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Romano Guardini: Sentido de la existencia e imagen del mundo en la Edad Media

Tanto el hombre medieval como el hombre de la Antigüedad carecen de la idea de una


continuidad espacio temporal infinita. Ambos ven y experimentan el mundo como una
estructura limitada, como una esfera.

Sin embargo es necesario realizar ciertas distinciones. El hombre antiguo no trasciende el


mundo, no se hace ninguna pregunta sobre lo que podría haber afuera del mundo. Considera
el mundo como un todo, carece de un punto firme de apoyo que le permita realizar un salto
hacia afuera del mismo.

El hombre antiguo desconoce una realidad divina que trascienda este todo. Los dioses forman
parte de su mundo. Si bien acepta la fuerza imperante del destino o necesidad (ananké) que
regula todo lo que acontece, esta fuerza no se opone al mundo sino que constituye su
ordenamiento último.

El hombre antiguo en realidad no quiere trascender el mundo, no puede querer trascender el


mundo, para ello tendría que haber dado el salto y no lo ha dado. Y esto porque desconoce
todo punto de apoyo ajeno al mundo. Todas sus representaciones y sentimientos se
desarrollan en el interior del mundo.

El hombre antiguo no contempla el mundo “desde fuera” sino exclusivamente “desde dentro”.
Percibe el mundo como un cosmos, como un todo bello y ordenado en el cual no hay caos ni
desmesura. El hombre antiguo no puede hacer algo que es propio del hombre medieval:
construir el mundo como un todo y asignar en él a cada ser un lugar hasta cierto punto
preciso.

El hombre de la Edad Media cree en la revelación bíblica, que le asegura la existencia real de
un Dios que está fuera del mundo. Cierto que también está en el mundo, pues lo ha creado, lo
conserva y lo colma; pero no forma parte del mundo, sino que es soberano frente a él. Esto se
debe a que Dios es absoluto, señor de sí mismo, no necesita del mundo bajo ningún concepto,
existe en sí y se basta a sí mismo.

El verdadero concepto de creación que hace que el mundo pase de la nada al ser y a la
existencia en virtud de la palabra soberana, sin necesidad interna ni elemento previo alguno,
solo se encuentra en el entorno bíblico. Para la revelación divina, Dios es el creador del mundo
y no necesita de él ni de ninguno de sus elementos ni para ser ni para crear. Creer significa
confiar en la autorrevelación de este Dios y seguir sus pautas, escuchar su llamada, capaz de
dar sentido a la persona finita, y referir a Él la propia vida.

La revelación es un punto de apoyo absoluto para el hombre, es formulada por la Iglesia y


acogida por cada uno en la fe. El hombre medieval ve símbolos por todas partes. La existencia
se compone de formas que se significan a sí mismas pero trascendiéndose hacia algo que la
supera: es decir Dios y las realidades eternas. Estos símbolos se hallan en el culto, en el arte,
en las costumbres populares y en la vida social.

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