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INTRODUCCIÓN
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Desde hace mucho tiempo existe preocupación entre los investigadores, acerca de la
importancia de la relación entre los diversos procesos adaptativos, los cambios evolutivos de
los seres humanos y el medio natural y artificial. A pesar de los avances experimentados en
esta problemática quedan todavía muchas áreas no resueltas, especialmente desde la
perspectiva cultural, en especial sobre la importancia de los vínculos entre el surgimiento de
las diversas culturas, el hombre y su ambiente. Cada cultura particular, cada sociedad, al tener
formas diferentes de acceso, adaptación y uso de los recursos naturales a través del tiempo,
construyó a su imagen cultural, su visión del mundo y la de su propio entorno espacial.
En la evolución de los homínidos no se ha desarrollado una especificidad, lo que les permitió
adaptarse a diversos ambientes; la especialización en la flexibilidad ha logrado el constante
cambio, pero al mismo tiempo la falta de especialización dio origen al nacimiento de la cultura.
Los seres humanos integramos una sola especie biológica, pero conformamos múltiples ramas
culturales.
El antropólogo español Carmelo Lisón Tolosana (1987) ha señalado que “la Antropología
Cultural investiga al hombre, a la humanidad, pero por medio y a través de la sorprendente
variación y espléndida diferenciación de pueblos, etnias, lenguas, modos de integración y
representaciones mentales. Cada pueblo atesora formas concretas y únicas de técnicas, de
producción y mercado, modos diferentes de entender la familia, el poder y la autoridad; y lo
que es más importante, cada cultura es un museo viviente que exhibe en acción segmentos de
la imaginación humana en sus creencias y rituales, en sus sistemas religioso-metafísicos y en
sus extraordinarias y magníficas creaciones mitopoéticas y artísticas. Cada cultura es, sin duda,
un microcosmos de identidad que se objetiva en un orden moral; es, en definitiva, una forma de
ser hombre y de ser mujer, una concepción específica del mundo y de la vida”.
Las sociedades humanas y las diversas formas culturales existentes en el mundo surgieron
como consecuencia de largos procesos de interacción adaptativa a determinados ambientes
terrestres, dando origen en muchas de ellas al nacimiento de la agricultura, la ganadería y las
primeras aldeas estables, mientras que otras continuaron con su modo de vida recolectora,
recolectora-cazadora o pescadora.
En relación con el continente americano existen datos concretos que sugieren la presencia
relativamente temprana del hombre, como consecuencia del pasaje no planificado desde el viejo
continente, a través de la vía más probable de ingreso, el estrecho de Bering. Una vez en América
ocuparon todos los espacios, desde la zona fría de América del Norte, pasando por los bosques
templados, la zona tórrida del ecuador y de vegetación exuberante, hasta el extremo sur del
continente, en un período relativamente rápido.
Los primitivos habitantes, al adaptarse a los diversos nichos ecológicos, crearon formas culturales
diferenciadas, muchas de ellas interrelacionadas plenamente con su entorno, para el
aprovechamiento de los recursos disponibles, pero en forma sustentable. Esto lo observamos a
lo largo y ancho de todo el continente americano. A partir de ello, surgieron la domesticación
de las plantas que hoy consumen la mayoría de los habitantes del mundo, como el maíz, la papa,
el zapallo, el maní, el girasol, el tomate, el tabaco, etc., y de algunos animales, así como
las diversas civilizaciones que encontraron los españoles al pisar tierra americana.
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Con respecto a los primitivos habitantes del actual territorio nacional, señalaremos
únicamente los modos de vida de algunas de las comunidades prehispánicas. El espacio argentino
no ha sido una excepción, por lo tanto, a partir de los primeros habitantes cazadores-
recolectores, que han ocupado en forma permanente o semipermanente tanto el altiplano
puneño, superior a los 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde la vida les era
favorable por la presencia de agua y animales de caza, así como los diversos valles intermontanos
que descienden desde las cumbres andinas, como el de Humahuaca, Calchaquí, El Cajón, Santa
María, etc.; las Sierras Subandinas, las Sierras Centrales, los diversos cañadones patagónicos y
bordes de las cuencas mayores y menores; la llanura pampásica, la llanura boscosa del
Chaco, el litoral marítimo y la selva salteña - misionera.
Las primeras comunidades han denotado una fuerte dependencia del medio, por cuanto su
desarrollo tecnológico era rudimentario pero eficiente para obtener del medio los recursos
más elementales para atender a sus necesidades de alimentación, vivienda, agua y salud. Si
esta adaptación no hubiese sido adecuada, casi con seguridad se habrían extinguido como
grupos. El mayor desarrollo cultural prehispánico estuvo radicado en la zona andina del noroeste
argentino, área marginal del nuclear andino peruano-boliviana. Mientras que Santiago del
Estero sería a su vez marginal del noroeste.
EL AMBIENTE NATURAL
Desde el punto de vista fitogeográfico, el territorio argentino pertenece en su totalidad, según
Cabrera (1971), a la región neotropical, con excepción del occidente patagónico altoandino,
sur de Tierra del Fuego, islas australes y sector Antártico. Comprende los dominios
amazónicos, chaqueños, andino-patagónico, subantártico y antártico. A su vez, el dominio
chaqueño abarca las provincias del Espinal, del Monte, prepuneña, pampeana y chaqueña, desde
los 22º a 43º de latitud sud (se excluye la Patagonia), y desde el río Uruguay a los contrafuertes
andinos (excepto Misiones, norte de Corrientes y selva tucumano-salteña- Yungas). La provincia
chaqueña se divide a su vez en los distritos oriental, de la sabana, serrano y occidental. Santiago
del Estero pertenece a este último.
El espacio argentino considerado como provincia chaqueña (occidental) es un bioma en mosaico,
caracterizado por la presencia dominante de una cobertura arbórea, salpicado o acompañado de
pastizales y otras hierbas no graminoideas, adaptadas a unidades físicas regionales y locales de
clima y suelo, en ambiente subtropical y lluvias estivales, que se transfigura sensiblemente en los
distintos puntos cardinales de observación geográfica.
En general la vegetación natural presente refleja inobjetablemente los pulsos estacionales de
la variabilidad hídrica y condiciones locales del relieve, traducidas en la presencia de plantas
halófilas, donde las cuencas de subsidencia negativa desarrollan suelos halomórficos,
frecuentemente inundados o sometidos a drenajes excesivos de abajo hacia arriba, que
depositan en la superficie del suelo las sales ascendentes. En cambio, especies arbóreas xerófitas
y arbustivas caducifolias ocupan los suelos más evolucionados, en los relieves
positivos y mejor drenados.
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En este sentido, Santiago del Estero inserto en tal subunidad biomática, es provincia de transición
no sólo climática, de relieve y suelo, sino también por su cobertura vegetal, que se manifiesta en
la presencia de paisajes diferenciales en sus extremos exteriores: noreste, bosque húmedo;
sudoeste, monte xerófilo; noroeste, selva subtropical y sureste, estepa- pradera de gramíneas,
que degradan o agradan según el sentido considerado. En el este y oeste marginal del
territorio, aparecen palmares como respuesta al carácter subhúmedo regional, y de norte a sur,
el parque es sustituido por la sabana-arbustiva y la estepa-pradera, respectivamente. El árbol
como prototipo del “Chaco”, pierde cobertura.
En general, el bosque santiagueño se encuentra asociado de modo diverso según la latitud
considerada, evidenciándose en cada unidad y ambiente los caracteres locales del relieve,
suelo y humedad, ya que como espacio de llanura no ofrece uniformidad topográfica, y en
cambio sí alteraciones ondulantes. Al mismo tiempo debemos señalar que el promedio de las
lluvias es de aproximadamente de 600 mm anuales, pero no todo su espacio recibe idéntica
precipitación, lo que origina un cambio en la presencia local de los suelos, que son el soporte
natural de las plantas, adaptadas ecológicamente a tales determinaciones ambientales.
La sequedad provincial se manifiesta en especies espinosas como los Prosopis y las cactáceas,
que tipifican la realidad climática santiagueña, decididas por alteraciones naturales y
artificiales de intervención humana. Las cuencas hídricas diagonales de los ríos Dulce y Salado
definen espacios ocupados por especies arbóreas selectivas e invasoras como el vinal y otras
plantas halófilas, acompañadas por pastizales y chilcas en los albardones. El jume y otras especies
definitivamente salinas ocupan las cuencas con deficiencias hídricas y topografía plana con
drenaje impedido.
ASENTAMIENTOS HUMANOS
Nuevos aportes
A continuación presentaremos algunas evidencias relacionadas con el aprovechamiento de los
recursos por parte de las distintas comunidades prehispánicas asentadas dentro del territorio
provincial. Estos grupos pertenecen a momentos cronológicos y culturales diferentes (Togo,
2004). En primer lugar analizaremos los correspondientes a los asentamientos de los grupos
portadores de la cerámica conocida como Las Mercedes, cuyo desarrollo lo ubicamos
tentativamente entre el 350/400 y el 1100/1200 DC.
El sitio Brea Pozo Viejo se encuentra próximo a la localidad actual de Brea Pozo, departamento
San Martín; en este lugar realizamos sondeos estratigráficos donde además de la cerámica se
recuperaron restos esqueletarios pertenecientes a los órdenes de Camelidae, Rodentia,
Rheidae y Canis, además de otros no identificados. La mayor cantidad de restos pertenecen a
los camélidos (más del 70%), con una alta posibilidad de que correspondiesen a guanacos;
hasta tanto no concluyan los estudios correspondientes no debería descartarse que algunos de
ellos pudiesen pertenecer también a llamas. El segundo grupo en importancia corresponde al
orden Rodentia, cuyos restos podrían pertenecer a cuises, conejos, vizcachas o coipos. Con
respecto a los restos pertenecientes a la familia Canidae no se pudo determinar su
especificidad en forma fehaciente, por lo tanto podrían corresponder tanto a zorros como a
perros. Por último citaremos la presencia de un número considerable de restos pertenecientes
a ñandú o suri, lo que demuestra su importancia dentro de la economía local.
Por lo expuesto, la base económica de los pobladores de Brea Pozo Viejo estuvo sustentada, casi
con seguridad, en la caza, pesca y recolección. A pesar de no contar con evidencias, es posible
que complementariamente se dedicaran a la horticultura de cultígenos como el maíz y el zapallo.
La Cañada es el siguiente sitio que presentaremos en esta ocasión. El yacimiento prehispánico se
encuentra al sureste de la ciudad termal de Río Hondo, sobre la margen izquierda del río Dulce.
En cuanto a la economía, de acuerdo con los materiales recuperados habría sido básicamente
depredadora, aunque no podría descartarse la práctica de la horticultura. En cuanto a la caza,
aparenta haber aprovechado todo el potencial ecológico del medio, aunque no debemos
descartar la posibilidad de la domesticación del ñandú o suri por la gran cantidad
de restos, así como de llamas. Además de los camélidos y del ñandú se recuperaron restos de
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quirquinchos de varias especies, lagartos, chanchos del monte, vizcachas, conejos, carnívoros y
roedores. También era frecuente la recolección de caracoles, tortugas, etc. La pesca
posiblemente haya sido fundamental en la dieta alimenticia, ya que consumieron en gran
cantidad, variedades de bagres, sábalos, bogas, dorados, tarariras, palometas, etc.
Los grupos humanos asentados en el sitio que hemos denominado Villa La Punta-Guayacán
aprovecharon todas las potencialidades que el medio les ofrecía. Entre los recursos más
utilizados se encuentran los suris, ya que de esta especie obtenían tanto la carne, los huevos y
las plumas; se desconoce si eran domesticados o no. Los camélidos también fueron
importantes dentro de la dieta alimentaria, de acuerdo con la cantidad de restos recuperados,
que según el especialista del Museo de La Plata, serían de guanacos la totalidad de ellos. Entre
otros restos tenemos tres especies diferentes de conejos, así como los pertenecientes a los
géneros Rodentia y Microcavia. Otras especies presentes son las de lagarto, cuis, quirquincho,
ave, mamífero y caracol terrestre. A pesar de la identificación de gran número de restos, muchos
de ellos no pudieron ser clasificados por estar fragmentados o carecer de las partes claves, razón
por la cual se desconoce la totalidad de la fauna aprovechada.
El sitio definido como San Félix se encuentra ubicado en el departamento San Martín, a unos
30 km de Fernández. Corresponde a un asentamiento de los grupos portadores de la cerámica
Sunchituyoj. Los resultados de las investigaciones practicadas en dicho sitio fueron altamente
satisfactorios en cuanto al aprovechamiento de los recursos, ya que se dispone de evidencia
del uso de fauna local como guanaco, nutria, conejo de palo, conejo o tapetí, tuco-tuco,
peludo, vizcacha, lagartos, ñandú, caracoles, peces y ciervo de los pantanos. Para la identificación
de la especie, clase, familia o género se utilizaron las partes esqueletarias más representativas,
lo que confiere seguridad. El ciervo de los pantanos y otras especies cazadas o recolectadas nos
sugieren el ambiente donde desarrollaron sus actividades los habitantes de esta localidad.
De acuerdo a los restos identificados, la dieta alimentaria era muy variada, aprovechando las
posibilidades que el medio les ofrecía para cada estación del año, desde determinadas
especies de reptiles, gasterópodos, mamíferos, peces, roedores, anfibios y aves. Los más
representativos son los guanacos, los ñandúes (carne y los huevos), los conejos, las vizcachas, las
víboras, las culebras, los quirquinchos, los lagartos, los caracoles de agua y terrestres y los peces
como los bagres, sábalos, dorados, tarariras, bogas, etc.
La economía debió ser básicamente extractiva, sustentada tanto en la caza, pesca y
recolección, complementada con la horticultura de especies como el maíz (por el hallazgo de
un fragmento de mazorca quemada). En cuanto a la caza aprovecharon todo el potencial que
cada estación y el ambiente les ofrecía, de allí la gran variedad de especies que encontramos
como restos de cocina. La recolección de frutos como la algarroba o el chañar debió ser
importante, como lo demuestra el hallazgo efectuado en uno de los montículos estudiados.
Por último presentaremos los materiales extraídos de las excavaciones realizadas en el sitio
con cerámica Averías denominado Media Flor, departamento Robles, donde se recuperó un
número importante de restos faunísticos. Los materiales fueron clasificados e identificados,
algunos hasta la categoría de especies, mientras que en otros se pudo llegar hasta el de clase
(Gasteropoda, Aves, Mammalia); superorden como Teleostei; orden como siluriformes, 14
characiformes, Anura, Artiodactyla y Rodentia; familia como Columbridae y Dasypodidae y
género como Austroborus, Spixia, Bulimulus y Ctenomys.
De acuerdo con los restos recuperados, la comunidad radicada en Media Flor utilizó todos los
recursos disponibles del medio para su alimentación, lo que señala el pleno conocimiento del
entorno natural y sus posibilidades a lo largo de las distintas estaciones. El tamaño del
asentamiento demuestra el éxito alcanzado en la práctica de una economía mixta depredadora
-recolectora, cazadora, pescadora- y la complementación con posibles cultivos de maíz, zapallo
y poroto, de acuerdo con los relatos de los primeros cronistas que pisaron suelo santiagueño.
La posible dependencia a un mayor consumo de maíz, para este grupo, se encuentra evidenciada
en los huesos de los esqueletos analizados, donde han quedado las improntas de las carencias
proteicas y el aumento de las caries dentales, casi ausentes en sociedades precedentes.
La presencia española
Con la llegada de los conquistadores españoles a suelo santiagueño el panorama de los
asentamientos humanos y el uso de los recursos cambian sustancialmente, ya que las tierras
consideradas como comunitarias pasan a ser de propiedad privada, de una encomienda,
merced o particular.
Como ya lo hemos definido en el trabajo de 1985 (Togo y Basualdo), el dominio ejercido por
los españoles en el Tucumán colonial, tuvo que realizarse –por razones estratégicas de
concentración de fuerzas- desde los reducidos espacios aldeanos y tribales conquistados, para
proyectar luego su poder administrativo, religioso y militar al espacio regional, cuyos límites se
tornan imprecisos. Si bien los españoles aprovecharon el sistema puntual de asentamiento
indígena, es obvio que introdujeron variantes propias en la organización interna de los núcleos
de poblamiento, llamándolos ciudades, villas o pueblos, según lo establecían las Leyes de
Indias y cuya presencia señala la importancia y categoría regional de las mismas, subordinadas
en todos los casos a un sistema jerarquizado de control estratégico que se va definiendo desde
el principio de la conquista, manifestadas en las corrientes del Perú y Chile, convergentes
ambas en Santiago del Estero, durante dos siglos capital religiosa, militar y civil del Tucumán
colonial.
Las poblaciones españolas se asientan sobre las preexistentes indígenas, en las cercanías de los
ríos y espacios productivos, como una modalidad regional uniforme, para obtener el beneficio
directo de los recursos generados, y aprovechar la mano de obra indígena concentrada. Esta
misma realidad se manifiesta en toda la América colonial, salvo algunas excepciones como las
fundaciones de Buenos Aires y Córdoba, que respondieron más a consideraciones de tipo
colonial-mercantil, de comunicación y administración.
En realidad la colonia española se manifiesta en tales frentes como un sistema de avance
desde el oeste, sustituyéndose con el tiempo distintas instituciones coloniales que señalan
momentos distintivos de actividades productivas: las encomiendas son reemplazadas por las
reducciones y, posteriormente, los fortines por las estancias, cada vez en espacios más
amplios, inclusive allende el Salado, que fuera barrera infranqueable en los comienzos del 15
régimen colonial, y luego frontera móvil, controlada estratégicamente por la indócil masa
indígena guaycurú-abipón.
Si bien el primer pueblo español asentado en territorio santiagueño fue Medellín, fundado por
Francisco de Mendoza en 1544, las primeras encomiendas las entrega Núñez del Prado en
1552 en las cercanías del real, sobre el Río Dulce, destacándose Soconcho, Tipiro y Manogasta.
Esta institución perdura mientras la masa indígena permanece casi constante en los territorios
conquistados; luego, cuando ésta entra en crisis por el exceso de trabajo, las enfermedades,
las muertes y la baja natalidad, hace irrupción una nueva forma institucional conocida como
reducción, que se instala sobre la cuenca del río Salado, región no controlada política ni
militarmente por los españoles. De esta manera surgen Vilelas (1737), Petacas (1762) y
Abipones (1772), localizadas en los actuales departamentos Sarmiento, Copo y Aguirre,
respectivamente.
La reducción como organización religioso-productiva controla y concentra las poblaciones
indígenas dispersas durante el siglo XVII, asegurando de esta manera la catequización y
aculturación forzada del indígena, por una parte; y por la otra, asegurando la producción agrícola-
ganadera y artesanal como base de sustentación de la colonia decadente. Durante el breve
período de vigencia tuvo su importancia institucional, pero la disminución real de la mano
de obra indígena y la constante presión ejercida por los grupos nómades del Chaco contribuyeron
en gran medida al abandono de las reducciones y al despoblamiento de las regiones del río
Salado, sólo dominadas y sometidas con las instalaciones de los fortines, en la cuenca inferior de
la misma (Tasso y Togo, 2000).
Los fortines surgen a fines del siglo XVII y perduran hasta muy avanzado el siglo XIX,
constituyendo una modalidad peculiar y nueva de poblamiento asegurado por el sistema
fortificado lineal, en frente de avanzada hacia el Chaco santiagueño, que contribuyó a asegurar
a las poblaciones españolas y criollas de la pampa húmeda y Santiago del Estero contra el
malón de los indígenas que tenían sus dominios en la región chaqueña y norte santafesino.
Los fortines se instalaron en un contexto descampado, en líneas estratégicas de mutuo apoyo en
caso de peligro, ubicándose a una distancia no mayor de 10 km unos de otros; muchos de ellos
estaban rodeados de empalizadas y fosas, defendidos internamente por cinco o seis soldados de
línea que no recibían paga alguna, y como retribución se les otorgaban predios agrícolas en los
que se instalaban con sus respectivas familias, en la mayoría de los casos. La extensión de las
tierras variaba de acuerdo a la jerarquía militar del adjudicatario. Estos fuertes tenían en su
interior los rancheríos distribuidos de sus escasos habitantes, dedicados a la cría de ganados y
el cultivo de las huertas; muchos de ellos se transformaron en cabecera de estancias o pueblos,
con las familias pioneras y a la presión espacial de la región. Los diversos fortines que se
instalaron dentro del territorio provincial se encuentran descriptos en los
trabajos de Orestes Di Lullo y Sara Díaz de Raed, tanto los del Salado como los del Dulce y las
transversales.
La especialización regional y local de las actividades productivas señala no sólo una
modificación de las formas sociales de relación del sistema encomendado, reduccional y
fortificado, sino también la instalación de la mano de obra mestiza y criolla, que suplantará a la
indígena y española pura de los períodos precedentes, desarrollados en grandes espacios
abiertos sin límites precisos, que van cubriendo la totalidad del territorio en forma horizontal, 16
y aisladas, como sistema de asentamiento de la campaña santiagueña, contribuyendo
espontáneamente al sostenimiento de los propios fortines con donativos de ganados en el
siglo XIX.
Como ejemplo señalaremos la descripción que realiza el Comandante Page, que navega el Salado
entre San Isidro y San Pablo (departamento Taboada) y Monte Aguará (provincia de Santa Fe) en
1855. En ella figura la estancia Doña Lorenza considerada como una de las “más afamadas del
Plata” por la gran cantidad de ganados que pastaban en esas tierras, así como el verdor de sus
alfalfares. Amadeo Jacques señala en 1856 a La Viuda como una de las estancias existentes, y la
considera como una rica región ganadera por los establecimientos instalados en dicha zona. En
el informe de Martín de Moussy de 1864 figuran numerosos fortines, pozos y estancias a lo largo
del río Salado, entre ellos incluye a La Sepultura (departamento Figueroa), perteneciente a los
Taboada, con gran cantidad de ganados vacunos y mulares. Finalmente citaremos a Alejandro
Gancedo, que identifica en 1889 numerosas estancias en su Memoria Descriptiva de Santiago del
Estero.
Muchas de estas estancias dieron lugar con el tiempo al surgimiento de aldeas o poblados
menores, por la práctica de la participación familiar sobre la propiedad de la tierra, sin que
presentaran las características organizativas de las “villas”, que históricamente se fundan
durante el período colonial, en las cercanías o sobre la mismas poblaciones indígenas,
siguiendo el curso de los ríos y en los lugares más favorecidos de las serranías, sobre los
caminos reales que unían Buenos Aires, Córdoba y el Alto Perú.
Es evidente que los asentamientos poblacionales de Santiago del Estero, en los tiempos
modernos, responden a modalidades históricas que se originaron en su espacio territorial
siguiendo los caracteres definitorios del relieve, la hidrografía, el ferrocarril y las colonias, tal
como ha ocurrido en el resto del país. No obstante pueden señalarse en tal patrón de
asentamiento, de tipo lineal y puntual, dos momentos: el colonial, ya analizado en los párrafos
anteriores, y el institucional. Este último, orientado por disposiciones legales y constitucionales
que favorecieron desde el comienzo de nuestra independencia la inmigración europea de tipo
urbano y estructural, desarrollándose en círculos concéntricos desde la zona pampeana, cuyos
antecedentes se pueden remontar a la propia creación del Virreinato del Río de La Plata. El
crecimiento demográfico explosivo y el cambio económico producido con la incorporación de
capitales sociales básicos contribuyeron a tal definición.
El ferrocarril ha sido el instrumento tecnológico que más influyó en el desarrollo espacial en el
territorio argentino, correspondiente al momento estructural de máxima expansión económica
colonial. La rápida instalación como capital social básico estuvo destinada a drenar los recursos
económicos del país e introducir por el puerto de Buenos Aires las manufacturas inglesas.
Estos intereses han generado la singular red nacional ferroviaria, convergente hacia la metrópolis
portuaria.
En su momento cuatro líneas troncales cruzaron el territorio santiagueño en sentido diagonal,
de sudeste a noroeste, e ingresaron sucesivamente en los años 1876, 1884, 1888 y 1930, por
Frías, Selva, Fortín Inca y Pampa de los Guanacos, respectivamente. La segunda línea mencionada
correspondía a la troncal del ferrocarril Mitre con destino final en la ciudad de San
Miguel de Tucumán, mientras que las otras líneas pertenecían al ferrocarril Belgrano, de 17
carácter internacional por su comunicación con Chile y Bolivia y convergente en Tucumán y
Metán. Tales líneas del ferrocarril produjeron en Santiago del Estero más de cien estaciones o
simples cargaderos de materia prima, encerrando en los bajos, serranías, salinas y suelos
inservibles a todos los pueblos o villas precedentes, asentados en las cercanías de los ríos,
pozos o represas naturales desde los tiempos coloniales y aún precoloniales. Se transformaron
en pueblos vegetantes, estancados, marginados y atomizados por el propio ferrocarril, ya que de
ellos se nutrió para la formación de los nuevos asentamientos, trasladándolos traumáticamente
siguiendo una dirección específica y jerarquizada de explotación.
Colonización agraria
Se podría considerar al poblamiento español como el primer hecho de colonización agraria en
el país (Báez, 1947), pero asentado básicamente sobre dominios nativos. Es con Manuel Belgrano
en la primera etapa, y luego en la presidencia de Bernardino Rivadavia, que la colonización asume
un carácter definido. Sin embargo, se considera como primera colonia instalada con extranjeros
que vienen a labrar la tierra a la de Aarón Castellanos en Esperanza, provincia de Santa Fe en
1856, favorecidos por las regalías que otorgaba el gobierno de la Confederación a los europeos
a partir de la Organización Nacional de 1853.
En Santiago del Estero la colonización agraria queda limitada a determinados sectores
espaciales de la provincia, con escasa diferenciación ecológica con su vecina pampa húmeda, al
menos en el tema del relieve y suelo, y no así en el aspecto hídrico. El mismo hecho estructural
de avance radial desde el litoral marítimo señala un ingreso tardío a la provincia; también es
cierto que su propia realidad ecológica ha impedido un ingreso masivo hacia el norte. De este
modo la colonización agraria capitalista en la provincia, ha seguido primigeniamente la entrada
del ferrocarril, aunque decidiendo un nuevo tipo de poblamiento.
El paisaje agrario en cuadrícula, que es atípico en la cálida llanura boscosa santiagueña,
signada por el ferrocarril y el obraje, surge como consecuencia de las instalaciones de las colonias
como Selva, Malbrán, Pinto, Bandera, Colonia Dora, etc. Una excepción la constituye la colonia
de Rams y Rubert, establecida en Icaño entre 1850 y 1860, con canales de riego derivadas desde
el río Salado. Por otra parte, las colonias del departamento Rivadavia se orientaron desde el
comienzo a la explotación agropecuaria destinada a la producción de leche, lo que da un
carácter semimoviente al paisaje con instalaciones fijas para ordeñe. En cambio las colonias
agrícolas propiamente dichas ofrecen sus cuadrículas gigantes de cereales, hortalizas,
oleaginosas, forrajes o tubérculos, según la orientación y tradición del productor.
En este análisis hemos dejado de lado todo lo concerniente a la explotación y uso del espacio
forestal, ya que sería demasiado extenso para el presente trabajo.
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