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Parcial de Pensamiento Político Latinoamericano (domiciliario)

Nombre y Apellido: Berraz Oroño Leandro

1- ¿Cómo se relaciona el mito de la modernidad con el problema del pensar


latinoamericano? (Zea, Dussel, Quijano, Candia Baeza)

2- ¿Cuales fueron, a su criterio, los problemas centrales del pensamiento latinoamericano


del siglo XIX? Desarrolle el contexto de las distintas propuestas de desarrollo de
organizaciones institucionales y constituyentes del orden político y sus fundamentos.
(Chiaramonte, Terán, Feinmann, Svampa, Bolívar, Monteagudo, Sarmiento, Alberdi,
Abelardo Ramos)

3- Analice e investigue las implicancias del dilema civilización y barbarie en el pensamiento


político latinoamericano del siglo XIX. (Svampa, Sarmiento, Alberdi, Abelardo Ramos,
Terán).

4- Realice un análisis de los cambios acaecidos a fines del siglo y de las reacciones de los
modernistas frente a ellos y los postulados del positivismo latinoamericano. (Romero,
Svampa, Terán, Aberlardo Ramos, Rodó, Vasconcelos, Martí)

5- Lea atentamente el texto "Nuestra América" de José Martí y analice cuales son los
principales tópicos políticos que aparecen en él y que marcan la realidad latinoamericana
de su tiempo y sus peligros.
1) Al problema del pensar lo latinoamericano no le es indiferente el mito de la
modernidad -y viceversa-, debido a que, entre otras cosas, éste último es uno de los
tantos aspectos sintomáticos que denotan la complejidad que implica el planteamiento de
una posible "filosofía de la historia latinoamericana" y, por otro lado, debido a que el
primero no podría ser entendido como problema sin el significante modernidad entendido
desde una perspectiva meramente eurocentrista.

"Filosofía de la historia latinoamericana" -deberá decirse- que, según Leopoldo Zea, no se


vuelve sobre sí por no referirse a ideas propias del sujeto latinoamericano, sino que, más
bien, hace alusión a "la forma como han sido adaptadas a la realidad latinoamericana,
ideas europeas u occidentales" (Zea, 1969, p.3). Esto último pone de relieve, de manera
implícita, la expansión universal del arquetipo particular materializado en el sujeto
europeo, lo cual comenzará a operar luego de -y durante- los fenómenos intra-europeos
que destaca Dussel en su obra "Europa, modernidad y eurocentrismo", tales como el
Renacimiento italiano, la Ilustración, la Revolución francesa, etcétera.

Es a través de estos acontecimientos -pero no precisamente a partir de ellos según su


lectura crítica- que Europa logra colocarse -mediante estrategias geopolíticas- como
centro de la historia mundial, y es por medio de un universalismo abstracto que justificara
sus desplazamientos e intervenciones a lo largo y ancho del planeta; son sus
procedimientos colonizadores sobre el continente Americano lo que aquí preocupa y
motiva a considerar, dubitativamente, cuán lejos -o cerca- "estamos" de ser una Nación
con espíritu propio.

Es en el periodo decimonónico el momento en el cual surgen una serie de pensadores,


intelectuales, visionarios de época que se encargaran de fijar las condiciones por las cuales
la emancipación de los pueblos americanos se convierta en un proyecto posible, en un
intento de aquellos de desarraigarse de las ataduras de un pasado próximo -colonizante,
opresivo-, fijándose a sí mismos desde un presente inmediato que los asedia por
innumerables problemas y buscando un porvenir que, por estar siempre un paso delante y
pertenecer a un plano -todavía- abstracto, les trasciende.

Situación incómoda para todo aquel que reconozca que "la filosofía ha correspondido al
carácter de un árbol trasplantado, y no "de una planta que surgiera de la conjunción de
factores propicios a un brote original y vigoroso de pensamiento" como hace notar el
pensador Augusto Salazar Bondy" (Baeza, 2007, p.3); incomoda porque, evidentemente,
no sería posible pensar en una filosofía creada ex-nihilo reconociéndose hombres -
arrojados- en pleno siglo XIX, con una larga y complicada historia detrás que habrá que
encargarse de estudiar. Pero, además, porque el proceso de extensión progresiva llevado
a cabo por España desde fines del siglo XV y durante los siglos posteriores en aquellas
tierras implicó la supresión de un pensamiento autóctono perteneciente a las
comunidades que yacían allí durante ese tiempo y desde hacía mucho antes.

Esta supresión podría ser, en casos de negación y resistencia de los pueblos dominados
para con los imperativos del Sujeto dominante, física. Y, aunque no lo fuera, la supresión
mental permitiría la internalización de las cualidades fundamentales del Sujeto
eurocentrico en tierras ajenas, con lo cual se allanaría el camino para la constitución de un
pensamiento autocomprendido como el únicamente valido, y con una mayor magnitud se
daría esto en cuanto que para los españoles -hijos de una hegemonía, para ese momento,
pretendidamente mundial- las poblaciones asentadas en aquellos territorios desconocidos
darían cuenta de un lenguaje ininteligible, incomprensible y, por ende, inadmisible. Un
lenguaje, en definitiva, considerado "primitivo", "bárbaro".

Es así que empezaran a establecerse allí pautas ineluctables con las cuales "modernizar"
en aquellos vastos territorios a quienes se consideraban portadores de un atraso inútil.
Una de las formas, además, de asegurar el cumplimiento de estas obligaciones era el
"entrecruzamiento de razas", dentro del cual el mestizo es el ejemplo paradigmático. La
descendencia, así, se convertirá en una de las condiciones sine qua non para la aplicación
de los imperativos morales de las nuevas sociedades dominantes.

El largo proceso de instalación de un ethos completamente in-diferente al de las


poblaciones indígenas de esas tierras, el cual habría de adoptar todo aquel que quisiera
evitar el suplicio de los más fuertes, será el condicionamiento futuro que tuvieron quienes
se esforzaron en pensar acerca de una posible filosofía del sujeto latinoamericano. Es así
que, en síntesis, quien piense en términos de un pensamiento latinoamericano tenderá
indefectiblemente a situarse en un "centro" de carácter abisal, en el cual se explorará
fijando y estudiando primeramente los "costados" en tensión para luego transmutar y
convertirse en un equilibrista de los antagonismos.

Por eso es que, por ejemplo, "para el mexicano José Vasconcelos, subyace en esta
preocupación un deseo de reconocimiento e identidad: “Bien visto y hablando con toda
verdad, casi no nos reconoce el europeo ni nosotros nos reconocemos en él. Tampoco
sería legítimo hablar de un retorno a lo indígena (...) por que no nos reconocemos en el
indígena ni el indio nos reconoce a nosotros" (Baeza, 2007, p.2).

Pensar lo latinoamericano implicara, como requisito principal, desmenuzar aquellos mitos


instituidos apriori de nuestra condición de habitantes contemporáneos y, por otro lado,
intentar reconstruir una realidad doble, en la cual se existirá como americano por
nacimiento, pero se accionara como europeo por derecho, como explicitará otrora -y de
manera casi idéntica- Bolívar.
2) Si bien en la respuesta de la presente consigna debiera atenerme a mi criterio formal,
pienso que es válido comenzar con una cita sobre los dichos de Chiaramonte respecto de
los problemas acaecidos en lo que luego habría de llamarse la Nación Argentina, pero que
-según mi parecer- engloba también los dramas que explican gran parte de las peripecias
latinoamericanas del siglo XIX, expresados por dicho autor de una manera muy concisa y
esclarecedora; así es que, según su perspectiva "el problema central que explica la
sustancia de gran parte de los conflictos del periodo fue la cuestión de la legitimidad del
nuevo poder a erigir. Esto es, el de como reemplazar la legitimidad de la monarquía
castellana por otra soberanía, igualmente legítima, que pudiera garantizar el orden social"
(Chiaramonte, p.134).

Los principales problemas, a mi juicio y según la peculiaridad de los procesos


acontecimentales que marcaron el periodo decimonónico en la región, son, en principio,
el intento de llevar a cabo una serie de revoluciones independentistas -que, según
Sarmiento, nacen del seno común de las ideas europeas- por medio de la cual pudiera
suscitarse el cese del yugo al que el continente latinoamericano estaba atado
involuntariamente hacía siglos; luego, sería indispensable formular un nuevo proyecto que
permitiera enlazar los elementos heredados de las costumbres hispánicas junto con las
cualidades de aquellos pueblos autóctonos sojuzgados en nombre del Sujeto universal que
hasta ese momento estaba representado por el individuo español.

Ahora bien, esto no fue tarea sencilla; en el caso de nuestra "Nación" -entendida no como
un todo articulado definido por una identidad unívoca, sino más bien como la reunión de
los distintos Pueblos y Provincias sujetas a un mismo gobierno- debido -en definitiva- a
que no existía un reconocimiento mutuo entre quienes habitaban las ciudades y quienes
vivían en la campaña. O, en palabras de Sarmiento, entre la Civilización y la Barbarie. El
creador del Facundo, en su momento, llegó a augurar un proceso dialectico entre ambos,
lo cual permitiría, posiblemente, dar lugar a una síntesis que los incluyera como un
compuesto común. Sin embargo, lo que se dio, al parecer, fue una "dialéctica involutiva"
en que la civilización cedió terreno a la barbarie; Rosas sería la demostración fáctica de
aquello.

Esta dificultad incidiría en el trayecto escabroso por el cual la definición del "territorio
nacional" y la constitución de una soberanía sólida quedarían postergadas
indefinidamente. El problema, por mal que le haya pesado en su momento a Alberdi, es
que a veces las teorías tienden a volverse utopías a causa de las contingencias de la
política, por ser un ámbito, aquel, en el que se está entre dilemas y por lo cual, muchas de
las veces, se tiene que optar por elegir estratégicamente.
Durante el siglo XIX, evidentemente, no hay un contexto, sino que hay varios de ellos a los
cuales hay que adecuarse, y desde los cuales se plantearan distintos proyectos de
desarrollo de las instituciones en busca de un orden político con mayor o menor
consistencia según en donde se intentara establecer y cómo, y esto cobrará fuerza fáctica
con la aparición de diversos visionarios e intelectuales que delimitaran los sucesos
posteriores, marcando una fuerte impronta en cuanto a cuales serán los procesos que
deberán ser llevados a cabo para la constitución de una Patria prospera, junto con líderes
que -dependiendo de la proveniencia personal- se encargaran de las decisiones
fundamentales por las cuales las distintas sociedades de la época irán adquiriendo sus
rasgos distintivos.

En el "Plan de operaciones" de Mariano Moreno se encuentran una serie de medidas con


las cuales, si bien se busca principalmente afianzar la Revolución de 1810 -es por eso que
la Junta de Mayo le había encomendado elaborar aquel proyecto- se intentaría reafirmar
la voluntad de establecer un nuevo sistema de gobierno soberano. En este plan Moreno
dejaba en claro que era un profundo lector de las ideas de Rousseau, siendo que allí se
defendía el concepto de soberanía popular, concepto que sería levantado por los
revolucionarios franceses; en lo que respectaba al plano económico, defendería el rol del
Estado como forma de neutralizar la injerencia de potencias extranjeras. Además, creía
que en los casos de las naciones en formación, el Estado era la garantía única de llevar a
cabo un desarrollo industrial solido; también consideraba impedir el enriquecimiento
incesante de minorías en detrimento de los intereses del pueblo americano.

Simón Bolívar, por otro lado, en el "Discurso de Angostura" -pronunciado en 1819 con
motivo de la instalación del segundo Congreso Constituyente de la República de
Venezuela- explicita una serie de medidas a establecer a posteriori de la independencia, y
que incluían -sin emular modelos extraños- el establecimiento de un régimen centralizado,
que estuviera, a su vez, basado en un Poder Público compuesto por las ramas
tradicionales: un poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial; además, Bolívar sugiere agregar un
cuarto poder denominado Poder Moral, con el cual nutrir a la población de virtudes e
instar a los políticos a ser ilustrados en su tarea. Por otro lado, también concebía la idea
de una Cámara Alta hereditaria. Este conjunto de medidas se traducirían en la instalación
de un régimen republicano-democrático en el que se proscribiera a la nobleza, así como
también en el cual se aboliera la esclavitud.

Son insoslayables, en tanto que precursores de la búsqueda necesaria de una identidad


nacional, Sarmiento y Alberdi, ambos figuras fundamentales de "la Generación del 37". No
es menor que aquella generación haya sido considerada como el primer movimiento
intelectual interesado en interpretar la realidad argentina con el objetivo de encontrar un
rumbo común. La directriz ideológica de ambos autores estará fuertemente influenciada
por el romanticismo alemán del siglo XVIII, en contraste con la ilustración, corriente
mediante la cual se pensaba la realidad desde parámetros estrictamente racionales a
través de un modelo cientificista.

Alberdi, por su parte, ve como la realización de las objetivos mediante la revolución carece
profundamente de un contenido intelectual, por lo que cree que aquella debe estar
imprescindiblemente legitimada a partir de las ideas, sin las cuales no tendría
consistencia. Para la generación de aquellas ideas, habían dos cosas a tener en cuenta
antes, y que permitirían el pensamiento de las mismas: la emancipación material -que era
evidente-, y, además -no es menor- el hecho de que Rosas -caudillo inusitado- había
iniciado una nueva época en el País, que estaría caracterizada por el orden, la paz
internar, en fin, la todavía frágil "unidad nacional". Quedaba, entonces, proyectar las
bases para la génesis de una nueva filosofía, una filosofía autentica que permitiera
cimentar las bases para la constitución real de una nacionalidad.

Ahora bien, durante el segundo mandato de Rosas se produce el expansionismo francés,


específicamente en mayo del 38´; esto generó un grave conflicto que condicionará el
pensar futuro de Alberdi, debido a que Francia era aquella nación de la cual maman
culturalmente muchos de los autores del 37´ y una de las razones por la cual nuestro autor
comprende a Rosas. A partir de allí hubo un giro de 180° en aquel, en tanto que eligió el
principio universal del Progreso propio de la Civilización del sujeto europeo. De esa
manera, se exilia en Montevideo y crea su obra "Bases y puntos de partida para la
organización política de la República Argentina", en la cual imagina un proyecto
fundacional para introducir al país en la corriente de la modernidad, en un momento de
puro descreimiento sobre que los hábitos necesarios para ello fueran producto de una
capacidad endógena, por lo que adopta la "teoría del trasplante inmigratorio" confiando
en el ethos de los inmigrantes europeos, quienes, con su laboriosidad, permitirían, se
suponía, la constitución del sujeto nacional argentino.

3) La obra que expone en completud las implicancias del dilema Civilización y Barbarie en
el pensamiento político latinoamericano del siglo XIX es el Facundo, de Domingo Faustino
Sarmiento. A lo largo de la obra, hay una diferenciación tajante entre la ciudad y la
campaña; es el hombre civilizado quien habitara la urbe, en donde están las leyes, el
progreso, la educación, el gobierno regular, etcétera. En cambio, el hombre que vive en la
campaña -representado por el gaucho de las regiones desérticas- detesta a aquel que yace
en la ciudad, y odia sus facultades cultas.
En la campaña no es posible la cohesión social en pos de la constitución genuina de una
sociedad, existiendo allí tan solo familias feudales aisladas; tampoco hay allí
municipalidades, justicia ni coerción posible del Estado. La perspectiva del Progreso queda
allí trunca, debido a que no podrá llevarse a cabo -entre tantas cosas- por la imposibilidad
de poseer el suelo, máxime teniendo en cuenta que las razas habitantes del campo se
caracterizarían por el amor al ocio y la incompetencia para los desarrollos industriales.

El conflicto reside en que para la consecución de una sociedad organizada bajo las ordenes
de un gobierno regular hacía falta un estado civil disciplinado en el que se evitara la
dispersión y la anomia, lo cual no podría llevarse a cabo sin la unión reciproca entre el
hombre de la ciudad y el hombre de la campaña, a pesar de sus grandes diferencias. La
búsqueda de una identidad nacional, es decir, de una sutura de la sociedad que permitiera
alcanzar el objetivo explicitado se desarrollaría mediante las grandes teorías de ciertos
autores franceses e ingleses que habían contribuido a la unidad de su población, y quienes
se encargarían de poner de relieve en tierras ajenas aquellas teorías eran individuos como
Alberdi, Sarmiento -para quien, en su paso por Estados Unidos, tendría en claro lo que
hacía falta para cumplir sus objetivos futuros- y otros autores, siempre desde una
perspectiva progresista.

Sarmiento veía que en la campaña solo podría darse el establecimiento efímero de una
sociedad ficticia que estaría ubicada en las pulperías, dado que allí se emitían y recibían
las noticias con la concurrencia de los parroquianos de la zona, quienes se relacionaban
fraternalmente. Para la transmutación de las costumbres de los habitantes de la campaña,
era necesario que hubiera un desplazamiento de los flujos civiles del hombre moderno a
modo de chorros sociales que impregnaran a los barbaros de las características mas
virtuosas suscitadas por el ethos europeo.

Si bien continuamente se piensa el ciudadano civilizado por sobre el bárbaro irracional y


salvaje, la conjunción posible entre la Civilización y la Barbarie mediante aquella Y indica la
búsqueda de un encuentro posible entre una y otra, que era lo que en definitiva se
buscaba, aunque luego -casi a fines de siglo- la Y fuese sustituida por una O, luego de la
caída de Rosas. Es, en relación con lo escrito anteriormente, evidente la transversalidad de
la imagen dicotómica sarmientina en las distintas tradiciones políticas posteriores; para
Svampa, "en la época de la fundación de la Argentina moderna, ésta ocupó un lugar
central, determinante, en el marco de un proyecto que evidentemente tuvo una
dimensión excluyente, porque implicaba la marginación y el llamado al exterminio de
indígenas y montoneras, pero al mismo tiempo tuvo una dimensión, o una vertiente
integracionista, en su vinculación con ciertos ideales europeos de progreso y civilización,
por la vía de la inmigración" (Svampa, 2010, p.2-3). La autora nombra una serie de
tradiciones políticas atravesadas por esta dicotomía simbólica sarmientina, y se refiere "a
la tradición democrático-populista, a la tradición liberal-conservadora, a la tradición
política de izquierda y a la tradición, por supuesto, autoritaria conservadora" (Svampa,
2010, ibídem).

Sucede que, aunque disimiles las tradiciones políticas nombradas anteriormente, todas
ellas hicieron una relectura de la imagen dicotómica con el objetivo de interpretar la
realidad de su tiempo desde una base particular de pensamiento, con tópicos propios de
las corrientes ideológicas que defendían en tanto que adherentes de aquellas.

Por último, me gustaría volver a citar a la autora, respecto de la productividad discursiva a


partir de aquella imagen en tanto que metáfora de las posteriores oposiciones políticas
irresolubles; según Svampa "La imagen constituye sin duda una metáfora más o menos
recurrente del lenguaje político, que reaparece en momentos de confrontación política
aguda y a través de la cual la sociedad presenta sus divisiones bajo la forma de
antagonismos inconciliables" (Svampa, 2010, p.4), véase, en este sentido, las oposiciones
Unitarios/Federales, Centro/Interior, Causa/Régimen, Peronismo/Antiperonismo,
etcétera.

4) A fines del siglo XIX se da la finalización de una serie de procesos modernizadores en las
distintas áreas, tales como la de la política, económica y social. En la década de 1880, por
ejemplo, se concluye el establecimiento estructural del Estado nacional, que tendrá como
facultad el monopolio de la fuerza legitima; la ciudad de Buenos Aires, a su vez, es
federalizada.

Es a partir de allí, ósea, de la constitución de un Estado que abarcara un territorio nacional


delimitado geográficamente, que se sancionan leyes laicas respecto de la educación y
también del registro civil.

En cuanto a las medidas transformadoras llevadas a cabo en el plano económico, se puede


poner de relieve la división internacional laboral que ubicaba a Argentina en el rubro de
los productores de bienes agropecuarios, teniendo -producto de ello- un crecimiento
ascendente. Fue con la "Campaña del desierto" que se logra una apropiación -a base del
asesinato- de los territorios ocupados hasta ese entonces por los pueblos indígenas, lo
cual le permitiría a los victimarios expandir el territorio de la Nación en pos de percibir
cuantiosas inversiones inglesas con las cuales se crearían extensas redes de vías férreas.
Es por el ingreso del País a la modernidad que surgirán un conjunto de problemáticas
sociales, nacionales, políticas y, más específicamente, dramas producto de la afluencia de
los vastos flujos inmigratorios provenientes de Europa hacia el País.

En cuanto al aspecto social, los problemas se debían a la complejidad inherente del


mundo laboral urbano; respecto del drama nacional, este estaba caracterizado por el
arduo proceso de construcción de una identidad colectiva, es decir, de una sociedad
suturada; la problemática política estaría dada por la dubitatividad y complejidad de
asignación de responsabilidades de las clases dirigentes a las masas al interior de la
"República posible", pensada -literalmente- por Alberdi.

En cuanto a la ultima problemática, es válido decir que fueron mayores los problemas que
se dieron con la llegada masiva de inmigrantes durante los últimos años del siglo que los
beneficios necesarios para la tan esperada consecución del sujeto que representara la
debida investidura de la Nación. Hubieron dos inconvenientes negativos en este sentido,
que tuvieron que ver, por un lado, con que era exigua la cantidad de extranjeros que se
nacionalizaban argentinos y, por el otro, con la activa participación en prácticas hasta
ahora propias de los nativos americanos.

Es necesario agregar a esto que, pese a las aspiraciones de Sarmiento y Alberdi respecto
de los inmigrantes -pensados por estos exclusivamente como anglosajones, industriosos y
educados mediante la tradición liberal- aquellos extranjeros que llegaron a la Nación "no
eran sajones, ni estaban educados en una tradición política liberal, ni tampoco colmaron
el desierto argentino, sino que se agolparon en las ciudades" (Svampa, 1994, p.121).
Resultaba ser que muchos de los inmigrantes tenían una procedencia rural, que explicaría
su carencia de la cultura urbana tan enaltecida por aquellos autores del 37´.

Estas dificultades encontradas intentaron ser solucionadas a través de la intervención del


Estado por -en ocasiones- vías coercitivas (por ejemplo, mediante las leyes de Residencia,
el accionar policial y parapolicial, etc.), o por -en otros casos- vías de consenso, con una
focalización en la integración de los extranjeros -y sus descendientes- a una única
identidad, que sería la de la nacionalidad argentina. Esta intención de nacionalizar a los
extranjeros se vería reforzada mediante dispositivos disciplinares tales como la educación
publica y el servicio militar obligatorio, así como también las agrupaciones políticas, las
asociaciones civiles, etc.)

El movimiento positivista de fin de siglo -se desarrolla principalmente entre 1890 y 1910
en Argentina- es una -en principio- corriente filosófica originada a partir de los planteos de
Auguste Comte. Ramos Mejía es un exponente de esta corriente ideológica proveniente
de Francia, y denota en su obra "Las multitudes argentinas" que fue un hecho causal que
el pensamiento político de ese momento estuviera regido, en gran medida, por el
positivismo científico, con el cual se buscaría la conjunción entre Orden y Progreso, frente
al decadente proceso de dispersión producto de la aparición de aquellas masas
desorganizadas. Lo que había que proteger, y en este sentido el positivismo cumpliría una
funcionalidad evidente, era la gobernabilidad por sobre la irracionalidad incontrolable de
las multitudes movidas por meros lazos de sugestión. Y, por otro lado, también habría que
proteger la gobernabilidad de aquellos lideres demagógicos que, haciendo uso de una
retorica ambigua, pudieran canalizar las demandas bobaliconas y sentimentales de las
muchedumbres ignorantes.

El positivismo permitiría conocer este nuevo fenómeno de fines del periodo


decimonónico, mediante la aplicación de las leyes científicas a los hechos sociales
tomados como objetos de estudio.

En el mismo período de tiempo en que se desarrolla el positivismo intelectual, tiende a


hacerlo también el modernismo cultural en términos estético-literarios; este movimiento
realiza una crítica a la legitimación que hace el positivismo del exceso de civilización
respecto de los símbolos conceptuales más importantes de la modernidad, los cuales eran
la Razón, la Ciencia, etcétera. Es, según esta visión romántica del mundo -conteniendo en
si la búsqueda del ideal de la belleza-, aquel exceso el responsable de las crisis de la
conciencia europea de entonces, en tanto que se puso encima -por mucho tiempo- el
criterio numerológico y objetivo sobre las capacidades y aptitudes de los hombres.

Este nuevo movimiento, considerado "antipositivista", estuvo liderado en Hispanoamérica


por Rubén Darío, nicaragüense que -en el momento más importante de aquella corriente-
emigro hacia Buenos Aires, formando, tiempo después, un circulo intelectual en el que
estaría -entre otros- Leopoldo Lugones. El modernismo, en definitiva, no prima los valores
utilitarios, tangibles de la modernidad.

5) En el breve texto "Nuestra América" de José Martí, se encuentran distintos tópicos


políticos importantes. En su mayoría, estos tópicos no son identificables en una primera
lectura, sino que más bien se encuentran latentes en forma de metáforas, a veces,
intrincadas.

Es claro que Martí se refiere a varios de los problemas padecidos por -nuestra- América
durante el siglo XIX; hay premisas contundentes del autor, como por ejemplo la de
considerar a aquella América como una sola, en la que yacen los distintos pueblos
americanos que, para luchar contra el dominio estadounidense, deben conocerse
recíprocamente, sabiéndose hermanos de una misma Patria: una Patria condenada al
secular dominio externo.

Hay que apreciar la propia Patria y, sobre todo, conseguir dominarla; respecto de esto
último, para ello será condición sine qua non conocer nuestras tierras, el suelo sobre el
que estamos asentados y llevamos a cabo nuestras costumbres por medio de acciones.
Hay que saber de qué elementos esta hecho el País. La gobernanza de aquel implicara que
los estudiosos dejen de serlo solamente de países ajenos, y que empiecen a serlo de sus
propias regiones.

Ahora bien, al conocer de manera genuina el propio País se podrá recién gobernarlo, para
así liberarlo de las tiranías que tanto han sojuzgado a las poblaciones de allí; es así que se
podrá reemplazar a los políticos de tinte exóticos por políticos nacionales.

Además, otro peligro para América es el del lujo, la ostentosidad, la filigrana anodina de la
cual hay que cuidarse debido a que es considerada por el autor como el "enemigo de la
libertad". En este complejo proceso no importara la raza de los libertarios; las poblaciones
de América, los indios, los negros, los blancos, los mestizos han de confluir para batallar
contra los enemigos y opresores que han cercenado durante tanto tiempo nuestra
libertad, nuestra independencia y nuestra igualdad.

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