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Nilton Pizaya Blanco 2018

WARISTA

TERCERA PARTE

EXPANSIÓN Y DESTRUCCIÓN

El planteamiento llevado a la acción comunal de Warisata necesitaba ser visibilizado a una escala
mayor que la de lo que el propio país podría ofrecer, por ello y en la medida de la posible realización
de un Congreso Indigenista, Warisata pretendía ser el primer núcleo de educación comunitaria auto
sustentada por y para los campesinos. Dicha propuesta organizativa afrontaban los sesgos
claramente discriminatorios de una sociedad que, desde un punto de vista elitista, no consideraba
a Warisata valorable.

Dentro de las pocas voces a favor de un encuentro indigenal y, más aún, como un medio de
fomentar al continente a una acción campesina educacional, se hallaba Carlos Montenegro, prolífico
autor de donde destaca su obra “lo nacional popular en Bolivia” y que en denodadas cartas a
Elizardo Pérez se muestra no solo a favor del Congreso Indígena, sino que siente orgullo de expresar
que Warisata no solo era posible sino necesaria.

Las prerrogativas que surgieron ante la realización del encuentro fueron la muestra del sesgo latente
hacia el campesino, siendo incluso que la intención “civilizadora” de la educación con la que se inició,
fueron los aspectos que marcaron el Congreso. El temor de una intervención políticamente
participativa del país tomando como medio un sistema educacional fue sin duda uno de los mayores
temores de los sectores que utilizaban la mano de obra gratuita de los campesinos.

Los aspectos prioritarios latentes subyacían en los reclamos por una sistemática participación del
campesino mediante su formación además de la eliminación de los servicios hacia los hacendados.
La tierra, que había sido reducida a grandes haciendas debería de ser restituida a sus dueños
ancestrales con la finalidad de proporcionar una proporcionalidad de derechos. En síntesis, los
reclamos plasmados en el Congreso, residían en la férrea determinación de los pueblos indígenas
para su reconocimiento e inherentemente su reivindicación en la República.

De cualquier manera era el acceso a la educación el proceso por el cual los campesinos veían un
nexo de inserción en la sociedad, aunque, a la larga, podría significar una paulatina pero inexorable
pérdida de los reminiscentes rasgos culturales o identitarios. Es en este aspecto en el que Warista
destacaba su formación, por un lado el autosustento le permitía administrar sus recursos
directamente en relación a las necesidades que pudiesen existir, y por otro lado la educación
planteada desde la propia visión del campesinado proporcionaba una formación que no laceraba la
misma cultura, sino, que, la herramienta educacional se convertía precisamente en eso, en una
herramienta de las personas para transmitir los conocimientos y con ello la misma identidad.

El caso de México relatado en el texto de Pérez se observan casos similares, ya sea porque la colonia
española, al marcharse, dejó un mecanismo de dominación a las nuevas clases dominantes, o por la
misma situación económica que forzaba al campesino a ofrecer su mano de obra gratuita y
obligatoria; llama la atención que las aspiraciones de los entonces niños mexicanos relacionaban un
futuro promisorio con la necesidad de una formación.
Nilton Pizaya Blanco 2018

LA DESTRUCCIÓN DE (LA) EDUCACIÓN INDIGENAL

Las postrimerías de las escuelas indigenales vinieron de su representación de una formación


indígena que para las clases acomodadas podría significar la pérdida gradual de la mano de obra del
campesino e incluso quizá otorgarles algunos privilegios de la ciudadanía. Este temor se plasmaría
en la confabulación en pos de la eliminación de las escuelas campesinas y para ello se emplearon
distintas medios de extorsión. Se castigó la impertinencia del campesino pues, los feudos
anquilosados en el territorio nacional, no se podían dar el lujo de perder a sus “yanaconas” y mucho
menos retornar la tierra arrebatada a esa masa de gente “incivilizada”. La entidad educacional oficial
de la república se estrellaría con todo sus recursos en esta empresa; tipificaron a la educación
indigenal como inviable y contraría a los intereses nacionales.

De este modo es el núcleo de Caiza la que empieza este proceso, que, con la ayuda de gente
infiltrada, concluiría con los esfuerzos campesinos por la construcción de una educación propia. Se
persiguió a Raúl Pérez con denodada saña hasta terminar con su existencia y a pesar del vigor de los
pueblos y ayllus que apoyaron la permanencia de Elizardo Pérez en la Dirección de la educación
indigenal, este tuvo que entregarse a las autoridades, llegando incluso el presidente Peñaranda, a
amenazar con acciones violentas al profesor y los campesinos que lo apoyen.

La destrucción de las infraestructuras construidas por los campesinos fueron allanadas y saqueadas
a vista y aprobación del gobierno, siendo el principal discurso la inutilidad de enseñar a los indios
otras cosas que no fuesen solo el leer y escribir. Durante el Proceso judicial seguido a la obra de
Pérez o Siñani ponía en la palestra la mala intención de una desacreditación del trabajo de las
comunidades y los tachaban de incorrectos o de mal organizados, muy a pesar de los hechos que
demostraban con soltura todo lo contrario, y se procedía a su desmantelamiento. Warisata resistió
en la medida de la posibilidad de que los campesinos lograron repeler la demolición de la que se
había convertido en el símbolo del valor de los profesores y campesinos.

Si bien un posterior juzgado reconoció el trabajo de las escuelas comunales el daño era irreparable
ya que los espacios, antaño florecientes, se habían convertido en yermos vacíos y con ello la misión
del gobierno de Peñaranda y el Ministro de Educación Gustavo Adolfo Otero se habían cumplido.

Las escuelas indigenales, como experiencia educacional, se presentaron como una amenaza a
ciertos grupos que terminaron desbaratando el sueño campesino, pero de manera objetiva
demarcaron con claridad el pensamiento de la necesidad de una escuela desde los ayllus y de la
búsqueda de mejores tiempos para sus hijos.

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