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Una apuesta por la narración del sujeto y la transformación social desde el lenguaje
Como enfoque de investigación, la sistematización dista de ser lo que a primera vista pareciera:
un acto mecánico, la práctica al final de un proceso, un informe, un mero instrumento de
recolección de datos, la evaluación de una práctica o la teorización y/o aplicación de teorías a una
experiencia para explicarla. De hecho, el presente enfoque busca separarse de aquellas posturas
técnicas y operativas para legitimar la construcción del sujeto desde el lenguaje como generador
de realidad alternativa. En este sentido, la sistematización se define como una práctica
investigativa y educativa al partir de dos axiomas: primero, “hay un conocimiento que es
producido por grupos que han sido colonizados y negados en su saber, produciendo un fenómeno
de subalternidad en el pensamiento” (De Souza; 2008;8), por lo que se reconoce la necesidad de
construir conocimiento y prácticas coherentes con el territorio y el momento histórico que las
sitúa; y segundo, “el poder tiende a aparecer en todos los lugares, en todas las relaciones, en la
casa, en la calle. Pero no todo es capturable por él” (De Souza; 2008:10), razón ésta que impulsa
la labor sistematizadora, cuyo objetivo reside en construir realidad desde aquellos espacios libres,
aquellos que no han sido atrapados por los excesos de autoridad e injusticia.
Así, la sistematización de experiencias constituye una apuesta ética y creativa por la vida. Un
enfoque que “empodera, construye saber y conocimiento” (Mejía; 2010) a través de la narración,
reflexión e invención del sujeto a partir de su propia experiencia en diálogo con otras y orientadas
a la acción social. Esto quiere decir que no es un enfoque orientado a la acción del investigador
como constructor de saber ni una construcción desde afuera, sino que se transforma desde el
lenguaje, de una construcción de subjetividad en diálogo con otras y con el contexto del que
emergen. Nutre su ejercicio de aportes multidisciplinarios provenientes de la etnografía en torno
a “observar el propio acto de observar”; de la antropología lingüística desde la imaginería de las
culturas y, por supuesto, el análisis del discurso, que hoy por hoy implica construir proyectos más
éticos, estéticos y políticos desde el lenguaje. Como se afirmó, este enfoque no persigue la
explicación de fenómenos a partir de las teorías, más su utilidad radica en hacer de todas nuestras
prácticas un escenario significativo para construir subjetividad, hay transformación social desde
el mismo ejercicio de la sistematización, pues emerge como una oportunidad de producir
conocimiento innovador, creativo, de mejorar nuestras prácticas cotidianas y divulgar los saberes
locales.
“Los problemas ¿dónde están? En verdad no están planteados con claridad cuando lo que
necesitamos, en este momento, es plantearnos problemas y rescatarnos como sujetos pensantes y
actuantes, no solamente con capacidad de entendimiento, sino también con capacidad de tener
una voluntad de conocer. De alguna manera fue este uno de los grandes interrogantes que dejó el
pensamiento filosófico idealista del siglo XIX, pero que no resolvió, aunque fuera planteado con
crudeza, como en el caso de Nietzsche, entre otros. Cuando se decía que Nietzsche escribía
filosofía con martillos, era una manera de llamar la atención a la necesidad de rescatar el sujeto
que se estaba diluyendo en los grandes sistemas, y que hoy sigue diluyéndose.” (Zemelman, 2004,
pág. 94)
Ante la disolución del sujeto y el rescate de los interrogantes, sistematizar se constituye en un acto tan
científico como político, en el cual en principio, es fundamental considerar:
Si tomamos en cuenta el giro lingüístico como un elemento fundamental en el cual el discurso mismo
adquiere un papel relevante dentro del tejido social y analizamos detenidamente los elementos a
considerar (arriba mencionados) a la hora de llevar a cabo la sistematización de la experiencia, somos
conscientes de que sistematizar implica una práctica a partir de la cual se construyen subjetividades e
intersubjetividades al tiempo que se generan transformaciones socioculturales desde el lenguaje. De
este modo, abordar la sistematización como una posibilidad comunicativa creadora y crítica es
fundamental dado su papel político y en él, el encuentro inaplazable con el otro al igual que la
construcción discursiva del nosotros.
El acto mismo de narrar genera una posibilidad de diálogo desde el lenguaje, pues a partir de su
lectura, se evidencian líneas intersubjetivas claras que se generan de la relación del sujeto con su
mundo. Es así como la narración de experiencias no se remite a una visión cosificada del lenguaje
sino que en su exploración, permite visualizar la naturaleza del sujeto que hace parte de un grupo
social. En dicha construcción, el sujeto adquiere consciencia de los intertextos que atraviesan su
discurso y de la manera cómo erige una postura crítica frente a los postulados de otros y a sus
propios puntos de vista.
El filósofo Paul Ricoeur afirma que la comunicación establecida mediante la narración, no sólo
constituye al sujeto sino que además permite el descubrimiento del otro, pues a medida que
significa dicha relación construye su identidad. No se trata entonces, únicamente del cogito, sino
que la visión propia viene a constituirse gracias a una lectura cuya trayectoria no se genera a
corto plazo y donde la mismidad queda relegada por la relación del hombre con el mundo debido
a que su imagen se proyecta en otro (Saraiva, 2009). Esta concepción ricoeuriana resulta útil si
pensamos en una construcción de la experiencia como la que plantea la sistematización, pues el
relato es siempre un modo de relacionarse con el entorno pero también de establecer una
perspectiva frente a él, que mediante la lectura es interpretada por otros. Sin embargo, lo que es
más relevante es el hecho de pensar que como lo afirma este filósofo, asumir que el sujeto está
solo es condenarlo a la abstracción. Por ello, la narración en sí misma no sólo implica un
intercambio de ideas, sino también una transformación donde además de negociarse los
significados sobre el mundo, se afirma la subjetividad y la reciprocidad.
Las experiencias grupales tanto como la sistematización de las mismas constituyen como lo
afirma Freire, un modo de estar en y con el mundo. Sólo el relato permite re-construir y re-
significar las relaciones profundas de los sujetos y la realidad, pues en el acto de narrar emergen
categorías que parten de las vivencias propias y organizan las perspectivas de modo polifónico,
abierto y plural.
“Podemos elaborar todos los discursos, aún los más sofisticados, que sean quizá brillantes,
pero tendrán el defecto de ser discursos sin sujeto, discursos donde no habrá un sujeto,
discursos donde no se cree que haya sujetos, o haya sujetos que no creen ni siquiera en su
propio discurso” (Zemelman, 2004, pág. 94)
Bibliografía
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Mejía, Jorge. (1989) Sistematizar nuestras prácticas educativas. Bogotá: CINEP. Colección de Educación Popular.
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Saraiva, Felipe. La ética dialogal de Paul Ricoeur. Barcelona: Universidad de Barcelona, 2009.
Shutz, Alfred (1974) El problema de la realidad social. Buenos Aires: Amorrortu.
Zemelman, Hugo. «En torno a la potenciación del sujeto como constructor de la historia.» En Debates sobre el
sujeto: perspectivas contemporáneas, de María Cristina Laverde Toscano, Gisela Daza Navarrete y Mónica Zuleta
Pardo, 91 - 104. Bogorá D.C: Siglo del hombre editores, 2004.