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Carmen Miramón Llorca – El texto como unidad comunicativa

EL TEXTO COMO UNIDAD COMUNICATIVA

ISBN - 84-9822-319-9

Carmen Marimón Llorca


marimon@ua.es

THESAURUS: Texto, pragmática, oración, organización tipológica.

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explicativo, el texto descriptivo, el texto argumentativo, el texto dialogal.

RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO:

1. Introducción: el nacimiento del texto como unidad de análisis lingüístico


1.1. De la lengua al habla
1.2. Y de la oración al texto.
1.3. Texto y pragmática
2. Las definiciones de «texto»
2.1. El texto como signo global.
2.2. El texto como unidad émica y el texto como unidad ética.
2.3. Carácter comunicativo del texto. Texto y oración.
2.4. El texto como estructura y el texto como proceso
2.5. Características comunes y requisitos para una definición de texto
3. Las propiedades del texto
3.1. La coherencia y la cohesión
3.2. Otras propiedades del texto: la adecuación contextual y la organización tipológica

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1. Introducción: el nacimiento del texto como unidad de análisis lingüístico

El establecimiento del texto como unidad de análisis lingüístico puede


considerarse como el principal revulsivo en el cambio de modelo que tuvo lugar en la
Lingüística hacia finales de los años sesenta del siglo XX. Su nacimiento como unidad
de análisis está estrechamente ligado al Congreso de la Universidad de Constanza
(1969) y a la Lingüística del Texto, corriente de investigación lingüística que nació con
el objetivo de dar carta de naturaleza a dicha unidad. En un primer momento la
intención fue desarrollar una gramática textual que permitiera abordar algunos
problemas que, como había quedado demostrado, no era posible solucionar en el
ámbito oracional. Sin embargo, como explica E. Bernárdez (1982), esta primera
aproximación al texto se saldó con un fracaso pues lo que se hizo en realidad fue
aplicar modelos oracionales para definir lo que se consideraba, sin más, una unidad de
orden superior. Así, comenta este autor refiriéndose a los primeros gramáticos del
texto, “si en la gramática es posible establecer un nivel morfémico que se integra en
uno superior, el de las palabras, éste a su vez en el del sintagma, y estos unidos en el
nivel superior, la frase, no hay razones en principio para no considerar que el nivel de
las oraciones se subordina a su vez a otro más elevado, el de los textos” (Bernárdez,
1982, 35-36). Muy pronto se comprobó que el salto de la oración al texto no era sólo
una cuestión cuantitativa sino, sobre todo, un salto cualitativo y que el texto necesitaba
para su definición, caracterización y estudio, un método y una perspectiva sobre el
lenguaje mucho más ampliada que la propuesta hasta entonces. La idea de que no
hablamos por frases, sino por textos y de que es la intención comunicativa del
hablante la que determina los límites de la unidad textual serán los conceptos clave
que reorienten los estudios lingüísticos.
Podemos decir, pues, que el cambio de la oración al texto como unidad de análisis
lingüístico junto con el paso de la lengua al habla como objeto de interés de la
lingüística han sido los dos grandes saltos epistémicos que se ha producido en los
estudios sobre el lenguaje y que han dado lugar al cambio de paradigma o modelo de
investigación. En ambos casos, estrechamente relacionados, se ha tratado de un
movimiento en dirección a la ampliación del objeto de estudio que la Lingüística se
había propuesto unas décadas atrás. Con esta ampliación dell objeto e interés de la
Lingüística entraron a formar parte de su campo de estudio conceptos como contexto,
usuario y comunicación con implicaciones radicales en el análisis e interpretación del
lenguaje. Son estas visiones mucho más dinámicas y ampliadas sobre el lenguaje las
que vinculan el estudio del texto a la perspectiva comunicativa -pragmática y

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discursiva- que domina hoy en cualquier aproximación al lenguaje. Veamos


brevemente ambos aspectos pues sin ellos es impensable la concepción del texto
como una unidad comunicativa dentro del sistema lingüístico.

1.1. De la lengua al habla

Son muchos los lingüistas y las corrientes de investigación que en su estudio del
sistema lingüístico fueron encontrando dificultades a la hora de hallar una explicación
satisfactoria a distintos fenómenos relacionados con el lenguaje. Muy tempranamente,
en 1966, el lingüista rumano Eugene Coseriu pronuncia una conferencia en la
Universidad de Tübingen titulada “El hombre y su lenguaje” (Coseriu 1985: 13-33). En
el trabajo plantea la necesidad de realizar algunas comprobaciones antes de volver a
decir algo acerca del lenguaje. Entre esas comprobaciones, la más llamativa es la
primera según la cual, “el lenguaje se presenta concretamente como una actividad
humana específica y fácilmente reconocible, a saber, como hablar o discurso”
(Coseriu 1985: 13). Hasta entonces resultaba indiscutible que la lingüística debía
dedicarse al estudio de la lengua en su naturaleza de sistema abstracto, sin embargo
Coseriu propone que la toma conciencia de esa actividad lleve al lingüista a estudiar el
lenguaje considerando que éste es siempre “hablar-con-otro”, y que, como lengua, es
“logos intersubjetivo” (Coseriu 1985: 32), expresión de la relación con los otros,
“fundamento y manifestación primaria de lo social”. Con este breve trabajo Coseriu
anticipa algunos de los conceptos que, muy pocos años después, van a conformar los
pilares básicos del llamado paradigma funcional o pragmático-textual.
El camino de superación de la “Lingüística de la Lengua” se fue realizando en
sucesivas etapas y por distintos lingüísticas que, en el curso de sus investigaciones,
se encontraron limitados en la estrechez de la dicotomía saussureana. Es el caso de
Emile Benveniste y de Roman Jakobson. Desde campos de investigación muy
distintos ambos constatan que la mayoría de los recursos de la lengua adquieren su
verdadera naturaleza en el proceso de intercambio comunicativo entre los hablantes.
Emile Benveniste (1966,1974) centrará sus investigaciones en el ámbito de la
enunciación. En artículos como “De la subjetividad en el lenguaje”, “El aparato formal
de la enunciación” y “La forma y el sentido en el lenguaje” plantea un análisis del
lenguaje alejado del estudio sistemático de las relaciones abstractas. En opinión del
lingüista, es en el acto en el que un hablante toma la palabra, en el que la propia
lengua encuentra su razón de ser y en ese espacio, el que Benveniste denomina de la
enunciación la lengua ya no es código inamovible sino, en palabras del propio
lingüista, “una instancia de discurso, que emana de un locutor, forma sonora que

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espera un auditor que suscita otra enunciación a cambio” (Benveniste 1974:84). La


teoría de la enunciación de Benveniste va a tener una importancia fundamental en el
desarrollo de los estudios textuales y pragmáticos pues fue el primer lingüista en tratar
la presencia del sujeto en el lenguaje y en advertir que sólo cuando un «yo» se apropia
del lenguaje para comunicarse con un «tú» en un espacio y en un tiempo concretos la
lengua cobra carta de naturaleza y se convierte en enunciación, en discurso real, en
instrumento para la comunicación.
Por su parte Roman Jakobson (1957) muy tempranamente desarrollará la teoría
de los shifters o embragadores. En un estudio sobre las desinencias verbales,
Jakobson se da cuenta de que existen ciertos elementos en el lenguaje que remiten a
la enunciación: son los índices –que señalan algo- y los símbolos –que remiten a una
significación. De acuerdo con este punto de vista, Jakobson diferencia entre morfemas
verbales embragadores ( persona, modo y tiempo) y no embragadores (nombre, voz y
aspecto). Se trata, en definitiva, de la temprana percepción de que hay elementos en
el código –si no el sistema entero- cuya existencia y funcionamiento se justifica
únicamente en la medida en que remiten al mensaje, es decir, al sujeto y a la situación
en el que ha tenido lugar el acto lingüístico.
En los trabajos de estos dos lingüistas el interés está puesto en las relaciones
entre el lenguaje, los sujetos y el tiempo y el lugar de la enunciación. Benveniste y
Jakobson se asoman más allá del sistema y abren con sus propuestas el camino hacia
la ampliación de los objetivos de la lingüística que muy pocos años después iba a
tener lugar.

1.2. Y de la oración al texto.

Si empezaba a ser evidente que el estudio exclusivo e inmanente de la lengua


presentaba limitaciones al reducir el estudio sobre el lenguaje al de un conjunto de
reglas combinatorias asiladas de su uso efectivo, muy pronto se van a ver las
limitaciones de la oración y su escasa validez para explicar ciertas relaciones y
fenómenos de la lengua. Ni el estructuralismo, ni la gramática generativa pusieron en
duda que ésta constituía la unidad básica de estudio, es más, la gramática generativa,
centrada en la sintaxis, construyó un modelo de base oracional alrededor del cual
desarrolló todas sus conceptualizaciones. El tan repetido paso de la frase al texto es,
sin lugar a dudas, uno de los episodios más interesantes y más enriquecedores en la
trayectoria de los estudios lingüísticos en este siglo. Adoptar, como hizo la lingüística a
partir de la Lingüística del Texto, una nueva unidad de análisis, supuso una verdadera

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revolución epistemológica y exigió, en consecuencia, el replanteamiento de toda la


problemática y la metodología vigente hasta el momento.
De nuevo fue Coseriu uno de los precedentes de los nuevos caminos que
emprenderá la lingüística a partir de los años setenta. Si en “El hombre y su lenguaje”
afirmaba que el lenguaje se presenta como una actividad concreta y reconocible, como
“hablar” o”discurso” (1985:13), en “Determinación y entorno” publicado originalmente
en 1956 ya había afirmado lo siguiente: “En lo particular, el hablar como producto es,
justamente, el texto” (1973: 290). Es la primera vez que en la lingüística moderna se
sugiere la noción de texto como forma de existencia del lenguaje en su naturaleza
concreta y material. Pero lo que interesa reseñar aquí es el hecho de que para
Coseriu, si se tiene en cuenta que el lenguaje se manifiesta como hablar, no se puede
seguir manteniendo la oración como unidad de análisis; es entonces cuando emerge el
texto como forma de manifestación de la lengua-discurso y, en consecuencia, como
nueva unidad desde la que observar y estudiar el funcionamiento del lenguaje.
La importancia de los factores semánticos y pragmáticos en el análisis y la
interpretación textual fueron mostrando las limitaciones del concepto estrictamente
sintáctico de gramaticalidad que se aplicaba a la oración, e hicieron necesaria la
elaboración de nuevas teorías lingüísticas que tuvieran en consideración una
perspectiva comunicativa y procesual sobre el texto como única posibilidad de dar
respuesta a su naturaleza de unidad de intercambio comunicativo. En este camino fue
muy importante la aportación de Robert de Beaugrande y Wolfgang Dessler pues
desde su enfoque procedimental, propusieron que el estudio del texto debía
interesarse por “las operaciones mediante las que se manifiestan unidades y patrones
durante la utilización de los sistemas lingüísticos de comunicación” (Beaugrande-
Dessler, 1981: 72) en la medida en que dicho texto es el resultado de esas
operaciones. Así, conceptos como comprensión e interpretación, competencia
comunicativa o adecuación contextual se convertirán en fundamentales para la
investigación textual y pasarán a formar parte del paradigma investigador del que la
Lingüística del Texto es, en buena medida, responsable.

1.3. Texto y pragmática

Todos estos nuevos conceptos –texto, habla-acto, contexto, usuarios,


comunicación- vinieron de la mano y a su vez provocaron el desarrollo de nuevas
escuelas tanto en Europa como en América que propusieron un modelo de explicación
lingüística que partiese de esta visión ampliada y novedosa del lenguaje y de la
disciplina encargada de su estudio. Si la Lingüística del Texto nace con el objetivo de

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definir un método de análisis lingüístico que supere los límites de la oración,


simultáneamente se va a producir el desarrollo de la Pragmática -prácticamente
paralizada desde la formulación morrisiana-, al verse finalmente extendido el estudio
sobre el lenguaje a las implicaciones que contextos y usuarios tienen en la naturaleza
y el funcionamiento de éste. Por su parte, el Análisis del Discurso -en sus orígenes
anglosajones- nace como disciplina encargada del estudio de los fenómenos del
habla, referente ahora de cualquier investigación lingüística y estrechamente unido a la
pragmática y al estudio del texto en relación con las ciencias sociales. También en
Europa el análisis discursivo de orientación semiológica amplía su objeto de estudio
hasta integrar cuestiones relacionadas con el contexto y con los usuarios.
Para entender la evolución del concepto de texto y de los estudios textuales es
imprescindible tener en cuenta las relaciones que la Pragmática entabló con las
teorías lingüísticas de base textual, como la Lingüística del Texto y la Semiología. Para
estas disciplinas, la inclusión de la dimensión pragmática supuso, en ambos casos, la
concreción de componentes y procesos intuidos pero no explicitados y, por tanto, no
implicados en las explicaciones que sobre el lenguaje ambas disciplinas podían
aportar. Para la Pragmática, la consolidación de la dimensión textual-discursiva como
ámbito de estudio resultó decisiva pues es precisamente en el espacio del
discurso/texto en el que los fenómenos estudiados por la pragmática encuentran su
sentido y su explicación. Esa Pragmática textual –afirma Alcaraz (1996: 27-28)- tiene
como característica principal la concepción del lenguaje como texto o discurso y las
siguientes características definitorias: lenguaje entendido como medio de
comunicación, interés por el uso, atención hacia los procesos, empirismo: uso del
lenguaje auténtico, interdisciplinariedad, utilidad y aplicabilidad de las teorías.
Por su parte, en los orígenes de las disciplinas que se dedican al estudio de estas
unidades –Lingüística del Texto y Análisis del Discurso- había diferencias reseñables
en cuanto a puntos de vista sobre el lenguaje así como por lo que se refiere a la
metodología y al objeto de estudio. Vicent Salvador, partiendo de la diferencia
etimológica entre ambos términos –texto procede de textum, tejido y discurso de
discurrere- realiza un esquema contrastivo entre lo que significarían ambos conceptos,
así:

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TEXTO DISCURSO

Escrito Oral
Clausurado y breve Extenso y abierto
Producto materializado Proceso relacional
Monológico Dialógico
Determinado individualmente Concepto genérico o
Término vinculado a tipológico
tendencias europeas Uso más generalizado

En realidad, como afirma E. Bernárdez (1982: 86-87) la no consideración del


aspecto comunicativo o de la actividad es una característica de la primera fase de la
Lingüística del Texto y no del texto como unidad frente a discurso. De hecho, como
comprobaremos a continuación en el repaso a las definiciones, desde muy pronto se
fueron incorporado aspectos pragmáticos y comunicativos a la noción de texto, por lo
que establecer líneas estrictas de división entre las unidades resulta más bien
problemático y poco realista. En definitiva, podemos afirmar que hoy en día la
diferenciación entre los conceptos de texto y discurso tiene que ver más con la tarea
de las disciplinas encargadas de llevar a cabo esos estudios –Análisis de Discurso y
Análisis de Textos respectivamente- que con la propia naturaleza del objeto, pues
como sostiene Rastier (1989: 37):

“no existe texto (ni enunciado) que pueda ser producido


por el solo sistema funcional de la lengua”

A partir de los noventa, como afirma Robert de Beaugrande se va hacia una


ciencia general del texto y del discurso en la que la Sintaxis –entendida como una
gramática funcional cognitiva- la Semántica, –que examina conocimiento y contenido
no mediante la realidad o la verificabilidad- y la Pragmática, – que podría ser una
visión crítica de la comunicación entendida como interacción de significados-, se
encuentren en un marco que explore las relaciones del texto con otros factores como
el registro, el estilo, el tipo de texto, el lenguaje para fines específicos, etc. En
definitiva, el objetivo de los estudios textuales hoy en día es “describir, tan realista y
empíricamente como sea posible, el proceso por el cual los participantes en la
comunicación pueden producir y recibir textos” (Beaugrande, 1995:540).

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2. Las definiciones de «texto»

El concepto y las definiciones de texto que se han ido proponiendo a lo largo de


esta trayectoria están estrechamente unidas a la corriente o punto de vista lingüístico
desde el que éstas se presentan. La emergencia simultánea de la Pragmática o el
Análisis del Discurso, la dificultad de dejar atrás conceptos tan tradicionalmente
arraigados en los estudios sobre el lenguaje como el de oración, el peso que
conceptos como sistema o competencia habían tenido en la consolidación definitiva de
la lingüística como disciplina científica y, en consecuencia, la falta de unos principios
teóricos y prácticos que justificaran científicamente el estudio de los fenómenos de
habla o de la actuación, dio lugar a que las definiciones de texto fueran y sigan siendo
muchas, difíciles de clasificar y, en ocasiones, contradictorias. En general, además,
muchas de las definiciones vinieron acompañadas del establecimiento de propiedades
caracterizadoras de la unidad textual.
Veamos algunas de las definiciones más clarificadoras y que han constituido un
avance o un cambio con respecto a puntos de vista anteriores; al hilo de sus
propuestas podremos observar de qué manera los lingüistas han ido modificando su
punto de vista sobre el objeto de estudio y en qué dirección se produce ese avance. La
mayoría del total de veinte definiciones seleccionadas proceden de fuentes directas,
otras – las menos- proceden de referencias de los trabajos de Acosta (1982) y
Bernárdez (1982). Términos como comunicación, estructura, proceso, intención, signo,
uso, contexto, forman parte de la mayoría de las definiciones y constituyen parte del
patrimonio terminológico y conceptual del modelo de investigación lingüística del que
proceden, lo que se ha denominado el paradigma funcional o pragmático-textual.

2.1. El texto como signo global.

Una de las definiciones tempranas de texto procede de la semiótica de la cultura


de Jurij Lotman. Este autor en La estructura del texto artístico (1970) define texto
desde una perspectiva semiótica y lo concibe como:

“formación semiótica singular, cerrada en sí, dotada de un


significado y una función íntegra y no descomponible”
“conjunto sígnico coherente. Cualquier conjunto portador
de un significado integral”

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Se trata de una definición enmarcada en su interés por definir el tipo de actividad


semiótica que realiza un texto –artístico-. El texto es considerado un signo autónomo
que establece su propio sistema de relaciones internas pero que a la vez y como
totalidad se caracteriza por realizar una única función a la que todas los elementos que
lo conforman se dirigen. Es interesante de esta definición la idea de función que, como
veremos más adelante, será reiterada en otras definiciones de inspiración pragmática.
Aunque Lotman no desarrolla el concepto de coherencia, resulta también significativo
que aparezca en esta definición temprana pues, como veremos, para muchos
lingüistas del texto y del discurso, es la coherencia la cualidad definitoria del texto.
En un planteamiento también globalizador sobre el texto se encuentran las
propuestas que Mijail Bajtin realizó en Estética de la creación verbal de 1979 (1990).
Para este investigador el texto, concebido también en un sentido semiótico, debe ser
el punto de partida del pensamiento humanístico y de todas las disciplinas
consagradas a su estudio; de entre ellas, la lingüística sería la encargada del estudio
de una clase concreta de texto, el texto verbal. Pero para que podamos hablar de texto
como signo –señala Bajtin- hay que presuponer la existencia de un sistema sígnico.
Aplicado al texto verbal esto significa que tras cada texto está el sistema de la lengua.
“Pero al mismo tiempo –continúa- cada texto (visto como enunciado) es algo
individual, único e irrepetible, en lo cual consiste todo su sentido (su proyecto, aquello
para que había sido creado el texto)” (1990:296). Como vamos a ver más adelante, la
dialéctica entre lo permanente y sistemático en un texto y lo que se deriva de ser el
producto de un hablante con una intención, en un momento concreto, es decir, de ser
un enunciado, es uno de los aspectos que actualmente se manejan y que exigen
mayor atención a la hora de delimitar qué aspectos deben ser estudiados o tenidos en
cuenta desde una perspectiva de análisis textual y discursivo. Desde su perspectiva
semiótica y enunciativa, el propio Bajtin se inclina en sus intereses por ”las formas
concretas de los textos y las condiciones concretas de la vida de los textos, sus
interrelaciones e interacciones” (1990:306). El texto, pues, no puede ser considerado
un objeto estático y acabado -para utilizar sus propias palabras una vez más- “el texto
[...] siempre se desarrolla sobre la frontera entre dos conciencias, dos sujetos”
(1990:297). Las reflexiones de Bajtin sobre el texto y sus posibilidades de estudio
anticipan una vez más lo que unos años más tarde serán las principales líneas de
investigación de la lingüística textual, pragmática y discursiva: el proceso enunciativo,
las condiciones pragmáticas y el papel del contexto.

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2.2. El texto como unidad émica y el texto como unidad ética.

Si se analizan alguna de las muchas definiciones de texto que se han dado


podemos diferenciar aquellas para las que el texto es una unidad ética –un texto
realmente producido- y aquellos que la consideran una unidad émica –una unidad
potencial del sistema lingüístico-. Muestras de uno y otro caso serían las definiciones
de Halliday-Hassan y van Dijk respectivamente. Para los primeros (Halliday-Hassan,
1976: 1), “el texto es una unidad de lengua en uso” mientras que para van Dijk (1978:
15) en sus primeras propuestas, texto podía considerarse “un constructo teórico
abstracto que subyace a lo que usualmente se llama discurso.” En este último sentido,
Tomás Albaladejo y Antonio García Berrio (1983: 127-180) distinguían dos niveles
dentro del texto, el nivel de los observables, que es el de los objetos manifiestos y el
nivel de los constructos, que son las relaciones y estructuras subyacentes a tales
objetos. En un texto tendríamos por tanto la manifestación textual lineal, que
pertenecería al nivel de los observables, y el constructo teórico subyacente que sería
su estructura profunda. Desde el nivel de la superficie, un texto sería un número n de
oraciones con coherencia, sentido y completez que corresponden a un plan
subyacente. En el nivel profundo, un texto es el conjunto de todas las informaciones
subyacentes a un discurso que manifieste coherencia, sentido y completez. Así,
afirman Albaladejo y García Berrio (1983: 225):

“el texto constructo teórico-abstracto contiene las


condiciones de coherencia, sentido y completez y cada texto
constructo teórico concreto, realizado por un texto-
manifestación tiene que cumplir esas condiciones”.

La distinción entre dos niveles, profundo/superficial, concreto/abstracto,


corresponde a perspectiva aún no desligadas de la necesidad de plantear las
relaciones textuales en un nivel abstracto o sistemático y sólo entonces comprobar
que la realidad de uso responde a ellos. Este es también el caso de la definción de
Petöfi que se aproxima al texto teniendo en cuenta criterios externos e internos y
afirma (Petöfi-García Berrio, 1978: 55):

“El texto, concebido así en su condición de unidad o plan


textual, descubre, como toda entidad lingüística, una doble
vertiente de afirmación: como estructura de manifestación

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textual-lineal, estructura de superficie y estructura profunda. A


uno y otro nivel, el principio definidor de la unidad textual y
delimitador de los aledaños textuales es la cohesión entre sus
constituyentes, manifestada para los participantes en el acto
comunicativo como conciencia de plan textual”.

Precisamente es la referencia a los hablantes y a la realidad de uso del discurso lo


que caracteriza las definiciones pioneras de quienes consideran el texto como una
manifestación concreta del habla. Oomen (1979: 272 y ss., apud Acosta, 1982: 26)
considera que los textos como procesos lingüísticos y totalidades cerradas constituyen
unidades de performance y que la función de la que resultan ese carácter de totalidad
y la orientación del desarrollo del proceso es una función comunicativa. Para Oomen el
texto se caracteriza por tres peculiaridades:

1. el texto tiene una función comunicativa


2. el texto constituye un proceso dinámico del habla y no una unidad estática
de la lengua
3. el carácter comunicativo del texto como totalidad no se deduce de la suma
de las propiedades de sus elementos gramaticales constitutivos.

Es esta perspectiva, la de considerar el texto una unidad real de habla, la que


finalmente se ha impuesto y en la que, como veremos, se insiste en casi todas las
definiciones de texto.

2.3. Carácter comunicativo del texto. Texto y oración.

En efecto, son muchos los autores que consideran que la naturaleza comunicativa
del texto es una de sus propiedades fundamentales. Así lo plantean, por ejemplo,
Schmidt, Isenberg, Halliday-Hassan, Gülich/Raible, van Dijk, etc.
Para Schmidt (1977: 104 y ss.) el carácter comunicativo del texto procede del
hecho de que el intercambio textual tiene lugar entre un emisor y un receptor a través
de un canal y en un espacio/tiempo determinados. Tanto el emisor como el receptor
del mensaje están condicionados por características de tipo socioeconómico,
sociocultural y psíquico-biográfico que determinan las actividades de producción y
comprensión textual. La importancia que para Schmidt poseen las condiciones
extralingüísticas queda de manifiesto en su concepto de texto que va más allá de lo

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estrictamente lingüístico para incluir el potencial ilocutivo y la categoría de textualidad


que define como “el modo de manifestarse universal y social que se usa en todas las
lenguas para la realización de la comunicación” (Schmidt, 1977: 148). Así pues, para
Schmidt, la definición de texto quedaría como sigue (1977: 153):

“Texto es cada elemento verbal de una acto comunicativo


enunciado en una actividad comunicativa que tiene una
orientación temática y cumple una función comunicativa
perceptible, es decir, realiza un potencial ilocutivo”

Destaca también en su caracterización la relación texto-oración. Aunque no se


desprende de este elemento, considera las frases “estructuras de organización
funcionalmente dependientes” (Schmidt, 1978: 155), es decir, condicionadas por otra
estructura funcional superior de importancia sociocomunicativa que es el texto. En este
sentido afirma Schmidt (1978: 155):

“La frase debe analizarse desde el texto-en-función y no


el texto desde el nivel de la frase. Las frases reciben su
función en el nivel del texto, más exactamente como
procedimientos de textualización”

Halliday-Hassan, por su parte, hacen referencia insistentemente a lo que


denominan las propiedades situacionales del texto y que se derivan precisamente de
la naturaleza comunicativa de éste. Para estos autores, la coherencia, propiedad
fundamental del texto, se manifiesta en dos aspectos: respecto al propio texto y
respecto al contexto de situación. En este último caso, se dice que el texto es
consistente respecto al registro (Halliday-Hassan, 1983: 23). El contexto de situación
lo componen factores extralingüísticos relacionados con el texto, y en su modelo de
análisis proponen los conceptos campo, modo y tenor como las variables a partir de
las cuales se pueden precisar esos aspectos contextuales con trascendencia textual.
En cuanto a la relación texto-oración, hacen referencia a la importancia
conformadora de la oración en la medida en que consideran que el texto está realizado
o codificado por oraciones. Sin embargo, al igual que Schmidt, hacen depender la
oración del texto, como unidad superior en la que ésta encuentra su sentido (Halliday-
Hassan, 1983: 1-2):

“Un texto no es una oración pero más grande, es algo que

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difiere de la oración en clase”.


“Un texto no consiste en oraciones; esta realizado por o
codificado por oraciones. Si lo entendemos así, no
esperaremos encontrar el mismo tipo de integración
estructural entre las partes de una texto como la que
encontramos entre las partes de una oración”

Para Isenberg (apud Acosta, 1982:27), el texto puede considerarse como “serie
coherente de frases” y establece las características que hacen que el texto tenga
condición de tal que son: legitimidad social, funcionalidad comunicativa, semanticidad,
carácter situacional, intencionalidad, conformación correcta y gramaticalidad.
Gülich/Raible parten del principio de que el texto, además de ser un acto de
comunicación, es decir, un fenómeno del habla, es también un complejo conformado
de acuerdo con las reglas de la lengua, de ahí que en la caracterización del texto
puedan utilizarse tanto criterios de naturaleza interna como criterios de naturaleza
externa.
Por su parte J. Petöfi y Antonio García Berrio, en Lingüística del Texto y crítica
literaria (1978), incorporan conceptos como el de la “intención comunicativa del
hablante”, de gran trascendencia en la perspectiva pragmática y cognitiva sobre el
discurso que se desarrollará posteriormente. Para estos autores,

“El texto como unidad teórica no tiene extensión prefijada


[...] la delimitación del texto depende de la intención
comunicativa del hablante, de lo que él quiera comunicar
como conjunto de unidades lingüísticas vinculadas en un
conglomerado total de intención comunicativa.”

Para van Dijk (1984) (1995: 32), la importancia del contexto comunicativo radica
en que ciertas propiedades del discurso están determinadas por “la estructura de los
hablantes, los actos ilocucionarios y el tratamiento de la información en la
conversación” (1995: 290).

2.4. El texto como estructura y el texto como proceso

Si el salto de la consideración del texto de una unidad del sistema o de la lengua a


una unidad del habla o de la actuación puede considerarse uno de los logros
fundamentales y la propuesta más revolucionaria en lingüística en mucho tiempo, el

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paso del estudio del texto desde una perspectiva estática, estructural o sistemática a
una perspectiva dinámica y procesual, puede concebirse también como un cambio
radical en el punto de vista sobre el lenguaje y sobre la tarea de la lingüística. En
realidad se trata de dos aspectos muy relacionados, pues resulta inverosímil plantear
el estudio de una unidad de intercambio comunicativo sin tener en cuenta las variables
que forman parte de este proceso. Y por otra parte, un estudio en busca de
regularidades caracterizadoras no tiene por qué excluir la consideración de los
procesos dentro de los cuáles esas regularidades funcionan.
Para Beaugrande–Dressler (1981), la elección de un enfoque procedimental tiene
como consecuencia que se describirán todos los niveles lingüísticos en relación con
su uso comunicativo. Desde una perspectiva explicativa, lo que interesa son las
operaciones mediante las que se manifiestan las unidades y patrones durante la
utilización de los sistemas de comunicación. El texto sería precisamente el resultado
de esas operaciones y la tarea de la Lingüística del Texto, “formalizar los principios
mediante los cuales el objeto de estudio adquiere sus características propias y
concretar los procedimientos de creación y uso de las muestras empíricas analizadas”
(Beaugrande–Dressler, 1981: 73). Estamos de lleno en una perspectiva comunicativa,
empírica, procesual y cognitiva cuyo objetivo es la explicitación de los procesos que
permiten la producción y la comprensión textual a través del estudio del
funcionamiento del sistema de posibilidades que es el lenguaje y que se manifiesta en
forma de textos. La metodología cibernética desde la que estos autores hacen su
propuesta lleva a una terminología que Alcaraz (1990) denomina “esotérica” pero tras
la cual es posible descubrir un punto de vista sobre el lenguaje aún de perfecta
actualidad. Para Beaugrande-Dressler el texto se puede definir como:

“sistema, serie de elementos que funcionan


conjuntamente”
“sistema cibernético en el que continuamente se están
regulando las funciones de sus elementos constitutivos.”

Si la lengua es el sistema virtual de opciones disponibles, el texto es el:

“sistema real de opciones determinadas utilizadas para la


producción de una estructura concreta”

Como acontecimiento comunicativo, el texto tiene que cumplir las llamadas


normas de textualidad, principios constitutivos de la comunicación textual que a su vez

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están controladas por tres principios que regulan la comunicación textual. Más
adelante nos ocuparemos de todo esto.

En una puesta al día sobre la tarea actual de la Lingüística del Texto, Robert de
Beaugrande (1995: 536-544) se plantea también una redefinición del objeto de estudio
a la luz de los nuevos caminos tomados por la propia Lingüística del Texto. Así, para
este autor el texto debe ser definido más como un acontecimiento empírico
comunicativo que tiene lugar en la comunicación humana que como un conjunto de
rasgos especificados mediante una teoría formal. Cada evento comunicativo se debate
dialécticamente entre el sistema virtual del lenguaje (el repertorio de posibilidades) y el
sistema actual constituido por las elecciones del productor del texto. El texto no está
en alguno de los dos polos de lenguaje frente a uso, sino que integra y reconcilia
ambos. En otro artículo algo anterior sobre el mismo tema, Beaugrande (1990: 13)
propone un esquema en el que representa las funciones de control o limitación de la
indeterminación que el sistema posee respecto al habla, a la que provee de categorías
y, por otra parte, el flujo de experiencia que aporta el uso del lenguaje y el valor que
estos datos de uso poseen para el sistema:

Determina proporcionando experiencia

sistema uso

Determina proporcionando categorías

Para J. McH. Sinclair (1987: 15), la principal diferencia entre un modelo estático
y un modelo dinámico de discurso son las siguientes:

(1) El modelo dinámico debe mostrar como el discurso discurre de un punto


a otro. En un modelo dinámico los elementos de la estructura son descritos
teniendo en cuenta el discurso en la medida en que ha ocurrido.
(2) El modelo dinámico debe mostrar cómo los componentes juegan su
papel en la realización de algún propósito.

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Esta perspectiva incluye tanto al texto escrito como al texto oral, pues ambos
son interactivos, direccionales y poseen un fin o propósito. La descripción del
lenguaje formal escrito se transforma al aplicarle un modelo dinámico, pues
entonces sale al descubierto mucha de su interactividad. En nuestra opinión este es
un aspecto muy importante pues minimiza las diferencias entre los métodos de
análisis y nos permite tratar el texto escrito también como un complejo dinámico de
interacción comunicativa. Es de la misma opinión van Dijk (2000: 24) cuando habla
de comunicación escrita o interacción escrita para referirse al intercambio
comunicativo mediante textos escritos que, a pesar de su apariencia objetual,
también poseen usuarios y propósitos comunicativos, es decir, son formas de
interacción.

2.5. Características comunes y requisitos para una definición de texto

Asegura Bernárdez en su Introducción a la Lingüística del Texto (1982: 76) que la


Lingüística del Texto “puede considerarse como un intento de definir el texto” de ahí
que él dedique una parte importante de su libro a repasar las principales definiciones
que desde fuera y desde dentro de la Lingüística del Texto se han dado del mismo.
Desde su punto de vista, para definir texto hay que tener en cuenta los siguientes
factores:

(1) Carácter comunicativo: es una acción que tiene como finalidad comunicar
(2) Carácter pragmático: se produce en un contexto extralingüístico, con
interlocutores y referencias constantes al contexto
(3) Carácter estructurado: es una organización interna basada en reglas que
garantizan el significado.

Partiendo de estos requisitos, Bernárdez elabora la siguiente definición (1982: 85):

“Texto es la unidad lingüística comunicativa fundamental,


producto de la actividad verbal humana, que posee siempre
carácter social; está caracterizada por su cierre semántico y
comunicativo, así como por su coherencia profunda y
superfcial, debido a la intención (comunicativa) del hablante
de crear un texto íntegro y a su estructuración mediante dos
conjuntos de reglas: las propias del nivel textual y las del

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sistema de la lengua”

Como afirman en su comentario a esta definición María Conca y sus


colaboradores (1998:3), desde este punto de vista, la comunicación verbal se
sustentaría sobre los siguientes polos: la actuación de los hablantes (el acto
comunicativo), el material del que disponen (el sistema de la lengua) y el
conocimiento tanto del sistema (la competencia lingüística) como de las situaciones de
comunicación (competencia pragmática). El texto, pues, aparece como el resultado de
la actividad lingüística de un individuo que proyecta su intención sobre un material
verbal. La propuesta de Bernárdez recoge algunos de los conceptos clave que
habíamos señalado en definiciones anteriores, como “actividad verbal”, “intención
comunicativa” o “cierre semántico”, es, pues, la culminación en el ámbito hispánico de
la búsqueda de una definición abarcadora y operativa de una unidad, el texto, de difícil
aprehensión. En ella se cumplen algunas de las constantes que Castellà (1992: 49-50)
señala como comunes a muchas definiciones de texto:

a) Es una unidad comunicativa


b) Es un producto de la actividad lingüística
c) Está íntimamente relacionado con el contexto o situación de producción.
d) Está estructurado por reglas que le confieren coherencia.
e) Está determinado por los procesos y las estrategias del emisor y el
receptor en los procesos de producción y recepción.

El propio Castellà (1992: 50) intenta una definición inspirada en la de Bernárdez y


en la que se desprende de algunos términos de resonancia generativa y los sustituye
por conceptos que proceden de la pragmática y de la didáctica de base cognitiva. Es la
siguiente:

“Texto es una unidad lingüística comunicativa, producto de


la actividad verbal humana, que posee carácter social. Se
caracteriza por la adecuación al contexto comunicativo, la
coherencia informativa y la cohesión lineal. Su estructura
refleja los procedimientos empleados por el emisor y el
receptor en los procesos de elaboración e interpretación. Se
construye por medio de dos conjuntos de capacidades y
conocimientos: los propios del nivel textual y los del sistema
de la lengua”

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Se trata de una definición interesante pues en ella incluye lo que podemos


considerar los tres términos que definen una parte importante del análisis de textos y
que son la adecuación, la coherencia y la cohesión.

También con la actividad de análisis de textos de fondo, Jean-Michel Adam y


Clara-Ubaldina Lorda en Lingüística de los textos narrativos (1999), señalan lo que
consideran los seis elementos para una definición de texto. La propuesta de Adam, en
la línea de sus planteamientos anteriores, más que una definición de texto es una
enumeración de los aspectos que considera esenciales en la conformación de una
unidad textual y pone el acento en aquellos que pueden constituir materia de análisis
por parte del lingüista. Son los siguientes:
Elemento 1 para una definición del texto: El texto es un objeto verbal segmentado
en unidades de diferentes niveles de complejidad.
Elemento 2 para una definición del texto: Un texto es una frágil unidad sometida a
la vez a un principio centrípeto (su carácter cerrado, complejo) y a un principio
centrífugo (su apertura intertextual y genérica)
Elemento 3 para una definición del texto: En todo texto se crea un equilibrio
delicado entre una continuidad-repetición, por una parte, y una progresión de la
información, por otra parte.
Elemento 4 para una definición del texto: Las distintas unidades que componen el
texto están enlazadas entre ellas por medios diferentes (conectores, elementos
anafóricos, sustitución léxica, relación semántica-lógica entre los acontecimientos) de
manera que componen unidades de rango superior.
Elemento 5 para una definición del texto: La unidad textual que designamos como
secuencia se presenta, por una parte, como una red de relaciones jerárquicas –puede
descomponerse en partes (oraciones) unidas entre ellas (proposiciones) y unidas al
todo que constituyen (secuencia)- y, por otra parte, como una entidad relativamente
autónoma. Está dotada de organización interna propia y mantiene una relación
dependencia/interdependencia con el conjunto más amplio del que forma parte: El
texto.
Elemento 6 para una definición del texto: como estructura secuencial, un texto (T)
contiene un número n de secuencias complejas o elípticas.
Se trata de una definición orientada a dar cabida al concepto de «secuencia» con
el que integra, dentro de la estructura del texto, su organización tipológica.

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El texto, pues, oral o escrito puede concebirse como una unidad dinámica de
interacción lingüística entre los participantes en un intercambio comunicativo.
Al hablar de unidad estamos haciendo referencia:
a) a que el texto posee propiedades lingüístico-gramaticales y semántico-
organizativas que lo convierten en un todo. Es decir, está cohesionado y es
semánticamente coherente.
b) a que el texto es el resultado de una acción individual e intencional y eso es lo
que le da sentido (unidad de significado en contexto) como hecho pragmático. Como
participantes directos y responsables del acontecimiento textual, los hablantes,
establecen finalidades, modalizan el texto en relación con sus intenciones y lo orientan
argumentativamente de manera que el texto sea una respuesta a esas actitudes. Es
decir, lo dotan de coherencia pragmática.
La implicación de los hablantes nos remite a la necesaria consideración de los
procesos cognitivos implicados en la actividad lingüística, a los límites de la
comprensión y, en relación con esto último, a la existencia de modelos textuales –
estructuras prototípicas-, reconocibles por los hablantes e identificables en relación
con su estructura organizativa y con sus funciones.
Pero los hablantes y el propio sistema de la lengua son, además, capaces de
acomodarse o adaptarse a unas circunstancias determinadas de emisión-recepción.
De tener en cuenta el uso concreto de la lengua en relación con el contexto de
interacción lingüística. La adecuación es una consecuencia del carácter social que
posee siempre la actividad comunicativa humana.
En definitiva, es esa naturaleza pragmática lo que concede al texto su
dinamicidad, su dialogismo, su carácter procesual, es decir, su consideración como
“un acontecimiento de acción humana, interacción, comunicación y cognición”
(Beaugrande, 1995: 544).

3. Las propiedades del texto

El interés por definir la nueva unidad de análisis, el texto, estuvo unido a la


necesidad de especificar y precisar cuáles eran las propiedades por las que esa
nueva unidad podía caracterizarse. Los términos que primeramente se acuñaron para
definir la cualidad o calidad de ser texto son los de textura (Halliday-Hassan,1976) y
textualidad (Beaugrande-Dressler,1977). A partir de estas propuestas iniciales, la
discusión sobre cuáles son las propiedades caracterizadoras del texto ha tomado muy
distintas direcciones. La clasificación más conocida de los procedimientos de
textualidad es la realizada por Beaugrande-Dressler (1977) y es de ella de la que

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proceden las propiedades textuales más reconocidas en la actualidad. Para ellos, la


textualidad son una serie de normas que permiten el funcionamiento interactivo del
texto como unidad de intercambio comunicativo entre usuarios reales en situaciones
reales. Son procesos que hacen posible la construcción de un enunciado y que
regulan y aseguran su comprensión. La distinción que estos lingüistas hacen entre
nociones centradas en el materia textual (1 y 2) y nociones basadas en las relaciones
pragmáticas (3, 4 y 6) es de gran importancia pues clarifica y orienta sobre las
direcciones hacia las que deben dirigirse los intereses investigadores sobre el texto.
Son los siguientes:
1. COHESIÓN
2. COHERENCIA
3. INTENCIONALIDAD
4. ACEPTABILIDAD
5. INFORMATIVIDAD
6. SITUACIONALIDAD
7. INTERTEXTUALIDAD

A estos hay que añadir los tres principios regulativos que controlan la
comunicación textual y que son EFICACIA, EFECTIVIDAD y ADECUACIÓN.

3.1. La coherencia y la cohesión

Las dos propiedades que desde el principio han recibido más atención de los
especialistas han sido la coherencia y la cohesión. Se trata, en ambos casos, de
propiedades consideradas estrictamente textuales, centradas en el “material textual” y,
por lo tanto, asunto y objetivo de la lingüística. Son las propiedades que ponen de
manifiesto las relaciones que se establecen entre las partes de un texto y se refieren al
contenido de un mensaje y a sus posibilidades de expresión lingüística, a la manera en
la que el lenguaje estructura y condiciona la expresión de nuestro pensamiento y de
nuestras intenciones. Pero la propia evolución de la lingüística en sus estudios sobre
el significado, la expresión lingüística y las posibilidades expresivo-comunicativas del
lenguaje han dado lugar a que el establecimiento de las propiedades del texto se
centre también sobre aspectos pragmáticos y cognitivos relacionados con las
posibilidades de procesamiento textual de los hablantes tanto como sobre la
enumeración concreta de características gramaticales y lingüísticas. Además, las
relaciones del texto con la situación de uso y con los usuarios han hecho que
propiedades relacionadas con el contexto de situación se estén convirtiendo en

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imprescindibles para la definición de lo textual. Finalmente, el hecho de que los textos


respondan no sólo a decisiones individuales de producción, sino a ciertos modelos
comunes de construcción textual hace que las propiedades derivadas de la
pertenencia del texto a uno de esos esquemas modélicos resulten también
determinantes en la definición de su naturaleza.
Una de las más tempranas y fructíferas propuestas de análisis de la coherencia
textual la realizó van Dijk con el concepto de Macroestructura. Podemos definir la
macroestructura (MA) como el esqueleto significativo de un texto, lo que nos permite
producirlo e interpretarlo como una unidad. La macroestructura la conforman las
conexiones básicas que se dan en el texto como un todo (van Dijk, 1978:55) y da
cuenta de las relaciones significativas que se dan dentro del propio texto. Es propia y
particular de cada texto de manera que la organización macroestructural puede
considerarse la elección de un determinado hablante para la transmisión de un
determinado contenido. Todo texto posee una macroestructura, es decir, está
estructurado, posee algún tipo de organización identificable. Un concepto fundamental
para el análisis e identificación de la macroestructura es el de Tópico del Discurso. El
tópico del discurso es una proposición que domina la información semántica de un
texto y que, en consecuencia, organiza jerárquicamente su estructuración conceptual.
Para entender el desarrollo del tema o tópico a lo largo de un texto van Dijk (1978,
1995) estableció dos niveles:

1) El de las MICROPROPOSICIONES (mp): Son conjuntos de proposiciones


que forman una unidad de contenido.
2) El de la MACROPROPOSICIONES (Mp): Son proposiciones
jerárquicamente mayores que se derivan del contenido de las
microproposiciones.
Desde el punto de vista del productor, la estructuración de un texto en Macro y
micro proposiciones revela una determinada intencionalidad que viene dada por el
establecimiento de jerarquías que dejan a la vista lo que el hablante considera como
temas o asuntos principales e igualmente ponen de manifiesto lo que éste puede
considerar secundario o de menor valor. Desde el punto de vista del receptor
realizamos operaciones de comprensión a través de las cuales intentamos recrear las
macro y microproposiciones que sostienen un texto y a través de cuya deducción
pretendemos asegurarnos de que verdaderamente entendemos qué nos está diciendo
el productor textual. Aunque el texto dé instrucciones al destinatario sobre cómo debe
ser comprendido, los grandes márgenes de indeterminación con los que funciona el

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proceso comunicativo verbal hacen muy difícil asegurar que hemos reconstruido al
cien por cien el significado del hablante.
Pero la coherencia tiene también una vertiente pragmática que tiene que ver con
el hecho de que el texto se entiende como el objeto lingüístico de intercambio
comunicativo entre unos hablantes en una situación específica. La coherencia
pragmática analiza aquellos mecanismos a través de los cuales el hablante hace
explícita su presencia en el texto y, en ese sentido, se compromete con el acto mismo
de enunciación, con el propio enunciado y con el interlocutor al que dirige su texto. El
estudio de la coherencia pragmática comprende aspectos como la determinación de la
función predominante en el texto; el reconocimiento de las distintas modalidades
enunciativas expresadas a través de los actos de habla y las modalidades oracionales;
las modalidades de enunciado que revelan la actitud del hablante ante su propia
actividad; los procedimientos de modalización –la identificación de lo “subjetivo” en el
lenguaje- o la presencia de información implícita.
En cuanto a la cohesión, es una propiedad textual que da por supuesto que los
hablantes de una lengua poseen conocimientos lingüístico-gramaticales suficientes
como para poder codificar verbalmente un contenido y una intención comunicativa. La
cohesión sin embargo no se refiere a las reglas que dirigen la organización de una
lengua a nivel oracional o a niveles inferiores. La cohesión se refiere a todo el conjunto
de mecanismos que posee una lengua para organizar el nivel textual. En el texto
fundacional de Halliday-Hassan (1976) Cohesion in English, se dan algunas de las
claves que han servido posteriormente como punto de partida para la definición del
concepto. Estos autores definieron la cohesión como una propiedad que consiste en la
aparición en un texto de determinados elementos que necesitan de otros para poder
ser interpretados. “La cohesión ocurre cuando la interpretación de algún elemento en
el discurso depende de otro. Uno presupone al otro de manera que no puede ser
correctamente descodificado si no se recurre a él.” La presencia en el texto de esos
elementos y las relaciones de referencia y repetición que se establecen entre ellos es
lo que se considera cohesivo.
Las propuestas de clasificación y organización de los fenómenos cohesivos son
muy numerosas y divergentes. A partir de la clasificación de Halliday-Hassan en cinco
tipos de enlaces cohesivos –sustitución, elipsis, referencia, conjunción y cohesión
léxica- han sido numerosas las propuestas y los criterios de organización. Para
establecer los distintos tipos de mecanismos lingüísticos en los que se concreta la
cohesión textual, parece importante determinar qué clase de unidades lingüísticas son
las que realizan esta tarea. Como ya señalaron Halliday-Hassan, son la gramática y el
vocabulario los dos niveles del lenguaje sobre los que se sostiene la cohesión. Se

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pueden distinguir, así, dos grupos de mecanismos de cohesión basados en la


referencia y la repetición: aquellos que utilizan unidades léxicas para realizarse y que
hacen posible la cohesión léxica; y aquellos mecanismos que utilizan las unidades
gramaticales de la lengua para expresarse y que son los mecanismos de cohesión
gramatical. De esta manera, sea a través de la utilización de los dispositivos concretos
que posee la lengua para conectarse con el contexto comunicativo, o bien mediante
aquellos que permiten crear lazos intratextuales y aligerar o reiterar las cadenas
significativas que se producen en el texto, cohesión léxica y cohesión gramatical
conforman buena parte del tejido lingüístico que un texto debe poseer para poder ser
comprendido. Las redes de relaciones que los mecanismos léxicos y gramaticales de
la lengua despliegan a lo largo de un enunciado son uno de los principales objetos de
estudio de la cohesión.
Por otra parte, la percepción de que, además de esos mecanismos de base
referencial, recurrente, anafórica y deíctica, la lengua posee procedimientos
especializados en establecer conexiones entre las partes que puede componer un
texto, llevó a señalar a los especialistas un conjunto no muy bien definido de
mecanismos llevados a cabo por clases heterogéneas de unidades lingüísticas a los
que se denominó de conjunción o conexión. En la actualidad, sin embargo, el interés
se ha centrado en los llamados enlaces extraoracionales, es decir, aquellos que no
tienen como función unir oraciones sino que realizan su función en el nivel textual o
discursivo. El papel de estas unidades más allá de la pura conexión y el significado de
procesamiento que aportan, los convierten en elementos fundamentales de la
cohesión textual y los sitúan en el centro de los intereses sobre el discurso, pues son
los aspectos pragmáticos y cognitivos de la comunicación los que el estudio de los
marcadores del discurso ha puesto de relieve.

3.2. Otras propiedades del texto: la adecuación contextual y la organización


tipológica

Como consecuencia de la progresiva toma de conciencia de la importancia de los


factores extralingüísticos para la explicación de los mecanismos verbales de
expresión, la Lingüística ha desarrollado en los últimos años numerosos modelos
teóricos a través de los cuáles intentar explicar de qué manera el contexto de
situación influye en la construcción verbal y cómo, por otra parte, es posible
reconocerlo e identificarlo. El concepto de adecuación está estrechamente unido a la
idea de contexto y a las teorías que distintas corrientes lingüísticas han desarrollado
sobre él; en particular, las cuestiones relativas a la influencia del contexto de situación

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en el uso que los hablantes hacen de la lengua han sido desarrolladas sobre todo por
la Teoría del Registro y del Género. Esta teoría se ocupa de la variación funcional de
la lengua, es decir, de la capacidad que poseen los hablantes y el propio sistema de la
lengua de adecuarse a unas circunstancias determinadas de emisión-recepción. Los
tres conceptos con los que se hace relación a aquellos elementos del contexto que
influyen decisivamente sobre el discurso son Campo, Modo y Tenor que afectan
respectivamente al tema del discurso en relación con los conocimientos de los
hablantes, al canal del transmisión y a las limitaciones y condiciones que este impone
al discurso y a las actitudes de los hablantes respecto al mensaje y respecto a la
relación que mantienen el uno con el otro con lo que establece el nivel de formalidad
del lenguaje.
En cuanto a la tipología textual, es algo sabido por los estudiosos del discurso que
la organización que presentan los textos no consiste sólo en un conjunto de rasgos
individualizadores sino que los textos responden, en mayor o menor medida, a
modelos, pautas, formas de organización que los hablantes de una lengua usan y
reconocen. Muy tempranamente y desde la Lingüística del Texto, van Dijk (1978)
propuso el término Superestructura. Si la Macroestructura puede considerarse la
organización semántica particular de cada texto, las superestructuras se definen como
“las estructuras globales que caracterizan el tipo de un texto” (1978: 142). Son una
especie de esquema al que el texto se adapta (143) y algunas de ellas, al menos, son
convencionales pues son reconocidas e identificadas por los hablantes. El concepto de
superestructura es muy importante pues destaca la idea de que la organización
semántica del texto es, antes, una organización pragmática pues, probablemente,
como señala el propio autor, los esquemas globales están en estrecha relación con las
funciones pragmáticas de los textos.
La constatación de que los seres humanos, en el seno de sus modelos culturales,
establecen categorías textuales reconocibles, es también el principal argumento de
Adam (1997) para la presentación de su modelo secuencial. La secuencia se
considera como el patrón composicional básico capaz de organizar estructural y
lingüísticamente textos enteros o partes de textos según determinados principios
organizativos y expresivos. Las secuencias son estructuras prototípicas, es decir, son
modelos a los que las manifestaciones concretas se aproximan en distinto grado.
Aunque han sido muchas y muy diversas las propuestas de clasificación textual, en la
actualidad es su tipología secuencial la que cuenta con un mayor respaldo entre los
analistas del texto. la base cognitiva sobre la que se asienta su tipología es sencilla,
explicativa, aplicable, homogénea y, en consecuencia, práctica a la hora de ser
aplicada al análisis real de textos. Distingue cinco secuencias que pueden presentarse

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en un mismo texto pero que, en razón de su preponderancia, caracterizarán al texto


como perteneciente a uno u otro tipo. Las cinco secuencias son: descriptiva, narrativa,
explicativa, argumentativa y dialogal.

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