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“Vengo a ver si hay grandes”

Pablo tiene 5 años. En los primeros días de clases, se niega a entrar al aula, dice: “Estos son
todos unos boludos, y la boluda ésta – refiriéndose a la maestra – me molesta. Se mete en todo. Yo
quiero hacer lo que yo quiero…y nada más”.

Cuando Pablo llega a la escuela y, en el marco del proceso de conocimiento inicial, cuenta:
“Yo sé todo, soy más fuerte que vos y que todos…” Algunos de nosotros le responde: “Si ya sabés
todo, ¿para qué querés venir a la escuela?” Y con una claridad que inquieta, responde: “Para ver
si hay grandes”. Nosotros le contestamos: “Sí, acá hay grandes…” “Ah – prosigue Pablo -,
entonces te voy a contar un secreto: a mí ya me echaron de dos jardines, porque soy el más fuerte,
y además soy malo”.

Pablo se muestra muy agresivo, le pega a grandes y chicos. Cuando algo o alguien se presentan
como obstáculo para hacer lo que quiere, su respuesta es el golpe, el desborde. Lo que hasta aquí
han hecho las instituciones por las que ha pasado es tratar de disciplinarlo. La maestra del jardín de
una escuela de la que fue echado nos comenta: “Pablo es el Demonio, es un chico que no hace otra
cosa más que buscar hacer el mal”, y luego agrega: “Él te quiere demostrar que nadie puede con
él; con nosotros perdió; lo echamos de la escuela”.

Mariana, la maestra de Pablo, en el marco del encuentro semanal de supervisión con la


dirección, nos cuenta después de la primera semana: “Estoy agotada, Pablo me tiene en tensión,
nada de lo que pienso para él me sirve. Esta semana le propuse que llegue 7.45hs, 30 minutos antes
que el resto. Me parece que si armo algo con él solo…No sé, me parece que él necesita partir de
allí, de un lugar exclusivo”.
Pablo no quiere pares. “Él tiene un lugar único”, reconocido a pura fuerza por todos: “el
peor”, “el malo”. Pero Mariana le ofrece un “otro lugar único”, y lo invita a transitar una serie de
experiencias que tendrán efecto en su subjetividad. En ese espacio, Pablo comienza a hacer
construcciones; sus obras son brillantes: arma “bombas nucleares” para hacer explotar la escuela,
máquinas complejas para matar compañeros y directores. Es allí donde se produce un encuentro,
una cosa común, que arma el lazo entre Mariana y Pablo.
Esta primera invitación era vivida con gran interés y compromiso, cada mañana Pablo traía
dese su casa cartones, tubos y demás elementos para sus construcciones, y también artefactos ya
construidos.
Finalizado este momento y hacia la mitad de la mañana, Pablo no podía cumplir con
ninguna pauta escolar, sus desbordes tomaban dimensiones desproporcionadas. A esa hora, gritaba
que no nos aguantaba más y que quería hacer “lo que se me cantan las bolas”. Empezamos a armar
y legalizar esos espacios que pedía a gritos. Así se empezó a construir con él una agenda del día
organizada del siguiente modo:
- El primer momento de la mañana, exclusivo para él, que se llamó “construcciones”.
- Un segundo momento de de “actividad compartida” con el grupo.
- Un tercer momento de “patio” donde, luego de participar de actividades más reguladas, se
le ofrecía un espacio más flexible.
- Y el cuarto y último momento del día “hacer lo que se me canta las golas” (un detalle no
menor es que Pablo nos dice que no se puede poner en la agenda “bolas”, y por eso so
sustituye por “golas”).

En ese espacio, el de “hacer lo que se me cantan las golas”, el juego con el docente era
propuesto por él. En un primer momento corría, gritaba, era puro desborde pulsional. El maestro
fue transformando los gritos en juegos de eco, la carrera son sentido en careras compartidas, los
golpes en ritmo y batucada.
Luego de un tiempo, le propusimos a Pablo hacer sus construcciones en el marco de un
proyecto del grupo. En parejas, comenzaron a construir juegos inventados. Pero para poder jugar
con otros era necesario poner reglas consensuadas. Así, Pablo empezó a experimentar espacios de
juego y entrar en la serie de momentos de enojo, comenzó a anticiparse y, antes de romperlo todo y
lastimar, empezó a pedir ayuda, saliendo del aula para ir a la dirección a tranquilizarse (aquí la
dirección no se traducía como pura sanción, sino como contención). Ya en la dirección, preguntaba
por largo tiempo: “¿Acá quién manda?”; “¿Vos sos la jefa?”, “Si yo quiero pegarle a todos, ¿vos
me dejás?”. Empezaron a aparecer las primeras preguntas y asomar el deseo de saber.
Hoy Pablo cursa primer grado, está aprendiendo a leer y a escribir y ha comenzado a armar sus
primeros núcleos de amistad. En este proceso, la maestra va creando paso a paso las condiciones
para que se produzca un encuentro, para que haga comunicación.

Caso extraído de: ¿Dónde está la escuela…más allá de la escuela? Alejandro Papadopulos, Silvia Duschatzky y Elina
Aguirre. En “Entre generaciones. Exploraciones sobre educación, cultura e instituciones”. Southwell Myriam (comp).
Homo Sapiens. Flacso. 2012.

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