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Nueva Doctrina Penal


2005/B
p. 465-490

Sobre lo bueno y lo malo de inculpar y de vernos como víctimas 


Jaime Malamud Goti
Introducción.

Mientras escribía este ensayo en el 2005, conforme a la retórica insistente del


poder ejecutivo argentino sobre la fuerza de la Justicia y la Verdad de la reciente historia
del país, los fiscales federales se aprestaban a acusar criminalmente a centenares de
oficiales militares. El blanco de las acciones son sospechados de tomar parte en la ya
afamada Guerra Sucia, librada entre 1974 y 1980 (circa.) y, mientras algunos de ellos ya
han fallecido, los más, se encuentran retirados. La historia –repito- es ya tristemente
famosa. Entre 1976 y 1983, bajo la dirección de cuatro juntas militares sucesivas, las
fuerzas armadas se propusieron limpiar al país de “elementos subversivos”. Con el
alegado propósito de llevar adelante este objetivo, soldados, policías y fuerzas
paramilitares asesinaron, torturaron y secuestraron a miles de ciudadanos y varios
centenares de extranjeros. Estos abusos representan la violencia estatal durante casi una
década ya que el método había sido utilizado por grupos armados con la anuencia del
gobierno de Isabel Peron. Entre 1974 y 1976, con la aquiescencia de la administración de
la derecha peronista, en una escala más reducida, personal paramilitar y grupos armados
mataron, secuestraron y torturaron a miles de estudiantes, artistas, escritores y políticos.
Otros lograron salir del pais para escapar a este destino. Aunque hubo excepciones, el
aparato de la justicia se ocupó desde un inicio de los criminales vinculados al regimen
militar.
Bajo el impulso del gobierno electo en 1983, entre 1984 y 1987, alrededor de
treinta o cuarenta oficiales del ejército, la armada y la fuerza aérea fueron procesados
criminalmente y algunos de ellos resultaron condenados a cumplir penas de prisión que
oscilaron entre los cuatro años y la prisión perpetua. Sin embargo, la persecución penal
cesó cuando el Congreso sancionó dos proyecto de ley elaborados por el poder ejecutivo,
hoy conocidas hoy con el mote de leyes de impunidad. Estas fueron impulsadas, en gran
parte, por la presión que ejercieron militares jóvenes, tendiente a cerrar los juicios. La
primera de estas leyes impuso un punto final a futuras acusaciones, mientras que la
segunda estableció que los oficiales inferiores al rango de general se encontraban exentos
de responsabilidad crminal por haber obedecido órdenes superiores.
En nuestros días, con el fin de reabrir dichas persecuciones, la Corte Suprema
Argentina ha confirmado pronunciamientos de muchos tribunales federales inferiores que


Traducción de Laura Mazzaferri y Laura Roteta del título de la primera publicación, What's Good and
Bad About Blame and Victims, Lewis & Clark, Oregon, 2005. El autor le agradece a Iñaki Anitua sus
valiosas sugerencias. El autor agradece a Iñaki Anitúa sus valiosas sugerencias.
2

declararon la inconstitucionalidad y nulidad de las leyes de impunidad1. No me importa


en verdad la tesis que ampara la decisión. Sí me interesa en cambio el hecho de que hoy
se decida reiniciar esta persecución. La reapertura de los juicios por crímenes cometidos
desde el estatado, ocurridos hace más de 25 años, es en parte consecuencia de la política
presidencial que persigue satisfacer las expectativas de las organizaciones de derechos
humanos. Estas últimas, así como sus seguidores del mundo político, se atribuyen la
representación de quienes padecieron los abusos.
Sin embargo, la perspectiva de nuevos procesos ha dividido a la opinión pública
en dos campos. Por un lado, muchos argentinos creen que sirve resulta esencial consagrar
el valor de la Justicia y que esta exige que los oficiales paguen por sus crímenes. El
campo opuesto incluye, por una parte, a una pequeña minoría de extrema derecha que
sostiene que el régimen militar tuvo el derecho –y el deber- de defender al país de la
violencia de la extrema izquierda. Por otra parte, hay quienes adoptan un punto de vista
político diferente, pero entienden, no obstante, que el tiempo de los juicios ha pasado más
allá de la brutalidad inexcusable del régimen militar. Para éstos, reabrir los casos de la
guerra sucia recreará el abismo político que condujo a la brutalidad de los setenta para
regenerar tensiones innecesarias. También sostienen que los nuevos procesos resultan
inoportunos porque la Argentina es propensa a profundas crisis políticas y económicas y
estas demandan preservar suficiente energía para proteger las instituciones democráticas.
Si bien comparto la tesis de que los juicios son por demás inoportunos, lo hago
por razones distintas de las que acabo de expresar. Aquí explicaré por qué entiendo que la
inculpación oficial, principalmente por serios crímenes, fomenta una concepción política
sin tonalidades intermedias, un panorama de blanco contra negro. La lógica víctima-
victimario con la que el gobierno argentino actualmente encara esta práctica implica una
visión dual de la política, una versión de esta que ilustra un sube y baja2. Sin perjuicio de
haber sido extraordinariamente terapéutica en un determinado momento, la perseverancia
de esta lógica dual en el reino de la política puede perjudicar eventualmente el logro de
una comunidad integrada, pluralista y moral y politicamtorturadosente responsable.
Además, prolongar la inculpación desalienta la formación de una comunidad de
ciudadanos responsables. Mi argumento no está limitado al caso de Argentina sino que
abarca a otras sociedades emergentes de la extrema violencia y graves injusticias. Por
razones de brevedad, llamo a estas, sociedades postdictatoriales aunque muchas de ellas
distan de serlo de acuerdo con el uso habitual que le damos a este término: la situación de
los Estados Unidos con relacion a los afro-americanos despues de la guerra civil, Nueva
Zelanda y su poblacion indígena, y Korea y Taiwán en el proceso de integrar las esclavas
1
Resulta necesario declarar la nulidad de las leyes por la prohibición constitucional de sancionar leyes
criminales ex post facto, lo que torna la mera declaración de inconstitucionalidad insuficiente. Como
usualmente se construye, el principio de irretroactividad establece que la sanción de una ley que pena una
cierta conducta resguarda al agente de que se lo juzgue o condene por un hecho cometido con anterioridad
a ella.

2
Más allá de que yo haya sido uno de los dos principales arquitectos de los Juicios por los Derechos
Humanos en los 80, luego me convertí en crítico de ellos y su impacto sobre la sociedad argentina (ver
Jaime Malamud Goti, Game Without End: State Terror and the Politics of Justice, 1996 Oklahoma). En este
paper intento desarrollar más amplias razones sobre el escepticismo que me genera el hecho de que los
procesos criminales por los derechos humanos seguidos contra quienes cometieron las ofensas se
prolonguen mucho más allá en tiempo del momento en que los daños fueron causados.
3

sexuales del ejército japonés durante la Segunda Guerra no responden a lo que


habitualmente entendemos por esta categoría.
La inculpación por groseros abusos perpetrados con el apoyo estatal ha venido
recayendo sobre países, gobiernos, grupos étnicos, religiosos y políticos tambien sobre
individuos. La inculpación es, así, y a grandes rasgos “fina” o “gruesa”: la primera va
dirigida contra individuos y grupos pequeños, tiene por blanco nombres y rostros; la
segunda, persigue a grandes grupos: partidos y movimientos políticos, incluso estados.
De manera similar a lo acontecido al terminar la Segunda Guerra Mundial, un nuevo
consenso se ha desarrollado en la práctica institucional de inculpar a segmentos o
individuos poderosos. Es dable observar un nuevo impulso en el mundo occidental para
llevar a gobernantes, personal militar, burócratas y policias de alto rango al “banquillo de
los acusados”. Este desarrollo tiene importantes consecuencias morales y políticas. Una
de ellas es que, para la visión de un gran público, aquellos que sufrieron a manos de los
inculpados, están convirtiéndose ahora oficialmente, y por el acto mismo de inculpar, en
sus víctimas. Existen así millones de víctimas directas y, de modo indirecto, un gran
numero de familiares y conocidos de desaparecidos y torturados y quienes vivieron en
medio de una gran inestabilidad y terror. El montaje de la práctica de inculpar -y las
víctimas resultantes de la inculpacion- parece estar cambiando la forma en que hoy
observamos el mundo político. Mientras que hasta los ochenta en Uruguay, Chile y
Argentina era habitual contemplar en la conducta de torturados y asesinados la fuente de
su propia desventura ("¡algo habrá hecho!"3), ahora la práctica de inculpar y la
consecuente victimización ha desplazado la agencia de estos individuos y sugiere con
énfasis que su propia responsabilidad está ahora excluida de nuestra reconstrucción moral
de los eventos del pasado. Hoy son víctimas, y como tales, simples objetos de la agencia
de otro.
Este es el objeto del ensayo: la inculpación pública y la consecuente
victimización, especialmente, en tanto ambas emergen de los dictámenes de comisiones
de la verdad y de las tribunales que presiden los juicios de derechos humanos. Para
esclarecer esta cuestión, me centraré en el examen del más amplio objetivo político, aquel
que tiende a corregir gruesas inequidades y abusos cometidos contra minorías raciales,
culturales y religiosas y la brutal persecución política impulsada por –y desde- el Estado.
Desafortunadamente, aún los más conocidos ejemplos de estas prácticas en Occidente son
muy numerosos. Comprenden desde la esclavitud y las políticas de discriminación en
América, Australia y Nueva Zelanda; el ultraje a poblaciones civiles enteras por parte de
los nazis en Europa y los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Abarcan
también, por supuesto, los ataques de los aliados a poblaciones civiles en Alemania y
Japón con bombas incendiarias. Lo son también las empresas genocidas contra la
población nativa en las Américas, las campañas contra los armenios; las seguidas contra
homosexuales, judíos y gitanos en la Segunda Guerra Mundial; la masacre de
camboyanos por sus congéneres; el asesinato masivo de los tutsis en Ruanda y la previa
dominación de los tutsis sobre los hutus en ese mismo país. Las bestialidades que
padecen hoy mismo los africanos en Sudán y la matanza de musulmanes, croatas y
serbios en los Balcanes. Incluye también la brutalidad desplegada por los regímenes

3
Ver Game Without End cit, p. 141-145. Para una visión general de este fenómeno, ver Susan J. Brison,
Aftermath: Violence and the Re-Making of the Self, cap.2 y 3.
4

dictatoriales a fines del Siglo XX en América Latina, Asia y África. Esta lista no es, ni
mucho menos, exhaustiva.
Aquí, trato la cuestión de la inculpación institucionalmente sancionada –“gruesa”
y “fina”- que estos abusos provocan en la comunidad local y mundial. Aunque por si
misma insuficiente, en cierto punto de la historia, la práctica de inculpar
institucionalmente a otros es altamente eficaz respecto del logro de una comunidad
inclusiva y tolerante. La versión más paradigmática de la inculpación fina está
representada por los juicios criminales y por los dictámenes de las comisiones de la
verdad cuando cuando identifican a agentes concretos. De una manera general, cuando
esta asignación es compartida por cierto número de personas, sanciona la historia oficial
de aquellos hechos que consideramos abusivos. Sostengo que la inculpación
institucionalizada le adscribe un particular significado a los sucesos pasados y reúne un
amplio consenso acerca de su relevancia moral. Supongo que esto comporta un paso
crucial para lograr el objetivo más amplio relativo a promover una conciencia general de
los derechos y responsabilidad ciudadana y, en última instancia, en el desarrollo de una
comunidad integrada y pluralista.
Sin embargo, cuando se prolonga en el tiempo más allá de cierto punto –y es
frecuente que este sea el caso- el proceso de inculpación institucionalizada se vuelve
contraproducente. En este último caso, una política basada en la inculpación pública (una
inculpación que es, como he sugerido, ampliamente compartida) desanima una más
profunda inspección de los factores que contribuyeron a la brutalidad. Ello, por cuanto,
cuando la inculpación por groseros hechos criminales se origina en una fuente con
autoridad, ella restringe el campo de la agencia moral relevante y la resultante
responsabilidad. La política de la inculpación pública –y la correlativa noción de
victimizar- no sólo resulta de, sino también fomenta, una especial comprensión del
mundo político. Para ella, la lógica dual víctima-perpetrador desalienta una compleja y
matizada concepción del rol desepeñado por los diferentes actores sociales. De manera
correlativa, esto deteriora el desarrollo de nociones más amplias de responsabilidad y que
resultan necesarias para la construcción de una comunidad inclusiva. La introducción de
una noción de responsabilidad individual –y grupal- suficientemente amplia es, como
podremos ver, incompatible con la lógica víctima-culpable de hechos criminales y
prácticas gravemente inmorales.
Mi punto central es el siguiente: la práctica inculpación-victimización puede ser –
y de hecho lo es y con frecuencia- una de las herramientas políticas más apropiadas para
establecer una sociedad posdictatorial inclusiva y pluralista, es decir, una sociedad
radicalmente opuesta a regímenes dictatoriales y otros sistemas políticos inequitativos.
Pero, si –como ocurre generalmente- la práctica institucional de inculpar –y de crear
victimas oficiales- se prolonga demasiado, la lógica “culpable-víctima” provoca una
excesiva simplificación de realidad social. Desde un punto de vista moral y político, esta
simplificación se opone a una amplia observación y evaluación de agentes y grupos
envueltos en la violencia y pasa también por alto el contexto político y social que la hizo
posible.
Me ocupo primero de la interdependencia de las nociones de inculpar y generar
víctimas y sentar las bases para explicar por qué y cuándo se convierten en un objetivo
político valioso. Luego argumentaré que, desde la misma perspectiva moral y política,
5

limitar la práctica sustentada en el paradigma “víctima-culpable” conduce a una


comunidad pluralista de ciudadanos responsables.

La relación conceptual entre inculpación y víctima.

En un primer sentido, el más amplio, pensamos en las víctimas como individuos y


grupos sobre los cuales recae un inmerecido sufrimiento. Paradigmáticamente, alguien
reviste esa calidad cuando padece a consecuencia de acciones y eventos que están fuera
de su control4. Somos así, para esta acepción, víctimas de acciones humanas o de eventos
naturales como terremotos y enfermedades.5 Los individuos y grupos son víctimas si su
sufrimiento es consecuencia de la mala suerte, de eventos y cursos que se producen fuera
del control de su voluntad, con independencia de si aquellos pudieron o no preverlos.
Este es, al menos, y en este sentido amplio, lo que consideramos “víctima” en el lenguaje
coloquial. Por ejemplo, lo somos de un desastre cósmico si todo nuestro plantea –que nos
incluye a ti y a mi- quedase destruido en el 2020 a consecuencia de una colisión con un
asteroide6. La previsibilidad no altera el ingrediente de la suerte de los sucesos ni
tampoco nuestra condición de victimas, pues somos, en realidad, víctimas de ellos
cuando resultan del azar.
Sin embargo, la noción de víctima que aquí me interesa corresponde a un
segundo sentido, sensiblemente más restringido sentido. En este caso, se trata de
individuos que consideramos víctimas de lo que hace otra persona, de su agencia. Esta
noción presupone que los actos de los últimos son, de algún modo, actos voluntarios y
aún más, moralmente condenables, cuando menos, prima facie condenables. Me
concentro en esta limitada noción de víctima -que se relaciona con un agente y su
accion- y sostengo que se corresponde con actos que generan la asignación de culpa, más
específicamente, a través de la práctica de una inculpación que colectivamente
compartimos. De todas formas, mi interés es aún más limitado: quiero referirme a las
víctimas que sufren graves abusos e injusticias por cuestiones políticas, étnicas y raciales,
perpetrados, en general, oficialmente o con apoyo oficial. Se trata de víctimas de abusos
intencionales (y quizás también de graves daños cometidos imprudentemente), pues en
este segundo sentido, la victimización relaciona el sufrimiento inmerecido con lo que
consideramos, en sentido estricto, la agencia de alguien.
Para clarificar: se es víctima en el primer sentido pero no en el segundo, por
ejemplo, si el daño que sufrí proviene de un incidente fortuito con relación no sólo a mi
mismo sino también azaroso tambien respecto del mismo agente. Esto es, por
acontecimientos causados por alguien a quien no asignamos ninguna culpa, ni siquiera
4
Desarrollo este punto que concierne a la suerte en “Rethinking Punishment and Luck” en Tulsa Law
Review, Vol. 39, Summer 2004, Vol.4.
5
Es cierto que uno también puede ser víctima de inmerecidos sufrimientos que uno ha elegido auto-
infligirse. George P. Fletcher ha apuntado que para surtidos lenguajes, una “víctima” es el sacrificio u
ofrenda humana a un Dios como eran tan típicas las víctimas propiciatorias en la antigua Grecia. De este
modo, si elegís padecer el sufrimiento, ese sufrimiento será inmerecido pero será el resultado de tu deseo.
Le debo esta idea a ensayos no publicados que G. P. Fletcher me ha hecho llegar.
6
Las observaciones de Leonardo Pitlevnik –que le agradezco- me obligan a agregar que la validez de estos
juicios depende de cierta comparación explícita o implícita. Yo no soy una víctima porque algún día voy a
morir ya que, que yo sepa, todos terminaremos algún día. Esto, a menos que me compare con algún sujeto
inmortal imaginario. Soy una víctima entonces, si mi suerte pudo ser como la de algún otro que no
padecerá el hecho que lo transforma en víctima.
6

prima facie. Se puede sostener así, también, que la bala que rasgó mis entrañas era
inevitable porque, a tu manera de ver y la mía, el disparo mismo fue consecuencia del
azar. En este caso, cuando se dispara inevitablemente el revólver que empuñas, mi
sufrimiento no se vio realmente originado en tu agencia. En estos supuestos, somos
víctimas de un proceso casual, es decir, no somos estrictamente sujetos pasivos de tu
agencia7. Si nos negamos a afirmar que alguien ejerció cierto control sobre el evento,
entonces rechazamos la idea de que son víctimas de su comportamiento. Si esto es así, no
consideramos a alguien nuestra víctima si no hemos dirigido voluntariamente el evento
hacia el daño –u omitimos realizar lo que está bajo nuestro control para evitarlo-. En
otras palabras, me considerarás tu víctima sólo si tu acto intencional fue –al menos
“prima facie”- uno por el que te culpo por lo que me ocurrió. En este segundo y más
limitado sentido, la victimización presupone la noción de agencia. Desde esta
perspectiva, creo, podemos derivar interesantes implicaciones morales y políticas.
La correspondencia entre víctima e inculpación es particularmente importante
para este tipo de consideraciones porque esta última es una práctica social radicalmente
simplificadora. Si se trata de la victimización en el segundo sentido, limitado, y si de allí
se sigue la incidencia de la agencia activa de alguien, la inculpación ofrece una
explicación monocausal sobre tópicos moral y políticamente sensibles como lo es el daño
que determinado grupo o individuo causan a otros 8. Cuando yo culpo a un agente A por
causar el sufrimiento de la víctima V, estoy sugiriendo con cierto énfasis que te relevo de
buscar explicaciones ulteriores sobre la condición de V. Esto incluye, por supuesto, la
irrelevancia de las propias acciones de V. Decir, por ejemplo, que en el siglo XVII los
incas fueron víctima de los conquistadores españoles, nos lleva a suponer que al margen
de los hechos de los españoles, estamos en condiciones de excluir cualquier
consideración contribuyente al sufrimiento de los primeros, incluyendo la acción de otras
personas en ese mismo contexto. Es decir que, al establecer una causa del daño, la
inculpación nos permite ignorar toda otra información adicional.
En consecuencia, la culpa simplifica la realidad en dos sentidos relevantes.
Primero, sugiere que a través de su comportamiento, y presuponiendo, implícitamente,
ciertas condiciones contextuales, el grupo o la persona que culpamos aporta una
explicación suficiente de un determinado daño. El reconocimiento de que merezco la
culpa por el daño que te afecta implica la creencia de que no necesito ningún paso
posterior para establecer la manera en que tu Estado se originó. Vos sos mi víctima por el
modo en que mi comportamiento jugó contra tu vida, tu cuerpo y tus intereses y ello
torna superflua la inspección respecto de tus propios actos así como de los de otras
personas. Segundo, y no menos importante, la inculpación estigmatiza pero también
absuelve. Una consecuencia de la inculpación como explicación monocausal, insisto,
consiste en remover otras acciones y eventos del alcance de la responsabilidad. Sin
perjuicio de que la acción de la víctima pueda proveer motivaciones para tu conducta o la
7
7 Tengo en mente la idea de “agencia activa” como algo diferente de las omisiones. La razón de ello
subyace en que, como podemos ver, inculpar agencia activa avanza sobre la noción de una causa suficiente.
Este no es, ciertamente, el caso de las omisiones. El hecho de que, en concordancia con Kofi Annan, hemos
inculpado a la ONU por permitir la masacre en Ruanda en 1994, no excluye de ninguna manera la agencia
activa de otras personas como una causa suficiente por el mismo hecho.
8
Me refiero a agencia activa porque la omisión no tiene el mismo efecto. El hecho que Kofi Annan se
inculpe a si mismo y a la ONU por permitir la masacre de los tutsi no excluye otros factores. Tengo en
mente a los actores que llevaron adelante una activa campaña genocida contra ellos.
7

de otros, la responsabilidad brinda suficiente explicación para lo acontecido 9. Esto es


claro en un juicio criminal donde, en relación con la situación de la víctima, el verdadero
punto de enfoque del drama subyace en la acción del imputado. Los actos ejecutados por
terceros son, en este sentido, tan relevantes para nuestras conclusiones como el contexto
general, es decir, los eventos naturales.
Ahora, me concentro en la interdependencia entre víctima y culpa porque creo
que ciertos eventos políticos generan una condena compartida; pero ésta contribuye en sí
misma a delinear nuestra realidad política y moral, nuestra percepción de los eventos
sociales. Sin perjuicio de la construcción de una víctima individual o colectiva en el
sentido que acabo de esbozar, la inculpación es una herramienta significativa para
moldear la realidad social10. Ella tiene el poder peculiar de resignificar nuestra percepción
del pasado. La memoria de una experiencia que compartí con otra persona, por ejemplo,
se ve dramáticamente alterada si la culpo, por ejemplo, de haber sido insincera. Tomar
conciencia de que él o ella no eran la compañía que creí tener, afecta la naturaleza de la
experiencia. Los eventos pasados compartidos asumen una forma radicalmente diferente
una vez que establezco que no era la amistad, sino un interés monetario o social lo que lo
movió a estar conmigo. Los efectos de la inculpación compartida cambian radicalmente
el sentido de los eventos pasados, ya que nos conduce a verlos bajo una nueva y diferente
luz. La toma de conciencia de que los sucesos tuvieron un nuevo y distinto tamiz puede
transformar hasta la forma en la que uno se ve a sí mismo: apto o no para la amistad,
generoso o demasiado crédulo, etc. Estos cambios se refieren a cómo nos vemos a
nosotros mismos y a aquello en lo que nos convertimos tras haber culpado a otros por
nuestra condición, es decir, que pasamos a ser víctimas de la violencia o la astucia de
otro.
Constituye un ejemplo paradigmático el caso de las llamadas “Comfort Women” o
esclavas sexuales. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, y una vez que las esclavas
sexuales taiwanesas y coreanas fueron liberadas por el ejército japonés, se vieron
obligadas a soportar un cierta hostilidad en sus hogares. La resistencia a aceptarlas como
miembros plenos de su comunidad estuvo originada en prejuicios sexuales que, a su
turno, instalaron en ellas la culpa de haber sido artífices voluntarias de sus propios
destinos. La inculpación, como podemos ver, está frecuentemente adherida a la conducta
9
No estoy, por supuesto, negando que a veces la culpa a múltiples individuos por una acción y que también
las cualidades de la víctima pueden contribuir a su sufrimiento. En relación a lo primero, atribuimos la
culpa al grupo como tal o atribuimos a los agentes la causa suficiente por el daño. Con respecto a lo último,
es el sufrimiento que subyace detrás de su control lo que me interesa aquí. Sos la víctima de un torturador
aunque tu conducta previa pudo haber permitido tu prisión. A la inversa, no sos la víctima del empleado del
casino cuando te quita el objeto de tu apuesta.
10
Es por esta realidad que la inculpación es frecuentemente el objeto de grandes confrontaciones. Aquellos
que manejan la imposición de culpa a los otros tienen también el poder de establecer el significado de los
eventos, de moldear la realidad. En su novela, The Victim, Saul Bellow magistralmente nos muestra como
Leventhal, el personaje central, cae una y otra vez en la trampa que le tiende Allbee. Allbee, un
inescrupuloso borracho le atribuye a Leventhal haber perdido su trabajo y, a consecuencia de esto, la
muerte de su mujer. El motivo es rebuscado, radica en que una entrevista que ha concertado entre
Leventhaly su jefe ha terminado con un portazó del último. La insensatez de la acusacion y de que Allbee
intenta valerse para exigir favores de Leventhal, no es obstáculo para que el último esté a punto de adoptar
la versión de los hechos del primer. Si lo hubiese hecho, además de obtener ventajas materiales de
Leventhal, Allbee hubiera logrado eximirse de revisar su propia historia de desatinos y fracasos. (Penguin
Books, 1947).
8

de aquellos cuyo comportamiento esperamos contribuir a modificar. Inversamente, la


inculpación habitualmente es callada por aquello que nos parece inevitable.
Experimentamos esto todos los días cuando culpamos a nuestros hijos por visitar un
barrio peligroso de la ciudad, exponiéndose a sí mismos a situaciones violentas. En el
supuesto de las “Comfort Women” o esclavas sexuales, su condición mejoró la reciente
campaña de muchos gobiernos y organizaciones internacionales destinada a inculpar al
gobierno y ejército japonés. Hasta que esta práctica tuvo éxito, las sobrevivientes de la
esclavitud sexual fueron vistas como contribuyentes pecaminosas a sus propios destinos,
y esta percepción afectó profundamente sus sentidos de dignidad y autoestima 11. La
capacidad de autoridad de la inculpación a los japoneses neutralizó los prejuicios
sexuales y con ellos, la autoinculpación e inculpación de las mujeres de la comunidad de
origen, ya que hasta ese momento, muy pocas de ellas habían decidido defenderse
mediante la acusación de aquellos cuyo tormento debieron padecer. Fue entonces la
asignación de culpa a los japoneses lo que capacitó a las “Comfort Women”
sobrevivientes y a su descendencia a obtener la aceptación de sus comunidades de origen.
Para acrecentar esa inserción fue esencial la declaración de una autoridad de que estas
mujeres fueron (unilateralmente) vejadas, que no fue su propia agencia la que causó su
situación porque su destino fue resultado del control de otros. Dicho de otra manera, la
sólida atribución de culpa a un régimen injusto fue la que creó su victimización y también
su inocencia.
Este ejemplo versa sobre un concepto de inculpación gruesa, es decir, aquél que
atribuye culpa a gobiernos y países implicando así un vasto campo de agentes anónimos.
En la próxima sección discutiré acerca de las ventajas de convertir a las personas en
víctimas de agencias de otros a través de la atribución de culpa por el sufrimiento
causado.

Lo bueno y lo malo del mundo de la culpa y las víctimas.

El ejemplo de las esclavas sexuales describe los efectos de la inculpación (gruesa)


en lo que se refiere a recobrar aceptación de la propia comunidad y, con ella, recuperar
auto-respeto y estima. Las décadas pasadas fueron testigo de una nueva dirección hacia la
inculpación institucional, gruesa y fina, en lo que concierne a la acción estatal abusiva y
criminal. En Europa, América Latina y Sudáfrica, antes de la intervención de
organizaciones internacionales, grandes grupos de personas ganaron la calle para expresar
su indignación por las atrocidades cometidas por -y desde- el gobierno. Estos grupos
impusieron su peso ante las nuevas administraciones y al foro internacional para exponer
la depravación de los antiguos funcionarios y agentes estatales. Nos encontramos, creo,
en una nueva era política relativa a la inculpación por el sufrimiento de millones.
Los tribunales, y a veces las comisiones de la verdad, personifican una fuente de
inculpación “fina”, aquella que recae sobre agentes individuales o grupos definidos de
actores. Sin embargo, no son la única fuente de inculpación institucionalizada; la
autoinculpación y los pedidos de disculpas por personalidades con autoridad y que, por su
origen, es habitualmente ampliamente compartida, también contribuyen a la creación de
“la víctima”. Desde mediados de los `80 y más intensamente en los ´90, altos oficiales en
América, Europa Central y Sudáfrica se inculparon a sí mismos, a la política y a las
11
Ver Elazar Barkman, The Guilt of Nations, 2000, Norton, p.53.
9

facciones raciales y étnicas con las que se identificaban, por el sufrimiento de los
disidentes políticos y de minorías étnicas y religiosas. Sin embargo -y más allá de los
juicios y de las comisiones de la verdad- los reconocimientos se refirieron con frecuencia
a hechos que pasaron mucho tiempo antes de que estos reconocimientos tuvieran lugar.
En este sentido, el papa Juan Pablo II expresó consternación por las Cruzadas, la
Inquisición y el trato tradicionalmente deparado a los judíos. En forma similar, muchos
grupos de los EEUU expresan ahora, pese a que transcurrieron más de 150 años desde la
finalización de la guerra civil, remordimiento por la esclavitud.
En Latinoamérica las admisiones de culpa comenzaron a tener lugar una vez que
los regímenes militares abandonaron su poder y, en Europa del Este, luego de la caída del
Muro de Berlín. Lo que parece ser la regla de estas declaraciones de responsabilidad es
que los hechos fueron perpetrados durante –y son atribuibles a- dichos regímenes. Un
número importante de organizaciones civiles han adoptado un camino similar con
respecto a crímenes cometidos por determinados individuos con quien estos grupos se
identifican. Las víctimas son miembros de facciones étnicas, raciales y religiosas así
como aquellos que habían sido oponentes políticos internos y externos de la comunidad
política de los perpetradores12. En Argentina13, Chile y Sudáfrica altos oficiales,
comandantes militares, e importantes funcionarios policiales están ahora reconociendo
que personal bajo sus órdenes cometieron grandes crímenes en contra de ciertas minorías
étnicas y religiosas y disidentes políticos. Aún más, en los EEUU, muchas organizaciones
de derechos civiles han expresado públicamente su contrición por el sufrimiento de los
nativos americanos y de los descendientes de los esclavos. Para una primer mirada, estos
actos de reconocimiento, contrición y disculpas pueden causar una considerable
perplejidad. Consideremos la reciente autoinculpación transmitida a los descendientes de
los esclavos africanos luego de más de 150 años de la guerra civil. Muchas generaciones
pasaron desde entonces y los agentes directos están muertos y sus organizaciones
disueltas. Sin embargo, la expectativa es notable, piénsese por ejemplo en la indignación
de la comunidad mundial ante la negativa de las autoridades turcas de reconocer la
masacre de armenios en 1915. Ahora bien, el significado político y moral de este tipo de
inculpación no aflora con la simple búsqueda e identificación de las víctimas -y sus
ascendientes- o de los responsables directos de los crímenes -y su progenie-.
Lo que es central a la comprensión del fenómeno y su significado es el hecho de
que la auto-inculpación se dirige a revertir la desigualdad entre los perpetradores y las
víctimas causada por los abusos y la injusticia institucionalizada. La inculpación
presupone esta inequidad y se dirige a repararla. Esta situación requiere del punto de vista
de una moralidad política, aquella que considera las formas en que operan las
instituciones políticas y las relaciones intra-comunitarias que estas instituciones moldean.
En lo que sigue voy a describir esta cuestión a partir del ejemplo de la comunidad
afro-americana e intentaré echar luz sobre el significado de la admisión de culpa, es decir,
la nivelación de la distancia entre los perpetradores y sus víctimas. En el caso de los afro-
12
Bancos suizos, por ejemplo, expresaron formalmente su consternación por haberse apropiado del oro que
les confiaron judíos que habían escapado, muchos de los cuales habían intentado, sin éxito, buscar asilo
político en Suiza con anterioridad y durante la Segunda Guerra Mundial. Ver Elazar Barkan, The Guilt of
Nations cit. p. 88 y ss.
13
El Comandante en Jefe del Ejército, General Martín Balza, reconoció la crueldad de las fuerzas armadas
de los ´70, el 25 de abril de 1995.
10

americanos es fácilmente visible que esta minoría está en peor situación promedio que el
grueso de la comunidad nacional de origen europeo ya que tuvieron peor educacion y
menores oportunidades laborales. Proporcionalmente, muchos más afro-americanos
carecen de trabajo y están más involucrados con la justicia penal. Las desventajas
económicas y sociales que padecen estas minorías y la resultante pérdida de auto-respeto
–y estima- los ubica en la periferia de la comunidad. Dado esta situación, las disculpas
del gobierno y de las organizaciones protectoras de las libertades civiles resultan se un
medio singular para satisfacer nuestro sentido de justicia 14 y reclamar su inclusión. Las
disculpas –y reconocimientos- también constituyen, sugiero, un medio para imponer un
sentido de comunidad más robusto en los EEUU; una comunidad en que conviven
blancos y negros en un pie de igualdad. Las declaraciones de culpa son una forma oficial
de ubicar esta culpa en la persona o grupo que la proclama. Como cualquier adjudicación
de culpa por abusos e injusticias activas, las disculpas crean, como dije, una explicación
monocausal de ciertos hechos y estado de cosas15. Si inculpamos individualmente o a un
grupo de personas por tu condición presente te estamos transformando en la víctima de
alguien y convertimos al agente o grupo inculpado en causa suficiente de tu situación. En
el caso de los afro-americanos, la inculpación apunta a los estadounidenses, a una más
amplia categoría que comprende una vasta clase de ciudadanos blancos. Hasta cierto
momento, la consecuencia de la autoinculpación tiende a afectar positivamente a las
víctimas. Las emociones que experimentan, como la vergüenza y el resentimiento, son
ahora ampliamente explicables a través de la inculpación: “Fueron las instituciones y
prácticas de los EEUU las que causaron tu situación; fueron ellas las que te lastimaron y
ultrajaron”. Una vez aceptada esta premisa, tu adquieres el carácter de víctima y,
consecuentemente, dejas de ser de, alguna manera, responsable por el estado presente de
los hechos16. De esta forma, para desarrollar un nuevo balance cívico y político entre
segmentos de la sociedad, la inculpación representa un acercamiento de los eventos
pasados y de sus resultados. Estás ahora en esta condición particular porque mi conducta
resultó de tal manera que hoy estás sufriendo desventajas sociales y materiales 17.
También, por mi culpa, estás experimentando una dosis considerable de inseguridad y
una buena dosis de desvalorización, etc.18. El efecto de la actividad institucional diseñó tu

14
Me gustaría distinguir tres sentimientos diferentes que conciernen a la culpa. Primero, como aquel que
busca a los perpetradores por sus hechos; el segundo, como el que experimentan los descendientes de
aquellos por disfrutar de las ventajas injustificadas ganadas por sus antecesores; y tercero, como un
sentimiento disparado por aquellos que sufren sobre quienes no.
15
Califico esta declaración para el hacer mal “activo” o “positivo”. La admisión de culpa por las omisiones
no son conclusivas en este sentido que permite suficiente espacio para otras explicaciones. Expresar culpa
por fallar en prevenir o evitar el daño que sufriste no implica la admisión de importantes causas relevantes
para entender tu condición. Así, la admisión efectuada por el Secretario General de la ONU, Kofi Annan,
acerca de que la ONU falló en prevenir el genocidio que tuvo lugar en Ruanda en 1994, no implica que no
averigüemos o inquiramos sobre la transgresión de los miembros de la minoría hutu (ver Buenos Aires
Herald, 27 de marzo de 2004, Reuters).
16
Agradezco particularmente a Mark Weiner por aclararme esta cuestión.
17
Esta noción de desventajas está íntimamente relacionado a lo que George Fletcher llama víctima en su
victim-centered justificación de la pena: alguien que, en algún sentido, permanece bajo la dominación del
perpetrador (Ver George P. Fletcher, “The Place of Victims in the Theory of Retribution”, 3 Buffalo
Crimimal Law Review 51, 54 (1999), así como también del mismo autor Basic Concepts of legal Thought,
pp. 80-93 (1996).
11

propio destino. No fue tu culpa; sólo tu mala suerte. No hay necesidad de buscar causas
ulteriores.
Nuestro objeto recae sobre lo que significa inculpar a otros por sus transgresiones
positivas –por oposición a omisiones- morales y legales. El punto central no descansa,
como dijeron algunos estudiosos, en la omisión de remediar los efectos de una
transgresión19. Por ejemplo, en no neutralizar los efectos de la esclavitud entre aquellos
que hoy deben enfrentar posibles desventajas derivadas de una práctica institucional
inicua. Las razones combinadas yacen en el daño provocado y en la desventaja que ahora
sufrís vos, víctima. Sin embargo, si nos viéramos tentados a limitar la cuestión a la falta
de corrección de aquellas las consecuencias que aún hoy perduran, la cuestión exigiría
responder también a la cuestión política más amplia relativa a por qué las disculpas se
dirigen sólo a los descendientes de esclavos. En efecto, estas disculpas, para continuar
con el ejemplo de los Estados Unidos, han sido dirigidas a los afro-americanos y a los
aborígenes de ese país. Los primeros, por la esclavitud, y los últimos por las grandes
matanzas, la apropiación de sus tierras y la constante amenaza de exterminio cultural. En
efecto, los pedidos de disculpas no han sido –ni son hoy- dirigidos a otras minoría que
están, en términos generales, también peor que el ciudadano promedio 20. La razón finca
en que, en verdad, las disculpas no se originan precisamente en no haber actuado para
neutralizar desventajas vigentes hoy. No hay respuesta razonable a la pregunta de por qué
limitar la autoinculpación a los afro-americanos y a los aborígenes o "americanos
nativos" y no a otras comunidades que hoy también sufren de condiciones económicas y
sociales peores que las del resto. Si la razón de esta actitud selectiva fuese la presente
inequidad en los EEUU, sería pertinente dirigir también las disculpas a los inmigrantes de
Centroamérica y Sudamérica y a sus descendientes. Pero la admisión de culpa tiene pleno
sentido recién cuando nos mostramos sensibles no sólo a la esclavitud que se mantuvo
hasta mediados del Siglo XIX sino también respecto sufrimiento e inequidad vinculados
que las instituciones aún hoy provocan –o toleran al menos- esta situación.
Las injusticias históricas de nuestros antepasados recaen todavía, y con fuerza,
sobre nosotros; el daño -y la falta de la subsiguiente rectificación por parte de las
generaciones intermedias y de la nuestra – explica cómo es que está hoy como un afro-
americano nacido en los EEUU en los ´70-´80. Esta visión, que se origina en la
ubicación de la culpa, la víctima y principios de moralidad política –como la corrección
de desigualdades- retiene su atractivo cuando extrapolamos esta concepción a acciones
individuales y sus correlativas consecuencias en el caso de las transgresiones comunes.
La inculpación fina y gruesa -y la agencia- juegan un rol similar. Sin la inculpación,
probablemente acudiríamos a explicaciones alternativas como las psicológicas, biológicas
y características culturales relativas a quienes padecen las consecuencias de hechos

18
Para una interesante visión ver la autobiografía y reflexiones que efectúa sobre la victimización Susan J.
Brison en “Aftermath”, 2002 Princeton, y especialmente, los capítulos 1 y 2.
19
La tesis de la omisión ha sido interesantemente dejada de lado por Raúl Kumar y David Silver, “The
Legacy of Injustice: Wrongdoing the Future, Responsability for the past, in Justice in Time”, ed. por Lukas
Meyer, Justice in Time: Responding to Historical Injustice, Nomos Verlagsgeselschaft, 2003, pp.145-159.
20
De hecho, algunos autores creen que el reclamo central afro-americano por la rectificación de los daños
subsistentes causados por la esclavitud, reside en la omisión de las nuevas generaciones de rectificar el mal
hecho en el pasado (para una excelente defensa de esta perspectiva, ver Rahul Kumar y David Silve, op.
cit., nota 19 , pp. 145-158.
12

violentos y prácticas inicuas –y de su comunidad-. Esperaríamos así que de esta clase de


explicaciones permitirían la compresión de la naturaleza y el origen de su situación
desventajosa y de su malestar. Una vez que aceptamos la (auto) inculpación por los
resultados, estas explicaciones se vuelven superfluas porque ahora mi acción -y las
prácticas injustas y abusivas- explican suficientemente tu condición. Conforme a los
principios que he ido identificando y describiendo hasta aquí, los juicios por abusos a
derechos humanos sugieren con énfasis que, a diferencia de la venganza, el proceso
basado en la inculpación causa un significativo impacto en las emociones de aquellos que
soportaron el daño. Se refuerza, en este caso, su sentido de valor y dignidad. Para
nosotros, testigos de su situación, la culpa desplaza cualquier otra explicación causal que
involucre a estos y su comportamiento. En otras situaciones, la inculpación puede
aquietar la culpa y la vergüenza y presumo que este efecto provee a los individuos y a las
comunidades del sentido de su propio valor. La práctica contribuye al objetivo de lograr
una comunidad pluralista e inclusiva21.
La versión monocausal de los eventos, como las condenas de los tribunales y las
declaraciones formales de arrepentimiento y contrición, juegan el rol político de explicar
estados de cosas y de delinear su significado. Ambos, el castigo y las disculpas, ofrecen
una explicación de por qué el mundo es así el mundo que tenemos frente a nosotros. Ser
víctimas de cierto agente –colectivo o individual- es un medio político para configurar
nuestra propia realidad social. La inculpación progresiva es siempre simplificadora. La
inculpación gruesa está disminuida o excluida por la fina. Esto es así porque cada nuevo
acto de inculpar exculpa a aquellos que permanecen fueran del foco de esa inculpación.
Diluimos la culpa de una nación si persuadimos a una amplia audiencia de que es justo
dirigir la inculpación a grupos más pequeños y diluimos la inculpación de los grupos
chicos una vez que culpamos a individuos de carne y hueso. La nación cuyo piloto
derriba un avión extranjero en tiempos de paz puede escudarse de la inculpación (gruesa)
de la que sería pasible mediante el juzgamiento y la condena del transgresor individual, el
piloto22.
Hasta aquí, he hablado acerca del significado moral de la culpa y de su rol en la
creación de la víctima. La lógica culpa-víctima, enfatizo, es un medio potente de crear y
contornear una versión clara y limitada del mundo político. Su atractivo es más fuerte en
sociedades que ya fueron sometidas a una política dictatorial y a su ideología para la cual
el mundo aparece dominado por la lógica amigo-enemigo. Un número de ejemplos
recientes ilustran este punto; el caso de los hutus y tutsis, de serbios y musulmanes, de
comunistas y disidentes en Europa del Este y, en América Latina, los “cruzados” –
militares y sus aliados- y los “subversivos” civiles. La inculpación produce dos efectos
importantes respecto de la incorporación del que padece el daño a su propia comunidad.
Primero, en medida en que lo exculpa, por las razones que hemos dado, lo coloca en
situación de ser aceptado por sus congéneres. Segundo, la censura del agente eleva, por
21
Para una discusión sobre este tópico en el campo del castigo y de crímenes estatales, ver Malamud Goti,
“The Moral Dilemmas of Trying Pinochet un Spain”, en Justice in Time cit. (notas 19 y 20) p 299-313, y
Christian Tomuschat, Comentarios en: Jaime Malamud Goti, “The Moral Dilemmas of Trying Pinochet in
Spain” en Justice in Time, cit. p. 315-318. También, Jaime Malamud Goti, Emma Zunz, “Punishment and
Sentiments”, en Law Review Association of Quinnipiac Univesity School of Law, Vol. 22, Nº 1, 2003, p. 45-
58.
22
Joel Feinberg, "The Expressive function of Punishment", en Doing and Deserving, 1970, p. 105.
13

así decirlo, a la situación de aquellos que sufren a consecuencia de la acción de los


primeros. La inculpación descalifica la acción del agente, la declara un medio indebido y
de esta manera, dignifica a la victima.
Sin embargo, si se extiende en el tiempo, el efecto simplificador puede,
paradójicamente, resultar contraproducente. Por esta razón, en el proceso de creación de
una comunidad pluralista que busca reforzar las nociones de equidad y de derechos, la
práctica de inculpar debe estar limitada en el tiempo. El éxito en aquel objetivo demanda
un fuerte y amplio sentido de la responsabilidad individual y colectiva. Los efectos
simplificadores de la inculpación desaniman este sentido la responsabilidad.

Lo malo de “hacer víctimas”.


Historiadores y sociólogos son generalmente críticos respecto de la forma
limitada en que los juicios y las comisiones de la verdad generan la conciencia del
pasado. El conocimiento a través de las comisiones de la verdad, por ejemplo, debería
proveer a sus audiencias con una más rica y compleja visión, es decir, una que comprenda
más que la simple determinación de hechos específicos, de agentes individuales y
colectivos y la exposición del sufrimiento de quienes estuvieron sometidos a los abusos.
De allí que la aproximación a eventos políticos pasados es pobre, a lo sumo, en tanto
testimonio histórico de los sucesos relevantes y peor, una visión distorsionada del
pasado. No aprenderemos lo suficiente acerca de las circunstancias que provocaron los
abusos para enseñarnos a prevenir injusticias similares solamente a través de mirar al
grupo o individuo que obró injusta y abusivamente y que confiesa su propia tortura y
asesinatos. No es suficiente aprender sobre las características y propósitos que, desde una
perspectiva, guiaron a los asesinos y a los que dieron soporte a instituciones perversas;
tampoco, desde otra perspectiva, acerca de sus víctimas. Por ejemplo, no podemos
entender la campaña de venganza contra los argentinos “subversivos” a través de leer,
simplemente, el informe de la comisión de la verdad. Una explicación realista y
suficientemente satisfactoria de los eventos pasados requiere una más amplia visión, una
que incluya ricas, contextualizadas nociones de cómo el poder y los intereses se
combinaron para generar una tendencia conflictiva y dictatorial 23. Los exponentes de la
necesidad de contemplar esta visión son numerosos.
Para llegar a entender el caso argentino, el profesor Greg Grandin se refiere a la
necesidad de aprehender los factores institucionales y económicos que determinaron la
toma de posición de los militares en 197624. En un sentido similar, el profesor Charles S.
Maier nos recuerda acerca del patente descuido de las comisiones de la verdad en los
ensambles institucionales complejos y en desarrollos sociales25. Los críticos de las
comisiones de la verdad y de los juicios de los criminales de estado están en lo cierto en
un sentido y equivocados en otro. Maier tiene razón en apuntar que la inculpación
institucional, a través de los tribunales y de las comisiones de la verdad, usualmente
23
Ver, por ejemplo, Greg Grandin, “The Instruction of Great Catastrophe : Truth Commissions, National
History, and State Formation in Argentina, Chile and Guatemala” en The American Historical Review, Vol.
110, Issue 1, www.historycooperative.org/journals/ahr/110.1/grandin.html. Como yo, Grandin discute la
simplificación de la verdad que resultó de los juicios y de las comisiones de la verdad en América Latina.
24
Grandin, op. cit. p. 8 y 9.
25
Charles E. Maier, “Doing History, Doing Justice: The Narrative of the Historian and on Truth
Commission” en The Morality of the Truth Commissions: Truth vs. Justice, 2000, Princeton, editado por
Robert I. Rotberg y Denis Thompson, pp. 261-278.
14

oculta importantes factores que los historiadores no pueden pasar por alto. La “verdad”
que resulta de la inculpación es sólo una verdad muy limitada, una verdad “a medias”.
Nosotros podemos correctamente decir que la inculpación que engendraron los juicios
por el genocidio de Ruanda de 1994 –la inculpación “fina”- es claramente insuficiente.
Entre otras cosas, la verdad a medias que resultó de estos juicios está generando en los
hutus la sensación de haber sido objeto de una persecución injusta. Implementada en los
juicios internacionales y domésticos, los veredictos resultantes parecen ignorar la historia
rica y genuina de Ruanda (en realidad, ignoran la realidad mas rica de la región y que
incluye a Burundi y al políticas del Congo y Uganda.) Dejan de lado el importante dato
según el cual, antes del asesinato masivo de tutsis por parte de las milicias hutus, estos
últimos tuvieron que padecer durante décadas los abusos de los privilegiados tutsis. Más
aún, los juicios domésticos de los perpetradores de la masacre de 1994 contribuyeron –
deliberadamente o no- a distraer la atención de la comunidad mundial respecto del hecho
de que algunos hutus fueron objeto de brutalidades por el RPF 26 –el ejército tutsi27-. El
conflicto tutsi-hutu es un ejemplo trágico. Los juicios internaciones ideados para hacer
justicia en los Balcanes, alzaron objeciones similares, especialmente acerca de los
serbios28, quienes ahora se consideran a si mismos víctimas de “tribunales canguro”.
Algunos sociólogos han propuesto, en consecuencia, completar los juicios y las
comisiones de la verdad con otros medios que contribuyan a la verdad más rica. Yo no
creo en la factibilidad de esa complementación, al menos no sin reservas, precisamente
porque la inculpación está diseñada y dirigida en contra de semejante verdad. Si la
búsqueda de una verdad más rica fuera exitosa, la inculpación perdería su propósito.
La inculpación institucionalizada no está concebida ni tampoco dirigida como
apta para proveer una rica y compresiva narrativa del pasado. Como he dicho, la culpa
está precisamente dirigida a simplificar nuestra visión de los eventos pasados,
confeccionada para concentrase en el grupo que buscamos ahora rescatar de los efectos
de la brutalidad y de la injusticia. Las comisiones de la verdad y los juicios están
diseñados para ofrecer una (muy) simplificada noción del pasado que se limite a hechos
concretos de individuos o grupos y a una serie de reglas con capacidad de autoridad.
Estas últimas son explícitas en los casos de los juicios y habitualmente asumidas por los
reportes de las comisiones de la verdad. Se supone que ellas van a reunir tanta creencia
como sea posible acerca de su verdad sobre los hechos y de las correctas reglas y
principios.
Como práctica social, la inculpación está pergeñada para centrarse, finalmente en
un individuo singular o grupo autor de los abusos para exculpar a cualquier otro agente,

26
El RPF representa al Frente Patriótico de Ruanda y muchos observadores perciben su invasión en
Ruanda como aquella de un ejército de ocupación. Ver Mahmood Mamdani, When Victims Become Killer:
Colonialism. Nativism and the Genocide in Rwanda, 2001, p. 185 y ss.
27
Esto está claramente graficado en el artículo de Alison Des Forges y Timothy Longman, “Legal
Responses to Genocide in Rwanda”, en My Neighbor, My Enemy, Justice and Community in the Aftermath
of Mass Atrocity, pp. 49-68. Para una interesante cuenta de cómo los tutsi fallaron en informar sobre la
violencia que ellos mismos habían perpetrado con anterioridad sobre los hutu, ver Timothy Longman y
Théonéste Rutagengwa, “Memory, Identity and Community in Rwanda”, en My Neighbor, My Enemy, cit.
pp. 162-182.
28
Para un interesante relato del desarrollo de los privilegios de los tutsi llevados a cabo por los colonos
belgas, ver Mahmood Mamdani, When Victims Became Killers, op. cit, cap. 4.
15

incluyendo, de manera más relevante, a la víctima. Advierto que he utilizado términos


como diseñar o pergeñar el proceso al hecho de inculpar. En este proceso, la inculpación
remueve del ojo limitado de la mente a todo otro factor que, a través de una mirada más
amplia, contribuye al presente estado de los hechos. Este es, vale la pena acotar, sólo un
lenguaje figurado ya que no resulta indispensable atribuir la inculpación a decisiones
deliberadamente simplificadoras. Nos consta que inculpar es una actividad que, en
nuestra cultura, suele nacer espontáneamente.
El fenómeno que describo produce los efectos simplificadores que apunto porque,
en algún grado, los juicios y las comisiones de la verdad buscan reparar la conducta
injusta o abusiva. Para aliviar la situación de ciertos grupos o individuos, y para
incorporarlos en sus propias comunidades, la inculpación se convierte en el instrumento a
través del cual podemos obtener un rápido consenso sobre el peso moral de ciertos actos.
La inculpación, entonces, subsiguientemente, crea la victimización. Este es un camino,
relativamente expedito y eficiente, que toma en cuenta cómo las víctimas fueron vejadas.
Culpar hoy a algunos perpetradores hutus es contribuir a que los tutsis recuperen cierto
grado de dignidad y autoestima mediante el aprendizaje de que ni la comunidad nacional
ni el mundo son indiferentes a su sufrimiento. Ello ayuda a los individuos que soportan
la brutalidad a volver a sus casas y tener un espacio en su propia comunidad. La verdad
aparece limitada al descubrimiento de que, sin merecerlo, vos y él padecieron grandes
sufrimientos a manos de ciertos agentes. El acuerdo sobre el valor y disvalor de los
complejos hechos históricos sería simplemente inabarcable si buscáramos una realidad
más rica, que se refiera no sólo a estos eventos concretos sino también a las
características estructurales, sociales, culturales y políticas que son relevantes para
historiadores y antropólogos. ¿Qué verdad compartida podemos ofrecer a los
sobrevivientes de la masacre de Ruanda de 1994 y a los parientes de aquellos que
encontraron la muerte en esa oportunidad? Una compleja verdad puede llegar a reunir un
razonable consenso sólo en tres o cuatro décadas. Los argentinos todavía debaten acerca
de la naturaleza de los eventos políticos que ocurrieron alrededor de hace cien años y
argentinos y chilenos nunca se pusieron de acuerdo acerca de los más básicos hechos
históricos sobre la Patagonia. ¿Qué tenemos que esperar de la compleja historia de
Ruanda? ¿Cómo es posible tener la expectativa de que servios y musulmanes se pongan d
acuerdo sobre los conflictos étnicos en Bosnia en el último siglo? Sólo podemos buscar
consenso sobre la base de un relato de hechos protagonizados por un limitado número de
agentes, y en referencia a una restringida serie de reglas dotadas de autoridad para
quienes queremos convencer.
La inculpación sirve al propósito de simplificar los hechos sociales a través de
singularizar la causa moral relevante de algún daño. Entonces, culpamos a aquellos que
causan nuestro sufrimiento a través de la trasgresión de principios y valores morales que
damos por entendidos. Esta aproximación descriptiva, sin embargo, no provee una
observación profunda en el verdadero atractivo de culpar a quienes encarnan acciones y
práctica sociales particularmente lesivas: el porqué y el cuándo realmente inculpamos a
agentes por sus infracciones legales y morales. Para considerar esta última pregunta se
requiere recurrir a una versión manipuladora de la inculpación, que mira por delante de
esta inculpación y que, entiendo, requiere de dos condiciones para ser operativa. La
primera es emocional: nosotros no sustentamos seriamente un principio moral si su
violación no causa en nosotros una emoción reactiva, como el resentimiento y la
16

indignación29. En segundo lugar, la inculpación requiere que nosotros implícita o


explícitamente esperemos proveer razones para desanimar al agente y a otros posibles
imitadores para que no repitan la práctica o la conducta. Los juicios de los tribunales y las
comisiones de verdad son formas de hacer pública nuestra inculpación, de compartir
ampliamente nuestro reproche por determinados actos. Ello implica una expectativa de
que otros compartan las emociones y asunciones sobre los hechos y los valores que los
descalifican. Cuando no es dable esperar determinado grado de adhesión, la inculpación
pública de otros pierde su básico atractivo.
En este último sentido, en los `40 y `50, no habríamos esperado que un
suficientemente amplio segmento de la comunidad compartiera con nosotros la creencia
privada de que muchos industriales fueran culpados por contaminar nuestros ríos y lagos.
Al contraer una enfermedad infecciosa, la comunidad se volcó a inculpar a quien bebió el
agua intoxicada o al nadador considerado entonces imprudente. Lo mismo ocurre con los
efectos del terrorismo de Estado y del proceso de ubicar nuestra inculpación. En los ojos
de muchos argentinos, fue también la imprudencia y la estupidez de las víctimas las que
causaron su sufrimiento a mano de sus secuestradores y torturadores 30. Desprovista de sus
implicaciones morales, la inculpación frecuentemente recae sobre la víctima, esperando
que ello persuada a otros a ajustarse a las demandas del tirano.
Variaciones en la práctica de inculpar son peculiares a los procesos políticos de
transición31. Tomo el caso de los asesinatos sistemáticos por los grupos de la extrema
derecha bajo la administración peronista en Argentina, entre 1973/75, y cómo esos
crímenes permanecieron –y permanecen aún- fuera del foco público. El singular y más
grave abuso fue perpetrado por uno de estos grupos en marzo de 1973 cuando masacró a
un número de rivales de la facción peronista cerca del aeropuerto donde se esperaba a
Perón, luego de su largo exilio en España32. Cientos de jóvenes fueron masacrados en este
incidente; sin embargo si estos abusos no hubiesen sido pasados por alto, la persecución
de los miembros de estos grupos hubiese sido vista como una estrategia política para
aventajar los intereses partidarios de los políticos en funciones. Luego de la dictadura, y a
través de los juicios de derechos humanos de 1985, las persecuciones se centraron casi
exclusivamente en oficiales militares. Inadvertidamente (incluso inconcientemente) los
fiscales omitieron accionar contra el ala de la ultraderecha peronista por el asesinato
sistemático de los disidentes. Tampoco presentaron cargos contra los que concertaron
alianzas con los militares más activos en la guerra sucia y los abandonaron luego del
fracaso de la política económica de la Junta Militar y del fiasco en las Falklands-
Malvinas33. Muy pocos de estos actores fueron blanco de los fiscales Lo que causó este

29
Ver Bernard Williams, “Morality and the Emotions”, en Problems of the Self, Cambridge University
Press, 1973, p. 207 y ss. Williams sostiene que hay una conexión no empírica entre el juicio moral y las
emociones. Este vínculo reside en que sinceros juicios sobre transgresiones de reglas y principios morales
revelan reacciones emocionales. Sin estas últimas, nuestros juicios no serían verdaderamente morales.
30
Trato este tópico en Game Without End, cit.
31
Ver Steven Holmes, Passions and Constraint, 1995, Chicago.
32
Ver Edwin Martin Anderssen, Dossier Secreto, Westview Press, 1992.
33
Utilizo la expresión “Falkland-Malvinas” para soslayar dos tipos de acusaciones. La primera, de ser
desleal a la tradición argentina en orden a la cual el nombre de las islas es Malvinas. La segunda, de estar lo
suficientemente apartado de la realidad como para ignorar que las islas están bajo el dominio británico
desde hace alrededor de un siglo, con la explícita aquiescencia de sus habitantes. Esta última consideración
es análoga a aquella en virtud de la cual pienso que Texas es parte de los Estados Unidos como Estrasburgo
17

olvido fue el énfasis puesto en el logro de buscar consenso para una autoridad
democrática.
Los juicios de derechos humanos y las comisiones de la verdad sirven el propósito
de incorporar a su propia comunidad individuos y segmentos humillados y abatidos. La
incorporación de grupos abrumados por la vergüenza y la culpa, individuos que se siguen
preguntando ¿por qué yo?, requieren de un alivio institucional expedito, la señal o
indicación por parte de una autoridad oficial que les haga saber que ellos importan. Sin
esta señal, estas personas encontrarán difícil, sino imposible, reinsertarse en su propia
comunidad como miembros ubicados en un pie de igualdad. Una condición necesaria
para lograr este efecto es que aquellas que los rodeaban crean que lo que padecieron no
fue producto de su culpa, que sólo fueron víctimas de la brutalidad de otro. Algunas de
estas personas, que perdieron amigos y familiares en represalia de su propia militancia
política, ahora necesitan que otra persona sea culpada. La lógica inculpación-víctima
sirve a diferentes propósitos de aquéllos que el almirante británico Sir George E. Creasy
menciona en su fuerte crítica de la condena del almirante alemán Karl Doenitz en
Nuremberg: “... en términos relativos, nosotros estamos todavía muy cerca de los eventos
de la Segunda Guerra Mundial y restan muchos años para que esos hechos sean revisados
por la desapasionada calma del historiador. Pero cuando lleguen esos días, yo creo
personalmente, que tu reputación como oficial naval y como almirante luchador va a ser
asegurada y establecida...”34. La inculpación y la correlativa victimización oficial son
respuestas rápidas. Respuestas que, en el caso que acabo de exponer, podrían haber sido
dadas para incorporar a los duramente abatidos oficiales aliados en sus propias
comunidades, y relevados, en la medida de lo posible, del peso de su propias grandes
transgresiones. El remedio necesita ser rápido y abierto a la comprensión futura de los
eventos por parte de los historiadores. La victimización de los llamados “subversivos” de
la dictadura militar argentina fue, por las razones que ya apunté, también la declaración
de su inocencia. El proceso de resguardar y excluir nuestra responsabilidad fuera del foco
de la inculpación no es nuevo. Las facciones opositoras usualmente se disputan quiénes
van a ser inculpados y quiénes víctimas. Los juicios llevados a cabo por los vencedores
en la guerra son probablemente impulsados a buscar más una absolución de los primeros
que imponer su venganza sobre los últimos. Cuando el humo de la guerra se dispersa,
buscamos limpiar nuestras sucias manos culpando a los perdedores. Nada lo muestra más
claramente que las cartas compiladas de jueces de los países aliados y de oficiales
militares de estos países en su abierta protesta contra la condena del Almirante Karl
Doenitz, la cabeza de la flota alemana durante la Segunda Guerra Mundial35.
El impacto de las decisiones de los juicios, de los informes de las comisiones de la
verdad y la pública auto-inculpación se apoya en la autoridad o credibilidad de las fuentes
de estas declaraciones. Las facciones enfrentadas, cuyo conflicto es el trasfondo de

lo es de Francia.

34
Ver la colección de cartas y ensayos breves en Doenitz at Nuremberg: An Appraisal, Ed. Por H. K.
Thompson, Jr., y Henry Strutz, 1976, Amber, p. 115.
35
En relación a los juicios de Nuremberg, Major Frederick Worthington, comandante de una división
armada de Canadá en 1942, dijo: “...Mi punto de vista es que una ley debe ser aplicada a todos. Si esto
hubiese sido observado en el momento de estos juicios, muchos oficiales de los ganadores deberían haber
sido sometidos a ellos...” (Ver Doenitz at Nuremberg, cit. p. 88).
18

decisiones y declaraciones como las que he mencionado, siempre pugnan por ser
inculpadores (o sea, víctimas) en lugar de inculpados. La creencia en la verdadera justicia
de una decisión o una declaración significa creer en la pericia y buen juicio de quien la
dicta o proclama. En otro lugar me he ocupado de la obviedad según la cual la autoridad
de los Tribunales y de las Comisiones de la verdad es esencialmente contingente. Entre
otras cosas, esta depende de la intensidad del conflicto al que, implícitamente se refiere la
actividad de juzgar. En este sentido, detrás de los juicios a lo ministros, en Nuremberg, se
ocupo de valorar la agresión alemana a Bélgica y Polonia y la cuestión mas abarcativa de
la fuerza en cuestiones de política internacional y de la responsabilidad de quienes
ocupaban cargos claves en Alemania. En Tokio, en cambio, los jueces se ocuparon de
establecer si la guerra de agresión es intrínsecamente inmoral, como lo sostuvieron
juristas estadounidenses y británicos. Mientras ciertos países tenían un claro interés en
mantener el statu quo ante (como era el caso de Gran Bretaña) otros necesitaban producir
cambios en el escenario internacional como fue el caso de Japón. Mientras Gran Bretaña
gozaba de una cómoda posición manteniendo sus colonias, Japón corría el riesgo de
quedar paralizado por falta de petróleo si no abría nuevas rutas. La consideración –
aunque sea solo tácita- a los conflictos subyacentes resulta inevitable y la inexistencia de
acuerdo sobre la naturaleza misma de estos conflictos suele ser más que frecuente. Este
desacuerdo debilita la autoridad de la resultante sentencia. Es así difícil imaginar que la
condena de los oficiales serbios pueda llegar a crear suficiente confianza en el bando de
los propios convictos. Esto es así porque, al juzgar a unos pocos individuos, los jueces no
pueden disociarse a sí mismos de los conflictos étnicos y políticos que subyacen los
hechos. Estos hechos, más generales que los actos juzgados, proveen el contexto dentro
del cual los últimos son ejecutados. Un buen ejemplo del problema con la autoridad en
casos que involucran grandes conflictos fue la reciente declaración firmada por los
intelectuales serbios. En lugar de sostener su oposición a la limpieza política y étnica en
los Balcanes, estos intelectuales se confundieron esta vez con sus connacionales más
radicalizados. Sostuvieron que la corte internacional “...fue exclusivamente un
instrumento para perseguir a los serbios”36. Veredictos, informes de comisiones de la
verdad y el reconocimiento público pueden sólo acrecentar un limitado consenso porque
la autoridad de las personas e instituciones que emitieron tales declaraciones es limitado
y también lo es la creencia en las reglas en que estos basan la descalificación de los
hechos en cuestión. El problema con la verdad limitada comunicada por la ICTY 37 es que
ella parece liberar de la inculpación todos aquellos actores que quedaron fuera del
restringido grupo de inculpados. Ello también implica la suposición de que aquellos que
no fueron condenados son en realidad inocentes. La consecuencia dec esta consideración
es la certeza de que examinar la propia responsabilidad de los no inculpados era una
cuestión superflua. Sin perjuicio de esto (o, más vale, por esto mismo), muchos
argentinos han adherido con entusiasmo esta visión.
Mis reflexiones me han llevado recorrer el círculo que me conduce al punto
inicial de este paper, es decir, a los pros y los contras de la dirección de empezar nuevos
juicios contra los militares argentinos. Esta segunda tentativa de juzgar nuevamente a los
oficiales de las fuerzas armadas en la Argentina va a absolver a muchos actores violentos

36
Elizabeth Neuffer, The Key yo My Neighbor´s Door: Seeking Justice in Bosnia and Rwanda, 2001,
Picador, p. 310.
37
Tribunal para la ex-Yugoslavia.
19

y a sus asociados a los ojos del público en general. Un olvido generalizado se ha


apoderado de la Argentina y de muchos otros lugares donde la brutalidad reinó en forma
suprema. Hay momentos en los cuales, deliberada o inadvertidamente, la inculpación
pública le hizo el juego a esta propuesta. Como muchos autores han dicho en relación a
los juicios en Ruanda. “Juicios de sospechosos genocidas –y una meticulosa evitación de
sustanciales casos legales contra soldados del RPA (la milicia tutsi) y de otros agentes
comprometidos en esos abusos- han procurado dirigir la percepción pública a
concentrarse en las transgresiones morales de muchos líderes hutus para levantar así el
estatus del actual liderazgo (tutsi)”. La necesidad de una rica verdad histórica falta aún
en muchos lugares con un pasado traumáticos. Sin embargo, en la medida en que es
posible, el acuerdo acerca de una verdad más rica no dependerá de la inculpación
realizada en tribunales criminales o en comisiones de la verdad. Dependerá sí, en cambio,
de una abierta deliberación entre honestos e informados actores. Este debate no ha
comenzado siquiera en la Argentina.

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