí, una forma
del cosmos, un mar
sin muerte, a deathless sea.

No va a llorarnos
su lisa velocidad.
PHANTOM AT THE ROXY

a Julius

¿Sólo cómo estar sin ser?


¿Cómo estar como star?
¿Cómo estás?

El fantasma en la cornisa
era yo: desde una balaustrada,
automático cuervo sin idioma
sin que la palabra diera ningún lenguaje,
sin que la palabra labrara
mundo, repetía
ya no me acuerdo qué
como quien baila, como quien escribe
en el aire, como quien baila
con nadie.
ESCRITO EN LA MESA DE LUZ DE UN HOTEL * * * *

Por vergüenza de ser


pobre, me pasé media vida
escondiéndome
de mis amigos, no fuese que
murmuraran;
ahora ellos están
muriéndose
de todas esas
enfermedades nuevas,
raras,
ahora sí
los abrazo, pero ya no irradian
calor, sus caras están grises
—quiero decir, de un gris
oscuro— y ya no queda nada
de todo lo felices y geniales
que íbamos a ser.
LENORE

Tras la cresta del mundo, como la aurora, yaces:


todo tu nombre junto con la noche se ha acostado a dormir.
NO ESTÁ TU CUERPO

No está tu cuerpo
teníamos la misma estatura

ya no
que el suelo olvide tus pies.

Hinchada de tu ausencia como un globo


se halla la noche.
POMPEYA

Amargo, el hombre. Sus ojos


apedrean las cosas,
en una cellisca de pesadumbre
las dejan asustadas:
perros de lava, gárgolas
rígidas en el rictus
obsceno de cuando pudo
con ellas, no el tedio,
el vómito del volcán.
TRAKLAND

a D. G. Helder

Lo que vemos no es cierto. ¿Deberíamos


una vez más, ver apagarse el día,
sentir nuestras cenizas aplastarse
contra el vasto rumor? ¿Nos pertenece
algo de todo esto? ¿No es el mundo
un celuloide viejo al que asesina la luz?

Tomarse vacaciones, ver huir el paisaje.


Salir a buscar fuego, y no volver jamás.
Tu rostro, ese accidente al que vela una distancia.
¿Debo abrir la ventana? ¿Hay que mirar al cielo?
Qué bellos son los ojos de la muerte
bajo el mundo: este párpado.
DEL SUICIDIO COMO ASCENSO SOCIAL

Mentira este cadalso,


lazareto,
imágenes de Auschwitz compradas a Hollywood;
mentira esta manada de lemingos,
cotolengo en declive
escribiendo en el baño,
la pena capital en pastillitas.
Un falso jarrón chino en el living del pobre
que el caniche destroza:
no.
Asma me da el flitero de tu madre,
asma me dan
sus batas de banlon. Nunca fue puta, y sé
que lo lamentas.
CANCIÓN NEGRA DE SANGRE

a Silvina

—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?

En el sueño componíamos una canción.


Se ponía difícil, yo me impacientaba,
sacaba mi revólver y lo ponía
entre las dos, sobre la mesa.

—¿En el cielo, se llora?


¿Vamos a poder llorar
cuando estemos muertas?

En el sueño, yo recién llegaba a tu ciudad.


Vos me dabas trabajo: convertir un mapa
en un árbol.
Se ponía difícil, no me salía,
el árbol no me salía ni pegándole
hojas de verdad.

—Las muertas, ¿son felices?


¿Me diste el nombre de la felicidad
porque querés que muera?

No soporto tu letra; me enfurece


recordar la forma de tus trazos.
Odio tu forma de curvar las efes
como patas chuecas que se sienten simpáticas.
Odio tu be larga, muy especialmente.
Odio la esperanza, la esperanza,
odio, odio la estúpida esperanza
que anima tu escritura.

Si no querés que muera,


¿por qué decís entonces que me vas a matar?
—Creés demasiado en las palabras.

Hace falta un metal más espeso que el odio


para contar, para cantar esto.
Hace falta un metal, un metal más que asesino,
un metal resucitante.

—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?
Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.

—Te traje estos papeles.


“El trabajo libera”.
—¿De qué?

En el sueño, no éramos de metal.


En el sueño, no había
porqué mostrarnos fuertes.
En el sueño, no me pateaban en el piso.
En el sueño, yo no era para siempre
alguien a quien habían pateado en el piso.

Odio tus piernas, odio


que puedas caminar.

—¿Y la canción?

He guardado los papeles que trajiste.


No los puedo leer; me los trajiste
a tiempo para el trabajo, pero tarde:
ya no podría soportar leer
los papeles que trajiste. Y en el sueño
la canción
se cantaba.
La canción era una voluntad de inocencia
que conseguía atravesar la noche
de esto que he dado en llamar traición
y no es más que cansancio,
indiferencia,
olvido,
desaparición.
SOLOCALM

Al fin la luz del sol


se ha librado de ti
y da en una pared
y eso es el mundo.

Al fin el tiempo acá


se ha venido a vivir
y no hay gloria en los días
sólo calma

donde las cosas ya no sueñan con ser arte


donde las cubeteras no aguardan una cámara
y el tango del champagne
fluye de cumpleaños sencillito
y no hay infinitos libros, solamente este
y libre de vanidad la ceniza de los años
ya flota sin odiarte;

ya nadie calca nada del televisor,


para qué.
VACACIÓN

a Martín Prieto

De entrecasa quisiera
andar por el nombre mío,
entre amigos, en el estío, de colores pastel quisiera
pasearme teniendo mi lugar,
oficial de mi oficio, lugarteniente
de regreso de batallas densamente
batidas
con honores quisiera
pisar la tierra mía en alpargatas,
con decoro, austeramente
respirar
los días de la vida mía, sus modestos
placeres:
¡ah, la belleza de las conversaciones!
Civilizados vinos, áspero contrapunto
de sauvignon y césped;
ni un sesgo disonante
rasgue la paz de esta luz,
su esplendor.
BENTEVEO

¿Cuándo empezó a ser un lugar la noche,


un lugar, no una hora,
cuándo con su jarabe negro negro
entró a manchar la luz?

Bebíamos birras, tragábamos la sangre dorada de las horas.


Éramos el sentido del luminoso verano.
Fe en lo oculto, en genios que surgirían
de grietas singulares.

Nada de amor en las vidrieras, en todas estas camisas apiladas.


Nada que esperar en el declive del aire curvo.
La luz es un incidente: ningún milagro.
Nadie a quien preguntarle qué falló.

He soñado de mañana con aquel silencio,


el olor del tiempo en un antiguo muro.
A lo lejos el benteveo y su insistente pregunta:
no entiendo lo que dice, no sabría contestar.
VIERNES SANTO

a P.D.

Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
El sol brilla sin dioses.

No tenemos esperanza;
tenemos, sí, la esperanza de la esperanza,
esperamos que la esperanza
suceda.
Hemos tenido fe
y voluntad; hemos luchado,
con una fe sin esperanza hemos luchado.
Para perder mejor hemos luchado,
para que no nos ganen así como así,
para que les cueste
aplastarnos, para eso
hemos luchado sin esperanza,
sólo con voluntad hemos luchado.
Ha muerto la
Gracia. ¿Resucitará? (¿Estás
llorando?) ¿Resucitará?
Hemos amado sin esperanza,
con deseo hemos amado,
sin esperanza hemos amado.
Con una piedad sin esperanza hemos amado,
con una piedad funeraria.

El sol brilla sin dioses.


En tu cara.
Estoy forjando el día
como si fuera de hierro el vivir.
Estoy sosteniendo el tiempo.
Estoy mirando cómo el cielo lentamente cae,
una vez más
cae.
Sin esperanza alguna recuerdo tu belleza,
con una piedad funeraria.
Pero estoy tallando la espera
como si fuera de mármol el día de mañana.
En el declive de lo que cae derrotado,
en el de lo que cae derrotado para siempre
sostengo la nada,
sostengo la nada,
como si de dioses se tratara.
En retirada, enarbolo todavía
con una mano herida, la forma del cielo.

No te vayas. Yo sé los nombres del mundo.


Sé pronunciarlos. No te vayas.
Podrías, todavía, hacer algo
con la distancia entre tu amor y mi muerte.
Podría, esa distancia,
no ser del todo una cosa desesperada.
Podría yo no perderte así como así.
Pero la Gracia ha muerto,
el sol brilla sin dioses,
la tierra es dura.
Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
No hay dónde fundar
ningún futuro: las casas son pequeñas
o ajenas, y sus estantes están atestados
de ciervitos de vidrio fumé,
sus estantes atestados,
melancólicos, ebriamente lluviosos bajo este sol.
Este es el país donde nadie fundó nada.
Pero yo (no te vayas)
sé pronunciar el nombre de tu carne.
Podrías ayudarme, por ejemplo
a limpiar.
En cambio estás ahí, tan art decó
en tu quietud de cadáver en pie,
tan neoplatónica tu pose que
no pueden con eso los plumeros comunes;
es terrible, con tu belleza no puede nadie,
es más terrible que la misma piedad
funeraria.
Escuchame, yo sé,
yo sé pronunciar los nombres del mundo.
No te vayas.
ESTACIÓN SAN ISIDRO

¿Y si volver no fuese como caer?

El color que tenía todo antes de irse:


lo diagonal del andén, un vértigo
a través de la luz, una secreta
noche infinita no localizable,
mortalidad del sol.

¿Y si el tiempo no fuera como diluirse?


Si la mañana pudiera restaurar
de su fractura el alma, pegar los pedazos del café,
desayunar
frente a tu pelo del color del árbol,
no de la nieve.

Nunca hubo ningún siempre.


La letra de mi vida se gastó sin nacer.
Pero algo, una música de ciudades
te escribe sin idioma, te dibuja de nuevo
en rojo y en azul, como si nada
hubiera comenzado.
LADY NIGHT

Parasol
tardío
gesto vegetal
la dama de la noche desenrosca
su corola blanca.
Diríase: como una voluntad de inocencia
a través de la sombra.
Diríase: ángeles
en el infierno azul
del crepúsculo, sus guardapolvos
escolares tan extraños a esta hora.
Diríase: bailarinas...
O, mejor, contemplar
en silencio, lo que se muestra: el gesto
vegetal, menos aún que un gesto
y más inexorable.
Autómata no cadáver,
el autómata vivo.
Y la velocidad de su perfume.
Como he visto, también, hombres
capaces de una mutante adaptación
animal entre los muebles
y sus cuerpos.
Los he visto colgar, líquidos suspendidos,
gigantescos ofidios
felinos de belleza monstruosa
expandiéndose, por doseles,
escritorios.

Dura un instante. Es el infierno azul


de silencio entre las funciones de las cosas.
Es la fracción de sombra
en que las flores parecieran querer decir.
AUTO

(Herida: cada libro cae en su noche, en su muerte sin nube por este acto que sólo
retendrá la conciencia, y cada mordisco de fuego restaura la planicie del espléndido
cielo)
SI EN LO QUE RESTA

¿Si en lo que resta


no somos quienes seríamos;
si en lo que resta
no me anudo al cuello un pañuelo italiano
ni señalo, con un gesto, el espacio
que contemplar, si en lo que resta no me tomo un barco,
no me siento al sol, no salgo
al encuentro de tu cuerpo sin que me moleste
que las palabras no coincidan,
si en lo que resta no llego a saber
qué gusto tenía tu boca, si en lo que resta no te digo
nada que te haga sentir
que estás en una de aquellas películas, y es cierta;
si en lo que resta no amo una gran ciudad,
no me llevo a mí, a aquella, la que era linda,
a los nuevos barrios del tiempo, si en lo que resta no me canto una canción
ni lloro, ni te veo mirarme como diciendo:
“Ya sé, tu canción sigue siendo demasiado bella
para soportarla”, y hay tiempo, o hay al menos la misma
sensación de que hay tiempo, y además
la sensación de que lo hubo, un alta mar
de tiempo donde ninguna orilla se divisa;
si en lo que resta no canto como cantaría, no dejo que mi voz
gorjee e inunda la noche
hasta convertirla en otra cosa, en algo parecido a un pastel
de oro y dulces, un pastel para mirar,
si en lo que resta no te vuelves absoluto,
no te vuelves absoluto sólo por un instante
en que toda la belleza del Hombre se concentra en tu imagen
y esa tu imagen puede ser tocada, tenida, mía
y entonces nada falta,
si en lo que resta
no flotamos durmiéndonos hasta nuestro fondo,
si, dulces moribundos, no borramos
el borde entre esta soledad
y el mundo, si en lo que resta no somos
ni nos acordamos de que aquí somos,
ni nos anoticiamos de que se nos es,
si en lo que resta no somos espléndidos,
si en lo que resta no somos quienes seríamos,
no damos con nuestro recuerdo del futuro,
no honramos aquella nostalgia del mañana;
si en lo que resta no nadamos hacia nosotros,
hacia aquellos que amábamos, hacia aquello en lo que devendríamos,
si en lo que resta no, entonces cuándo,
si no nosotros, entonces quién
nos consolará de estar tirados acá?
Buenos Aires - Rosario, marzo de 2001

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