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4- Realice un análisis de los cambios acaecidos a fines del siglo y de las reacciones de los
modernistas frente a ellos y los postulados del positivismo latinoamericano. (Romero,
Svampa, Terán, Aberlardo Ramos, Rodó, Vasconcelos, Martí)
5- Lea atentamente el texto "Nuestra América" de José Martí y analice cuales son los
principales tópicos políticos que aparecen en él y que marcan la realidad latinoamericana
de su tiempo y sus peligros.
1) Al problema del pensar lo latinoamericano no le es indiferente el mito de la
modernidad -y viceversa-, debido a que, entre otras cosas, éste último es uno de los
tantos aspectos sintomáticos que denotan la complejidad que implica el planteamiento de
una posible "filosofía de la historia latinoamericana" y, por otro lado, debido a que el
primero no podría ser entendido como problema sin el significante modernidad entendido
desde una perspectiva meramente eurocentrista.
Situación incómoda para todo aquel que reconozca que "la filosofía ha correspondido al
carácter de un árbol trasplantado, y no "de una planta que surgiera de la conjunción de
factores propicios a un brote original y vigoroso de pensamiento" como hace notar el
pensador Augusto Salazar Bondy" (Baeza, 2007, p.3); incomoda porque, evidentemente,
no sería posible pensar en una filosofía creada ex-nihilo reconociéndose hombres -
arrojados- en pleno siglo XIX, con una larga y complicada historia detrás que habrá que
encargarse de estudiar. Pero, además, porque el proceso de extensión progresiva llevado
a cabo por España desde fines del siglo XV y durante los siglos posteriores en aquellas
tierras implicó la supresión de un pensamiento autóctono perteneciente a las
comunidades que yacían allí durante ese tiempo y desde hacía mucho antes.
Esta supresión podría ser, en casos de negación y resistencia de los pueblos dominados
para con los imperativos del Sujeto dominante, física. Y, aunque no lo fuera, la supresión
mental permitiría la internalización de las cualidades fundamentales del Sujeto
eurocentrico en tierras ajenas, con lo cual se allanaría el camino para la constitución de un
pensamiento autocomprendido como el únicamente valido, y con una mayor magnitud se
daría esto en cuanto que para los españoles -hijos de una hegemonía, para ese momento,
pretendidamente mundial- las poblaciones asentadas en aquellos territorios desconocidos
darían cuenta de un lenguaje ininteligible, incomprensible y, por ende, inadmisible. Un
lenguaje, en definitiva, considerado "primitivo", "bárbaro".
Es así que empezaran a establecerse allí pautas ineluctables con las cuales "modernizar"
en aquellos vastos territorios a quienes se consideraban portadores de un atraso inútil.
Una de las formas, además, de asegurar el cumplimiento de estas obligaciones era el
"entrecruzamiento de razas", dentro del cual el mestizo es el ejemplo paradigmático. La
descendencia, así, se convertirá en una de las condiciones sine qua non para la aplicación
de los imperativos morales de las nuevas sociedades dominantes.
Por eso es que, por ejemplo, "para el mexicano José Vasconcelos, subyace en esta
preocupación un deseo de reconocimiento e identidad: “Bien visto y hablando con toda
verdad, casi no nos reconoce el europeo ni nosotros nos reconocemos en él. Tampoco
sería legítimo hablar de un retorno a lo indígena (...) por que no nos reconocemos en el
indígena ni el indio nos reconoce a nosotros" (Baeza, 2007, p.2).
Ahora bien, esto no fue tarea sencilla; en el caso de nuestra "Nación" -entendida no como
un todo articulado definido por una identidad unívoca, sino más bien como la reunión de
los distintos Pueblos y Provincias sujetas a un mismo gobierno- debido -en definitiva- a
que no existía un reconocimiento mutuo entre quienes habitaban las ciudades y quienes
vivían en la campaña. O, en palabras de Sarmiento, entre la Civilización y la Barbarie. El
creador del Facundo, en su momento, llegó a augurar un proceso dialectico entre ambos,
lo cual permitiría, posiblemente, dar lugar a una síntesis que los incluyera como un
compuesto común. Sin embargo, lo que se dio, al parecer, fue una "dialéctica involutiva"
en que la civilización cedió terreno a la barbarie; Rosas sería la demostración fáctica de
aquello.
Esta dificultad incidiría en el trayecto escabroso por el cual la definición del "territorio
nacional" y la constitución de una soberanía sólida quedarían postergadas
indefinidamente. El problema, por mal que le haya pesado en su momento a Alberdi, es
que a veces las teorías tienden a volverse utopías a causa de las contingencias de la
política, por ser un ámbito, aquel, en el que se está entre dilemas y por lo cual, muchas de
las veces, se tiene que optar por elegir estratégicamente.
Durante el siglo XIX, evidentemente, no hay un contexto, sino que hay varios de ellos a los
cuales hay que adecuarse, y desde los cuales se plantearan distintos proyectos de
desarrollo de las instituciones en busca de un orden político con mayor o menor
consistencia según en donde se intentara establecer y cómo, y esto cobrará fuerza fáctica
con la aparición de diversos visionarios e intelectuales que delimitaran los sucesos
posteriores, marcando una fuerte impronta en cuanto a cuales serán los procesos que
deberán ser llevados a cabo para la constitución de una Patria prospera, junto con líderes
que -dependiendo de la proveniencia personal- se encargaran de las decisiones
fundamentales por las cuales las distintas sociedades de la época irán adquiriendo sus
rasgos distintivos.
Simón Bolívar, por otro lado, en el "Discurso de Angostura" -pronunciado en 1819 con
motivo de la instalación del segundo Congreso Constituyente de la República de
Venezuela- explicita una serie de medidas a establecer a posteriori de la independencia, y
que incluían -sin emular modelos extraños- el establecimiento de un régimen centralizado,
que estuviera, a su vez, basado en un Poder Público compuesto por las ramas
tradicionales: un poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial; además, Bolívar sugiere agregar un
cuarto poder denominado Poder Moral, con el cual nutrir a la población de virtudes e
instar a los políticos a ser ilustrados en su tarea. Por otro lado, también concebía la idea
de una Cámara Alta hereditaria. Este conjunto de medidas se traducirían en la instalación
de un régimen republicano-democrático en el que se proscribiera a la nobleza, así como
también en el cual se aboliera la esclavitud.
Alberdi, por su parte, ve como la realización de las objetivos mediante la revolución carece
profundamente de un contenido intelectual, por lo que cree que aquella debe estar
imprescindiblemente legitimada a partir de las ideas, sin las cuales no tendría
consistencia. Para la generación de aquellas ideas, habían dos cosas a tener en cuenta
antes, y que permitirían el pensamiento de las mismas: la emancipación material -que era
evidente-, y, además -no es menor- el hecho de que Rosas -caudillo inusitado- había
iniciado una nueva época en el País, que estaría caracterizada por el orden, la paz
internar, en fin, la todavía frágil "unidad nacional". Quedaba, entonces, proyectar las
bases para la génesis de una nueva filosofía, una filosofía autentica que permitiera
cimentar las bases para la constitución real de una nacionalidad.
3) La obra que expone en completud las implicancias del dilema Civilización y Barbarie en
el pensamiento político latinoamericano del siglo XIX es el Facundo, de Domingo Faustino
Sarmiento. A lo largo de la obra, hay una diferenciación tajante entre la ciudad y la
campaña; es el hombre civilizado quien habitara la urbe, en donde están las leyes, el
progreso, la educación, el gobierno regular, etcétera. En cambio, el hombre que vive en la
campaña -representado por el gaucho de las regiones desérticas- detesta a aquel que yace
en la ciudad, y odia sus facultades cultas.
En la campaña no es posible la cohesión social en pos de la constitución genuina de una
sociedad, existiendo allí tan solo familias feudales aisladas; tampoco hay allí
municipalidades, justicia ni coerción posible del Estado. La perspectiva del Progreso queda
allí trunca, debido a que no podrá llevarse a cabo -entre tantas cosas- por la imposibilidad
de poseer el suelo, máxime teniendo en cuenta que las razas habitantes del campo se
caracterizarían por el amor al ocio y la incompetencia para los desarrollos industriales.
El conflicto reside en que para la consecución de una sociedad organizada bajo las ordenes
de un gobierno regular hacía falta un estado civil disciplinado en el que se evitara la
dispersión y la anomia, lo cual no podría llevarse a cabo sin la unión reciproca entre el
hombre de la ciudad y el hombre de la campaña, a pesar de sus grandes diferencias. La
búsqueda de una identidad nacional, es decir, de una sutura de la sociedad que permitiera
alcanzar el objetivo explicitado se desarrollaría mediante las grandes teorías de ciertos
autores franceses e ingleses que habían contribuido a la unidad de su población, y quienes
se encargarían de poner de relieve en tierras ajenas aquellas teorías eran individuos como
Alberdi, Sarmiento -para quien, en su paso por Estados Unidos, tendría en claro lo que
hacía falta para cumplir sus objetivos futuros- y otros autores, siempre desde una
perspectiva progresista.
Sarmiento veía que en la campaña solo podría darse el establecimiento efímero de una
sociedad ficticia que estaría ubicada en las pulperías, dado que allí se emitían y recibían
las noticias con la concurrencia de los parroquianos de la zona, quienes se relacionaban
fraternalmente. Para la transmutación de las costumbres de los habitantes de la campaña,
era necesario que hubiera un desplazamiento de los flujos civiles del hombre moderno a
modo de chorros sociales que impregnaran a los barbaros de las características mas
virtuosas suscitadas por el ethos europeo.
Sucede que, aunque disimiles las tradiciones políticas nombradas anteriormente, todas
ellas hicieron una relectura de la imagen dicotómica con el objetivo de interpretar la
realidad de su tiempo desde una base particular de pensamiento, con tópicos propios de
las corrientes ideológicas que defendían en tanto que adherentes de aquellas.
4) A fines del siglo XIX se da la finalización de una serie de procesos modernizadores en las
distintas áreas, tales como la de la política, económica y social. En la década de 1880, por
ejemplo, se concluye el establecimiento estructural del Estado nacional, que tendrá como
facultad el monopolio de la fuerza legitima; la ciudad de Buenos Aires, a su vez, es
federalizada.
En cuanto a la ultima problemática, es válido decir que fueron mayores los problemas que
se dieron con la llegada masiva de inmigrantes durante los últimos años del siglo que los
beneficios necesarios para la tan esperada consecución del sujeto que representara la
debida investidura de la Nación. Hubieron dos inconvenientes negativos en este sentido,
que tuvieron que ver, por un lado, con que era exigua la cantidad de extranjeros que se
nacionalizaban argentinos y, por el otro, con la activa participación en prácticas hasta
ahora propias de los nativos americanos.
Es necesario agregar a esto que, pese a las aspiraciones de Sarmiento y Alberdi respecto
de los inmigrantes -pensados por estos exclusivamente como anglosajones, industriosos y
educados mediante la tradición liberal- aquellos extranjeros que llegaron a la Nación "no
eran sajones, ni estaban educados en una tradición política liberal, ni tampoco colmaron
el desierto argentino, sino que se agolparon en las ciudades" (Svampa, 1994, p.121).
Resultaba ser que muchos de los inmigrantes tenían una procedencia rural, que explicaría
su carencia de la cultura urbana tan enaltecida por aquellos autores del 37´.
El movimiento positivista de fin de siglo -se desarrolla principalmente entre 1890 y 1910
en Argentina- es una -en principio- corriente filosófica originada a partir de los planteos de
Auguste Comte. Ramos Mejía es un exponente de esta corriente ideológica proveniente
de Francia, y denota en su obra "Las multitudes argentinas" que fue un hecho causal que
el pensamiento político de ese momento estuviera regido, en gran medida, por el
positivismo científico, con el cual se buscaría la conjunción entre Orden y Progreso, frente
al decadente proceso de dispersión producto de la aparición de aquellas masas
desorganizadas. Lo que había que proteger, y en este sentido el positivismo cumpliría una
funcionalidad evidente, era la gobernabilidad por sobre la irracionalidad incontrolable de
las multitudes movidas por meros lazos de sugestión. Y, por otro lado, también habría que
proteger la gobernabilidad de aquellos lideres demagógicos que, haciendo uso de una
retorica ambigua, pudieran canalizar las demandas bobaliconas y sentimentales de las
muchedumbres ignorantes.
Es claro que Martí se refiere a varios de los problemas padecidos por -nuestra- América
durante el siglo XIX; hay premisas contundentes del autor, como por ejemplo la de
considerar a aquella América como una sola, en la que yacen los distintos pueblos
americanos que, para luchar contra el dominio estadounidense, deben conocerse
recíprocamente, sabiéndose hermanos de una misma Patria: una Patria condenada al
secular dominio externo.
Hay que apreciar la propia Patria y, sobre todo, conseguir dominarla; respecto de esto
último, para ello será condición sine qua non conocer nuestras tierras, el suelo sobre el
que estamos asentados y llevamos a cabo nuestras costumbres por medio de acciones.
Hay que saber de qué elementos esta hecho el País. La gobernanza de aquel implicara que
los estudiosos dejen de serlo solamente de países ajenos, y que empiecen a serlo de sus
propias regiones.
Ahora bien, al conocer de manera genuina el propio País se podrá recién gobernarlo, para
así liberarlo de las tiranías que tanto han sojuzgado a las poblaciones de allí; es así que se
podrá reemplazar a los políticos de tinte exóticos por políticos nacionales.
Además, otro peligro para América es el del lujo, la ostentosidad, la filigrana anodina de la
cual hay que cuidarse debido a que es considerada por el autor como el "enemigo de la
libertad". En este complejo proceso no importara la raza de los libertarios; las poblaciones
de América, los indios, los negros, los blancos, los mestizos han de confluir para batallar
contra los enemigos y opresores que han cercenado durante tanto tiempo nuestra
libertad, nuestra independencia y nuestra igualdad.