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ABSTRACT

La vida se desarrolla siempre en un contexto espacial. Desde que nacemos


hasta que morimos nunca nos libramos del espacio. Nuestra sexualidad se
conforma con cada experiencia de vida. Este trabajo se enfoca en algunas
experiencias propias de aprendizaje sexual, reflexionando sobre el uso que
hacemos del espacio y cómo nos sentimos en él.

Esta disertación pretende estudiar la influencia de algunos de los múltiples


factores que envuelven esas experiencias de aprendizaje sexual y esbozar un
posible método para hacer extensible este análisis a otras personas.

En esta aproximación a la sexualidad desde la experiencia propia, se tienen


en consideración aspectos como las características del lugar, las emociones, los
sentimientos o el contexto social. Todos ellos, factores que se entrelazan
conformando una realidad compleja.

La metodología es cambiante, adaptativa a cada caso de estudio. Se


descubre intuitivamente en la propia exploración. Resulta imprescindible ser
auténtico, lo que podría parecer evidente, pero que no lo es tanto cuando uno
está tratando de analizar algo tan íntimo como el sexo. Hacerlo conlleva
exponerse y, por tanto, sentirse vulnerable. No es posible hacer un análisis en
profundidad sin aceptar este sentimiento. Seguir la intuición, ser auténtico y
mostrarse vulnerable supone estar en una permanente situación de riesgo, y por
tanto, de incomodidad. No obstante, para hacer viable esta metodología, es
necesario aceptar y regular ese riesgo para evaluar cada caso hasta el punto
donde uno se sienta cómodo, dentro de la incomodidad.

El análisis aporta información sobre cómo me afecta la forma de usar el


espacio en mi vida sexual. Ese autoconocimiento aumenta el nivel de consciencia,
lo que se torna una forma de empoderamiento al permitirme cambiar el uso del
espacio en mi beneficio. Esos aprendizajes son particulares y no pretenden ser unas
conclusiones definitivas o universales.

2
Gracias. Gracias por escucharme, gracias por dedicarme el tiempo que
necesitaba, gracias por empezar a cuidarme, gracias por entender que otra forma
de hacer es posible, gracias por permitirnos dudar, por permitirnos plantearnos que
quizás el camino estaba, otra vez, equivocado, esa duda nos permitió identificar
al enanillo y, una vez le dijimos adiós, llegó la fuerza, la claridad, el deseo profundo.
Gracias por el respeto y el amor.

Gracias a ti Carlos, sin ti no habría sido posible. Gracias por confiar en mí


cuando nadie lo hacía, especialmente cuando yo perdí la fe. Gracias por tus
aportaciones, tus críticas, tu respeto, tu humildad, tu vulnerabilidad y tu
autenticidad. Siempre serás Merlín.

Gracias a mis pilares fundamentales. Paula, me das tanto que no tengo


palabras para describirlo. Ana, contigo me siento crecer, es una suerte tenerte
cerca. Dani, no entiendo cómo te puedo querer tanto en tan poco tiempo.
Mariluz, gracias por prestarme el apartamento en las nubes, nos vemos allí.

Gracias Miguel, David, Elia, Erika, La Comunidad, Renato, Ricardo, Leslie, Luz,
Jesús e Iván, todos habéis marcado mi camino.

Gracias a todos los que habéis dedicado vuestro tiempo a la lectura de este
trabajo. Formáis parte de él.

Gracias a vosotros, tribunal, por estar aquí ahora.

Gracias familia.

3
A mi familia,
a quién espero ser capaz de explicarles
lo que significa la arquitectura para mí.

4
“Sólo se me ocurre decir, breve y prosaicamente, que es mucho más
importante ser uno mismo que cualquier otra cosa.”

Virginia Wolf, Un cuarto propio

5
ÍNDICE

ANTES DE EMPEZAR A CONTAR…………………………………………….....……........ 07


1. EN BUSCA DE CONEXIONES ENTRE ARQUITECTURA Y SEXUALIDAD .…………….… 11
2. ME PLANTEO DOS OBJETIVOS A ABORDAR………...……………………………….… 19
3. UNA METODOLOGÍA MUY VERSÁTIL...………………….…………………..…………... 20
4. ESCENARIOS (IN)CÓMODOS………….………….….…………………………….…...... 24
- ¿UN? CUARTO PROPIO……………………………………. 25
- EN UN LUGAR APARTADO………………………………… 37
- UN PARQUE DE ATRACCIONES ………..………………… 48
- PUNTOS SUSPENDIDOS .………………………………….… 63
5. ¿Y SI DESPUÉS DE ESTO HICIÉRAMOS UN TALLER? …………………………….……… 73
LO DESAPRENDIDO EN EL PROCESO ………………….………………………………… 80
BIBLIOGRAFÍA ...………………………………………………………............................... 83
ALGUNAS DE LAS MÚLTIPLES POSIBILIDADES …………………………………….…….. 86

6
ANTES DE EMPEZAR A CONTAR

El texto que sigue es el más íntimo que he escrito nunca. Creo oportuno
ponerte en situación, querido lector, para permitirte entender un poco mejor las
motivaciones que me han impulsado a escribirlo.

Debes saber que quien escribe es un animal herido. Alguien que, como casi
todos, ha puesto todas sus energías año tras año, asignatura tras asignatura, en
esto que llamamos la carrera, alguien que se ha dicho a sí misma que no dormir
una vez por semana “es normal”, que ha asumido que Navidades y Semana Santa
no son momentos de desconexión y disfrute, sino de trabajo para la entrega que
hay a la vuelta, alguien que después del aluvión de entregas caía enferma porque
su cuerpo, agotado por el esfuerzo y sin defensas, gritaba “hasta aquí”, alguien
que ha tendido la mano a una amiga que decidía dejar de sufrir la arquitectura y
volar a un lugar donde estudiar era sinónimo de disfrutar, alguien que acompañó
ese proceso diciéndose a sí misma “ni se te ocurra hacerte la misma pregunta,
porque vas detrás”. Estas experiencias no son especialmente excepcionales, salvo
porque después de dar todo de mí, y un poquito más, durante 9 años,
completamente rota, abandoné. El final fue dramático pero, sobre todo, liberador.

Los dos últimos años antes de dejarlo, compaginé la elaboración del PFC con
un trabajo un tanto particular, ser asesora tuppersex. Este trabajo consiste en
organizar reuniones a domicilio donde se exponen y prueban productos eróticos.
Inicialmente se trataba de un empleo que me permitiera controlar mis horarios y
tener algunos ingresos. La sorpresa fue descubrir que ese trabajo, ni de lejos
comparable a la arquitectura, me llenaba mucho más que mis experiencias como
arquitecta. Me sentía culpable por cada hora disfrutada, porque cada hora que
le dedicaba, era una hora menos invertida en el PFC, que era teóricamente el
objetivo principal.

La idea de comparar ambas profesiones, ser arquitecta frente a ser alguien


que habla de sexo, resultaba ridícula. Parecía evidente cuál de las dos era la
deseable, la prestigiosa, la valiosa, la realista. La respuesta estaba clara tanto para
mi contexto próximo como para mí misma. Y, sin embargo, lo importante en mi
vida, lo que le daba sentido y lo que suponía una verdadera motivación para
levantarme a trabajar, apuntaba en dirección contraria. La tensión entre ambos
mundos era un baño de culpabilidad constante.

7
Decidir dejarme la carrera no sólo era abandonar el esfuerzo de tantos años,
era apostar por mi salud (que empezaba a resentirse y exigía un sistema inmune
capaz de enfrentarse a un virus sin tratamiento) y apostar por darle una
oportunidad a esa profesión que había mantenido escondida en el armario.

Ha pasado año y medio desde que tomé aquella decisión. Tiempo de mucha
reflexión y profundos cambios. Nunca dije que fuera un adiós para siempre, pero sí
que ya nunca volvería a ponerlo por delante de mi salud, mi ilusión y mis fuerzas.
No sería arquitecta sin mí. Me prometí que volvería si en algún momento
encontraba la conexión entre mi pasión y mi profesión por formación, es decir, si
conseguía construir un puente entre sexualidad y arquitectura. Francamente,
nunca imaginé que la vuelta al ruedo estuviera tan próxima. La sucesión de cuatro
eventos detonaron el comienzo de este trabajo, que ha sido un pulso constante
entre ambos mundos, con todas las implicaciones emocionales de cada uno de
ellos.

Los dos primeros eventos se produjeron en el país donde se ha desarrollado la


mayor parte de la disertación y desde donde la presento. La primera decisión que
brotó de mi cuerpo una vez liberada, fue venir a Perú a visitar a unos amigos. Una
vez aquí, una chica que había oído hablar de mí, me pidió que organizáramos un
taller sobre Eyaculación Femenina, taller que ya había llevado a cabo en alguna
ocasión en España. A raíz de ese primer taller que se produjo para un grupo
reducido en el salón de la vivienda donde me hospedaba, surgieron otros tres. El
último de ellos fue sobrecogedor, 50 mujeres sentadas en círculo sobre el césped
de un patio que nos envolvía. Aquel momento fue pura magia. Aquellas mujeres
me demostraron lo importante, necesario y valioso que es hablar de sexualidad.

Y es que a veces uno no ve lo evidente, no sólo es valioso obtener una


titulación con prestigio como arquitectura, sino que también lo es contribuir a vivir
con naturalidad esta parte de nosotros, de la que tan poco se habla, aunque por
suerte las cosas están cambiando, y que genera tanta culpa, incertidumbre,
vergüenza, miedo,… Este taller reafirmó ese sentimiento interior de dar el paso de
abandonar la arquitectura y apostar por algo menos prestigioso pero
definitivamente necesario. Algo que me hacía feliz.

El segundo evento fue cruzarme en el camino con una de esas personas que
te llenan de luz, que te tocan dentro y algo cambia. Conocí a Ricardo Daza en

8
una ruta guiada por Sacsayhuaman, unas ruinas incaicas próximas a Cusco.
Pasamos el día charlando sobre arquitectura, enseñanza y deseos de huida. Al
despedirnos me invitó a conocer Bogotá, invitación que acepté y dos semanas
después volvimos a encontrarnos. En las conversaciones que tuvimos, le hablé de
esa lejana intención de volver para acabar si algún día encontraba la conexión
entre arquitectura y sexo, una posibilidad que me parecía algo inverosímil. Él no
sólo respetó y entendió mi situación sino que escuchó mis inquietudes y me
sorprendió hablándome sobre la exposición “1.000m2 de deseo”, un claro ejemplo
de que era posible. Sentir que alguien como él me tomaba en serio supuso un
“clic”. Se despidió de mí diciéndome “Tómate el tiempo que necesites, pero
acaba.”

El siguiente evento se produjo meses después, casi por casualidad. Estaba


preparando una mudanza y me topé con el libro “Los ojos de la piel”. No había
vuelto a leer nada relacionado con la arquitectura y de pronto, este librito se me
antojó interesante. Durante su lectura, tomando un café sentada en una terraza
frente a la playa, empezaron a surgir preguntas como: ¿y si repaso los espacios
donde yo he tenido sexo?, ¿y si los dibujo desde el recuerdo, desde el cuerpo,
desde la experiencia física?, ¿y si los analizo desde cada uno de los sentidos?, ¿qué
pasaría?, ¿a dónde llegaría?

El último detonante fue dar el paso de buscar formación en sexología. En la


búsqueda encontré un “Master en Promoción de la Salud Sexual” de la UNED.
Hasta ese momento, había dado por sentado que sólo se podía acceder a
cualquier master relacionado con el tema, desde titulaciones de la rama de la
salud o sociales, nunca desde la arquitectura. Descubrir que estaba equivocada
me inyectó energía para volver a la carga con fuerzas. Lo bonito del proceso de
elaboración de este trabajo ha sido ir perdiendo el interés por ese máster sin que
eso afectara a mis deseos de estar hoy aquí.

Este trabajo se escribe desde la herida que es en mi vida la arquitectura y


busca cicatrizar. Es un proceso de sanación que está siendo posible gracias a
poner en el centro del análisis arquitectónico mi pasión, mi motor: la sexualidad. Es
un intento por conciliar mi formación, y todo el esfuerzo invertido en ella, con
aquello a lo que quiero dedicar mis días, es decir, ha sido un proceso de equilibrar
ambas fuerzas, de darle a la sexualidad todo el espacio que ha necesitado,

9
hacerme consciente de la importancia de la arquitectura y encontrar un
posicionamiento personal del tipo de arquitecta que quiero ser, que
paradójicamente era el objetivo el PFC que abandoné.

Inicialmente la arquitectura lo era todo en mi vida, de no haber sido así no


habría llegado hasta aquí. La sexualidad entró como un trabajo secundario, sin
importancia, como una alternativa mientras acababa la carrera, hasta encontrar
un trabajo “de verdad” como arquitecta. Cuando decidí abandonar y apostar por
la sexualidad, me liberé del lastre de sentirme infeliz con lo que hacía. Le di espacio
pleno a la sexualidad que tomó toda la energía que le había estado dando a la
arquitectura. Recuperé la ilusión, y eso eclipsó todo lo bueno que me ha aportado
mi formación. Este trabajo ha sido para mí una búsqueda de la arquitecta que hay
en mí.

El análisis se podría haber abordado de infinidad de formas, tal vez otras


habrían brindado mayor amplitud en los resultados o mayor profundidad en los
mismos. He optado por sentir que voy por el buen camino frente a saber que lo
estoy haciendo bien. Sentir frente a saber. Este ha sido un ejercicio de
reconciliación emocional, personal y física con lo que ha copado mi vida la última
década. Ha sido volver a mirarme al espejo y reconocerme, por fin, arquitecta.

Este texto está escrito desde la herida hacia la cicatriz.

10
1. EN BUSCA DE CONEXIONES ENTRE ARQUITECTURA Y SEXUALIDAD

“Bien puedo irme al fin del mundo, bien puedo esconderme por la mañana
bajo mis mantas, hacerme tan pequeño como pueda, puedo dejarme derretir al
sol en la playa, él siempre estará allí donde yo estoy. Él está aquí, irreparablemente,
nunca en otro lugar. Mi cuerpo es lo contrario de una utopía, eso que nunca está
bajo otro cielo. Él es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el
cual, en sentido estricto hago cuerpo. Mi cuerpo, topía despiadada.”

Michael Foucault, El cuerpo utópico

El cuerpo es nuestro contacto con el mundo, nuestra conexión con el exterior.


Cualquier forma de expresión necesita del cuerpo. Nos olvidamos con frecuencia
de que el cuerpo lo es todo. Sin cuerpo simplemente no somos. No escribimos sin
cuerpo. No experimentamos sin cuerpo. No vivimos sin cuerpo.

El cuerpo siempre se ubica en un contexto, en un lugar. Nuestro hogar


primigenio es el útero materno, que dota de unas condiciones de habitabilidad
idóneas, donde la temperatura, los sonidos, la posición y el espacio, entre otras,
acogen y posibilitan la creación. Una vez abandonamos el primer hogar, pasamos
a ser cuerpo entendido como una unidad distinta a la anterior, a la madre. En el
nuevo hogar las fronteras están definidas por nuestra piel, que nos aporta
protección ante lo que nos rodea, que nos permite relacionarnos con la alteridad,
entablar relaciones afectivas y cubrir las necesidades básicas.

El sexo es una de estas necesidades, y es cuerpo en estado puro. La sexualidad


es sensorial, táctil, vivencial. Son sensaciones, emociones, fantasías, sentimientos.
Cualquier aproximación a la sexualidad que queramos hacer desde la
arquitectura pasa por entender el cuerpo, sus necesidades, sus deseos, sus miedos,
sus aspiraciones y bloqueos. La arquitectura se vive a través del cuerpo y debe
responder a sus necesidades. Carece de sentido si no hay cuerpos que la habiten,
que la llenen de vida. Como dicen los integrantes del estudio Maushaus, “La
pecera vacía es un objeto decorativo, solo llena de peces se puede interpretar en
ella una casa o una habitación.”1 Por ello, el análisis arquitectónico ha de
responder a lo que los cuerpos necesiten, especialmente si se trata de sexo.

1Maushaus; La arquitectura a través del juego; Editorial Catarata y Fundación Arquia;


Madrid; 2016; Pág. 13

11
En mi opinión, lo interesante de la arquitectura no es en sí mismo el entorno
construido tanto como la influencia de ese entorno en la vida de las personas. Y
en ese sentido, para entender la arquitectura hay que entender también otras
relaciones que no son en sí mismas arquitectura, pero que se entremezclan con
ella. Lo interesante de la arquitectura es esa interacción que se produce entre
quien habita y la habitación donde cada actividad tiene lugar, la arquitectura
como diálogo entre acción y escenario. Como dice Juhani Pallasmaa en Los ojos
de la piel,

“Un edificio no es un fin en sí mismo; enmarca, articula, estructura, da


significado, relaciona, separa y une, facilita y prohíbe. En consecuencia,
las experiencias arquitectónicas básicas tienen una forma verbal más que
una nominal. Las experiencias arquitectónicas auténticas consisten, pues,
en, por ejemplo, acercarse o enfrentarse a un edificio, más que la
percepción formal de una fachada; el acto de entrar, y no simplemente
del diseño visual de la puerta; mirar al interior o al exterior por una ventana,
más que la ventana en sí como un objeto material; o de ocupar la esfera
de calor más que la chimenea como un objeto de diseño visual. El espacio
arquitectónico es espacio vivido más que espacio físico, y el espacio vivido
siempre trasciende la geometría y la mensurabilidad.” 2

Podemos establecer un paralelismo entre este enfoque de Juhani Pallasmaa,


que pone el foco en lo que ocurre en el espacio más que en el espacio en sí mismo,
y el del divulgador sexual Óscar Ferrani. Su trabajo como divulgador consiste en
exponer juguetería y accesorios eróticos tanto en la radio como en talleres o
espectáculos. La particularidad de su trabajo consiste en hablar de productos
eróticos desde las posibilidades sexuales que se despliegan con su utilización, en
lugar de centrarse en las cualidades del producto. Por ejemplo, en lugar de hablar
de la suavidad de la silicona, explica cómo ésta es capaz de deslizarse por el
cuerpo.

Este trabajo surge a partir de la pregunta: ¿ha influido la arquitectura en mi


vida sexual? La respuesta intuitiva es que el espacio no siempre ejerce la misma
influencia en nuestra sexualidad, que hay ocasiones en las que es determinante y

2PALLASMAA, J.: Los ojos de la piel: la arquitectura y los sentidos; Gustavo Gili; Barcelona;
2006; Pág. 64

12
otras en las que simplemente es el contexto en el que sucede la acción. Sería muy
interesante si fuéramos capaces de encontrar factores arquitectónicos que
aportan de forma activa calidad a la vida sexual y los explicáramos al modo de
Óscar Ferrani, desde el abanico de posibilidades que nos abre.

Elijo analizar los espacios de mi vida sexual, no porque sean especialmente


relevantes, sino porque son los que conozco de verdad, y por tanto, de los que
puedo hablar con propiedad sobre emociones, sensaciones, deseos o reacciones
físicas. Esta forma de adquirir conocimiento poniendo en valor la experiencia
cotidiana fue ampliamente abordada por el movimiento feminista de la segunda
ola. En palabras de Nuria Varela, “Fue otro concepto clave de las radicales, la
«política de la experiencia», es decir, el análisis de la sociedad desde la experiencia
personal.”3

Al tomar esta decisión, ha de asumirse que los resultados no serán universales.


Sin embargo, habrá quien haya vivido experiencias similares y pueda apropiarse
de parte del conocimiento que se genere. Como afirma Erika Irusta, “Y es que la
Vida ocurre a través de los cuerpos. Se manifiesta en lo menudo, en las pequeñas
cosas. Es ahí donde nos encontramos, donde comprendemos lo similares que
somos en nuestra (¿pretendida, quizás?) diferencia.”4 Se trata pues, de un viaje de
lo particular a lo universal, o como desarrolló el feminismo de la diferencia en la
Librería de Mujeres de Milán, Partir de sí para ir al encuentro con la otra. Según
continúa Irusta, esta práctica política “toma como base, lo pequeño, lo menudo,
lo ordinario y cotidiano, y lo eleva a través de la reflexión propia y colectiva. Este
proceso creativo podíamos visualizarlo como el árbol que enraíza en la tierra y, con
sus ramas, aspira a rozar el universo.”5 O en palabras de Anna María Piussi: “al Partir
de sí, haciendo hablar a nuestras vivencias –sentimientos, contradicciones,
deseos– hacemos hablar al mundo, porque con el mundo tenemos continuas
conexiones.”6

3 VARELA, N.: Feminismo para principiantes; Ediciones B; Barcelona; 2008; Pág. 85


4 IRUSTA, E.; De lo particular a lo universal; Curso de coñoescritura; Comunidad soy1soy4;
2017; https://www.soy1soy4.com
5 IRUSTA, E.; De lo particular a lo universal; Curso de coñoescritura; Comunidad soy1soy4;

2017; https://www.soy1soy4.com
6 PIUSSI, A. M.; Partir de sí: necesidad y deseo; DOUDA Revista d’Estudis Feministes núm. 19-

2000

13
En palabras de mi tutor, “El trabajo requiere de la complejidad para explicar,
pensar y reflexionar sobre el sexo y la arquitectura, dos conceptos en sí genéricos,
pero con un grado de intimidad y privacidad propio de aquel que los vive, que
requiere del lenguaje complejo para darse a entender entre tantas variables.7” Y
es que no es sencillo dar voz al cuerpo puesto que el lenguaje con el que nos
expresamos generalmente procede del intelecto, de la razón. El pensamiento
complejo que propone Edgar Morin permite hacer una aproximación a la realidad
donde no se aspira al conocimiento universal ni tampoco se obvian las similitudes
entre elementos. “Yo me sitúo, entonces, bien por afuera de dos clanes
antagonistas, uno que borra la diferencia reduciéndola a la unidad simple, otro
que oculta la unidad porque no ve más que la diferencia: bien por afuera, pero
tratando de integrar la verdad de uno y otro, es decir, de ir más allá de la
alternativa.”8 “Cada cual tiene una manera de vivir, y quién mejor que uno mismo
puede definir o intentar definir su modo de vida. La complejidad está en trasmitir a
través de las palabras una experiencia propia en la que influyen numerosas
condiciones que son experimentadas a través de los sentidos del cuerpo. Las
palabras son incapaces de trasmitir un sentimiento, pero pueden acercarse a
expresarlo con el lenguaje escrito, como lo hace la poesía o la literatura. Este es el
medio mediante el cual nos acercamos a hablar de la experiencia sensible.9”

Sin embargo, no resulta sencillo aislar las interrelaciones entre cuerpo y


arquitectura puesto que se entremezclan con otros factores que conforman la
compleja realidad. Aceptar que la realidad es compleja implica asumir que no
podemos analizarla por completo, que siempre habrá rincones oscuros o
reinterpretaciones de lo que se plantea, es decir, que no habrá conclusiones
certeras. Esto no significa que haya que complicar el lenguaje, todo lo contrario.
Lo ideal sería encontrar la forma más sencilla de permitir que el cuerpo se exprese.
Como dice Beatriz Colomina, “Los que peor escriben son los que más complican
las cosas. Pero la escritura también se complica cuando se complica la reflexión.
No hay que temer la complejidad. La arquitectura es compleja. Pero la escritura
no debe ser más difícil que lo que trata de describir.”10

7 Corrección de Carlos Barberá el 12 Ago 2017


8 MORIN, E.: Introducción al pensamiento complejo; Gedisa; 2009; Barcelona; Pág. 21
9 Corrección de Carlos Barberá el 18 Jul 2017
10 ZABALBEASCOA, A.; Beatriz Colomina: Los que peor escriben son los que más complican

las cosas; El PAÍS Semanal; EL PAÍS; 27 Ene 2013

14
Me resultan interesantes todas aquellas experiencias de las que aprendemos
cuestiones a incorporar en nuestra vida sexual. Entre estas experiencias están los
propios actos sexuales, donde uno aprende haciendo, pero también otras
situaciones como ver una película pornográfica, trabajar en un festival erótico,
participar en un taller sobre sexualidad o compartir experiencias sexuales tomando
un café con una amiga.

Este trabajo trata sobre dejar que la arquitectura me toque, o más bien, de
identificar cómo lo hace, de aprender arquitectura desde la experiencia de la vida
cotidiana. De poco sirve decirle a un niño que si toca algo se va a quemar. Es
cuando lo toca y se quema cuando verdaderamente aprende.

Si algo he aprendido durante la carrera es que “la arquitectura condiciona la


vida de las personas”. Sin embargo, me asalta la duda de si esa afirmación se
cumple en el caso del sexo, puesto que nunca me he enfrentado a un proyecto
donde se tuvieran en cuenta los factores que lo condicionan. De hecho, ni siquiera
estoy segura se saber cuáles son.

El sexo es una necesidad básica. Tanto es así, que el psicólogo Abraham


Maslow lo posiciona en la base de su “Pirámide de las necesidades”11, donde
ubica las necesidades fisiológicas, tales como respirar, descansar o alimentarse.
Por tanto, llama la atención que siendo un tema tan importante para la vida, haya
quedado marginado durante mi formación académica. Aunque, por otro lado, no
me sorprende, ya que en otros ámbitos de mi vida este tema también ha quedado
en un segundo plano, como por ejemplo, en mi educación familiar.

Este distanciamiento de la arquitectura a la sexualidad lo planteaba Mark


Wigley hace 25 años en una conferencia en la Universidad Politécnica de
Valencia, donde preguntaba lo siguiente: “¿Qué significa hablar de sexualidad y
de espacio aquí, en este espacio, o mejor dicho espacios, en esta sala, pero
también en el espacio del discurso arquitectónico y el de la universidad, por
nombrar sólo dos? La sexualidad no se acomoda con facilidad aquí. La asignatura
todavía no tiene nombre en arquitectura, es decir, todavía no tiene el lugar
adecuado.”12

11MASLOW, A.: Una teoría sobre la motivación humana, Narcea Ediciones, Madrid, 1989
12“What is it to talk of sexuality and space here, in this space, or rather spaces, this room but
also the space of architectural discourse and that of the university, to name but two?

15
Para constatar si este vacío formativo es extensible al diseño arquitectónico,
me he propuesto recurrir a dos fuentes de referencias del último siglo, una
contemporánea (la web Plataforma Arquitectura) y otra clásica (el libro “El arte de
proyectar en arquitectura” de Ernst Neufert).

Por un lado, al introducir en el buscador de Plataforma Arquitectura13 la


palabra sexo, se obtienen un total de 93 referencias frente a las 1.690 para
alimentación, otra necesidad básica de la misma categoría según la mencionada
“Pirámide de Maslow”. No pocas de esas escasas referencias en realidad
mencionan la palabra sexo refiriéndose a la categoría hombre o mujer y no a la
actividad. Por ejemplo, el proyecto del Albergue para Estudiantes de Wuyang
Architecture14, la incluye porque el albergue es para personas de “sexo femenino”.
Si probamos la búsqueda con la palabra “sexualidad”, los resultados se reducen a
2.

Por otro lado, en un repaso al índice de “El arte de proyectar en


arquitectura”15, en primera instancia comprobamos que aparecen tipologías
edificatorias tan variadas como granjas, ebanisterías o pistas de hielo, lo que
parece indicar que se contemplan todos los posibles usos que abarca la vida de
los hombres (y digo bien, de los hombres). Sin embargo, no hay rastro de, por
ejemplo, burdeles o cabarets. En la misma línea, aunque cabría esperar que la
actividad sexual se tuviera en cuenta de forma explícita en aquellos espacios
donde suele acontecer, tales como “Dormitorios” o “Moteles”, no aparece
referencia alguna.

Sin embargo, como dice la psicóloga y sexóloga Nayara Malnero, “puede


existir la ausencia de información sexual de calidad, pero no se puede evitar la
educación sexual, que siempre existe”16. Del mismo modo, tal vez, ausencia de
análisis explícito de las necesidades sexuales, no signifique ausencia de diseño
contemplando la sexualidad.

Sexuality is not so easily accommodated here. The subject is still without title in architecture,
that is, it is still without a proper place.” En: COLOMINA, B.: Sexuality and space, Princeton
Architectural Press, 1992, pág. 328. Traducción propia.
13 Consulta realizada el 23 de Noviembre de 2017. https://www.archdaily.pe/pe
14 https://www.archdaily.pe/pe/765883/albergue-para-estudiantes-wuyang-architecture

NEUFERT, E.: El arte de proyectar en arquitectura, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1995
15
16MALNERO, N.; Ponencia: Cómo hablar con nuestros hijos de Sexo; en Sex Madrid II,
Congreso de Sexualidad; Junio de 2017

16
Observando de nuevo el Neufert con detenimiento se evidencia cómo, de forma
sutil e implícita, se aplica al diseño una concepción concreta de la sexualidad. Por
ejemplo, en los diagramas de vivienda se distingue entre “dormitorio niños” y
“dormitorio padres” o cuando se separan los baños por sexo en una escuela. De
modo que se evidencian las conexiones entre ambos ámbitos, aunque no son
explícitas.

La mayor parte del discurso arquitectónico sobre sexualidad se produce desde


el análisis histórico o desde una tercera persona, o incluso cuando se habla de la
percepción y los sentidos es como si no fuera con uno. Algunos ejemplos podrían
ser el libro Pornotopía, la exposición 1000m2 de deseo o el capítulo El gobierno en
la mediación técnica: ecología política y distribución del poder. Los espacios del
sadismo y el masoquismo como tecnologías de gobierno17 de la tesis doctoral de
Uriel Fogué. En Pornotopía18 Beatriz Colomina junto a Paul B. Preciado, hacen un
estudio sobre cómo la revista Playboy fue un proyecto arquitectónico y mediático
que pretendía reconstruir el modelo de masculinidad establecido. La exposición
1000m2 de deseo 19examina de un lado la relación entre el deseo y el espacio, y
estudia a través de distintas épocas el papel que ha desempeñado la arquitectura
en la persuasión erótica, en el marco de nuestra cultura occidental. Y a la vez,
analiza cómo se ha utilizado el espacio a lo largo de los últimos tres siglos como
herramienta para organizar y controlar los comportamientos sexuales. Por último
Uriel Fogué, analiza las arquitecturas descritas en las novelas de Sade y Masoch.

Cuando hablamos de sexo es frecuente el uso de la tercera persona, de


hecho, en ocasiones se apela a “tengo un amigo que” para contar algo que en
realidad te ha ocurrido a ti mismo. Muy rara vez hablamos de nuestra propia
experiencia y prácticamente nunca reflexionamos sobre el tema. De modo que
no es de extrañar que no seamos muy conscientes de los procesos que se
desencadenan en el cuerpo, los sentimos sin entenderlos. Y todo ello acontece en
un lugar, seamos o no conscientes de cómo éste influye. Al escribir sobre ello,

17 FOGUÉ, U.: Ecología política y economía de la visibilidad de los dispositivos tecnológicos


de escala urbana durante el siglo XX Abriendo la caja negra; Universidad Politécnica de
Madrid; 2015; Capítulo 4
18 PRECIADO, P. B.: Pornotopía: arquitectura y sexualidad en "Playboy" durante la Guerra

Fría, Anagrama, 2010


DE CATERS, A. Y FERRÉ, R.: 1000m2 de deseo; Centro de Cultura Contemporánea
19

de Barcelona (CCCB); Barcelona; 2016

17
aumenta la consciencia de los procesos del cuerpo en el espacio y aumenta la
consciencia de cómo afecta el espacio al cuerpo.

Y es que el sexo tiene mucho de eso que no se suele contar: mucho de


excitación, mucho de miedos, de subidas y bajadas emocionales, mucho de
frustraciones, mucho de inquietudes e incertidumbres, mucho de dejarse llevar.
Tratar de expresarlo, especialmente en primera persona, resulta incómodo. Pero es
una incomodidad imprescindible si lo que buscamos es darnos cuenta, hacernos
conscientes, aprender de ello. Es necesario traspasar la barrera de la comodidad
y aun así, encontrar el equilibrio para no sentirnos expuestos en exceso, para no
sentirnos totalmente incómodos, pues no podríamos expresar nada en ese estado.
Este análisis sólo es posible si transita por un camino cómodamente incómodo.

Cuando se trata de analizar aprendizaje sexual, es inevitable escribir en


diferido, desde el recuerdo -pues no es posible tener sexo y escribir a la vez- lo que
implica asumir las limitaciones que supone trabajar con la memoria como materia
prima. Por un lado, para acceder al recuerdo de la experiencia, para bajar a ese
lugar interior donde se almacenan los recuerdos sensibles, es necesario el uso de
herramientas que faciliten el acceso a esa información. Por otro lado, hemos de
ser conscientes de que no recordamos todo lo vivido, que de lo que memorizamos,
hay partes borrosas y, por último, que el paso del tiempo trae consigo el olvido.

18
2. ME PLANTEO DOS OBJETIVOS A ABORDAR

El primer objetivo es reflexionar sobre algunas experiencias de mi aprendizaje


sexual, con el fin de identificar necesidades sexuales, formas de hacer uso del
espacio y formas de percibirlo. Mientras estas influencias permanezcan en silencio,
la arquitectura trabajará a tientas en su labor de dar respuesta a las necesidades
sexuales. De ese modo, seré más consciente del impacto de las decisiones
arquitectónicas en este ámbito y, por tanto, más capaz de aplicar ese
conocimiento en pro de una mejor vida sexual. Dicho de otro modo, desarrollar
empoderamiento sexual y espacial a partir del autoconocimiento.

El segundo objetivo es esbozar un método con el que otras personas puedan


también realizar este análisis de sus propios espacios sexuales, es decir, describir un
proceso que posibilite hablar de sexo y sexualidad desde la arquitectura.

19
3. UNA METODOLOGÍA MUY VERSÁTIL

Este trabajo versa sobre de escuchar cómo se siente y se comporta el cuerpo


en el espacio, así que eso es lo que he hecho, dejar que el cuerpo se expresara y
escucharlo cuando tomaba una decisión, esa ha sido la base sobre la que se ha
fundamentado el método de trabajo. Inicialmente, no sabía cómo abordarlo, pero
sabía que era posible. Diría que opté por seguir la intuición frente a proponer un
método que predefiniera el camino a seguir, un camino desconocido en aquel
momento.

Se podría comparar con las formas de planear un viaje. Puedes prever todas
las ciudades que verás, los lugares que visitarás, hacer una lista de comidas que
no te quieres perder, o puedes no definir nada de lo anterior y dejarte llevar,
preocupándote solamente por lo que necesitarás en el camino, estés donde estés,
para que no te falte lo realmente importante en la mochila, y en el fondo esas son
pocas cosas porque probablemente puedas adquirir todo lo imprescindible allá
donde vayas. Esa ausencia de planificación no significa que no quieras aprender,
sino que aceptas que no sabes lo que encontrarás por el camino y que eliges
dejarte sorprender. Este trabajo ha sido para mí ese tipo de viaje. No sabía cómo,
pero sabía que quería echar a andar y descubrir.

Yo no elegí el método (el yo mental que está escribiendo ahora), sino que más
bien la “coñoescritura20” se cruzó en el camino y fue mi cuerpo quien identificó
que esa podía ser una herramienta metodológica válida. Poco después de
empezar este trabajo me inscribí en un curso de escritura con ese impactante
nombre. Un curso en el que íbamos a aprender a dar voz a nuestros cuerpos de
mujer. Corrijo, cuerpos clínicamente21 asignados a la categoría sexo femenino, es
decir, con vulva, clítoris, vagina, útero,… Una vez empecé a coñoescribir, me di
cuenta de que ese lenguaje era clave para esta disertación. La coñoescritura
consiste en registrar y reflexionar lo que sientes tanto a nivel emocional como físico,

20 Para saber más sobre este lenguaje:


- Aventuras de una coñoescritora - https://www.elcaminorubi.com/el-blog/aventuras-
una-conoescritora/
- Erika, la catedrática en "coñoescritura": así afecta la regla a la hora de crear -
https://www.elespanol.com/reportajes/20171012/253725480_0.html
- ¿Sabes leer? - https://www.elcaminorubi.com/el-blog/sabes-leer/
21 PRECIADO, P.B., ¿La muerte de la clínica?; 07 de Abril de 2013;

https://www.youtube.com/watch?v=4aRrZZbFmBs

20
en re-conocerse a base de escribirse y releerse, en tratar de buscar las palabras
que expresen eso que tienes dentro y que no sabes cómo transmitir, porque el
lenguaje que te han enseñado no tiene palabras para ello.

Al traducir desde nuestro cuerpo a palabras perdemos. Siempre que se


traduce se pierde. “No podemos saber todo del cuerpo pese a que trabajemos
arduamente para escucharle y hacerle palabra (o darle espacio para que se
haga palabra). Le damos espacio, nos apartamos para que él pueda decirse. Aquí
radica la coñoescritura. Dar un paso hacia atrás para dejarle espacio y tiempo. El
hecho es este: no podemos entender el cuerpo del todo.”22

El curso consistía en escribir tu propio “Diario de un cuerpo”23 y, una vez arrancó


el proceso, identifiqué lo valiosas que resultaban esas conversaciones corporales
sobre el papel, así que decidí que tendría también un “Diario de un TFG”. Sin duda
alguna, ese día marcó un antes y un después. En él, he reflexionado en torno a los
posibles enfoques del trabajo, analizando las situaciones e identificando cómo me
sentía en cada momento. Ese registro del proceso me ha servido, por ejemplo,
para detectar momentos en los que trataba de abarcar más tareas de las que
podía gestionar o para reconocer conductas que me bloqueaban.

La coñoescritura lo ha invadido todo: no sólo ha sido el método interno de


trabajo, sino que también ha sido clave en la fase de análisis. Analizar experiencias
sexuales propias es un ejercicio plagado de sentimientos de miedo, vergüenza e
inadecuación. Apoyarme en las bases de la coñoescritura ha sido fundamental
para seguir adelante cuando aparecían profundos deseos de huida. Estas bases
son: vulnerabilidad, autenticidad y riesgo.

Escribir desde la vulnerabilidad implica aceptar y mostrar la fragilidad del


cuerpo. Dar voz a lo que suele permanecer silenciado, aquello que no se dice, lo
que se oculta. La sexualidad y la arquitectura están plagadas de este tipo de
silencios. En el sexo hay mucho más en silencio que con voz. Y en palabras de
Carlos Barberá, “En arquitectura, el espacio privado es por antonomasia el lugar
donde acontece lo que no es dicho.24”

22 IRUSTA, E.; Indecibilidad y opacidad; Curso de coñoescritura. Comunidad soy1soy4; 2017;


https://soy1soy4.com/
23 IRUSTA, E.; Diario de un cuerpo: la menstruación, el último tabú; Catedral; 2016
24 Comentario de Carlos Barberá el 18/AGOSTO/2017

21
Somos vulnerables, nuestro cuerpo lo es. Estamos expuestos a riesgos que nos
pueden herir física o emocionalmente. Con frecuencia tratamos de hacernos los
fuertes y pretender que la vulnerabilidad no va con nosotros. En el sexo, dejarse
llevar implica aceptar la vulnerabilidad y asumir que para disfrutar hay que
arriesgarse a ser herido. Lo mismo sucede con el amor, no es posible amar sin
aceptar el riesgo a que te hagan daño. En este trabajo, como en el sexo o el amor,
la vulnerabilidad es imprescindible. Analizar la actividad sexual propia hace que
uno se sienta expuesto y, por tanto, vulnerable.

La importancia de dar voz a eso que no se dice reside, como decía Simone de
Beauvoir, en que “aquello que no se nombra no existe”25, no se conoce, no se tiene
en cuenta. Y eso le pasa a la arquitectura, que está ciega, porque no ve o tal vez
no mira, lo que los cuerpos sienten antes, durante y después del sexo. Los cuerpos,
al permanecer silenciados, no expresan sus necesidades, y de ese modo, la
arquitectura no es capaz de dar respuesta consciente a ellas. Poner a cuerpo a
decirse desde la vulnerabilidad para permitir que la arquitectura se haga
consciente de cuando arropa, acoge y mima, frente a cuando expone, censura
e inhibe.

Al analizar la intimidad propia, a veces uno identifica rasgos que no le gustan,


aspectos que preferiría no mirar y mucho menos exponer. Al ser íntimos nadie
puede detectar si han quedado ocultos así que es tentador traicionar la
autenticidad. Sin embargo, ese autoengaño serviría de muy poco pues sólo se
puede aprender verdaderamente si se analiza la realidad con todos sus matices,
con luces y sombras.

Por último, escribir desde el cuerpo implica asumir riesgos. Riesgo a cuestionar
los cánones establecidos, a dar espacio a la duda, riesgo a decirse. Riesgo a ser
auténtica, a nombrarse, a escuchar las verdades y mentiras de una. Riesgo de
practicar la vulnerabilidad, a exponerse en un tema tan íntimo como la sexualidad.
Escribir desde el cuerpo es correr el riesgo de hacerse testigo de una misma. Riesgo
de proponer un tema disidente y una herramienta metodológica disidente, riesgo
de ser cuerpo en el lugar donde hay que llevar la máscara intelectual, ser mente.
Riesgo a tener una opinión propia sobre la arquitectura. “En la vida la certeza nos

DELGADO, G.; Simone de Beauvoir ... entre nosotras; Instituto de las Mujeres de la Ciudad
25

de México; Pág. 47

22
sepulta. Dudar es correr el riesgo de mostrar que no sabemos todo (nadie puede)
y también es asumir el riesgo-vértigo de quedarnos a contemplar la duda hecha
pregunta sin huir de no dar (en ese momento, o quizás nunca) con la respuesta. La
duda genera un espacio de encuentro, un espacio que invita a acercarse con
curiosidad a la otra porque esa otra, una vez formuladas sus dudas se nos antoja
gemela, incluso siamesa.26” Riesgo de proponer un método sin tener la certeza del
resultado. Riesgo de aceptar que no hay certezas, ni en la vida, ni en el sexo, ni en
la arquitectura. Riesgo implica preguntarse para qué escribo esto, cuál es la
reflexión, qué aporta, dónde está la arquitectura, cuál es su papel.

26IRUSTA, E.; El sentido interrogativo; Curso de coñoescritura. Comunidad soy1soy4; 2017;


https://soy1soy4.com/

23
4. ESCENARIOS (IN)CÓMODOS

De las múltiples experiencias analizadas, las cuatro próximas han sido las que
he desarrollado en mayor profundidad. He tratado de que fueran lo más variadas
posible. Cada una me ha brindado un aprendizaje sexual distinto y se han
producido en contextos arquitectónicos muy diversos. Una de las experiencias
analiza un espacio cotidiano, las otras tres desconocidos; una es un ejemplo de
práctica sexual individual, otra en pareja, una de inmersión en un mundo
desconocido y otra es una dinámica grupal. Todas ellas son especiales por algún
motivo.

La primera, ¿UN? CUARTO PROPIO, ha sido la última en aparecer en escena y


probablemente la más difícil de analizar al ser la más íntima de todas. Estoy
completamente convencida de que habría sido imposible abordarla sin la
experiencia que me ha brindado el proceso.

La segunda, EN UN LUGAR APARTADO, ha estado a punto de no aparecer en


el presente documento. Fue la primera experiencia que me atreví a abordar. La
elegí porque era lejana en el tiempo y porque no había sido importante en mi vida
(o eso me repetía yo), aunque había supuesto un punto de inflexión. Esa
experiencia ha sido el campo de pruebas de los múltiples intentos de aproximarme
al análisis. Resulta evidente que está escrita desde un lugar distinto a las demás,
está escrita desde fuera y con un orden enrevesado que trata de ocultar que, en
realidad, fue una experiencia más dolorosa de lo que pensaba. Esa escritura fría
en comparación con las demás sirve para evidenciar en parte, cómo se ha
producido la evolución del tipo de escritura.

La tercera experiencia, UN PARQUE DE ATRACCIONES, fue una aventura en su


día y ha sido interesante comprobar cómo el espacio, cuando está pensado
desde la actividad sexual, puede ser altamente provocativo.

La cuarta y última, PUNTOS SUSPENDIDOS, es la más sensible de todas, ha sido


capaz de responder alguna cuestión que estaba en el aire y ha abierto nuevos
caminos de reflexión.

24
- ¿UN? CUARTO PROPIO

“Lo que le da su valor a una taza de barro


es el espacio vacío que hay entre sus paredes.”
Lao Tsé
Escribo estas líneas en una mañana limeña gris que quiere despejarse para ser
un soleado día de primavera. Escribo desde mi cuarto, escenario principal de la
película de mi vida durante los cuatro últimos meses. Aquí se cubren gran parte de
mis necesidades, es mi espacio de descanso, donde recupero energías día tras
día, donde escribo este trabajo, pero también el Diario de mi cuerpo, es mi espacio
refugio, donde me encierro a llorar cuando echo en falta a los míos, aquí es donde
como mientras veo series. En este lugar es donde disfruto del sexo en solitario,
donde exploro las profundidades de mi anatomía, donde tengo permiso para vivir
la desnudez con naturalidad, en definitiva, donde se producen las relaciones más
íntimas con mi cuerpo.

Aún no son las 8:00 de la mañana, el cuarto está como de costumbre, la puerta
cerrada y los estores bien abiertos para dejar entrar la difusa luz. Cómo echo de
menos el sol alicantino. Levanto hasta arriba los estores por si en algún momento el
cielo se desencapota y el sol roza mi piel con sus rayos. Me siento junto a la
ventana, en el escritorio. Sobre él, los papeles se entremezclan con los rotuladores
en un baile constante entre orden y caos, en el ordenador suena una playlist
cualquiera. A mi espalda, el colchón descansa sobre el suelo enmoquetado.

Las paredes, de color blanco roto, delimitan un espacio que contiene no solo
una mesa con un armario y la cama, tal como aparecen dibujados en algunos de
los bocetos, sino que entre ellas estoy yo, ahora, mientras escribo y sobre lo que
escribo. Las paredes, el suelo y el techo retienen los acontecimientos y son estos
los que llenan de contenido y dan sentido al espacio, que por conformarse
exclusivamente según los estándares de un dormitorio, con una puerta, una
ventana y una planta de 3 x 3,5 metros, es la actividad humana quien subordina
las condiciones propias de la habitación que carece del más mínimo interés.

Es por esto que simplemente llenando de pensamientos la habitación,


ocupando de sueños el espacio de mi cerebro, tecleando en el ordenador y
llenando de escritos la pantalla, o describiendo la actividad del sexo que
acontece en esta misma sala, el espacio cambia por completo. Estos escritos con

25
los que sigo llenando este espacio no quedan exclusivamente en el papel, como
escritos para un TFG, sino en el interior del cuarto que también forma parte de mí.

Más allá de las paredes que encierran mi burbuja, comienza a arrancar el día.
Cada vez se oye más ruido de tráfico, por suerte nuestra casa da al patio interior
del condominio. No me gustaría vivir en el bloque A, que da a la ruidosa avenida
Ejército. Desde mi cuarto es como si no hubiera vecinos, los de abajo nunca se
oyen, son un señor mayor con su hijo, arriba no tenemos, vivimos en el ático.

En casa empieza a haber movimiento. Desde aquí oigo la ducha, es Leslie


preparándose para irse al trabajo. Ella duerme en la habitación contigua a la mía
y pasa la mayor parte del día fuera de casa. Todavía no oigo a Paula y Daniel. No
sé si hoy tienen reunión fuera de casa o si se instalarán a trabajar en el salón.

Es en este espacio donde hace unas semanas decidí contemplar la


masturbación como una de las experiencias de análisis. Es curioso porque pese a
ser mi formato más habitual de sexo, ha sido el último en ocurrírseme. Hablar de
masturbación debería ser algo natural, y sin embargo, como dice Betty Dodson,
“desde la infancia hasta la madurez, la masturbación produce un sentimiento de

26
vergüenza y de culpabilidad27”. Sí, así es, y esos sentimientos son los que me
invaden mientras trato de dignificar esta sana práctica y entender de qué forma
el cuarto desde el que escribo, la influencia. Por defecto me planteé todas las
experiencias que recordaba con compañeros sexuales antes de que llegara a mi
mente la masturbación como opción, como si el sexo en solitario fuera menos sexo.
En Ética promiscua advierten sobre ese error, “Nosotras creemos, en cambio, que
la unidad sexual fundamental es una sola persona; añadir más personas a esa
unidad puede ser algo íntimo, divertido y dar compañía pero no completa a
nadie28.”

Mi forma de relacionarme con mi cuerpo ha ido cambiando a lo largo del


tiempo. Siento que he normalizado la masturbación los últimos años. Durante
mucho tiempo no la practicaba, no me sentía cómoda con ello. Se producía una
contradicción entre el placer físico y la sensación de estar haciendo algo que no
está bien. Esa incomodidad inhibía mi deseo. De pequeña, en casa aprendí que
el contacto lícito con el cuerpo se produce por cuestiones de higiene. De modo
que toda actividad que no tuviera ese objetivo, no era adecuada. Nada de
mirarse por el placer de conocerse, nada de pasearse desnuda y sentir el cuerpo
en estado puro recorriendo cada rincón de la casa. Además, nunca se nombraron
partes de mi cuerpo como la vulva, la vagina, ni mucho menos, el clítoris. Según
Peggy Orenstein dada esta ausencia educativa “No sorprende que, menos de la
mitad de las adolescentes [estadounidenses] de 14 a 17 años se hayan
masturbado.29”

De un tiempo a esta parte he tomado la decisión de cambiar esa forma de


relacionarme con mi cuerpo, con mi sexualidad. No es tarea fácil lidiar con los
sentimientos de culpa y vergüenza que nacen de dentro y que chocan con lo que
una piensa. Por suerte, hay otro sentimiento que me impulsa a explorar, a salir de
mi zona de confort, a conocerme: la curiosidad.

27 DODSON, B.: Sexo para uno: El placer del autoerotismo, Ediciones temas de hoy, Madrid,
1989; Pág. 5
28 Easton, D. y Hardy, J. W.: Ética promiscua: una guía para el poliamor, las relaciones

abiertas y otras aventuras, Melusina, 2013; Pág. 30


29 ORENSTEIN, P.: ¿Qué piensan las chicas sobre su placer sexual?; TEDWomen; Octubre

2016;
https://www.ted.com/talks/peggy_orenstein_what_young_women_believe_about_their_o
wn_sexual_pleasure?language=es

27
Y no sólo decidí analizar una experiencia de masturbación, quise regalarme
una especial. La motivación por masturbarme de forma distinta a la habitual viene
de tiempo atrás. Llevo meses con la idea en la cabeza de la masturbación como
fuente de respuestas a preguntas, como forma de autoconocimiento, como forma
de acumular experiencias que compartir en talleres, de algún modo, como forma
de validar mi argumentario. Es la eterna tarea pendiente. Por eso se entremezcla
el entusiasmo por darle espacio-tiempo, por fin, a la vez que me invade cierta
culpabilidad por no haberlo hecho antes. Aparecen el miedo y el deseo, un miedo
terrible a traer a este escenario académico algo tan íntimo y un deseo profundo
de sacar de la sombra y la culpa la práctica masturbatoria.

De forma instintiva, comencé por controlar el nivel de privacidad con el que


contaba. La privacidad es básica para vivir con libertad la relación con mi propio
cuerpo por varios motivos. Por un lado, hay cierta necesidad de aislamiento
respecto a lo ajeno para poder concentrarme plenamente en mí. Por otro lado,
supongo que sigue quedando un poso de ese sentimiento de estar haciendo algo
inapropiado y que no quieres que nadie sepa que haces. Además, en sentido
inverso, me imagino la incomodidad que pueden sentir mis compañeros al saber
que me estoy masturbando.

Gran parte de los factores que condicionan la privacidad son estables en el


tiempo, de modo que una los controla sin ser siquiera consciente. Ahora bien, ¿a
qué me refiero cuando hablo de privacidad? Tiene que ver con el nivel de
conexión o aislamiento respecto del entorno físico y social. Esto se traduce, por
ejemplo, en evitar interrupciones durante la actividad. La privacidad se materializa
con los elementos limítrofes que nos separan y nos unen, que en mi cuarto son el
suelo, el techo y las paredes como elementos invariables; y la puerta, el pestillo, la
ventana y los estores, como elementos porformativos.

Las conexiones interior-exterior, y viceversa, se pueden producir de forma física


(si alguien entra en escena), acústica o visual.

Lo bueno de vivir con amigos es que existe un código de convivencia básico


no explícito por el cual ninguno de nosotros entra en el cuarto de otro sin su
consentimiento. Antes de abrir una puerta, siempre nos comunicamos a través de
ella. Esta regla parece tan evidente que podríamos pensar que siempre se
produce así. Sin embargo, mi madre nunca contempló esta necesidad de

28
privacidad y abría cualquier puerta de la casa en cualquier momento. El respeto
por la privacidad del otro resulta evidente en relaciones de amistad, pero no
siempre está tan claro en relaciones familiares o de pareja.

Precisamente por este código, si había algún riesgo era que me interrumpieran
al venir a decirme algo o que me oyeran si estaban cerca de mi cuarto.
Evidentemente, la situación ideal se produce cuando estoy sola en casa. Aquella
mañana, justo cuando acababa de decidirme a regalarme un rato de autoamor,
oí como alguien se instalaba en el salón. Por suerte, de mis tres compañeros, era el
que con menos probabilidad, vendría a decirme algo. Reconozco que estuve a
punto de abortar misión, pero finalmente, seguí adelante. Mi cuarto da al salón y
saber que hay alguien trabajando al otro lado de la puerta, resulta incómodo.

La desconexión visual podría ser el factor más sencillo de resolver, no hay más
que bajar los estores para propiciar un ambiente privado. Así ocurre cuando es de
noche. Una vez la luz natural desaparece, deja de tener sentido permanecer
abierta al exterior. Las vistas no valen la pena.

Sin embargo, la posición estratégica de mi ventana respecto de los edificios


adyacentes hace que no sienta la necesidad de cerrar los estores para dotar a mi
espacio de privacidad. De modo que no los cierro porque no siento la necesidad
de hacerlo. Aunque, hay ciertas situaciones, ciertas ubicaciones dentro del
espacio, desde las que no tengo garantías de no ser vista. Son esos momentos
concretos, esas situaciones particulares, donde la incertidumbre de no saber si
pueden o no verme, y si hay alguien o no mirando, las que hacen que me
cuestione encerrarme.

En esos casos, la probabilidad de ser vista es tan baja, que opto por no
renunciar a la luz natural asumiendo el riesgo, a veces incómodo, a veces
estimulante, de ser descubierta. Esa incomodidad, hace que me cuestione cosas
como el derecho a la desnudez o el derecho a la luz natural, que me cuestione si
está bien que otros puedan ver mi desnudez y de quién es la responsabilidad, del
que mira el espacio privado de otra persona o del que se expone a ser visto desde
fuera. Estas reflexiones han ido apareciendo paulatinamente, según se ha ido
haciendo consciente mi forma de usar el espacio que inicialmente era instintiva.
Las situaciones de ligera tensión, de cierta incomodidad, han hecho que empiece
a plantearme los motivos por los que uso el espacio de la forma que lo hago.

29
La visibilidad se ve influenciada de un lado, por la
posición y distancia del observador, y por otro, por la
distribución interior de mi cuarto, que condiciona la
posición y postura de cada actividad íntima. Hay tres
zonas que podríamos considerar de riesgo a ser vista.
Cada una de ellas está a una distancia distinta. Como
decía antes, nuestro departamento da al patio interior
del condominio, formado por tres bloques que
conforman una C. Al vivir en la zona central, desde los
dos extremos hay ángulo de visión hacia mi cuarto. La tercera zona es desde la
calle frente a mi ventana.

La zona más cercana está a menos de 10 metros y es, por tanto, la más
arriesgada al poder verme con total nitidez. Se trata del rellano y la vivienda que
quedan a mi espalda cuando me siento ante el ordenador, en el escritorio. Al vivir
en el ático, sólo pueden verme desde las dos últimas plantas del edificio contiguo.
Por suerte, la vivienda desde la que podrían verme está desocupada, con lo que
el único riesgo real es que alguien salga a alguno de los rellanos.

Desde el rellano inferior sólo pueden verme la cabeza y los hombros. Desde el
superior, pese a poder verme con total nitidez, solo se alcanza a ver media
espalda, de cintura para abajo quedo tapada por la pared. La mayor parte del
tiempo que paso aquí sentada es trabajando, pero a veces, sucede que se activa
el deseo. Generalmente se trata de algo rápido, poco preparado, que no implica
desnudez. Suelo coger mi juguete favorito, un succionador de clítoris que, una vez
colocado en el sitio adecuado, no necesita ningún movimiento. Mis manos
pueden estar en cualquier lugar. Aparentemente, desde detrás, nadie podría
identificar lo que está ocurriendo.

La siguiente zona desde la que se ve mi


cuarto está a unos 20 metros y es el extremo
opuesto de la C. En concreto desde las tres
ventanas correspondientes a la vivienda del
último piso. La conexión visual en este caso es
escasa puesto que sólo se puede ver algo
estando de rodillas o de pie sobre la cama,

30
situación poco habitual. El hecho de tener el
colchón directamente sobre el suelo aumenta
el grado de privacidad al quedar parcialmente
escondida tras la pared. Además, desde esas
tres ventanas no se ve mucha actividad. Una de
ellas parece dar a la cocina, otra a un espacio
tipo cuarto de la lavadora y la tercera tiene las
cortinas siempre echadas. De modo que si yo
no puedo ver nada de esa vivienda, es poco
probable que ellos me puedan ver a mí.

Por último, y a unos 50 metros, se encuentra un edificio enfrentado a mi


ventana y una gasolinera. El edificio tiene dos plantas, desde la planta baja no hay
visibilidad pues la bloquean las viviendas que hay de por medio. La primera y
segunda plantas tienen ventanales con vidrios efecto espejo, lo que impide mi
visión pero no la suya. Por tanto no puedo saber si hay alguien mirando. El espacio
interior que entra dentro del ángulo de visión es estando de pie frente a la ventana
a una distancia no mayor de un metro, lo que implica estar sobre la cama o entre
ésta y el escritorio. Por ello, es también poco probable que puedan ver más allá
de la cabeza y los hombros. Todas estas circunstancias espaciales hacen que la
desnudez sea posible sin apenas restricciones, basta con no acercarme a la
ventana.

Una vez tomada la decisión, sentada en el mismo lugar en el que estoy ahora,
dejé que las ideas almacenadas brotaran. Si algo tenía claro era que iba a ser un
encuentro preparado y sin prisas, quería disfrutarlo con tranquilidad. Pese a saber
que nadie iba a entrar por sorpresa, eché el pestillo de la puerta, casi como un
acto de paz interior.

Busqué una Playlist para masturbación de Youtube30, muy útil tanto para
preparar el ambiente y entrar en situación, como para camuflar sonidos emitidos
y/o recibidos en el cuarto. Elegí el aroma de incienso para la ocasión.

30 ORENSTEIN, P.: ¿Qué piensan las chicas sobre su placer sexual?; TEDWomen; Octubre
2016;
https://www.ted.com/talks/peggy_orenstein_what_young_women_believe_about_their_o
wn_sexual_pleasure?language=es

31
De todas las ideas que se arremolinaban en mi cabeza, no sabía cuáles iba a
llevar a la práctica. Algunas de ellas requerían un “instrumental” específico, así que
preparé cerca de la cama de todos aquellos accesorios que me pudieran resultar
necesarios. En estas situaciones me gusta fluir, hacer lo que me pida el cuerpo y
sabía que una vez puesta en marcha, me iba a dar pereza interrumpir la acción
para levantarme a buscar el “instrumental”.

Busqué en la estantería el cuaderno donde tengo anotados mis hallazgos y las


curiosidades que están a la espera de ser comprobadas. Me encanta la
investigación sobre mi propio cuerpo. Aproveché también para coger el espejo
que suele hacer las veces de tocador, aunque no lo compré para mirarme la cara
mientras me pongo crema, sino para estas situaciones. Coloqué en la cama una
toalla a medio desdoblar que saqué del armario y saqué de uno de los cajones
algunos juguetes, un espéculo y una bolsa con lubricantes e intensificadores del
orgasmo. Con eso, ya tenía todo listo para dejarme llevar.

Empecé a bailar con la música, quitándome la ropa sin prisa, entre baile y
baile. Primero de pie en el centro del cuarto, después de rodillas en la cama, frente
a la ventana, con la mirada perdida, centrada en mi cuerpo y sus sensaciones.

Me senté sobre la cama, apoyando la espalda en la pared. Miré alrededor y


vi todas las opciones disponibles. Tomé con una mano uno de los juguetes, con la
otra un lubricante. En este punto de la historia he de decirte, querido lector, que
habrá partes de la experiencia que me guarde para mí.

Llegó un momento en que se encendió un pilotito de luz en mi cabeza. Me


asaltó la curiosidad de nuevo. En los talleres de eyaculación femenina hablamos
de los orificios por donde eyaculamos, las glándulas de Skene, una parte de la
anatomía femenina altamente desconocida. Diana J. Torres en su libro Coño
Potens explica que “Durante mucho tiempo pensé que mis eyaculaciones salían
por la uretra, de ahí también que durante mucho tiempo también pensara que se
trataba de orina. ¡Nadie me había dicho que tenía dos orificios por los que
eyacular!”31

31TORRES, D. J.: Coño potens: Manual sobre su poder, su próstata y sus fluidos, Txalaparta,
2015; Pág. 32; http://yeswecum.org/wp-content/uploads/2016/03/CONO-POTENS-
VERSION-DIGITAL-Desconocido.pdf

32
En otras ocasiones había buscado esos orificios en mi cuerpo. Aunque nunca
lo había hecho durante la masturbación, y siempre me quedaban dudas, no
estaba segura de si lo que veía era un orificio o un pliegue de los tejidos. Esta vez
podía intentar verlo durante la eyaculación.

Me alegré de haber puesto una toalla en la cama y haber acercado el espejo.


Recoloqué mi postura para estar todo lo cómoda que me fuera posible. Acomodé
la espalda apoyándola entre la pared y la almohada. Me aseguré de que la toalla
estuviera bien colocada y traté de sujetar el espejo entre las piernas. Necesitaba
estar incorporada para ver el espejo. La luz de mediodía que entraba por la
ventana iluminaba perfectamente la habitación.

La actividad de estimularte, sostener un espejo con las piernas y estar atenta a


las reacciones de tu cuerpo no es del todo sencilla. Por un lado, es necesario
prestar atención a qué estás haciendo para conseguir provocar la eyaculación,
es decir, concentrarte en las sensaciones del cuerpo, y por otro, no olvidar prestar
atención al espejo, tanto a su posición que a veces se cae, como al reflejo, un
tanto borroso por el movimiento de las piernas, lo que dificulta la visibilidad.
Además, en según qué momentos de placer, la visión se nubla y hay que hacer
verdaderos esfuerzos para mantenerla centrada.

Por si eso fuera poco, una vez arranca la eyaculación, la situación se complica
todavía más. La primera duda que surge es, ¿será la toalla capaz de absorberlo
todo? Mi solución de emergencia en estos
casos suele ser pasar de la cama al suelo, que
es más fácil de limpiar, pero en este cuarto
hay moqueta, así que ya no dispongo de esa
opción. Una vez asumo que necesitaré otra
toalla aparece la siguiente cuestión, ¿dónde
pongo mientras la que ya está mojada? La
cama no es una opción porque se va a
acabar manchando, que es justo lo que
quiero evitar. Con la moqueta ocurre
exactamente lo mismo. Quedan el escritorio,
lleno de los papeles de este trabajo o el respaldo de la silla. Por suerte, había
decidido cambiar la silla que tenía por una del salón. Ésta tiene el respaldo de

33
madera, la otra no hubiera sido opción porque tiene el respaldo acolchado con
tela.

Mi madre siempre me ha dicho eso de “no es más limpio el que más limpia,
sino el que menos ensucia”. Así que, por lo general, trato de ensuciar lo menos
posible. La preocupación por la limpieza me desconcentra y me saca en gran
medida del disfrute del momento. El hecho de que cualquier superficie de mi
dormitorio sea absorbente, junto con esa concepción de la limpieza tan
interiorizada, hace que viva la eyaculación con incomodidad. De hecho, por lo
normal, tiendo a evitarla. Mi consciencia se desplazada del cuerpo y el placer
hacia el entorno al aparecer el factor de la limpieza como elemento a considerar.

Este inconveniente también lo identifica Diana J. Torres y lo vincula con una


cuestión de género. “Otras de las ideas a desprogramar están vinculadas
inequívocamente con ese “kit” de género que nos encasquetan al nacer y con el
hecho de “ser” mujeres.”32

Una vez terminó la acción, llegó el momento de devolver el escenario a la


normalidad. Coloqué aquello que estaba limpio en su lugar, fui a darme una
ducha y a lavar los objetos que lo necesitaban. Por la distribución de la vivienda,
para ir al baño tengo que pasar por el salón. De ahí la importancia de saber quién
había al otro lado antes empezar la acción. La concepción sexual y el nivel de
confianza con el resto de personas de la casa influyen a la hora de salir del cuarto
con juguetes en la mano o tapada con una toalla. Todos saben de mi cajón lleno
de juguetes así que ya ninguno de mis compañeros se sorprende si me ve con uno
en la mano, aunque procuro ser discreta en sus excursiones al baño.

Después de esta reflexión he aprendido algunas cuestiones interesantes,


aunque sigo sin tener clara la cuestión de los orificios de salida de las glándulas de
Skene. De cara a próximas incursiones investigando este asunto tendré en
consideración, por un lado, buscar una postura en la que el espejo se sujete por sí
solo, y por otro lado, probar a usar empapadores sobre la cama.

De no hacerlo, tal vez deba empezar a asumir que este tipo de encuentros
húmedos impliquen poner una lavadora justo al terminar. Así evitaría la incómoda

32TORRES, D. J.: Coño potens: Manual sobre su poder, su próstata y sus fluidos, Txalaparta,
2015; Pág. 77; http://yeswecum.org/wp-content/uploads/2016/03/CONO-POTENS-
VERSION-DIGITAL-Desconocido.pdf

34
situación de no tener un lugar adecuado donde colgar la toalla, a la espera de
ser lavada. Este condicionante se vincula, a su vez, con el horario porque
tendemos en el balcón y la noche limeña es muy húmeda. De modo que la
situación ideal sería hacerlo durante el día, preferiblemente por la mañana. Otra
opción es comprar un tendedero que pueda poner en mi cuarto. La incomodidad
frente a la eyaculación me ha hecho pensar en el espacio en términos de
absorbencia de los materiales y facilidad de limpieza, cuestiones que
generalmente no tenemos en cuenta en el diseño y que han resultado ser
condicionantes de mi sexualidad como mujer. Tal vez, deba seguir renunciando a
la eyaculación, por los inconvenientes que presenta.

Más allá de esa limitación, he de reconocer que a raíz de pensar en superficies


no absorbentes en el dormitorio, he empezado a ver el escritorio con otros ojos. No
me parece que sea verdaderamente útil para resolver el asunto de la eyaculación,
pero podría ser práctico para hacer masajes eróticos si lo separo ligeramente de
la pared. De cara a dar (o recibir) un masaje erótico, conviene que la persona se
tumbe en una superficie que quede cómoda para el masajista y que le permita
moverse con facilidad alrededor del cuerpo. Algún día haré la prueba.

También me he dado cuenta de la suerte de disponer de un espacio con las


condiciones de privacidad de mi cuarto. En él tengo total flexibilidad de horarios y
prácticamente nunca tengo que contener el deseo por factores externos. La
mayor parte del tiempo soy libre de hacer el uso que me apetezca y sólo cuando
sé que hay alguien cerca tener en consideración los posibles ruidos. Si lo comparo,
por ejemplo, con mi compañera Leslie su cuarto está entre el mío, el de Paula y
Daniel y el salón, además por sus horarios, cuando llega a casa siempre hay
alguien, de modo que su nivel de privacidad estando en una misma vivienda es
mucho menor.

Por otro lado, si ahora me planteara cambiar la distribución de los muebles,


pensaría en cómo se redistribuirían las actividades para tener presente la visibilidad
con el exterior, porque actualmente para mí es importante poder vivir la desnudez
sin cortar mi visión con el exterior. La percepción del tamaño del espacio es muy
distinta de estar los estores abiertos o cerrados.

Estas primeras exploraciones sólo son posibles en un espacio como mi cuarto,


un lugar donde me siento segura, que siento propio, donde puedo ser yo, donde

35
puedo atravesar el miedo con tranquilidad. Un espacio cómodo pese a la
incomodidad de la situación.

A priori pareciera que el escenario es siempre el mismo, mismas cuatro


paredes, mismos muebles, misma disposición. Sin embargo, a poco que prestamos
atención descubrimos que cada actividad tiene su propio atrezo, unas
particularidades propias que transforman el espacio. En ocasiones el escenario
permanece exactamente igual durante el autoerotismo, sin cambio alguno, otras
se despliega toda una construcción ambiental para preparar el encuentro, una
construcción que suele ser tan privada que nadie ve.

36
- EN UN LUGAR APARTADO

Allí estaba yo, de pie, frente a él. En aquella solitaria y oscura calle, donde se
oía música a lo lejos. Era de noche. Recuerdo que hablamos, aunque no sé de
qué. Recuerdo abrazarle. Recuerdo besarle, pinchaba y sabía a tabaco.
Recuerdo esa sensación de ingravidez en el cuerpo que te da el alcohol.

También recuerdo la rebeldía


adolescente de querer hacer lo que a
gritos estaba prohibido. Recuerdo querer
y no querer al mismo tiempo. Recuerdo
cierta reticencia que, a la vez,
alimentaba mi deseo de estar allí. Es lo
atractivo de lo clandestino.

La pequeña calle estaba conformada por edificaciones que la encerraban,


formando un espacio acotado, controlable. No había calzada. Estábamos él, yo,
la tierra, las piedras de los muros, un árbol a lo lejos y la oscuridad. Aquel espacio
era rural. Estábamos en un pequeño rincón formado por dos construcciones. Él
estaba apoyado sobre una pared que quedaba ligeramente por encima de mi
visión.

Las construcciones sobre las que nos apoyábamos no tenían puertas ni


ventanas. Una de ellas era una cochera que se abría en la fachada opuesta,
donde se encontraba la plaza del cortijo. La otra era el muro que encerraba el
patio de atrás de una vivienda que se volcaba también hacia la plaza.

Desconozco el uso del resto de construcciones. Recuerdo la tranquilidad de


saber que no iba a salir nadie de allí. Así que supongo que no eran viviendas.
Durante los días que llevaba en aquel lugar, sólo había pasado por esa calle en

37
una ocasión, camino a un espacio donde guardaban maquinaria agrícola. Es
posible que el resto de edificaciones que conformaban la calle fueran del mismo
tipo: corrales, graneros o lugares para la maquinaria. Los techos y las puertas eran
demasiado bajos para ser viviendas. Lo único que estaba claro era que a esas
horas de la madrugada, nadie iba a estar por allí.

Estábamos solos y sabíamos que no iba a salir nadie de los edificios, pero
teníamos esa sensación de que alguien puede venir en cualquier momento desde
la plaza. De hecho, puede ser que alguien se acercara y al darse cuenta de que
había gente allí, en el rincón, en la oscuridad, se alejara. No era una calle de
tránsito así que no había razón para pasar.

Estábamos a oscuras. Con la escasa luz de la luna y la que se desprendía de


la verbena que había en la plaza. No había alumbrado público en aquel lugar. A
mi izquierda, la calle estaba completamente a oscuras, ni siquiera se veía el árbol
que había al fondo. Parecía estar lejísimos pese a estar a unos escasos 10 metros.
A mi derecha había algo más de luz que llegaba desde la plaza. Sin embargo, esa
luz se iba disipando según te adentrabas en la calle y para cuando llegabas al
lugar donde estábamos ya sólo se podían entrever siluetas.

Se oía la música de la verbena algo apagada por la distancia. Supongo que


si alguien se hubiera acercado habríamos sido capaces de oír sus pasos, aunque
no puedo estar segura de ello.

A espaldas de la calle que nos acogía estaba la


plaza, a escasos metros. La única plaza del cortijo. El
corazón de las actividades festivas que se estaban
realizando aquella semana de agosto.

La plaza estaba conformada por edificaciones


en tres de sus lados, quedando abierta en su cuarto
lateral. La planta era relativamente cuadrada y
contaba con el único suelo pavimentado de todo el cortijo.

La actividad festiva de aquel fin de semana era una verbena. La


infraestructura para el evento se basaba en cubrir necesidades mínimas. Consistía
en la instalación temporal de un punto de electricidad con potencia suficiente
para cubrir las necesidades de iluminación y de sonido requeridas por la orquesta,

38
así como la instalación de un pequeño escenario y el uso de la cochera que daba
a la plaza como bar, cochera a cuya espalda estábamos nosotros. ¿Baños
públicos? Aquello era el campo. ¿Quién necesita baños en el campo?

Estábamos en El Pertiguero, el cortijo donde vivían los abuelos de mi amiga Isa,


lugar donde ella veraneaba. Aquel verano de 2004, Isa me invitó a pasar la
semana de fiestas.

Un cortijo es un conjunto de
edificaciones en una zona
agraria. El Pertiguero tenía
viviendas, construcciones para
guardar el instrumental agrario,
corrales y ruinas. Pertenece al
municipio de Caniles, cuyo
núcleo está ubicado a unos 17
kilómetros de distancia, con una
población total inferior a 5000 habitantes en 2004 (4.782 habitantes según INE). La
ciudad más cercana es Baza, a 23 kilómetros, con una población de 21.600
habitantes en la misma fecha. La ubicación geográfica hacía imposible que
nosotras tuviéramos forma de salir del cortijo.

La población de este tipo de núcleos está formada por familias de campesinos,


familias como la mía, con un nivel educativo y cultural muy limitado, llegando al
analfabetismo con frecuencia entre las personas de mayor edad, aspecto que no
es de extrañar considerando que no había escuela en el cortijo.

La pequeña escala de los cortijos limita los servicios de los que disponen, por
ello muchas de las familias migraban en grupo, dejando el espacio como lugar de
vacaciones o abandonándolo, prueba de ello eran las edificaciones en ruinas. De
no hacerlo, quienes quedan eran los mayores, pues los jóvenes se iban en busca
de un porvenir. Por eso la población constante de aquel cortijo era un reducido
grupo de ancianos. No sabría estimar una población exacta, pero diría sin temor a
equivocarme, que la cifra total sería de apenas unas docenas. Sin embargo,
durante el verano, El Pertiguero volvía a la vida, especialmente en los días de sus
fiestas. Durante aquella semana, nosotras éramos las únicas adolescentes en el
lugar.

39
No había bares ni tiendas, y tampoco parques o lugares que visitar. No es de
extrañar la ausencia de actividad teniendo en cuenta que cada vez había menos
población. La falta de actividades en el cortijo generaba un contexto monótono
y aburrido.

Las relaciones sociales eran la única opción de ocio. En nuestro caso, consistía
en juntarnos con las primas de mi amiga, varios años mayores que nosotras.
Durante esos días estaban enfadadas con Isa al desaprobar su relación a distancia
con un chico mayor que ella. Nos lo hacían saber siendo desagradables hacia ella
e ignorando el bulto que la acompañaba. Aquella actitud por su parte pretendía
rectificar un comportamiento que no se ajustaba a las normas impuestas por la
familia, la cultura y el lugar. Describiría la situación como de hostilidad hacia
nosotras, al menos, así fue como lo viví.

Las pobres infraestructuras hacían que apenas hubiera cobertura. Había que
buscar red en un punto concreto del cortijo donde, pese a ser muy escasa, se
podía hablar por teléfono, forma de comunicación más habitual en 2004. Mi
conexión con “el mundo exterior” consistía en hablar con mi madre, para darle el
parte sin profundizar en nada; y con mi recién estrenado novio, con el que no me
sentía cómoda hablando por teléfono. Recuerdo sentirme aislada y sola incluso
cuando hablaba con ellos.

No había alumbrado público. En su lugar, cada familia instalaba una farola en


su puerta que encendían y apagaban a su criterio. Por este motivo, sólo había luz
en las calles con viviendas. El hecho de que no hubiera farolas en la calle a la que
fuimos, apoya la teoría de que no eran viviendas.

Del mismo modo, no había mobiliario público. Para sentarse en la calle no


había más que sacarse una silla de casa, actividad muy frecuente en verano y
conocida como sentarse al fresco. Es por ello que no teníamos bancos donde
sentarnos y ponernos cómodos, ni en aquella callejuela ni en ningún otro lugar del
cortijo.

Estar fuera de mi contexto habitual, en un ambiente de hostilidad y con


dificultades comunicativas con mi pareja, generó una profunda sensación de
aislamiento y carencia afectiva. Aquella semana se hizo eterna.

40
La verbena era, por fin, un contexto en el que pasarlo bien, rodeada de más
gente venida desde fuera, que suponían una bocanada de aire fresco. En este
contexto apareció él, un primo de Isa que no había estado durante la semana.

El primo no era especialmente atractivo pero reunía tres claves que detonaron
que aquello pasara. Por un lado, era varios años mayor que yo, aspecto que
siempre ha despertado mi interés. Por otro, era alguien cercano, familiar, en quien
se podía confiar pese a ser un desconocido para mí. Y por último, fue la primera
persona que me prestó atención y mostró cariño e interés después de aquella
interminable semana de aislamiento.

Durante la noche, en la verbena, apenas pudimos bailar un par de veces


porque él estaba trabajando en la barra. Sin embargo, fue tiempo suficiente para
percibir que había algo que hacía prohibido aquel acercamiento, se respiraba en
el ambiente. Como se suele decir, “estaba mal visto”. Y esa fue precisamente la
sensación: miradas de desaprobación. Censura no explícita pero indudablemente
perceptible y efectiva.

Esas miradas que percibía se entremezclaban con mi propia censura. Yo tenía


pareja y allí todos lo sabían. Me se sentía incómoda al mostrarme, al ser vista, al
compartir espacio, al saberme cerca de lo prohibido. Cualquier mirada me
parecía enjuiciada, y probablemente lo estaba puesto que, culturalmente,
asumimos la fidelidad y la monogamia como principios básicos de toda relación.

Por su parte también hubo autocensura, él también se escondía, aunque


desconozco el motivo. Puede que fuera por mi edad (15 años), tal vez la diferencia
de edades, o quizás fuera algún otro motivo del que yo nunca supe.

El funcionamiento de la plaza aquellas dos noches es comparable a la


definición de Michel Foucault sobre los mecanismos panópticos y la sociedad
jerárquica disciplinaria.

El Panóptico de Jeremy Bentham fue el proyecto de una prisión cuyo diseño


se basaba en que los presos se sintieran constantemente observados. El objetivo
buscado era que los reos interiorizaran las reglas, que ellos mismos se

41
autocoaccionaran en el momento de actuar, que se autodisciplinaran
"voluntariamente".33

Lo que plantea Foucault34 a partir del Panóptico, es que sus estrategias se


pueden extrapolar a todos los conjuntos sociales. Es una tecnología política que
induce al individuo a un estado de visibilidad permanente y que asegura el
funcionamiento automático del poder, una tecnología que se utiliza sin ruido, que
sutilmente se incrusta en las actitudes y en los hábitos personales.35

En el caso del Pertiguero, el poder era claramente jerárquico y lo establecían


los mayores, pasando las reglas de comportamiento de generación en
generación. Este es un ejemplo de lo que Foucault denomina sociedad jerárquica
disciplinaria. Aquellas dos noches, el espacio de la plaza encarnaba el Panóptico,
al ser un lugar que permitía que cada individuo fuera controlado por los demás. La
libertad de actuación estaba coartada.

La concepción tradicional y conservadora de la vida sexual hacía que el sexo


se leyera como un peligro y un pecado. Esta concepción está estrechamente
relacionada con la reducida escala del cortijo. Como expone José Miguel Cortés
en su libro Políticas del espacio, la escala de los núcleos de población influye en la
forma de vivir el espacio.

“Las grandes ciudades se han convertido en un mundo de "extranjeros",


lo cual permite […] favorecer la libertad personal. Todo lo contrario de lo
que ocurre en los pueblos con las relaciones agobiantes y las restricciones
opresivas, consecuencia de que todo el mundo se conoce y cualquier cosa
se comenta, lugares donde todo se tiene que llevar oculto (especialmente
aquello que mayor incomprensión suscita) para intentar escapar al control
social que impone un entorno bastante claustrofóbico.”36

33 G. CORTÉS, J. M.; Políticas del espacio. Arquitectura, género y control social; Iaac y Actar;
Barcelona; 2006; pág. 29
34 FOUCAULT, M.; Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión; Siglo XXI Editores; Argentina;

2002
35 G. CORTÉS, JOSÉ MIGUEL; Políticas del espacio. Arquitectura, género y control social; Iaac

y Actar; Barcelona; 2006; pág. 31


36 G. Cortés, José Miguel; Políticas del espacio. Arquitectura, género y control social; Iaac y

Actar; Barcelona; 2006; pág. 189

42
Este era el contexto que nos envolvía. No recuerdo bien cómo fue que nos
desplazamos desde la plaza hasta la calle de atrás. Lo que sé es que no fue del
mismo modo la noche del viernes a la del sábado.

El viernes para mí fue toda una sorpresa. Supongo que yo fui allí para “ir al
baño”. Es muy probable que ya hubiera ido antes con mi amiga en lugar de ir hasta
la casa de sus abuelos, evitando molestarles de noche. Puesto que el terreno no
estaba asfaltado, se podía hacer en cualquier sitio que proporcionara cierta
privacidad, era suficiente con que no pasara nadie.

Esa primera noche, por mi parte no había intención de ningún tipo. Él había
captado mi atención, pero yo no era consciente de haber captado la suya, y en
el fondo, dadas mis circunstancias, ni pretendía ni esperaba que nada pasara.
Encontrarme allí atrás con él, no resultó incómodo. Después de todo, él había sido
de las primeras personas que me había hecho sentir a gusto en el cortijo. Hablamos
y…, bueno, una cosa llevó a la otra.

El sábado la situación fue distinta. Ambos sabíamos que había algo entre
nosotros. La sensación de presión provocada por la plaza-panóptica se
incrementó. La presión se unió con el deseo y el conocimiento de la fórmula que
nos permitía tener un momento de intimidad y tranquilidad, así que buscamos el
momento para escapar de la plaza.

Nos apartamos en busca de privacidad. Era evidente que no podíamos


acercarnos en la plaza, así que, aunque yo sólo pretendiera darle cuatro besos y
un par de abrazos (actividad nada censurable en otro contexto), fue necesario
escondernos. La censura impuso como requisito la privacidad.

La elección del lugar estuvo condicionada por dos factores clave. Por un lado,
por la necesidad de privacidad, como ya hemos visto. Por otro, cuidar que no nos
echaran en falta, factor que nos afectaba de forma distinta a cada uno.

En mi caso, ausentarme necesitaba de justificación. Que una chica de 15 años


desaparezca de una fiesta, por la noche, puede ser motivo de alarma. En la
sociedad en la que vivimos, entendemos con naturalidad que la soledad y la
oscuridad suponen un riesgo para las mujeres, más aún si son jóvenes. En su caso,
ausentarse no implicaba nada más allá de generar chismorreos sobre quién le
acompañaría.

43
Me podían echar en falta, de modo que no podía alejarme demasiado. Era
importante estar cerca para volver con rapidez en caso de que alguien me
buscara y me llamara. Otros espacios del cortijo podrían haber sido mejores
respecto a privacidad, pero todos implicaban alejarnos y arriesgarnos a no
enterarnos de si me buscaban.

El término privacidad se puede interpretar de diversas formas. En este caso, se


habla de privacidad en el sentido de “estar en privado”, es decir, a solas. Es por
ello que es posible estar en un espacio público (como lo es la calle) y estar en
privado. La privacidad en aquella calle se conseguía gracias a tres causas. La
primera era no estar en una zona de paso y, por tanto, que no había nadie. La
segunda razón era que las construcciones no eran viviendas, lo que habría
supuesto el riesgo de que alguien saliera de casa o nos viera desde la ventana. Por
último, la oscuridad dado que impedía vernos a distancia y dificultaba
reconocernos. Todos estos factores fueron imprescindibles para permitir que aquel
espacio acogiera la actividad sexual.

Esta experiencia de fin de semana marcó un antes y un después en mi vida.


La sensación de culpabilidad, lógica al haber traicionado la confianza de mi
pareja, se vio potenciada por las circunstancias en que se dio. La sensación de
desaprobación, tener que escondernos y volver a la plaza a hurtadillas, en
definitiva la censura del contexto, acrecentó mi sentimiento de culpabilidad. No
me atrevería a decir que ese fue el único factor, pero sé que en gran medida esa
culpabilidad fue la que desencadenó una relación de maltrato psicológico.
Cuando uno se siente tan culpable, cualquier exigencia (abusiva o no), por parte
de la persona a la que se ha herido, se vuelve imperativo.

Llegados a este punto, la primera reflexión que me surge es: ¿es importante
que nos planteemos estos temas desde la arquitectura? ¿Y a nivel social?

¿Estaba concebido el espacio para la actividad sexual? ¿Era lícito ese uso en
el espacio? De no serlo, ¿se podría considerar un “espacio violado”?

Pese a no estar concebido para acoger esta actividad, el espacio de la calle


la posibilitó. En otras circunstancias no habría sido necesario esconderse teniendo
intención de besar y abrazar a alguien. En aquella situación sí lo fue. Y eso provocó
que fueramos más allá. Situación que para mí pasó a ser incómoda, tensa. Por

44
suerte, el espaio no era cómodo y no se podía ir mucho más allá. De modo que
podemos afirmar que las características del espacio permitieron, empujaron y a la
vez, contuvieron.

¿Cómo habría sido el espacio de haberse considerado la actividad sexual?


¿Habrían instalado bancos para hacer más cómodo el espacio? O por el contrario,
¿habrían puesto farolas para eliminar la privacidad?

¿Sería la primera vez que pasaba algo así en aquella calle durante las noches
de verbena? ¿Es este tipo de espacio común en otros lugares en las proximidades
a una fiesta? ¿Cuánto se ha reflexionado al respecto? Reitero la pregunta inicial,
¿tiene algún interés?

Si entendemos por “espacio sexual” aquel concebido para el sexo, ¿qué


espacios sexuales se podían encotnrar en aquel cortijo? ¿Algún otro más allá del
dormitorio matrimonial? Y quién no tiene dormitorio matrimonial, ¿no tiene derecho
a tener sexo? ¿Cuál es la forma apropiada de tener sexo? ¿Es necesario haberse
casado para tener un espacio lícito para el sexo?

Acceder a aquella calle fue fácil, pero ¿qué habría pasado si hubiéramos
querido que el sexo fuera más allá, incluyendo desnudez por ejemplo? No
habríamos podido ir a ningún otro lugar. Ninguno disponía de un espacio privado.
Ir a casa de los abuelos de mi amiga, donde yo me estaba quedando, se hubiera
considerado una falta de respeto gravísima. Él también se quedaba en casa con
su familia y la lectura habría sido similar.

El cortijo no era un espacio cotidiano para mí. Ni siquiera lo era para él puesto
que una allí en ocasiones puntuales. Considerando esto, ¿qué gravedad supone
no disponer de un espacio sexual? ¿Sería deseable tener derecho a uno allá
dónde vayamos?

¿Qué peso tiene la arqutiectura frente a las reglas de uso sociales? ¿Y los
arquitectos? Vista la estrecha relación entre sociedad y arquitectura, ¿se podrían
sexualizar los espacios?

¿Es capaz la arqutiectura de darnos lecciones de educación sexual? El cortijo,


como espacio con unas reglas socio culturales arraigadas, proporcionaba una
visión del sexo represiva, entendiéndolo como una actividad de mala educación
o como una falta de respeto.

45
No obstante, el espacio, como descripción física, no lleva de forma intrínseca
unas reglas de comportamiento. Sería posible, por tanto, resignificar aquellos
espacios insertando nuevos códigos de uso que condicionan la forma de vivirlo.

“Tal como el filósofo francés Michel de Certeau ha explicado


ampliamente en sus textos, son los usuarios de un espacio los que tienen la
capacidad de dotarlo de contenido (a veces, incluso contradictorio y
diferente para el cual fue creado), pues el espacio tan sólo existe en la
medida que se utiliza o se experimenta.37”

37G. CORTÉS, JOSÉ MIGUEL; Políticas del espacio. Arquitectura, género y control social; Iaac
y Actar; Barcelona; 2006; pág. 150

46
REGISTRO ARQUITECTONICO-CORPORAL

CIRCUNSTANCIALES

- FECHA: verano de 2004


- EDAD: 15 años
- CIUDAD: El Pertiguero (Granada)
- ESCENARIOS: calle de atrás de la verbena / proximidades a la plaza de la
verbena
- VIVIENDA: vacaciones en casa de los abuelos de una amiga
- ESTADO SENTIMENTAL: en pareja
- TIPO DE ENCUENTRO: puntual con desconocido (dos ocasiones en un fin de
semana)
- PERIODO SEXUAL: primeras experiencias, descubriendo el mundo

ARQUITECTÓNICAS

- PÚBLICO / PRIVADO: espacio público / en la calle / espacio rural


- ESCALA: espacio abierto / estábamos al aire libre, en una calle poco
transitada
- OKUPACIÓN: dos personas de pie uno frente a otro
- ILUMINACIÓN: Sin alumbrado público
- ACÚSTICA: se oía alejada la música de la verbena
- TEMPERATURA: no lo recuerdo, ni frío ni calor, supongo, noche de verano
- RESPUESTA ARQUITECTÓNICA: posibilitó, generó un espacio propicio

CORPORALES

- SENSACIÓN DE LA EXPERIENCIA: una gran lección


- INTIMIDAD: relativamente íntimo para ser un lugar público
- ESTADO DE ÁNIMO: por fin un buen rato
- REPERCUSIÓN VITAL: marcó un antes y un después
- APRENDIZAJE: Monogamia no, sinceridad siempre

47
- UN PARQUE DE ATRACCIONES

En diciembre del año pasado viajé unos días a Barcelona para ir a ver la
exposición del CCCB 1000m2 de deseo. Desde que me enteré de su inauguración
supe que tenía que encontrar el momento en el que hacer una escapada para ir
a verla. Este viaje a Barcelona era distinto a los demás. Suelo visitar la ciudad
condal porque mi hermana Amparo vive allí y cualquier excusa es buena para ir a
verla y disfrutar del encanto de la ciudad.

Esta vez, la visita tenía un marcado carácter sexual. Barcelona es una de las
ciudades más activas en la producción cultural y económica de sexo a nivel
europeo. Es un núcleo que concentra gran parte de la industria pornográfica; allí
viven muchas de las sexbloggers38 más influyentes del país, se pueden encontrar
boutiques eróticas que organizan eventos culturales con temáticas sexuales, y en
ese momento, además, albergaba una exposición que conectaba arquitectura y
sexo. Mi intención era disfrutar todo lo posible la Barcelona sexual y mi sexualidad
en Barcelona.

No hubo día en que el sexo no estuviera presente. Visité a unos actores porno
que había conocido en el último festival erótico de Alicante. Salí a bailar salsa a
un antiguo teatro reconvertido en discoteca, donde cada espacio parecía pedir
a gritos ser escenario erótico. Recorrí la noche barcelonesa con esos ojos que
buscan cualquier rincón que dote de ligera privacidad para desatar la pasión. Me
sumergí en la exposición dejándome sorprender por cada bloque temático.
Cumplí una fantasía sexual. Visité las oficinas de mi empresa de venta de productos
eróticos. Y paseé por las calles del barrio gótico entrando en todos los sex-shops y
boutiques eróticas que encontré.

La guinda del pastel tenía que ser ir a visitar el club Rosas5. Mi curiosidad por
este lugar se despertó en el último congreso de mi empresa. Allí, como cada año,
nos reunimos para recibir formación sobre nuevos productos y técnicas de trabajo.
Entre las actividades que se llevan a cabo, siempre hay una más enfocada a la
creatividad y el disfrute. La de ese año fue una experiencia inolvidable, un
espectáculo de shibari acompañado por la impresionante voz de una soprano.
Hasta el momento, nunca había oído hablar sobre shibari y lo que vi me pareció

38 Nombre que reciben las blogueras especializadas en temática sexual.

48
un arte mágico, consistente en proporcionar placer a través de una cuerda en un
proceso de atado, suspensión del cuerpo y desatado. Al terminar el espectáculo,
tuvimos la oportunidad de hablar con atador y atada para preguntarles todas las
dudas y curiosidades que teníamos.

Fue allí donde el atador nos habló del Rosas5, un club BDSM39 que regenta en
Barcelona. Haber presenciado el espectáculo, comprobando de primera mano
que se trata de un arte placentero en lugar de lo que parece desde fuera, un acto
de agresión de un cuerpo a otro, junto al hecho de haber podido hablar en
persona con el gerente del club, supuesto “agresor”, y haber comprobado que es
una persona como tú o como yo que no da miedo en absoluto, despertó en mí la
curiosidad por visitar el club y seguir aprendiendo sobre este mundo de
posibilidades que se abría ante mí.

De modo que no había mejor manera de acabar el viaje que con una visita a
aquel peculiar lugar. No me podía ir de Barcelona sin tachar eso de mi lista. Tenía
dos opciones, ir la noche del jueves o la del viernes, únicos horarios de apertura
que coincidían con mi estancia. Habría sido perfecto ir el sábado, dado que había
un evento de presentación del calendario de 2017 de Mistress Minerva, una
dominatriz40 conocida a nivel nacional, pero para entonces yo ya estaría en
Alicante.

La noche del viernes estaba reservada para pasarla con mi hermana y mi


prima Sandra, con quien había hecho coincidir el viaje, puesto que ella vive en
Londres. Me moría de ganas de ir con ellas, pero entendía que pudiera ser una
experiencia demasiado intensa. Mi hermana, entre risas, me tachó de loca
cuando le conté mis planes, pero poco a poco fue cambiando de opinión
contagiada por la curiosidad que me embriagaba. Algo así le sucedió a Sandra,
que inicialmente sintió que podría ser demasiado, pero al ver que Amparo se unía
y alimentada por la sensación de salir las tres (solteras) juntas, se animó.

Decidido. El viernes por la noche iríamos de expedición a explorar nuevos


mundos. En mis investigaciones previas al viaje, había entrado en la página web

39 BDSM es la sigla compuesta por las iniciales de las palabras de Bondage y disciplina;
Dominación y sumisión; Sadismo y Masoquismo, todas ellas prácticas consideradas
alternativas.
40 Dominatriz es una mujer que adopta el papel dominante en prácticas sexuales BDSM.

49
del club para ver la ubicación. En ella, encontré la normativa que impone un
Dresscode o código de vestimenta y múltiples reglas de comportamiento, entre
ellas prohibición sobre drogas, prostitución o uso de cámaras. Encontrar estas
normas me transmitió sensación de seguridad y seriedad.

Cenamos en el barrio El Rabal, muy cerca de la Rambla. Desde ahí, nos fuimos
con nuestros nervios a la Plaza Cataluña a coger el tren de cercanías que nos
llevaría hasta Padua, al norte de la ciudad. Llegamos a la calle Atenas, una zona
tranquila de la ciudad, lo que nos permitía andar por en medio de la calle
esperando encontrar con facilidad el local, que hacía esquina. Al llegar al final de
la calle, en lugar del club, nos encontramos un barecito con una terraza y algunas
personas sentadas. Allí no era. Recurrimos a Google Maps para reubicarnos. Ahora
que vivimos en la era de la tecnología, resulta sencillo “echar mano” del móvil para
responder casi cualquier duda. No me quiero imaginar cómo habríamos resuelto
el inconveniente sin este recurso. Menuda vergüenza acercarnos a preguntar a los
que estaban en la terraza.

Deshicimos nuestros pasos hasta encontrar la puerta de madera que


acabábamos de pasar de largo. Una puerta que podría ser de un portal
cualquiera, y sobre ella un cartel negro con el logo del club. Si no conoces el
significado que se esconde tras el nombre Rosas5, podría ser cualquier lugar. A
simple vista, desde fuera, es imposible identificar la actividad que se produce en el
interior.

Nos acercamos a la puerta. En un primer momento, me sorprendió que hubiera


que llamar para que te abrieran. En mi cabeza, desde la total ignorancia, buscaba
algo más parecido a un pub underground. Si uno lo piensa es muy lógico porque
es un lugar privado al que no se va por casualidad, en el cual el acceso está
restringido a la aprobación del club. Además, según había leído entre la
normativa, preservar el anonimato de los visitantes es uno de los principios básicos.
Esta discreción en el acceso, casi como si se tratara de un local clandestino, se
puede ver también en el club al que acuden los protagonistas de la película SM
Rechter (Juez S&M) 41, ya que la entrada da a un callejón muy poco transitado de
la ciudad.

41 Película: LAMENS E.: SM Rechter; Bélgica; 2009

50
No recuerdo si se golpeaba la puerta o si había timbre, sólo sé que estaba
nerviosa, emocionada, queriendo transmitir tranquilidad y seguridad pues,
después de todo, estábamos allí por iniciativa mía. Cada paso que nos acercaba
iba aumentando el nivel de emoción, cada nuevo reto se vivía con el vértigo de
asomarte al vacío, cada salto era un pico de adrenalina en el cuerpo y después,
se sentía el placer de la ingravidez, de saberte enfrentando lo que sea que venga
a continuación, pero con la tranquilidad de ir sujeto a una cuerda que garantiza
que no llegarás a sentir el golpe. En nuestro caso, esa cuerda de emergencia era
saber que podíamos “abortar misión” en cualquier momento.

Un acto tan sencillo como llamar a la puerta, allí, en aquel momento, supuso
para mí como saltar al vacío. Acto seguido sólo quedaba esperar a ver qué
pasaba. No sabía bien qué iba a decir cuando nos abrieran. Lo hizo el atador. Sólo
se le veía a él, nada del interior. Le expliqué de qué le conocía y nos dio acceso.
No recuerdo si comprobó la ropa que llevábamos, diría que no. Tampoco
recuerdo bien cómo era la entrada, sólo sé que la puerta no daba directamente
al interior, había algún elemento separador, tal vez una pared o una cortina que
hacía las veces de vestíbulo de independencia para garantizar el anonimato. Es
probable que estos lapsos de memoria se deban precisamente al estado de
excitación.

Una vez dentro, lo que vimos tenía apariencia de pub irlandés. Era un local
alargado y estrecho, al lado izquierdo había una barra con taburetes, una
escalera al lado derecho y mucha madera. No había ventanas pese a estar en un
bajo. Al volver la vista hacia atrás, en la misma pared de la entrada había una
zona donde colgar ropa y abrigos. En el local solo acompañaba al gerente un
hombre al principio de la barra, junto a los percheros.

Mientras tomábamos asiento en el extremo opuesto de la barra, se nos explicó


que se trataba de un club privado y que el acceso era exclusivo para socios, de
forma que si queríamos quedarnos teníamos que asociarnos. Ahora tengo dudas
sobre si nos contó esto en la puerta o una vez dentro. Tuvo que ser en la puerta,
pues es donde se hace el control de acceso con el carné de socio. Se nos informó
de que tenía un coste de 5€ y se nos dio una ficha para rellenar con nuestros datos.
La primera diferencia que implicó estar en un lugar privado frente a uno público

51
fue la posibilidad de fumar, lo que hizo que mi prima se sintiera ligeramente más
cómoda.

El hecho de tener algo que hacer nada más entrar hizo que me relajara. De lo
contrario, puede que hubiera mirado alrededor con la cara de Paco Martínez
Soria42 en la gran ciudad. Mientras estábamos rellenando el formulario con nuestros
datos, aproveché para ir a colgar la chaqueta en el perchero. Recuerdo la
sensación entre vergüenza, nervios en el estómago y ridiculez que me produjo ese
momento. No sabía cuán apropiado era mi atuendo para el lugar, y no tenía con
quién compararme. Pese a ello, sentí también reafirmación en mí misma porque
me gustaba el atuendo elegido para esa noche, algo fuera de lo habitual, de lo
políticamente correcto: un body semitransparente bajo un corsé negro.

Ya con nuestros carnés en la mano, el gerente pasó a hacernos una ruta


guiada por las instalaciones. Para él era evidente que tenía que enseñarnos y
explicarnos todo el club, a mí me pilló por sorpresa el inicio del recorrido.

La primera parada fue cerca de donde nos encontrábamos, al final de la barra


y dentro de ella. Ese era el lugar donde guardaban accesorios como látigos, fustas,
y otros objetos que ni siquiera tengo idea de para qué sirven. Lo cierto es que no
puedo decir con seguridad qué había, pues estaba tratando de procesar lo que
mis ojos veían a la vez que intentaba seguir las explicaciones, que se producían
con la rapidez del que está acostumbrado a hacer algo. Se nos explicó que
podíamos hacer uso de todo lo que allí había pero que era necesario pedirlo a
quien estuviera atendiendo tras la barra, no lo podíamos coger nosotras mismas.
Supongo que el propósito es tener control sobre esos accesorios para evitar que se
puedan perder o desaparecer. Es por ello que tiene mucho sentido que se
encuentre dentro de la barra (espacio de uso restringido), aunque visible desde
fuera. De ese modo puedes elegir lo que quieres utilizar, pero necesitas que se te
entregue, del mismo modo que ocurre con el alcohol.

Recuerdo el comienzo de las explicaciones con una sensación mezclada entre


sorpresa, aturdimiento y curiosidad. Para mí era algo excitante, nuevo, quería
saber más. Simultáneamente percibía el nerviosismo en mi prima, que se hacía
visible en esa risilla nerviosa que parecía decir “madre mía, esta gente está loca”.

42 Película: LAZAGA, P.: La ciudad no es para mí; Madrid; 1966

52
A continuación, nos indicó que bajo las escaleras había un aseo y que justo
enfrente había una ducha, por si nos resultaba necesario usarla después de alguna
práctica. Me llamaba la atención cómo daba por sentado que nosotras podíamos
hacer uso de todo cuanto quisiéramos.

La ruta continuaba subiendo las escaleras. De frente, encontramos el primer


espacio que hablaba el lenguaje que esperaba encontrar, la mazmorra. Para
entrar había que bajar unas escaleras, la luz era diferente a la del resto del local.
No lo recuerdo con pero diría que era más oscuro, lo percibí más frio. Las paredes
eran de piedra, o al menos ese era su aspecto, lo que invitaba a pensar que se
trataba de una ambientación escénica para acompañar la intención del espacio.
El nombre, la ausencia de ventanas, la materialidad de las paredes sumada a la
sensación de bajar escaleras, hacía pensar que se trataba de un sótano y daba
sensación de aislamiento. Según lo describe mi hermana, era un lugar “decorado
al estilo medieval”. Ha sido al redibujar el espacio para este trabajo cuando me he
dado cuenta de que, en realidad, esa sala estaba al mismo nivel que el bar, solo
que el hecho de subir escaleras para luego bajarlas te desconecta del plano
horizontal. Era un espacio en doble altura y con proporción muy alargada. A la
izquierda de la entrada había una grada que invitaba a leer el espacio como una
caja escénica.

El atador hizo un repaso rápido nombrando cada mueble y el tipo de práctica


que se le asocia. Nos indicó también que en esa sala estaba prohibido el consumo
de alcohol. Del techo colgaban barras horizontales de bambú que enseguida
asocié a las fotos de shibari que había visto en su cuenta de Instagram. Estas barras
estaban sujetas por poleas que se controlaban desde manivelas en la pared,
permitiendo así subirlas y bajarlas. También había una Cruz de San Andrés de
estructura metálica, acolchada y con abrazaderas de piel. En la misma línea, al
fondo, se veía una ruleta para atar a una persona de pies y manos. Desconozco el
uso de esa ruleta pero por la forma parecía que era para dar vueltas sobre sí mismo
a quien se dejara atar (tomado como centro del eje de rotación su ombligo). Es
posible que hubiera más aparatos, pero apenas estuvimos allí un par de minutos,
de modo que eso es lo que puedo recordar.

Seguimos la ruta subiendo las escaleras hasta el segundo nivel. Cuando


llegamos a la sala de arriba me sentía algo desorientada con la posición de las

53
escaleras. La comprensión del espacio se ha ido produciendo al dibujarlo. La sala
de arriba volvía a tener una luz parecida a la del bar. La escalera desembocaba
en un rincón de la sala. A la izquierda, la separación con la mazmorra se producía
a través de un vidrio que permitía ver las actividades que se estaban produciendo
allí abajo. Esta última sala tenía algún elemento que hacía que se percibiera como
dos espacios unidos. El dibujo muestra, efectivamente, que la planta no es
rectangular, sino que tiene un quiebre que divide el espacio. Al contrario de lo que
habíamos visto hasta entonces, esta zona se percibía más proporcionada, menos
alargada. Miraras donde miraras, había algún aparato o mueble, no había
espacios vacíos donde la vista pudiera descansar, se sentía algo abarrotada de
elementos.

Sin duda, lo que más captó mi atención fue ver una jaula colgando del techo.
Era una jaula en la que una persona solo cabría sentada con las piernas recogidas,
podía percibirse como un espacio claustrofóbico. Por si fuera poco estar encogido
y suspendido del techo, además, la cadena a la que se sujetaba estaba unida a
una guía en el techo, de modo que cabía la posibilidad de mover la jaula en
paralelo a la pared, justo encima del hueco de la escalera. Tan pronto la vi me
apeteció meterme dentro. Como un acto instintivo, la jaula me llamaba. Diría que
era una sensación parecida a la que siente un niño cuando ve un juguete y siente
el impulso de pasar a la acción.

Traté de centrarme de nuevo y prestar atención a las indicaciones. No estaba


segura de haber entendido bien, pero creo que nos dijo que aquella silla con
correas para amarrar brazos y piernas, era para lluvia dorada43. De los demás
elementos de mobiliario no recuerdo qué nos dijo. Al fondo de la sala había tres
sofás colocados en U. Por las paredes se podían encontrar grilletes para muñecas
y tobillos. Había un par de mesas altas con taburetes y si no recuerdo mal, diría que
había una chimenea en alguna de las paredes del fondo. Me queda la sensación
de haberme perdido gran parte de la explicación al no ser capaz de seguir el ritmo
y al desconocer los términos técnicos. En cualquier caso, justo antes de retirarse, el
atador nos dio amablemente la opción de preguntar cualquier duda que
tuviéramos y pedir aquello que nos apeteciera usar.

43La lluvia dorada, también llamada urolagnia, asocia la excitación y el placer sexual al
hecho de orinar sobre la pareja o a ser orinado por ella.

54
Durante todo el recorrido, además de prestar atención a las explicaciones,
tenía en mente cómo se podían estar sintiendo mi hermana y mi prima. Me
preocupaba que estuvieran cómodas y les expresaba con lenguaje no verbal la
emoción que estaba experimentando, tal vez con intención de transmitir cierta
sensación de normalidad. Sentía que para mí era más natural interiorizar toda
aquella información al no ser la primera vez que estaba en contacto con ella.

Nos quedamos solas, nos miramos las caras y asentimos ante la idea de bajar
a pedir una copa. Una vez abajo, consulté si era posible tomar fotos. Sabía por la
normativa que sólo se pueden hacer con permiso explícito. La respuesta fue que
no había problema siempre que no apareciera nadie sin su consentimiento. Algo
tan básico y frecuente en el mundo actual de la imagen allí requería de
consentimiento. Mi niña interior estaba dando saltos de alegría, por suerte no había
nadie arriba, así que iba a poder dejarla salir y corretear de un sitio a otro
probándolo todo.

Mientras nos servían la copa llegó una pareja homosexual. Lo primero que
hicieron al entrar fue desvestirse de cintura para arriba y dejar al aire una especie
de arneses asimétricos de cuero que se sujetaban al torso y a uno de los hombros.
A mí me recordó a los festivales eróticos, donde lo habitual es que la gente use
este tipo de accesorios sexuales. En ese momento me di cuenta de la importancia
de la presencia de los percheros, los cuales eran como los que se encuentran en
las tiendas, mucho más grandes de lo que cabría esperar en un pub. Del mismo
modo, en el programa 21 días en el mundo del sadomasoquismo44 se puede ver
cómo es frecuente en las prácticas de Dominación-Sumisión que haya un lugar
para cambiarse puesto que es habitual el uso de vestuario específico. Incluso este
espacio puede ser clave dentro del ritual puesto que el cambio de vestuario
supone asumir el rol y comenzar el juego.

Poco después llegó una pareja joven y otra algo más mayor. La forma
cercana de saludarse generaba un ambiente familiar, cercano. Como podréis
imaginar, mi niña interior se quedó algo desilusionada al entender que ya no podría
corretear y explorar libremente. Ahora que reflexiono sobre ello, me pregunto cuál
fue exactamente el motivo que mi impidió hacer el uso del espacio que me pedía

44 MEDIASET ESPAÑA COMUNICACIÓN: 21 días en el mundo del sadomasoquismo; 2011;


http://www.cuatro.com/21-dias/en-las-practicas-del-sadomasoquismo/3010855/

55
el cuerpo. O más bien, por qué cambió el impulso de acción al alterarse las
circunstancias.

Me parece que no hay una única respuesta, sino que es un cúmulo de factores
interrelacionados. Identifico el miedo como un sentimiento predominante. Miedo
a ser juzgada, o lo que es lo mismo, vergüenza. Por un lado, a parecer irrespetuosa
y ofender al mostrar una actitud lúdica y no tomar en serio sus prácticas. Por otro
lado, miedo a sentirme ridícula, a leer en sus miradas desaprobación. Otra forma
de leer la situación es que apliqué el famoso refrán “allá donde fueres, haz lo que
vieres”, al identificar la posibilidad de aprender viendo, copiando, en lugar de
explorando por mí misma. Lo cual representa una forma cautelosa de aprender.
Un tercer factor podría ser el hecho de saber que mis compañeras de aventura no
tenían el mismo nivel de curiosidad y entusiasmo que yo. No me iban a seguir el
juego. Me sentía sola en este deseo de explorar. No puedo estar segura de si habría
sido distinto con otra compañía que me hubiera animado a enfrentar el miedo y
saltar la cautela. En el contexto al que me enfrentaba no me sentía con seguridad
suficiente como para ponerme en acción.

Copas en mano, nos subimos arriba e instintivamente nos sentamos en una de


las mesas altas que había junto a la pared, donde podíamos hablar entre nosotras,
estar cerca, reduciendo las posibilidades de que las dos parejas que estaban allí
arriba nos escucharan. Una vez sentadas, comprobé que justo a mi lado colgaba
un grillete de la pared. Al fin y al cabo, mi niña interior iba a poder saciar en parte
su sed de juego. Me até una mano al grillete y comprobé que la cadena era
suficientemente larga como para no coartar los movimientos en absoluto. No
recuerdo cómo era el mecanismo que aprisionaba la muñeca, sólo sé que pude
ponérmelo y quitármelo yo sola, sin ayuda de nadie.

La mesa que elegimos estaba en el quiebro entre los dos espacios, en la zona
donde la pared se plegaba generando un pequeño rincón. Mi hermana y mi prima
estaban sentadas la una al lado de la otra, frente a mí. A mi espalda había otra
mesa igual a la que habíamos elegido nosotras. En ella, estaban haciéndose
arrumacos (o tal vez otra cosa que no pude ver) la pareja mayor. Junto a ellos, el
vidrio desde el que se veía la mazmorra donde estaba, en medio del espacio, la
pareja homosexual. Frente a mí estaban los tres sofás, y en uno de ellos la pareja
joven.

56
No recuerdo bien de qué hablábamos. Supongo que de todo y de nada, de
lo extraño que nos resultaba todo aquello, de las impresiones de cada una y de
temas que nada tenían que ver con el lugar. Mientras, yo veía sin querer mirar lo
que estaba sucediendo en el sofá. La chica, vestida con una falda tipo colegiala,
estaba sentada con las piernas abiertas sobre su acompañante y movía la cadera
sutil pero evidentemente. Esa situación me resultaba del todo extraña. Por un lado,
todos hemos estado alguna vez en esa postura, pero generalmente nunca en
público. Tal vez lo hayamos presenciado en alguna fiesta donde el nivel de alcohol
haya desinhibido por completo a los participantes. Esta no era ese tipo de
situación. Ninguno de nosotros habíamos bebido hasta ese punto. Ambos eran
conscientes de no estar solos, casi se podía interpretar como exhibicionismo.
Aunque, en realidad, su comportamiento era tan natural que lo extraño era
nuestra extrañeza ante la situación. Claramente, las reglas de la sociedad
disciplinaria45 en la que vivimos se estaban viendo cuestionadas por la actividad
de aquella pareja en aquel lugar. De hecho, la explicación inicial sobre la
privacidad del local estaba haciendo explícita esta ruptura con las reglas
establecidas de puertas para fuera e imponía una nueva normativa que ahora era
evidente.

En un momento dado me giré para ver qué era lo que estaba llamando la
atención de mis acompañantes en la mazmorra. La conexión visual entre la sala
de arriba y la mazmorra potenciaba la teatralidad. Permitía ampliar los modos de
observar porque ver desde la distancia es distinto a hacerlo desde el mismo
espacio. Se desconecta la audición de la visión, lo que permite una forma de
observar mucho más fría, que impacta menos, como al ver una película sin sonido.
Además, al estar en una posición alta, daba cierta sensación de control, de poder
ver sin ser visto, de estar en una posición de superioridad. No soy capaz de decir
qué estaban haciendo. Sé que se podía leer claramente quién era el sumiso y
quién el dominante. Me llamó la atención la delicadeza con la que el dominante
trataba a su pareja. Lejos de esa imagen agresiva y violenta que se tiene desde
fuera y que yo he presenciado en festivales eróticos, donde se puede ver gente a

45La sociedad disciplinaria (concepto definido por Michel Foucault) es aquella sociedad
en la cual el comando social se construye a través de una difusa red de dispositivos o
aparatos que producen y regulan costumbres, hábitos y prácticas productivas.

57
gatas que recibe patadas en los genitales de forma gratuita, lo que allí estaba
ocurriendo era otra cosa. Había complicidad, respeto y mimo.

Poco después mi prima preguntó si teníamos intención de quedarnos mucho


tiempo y propuso acabarnos la copa abajo. La pareja mayor también se había
sentado en el sofá y resultaba algo incómodo estar allí, presentes, como
espectadoras. En realidad, pasamos tiempo suficiente arriba como para
quedarnos con la esencia del lugar. Si no íbamos a hacer nada, tampoco tenía
sentido seguir allí arriba. La transición de estar en medio de la acción a sentarnos
en la barra del pub supuso un gran cambio en el nivel de nerviosismo y tensión.
Especialmente para mi prima, que era quien se sentía más incómoda. Además,
abajo estaba feliz de poder fumar. En sus propias palabras “me incomodaba
porque no me llama [ese tipo de práctica sexual]”.

Aparentemente, cualquier práctica se podía dar en todo el local pero las más
intensas, por naturaleza y distribución del espacio, se produjeron (al menos esa
noche) en la zona de mazmorra y en la segunda planta. De modo que la zona de
bar supone un espacio de amortiguación en caso de sentirse abrumado por la
situación, hace las veces de esponja para calmar sensaciones demasiado
intensas. Así es como actuó en nuestro caso y es por eso que Sandra se sentía más
cómoda allí.

En este ambiente más distendido fue donde el atador nos explicó que ese
viernes esperaban recibir pocas visitas, puesto que generalmente, el día previo al
de un evento, hay poca afluencia de público. Según hemos hablado después, con
motivo de esta reflexión, tanto mi hermana como mi prima agradecieron que
hubiera tan poca gente. Nos permitió entrar en contacto sin ver demasiadas cosas,
estar cómodas. Por el contrario, yo habría preferido todo lo contrario. Me habría
encantado que estuviera lleno de gente y perderme viendo aquí y allá. Siendo
una más entre la muchedumbre. Tal vez de ese modo no me habría quedado con
la sensación de saberme a poco.

Cuando salimos de allí camino al autobús que nos llevaría a casa yo me sentía
completamente agotada, como cuando vuelves de un concierto después de
horas dando saltos. El día había sido muy largo y esa última experiencia había
supuesto tantas emociones juntas que no veía momento de llegar a la cama y
descansar. Al día siguiente cogí temprano el tren que me llevaría de vuelta a la

58
rutina alicantina, pero ya no sería la misma, todas esas referencias mentales habían
aumentado todavía más mi sed de conocimiento.

Este repaso de lo vivido a través del recuerdo me sirve para darme cuenta de
detalles que en aquel momento no supe identificar. Si algo me quedó claro fue
que había sido un baño de respeto. Ahora me doy cuenta de que hubo momentos
en que mis inseguridades hicieron que me sintiera ridícula, claramente éramos tres
curiosas fuera de lugar. Éramos vulnerabilidad en estado puro. Era fácil resultar
cómicas para el vernáculo que nos viera. Sin embargo, no percibí nada de eso,
ningún gesto de desaprobación, rechazo, superioridad o extrañeza, nada. Sólo
había respeto. Respeto que se hacía presente en forma de indiferencia, libertad
para hacer lo que quisiéramos sin sentirnos juzgadas.

Sin duda, es un lugar que invita a la imaginación y permite generar


proyecciones más allá de la experiencia puntual vivida, recrear situaciones
ficticias, ampliar el espectro de posibilidades sexuales más allá de las fronteras de
lo cotidiano. Por ejemplo, la presencia de la Cruz de San Andrés me invita a
cuestionarme lo que implica atar a alguien abierto de pies y manos,
completamente expuesto, indefenso, vulnerable. Nadie se puede atar a sí mismo
en esa postura, es necesaria la presencia de otra persona que ejecute la acción,
lo que implica inequívocamente cierto deseo de atar y ser atado, dado que en un
club como ese solo se pueden dar prácticas consensuadas. Paradójicamente, la
persona sumisa es quien desea y la dominante quien cumple sus deseos. Dicho de
otro modo, la presencia de ese elemento de mobiliario en ese espacio en
concreto, garantiza unas condiciones de seguridad para la persona que se
expone, que pierde el control de su cuerpo, que se deja atar. Ese mismo mueble
(si es que lo podemos llamar así) en un espacio distinto, puede significar algo
dramáticamente diferente, en función de la intencionalidad y el rol de quien lo
use. La presencia de las gradas en el mismo espacio (y la sala superior con el
“mirador”) añade el plus de ser visto, aumentando la sensación de exposición,
pero también la de seguridad. Este vuelve a ser un ejemplo de panoptismo. La
diferencia fundamental respecto a la experiencia analizada anteriormente en el
cortijo es que, en este caso, las reglas son explícitas y se han de aceptar antes de
que comience la acción, antes siquiera de acceder al club.

59
Me cuestiono qué papel asumiría yo en caso de hacer uso de la Cruz de San
Andrés. Hay dos condiciones fundamentales antes de iniciar una actividad así,
confianza y comunicación. Confianza puesto que una de las personas va a perder
el control de su cuerpo para que lo asuma la otra. Y comunicación para garantizar
que, en cualquier momento, ante una situación desagradable, se va a saber
expresar lo que se siente para actuar en consecuencia. Una vez segura de esos
pilares en la relación con quien lo fuera a practicar, diría que a priori me resultaría
más fácil dejarme atar, perder el control y tan solo sentir. Aunque atar también
puede ser un ejercicio interesante en el que se asume la responsabilidad sobre la
otra persona y se ha de ser creativo para saber qué hacer una vez se ha tomado
el control de la situación.

De modo que sólo la presencia de ese mueble habla de deseo, formas de


relacionarse (confianza y respeto) y cualidades personales (responsabilidad y
creatividad), y es así por el espacio en el que está, el club es un espacio de
seguridad. Junto a ese mueble están todos los demás, expuestos, accesibles,
limpios a la espera de ser usados.

El análisis realizado hasta el momento permite hacer una comparativa con las
arquitecturas sádicas y masoquistas descritas por Uriel Fogué46, de las que destaca
la disimilitud entre ellas, tanto en las formas de relacionarse (que él denomina
“coreografías afectivas”) como en sus arquitecturas. El sádico obtiene placer a
partir del sufrimiento de la víctima mientras que el masoquista elige
voluntariamente y bajo acuerdo escrito, recibir dolor. Sadismo y masoquismo son,
pues, prácticas incompatibles. Desde este punto de vista, resulta confuso que, a
día de hoy, ambas prácticas se aglutinen bajo el mismo término BDSM, donde las
dos últimas siglas hacen referencia precisamente a estas dos prácticas.

Según Fogué, los espacios sádicos se organizan según un esquema dicotómico


que separa el mundo visible del mundo invisible, espacio donde se producen las
prácticas sádicas. Por tanto, la actividad queda deslocalizada y los espacios
desinfectados del pacto social, lo que supone un estado de excepción. Son
espacios transparentes y limpios donde no se oculta a las víctimas lo que está por

46FOGUÉ, U.; Ponencia: Sade y Masoch nos abren las puertas de sus habitaciones íntimas.
Los dos están en su mejor momento en Congreso: ACTUALIDAD DE GILLES DELEUZE (1925-
1995); Octubre de 2015; https://canal.uned.es/mmobj/index/id/45965

60
venir, de ese modo se infunde temor. Se preocupan por el “confort” arquitectónico
de las víctimas puesto que hay todo un sistema de personal de servicio como
carceleros o cocineros, para cuidar el perfecto estado de los cuerpos para poder
llevarlos al límite durante las prácticas sádicas. Los espacios masoquistas, por el
contrario, son un campo de juego, una puesta en escena, un teatro. Las prácticas
masoquistas se regulan a través de un contrato.

Haciendo un repaso a las características de unas y otras arquitecturas, el


espacio del club representa una situación hibrida entre ellas. Por un lado, se puede
identificar del sadismo el esquema dicotómico, la deslocalización de la actividad,
el estado de excepción respecto al pacto social establecido, los espacios que
muestran de forma transparente y limpia cada elemento, además de estar
regulado y controlado por personal de servicio. No obstante, el principio
fundamental por el que se rige el club es el juego sensato, seguro y consensuado
al que te comprometes cuando firmas para hacerte socio. No hay más libertad de
uso que la posibilidad de salir del local en cualquier momento, situación imposible
en los espacios sádicos. Además, comparte con el masoquismo el representar un
campo de juego y la vocación escenográfica. De modo que, aunque inicialmente
pareciera confuso utilizar un mismo término para aglutinar prácticas divergentes,
lo cierto es que, a día de hoy, éstas se han entremezclado.

Por otro lado, este tipo de lugares donde la actividad íntima se hace pública
se convierten en espacios de aprendizaje. Hablar y ver son dos formas estupendas
de aprender que complementan la práctica personal. No hay mejor manera de
aprender que copiando, y para ello se requiere ver, pero es importante que esos
referentes sean reales y se basen en el amor.

Para finalizar, quisiera destacar cómo las distintas motivaciones hicieron que la
percepción del espacio fuera distinta para cada una de nosotras. Un mismo
espacio, en un mismo momento y con idéntica secuencia de actividades,
significaba cosas distintas y nos hizo sentir de forma diferente. Todas nos
enfrentamos a la incomodidad, a la novedad, pero cada una con una motivación
distinta. Por tanto, en este caso la comodidad (emocional, que no física) no
dependió tanto del espacio como de las sensaciones que se despertaron en cada
una de nosotras al hacernos conscientes de las posibilidades que este mundo
propone.

61
No obstante, lo que no podemos negar es que se trata de un espacio
altamente estimulante, pues consiguió despertar incontables sensaciones en cada
una de nosotras, aunque diversas en cada caso. No nos dejó indiferentes. Es casi
imposible que un espacio así lo haga.

Ilustración 1Plantas y sección del club Rosas 5


1. Acceso; 2. Pub – planta baja; 3. Perchero; 4. Látigos y fustas; 5. Aseo y ducha; 6. Mazmorra; 7.
Segundo nivel

62
- PUNTOS SUSPENDIDOS

En junio de este año estuve en el segundo congreso de educación sexual, Sex


Madrid47. Tuvo lugar en la escuela tántrica que organiza el curso de formación
como especialista en Sex Coaching que estoy siguiendo a distancia. Entre las
múltiples actividades del congreso se encontraba “El placer de sentir”, un taller de
crecimiento erótico y emocional que formaba parte de mi formación y, por tanto,
que había visto en vídeos. El taller se llevó a cabo durante la mañana del domingo
y estaba abierto tanto a los asistentes al congreso como a cualquier otra persona
que deseara participar. Cuando llegué aquella mañana a la escuela estaba
cansada, la noche anterior había dormido escasas dos horas, pero tenía muchas
ganas de vivir el taller. En esta ocasión la actividad se iba a llevar a cabo en un
aula a la que yo no había entrado. De modo que conocía el contenido del taller
pero no el espacio.

Ilustración 2Planta de la escuela tántrica

47Segundo Congreso de Sexualidad Sex Madrid; http://aets.es/sex-madrid-congreso-de-


sexualidad-ii

63
Al llegar, me dijeron que me quitara los zapatos y los dejara fuera del aula. En
el interior había un círculo de cojines sobre el suelo, en ellos ya estaba Diego -el
monitor del taller- y algunos asistentes. Al tratarse de una escuela de Tantra, el uso
habitual de este espacio es precisamente albergar actividades relacionadas con
el cuerpo, tal vez por eso las sillas que había estaban apiladas y apartadas en un
rincón y no había mesas. Me senté en uno de los cojines que me permitía ver la
puerta. La elección no fue consciente, simplemente me nació sentarme allí.

Mientras esperábamos a que llegase todo el mundo, se percibían los nervios


de algunos de los asistentes, supongo que es normal cuando te enfrentas por
primera vez a un taller de iniciación al Tantra. En mi caso, había pasado tantas
horas en aquella escuela durante los últimos días y el ambiente entre los asistentes
y los organizadores era tan familiar, que me sentía como en casa, tranquila y
abierta a dejarme llevar. En total seríamos unas 15 personas. Entre los asistentes
había algunas caras conocidas de aquellos que habíamos estado participando
en el congreso y otras nuevas. Hicimos muchas dinámicas, de cara a este análisis
voy a seleccionar sólo dos, una en la que el movimiento era el factor común y otra
en la que lo fueron las caricias.

La primera que voy a abordar consistió en desplazarnos por el espacio


siguiendo las indicaciones de Diego. Fue uno de los primeros ejercicios que hicimos.
Al comienzo se nos pidió que fijáramos la vista en algún lugar del aula y que
caminásemos hacia allí. Teníamos que visualizar en ese punto el objetivo que cada
uno persiguiera con el taller, lo que quisiéramos aprender. En mi caso, se trataba
de un ejercicio de autoconocimiento. Una vez alcanzábamos el lugar, había que
localizar el siguiente y seguir avanzando.

Esta dinámica me sirvió por un lado para ponerme en movimiento, llenarme de


energía e impulsarme a la acción, tomando las riendas de mi sexualidad y
familiarizándome con cada rincón. Por otro lado, el hecho de llegar a una meta y
seguir hacia la siguiente, daba la sensación de ser un proceso de constante
aprendizaje y aumentaba consciencia corporal sobre la actitud con la que cada
uno se aproximaba a su objetivo. Yo andaba con paso firme hasta mi objetivo,
pero al voltearme para fijar la nueva dirección titubeaba.

La actividad requería de un espacio interior de una escala proporcionada


respecto al tamaño del grupo. Era necesario que existieran límites donde fijar el

64
objetivo y, a su vez, que fueran alcanzables, permitiendo el movimiento sin chocar
unos con otros. La forma del aula era menos relevante dado que éramos como
partículas de gas que lo invadían todo. Lo que sí resultaba necesario era que no
hubiera obstáculos. Los pilares en el medio del espacio no suponían un problema
al invadir el espacio de visión. Sin embargo, de haber habido sillas, mesas o
cualquier otro tipo de mueble de baja altura, habría obstaculizado el camino en
línea recta hasta el objetivo.

Ilustración 3 Aula durante el comienzo de la primera dinámica de análisis

A continuación, se nos pidió que camináramos prestando atención a los


detalles, pasando de oír a escuchar, despertando los sentidos, sintiendo el aire
entrar y salir de los pulmones,… Fue una toma de contacto conmigo misma y el
entorno. Comencé a apreciar el color de la madera del suelo de tarima, el blanco
de las paredes, los remaches de los perfiles metálicos, los recovecos de la sala,…
Prestar atención a los detalles, pero hacerlo en movimiento me sirvió para ser
consciente del entorno desde la visión desenfocada. Pues el movimiento obliga al
ojo a reenfocar a cada paso al cambiar la distancia. Como explica Juhani
Pallasmaa, “La visión enfocada nos enfrenta con el mundo mientras que la
periférica nos envuelve en la carne del mundo.”48. Esa nueva forma de mirar

48PALLASMAA, J.: Los ojos de la piel: la arquitectura y los sentidos; Gustavo Gili; Barcelona;
2006; Pág. 10

65
provocaba la sensación de estar desconectando los pensamientos de la mente y
conectando con las sensaciones del cuerpo. No era posible pensar ni prestar
atención a otra cosa. Por el contrario, casi se podía sentir cómo los ojos y los oídos
se dejaban acariciar por los colores, las texturas y la música ambiental, lo que me
hace comprender a Pallasmaa cuando dice que “Todos los sentidos, incluida la
vista, son prolongaciones del sentido del tacto; los sentidos son especializaciones
del tejido cutáneo y todas las experiencias sensoriales son modos del tocar y, por
tanto, están relacionados con el tacto.”

Cuando uno se deja llevar y se sensibiliza así, entra en un estado de


consciencia diferente, baja el nivel de alerta y deja de ver los posibles peligros del
entorno, se expone vulnerable. Sentir placer conlleva asumir el riesgo de perder el
control y dejarse llevar. Por eso es importante elegir bien la persona o personas y el
lugar antes de entrar en ese estado. Cuanto más sensible estás menos capacidad
de percepción del espacio se tiene. Esa transición hacia la sensibilización no se
produce si no nos encontramos en un estado físico y emocional tranquilo y
agradable. Cuanto más hostil sea el entorno, más difícil será poner en práctica
estos ejercicios. La importancia del espacio aquí está en proveerlo de unas
condiciones mínimas que permitan ese estado. La dinámica anterior, que
precisamente conseguía que nos familiarizáramos con el entorno, es fundamental
para ahora pasar a dejarnos llevar por el sentir. Ese espacio representaba un lugar
seguro.

Se nos pidió después, que siguiéramos caminando del mismo modo, pero esta
vez teníamos que prestar atención a los pies de los compañeros. Momentos
después se nos indicó que subiéramos la mirada hasta la cintura y finalmente que
mirásemos fijamente a los ojos de la persona con la que nos cruzásemos. Entre
orden y orden se nos dejaba tiempo suficiente para permitir sentir lo que nos
provocaba cada acción. Mirar los pies me hizo consciente de la presencia de otras
personas. Hasta ese momento las actividades habían sido introspectivas o de
conexión con el entorno, pero no con los demás. Mirar a la cintura me resultó algo
extraño, diría incluso descarado, ya que la orden indicaba la cintura pero a esa
altura están los genitales. No acostumbro a mirar fijamente esa parte del cuerpo
de otras personas. De hacerlo suelen ser miradas furtivas. Sin embargo, puesto que
lo estaba haciendo siguiendo indicaciones y no por intención propia, la
incomodidad apenas duró. Al mirar a los ojos la sensación cambió por completo.

66
Al mirar a los ojos vi a los otros pero también me sentí expuesta, vista. Cada persona
vive esa sensación de forma diferente. Con algunas mantener la mirada fue
sencillo, no supuso esfuerzo, resultó casi divertido y se dibujó una sonrisa de forma
natural. Con otras, sin saber muy bien por qué, noté que su mirada me penetraba,
que se me clavaba, que me invadía y me atravesaba, me hacía sentir ligeramente
incómoda. Y había otras de las que percibí su incomodidad al mantenerme la
mirada, que hubieran preferido mirar a cualquier otro lugar. Con estas últimas, no
sabía muy bien cómo actuar porque me daba cuenta del efecto que estaba
produciendo mi mirada y esa no era mi intención. La (in)comodidad era distinta
en cada uno de los casos.

Ahora que lo pienso, según iba aumentando la conexión con los compañeros,
la presencia del espacio se fue desvaneciendo. Pasé de percibir el espacio a
percibir las diferentes sensaciones que me provocaban el encuentro con los otros
y su ausencia. Al tener que mantener la mirada con quien me cruzara, una vez lo
había sobrepasado, el tiempo andando hasta la pared en el que ya no iba a
conectar con la mirada de nadie más se sentía diferente. Se producía un contraste
entre la (in)comodidad de compartirme y la tranquilidad de saberme en soledad.

El siguiente paso de esta actividad consistía en abrazar a quien te cruzaras,


considerándose un abrazo aquel en el que se ponen en contacto cabeza con
cabeza, pecho con pecho y sexo con sexo, y después expresarle a la persona lo
que te ha transmitido su abrazo. Con los abrazos puse mi cuerpo en contacto, me
acerqué, me compartí, toqué y me dejé tocar. Al verbalizar me hice consciente
de lo que transmitía y lo que recibía a cambio.

En el curso de Sex Coaching, durante esta dinámica, Diego nos había


explicado que generalmente a las personas les suele resultar más difícil mantener
la mirada que abrazar, pese a que esto último implica contacto físico y lo primero
otro no. Efectivamente, así lo sentí yo. Podría pensarse que es más íntimo el
contacto físico que la mirada, y sin embargo, vivimos como más invasivo mirar y
dejarse mirar que tocar y dejarse tocar. De hecho, esta apreciación me recuerda
una charla TED sobre agresiones sexuales a mujeres que decía lo siguiente:

“[Las mujeres agredidas] Negocian sexo por vida. Le piden al agresor


que termine rápido, para que todo se termine lo antes posible y con el
menor costo. Se someten a la penetración, porque aunque no puedan

67
creerlo, la penetración es lo que más lejos las mantiene de una escena
sexual o afectiva. Se someten a la penetración, porque la penetración
duele menos que los besos, las caricias, las palabras suaves.”49

La mirada será, probablemente la forma más íntima de conexión y puede


resultar una forma muy violenta de intromisión. Esto explica por qué como mujer
me resulta tan violento sentir que me miran con “esos” ojos en lugares públicos
como el autobús o en la calle. Desde que vivo en Lima soy mucho más consciente
del acoso sexual en espacios públicos, aunque no tengo identificados todos los
lugares en los que ocurre y si hay algún patrón que vincule tipos de acoso a ciertos
espacios. Por otro lado, la intención de la mirada tiene mucho impacto en cuán
invadida me siento, la sensación puede ser tremendamente desagradable. En el
taller no había intención invasiva ni sexual, nos mirábamos como parte del ejercicio
y sin embargo hubo momentos en los que me sentí invadida y otros en los que
invadí.

Esto me lleva a reflexionar cómo miramos el mundo hombres y mujeres. Algunos


hombres (demasiados en esta ciudad), no sienten ningún tipo de pudor o respeto
por las mujeres y nos miran como si fuéramos objetos, como si “eso” que están
mirando no tuviera sentimientos, o peor, sabiendo que los tenemos y que nos va a
desagradar su comportamiento “viril”. Honestamente todavía no he desarrollado
una estrategia para enfrentar esas incómodas situaciones. Por suerte, en España
este tipo de comportamientos no son tan frecuentes y nunca antes había sentido
la necesidad de planteármelo. Diría que la estrategia generalizada de las mujeres
es no entablar contacto visual y, así, evitar esa invasión. Además, de no evitarla,
alguien sería capaz de decir que “lo estábamos buscando”, argumentando en
favor del agresor. Esto hace que las mujeres vivamos mirando hacia otro lado,
preocupadas en mantenernos a salvo de invasiones. Esta solución no me parece
que contribuya a revertir la situación sino más bien a todo lo contrario, la perpetua.
En cualquier caso, sería necesario ponerlo a prueba. Con esta reflexión se abre un
campo de investigación.

49HERCOVICH, I.; Negociar sexo por vida; Charla TEDxRíodelaPlata; 2015;


https://www.ted.com/talks/ines_hercovich_why_women_stay_silent_after_sexual_assault/tr
anscript?language=es

68
Esta dinámica nos sirvió para forjar sensación de grupo, pasando de la
individualidad hacia la colectividad, introducirnos en la energía del taller, dejando
fuera los juicios y entrando a conectar con las sensaciones desde el movimiento,
el contacto visual, físico y verbal. Fue esa sensación de grupo la que hizo que se
empezara a percibir un nosotros frente a los otros, los que están fuera. El hecho de
que la puerta y las ventanas estuvieran cerradas no es baladí, de no haber sido así
habría resultado más difícil sentir esa conexión con el grupo. Si a lo largo de la
actividad hubiera entrado alguien de forma abrupta habría sido muy
desagradable al encontrarnos en ese estado de hipersensibilidad. Esto no era
posible dado que las personas que estaban fuera del aula eran conscientes de
nuestra actividad. En cualquier caso, de haber sucedido, sabíamos que el monitor
respondería por nosotros, estábamos vulnerables pero protegidos por un entorno y
unas circunstancias de seguridad.

Identificar esta necesidad personal de protección respecto a “los otros” me ha


servido para dar respuesta a un interrogante que me rondaba de un tiempo a esta
parte. Me planteaba cuánto de la importancia de la privacidad durante el sexo
es cultural y cuánto es realmente una necesidad personal. Esta pregunta surgió
cuando el perro de un amigo se enganchó a mi pierna con claras intenciones
sexuales. Para el animal no había conflicto alguno en ello, sin embargo mi amigo
y yo nos miramos con caras de circunstancia y entre incomodidad y risas lo
apartamos. El sexo es algo natural que por cultura se mantiene en privado.
Empecé a cuestionarme si para mí era realmente necesaria la privacidad. Este
análisis me ha enseñado que sí, y me ha aclarado que el motivo, más allá de la
cuestión cultural, que también influye, es un asunto de poder estar vulnerable y
tranquila.

La segunda dinámica que voy a analizar se produjo sin desplazarnos por el


espacio. No recuerdo bien cuál fue la dinámica anterior y tampoco cómo llegué
a la posición en la que me encontraba. Lo que sé es que todos llevábamos
antifaces y que nos organizaron en dos hileras enfrentadas. Estábamos centrados
en el espacio, yo tenía la pared como a un metro de mi espalda, había alguien a
mi izquierda y puede que una persona a mi derecha, aunque también es posible
que yo fuera la última de la fila. Frente a mí, alguien cuya identidad desconocía.

69
Cada vez que recuerdo esta dinámica cambia mi nivel de sensibilidad.
Inmediatamente me pongo a acariciarme las manos, los brazos, el cuello y la cara,
que es básicamente lo que hicimos. En este ejercicio comenzamos centrándonos
en la respiración. La respiración es una gran herramienta para relajarse,
sensibilizarse y mantenerse en el ahora, lugar donde se produce el placer. Cuando
tenemos la mente llena de preocupaciones o distracciones, desconectamos de la
sensibilidad del cuerpo y por tanto el placer es mucho menor. Una vez habíamos
conectado con la respiración, Diego nos indicó que nos acariciásemos las manos
con la mayor suavidad posible, apreciando cada poro, cada pliegue de piel. Su
voz era como un mantra que decía “no hay diferencia entre acariciar y ser
acariciado”.

Así, con la mayor suavidad posible, con los ojos cerrados y con el único
contacto con el entorno a través de nuestros pies, con una música de fondo suave
y la voz de Diego induciéndonos a relajarnos, pasamos a tocar las manos de la
persona que estaba delante. No importaba quién era, sólo sentir sus suaves
caricias. Aquellas manos sudaban y eso contrastaba con la sequedad de las mías.
Manos con manos, primero dos a dos, después las cuatro juntas, sintiendo el ritmo
de las otras manos, con calma. Manos que pasaron a acariciar muñecas, sin
distinguir entre quién daba y quien recibía, sólo sabiendo del cuerpo que tocaba
que era de hombre, que era sensible, que el ritmo de nuestros movimientos estaba
acompasado y que su piel era suave. Pasamos después a acariciar brazos con
brazos, manos con brazos y seguimos subiendo, sin prisa, disfrutando cada
centímetro de piel. Pasamos a continuación a tocarnos el cuello, y seguimos
explorando, tocando nuestras caras. Sentía como él también exploraba mi
cuerpo.

Mi curiosidad trataba de adivinar cuál de mis compañeros era con quien


estaba compartiendo aquel momento. Aunque, en el fondo, me daba igual. Era
una sensación extrañamente íntima y cómoda ese contacto tan cercano de las
caras, notando la respiración de una persona que ni siquiera sabía quién era. Esto
me ha hecho cuestionarme la importancia del atractivo físico a partir de la vista
porque se podía llegar a sentir mucha química a través de esa forma de contacto.
También me llama la atención la intensidad de aquel momento sin que hubieran
aparecido genitales de por medio. Diego repetía que sólo hay que dejarse llevar,
que el cuerpo sabe, no hace falta pensar nada.

70
La distancia entre los cuerpos fue disminuyendo de forma natural e
inconsciente según fue avanzando el ejercicio. Estábamos tan pendientes de esos
puntos de conexión que lo único que existía más allá era la voz de Diego dándonos
indicaciones, invitándonos a dejarnos llevar. Anular la visión y centrar la atención
en la piel desdibujó el entorno. Los límites del espacio eran mínimos, podríamos
decir que eran los de nuestros cuerpos en contacto y la posibilidad de movimiento
de nuestros brazos. Movimientos que se producían a un ritmo muy lento y que
tendían a reducir el espacio y acomodar los cuerpos cerca más que a ampliarlo.
Esa desaparición perceptiva del espacio era buena señal, sólo existía placer en
aquel momento. Aquella sala fue capaz de acoger la actividad, capaz de generar
las condiciones en que lo único que importaba era sentir. Esa cualidad de
desaparecer estaba relacionada con el lugar donde se ubicaba esa estancia. Era
un espacio interior, sólo podían llegar ruidos desde la propia escuela, ruidos que se
evitaron conscientemente al conocer la actividad que estaba aconteciendo.

Poco después nos indicaron que era el momento de despedirnos de esas


manos, esos brazos, ese cuello y esa cara expresando nuestra forma de ser.
Después de todas las caricias compartidas nació un largo y profundo abrazo, de
esos que te llenan de energía. El sonido metálico del cuenco tibetano, con esa
vibración suave y penetrante indicó el momento de desprenderse de aquella
persona. Mientras encontrábamos fuerzas en nuestro interior para separarnos,
Diego nos indicó que la hilera de personas que tenía frente a mí se desplazaría una
posición a la izquierda y que nosotros nos quedaríamos quietos. Frente a mí se
colocó alguien nuevo, y con él, el ejercicio volvió a comenzar. Lo repetimos con
otra persona más y al acabar, alguien con mimo, me tomó de la mano y me movió
por el espacio. Cuando por fin nos pidieron que nos quitáramos los antifaces
estábamos todos dispersados por el aula, mirando en direcciones diferentes y sin
posibilidad de identificar quiénes habían sido las personas con las que habíamos
compartido aquel momento. A decir verdad, los cuerpos de cada una de ellas
habían aportado información suficiente como para ser capaz de identificarles en
secreto.

Acabo de caer en que las hileras estaban separadas entre hombres y mujeres.
La posición de las mujeres estaba entre los hombres y la pared. No sé si fue
casualidad o si fue intencionado. Me da qué pensar. Sin duda, mi hilera estaba
más “protegida” pero también más “acorralada”. Me resulta molesto pensar en

71
esta idea de ubicar a las mujeres en la situación de mayor protección o menor
posibilidad de movimiento, según se mire. Tal vez fue pura casualidad, pero el
hecho de dividir el grupo por sexo hace pensar que tal vez no lo fuera. En realidad
no tiene mayor importancia. Aunque si algún día yo llevara a cabo esta actividad,
procuraría no segregar por sexos para evitar este tipo de cuestionamientos.

Me gustaría poner en práctica este ejercicio con algún acompañante sexual,


y sin embargo, cuando me imagino haciéndolo en mi cuarto, o en cualquier otro
espacio doméstico, me resulta extraño. De replicarlo con las mismas condiciones,
tendríamos que estar de pie uno frente a otro, con cercanía y tranquilidad. Diría
que en general, cuando he tenido este tipo de sexo más consciente, con ritmo
lento y tranquilo, la posición del cuerpo no ha sido de pie uno frente a otro, sino
más bien sentados en un sofá o echados en una cama. Tengo la sensación de que
generalmente no uso el espacio de ese modo, lo cual supone una nueva
oportunidad de uso y por tanto una nueva forma de explorar las posibilidades del
espacio.

72
5. ¿Y SI DESPUÉS DE ESTO HICIÉRAMOS UN TALLER?

Este apartado tiene vocación de repasar los caminos que he ido tomando a
lo largo del proceso de análisis para comprobar cuáles de ellos han dado
resultados y cuáles no tanto. Algunos pueden servir como punto de partida para
futuros análisis y otros han sido vías frustrantes y poco eficaces. Pero como un día
me dijo una gran amiga: “La gente piensa que el éxito es lo opuesto al fracaso,
pero la verdad es que ambos son partes del mismo proceso. – Roger von Oech”,
de modo que también podemos aprender de ellos. Esta reflexión sobre la
metodología desarrollada aspira a ser replicada por otros cuerpos que también
deseen entender cómo la arquitectura influencia sus vidas sexuales.

Uno de los primeros ejercicios que hice fue elaborar una lista abierta con todos
aquellos aspectos que me parecía que podían influenciar las relaciones sexuales.
Algunos de ellos eran la edad, la ubicación, la persona o personas involucradas, la
tipología de uso del espacio, el estado de ánimo,… La lista seguía y seguía.
Inicialmente no pretendía contener todos los factores posibles, puesto que cada
experiencia es única y las posibilidades de que aparezca un nuevo elemento a
considerar son muy altas.

La intención de dicha lista era hacer una breve ficha de cada experiencia. De
ese modo tendría de forma ágil una primera aproximación a la información y
además pondría en marcha el recuerdo. La dificultad del ejercicio se hizo evidente
pronto: se echaban en falta definiciones de los términos para saber cómo dar una
respuesta homogénea. Al intentar definirlos, acotarlos, para concretar con
exactitud a que se refería cada uno, me di cuenta de que no tenía sentido tratar
de definir, por ejemplo, la seguridad para un caso genérico. “Seguridad” puede
significar cosas totalmente distintas en función de la situación: en un ascensor, en
un parque de noche o en casa de tus padres cuando ellos han salido. Y sin
embargo, en todos los casos, tiene sentido analizarla. Es decir, la lista parecía
resultar de utilidad para apoyarse y empezar a tirar del hilo de la memoria, pero la
vía de la definición de términos con precisión no funcionaba.

Traté entonces de, al menos, organizarlos en categorías. El objetivo seguía


siendo obtener, de algún modo, una metodología que me permitiera analizar
cualquier experiencia. Al final del capítulo EN UN LUGAR APARTADO aparece un
ejemplo de este tipo de ficha donde los factores estaban organizados por bloques

73
temáticos. Todas las formas de organizar o jerarquizar la información me
condujeron a caminos sin salida. La búsqueda de un método universal aplicable a
experiencias no estaba siendo de utilidad.

Se me ocurrió entonces trabajar en sentido contrario. Tomar un factor


arquitectónico (la iluminación) y analizarlo en múltiples experiencias. El resultado
tampoco fue especialmente interesante dado que pararse a analizar un único
aspecto de una experiencia es muy superficial, apenas se profundiza, no ayuda a
conectar con la memoria y bajar al lado sensible. Las conclusiones fueron muy
poco interesantes porque en todos los tipos de iluminación puede haber buen y
mal sexo.

Visto desde la distancia, parece que estaba queriendo abordar el análisis en


su totalidad, sin que nada quedara fuera, lo cual no sólo no es posible sino que
pierde la riqueza de los matices. En este esquema se lee la intención de hacer una
disección desde fuera, sin mojarme, sin sentimientos ni emociones. Por el contario,
el análisis de experiencias me parecía demasiado inapropiado, demasiado íntimo,
me sentía demasiado vulnerable y expuesta. Todas las propuestas de trabajo
previas eran un intento por escapar de lo que ha resultado ser la clave al final del
proceso: analizar con sensibilidad y detalle cada experiencia.

El proceso de selección y análisis de las experiencias que aparecen en este


trabajo ha estado plagado de vaivenes. A continuación voy a exponer lo que
podría ser una secuencia lógica de cara a llevar este tipo de análisis a talleres
individuales o en grupo.

PRIMER BORRADOR DE LA METODOLOGÍA

1. LISTA DE EXPERIENCIAS

Sea cual sea la temática sexual a abordar (en caso de que se predefina una),
el primer paso sería hacer una lista con todas las experiencias que nos vengan a la
mente sobre ese asunto. Este ejercicio, al no entrar en detalle, resulta muy fácil
como primera aproximación al tema, lo que nos permite tener una visión de
conjunto del impacto de ese tipo de experiencias en nuestra vida. Nos permite
tener variedad dónde elegir, el análisis puede resultar complicado, así que tener
varias opciones aligera la sensación de presión si una experiencia pasa a ser muy
difícil de abordar.

74
Uno de los retos es saber definir los límites de la experiencia, saber cuándo
empieza y cuando acaba, si dura una noche, un fin de semana o si es una historia
que se extiende en el tiempo a lo largo de muchos años.

Tres de las experiencias que he desarrollado en este trabajo eran de corta


duración (una mañana o una noche), otra se extendía a lo largo de un fin de
semana que culminaba una larga semana de aislamiento. La experiencia más
larga que me plantee analizar es la historia con un chico que conocí hace diez
años, al que he visto en tres ocasiones después, con el que existe una tensión sexual
impresionante, pero que nunca se ha podido materializar. Este ejemplo sirve para
evidenciar cómo es posible que las experiencias tengan duraciones muy diversas
e incluso estén inconclusas. Podría fragmentar esa experiencia en cada una de las
veces que hemos coincidido, pero no tendría sentido para mí, puesto que la
tensión que sigue existiendo hoy, hace que las sienta como parte de un continuum.
Por el contrario, ha habido otras situaciones similares de conexión con alguien de
otra ciudad, a quien he vuelto a ver, y consideraría cada encuentro como una
experiencia independiente. En relaciones estables distinguir experiencias
concretas es complejo, porque se entremezclan entre sí. En esas cotidianeidades
más que hablar de experiencias se puede trabajar con casos genéricos (que se
repiten con frecuencia por la rutina) o prácticas concretas. Debe ser cada persona
quien defina los límites de cada una de sus experiencias.

2. PRIMERA APROXIMACIÓN

A partir de la selección inicial, podemos empezar por definir de cada


experiencia cuál es el escenario (o escenarios) donde tuvo lugar, la secuencia de
lo que pasó, qué factores se identifican como claves y unas primeras reflexiones
del interés que podría tener profundizar en esa experiencia.

Este nivel de profundidad tiene de positivo que es fácilmente abordable, se


repasan las experiencias por encima, sirve para empezar a recordar. Es sencillo no
involucrarse mucho con los sentimientos y se pueden empezar a extraer
conclusiones. A veces una revisión a este nivel de profundidad es suficiente para
darse cuenta de comportamiento que no nos aportan. Suele ser mucho más fácil

75
analizar situaciones con personas que no han sido especialmente importantes en
nuestra vida.

Este es un ejemplo de lo aprendido con este tipo de análisis. Le conocí en una


discoteca de Granada, donde estaba pasando un fin de semana con amigas.
Resultó haber una química impresionante, nunca antes había conectado con
alguien así bailando. Tuvimos que dejarlo en asuntos pendientes puesto que
aquella noche no había ni tiempo ni lugar disponible y dado que ambos vivíamos,
casualmente, en ciudades vecinas. No fue fácil coordinar horarios, pero lo
conseguimos. Un par de semanas después quedamos para retomarlo donde lo
habíamos dejado. Fue un lunes por la noche, quedamos en su casa, salimos a
cenar y al regreso, yo necesitaba una ducha al haber pasado todo el día fuera de
casa trabajando. Sugirió unirse y acepté. Grave error. Fue como pasar de 0 a 100
a nivel de físico, sin ningún tipo de correspondencia mental, sensorial o emocional.
Y no es que fuera un ritmo rápido, es que no dimos espacio a que se generase
tensión sexual.

Al analizarlo ahora, me parece tan evidente que no entiendo cómo no me di


cuenta. Y lo peor es que tengo esa extraña sensación de haberlo vivido antes, es
decir, que podría haber aprendido la lección antes y haberme ahorrado aquella
noche insulsa. Reflexionar sobre esa experiencia hace que vea clara la
importancia de respetar las fases de respuesta sexual definidas por Masters y
Johnson, que dividen “el ciclo de respuesta sexual en cuatro fases: 1) fase de
excitación; 2) fase de meseta; 3) fase de orgasmo, y 4) fase de resolución.” 50 Sin
una correcta estimulación en la fase de excitación, difícilmente se podrá alcanzar
el orgasmo. Tengo la sensación de que la situación habría sido radicalmente
diferente si en lugar de iniciar el contacto físico entre nosotros en el baño del
dormitorio, hubiera sido estando sentados en el salón con unas copas de vino.
Cada espacio de una vivienda tiene asociados unos códigos de comportamiento
y unas distancias entre los cuerpos. Cruzar esas líneas demasiado deprisa puede
suponer saltarse la fase de excitación y con ella la diversión del resto de la noche.
Por suerte, analizar esta experiencia me ha servido para tener en cuenta la

50 MASTERS, W. H. y JOHNSON, V. E.: Respuesta sexual humana; Intermédica editorial;


Buenos Aires; 1976; Pág. 4

76
importancia de acompasar el uso del espacio con la fase de respuesta sexual y he
sido capaz de aplicarlo en experiencias posteriores.

Este tipo de análisis es ágil. No se entra en demasiado detalle pero sí suficiente


como para empezar a hacer conscientes los usos del espacio que ayudan o
dificultan el placer sexual. Seguir profundizando en los recuerdos puede resultar
delicado, pues cuanto más detalle más nivel de intimidad.

3. CONECTAR CON LA MEMORIA

Una vez tenemos una descripción general de la experiencia que vamos a


analizar, podemos aumentar el nivel de detalle. Para ello es necesario conectar
con la memoria. A continuación describo algunos ejercicios que me han resultado
útiles en este sentido.

El primero de ellos es el uso de la palabra “recuerdo”. Diría que servía como


palabra palanca para ayudarme a ir entrando poco a poco en los recuerdos.
Repetir en mi interior “recuerdo” me ayudaba a conectar con las sensaciones
vividas, a sacar una tras otra perlas de información que empezaban por ser muy
difusas pero que iban cobrando definición según me dejaba llevar por el recuerdo.
Otro ejercicio interesante fue dibujar desde el recuerdo. Al ponerme a dibujar se
iba aumentado el nivel de detalle. La memoria funciona por vaivenes de modo
que tratar de dibujar los espacios es como hacer un levantamiento de planos, se
va trabajando por versiones según vas consiguiendo información de aquí y allá.

77
Por último, también ha sido de utilidad tomar un A3, permitirse recordar y
plasmar las sensaciones y memorias de forma no lineal, dibujando y escribiendo a
trozos. Ir soltando según van llegando las ideas, ya habrá tiempo de ordenarlas. He
de reconocer que repetí el ejercicio después de mirar una imagen aérea y el
catastro para comprobar la forma de la parcela y el ejercicio resulta más rígido,
como si se activasen zonas diferentes del cerebro, una más matemática, racional
y métrica frente a la otra memoria más sensitiva y corporal.

4. REFLEXIONAR A PARTIR DE PREGUNTAS CLAVE

Con intención de profundizar más allá de lo que la memoria nos acerca, se


propone esta dinámica a base de preguntas que ayuden a profundizar aspectos
que puedan ser interesantes y no hayan salido por sí solos. La lista de factores
generada inicialmente, se ha convertido por el momento en un diagrama abierto
a seguir creciendo y mutando con cada nueva experiencia. Este diagrama,
adjunto al final del presente texto en el capítulo ALGUNAS DE LAS MÚLTIPLES
POSIBILIDADES, tiene la vocación de traer a la reflexión factores que se hayan
podido escapar pero que sean interesantes en la experiencia en concreto. En
ningún momento se pretenden analizar todos los factores espaciales que influyen
la experiencia sexual porque eso supondría partir de la base de que existe un

78
número finito de factores, lo que no es cierto. El número de variables es tan
sumamente amplio y depende tanto de cómo cada persona viva cada momento,
que sería inabarcable cerrar un listado.

Algunas de esas preguntas básicas podrían ser describir la concepción sexual


de las personas involucradas y su contexto, describir qué pasó y cómo se sintió la
persona al respecto, cuáles eran los límites del espacio donde ocurrió o cuáles son
los elementos fijos y cuáles los performativos, cuáles las variables que no dependen
de nosotros y las que sí. Identificar esto puede ser muy importante porque apunta
directamente a la posibilidad de acción, especialmente en los espacios
cotidianos.

5. ESCRITURA SENSIBLE

La escritura sensible es una postproducción de los textos resultantes del


recuerdo y el análisis, una edición del texto para hacerlo comprensible y sensible.
La escritura del análisis, la que conecta con las emociones puede llegar a ser muy
visceral, cruda, auténtica, desgarradora, políticamente incorrecta, incluso podría
considerarse maleducada. Y es necesario que sea así pues requiere que una se
deje llevar por las emociones y sentimientos, sean los que sean. Reconstruir el texto
desde la sensibilidad sirve para conectar con los demás, los que están fuera de
una y no entienden las razones que provocan emociones tan profundas. Reescribir
desde la sensibilidad ayuda a construir puentes desde la experiencia propia y
privada hacia las experiencias de los demás.

Además, cuando una está en pleno proceso de vaciado emocional, es muy


liberador saber que puede expresarse libremente, sin preocuparse por terceras
personas que puedan acabar leyendo los resultados. Tratar de expresarse
pensando en a quién se dirige el texto bloquea. Se distingue por un lado el análisis
y por otro lado la explicación del análisis, que es una edición para hacer
entendible lo que sólo tu entiendes o sólo tú debes ver, tu desnudez.

79
LO DESAPRENDIDO EN EL PROCESO

Querido lector, si ANTES DE EMPEZAR A CONTAR te decía que “Este texto está
escrito desde la herida hacia la cicatriz.”, ahora me apetece compartir contigo
dónde he llegado y hacia dónde me dirijo. Yendo un paso más allá en esto de
expresar lo más íntimo de mí, voy a empezar por mostrarte un pedacito del Diario
de mi Cuerpo.

“20/NOV/17 – L – Mi cuarto – 8:01

Cuerpo, ¿qué necesitas decir?

Estoy blandita. Me siento mimosa. Flojer51. Pero a la vez vital. Se ha


instalado un sentimiento de base de YO PUEDO, por fin llegó el momento.

Me gusta esa idea de crear nueva arquitectura a partir de crear nuevos


usos. Y me gusta la idea de ser arquitecta facilitadora, que acompaña en
los procesos de toma de conciencia del uso espacial y acompaña para
descubrir nuevas posibilidades.

Esa forma de crear espacio me parece mágica, sencilla, pequeña pero


transformadora.

Me gustó la conversación con Carlos [Barberá] ayer. Esa concepción


de entender el TFG como un proceso que te cambia. Darle a eso más
importancia que al resultado final. Sé que este trabajo me ha cambiado. Sé
que el cambio ha sido profundo y sé que no soy del todo consciente.

Uno de los cambios que percibo es que, de pronto, está aquí, en el


Diario de mi Cuerpo. Ha pasado de ser la herida a la que no puedo ni quiero
mirar, a meterse de lleno en mi vida y en mi proyección a futuro. Y eso es un
cambio muy profundo. Querer, por decisión propia, que la arquitectura siga
en mi vida es toda una revolución.

Volví a la escuela porque era la vía rápida para estudiar sexualidad y


esa idea se diluyó por el camino. Dejó de ser el motor. Estoy encontrando la

51 Una de los objetivos de la Coñoescritura es la creación de un lenguaje no


Falologocentrista, de ahí que me permita la licencia de inventar palabras que permiten a
mi cuerpo expresarse con mayor precisión. Podríamos definir flojer como floja, débil, con
pocas energías, pero además con una sensación de pesadez e ingravidez simultánea.

80
arquitecta que hay en mí. Mi visión, mi postura, mi concepción de la
profesión. Y eso tiene más valor que cualquier resultado.

Ahora sólo tengo que juntar las palabras del proceso. Cerrar un texto
que quedará abierto porque es el principio de un camino que comienza.

Decirme arquitecta, pensarme arquitecta, dolía, me hacía sangrar.


Necesitaba mil explicaciones que siempre eran insuficientes. Ni arquitecta,
ni estudiante, ni tampoco todo lo contrario. Ahora sí, seré arquitecta, pero
la arquitecta que quiero ser. La que vibra conmigo. La que este trabajo me
ha enseñado que se puede ser.

Este trabajo me ha cambiado. Ha sido un ejercicio constante de


atravesar miedos y de confiar en mí. Y qué difícil es confiar en una misma.
Así que sea cual sea el resultado, valió la pena.

Arranca el día.

21/NOV/17– M – Mi cuarto – 8:51

Cuerpo, ¿qué necesitas decir?

Poderosa. Fuerte. Capaz. Sincera. Honesta. Humilde. Tranquila. Segura.


Desnuda. Auténtica. Nueva. Cambiada. Arquitecta. Facilitadora.

Con proyectos de continuidad. Me resulta tan inverosímil. Tan increíble.


Tan genial.

Vuelve aquí cuando la premen52 te haga ver todo lo negativo, cuando


sólo veas el negro, ven aquí y recuerda lo genial que es desde aquí.

Estoy llegando al equilibrio entre sexualidad y arquitectura. Soy ambas.


Ninguna es más importante que la otra. Tampoco menos.

Trabajar en la toma de conciencia sexual en el espacio, ayuda a tomar


control sobre nuestros actos. Nos saca del piloto automático que nos mete
en situaciones que no nos resultan agradables. Nos permite dirigir las
situaciones hacia aquello que nos gusta. De eso va mi trabajo en el futuro.

52 Premen es la forma cariñosa con la que me refiero a la fase premenstrual.

81
De hacer más humana la arquitectura a partir de hacer más consciente el
uso del espacio.

Al inicio del trabajo no esperaba encontrar una forma de dedicarme


profesionalmente a ambas ramas. Intuía una conexión. Pero el destino ha
sido más de lo que podía esperar. También ha sido clave la formación como
[Sex] Coach porque me está permitiendo tener una pequeña base de
cómo aproximarme a la indagación de la información.

Creo que estoy en el mismo punto que inicialmente con los mundos
sexualidad y arquitectura. Ahora que tengo más clara la conexión de esos
dos mundos me parece que el coaching y la “escucha activa53” son la
siguiente pieza del puzle.

Cuanto más simplifico, cuanto más me acerco a contar lo que hay.


Cuanto menos me preocupo por lo que se supone que tiene que ser y más
me centro en “esto es lo que soy”, “esto es lo que hay”, “esta es mi visión de
la arquitectura”, “así me siento a gusto siendo yo misma”, más me libero.
Siento que floto. Esto es lo que me he cuestionado, así me he planteado
resolverlo, este es el resultado, esto he aprendido y por aquí sigue el trabajo.

Lo que ahora quiero es mantener la sencillez.

KISS: Keep It Simple, Stupid! Smart!”

Tenía preparadas un sinfín de reflexiones sobre lo aprendido en el proceso,


sobre cómo funciona la memoria, sobre la importancia de los cuidados en este
tipo de investigaciones, sobre mis proyecciones a futuro, pero creo que, en el
fondo, ya está todo dicho. Así que voy a hacerme caso y voy a mantener la
sencillez. Este proceso ha sido magia en estado puro.

53 La escucha activa es una técnica que se aplica en los procesos de Coaching.

82
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