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Aquí, la perturbación psíquica tiene su origen en un estado toxico, sea que este
provenga endogénicamente del cuerpo y de sus procesos, sea que proceda
exogénicamente desde fuera.
Como toda alteración en la esfera mental del individuo, deben poseer una
suficiente entidad, para dar por anulada la imputabilidad, pues si estas anomalías
no revelan una magnitud suficiente, solo podrán actuar como una atenuante de
pena, ante una culpabilidad disminuida. Han de perderse las facultades
intelectuales y volitivas, esto es la aptitud de conocer o comprender y la de obrar
de acuerdo a tal comprensión; la imposibilidad de “dirigibilidad conductiva”
conforme a la percepción de lo injusto.
Estos casos deben distinguirse de aquellos que importan una pérdida total de la
conciencia y que tienen el efecto de excluir ya la realización de una acción.
Este trastorno mental, debe adquirir la profundidad, que afecte gravemente las
facultades cognoscitivas y volitivas del sujeto; deben incidir en la misma
magnitud que las causas de Anomalía Psíquica.
Tal como señala Peña Cabrera “no se requiere una base patológica que
fundamente la Alteración de la Conciencia, dado que es posible la alteración
plena de la conciencia y de la voluntad sin una base patológica”
El análisis que interesa al Derecho penal, no son las causas, asi como los
estados clínicos, sino sus efectos y consecuencias que producen en el autor una
percepción equivocada en virtud de que sus sentidos no le otorgan una ubicación
correcta o adecuada de los hechos circundantes; cuando los sentidos se
encuentran anulados en sus capacidades plenas, se produce un estad
disociativo de la realidad social; acontece una desfiguración del individuo con su
entorno social.
Las variantes del débil mental, del imbécil o el idiota clínicamente determinado,
debe alcanzar tal magnitud, que impida al sujeto obrar por comprensión del
carácter delictuoso del acto o de adecuar su conducta conforme a dicha
comprensión.
e. La Minoría de Edad
Estas bandas o pandillas, agrupan no sólo a adultos, sino que en su mayoría son
integradas sobre todo las pandillas por menores de edad, los denominados
"pirañitas" que se dedican a desposeer de sus pertenencias a cualquier mortal
que se le cruza en su mirada. Así, también, las llamadas "barras bravas" se han
constituido en un factor de incesante peligro para la sociedad, quienes son
pretexto de hinchar por un determinado club de fútbol, escudados en la masa
cometen una serie de crímenes, v.gr., lesiones, daños a la propiedad pública y
privada, hurtos, robos hasta asesinatos. Son muy valientes cuando actúan bajo
el tumulto y la numerosidad de sus integrantes llegando en algunos casos, a
cegar la vida de inocentes.
Las cárceles importan verdaderas escuelas del crimen, y muy a duras penas
cumplen en ciertos casos su finalidad «rehabilitadora», por ende, apartar al
menor infractor de este ambiente pernicioso, comporta una necesidad
impostergable.
Los altos índices de la criminalidad arrojan que la mayoría de sus autores (sobre
todo en los delitos patrimoniales), son jóvenes y adolescentes, cuyas edades
fluctúan entre los 14 y los 18 años de edad, muchos de ellos pertenecen a
pandillas y otras bandas criminales, los cuales se agrupan en ciertas
circunscripciones territoriales y cometen sus fechorías amparados en la multitud
que les otorga muchas veces impunidad.
Una moderna ciencia penal debe reorientar su tarea preventiva, a partir de una
formulación normativa más coherente con la especialidad, por lo que esta
parcela del orden jurídico deba aceptar las diferencias del menor con el adulto,
estableciendo un Derecho penal del menor distinto al Derecho Penal de adultos,
específico de aquél y de su singular status «bio-psito-social».
El inciso 2) del artículo 20º del CP, que regula la minoría de edad como eximente
de responsabilidad criminal, fue objeto de una modificación, vía el artículo 1º
Decreto Ley Nº 25564 del 20 de junio de 1992, en el marco de una política
criminal ciegamente represiva en razón de la emergente criminalidad terrorista
de aquella época. Años más tarde, el texto fue restituido en su redacción
originaria, específicamente mediante el artículo 3º de la Ley Nº 26447 del 21 de
abril de 1995; y, esta restitución no sólo obedeció en razón de los criterios
dogmáticos que deben regir la intervención del derecho punitivo en una sociedad
democrática, sino también, por los resultados nefastos que dicha modificación
supuso: «prisionización» y mayor contagio criminal.
Por otro lado, al abordar el régimen penitenciario general añade que los menores
delincuentes estarán separados de los adultos y serán sometidos a un
tratamiento adecuado a su edad y condición jurídica.
Aspecto procesal
Por último, el Decreto Legislativo Nº 957 que sanciona el nuevo Código Procesal
Penal, de acuerdo a un Sistema Procesal Penal Acusatorio-Garantista, ha
previsto en cuanto al menor de edad lo siguiente: Cuando en el curso de una
investigación preparatoria se establezca la minoría de edad del imputado, el
Fiscal o cualquiera de las partes solicitará al Juez de la Investigación
Preparatoria, corte la secuela del proceso y ponga al adolescente a disposición
del Fiscal de Familia (art. 74.1). En tal virtud, ni bien se acredite la minoría de
edad del infractor penal al momento del "hecho", se deberá cortar el proceso,
debiéndosele poner a disposición del Fiscal de Familia, para los fines legales
que corresponda, siendo la Jurisdicción competente el Juez de Familia.
Siendo así, la problemática -no sólo- en cómo enfrentar estos hechos luctuosos,
sino también en qué hacer con los menores de edad, cuando el Código Penal en
su artículo 20º inc. 2), dispone a la letra que: se encuentra exento de
responsabilidad penal el menor de 18 años, lo cual significa en otras palabas
que el impúber no puede ser sometido a la Justicia Penal ordinaria, y por tanto,
no se le puede imponer las sanciones que el texto punitivo regula en sus diversas
tipificaciones penales. ¿Se trata en realidad de un eximente de responsabilidad
penal, sustentado en un supuesto estado de «inimputabilidad»? Esto lo decimos,
en la medida que esta categoría dogmática, define a una persona, que por su
particularidad estructura bio-psíquica-social, no está en capacidad de amoldar
su conducta conforme a los directivos normativos plasmados en las leyes
penales, en cuanto a no lesionar y/o poner en peligro bienes jurídicos
penalmente tutelados; por ello es que el Código Penal dispone que ante agentes
de tales características, la sanción no es una pena, sino una medida «socio-
educativa».
Conforme lo expuesto, no puede postularse -en serio-, que los menores de edad
son inimputables (mayores de catorce y menores de dieciocho años de edad),
personas incapaces de poder conducirse en sociedad conforme a un sentido
racional de las cosas; para ello, se debe primero hacer una distinción, y esto
conforme las regulaciones del Código de los Niños y los Adolescentes, al
disponerse que: "Se considera adolescente infractor a aquel cuya
responsabilidad ha sido determinada como autor o partícipe de un hecho punible
tipificado como delito o falta en la ley penal. Según dicha declaración normativa,
para que los adolescentes (mayores de 14 años de edad) infractores de la ley
penal (que sí cometen delitos), puedan ser objeto de las sanciones que dicho
cuerpo legal estatuye, previamente se debe acreditar su responsabilidad en el
hecho, en el procedimiento que al efecto se encauce en la jurisdicción especial
(de Familia). A partir de esta declaración normativa y argumentativa, se distingue
primero, que el menor de catorce años si está exento de todo tipo de
responsabilidad que haya de incidir en fa posibilidad de una sanción y, segundo,
que los mayores de 14 años y menores de 18, sí son responsables, pero dicha
categoría jurídica adquiere distinta naturaleza jurídica así como de ser ventilada
en un procedimiento especial (Justicia de Familia).