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Las palabras tienen su densidad o su ligereza. También los cuerpos, los gestos, los ambientes,
las emociones, los materiales, las ideas, en fin, aplica a todo lo que se puede habitar.
Yo apuesto también por un habitar en lo denso. En lo que se expande en una matriz infinita
de complejidad, de lo que no conoce límites para permitir asociaciones. En mi caso, habito
el lenguaje desde esta posición. Entramado y complejo. Muy propio, a veces incomunicable.
La muerte, por ejemplo, cuando se está vivo es de una densidad insuperable. Cuando se esta
muerto me imagino que es la ligereza hecha aire.
La vida de uno circula por el espectro. Un indicador para ubicar su posición es la sintonía en
devenir o lo estático escrutador. Ambos indicadores refieren a un reflejo del ánimo que los
habita.
Lo denso invita a explorarlo. Lo denso llama. Lo ligero como actitud lo permite. Las palabras,
en cuanto se desplazan de su centro permiten registrarlo.
Entre una cosa y otra, solo una diferencia de densidad y ligereza. Los limites son ficción
cuando el transito es libre. Abierto al cambio, al contacto, a la transición.
Comunicarse implica transparentar el espectro, para juntarse, para fusionarse, para dejarse
entrar unos en otros. Las palabras cargan con esta tarea. También las emociones, el cuerpo y
la voz. Hacer visible lo invisible, lo que es en extremo denso y ligero. Lo intimo y lo que esta
a vista de todos.