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LA FILOSOFÍA EN LA COMUNICACIÓN

Artículo de opinión
Vanessa Mora
CI- 27.453.080

Filosofía y comunicación se encuentran emparentadas desde los propios comienzos:


Parménides. Heráctico, Platon, Socrates, Aristoteles, Agustin, De un modo más explicito con
el giro filosófico hacia el lenguaje en la Hermenéutica, la Filosofía Analítica., el Pragmatismo,
la Teoría Critica de la Sociedad, Empero, no es este el lugar ni la ocasión para exponer tal
parentesco del modo más completo. La pretensión filosófica de construir un discurso
absolutamente coherente y razonable, una vez ha optado por la razón frente a la violencia ,
pasa necesariamente por la discusión, el dialogo, el debate de razones; en una experiencia
comunicativa que permite construir el horizonte ontológico, moral y político de la empresa
filosófica. A su vez , la intención de lograr un acuerdo en el discurso y el anhelo de establecer
la coherencia absoluta entre Ser, Verdad, Libertad, exigen de la experiencia comunicativa
una constante reorientación que permita empapar su espontaneidad vital y funcional con
estos intereses básicos de toda comunidad razonable. La reflexión critica sobre la
comunicación permite liberar a ésta del mecanismo y la dominación, para exigirla y
reclamarla como practica imprescindible en el conocimiento y la acción con el mundo de la
naturaleza exterior. Con el universo de nuestras relaciones culturales y sociales. Con el
universo de nuestra interioridad.

Quisiera que Filosofía, es decir lo que llamo producción filosófica, trabajo de filosofo,
trabajador de la filosofía, tuviese por emblema siempre un pensar programático para la
transformación del mundo; con una cuota destructiva, o mejor aun superadora, contra todo lo
que implica explotación de los trabajadores y una cuota fértil para la contrucción de una
sociedad mundial libra, comunitaria, nueva.

Quisiera con la comunicación un aporte doble en el estudio de ella y en producción de


ella, con todo lo que aquí implica como producto de Trabajo y herramienta de Trabajo en
todos los campos sociales. Comunicación para el salto cualitativo del bieniestar social en el
estado de comunidad plena, Comunicación para el salto cualitativo tempestuoso de la
conciencia hacia una Poesía hecha por todos.

La comunicación no es una lengua efímera, es creadora de bisagras y caligrafía de


reflejos. No es cambiar la naturaleza ni materia invisible, es acción cotidiana en
particularidades de significados. Es hecho poético y poder electrizante, mágico y magnético
que inspiró, e inspira, repertorios vastísimos para discursar estética, religiosa, científica o
políticamente.

Usada para los fines más extravagantes, la comunicación se constituyó en fetiche, casi
inexcusable, a la hora de vender cualquier cosa: filosofías, ideologías, epistemologías y
mercaderías de todo orden usan y promueven la comunicación cargándola con semánticas
caprichosas al antojo publicístico, complacido entre facilismos utilitarios. Desde las
farándulas revisteriles, radiofónicas, televisivas y cinematográficas, tenemos una historia de
la comunicación sobresaturada, vestida con ropas de manipulación, hija de los vaciamientos
vulgarizantes más desenfrenados. A la comunicación, o a lo que todavía reconocemos de
ella, le sobran, holgadamente, muchas de las “atribuciones” idealizantes con que la
arropamos. Usada para sublimar o escandalizar, la comunicación se volvió mercancía
manejable capaz de llamar la atención de cualquier mirada. Coartada y gancho, pretexto
extraordinario en sociedades fracturadas con miedos, culpas, prohibiciones e ignorancia.
Todos los tiempos igual. Desde Grecia hasta los libros de biología. Nunca faltó el “liberal” que
intentó pontificar la comunicación como propiedad moral, sinónimo de verdad, en un truco
que resultó hábil comercialmente. Nunca faltó el “místico” que para meterle mano a los
incautos trabajó “revelaciones metafísicas” entre nirvanas muy rentables. Nunca faltaron los
académicos que, entre porcelanas cientificistas, lavaron la comunicación de toda
impregnación histórica, económica y política hasta aislarla en frascos de racionalismo
funcional. También vendieron mucho.

La relación entre filosofía y comunicación ha sido complicada; una historia de mutua


negación, o en el mejor de los casos, de indiferencia. Por su parte, pocas han sido las veces
que la filosofía, desde cualquiera de sus vertientes (incluida la filosofía del lenguaje), ha
intentado ver a la comunicación como objeto y proceso independiente de otros, pero, como
en todo, las condiciones no son nunca gratuitas sino producto de la convergencia de
circunstancias muy puntuales: desde el punto de vista de la filosofía (o las filosofías) no se ha
buscado reflexionar sobre la comunicación no porque no posea la capacidad de interesar
como objeto, sino porque se ha asumido que el concepto comunicación queda asimilado a
las funciones propias de otros procesos y otros objetos de indagación filosófica, tales como
los de significación, sentido o simbolización, entre otros (aunque en realidad pueda no ser
así). Por su parte, del lado de lo que hoy llamamos estudios de la comunicación, han existido
motivos propios e igualmente determinantes como para mantener una brecha entre ellos y la
filosofía, mismos que se pueden sintetizar en el conflicto que implica objetivar y operar desde
una noción que se intuye multidimensional y transversal a una diversidad de objetos y
procesos.

Nuestra preocupación acerca de la filosofía anclada en el mundo de la vida cotidiana es


ajena a las concepciones e interpretaciones de los macro procesos de la comunicación, y de
aquellas prácticas mediatizadas donde intervienen los medios masivos de comunicación. La
teoría crítica de la comunicación ha hecho hincapié en el aspecto del proceso ideológico de
la comunicación masiva, pero ha olvidado que es en el proceso de la vida cotidiana donde se
reproduce la vida social.

La enseñanza de la filosofía, dentro del campo de las humanidades, debe su complejidad


al énfasis en nociones abstractas, a diferencia de las ciencias naturales en las que prevalece
la experimentación. Así, en términos de competencias, las humanidades enfatizan el saber
ser, mientras las ciencias experimentales propician las competencias cognitivas (del saber) y
procedimentales, (del saber hacer). Diríamos que las humanidades abordan los contenidos
actitudinales, los cuales a su vez comprenden lo cognitivo, lo valorativo y lo conativo.
Generalmente para el docente estos contenidos son los que presentan mayor dificultad
porque entrelazan lo normativo, lo afectivo y lo conductual.

Finalmente considero que la intención de resignificar la internet y más concretamente la


relación de las TIC con la filosofía, se está logrando en un buen nivel, en la medida en que es
posible alcanzar momentos de interactividad que confirman que es desde el uso que se haga
de ellas, como herramientas mediadoras para la enseñanza de hoy, enseñanza que debe
ajustarse a las cosmovisiones de las nuevas generaciones en las que se privilegia lo digital,
la imagen, la dinámica del video, sobre el lápiz, el papel y la linealidad del texto escrito, lo
que a su vez supone la emergencia de nuevos paradigmas educativos, en los que la
superioridad del docente se diluye cada vez más frente a la autoridad que representa la red,
generando la crisis propia de los cambios y las resistencias que estos originan.

Termino recordando la analogía que hacia Benedicto XVI, en un mensaje a los


comunicadores, entre la revolución industrial de finales del siglo XVIII y la internet, en la
medida en que no sólo modifica los modos de relacionarse y comunicarse, sino
fundamentalmente los modos de aprender y pensar, advirtiendo que las TIC, asumidas con
prudencia y sabiduría contribuyen la búsqueda de sentido y verdad: profundas aspiraciones
del ser humano.

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