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http://culturainquieta.com/es/inspiring/item/13452-carta-del-filosofo-andre-gorz-a-su-esposa-dorine-keir-antes-de-suicidarse-juntos-en-2007.html
Hasta aquel día todo era incierto, sobre todo para Gorz, que
no tenía mucha fe en el amor. “No podía pasar más de dos
horas con una muchacha sin aburrirse y hacérselo sentir”.
De personalidad extremadamente discreta, Gorz (Viena, 1923- Francia, 2007) perteneció a la cultura francesa, viviendo
principalmente en París, donde fundó —junto a Jean Daniel— el semanario Le Nouvel Observateur y colaboró con el círculo
filosófico de Les Temps Modernes, con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
Así inicia Carta a D. Historia de un amor (2006), una confesión de casi 90 páginas que un anciano André Gorz le dedica a su
compañera de vida, luego de que le diagnosticaran cáncer de endometrio y aranoicditis, esta última causada por una inflamación
en una de las tres membranas que rodean el cerebro y la médula espinal.
La carta es un recuento sobre esa historia de amor que duró casi seis
décadas junto a su cómplice personal e intelectual. No obstante, el texto
completo es una reivindicación del autor consigo mismo, al darse cuenta de
que entre lo que piensa y su vida personal hay una distancia que no recorrió
con su compañera. Gorz, como muchos escritores, se sentía cómodo en la
estrategia del fracaso y la aniquilación, no en la afirmación y el éxito. Pero fue
en el ocaso de su vida cuando tuvo que admitir que lo más importante, tras
haber escrito tantos libros, ensayos y artículos, era ese ‘vínculo invisible’ que
ambos construyeron. “¿Por qué estás tan poco presente en lo que he escrito
si nuestra unión ha sido lo más importante de mi vida?”.
Todos los escritos de Gorz tratan sobre lo humano. Pero Carta a D. va más allá. “Lo que quería poner en relieve —dijo alguna
vez el pensador— es que la única riqueza humana es la sensibilidad. Cuando esta se elimina, entonces sólo hay sinsentido,
solamente riqueza material, instrumental, pero no humana. Dorine me enseñó eso”.
“Seremos lo que hagamos juntos”, le dijo André a Dorine. Y de eso no cabe duda.
Siempre desearon morir juntos, en el mismo día y de la misma forma. Y así fue. El 22
de septiembre de 2007, sobre la cama que los acogió durante casi seis décadas, se
inyectaron una sustancia letal.
Por la noche veo la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje
desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No
quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta ‘Die Welt ist
leer, Ich will nicht leben mehr’ (El mundo está vacío, no quiero vivir más) y me despierto. Espío tu respiración, mi mano te
acaricia. A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso
de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos”.