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hieran a los demás y les causen mucho dolor, lo que no es sino una

forma de intimidación o terrorismo. Son muchas las personas que


utilizan palabras hirientes con los niños, un cuchillo que puede
retorcerse a diario en el corazón del pequeño durante toda su vida.
Cada día hay, en nuestra familia, en nuestra sociedad y en nuestro
planeta, más gente que lleva un cuchillo clavado en su corazón. Esa es
la causa del miedo, la rabia y el sufrimiento que afecta a la familia, la
sociedad y el mundo en general.

La escucha compasiva

Como buena parte de nuestro sufrimiento se deriva de las


percepciones erróneas, si queremos curar nuestra herida, tenemos antes
que eliminar nuestras percepciones erróneas. «Veo que tal persona está
haciendo esto o aquello, pero quizás la realidad sea muy distinta. Hay
aspectos ocultos que se me escapan. Necesito escucharla más para
comprender mejor lo que está ocurriendo». Y las personas que
consideramos responsables de nuestro sufrimiento también pueden
tener, como nosotros, percepciones erróneas. Cuando hacemos el
esfuerzo de atender y escuchar la otra versión de la historia, nuestra
comprensión aumenta, al tiempo que disminuye nuestra sensación de
daño.
Lo primero que debemos hacer en este tipo de situaciones
consiste en tratar de reconocer internamente que nuestra visión de lo
que ha ocurrido puede estar equivocada. La práctica consiste, en tal
caso, en respirar y caminar conscientemente hasta que nos sintamos
más tranquilos y relajados.
Luego podemos decir, a quienes hayamos considerado causantes
de nuestro daño, que estamos sufriendo y sabemos que nuestro
sufrimiento puede estar causado por nuestra propia visión errónea. En
lugar de acusar directamente a esa persona, debemos acercarnos a ella
para pedirle ayuda y una explicación que nos permita entender por qué
ha dicho o hecho tal o cual cosa.
Existe una tercera alternativa –muy difícil, quizás la más difícil
de todas– que también debemos, en la medida de lo posible, llevar a
cabo. Tenemos que escuchar muy profundamente la respuesta de la
otra persona, con la intención de verla y entenderla mejor. Quizás, de
ese modo, descubramos que hemos sido víctimas de nuestras
percepciones erróneas y que es muy probable que el otro sea también
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presa de sus propias percepciones erróneas.
La escucha profunda y la palabra amable son prácticas muy
poderosas que nos permiten entablar una buena comunicación y
averiguar lo que realmente está ocurriendo. Si nuestro deseo de conocer
la verdad es sincero y sabemos cómo utilizar la escucha profunda y la
palabra amable, es mucho más probable que advirtamos los
sentimientos y percepciones sinceras de los demás. Y, en ese proceso,
podemos descubrir que también nosotros albergamos percepciones
erróneas. Después de escucharles completamente, tenemos la
oportunidad de ayudarles a corregir sus percepciones. Si abordamos así
nuestros agravios, tendremos la oportunidad de convertir el miedo y el
enfado en oportunidades de entablar relaciones más profundas y
verdaderas.
El corazón como puente

Cuando extraes el puñal del odio y la desconfianza que atraviesa


tu corazón, este se transforma en un puente. Cuando te desprendes del
apego, la avidez y el temor, empiezas a ver la otra orilla, la orilla de la
liberación. Tenemos que actuar desde la bondad amorosa porque,
cuando la ira y el odio campan por sus fueros, es imposible llegar a una
solución. Es imposible erradicar la violencia y el miedo con la ira y el
odio, para ello solo sirven el amor y la compasión.
Lo primero que debes decir es: «Querido amigo, tengo clavado
un puñal en el corazón y quiero extraerlo».
Si la otra persona apoya tu oferta de escuchar y empieza a
compartir algo contigo, debes prepararte para ejercitar la escucha
profunda y compasiva. Escucha, pues, con toda tu atención y
concentración, con el único deseo de dar al otro la oportunidad de
expresarse. La escucha profunda y compasiva permite que la otra
persona o la otra nación tengan la oportunidad de decir algo que nunca
tuvieron la oportunidad o el valor de comunicar por no tener a nadie
que escuchara atentamente.
Al principio, sus palabras pueden estar llenas de amargura,
reproches o condenas. Por eso, debes poner todo de tu parte para
permanecer sentado y seguir escuchando tranquilamente. Escuchar de
ese modo proporciona al otro la oportunidad de curar su sufrimiento y
sus percepciones erróneas. Si le interrumpes, corriges o niegas lo que
está diciendo, interrumpes el proceso de reconciliación y
restablecimiento de la comunicación. La escucha profunda requiere que
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la otra persona hable, por más que lo que diga sea injusto y esté
cargado de ideas equivocadas. Cuando escuchas profundamente a
alguien, no solo debes centrarte en el reconocimiento de sus ideas
erróneas, sino en darte cuenta de que tú también albergas ideas
equivocadas sobre la otra persona y sobre ti mismo. Más tarde, cuando
os hayáis calmado y la otra persona se sienta más segura y confiada,
podrás empezar, lenta y cuidadosamente, a tratar de corregir sus ideas
equivocadas. Utilizando palabras amables, puedes señalar el modo en
que ha malinterpretado tus palabras o la situación. Las palabras
amables también pueden hacer que el otro entienda mejor tus propias
dificultades y permitir que ambos os liberéis de las percepciones
equivocadas que son la causa del odio, la ira y la violencia.

Restablecer la comunicación

El objetivo de la escucha profunda y de las palabras amables


consiste en restablecer la comunicación porque, una vez que esta se ha
visto recompuesta, todo es posible, incluida la paz y la reconciliación.
He visto a muchas parejas servirse provechosamente de la escucha
profunda y las palabras amables para solucionar sus problemas o sanar
una relación rota. Gracias a esta práctica, han sido muchos los padres e
hijos, las madres e hijas y las esposas y esposos que han podido
restaurar la paz y la felicidad de sus familias. La escucha profunda y
compasiva y las palabras amables posibilitan la reconciliación, algo de
lo que también pueden aprovecharse los líderes de los países.
Todos podemos reconocer que, cuando aparece una situación
problemática, no somos los únicos que sufrimos. La otra persona que se
halla en la misma situación que nosotros también sufre y somos
parcialmente responsables de su sufrimiento. Cuando entendemos esto,
podemos mirar al otro con los ojos de la compasión y permitir que
aflore la comprensión cuya llegada cambia la situación y posibilita la
comunicación.
Todo proceso real de paz debe comenzar en nuestro interior, en
el seno de nuestro grupo o con nuestra propia gente. No debemos
seguir culpando a los demás por no practicar la paz. Nosotros somos
quienes tenemos que empezar practicando la paz para ayudar a que la
otra parte haga también lo mismo.

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