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El hombre acusado confiesa haber matado a su madre para poner fin a sus sufrimientos. Explica que su madre le suplicó que la matara para aliviarle el dolor de una enfermedad terminal, y que él accedió por compasión y amor hacia ella. Aunque reconoce haber cometido el acto, cree que lo hizo por amor y no debería ser condenado tan duramente.
El hombre acusado confiesa haber matado a su madre para poner fin a sus sufrimientos. Explica que su madre le suplicó que la matara para aliviarle el dolor de una enfermedad terminal, y que él accedió por compasión y amor hacia ella. Aunque reconoce haber cometido el acto, cree que lo hizo por amor y no debería ser condenado tan duramente.
El hombre acusado confiesa haber matado a su madre para poner fin a sus sufrimientos. Explica que su madre le suplicó que la matara para aliviarle el dolor de una enfermedad terminal, y que él accedió por compasión y amor hacia ella. Aunque reconoce haber cometido el acto, cree que lo hizo por amor y no debería ser condenado tan duramente.
El Matricida - Efraín Y cómo le pagó ¡qué cruel delito!
que injusticia sin par… que cobardía
Alatriste Nava arrancarle la vida en forma impía señores este ser ¡es un maldito! Sobre el banquillo gris, del acusado, se encuentra un hombre de mirar Es un chacal y al condenarlo en suerte perdido que se cumpla la ley en su persona y de ver su semblante entristecido y si Dios su pecado le perdona el corazón se siente apesarado. ¡Que la justicia le condene a muerte!
Calló el fiscal; la turba enardecida
Hundida entre las manos la cabeza con rugido feroz gritó al momento y sumido en el mar de sus sollozos ¡Muera, muera; pero antes al tormento! ante la ley brutal y los curiosos ¡Que muera el indeseable matricida! que mofándose están de su tristeza. Habla por fin el juez desde su estrado imponiendo silencio al ruido hecho Grave y sereno el juez; fruncido el seño y dice: todo ser tiene derecho impasible se encuentra en el estrado que hable sobre el asunto el acusado. sin embargo en la faz del magistrado, se adivina un pesar jamás domeño. Anegados los ojos por el llanto la faz ajada… hirsuta la cabeza jamás he visto tan fatal tristeza, El turno es del fiscal; con voz de trueno jamás he visto sufrimiento tanto. ante la turba hostil de odio cegada lanza su acusación de hiel cargada … ¡Yo soy el asesino la he matado! cual lanza la serpiente su veneno. y lo juro ante Dios… ¡no me arrepiento! si por ello me aplican cruel tormento por su dicha lo doy por bien empleado. ¡Ahí lo tenéis señores es la bestia! el hombre sin entrañas el ladino Más mienten los que dicen que con el ser más despreciable ¡el asesino! saña que priva de la vida sin molestia. a mi madre maté, ¡miente la plebe! yo la maté sin el dolor más leve ¡Es un chacal! malvado y truculento, la maté con amor, y así no daña. un ente sin piedad ¡un MATRICIDA! quien con sus garras arrancó la vida La maté con ternura, suavemente de la mujer que le brindo el sustento. … se extinguió su existencia tormentosa cual leve palpitar de mariposa De la mujer que lo veló de niño, y abandonó la vida… dulcemente. de la mujer que lo forjó en su sangre, de esa mujer que como toda madre Dulcemente murió, ¡cuánto la quise! le arrulló alguna vez en su corpiño. difícil es medir lo que es cariño maté a quien me arrulló cuando era niño sin embargo es amor; porque lo hice. Cuántos de los hipócritas humanos Una daga sacó de la cintura a quien yo supliqué pidiendo ayuda que en el pecho clavose con violencia hoy me escarnecen con terrible duda al cielo suplicó ¡Señor… clemencia! ¡y todavía pretenden ser cristianos! y se borró en su rostro la amargura.
Cómo sufrió mi madre ¡pobrecita! Y así termina la existencia agita
con atroces dolores en el pecho de un hombre que de amor es implorándole a Dios desde su lecho ¡MATRICIDA! ¡sufriendo aquella enfermedad maldita! y deja en los anales de la vida ¡UNA HISTORIA DE AMOR CON ¡Jamás he de olvidar aquella noche! SANGRE ESCRITA! en que gritando de dolor me dijo ¡Mátame por piedad, mátame hijo! y no esperes de mi alma ni un reproche.
Yo bendigo tu mano hijo de mi alma,
¡Mátame ya!… y dame sepultura yo bien sé que mi mal no tiene cura, ¡Mátame por piedad!… dame la calma.
Y ese grito salvaje y lastimero,
que anhelaba la muerte suplicante taladraba mi alma a cada instante ¡Mátame hijo! ¿Dios mío por qué no muero?
Y se ofuscó la luz de mi conciencia,
y dejé de ser hijo… ¡fui verdugo! y le arranqué del sufrimiento el yugo yo le quité señores ¡la existencia!
Lo demás ya lo saben; qué tortura
¡ya no soporto del dolor el peso! y aquí me encuentro ante vosotros preso y es mi única pasión la sepultura.
Mas no es la ley quien deberá
juzgarme, aunque sí soy culpable de eutanasia no se van a reír de mi desgracia ¡No lo harán! porque yo ¡voy a matarme!