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Nosotros formamos parte de un grupo de presbíteros que desde hace ya bastante tiempo nos reunimos,
reflexionamos, e intentamos mirar nuestra realidad. Sabiendo que en la próxima reunión de la Conferencia Episcopal
hablarán ustedes de los Presbíteros, nos pareció oportuno hacerles llegar los frutos de nuestra reflexión. No es
producto de una simple iniciativa, sino fruto de mucho de lo que hemos venido madurando en los últimos años; por
eso acompañamos a esta nota un anexo teológico que ilumina y da razones a esto que acá presentamos brevemente.
Esto que aquí les expresamos refleja en mucho el tipo de presbíteros que nosotros queremos ser en medio de
nuestros hermanos.
Nos parece central señalar que una característica fundamental de lo que deben ser los presbíteros radica en
su cercanía a la humanidad, especialmente a las víctimas de los sistemas de inhumanidad y muerte. Creemos que si
se pudiera hablar de “notas” del presbiterio, ésta no podría estar ausente. Esta cercanía lleva a tener como
característica fundamental la credibilidad y la misericordia. La credibilidad es una vida que nos vuelve creíbles. Y
no nos referimos aquí a credibilidad de “encuestas”, sino que los que sufran puedan acercarse a nosotros con libertad
porque les reflejamos sacramentalmente un “Padre rico en misericordia”. La misericordia lleva a padecer lo que los
demás padecen, a “latir con los míseros”, a esperar para nosotros lo que los demás sufren, o les hacen sufrir.
Otro elemento propio de esta “nota”, o quizá otra “nota”, es la semejanza. Nos parece importantísimo que
la gente, particularmente los pobres, experimenten a sus presbíteros como “uno más”, que “usted es como nosotros”,
como a veces nos dicen. Nos preocupa que con mucha frecuencia se ponga el acento precisamente en las diferencias
que nos deben caracterizar, o hasta en una aparente superioridad. Esto también lleva, con frecuencia, a un modo no
precisamente evangélico de ejercicio de la autoridad, sea de algunos miembros de la jerarquía entendiendo a los
presbíteros como sus “empleados”, como a presbíteros haciendo lo mismo en sus comunidades con los laicos.
La cada vez más importante en nuestros discursos “opción preferencial por los pobres”, debería
manifestarse desde la formación hasta en los destinos, desde el modo de vida hasta en nuestras homilías, para que no
sea “palabra hueca” sino fidelidad a lo que Jesús y la Iglesia nos piden. Nos parece que muchas veces los destinos, la
formación y el modo de vida no sólo no reflejan esto sino –con mucha frecuencia- revelan lo contrario.
Ciertamente hablar de los presbíteros sin hablar previamente de la Iglesia es un sin sentido. Creemos que se
impone una buena Eclesiología que permita hablar luego de los ministros. Sino, se corre el riesgo de una reflexión
desde “el poder” y “sobre el poder”, mientras pensamos que la Iglesia debe estar despojada de poder. Su “poder”
debe ser el Espíritu Santo, el mismo que ungió a Jesucristo “para anunciar la buena noticia a los pobres”.
Nos parece importante que los modelos que se propongan a los presbíteros den respuestas a los desafíos de
nuestra realidad. No negamos la santidad de otros, pero nos parece que muchas veces se proponen modelos que nada
tienen que ver con nuestro tiempo y espacio. Creemos que la Iglesia en Argentina y en América Latina es rica en
confesores y mártires como para desoír esta “palabra que Dios nos dirige”. Muchos de estos nos iluminan y
acompañan cotidianamente en nuestro propio ministerio.
Ciertamente esto que acá esbozamos, y presentamos con más detalle en nuestro aporte adjunto, supone una
serie de consecuencias concretas en la vida de los presbíteros que acá queremos presentarles a modo de sugerencia: