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RESUMEN
DERECHO ADMINISTRATIVO II
CATEDRA 2
Unidad 1: Tomo V de Marienhoff. El contenido es correcto con la salverdad que el titular entiende
que está desactualizado. Ya no se piensa más que el dominio público es del pueblo, sino que es
del Estado. Recomienda que se estudie esta unidad de una "monografia" que hizo él, o
directamente de Diez.
Unidad 5: Se debe leer en conjunto con la nueva Ley Nacional de Responsabilidad Estatal.
La particularidad de esta ley es que es Nacional, pero invita a las provincias a unirse. Hasta fines
del 2014 solo la ha regulado Santa Cruz -que es lógico- y se plantea un interrogante: ¿Qué pasa
si cuando entra en vigencia el nuevo C. Civ que elimina los artículos de responsabilidad estatal
señalados por la Jurisprudencia, y todavia casi ninguna provincia se adhirio a esa ley nacional?
Unidad 6: Punto uno, incompleto. Tenes que buscar el plenario Petraca (te lo preguntan en la
mesa si o si, y además lo menciona el programa). El punto 2 esta hecho con de un trabajo de
Gordillo, y el punto 3 es un resumen de un trabajo de Botassi.
Unidad 12: El punto 1 y 2, hasta la mitad, son los mas importantes y los que mas claro están.
Unidades 13, 14, 15 y 16: algunas pecan por extensas, otras por escuetas. Estan sacadas del
manual de Cassagne-Perrino y algunos trabajos de cátedras virtuales.
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“Vínculo jurídico entre un sujeto que ejerce su potestad y un determinado bien conforme a su
régimen, modalidades y principios, que se encuentran regulados por el derecho público, con
incidencia del derecho privado (Cód. Civil), en lo que hace a su aplicación supletoria o analógica.”
Son Derechos Reales Administrativos cuando estamos frente a una relación en la que se
reconozcan a un sujeto derechos reales sobre el dominio público y se da la relación exorbitante
del Derecho Común. Son los derechos reales cuyo objeto son cosas de dominio público. Es un
derecho subjetivo de un particular sobre una cosa de dominio público. Su naturaleza Jurídica es
especial y doble. Son derechos reales: en principio participan de las características propias de los
derechos reales civiles. Pero tmb son derechos administrativos: se encuentran sometidos al
régimen especial propio del dominio público, que es una manifestación especial del derecho
administrativo. El sujeto frente al titular es la Administración Pública, que se encuentra en un
plano superior.
1- Incompatibilidad del Derecho Real frente a la Inalienabilidad del dominio público: por ser
inalienables estos deben permanecer en manos de la Administración. Ej: la concesión es un caso
de derecho de crédito a favor del concesionario similar al arrendamiento. Respuesta: es
verdadera la imposibilidad de someter los bienes de dominio público al régimen jurídico de
comercio privado pero que hay un régimen jurídico de comercio público, régimen especial sobre
los bienes de dominio publico dentro del cual siempre se respeta la afectación para la cual están
destinados.
2- Se quiebra la eficacia erga omnes: por ser bienes de dominio público estos derechos no son
oponibles frente a todos, ya que el concesionario no puede ejercitar ese derecho frente a la
Administración concedente, sino que únicamente posee un derecho de posesión precario y
revocable. Respuesta: la jurisprudencia ha establecido que sí es ejercitable frente a la
Administración, salvo en la línea de precariedad.
Sujetos: Sujeto activo (persona, física o jurídica, publica o privada, a la que se le confía la
situación de poder concreto en que consiste el derecho real administrativo) y pasivo (es
cualquiera porque este derecho despliega su eficacia erga omnes).
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Objeto: Una cosa de dominio público que cumple con 2 requisitos: que el bien sea compatible
con la utilización de los particulares y que este no haya sido retenido por la Administración con
fines de estudio, investigación o explotación.
Es el conjunto de facultades que se le conceden al titular del derecho real administrativo, es decir
los derechos y obligaciones.
Nacimiento: nace por un acto administrativo, por la misma Ley, por Concesión (acto discrecional
de la Administración) o por Prescripción.
Extinción: por renuncia o no ejercicio del derecho por parte del sujeto activo; por la extinción del
derecho de forma unilateral por parte de la Administración, por incumplimiento del concesionario
o bien por necesidades y exigencia del interés público; por desaparición de la cosa o por
desafectación (la cosa deja de ser de dominio público, puede mediar indemnización y el titular
puede seguir ejerciendo las facultades del derecho real solo que bajo el régimen de derecho
privado); por el vencimiento del plazo fijado por el titulo de constitución.
Clasificación de los bienes del Estado. Distinción y crítica. Posibilidad de unificar el régimen de
los bienes estatales
El artículo 2339 del Código Civil establece que “las cosas son bienes públicos del Estado general
que forma la Nación, o de los Estados particulares de que ella se compone, según la distribución
de los poderes hecha por la Constitución Nacional; o son bienes privados del Estado general o de
los Estados particulares”. De esta manera quedan definidos los bienes pertenecientes a la Nación
y a las provincias, mientras el artículo 2344 define a los bienes municipales como aquellos “que el
Estado o los Estados han puesto bajo el dominio de las municipalidades”.
Los Bienes públicos del Estado están regulados en el Cód. Civil, en el art. 2340: “Quedan
comprendidos entre los bienes públicos: 1- Los mares territoriales hasta la distancia que
determine la legislación especial, independientemente del poder jurisdiccional sobre la zona
contigua; 2- Los mares interiores, bahía, ensenadas, puertos y ancladeros; 3- Los ríos, sus
cauces, las demás aguas que corren por cauces naturales y toda otra agua que tenga o adquiera
la aptitud de satisfacer usos de interés general, comprendiéndose las aguas subterráneas, sin
perjuicio del ejercicio regular del derecho del propietario del fundo de extraer las aguas
subterráneas en la medida de su interés y con sujeción a la reglamentación; 4- Las playas del
mar y las riberas internas de los ríos, entendiéndose por tales la extensión de tierra que las
aguas bañan o desocupan durante las altas mareas normales o las crecidas medias ordinarias; 5-
Los lagos navegables y sus lechos; 6- Las islas formadas o que se formen en el mar territorial o
en toda clase de río, o en los lagos navegables, cuando ellas no pertenezcan a particulares; 7-
Las calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualquier otra obra pública construida para
utilidad o comodidad común; 8- Los documentos oficiales de los poderes del Estado; 9- Las
ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos de interés científico”.
Mientras que los Bienes privados del Estado están enumerados en el artículo 2342 del mismo
cuerpo normativo: “Son bienes privados del Estado general o de los Estados particulares: 1-
Todas las tierras que estando situadas dentro de los límites territoriales de la República, carecen
de otro dueño. 2-Las minas de oro, plata, cobre, piedras preciosas y sustancias fósiles, no
obstante el dominio de las corporaciones o particulares sobre la superficie de la tierra. 3-Los
bienes vacantes o mostrencos, y los de las personas que mueren sin tener herederos, según las
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disposiciones de este Código. 4-Los muros, plazas de guerra, puentes, ferrocarriles y toda
construcción hecha por el Estado o por los Estados, y todos los bienes adquiridos por el Estado o
por los Estados por cualquier título.”
Distinción y crítica:
Según Bielsa mientras los bienes del dominio público quedan afectados al uso directo de la
comunidad los pertenecientes al dominio privado del Estado, aunque apuntan también al
bienestar general, solo son usados de manera indirecta o mediata por medio de agentes de la
Administración.
No resulta suficiente esta diversidad de grado en la atención del interés general para diferenciar
ontológicamente ambas categorías de propiedad estatal. La distinción entre dominio público y
dominio privado del Estado, además de forzada (La frontera entre uno y otro tipo resulta borrosa.
Hasta el propio codificador cometió errores: los “puentes” aparecen enunciados como
pertenecientes a ambas categorías; y aunque no cabe duda que los muros y plazas de guerra,
por su vinculación con la defensa nacional constituyen una obra pública de utilidad común,
aparecen catalogados como bienes del dominio privado del Estado (arts. 2340 inc. 7º y 2342 inc.
4º), resulta anacrónica toda vez que se apoya en la superada teoría de su doble personalidad.
Las cosas del dominio privado del Estado y del dominio público participan de una misma
naturaleza jurídica: se trata de bienes materiales o inmateriales que, en calidad de derechos
reales, integran el activo patrimonial de su dueño: el Estado.
Disposiciones semejantes rigen en todas las provincias argentinas y dejan en claro que, aun
cuando se trate de bienes del dominio privado del Estado existen concretas disposiciones de
derecho público que delimitan un sistema jurídico exorbitante del derecho común.
Lo que interesa no es el nombre sino el nivel de protección que el derecho positivo les otorgue.
La Corte Nacional ha decidido que, “a los efectos de la prescripción adquisitiva, el tribunal debe
examinar en las constancias de la causa si el bien que se pretende usucapir pertenece al dominio
privado del Estado y no al dominio público, pues constituye una distinción necesaria para
determinar la posibilidad de que aquel pueda ser adquirido por prescripción”. Las “constancias de
la causa” permitirán establecer el grado de afectación al uso público de la cosa a usucapir. Si ese
vínculo es intenso (en cuyo caso estaremos ante un bien del dominio público) se protege la cosa
impidiendo que ingrese al patrimonio de un particular. Si el inmueble poseído con intención de
usucapir no satisface una necesidad comunitaria directa e inmediata nada impide que sea
adquirido por prescripción ya que con ello no se ocasiona demérito alguno al interés general.
La eliminación de la tajante distinción clásica no significa dotar de los caracteres de
inenajenabilidad e imprescriptibilidad todos los bienes estatales, incluyendo los pertenecientes al
dominio privado del Estado, sino el reconocimiento de que en todos los casos rige el Derecho
Administrativo.
Dominio público
Nociones Generales
La noción de dominio público aunque en modo alguno con los caracteres específicos que hoy lo
determinan es tan antigua como las primeras comunidades humanas.
En opinión de Mayer, el derecho de las cosas públicas debió encontrar su primera expresión
jurídica en la forma social primitiva de realización de los intereses públicos, es decir, en las
comunidades rurales, que eran asociaciones distintas a los municipios actuales. En ellas los
derechos de los individuos y los de su unión se confundían, prevaleciendo unos u otros
alternativamente, según los objetos. Desde luego, estas asociaciones poseían caminos, calles,
plazas. Los terrenos afectados a los mismos eran comunes, no pertenecían a individuo alguno en
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particular, sino a la totalidad de ellos, y hallábanse destinados a la comunicación de todos. El jefe
de la asociación autoridad comunal debía velar por el mantenimiento de esos bienes y por el
buen uso que de ellos se hacía. El derecho sobre esas cosas sólo se manifestaba bajo dos
formas: uso de todos y vigilancia de la autoridad.
Más tarde, el nacimiento de la ciudad amplió el número de cosas públicas. Fuentes, mercados,
lavaderos, quedaron destinados al uso de todos.
Aparece luego el feudalismo. Por encima de las comunidades locales se constituye el poder de
los príncipes, quienes reclaman para sí la propiedad de las cosas carentes de propietario. Los
caminos, puentes y todos sus accesorios se convierten en cosas del príncipe, aunque subsiste el
uso de todos.
Con el advenimiento del Estado moderno, la ciencia del derecho comenzó también a ocuparse de
las cosas públicas. Las reglas del derecho romano se tuvieron en cuenta en todo esto. El
resultado fue una gran controversia sobre la propiedad de esas cosas.
Sintéticamente expresado, tal es el origen de lo que hoy se conoce como dominio público.
¿Por qué hablar de "dominio" en este orden de relaciones, siendo que el dominio público es
totalmente diverso del dominio privado?
Cuando se hace referencia a bienes no pertenecientes individualmente a los administrados o
particulares, para distinguir una categoría de dominio de la otra, en todos los supuestos se
agrega el calificativo "privado" o "público", según el caso, con lo cual queda excluida toda posible
confusión, o se emplean términos que para el lenguaje técnico son sinónimos de dominio público.
Si bien, técnicamente, las "cosas públicas" equivalen a lo considerado como "dominio público", un
autor, juzgando que el dominio público no sólo comprende inmuebles, sino también muebles, y
para eliminar así la noción dominial de la doctrina clásica que circunscribía el dominio público a
inmuebles , prefiere la locución "cosas públicas", criterio que otro escritor rechaza por considerar
que la idea de "cosa" es coincidente con la de "bienes", aparte de estimar que la expresión
"dominio público" ya está afianzada en el léxico jurídico.
Se le atribuye a Pardessus el haber sido el primero en emplear la locución "dominio público", para
designar la categoría de bienes del Estado no pertenecientes al dominio privado del mismo, es
decir, para designar esa categoría de bienes sometida a un régimen jurídico especial,
inalienables e imprescriptibles.
Más tarde Proudhon siguió igual criterio, divulgando en su afamada obra la nueva terminología:
dominio público como opuesto al dominio privado del Estado. El legislador argentino siguió esa
misma orientación.
De modo que la locución correcta para designar la categoría de bienes no perteneciente
individualmente a los administrados o particulares, destinada al uso público sea éste directo o
indirecto, y sometida a un régimen jurídico especial, es "dominio público". Esta locución es harto
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expresiva para distinguir esos bienes de los pertenecientes al Estado como persona del derecho
privado, es decir para distinguirlos del conjunto de bienes llamado "dominio privado" del Estado.
Pero la locución "dominio público" reconoce otras expresiones que la equivalen, y que como tales
las acepta el lenguaje técnico jurídico actual: "bienes dominicales", "bienes dominiales", "bienes o
cosas públicos".
Para referirse al dominio público bastaría, entonces, con hablar de "dominicalidad" o de
"dominialidad", sin que sea menester agregarles a estas palabras el adjetivo "público", ya que el
hacerlo implicaría una redundancia o pleonasmo, porque al hablar de "dominicalidad" o de
"dominialidad", técnicamente nadie puede pretender que ello se refiera al dominio privado del
Estado.
Marienhoff utiliza la fórmula "dominio público del Estado" por la sencillez de la misma, por simple
comodidad de expresión, pero en modo alguno porque ella traduzca su modo de pensar respecto
a quién deba ser considerado como titular del dominio público.
Dominio público consiste, en síntesis, en una masa o conjunto de bienes. Éstos, por los fines que
con ellos se tiende a satisfacer, hállanse sometidos a un régimen jurídico especial de derecho
público. Todo ello constituye la llamada teoría del dominio público.
Nuestras leyes no contienen una "definición" del dominio público. Se limitan a mencionar qué
cosas revisten carácter dominial. Corresponde advertir que el dominio público no es creación de
la naturaleza; no hay bienes públicos naturales o por derecho natural. El dominio público es un
"concepto jurídico"; su existencia depende de la voluntad del legislador. Sin ley que le sirva de
fundamento, ningún bien o cosa tendrá carácter dominical. Por eso uno de los elementos que lo
integran es el legal o normativo, siendo por ello que lo que ha de entenderse por dominio público
depende del ordenamiento jurídico que se considere: una cosa o bien puede revestir carácter
público en un país dado, mientras que en otro país esa misma cosa puede constituir un bien
privado.
La noción conceptual de dominialidad está integrada por cuatro elementos: subjetivo, objetivo,
teleológico y normativo. Las disparidades en los criterios doctrinales versan sobre cada uno de
esos cuatro elementos.
Casi todos los autores sólo mencionan dos elementos: el subjetivo y el objetivo, aunque, sin
advertirlo, aluden frecuentemente a los otros dos (teleológico y normativo) o a uno de estos
últimos.
Una cosa o bien puede reunir alguno o algunos de los elementos esenciales de la dominialidad,
pero eso no basta para que se le tenga como dependencia del dominio público: debe reunir
simultáneamente todos los elementos, es decir los cuatro ya indicados. Si uno de esos
elementos falta, aunque concurran los otros, el bien o cosa no puede ser tenido por dominical. El
primer autor que mencionó a los cuatro elementos que el escritor español Manuel Balbé.
Elemento Subjetivo
¿Tienen sujeto o titular las cosas o bienes dominiales? Evidentemente sí, pues ellos no son "res
nullius", bienes sin sujeto, cosas de nadie; de lo contrario cualquier persona podría apropiárselos,
desvirtuando así la propia razón de ser del dominio público.
Pero ¿quién es el sujeto o titular de las cosas dominicales? Es aquí donde aparecen las
dificultades y controversias. Sin embargo, hay un punto sobre el cual la generalidad de la doctrina
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hállase conteste: los bienes del dominio público jamás pueden pertenecerles a las personas
particulares, a los administrados. Ese es el punto de partida.
¿Por qué un particular, un administrado, no puede ser titular de un bien dominical? En primer
lugar, porque la satisfacción de las necesidades públicas, a que esencialmente hállanse
destinadas las cosas dominicales, es hoy una típica función estatal, y de ningún modo actividad a
cargo de los particulares. En segundo lugar, porque, como acertadamente lo dice García de
Enterría, el principio de igualdad y su correlativo de la centralización de prerrogativas y funciones
públicas en el poder impone la pertenencia exclusiva y necesaria a la Administración de este tipo
de titularidades. El dominio público es una de ellas.
Establecido que los bienes dominicales no son "res nullius" y que ellos en caso alguno pueden
pertenecerles a los particulares o administrados, quedan frente a frente las dos tesis que hoy
dividen la doctrina en lo que respecta a la determinación del sujeto del dominio público: la que
considera como titular de los bienes dominicales al "Estado" y la que tiene como tal titular al
"pueblo".
Son varias las razones que justifican la determinación precisa de si el titular de los bienes
públicos es el Estado o el pueblo:
a) En primer lugar, el elemento inicial cuya concurrencia es menester para que una cosa pueda
ser considerada como dominial, se refiere al sujeto a quien ella corresponda, circunstancia que
requiere ser debidamente esclarecida.
b) En segundo lugar, de ese esclarecimiento depende lo atinente al sujeto de los diversos tipos
de "usos" comunes o especiales de los bienes dominicales. Como consecuencia de la
convicción de Marienhoff de que la titularidad del dominio público le corresponde al "pueblo", al
sostener que el "pueblo" es el titular de ese conjunto de bienes cuyo uso les pertenece a todos
los habitantes, me refiero únicamente a los usos "comunes”.
c) Tratándose de una "concesión", resulta obvio que el "uso" a que la misma se refiere es el uso
"especial", excede del contenido del derecho de propiedad correspondiente al pueblo sobre el
dominio público. Esos "usos especiales” constituyen derechos reales administrativos creados a
favor de los titulares de las concesiones .
d)Sea que como propietario del dominio público se considere al Estado o al pueblo, lo cierto es
que, por la naturaleza pública de ambas entidades, y los fines que en la especie se proponen
lograr, la propiedad que les corresponda no puede ser la de tipo "civilista" o privada,
relacionándose con esto la índole de los medios de tutela de esos bienes; además, si se le
reconoce al pueblo el carácter de titular de los mismos, queda en pie lo atinente a si el Estado -
mero gestor de los intereses de aquél- debe ejercer los remedios posesorios de tipo ordinario
ante el poder judicial o puede actuar por sí solo mediante el ejercicio de su poder de policía, es
decir por auto tutela
Mayer sostiene que el sujeto del dominio público es el Estado, al que le atribuyen sobre ese
conjunto de bienes ya sea un derecho de propiedad idéntico al de derecho privado, o un derecho
de propiedad "pública".
Jeze en uno de sus trabajos tiene al Estado (“lato sensu) como sujeto del dominio público,
aunque anteriormente sostuvo una tesis distinta. “Decir que el Estado es el propietario de los
caminos nacionales, singinifa decir que los caminos están afectados a la utilidad exclusiva del
Estado. Es mas conforme a los hechos decis: las cosas públicas no pertenecen a individuo
alguno; ellas están puestas fuera de la apropiación exclusiva de los individuos: ciertos agentes
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públicos están encargados de velar por su conservación, de mantener su afectación pública, de
su reparación, etc. Eso me parece absolutamente conforme a los hechos y muy jurídico”
Para Marienhoff el sujeto del dominio público es el "pueblo" y no el Estado, si bien el pueblo
actúa representado en el Estado.
Nuestro Código Civil, en el artículo 2340, dispone que las cosas que ahí menciona "son bienes
públicos del Estado general o de los Estados particulares", lo que haría suponer que la ley
considera al Estado como sujeto de la cosa pública.
Pero al respecto, Marienhoff entiende que: "La redacción actual del artículo 2340 del Código Civil
no puede servir de base razonable para dilucidar la cuestión, ya que el doctor Vélez Sarsfield no
tenía un criterio claro y definido sobre este punto, lo que así se comprueba si se tiene en cuenta
que en la parte final de la nota al inciso 3º del artículo 2340 le atribuye al Estado la propiedad de
los bienes públicos, mientras que en la nota al artículo 2644 , refiriéndose a bienes clasificados
como del dominio público, dice que en este Código los reconocemos como del dominio común.
La contradicción o confusión del doctor Vélez es, pues, notoria. El sentido verdadero del actual
artículo 2340 no puede interpretarse por el significado gramatical de las palabras empleadas en
él, por ser evidente que el espíritu de la ley no resulta fielmente expresado en las palabras de la
misma".
Sostener que el Estado y no el pueblo es el sujeto del dominio de las cosas públicas, equivale a
sostener que el Estado es dueño de sí mismo, lo cual es un absurdo.
El dueño de los bienes que integran el dominio público (que es parte del territorio) es el "pueblo",
ya que el "territorio" de un Estado es la parte de la superficie terrestre que, por diversos motivos
de orden histórico, quedó en poder de un conjunto de hombres ("pueblo") unidos entre sí por
vínculos comunes: raza, lengua, religión, etcétera.
Pero si bien el "pueblo" es el titular del dominio público, él no lo administra en forma
directa, sino por medio de sus representantes, o sea por medio de las autoridades
constituidas.
Es la solución que se impone por aplicación del artículo 22 de la Constitución.
Estudiado ya lo atinente al sujeto del dominio de los bienes públicos, corresponde examinar
ahora lo relacionado con el sujeto del uso de los mismos.
El principio fundamental que domina esta cuestión es el siguiente: el "uso" de los bienes públicos
le pertenece al pueblo, que, como lo sostuve en el parágrafo anterior, es el titular de su dominio.
Pero al respecto deben hacerse dos fundamentales advertencias:
Al sostener que el "pueblo" es el titular de los bienes públicos cuyo uso les pertenece a todos los
habitantes, me refiero únicamente a los usos "comunes", que son los que todos los ciudadanos
pueden realizar por igual y por sí mismos, sin necesidad de autorización especial del Estado.
Sólo los usos "comunes" integran el contenido del derecho perteneciente al "pueblo" sobre el
dominio público.
En cambio, la facultad de ejercitar usos "especiales" excede del contenido del derecho de
propiedad sobre el dominio público: el pueblo, como titular de este conjunto de bienes, no está
habilitado para ejercitar, por sí, usos "especiales", "privativos" o "diferenciales". El contenido del
derecho de propiedad que al pueblo le corresponde sobre el dominio público, en su ejercicio se
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limita a los usos "comunes"; los usos "especiales", "privativos" o "diferenciales" no integran ese
derecho. Es que el régimen jurídico del dominio público es distinto al del dominio privado. Como
acertadamente advirtió Otto Mayer, si bien en el dominio público existen diversas instituciones
que se vinculan a la propiedad privada, hay que guardarse bien de confundirlas.
¿Por qué razón sólo los usos "comunes" integran el contenido del derecho de propiedad
perteneciente al pueblo sobre el dominio público? Porque sólo esos usos son los que realiza y
realizó "ab initio" el pueblo, como tal; el uso "privativo", "especial" o "diferencial", no lo realiza ni
puede realizar el pueblo, sino el "individuo" en particular, a título individual, como tercero, lo cual
requiere una autorización especial del Estado, representante del pueblo titular del dominio
público.
La propiedad sobre el dominio público tiene, pues, un contenido diferente a la propiedad
del derecho privado: en ésta, el titular por el hecho de serlo puede utilizar la cosa en
cualquier forma; en cambio, el titular del dominio público el pueblo sólo puede utilizarlo
conforme a los principios recibidos por el Derecho Administrativo.
De modo que el "uso especial" no tiene un titular determinado "a priori"; su eventual titular puede
ser cualquier miembro de la "comunidad".
Elemento Objetivo
No existe acuerdo acerca de qué objetos (bienes o cosas) pueden revestir calidad de dominiales.
Se discute si pueden integrarlo los "bienes", en general (objetos inmateriales y derechos), o sólo
las "cosas", y dentro de estas últimas si ha de tratarse de muebles o de inmuebles.
La propia "ratio iuris" a que responde el dominio público demuestra que cualquier bien puede
incluirse en él: bastará con que el respectivo bien tenga la aptitud necesaria, o reúna las
correspondientes características, para cumplir las finalidades que motivan la institución
dominial.
Acertadamente se dijo que el dominio público se ejerce sobre bienes idénticos a aquellos sobre
los que se ejerce la propiedad privada, pues, como también se expresó, la dominialidad es
independiente de la cualidad material de las cosas.
Inmuebles
La posibilidad de que los inmuebles fuesen incluidos en el dominio público nunca fue objeto de
controversias: es de advertir que todavía hoy existen tratadistas que sólo aceptan a los
"inmuebles" como posibles bienes públicos.
Tratándose de un inmueble dominial, no sólo integrará el dominio público su superficie, sino
también el espacio aéreo que lo cubre y el subsuelo.
Junto a los bienes principales, suele haber bienes "accesorios". El régimen legal de las cosas
accesorias de inmuebles dominiales presenta analogías con el de las cosas principales y
accesorias del derecho privado; si bien en derecho privado las cosas accesorias participan de la
condición legal de la cosa principal a que acceden, en derecho administrativo no siempre ocurre
así.
En ciertos casos, también integrarán el dominio público los "accesorios" de inmuebles
dominicales; por ejemplo, flores de una plaza, árboles de una avenida o camino, árboles de un
parque público, puentes construidos en una carretera o en un curso de agua, etcétera. En otros
supuestos los "accesorios" no tienen carácter dominical; verbigracia, los peces existentes en
aguas públicas.
Para determinar si el "accesorio" integra o no el dominio público, es decisivo establecer si dicho
accesorio contribuye o no, en forma permanente, directa e inmediata, a que el bien dominical
cumpla su destino y satisfaga los fines que motivan su institución; desde luego, si el "accesorio"
fuere esencial para que el bien público cumpla su destino, dicho accesorio también revestirá
calidad dominical.
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En el derecho argentino son numerosos los inmuebles pertenecientes al dominio público. Así,
tienen esa calidad todos los bienes específicamente mencionados en el artículo 23401 del Código
Civil, y los específicamente mencionados en otros textos legales, como los parques nacionales
(ley 22351).
Por lo demás, en la última parte del inciso 7º del citado artículo 2340 , que es una disposición
genérica, hallarán cabida muchos otros inmuebles no expresamente especificados en ese texto,
ni en leyes especiales; por ejemplo: cementerios; ciertos edificios o construcciones; monumentos;
determinados aeródromos y aeropuertos; jardines botánicos y zoológicos.
Muebles
La inclusión de las cosas "muebles" en el dominio público, no ha contado con la misma
unanimidad que al respecto se advierte en materia de inmuebles.
La generalidad de la doctrina acepta la posibilidad de que las cosas muebles ostenten calidad
dominial. La mayoría de los tratadistas argentinos sigue ese criterio.
No obstante, Mayer considera que las cosas muebles no revisten para la Administración un
interés suficiente como para justificar la energía extraordinaria con que se tutelan las cosas del
dominio público.
Tal criterio ha sido refutado por García Oviedo, en los siguientes términos: Si la esencia de la
propiedad pública radica en la afectación a un fin de utilidad pública, es inexplicable que no
hayan de gozar de este concepto los objetos muebles destinados a un fin de interés social.
La conexión con el interés público es, si cabe, mayor en los bienes muebles que en los
inmuebles, pues si es susceptible de sustitución el inmueble soporte del servicio por otro, no
ocurre otro tanto con los objetos muebles (cuadros, estatuas, documentos), cuyo valor social
radica intransmisiblemente en ellos.
De modo que no existe principio jurídico alguno que impida incluir en el dominio público a las
cosas "muebles".
Pero el régimen especial del dominio público requiere que los bienes o cosas que lo integran,
físicamente presenten o tengan un "relativo" carácter "permanente" e "irremplazable": de no ser
así, no se justificaría ese excepcional y severo régimen legal. Por eso las cosas "consumibles" y
las "fungibles" no pueden revestir carácter dominial.
¿Los semovientes pueden revestir u ostentar calidad dominical? Los que integran una
universalidad pública construida o creada para utilidad o comodidad común, deben reputarse
"públicos" o "dominiales". En ese orden de ideas serían públicos los animales del jardín
zoológico, como también la caballada del ejército, de la policía y de la municipalidad, mientras
estén en condiciones de satisfacer el uso a que se les ha destinado.
1
Art. 2.340. Quedan comprendidos entre los bienes públicos:
1° Los mares territoriales hasta la distancia que determine la legislación especial, independientemente del poder
jurisdiccional sobre la zona contigua;
2° Los mares interiores, bahías, ensenadas, puertos y ancladeros;
3° Los ríos, sus cauces, las demás aguas que corren por cauces naturales y toda otra agua que tenga o adquiera la
aptitud de satisfacer usos de interés general, comprendiéndose las aguas subterráneas, sin perjuicio del ejercicio
regular del derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida de su interés y con
sujeción a la reglamentación;
4° Las playas del mar y las riberas internas de los ríos, entendiéndose por tales la extensión de tierra que las aguas
bañan o desocupan durante las altas mareas normales o las crecidas medias ordinarias;
5° Los lagos navegables y sus lechos;
6° Las islas formadas o que se formen en el mar territorial o en toda clase de río, o en los lagos navegables, cuando
ellas no pertenezcan a particulares;
7° Las calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualquier otra obra pública construida para utilidad o comodidad
común;
8° Los documentos oficiales de los poderes del Estado;
9° Las ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos de interés científico
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En el derecho argentino la posibilidad de que existan bienes muebles dominiales encuentra
apoyo en dos textos legales:
a) en la disposición genérica del inciso 7º in fine, del artículo 2340 del Código Civil, pues las
"obras públicas construidas para utilidad o comodidad común", de que habla esa norma, tanto
pueden ser inmuebles como muebles;
b) en el artículo 2415 de dicho Código, según el cual la presunción de propiedad de una cosa
mueble no puede ser invocada respecto a las cosas muebles del Estado; cuando este texto habla
de cosas muebles del Estado, se refiere a las cosas muebles integrantes del dominio público,
según categóricamente lo expresan Aubry et Rau, indicados por el codificador como fuentes de
esa disposición.
De acuerdo con las conclusiones precedentes, en nuestro país tendrían calidad dominial, por
ejemplo, los siguientes muebles: a) las armas portátiles de las fuerzas armadas y de la policía; b)
las aeronaves y los navíos de las fuerzas armadas; c) las colecciones de los museos (arte,
historia natural, etc.) ; d) los libros de las bibliotecas públicas ; etcétera.
En ese orden de ideas, y a modo de ejemplo, integran el dominio público los siguientes "objetos
inmateriales":
1º El espacio aéreo que cubre el territorio del Estado. Es lo que hoy se denomina "dominio
público aéreo".
En nuestro derecho no existe un texto legal expreso que incluya en el dominio público el espacio
aéreo (196) . Pero a esto se llega igualmente recurriendo a los principios de la analogía jurídica.
2º. La fuerza hidráulica, llamada también "energía de la gravedad".
En nuestro país la energía hidráulica de los "ríos" formará parte del dominio público, sea ella
originada por ríos navegables o por ríos no navegables, ya que todos ellos son del dominio
público. No caben entre nosotros las discusiones suscitadas en Francia, donde existe una
diferenciación legal entre los ríos navegables o flotables y los que no lo son.
Integran el dominio público, por ejemplo, los siguientes "derechos":
1º Las servidumbres públicas, que, entre otras, en nuestro derecho incluyen las de sirga (Código
Civil, artículo 2639 ), la de acueducto en favor de un pueblo para servicio de sus habitantes
(Código Civil, artículo 3082 ), la de salvamento, la de protección de fronteras, la de seguridad de
la navegación marítima y fluvial, la de monumentos y lugares históricos (204) , etcétera.
2º Los derechos intelectuales sobre las obras científicas, literarias y artísticas, una vez vencidos
los términos por los que la ley le acuerde al autor o a sus causahabientes la titularidad de tales
derechos.
Universalidades
No sólo las cosas inmuebles o las muebles, aislada o separadamente consideradas, pueden
integrar el dominio público, sino también consideradas en su conjunto, formando un todo, siempre
que ese complejo de cosas pertenezca a un mismo sujeto y se halle destinado a un fin único. Es
lo que en derecho denomínase "universalidad pública".
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Como ejemplos de universalidades públicas pueden mencionarse: las bibliotecas públicas, los
museos públicos y los archivos públicos.
Entre las nociones conceptuales que se han propuesto para determinar qué bienes integran el
dominio público, merecen una consideración especial, en lo atinente al elemento teleológico, las
de Jèze y Guicciardi, como así la de Diez, que se basa en la de aquéllos.
a) Teoría de Jèze
Según el eminente maestro francés, las notas que caracterizan a los bienes del dominio público,
son:
1º) Pertenecen al Estado ("lato sensu").
2º) Están afectados directamente a un servicio público.
3º) Debe tratarse de un servicio público esencial.
4º) En el servicio público, la cosa debe desempeñar el papel capital, principal .
b) Teoría de Guicciardi
Para este autor es dominial, y por lo tanto objeto de propiedad pública, todo inmueble
perteneciente a un ente público territorial, necesario para una función exclusiva del ente y que
haya sido destinado a dicha función (222) .
A la tesis que precede la juzgo inaceptable. Su aplicación deja al margen de la dominialidad a
ciertos bienes cuyo carácter público es aceptado por la generalidad de la doctrina, incluso la
argentina.
Existen, por ejemplo, cementerios privados, pertenecientes a colectividades extranjeras o a cultos
ajenos al catolicismo. Eso significa que la función que el Estado ejercita sobre los cementerios no
es exclusiva de él, ya que, en lo pertinente, también la ejercitan esas colectividades extranjeras.
c) Teoría de Diez
Este tratadista nacional define al dominio público como el conjunto de bienes, pertenecientes a
personas jurídicas de derecho público, que sean esenciales para la satisfacción de una función
pública "exclusiva" de esa persona.
Fácil es advertir que la opinión de Diez responde a la de Jèze y, especialmente, a la de
Guicciardi.
En el ordenamiento jurídico argentino, el uso público determinante de la dominialidad es no sólo
el directo o inmediato, sino también el "indirecto" o "mediato". Así ocurre iure condito.
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Ello resulta del artículo 2340, inciso 7º, in fine, del Código Civil, en cuanto éste comprende en
dicho dominio a "cualesquiera otras obras públicas, construidas para utilidad o comunidad
común".
La casi totalidad de las cosas mencionadas en el citado artículo 2340 del Código Civil, son
susceptibles de un uso directo por parte del público; en cambio, las "obras" a que hace referencia
dicho texto en su parte final, no sólo son susceptibles de un uso directo (verbigracia, un
"monumento" nacional, destinado a la contemplación por parte de los habitantes), sino también
de un uso "indirecto" (por ejemplo, una "biblioteca" pública, que traduce la prestación de un
servicio público) (226) .
La circunstancia de que nuestro Código Civil incluya en el dominio público a cualquier obra
pública construida para utilidad o comodidad común, revela claramente que dicha norma no sólo
comprende el uso directo, sino también el indirecto.
Por eso, en nuestro país, lo que caracteriza al dominio público no es, precisamente, ni el uso
directo, ni la afectación a un servicio público, sino la afectación del bien a utilidad o comodidad
común, concepto éste más amplio que aquéllos. El "servicio público" es sólo una especie en que
se concreta la utilidad o comodidad común, la que puede hallar satisfacción por medios ajenos o
extraños al servicio público "stricto sensu". Y adviértase que no sólo se trata de la "utilidad"
común, sino también de la "comodidad" común, concepto aun más lato que el de "utilidad".
Como se expresará más adelante, el dominio público no es una creación de la naturaleza; no hay
bienes públicos naturales o por derecho natural. Su existencia depende de la voluntad del
legislador.
Dado que las leyes varían de país a país, va de suyo que lo que ha de tenerse como cosa o bien
dominial, depende del ordenamiento jurídico que se considere.
El dominio público es un concepto jurídico. Depende de la ley. No hay bienes públicos por
naturaleza, ni por derecho natural; es el Estado quien establece el carácter público de las cosas.
La determinación de qué bienes revisten carácter "público" y cuáles "privado", implica una
cuestión de carácter civil, pues significa establecer la distinción o clasificación básica en la
condición legal o naturaleza jurídica de las cosas, materia propia de la legislación susbstantiva.
Velez Sarfield, en el artículo 2340 , hizo una "enunciación" de bienes considerados "públicos", y
al hacerlo consideró sin duda legislar sobre una cuestión civil, ya que en la nota al artículo 31
expresó que "en un Código Civil no se trata sino del derecho privado".
Pero una vez establecido cuáles son los bienes que integran el dominio público, va de suyo que
éste constituye una institución de derecho público y, más precisamente, de Derecho
Administrativo.
El dominio público no es, pues, una institución de naturaleza civil: es de Derecho Administrativo.
El Código Civil termina su misión estableciendo qué cosas lo integran o dando las reglas que
permitan establecerlo. Todo lo atinente a la regulación del uso de tales bienes, es materia extraña
al Código Civil o a la legislación substantiva.
La facultad de determinar o establecer cuáles bienes son dominiales y cuáles privados, es de
exclusiva incumbencia de la Nación, porque, implicando aquélla una cuestión civil, de fondo o
substantiva, integra los poderes delegados por las provincias a la Nación para dictar los códigos
substantivos, entre éstos el "civil".
El acto administrativo, en nuestro país, jamás puede ser fuente atributiva del carácter público o
privado de una cosa. La Administración sólo podrá "crear" los bienes que integrarán el dominio
público llamado "artificial" (plazas, calles, caminos, cementerios, monumentos, bibliotecas,
edificios, etc.); pero la condición o carácter jurídico "público", en este caso de los bienes así
creados, no derivará del acto administrativo, sino de lo dispuesto por la ley. El poder
administrador podrá, pues, crear plazas, cementerios, calles, etcétera, y los bienes así creados
tendrán la condición que les asigne la ley. Es que no debe olvidarse que una cosa es la
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"afectación" al uso público, y otra cosa muy distinta la atribución del carácter público o privado de
los bienes.
Sólo la ley nacional es el medio jurídico idóneo para establecer qué cosas son públicas y cuáles
privadas.
Desde el punto de vista legal, los bienes del dominio público aparecen o pueden ser
determinados en tres formas distintas:
1º) mediante indicación nominal o específica de los mismos;
2º) mediante indicación genérica de ellos;
3º) a falta de ley específica o genérica, recurriendo a la interpretación jurídica de acuerdo con lo
dispuesto por el artículo 16 del Código Civil, o sea recurriendo a la "analogía" y a los "principios
generales del derecho".
En nuestro ordenamiento legal, los bienes públicos, según los casos, aparecen o pueden ser
determinados de acuerdo con las tres formas indicadas; específicamente, como ocurre con las
tierras situadas dentro del perímetro de los parques nacionales (ley 22351 ), con el mar territorial,
los ríos, las islas, etcétera (Código Civil, artículo 2340 , incisos 1º, 3º y 6º); genéricamente, como
ocurre con las obras públicas construidas para utilidad o comodidad común, a que hace
referencia el artículo 2340 , inciso 7º in fine, del Código Civil.
Concepto de Marienhoff
Después de lo dicho en el precedente estudio sobre los elementos que integran la noción de
dominio público, fácil es dar la definición concreta de éste. Dominio público es un conjunto de
bienes que, de acuerdo con el ordenamiento jurídico, pertenecen a la comunidad política pueblo,
hallándose destinados al uso público directo o indirecto de los habitantes.
Tal definición incluye los cuatro elementos constitutivos de la dominialidad: conjunto de bienes
(elemento objetivo) que, de acuerdo con el ordenamiento jurídico (elemento normativo o legal),
pertenecen a la comunidad política pueblo (elemento subjetivo), hallándose destinados al uso
público directo o indirecto de los habitantes (elemento teleológico o finalista).
Considero, pues, que la existencia del dominio público, como institución jurídica, se justifica
plenamente, ya que su régimen especial permite la adecuada protección de ese conjunto de
bienes, sea contra actos o hechos ilegítimos procedentes de los particulares o administrados, o
del propio Estado.
El dominio público está sometido a un régimen jurídico especial, caracterizado esencialmente por
su inalienabilidad e imprescriptibilidad, como asimismo por hallarse sujeto al poder de policía que
se ejerce sobre él y que se manifiesta con modalidades propias o específicas.
El régimen jurídico del dominio público es, además, de "excepción" y de interpretación estricta: en
su conjunto sólo y únicamente es aplicable a los bienes dominiales, cuya existencia, requiere
inexcusablemente una base legal que la autorice.
Los bienes dominicales son inalienables e imprescriptibles. Trátase de caracteres inherentes a
los bienes públicos, pertenecientes a la esencia de la dominicalidad.
La inalienabilidad y la imprescriptibilidad son notas derivadas de la dominicalidad; pero la inversa
no es exacta; la dominicalidad no deriva de la inalienabilidad ni de la imprescriptibilidad.
Estas últimas no bastan, por sí solas, para que un bien sea considerado como perteneciente al
dominio público. Es por eso que existen muchos bienes que, no obstante su carácter inalienable
e imprescriptible, pertenecen al dominio "privado" del Estado.
La inalienabilidad y la imprescriptibilidad son medios jurídicos a través de los cuales se
tiende a hacer efectiva la protección de los bienes dominiales, a efectos de que ellos
cumplan el "fin" que motiva su afectación.
Los bienes del dominio público son inalienables, ciertamente; pero ello no significa que estén
absoluta y totalmente sustraídos del comercio jurídico. Excepcionalmente los bienes públicos
también pueden ser objeto de negocios jurídicos de derecho privado. Así, en el terreno de los
principios, pueden ser gravados con servidumbres y otras cargas reales civiles, en tanto las
mismas resulten compatibles con el destino que determinó la afectación de la cosa dominical.
La inalienabilidad, pues, no constituye un principio absoluto, cerrado, de aplicación mecánica.
Admite atemperaciones racionales. Es un concepto cuyo alcance y sentido son contingentes:
dependen de las circunstancias.
Afectación
De la "afectación" deriva una consecuencia jurídica fundamental: el bien o cosa, desde ese
momento, queda efectivamente incorporado al dominio público y sometido a los principios
que rigen dicha institución. Sólo después de la "afectación" o "consagración" al uso y
goce de la comunidad, la cosa queda regida por el derecho público como dependencia
dominial.
No debe confundirse la "asignación del carácter público" a un bien, con la "afectación" del mismo
al dominio público. Trátase de cuestiones distintas.
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La asignación del carácter público a una cosa, sólo significa establecer que dicha cosa tendrá
calidad dominial, como integrante o dependiente del dominio público.
En cambio, la afectación significa que un bien declarado dominial queda "efectivamente"
incorporado al uso público.
El legislador nacional, en ejercicio de sus atribuciones, ha establecido el carácter dominial de las
calles, por ejemplo (Código Civil, artículo 2340 , inciso 7º). Esto significa asignarle carácter
público a una cosa, a la calle en este caso. A raíz de tal disposición, todas las calles construidas
o a construirse tienen carácter público. Pero para que una calle que se construya quede sometida
al régimen del dominio público, es indispensable que dicha calle quede efectivamente librada al
uso público. Esto último se logra u obtiene mediante la "afectación”.
¿Qué autoridad es competente para afectar las cosas al dominio público? ¿La Nación o las
provincias?
Para resolver esta cuestión es decisivo distinguir entre bienes pertenecientes al dominio público
"natural" y al dominio público "artificial".
En ejercicio de sus facultades constitucionales, la Nación estableció cuáles son los bienes
públicos, y al hacerlo no sólo contempló los que integran el dominio público "natural", sino
también el "artificial". Los primeros son declarados públicos considerándolos en el estado en que
la naturaleza los presenta u ofrece; los segundos deben ser creados por el poder público. Esto da
la clave para responder a la pregunta formulada.
- Respecto a los bienes públicos que integran el dominio natural, el propio hecho de
asignarles carácter público vale automática afectación. Pero como la facultad de atribuirles
carácter público o privado a las cosas, es exclusiva de la Nación, va de suyo que la "afectación"
de los bienes integrantes del dominio público natural, es también facultad exclusiva de la
Nación, desde que, en este caso, la afectación es consecuencia de la atribución del carácter
jurídico del bien.
- Respecto de la afectación del dominio público artificial, se realiza mediante la "creación" del
respectivo bien (calle, plaza, cementerio, etc.). La facultad de crear tales bienes es, por principio,
local o provincial; pertenece a la soberanía reservada de las provincias: es un poder no delegado
expresamente por las provincias a la Nación. Consecuentemente, la "afectación" de los bienes
que integran el dominio público artificial es, por principio, facultad local o provincial. De modo
que la autoridad local "crea" el bien y lo destina al fin previsto, lo que implica "afectación", pero su
condición jurídica de bien público derivará de lo dispuesto por el legislador nacional.
Forma de afectarlos
En nuestro ordenamiento jurídico, mientras los bienes públicos naturales sólo pueden afectarse
por "ley", los bienes públicos artificiales pueden también afectarse por "actos administrativos" o
por "hechos".
Bienes públicos artificiales: la afectación puede también efectuarse por "hechos", siempre y
cuando tales "hechos" provengan de la Administración Pública.
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Entre los "hechos" o "actitudes" de la Administración Pública que surten efectos de "afectación" o
"consagración" del bien al uso público, pueden mencionarse:
1º) Dejar expedita la cosa (calle, puente, monumento, etc.) al uso público.
2º) Inauguración de la obra, dejándola abierta al uso público, inauguración que incluso puede
consistir en el simple hecho de descorrer el lienzo que cubría el monumento, en cortar la cinta
que atravesaba la calle.
3º) Las cosas incorporadas a un museo público adquieren condición dominial al ser puestas en
situación de que el público las contemple o admire, lo cual constituye una "cuestión de hecho".
Si bien la afectación o consagración de los bienes públicos "artificiales" puede efectuarse por
"hechos", es indispensable que tales hechos cuenten con el asentimiento expreso o virtual de la
Administración Pública. La mera intervención, actuación, gestión o decisión de los administrados
o particulares es intrascendente a tales efectos. Ello es así porque, tratándose de atender o
satisfacer un interés público, su valoración está a cargo del Estado y no a cargo de los
particulares.
Requisitos de la Afectación
b) El bien o cosa de que se trate debe hallarse librado al uso público en forma efectiva y actual.
Someter al régimen del dominio público una cosa sobre la que el uso público aún no se efectúa,
implicaría hacer que el efecto preceda a la causa, lo que es inconcebible.
La cosa respectiva debe ser susceptible de un uso público "actual". Su materialidad debe ser
idónea para dicho uso. Desde que la afectación debe ser "efectiva", no es posible que ella sea
potencial, y desde que debe ser "actual" no es concebible que existan afectaciones futuras.
El hecho de que la afectación deba ser efectiva y actual no significa que el uso público deba ser
constante, de "continuidad absoluta:" basta con que se lo realice en cualquier momento que se
desee, con la intermitencia requerida por la índole de la utilización.
Si la afectación debe ser "actual", es inaceptable una afectación para el "futuro". "Actual" y
"futuro" son conceptos opuestos.
c) Para que la Administración Pública pueda afectar válidamente una cosa al uso público, es
indispensable que dicha cosa se halle en poder del Estado en virtud de un título jurídico que le
haya permitido adquirir el dominio de esa cosa. El Estado no puede afectar al uso público cosas
que no le pertenezcan porque vulneraría la garantía constitucional de inviolabilidad de la
propiedad.
El medio jurídico en cuyo mérito el Estado adquiera la propiedad de la cosa, puede ser
indistintamente de derecho público, por ejemplo expropiación, o de derecho privado, por ejemplo
compraventa, donación, cesión, etcétera, pues lo que somete una cosa al régimen dominial, no
es el medio por el cual fue adquirida esa cosa por el Estado, sino su "afectación" al uso público.
d) Tratándose de bienes "naturales", la afectación válida de ellos, que se efectúa por ley, no
requiere un acto administrativo especial de afectación, que complemente, integre o actualice
la ley.
e) ¿La afectación tiene carácter específico o especial? Vale decir, afectada una cosa a un uso
determinado, el cambio de destino ¿requiere una nueva afectación?
El efecto jurídico de la afectación no es otro que el de someter la cosa al régimen de la
dominialidad, ya que el carácter o naturaleza dominial de la cosa no deriva de la afectación, sino
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en nuestro ordenamiento legal al menos de la ley que le asigna carácter público a la cosa
respectiva.
De manera que, salvo el caso de que con relación al destino originario la cosa hubiere sido
"desafectada", el simple cambio de uso no requiere nueva afectación.
Tratándose de bienes "artificiales", la afectación puede también operarse por "hechos", y entre
éstos por un uso público continuado, siempre y cuando tal uso cuente con el asentimiento de la
Administración Pública, manifestado en forma expresa o tácita.
El referido uso público continuado puede dar lugar a la adquisición del bien o cosa y a su
correlativa afectación, por dos vías alternativas: por la prescripción larga ("praescriptio longissimi
temporis") y por el uso inmemorial ("vetustas").
b) La prescripción
La "praescriptio longissimi temporis", o prescripción larga, se opera a los veinte años, según así
lo dispone actualmente el Código Civil, aplicable en la especie. Para que el Estado adquiera por
prescripción la propiedad de una cosa privada y la afecte al uso público como dependencia
dominical, es menester que, en lo pertinente, realice actos idóneos para prescribir: por ejemplo,
mantenimiento de la cosa, tutela de ella por medios propios de la policía del dominio público,
etcétera; se trata de actos compatibles con la índole y destino del bien.
c) El uso inmemorial
Cuando la situación de hecho es tan antigua que nadie recuerda ni tiene memoria del momento
en que se inició, se recurre al instituto de la inmemorial. El lapso dentro del cual se tenía por
operada la "vetustas" era el correspondiente a tres generaciones, estimado en cien años. Pero
recientemente, con buen criterio, se ha considerado suficiente reducirlo a sesenta años, que es el
doble del plazo máximo establecido por la generalidad de las legislaciones para la prescripción
larga.
¿En qué se diferencian la prescripción, propiamente dicha, de la inmemorial? D´Alessio dice que
tratándose de un uso público no autorizado por las autoridades, no procede invocar la
prescripción, sino la inmemorial; en cambio, con mejor juicio, Zanobini expresa que cuando por la
naturaleza de la relación o por otra razón, la prescripción no podía aplicarse, y siempre que la
situación de hecho tuviese una duración tal que nadie recordase su comienzo, se recurría al
instituto de la inmemorial. Nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación sigue este último
criterio.
Desafectación
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"Desafectar" un bien significa sustraerlo de su destino al uso público, haciéndolo salir, por
lo tanto, del dominio público para ingresar al dominio privado, sea del Estado o de los
administrados. Tal es el concepto general.
Desde luego, el principio consiste en que los bienes desafectados ingresen al dominio privado del
Estado; la excepción consiste en que dichos bienes ingresen al dominio privado de los
administrados, como ocurría con el cauce abandonado de los ríos, por ejemplo.
El efecto principal consiste en el cambio de la condición jurídica del bien, que de "público" pasa a
ser "privado", y cuya titularidad, por principio, le seguirá correspondiendo al Estado y, por
excepción, a los administrados o particulares. Es ésta una cuestión que depende del
ordenamiento jurídico que se considere.
Los efectos de la desafectación pueden resumirse así:
a) el bien o cosa sale del dominio público y pasa al dominio privado;
b) como corolario de ello, cesan los derechos de uso común o especial que se ejercían sobre la
dependencia desafectada;
c) cesan igualmente todas las consecuencias derivadas del carácter de "inalienable" que revestía
la dependencia dominial desafectada;
d) los "accesorios" pierden su carácter dominical.
Modos de desafectación
La desafectación puede operarse de diversos modos, que constituyen otras tantas "especies".
Puede consistir en una manifestación de voluntad del poder público. Es lo que se denomina
desafectación "formal".
Asimismo, puede consistir en hechos, cuyo origen puede ser "natural" o "humano".
Tanto la desafectación "formal", como la desafectación por "hechos", puede referirse a bienes
naturales como a bienes artificiales.
a) La desafectación "formal" ofrece distintas modalidades. Desde luego, cualquier bien público
puede ser desafectado, ya se trate de un bien "natural" o de un bien "artificial".
-Tratándose de bienes del llamado dominio público "natural", debe distinguirse entre la mera
desafectación que deja subsistente la individualidad de la cosa y la desafectación por
transformación del bien, el que en tal supuesto cambia de individualidad. Como consecuencia de
la primera, en el bien respectivo se opera un cambio jurídico; como consecuencia de la segunda
un cambio físico, que a su vez genera consecuencias legales.
-La desafectación formal de los bienes públicos "artificiales" puede asimismo dar como
resultado la extinción del bien o el simple cambio de su condición jurídica. En el primer supuesto,
el bien respectivo deja de subsistir, como tal, para el futuro: pierde su individualidad. Pero la
desafectación formal de los bienes públicos "artificiales", puede también dejar subsistente la
individualidad del bien o cosa; por ejemplo, el cambio de destino de un edificio público.
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Autoridad Competente
Para establecer cuál es, en nuestro país, la autoridad competente para desafectar los bienes del
dominio público, es necesario considerar separadamente las dos clases de desafectación
reconocidas por el derecho: "formal" y por "hechos", relacionando cada una de éstas con los
bienes "naturales" y con los bienes "artificiales".
a) Desafectación formal
Tratándose de bienes del llamado dominio público "natural", hay que distinguir entre la simple
desafectación que deja subsistente la individualidad de la cosa y la desafectación por
transformación del bien, el que en tal supuesto cambia de individualidad.
¿Pero las provincias pueden por sí mismas, y sin intervención alguna del Congreso Nacional,
efectuar esa desafectación, y luego enajenar los bienes obtenidos por la transformación o
especificación operada?
Ese derecho siempre lo han ejercido las provincias, antes de la sanción del Código Civil, y
después de ella. Nuestros escritores sostienen que se trata de una facultad provincial. La Corte
Suprema de Justicia de la Nación ha reconocido la validez y eficacia de tal derecho ejercido por
las provincias.
De modo que si bien las provincias no pueden "desafectar" sus bienes públicos integrantes del
llamado dominio natural, dejando intacta su individualidad, porque ello equivaldría a un mero
cambio de su condición jurídica facultad propia de la Nación , sí pueden desafectarlos por
transformación o especificación, y en tal supuesto pueden enajenar los bienes transformados o
sus porciones.
- También respecto a los bienes públicos "artificiales" la desafectación puede dar como resultado
la extinción del bien o el simple cambio de su condición jurídica.
-------En el primer supuesto, el bien o cosa deja de subsistir, como tal, para el futuro: pierde su
individualidad.
El ejercicio de tal atribución pertenece a la soberanía reservada de las provincias, formando parte
de los poderes reservados por éstas y no delegados al Gobierno Nacional.
Formas de desafectar
Al referirme a la "afectación", dije que ella podía resultar de una "manifestación de voluntad" del
poder público (ley o acto administrativo) o de "hechos". Dije, también, que tales formas o modos
de operarse la afectación o consagración, vinculábanse a la división de los bienes públicos en
"naturales" y "artificiales”.
En general, esos modos o formas de operarse la afectación son de estricta aplicación respecto a
los modos o formas de efectuarse la desafectación.
La “desafectación" puede consistir en una manifestación de voluntad del poder público; es la
denominada desafectación "formal". Asimismo, puede consistir en "hechos", que pueden ser
naturales o humanos.
Ambos tipos de desafectación pueden referirse a bienes "naturales" como a bienes "artificiales".
En concreto, las "formas" de la desafectación dependen de la índole del bien de que se trate
("natural" o "artificial"), y del alcance de la misma, vale decir, según que deje o no subsistente la
individualidad de la cosa.
Por razones de método y de claridad expositiva, separadamente me referiré a la desafectación
"formal" y a la desafectación por "hechos", relacionando cada uno de estos tipos de
desafectación con los bienes naturales y con los bienes artificiales.
2º) que, tanto al manifestar su asentimiento como al emitir el respectivo acto, las autoridades
actúen en ejercicio legítimo de su competencia.
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La doctrina, en general, admite como un supuesto de desafectación el "no uso inmemorial”,
criterio que comparto. Sólo excepcionalmente hay quienes se muestran adversos a tal medio de
operarse la desafectación.
El "no uso inmemorial", como causal de desafectación, en modo alguno puede equiparárselo a
una "prescripción" sobre bienes del dominio público, tanto más cuando el respectivo bien
dominical no cambia de titular, sino tan sólo de "régimen jurídico". Ese "no uso inmemorial"
traduce una forma de desafectación tácita, pues tal es el sentido o significado atribuible a dicho
"no uso inmemorial". No se trata, pues, de prescripción sobre bienes del dominio público, sino de
desafectación tácita de los mismos, lo cual es distinto. No deben confundirse o asimilarse
instituciones diferentes entre sí.
Claro está que no todo "no uso inmemorial" surte efectos de desafectación. Debe tratarse de
cierta categoría de bienes y hallarse cumplidos ciertos requisitos.
Así, la desafectación por no uso inmemorial sólo procede respecto a bienes del llamado dominio
público "artificial", no así respecto a los bienes del llamado dominio público "natural". Ello es así
porque, importando el "no uso inmemorial" una desafectación tácita, por hechos humanos, es de
recordar que sólo los bienes públicos "artificiales" pueden ser desafectados por esa vía. Los
bienes públicos "naturales" no pueden ser desafectados por "no uso inmemorial", porque ellos no
pueden desafectarse por "hechos" humanos, sino por actos formales: "ley" y eventualmente acto
administrativo fundado en ley.
Para que el "no uso inmemorial" pueda surtir efectos de desafectación, tal como ocurre en todos
los supuestos de desafectación por hechos del hombre, debe contar con la indubitable
aquiescencia de las autoridades, no bastando el simple no uso por parte de los particulares o
administrados. En ese "no uso" debe tener intervención consciente la Administración Pública.
Por lo demás, los principios expuestos acerca de la "afectación" por uso inmemorial, en su
generalidad y salvo aquellos aspectos donde pudiere haber incompatibilidad, son también de
aplicación respecto a la "desafectación" por "no uso inmemorial".
Hay quienes incluyen la "prescripción" sobre bienes del dominio público entre los medios de
desafectación.
Marienhoff juzga equivocado dicho criterio: los bienes del dominio público, por estar fuera del
comercio de derecho privado y por ser imprescriptibles, no pueden ser objeto de una prescripción
adquisitiva; ni siquiera pueden ser objeto de una posesión útil por parte de terceros.
Dichos bienes, pues, no son susceptibles de perder su carácter público por prescripción
adquisitiva. Los particulares, en ningún caso, pueden adquirir por prescripción la "propiedad" de
bienes dominiales; lo contrario atentaría contra principios vigentes en Derecho Administrativo.
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D) Tutela del dominio público
El Estado no sólo tiene el "derecho", sino también y fundamentalmente el "deber" de velar por la
conservación del dominio público.
Ese deber de tutela es inexcusable, lo que resulta fácilmente comprensible, por cuanto todas las
normas que regulan la actuación de la Administración Pública en su relación con el dominio
público, hállanse establecidas en "interés público", de donde toda esa manifestación de la
actividad administrativa debe tender a la satisfacción de dicho "interés público". Es por ello
evidente, como bien se ha dicho, que, en este ámbito de actividades, el ordenamiento jurídico no
puede desentenderse de cómo la Administración Pública actúa en el círculo que le está
reservado.
Todas las reglas atinentes a la tutela o protección del dominio público forman parte de la policía
de la cosa pública, que es una nota característica del régimen jurídico de la dominicalidad
El principio general en materia de tutela del dominio público, en cuyo mérito la Administración
Pública puede actuar por sí misma, sin recurrir a la autoridad judicial, constituye, sin embargo,
una verdadera excepción en el orden jurídico, un verdadero privilegio, en favor del Estado. De ahí
las siguientes consecuencias:
a) En primer término, es indispensable que el carácter público del bien sea "indubitable".
b) Todo lo atinente a la tutela directa del dominio público, realizada por la Administración Pública,
constituye facultades inherentes al poder de policía sobre el dominio público, que a su vez implica
una nota característica del régimen jurídico del dominio público. Es, entonces, de advertir que,
siendo de excepción dicho régimen, sólo y únicamente corresponde aplicar el procedimiento
administrativo de tutela directa, o autotutela, tratándose de bienes "dominicales" stricto sensu,
pero de ningún modo tratándose de bienes del dominio privado del Estado.
Aparte de la autotutela administrativa, para la protección de los bienes dependientes del dominio
público le competen al Estado las acciones petitorias y posesorias de derecho común, que deben
deducirse ante los órganos judiciales.
Hay ciertos casos en los que la Administración Pública carece de la posibilidad de elegir la vía
para lograr aquella tutela, ya que en tales supuestos debe recurrir inexcusablemente a los
órganos judiciales. Entre tales supuestos pueden mencionarse:
1º) Ante todo, cuando se trata de la represión de delitos del derecho penal, cometidos con
relación al dominio público. La aplicación de las normas penales sustantivas hállase al margen de
las funciones de la Administración Pública: escapa a su competencia.
2º) Cuando el carácter público del bien o cosa no sea indubitable. En tal hipótesis, la
Administración debe recurrir a la autoridad judicial en demanda de apoyo a sus pretensiones.
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3º) Cuando el pertinente acto administrativo carezca de ejecutoriedad "propia" y sólo posea la
llamada ejecutoriedad "impropia", vale decir, cuando la ejecución o cumplimiento del acto
dependa o deba solicitarse a otro órgano o autoridad. Así ocurriría en los supuestos en que
hubiere que exigir coercitivamente el pago de una multa impuesta por la Administración Pública o
el pago de daños y perjuicios, etcétera.
Desde el punto de vista "administrativo", la "cosa" dominical se protege por autotutela, según
quedó expresado en parágrafos anteriores. Tal autotutela no sólo tiende a proteger la integridad
material o física de la cosa, impidiendo por la fuerza, si fuera menester la realización de actos
de terceras personas que la degraden o puedan degradar, sino que también protege la tenencia
de la cosa, a fin de recuperar en todo o en parte su "corpus" detentado ilícitamente por terceros.
La tutela o protección de las dependencias del dominio público también se logra a través del
derecho penal sustantivo, cuyo Código considera "delito" la destrucción, inutilización,
desaparición o cualquier daño causado a ciertas cosas dominicales, como archivos, registros,
bibliotecas, museos, puentes, etc.
Desde luego, esa protección penal de las dependencias dominiales no se logra directamente por
autotutela administrativa, sino a través de los órganos judiciales: la Administración Pública carece
de competencia para aplicar el Código Penal.
Los particulares o administrados carecen de acción para tutelar los bienes del dominio público.
Dicha tutela constituye una típica función estatal. Tal es el principio.
Pero es indispensable hacer una referencia especial a cierta clase de particulares o
administrados: los colindantes con dependencias dominicales (frentistas y ribereños).
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Esta cuestión fundamental requiere indispensablemente una distinción entre las dos situaciones
que pueden presentarse:
1º) que el hecho turbativo única y exclusivamente perjudique al propietario frentista, vale decir
que el perjuicio derivado de ese hecho turbativo resulte particularizado, especificado o
concretado en ese propietario frentista. Por ejemplo: estacionamiento de un vehículo en la vía
pública, obstaculizando la entrada o salida del "garaje" que el propietario frentista posea en su
casa;
2º) que el hecho turbativo perjudique a todos los vecinos del lugar, en general, y no a un
propietario colindante en particular. Ejemplo: cerramiento de la vía pública que sirve de acceso a
las propiedades linderas, imposibilitando el acceso a éstas.
En el primer supuesto, paréceme evidente que el frentista se limitaría a defender una prerrogativa
inherente y exclusiva a su propiedad, sin que en tal caso pueda hablarse siquiera de defensa o
tutela de la dependencia dominical; pero en la segunda hipótesis considero que la supuesta
acción posesoria no es otra cosa que una medida de tutela o protección de la respectiva
dependencia del dominio público, importando poco que a través de tal tutela se beneficien el
actor y los titulares de los demás predios colindantes, pues es ya sabido que una medida general
beneficia, de hecho, a muchos intereses particulares.
E) Uso del dominio público. Clasificación: uso común y especial. Permiso de uso:
caracteres, situación del permisionario. Concesión de uso: caracteres, situación del
concesionario. Uso adquirido por prescripción.
Consideraciones Preeliminares
Los bienes que integran el dominio público están destinados, precisamente, al uso por el
"público". Pero el uso que efectúe el "público" debe ser compatible con el motivo que determinó la
inclusión del bien en el dominio público.
La cuestión es de gran importancia, pues, si se tratare de un uso incompatible con el destino del
bien, otorgado por acto administrativo, éste podría resultar inválido por hallarse viciado de
ilegitimidad.
Los bienes dominicales pueden ser utilizados por el público en forma "directa", sea individual o
colectivamente, o en forma "indirecta", también individual o colectivamente. Como ejemplo de
utilización "directa", individual, pueden mencionarse el permiso y la concesión de uso; como
ejemplo de utilización "directa", colectiva, cabe recordar el uso de las vías públicas (calles,
caminos, etc.). Los usos "especiales" constituyen utilizaciones individuales directas; en tanto que
los usos "comunes" constituyen utilizaciones colectivas directas. Como ejemplo de utilización
"indirecta" pueden mencionarse los servicios públicos, que a su vez pueden ser, según los casos,
de utilización individual, como en el servicio público de ferrocarriles para pasajeros, o de
utilización colectiva, como ocurriría con las fortalezas en el servicio público de defensa. Todo esto
da lugar al empleo de las locuciones "uti singuli" y "uti universi": la primera de éstas se refiere al
uso directo, sea individual o colectivo, la segunda al uso indirecto, también individual o colectivo.
De modo que esas locuciones traducen sustancialmente la idea de uso "directo" o "indirecto",
respectivamente, sin perjuicio de que en ambos supuestos tal uso pueda ser individual o
colectivo.
Clasificación de los usos: Los usos de que son susceptibles las cosas del dominio público se
dividen en dos grandes grupos: "comunes" y "especiales", que difieren entre sí no sólo por la
índole del aprovechamiento, sino también por el contenido jurídico y naturaleza del derecho de
los usuarios.
El uso común es también llamado uso "general", en tanto que al uso especial se le denomina
asimismo uso "privativo", "exclusivo" o "diferencial".
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Características: El uso de los bienes del dominio público, ya se trate del uso "común" o del
"especial", no es, por principio, gratuito ni oneroso. La gratuidad y la onerosidad no corresponden
a la "esencia" del dominio público.
Por su "naturaleza", el uso de los bienes dominicales puede ser gratuito u oneroso.
Generalmente, el uso "común" es gratuito; por excepción puede no serlo. Así ocurre cuando se
establece el pago de un peaje sobre ciertos caminos o puentes. En cambio, el uso "especial", sea
otorgado bajo la forma de permiso o de concesión, generalmente es oneroso. Dicha onerosidad
en la mayoría de los casos surge del acto administrativo que otorga el permiso o la concesión.
En un país de la naturaleza política jurídica del nuestro, a qué autoridad le corresponde legislar
sobre el uso de los bienes públicos por los particulares, ¿a la Nación o a las provincias?
La autoridad competente para legislar sobre todo lo relacionado con el uso de los bienes
públicos, depende del lugar en que esté ubicado el respectivo bien.
El poder para legislar sobre el uso de los bienes públicos nacionales, le corresponde a la Nación.
El poder para legislar sobre todo lo atinente a los modos y formas en que los particulares podrán
realizar y adquirir el uso de los bienes públicos "provinciales", les compete a las provincias. Esta
facultad provincial es "exclusiva" de las respectivas provincias, pues nunca fue expresa ni
implícitamente delegada a la Nación .
Uso Común
Son los que pueden realizar todos los hombres por su sola condición de tales, sin más requisito
que la observancia de las disposiciones reglamentarias de carácter general dictadas por la
autoridad.
Entre tales usos pueden mencionarse los siguientes:
a) En materia de aguas: beber, bañarse y lavar ropa.
b) El tránsito en las vías y lugares públicos, como así también el estacionamiento momentáneo o
accidental en los mismos.
c) La contemplación o admiración de monumentos.
d) Los enterramientos o inhumaciones en fosas u osarios "comunes".
e) La consulta de un libro en una biblioteca pública.
f) La contemplación de objetos expuestos en museos públicos.
El sujeto del uso común es la colectividad, el pueblo, no el individuo; éste realiza y practica tal
uso en su calidad de miembro de la colectividad. El destinatario del uso común de los bienes
públicos no es, pues, el "individuo", sino la colectividad, el "público".
Respecto a la naturaleza jurídica del uso común, dada su índole, nos pone en presencia de
atributos naturales del individuo; de potestades inherentes a la personalidad humana, rasgo que
resalta nítidamente si se considera el derecho a beber, a bañarse y a lavar la ropa en aguas
públicas. La potestad de ejercitar usos comunes siempre se presupone; por lo tanto, está al
margen de una atribución legal. Es un derecho preexistente al Estado; innato en el individuo, a
quien le pertenece en su calidad de miembro de la colectividad.
El uso común constituye, pues, un "interés simple": tal es su naturaleza jurídica.
-La onerosidad del uso común debe surgir de un texto legal, o hallarse autorizada por éste, lo
cual obedece a la índole de dicho uso: potestad que, si bien implica un mero "interés simple",
integra la esfera de libertad del individuo.
-El uso común, como toda otra prerrogativa, hállase sometido al poder de policía o poder
reglamentario del Estado. La policía de la cosa es el único límite puesto al individuo para el
ejercicio de los usos comunes.
El poder para dictarlas surge de la competencia general de la Administración como encargada de
la conservación o custodia del dominio público
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-Situación jurídica de los propietarios colindantes: ha sido claramente expuesta por Jèze, en los
siguientes términos: "El derecho de los propietarios de inmuebles linderos con vías públicas no
tiene una naturaleza jurídica diferente del de las personas no propietarias. Hay una diferencia de
hecho y no diferencia de derecho. El individuo que tiene una bicicleta, un caballo, un vehículo, un
automóvil, de hecho, se beneficia del uso de la vía pública más que los otros individuos; en
derecho no hay un poder de naturaleza jurídica diferente. Unos y otros no hacen más que
ejercitar su libre actividad sobre la cosa pública. Es lo mismo respecto del propietario de
inmuebles linderos con la vía pública; los derechos de acceso, de vista, de derramamiento de
aguas, etcétera, no son otra cosa que el poder de servirse de la cosa pública conforme a su
destino".
No tienen derecho verdadero, ni real ni personal. Su situación es la de todos los usuarios de un
servicio público.
Uso Especial
Uso "especial" es el que únicamente pueden realizar aquellas personas que hayan adquirido la
respectiva facultad conforme al ordenamiento jurídico correspondiente. No es un uso "general" de
la colectividad, como el uso "común", sino un uso "privativo", "exclusivo", que ejercen personas
"determinadas".
Contrariamente al uso "común", no se trata de una prerrogativa correspondiente al hombre por su
sola calidad de tal.
El uso "especial", al contrario de lo que ocurre con el uso "común", no tiene por objeto, principal e
inmediato, satisfacer necesidades físicas indispensables para la vida misma, ni permitir el
desarrollo de la personalidad humana con referencia al ámbito de la libertad, sino aumentar la
esfera de acción y el poderío económico del individuo.
Entre los diversos usos "especiales" del dominio público pueden mencionarse:
a) La derivación de aguas para irrigación, para usos industriales y, en ciertos supuestos, para
abastecimiento de poblaciones .
b) La utilización del agua para fuerza motriz.
c) La instalación de quioscos en dependencias del dominio público para venta de diarios,
revistas, comestibles, etcétera.
d) La utilización de las playas con toldos, sombrillas o casillas para uso de los bañistas.
e) La exhibición y venta de objetos en las aceras, autorizada a personas determinadas y en
lugares determinados.
La adquisición del derecho de uso "especial" o "privativo" de los bienes del dominio público
requiere indispensablemente un acto expreso del Estado, en cuyo mérito ese derecho resulte
otorgado o reconocido.
El uso especial podrá, pues, ser adquirido por cualesquiera de los medios que al efecto
establezca o reconozca el ordenamiento jurídico vigente en el respectivo lugar o país.
Teóricamente, esos medios son tres: el permiso, la concesión y la prescripción.
El "uso especial" del dominio público no debe asimilarse o identificarse al "servicio público". Son
conceptos fundamentalmente distintos, aunque en determinados casos ambas figuras jurídicas
puedan coincidir o coexistir.
Así, por ejemplo, el permisionario o concesionario de una parte de playa marítima para instalar en
ella casillas de baño, toldos o sombrillas, para uso de los bañistas, no utiliza servicio público
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alguno, pues ahí técnicamente falta toda actividad, acción o prestación, de parte del Estado, que
se limita a otorgar un permiso o una concesión para un objeto determinado.
A veces el "uso especial" y el "servicio público" coexisten; así ocurriría, por ejemplo, cuando al
propietario de un café o confitería se le otorgase un "permiso" para utilizar la acera con mesas y
sillas en beneficio de su clientela.
No es menester estudiar separada o aisladamente los usos especiales otorgados, sea bajo forma
de permiso o de concesión, respecto de cada una de las distintas dependencias del dominio
público, pues todos esos usos especiales cualquiera sea la dependencia dominical de que se
trate se rigen por los mismos principios básicos.
Permiso de Uso
El estudio del régimen jurídico de los "permisos de uso" de bienes integrantes del dominio público
que, en definitiva, implican un uso de cosa ajena, requiere inexcusablemente una referencia al
instituto del "precario" romano, también referente al uso de cosa ajena, y que debe considerarse
como el antecedente remoto de lo que hoy llamamos "permiso de uso" de un bien del dominio
público.
El "permiso" de uso del dominio público, contrariamente a lo que sucede con la "concesión" de
uso, en la generalidad de los casos se otorga con relación a objetivos de poca significación
jurídica económica social; es decir, se otorga para menesteres sin mayor trascendencia. Por
ejemplo: para que los respectivos comerciantes ocupen las aceras con sillas y mesas para uso
de su clientela.
La "concesión" de uso del dominio público debe otorgarse para satisfacer actividades de
importancia jurídica económica social; verbigracia, para captar aguas públicas destinadas a
cultivos agrícolas en base a irrigación; para prestar un servicio público trascendente; para
sepultura en cementerios estatales.
De la expresada distinción entre "concesión de uso" y "permiso de uso" surge la esencial
diferencia en la naturaleza de la prerrogativa que de esas figuras deriva para su titular: derecho
perfecto (derecho público subjetivo) en la concesión; simple situación precaria (derecho
imperfecto) en el permiso.
De esa trascendente diferencia en la índole de la atribución o facultad que deriva para el titular
del permiso o de la concesión, y como obvia consecuencia del carácter "precario" del permiso de
uso en cuyo mérito éste carece de plazo de vigencia , resulta que el permiso de uso puede ser
extinguido en cualquier momento por la Administración Pública, cuando ésta invoque para ello
una causa justa, una razón atendible; aparte de ello, la extinción válida del permiso de uso no
apareja derecho a resarcimiento para el permisionario. Tales consecuencias, respecto al
"permiso de uso", surgen de su carácter "precario" y son propias de éste.
Adviértase que como consecuencia de la precariedad mientras el "permiso de uso" se otorga, o
debe otorgarse, sin plazo de vigencia, la "concesión de uso" se otorga con dicho plazo. Incluso
hay concesiones otorgadas a "perpetuidad", como ocurre con muchas concesiones de aguas
para irrigación y con muchas concesiones de sepulturas.
La gratuidad o la onerosidad del uso también pueden tener influencia para establecer si en el
caso concreto se trata de un permiso o de una concesión. Esta, por principio, es onerosa; el
permiso puede o no serlo. Las circunstancias del caso serán decisivas para resolver la cuestión.
En el supuesto de duda acerca de si se trata de un permiso o de una concesión, para resolverla
ha de tenerse presente que la existencia de un plazo o término de duración constituye una nota
propia, común u ordinaria de la "concesión" y no del "permiso". Tal es el principio. En casos
razonablemente dudosos, para distinguir "permiso de uso" de "concesión de uso", puede ser
fundamental el "objeto" del acto, la índole de la "actividad" (importancia social económica) a que
el acto se refiera.
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El "permiso" de uso, como figura jurídica, es un acto administrativo (acto jurídico de derecho
público), sin perjuicio de su esencial carácter precario. Debe distinguirse el permiso en cuanto a
su "formación" y en cuanto a sus "efectos" o "consecuencias".
- Respecto a su "formación" es "bilateral". La voluntad del administrado contrariamente a lo que
creyeron algunos escritores es esencial para la existencia o formación del acto que concreta el
permiso. Éstos no se otorgan de oficio, prescindiendo de la voluntad del permisionario.
- En cuanto a sus "efectos" o "consecuencias", si bien generalmente el acto es unilateral, en el
sentido de que el permiso, aparte de su precariedad, sólo le otorga un derecho al permisionario
(derecho de uso), puede ocurrir que a su vez el permisionario deba abonarle al Estado un canon
por el uso que éste le otorgó, en cuyo supuesto el permiso también sería bilateral en sus efectos
o consecuencias, porque el Estado tendría un derecho al cobro del expresado canon. La
bilateralidad se concretaría, entonces, en la reciprocidad de obligaciones (esto último, sin
perjuicio de que el permiso de uso es sólo una "tolerancia"): del Estado hacia el administrado
permitiéndole realizar el uso pertinente; del permisionario hacia el Estado abonándole el
respectivo canon.
Si bien trátase de un acto jurídico bilateral, signado por lo precario de la atribución que de él
emana, no se trataría de un contrato: lo impide una inidoneidad substancial originaria, por cuanto
el "permiso" sólo constituye una "tolerancia" (ancestralmente un acto de gracia, de piedad o de
bondad), situación no precisamente compatible con la idea de contrato.
Si bien eventualmente el permiso puede ser oneroso, verbigracia, cuando el permisionario deba
abonarle un canon al Estado, esto no altera la naturaleza del permiso, atribuyéndole carácter
contractual, pues en contra de dicha posibilidad están los antecedentes y demás caracteres del
permiso. Aparte de ello, y no obstante la existencia del expresado canon, el permiso no pasa de
ser un acto jurídico bilateral de derecho público; un acto administrativo que, además de sus
elementos esenciales, en este caso contiene también un elemento eventual, accesorio o
accidental: el "modo", que involucra al canon.
Hay unanimidad en reconocer el carácter "precario" del permiso de uso, como así en aceptar la
posibilidad de su revocación (extinción), en cualquier momento, sin derecho a resarcimiento en
favor del titular del permiso. El precario primigenio del derecho romano sigue proyectándose en el
derecho actual. De ahí que la facultad o atribución, emergente del permiso de uso, no constituya
un derecho subjetivo o un derecho perfecto del permisionario. Las notas expuestas como
propias del permiso de uso alejan la posibilidad de un derecho subjetivo, de un derecho perfecto.
Va de suyo que el permisionario "no dispone de una acción contra cualquiera que intente
interrumpirlo en su goce", ya que carece de recursos contra la revocación válida que llegue a
disponer la Administración privándolo de continuar haciendo uso del permiso.
De manera que la atribución o facultad que el "permiso de uso" le confiere a su titular, es
simplemente "precaria", con sus consecuencias correlativas.
Mayer, para quien el permiso sólo confiere una "facultad puramente de hecho", "no crea un
derecho subjetivo" y cuyo verdadero alcance jurídico consiste en una "ampliación parcial de la
libertad”.
La diferencia entre la naturaleza jurídica de la atribución o facultad que el "permiso de uso" le
otorga al permisionario, y la de la prerrogativa que la "concesión de uso" le confiere al
concesionario, es categórica: del "permiso de uso", siendo éste un acto "precario", su titular no
adquiere derecho alguno; su situación como en el derecho romano originario se concreta en una
mera "tolerancia" por parte de la Administración Pública, susceptible de ser revocada o extinguida
en cualquier momento por ésta, sin derecho del permisionario a indemnización alguna. En
cambio, de la "concesión de uso" emerge para su titular un derecho perfecto, un derecho
subjetivo.
¿Qué justifica jurídicamente que la extinción (revocación) de los permisos de uso de bienes
integrantes del dominio público pueda disponerse en cualquier momento y sin obligación de
indemnizar al permisionario? ¿Cuál es el fundamento de esa posibilidad?
La extinción o revocación del permiso de uso requiere la observancia de las reglas mínimas de
juridicidad propias de un Estado de Derecho. De ahí que el "permiso" no pueda ser extinguido
arbitrariamente, ni en forma potestativa, o en forma intempestiva. La validez del acto de extinción
debe basarse principalmente en consideraciones objetivas.
Hoy se requiere que tal revocación responda a algo más que a la mera expresión de voluntad de
la Administración Pública: se requiere que esa voluntad responda a una razón plausible, y no al
mero arbitrio o a la mera potestad imperativa de la Administración Pública.
Para justificar jurídicamente la extinción de los permisos de uso bastará, pues, con invocar su
precariedad y la causa o motivo que concurra en el caso concreto.
Cuando la Administración Pública revoca o extingue el permiso de uso es de principio que dicha
revocación no apareja, para el titular del permiso, derecho alguno a ser indemnizado por ello. ¿A
qué responde dicho criterio? Dos razones lo justifican:
1º) La actual "tolerancia" subsume y engloba a la antigua piedad, a la gracia y a la bondad, cuya
esencia aún influye en aquélla. Tal característica del permiso de uso excluye la idea de que el
permisionario tenga derecho alguno oponible al Estado. Subsiste la idea de que el permiso de
uso es sólo una "tolerancia" que, por cierto, el permisionario no puede monetizar en el supuesto
de que el permiso sea válidamente extinguido. De ahí que en tal caso el titular del permiso no
pueda pretender indemnización alguna.
2º) En que, para el permisionario, la facultad o atribución emergente del permiso no constituye un
derecho subjetivo, ni una "propiedad" en el sentido constitucional legal. Si no existe de por medio
un derecho subjetivo, ni una "propiedad" en el sentido constitucional legal, va de suyo que no
cuadra indemnizar lo que no existe.
El viejo principio universal de derecho, de acuerdo con el cual los actos jurídicos no deben
perjudicar a terceros alterum non laedere , tiene virtual aplicación en materia de permisos de uso
de dependencias dominicales.
Los "permisos" de uso también han de entenderse otorgados "sin perjuicio de terceros”.
Además de los permisos de uso, la Administración Pública expide otros tipos de permisos; por
ejemplo: para portar armas; para expender bebidas alcohólicas; para actuar como vendedor
ambulante; etcétera.
Es distinta la naturaleza del permiso de uso que la de los permisos para portar armas, para
expender bebidas alcohólicas, para actuar como vendedor ambulante, etcétera. Estos últimos
implican la simple remoción de un obstáculo legal para el ejercicio de un derecho o poder
preexistente, en tanto que el permiso de uso le confiere al permisionario una nueva facultad o
atribución consistente en el uso que se le otorga. El acto administrativo que otorga un permiso de
uso es de efectos creativos o innovativos, en tanto que el permiso para portar armas, para
expender bebidas alcohólicas, para actuar como vendedor ambulante es simplemente
declarativo, pues no otorga algo nuevo: sólo autoriza el ejercicio de una atribución o derecho que
ya preexistía en la esfera jurídica del que ahora obtiene el permiso.
Como consecuencia de la naturaleza jurídica del permiso de uso y de la atribución o facultad que
de él emerge para el titular del mismo, la Administración Pública puede extinguir el permiso,
privándole al permisionario de la posibilidad de ejercerlo en lo sucesivo. Tal extinción, cuando se
la efectúa respetando las exigencias de la juridicidad, no le da acción alguna al permisionario
para impugnar el acto administrativo de extinción.
No obstante, si la extinción del permiso obedeciere a una medida administrativa contraria a
derecho, verbigracia, si fuere arbitraria, o meramente potestativa o intempestiva, tal medida
podría ser impugnada por el recurso jerárquico en lo administrativo y por la acción contencioso
administrativa de nulidad en lo jurisdiccional judicial.
Un sector de la doctrina estima que en tanto el permiso esté en vigencia, el permisionario tendría
acción de daños y perjuicios contra el Estado por los menoscabos que éste le causare, siempre
que tales daños y perjuicios no se produjeren como consecuencia de trabajos efectuados en
interés de la respectiva dependencia del dominio público.
Finalmente, se sugiere que el permisionario puede también deducir acciones de tipo posesorio
contra terceros, porque respecto de éstos dicen no rige la "precariedad" característica del
permiso. Debiendo entenderse por "terceros" no sólo a los demás administrados o personas
particulares, sino también a cualquier entidad pública ajena a la custodia directa de la respectiva
dependencia del dominio público o extraña al otorgamiento del permiso.
Concesión de Uso
La "concesión de uso" es uno de los medios que la ciencia jurídica ofrece o dispone para el
otorgamiento de derechos especiales de uso sobre dependencias del dominio público.
La "concesión" no procede ni se concibe respecto a los bienes privados del Estado, como serían
las tierras fiscales. Cuando respecto a esta última clase de bienes se habla de "concesión", se
utiliza un lenguaje impropio, ya que en la especie sólo se tratará de una locación o arrendamiento
y, a veces, de una compraventa.
Tal como a veces ocurre en los contratos de derecho privado, también en materia de
concesiones suele acaecer que su texto no sea lo suficientemente claro en su redacción, o que
adolezca de vacíos o lagunas, vale decir que algunos puntos no hayan sido considerados en el
respectivo instrumento.
En tales circunstancias, las cuestiones que se planteen deben ser resueltas recurriendo a la
interpretación jurídica. ¿Cuáles son las reglas que al respecto han de considerarse? Pueden
recordarse las siguientes:
a) La existencia de una concesión de uso lo mismo que la de cualquier otro tipo debe resultar de
una manifestación de voluntad del Estado, expresa y clara. La manifestación de voluntad
"equívoca" debe juzgarse contraria a la existencia de la concesión. Ello es así porque la intención
de constituir un derecho de uso especial debe resultar indubitable .
c) "En caso de duda la interpretación debe ser en contra de los concesionarios, porque la
presunción más aproximada a la verdad es la de que el Estado ha acordado sólo lo que en
términos expresos resulte de ellos".
Entre la concesión de uso y las concesiones de servicio público y de obra pública existen, desde
luego, diferencias esenciales, pero, salvadas éstas, se observa entre todas ellas una evidente
vinculación o afinidad: un fondo jurídico común, que se traduce en la existencia de un gran
número de principios uniformes aplicables a todas ellas.
Todas esas concesiones se rigen por los mismos principios substanciales, sin perjuicio de las
modalidades específicas debidas al "fin" público o privado a que responden o en cuyo mérito se
otorgan, lo cual configura las diferencias a que hice alusión.
Así, por ejemplo, en todas esas concesiones, como causales de extinción, rigen la revocación, la
caducidad y la nulidad.
En cambio, dado el fin en cuyo mérito se otorgan, si bien las concesiones de servicio público y de
obra pública no pueden transferirse sin conformidad del concedente, en las de "uso" ocurre todo
lo contrario: salvo prohibición expresa, pueden ser transferidas sin que sea menester esa
conformidad.
-La concesión de uso no es "precaria". Los que sostienen tal precariedad, generalmente
invocan los siguientes argumentos: la posibilidad de que la concesión sea "revocada"; el carácter
"temporario" de la misma; que ellas son "rescatables" en cualquier momento por el Estado.
Ninguno de estos argumentos tiene consistencia.
El hecho de que, mediante revocación, pueda ser extinguida cuando el interés público así lo
requiera, no le atribuye "precariedad" a la concesión de uso. Cuando el interés público lo
requiera, ceden todos los derechos y no sólo el emergente de una concesión de uso. Precario es
el permiso de uso, no la concesión de uso; de modo que todo está en distinguir una figura de la
otra.
-Las concesiones de uso son constitutivas de meros derechos de uso. No son traslativas
de dominio.
El concesionario no adquiere derecho alguno de propiedad sobre la dependencia
dominical, lo que es así cualquiera sea la duración atribuida a la concesión. Ni siquiera las
concesiones otorgadas a perpetuidad confieren otra cosa que un simple derecho de uso. Ya en
un parágrafo anterior quedó dicho que la mayor o menor "duración" no influye en la naturaleza de
la concesión.
Para poner en ejercicio el derecho que le atribuye su concesión de uso sobre el dominio público,
el concesionario generalmente debe realizar obras o instalaciones en la respectiva dependencia
dominical.
¿Cuál es la condición legal de todas esas obras?
Al respecto hay algo sobre lo cual existe uniformidad en la doctrina: esas instalaciones u obras le
pertenecen en propiedad al concesionario; en dicho sentido se pronunció asimismo nuestra
jurisprudencia. Pero también hay un punto sobre el que no existe tal uniformidad: ¿qué derecho
rige esa propiedad? ¿El derecho "civil" privado o el derecho "administrativo", público?
Las construcciones o instalaciones hechas por el concesionario en la dependencia dominical,
para poner en ejercicio la concesión, son de su propiedad, ciertamente, pero no constituyen
bienes regidos por el derecho privado, sino por el derecho público. Bien entendido que no se trata
de propiedades "públicas", sino de propiedades regidas por el derecho público.
El uso de los bienes dominicales, ya se trate del uso "común" o del "especial", no es, por
principio, gratuito ni oneroso. La gratuidad y la onerosidad no corresponden a la "esencia" del
dominio público. Por su "naturaleza", el uso de tales bienes puede ser gratuito u oneroso.
El canon y el impuesto son especies del género "contribuciones", pero constituyen especies
distintas. El canon no es, pues, un impuesto: así lo reconocen diversos escritores y tribunales.
Hay quienes consideran al canon como una "tasa". ¿Puede aceptarse este criterio?
Si se tratare de una dependencia del dominio público declarada tal en su estado natural, el pago
por el uso de la misma no puede configurar una tasa, ya que no representa la retribución de
"servicio" alguno.
Pero algo distinto ocurre cuando se trata de la concesión de un bien público creado por el
hombre, es decir de una dependencia perteneciente al llamado dominio público artificial. Así, en
la concesión de uso especial de una calle urbana o de una porción de ella , o de un puerto, por
ejemplo, el pago que efectúe el concesionario no sólo se refiere al uso en sí, sino que, además,
tiende a remunerar el servicio público de construcción y, más aún, de conservación de la calle o
del puerto; hay ahí la retribución de un servicio del Estado. En estos casos estimo que la referida
prestación económica tiene efectivamente caracteres o substancia de "tasa" y que como tal debe
considerársela. Los escritores que le atribuyen a dicha prestación carácter de tasa, lo hacen bajo
el supuesto de que lo que el concesionario retribuye es un "servicio" del Estado. De modo que
dicha prestación debe considerarse "tasa" cuando, refiriéndose a bienes del llamado dominio
público artificial, tiene por objeto preferentemente la retribución de un servicio prestado por el
Estado; en cambio, dicha prestación no puede ser considerada "tasa" cuando se refiere al mero
uso de un bien público del llamado dominio "natural", a cuyo respecto no se retribuye servicio
alguno prestado por el Estado, como ocurriría en el recordado caso de la concesión de uso de las
aguas de un río para irrigación.
Pero si el canon no es un impuesto, y si tampoco en todos los casos puede considerársele como
"tasa", según quedó dicho precedentemente, ¿qué es entonces cuando no revista caracteres de
tasa?
El canon no es otra cosa que una mera "modalidad" de la concesión; forma parte integrante del
acuerdo de voluntad de las partes (aspecto "bilateral" de las concesiones). Dicha modalidad el
canon puede o no existir en la concesión, ya que aun el uso especial del dominio público puede
ser gratuito u oneroso.
Extinción de la concesión
La concesión de uso sobre dependencias del dominio público puede extinguirse por diversas
causales; son ésas: la nulidad; el vencimiento del término; la caducidad; la revocación; la
renuncia; la rescisión; la extinción de la cosa.
c) Caducidad: Otra causa que extingue la concesión es la "caducidad" de la misma. Ella procede
cuando el concesionario incurre en incumplimiento de las obligaciones a su cargo, siempre que
dicho incumplimiento le sea imputable. Puede afirmarse que éste constituye un principio
generalmente aceptado por los autores.
Si bien el incumplimiento de las obligaciones por parte del concesionario puede determinar la
caducidad de la concesión, cabe advertir que no todo incumplimiento generará esa
consecuencia. Es preciso, en primer lugar, que el incumplimiento sea imputable al concesionario.
En segundo lugar, y salvo el caso de expresa estipulación de caducidad para un supuesto
determinado, el incumplimiento debe revestir cierta gravedad, y referirse a obligaciones
esenciales a cargo del concesionario, todo lo cual constituye una cuestión de hecho que exige
prudente apreciación.
Finalmente, es de doctrina que la caducidad no debe decretarse ante la mera comprobación de la
falta, sino que previamente debe intimarse al concesionario para que cumpla sus obligaciones o
suministre una explicación, y que recién en el caso de que mantenga su actitud o no desvirtúe el
cargo que se le formule, procederá la caducidad.
El fundamento racional de esto radica en que, por más que la concesión de uso se otorgue en el
directo e inmediato interés privado del concesionario, es de interés público la adecuada
utilización de las dependencias dominicales, ya que en las respectivas concesiones hay también
un interés público o colectivo, aunque mediato o indirecto.
Una vez declarada, la caducidad produce efectos jurídicos que deben estudiarse en relación con
los siguientes aspectos:
G.A.L - S.M – E.D
a) desde cuándo se computan dichos efectos: en relación con el tiempo, la caducidad produce
efectos "ex nunc", vale decir para el futuro y a partir de la fecha del acto de caducidad.
b) ejercicio de la concesión: la caducidad produce la extinción del derecho a seguir ejercitando el
uso pertinente.
c) bienes del concesionario: la caducidad, en principio, no tiene efecto alguno. Ellos siguen
perteneciendo a su titular: el concesionario.
d) procedencia o improcedencia de una indemnización al concesionario: La declaración de
caducidad ¿crea para el concesionario el derecho a ser indemnizado a raíz de que, en lo
sucesivo, no podrá ejercitar la concesión?
Aquí también es aplicable el viejo principio de derecho concebido por los romanos: "no se
entiende que el que sufre daño por su culpa sufre daño”.
Más aún: el incumplimiento de un contrato sea éste de derecho privado o de derecho público, en
vez de dar derecho a una indemnización en favor del que dejó de actuar de acuerdo con el pacto,
sólo haría nacer la obligación de indemnizar a la otra parte.
De modo que la caducidad de una concesión no crea, por sí, el derecho a una indemnización en
favor del concesionario.
e) derechos del Estado a un resarcimiento: El Estado ¿tiene derecho a ser indemnizado por el
concesionario cuando las circunstancias hayan determinado la caducidad de la concesión?
Como la procedencia de la caducidad responde al incumplimiento de las obligaciones del
concesionario, y siempre que dicho incumplimiento le sea imputable al mismo, por aplicación de
principios generales resulta claro que el co contratante el Estado en este caso tendrá derecho a
ser indemnizado, en tanto y en cuanto la actitud del concesionario le haya efectivamente
ocasionado un perjuicio. No habiendo perjuicio no habrá lugar a indemnización.
La revocación produce "efectos" que pueden examinarse desde los siguientes puntos de vista:
G.A.L - S.M – E.D
1º) en cuanto al ejercicio de la concesión: La revocación extingue la concesión. De esto dedúcese
que el efecto fundamental de aquélla consiste en privar al concesionario de su ulterior ejercicio.
2º) con relación al tiempo:
Si la revocación se efectúa por razones de "oportunidad", los efectos del acto extintivo se
producen "ex nunc", o sea a partir de la revocación.
Si el acto revocatorio tienen lugar por razones de "ilegitimidad", es común entre los autores
sostener que sus efectos se producen "ex tunc", o sea desde la emanación del acto viciado. En
este orden de ideas se asimila la revocación por ilegitimidad a la nulidad.
3º) respecto a los bienes del concesionario: la revocación, en principio al menos, no tiene efecto
alguno. Tales bienes seguirán perteneciendo a su titular, o sea al concesionario.
Aquí es aplicable lo dicho acerca de los efectos de la caducidad con relación a los bienes de
referencia.
4º) en lo atinente al derecho del concesionario a ser indemnizado:
Hay que distinguir entre las dos especies de revocación: por ilegitimidad y por oportunidad.
La revocación de una concesión por razones de ilegitimidad se refiere a un acto viciado que,
precisamente, por la revocación se tiende a extinguir. En esta hipótesis el concesionario no tiene
derecho a indemnización alguna.
Una cosa distinta ocurre cuando la concesión se revoca por razones de oportunidad, es decir
para satisfacer las exigencias del interés público. En tal supuesto el concesionario debe ser
indemnizado
De modo que en este caso concreto el fundamento del derecho del concesionario a ser
indemnizado no es otro que el respeto debido a la Constitución, ya que dicha indemnización se
impone como garantía de inviolabilidad de la propiedad. Por otra parte, lo que la Constitución
establece respecto a indemnización en materia de expropiación, constituye un principio general
de derecho, aplicable a todas las hipótesis en que un derecho patrimonial cede por razones de
interés público.
5º) acerca de si el Estado tiene derecho a una indemnización:
Deben tratarse separadamente los supuestos de revocación por razones de oportunidad y por
razones de ilegitimidad.
En el caso de revocación por razones de oportunidad no procede indemnización alguna a favor
del Estado.
En el supuesto de revocación por razones de ilegitimidad tampoco procede indemnización alguna
a favor del Estado, pues, en definitiva, no podrá negarse que por lo menos hubo culpa
concurrente, es decir, culpa de las dos partes.
e) Renuncia: El concesionario puede renunciar a la misma, ya que, por principio, cada cual
puede renunciar a sus derechos patrimoniales.
g) Extinción de la cosa dominical: 1º) extinción jurídica (desafectación); 2º) extinción física
(hechos de la naturaleza)
-En el supuesto de desafectación del bien, se comprende que la concesión se extinga, por cuanto
como dice Mayer un derecho de uso reglado por el derecho público, no puede seguir
G.A.L - S.M – E.D
subsistiendo sobre una cosa que en lo sucesivo estará reglada por el derecho privado, civil. Hay
aquí una extinción jurídica de la cosa dominical.
¿Tiene derecho a ser indemnizado? Es lógico que así sea. La desafectación ha de responder a
necesidades o conveniencias públicas; por lo tanto, en lo atinente a la extinción de la concesión
de uso, ella tiene substancia de revocación por razones de oportunidad, conveniencia o mérito;
de ahí la procedencia de una indemnización a favor del concesionario.
-Si la extinción de la cosa se debiera a causas naturales, va de suyo que la concesión de uso
deja también de existir, pues la cosa sobre la cual se ejercía habrá perdido la aptitud física que la
hacía idónea para dicho uso. Pero en este supuesto el concesionario no tendrá derecho a
indemnización, ya que la extinción de la concesión no obedece a acto o hecho alguno imputable
al Estado, sino a hechos de la naturaleza..
Hay autores que consideran improcedente la prescripción como medio adquisitivo de tales
derechos. Juzgan que dicha prescripción es contraria a la naturaleza del dominio público. No
comparto tal criterio.
Las cosas del dominio público sólo en cuanto a su dominio ("nuda propiedad") están fuera del
comercio, siendo, en ese orden de ideas, "imprescriptibles". Pero no ocurre lo mismo con el uso
de dichas cosas. Y aquí se trata, precisamente, de adquirir por prescripción el uso de tales
bienes; no su "dominio".
Están en el comercio las cosas o derechos que, material o jurídicamente, son susceptibles de
adquirirse y transmitirse por los particulares. El "uso" de los bienes públicos está en el comercio,
pero en el comercio del derecho público. Es un comercio compatible y conciliable con el destino
público de la cosa. Prueban la comercialidad del derecho de uso especial de las dependencias
dominicales:
1º) la circunstancia de que el Estado lo otorga a particulares, sea a perpetuidad o por tiempo
determinado;
2º) que diversas leyes autoricen al titular de algunos de esos derechos para enajenarlos o
transferirlos, aunque sea en la forma condicionada requerida por su propia naturaleza, tal como
ocurre con los derechos de agua para irrigación, con los derechos de sepultura, etcétera;
3º) la cotización económica de tales derechos, lo cual, en materia de irrigación, por ejemplo, se
traduce en el notorio mayor valor adquirido por el respectivo inmueble; etcétera. Y cuando la
Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró que el derecho emergente de una concesión de
uso sobre un bien del dominio público, se encuentra tan protegido por las garantías consagradas
en los artículos 14 y 17 de la Constitución, como pudiera estarlo el titular de un derecho real de
dominio, implícitamente declaró que el derecho de referencia está en el comercio.
La admisión de la prescripción como medio para adquirir el derecho de uso especial sobre
dependencias del dominio público queda, entonces, librada al criterio legislativo.
Requisitos
a) El uso prescripto debe encuadrar en los fines tenidos en cuenta al poner la respectiva cosa
fuera del comercio, como dependencia del dominio público. Ha de tratarse de un uso compatible
con el destino del bien de que se trate.
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b) Como el uso especial sólo puede adquirirse por los medios y formas que el Estado autorice,
resulta indispensable que tal prescripción esté expresamente autorizada por la ley respectiva. A
falta de dicha ley, no es posible aplicar subsidiariamente el principio general de derecho civil,
puesto que las cosas del dominio público sólo son comerciables en los términos del derecho
"público" y no en los del derecho privado.
Cuando las leyes autorizan la "prescripción" como medio adquisitivo del derecho de uso especial,
la doctrina asimila el derecho así adquirido al emergente de una concesión, por cuyos principios
deberá regirse el uso adquirido por prescripción.
Por lo tanto, la facultad de usar el dominio público, adquirida mediante prescripción, constituye un
derecho subjetivo para su titular, de los mismos caracteres que el nacido de una concesión.
Debido a que la situación del usuario de hecho no puede ser más favorable o ventajosa que la
del usuario de derecho, si bien al que adquirió el derecho de uso por prescripción no podrá
exigírsele el pago de canon alguno por el período anterior al reconocimiento de tal derecho, para
el período posterior a dicho reconocimiento corresponderá exigirle el pago del canon respectivo,
pues el temperamento contrario resultaría ajeno a toda idea de justicia.
El monto de ese canon ha de ser equivalente al que rige en la zona para ese tipo de
concesiones.
Lo mismo corresponde decir respecto del pago de cualquier "tasa" que pesare sobre los
respectivos concesionarios.
La forma de proteger el derecho de los usuarios del dominio público varía según se esté en
presencia de un "derecho subjetivo", de un "interés legítimo" o de un "interés simple", lo que a su
vez depende, de la índole del "uso" de que se trate -común o especial- y de la naturaleza del acto
por el cual se haya adquirido ese derecho.
a) Derecho subjetivo: es el "poder atribuido por el ordenamiento jurídico a una voluntad, para la
satisfacción de intereses humanos”. el derecho subjetivo está esencialmente constituido por un
poder de exigir, condicionado por la existencia de una obligación jurídica que pesa sobre un
sujeto pasivo y por el hecho de que esta obligación fue establecida en interés del sujeto activo.
b) Interés legitimo y simple: El interés calificado del ciudadano, que autoriza únicamente a su
titular, con exclusión de todos los otros sujetos que no se hallen en su particular posición, a
provocar un control administrativo o jurisdiccional sobre la validez de los actos administrativos,
recibe el nombre de "interés legítimo", que es la proyección procesal del interés calificado.
De manera que por "interés simple" debe entenderse ese interés vago e impreciso, no
individualizado, perteneciente a cualquiera -no reconocido ni tutelado en modo directo por el
ordenamiento jurídico-, relativo al buen funcionamiento de la Administración.
Mientras el interés legítimo siempre se encuentra vinculado al interés público, y precisamente en
una relación de coincidencia que le permite gozar a aquél de la protección legal acordada al
interés público, el derecho subjetivo se encuentra en posición de independencia. El derecho
subjetivo se refiere al interés individual, el interés legítimo se vincula con el interés público.
Interés simple: es el del titular del uso común. Se protege mediante recursos administrativos
(ante la propia administración). Salvo en el supuesto de aplicación de una medida
inconstitucional, el particular no tiene contra el Estado ninguna medida o acción judicial. Si el
agravio proviene de otro particular, además de los recursos administrativos para que la autoridad,
G.A.L - S.M – E.D
mediante el poder de policía, lo ampare, el administrado posee las correspondientes acciones
judiciales.
Interés legítimo: está menos difuso que el interés anterior, y correspondería a los
permisionarios. Se tutela por medio de recursos administrativos y acciones o recursos
contenciosos administrativos.
Derecho subjetivo: es un poder otorgado por el ordenamiento jurídico a una voluntad para la
satisfacción de intereses humanos. El derecho subjetivo encuentra protección mediante recursos
administrativos y acciones judiciales. El concesionario podrá atacar la actuación del Estado por
medio de recursos administrativos, y si es necesario, por medio de la acción petitoria ante el
tribunal contencioso administrativo, en este caso, aunque excepcionalmente, podrá solicitar una
medida precautelar (no innovar). Ante alguna medida que decrete ilícitamente la caducidad o
revocación del derecho del concesionario, el tribunal, a petición de parte, podrá declarar la
nulidad del acto impugnado, sin perjuicio de ordenar el resarcimiento correspondiente.
Derecho colectivo o interés difuso: Gordillo considera que "la nueva constitución introduce en
el art. 43 los derechos de incidencia colectiva , que conforman una categoría más extensa de
tutela y derecho de fondo que parece destinada a empalidecer la importancia de la previa
distinción entre derecho subjetivo e interés legítimo, e incluso del interés difuso (que son aquellos
que no se sitúan en cabeza de un sujeto determinado, sino que se encuentran difundidos o
diseminados entre todos los integrantes de una comunidad, o inclusive de varias). La modalidad
más novedosa para nuestro derecho público, en materia de garantías, incorporada por la reforma
constitucional es a nuestro parecer el denominado "amparo colectivo" que prevé el art. 43, 2º
párrafo. Se trata de una ampliación del amparo individual o clásico. Esta extensión involucra a
dos elementos de la relación susceptibles de suscitar el ejercicio del amparo; ellos son: los
derechos atacados o restringidos y los sujetos legitimados para su interposición. En cuanto a lo
primero la nueva norma constitucional avanza sobre la regulación legal de la acción y en
consonancia con los derechos consagrados en los nuevos artículos 41 y 42, amplía el ámbito de
esta garantía para que sea utilizada en la defensa de los derechos del medio ambiente, de
usuarios y de consumidores.
Vías Públicas
Las vías generales de comunicación calles, plazas, caminos , ya sean urbanas o rurales,
pertenecen al dominio público (Código Civil, artículo 2340 , inciso 7º).
Desde luego, para que ello sea así, se requiere que la "afectación" de tales bienes se haya
realizado válida y eficazmente.
No existiendo una afectación idónea, la calle o camino no revestirán carácter dominical, a pesar
de que el público los utilice: en unos casos se tratará de bienes de particulares ilegalmente
afectados al uso de todos, pero que a raíz de tal ilegalidad no adquieren carácter dominical. En
otros casos se tratará de simples bienes "privados" pertenecientes a sus respectivos titulares, tal
como lo expresa el Código Civil en su artículo 2348.
G.A.L - S.M – E.D
Las vías públicas deben ser deslindadas respecto de las propiedades privadas que con ellas
lindan. En esa forma quedará establecido hasta dónde se extiende la vía pública y hasta dónde la
propiedad particular lindera.
La operación mediante la cual la Administración Pública fija el límite entre la vía pública (calle o
camino) y los predios colindantes, llámase "alineación". La alineación se concreta jurídicamente
en un "acto administrativo": tal es su esencia.
La "alineación" se justifica porque, mediante ella, la Administración Pública cumple una función a
su cargo: mantener el trazado y uniformidad de las vías públicas, lo cual se vincula con la
estructura de los centros de población.
No debe confundirse la "alineación" con la "delimitación", ni debe asimilarse a ésta.
Ambas se refieren a la fijación de los límites de dependencias dominicales en relación con
predios privados colindantes. Pero se refieren a distinta especies de bienes públicos:
- la "delimitación" contempla los bienes de origen "natural" declarados públicos por el legislador
(verbigracia un río, un lago, etc.);
- la "alineación", en cambio, se vincula con los bienes declarados públicos por el legislador pero
cuya existencia u origen depende de un hecho humano (verbigracia una calle, un camino).
La delimitación es simplemente "declarativa" de dominio, en tanto que la alineación puede ser
"constitutiva" o "traslativa" de dominio, dando lugar, mediante el debido procedimiento legal, a la
adquisición de terrenos para la apertura de nuevas calles y caminos o para el ensanche de los
existentes.
De lo que antecede despréndese que ningún administrado, frentista o colindante con calles o
caminos públicos, debe realizar construcciones sin que previamente la Administración Pública
haya establecido los límites de esas dependencias dominicales, fijando la llamada "línea de
edificación". De lo contrario el frentista se expone a que su construcción avance sobre la
propiedad pública, con la obvia consecuencia de que la Administración Pública, ejercitando sus
facultades de autotutela del dominio público, le haga retirar o le retire la parte de construcción
indebidamente asentada sobre la dependencia dominical.
Dada la naturaleza y efectos de la "alineación", a ella se vinculan los problemas relacionados con
la apertura de nuevas vías de comunicación y con el ensanche de las existentes.
La apertura de nuevas vías públicas, o el ensanche de las existentes, requiere que las
respectivas propiedades privadas se incorporen al dominio público en calidad de nuevas vías o
de ensanche de las que ya existen.
Ello da lugar a dos órdenes de problemas:
a) situación y derecho de los propietarios cuyos predios hayan sido incorporados al dominio
público, sin el debido procedimiento legal;
b) situación y derecho de los propietarios a quienes no se les permite realizar construcciones sino
detrás de la nueva línea de edificación proyectada, pero sin que el Estado haya adquirido aún el
dominio o la posesión de los respectivos inmuebles.
Si la pertinente propiedad privada se incorpora al dominio público sobre la base de un acuerdo de
partes, o en mérito a un juicio de expropiación, no puede surgir cuestión alguna al respecto. Pero
las cosas cambian cuando, para los fines indicados, el Estado se apodera de la propiedad
privada sobre la base de un procedimiento ilegal. ¿Qué derechos le asisten al propietario
damnificado?
Hay que distinguir según que exista o no una ley que declare de utilidad pública las respectivas
heredades, o los efectos de su expropiación.
Puede ocurrir que al propietario del inmueble afectado por la apertura de una nueva calle o por el
ensanche de una ya existente, no se le permita construir sino detrás de la nueva línea de
edificación proyectada, pero sin que el Estado haya adquirido aún el dominio o la posesión de los
inmuebles así afectados.
¿Qué derecho tiene el propietario de esos predios afectados a la apertura o al ensanche de
calles, en los cuales no se le permite edificar?
Se ha dicho que sobre tales inmuebles pesa una servidumbre administrativa de non aedificandi, y
que el derecho del propietario a exigir una indemnización sólo surge en el momento en que el
inmueble se incorpora al dominio público, en virtud de la pérdida de su posesión; mientras esto
no acontezca, la servidumbre "non aedificandi", en realidad una restricción se agrega es una
limitación a la propiedad privada en interés público, lo que explica la improcedencia de la
indemnización.
Marienhoff disiente con tal criterio. La limitación de referencia no puede ser considerada como
mera "restricción", ya que lo afectado por ella es algo más que lo absoluto del derecho de
propiedad: es su propia utilización, ya que a su respecto se prohíbe toda construcción o
edificación. Las meras "restricciones" al dominio no obstan a que el propietario ejercite
normalmente sus derechos de tal. Si existe ley declarativa de utilidad pública, el propietario
puede promover la acción de expropiación irregular, logrando así plena reparación pecuniaria; si
no existe tal ley, el propietario puede promover una acción de daños y perjuicios, a fin de que las
consecuencias del acto ilícito de la Administración Pública Estado sean reparadas.
Las vías públicas calles y caminos pueden ser "desafectadas", perdiendo así su carácter de
bienes dominicales.
Tal desafectación puede crearles específicos problemas a los propietarios frentistas o
colindantes; verbigracia, si éstos tienen o no un derecho a ser resarcidos por el Estado en tales
circunstancias.
Como consecuencia de obras o trabajos públicos, las calles y caminos pueden experimentar
cambios o alteraciones en el nivel que ya se les había asignado.
Lo relacionado con la reparación y con la demolición de edificios colindantes con las vías
públicas, que amenacen ruina, integra el contenido del poder de policía sobre esas dependencias
dominicales. Su ejercicio por parte de la Administración Pública es, ciertamente, discrecional.
En materia de "policía" de las vías públicas, hay que distinguir dos cuestiones que difieren
fundamentalmente entre sí: la policía de la circulación o tránsito, y la policía de la vía pública
considerada como dependencia dominical. En Francia se hace esa distinción hablando de "police
du roulage" (o de la circulación) y de "police de la voirie" (o de la cosa pública).
La policía de la circulación ("roulage") se vincula a la jurisdicción sobre las vías públicas.
La policía de las vías públicas ("voirie"), consideradas éstas como dependencias dominicales, es
local o provincial.
Respecto de los colindantes en cuestión, los respectivos poderes de la Administración Pública
son menos intensos que con relación a los habitantes en general. Así, si por cualquier
circunstancia del momento las autoridades públicas prohibiesen el tránsito por una determinada
calle, la prohibición no debe alcanzar a quienes deban o deseen transitar por esa vía al solo
efecto de regresar a sus domicilios.
G.A.L - S.M – E.D
La jurisdicción sobre las calles y caminos puede ser nacional o provincial, según los casos. Todo
depende del camino o calle que se considere
Será nacional la jurisdicción sobre todo camino que sirva al tráfico o tránsito interprovincial o
internacional, y será local o provincial la jurisdicción sobre todo camino que sólo sirva al tráfico o
tránsito interno de cada provincia.
Para que un camino se considere sujeto a la jurisdicción nacional, no basta con que, mediante
sucesivas conexiones de caminos locales, pueda servir o sirva de hecho al tráfico o tránsito
interprovincial o internacional. Es menester que forme parte de una red troncal que integre un
"sistema", tal como ocurre con los de la red caminera construida por la Nación en mérito a la ley
nacional de vialidad.
Cuando un camino está sometido a la jurisdicción provincial, ésta se extiende a todos los
aspectos: sobre el tránsito, en sí mismo, como sobre todas las demás materias en que se
manifieste la actividad social.
En materia penal, tratándose de delitos cometidos en un camino sujeto a la jurisdicción provincial,
no hay dificultades: la competencia para entender en el respectivo proceso le corresponde a la
justicia provincial, en todos los supuestos. Tratándose de caminos sujetos a la jurisdicción
nacional, ésta se divide entre la Nación y las provincias cuando se trata de delitos: si éste
afectase al "tránsito" que en la especie representa o constituye un "interés nacional”, la
competencia es de los jueces federales; pero si el delito fuere "común", un homicidio por ejemplo,
la competencia es de los jueces locales o provinciales, por cuanto en este supuesto no habría
interés nacional alguno comprometido.
Existen oportunidades en que el uso de los caminos puede dañarlos, ocasionando su deterioro.
En tales supuestos la autoridad competente puede disponer la clausura o cierre provisorio o
temporario del camino, hasta que el temor de daño haya desaparecido.
Trátase de una medida de "policía" de la cosa del dominio público, que tiende a la tutela o
protección material o física de la dependencia dominical.
Quienes utilicen el camino a pesar de su clausura "temporaria" o "provisoria", se hacen pasibles
de las penas de policía establecidas como sanción, e incluso podrían incurrir en el delito de
"daño", si a raíz del uso indebido produjesen un deterioro sensible.
No es posible confundir o asimilar la desafectación con la clausura provisoria o temporaria de los
caminos. Ambas persiguen objetivos totalmente distintos. La desafectación tiende a excluir el
camino del régimen dominical, en tanto que la clausura provisional o temporaria tiende a la mejor
conservación del camino como dependencia del dominio público, a fin de que pueda seguir
siendo utilizado por el público en condiciones satisfactorias.
Cementerios y Sepulturas
En las sociedades civilizadas, el derecho del hombre a que su cadáver reciba sepultura, y no
quede expuesto a la intemperie o al abandono, como pudieran estar los despojos de un animal,
constituye un atributo o prerrogativa inherente a la personalidad.
El régimen jurídico de los cementerios y sepulturas es, esencialmente, publicístico, de Derecho
Administrativo.
La naturaleza "administrativa" (publicística) del derecho emergente de una concesión de
sepultura que no es otra cosa que una concesión de uso del dominio público , sigue
caracterizando y dándole su color y substancia al derecho de sepultura aun respecto a terceros.
Evolución histórica
Desde el punto de vista de su origen, entre el cementerio y la iglesia o, mejor dicho, entre el
cementerio y la religión, existe una vinculación íntima.
El cementerio es anterior a la iglesia o, dicho a la inversa, la iglesia surge o aparece como una
dependencia del cementerio. Tal prelación del cementerio con relación a la iglesia es fácilmente
G.A.L - S.M – E.D
comprensible: aquél es la resultante de un fenómeno "natural", de cumplimiento inexorable: la
muerte, lo que significa que la aparición del cementerio era inevitable en toda sociedad humana.
En cambio, la Iglesia es el resultado de una manifestación del espíritu, que puede o no
producirse, y cuya expresión puede no haberse concretado en forma simultánea con la formación
o aparición del grupo social, sino con el transcurso del tiempo. La "muerte", por el contrario, es un
fenómeno de cumplimiento cierto y fatal, de realización simultánea con la aparición de los grupos
sociales, cuyos integrantes tienen un período determinado de vida. Ello explica que la iglesia,
como manifestación humana, haya surgido después que los cementerios.
Por mucho tiempo, continuando con ese estado de cosas, las tumbas quedaron y estuvieron bajo
la custodia de la religión.
Posteriormente los cementerios fueron secularizándose, quedando así bajo la custodia y el poder
de la autoridad civil.
Condición legal
La condición legal de los cementerios ha variado a través de los tiempos.
En el antiguo derecho derecho romano y derecho español la calidad de cosa "fuera del
comercio", que revestían los cementerios, derivaba de su carácter de "cosa religiosa", en tanto
que en el derecho actual, máxime después de la secularización de esos recintos, dicha calidad
deriva de su carácter de dependencia del dominio público.
En el derecho romano los cementerios y sepulturas eran cosas "religiosas"; perdían este carácter
por retiro autorizado por el Estado de los restos ahí existentes; constituían cosas "fuera del
comercio", sobre las que no se podía adquirir ningún derecho real. Los sepulcros eran
"imprescriptibles". La extracomercialidad surgía, pues, del carácter "religioso" de la cosa.
En el antiguo derecho español, tanto las Partidas, como la Recopilación de Leyes de Indias, se
ocuparon de esta materia. De acuerdo con las Partidas, los cementerios y los sepulcros que
fueron ocupados eran cosas religiosas, sobre las que no podía tenerse señorío; tales cosas eran
imprescriptibles e inalienables.
Para atribuirles carácter "privado" a los cementerios, se han invocado los siguientes argumentos:
a) Constituyen fuentes de recursos para las comunas, las que no sólo perciben los productos y
frutos naturales del suelo (árboles, hierbas, etc.), sino que otorgan concesiones onerosas.
Por otra parte, si existen cementerios particulares, verbigracia, los pertenecientes a algunas
colectividades extranjeras, que revisten calidad de cosas "privadas", ello obedece a que en tales
supuestos no puede hablarse de dominio público por no concurrir uno de los elementos
indispensables para su existencia: el elemento "subjetivo". Por último, en lo atinente al poder de
policía, cabe advertir que éste se manifiesta sobre toda clase de actividades.
b) Guicciardi sostiene el carácter "privado" de los cementerios. Razona así: la actividad del
Estado respecto de los cementerios no es exclusiva de él, pues también existen cementerios
particulares. Pero como la exclusividad de las respectivas funciones del Estado, es uno de los
requisitos que deben concurrir para que la cosa respectiva pueda considerarse dominical, no
concurriendo en este caso tal requisito corresponde negar el carácter dominical de los
cementerios.
Cementerios privados
Existen también cementerios "privados", lo que puede ocurrir en dos supuestos:
a) tratándose de cementerios pertenecientes a ciertas colectividades extranjeras, que
jurídicamente actúan como "sociedades" o "asociaciones";
b) tratándose de cementerios que existen en propiedades de personas particulares.
Los primeros generalmente deben su origen a un tratado celebrado entre los respectivos
Estados.
Tales cementerios revisten calidad de bienes "privados" de las respectivas asociaciones.
Pero aparte de los expresados cementerios pertenecientes a colectividades, hay otro tipo de
cementerios "privados": los que existen en propiedades de personas particulares, como ocurre
con los pequeños cementerios existentes en los establecimientos ganaderos situados en lugares
muy alejados de los centros urbanos, tal como sucede en la generalidad de los establecimientos
rurales de Santa Cruz y Tierra del Fuego.
A pesar de su pequeña extensión superficial y del reducido número de cadáveres, se trata,
ciertamente, de "cementerios", pues por tal debe entenderse el "lugar donde se entierran los
muertos", máxime si tal sepultamiento tiene carácter definitivo.
Las dos especies de cementerios "privados" a que hice referencia, hállanse sujetas al poder de
policía del Estado. Sobre los primeros, los de asociaciones civiles, el poder de policía se ejerce
en forma amplia e intensa, pues el titular de tal cementerio presta, al fin de cuentas, un servicio
público, el de inhumaciones, por lo que el contralor estatal comprende todo lo atinente a la policía
mortuoria o funeraria.
Sobre la segunda especie de cementerios, el poder de policía se ejerce con menor amplitud e
intensidad, estando prácticamente limitado a la previa comprobación de la muerte y de su causa,
requisitos comprensibles, pues tienden a descartar las posibilidades de delitos.
Sepulturas
Los cementerios tienen por objeto el sepultamiento o inhumación de cadáveres humanos. De ahí
la existencia de sepulturas.
Hay cuatro clases de "sepulturas": en osario o fosa común; en nichos; en tierra; en sepulcros
(bóvedas, panteones o mausoleos).
1) El osario o fosa común: es un lugar colectivo de inhumaciones. Dadas sus características o
modalidades, jurídicamente traduce un uso "común" del dominio público. Siendo así, como
prerrogativa individual sólo representa un "interés simple".
2) La inhumación en "nicho": es individual y para persona determinada. En un mismo nicho sólo
se sepulta a una persona que se individualiza. Jurídicamente, la inhumación en nicho constituye
un uso "especial" del dominio público, otorgado mediante concesión. Considerada como
prerrogativa individual, este tipo de inhumación se concreta en un "derecho subjetivo", lo mismo
corresponde decir del sepultamiento individual efectuado en la tierra misma.
3) El "sepulcro" (bóveda, panteón, mausoleo): constituye un lugar colectivo de inhumación.
Traduce un uso "especial" del dominio público, otorgado mediante concesión. Como prerrogativa
del individuo, este tipo de inhumación genera para su titular un "derecho subjetivo".
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Lo atinente a los enterramientos en la fosa u osario común, en nichos y directamente en la tierra,
una vez aclarada su condición legal, no ofrece problemas jurídicos.
En cambio, los "sepulcros" (bóvedas, panteones, mausoleos) plantean graves problemas de
orden legal, bastando recordar que uno de estos problemas consiste en determinar si los terceros
pueden o no adquirir los sepulcros por prescripción.
Algunos autores creyeron resolver esta cuestión sosteniendo que los sepulcros constituyen una
propiedad "sui generis”. Pero otros escritores sostienen que los derechos del titular de un
sepulcro constituyen un bien de derecho civil, una propiedad común sobre el sepulcro.
Marienhoff disiente con tal criterio: los sepulcros no son bienes de derecho civil, como se
pretende.
El derecho emergente de una concesión de uso sobre una dependencia dominical, era un
derecho "público", exclusivamente regido por el derecho público, no por el derecho privado. Las
obras o instalaciones realizadas por el concesionario en la dependencia dominical, para poner en
ejercicio su derecho de uso, si bien constituían una propiedad del mismo, ella hallábase "regida"
por el derecho público, administrativo en la especie.
Pero tales construcciones o instalaciones, aunque le pertenezcan al concesionario, no son bienes
de naturaleza "civil"; lo contrario implicaría afirmar que los derechos emergentes de una
concesión de uso, son derechos "privados", lo que es inexacto, pues trátase de derechos
subjetivos "públicos", con todas sus características y consecuencias derivadas de la concesión de
que proceden.
Los sepulcros (bóvedas, panteones, mausoleos) no son otra cosa que obras realizadas por el
concesionario para poner en ejercicio el derecho de sepultura que le fue concedido.
La solución de cualquier problema que se suscite respecto de los sepulcros, ha de buscarse a
través de las normas y principios del Derecho Administrativo, no a través de las normas o
principios de derecho civil.
Como expresión del derecho de uso nacido de la concesión, constituyen un derecho real
administrativo. Ello es así: 1º) porque los sepulcros, como dije, no son otra cosa que la expresión
material y concreta del derecho de uso concedido sobre un bien del dominio público: cementerio;
sin el sepulcro, el uso de referencia no puede efectuarse. Tal derecho de uso implica un derecho
público subjetivo;
2º) porque los sepulcros, con el resto del cementerio (nichos, fosa común, accesos, jardines,
etc.), integran un todo, una universalidad, participando así de la misma condición legal que el
"todo" de que forman parte .
El Estado puede disponer que un cementerio sea trasladado a otro lugar; puede disponer,
asimismo, la desafectación de un cementerio.
¿Puede transferirse o enajenarse el derecho de sepultura?
-Las sepulturas en fosas u osarios comunes, en nichos y en la tierra misma, excluyen toda
posibilidad de transferencia o enajenación. Las realizadas en la fosa u osario común, no
constituyendo "derecho" alguno, sino un mero "interés simple", no pueden enajenarse; no es
posible transferir lo que no se tiene. Las efectuadas en nichos o en la tierra misma tampoco
pueden ser objeto de transferencia o enajenación, pues ambos tipos de sepultura, si bien se
realizan sobre la base de una concesión, ésta se otorga para inhumar personas "determinadas",
"individualizadas".
-En cambio, las sepulturas realizadas en "sepulcros" (bóvedas, panteones o mausoleos) plantean
serios problemas en lo atinente a su enajenación o transferencia. ¿Pueden transferirse o
enajenarse los sepulcros?
En la actualidad, la relativa inalienabilidad de los "sepulcros", no deriva, como en el antiguo
derecho, de su carácter de cosa "religiosa", sino del régimen de derecho público a que hállanse
sometidos (régimen de la dominicalidad). Los "sepulcros" constituyen una propiedad del
concesionario, "regida" por el derecho público.
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Por lo tanto, para determinar si los "sepulcros" son o no transferibles o enajenables, es necesario
establecer si en el texto de la concesión, o en el derecho positivo de la época de su otorgamiento,
existe o no alguna prohibición o limitación al respecto.
Si no existe limitación o prohibición alguna, y la concesión no se hubiere otorgado "intuitu
personae", la transferencia o enajenación es procedente.
Si el texto de la concesión o el derecho vigente en la fecha de su otorgamiento, prohíben la
transferencia o enajenación, ésta no podrá efectuarse: en primer término, porque nadie puede
transmitir lo que está vedado enajenar; en segundo término, porque, como ya lo expresé en el
número 1881, la naturaleza publicística del derecho emergente de una concesión de sepultura,
sigue caracterizando y dándole color y substancia al "derecho" de sepultura aun respecto de
"terceros".
Es posible que el texto de la concesión, o las normas legales vigentes al momento de su
otorgamiento, sólo autoricen la transferencia del sepulcro por vía de sucesión hereditaria. En tal
caso habrá que atenerse a esa disposición, cuya eficacia y obligatoriedad resultan obvias.
Dado el "fin" a que responde el sepulcro, paréceme evidente que tal transmisión favorece a todos
los parientes en grado sucesible, como también al legatario "universal". Pero tratándose de un
legatario universal, no pariente del titular del sepulcro, para que la transmisión sea procedente, el
legado debe contener el "cargo" de que el beneficiario custodie y mantenga en ese sepulcro los
cadáveres existentes en él al tiempo de la muerte del testador; de no ser así, el "fin" a que
responde el sepulcro quedaría desvirtuado.
¿Qué cadáveres pueden ser depositados por el concesionario en el sepulcro (bóveda, panteón,
mausoleo)? ¿Qué personas pueden ser inhumadas en éste?
Podrá depositar o inhumar en el sepulcro todos los cadáveres de parientes en grado sucesible,
suyos y de su cónyuge. Los parientes no comprendidos en grados sucesibles, no integran el
ámbito jurídico legal del titular del sepulcro. Los cadáveres de otras personas, si así lo deseare el
titular del sepulcro, podrán igualmente depositarse o inhumase en éste, pero con la previa y
expresa conformidad o autorización de la Administración Pública concedente. El "derecho" del
titular del sepulcro se limita o circunscribe a su esfera jurídicolegal .
En los sepulcros pertenecientes a colectividades o entidades, podrán efectuarse los
enterramientos o inhumaciones autorizados por la respectiva concesión, leyes atinentes a ella y,
eventualmente, por sus estatutos.
Un sepulcro puede pertenecerles a dos o más personas, ya sea porque éstas lo hayan heredado
o lo hayan adquirido por otro título (verbigracia, "compra") en forma conjunta.
Esa "comunidad" entre los titulares del sepulcro plantea el interrogante acerca de su
"divisibilidad" o "indivisibilidad". ¿Son susceptibles de ser divididos los sepulcros de sujeto
múltiple, es decir cuyos titulares son dos o más personas?
En materia de sepulcros se ha establecido, por principio, su indivisión forzosa. Ésta no surge
expresamente del Código Civil, ni de ley alguna; es obra de la jurisprudencia.
Si bien la jurisprudencia sentó, como principio, la indivisión forzosa de los sepulcros, tal solución
no tiene carácter absoluto; los tribunales reconocen las siguientes excepciones:
a) Cuando el sepulcro está totalmente desocupado.
b) Cuando hay conformidad de todos los herederos.
c) Cuando el sepulcro es susceptible de división material, sin desmedro de su valor ni de su
estructura arquitectónica.
d) Cuando no se trata de un sepulcro que por sucesión pasa a dos o más herederos, vale decir,
cuando la comunidad no resulta de herencia. Como fundamento de esto se dijo que, en este
caso, "no había que respetar la voluntad del causante o fundador".
Duración
En materia de concesiones para sepultura expresé que el sistema de la "perpetuidad" es el que
más se aviene con la finalidad a que responden.
La "perpetuidad" se impone con relación a todo tipo de sepultura, ya se trate de inhumaciones en
"fosa" o en "nichos", y no sólo en sepulcros. Todos los enterramientos merecen el mismo amparo.
Universalidades Públicas
Concepto: No sólo las cosas inmuebles o las muebles, aislada o separadamente consideradas,
pueden integrar el dominio público, sino también consideradas en su conjunto, formando un todo,
siempre que ese complejo de cosas pertenezca a un mismo sujeto y se halle destinado a un fin
único.
1º) Porque el carácter de cosa "pública" asignado a las universalidades, tiene por objeto
colocarlas bajo un régimen jurídico especial. Resultaría inconcebible que las unidades que las
integran, estén sometidas al régimen del derecho privado, que no permite una tutela o protección
tan adecuada y enérgica del respectivo bien.
2º) Porque no se concibe que el todo tenga una condición legal diferente a la de las partes que lo
integran.
También pertenecen al dominio público, además de la universalidad en sí, no sólo los elementos
"esenciales" que la integran (por ejemplo: libros de una biblioteca, cuadros de un museo,
documentos de un archivo), sino los elementos "accesorios" que contribuyen o permiten la
existencia y funcionamiento de la universalidad; verbigracia: tratándose de bibliotecas y archivos,
los armarios y estantes "especiales", como también los ficheros.
Contenido
Las universalidades públicas pueden hallarse constituidas exclusivamente por "muebles", o por
muebles e inmuebles.
A veces la universalidad comprende únicamente "muebles", como ocurriría en el caso de una
biblioteca pública instalada en el edificio de un particular, alquilado por el Estado.
Otras veces la universalidad se compone de "inmuebles" y de "muebles", como ocurriría en el
supuesto de una biblioteca pública instalada en un edificio perteneciente al Estado.
Las cosas integrantes de las universalidades adquieren carácter dominical con su "afectación" al
uso público, lo cual se produce cuando en forma efectiva y actual aparecen destinadas a dicho
uso. Es el uso efectivo y actual el que define la afectación y el que permite imprimirle carácter
dominical a la cosa.
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Las cosas constitutivas de las universalidades pierden su carácter dominical mediante su
"desafectación", que se produce con su retiro del uso público. Tal desafectación ha de operarse
en la forma establecida por la ciencia jurídica, que en la práctica varía o puede variar según la
índole del bien de que se trate, tal como también varía la forma de hacer efectiva la "afectación"
de tales bienes, de acuerdo con la índole de éstos.
2º) Los afectados al servicio de ferrocarriles (material rodante, vías férreas, edificios destinados al
servicio, estaciones, galpones, etc.).
3º) Los afectados al transporte de pasajeros mediante ómnibus, tranvías, trolebuses, etcétera
(material rodante, edificios destinados al servicio, estaciones, galpones, vías de hierro, etc.).
4º) Los afectados a líneas aéreas de transporte (aviones, campos de aterrizaje, cobertizos,
edificios destinados al servicio, etc.).
5º) Los jardines zoológicos (inmuebles en que se hallan implantados, animales, etc.).
El conjunto de cada uno de tales bienes, considerados éstos como integrantes del respectivo
complejo destinado al cumplimiento de un fin, constituye una universalidad pública: los bienes
integrantes de cada complejo forman un solo todo.
Edificios
En nuestro derecho, para resolver lo atinente a la condición legal de los edificios del Estado,
debe prescindirse de toda consideración que no se base en el criterio de la "afectación" del
edificio al uso público, al servicio público o a la utilidad o comodidad común. El carácter público
durará mientras se mantenga la afectación del edificio a cualquiera de esos fines, tal como
resulta del artículo 2340 , inciso 7º in fine, del Código Civil. Desafectado el edificio, va de suyo
que, por aplicación de los principios generales, pierde su carácter dominical y se convierte en
cosa "privada".
Desde luego, deben excluirse del dominio público los edificios de propiedad de personas
particulares o privadas, sean éstas individuales o jurídicas, donde funcionen reparticiones o
dependencias públicas, pues respecto a tales edificios falta el elemento "subjetivo" de la
dominicalidad.
En cambio, los edificios obras "construidos para utilidad o comodidad común", pertenecen al
dominio público del Estado.
En la expresada norma no sólo quedan comprendidos los edificios afectados al uso público
directo o inmediato, sino también al "indirecto" o "mediato", vale decir, quedan incluidos los
afectados no sólo al "servicio público", sino también a la "utilidad o comodidad común", fórmula
ésta aún más lata y comprensiva que la de "servicio público".
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En particular, se considera que integran el dominio público los edificios ocupados por las
siguientes dependencias, que menciono a título de ejemplos:
a) Casas de Gobierno.
b) Parlamentos (congresos, legislaturas).
c) Ministerios.
d) Tribunales.
e) Escuelas, colegios y Facultades.
Los edificios ocupados por teatros, casinos e hipódromos del Estado ¿constituyen dependencias
dominicales?
En caso afirmativo, dichos edificios pertenecerían al dominio público, porque hallaríanse
afectados al uso público indirecto; en caso negativo, no constituirían dependencias dominicales,
por cuanto la gestión teatral, la del casino y la del hipódromo sólo constituirían una "profesión"
como cualquier otra.
En nuestro derecho, para resolver lo atinente a la condición legal de los edificios ocupados por
teatros, casinos e hipódromos estatales, no es menester indagar si tales actividades constituyen
o no un servicio público, para luego, en caso afirmativo, pronunciarse a favor de la dominicalidad
de esos edificios. Frente al texto del artículo 2340 , inciso 7º in fine, del Código Civil, que incluye
en el dominio público a toda obra construida para "utilidad o comodidad común", el carácter
dominical de dichos edificios no es dudoso.
Los monumentos no son "edificios", ciertamente; pero a igual que éstos son especies dentro del
género "obras". Por esto quedan comprendidos en el artículo 2340 , inciso 7º in fine, del Código
Civil, constituyendo cosas dominicales (1248) . Los "monumentos" son obras del hombre, obras
artificiales y en modo alguno obras naturales; por eso es impropio y equivocado hablar de
"monumentos de la naturaleza" o de "monumentos naturales".
Los monumentos satisfacen el requisito de "utilidad" a que hace referencia dicho texto: es útil
para las generaciones presentes y futuras el recuerdo permanente de hechos que honran a la
ciudadanía.
El uso público a que están destinados los monumentos consiste en la facultad de todos los
habitantes para contemplarlos o admirarlos. Trátase de un uso "común".
Como todos los bienes públicos, las aguas son públicas por su afectación y no por su naturaleza.
Mares
Los mares son masas de agua salada que rodean los continentes. Existen mares interiores, que
son aquellos que se encuentran dentro de los límites de un Estado y que no tienen comunicación
visible con el Océano. Por mar se entiende las aguas que lo componen, más el lecho marino y las
costas (o playas).
El mar se divide en:
1) Mar territorial. Es la parte del mar adyacente más próximo a la costa y que pertenece a la
soberanía del Estado ribereño. Los derechos que ejerce el Estado ribereño (pesca,
dragado, exploración, etc.) tienen su justificativo en las necesidades de seguridad y
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defensa, por razones de policía de la navegación y de vigilancia aduanera; por motivos de
orden económico, etc.
Su dominio pertenece a las provincias ribereñas (Buenos Aires, Río Negro, Chubut, Santa
Cruz y Tierra del Fuego). Tal dominio está gravado con una servidumbre de navegación
internacional y la extensión de dicho mar es de 12 millas (cada milla náutica equivale a
1,852 km).
(Fuente: Apunte verificado + Diez)
En cuanto a la jurisdicción en el mar territorial: El inciso 1º del artículo 2340 del Código
Civil incluye entre los bienes públicos a “los mares territoriales hasta la distancia que
determine la legislación especial, independientemente del poder jurisdiccional sobre la
zona contigua” y la Ley 18.502 dispone que las provincias con litoral marítimo ejercen
jurisdicción dentro del mar territorial, frente a sus costas, hasta una distancia de tres millas.
A partir de esa distancia, hasta arribar a las 200 millas de soberanía argentina, la
jurisdicción es exclusivamente del Estado Nacional.
Muchas veces la compleja trama llega al nivel constitucional local, por caso el artículo 81
de la Constitución de Tierra del Fuego en tanto establece que “son del dominio exclusivo,
inalienable e imprescriptible de la provincia el espacio aéreo, los recursos naturales,
superficiales y subyacentes, renovables y no renovables y los contenidos en el mar
adyacente y su lecho, extendiendo su jurisdicción en materia de explotación económica
hasta donde la República ejerce su jurisdicción, inclusive los que hasta la fecha fueren
administrados y regulados por el Estado Nacional” . La Corte Suprema de Justicia de la
Nación ha entendido que esta norma, en tanto se considere comprensiva de los
yacimientos submarinos de hidrocarburos, contradice lo prevenido en los artículos 75 inc.
15 y 126 de la Carta Magna que imponen la vigencia y validez de la Ley 18.502 de la cual
el Tribunal deduce el principio de jurisdicción exclusivamente federal en el mar adyacente
a partir de las 3 millas marinas, excepto en cuanto respecta a la actividad pesquera
asignada a las provincias en toda esa extensión por la Ley 24.922 (1997) .
La solución se nos antoja contraria al régimen federal diseñado en la Constitución
Nacional. Consideramos indudable que el mar territorial, es decir el mar adyacente a las
costas, pertenece al dominio público de las provincias ribereñas en toda la extensión en
que se reconoce internacionalmente la soberanía de nuestro país. Por añadidura todas las
riquezas naturales allí ubicadas, incluyendo los yacimientos de hidrocarburos, pertenecen
en propiedad a los Estados locales (arts. 121 y 124 in fine); sobre todo a partir de la
sanción de la Ley 24.145 (1992), que terminó con la inconstitucional confiscación
instrumentada mediante la vieja Ley de Hidrocarburos 17.319, cuyo art. 1º reza:
“Transfiérese el dominio público de los yacimientos de hidrocarburos del Estado Nacional a
las provincias en cuyos territorios se encuentren, incluyendo los situados en el mar
adyacente a sus costas hasta una distancia de 12 millas marinas...”.
Por aplicación de los principios generales que venimos señalando, en especial el principio
de reserva del artículo 121 de la Constitución Nacional, entendemos que el régimen del
mar territorial debe ser el siguiente: 1º) su dominio pertenece a las provincias costeras
(Buenos Aires, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego); 2º) la jurisdicción
nacional debe considerarse limitada a todo lo atinente a la defensa de nuestra soberanía y
a la navegación interprovincial e internacional (art. 75 inc. 13) y 3º) la regulación, control y
sanción de actividades no vinculadas con la navegación compete exclusivamente a las
provincias.
(Fuente: Dominio y jurisdicción/ Botassi)
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2) Mar jurisdiccional o zona contigua. aquí el Estado no tiene ningún derecho de dominio y
solo ejerce funciones de policía en el interés superior de la conservación, seguridad y
defensa del mismo. Se extiende hasta una distancia de 24 millas desde la línea de base.
3) Zona económica exclusiva. Se fijan 200 millas desde la línea de base.
4) Mar libre o internacional. Esta zona es “res communis” indivisa, y pertenece a los Estados
de manera conjunta.
(Fuente: Apunte verificado + Diez)
Playas.
La ley 17.711 considera como bienes públicos las playas del mar y las riberas internas de los
ríos, entendiéndose por tales la extensión de tierra que las aguas bañan o desocupan durante las
altas mareas normales o las crecidas ordinarias. (Art. 2340, inc. 4).
La denominada servidumbre de ribera que permite la sirga (arrastrar con una soga la
embarcación) no se aplica a las costas marítimas, así lo entendieron la doctrina en general y la
CSJN.
En cuanto a los aluviones (acrecimiento de tierras que se forman insensiblemente por efecto de
las corrientes), se entiende que forman parte de las playas porque forman el complemento
necesario para que éstas desempeñen adecuadamente su misión de bienes destinados a fines
de utilidad común o comodidad general.
Ríos.
El río es un curso natural de agua más o menos considerable, de caudal perenne (continuo,
incesante). Esta definición nos permite distinguir al río del canal (éste no es natural); el hecho de
ser más o menos considerable lo distingue del arroyo; la condición de perennidad lo distingue del
torrente.
(Fuente: apunte verificado)
Ríos navegables interprovinciales: El régimen jurídico de estos bienes queda afectado por la
llamada “cláusula del comercio” del artículo 75 inc. 13. Para unificar la legislación sobre
navegación, coordinar su uso y evitar situaciones conflictivas entre las provincias atravesadas por
el río, el constituyente asignó el poder jurisdiccional a la Nación. Cada provincia es condómina o
copropietaria del río en su totalidad pero la jurisdicción –en materia de navegación- corresponde
al Poder Central.
Reconocido que el comercio fluvial interprovincial o internacional es el fundamento de la potestad
regulatoria y de contralor federal resulta claro que el Congreso Nacional podrá regular lo atinente
al transporte de mercaderías y personas pero no podrá avanzar sobre otros aprovechamientos de
los ríos cuya jurisdicción queda reservada a las provincias titulares del dominio, como por ejemplo
todo lo relativo a los usos agropecuarios (riego) e industriales (extracción de agua y vertido de
desechos), pesca deportiva, aprovechamiento de la flora y fauna. La policía de la navegación
(internacional e interprovincial) corresponde a la Nación mientras que la policía ambiental,
corresponde a los Estados locales con la particularidad introducida por la reforma constitucional
de 1994 que otorga al Estado Central la potestad de fijar los niveles, estandares o “presupuestos
mínimos de protección” de la calidad de las aguas (art. 41 C.N.) .
En el caso examinado, el dato determinante de la jurisdicción Federal es la condición
interprovincial y navegable del río. Si el curso de agua interprovincial no es navegable el dominio
y la jurisdicción se confunden y corresponden a las provincias que atraviesa. Si el río es
navegable pero nace y muere dentro de un mismo estado local, el dominio y la jurisdicción
corresponden a dicha provincia.
(Fuente: Dominio y jurisdicción / Botassi)
Lagos
Los lagos constituyen aguas dormidas, vale decir acumulaciones de aguas que no tienen curso o
por lo menos no lo tienen en forma aparente. Su circulación es imperceptible. No obstante, estas
aguas dormidas tienen ciertos movimientos originados sea por las corrientes exteriores o
subterráneas que las alimentan, sea por las vías exteriores o subterráneas de salida o descarga.
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El Código Civil admite la existencia de lagos y lagunas pero emplea el término lago como
comprensivo de ambos (2340, inc.5 y 2349).
Las acumulaciones artificiales de agua (represas o estanques) pertenecen al dominio privado,
salvo que se hallen en lugares públicos.
- Lagos navegables: están comprendidos en el dominio público todos aquellos lagos que
fueran navegables en una parte de los mismos. Pero no se entenderán como lagos
navegables aquellos en los cuales solamente fuera posible el transporte por flotación.
- Lagos no navegables: el uso y goce de los lagos que no son navegables pertenece a los
propietarios ribereños. Nuestro codificador suprime la palabra propiedad, quedando a los
ribereños únicamente el uso y goce. Estos lagos son, pues, bienes del dominio público.
Por un lado están afectados, de acuerdo con lo que establece el Código, al uso y goce de
los ribereños, y por el otro son bienes públicos que se destinan al uti universi de los
habitantes y por ello el Estado puede usarlos por sí o por concesionario. Aquél uso y goce
se entiende que debe ser “doméstico”, y como el lago no navegable es un bien de dominio
público, la autoridad competente puede dictar los reglamentos necesarios para que esos
usos no se entorpezcan y se ejerzan de manera racional.
Entonces, en el derecho público argentino, dejando a salvo todos los lagos formados dentro
de los límites de una heredad, el resto son lagos públicos.
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C) Dominio público aéreo
El estudio de esta materia corresponde al derecho privado y al derecho público. Dentro de este
último, al derecho internacional público, al de la navegación aérea y al Derecho Administrativo.
Corresponde al derecho privado, civil, todo lo atinente a los derechos que puedan pertenecerle al
superficiario sobre el espacio aéreo que cubre su inmueble.
Al derecho internacional público le corresponde todo lo atinente a los diversos usos del espacio
aéreo por los Estados, pues el uso que haga un Estado interfiere o puede interferir en otro
Estado; la solución de esto da lugar a la celebración de tratados internacionales. Al derecho de la
navegación aérea le interesa, en particular, todo lo relacionado con el uso del espacio por la
aeronavegación. Al Derecho Administrativo, dada la condición jurídica del espacio aéreo, le
incumbe todo lo atinente al uso de dicho espacio en el interior del Estado, ya se trate de un uso
realizado por el Estado mismo, o por los administrados, mediante permisos o concesiones.
Para los fines que se contemplan en la presente obra, por "espacio aéreo" ha de entenderse el
que se extiende en líneas perpendiculares sobre el territorio terrestre y acuático del Estado
subyacente.
No cabe confundir el aire con el espacio aéreo.
No obstante, sería un grave error creer que el aire, para todo tipo de relaciones, constituye una
"res communis omnium". Igual error se cometería si se creyera que el "agua" pertenece a todos y
que nadie puede apropiársela en forma exclusiva. Así como el "agua" pertenece a todos los
hombres "res communis" al único y sólo efecto de que apaguen su propia sed, utilizándola como
producto natural indispensable y fundamental para la vida, así también el aire pertenece a todos
los hombres, en calidad de "res communis", al solo y único efecto de que éstos lo aspiren y
satisfagan una necesidad vital impostergable. Para todos los demás efectos el aire no constituye
una "res communis", sino un bien dominical o público, siguiendo así la condición jurídica del
espacio que lo contiene. Por eso, con exclusión del aire necesario para la vida humana "res
communis omnium", todo el contenido del espacio aéreo sigue la condición jurídica de éste:
dependencia del dominio público, siendo su uso regulable por el Estado tal como acaece con
cualquier otro bien perteneciente al dominio público.
Al referirse al espacio aéreo del Estado, los autores suelen confundir los conceptos de
"soberanía" y de "dominio público”.
"Dominio público" y "soberanía" son conceptos distintos. La soberanía es una potestas que se
ejerce sobre todo los bienes que integran el Estado o pertenezcan a éste, ya se trate del dominio
público o privado del mismo, o de la propiedad de los particulares o administrados. En cambio, el
dominio público es un conjunto de bienes sometido a un régimen jurídico especial, distinto del
que rige los bienes del dominio privado.
De manera que constituye un error referirse a la "soberanía" cuando lo que se quiere es
establecer la condición legal del espacio aéreo.
¿Cuáles son los derechos del Estado sobre su dominio público aéreo?
Esos derechos son de dos órdenes:
a) Los que derivan de la calidad dominical del espacio aéreo. Entre tales derechos figura el de
reglar el uso del espacio aéreo. Estas potestades se vinculan al derecho interno del Estado.
b) Los que derivan de la soberanía. En este sentido el Estado puede estatuir acerca del uso del
espacio aéreo por personas de otras nacionalidades, domiciliadas fuera del país, o por Estados
extranjeros
En la provincia de Buenos Aires, el decreto ley 9533/80 fija el marco legal de los inmuebles
considerados como bienes privados de la Provincia y de las Municipalidades.
ARTICULO 2°.- Constituyen bienes del dominio municipal las reservas fiscales de uso público
que se hubieren cedido a la Provincia en cumplimiento de normas sobre fraccionamiento y
creación de pueblos como también las que se constituyan para equipamiento comunitario de
acuerdo a la Ley 8912.
ARTICULO 3°.- En los supuestos de cesiones futuras a las Municipalidades por aplicación de la
Ley 8912 y normas complementarias, la aceptación de las mismas se entenderá completada al
aprobarse el plano respectivo por los organismos competentes.
ARTICULO 4°.- Constituyen asimismo bienes municipales los inmuebles pertenecientes al Estado
por dominio eminente o vacancia, de acuerdo al artículo 2342, incisos 1 y 3 (primera parte) del
Código Civil, y los excedentes o sobrantes cuyo carácter fiscal subsiste de acuerdo a lo
establecido en la presente Ley.
ARTICULO 5°.- El Poder Ejecutivo queda facultado para disponer la transferencia de otros bienes
incorporados o a incorporarse al dominio fiscal por causas análogas a las previstas en los
artículos precedentes, y cuya utilización no fuere necesaria para el cumplimiento de finalidades
propias de la Provincia.
ARTICULO 7°.- Las Municipalidades deberán disponer la venta de todos aquellos inmuebles de
su dominio privado que no fueren necesarios para el cumplimiento de fines estatales.
Las reservas fiscales cedidas al Estado en cumplimiento de normas sobre fraccionamiento sólo
podrán ser enajenadas en caso de justificarse la imposibilidad o inconveniencia de asignarles el
destino previsto u otro compatible. En el supuesto de disponerse su venta, los fondos que se
obtengan deberán aplicarse prioritariamente a la adquisición de fracciones destinadas a obras o
servicios de equipamiento comunitario o para espacios libres o verdes públicos.
ARTICULO 8°.- A los efectos de la venta y concesión de uso de inmuebles las Municipalidades
se regirán por las disposiciones contenidas en los Capítulos III y IV del Título II de la presente
Ley.
ARTICULO 9°.- Los inmuebles del dominio público municipal podrán desafectarse cuando así
corresponda y resulte más conveniente a los intereses de la comunidad, y con observancia de las
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limitaciones que resulten de la Ley de Ordenamiento Territorial y Uso del Suelo u otras leyes
específicas.
ARTICULO 10°.- Las Municipalidades cederán sin cargo al Estado provincial las reservas de uso
público que les sean requeridas para equipamiento comunitario.
TITULO II
INMUEBLES PROVINCIALES
CAPITULO I
Ámbito material y funcional de aplicación
ARTICULO 17°.- El presente título se aplicará a los inmuebles de propiedad del Estado
Provincial, quedando excluidos los provenientes de sucesiones vacantes, que se regularán según
lo dispuesto por las leyes específicas y Orgánica de la Fiscalía de Estado.
ARTICULO 18°.- El Ministerio de Economía será la autoridad de aplicación de las normas del
presente título, correspondiéndole determinar la existencia de los bienes comprendidos en tales
normas.
CAPITULO II
Desafectación del dominio público
ARTICULO 19°.- La desafectación de inmuebles del dominio público, cuando corresponda, será
dispuesta por el Poder Ejecutivo, por excepción y a los efectos de su venta según el régimen
previsto en los artículos siguientes, la desafectación podrá efectuarla directamente el organismo
de aplicación.
CAPITULO III
Régimen de ventas
ARTICULO 20°.- Los inmuebles incorporados al dominio privado provincial podrán ser
enajenados por el
organismo de aplicación, en la forma y condiciones que seguidamente se dispone, salvo que se
encuentren afectados a un uso o destino específico.
ARTICULO 21°.- La venta se efectuará en pública subasta o en forma directa en los casos
taxativamente permitidos, pudiendo delegarse su ejecución en los organismos y entidades que
seguidamente se indican, los que actuarán por cuenta y orden del Estado provincial:
a) Municipalidades.
b) Banco de la Provincia de Buenos Aires.
c) Otras instituciones bancarias oficiales.
ARTICULO 22°.- Las subastas se realizarán con arreglo a las siguientes normas:
a) El remate se efectuará, preferentemente, en el lugar en que se encuentre ubicado el inmueble
y estará a cargo de un martillero perteneciente a un organismo oficial o que se designe por sorteo
en acto público de la lista de postulantes que se presenten.
b) Publicitar la subasta por lo menos durante tres (3) días en un diario de los de mayor circulación
en el lugar donde se ubica el inmueble, y por los demás medios que en su caso la autoridad de
aplicación establezca especialmente.
c) En el momento de la subasta y al firmar el respectivo boleto, el comprador deberá abonar no
menos de diez (10) por ciento del precio de venta, más la comisión correspondiente al martillero y
los impuestos al acto que fueran pertinentes. La posesión se entregará simultáneamente con el
otorgamiento de la escritura pública traslativa de dominio, salvo que el adquirente opte por
abonar íntegramente el precio antes de la escrituración.
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e) En todos los casos, las ventas se efectuarán condicionadas a su posterior aprobación por la
autoridad de aplicación.
ARTICULO 25°.- Podrá efectuarse la enajenación en forma directa, con exclusión del régimen de
subasta pública y previa determinación del estado ocupacional, cuando:
a) El adquirente sea el Estado Nacional, las Provincias o las Municipalidades.
b) Lo soliciten instituciones de bien público con personería jurídica.
c) Se trate de fracciones fiscales, de cualquier origen, que resulten inadecuadas por sus
características para su utilización independiente y solicite la compra un propietario lindero.
Cuando fueren varios los propietarios linderos interesados, la venta se realizará mediante
licitación privada entre ellos.
d) Lo requieran ocupantes que acrediten fehacientemente la erección de mejoras o
construcciones permanentes con una antelación de tres (3) años a la fecha de la petición.
ARTICULO 26°.- A los efectos de disponer las ventas se realizarán en todos los casos tasaciones
especiales por la autoridad de aplicación o por alguno de los organismos o instituciones indicados
en el artículo 21.
En el supuesto de subasta pública, la base de la misma no podrá ser inferior a los dos tercios
(2/3) de la tasación realizada.
La autoridad de aplicación podrá por excepción ajustar fundadamente en más o en menos la
base que resulte según las condiciones de plaza.
CAPITULO IV
Concesión de uso
ARTICULO 28°.- La concesión de uso, o cualquier otra modalidad administrativa que acuerde la
tenencia de bienes del dominio privado del Estado, se regirá por las siguientes disposiciones:
a) La tenencia será siempre precaria y como consecuencia el acto revocable en cualquier tiempo
por decisión de la autoridad competente.
b) El término de la tenencia no podrá exceder de cinco (5) años.
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c) El canon anual a cuyo pago estará obligado el tenedor se fijará en el acto administrativo
respectivo y no podrá ser inferior al diez (10) por ciento de la valuación fiscal vigente en cada uno
de los años de concesión.
Toda ocupación ilegítima, sin perjuicio de otras acciones que correspondan al Estado, queda
comprendida en las disposiciones de esta Ley.
ARTICULO 29°.- Los incisos b) y c) del artículo anterior de la presente no serán de aplicación
cuando mediare licitación, salvo que expresamente se estableciere lo contrario en el pliego
respectivo.
El mismo criterio podrá observarse cuando se trate de inmuebles que, por su naturaleza especial
o uso al que serán destinados, se justifique exceptuarlos de tales disposiciones. El organismo de
aplicación determinará en cada caso los alcances de las exenciones indicadas.
ARTICULO 30°.- Cuando el interesado en la concesión sea el Estado Nacional, las Provincias o
las Municipalidades, podrán otorgarse permisos a título gratuito.
ARTICULO 35°.- Extinguida la concesión por cualquiera de los supuestos del artículo 32 o
cuando se trate de intrusos de un inmueble del dominio privando, podrá demandarse la
restitución del bien. La acción se sustanciará por el procedimiento establecido en el Código
Procesal Civil y Comercial para el juicio sumarísimo.
El juez podrá ordenar, a título de medida cautelar, la inmediata restitución del bien o la cesación
de toda explotación, siempre que el derecho invocado fuese verosímil y pudieran derivarse
perjuicios de la demora.
Los procesos en trámite en los que no hubiere recaído sentencia firme, serán reconducidos de
oficio por el juez aplicando las normas precedentes.
ARTICULO 37°.- La presente Ley será de aplicación inmediata a todos los ocupantes de
inmuebles fiscales o concesiones vigentes sin otra excepción que la que resulte de concesiones
que por su especial naturaleza o proyección hayan sido reguladas por regímenes normativos
especiales. También se aplicará a las gestiones que se hubieren promovido por la legislación que
se deroga salvo para los períodos de ocupación cuyo canon ya se hubiera abonado.
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ARTICULO 38°.- El Poder Ejecutivo podrá delegar en las Municipalidades la tenencia y
administración de inmuebles fiscales provinciales cuando la ubicación y característica de los
mismos aconseje la medida. En tales casos la respectiva comuna podrá a su vez conceder el uso
de los inmuebles a terceros con sujeción a las disposiciones de la presente Ley. El canon que se
perciba en esos supuestos ingresará al patrimonio municipal en compensación por la gestión
administrativa.
La transferencia a cada Municipalidad y la consecuente concesión de uso que ella hubiere
dispuesto cesará de inmediato cuando la Provincia requiera los inmuebles.
La delegación de la administración implicará además por parte de la Municipalidad la obligación
de asumir el cuidado y conservación del bien incluyendo las cargas consiguientes.
CAPITULO V
Donaciones
ARTICULO 39°.- Facúltase al Poder Ejecutivo a efectuar donaciones de inmuebles del dominio
privado del Estado provincial en los siguientes casos:
a) Al Estado Nacional, con la imposición de cargo referido al fundamento de la petición, y al que
en cada caso la Provincia estime corresponder. No podrán constituirse en donatarias las
empresas estatales.
b) A las municipalidades cuando la donación contribuya de manera directa o indirecta al mejor
cumplimiento de la competencia que la Constitución, la Ley Orgánica Municipal y leyes
complementarias atribuyan a las comunas. Estas donaciones quedarán perfeccionadas por el
ofrecimiento expreso del donante y la aceptación por parte de la Municipalidad beneficiaria. Será
título suficiente para la inscripción de dominio en el registro de la Propiedad el decreto que
otorgue la donación y la Ordenanza de la Municipalidad que la acepte.
ARTICULO 40°.- Cuando se trate de donaciones al Estado Nacional el Poder Ejecutivo deberá
fijar en el decreto respectivo el destino, uso o afectación del bien donado y el término que se
establezca para la iniciación de las obras programadas y para su ejecución y habilitación.
Vencido cualquiera de los términos por los conceptos aludidos o en su caso las prórrogas que se
hubieren concedido, la donación quedará sin efecto debiéndose operar la reversión del dominio a
la Provincia y sin que el donatario pueda reclamar resarcimiento por las inversiones realizadas.
A falta de mención expresa se interpretará que el plazo para el cumplimiento total del cargo que
es de cinco (5) años, a cuyo vencimiento y en caso de no haberse realizado las obras se
procederá en los términos dispuestos en el párrafo anterior.
Cuando se trate de donaciones a las Municipalidades, será facultativo del Poder Ejecutivo
efectuarlas en los términos precedentes y establecer que, en caso de incumplimiento del cargo
estipulado, incumbirá a la Municipalidad donataria la obligación de proceder a la inmediata venta
del inmueble en cuestión de acuerdo con las normas aplicables.
ARTICULO 207°: Se incorporan al régimen previsto en este título todos los bosques y tierras
forestales que se hallen ubicados dentro de la jurisdicción provincial, ya sean de propiedad
pública o privada.
ARTICULO 208°: El Poder Ejecutivo podrá otorgar concesiones o enajenar los inmuebles del
dominio público o privado del Estado Provincial, previa desafectación en los casos que
corresponda, con destino exclusiva a la creación de masas forestales, en las condiciones y
plazos que la reglamentación establezca. Tendrán prioridad los planes que incluyan fijación y
forestación a lo largo de la costa atlántica.
Autorízase al Poder Ejecutivo a coordinar con autoridades nacionales, provinciales o municipales,
como también con organismos privados, las acciones tendientes a lograr por intermedio de una
adecuada mecánica, la concreción de los objetivos propuestos.
CAPITULO II
CLASIFICACION DE LOS BOSQUES
ARTICULO 210°: Bosque protector es aquél que por su ubicación fuere necesario para proteger
el suelo, caminos, riberas fluviales, orillas de lagos, lagunas, islas, canales, acequias y embalses;
prevenir la erosión de las planicies y terrenos en declive, regular el régimen de las aguas, fijar
médanos y dunas; contrarrestar la acción del viento, agua y otros elementos; asegurar
condiciones de salubridad pública y proteger a determinadas especies de la flora y fauna, cuya
conservación se declare necesaria.
ARTICULO 211°: Bosque permanente es aquél que por su constitución, destino o formación de
su suelo debe mantenerse y en p articular el que forma parques y reservas provinciales o
municipales o se destine a uso público, o el que tuviere especies cuya conservación se considere
necesaria. Se incluyen en esta categoría el arbolado de los caminos y los montes de
embellecimiento anexos.
ARTICULO 212°: Bosque experimental es el que se destina para estudios forestales de especies
indígenas o los artificiales afectados a estudios de acomodación, aclimatación y naturalización de
especies indígenas o exóticas.
ARTICULO 214°: Bosque de producción es aquél natural o artificial del cuál sea pasible extraer
periódicamente, productos o sub-productos forestales de valor económico mediante su
aprovechamiento racional.
CAPITULO V
REGIMEN DE LOS BOSQUES FISCALES
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ARTICULO 225°: Los bosques protectores y permanentes solamente podrán ser sometidos a
explotaciones mejoradoras. La explotación de los bosques de experimentación está condicionada
a los fines de estudio e investigación a que los mismos se encuentren afectados.
ARTICULO 228°: Las concesiones y permisos forestales obligan al titular a realizar la explotación
bajo su directa dependencia y responsabilidad. Son intransferibles, sin previa autorización
administrativa, bajo pena de caducidad.
ARTICULO 229°: Podrá acordarse por adjudicación directa o licitación privada la explotación
forestal en superficies máximas establecidas reglamentariamente cuando se trate de aserraderos
o industrias forestales evolucionadas, radicadas o a radicar en las zonas boscosas.
Las superficies serán determinadas de acuerdo con la capacidad de elaboración y la existencia
de materia prima.
ARTICULO 231°: La explotación de bosques fiscales queda sujeta al pago de un aforo fijo, móvil
o mixto.(…)
ARTICULO 233°: Excepcionalmente podrán acordarse permisos en las condiciones del artículo
230° para la extracción de la leña y madera libre de pago o aforo especial a reparticiones
públicas y entidades de beneficencia de los productos para las necesidades del titular y con
prohibición de comercializarlos.
ARTICULO 234°: Queda prohibida la ocupación de bosques fiscales y el pastoreo en los mismos
sin permiso de la autoridad forestal. Los intrusos serán expulsados por la misma, previo
emplazamiento y con el auxilio de la fuerza pública en caso necesario.
La simple ocupación de bosques o tierras forestales no servirá de título de preferencia para su
concesión.
La caza y la pesca en los bosques fiscales sólo serán permitidas en las épocas reglamentarias,
previa autorización y de acuerdo con lo dispuesto por este código.
Dominio y Jurisdicción
ARTICULO 3°- Son del dominio de las provincias con litoral marítimo y ejercerán esta jurisdicción
para los fines de su exploración, explotación, conservación y administración, a través del marco
federal que se establece en la presente ley, los recursos vivos que poblaren las aguas interiores y
mar territorial argentino adyacente a sus costas, hasta las doce (12) millas marinas medidas
desde las líneas de base que sean reconocidas por la legislación nacional pertinente.
ARTICULO 4°- Son de dominio y jurisdicción exclusivos de la Nación, los recursos vivos marinos
existentes en las aguas de la Zona Económica Exclusiva argentina y en la plataforma continental
argentina a partir de las doce (12) millas indicadas en el artículo anterior.
La República Argentina, en su condición de estado ribereño, podrá adoptar medidas de
conservación en la Zona Económica Exclusiva y en el área adyacente a ella sobre los recursos
transzonales y altamente migratorios, o que pertenezcan a una misma población o a poblaciones
de especies asociadas a las de la Zona Económica Exclusiva argentina.
Caza:
Se aplica el mismo régimen jurídico que el federal de pesca.
Consideraciones Generales
Las minas pertenecen originariamente al Estado. Sin embargo, rara vez el Estado las explota por
sí mismo; en la mayoría de los países, cede esta explotación a los particulares, mediante un
régimen especial de concesiones o de contratos.
Al conceder el Estado una mina, se reserva su dominio directo y cede al particular el dominio útil
(el derecho de explotarla y aprovecharla como dueño). Esta reserva de dominio directo del
Estado no cercena el derecho del concesionario, que tiene todos los caracteres de la propiedad
civil. En efecto, el derecho de explotación de una mina puede ser objeto de toda clase de
transacciones por su titular: puede venderse, hipotecarse, darse en usufructo, etc. Sin embargo,
a diferencia de la propiedad civil, la concesión minera (o sea, el derecho de explotación de una
mina), está sometida a una condición resolutoria, a una constante amenaza de caducidad si el
concesionario no cumple con las condiciones de las leyes.
Si bien el concesionario no es dueño del inmueble-mina, resulta propietario del derecho
inmobiliario que surge de la concesión minera. El Código de Minería reafirma esta asimilación al
disponer en se art. 11 que: “las minas forman una propiedad distinta de la del terreno en que se
encuentran; pero se rigen por los mismos principios que la propiedad común” en cuanto no estén
modificados por ley especial.
Objeto
Las minas y canteras son las cosas del derecho minero, ya que constituyen el principal objeto de
la legislación. Se consideran igualmente cosas, los muebles destinados a la explotación con
carácter de perpetuidad (tales como las maquinarias, aparatos, animales, provisiones, etc.).
Finalmente, son también cosas, los derechos reales que gravan la concesión: la hipoteca y el
usufructo.
¤ Carácter inmobiliario de las minas y sus dependencias legales: las minas son inmuebles
(art. 12). Según la ley civil, las cosas pueden ser inmuebles por su naturaleza, por accesión, por
destino o por su carácter representativo. Las minas son inmuebles por su naturaleza. Se
consideran también inmuebles las cosas destinadas a la explotación con carácter de perpetuidad,
como las construcciones, máquinas, aparatos, instrumentos, los animales y vehículos empleados
en el servicio interior de la pertenencia y las provisiones necesarias para la continuación de los
trabajos que se llevan en la mina, por el tiempo de 120 días (art. 12). Excepto las construcciones
(que deben considerarse inmuebles por accesión física si están adheridas al suelo), los demás
elementos consignados en el art. Deben reputarse inmuebles por destino, ya que por sus
características están afectados al servicio perpetuo de la mina, formando con ella un conjunto
económico cuya indivisibilidad interesa a la ley. Estos inmuebles asimilados se denominan,
también, dependencias legales o pertenencias de la mina.
Inmueble por carácter representativo sería, aunque el CM no lo dice, el instrumento público
donde constare la adquisición de un derecho real sobre la mina, por ej. derecho de usufructo.
Siendo las minas inmuebles, de ello resulta que: pueden gravarse con hipoteca, la cual
comprendería también los accesorios mineros y los inmuebles por destino, aplicándose
concordantemente la ley civil y la de minas.
a) El hecho de poseer dos o más personas un inmueble en común, constituye para la ley civil una
comunidad o condominio, sometido a las prescripciones del Cód. Civil o al convenio de los
interesados. La posesión e común de una mina, en cambio, no constituye para el derecho minero
un condominio sino una compañía especial del ramo, gobernada por las normas que prescribe el
CM al referirse a las minas de compañía (art. 286 y ss.). No hay, por lo tanto, condominio y
existirá siempre compañía, cuando dos o más personas posean en común una mina, aunque no
se haya pactado una sociedad.
En este punto, el derecho de minas se separa del derecho civil, presentando las siguientes
ventajas sobre éste:
1)las compañías de minas pueden durar indefinidamente; los condominios, en cambio, no pueden
pactarse por más de 5 años.
G.A.L - S.M – E.D
2)en las compañías de minas, la mayoría obliga a la minoría (art. 287 CM); en los condominios, el
disidente puede pedir la división de la cosa y liquidar la comunidad.
3)el socio de la compañía de minas, no puede transmitir a otro que no sea socio su carácter de
tal, ni introducir personas extrañas en la sociedad (art. 296); el condómino, en cambio, puede
enajenar a un extraños su parte indivisa.
2) La utilidad pública se establece fuera de ese perímetro probando ante la autoridad minera la
utilidad inmediata que resulta a la explotación (art. 13). Fuera del perímetro de la concesión, no
rige la presunción de la ley y el concesionario debe probar ante la autoridad minera la utilidad
pública de la ocupación de los bienes superficiales. Las minas, a su vez, pueden expropiarse
como los restantes bienes; pero la expropiación deberá tener lugar cuando concurran
circunstancias de un orden superior al privilegio de utilidad pública con que el código califica a la
explotación minera en su art. 13 (por ej. el gobierno decide instalar en ellas una escuela práctica
de mineros). En este sentido, dispone el art. 16 del CM que las minas sólo pueden ser
expropiadas por causa de utilidad pública de un orden superior a la razón del privilegio que les
acuerda el art. 13 CM. El expropiante deberá probar, por lo tanto, que la utilidad pública del
derecho que pretende hacer valer es de un orden superior a la utilidad de la explotación minera,
circunstancia esta que surgirá de la calificación de la ley; y en caso de tratarse de una obra
pública, además, que el terreno es indispensable para su ejecución y que la obra no puede
instalarse cómodamente en otro lugar (art. 167).
c) Indivisibilidad material de minas: es prohibida la división material de las minas, tanto con
relación a sus dueños, como respecto de terceros. Ni los dueños ni terceros pueden explotar una
región o una parte de la mina, independientemente de la explotación general (art. 14). La
prohibición consignada en el art. Es de orden público y un convenio entre los interesados no
podría dejarla sin efecto. Ella rige con todo su imperio cuando la mina se compone de una sola
pertenencia. La única división permitida por la ley es la intelectual o de cuota (art. 286 y ss) que
no afecta la unidad de la explotación, ni le resta campo para que los trabajos mineros se
desarrollen.
El principio de la indivisibilidad de las pertenencias es aplicable aún en los casos en que las
labores puedan conducirse en forma separada, por tratarse de vetas diferentes o de minerales
distintos. La prohibición de dividir materialmente la pertenencia es igualmente aplicable a los
arrendatarios que pretenden explotar, en forma separada, diversos sectores de una concesión.
Sin embargo, la prohibición de dividir materialmente las minas no es general ni absoluta: cuando
las minas consten de dos o más pertenencias, la autoridad permitirá, a solicitud de las partes,
que se haga la separación, siempre que, previo reconocimiento pericial, no resulte perjuicio ni
dificultad para la explotación independiente de cada una de ellas. Las diligencias de separación
se inscribirán en el registro de minas y las nuevas pertenencias quedan sujetas a las
G.A.L - S.M – E.D
prescripciones que rigen las pertenencias ordinarias (art. 15). El caso del art. Puede presentarse
en el supuesto de disolución de un grupo minero (art. 138).
d) Carácter temporario o perpetuo de la concesión minera: Las minas se conceden por tiempo
ilimitado (art. 18). Las minas se conceden hasta el fin de la explotación. La concesión minera a
término no está reconocida en nuestra legislación, salvo en el caso de las concesiones de
hidrocarburos, que se gobiernan por una legislación separada del CM.
Uno de los argumentos que se han invocado contra las concesiones de duración ilimitada es que
los concesionarios, seguros de la inviolabilidad de sus derechos, procuran producir poco y vender
caro.
e) El interés público: la explotación minera es, a la vez, una actividad de utilidad pública y de
interés público. Estos son dos conceptos distintos: la utilidad pública ampara la constitución de
las servidumbres y el derecho de adquisición del suelo; en tanto que el interés público protege el
interés de los consumidores (el interés de que las minas sean explotadas y sea extraída de ellas
la mayor riqueza posible en provecho de la sociedad).
La tutela del interés público, esto es, la protección de la industria consumidora de minerales, está
garantizada en el CM a través del art. 17, cuya normativa dispone: “los trabajos mineros no
pueden ser impedidos ni suspendidos sino cuando lo exija la seguridad pública, la conservación
de las pertenencias y la salud y existencia de los trabajadores”. Ninguna orden administrativa o
judicial podrá impedir o suspender los trabajos, siendo responsable la autoridad de los daños y
perjuicios que la medida ocasione. Ninguna querella entre socios, ni la acción de los acreedores
o de quien se considere con mejor derecho a una concesión minera, pude dar motivo a que se
paralicen las tareas. El deber de la justicia, en estos casos, es designar interventores o veedores
en la explotación, a cargo del interesado, pero nunca impedir o suspender los trabajos. Contra los
actos de turbación o despojo, procede la acción de amparo del concesionario (sea este un
explotador o un explotarte), o las acciones posesorias o interdictos, que deberán ser planteados
ante la autoridad minera o ante autoridades correspondientes.
Concesión minera
Según el art. 10 del Código de Minería , la propiedad particular de las minas se establece
por la concesión legal. El Estado es propietario de las minas; mediante la concesión, cede a los
particulares la explotación. El particular (concesionario), es propietario de la mina y dispone de
ellas como el propietario común: la puede vender, arrendar, hipotecar, ceder, etc. No obstante
esto, el concesionario no es propiamente dueño, lo que posee es un derecho a explotar (derecho
parecido al de propiedad, pero que no es rigurosamente una propiedad civil). El concesionario
explota mientras cumple con las condiciones legales (pago del canon, inversión de capitales,
etc.). Si no cumple, pierde la mina. Se trata de un derecho real que se rige principalmente por las
normas del derecho minero y subsidiariamente por las del derecho civil. La doctrina y legislación
moderna, se inclinan por la temporalidad de las concesiones.
La concesión minera no es igual a la concesión de servicios públicos. El servicio público
puede ser o no concedido a particulares. En cambio, quien descubre una mina tiene el derecho a
que se la concedan, y no puede el Estado aducir ninguna razón para negarla. El particular que
cumple las exigencias del CM, adquiere el derecho a la concesión, la cual no queda librada a la
discrecionalidad estatal. La doctrina moderna se inclina a exigir cierta solvencia técnica y
económica.
La concesión se perfecciona con la aprobación de la mensura de las pertenencias (art. 93);
sin embargo, la ley minera autoriza al descubridor a explotar el yacimiento, aun antes de que se
le conceda (art. 54). Este derecho se basa en el interés del Estado en que la explotación se
comience pronto, para bien común.
Descubridor es quien primero manifiesta haber hallado una mina. Si cumple luego con sus
demás obligaciones (labor legal, mensura), tiene derecho a la concesión; desde el momento de la
concesión, es propietario de la mina (art. 10). Pero, antes de ser concesionario, puede transmitir,
ceder sus derechos de descubridor; el tercero que reciba esos derechos deberá cumplir con los
requisitos legales para llegar a ser concesionario.
A) El artículo 2611 del Código Civil. Consecuencias. Legislación local y competencia judicial.
Las limitaciones a la propiedad privada en interés público son el conjunto de medidas jurídico
legales concebidas para que el derecho de propiedad individual armonice con los
requerimientos del interés público o general, evitando, así, que el mantenimiento de aquel
derecho se convierta en una traba para la satisfacción de los intereses del grupo social.
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Tanto las "limitaciones a la propiedad privada en interés público", como las "medidas de policía
de la propiedad", tienen en miras el "interés público". Se trata de conceptos interdependientes, al
extremo de que no siempre será fácil afirmar si se está en presencia de una "limitación a la
propiedad privada en interés público" o en presencia de una "medida de policía de la propiedad".
Con todo, la "medida de policía" es de mayor amplitud o alcance posibles que la "limitación a la
propiedad privada en interés público", pues la medida de policía no sólo puede referirse al
ejercicio del derecho de "propiedad", sino también al ejercicio de la "libertad" individual.
La doctrina, aun aceptando la obvia vinculación entre ambas, reconoce que la "limitación a la
propiedad privada en interés público" y la "medida de policía de la propiedad", trasuntan
conceptos diferentes.
Alcance conceptual
Al estudiar las limitaciones a la propiedad privada en interés público, el vocablo "limitaciones"
tiene un significado técnico que debe ser respetado.
Vélez Sarsfield, al referirse a estas cuestiones en el Código Civil, empleó la locución
"restricciones y límites" del dominio (Libro Tercero, Título VI, artículo 2611 y siguientes).
Utilizó la voz "restricciones" en lugar del vocablo "limitaciones". Técnicamente, esto no es
aceptable. Como bien se ha dicho, desde el punto de vista idiomático, ambas palabras tienen la
misma acepción: toda restricción a la propiedad privada es una limitación al ejercicio del derecho.
Pero jurídicamente la diferencia tiene importancia conceptual.
En sentido jurídico, las "limitaciones" a la propiedad trasuntan un concepto genérico, dentro del
cual quedan incluidas diversas especies, entre éstas las llamadas "restricciones", las
"servidumbres", la "expropiación", la "ocupación temporánea", las "requisiciones" y el "decomiso".
De modo que la "restricción" es una especie dentro del género "limitaciones".
Desde el punto de vista técnico, la "restricción" administrativa a la propiedad privada es una de
las tantas "limitaciones" posibles a dicha propiedad. En Derecho Administrativo no pueden,
entonces, darse como sinónimas, ni emplearse una en lugar de la otra, las voces "limitaciones" y
"restricciones", por cuanto en este ámbito aquélla es "género" y ésta "especie" de ese género. La
"restricción" es de un contenido "limitado" y específico, en tanto que la "limitación" es de
contenido "amplio" y genérico.
No es posible hablar de "restricciones" y límites al dominio, cuando lo que se desea es referirse a
las "limitaciones" al mismo. En tal supuesto debe hablarse de "limitaciones" a la propiedad
privada en interés público, pues en esa forma quedan comprendidas todas las especies
pertinentes.
Artículo 2611
G.A.L - S.M – E.D
El artículo 2611 del Código Civil establece: "Las restricciones impuestas al dominio privado sólo
en el interés público, son regidas por el derecho administrativo".
Dicho precepto implica, primordialmente, un deslinde de competencias entre las provincias y la
Nación, pues legislar sobre tales restricciones ("limitaciones") es legislar sobre una materia
"administrativa" típica, cuestión extraña al Código Civil y correspondiente, por principio, a los
poderes provinciales. Va de suyo que, aunque dicho Código no contuviere una regla como la del
artículo 2611, tal regla existiría igualmente, pues su fundamento es de origen constitucional
(artículos 104 y 105 de la Constitución): pertenece a la serie de poderes reservados por las
provincias y no delegados por éstas a la Nación.
En nuestro país, el derecho administrativo tiene una característica propia: es, esencialmente, un
derecho "local", es decir un derecho "provincial".
En nuestro orden jurídico las provincias son pre existentes respecto a la Nación. Se dan sus
propias instituciones locales y se rigen por ellas.
Los expositores indagaron lo atinente al origen o fuente del artículo 2611 del Código Civil.
Aunque es posible, como se afirmó, que al respecto el Dr. Vélez Sarsfield se haya inspirado en la
obra de Aubry et Rau, lo cierto es que dicho texto del Código Civil, en cuanto a la doctrina que
contiene, no es una "creación" de nuestro Codificador, sino una consecuencia obvia de nuestro
sistema jurídico político de gobierno, de nuestro sistema federal, en cuyo mérito la competencia
para legislar respecto a límites a la propiedad privada en interés público no le corresponde, en
principio, al legislador nacional, sino al legislador provincial, por tratarse de una materia propia del
derecho administrativo, derecho éste esencialmente "local" o "provincial", y excepcionalmente
"nacional", pero en todo caso ajeno o extraño a un código de derecho privado ("civil", en este
caso).
Es una doctrina que entre nosotros tiene origen constitucional. Vélez Sarsfield no hizo otra cosa
que concretar en un texto la conclusión que ya fluía de la Ley Suprema.
Tipos de limitaciones
Las limitaciones a la propiedad privada en interés "público" son varias y de distinto tipo.
Dichas limitaciones han sido clasificadas de acuerdo a cómo inciden ellas en los diferentes
"caracteres" del dominio: "absoluto", "exclusivo" y "perpetuo". Es una clasificación lógica.
En su mérito, menciónanse: las "restricciones", que inciden en lo absoluto del dominio; las
"servidumbres" que lo hacen en lo exclusivo; la "expropiación" que repercute en lo perpetuo.
Estas constituyen las figuras "tipos".
Aparte de las mencionadas, existe la "ocupación temporánea" que incide en el carácter exclusivo;
las "requisiciones" que en unos casos afectan lo exclusivo del dominio y en otros lo perpetuo,
según que ellas consistan en una temporaria, y no total, requisición del "uso", o se refieran a la
"propiedad" de la cosa; el "decomiso", que afecta lo perpetuo del dominio, pues implica pérdida
de la propiedad del bien.
Hay limitaciones, como las impuestas en atención a la belleza panorámica, que, según que ellas
se refieran a la "conservación" o a la "contemplación", a veces implican una mera "restricción", lo
que así ocurre cuando, para preservar esa belleza, se le prohíbe al propietario realizar ciertos
actos o hechos; otras veces esas mismas limitaciones pueden implicar una "servidumbre",
verbigracia cuando se obliga al propietario a permitir el acceso del público para contemplar ese
panorama.
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B) Restricciones administrativas: concepto, caracteres, fuentes, medios y límites.
Restricciones Administrativas
Las "restricciones" administrativas, que constituyen una "especie" dentro del género
"limitaciones", tienen por objeto impedir que la actividad de la Administración Pública resulte
obstaculizada por respeto al absolutismo de los derechos de propiedad privada .
De manera que las referidas "restricciones" constituyen disposiciones de la Administración
Pública que tienden a lograr una concordancia o armonía entre los derechos de propiedad de los
administrados y los intereses públicos que aquélla debe satisfacer.
El administrado sólo podrá ejercer su derecho de propiedad en forma compatible con la
"restricción" establecida por la Administración Pública. La "restricción" señala, así, el marco o
esfera dentro del cual el particular podrá ejercer su derecho.
La "restricción" sólo incide sobre el carácter "absoluto" del derecho de propiedad, y en modo
alguno sobre los caracteres "exclusivo" y "perpetuo" del mismo, siendo ésta la diferencia esencial
que la distingue de la "servidumbre" y de la "expropiación", respectivamente.
¿En qué pueden consistir las "restricciones" administrativas? ¿A qué tipo de obligaciones han de
corresponder?
La doctrina es uniforme acerca de que las restricciones pueden consistir en "no hacer" o en "dejar
hacer". En cambio, tal uniformidad no existe cuando se trata de establecer si además pueden
consistir en obligaciones de "hacer.
Marienhoff estima fuera de toda duda que las "restricciones" a la propiedad privada en interés
público, pueden consistir no sólo en obligaciones de "no hacer" y de "dejar hacer", sino también
en obligaciones de "hacer", tanto más si se advierte que numerosas "restricciones" resultan de
"medidas de policía".
Como ejemplo de restricción consistente en una obligación de "dejar hacer" puede mencionarse
la de consentir la colocación de chapas indicadoras del nombre de las calles, como así del
sentido o dirección en que en ellas se efectúa el tránsito.
A título de ejemplo de restricción consistente en una obligación de "no hacer" puede recordarse la
prohibición de construir edificios que sobrepasen determinada altura.
En cuanto a restricciones que impliquen obligaciones de "hacer", pueden darse el siguiente
ejemplo:
Tratándose de edificios en construcción, la disposición que, por razones de seguridad, obliga a
los propietarios de tales edificios a efectuar ciertas instalaciones que constituyen una medida de
protección para los propios obreros que trabajan en dichas obras.
¿A qué tipo de propiedad privada se refieren o pueden referirse las "restricciones" dispuestas en
interés público?
Nadie discute o duda de que ellas pueden hacerse efectivas con relación a "inmuebles". Más aún:
tradicionalmente se las vinculó a los inmuebles.
Sin embargo, nada obsta a que las restricciones de referencia también contemplen cosas
"muebles". Pueden darse el siguiente ejemplo:
-En materia de automotores (automóviles, camiones, motocicletas) se prohíbe que el "escape" o
"estampido" de ellos produzca un ruido o detonación que exceda de cierta intensidad.
Pero sin perjuicio de que las "restricciones" a la propiedad privada por razones de interés público
contemplen cosas inmuebles o muebles, no habría razón jurídica alguna que obste a que esa
"restricción" se haga efectiva no sólo sobre inmuebles y muebles, sino, además, sobre cualquier
"bien" (aunque no revista carácter de "cosa") que integre el patrimonio de un administrado o
particular. Ello no afectaría principio jurídico alguno.
Motivos de Restricciones
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Los "motivos" o "causas" determinantes de "restricciones" a la propiedad en interés público, son
muy variados; dentro de cada uno de ellos caben, a su vez, diversas especies o supuestos.
Entre las "causas" o "motivos" que pueden dar lugar a las expresadas restricciones, corresponde
mencionar: las fundadas en razones de "seguridad", de "higiene" y "salubridad", de "moralidad",
"urbanismo", "cultura", "tranquilidad", etc.
A título de ejemplos:
a) Apoyo en las propiedades vecinas para extender los hilos o cables del telégrafo, teléfono o de
conducción de corriente eléctrica.
b) Obligación de respetar, en las construcciones a realizar, la altura mínima o máxima establecida
para los edificios en la zona o barrio de que se trate.
c) Obligación de pintar el frente y los techos de los edificios en ciertos pueblos.
d) Obligación de que los edificios que se construyan respondan a determinado estilo.
Límites
Si bien la Administración Pública puede imponer "restricciones" a la propiedad privada en interés
público, ello tiene su lógica limitación: la medida impuesta no puede exceder de lo que, desde
el punto de vista técnico jurídico, implique específicamente una "restricción"; si los límites
conceptuales de ésta fueren excedidos, la medida respectiva sería írrita como tal.
Desde luego, para que una medida sea considerada como "restricción" administrativa, no es
suficiente con que así se la califique al imponerla: es menester que, de hecho, reúna
efectivamente los caracteres que al respecto exige la ciencia del derecho. Las instituciones
jurídicas no dependen del nombre que se les dé, sino de su naturaleza intrínseca, de los hechos
que las constituyen. La teoría de la calificación jurídica tiene aquí total aplicación.
Naturaleza jurídica
Representan condiciones normales del ejercicio del derecho de propiedad; constituyen
una calidad jurídica general de todas las propiedades. Inciden sobre el carácter "absoluto"
del dominio, pues sólo implican delimitación de sus contornos o límites, pero en modo
alguno trasuntan lesión o agravio al derecho de propiedad; técnicamente, no constituyen
un "sacrificio" para el propietario, quien, por tanto, no puede agraviarse por el solo hecho
de que la "restricción" sea impuesta.
Imposición de Restricciones
Para la imposición válida de una "restricción" administrativa, el Estado debe actuar ejercitando su
capacidad de tal, es decir ejercitando su capacidad de derecho público.
Una restricción administrativa impuesta por el Estado Administración Pública , actuando por sí y
ante sí, en la esfera del derecho privado, sería írrita, por falta de "competencia" para semejante
"objeto".
La posibilidad de imponer "restricciones administrativas" trasunta una "potestad" estatal, no un
"derecho" del Estado. Las "potestades", como expresiones particularizadas del "poder",
corresponden al Estado obrando como tal. En cambio, los "derechos" le corresponden al Estado
en el ámbito del derecho privado, o sea actuando el Estado como cualquier particular o
administrado. Por eso las restricciones administrativas sólo pueden ser impuestas por el Estado
en tanto éste actúe como tal, es decir en el campo del derecho público y ejercitando el "poder"
("imperium") del mismo.
Validez de la Restricción
La validez de una "restricción" a la propiedad privada en interés público no sólo requiere que la
autoridad que la imponga tenga "competencia" para ello: es indispensable que la restricción en sí
y el medio a través del cual se la hace efectiva, sean "razonables”.
Entre la restricción impuesta y el medio elegido para hacerla efectiva debe existir una obvia
proporcionalidad: una adecuación sensata de dicho "medio" a la "restricción" impuesta, cuya
comprobación constituye una cuestión de hecho.
Si la restricción en sí y el medio elegido para hacerla efectiva fueren arbitrarios, la medida
dispuesta sería írrita por inconstitucional. El patrón de "razonabilidad", que surge del espíritu del
artículo 28 de la Ley Suprema, rige también, como indispensable requisito para la validez de la
medida, respecto a las leyes materiales o substanciales, como serían los reglamentos
autónomos, pues éstos, a los efectos del artículo 14 de la Constitución Nacional, integran el
concepto de "ley".
Los constitucionalistas pusieron justificado énfasis al hacer notar que el "principio de
razonabilidad" es un insalvable límite al poder reglamentario del Estado.
¿Qué órgano estatal Legislativo o Ejecutivo hállase habilitado para establecer "restricciones" a
la propiedad privada en interés público?
Por principio, ellas se relacionan con la labor "administrativa" del Estado, la cual hállase
fundamentalmente a cargo del órgano Ejecutivo de gobierno.
Por excepción, la "restricción" puede ser impuesta por el órgano Legislativo cuando tal restricción
se refiera a una materia que la Constitución Nacional pone a cargo del Congreso.
G.A.L - S.M – E.D
Por tanto, en principio general, la creación o establecimiento de tales "restricciones" le compete al
Poder Ejecutivo, quien lo hace mediante el instrumento jurídico a través del cual expresa
normalmente su voluntad: el "reglamento autónomo", que cuantitativamente constituye la principal
fuente de las referidas restricciones.
No obstante, un autor afirma que como "la restricción implica un debilitamiento en el uso y goce
de la propiedad, es indudable que este debilitamiento solamente puede ser preceptuado por ley"
(sancionada por el Congreso o por las legislaturas locales), o por acto administrativo fundado en
ley.
Marienhoff considera equivocado este razonamiento. Los "debilitamientos" al uso y goce de la
propiedad, a que se refieren las restricciones administrativas, no constituyen carga, lesión ni
agravio alguno al derecho de propiedad, sino fijación de límites al ejercicio normal de ese
derecho. Desde el punto de vista jurídico, ninguna "restricción", propiamente dicha, trasunta
perjuicio alguno al derecho de propiedad; en la esfera en que ellas actúan, jurídicamente no
agravian al propietario, por lo que éste nada puede objetar al respecto.
La "ley" formal, pues, no es necesaria para establecer esas restricciones: trátase de una materia
acerca de la cual, por principio, es competente el Poder Ejecutivo.
Va de suyo que, en todos los casos, el órgano estatal competente para hacer efectivas las
restricciones dispuestas, es el Ejecutivo, a cuyo cargo está la administración general del país.
Caracteres
a) Tienden a hacerse cada vez más numerosas. Trátase de una consecuencia de los adelantos
técnicos y del mayor refinamiento de las costumbres.
b) Son generales, constantes y actuales.
Son "generales" porque la restricción rige para todos los propietarios en igualdad de condiciones.
En cambio, las servidumbres y la expropiación son "especiales" para los casos concretos que las
determinan.
Son "actuales" porque constituyen límites normales y permanentes de la propiedad.
Son "constantes" porque, dada su razón de ser, existen siempre: siendo una condición normal de
la propiedad, ellas existirán mientras ésta exista.
c) No aparejan indemnización.
Esto es así porque ellas, siendo una condición normal del ejercicio del derecho de propiedad, no
implican "sacrificio" alguno para el propietario, quien entonces no sufre agravio en su derecho.
Pero si ello es así con referencia a la "restricción" propiamente dicha, las cosas cambian cuando,
al hacerse efectiva la restricción, la Administración Pública, debido a un comportamiento culposo
o negligente, causa un daño o deterioro en el bien o cosa respectivo.
d) Son ejecutorias.
Porque la materia que ellas contemplan es estrictamente "administrativa", en cuyo mérito los
actos administrativos que dictare la Administración gozan de la "ejecutoriedad" inherente a todo
acto de esa índole. Trátase de la ejecutoriedad "propia".
El carácter "ejecutorio" de las restricciones administrativas no requiere norma alguna que lo
consagre en forma expresa. Tal carácter surge implícito como resultante o corolario de las tres
nociones siguientes:
1º, de la índole estrictamente "administrativa" (no judicial) de la materia atinente a ese tipo de
restricciones;
2º, del carácter "inmediato" de la actividad administrativa, en cuyo mérito la Administración
Pública, contrariamente a lo que ocurre con la actividad legislativa y judicial, hace cumplir por sí
misma sus propias resoluciones, en tanto se trate de actividad administrativa "stricto sensu"
e) No se extinguen por no uso. Son imprescriptibles.
La posibilidad de imponer "restricciones administrativas" constituye una "potestad" del Estado,
una prerrogativa de poder, y no precisamente un "derecho" del mismo. De ahí que la posibilidad
de imponerlas no se extinga por no uso de ella y que sea imprescriptible. Las "potestades" no se
prescriben; los derechos pueden prescribirse.
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Como consecuencia obvia del carácter "ejecutorio" de las medidas administrativas que imponen
"restricciones" a la propiedad en interés público, resultan improcedentes los recursos o acciones
civiles que tiendan a lograr la suspensión de esas medidas.
Pero el hecho de que no correspondan acciones civiles tendientes a obtener la suspensión de la
medida que dispuso la restricción administrativa, en modo alguno impide la procedencia de
acciones "contencioso administrativas" para impugnar la legalidad de las restricciones en
cuestión.
Respecto a la indemnización al propietario con motivo de la restricción que se le imponga, hay
que distinguir dos situaciones:
a) Los perjuicios que deriven del mero hecho de imponer y hacer efectiva la "restricción", o sea
los que deriven de la circunstancia misma de haber ejercido correctamente sus atribuciones la
Administración Pública, no son indemnizables.
b) Los perjuicios que deriven de un ejercicio anormal o irregular de sus potestades por parte de la
Administración Pública, son indemnizables, porque tales perjuicios serían el resultado de la culpa
o negligencia de la Administración Pública. Así ocurriría cuando el respectivo trabajo se efectuó
en forma deficiente, contrariando las reglas o recaudos que debieron observarse. El fundamento
de la responsabilidad del Estado sería la culpa o negligencia en que incurrió.
¿Cómo deben cumplirse las "restricciones" impuestas por la Administración Pública? ¿Quién
debe indicar el medio a utilizar para cumplir con la restricción, la Administración Pública o el
propietario?
Nadie mejor que la propia Administración Pública para establecer cómo el administrado o
particular deberá cumplir con la restricción que ella impuso. Es, pues, la Administración Pública
quien debe señalar el medio que utilizará para el expresado cumplimiento.
El único límite que en esto encontrará la Administración Pública es que el "medio" que ella señale
sea "razonable", que no adolezca de arbitrariedad.
De manera que mientras el "medio" exigido por la Administración Pública para el cumplimiento de
la restricción sea razonable el administrado o propietario debe atenerse al mismo.
b) Ante qué autoridad corresponde ocurrir para que se hagan cesar las molestias o perjuicios que
un administrado ocasione con su actividad, aun cuando ésta haya sido autorizada por la
Administración Pública.
Si los perjudicados por la actividad que ejerce el propietario fuesen un vecino o varios vecinos
determinados, la autoridad ante la cual deben éstos ocurrir para lograr el cese de esa actividad
lesiva (vgr., ruidos molestos, malos olores, trepidaciones, humareda, hollín, atentado a la moral,
etc.), es la autoridad judicial ordinaria, pues aquí no hay desde el punto de vista administrativo
un interés público en juego, sino un interés privado.
Si el perjuicio lo recibiere el "público", la autoridad ante la cual debe ocurrirse para lograr el cese
de la actividad perjudicial, es la Administración Pública, contra cuya decisión podrá a su vez
recurrirse ante la autoridad jurisdiccional con competencia en lo contencioso administrativo.
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c) Qué alcance pueden tener las decisiones que, respectivamente, emitan la autoridad judicial o
la autoridad administrativa o la autoridad con jurisdicción en lo contencioso administrativo, ante
acciones o recursos contra el propietario cuya actividad ocasiona las molestias o perjuicios.
Tales decisiones no sólo pueden consistir en una intimación para que dicho propietario modifique
el estado de cosas que motivó la queja, sino que incluso pueden llegar a la "clausura" del
respectivo establecimiento.
Por último, aquí, como en la casi generalidad de los casos donde se promueven acciones o
recursos contra actos de la Administración Pública, previamente debe haberse agotado la vía o
instancia administrativa, mediante la correspondiente reclamación.
Servidumbres Administrativas
Contenido
Cualquier necesidad o utilidad puede formar el contenido de tales servidumbres; de ahí que su
número sea ilimitado. Pero implicando ellas un "sacrificio" patrimonial, una "desmembración" del
dominio, su existencia válida requiere, por principio, una ley formal que las especifique;
excepcionalmente, dichas servidumbres pueden surgir de superiores y obvios "principios"
constitucionales, como ocurre con las servidumbres que, por ser conexas con el "derecho a la
vida", existen como consecuencia de este último derecho, cuya existencia hállase implícita en la
Constitución, ya que el "derecho a la vida" es el presupuesto sine qua non para el goce de
cualquier otro derecho, ocupando el primer rango dentro de las prerrogativas jurídicas. Ejemplo:
la que tiende a permitir que toda persona sacie, apague o satisfaga su "sed" bebiendo en cursos
naturales de agua, sean éstos públicos o privados; esto es lo que se ha llamado "derecho de la
sed" y que algunos tratadistas franceses llaman "droit de la soif").
A título de ejemplos, y por constituir los casos más frecuentes, pueden mencionarse los
siguientes supuestos de servidumbres administrativas:
a) La de "acueducto" cuando ella se constituya por razones de interés público; así ocurriría si la
servidumbre se estableciere en favor de un pueblo que necesite proveerse de agua para sus
diversos menesteres.
b) La de "electroducto", o de pasaje de una línea de energía eléctrica para uso público.
c) La legislada en el artículo 2639 del Código Civil, comúnmente denominada "servidumbre de
sirga" o de "camino ribereño".
d) De ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos. Surge de la ley nº 9080 que
tutela esos vestigios o señales del pasado remoto (restos materiales dejados por la industria de la
humanidad primitiva, como así los propios restos de ésta y de la fauna y flora fósiles). De acuerdo
con el artículo 3º de dicha ley "en caso que la conservación de las ruinas implique una
servidumbre perpetua, el Estado indemnizará a los propietarios del terreno en que se encuentren
las ruinas".
e) De lugares, monumentos e inmuebles históricos. La prevé la ley nº 12665, del año 1940,
artículo 3º , según el cual "si la conservación del lugar o monumento implicase una limitación al
dominio, el Poder Ejecutivo indemnizará a su propietario.
f) De minería. Esta clase de servidumbres se otorga en razón de la explotación minera. Las
contempla el Código de Minería en su artículo 48 y siguientes.
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g) De fronteras. De acuerdo con la ley 14027, del año 1951, los propietarios de heredades
limítrofes con las fronteras de la Nación están obligados a: a) permitir que las autoridades
públicas que menciona el art. 1º tengan libre acceso a los lugares de comunicación internacional
existentes en sus inmuebles, y al libre tránsito o pasaje de los agentes públicos a lo largo de la
frontera; b) consentir la instalación o construcción de edificios requeridos por los destacamentos
que la Administración Pública considere indispensables para la vigilancia de los pasos no
habilitados al tránsito internacional existentes en dichos inmuebles.
La ley reconoce el derecho de los particulares a una indemnización por los daños y perjuicios que
se les ocasionare (artículo 2º, in fine).
¿A qué tipo de fronteras se ha referido la ley? Nuestro país no sólo tiene fronteras terrestres, sino
también marítimas, lacustres y fluviales. Ante el silencio de la ley, y dada la "ratio iuris" de ella, va
de suyo que en sus preceptos quedan comprendidas todas las fronteras del territorio argentino,
cualquiera sea la índole de ellas .
Bienes afectados
Entre los tratadistas es muy común la afirmación de que las servidumbres administrativas sólo
pueden recaer sobre "inmuebles". Tal criterio es inaceptable: el gravamen de referencia también
puede establecerse sobre "muebles" e incluso sobre bienes inmateriales ("derechos"), como sería
el caso de una servidumbre constituida sobre otra servidumbre. Al menos tal es lo que ocurre en
derecho administrativo, donde no tienen imperio, por sí solas, las normas específicas y
restrictivas del derecho privado (civil, en la especie).
En derecho privado se acepta que las servidumbres "personales" recaigan tanto sobre inmuebles
como sobre muebles. Las servidumbres "administrativas", o de derecho público, también pueden
ser "reales" ("prediales") o "personales". Es lo que sucede, por ejemplo, con las servidumbres
arqueológicas, antropológicas y paleontológicas (servidumbres administrativas), donde dicho
gravamen tanto puede constituirse sobre restos o ruinas "muebles" como inmuebles.
Las servidumbres administrativas pueden, pues, constituirse sobre cosas "muebles".
En derecho administrativo no existe precepto alguno que obste a que una servidumbre sea
gravada con otra servidumbre.
Obligaciones
Las obligaciones que las servidumbres administrativas ponen a cargo del dueño de la cosa
sirviente (mueble o inmueble) pueden consistir en "no hacer" y en "dejar hacer". Al respecto hay
uniformidad en la doctrina. Pero la cuestión cambia respecto a las obligaciones que consisten "en
hacer”.
Marienhoff estima que la servidumbre pública puede consistir o aparejar accesoriamente una
obligación "de hacer". Es lo que ocurre con las servidumbres de ruinas y yacimientos
arqueológicos y paleontológicos y de monumentos y lugares históricos, a cuyo respecto las leyes
ponen la "conservación" de las cosas respectivas a cargo del propietario del inmueble en que
ellas se encuentran. Va de suyo que la referida "conservación" requiere el ejercicio de cierta
actividad tendiente a evitar el deterioro. Hay aquí una obligación "de hacer" que actúa como
implícito accesorio de las referidas servidumbres administrativas.
Clasificación
La teoría del derecho reconoce dos clasificaciones esenciales de las servidumbres:
a) legales y convencionales;
b) prediales o reales y personales.
Tales clasificaciones, imperantes en derecho privado ¿tienen vigencia en derecho público,
respecto a las servidumbres administrativas?
No hay cuestión acerca de la clasificación de las servidumbres en "legales" y "convencionales",
pues el derecho público reconoce ambas categorías. Ejemplos de servidumbre administrativa
"legal": la de sirga o de camino ribereño; la de monumentos y lugares históricos; la de ruinas y
yacimientos arqueológicos y paleontológicos.
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Marienhoff considera que tambien en derecho administrativo existen servidumbres "prediales" o
"reales" y "personales". Como ejemplo de las primeras corresponde mencionar la de sirga o de
camino ribereño, y como ejemplo de las segundas la de sacar agua para satisfacer los
menesteres de una población. En ambos supuestos, el titular de la servidumbre es el "público",
en cuyo beneficio se la constituye, aunque el público en unos casos no sea "genérico" sino
"específico", y en otros actúe a través de la Administración Pública.
Formas
Las servidumbres administrativas pueden resultar de varios medios, según lo indico a
continuación.
a) En primer lugar de la ley formal, que en nuestro país puede ser nacional o provincial según la
ubicación del respectivo bien y según la finalidad a que responda la servidumbre.
La ley formal puede ser general o especial.
La ley formal es un instrumento jurídico indispensable para la imposición válida de servidumbres,
cuando al respecto no se invocare otro de los medios reconocidos para ello por el derecho. Esto
es así porque la servidumbre implica un "sacrificio" para el dueño de la cosa o bien gravado, una
"desmembración" del dominio, un menoscabo de la propiedad privada.
b) Por acto administrativo fundado en ley .
c) Por contrato o convenio . Dado su objeto, trataríase de un contrato "administrativo" stricto
sensu.
d) Por "hechos", lo cual supone dos hipótesis: 1º la accesión ; 2º la prescripción .
El supuesto de la "accesión" produciríase cuando una servidumbre existente sobre un bien
privado se hace pública porque la cosa a la cual sirve se convierte en pública.
-En cuanto a la constitución de servidumbres por "prescripción", es de advertir que si las
cosas del dominio privado de los administrados pueden pasar a formar parte del dominio público
por prescripción lo que implica pérdida de la propiedad para los administrados, con mayor razón
las servidumbres podrán adquirirse por esa vía, ya que éstas implican una limitación menor frente
a la expresada pérdida del dominio privado de los administrados (que se convertiría en dominio
público). Las servidumbres sólo se refieren al "uso" de la cosa, pero no a su "nuda propiedad".
e) Por acto de liberalidad, como la donación o la disposición testamentaria. Desde luego, esos
actos deben complementarse con el acto administrativo de aceptación.
f) Por "destino del padre de familia". Ha de entenderse por tal "la disposición que el propietario de
dos o más heredades ha hecho para su uso respectivo" (Código Civil, art. 2978); pero ha de
advertirse que la doctrina y la jurisprudencia aplican el destino del padre de familia también en el
caso de la disposición material tomada por el propietario dentro de una sola heredad, si después
una parte de ella es enajenada. Entre las servidumbres administrativas que pueden quedar
constituidas por "destino del padre de familia", cabe mencionar a título de ejemplos las de
"acueducto" y de "electroducto”.
Algunos jurisconsultos mencionan la "expropiación" entre los medios hábiles para adquirir
servidumbres administrativas. No comparto este punto de vista. La expropiación no es medio
indicado ni adecuado para adquirir un simple derecho de uso. El procedimiento excepcional y
extraordinario de la expropiación se recomienda para adquirir el "dominio" de un bien, no su mero
"uso". De los medios de adquirir servidumbres, debe, pues, excluirse la expropiación.
Órgano competente
Por principio general, el órgano del Estado competente para hacer "efectiva" una
servidumbre administrativa es la Administración Pública. Esto es así: en primer lugar,
porque, no habiendo oposición de parte interesada, se trata de una cuestión de simple
"administración"; segundo, porque de las tres funciones esenciales del Estado legislación,
justicia y administración, la única cuya actividad es "inmediata" es la de la Administración, quien
no sólo hace cumplir sus propias decisiones sino también las de los otros dos órganos estatales.
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Pero las cosas cambian cuando el titular del bien sobre el cual se pretende hacer efectiva una
servidumbre administrativa se niega u opone a ello. En tal no corresponde a la autoridad
administrativa, sino a la autoridad judicial, bajo cuyo amparo hállase la propiedad privada de los
administrados.
Imponer una servidumbre implica un correlativo "desmembramiento" de la propiedad,
"desmembramiento" que se concreta en la consiguiente "privación" de parte de la propiedad.
De manera que, por las razones dadas, habiendo oposición del propietario del bien que se
pretende gravar, la Administración activa carece de imperio para imponer compulsivamente, por
sí y ante sí, una servidumbre pública.
Alcance
Las servidumbres administrativas o públicas, como toda servidumbre, no excluyen al propietario
del bien gravado del uso y goce de éste, en tanto se respeten el objeto y finalidad de la
servidumbre. La existencia de ésta no le quita al dueño del bien gravado su carácter de
propietario.
Las servidumbres sólo se extienden hasta la obtención o satisfacción de la finalidad que las
determina. Lograda esta satisfacción, el titular del bien gravado puede ejercer sobre éste todos
sus derechos de propietario.
Régimen
Desde hace mucho tiempo, la doctrina sostiene que el régimen jurídico del dominio público es de
aplicación al régimen jurídico de las servidumbres públicas o administrativas, porque éstas, en
cierta manera, constituyen una prolongación de las cosas dominicales o del dominio público. Se
agrega que el régimen de este último se irradia sobre las propiedades privadas a través de
servidumbres administrativas. Tales afirmaciones se explican y justifican por el hecho indiscutible
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de que, a través de la servidumbre, la cosa gravada permite el mejor uso o explotación de la cosa
del dominio público, a la que aquélla complementa.
No obstante, lo que sólo se refiere a las servidumbres administrativas donde exista un fundo
dominante y otro sirviente, es decir a las servidumbres prediales o reales.
Marienhoff estima que, por extensión, el régimen jurídico de las servidumbres "personales" es,
en principio, el mismo que el de las servidumbres prediales o reales, o sea que en aquéllas es
también de aplicación el régimen jurídico del dominio público. Tal solución se justifica, pues tanto
las servidumbres administrativas prediales o reales, como las personales, y el dominio público,
tienen una misma finalidad substancial: satisfacer las exigencias del interés general a través del
respectivo uso público.
El régimen jurídico de las servidumbres administrativas, no obstante las analogías conceptuales
que puedan tener con las servidumbres civiles, es distinto al de éstas: es un régimen de derecho
público, no de derecho privado.
Como consecuencia de lo expuesto, pueden señalarse, a título de ejemplos, los siguientes
caracteres de las servidumbres administrativas:
b) Son imprescriptibles.
Indemnización
La imposición de servidumbres administrativas apareja la "obligación" de indemnizar al dueño del
bien gravado por el menoscabo que sufre su propiedad; correlativamente, dicho dueño tiene el
"derecho" a ser indemnizado.
¿Cuál es el fundamento de ese derecho a ser resarcido? Este no es otro que el respeto debido a
la inviolabilidad de la propiedad privada, garantizada por la Constitución Nacional.
Conforme a nuestra Ley Suprema todo menoscabo a la propiedad privada para satisfacer el
interés público debe ser previamente indemnizado. Tal es el principio fundamental que nuestro
derecho público contiene en el artículo 17 de la Constitución, cuyo "principio" no sólo rige los
supuestos concretos de expropiación, sino todos aquellos donde un derecho patrimonial deba
ceder por razones de interés público.
Cierto es que en nuestro propio derecho positivo existe un supuesto de "servidumbre
administrativa" que, por disposición misma de la ley, no es indemnizable. Pero esto en modo
alguno altera el principio acerca de la procedencia de ese resarcimiento. Me refiero a la
servidumbre de sirga o de camino ribereño, legislada en el artículo 2639 del Código Civil. Como
ya lo hice notar en otra oportunidad, la falta de indemnización por ese gravamen en modo alguno
viola la Constitución, pues cuando ésta se sancionó ya existía esa servidumbre. La propiedad
que garantizó la Ley Suprema era la que existía entonces, en la época de su sanción, con sus
gravámenes y prerrogativas. De manera que cuando el Código Civil dispuso la existencia de esa
servidumbre, sin indemnización alguna, no introdujo un derecho nuevo: se limitó a reiterar lo que
disponía la legislación española. El artículo 2639 del Código Civil tenía muy antiguas raíces en
nuestra historia jurídica.
Protección
Dado que las servidumbres administrativas se consideran como una prolongación del dominio
público, ellas, en principio, se protegen o tutelan por los mismos medios o procedimientos con
que se tutela dicho dominio, o sea, en primer término, por "autotutela", actuando la
Administración Pública por sí y ante sí.
Las reglas de la "autotutela" del dominio público no son, pues, "totalmente" aplicables en materia
de protección de las servidumbres administrativas: sólo lo serán en lo fundamental, porque, como
digo, aquí está en juego, principalmente, la propiedad "privada" del administrado, en tanto que en
el dominio público lo que está en juego son bienes dominicales, cuyo régimen difiere
esencialmente de los bienes del dominio privado de los particulares sobre los que pese la
servidumbre administrativa.
Como consecuencia de lo dicho, para que en protección de una servidumbre administrativa la
Administración Pública pueda recurrir a la "autotutela", se requiere, ante todo, que la existencia
jurídica de tal servidumbre no ofrezca duda alguna, que su existencia sea indubitable, como así
que resulte evidente que la servidumbre no fue respetada por el administrado. Tampoco debe
existir duda alguna acerca de cuál es el bien o cosa gravado.
Acreditados los requisitos esenciales para la procedencia de la "autotutela", si alguien, por
ejemplo, viola o desconoce la servidumbre "non altius tollendi", la Administración Pública puede,
por sí, hacer demoler o destruir la parte del edificio que exceda de la altura correspondiente. No
es menester que la Administración Pública recurra a la autoridad judicial para que se ordene la
demolición: precisamente eso distingue la autotutela del procedimiento judicial ordinario.
Lo mismo cuadra decir de otras servidumbres; por ejemplo, de la de sirga o camino ribereño. Si el
titular de la zona gravada con dicha servidumbre se opusiere a que, quienes naveguen, hagan el
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correspondiente uso de esa zona, la Administración Pública puede, por sí y ante sí, disponer las
medidas necesarias para restablecer la libre utilización de la margen del curso de agua.
Extinción
Dada su asimilación jurídica a los bienes del dominio público, las servidumbres "administrativas"
o "públicas" se extinguen por medios similares a los que producen la extinción del dominio
público.
En consecuencia, dichas servidumbres pueden extinguirse:
a) Por ley. Va de suyo que las servidumbres impuestas por ley pueden extinguirse por otra ley
que derogue la anterior.
b) Por desafectación del bien dominical que determinó la servidumbre. Dicha desafectación
puede ser obra de las autoridades expresa o tácita o de la naturaleza.
c) Por convenio. Las servidumbres administrativas o públicas que no pueden extinguirse por
contrato son las servidumbres "legales"
d) Por renuncia. Las servidumbres adquiridas por convenio, por prescripción o por actos de
liberalidad, pueden extinguirse por renuncia.
e) Por confusión. Es lo que ocurre cuando el bien gravado pasa a pertenecer a la entidad titular
de la servidumbre, o titular del fundo dominante. Aquí también es de aplicación el viejo principio
de que nadie puede tener servidumbre en lo propio.
f) Por no uso inmemorial. Ese "no uso inmemorial" surte los efectos de "desafectación tácita". Por
supuesto, no debe confundirse el "no uso inmemorial" con la "prescripción".
La "prescripción" no es medio idóneo de extinción de la servidumbre administrativa o pública,
pues los bienes dominicales y los asimilados a ellos son imprescriptibles. Pero ha de insistirse
en que "prescripción" y "no uso inmemorial", al menos en el derecho administrativo, tienen
valores y efectos jurídicos distintos: en materia de dominio público, el "no uso inmemorial" no
implica otra cosa que un supuesto de "desafectación tácita".
Contiendas
Lo relacionado con las servidumbres administrativas o públicas puede dar lugar a contiendas
entre la Administración Pública y el propietario del bien gravado o que se pretende gravar.
¿Quién dirimirá tales querellas?
Es indispensable hacer algunas distinciones: 1º debe establecerse quién actúa como actor, es
decir si el administrado o la Administración; 2º debe aclararse si se trata de una servidumbre que
se pretende constituir, pero que aún no se hizo efectiva, o si, por el contrario, se trata de una
servidumbre ya en ejercicio.
Primer caso
Si el administrado actúa como actor y la cuestión se relaciona con una servidumbre ya constituida
y en ejercicio, la autoridad competente para entender en la litis es la que tenga jurisdicción en lo
contencioso administrativo. Esto es así por la índole "administrativa" de la materia, por el carácter
público en que actúa el Estado ("lato sensu") y por el interés público que está de por medio.
Segundo caso
Si se tratare de una servidumbre que se pretende constituir, pero que aún no se hizo efectiva, si
mediare para esto oposición del administrado, la Administración Pública debe recurrir ante el
Poder Judicial.
Si no obstante la oposición del dueño del bien que se pretende gravar, la Administración Pública
procediere por sí, por vías de hecho, turbando la posesión del propietario del bien, serán
procedentes, en favor de este último, los recursos y acciones de tipo policial y posesorio
pertinentes, pues, en materia de "servidumbres", contrariamente a lo que ocurre en materia de
meras "restricciones", las decisiones de la Administración disponiendo la imposición o
constitución de la servidumbre carecen de "ejecutoriedad propia", debiendo entonces aquélla
recurrir a la Justicia para que ésta se pronuncie respecto a su pretensión .
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D) Requisición, concepto. Principio constitucional. Fuentes. Tipos. Requisiciones militares y
civiles. Indemnización. Confiscación. Decomiso.
Requisición
Orígenes
En sus orígenes la "requisición" fue un medio jurídico de satisfacer las urgentes necesidades de
la "guerra". Sus antecedentes son, pues, "castrenses". Constituía un procedimiento
exclusivamente militar.
Del ámbito castrense, la requisición se desplazó al ámbito civil: ya no se la limitó a satisfacer las
necesidades de la guerra. Se la utilizó como instrumento jurídico para satisfacer otros tipos de
necesidades generales que surgían dentro de la sociedad.
Especies
Resulta obvio que existen dos clases o tipos de requisición: la militar y la civil, según que tengan
lugar en ocasión de "guerra" o en determinadas circunstancias de la "paz".
Las requisiciones militares son las destinadas a satisfacer las necesidades de las fuerzas
armadas, en el cumplimiento específico de sus funciones.
Las requisiciones civiles son las que tienden a satisfacer necesidades determinadas o creadas
por una situación general que afecta a la sociedad, con prescindencia del estado de guerra (vgr.,
trastornos económicos).
La diferencia esencial entre ellas radica en el "procedimiento" para hacerlas efectivas. La
requisición militar, dadas las circunstancias en que se la efectúa y la índole de las necesidades a
satisfacer, admite que se la lleve válidamente a cabo sin un acatamiento riguroso o estricto a las
reglas del debido proceso legal ("salus populi suprema lex est"). La requisición civil requiere para
su validez el total respeto a las reglas del debido proceso legal: las garantías constitucionales a la
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propiedad así lo imponen, salvo que la necesidad a satisfacer mediante la requisición aparejase
una urgencia imperiosa, de inaplazable cumplimiento. Ocurre aquí algo similar a lo que sucede
en materia de ocupación temporánea: la ocupación normal requiere el respeto a las reglas del
debido proceso legal, en tanto que la ocupación "anormal" permite prescindir de un acatamiento
riguroso a dichas reglas.
Sujetos
Los "sujetos" en la relación jurídica creada por la requisición son dos: el Estado, que dispone la
requisición y la lleva a cabo, y el administrado titular del bien requisado.
Objeto
Sabido es que la requisición puede tener por objeto no sólo "cosas" y "derechos", sino también la
prestación de servicios personales, o sea la actividad humana.
Con referencia concreta a la requisición de "cosas" y "derechos", la doctrina es uniforme en el
sentido de que la requisición puede comprender tanto la propiedad como el uso de cosas
"muebles", incluso semovientes, como así la utilización temporaria de cualquier clase de bienes,
inclusive "inmuebles". La propiedad de estos últimos no se adquiere por requisición, sino por
expropiación o cesión amistosa .
Asimismo, la requisición puede comprender "derechos", como patentes de invención e
industriales.
Naturaleza Jurídica
La naturaleza jurídica de la "requisición" no es otra que la de una especie del género limitaciones
a la propiedad privada en interés público.
Fuente
El fundamento jurídico positivo inmediato de la requisición es la ley formal. Ninguna requisición
es procedente sin ley que la autorice. Tal es el "principio" en la materia, que puede tener su
excepción cuando una urgente e imperiosa necesidad, de satisfacción inaplazable, requiera que
el Estado se incaute de un bien o cosa determinado: la Constitución no se opone a esto.
Lo expuesto es así porque, importando la requisición un "sacrificio" patrimonial para el titular del
bien requisado sacrificio que responde al interés o utilidad públicos , por aplicación del "principio"
general que al respecto contiene la Constitución Nacional en su artículo 17, tal sacrificio sólo
procede sobre la base de una ley formal que así lo disponga.
De ahí que, en las condiciones mencionadas, las leyes puedan instituir requisiciones "militares" y
"civiles".
En nuestro país, en el orden nacional, existe la ley nº 23554 , promulgada el 26 de abril de 1998,
sobre defensa nacional, que autoriza requisiciones.
Art. 34. – En caso de guerra o ante su inminencia, el Poder Ejecutivo Nacional podrá disponer
requisiciones de servicio o de bienes, convocatorias y sus excepciones para satisfacer
necesidades de la Defensa Nacional. En la reglamentación de la presente Ley se determinará el
procedimiento y los recaudos a los que se ajustaran las requisiciones.
Los habitantes de la Nación y las personas de existencia ideal con asiento en el país tienen la
obligación, limitadas a las necesidades de la Defensa Nacional, de proporcionar la información,
facilitar los bienes y prestar los servicios que le sean requeridos por autoridad competente. La
información obtenida tendrá carácter de reservada y no podrá tener otro destino ni otro uso que el
de satisfacer esas necesidades.
Art. 35. – La obligación prevista en el artículo anterior será carga pública irrenunciable. Si ese
aporte implicara gastos o prestación de servicios se determinará administrativamente la
indemnización o remuneración correspondiente, no pudiendo en ningún caso reconocer el lucro
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cesante. En caso de desacuerdo, el monto será fijado judicialmente a pedido de la parte
interesada.
Art. 36. – El que denegare, retaceare, falseare o proporcionare con demora los informes
requeridos por la autoridad competente, o el que dificultare, negare o se sustrajere a la
requisición, será reprimido con prisión de dos meses a dos años, salvo que el hecho importare la
comisión de un delito más grave.
Las personas jurídicas de existencia ideal que incurrieren en los mismos hechos o impidieren o
dificultaren las funciones de las autoridades competentes, podrán ser intervenidas por el Poder
Ejecutivo Nacional y privadas temporal o definitivamente de su personería.
Art. 37. – Toda persona no convocada que de cualquier modo desarrollare actividades que
entorpecieren el normal desenvolvimiento de la convocatoria, o la acción de las autoridades
encargadas de ejecutarlas, será reprimida con prisión de un mes a un año, salvo que ello
importare la comisión de un hecho más grave.
De manera que la Constitución Nacional, lejos de prohibir el instituto jurídico "requisición", le sirve
de fundamento mediato u originario. La "requisición" halla su base en la Ley Suprema.
No obstante, la propia Constitución, en su artículo 17 in fine, condena y repudia un tipo de
requisición.
El artículo 17, in fine, de la misma, dice así: "Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones, ni
exigir auxilios de ninguna especie". Desde luego, este texto no se refiere a los sectores regulares
de las fuerzas armadas que, en cumplimiento de su misión o función específica, se vean
constreñidos a efectuar requisiciones. Las fuerzas armadas "regulares", es decir las que,
perteneciendo a la Nación, y encarnando la autoridad legítima de ésta, realizan su actividad como
órganos de la misma, pueden constitucionalmente efectuar requisiciones. La Constitución no se
opone a esto.
Pero ¿cuáles son los "cuerpos armados" que "no" pueden hacer requisiciones? ¿A qué "cuerpos
armados" se refiere la Ley Suprema? Se trata de cuerpos armados que no tienen ni representan
autoridad legítima alguna, que no actúan por cuenta de la Nación sino en nombre propio y para
sus propios fines.
Deslinde jurisdiccional
En materia de requisiciones "militares" sólo puede legislar la Nación. Esto es así porque
importando ello una manifestación de los "poderes de guerra", es de advertir que éstos fueron
delegados por las provincias a la Nación.
En cuanto a las requisiciones "civiles", la jurisdicción para legislar acerca de ellas es compartida
por la Nación y las provincias, lo cual depende de la causa y de la finalidad a que responda la
requisición. Por principio, teóricamente, la potestad para legislar sobre esta clase de
requisiciones es "provincial" o "local", pues se trata de una limitación a la propiedad privada en
interés público, materia ciertamente regida por el derecho administrativo.
Pero cuando la requisición "civil" tenga por finalidad la satisfacción de una necesidad que no es
"local" o "provincial", sino que le interesa a todo el país, la jurisdicción para legislar sobre tal tipo
de requisición es nacional.
Requisitos
Para la validez de la requisición tienen que concurrir inexcusablemente ciertos requisitos. Estos
son:
a) La "utilidad pública", que actúa como causa o motivo del acto.
b) La "indemnización" al requisado.
c) "Constancia escrita" de la "orden de requisición" que debe entregarle el requisador al
requisado, como así de la recepción del bien o cosa respectivo.
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d) El "procedimiento" que debe observarse en la requisición.
Lo atinente a la "indemnización", así como a la referida "constancia escrita" que debe otorgársele
al requisado, y al "procedimiento", se relacionan con la "forma" del acto de requisición.
Indemnización
La validez de la requisición su juridicidad requiere que el propietario del bien objeto de la
requisición sea indemnizado. La doctrina es uniforme al respecto. De lo contrario trataríase de un
despojo, de una substancial "confiscación".
La procedencia de tal indemnización es obvia, ya se trate de la requisición militar o de la civil,
pues la causa que justifica cualquier tipo de requisición es, siempre, la utilidad pública, en alguna
de sus manifestaciones. Por tanto, conforme al "principio" del artículo 17 de la Constitución
Nacional, debe indemnizarse en todos los casos en que un derecho patrimonial cede por razones
de utilidad pública.
En las requisiciones "militares", dada la causa que las motiva, es de doctrina que el pago de la
indemnización puede ser "a posteriori", lo que, aparte de la situación "general" que sirve de base
a la requisición, encuentra plena justificación ante las circunstancias en que esas requisiciones se
llevan a cabo. La "urgencia" y la "necesidad imperiosa" explican que en la especie el pago no sea
"previo", sino "a posteriori" ("salus populi suprema lex est"). En cambio, en materia de
"expropiación", donde la indemnización debe ser "previa", la utilidad pública a satisfacer, aparte
de responder a una situación "particular" o "individualizada", siempre es menos aguda y urgente
que en materia de requisiciones.
En las requisiciones "civiles" ¿el pago de la indemnización debe o no ser "previo" al
desapoderamiento? También aquí debe hacerse una distinción, según que la requisición
responda o no a una necesidad urgente e imperiosa. Si la necesidad a satisfacer tuviese este
carácter, la indemnización puede ser "a posteriori", pues al respecto concurren las mismas
razones que en materia de requisiciones militares, o que en materia de "ocupaciones
temporáneas" anormales. "Eadem ratio, idem jus". Establecer si en el caso concreto existe o no
urgencia y necesidad imperiosa, constituye una cuestión de hecho, que debe ser resuelta sobre
la base del buen y recto sentido, con espíritu justo y no arbitrario. Si la necesidad que justificará
la requisición civil no tuviere carácter urgente e imperioso, la indemnización debe ser "previa" al
desapoderamiento. Así lo exige el "principio" establecido por el artículo 17 de la Constitución
Nacional, del que sólo corresponderá apartarse en los casos de extrema e imperiosa urgencia,
pues entonces prevalece otro "principio": "salus populi suprema lex est".
¿La indemnización debe pagarse en dinero o puede serlo en especie o en bonos o títulos
públicos? Hay que distinguir. En las requisiciones "militares" dicho pago puede ser efectuado en
bonos o títulos del Estado. En las requisiciones "civiles", que no trasunten "urgencia imperiosa",
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el pago debe inexcusablemente efectuarse en dinero efectivo, pues así lo requiere el "principio"
constitucional contenido en el artículo 17 de la Ley Suprema.
Formalidades de la requisición
La formalidad "escrita" se impone en dos aspectos esenciales de la requisición:
a) En los casos "normales" exentos de urgencia súbita, imperiosa e inaplazable, la orden de
requisamiento debe darse por "escrito" y estar firmada.
b) En cualquier caso, es decir aun cuando se tratare de una requisición "militar" o de una
requisición "civil" anormal (urgente e imperiosa), al incautarse de los respectivos bienes o cosas
el Estado debe, simultáneamente, entregarle al titular de los bienes requisados una constancia
escrita especificando en qué consisten dichos bienes, cuál es su estado, etc. Esto servirá para
que el titular del bien o cosa requisado pruebe o justifique que la requisición tuvo lugar y le servirá
además como elemento básico para gestionar la indemnización.
Procedimiento
El "procedimiento" a seguir en la requisición depende de la índole militar o civil de la misma, o de
que, siendo "civil", la necesidad a satisfacer apareje una urgencia imperiosa de inaplazable
cumplimiento.
En el primer supuesto requisición "militar" y en la requisición "civil" anormal que apareja una
urgencia imperiosa de inaplazable cumplimiento, la índole de las necesidades entonces a
satisfacer admite que se las lleve a cabo sin un acatamiento riguroso o estricto a las reglas del
"debido proceso legal".
En el supuesto de requisición "civil" normal, es decir donde no existe esa urgencia imperiosa de
inaplazable cumplimiento, las reglas del "debido proceso legal" deben ser rigurosamente
observadas.
No obstante, por tratarse de una garantía constitucional consubstanciada con el Estado de
Derecho, y vigente en los países civilizados, en todos los casos de requisición el titular del bien a
requisar debe ser oído: debe dirigirse a dicho propietario y ponerlo en antecedentes de lo que se
trata, tanto más cuanto esto puede dar lugar a una "cesión amistosa" o "avenimiento",
temperamentos en modo alguno reñidos con el trámite de la requisición. Las garantías
constitucionales rigen incluso durante la situación de guerra, porque durante ésta también tiene
vigencia plena la Constitución.
El acto concreto de la requisición debe ser dispuesto u ordenado por autoridad competente.
No cualquier autoridad puede disponer u ordenar requisiciones.
Finalmente, recuérdese que, siendo la expropiación y la ocupación temporánea institutos afines a
la requisición, los principios vigentes en materia de expropiación y de ocupación temporánea
pueden aplicarse para resolver los correlativos y similares problemas que suscite la requisición.
Autoridad Competente
El órgano estatal que, en los casos concretos, dispone y hace efectiva la requisición es la
Administración Pública. Esto es así porque la actividad de ésta es "inmediata", ya que no sólo
emite decisiones, sino que ella misma las hace cumplir. En cambio, la actividad de los órganos
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legislativo y judicial es "mediata", pues tales órganos, si bien emiten decisiones y disposiciones,
no son ellos quienes las cumplen y hacen efectivas: para esto deben requerir la intervención de la
Administración Pública.
Tratándose de una requisición "militar", o de una requisición "civil" anormal es decir donde existe
una urgencia imperiosa de inaplazable cumplimiento , el principio o regla que antecede es
riguroso: en tales casos, la requisición la dispone y hace efectiva la autoridad administrativa, cuya
decisión, por lo demás, tiene al respecto "ejecutoriedad propia".
Las cosas cambian cuando se trate de una requisición "civil" normal, o sea cuando "no" exista
una urgencia imperiosa. En este supuesto, si hubiere oposición del titular del bien que se
pretende requisar, la decisión de la Administración Pública no tiene ejecutoriedad propia, por lo
que la Administración debe dirigirse a la autoridad judicial a fin de que ésta, con las garantías
propias del debido proceso legal, decida lo pertinente.
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E) Ocupación temporánea
Ocupación Temporánea
Distinciones
Plazo
Ninguna norma general contempla el punto. En consecuencia, habrá que atenerse al plazo
concreto que se fijare en cada caso particular; de lo contrario, el plazo surgirá de la índole de la
ocupación de que se trate (plazo que entonces sería "determinable"), debiéndose tener presente
que, para su validez, dicho plazo debe ser "razonable" en su duración.
No habiendo una norma concreta que contemple el punto, todo lo atinente a la extensión del
plazo de la ocupación temporánea, todo lo atinente a su duración, debe ser de interpretación
restringida, es decir debe tender a limitar razonablemente ese lapso.
Requisitos
Para la procedencia de la ocupación temporánea requiérese la concurrencia inexcusable de dos
requisitos: utilidad pública, que es la "causa" jurídica de aquélla, e "indemnización" al titular del
bien ocupado.
Ambos requisitos actúan como "garantías constitucionales" al derecho de propiedad del titular del
bien que se ocupará.
Los requisitos de referencia deben concurrir simultáneamente.
Utilidad pública: Es imposible agotar en una enumeración los supuestos que pueden servir como
"causa" de la ocupación temporánea por trasuntar utilidad pública. Infinidad de situaciones
pueden quedar comprendidas en ella. Así, el "estado de necesidad" es propicio para dar lugar a
una ocupación temporánea válida; vgr., ocupación de un automotor, en la calle, para el traslado
urgente de un enfermo grave o de un accidentado a un hospital.
Naturaleza Jurídica
No es posible desconocer que ella se traduce en una potestad del Estado sobre el bien o cosa
objeto de la ocupación, potestad referida al uso y goce de ese bien o cosa ("jus utendi" y "jus
fruendi"). Trátase de un "derecho real" del Estado sobre el bien o cosa que se ocupa. Pero dado
el ámbito jurídico en que se producen o desarrollan los hechos o actos, como así dada la
finalidad de éstos, ese "derecho real" es de evidente carácter "público": trátase de un "derecho
real administrativo”.
Fundamento Jurídico
La ocupación temporánea tiene su implícito fundamento positivo en el artículo 17 de la
Constitución Nacional, especialmente en los "principios" emergentes del mismo.
Si dicho texto admite la "expropiación", que es la máxima limitación a la propiedad privada en
interés público, evidentemente admite también la simple "ocupación temporánea", que en materia
de limitaciones a la propiedad es de grado mucho menor.
El hecho de que entre nosotros no exista una ley reglamentaria de la ocupación temporánea, en
nada obsta a la procedencia de ésta, pues, surgiendo ella de la Constitución, cabe recordar que
para la aplicación de los preceptos y principios constitucionales no es necesario que ellos hayan
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sido reglamentados por ley alguna: los preceptos y principios de la Constitución tienen
operatividad por sí mismos.
Va de suyo que implicando la ocupación temporánea una cuestión de derecho administrativo, la
potestad de legislar a su respecto es, por principio, de carácter "local", provincial, por ser ésa la
índole del derecho administrativo en nuestro país, sin perjuicio de la indiscutible potestad de la
Nación para legislar sobre ello en cuanto sea de su incumbencia constitucional. De modo que
respecto a la potestad para legislar o estatuir en materia de "ocupación temporánea", tal como
ocurre en materia de expropiación, hay concurrencia de fines entre la Nación y las provincias:
cada una de ellas puede legislar al respecto dentro de la esfera de su competencia.
Este criterio, de indiscutible exactitud, aparece corroborado por el artículo 2611 del Código Civil,
según el cual las restricciones impuestas al dominio privado sólo en el interés público, son
regidas por el derecho administrativo. No obstante, en el Código Civil se hizo referencia a la
"ocupación temporánea" por causa de utilidad pública: así resulta del artículo 2512 del mismo,
que contempla el caso de ocupación temporánea "anormal". La generalidad de la doctrina está
conteste en que dicho artículo 2512 se refiere a la ocupación temporánea. Este precepto, por
implicar una norma de derecho administrativo, sólo tiene vigencia en lugares donde la Nación
tenga jurisdicción, o para el cumplimiento de finalidades que estén a cargo de la Nación.
Destino de la cosa
No obstante ser la "ocupación temporánea" una institución "autónoma" dentro de las limitaciones
a la propiedad privada en interés público, tenía una obvia conexidad o afinidad con la
"expropiación", que es otra especie dentro de las mencionadas limitaciones. De ahí que muchos
"principios" vigentes en materia expropiatoria tengan virtual aplicación en materia de ocupación
temporánea.
Conforme a lo que antecede, y por análogas razones que en materia de expropiación, en materia
de "ocupación temporánea" no es posible darle al bien o cosa ocupado un destino diferente al
que motivó o determinó la ocupación. La contravención a este criterio puede traer análogas
consecuencias que en el ámbito de la expropiación, cuyo régimen jurídico sería aplicable en lo
pertinente. Ello es así cualquiera sea el tipo de ocupación temporánea de que se trate, es decir
ya se esté en presencia de una ocupación temporánea "normal" o de una "anormal.
Así, tratándose de la incautación de un automotor, en la calle, para trasladar un enfermo grave o
un accidentado a un hospital (ocupación "anormal"), después de lograda tal finalidad, el
automotor no podría ser utilizado por la autoridad pública para otro menester o destino; por
ejemplo, dicha autoridad no podría ocupar ese vehículo para trasladarse a su domicilio particular.
Sujetos
Los posibles "sujetos" de la relación jurídica en la ocupación temporánea son exactamente los
mismos que en la relación "expropiatoria".
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Por lo tanto, en nuestro país, tal como lo puse de manifiesto al referirme a la expropiación, dichos
sujetos son:
a) Sujeto activo. Un ente público estatal (Nación, provincia, etc.).
b) Sujeto pasivo. Una persona privada (individual o jurídica), o un ente público, estatal o no
estatal.
Véase lo dicho en materia de expropiación: números 1309 1315.
Objeto
No habiendo una norma legal válida que expresamente limite a los "inmuebles" la ocupación
temporánea, ésta puede tener lugar sobre cualquier bien o cosa con el que haya de satisfacerse
un determinado requerimiento de utilidad pública de duración temporaria. El "objeto" sobre el cual
recae la ocupación temporánea puede ser, pues, cualquier bien o cosa, tal como en materia de
expropiación. Todo depende del requerimiento de utilidad pública a satisfacer. Puede tratarse,
entonces, de inmuebles, de muebles, derechos, etc.
Extinción
La "ocupación temporánea" termina o concluye por diversas causas:
a) Si se tratare de una ocupación "anormal", por el cumplimiento de la finalidad que la determinó.
b) Si se tratare de una ocupación "normal", por vencimiento del término expreso establecido, o
por vencimiento del término implícito resultante de la índole de la ocupación.
c) Por declararse "ilegal" la ocupación. Esa ilegalidad puede ser declarada por la Administración
Pública "revocando por ilegitimidad" el acto administrativo que dispuso la ocupación, o por la
autoridad judicial disponiendo la "nulidad" de dicho acto administrativo.
Jurisdicción y competencia
La "ocupación temporánea" que disponga la Administración Pública puede dar lugar a contiendas
o controversias determinadas por una disconformidad del propietario del bien o cosa que se
pretende ocupar.
Por tanto, la jurisdicción donde han de tramitarse dichas cuestiones es la "contencioso
administrativa". Ello es así ya se trate de lo atinente a la existencia o inexistencia de "utilidad
pública", o al monto de la indemnización.
Órgano competente
Las cuestiones que plantee o promueva el propietario del bien o cosa con motivo de la
"ocupación temporánea", están exentas de la reclamación administrativa previa, cuya vía, por
tanto, no ha de pretenderse que sea "agotada" por dicho propietario. Este hállase liberado de tal
reclamación.
Aquí ocurre lo mismo que en materia de expropiación, institución afín y conexa a la "ocupación
temporánea".
La ocupación temporánea plantea también el siguiente problema: en caso de oposición del
propietario del bien o cosa ¿a qué órgano estatal Ejecutivo o Justicia le corresponde hacer
efectiva dicha ocupación?
Hay que distinguir entre ocupación temporánea "anormal" y "normal".
Respecto a la primera ocupación "anormal" , dadas sus características, va de suyo que dicho
órgano del Estado será siempre el Ejecutivo, o alguno de los organismos menores o reparticiones
dependientes del mismo.
Si se tratare de la ocupación temporánea "normal" la cuestión varía. En este supuesto tienen
pleno imperio los requerimientos del debido proceso legal, situación que no ocurre tratándose de
la ocupación temporánea "anormal
Si el propietario del bien o cosa sobre el cual recaería la ocupación temporánea se opusiere a
ello, y se tratare de una ocupación "normal", el órgano estatal habilitado para hacer efectiva dicha
ocupación es el órgano Justicia, quien incluso puede ser la sección de ésta que en la especie
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tenga jurisdicción y competencia en lo "contencioso administrativo". Pero ha de tratarse de la
autoridad "judicial".
Indudablemente se trata de una materia cuyo debate jurisdiccional integra la función de la
"justicia".
Prescripción
La prescripción de las acciones que le correspondan al propietario del bien o cosa ocupado, para
obtener del Estado el pago de la respectiva indemnización y la devolución del bien o cosa. ¿Son
prescriptibles dichas acciones? En caso afirmativo, ¿dentro de qué lapsos se opera la
prescripción?
En nuestro orden jurídico nacional no existe texto alguno que se refiera específicamente a esas
prescripciones. Pero esto no obsta a la solución de la cuestión de referencia.
Debe considerarse separadamente la prescripción de la acción para obtener el pago de la
indemnización, de la prescripción de la acción para obtener la devolución del bien o cosa
ocupado.
Ambas acciones, aunque de derecho público, son de tipo "patrimonial", siendo, por tanto,
prescriptibles. Tal es el "principio" que impera en derecho y recibido en nuestro ordenamiento
jurídico.
Lo atinente a la prescripción de la acción para obtener el pago de la indemnización se rige por los
mismos criterios que en materia de prescripción de la acción para obtener la indemnización en
los supuestos de "expropiación". Así lo exigía el silencio de la legislación nacional y los principios
sobre analogía jurídica. Por tanto, tratándose de una acción "personal" del dueño del bien o cosa
ocupado para obtener del Estado el pago de la indemnización, dicha prescripción se operaba a
los diez años.
¿Dentro de qué lapso se prescribe la acción para obtener la "devolución" del bien o cosa
ocupado? Trátase del ejercicio de una acción "real". El ocupante Estado se incautó del bien con
carácter "temporario", requisito sine qua non de la ocupación temporánea. En su mérito, una vez
vencido el plazo en que debió devolver el bien o cosa, el Estado no puede alegar o invocar
"buena fe" en la posesión, pues su deber originario consistió en devolver la cosa al fenecer dicho
plazo. Es por ello que no es posible invocar aquí los principios sobre prescripción de la acción de
retrocesión, la cual, "ab initio", apareja o hace presumir esa buena fe.
En consecuencia, tratándose de una acción "real" devolución o reintegro de una cosa la
prescripción de la acción se operaba a los veinte años, que es el plazo para adquirir la propiedad
de cosas inmuebles y demás derechos reales, sin necesidad de buena fe.
Pero hoy dicho supuesto se rige por el art. 70 de la ley 21499 que fija el plazo de cinco años.
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Decomiso
Naturaleza jurídica
El "decomiso" constituye, desde luego, una "limitación a la propiedad privada en interés público".
Tal es su naturaleza jurídica.
No obstante, en el ámbito del derecho administrativo, el decomiso aparece como una sanción de
"policía". El decomiso es una "limitación a la propiedad privada en interés público" que se hace
efectiva como "medida de policía de la propiedad".
La substancia del decomiso es la de "sanción penal", de carácter "preventivo represivo"; a su vez,
como sanción puede ser "principal" o "accesoria".
Pero el decomiso, como medida de policía, no siempre requiere "culpa" y menos aún dolo en el
propietario de la cosa decomisada. Para la procedencia del decomiso basta con la infracción
"formal" de la norma. Así, cuando un animal contrae una enfermedad peligrosa o contagiosa sin
culpa de su dueño, la autoridad competente puede igualmente disponer su sacrificio
("decomiso").
Indemnización
El decomiso, dadas las razones y circunstancias que lo hacen procedente, no apareja derecho a
"indemnización" alguna para el titular de las cosas decomisadas. Esto es así:
1º Porque en estos casos la propiedad privada no es precisamente tomada para destinarla a usos
públicos, sino para evitar que mediante ella la sociedad o sus integrantes sufran lesión física,
económica o moral (855) .
2º Porque la propiedad privada que dé lugar al decomiso, por no hallarse en "estado legal", no
tiene el amparo constitucional a la inviolabilidad de la propiedad.
Autoridad competente
En ejercicio de sus poderes de policía, el Estado puede, sin duda, disponer "decomisos". Pero si
al respecto su conducta no se ajustare a derecho y de ahí resultare un daño para el administrado
que se ve indebidamente privado de lo suyo, el Estado incurrirá en responsabilidad hacia dicho
administrado, quien entonces tendrá contra aquél y eventualmente contra los respectivos
agentes públicos una acción de daños y perjuicios.
No obstante, como consecuencia del carácter "ejecutorio" del acto que disponga el decomiso
cuestión de la que me ocupo en el parágrafo próximo, es de advertir que la expresada acción de
daños y perjuicios es siempre de ejercicio posterior a la ejecución o cumplimiento del decomiso.
El acto administrativo
En mérito a la "ratio iuris" del decomiso, y a su naturaleza jurídica (sanción preventiva represiva),
el acto administrativo que lo disponga tiene "ejecutoriedad propia"; por tanto, el decomiso puede
hacerse efectivo directamente por la Administración Pública, sin que para ello sea necesario que
ésta recurra a la autoridad judicial.
El ejercicio del poder de policía, como principio general, ha sido reservado por las provincias al
constituir la unión nacional. Por tanto, las provincias pueden legislar al respecto, dentro de sus
respectivas jurisdicciones o secciones territoriales, y en tanto no se trate de una materia que, por
su índole, siempre afecte o pueda afectar, a la Nación entera o a más de una provincia (ejemplo
de esto último, la "moralidad" en materia de cinematógrafo).
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A su vez, y esto es obvio, la Nación puede legislar sobre policía y, por ende, sobre decomiso en
materias que le hayan sido expresamente delegadas en la Constitución, como así en los lugares
donde tiene jurisdicción exclusiva.
Confiscación
La confiscación no sólo puede surgir de un acto "expreso" del Estado; puede resultar de "hecho"
o "indirectamente" (es decir, en forma no precisamente deseada o querida), como lo haré ver más
adelante. Cuando es expresa siempre aparece como una represalia o venganza ilícitas, desde
luego contra un enemigo o adversario. La historia, tanto argentina, como extranjera, así lo
corrobora. (En nuestro país, durante el gobierno de Rosas fue casi regla la confiscación de los
bienes de los unitarios, sin forma alguna de juicio, para ser repartidos, no pocas veces, entre los
allegados al gobierno).
Esta es la noción de "confiscación" en el ámbito penal, y que aparece expresamente prohibida
por la Constitución Nacional, al decir ésta en su artículo 17 que "la confiscación de bienes queda
borrada para siempre del código penal argentino". Trátase de una confiscación "expresa",
deliberadamente querida y buscada. Pero junto a ese tipo de confiscación existe otro, que resulta
de "hecho" o "indirectamente", cuando una norma sea ésta civil, administrativa o fiscal , por el
exagerado monto de la sanción que impone o del tributo cuyo pago exige, al absorber una parte
esencial del capital, o de la renta, o por exceder de un porcentaje razonable, resulta agraviante a
la garantía de inviolabilidad del derecho de propiedad, por lo que entonces se le considera
"confiscatoria"; habría ahí un agravio a los artículos 14 y 17 de la Ley Suprema en cuanto ésta
asegura el derecho de usar y disponer de la propiedad conforme a las leyes que reglamenten su
ejercicio (artículo 14), y en cuanto asegura la inviolabilidad de la propiedad (artículo 17) .
Particularidades
a) Las confiscaciones no sólo pueden resultar de medidas de carácter personal (individual o
singular), pues, en forma simultánea, pueden resultar agraviados por la confiscación muchos
habitantes (plural).
b) La confiscación no sólo puede configurarse a través de medidas de carácter y fines penales,
sino también a través de normas que no revistan este carácter; vgr., impuestos de monto
exorbitante.
c) El hecho de que el desapoderamiento resulte de una sentencia fundada en ley (por ejemplo,
sentencias de primera y segunda instancias), no es decisivo para excluir la existencia de una
confiscación, pues la circunstancia de que exista de por medio tal sentencia no hace
desaparecer, jurídicamente, la confiscación, si la "ley" en que se basó la sentencia ahora
impugnada (vgr., ante la Corte Suprema) contuviere una disposición confiscatoria.
d) La confiscación no sólo puede resultar de requisiciones militares, sino también de exigencias
abusivas de las autoridades civiles del Estado.
e) En el terreno de los principios puros, resulta inaceptable la afirmación de que si la sanción
impugnada por confiscatoria reviste carácter "penal", tal impugnación resulta improcedente.
Expropiación
Puede definirse la "expropiación" como el medio jurídico en cuyo mérito el Estado obtiene
que un bien sea transferido de un patrimonio a otro por causa de utilidad pública, previa
indemnización. Tal es la noción conceptual de expropiación.
f) A quién debe favorecer la "interpretación" de las normas y principios sobre expropiación ¿al
expropiado o al Estado, es decir a la persona privada, titular del bien que se expropia, o a la
sociedad, comunidad o colectividad, representada en el Estado?
Tratándose de una "limitación" a la propiedad privada en interés público, paréceme evidente que
todo aquello que tienda a alterar la inviolabilidad del derecho de propiedad, que garantiza la
Constitución, debe interpretarse en pro del expropiado , con lo cual tiéndese a respetar la
expresada garantía constitucional. El "interés público" no es título que autorice el apoderamiento
gratuito de la propiedad ajena, en todo o en parte .
Fundamento de la expropiación
Las principales de esas teorías son:
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a) Teoría de la colisión de derechos. Según ésta el fundamento de la expropiación sería la
superioridad del derecho público sobre el derecho privado: la propiedad del titular de una cosa
debe ceder ante el derecho superior de la colectividad a esa cosa.
d) Teoría del dominio eminente. El poder de quitar la propiedad privada, cuando el interés
público lo exige, es reconocido como derecho de superioridad. Es una teoría de origen feudal,
vinculada a la soberanía territorial. La expropiación era el ejercicio normal del ius eminens que
pertenecía al soberano sobre los bienes de sus súbditos.
e) Teoría de los fines del Estado. Uno de los fines esenciales del Estado actual es promover el
bien común. En el preámbulo de nuestra Constitución se dice que uno de los objetos a que ella
responde es "promover el bienestar general. De ahí que la expropiación halle su fundamento en
la necesidad de que el Estado realice sus fines jurídico sociales. En tal orden de ideas, la
expropiación puede considerarse como un "instrumento" de gobierno.
De manera que el "fundamento" de la expropiación no es otro que permitir que el Estado lleve a
cabo sus fines esenciales. Pero ello sin perjuicio de que el instituto expropiatorio halle explicación
y justificación como medio de solucionar y armonizar la situación antagónica entre el interés
público y el privado.
Efectos de la expropiación
b) Otro efecto de la expropiación consiste en que la propiedad del expropiado cambia de especie:
el expropiado deja de ser titular de la cosa o bien objeto de la expropiación y se convierte en
titular de una suma de dinero que trasunta la indemnización previa a que se refiere la
Constitución.
c) Otro efecto, tratándose de inmuebles, es el de la "indisponibilidad" del bien sobre el cual pesa
la declaración de utilidad pública a efectos de su expropiación. Dicha indisponibilidad recién
surge con la inscripción de la litis en el Registro de la Propiedad.
a) Si no existiere un derecho de "otro", es decir un derecho ajeno (del expropiado, en este caso),
de quien a su vez el expropiante adquiriría el derecho suyo sobre el objeto expropiado, la
expropiación estaría de más, pues entonces el bien sería del Estado.
b) Uno de los "efectos" de la expropiación es la "transferencia" del dominio o de la propiedad del
bien o cosa que se expropia, el cual sale del patrimonio del expropiado para ingresar en el del
expropiante .
c) Si la adquisición por parte del expropiante fuese "originaria" ¿cómo se justificaría el deber de
"indemnizar" al expropiado?
d) Si bien en la expropiación no concurre la "voluntad" del expropiado, dicha voluntad la suple el
orden jurídico al establecer las reglas propias del instituto expropiatorio, todo ello sin perjuicio de
que, aún dentro de este instituto, el expropiante pueda adquirir la propiedad mediante "cesión
amistosa" o "avenimiento".
e) La expropiación es una "limitación" al carácter "perpetuo" de la propiedad, limitación que se
hace efectiva por causa de utilidad pública. Siendo así, mal puede sostenerse que la adquisición
del bien o cosa expropiado, por parte del expropiante, lo sea a título "originario".
g) El carácter coactivo de la expropiación en modo alguno obsta a que en la especie se trate de
una adquisición "derivada" por parte del expropiante, del mismo modo que es "derivada" y no
"originaria" la adquisición de un bien o cosa por parte de un tercero, en una ejecución judicial
forzada.
Naturaleza jurídica
Caracteres
Utilidad pública
En nuestro país, como quedó dicho, la competencia para la calificación o declaración de utilidad
pública a los efectos de la expropiación, le corresponde exclusivamente al órgano legislativo. La
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Constitución es clara y terminante al respecto: "la expropiación por causa de utilidad pública debe
ser calificada por ley" (artículo 17). Se ha entendido que nadie mejor que los propios
representantes del pueblo para determinar cuándo existe y cómo debe satisfacerse un
requerimiento público.
Impugnación
La calificación de la utilidad pública que ha de servir de base a la expropiación, es potestad que
le compete exclusivamente al Congreso de la Nación (y a las legislaturas en el ámbito provincial).
Así surge del artículo 17 de la Constitución, en cuyo mérito dicha utilidad pública debe ser
calificada por "ley". La "competencia" del Congreso, a esos efectos, es exclusiva. Tal es el
principio.
El Poder Judicial no puede declarar la utilidad pública que ha de servir de base a la expropiación,
pues ello corresponde a la competencia constitucional del Congreso; pero el Poder Judicial
puede controlar la respectiva calificación que haga el Poder Legislativo, a efectos de establecer si
la utilidad pública existe o no. Si existiere, en el sentido constitucional y racional del término, en
modo alguno podrá ser invalidada por el Poder Judicial, pues al respecto el Congreso es juez
exclusivo.
Si la declaración o calificación de utilidad pública realizada por el Congreso o por una Legislatura
fuese arbitraria, o no existiere tal utilidad, la calificación de semejante utilidad pública puede ser
impugnada por quien se considere agraviado, recurriendo al efecto ante la autoridad judicial en
defensa de su derecho.
Si la "utilidad pública" calificada o considerada por el legislador no existiere, el acto legislativo
hallaríase viciado, porque en lo pertinente estaría contraviniendo lo dispuesto por la Constitución
Nacional en el artículo 17. La calificación de "utilidad pública" que realice el Congreso no puede
ser irrazonable o con desviación de poder.
La ley pertinente puede ser objetada o impugnada ante la autoridad judicial con competencia en
lo contencioso administrativo, a efectos de que ésta declare inconstitucional dicha ley sobre
expropiación por no concurrir en el caso la "utilidad pública" exigida por la Constitución Nacional.
Si bien el órgano Legislativo es el único competente en nuestro país para hacer la calificación de
utilidad pública a los efectos de una expropiación, la ley pertinente queda sujeta a impugnaciones
ante la justicia si la utilidad pública invocada no existiere. En tal caso la justicia "controla" el acto
legislativo.
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La "utilidad pública" debe existir efectivamente, requiriendo, para su satisfacción, la utilización del
bien respectivo. Trátase de un doble requisito: existencia efectiva de la utilidad pública y que la
ocupación del bien o cosa de que se trate sea, asimismo, racionalmente requerida para la
obtención de esa utilidad pública. Entre la "utilidad pública", cuya satisfacción se busca, y la
expropiación de ese bien o cosa para satisfacer tal utilidad, debe existir, pues, una conexión
evidente. Una expropiación que no reúna esos requisitos es una expropiación arbitraria, que
trasunta un ejercicio abusivo de su competencia por parte del Congreso.
Como la inexistencia de "utilidad pública" puede responder a una desviación de poder de parte
del Congreso o Legislatura, considero que en modo alguno resulta indispensable que la
inexistencia de utilidad pública, en el sentido constitucional del término, surja o resulte manifiesta
y clara de la propia ley que hace la calificación, pues ese vicio la desviación de poder es un vicio
"clandestino" que se intenta disimular con apariencias de legalidad, y cuya verdadera existencia
requiere ser acreditada con la prueba correspondiente.
¿En qué momento la persona agraviada por una expropiación donde falte el requisito de "utilidad
pública", puede impugnar la norma que dispuso dicha expropiación?
Conforme a nuestro sistema legal, la jurisprudencia se ha pronunciado con acierto al respecto: la
impugnación de referencia puede hacerse antes o durante el juicio de expropiación, esto último si
es "durante" éste que surge o aparece la inexistencia de utilidad pública. Si dicha inexistencia de
la utilidad pública surgiere "después" de terminado el juicio de expropiación el damnificado debe
recurrir a la acción de retrocesión (328) .
No obstante que la indicada es la solución que prevalece en el terreno doctrinario, algunas
legislaciones disponen que la controversia acerca de la inexistencia de "utilidad pública" no puede
plantearse dentro del procedimiento expropiatorio, sino en juicio posterior.
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Sujetos de la relación expropiatoria
ARTICULO 2º — Podrá actuar como expropiante el Estado Nacional; también podrán actuar
como tales la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, las entidades autárquicas nacionales
y las empresas del Estado Nacional, en tanto estén expresamente facultadas para ello por sus
respectivas leyes orgánicas o por leyes especiales.
Los particulares, sean personas de existencia visible o jurídicas, podrán actuar como
expropiantes cuando estuvieren autorizados por la ley o por acto administrativo fundado en ley.
El bien o la cosa que se expropie para al dominio del Estado. Tal es el principio.
Pero en ciertos supuestos el beneficiario de la expropiación puede ser un particular o
administrado, adquiriendo la propiedad de la cosa expropiada, para lograr satisfacción del interés
público o la utilidad pública.
La Constitución Nacional, artículo 17, no obsta a este último tipo de expropiación, pues dicho
texto sólo exige “causa de utilidad pública calificada por ley e indemnización previa”: nada
especifica acerca del eventual sujeto expropiante o del beneficiario definitivo del bien que se
expropie.
Todo aquello que tenga un valor patrimonial o económico, todo aquello que constitucionalmente
integre el concepto de "propiedad", teóricamente puede ser objeto de expropiación.
El término propiedad, cuando se emplea en los artículos 14 y 17 de la Constitución o en otras
disposiciones de ese estatuto comprende, como lo ha dicho esta Corte, todos los intereses
apreciables que un hombre puede poseer fuera de sí mismo, fuera de su vida y de su libertad.
Todo derecho que tenga un valor reconocido como tal por la ley, sea que se origine en las
relaciones de derecho privado, sea que nazca de actos administrativos (derechos subjetivos
privados o públicos), a condición de que su titular disponga de una acción contra cualquiera que
intente interrumpirlo en su goce, así sea el Estado mismo, integra el concepto constitucional de
propiedad.
El principio de la inviolabilidad de la propiedad, asegurada en términos amplios por el artículo 17,
protege con igual fuerza y eficacia tanto los derechos emergentes de los contratos como los
constituidos por el dominio y sus desmembraciones". Tal es lo que debe entenderse por
"propiedad" de acuerdo con la Constitución.
Ningún bien de carácter patrimonial, de valor económico, se sustrae, pues, a la posibilidad de ser
expropiado. Es la regla general.
Pero ha de tratarse de un bien de carácter patrimonial, de valor económico. Si el bien no reúne
este carácter, la expropiación será improcedente, porque en tales casos el "bien" en cuestión no
integra el concepto constitucional de "propiedad".
Por tanto, los bienes o valores que no constituyan una "propiedad" en el sentido constitucional del
término, los valores superiores, los extra patrimoniales, los que están fuera del mercado
económico, aquellos que se funden con la persona misma, hállanse al margen de toda posible
expropiación.
De modo que puede ser "objeto" de expropiación "cualquier" bien que integre el concepto
constitucional de propiedad. Como acertadamente se dijo, la excepción no depende de la
naturaleza del instituto, sino de disposiciones del derecho positivo que suele excluir la
expropiación de ciertos bienes.
En el derecho argentino no hay limitación alguna acerca del posible objeto expropiable: puede
serlo todo aquello que integre el concepto constitucional de propiedad.
Los que sostienen que las cosas "muebles" no deben ser objeto de expropiación, consideran que
al Estado le es fácil adquirir tales cosas sin recurrir al procedimiento expropiatorio, por lo que
extender la expropiación a los "muebles" implicaría una excesiva y no justificada limitación al
derecho de propiedad.
Expropiación de inmuebles
Tratándose de "inmuebles" cuya expropiación se disponga a efectos de llevar a cabo una obra
pública, corresponde establecer si la expropiación debe limitarse al terreno que física o
materialmente ocupará la obra a construir, o si puede extenderse o comprender una extensión o
área mayor.
Entre nosotros, la doctrina prevaleciente acepta la posibilidad de que, en los dos supuestos
mencionados, la expropiación incluya zonas laterales a la que estrictamente ocupará la obra a
construir, es decir acepta que la expropiación comprenda un área mayor a la estrictamente
requerida por la obra proyectada.
La medida de la necesidad no la determina la porción del bien sobre la cual haya de construirse
la obra, sino la que permita realizar esa construcción. No será, pues, la extensión que haya de
ocuparse con la obra misma, sino la que deba tomarse para hacerla factible.
Expropiación parcial
Muchas veces la "utilidad pública" a satisfacer no requiere la expropiación total de un inmueble,
sino sólo la de una parte del mismo. Es lo que se denomina "expropiación parcial", cuya
procedencia no siempre es admisible
La ley nacional de expropiación nº 21499 artículo 8º, hace referencia a varias situaciones creadas
por la expropiación parcial que autorizan al propietario para requerir la expropiación total.
Indemnización
Lo mismo que la efectiva existencia de "utilidad pública" calificada por ley, la "indemnización"
constituye un requisito de la legitimidad del acto.
Todo lo atinente al régimen jurídico de la indemnización expropiatoria se rige, esencialmente, por
la letra y el espíritu de la Constitución (artículo 17), y subsidiariamente por la ley de expropiación,
en cuanto esta última no vulnere la Constitución.
¿Qué debe entenderse por "indemnización" en materia expropiatoria?
Por tal debe entenderse el resarcimiento de todo lo necesario para que el patrimonio del
expropiado quede en la situación que tenía antes de la expropiación. Tal es el principio. Por eso
se ha dicho que la expropiación se resuelve en una conversión de valores: los bienes
expropiados se reemplazan por su equivalente en dinero.
La legislación suele y puede excluir del resarcimiento algunos valores, exclusión que será
jurídicamente admisible en tanto sea "razonable", es decir en tanto no se extienda a valores
esenciales integrantes del respectivo derecho de propiedad.
Naturaleza jurídica
a) Está regida por el derecho público y pertenece al mismo. Esto es una consecuencia de la
naturaleza jurídica de la expropiación.
b) No constituye "precio" . Ello es así porque la expropiación, propiamente dicha, no es un
contrato, sino un coactivo acto unilateral del Estado.
Las cosas cambian tratándose de la "cesión amistosa" o "avenimiento", pues, implicando éste un
contrato administrativo, stricto sensu, el pago que recibe el titular del bien objeto de la cesión
amistosa o avenimiento, es "precio" y no "indemnización".
c) No es deuda de "cantidad" o "pecuniaria", sino "deuda de valor", dependiente de una
determinación ulterior acerca del monto; al menos "originariamente" no es deuda de "cantidad",
sino de "valor", carácter que mantiene hasta el pago total de ella.
Unicidad o Multiplicidad
La indemnización puede ser "única", si al efecto se fija una sola suma sobre la cual deben hacer
valer sus pretensiones, no sólo el expropiado, sino todos aquellos que se consideren con un
derecho sobre el bien que se expropia, o puede ser "divisible" (o "múltiple"), si a cada reclamante
se le fija la indemnización que le corresponda.
Adoptar uno u otro sistema no es cuestión de "principio", sino de "política procesal". El sistema de
la "unicidad", con referencia al de la "multiplicidad" o "divisibilidad", es preferible no solamente en
virtud de la economía del proceso al evitar la intervención de terceros, con las consiguientes
dilaciones procesales, sino principalmente porque el expropiante puede conocer desde el
comienzo del juicio el total de las pretensiones del expropiado.
La ley nacional de expropiación ha seguido el criterio de la unicidad.
El monto de la indemnización no puede ser fijado o establecido por el propio expropiante, quien
actúa a través de la Administración Pública. Debe ser fijado o establecido por un tercero
imparcial, que en la especie es el órgano del Estado constitucionalmente investido de la función
de "juzgar" y administrar justicia, ante el cual el administrado hará valer sus derechos con todas
las garantías del "debido proceso". Si así no fuere, y la indemnización fuese fijada por la propia
Administración Pública, se violaría el principio de separación de los poderes, pues una función
típicamente judicial estaría ejerciéndose por la rama ejecutiva de gobierno.
c) La ley de expropiación nº 21499, artículo 10, no acuerda indemnización por "valores afectivos".
Dicha norma no distingue entre muebles e inmuebles: en ambos casos queda excluida la
consideración del valor afectivo.
El valor afectivo no se indemniza en estos casos porque no integra el valor "objetivo" del bien.
Constituye un simple valor "subjetivo" que, para más, por principio general, se mantiene en lo
interno de la mente del propietario, sin manifestaciones exteriores permanentes e inequívocas. La
exclusión del valor "afectivo" como rubro a indemnizar es razonable: de ahí su juridicidad.
En realidad, desde que el valor "afectivo" no es un valor "objetivo", la exclusión del mismo como
integrante de la indemnización, resulta justificada.
d) Las "ganancias hipotéticas" tampoco se indemnizan (art. 10 de la ley 21499).
Vinculado en cierta manera a las "ganancias hipotéticas", o supuestas, puede mencionarse al
llamado "valor del porvenir", que toma en cuenta valores anteriores y posteriores a la fecha de la
toma de posesión.
e) La ley de expropiación nº 21499, no sólo ha excluido del resarcimiento las "ganancias
hipotéticas", sino también ciertas ganancias efectivas, pues excluye de la indemnización el "lucro
cesante" (art. 10).
El valor venal
La indemnización, cualquiere fuere el tipo de bien de que se trate, debe cubrir el valor "venal" del
respectivo bien. Desde luego, este valor está condicionado a la índole del bien. Dicho valor
consiste en el "justo precio" que habría tenido el bien en una libre contratación.
El valor venal puede acrecentarse con el llamado "valor potencial", que es el que corresponde
asignarle al bien considerando razonablemente sus aptitudes para explotarlo de acuerdo con sus
características, con el resultado lógico de una más proficua obtención de valores. Pero ha de
tratarse de consideraciones "razonables", factibles, y no de meras fantasías; de lo contrario
estaríase frente a "ganancias hipotéticas" y no frente a un "valor potencial".
La plus valía
La "plus valía" (aumento del valor) que, a raíz de la expropiación, recibe la parte restante del
inmueble expropiado ¿debe tomarse en consideración para fijar el monto de la indemnización?
Por de pronto, como lo advierten algunos expositores, esa "plus valía" nunca puede compensarse
con la indemnización, reemplazando a ésta. Ello es así porque el temperamento contrario no
suple la exigencia de que la expropiación se realice previa indemnización, la que debe tener lugar
en "dinero" y no en especie, como ocurriría en ese caso.
En cambio, la generalidad de la doctrina acepta que si la parte restante del inmueble expropiado
aumenta de valor como consecuencia de la expropiación y de las obras que la motivaron, ese
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mayor valor, esa "plus valía", se deduzca del monto total de la indemnización, la que, por tanto,
se fijará teniendo en cuenta esa "plus valía".
Marienhoff considera que la "plus valía", el aumento de valor que reciba la parte restante del
inmueble expropiado, no debe tomarse en cuenta para fijar el monto de la indemnización por la
parte expropiada. Ello es así:
1º porque en materia expropiatoria la indemnización sólo debe regularse con relación concreta a
la parte expropiada, en tanto que la parte restante del respectivo inmueble está fuera de la
expropiación, pues no ha sido objeto de ella.
2º Porque la indemnización al expropiado debe ser en "dinero" y no en "especie", carácter que en
el caso tendría el "mayor valor" o "plus valía".
El costo de reproducción
La fijación del valor del bien expropiado ateniéndose al costo o valor de "reproducción" o
"reposición", tiene vigencia incluso en materia de bienes afectados a una concesión de servicio
público.
¿Cuál es el "momento" para establecer el valor del bien en los supuestos de expropiación
"irregular”?.
El valor indemnizatorio debe fijarse no a la fecha del acto que originó la limitación del derecho de
propiedad, sino a la época en que, dentro del juicio, se realiza la estimación de aquel valor
(verbigracia, dictamen del Tribunal de Tasaciones), por ser tal estimación la más cercana a la
sentencia.
Caracteres de la indemnización
a) "Justa". Esta comprende dos subcaracteres, que contribuyen a darle cabal significado. Para
ser "justa" la indemnización debe ser:
1º "actual".
2º "integral".
b) "Previa".
c) Debe tener lugar en "dinero" efectivo.
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La depreciación monetaria.
La depreciación del signo monetario puede incidir en el monto de la indemnización: esto ocurre
cuando el Estado demora en pagar el resarcimiento debido al expropiado. Pero el ineludible
requisito constitucional de que la indemnización expropiatoria ha de ser integralmente justa, exige
que dicha indemnización sea aumentada o actualizada en proporción a la depreciación de la
moneda: de lo contrario la indemnización acordada implicaría un agravio a la garantía
constitucional de inviolabilidad de la propiedad.
El valor objetivo de la cosa debe ser indemnizado sin disminución alguna, porque es ese valor el
que el Estado incorpora realmente a su patrimonio. Si no lo hace así o si lo paga sin tomar en
cuenta la desvalorización de la moneda, su enriquecimiento injusto es manifiesto y es también
manifiesta la violación no justificada del derecho de propiedad.
Cuando el expropiado queda expuesto a las fluctuaciones del valor de la moneda, ello se debe a
un comportamiento no plausible del Estado. Si el Estado cumpliera con ese requerimiento de la
Ley Suprema, el expropiado no se vería afectado por la depreciación monetaria.
A esta clase de "indemnización" se le atribuye calidad de deuda de "valor" y no de deuda de
"dinero" o de "cantidad".
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Pero ha de advertirse que la consideración de la depreciación monetaria para fijar el monto de la
indemnización en esta materia se impone, además, en mérito a la culpa grave cometida por el
Estado al desoír la exigencia de la Ley Suprema de que la indemnización debe ser "previa" a la
expropiación del bien.
Sólo y únicamente corresponde respecto a las sumas no percibidas aún por el expropiado en el
momento de la liquidación y pago definitivo, pero en modo alguno respecto a sumas ya
percibidas a cuenta por el expropiado con anterioridad a la entrega de la posesión del bien objeto
de la expropiación.
Para que sea procedente considerar la depreciación de la moneda, ¿debe haber sido expresa y
específicamente planteada o solicitada en la demanda o contestación?
Los tribunales se han pronunciado por la afirmativa, o sea que la compensación por depreciación
monetaria requiere que el propietario haya planteado esta cuestión en su escrito de demanda o
de contestación. Agregan que si dicha depreciación no formó parte de la litis, la sentencia no
puede tomarla en consideración para fijar el monto de la condena, conforme con conocidos
principios de orden procesal.
Marienhoff no comparte el criterio que antecede. Estima que la consideración de la depreciación
monetaria para fijar o actualizar, de acuerdo con ésta, la indemnización al expropiado, no
requiere petición expresa ni específica.
¿Con relación a qué momento debe considerarse el valor del bien expropiado?
El "momento" al cual debe referirse el valor del bien, que después se actualizará de acuerdo con
el índice de depreciación monetaria, es el que tenía en el acto de la desposesión. A partir de
entonces, y hasta el día del pago efectivo, el valor del bien debe ser acrecido con el coeficiente
de depreciación de la moneda. La "desposesión" a que me refiero, tanto puede ser la "provisoria"
como la "definitiva", pues en cualquiera de los dos supuestos el expropiado pierde la utilización
de la cosa.
No se trata de actualizar la "tasación" o el "avalúo" del bien de acuerdo con la depreciación
monetaria. Sólo se trata de actualizar el valor de la moneda que se tuvo en cuenta para
establecer el valor del bien que se expropia. Una cosa es el valor del bien que se expropia y otra
cosa distinta el valor de la moneda en que aquel valor fue fijado. De acuerdo con el valor actual
de la moneda, y sobre la base de la tasación oportunamente efectuada, se actualiza el valor del
bien. La "tasación" no se altera: sólo se actualiza el valor de la moneda.
El coeficiente de disponibilidad
Tampoco es posible disminuir el monto de ella deduciéndole suma alguna por el hecho de que el
inmueble expropiado esté ocupado por terceros. Esto se expresa diciendo que la indemnización
no puede ser afectada por razón de "indisponibilidad" del bien, o que al efecto de fijar aquélla no
corresponde tomar en cuenta lo que se ha llamado "coeficiente de reducción por disponibilidad".
La jurisprudencia dijo que el expropiante puede llevar a cabo el desalojo cuando así lo disponga,
afirmación que halla apoyo en los artículos 26 , 27 y 28 de la ley 21499.
Naturaleza jurídica
Marienhoff estima que la "cesión amistosa" o "avenimiento" es un contrato "administrativo", stricto
sensu, por razón de su "objeto", dada la finalidad a que responde. Pero en modo alguno es un
contrato administrativo de compraventa. Trátase de un contrato administrativo "innominado",
siéndole aplicable el régimen correspondiente.
No puede hablarse, aquí, de compraventa, pues hay dos elementos o datos que no concurren en
ella:
1º el bien o cosa respectivo fue declarado de utilidad pública, y este antecedente es la base del
negocio que ahora se lleva a cabo mediante "cesión amistosa";
2º se trata, en definitiva, de una etapa del proceso expropiatorio, lo que trasunta un indiscutible
trasfondo de coacción, a pesar de que el titular del bien o cosa opte voluntariamente por la cesión
amistosa o avenimiento.
La expresada "cesión amistosa" o "avenimiento" implica, pues, un contrato administrativo
"innominado".
Podría ser que el titular del bien declarado de utilidad pública a efectos de su expropiación, fuese
un incapaz, o tuviere algún impedimento para disponer del bien o cosa mediante cesión amistosa
o avenimiento.
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En tales supuestos, tal como ocurre en los casos comunes donde una de las partes es incapaz, o
se hallare impedida, el obstáculo legal que existiere podrá obviarse mediante autorización
judicial.
Si el bien o cosa declarado de utilidad pública no fuese transferido al Estado, o a quien actúe
como expropiante, por cesión amistosa o avenimiento, el expropiador, para lograr tal
transferencia, debe entonces recurrir al juicio de expropiación, promoviendo la respectiva acción
judicial.
Partes
En el juicio de expropiación son "partes" únicamente el expropiador y el propietario expropiado.
Los derechos que terceras personas tuvieren respecto al bien o cosa que se expropia, deberán
hacerse valer por la vía ordinaria, en juicio por separado (artículo 27, ley 21499).
Juez competente
En lo que respecta al juez competente para entender en juicios de expropiación, han de tenerse
en cuenta dos principios esenciales:
a) La expropiación es una institución integralmente disciplinada por el derecho público.
b) La expropiación implica el ejercicio de una acción real.
Si la acción la promueve el Estado expropiante, será juez competente el que, de acuerdo con la
situación del bien, tenga asignada jurisdicción en lo contencioso administrativo. Conforme a la ley
nacional de expropiación, nº 21499, tratándose de inmuebles, incluso por accesión, será
competente el juez federal del lugar donde se encuentre el bien a expropiar con jurisdicción en lo
contencioso administrativo. Tratándose de bienes que no sean inmuebles, será competente el
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juez del lugar en que se encuentren o el del domicilio del demandado, a elección del actor. Los
juicios en que la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires sea parte, tramitarán ante la
Justicia Nacional en lo Civil de la Capital Federal (art. 21).
De los principios esenciales vigentes en materia de expropiación, mencionados en el parágrafo
anterior, surge una consecuencia procesal de gran trascendencia: sea que el juicio lo promueva
el Estado, a efectos de adquirir, por vía expropiatoria, la posesión provisional y luego el dominio o
propiedad de la cosa, o sea que el juicio lo promueva el administrado o particular para obtener
del Estado la indemnización correspondiente, en ningún caso el juicio corresponderá a la
jurisdicción originaria de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, pues no se trata de una
causa civil, requisito indispensable para la procedencia de tal jurisdicción. En cualquiera de esos
supuestos trataríase de una acción contencioso administrativa, de una causa de derecho público,
que, por sí, excluye, "ratione materiae", la jurisdicción originaria de la Corte Suprema.
La ley nacional de expropiación no establece cuál es el término por el que la causa se abrirá a
prueba. Sólo dispone que si existieren hechos controvertidos se abrirá la causa a prueba por el
plazo que el juez estime prudencial (art. 19).
Por más silencio que guarde la ley, el término de prueba debe armonizar con el carácter
"sumario" expresamente atribuido al juicio de expropiación. No estando señalado en la ley
pertinente el término dentro del cual deberá ofrecerse la prueba, esto deberá efectuarse de
acuerdo con las reglas que el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación establece para el
juicio sumario o para el juicio ejecutivo.
Si ofrecida la prueba, el interesado deja transcurrir un lapso razonable sin producirla, deberá
atenerse a los principios generales sobre negligencia en la producción de las pruebas.
Los "medios" de prueba que las partes, especialmente el expropiado, podrán utilizar en el juicio
de expropiación, dependen de lo que sea materia del pleito.
Si en este último el expropiado sostuviere la inexistencia de "utilidad pública", la prueba de esto
puede realizarse por cualquiera de los medios aceptados en derecho.
Si el pleito versare sobre el "valor" de los bienes expropiados, las cosas cambian, pues la ley
respectiva contiene disposiciones sobre ello, sin perjuicio de lo establecido también por la
jurisprudencia y por la doctrina.
Tratándose de inmuebles, a los efectos de establecer su valor, la ley confiere esa misión a un
organismo administrativo denominado "Tribunal de Tasaciones".
Aparte de ello, y tanto más cuanto la ley no lo prohíbe ni lo excluye, el expropiado puede utilizar y
ofrecer otros medios de prueba (vgr., testigos, informes, peritos, etc.), sin perjuicio de la
preeminencia, como prueba esencial, que le corresponde al dictamen del Tribunal de Tasaciones
en materia de inmuebles (567) . La ley 21499 admite "otros medios probatorios" (art. 15 ).
No obstante el valor preeminente que de acuerdo con la propia ley nacional de expropiaciones le
corresponde al dictamen del Tribunal de Tasaciones, pueden recordarse las siguientes reglas
establecidas al respecto por la jurisprudencia.
a) Ni aun la unanimidad del Tribunal de Tasaciones puede incidir obligatoriamente en la decisión
judicial.
b) Si el Tribunal de Tasaciones se ha expedido por unanimidad, participando de esa opinión los
representantes de las partes, y éstas manifiestan expresamente que no tienen objeción que
formular, corresponde dictar sentencia ajustada a las conclusiones de dicho Tribunal.
G.A.L - S.M – E.D
c) Constituye la prueba esencial a tener en cuenta, pero no es obligatorio para los jueces. El
tribunal judicial puede apartarse del dictamen del "tribunal de tasaciones" cuando medien motivos
que así lo aconsejen.
d) Debe estarse a sus conclusiones cuando no median elementos concretamente eficaces
reveladores de error u omisión en la determinación del valor.
e) La sola disidencia del representante del expropiado, no desvirtúa la conclusión del Tribunal de
Tasaciones, si en su dictamen no se advierten errores o notorias deficiencias.
Si la expropiación versase sobre bienes que no sean raíces, no habiendo avenimiento, sin
perjuicio de la intervención de las oficinas técnicas a que alude el artículo 13, deberá
sustanciarse prueba pericial. Cada parte designará un perito y el juez un tercero, a no ser que los
interesados se pusieren de acuerdo en el nombramiento de uno solo (ley 21499, art. 17).
La sentencia
Una vez concluida la tramitación del juicio, el juez debe dictar "sentencia".
Si el expropiado impugnó la constitucionalidad de la expropiación, sosteniendo que falta la
"utilidad pública" inexcusablemente requerida para ello, la sentencia ha de decidir si tal "utilidad
pública" existe o no. Si existe, el juicio será llevado adelante; de lo contrario, la acción
expropiatoria será rechazada.
Si lo discutido en la litis es el valor de los bienes expropiados, la sentencia ha de fijar el monto
total de la indemnización correspondiente al expropiado, tomando en cuenta todos los rubros que
integran una indemnización "integralmente justa", cuestión de la que me ocupé en parágrafos
anteriores.
Tales sentencias son "ejecutorias", porque de acuerdo con el artículo 17 de la Constitución
Nacional la expropiación debe ser previamente indemnizada. Si tales sentencias no fueren
"ejecutorias" quedaría burlada esa exigencia constitucional.
Una vez que la sentencia establece el monto definitivo de la indemnización, nuestros tribunales
han dispuesto que su pago debe efectuarse dentro del plazo de treinta días hábiles a partir de la
fecha en que quede firme la sentencia, temperamento razonable si se tiene en cuenta el carácter
"sumario" del juicio.
Costas
"El cargo de las costas del juicio, así como su monto y el de los honorarios profesionales, se
regirán por las normas del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y por las respectivas
leyes de aranceles" (art. 19).
Abandono de la expropiación
El "abandono" de referencia consiste en un comportamiento o conducta del Estado en cuyo
mérito éste, durante determinados lapsos, no le da cumplimiento a la ley que autorizó o dispuso
la expropiación, dejando entonces que el tiempo transcurra sin promover la pertinente acción
judicial.
Distinciones
El "abandono" se diferencia o distingue netamente del "desistimiento", de la "perención o
caducidad de la instancia" y de la "retrocesión".
Mientras el "abandono" trasunta inercia total del Estado respecto al cumplimiento o ejecución de
la ley que autorizó o dispuso la expropiación, el "desistimiento" consiste en un acto concreto del
Estado, realizado dentro del juicio que promovió llevando a cabo la expropiación, en cuyo mérito
deja sin efecto la acción expropiatoria promovida. El "abandono" se produce no habiendo "juicio"
o "litis"; el "desistimiento" tiene lugar dentro del juicio o litis.
La "perención o caducidad de la instancia" se produce por la inactividad o paralización en que,
dentro de cierto lapso, el expropiante mantiene la acción expropiatoria que promovió. El
"abandono", en cambio, como ya lo expresé, se concreta fuera o al margen de toda relación
litigiosa.
La "retrocesión" se produce o tiene lugar cuando el expropiante afecta el bien expropiado a un
uso o utilidad pública distinto del que determinó la expropiación, o no le da destino alguno de
utilidad pública. Su diferencia con el "abandono" es, pues, evidente.
Expropiación irregular
La expropiación es llamada "irregular" cuando la iniciativa procesal parte del propietario o titular
del bien o cosa a expropiar, a fin de que el Estado el expropiante cumpla la decisión por él
tomada de adquirir ese bien o cosa al haberlo declarado de utilidad pública. En cambio, en la
expropiación "regular" dicha iniciativa procesal parte del expropiante.
No obstante la respectiva declaración de utilidad pública, el expropiante no promueve la acción
de expropiación, y en cambio realiza ciertos actos o asume cierta conducta lesivos para el titular
del bien o cosa declarado de utilidad pública, el dueño de tal bien o cosa está facultado para
suplir la inactividad procesal del expropiante y promover él la acción correspondiente,
denominada entonces "expropiación irregular", con lo cual podrá lograr la defensa de su derecho.
Requisitos
a) Que el bien o cosa respectivos hayan sido objeto de una declaración legislativa de utilidad
pública, a los efectos de su expropiación.
Si el Estado se apodera de un bien o cosa del administrado, sin que tal bien o cosa haya sido
objeto de la referida declaración de utilidad pública, el titular de ese bien o cosa no tendrá contra
el Estado acción alguna de tipo expropiatorio, sino tan sólo las demás acciones resarcitorias,
petitorias, posesorias o policiales, reconocidas por el ordenamiento jurídico.
b) Que el Estado se haya "apoderado" o "posesionado" indebidamente de un bien o cosa
declarado de utilidad pública, o le imponga al derecho del titular de tal bien o cosa una indebida
"restricción" o "limitación", que importen una lesión a su derecho de propiedad.
Concurriendo simultáneamente esos requisitos, la procedencia de la acción de expropiación
"irregular" es obvia, y así fue reconocido por la jurisprudencia y por la doctrina.
Desde luego, la finalidad de la acción de expropiación "irregular" es obtener la "indemnización"
correspondiente al valor del respectivo bien o cosa, pero en modo alguno la devolución en
especie del respectivo bien o cosa.
Valores indemnizables
Es de principio que en esta clase de juicio la indemnización debe fijarse según el valor del bien a
la época de su tasación por el organismo respectivo.
G.A.L - S.M – E.D
Si tal desposesión o desapoderamiento tuvieron lugar, el titular del bien tiene derecho a percibir
intereses sobre el valor de la cosa desde la fecha de la desposesión o desapoderamiento.
El aumento de la indemnización, computando el índice de "depreciación de la moneda", es
procedente en la expropiación "irregular", en tanto se opere la demora que lo justifique.
Procedimiento
Por considerar que también en estos supuestos el bien o cosa ha sido declarado de utilidad
pública, con acertadas razones se ha dicho que el procedimiento en cuestión es el mismo que en
el de la expropiación regular, o sea el del juicio "sumario" a que hace referencia la ley 21499 art.
19.
Si hubiere controversia sobre la calidad de "propietario" de quien promueva la acción de
expropiación "irregular", la cuestión debe tramitarse por vía de "incidente", pero siempre dentro
del juicio "sumario".
En el juicio de expropiación "irregular", lo relacionado con las "costas" se rige por las
disposiciones del Código Procesal atinentes a la distribución y cargo de aquéllas.
Prescripción
Art. 56, ley n°21.449: "La acción de expropiación irregular prescribe a los cinco años, computados
desde la fecha en que tuvieron lugar los actos o comportamientos del Estado que tornan viable la
referida acción"
Fallos
Estrabiz de Sobral
Buenos Aires, 17 de marzo de 1988. "Recurso de hecho deducido por la demandada en la causa
Estrabiz de Sobral, Martha c/ Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires",
Dictamen del Procurador: En lo que hace a la ausencia de calificación de utilidad pública, por ley
formal, creo conveniente reiterar conceptos que formuló mi antecesor en el cargo, Dr. Juan
G.A.L - S.M – E.D
Octavio Gauna, al dictaminar el 20 de marzo de 1986, en la causa "Ovando Sanabria, mas y otra
c/ Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires".
En esa oportunidad, señaló, siguiendo antigua jurisprudencia del tribunal, que un requisito
esencial para que tenga lugar el proceso expropiatorio es la calificación que debe realizar
el órgano legislativo, "porque el artículo diez y siete de la Constitución disponiendo en su inciso
segundo, que la expropiación sea autorizada por ley, libra a la discreción exclusiva del Congreso
el juicio sobre la utilidad pública en los casos ocurrentes"
Al analizar este recaudo, en oportunidad de sostener en el Senado de la Nación un proyecto de
ley de expropiación de terrenos circundantes al asiento de la legislatura, sostuvo Joaquín V.
González: "la segunda limitación que establece la Constitución a la facultad legislativa, es la de
que la utilidad pública debe ser calificada por la ley; En este sentido se ve claramente que la
Constitución ha querido garantir el derecho privado. La facultad de disponer de la propiedad y
alterar el régimen jurídico inherente a la persona privada, es una facultad soberana, inherente a
la de dictar Códigos y legislar para el interés público, pero corresponde, según la terminología de
nuestra Constitución, calificar esa facultad de inalienable, es decir que no podría cederla y,
mucho menos, renunciara. Ante la oposición particular, porque es una facultad inmune, inherente
ala soberanía del cuerpo legislativo, se propone allanar el derecho privado, eliminar la resistencia
individual en obsequio al gran objeto del bien público que ha tenido en vista al permitir esta
restricción excepcional al derecho privado.
Continuó expresando que, en su criterio, el instituto de la expropiación irregular o inversa también
ha sido establecido en resguardo del interés privado, para lograr que un propietario cuyo bien ha
sido calificado de utilidad pública y que, por tal causa, vede un modo u otro afectada la
incolumidad de su patrimonio, pueda reaccionar frente a la autoridad reticente en dar curso al
procedimiento expropiatorio y exigirlo, tanto en sede administrativa como judicial.
En este caso la calificación legal, exigida por el art. 17 de la Constitución Nacional, que en el
comentario transcripto se ha visto reputada como inalienable del Congreso, opera también en
resguardo del interés público; porque, de otro modo, quedaría en manos del particular determinar
cuándo es exigible a la autoridad pública la expropiación de un bien cuya necesidad para la
comunidad no ha sido merituada por el órgano del poder, señalado por la Constitución.
Por lo demás, para el supuesto de que V. E. considerara satisfecho el requisito de la declaración
de utilidad pública, con la mera remisión a los preceptos de la ley 1583, estimo que en el sub lile
no se ha determinado fehacientemente, como era menester, la situación de indisponibilidad del
inmueble en condiciones normales, como requiere el inc. b), del art. 51, de la ley 21.499.
Ello así, por cuanto el sentenciante la ha inferido de la mera sujeción a las limitaciones
dominiales que ya señalé, sin reparar que, al tratarse de una unidad de un edificio para vivienda,
de construcción no muy antigua, el que se reconoce que puede ser enajenado en cualquier
momento, debió verificar en concreto la existencia del impedimento para ordenar la expropiación,
acreditando y fundando, según la prueba arrimada a los autos, la relación directa que debe
mediar entre las restricciones para edificar en el futuro y la evidente dificultad o imposibilidad
actual, para disponer del departamento, en condiciones normales.
A ello cabe agregar, según lo ha establecido V. E., que la obligación legal de no edificar a mayor
altura que la señalada por la autoridad administrativa, fundada en motivos de interés general,
constituye sin duda, una mera restricción impuesta a la propiedad privada. Se dijo también que
encuentra justificación jurídica en el poder de policía local y no es indemnizable, dado que el
ejercicio de estas facultades por el Municipio no vulnera las garantías consagradas en la
Constitución Nacional, toda vez que el derecho de propiedad no reviste carácter absoluto y es
susceptible de razonable reglamentación.
En estas condiciones, no me parece que la limitación de non altius tollendi pueda afectar de tal
manera la incolumidad del patrimonio de la actora, como para convertirse en causa eficiente de
una expropiación irregular.
Por las razones expuestas, opino que corresponde hacer lugar al recurso extraordinario y anular
la sentencia apelada, disponiendo que se dicte una nueva resolución, acorde a derecho.
G.A.L - S.M – E.D
Considerandos de la Corte:
Que la Sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, al revocar lo resuelto en la
instancia anterior, hizo lugar a la expropiación fundada en el art. 51, inc. b) de la ley 21.499.
Contra tal pronunciamiento se interpuso el recurso extraordinario, cuya denegación motiva la
presente queja.
Que el a quo sostuvo que las limitaciones que afectaban a la propiedad de la actora -en una parte
sujeta a la restricción de "franja no edificable" y en el resto, a normas edilicias especiales en
cuanto a destinos y altura máxima de las construcciones- excedían con largueza las derivadas de
meras restricciones no indemnizables, e incluso, iban más allá de una servidumbre
administrativa. Asimismo, consideró satisfecho el requisito de declaración de utilidad pública con
las disposiciones de la ley 1583.
Que en lo que respecta ala ausencia de declaración legal de utilidad pública, esta Corte ha
expresado que la propia ley faculta al particular a reclamar la expropiación inversa, aun sin
mediar tal calificación, cuando de modo directo o reflejo -siempre con motivo de otra ley que
declare la utilidad pública- resultare indisponible un bien por su evidente dificultad para poder
utilizarlo en condiciones normales (causa 0.72.XX. "Ovando Sanabria, Blas y otra c/
Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires", sentencia del 21 de agosto de 1986). En
consecuencia, corresponde desestimar la queja en este aspecto.
Que, por el contrario, cabe admitir las restantes objeciones, pues, tal como se señala en el
dictamen que antecede, cuyas conclusiones sobre el punto el Tribunal comparte, no se determinó
fehaciente- mente la situación de indisponibilidad del inmueble en condiciones normales, tal como
lo requiere el inc. b) del art. 51 de la ley 21.499 y porque la limitación de no edificar a mayor
altura que la señalada por la autoridad administrativa, no parece que pueda afectar el patrimonio
de la actora como para convertirse en causa eficiente de una expropiación irregular .
Que, por lo demás, corresponde poner de relieve que, al tratarse de una unidad funcional de un
edificio de propiedad horizontal, la actora se encuentra condicionada por las disposiciones de la
ley 13.512 y del reglamento de copropiedad, de manera tal que no podría encarar obra alguna sin
la conformidad de los restantes copropietarios; circunstancia que, así mismo, debe tenerse en
cuenta cuando se reclaman daños y perjuicios.
Fallo Zorrilla
“Zorrilla, Susana y otro c/ E. N. – P. E. N. s/ expropiación – servidumbre administrativa .” -
CSJN - 27/ 08/ 2.013.-
A los fines de obtener la expropiación, el inmueble objeto de litigio “Casa Mansilla” “…se trata de
un solar histórico de los pocos que quedan en la Ciudad de Buenos Aires y está amenazado de
destrucción…” y es “…uno de los últimos exponentes que queda en pie de la arquitectura del
neoclásico italiano del siglo XIX en el barrio de Belgrano y probablemente en la Ciudad de
Buenos Aires se menciona la existencia de un túnel propio que la uniría al arroyo Vega…que de
comprobarse su existencia, otorgaría aun mayor valor histórico…”.
Es posible entonces advertir que el inmueble en cuestión reviste un particular interés, tanto por su
importancia histórica, derivada del hecho de haber pertenecido a una importante figura de la vida
institucional y cultural de la Nación y de haber funcionado como Escuela Normal de Maestras n°
10, de 1915 hasta 1982, como por el valor artístico originado en sus singulares características
arquitectónicas.
Que estas particularidades llevaron al dictado de la ley 25.317 que declaró “monumento histórico-
artístico nacional” al edificio y lo sometió al régimen de custodia y conservación contemplado en
la ley 12.665 y el decreto 84.005/41. Esa normativa prevé que el Poder Ejecutivo, a propuesta de
la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, declarará de utilidad
pública los lugares, monumentos, inmuebles y documentos de propiedad de particulares que se
consideren de interés histórico o histórico-artístico a los efectos de la expropiación; o se acordará
con el respectivo propietario el modelo para asegurar los fines patrióticos de la ley.
G.A.L - S.M – E.D
Asimismo, se prevé que si la conservación del lugar o monumento implicase una limitación del
dominio, el Poder Ejecutivo indemnizará a su propietario en su caso (confr. artículo 3° de la ley
12.665).
Por otra parte, y a los efectos de garantizar la preservación de los inmuebles históricos, se
dispone que éstos no podrán ser sometidos a reparaciones o restauraciones, ni destruidos en
todo o en parte transferidos, gravados o enajenados sin aprobación o intervención de la citada
comisión (confr. artículo 4° de la citada ley)
Que frente a tal contexto normativo se torna imprescindible poner de relieve las condiciones en
que se encuentra este inmueble de gran importancia histórica y artística.
Para ello es preciso señalar que si bien en 1998 se hallaba en buen estado, la falta de medidas
adecuadas para su conservación, sumada a la situación de abandono general han llevado a que,
en la actualidad, se encuentre sumamente deteriorado.
La señora juez de primera instancia requirió, en el marco de la medida cautelar solicitada por la
actora, que la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos elaborara un
informe pormenorizado del estado edilicio del inmueble y de las medidas que resultaran
necesarias adoptar a los fines de su conservación.
Esa manda resultó de muy difícil cumplimiento, precisamente por las condiciones de inseguridad
en que se encuentra la propiedad.
Que el preocupante estado de conservación de la propiedad también fue puesto de manifiesto en
los proyectos de resolución y de ley presentados ante el Congreso Nacional en los que se señaló,
tanto en el año 2008 como en el año 2010, que la construcción se encuentra amenazada de
destrucción, que sus dueños no la pueden administrar ni proteger y que son los integrantes de
una comisión protectora quienes promueven la protección de la casona, evitando saqueos y
peticionando a las autoridades por más seguridad y limpieza.
Que es importante destacar que, en el curso del presente proceso el Estado Nacional se ha
empeñado en señalar que la pretensión de los actores debe desestimarse pues no han dado
adecuado cumplimiento con las disposiciones establecidas en la ley 12.665 ya que iniciaron la
demanda sin haber llevado adelante las negociaciones previas destinadas a establecer un
mecanismo para asegurar la conservación del bien, como lo prevé el artículo 3° de la norma.
Aun cuando tal argumento pudiera admitirse parcialmente, pues las incansables iniciativas sobre
el punto formuladas por los demandantes fueron realizadas ante las autoridades de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, lo cierto es que no existen constancias en autos de que el Estado
Nacional haya habilitado un canal de diálogo orientado a buscar una solución consensuada
respecto de los problemas y costos que ocasionaba la conservación del inmueble. Tampoco
formuló propuesta concreta alguna a los propietarios con el objeto de armonizar razonablemente
el derecho de propiedad de éstos con los intereses públicos que la declaración de monumento
histórico-artístico pretendía satisfacer.
Que si bien es cierto que del esquema contemplado por la ley 12.665 y su decreto reglamentario
no se sigue que la declaración de “monumento histórico-artístico” traiga aparejada, por sí sola, la
obligación del Estado Nacional de expropiar cada cosa que se declare comprendida en su
régimen, los elementos adjuntados a la causa resultan demostrativos de que la declaración
contenida en la ley 25.317, y las circunstancias que siguieron a tal decisión, no implicaron
una simple restricción al derecho de propiedad de los actores sino un verdadero
cercenamiento de ese derecho pues operaron como un evidente obstáculo para que
pudieran disponer libremente del inmueble.
Pero, lo que es más importante aun, esos mismos elementos también han puesto claramente en
evidencia que la expropiación resulta ser en el caso el único medio apto para garantizar el
acabado cumplimiento de la manda contenida en el artículo 41 de la Constitución Nacional y
las leyes, esto es, asegurar la preservación de un inmueble cuyo valor cultural ha sido reconocido
por todos los involucrados en el pleito. Máxime si se repara en que la declaración estatal
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formulada en la ley 25.317 no parece haber contribuido a mejorar el estado de preservación del
inmueble o, tan siquiera, a preservarlo.
Retrocesión
La "retrocesión" es la facultad de reclamar la devolución del bien, previo reintegro del importe
recibido con motivo de la expropiación, o de la suma que en definitiva resulte si el bien o cosa
hubiere sufrido ciertas modificaciones que aumenten o disminuyan su valor.
La retrocesión importa volver las cosas al estado anterior al acto que originó el
desapoderamiento.
La retrocesión tiene substancialmente lugar a raíz de una "desviación de poder": el bien o cosa
destinado por el legislador para satisfacer determinado uso, para llenar una concreta necesidad
de utilidad pública, es destinado por la Administración Pública a un uso o utilidad distintos, o no
es afectado a uso alguno de interés público.
La retrocesión no sólo procede en los supuestos en que el bien o cosa salió del patrimonio del
expropiado merced al procedimiento "contencioso" de la expropiación, sino también cuando salió
de dicho patrimonio merced al procedimiento de la "cesión amistosa" o "avenimiento".
El Congreso no puede delegar en el Ejecutivo su atribución de cambiar el destino del bien o
bienes a expropiarse, aunque ello trasuntare el cumplimiento de una finalidad de utilidad pública.
Tal delegación sería írrita, porque implicaría, de parte del Congreso, el renunciamiento a una
potestad eminentemente legislativa, así considerada por la Constitución Nacional en su artículo
17 .
El Poder Ejecutivo, pues, carece de atribuciones para afectar el bien o cosa del expropiado a un
destino diferente del tenido en cuenta por el legislador al efectuar la calificación de utilidad
pública y disponer la expropiación.
El "procedimiento" en la retrocesión.
La retrocesión puede lograrse por dos distintos tipos de procedimiento: a) administrativo; b)
judicial.
Ambos procedimientos tienen lugar una vez terminado o concluido el trámite de la expropiación,
que a su vez puede haber sido "contractual" ("cesión amistosa" o "avenimiento") o "judicial"
("contencioso expropiatorio"). No es concebible ejercer el derecho de retrocesión sin que
previamente haya tenido lugar la expropiación, pues aquélla es consecuencia de un
incumplimiento de la finalidad de ésta.
Es plausible que si la propia Administración Pública reconoce no haberle dado al bien o cosa
expropiado el destino que determinó la expropiación, se allane a devolver dicho bien o cosa al
expropiado, sin dar lugar a que para ello se recurra a la instancia judicial.
La "retrocesión" lograda directamente en sede administrativa, se justifica aún más si se tiene en
cuenta que la "retrocesión" promovida ante la justicia requiere la previa reclamación
administrativa.
Si el expropiado no obtuviere que la Administración Pública le reintegre directamente el bien o
cosa que se le expropió, debe requerir tal devolución mediante demanda judicial por retrocesión,
promoviendo el juicio respectivo.
¿Dónde debe radicarse dicha demanda? Hay que distinguir según que la expropiación se haya
efectuado por "cesión amistosa" o "avenimiento" o mediante "juicio de expropiación".
En el primer supuesto, expropiación llevada a cabo mediante "cesión amistosa" o "avenimiento",
la acción de retrocesión deberá promoverse ante el juez que debería haber entendido en el caso
de que hubiese existido un "juicio de expropiación".
En el segundo caso, expropiación llevada a cabo mediante "juicio", la demanda de retrocesión
debe radicarse ante el mismo juez que intervino en el juicio de expropiación (680) . Esto es así
por tratarse de dos juicios entre los que existe una obvia "conexidad".
G.A.L - S.M – E.D
Para que la acción judicial de retrocesión que se promueva sea viable, requiérese que el titular
del bien o cosa que ahora gestiona su reintegro, realice el previo reclamo administrativo a que se
refiere la ley de demandas contra la Nación.
Suma a depositar
Esta suma debe ser consignada a la orden judicial al promoverse la demanda. Tal es lo que
ocurre cuando el bien o cosa se ha mantenido en el mismo estado en que fue expropiado; pero el
procedimiento cambia cuando dicho bien o cosa hubiere sido objeto, por parte del expropiante,
de modificaciones que alteren su valor en más o en menos. En este supuesto, el accionante por
retrocesión debe devolver al expropiante una suma menor o mayor de la que éste pagó con
motivo de la expropiación.
Al presentar la demanda de retrocesión el actor debe limitarse a ofrecer el inmediato depósito de
la suma corespondiente, tan pronto como se conozca su monto.
Una vez fijado definitivamente el precio de la retrocesión, el que demandó ésta deberá consignar
el importe correspondiente dentro del plazo que señale el juez, bajo apercibimiento de caducidad
de la acción.
¿Dentro de qué plazo el expropiante debe devolverle al expropiado el bien o cosa que expropió?
En general, los tribunales de justicia suelen fijar el plazo de treinta días para que el expropiante
devuelva al expropiado el bien o cosa respectivos (695) . Es un término razonable. Véase el art.
48 de la ley 21499.
Concepto: Gordillo entiende por responsabilidad del estado a aquella que existirá toda vez que
una persona que ha sufrido un daño —material o moral— causado directamente por el
Estado, deba ser indemnizada por él. No existe ninguna regla general que determine cuáles son
concretamente las condiciones para que esa responsabilidad exista, pues ello depende del caso
que se está considerando.
Las dificultades que se plantean en torno a la responsabilidad del Estado y sus agentes son, en
nuestro derecho, de índole muy diversa, agravadas en gran parte por la tendencia jurisprudencial
a mantener los esquemas y soluciones provenientes del Derecho Civil.
Si bien el Código Civil trata sobre la responsabilidad de las personas jurídicas, la materia de
responsabilidad del Estado por su actuación en el ámbito del Derecho Público pertenece al
Derecho Administrativo, que en principio es local o provincial.
Resulta necesario distinguir, dentro de la responsabilidad patrimonial del Estado y sus entidades,
aquellas situaciones reguladas por el Derecho Civil, es decir, cuando la Administración actúa en
el campo del Derecho Privado, dado que la responsabilidad emergente de esas actuaciones es
extraña al Derecho Administrativo. Eso no significa que todo daño que ocasione la Administración
sobre el patrimonio de los particulares deba regirse por las reglas del Derecho Civil, pero
tampoco que las soluciones de peste no se apliquen en ningún caso: se trata, dice Cassagne, de
encerrar al Código Civil en sus límites naturales, dejando a casa disciplina la regulación de su
ámbito propio, en la medida que consagren soluciones justas.
Según el ámbito de donde provengan los daños, la responsabilidad del Estado podrá ser:
b.2) Responsabilidad precontractual: cuando surge de una conducta previa a la celebración del
contrato.
b.3.1) Responsabilidad por actividad ilegítima: desde luego que el concepto de ilegitimidad no
lleva como presupuesto la noción de culpa, sino la de incumplimiento irregular de la función
administrativa conforme a una idea similar a la de falta de servicio del Derecho Frances.
Este funcionamiento defectuoso puede configurarse:
-por acción;
- por omisión: esta debe ser antijurídica, es decir, aunque no exista norma expresa, debe existir
un deber jurídico que consagre la garantía o la obligación de obrar del Estado en determinado
sentido.
Aquí, dice Cassagne, la reparación debe ser integral. La razón de ello es muy simple: no es justo
obligar a los administrados a que soporten las consecuencias perjudiciales de la actividad
ilegítima del Estado.
b.3.2) Responsabilidad por actividad legítima: si bien existe el deber de los administrados de
soportar sacrificios patrimoniales por razones de interés público o bien común, es justo que la
reparación, dice Cassagne, deba limitarse al valor objetivo del derecho sacrificado y a todos los
daños que sean consecuencia inmediata y directa de la actuación estatal, con exclusión del lucro
cesante, de las circunstancias personales y de las ganancias hipotéticas.
Esta solución se justifica en virtud a que no parece justo que la restitución de los demás
conceptos deba ser soportada por la comunidad, produciendo un beneficio para el particular por
causa de la utilidad pública, porque si el interés público no debe ser objeto de ventajas para los
particulares, la indemnización acordada para restaurar el equilibrio patrimonial debe limitarse al
daño emergente.
Teoría de la indemnización: fue realizada por el Derecho alemán, que procede respecto de las
“intervenciones conforme a derecho” que permiten responsabilizar al Estado con prescindencia
de la noción de culpa.
Esta teoría divide la reparación por los daños provocados por el Estado según que la causa se
atribuya a responsabilidad por acto ilícito o que la misma se relacione con una indemnización de
Derecho Público que prescinde del dato de la culpa y se fundamenta en la igualdad de los
administrados ante las cargas públicas, principio éste que torna odioso todo sacrificio especial
que ellos sufran sin indemnización.
Teoría de la lesión antijurídica resarcible: postulada por García de Enterría, que básicamente
intenta construir un sistema unitario de responsabilidad, por el cual la responsabilidad se basa en
in mecanismo objetivo de reparación que funciona independientemente que haya o no culpa del
agente, siempre que se produzca una lesión al patrimonio privado por actuación de la
Administración.
Críticas de Cassagne:
A la primer teoría: no se justifica la distinción sustancial entre responsabilidad e indemnización,
ya que ambas figuras pretenden explicar los supuestos en que el Estado restituye un
desequilibrio causado por un daño en el patrimonio de los administrados.
A la segunda teoría: si bien coincide en cuanto a la necesidad de proporcionar un fundamento
común para la responsabilidad del Estado, esa búsqueda debe orientarse al fin del Estado que no
es otro que la realización del bien común a través de la justicia, la consecuente reparación del
desequilibrio causado y el grado en que la comunidad debe satisfacer el daño.
No se trata sólo de hallar un fundamento estrictamente positivo.
Opinión de Cassagne: toda lesión o daño provocado por la actuación extracontractual del estado
deba ser reparado, en función de la naturaleza de la actividad, el desequilibrio producido y los
intereses de la comunidad.
La obligación de reparar tiene como fundamento el principio de la corrección del desequilibrio
causado al administrado que soporta un daño, desigualdad que requiere una justa restitución
que, si bien se gradúa de un modo distinto según que provenga de la actuación legítima o
ilegítima del Estado, responde a la necesidad esencial de reparar la injusticia que provoca la
violación de la igualdad, de impedir la subsistencia del desequilibrio.
La obligación de resarcir el perjuicio cometido no nace del daño sino de la alteración del principio
de igualdad, aun cuando se requiera la ocurrencia del daño.
Todos los demás fundamentos o son derivaciones del mismo, o bien, constituyen principios
complementarios, tal como el enriquecimiento sin causa.
Se trata, por lo demás, de un principio reconocido por el Derecho Constitucional argentino, que
estatuye que la igualdad es la base de las cargas públicas (Art. 16 de la Const. Nac.).
Las ideas expuestas tornan necesario formular un replanteo de las clasificaciones tradicionales
sobre la responsabilidad del Estado (administrativa, legislativa u judicial) para centrar la cuestión
sobre las nuevas bases, pues según se trate de la actuación legítima o ilegítima del Estado va a
diferir el alcance y la medida de la reparación, habida cuenta que el sacrificio que soporta el
administrado por el perjuicio causado por el Estado presenta una diferencia específica
importante, pues mientras en la actuación legítima él tiene el deber de aceptar el sacrificio, en la
responsabilidad por actuación ilegítima o defectuosa de la activad del Estado, no le es impuesta
la obligación de soportarla, ni menos aún, de padecer el daño sin indemnización.
G.A.L - S.M – E.D
B) El principio de la responsabilidad en Argentina. Normas constitucionales y legislativas. La ley
224 y el Código Civil. La ley de procedimientos administrativos.
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“Los Estados partes en esta Convención se comprometen a respetar los derechos y libertades reconocidos en ella
y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin discriminación alguna por
motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier otra índole, origen nacional o social,
posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social”.
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“La responsabilidad de los encargados de todo poder público es otro medio de prevenir sus abusos. Todo el que es
depositario o delegatario de una parte de la soberanía popular debe ser responsable de infidelidad o abusos
cometidos en su ejercicio. Para que la responsabilidad sea un hecho verdadero y no una palabra mentirosa, debe
estar determinada por la ley con toda precisión.”
G.A.L - S.M – E.D
Estableció en ese momento histórico lo que hoy sería una novedad extraordinaria: la
responsabilidad del Estado por los actos u omisiones de los funcionarios públicos legítimamente
designados en el principio de la organización nacional. No se distinguía si el acto era lícito o
ilícito; solamente se debía constatar un perjuicio. A su vez, el perjuicio ocasionado por un
funcionario público hacía responsable directamente al Estado.
Dicha ley prescribió: “Artículo 1. La Confederación Argentina desde la instalación de su gobierno
constitucional, no reconoce derecho a indemnización en favor de nacionales o extranjeros, sino
por perjuicios causados por empleados de las autoridades legítimas del país”.
Cabe destacar que dicha norma no tenía correlato o similitud alguna en ningún ordenamiento
jurídico comparado. Esto brinda una primera pauta: en realidad, la concepción de la
responsabilidad estatal en nuestro país no se identificaba con el sistema de responsabilidad
estatuida por los Estados Unidos, y ello porque, hasta ese momento histórico, el Estado
norteamericano no era responsable. Tampoco lo era el inglés ni el frances. Este último tardó
veinte años más para responsabilizar al Estado por un servicio ineficiente o mal prestado que
causaba un perjuicio, a través del ya mencionado caso Blanco. De ello resulta que la primera vez
que se responsabilizó al Estado francés por vía jurisprudencial ocurrió veinte años después del
reconocimiento legal de la responsabilidad del Estado en la Argentina.
Ello se conecta a su vez con el origen histórico del régimen jurídico del servicio público. El
concepto moderno de servicio público no nació en Francia ni en Alemania ni en otro país
europeo, y menos aún en Estados Unidos. Debo señalar que entre 1853 y 1854 se dictaron, tanto
en la confederación argentina como en el estado y provincia de Buenos Aires, las primeras leyes
del mundo que establecieron el concepto normativo de servicio público.
Por un lado, un sistema de responsabilidad estatal inédito para la época y, por el otro, la
instauración temprana del concepto de servicio público, a través del plexo normativo.
Entonces, ¿cómo es posible que un derecho público tan rico, que tanto tiene que ver con la
propia historia y el origen de la Argentina, haya sido suprimido o desconocido?
Existe una explicación histórica. Solamente conviene decir que Sarmiento, Mitre y Vélez Sarsfield
produjeron lo que se puede denominar la ruptura de nuestro derecho público para
transformarlo en un derecho público angloamericano.
Desde el ámbito del derecho público tenemos una gran disputa con estos tres personajes de
nuestra historia. Ello, fundamentalmente, porque me atrevería a sostener que inventaron el
sistema de derecho público en la Argentina, más allá de su propio ordenamiento. Esto es,
crearon un mito que sustituyó al propio ordenamiento jurídico.
Nuestro derecho público, inclusive el emergente de nuestra Constitución —excepto la división de
poderes y la primacía de la Constitución—, no tiene origen en el sistema estadounidense de la
Constitución de 1787. Sin embargo, Sarmiento, Mitre y Vélez Sarsfield tomaron una
determinación que explicitaron de una manera rotunda y efectiva: el derecho público argentino, el
derecho constitucional argentino y todas sus normas fundantes constituían una copia textual de la
Constitución estadounidense. Esto llevó a que, a partir de 1900, la Corte Suprema argentina,
para resolver en todas las cuestiones vinculadas con nuestro derecho público, se remitiera al
similar caso fallado por la Corte Suprema estadounidense, ajustándolo al caso que se debatía.
Evidentemente no escucharon a Alberdi, quien sostenía la originalidad de la norma constitucional
argentina y su diferencia con el derecho angloamericano.
(Fuente: Jorge Luis Salomoni, presidente de la Asociación Argentina de Derecho Administrativo)
Artículo 1112: “Los hechos y las omisiones de los funcionarios públicos en el ejercicio de sus
funciones, por no cumplir sino de manera irregular las obligaciones legales que les están
impuestas, son comprendidas en las disposiciones de este título”.
G.A.L - S.M – E.D
Al respecto, dice Cassagne que lo verdaderamente importante en esta materia es reconocer dos
cosas:
a) se trata de una responsabilidad directa, fundada en principios de Derecho Público (arts. 16 y
17 CN);
b) aceptar que la culpa se excluye como factor de atribución sustituyéndolo con la figura de falta
de servicio originada en su funcionamiento irregular o defectuoso.
Sin embargo, se han formulado criticas a esta interpretación del Código Civil.
En esta tesitura, Gustavino ha sostenido que dicha interpretación del artículo 1112 resulta
equivocada por entender que se basa en una posterior edición de Aubry y Rau (la cuarta) que por
su aparición, Vélez no pudo tener a la vista al momento de redactar el Código Civil.
Sin embargo, con ligeros cambios en la enumeración de las notas, la tercera y cuarta edición son
prácticamente idénticas.
Lo que si se ha sostenido es que en la obra de dichos franceses no hay una sola palabra sobre la
responsabilidad de los funcionarios y que para captar el sentido hay que ocurrir a una nota del
Código Frances en el que se señala al Estado “como todo concomietente, responsable de los
daños causados por sus empleados, agentes o servidores en el ejercicio de sus funciones o de
su servicio”.
Y si bien parece adecuado interpretar que, según el sistema originario del Código Civil, la
responsabilidad aquiliana de las personas jurídicas no era directa y que el artículo 1112 en su
original redacción debía conectarse con el 1113, hubo dos hechos que hicieron que el 1112
adquiera el nuevo sentido:
1) las decisiones jurisprudenciales acerca del antiguo texto del artículo 434 del Código, que
hicieron posible que las personas jurídicas fueran declaradas responsables por los actos ilícitos
cometidos por sus dependientes; y
2) la reforma del contenido primigenio del artículo 43 que, en combinación con lo preceptuado en
el actual articulo 33 del Código Civil, ha prescripto la responsabilidad directa del Estado como
persona jurídica por los actos cometidos por sus representantes en ejercicio o en ocasión de sus
funciones.
Ergo, si la norma contenida en el artículo 1112 del CC, constituía el presupuesto en que el
Estado respondía por aplicación del artículo 1113 del Código Civil, al desplazarse esta clase de
responsabilidad a raíz de la reforma introducida al artículo 43 del CC y admitirse la
responsabilidad directa del Estado como persona jurídica, el artículo 1112 pasa a cumplir una
nueva función como presupuesto del citado artículo 43 del Código Civil, es decir, se convierte en
el factor de atribución objetivo de la responsabilidad directa.
No obstante haberse sostenido por la doctrina que en tal caso el factor de atribución no deja de
tener naturaleza subjetiva, lo cierto es que el factor de atribución no es ya más la culpa del
agente sino la configuración de un incumplimiento irregular o funcionamiento defectuoso del
servicio, lo cual excluye la voluntad culpable del funcionario causante del daño.
Quepa hablar de una culpa objetivada, por cuanto se trata de conceptos inconciliables habia
cuenta que la falta de servicio se configura por un factor de atribución no subjetivo, que difiere de
la culpa en que pueda haber incurrido el funcionario o empleado de la Administración y se apoya
en la circunstancia objetiva de que el servicio no funciona, o funciona mal, o en forma tardía.
Pero los alcances antes descriptos no fueron reconocidos por la jurisprudencia argentina, ya que
hasta el año 1933 donde se dicto el fallo Devoto, la irresponsabilidad del Estado era sostenida,
respecto de los actos que se denominan puros actos de autoridad o de imperio, por aplicación de
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El antiguo artículo 43 del CC impedía que personas jurídicas estuvieran obligadas a responder por los actos ilícitos
de sus representantes. Establecía: “No se pueden ejercer contra las personas jurídicas, acciones criminales o civiles
por indemnización de daños, aunque sus miembros en común, o sus administradores individualmente, hubieran
cometido delitos que redundaran en beneficio de ellas”
G.A.L - S.M – E.D
la doctrina alemana de la doble personalidad, propugnada entre otros, por Hauriou. Asi, el Estado
asumía:
a) Actos de gestión: que son aquellos que pertenecen al ámbito del derecho de la igualdad de
derechos entre las partes, o sea en el campo del Derecho Privado;
b) Actos de imperio: caen en el campo de las relaciones de poder, de subordinación, de
desigualdad de derechos, es decir, en la esfera del Derecho Público.
De ese modo, mientras se aceptaba la responsabilidad del Estado por los actos de gestión, se
establecía el principio inverso en materia de daños provocados por los actos de imperio.
G.A.L - S.M – E.D
C) Evolución jurisprudencial. Responsabilidad directa e indirecta. Caso de deficiente prestación
de un servicio público. Causas de exención. Prescripción de la acción de responsabilidad
contractual y extracontractual.
1. El caso “Devoto”
En el año 1933 la Corte Suprema de Justicia de la Nación tuvo oportunidad de resolver el caso
“S.A. Tomás Devoto”.
En el campo que locaba la sociedad en la provincia de Entre Ríos, ocurrió un gran incendio
ocasionado por las chispas de un brasero que utilizaban unos empleados del Telégrafo Nacional.
El incendio provocó daños de considerable magnitud que llevaron a la sociedad perjudicada a
entablar una demanda de daños y perjuicios contra el Gobierno Nacional.
Para reconocer la responsabilidad extracontractual del Estado, la Corte elaboró una construcción
verdaderamente pretoriana sobre la base de la configuración de una responsabilidad indirecta,
aplicando los artículos 1109 y 1113.
De este modo, el alto Tribunal intentó sortear la valla que representaba el artículo 43 del Código
Civil.
Sostuvo la Corte en el caso Devoto que “en nada influye para definir la responsabilidad por el
desempeño negligente de sus empleados, que aquellos en el caso de autos no hayan procedido
intencionalmente, o que la causa generadora del incendio haya sido casual, desde que la
casualidad sólo puede equipararse al caso fortuito en cuanto ambas circunstancias han ocurrido
sucesos que no han podido preverse o evitarse. Pero el estrago de autos ha podido ser previsto y
evitado desde que él ha ocurrido por falta de atención de los agentes de gobierno y en tanto
estos ejecutaban trabajos bajo su dependencia (reparación de la línea telegráfica nacional). Esta
Corte ha dicho en casos análogos que el incendio impone al que lo ocasione por culpa o
negligencia, obligación de reparar los daños ocasionados a terceros, extendiéndose esta
responsabilidad a la persona bajo cuya dependencia se encuentra el autor del daño o por las
cosas de que sirve o tiene a su cuidado (arts. 1109 y 1113)”
Este fallo fue objeto de crítica por parte de Bielsa, quien criticó el fundamento civilista de la
responsabilidad, diciendo que no obstante el buen propósito de la decisión era necesario el
dictado de una ley para consagrar la responsabilidad del Estado.
Para Cassagne, este fallo contenia el error de fundar la responsabilidad del Estado en los
artículos 11095 y 11136, normas enteramente inaplicables al Derecho Administrativo, máxime
cuando podía haber acudido al preceto del artículo 1112 del Código Civil que regla la
responsabilidad del Estado por las llamadas “faltas de servicio”.
En efecto, si bien la invocación del artículo 1113 del Código Civil puede justificarse en orden a la
responsabilidad de las personas jurídicas privadas, carece de sentido tratándose del Estado, al
cual no se lo puede equiparar al “patrón”, dado que los agentes públicos son órganos de la
persona pública estatal. Claro está que la teoría del órgano todavía no había encontrado
recepción en la jurisprudencia de la Corte.
Pero el defecto mayor, dice Cassagne, radica en haber acudido al artículo 1109 del Código Civil,
que consigna la responsabilidad sobre la noción de culpa (idea subjetiva), en lugar de utilizar la
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Art. 1.109. Todo el que ejecuta un hecho, que por su culpa o negligencia ocasiona un daño a otro, está obligado
a la reparación del perjuicio. Esta obligación es regida por las mismas disposiciones relativas a los delitos del
derecho civil.
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Art. 1.113. La obligación del que ha causado un daño se extiende a los daños que causaren los que están bajo
su dependencia, o por las cosas de que se sirve, o que tiene a su cuidado.
En los supuestos de daños causados con las cosas, el dueño o guardián, para eximirse de responsabilidad, deberá
demostrar que de su parte no hubo culpa; pero si el daño hubiere sido causado por el riesgo o vicio de la cosa, sólo
se eximirá total o parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de la víctima o de un tercero por quien no
debe responder. (Párrafo incorporado por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio
de 1968.)
G.A.L - S.M – E.D
figura de “falta de servicio” (idea objetiva), con fundamento en un principio de Derecho
Administrativo, de base constitucional, cual es el de que no es justo que los administrados
soporten los daños causados por el funcionamiento irregular o defectuoso del servicio o función
pública, dado que de lo contrario se alteraría la igualdad ante las cargas públicas.
G.A.L - S.M – E.D
2. El caso Ferrocarril Oeste c/ Pcia de Buenos Aires
En esta causa, “Vadell c/ Pcia de Bs As”, el alto tribunal consideró que la Provincia era
responsable por los perjuicios derivados del funcionamiento defectuoso e irregular del Registro
de la Propiedad, sosteniendo que ello configuraba una falta de servicio, de naturaleza objetiva,
que encuentra fundamento en el artículo 1112 del Código Civil.
Declara que la responsabilidad indirecta o refleja establecida en el artículo 1113 del CC resulta
inaplicable a la responsabilidad del Estado que se desenvuelve en el ámbito del Derecho
Público.
“En efecto, no se trata de una responsabilidad indirecta la que en el caso se compromete, toda
vez que la actividad de los órganos o funcionarios del Estado, realizada para el desenvolvimiento
de las entidades de las que dependen, ha de ser considerada propia de estas, que deben
responder de modo principal y directo por sus consecuencias dañosas”
La obvia y princpal consecuencia que se desprende de la doctrina del caso Vadell consiste en
que al desplazarse la culpa como factor de atribución, no resulta necesario acreditar la culpa del
agente ni siqueira individualizar al autor del daño. Basta con acreditar el funcionamiento
defectuoso o irregular del servicio para que se configuere el factor objetivo que permita atribuir la
responsabilidad..
G.A.L - S.M – E.D
Como viene reiterando la Corte: “quien contraer la obligación de prestar un servicio lo debe
realizar en condiciones adecuadas para lograr el fin para el que ha sido establecido y es
responsable por los daños causados por su incumplimiento o ejecución irregular”. Esto, para
Perrino, se trata de una conceptualización análoga a la falta de servicio.
La línea del caso Vadell, fue perfeccionada en precedentes posteriores (“Tejedurías Magallanes”,
año 1989) a través de la recepción jurisprudencial de los restantes presupuestos que condicionan
la responsabilidad, exigiéndose la imputación material del hecho u omisión a un órgano estatal (lo
que excluye el factor subjetivo de atribución), un daño cierto en el patrimonio del administrado y
la relación de causalidad entre el hecho u omisión y el perjuicio.
Cassagne enumera cuatro pilares que ha sostenido la tendencia jurisprudencial a partir del caso
Vadell para poder fundamentar la responsabilidad del Estado:
1) la división de la responsabilidad según provenga de la actividad ilegítima o de la actividad
legítima o lícita y la consecuente fijación de criterios distintos en cuanto al factor de atribución y a
la extensión de los rubros indemnizables, aunque esto último de una manera relativa conforme a
la situación que se plantea y juzga en cada caso;
2) el reconocimiento de una responsabilidad directa, en principio, en ambos tipos de
responsabilidad;
3) el abandono de la culpa y la admisión de la falta de servicio como factor específico de
atribución en la responsabilidad por acto ilegítimo o ilícito;
4) la introducción de presupuestos inherentes a:
- la imputabilidad material del hecho u omisión dañosos;
- la conexión causal;
-específicamente, la ausencia de soportar el daño.
Hay sin amargo, dos puntos de capital trascendencia que aún no han sido resueltos en forma
definitiva por la evolución jurisprudencial de la Corte Suprema, susceptible de general
ejemplaridad en los tribunales inferioes. Se trata del fundamento constitucional en que se apoya
la responsabilidad del Estado y la especie de justicia en que ella se articula y desenvuelve su
aplicación.
a) La imputabilidad material del acto o hecho administrativo a un órgano del Estado en ejercicio u
ocasión de sus funciones: se trata de una imputación objetiva que prescinde del requisito de la
voluntariedad, al contrario de la solución positiva prescripta en el ámbito del Código Civil donde
“los hechos que fueren ejecutados sin discernimiento, intención y libertad no producen obligación
alguna”.
La Administración será responsable por los hechos ejecutados por un funcionario público
demente cuando su actuación genere una falta de servicio y también lo será aún cuando no
pudiera individualizarse el responsable, siempre que pueda atribuirse materialmente el acto o el
hecho a la actuación de un órgano del Estado en ejercicio u ocasión de las funsiones.
b) Falta de servicio por incumplir de manera irregular los deberes y obligaciones impuestas por la
Constitución, la ley o el reglamento o por el funcionamiento defectuoso del servicio (ilegitimidad
objetiva), sea el cumplimiento derivado de la acción u omisión: el concepto de falta de servicio,
que prescinde de la noción de culpa, aparece estructurado positivamente en el artículo 1112 del
CC, pero su fundamento es el principio unitario que rige la responsabilidad estatal que exige
“afianzar la justicia” a través de la restitución que procede para restablecer la igualdad alterada
por el daño ocasionado al particular por un acto o hecho administrativo.
G.A.L - S.M – E.D
c) La existencia de un daño cierto en los derechos del administrado quedebe reunir los siguientes
caracteres:
1) puede ser actual o futuro, pero tiene que ser cierto, lo cual excluye los daños puramente
eventuales;
2) debe hallarse individualizado, no afectado por igual a todos los administrados, lo cual no
exluye la responsabilidad por aquellos perjuicios que aun impuestos por normas generales
excedan la medida normal de los inconvenientes de vecindad y los causados por las obras
públicas;
3) el derecho afectado puede ser tanto un derecho subjetivo como un interés legítimo, debe
tratarse de un perjuicio apreciable en dinero, que comprende tanto el daño patrimonial estricto
como el daño moral.
Fundamento constitucional
El fundamento principal de la responsabilidad del Estado por actividad legítima no es otro que el
principio de igualdad ante las cargas públicas consagrado en el articulo 16 de la Constitución
Nacional, toda vez que cuando se impone un sacrificio especial que excede la medida de los que
corresponde normalmente soportar, el particular que padece el daño se encuentra en una
situación de desigualdad respecto de quienes no lo soportan y, en consecuencia, posee el
derecho a ser indemnizado a fin de restablecer el equilibrio patrimonial a que conduce el principio
de igualdad.
En consecuencia, la obligación de resarcir los perjuicios no nace del daño, sino de la
alteración del principio de igualdad, pues aun cuando se requiera la configuración del
daño, éste es un presupuesto de la responsabilidad y no su fundamento.
- En el caso “Laplacette”, la CSJN basó la responsabilidad del Estado por su actividad legitima en
dos normas constitucionales combinadas, los arts. 17 y 18.
- En el caso “Cantón”, al hacer lugar a una acción que perseguía la reparación de los perjuicios
ocasionados por un decreto del Poder Ejecutivo Nacional que prohibió la importación de
determinados productos con el objeto de nivelar la balanza de pagos y proteger la industria
nacional, fundó la responsabilidad estatal en el art. 17 de la CN, omitiendo fundarla también en el
principio de igualdad ante las cargas públicas (art. 16 CN).
- En el caso “Garcia”, luego de indicar que como fundamento de la responsabilidad por actividad
legítima se ubicaba en los artículos 16 y 17 de la CN, puntualizó que dicha responsabilidad se
genera cuando se impone al particular una carga desproporcionada que excede la cuota normal
de sacrificio que impone la vida en comunidad.
Este último fallo refleja la línea sostenida por Cassagne: el artículo 16, principio de igualdad ante
las cargas públicas y el articulo 17, garantía de la propiedad frente a los poderes públicos.
Presupuestos
No cualquier menoscabo patrimonial o moral resulta siempre indemnizable; son muchas las
actividades de la vida social en que las personas sufren perjuicios que no se reparan por ser
actividades que traducen el ejercicio regular o normal de los derechos.
De otra parte, existen otras numerosas situaciones en las que los daños resultan justificados por
la ley o el consentimiento propio del interesado.
Esto ha llevado a perfilar, en el Derecho Civil, el concepto de daño resarcible conectado con la
ilicitud o la antijuricidad mediante factores de atribución de responsabilidad tanto subjetivos como
objetivos.
En cambio, en el plano del Derecho Administrativo, la resarcibilidad del daño queda condicionada
a la configuración de la llamada falta de servicio, o bien con la singularidad o especialidad del
daño, es decir, de un perjuicio que de ser asumido sólo por la víctima, generaría una violación a
la igualdad frente a las cargas públicas, en tanto no existe el deber legal de soportarlo.
Acá el factor de atribución es, en principio, siempre objetivo, sea que se acuda a la falta de
servicio o al riesgo, así como también es objetivo cuando se trata de hacer responsable al Estado
por su actividad legítima.
El molde de la antijuricidad es distinto en la responsabilidad por actividad ilegítima y se fractura
totalmente en la responsabilidad del Estado por actos legítimos, configurándose una categoría
que sería difícil de encuadrar en el ámbito de la responsabilidad civil por una serie de razones, a
saber:
a. La responsabilidad administrativa no se excluye por los hechos involuntarios ni se aplica la
reparación por equidad;
b. Resulta inaplicable la responsabilidad refleja del artículo 1113, primera parte del CC, que
presupone la culpa del dependiente y aunque, ciertamente, en este último supuesto el factor de
atribución es objetivo y de garantía, en la responsabilidad administrativa la garantía es de otra
naturaleza, consistiendo en el funcionamiento regular del servicio y en el mantenimiento de la
igualdad ante las cargas públicas;
c. La responsabilidad por actividad legítima o lícita, por los daños provocados por el
funcionamiento regular o normal del serivicio, constituyen una hipótesis no asimilable a los
supuestos de responsabilidad objetiva del Derecho Civil, tanto por los fundamentos de Derecho
Público, cuanto por los elementos de la responsabilidad (sacrificio especial y extensión del
resarcimiento).
Para que el daño sea resarcible se requiere la existencia de un daño cierto, lo que excluye los
perjuicios eventuales e hipotéticos, dado que sin la certidumbre sobre el acaecimiento del daño
no se configura este elemento de responsabilidad.
Esta certidumbre puede ser tanto actual como futura, como señaló la corte en el caso “Godoy”,
que existía una suficiente probabilidad de que acontezca según el curso ordinario y natural de las
cosas.
Además, el daño debe ser tanto evaluable en dinero y subsistente como personal en el sentido
de que debe tratarse de un daño “propio de quien reclama la indemnización”.
G.A.L - S.M – E.D
En lo que concierne a la extensión de la indemnización, las grandes líneas que muestra la
jurisprudencia de la Corte son básicamente dos.
- En el caso “Laplacette”, la Corte reconoció la responsabilidad estatal por actos legítimos del
poder público, sosteniendo que al afectarse el uso de una propiedad privada los daños debían
repararse aplicando por analogía el criterio positivo que establecía la anterior Ley de
Expropiaciones que, al igual que la actual, excluía la indemnización del lucro cesante.
Pero antes de este fallo, la Corte en la causa “Sánchez Granel”, condenó a la Dirección Nacional
de Vialidad a resarcir los daños resultantes de la revocación unilateral de un contrato de obra
pública por razones de oportunidad, sosteniendo la inaplicabilidad, en tal supuesto, de la
limitación del lucro ceante establecida en el artículo 10 de la Ley Nacional de Expropiaciones.
Para Cassagne, en estos supuestos, el principio que está en juego es el de la intangibilidad del
patrimonio y la igualdad ante las cargas públicas, dado que, en ciertas circunstancias si el
denominado lucro cesante no se asimila al daño emergente se consumaría un verdadero
despojo.
Caso “Juncalán”
“13. Que la parte actora reclama el lucro cesante derivado de la imposibilidad de desarrollar la
explotación agrícola y ganadera de su propiedad. Al respecto, la Corte Suprema -por el voto
mayoritario de sus integrantes- ha dicho que la indemnización en materia de responsabilidad por
actividad lícita de la Administración no debe incluir, como principio general, al lucro cesante
(sentencia dictada en la causa "Motor Once S.A. v. Municip. de la Cap.", M.888.XXI, del 9/5/88).
14. Que, sin perjuicio de lo expresado anteriormente, corresponde señalar que el principio
general de no admitir la inclusión del lucro cesante no debe ser aplicado mecánicamente, sin
admitir excepciones y sin tener en cuenta las características particulares de cada caso. Así,
deben ser tenidas como circunstancias excepcionales que permiten apartarse del principio
general aludido, aquellas situaciones en las cuales la exclusión del lucro cesante llevaría a
resultados claramente violatorios de la garantía constitucional de la propiedad.
15. Que esa resulta ser, precisamente, la situación de autos. En efecto, el perjuicio patrimonial
sufrido por la actora en el campo de su propiedad está conformado principalmente, tal como se
desprende de las constancias de la causa, por el lucro cesante. El excluir totalmente dicho rubro
significaría otorgar al actor una indemnización tan ínfima que llevaría al despojo de su derecho de
propiedad.
G.A.L - S.M – E.D
16. Que, en consecuencia, la solución equitativa del presente caso debe fundarse en la
necesidad de compatibilizar los vitales intereses públicos que motivaron la acción estatal de
autos con la necesidad de evitar la destrucción del derecho individual de la actora. Por tal razón,
parece justo reconocer a la damnificada el lucro cesante el cual, sin embargo, no deberá ser la
expresión de una igualdad matemática que marque la estricta equivalencia con las utilidades que
dejó de percibir.”
El elemento “imputabilidad material del hecho u omisión a un órgano del Estado” traduce la
naturaleza objetiva de la responsabilidad administrativa y rige tanto para el funcionamiento
normal como anormal o irregular de los servicios públicos, entendido este concepto como el
conjunto de las funciones públicas a cargo del Estado.
Cuando se trata de daños provocados por órganos del Estado, es necesario que éstos actúen
dentro de la órbita de las funciones públicas, aun en forma aparente, requiriéndose que la
actividad dañosa presente un mínimo de reconoscibiidad exterior en relación a los fines de la
Administración o de los demas órganos del Estado (Legislativo y Judicial).
Esa imputabilidad o causación material no se opera respecto de concesionarios o contratistas del
Estado por no estar incluidos en los cuadros de la Administración ni tampoco cuando los daños
causados por profesionales que ejercitan funciones públicas como los escribanos o notarios,
pues de acuerdo a lo resuelto por la Corte Suprema en el caso Vadell, ellos no representan la
voluntad estatal, que solo se exterioriza a través de sus órganos.
Por último, en lo que atañe a la relación de causalidad, el Código Civil, aplicable por analogía en
esta materia, acoge el criterio de la causalidad adecuada que requiere realizar un juicio acerca de
su probabilidad o previsibilidad en el caso conforme a la experiencia y el curso ordinario de las
cosas.
G.A.L - S.M – E.D
Prescripción de las acciones vinculadas a la responsabilidad del Estado
Responsabilidad Extracontractual
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Art. 4.023. Toda acción personal por deuda exigible se prescribe por diez años, salvo disposición especial.
Igual plazo regirá para interponer la acción de nulidad, trátese de actos nulos o anulables, si no estuviere previsto un
plazo menor.
(Artículo sustituido por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.)
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Art. 4.037. Prescríbase por dos años, la acción por responsabilidad civil extracontractual.
(Artículo sustituido por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.)
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Art. 4.030. La acción de nulidad de los actos jurídicos, por violencia, intimidación, dolo, error, o falsa causa, se
prescribe por dos años, desde que la violencia o intimidación hubiese cesado, y desde que el error, el dolo, o falsa
causa fuese conocida.
Prescribe a los dos años la acción para dejar sin efecto entre las partes un acto simulado, sea la simulación absoluta
o relativa. El plazo se computará desde que el aparente titular del derecho hubiere intentado desconocer la
simulación. (Párrafo incorporado por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de
1968.)
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A su criterio, la norma que debe aplicarse por analogía es la contenida en el artículo 4023 del
Código Civil, en cuanto posee una mayor generalidad, permitiendo la realización de una justicia
sin cortapisas formales.
Responsabilidad Contractual
Es de aplicación el art. 4023 del Código Civil. Ergo, la acción para reclamar la responsabilidad
contractual del Estado prescribirá a los 10 años.
D) La indemnización por daños y perjuicios. Daño material y moral. Daño emergente y lucro
cesante. El caso especial de la responsabilidad por actividad lícita. Indemnización tarifada.
En principio, todo comportamiento ilegítimo de los órganos del Estado en ejercicio de la función
administrativa y legislativa o normativa que provoca daños al particular, engendra la obligación de
restablecer la igualdad.
Esa obligación se lleva a cabo a través de un acto de restitución que consiste básicamente en la
igualación de las cosas aun cuando se está obligado a reparar también según la condición de las
personas y de acuerdo a las circunstancias.
El particular puede pretender que la restitución consista en la reposición de las cosas a su estado
anterior, excepto si ello no fuera posible, en cuyo caso la indemnización se fijará en dinero.
También puede el administrado optar por la indemnización pecuniaria.
En lo que concierne al criterio para fijar la indemnización, cabe señalar que deben resarcirse
íntegramente los daños, actuales o futuros, siempre que sean ciertos y no eventuales hipotéticos.
Tratándose de la reparación de las consecuencias de los actos o hechos ilegítimos, la
indemnización debe ser integral y comprende todos los perjuicios patrimoniales (daño
emergente y lucro cesante), ya sea que deriven de una consecuencia mediata o inmediata.
En el caso de acreditarse la existencia de dolo cometido por un órgano del Estado, la
indemnización debe comprender también los daños provenientes de las consecuencias causales
cuando ellas debieron producirse según las miras del autor del hecho o acto administrativo, solo
que, en tal caso, se tratará de una falta personal del funcionario, porque aparte que no es dable
suponer la existencia de ese dolo específico en los órganos del Estado que actúan dentro de las
funciones o en ocasión de las mismas, no resulta justo que la comunidad cargue con este dolo
especial del agente público, que configura algo más grave aún que la desviación de poder (delito
civil o criminal).
Se aplican, en esta materia, las reglas atinentes a la indemnización debida por los daños
provocados por los actos ilegítimos, con exclusión del lucro cesante.
Sin embargo, con posterioridad al caso Jucalán antes desarrollado, el alto tribunal ha mantenido
el criterio de la responsabilidad integral (comprensiva del daño emergente y el lucro cesante) en
varios precedentes, al igual que la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires.
El caso que aquí nos interesa es el de la responsabilidad extracontractual, es decir, aquella que
surge no de la violación de una obligación contractualmente (de mutuo acuerdo) contraída —la
que corresponde estudiar al referirse a los contratos administrativos—, sino de una conducta
cualquiera de los órganos del
Estado no referida a un acuerdo previo de voluntades con el sujeto damnificado.
Según se observa en el gráfico, esa responsabilidad extra-contractual puede originarse en un
acto o hecho legislativo, judicial o administrativo. Sin embargo, conviene advertir que de acuerdo
con la división de las funciones estatales, no cualquier acto o hecho del Poder Judicial o del
Poder Legislativo comportará la responsabilidad judicial o legislativa, respectivamente, sino que
puede también existir responsabilidad administrativa por actos o hechos realizados por tales
poderes.
La responsabilidad así llamada “legislativa” se concreta, pues, en una responsabilidad por el
daño causado por una ley del Congreso: Cualquier daño ocasionado por el Congreso o sus
órganos a través de conductas que no comporten específicamente una “ley” en sentido formal,
encuadrará así dentro del campo de la responsabilidad administrativa y no legislativa.
Del mismo modo, la responsabilidad llamada judicial sólo existe como tal en la medida en que
emerge de actos judiciales típicos; los daños que un órgano judicial realice en cumplimiento de
funciones de tipo administrativo, darán lugar a la responsabilidad administrativa y no judicial.
Es de mucha importancia advertir esta circunstancia, pues la responsabilidad estatal por actos
legislativos y judiciales stricto sensu puede considerarse mínima o prácticamente inexistente, al
menos en nuestro país.
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A) Daños causados por actos administrativos. La cuestión del cuestionamiento de la
validez del acto. Plenario “Petraca”. Revocación de los actos administrativos por
cuestiones de mérito: La Ley Nacional de Ptos. Administrativos. La cuestión en la Prov. de
Buenos Aires. Responsabilidad por hechos y actos de guerra; golpes de estado,
rebeliones y terrorismo. Responsabilidad por actos de gobierno.
En este tipo de responsabilidad se han planteado muchos problemas de distinta índole, derivados
en su mayor parte del hecho de que se ha querido partir de la aplicación de las normas del
Código Civil en materia de responsabilidad extracontractual.
- El primer problema planteado es que en el Código Civil se exige en principio que el daño sea
producido por una conducta negligente o culposa, para que pueda dar lugar a responsabilidad, y
algunos autores y fallos han pensado en ocasiones que el Estado, como persona jurídica que es,
no actúa con “culpa,” por ser ésta una característica exclusivamente reservada a las personas
físicas. Sin embargo, este argumento es fácilmente desechado si se recuerda que el Estado
actúa a través de Órganos que son desempeñados por personas físicas , cuya voluntad ,
manifestaba dentro del ámbito de sus funciones, se imputa al Estado considerándose como suya
propia; o sea, que, en definitiva, el Estado puede perfectamente actuar culposamente a través de
la conducta de sus órganos.
- El segundo problema planteado es ya más difícil de solucionar claramente, pues ha sido objeto
de muchos enfoques discrepantes: Se trata de la distinción entre responsabilidad “directa” e
“indirecta.” Responsabilidad “directa” es la que corresponde a una persona por un hecho propio
(art. 1109 del Código Civil) e indirecta, la que corresponde a un patrón o superior por el hecho de
un empleado o dependiente suyo. (Art. 1113 del Código Civil).
Los criterios existentes para determinar cuándo el Estado será responsable “directamente” y
cuándo “indirectamente” son muy variados; a ellos nos referiremos a continuación.
Botassi entiende que la función administrativa es “sub legal”. De allí que las decisiones del poder
administrador deben ser acordes con el orden jurídico. Cuando no lo son, el administrado posee
recursos administrativos y acciones judiciales que permiten que el superior jerárquico y el poder
judicial controlen la efectiva correlación entre aquellos actos y el derecho objetivo.
De esta manera se asegura el derecho de defensa y el principio de impugnabilidad de los actos
administrativos que es una de sus formas de ejercicio.
La existencia de recursos administrativos es independiente de la impugnabilidad judicial de los
actos administrativos, ya que, por aplicación de los principios sentados por la corte nacional en la
causa “Fernández Arias c/ Poggio”, aquellos siempre deben ser susceptibles de un control judicial
amplio.
ARTICULO 23.- Podrá ser impugnado por vía judicial un acto de alcance particular:
a) cuando revista calidad de definitivo y se hubieren agotado a su respecto las instancias
administrativas.
b) cuando pese a no decidir sobre el fondo de la cuestión, impida totalmente la tramitación del
reclamo interpuesto.
c) cuando se diere el caso de silencio o de ambigüedad a que se alude en el artículo 10.
d) cuando la Administración violare lo dispuesto en el artículo 9.
ARTICULO 24.- El acto de alcance general será impugnable por vía judicial:
a) cuando un interesado a quien el acto afecte o pueda afectar en forma cierta e inminente en sus
derechos subjetivos, haya formulado reclamo ante la autoridad que lo dictó y el resultado fuere
adverso o se diere alguno de los supuestos previstos en el artículo 10.
b) cuando la autoridad de ejecución del acto de alcance general le haya dado aplicación
mediante actos definitivos y contra tales actos se hubieren agotado sin éxito las instancias
administrativas
Plazos dentro de los cuales debe deducirse la impugnación (por vía de acción o recurso)
Artículo 25.- La acción contra el Estado o sus entes autárquicos deberá deducirse dentro del
plazo perentorio de noventa (90) días hábiles judiciales, computados de la siguiente manera:
a) Si se tratare de actos de alcance particular, desde su notificación al interesado;
b) Si se tratare de actos de contenido general contra los que se hubiere formulado reclamo
resuelto negativamente por resolución expresa, desde que se notifique al interesado la
denegatoria;
c) Si se tratare de actos de alcance general impugnables a través de actos individuales de
aplicación, desde que se notifique al interesado el acto expreso que agote la instancia
administrativa;
d) Si se tratare de vías de hecho o de hechos administrativos, desde que ellos fueren conocidos
por el afectado.-
Cuando en virtud de norma expresa la impugnación del acto administrativo deba hacerse por vía
de recurso, el plazo para deducirlo será de treinta (30) días desde la notificación de la resolución
definitiva que agote las instancias administrativas.
Análisis de Gordillo
La jurisprudencia, partiendo del obvio principio de que el Estado no debe indemnización alguna
por la privación de propiedad que realiza a través del cobro de impuestos, siempre que éstos
sean válidos, ha llegado a conclusiones a su juicio criticables.
El error a que se ha llegado proviene inicialmente de dar una formulación demasiado amplia al
citado principio de irresponsabilidad por el cobro de impuestos legítimos; se ha dicho así, para
expresar ese pensamiento, que “el ejercicio de un poder legal, como es el de crear impuestos, o
modificar los anteriores (en el caso no se ha discutido la validez de la forma en que se lo ha
puesto en práctica) puede ciertamente producir perjuicios en el patrimonio de los particulares, sin
que tal circunstancia sea óbice contra su legitimidad, so pena de detener la actividad
gubernativa, en consideración de una garantía, la de propiedad privada, que no puede
interpretarse con semejante extensión.”
De allí la jurisprudencia pasa luego a decir que en realidad la garantía de la propiedad “siempre
se ha considerado alude al desapoderamiento directo, y no al consiguiente perjuicio resultante
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del ejercicio de legítimos poderes. Nunca se ha supuesto que tenga algún efecto sobre o para
inhibir leyes que indirectamente produzcan daño o pérdida a los particulares,” lo cual es ya llevar
la afirmación demasiado lejos. También se expresa que el ejercicio de los “poderes de guerra” no
puede dar lugar a responsabilidad del Estado, cuando se lo ejerce “con fundamento en
disposiciones legales expresas;” de allí a decir que tampoco será responsable el Estado por las
leyes que organicen o regulen un “servicio público,” aunque de ellas se desprendan daños a
terceros, no hay sino un paso, que la jurisprudencia también ha dado.
No existe, pues, en principio y en el estado actual de la jurisprudencia, responsabilidad del
Estado por leyes legítimas, aunque ocasionen daños; pero no creemos que pueda
categóricamente decirse que “en nuestro derecho, el Estado no responde civilmente por los actos
legislativos,” por lo que se verá a continuación.
1. Perjuicio especial
Ha dicho así la Corte Suprema en la causa “Gratry” que “no reúne el perjuicio que se dice
experimentado, la condición de especialidad necesaria para que pueda encuadrarse en el caso
de responsabilidad,” con lo cual parece aceptar, para el caso de la responsabilidad legislativa, la
doctrina alemana del “perjuicio especial.” Como dice en esta tesitura Mayer, la actividad del
Estado “no ocurre sin que los individuos sufran algunos perjuicios, pero ellos entran en las
condiciones de existencia del Estado al cual los individuos pertenecen; por lo tanto, nada se
puede cambiar. Pero a partir del momento en que esos perjuicios afectan a un individuo de
manera desigual y desproporcionada, empieza a actuar la equidad
y cuando el perjuicio se traduce en un daño material... habrá lo que se llama el sacrificio
especial... que debe indemnizarse.”
El ejercicio de la función jurisdiccional puede dar origen a la responsabilidad estatal. Pero tal tipo
de responsabilidad no tiene el mismo alcance.
Se trata, dice Cassagne, de una responsabilidad de carácter excepcional dado que en toda
comunidad jurídicamente organizada todos sus componentes tienen el deber o carga genérica de
someterse a las decisiones que se adopten en los procesos jurisdiccionales.
Este deber se concreta, muchas veces, en el sacrificio que tiene que aceptar todo particular –sin
indemnización- de soportar los daños que le provoca el sometimiento al proceso, hasta tanto
obtenga una sentencia que haga lugar a su pretensión.
Sin embargo, esa carga de contribuir al bien común, representado por la realización de justicia en
el seno de la comunidad genera, en algunos supuestos excepcionales, el deber de la comunidad
de reparar los daños ocasionados por esa actividad cuando la misma sea ilegítima, a fin de
restablecer la igualdad a través de la restitución.
Dado que la nota común de estos supuestos de responsabilidad es el error judicial o la
arbitrariedad de la medida, la restitución debe ser integral, aplicándose para el resarcimiento
los criterios que rigen en materia de responsabilidad del Estado por su actividad ilegítima.
Nociones Generales
Partimos de la base de que esa responsabilidad es directa (y no refleja, indirecta o motivada por
su rol de empleador) ya que proviene de órganos estatales que representan la persona jurídica
pública que integran. Este enfoque, que llega de la mano de una interpretación dinámica del
artículo 1112 del Código Civil, ha sido ratificado por la Corte Nacional, en el caso “Zacarías” del
año 1998, al reiterar que la responsabilidad pública no es indirecta, “dado que la actividad de los
órganos, funcionarios o agentes del Estado, realizada para el desenvolvimiento de los fines de
las entidades de las que dependen, ha de ser considerada propia de este, el que debe responder
de modo principal y directo por sus consecuencias dañosas”
Por su parte la Sala IV de la Cámara Nacional Federal Contencioso Administrativa, con el voto
fundante del Dr. Eduardo Uslenghi, ha establecido que “la norma del art. 1112 del Cód. Civil es
aplicable al supuesto en el cual se debate la responsabilidad del Poder Judicial de la nación,
pues el Estado es responsable, principal y directo, de las consecuencias dañosas producidas por
la actividad de sus órganos o funcionarios”
Enfoque axiológico
Debe partirse de la base de que los jueces, seres humanos al fin, pueden equivocarse y aun
actuar dolosamente. Los códigos procesales privan de efectos ejecutorios a las sentencias
defectuosas y prevén la existencia de sentencias “aparentes” que no reúnen los requisitos
necesarios para ser consideradas como tales y el artículo 269 del Código Penal describe el delito
de “prevaricato” como el cometido por el juez que decide contra la ley o funda su sentencia en
hechos falsos.
La inamovibilidad e independencia de los jueces no implica una licencia para apartarse de la
legalidad y del deber de no dañar.
De tal suerte que el producto de la actividad profesional de los jueces, incluyendo a la propia
sentencia definitiva, es susceptible de arrastrar las falencias propias de su autor. Propiciar a
rajatabla la presunción de perfección de la decisión judicial es prohijar la infalibilidad del juez, lo
cual contrasta no solo con el sentido común sino, preferentemente, con la realidad.
En un sistema jurídico como el nuestro, que permite acusar la “ilegalidad” de la ley
inconstitucional y habilita para decretar la invalidez de un aspecto de la propia reforma de la
Carta Magna, ¿cual es la razón para que se presuma jure et de jure el acierto de la sentencia y
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se prohiba su examen crítico? En definitiva la propia existencia de los recursos de revisión en los
códigos procesales relativiza el principio de inmutabilidad de la cosa juzgada y demuestra que el
propio legislador asume como posible el error judicial.
Pensamos que el argumento de la intangibilidad de la cosa juzgada por razones de seguridad
jurídica carece de peso. El eventual reclamo de indemnización de los perjuicios ocasionados por
una sentencia errada en los hechos que tuvo por ciertos y/o en el derecho que aplicó no significa
reabrir la discusión sobre lo puntualmente juzgado sino resolver, en la búsqueda del inasible
horizonte de la justicia absoluta, las consecuencias del vicio que arrastra. La cosa juzgada se
mantiene incólume. Si el perdidoso fue desalojado no retornará al inmueble que ocupaba, si fue
desapoderado de un objeto no le será restituido; pero en todos los casos el juez (si decidió con
negligencia profesional) y el Estado (cuyo sistema judicial prestó un mal servicio al justiciable),
deberán pagar los daños y perjuicios irrogados. En este enfoque la cosa juzgada no se altera ya
que lo resuelto no reconoce retroceso pero, para evitar el despropósito de dejar sin
compensación las consecuencias de la sentencia injusta, la víctima de la irregularidad judicial es
compensada.
Por lo demás, considerando que todos los valores no poseen igual entidad, resulta obvio que aún
admitiendo la existencia de contradicción, el valor “justicia” debe imponerse al valor “seguridad”.
Nunca lo formal (sentencia firme ilegal) puede colocarse por encima de lo sustancial (verdad
ignorada, derecho vulnerado).
Factores de atribución
Como se sabe; en el derecho de daños se denominan “factores de atribución” a las razones que
explican y justifican la obligación de resarcir los perjuicios.
1. Dolo o culpa: Actualmente no se duda que deben indemnizarse los perjuicios ocasionados por
el proceder irregular (dolo o culpa) de los jueces. Como dijimos antes los magistrados no son
inmunes al humano desvío de conducta ética (dolo) o de procedimiento (culpa). La prueba está
en que la propia Constitución, luego de consagrar la inamovilidad de los jueces también permite
su remoción por “mal desempeño” (artículos 53 y 110 de la Constitución Nacional) y la recordada
Ley 24.937 del Consejo e la Magistratura prevé la aplicación de sanciones disciplinarias ante la
comisión de ilícitos o el desconocimiento del Derecho (art. 15).
3. Responsabilidad por omisión: Cuando sea de toda evidencia que un juez estaba obligado a
adoptar una decisión y no lo hizo; cuando una disposición expresa así lo imponía o si la
necesidad de asegurar el buen funcionamiento del servicio de Justicia hacía evidente la
necesidad de actuar, si con la inacción se daña al justiciable o a terceros, nace la responsabilidad
del Estado por omisión. Así por ejemplo, solicitándose el dictado de una medida cautelar,
existiendo una evidente verosimilitud del derecho del actor y un claro peligro en la demora, el juez
estará obligado a evitar que el juicio culmine con el dictado de una sentencia abstracta en
perjuicio del actor. Igualmente, aunque la conducta debida no le sea impuesta directamente por la
norma (ya que es imposible que los reglamentos de organización del Poder Judicial y los códigos
procesales contemplen toda la infinita gama de situaciones que pueden presentarse), el
magistrado incurrirá en omisión si desatiende las razonables y legítimas (por no prohibidas)
peticiones de las partes o deja de hacer lo indicado para asegurar la buena marcha de un
proceso instructorio, como por ejemplo ordenar las medidas de prueba ofrecidas y conducentes
en un pleito dispositivo o aconsejada por las circunstancias en un juicio inquisitivo.
Desde luego que, al igual que en materia de daños causados por la actuación positiva, el
verdadero quid de la cuestión consiste en establecer con categórica precisión que el funcionario
judicial no hizo lo debido en un marco de indudable obligación de actuar. La imaginable dificultad
por la que se transita en este punto no es diferente a la que informa la totalidad de los supuestos
de responsabilidad del Estado por omisión de los otros Poderes. En el fondo, frente a la
elemental necesidad de contar con un criterio de imputación, para que surja la obligación de
resarcir, el daño probado deberá ser consecuencia de la inaplicabilidad del Derecho por parte del
juez o funcionario (incluyendo en esta idea el deber de prestación adecuada del servicio y no la
mera desobediencia de la norma) y ello acontece tanto por acción como por omisión.
Tratados internacionales
La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (Bogotá, 1948) dispuso que
ninguna persona podía ser privada de su libertad sino en los casos y según las formas
establecidas por leyes preexistentes. Y, cuando esto ocurra, el detenido tiene también derecho a
un tratamiento humano mientras dure la privación de su libertad, sin que sea posible que se le
impongan penas crueles, infamantes o inusitadas.
Términos semejantes se reiteran en la Convención Americana sobre Derechos Humanos (San
José de Costa Rica, 1984); en cuyo artículo 10 expresamente queda establecido que “toda
persona tiene derecho a ser indemnizada conforme a la ley en caso de haber sido condenada en
sentencia firme por error judicial”.
Corresponde resaltar que nuestro país se ha comprometido a adoptar “medidas
legislativas administrativas y judiciales” para evitar actos de tortura, intimidación física y moral o
padecimientos a detenidos. En definitiva, desde 1853, la Carta Magna proscribió “toda especie de
tormento”, manifestando como una verdadera esperanza irredenta que “las cárceles de la Nación
serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda
medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquella exija,
hará responsable al juez que la autorice”. Parece innecesario resaltar que los citados acuerdos
internacionales son de obligatorio acatamiento para nuestro país, forman parte de su
ordenamiento interno y constituyen fuente de derechos para los ciudadanos.
Constituciones provinciales
A los fines del presente estudio, un análisis comparativo de las Constituciones provinciales
permite agruparlas en dos categorías. La primera congrega las cartas que consagran la
responsabilidad del Estado en general, sumando, en algunos casos, una especial referencia a
las cuestiones vinculadas con las condiciones de detención de los procesados y condenados
penalmente. El otro conjunto acota la cuestión al tema específico de la responsabilidad del
Estado por mal funcionamiento del sistema de enjuiciamiento penal.
En el primer segmento pueden incluirse las siguientes constituciones:
Buenos Aires: la Carta de 1994 luego de disponer que “las causas deberán decidirse en tiempo
razonable” (art. 15), aclara que “las prisiones son hechas para seguridad y no para mortificación
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de los detenidos. Todo rigor innecesario hace responsable a las autoridades que lo ejerzan (art.
30).
Córdoba: Su Ley Suprema de 1987 dispone categóricamente que “el Estado es responsable por
los daños que causan los hechos y actos producidos por todos sus funcionarios y agentes” (art.
14).
1. Tesis negatoria
La Corte Nacional negó hace tiempo la obligación fiscal de reparar los perjuicios provenientes del
accionar legítimo del Poder Judicial, indicando que “sólo puede responsabilizarse al Estado por
error judicial en la medida en que el acto jurisdiccional que origina el daño sea declarado ilegítimo
y dejado sin efecto, pues antes de ese momento el carácter de verdad legal que ostenta la
sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada impide, en tanto se mantenga, juzgar que hay
error. Lo contrario importaría un atentado contra el orden social y la seguridad jurídica, pues la
acción de daños y perjuicios constituiría un recurso contra el pronunciamiento firme, no previsto
ni admitido por la ley”.
2. Opinión de Botassi
A diario se conocen medidas judiciales legítimas (ajustadas al derecho positivo sustancial y ritual
y a los principios jurídicos de la materia involucrada), que al dañar a las partes de un proceso o a
terceros, acarrean el deber de indemnizar con base en el principio constitucional de igualdad
frente a las cargas públicas y en defensa de la garantía de la propiedad (C. N. arts. 16 y 17). Así
por ejemplo si en el curso de una investigación penal se ordena la destrucción de una puerta para
permitir el ingreso a un inmueble o el desguace íntegro de un automotor en busca del corpus
delictus, el propietario tendrá derecho a ser indemnizado aunque tales medidas fueran las
indicadas para el esclarecimiento del ilícito. Nótese que en estos ejemplos se hace patente la
existencia de los presupuestos de procedencia de la responsabilidad por actividad lícita: las
medidas ordenadas por el juez no pueden resistirse ya que se trata del ejercicio de un poder
legal, son –naturalmente- legítimas, pero -tampoco cabe duda- provocan un perjuicio
individualizado, especial en el patrimonio del interesado.
Jusprudencia relevante
Dictado irregular de medidas cautelares
En el ya recordado caso Mallmann la Corte Nacional ha reconocido que la responsabilidad por
error judicial puede tener cabida a propósito del dictado de medidas cautelares, sin que para
hacerla efectiva se requiera la remoción de cosa juzgada alguna ya que tales decisiones
preventivas no adquieren firmeza. Sin embargo el Alto Tribunal ha entendido que la presunción
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de legitimidad de aquellas (en el sentido de que han sido dictadas conforme a derecho), hace que
“la posibilidad resarcitoria solo quede abierta cuando se demuestre la ilegitimidad de la medida
cautelar de que se trata, lo que se dará únicamente cuando se revele como incuestionablemente
infundada o arbitraria, pues es claro que ninguna responsabilidad estatal puede existir cuando
elementos objetivos hubiesen llevado a los jueces al convencimiento de la necesidad de su
dictado”.
PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
Bolilla 7 -Concepto y principios del procedimiento. Legislación
Tipos de procedimientos
Tanto los procedimientos de formación como los recursivos constituyen garantías formales a
favor del administrado, las que le aseguran el poder de reacción frente a actos perjudiciales a sus
derechos subjetivos e intereses legítimos, permitiéndole conseguir la extinción, modificación o
reforma del acto lesivo.
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2.-Principios del procedimiento administrativo: impulso de oficio, preeminencia de la
verdad material, informalismo, contradicción, celeridad, debido proceso, gratuidad. La
intervención del abogado en el procedimiento.
Principios del procedimiento administrativo
“Principio” es el comienzo, origen, inicio o fuente de algo. En términos más complejos los
principios son el resultado de una sistematización de valores reconocidos por la sociedad, como
la libertad, la seguridad y la justicia. En el marco del derecho denominamos principios a
determinadas proposiciones jurídicas que constituyen criterios fundamentales de la vida en
sociedad. Sirven de fundamento a la ley que se trata de pautas consideradas valiosas que
inspiran al legislador y que ayudan al intérprete en la tarea de desentrañar el sentido de la norma
positiva.
Configurados como un derecho de equidad, los principios son útiles para colmar las lagunas
normativas y para atemperar la rigidez de la ley positiva. El art 16 del Código Civil dispone que si
una cuestión civil no puede resolverse ni por las palaras, ni por el espíritu de la keym se atenderá
a los principios de leyes análogas y si aún la cuestión fuese dudosa se resolverá por los
principios generales del derecho.
Algunos sostienen que son principios del derecho, otros que son principios de la materia,
cualquiera sea la idea que se profese respecto de la autonomía ontológica, lo cierto es que son
ciertas pautas de funcionamiento del trámite que, junto a determinados derechos y deberes
insoslayables de los intervinientes, que son considerados imprescindibles para que la
Administración adopte sus decisiones dentro de un marco de legalidad, garantizando la amplia
defensa del ciudadano de manera eficaz y en el menor tiempo posible. Ante la eventual falta de
una ley reguladora del procedimiento los principios constituyen directrices de acatamiento
obligatorio para la Administración.
-IMPULSO DE OFICIO
El artículo 48 dispone que el procedimiento se impulsara de oficio en todos sus trámites y ante la
necesidad de arribar a la verdadera de los hechos, será a cargo de la Administración el dictado
de los actos de instrucción necesarios a tal efecto. La normativa nacional establece la impulsión e
instrucción de oficio sin perjuicio de la participación de los interesados en las actuaciones
Incumbe a las autoridades encargadas de su despacho adoptar las medidas oportunas para
evitar retrasos. Ello es así por cuanto además, los plazos administrativos son obligatorios para las
autoridades públicas
Los actos de mero trámite tendientes a que para que las actuaciones alcancen el estado de ser
resueltas deben dictarse por las autoridades competentes con independencia de la mayor o
menor actividad del interesado.
Corresponde a la autoridad administrativa receptora de la presentación, pedido, reclamo, petición
y/o recurso del interesado, derivado hacia el órgano que se entienda corresponder, no resultando
posible ampararse en la ausencia de atribuciones legales para conocer al respecto, o en su caso
disponiendo el archivo de las actuaciones. Como una derivación de la interpretación de los art 3,
5, 48, 49, 50, 53, 59 y 60 relativos a la competencia del decreto- ley 7647/70, se ha entendido
como vulnerado el principio de la carga de la transmisión de la competencia entre órganos del
mismo poder administrador, cuando quien recibe una petición que entiende ajena a sus
atribuciones o ámbito de conocimiento, se limita a su rechazo o falta de tratamiento fundado en
dicha circunstancia, sin girarlo al órgano que se reputa competente. La trascendencia de la
recepción del principio se proyecta sobre eventuales efectos que debe asignarse a dicha
presentación que, aunque llevada a cabo en el lugar equivocado, producirá el mismo efecto que
aquella ingresada ante el órgano competente, especialmente en materia de interrupción y/o
suspensión de los plazos propios del procedimiento, los de índole procesal y aquellos en la
legislación de fondo.
El órgano llamado a decidir la cuestión de fondo deberá valorar los hechos que lleguen a su
conocimiento sin que interese que los mismos hayan sido invocados y probados por el particular,
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o que hayan sido conocidos de manera casual o como resultado de actuaciones diferentes a
aquellas en estado de resolución final. Por aplicación del principio de preeminencia de la verdad
material, si vencido el periodo de prueba de Administración no cuenta con elementos de juicio
suficientes, deberá indagar por sí misma la situación fáctica, aun cuando ello signifique resignar
la inicial postura oficial porque en realidad el estado en su relación con los particulares no se
encuentra embarcado en un negocio lucrativo que justifique la obtención de ventajas a partir del
déficit probatorio del contradictor.
El organismo de la Administración busca la verdad material y para ello puede recabar informes de
otras reparticiones e interpretar la prueba con razonable criterio de libre convicción. Si bien eso
no permite interpretar arbitrariamente la evidencia recolectada, se abre para el intérprete un
panorama amplio que le permite valorar indicios y apelar al sentido común por sobre el rigor del
sistema de prueba tasada.
Al mismo tiempo debido a que el principio de preeminencia de la verdad material impone
establecer la realidad de los hechos “el desistimiento del interesado no obliga a la
administración”, la cual deberá impulsar el trámite hasta su definición. Si la búsqueda de la
verdad material se vincula con el debido respeto al orden jurídico aun los recursos administrativos
interpuestos fuera de término podrán sustanciarse como denuncia de ilegitimidad e incluso será
posible revisar una decisión firme si la parte interesada hallare o recobrare documentos decisivos
ignorados extraviados o detenidos por fuerza mayor o por obra de un tercero.
El decreto-ley de nación luego de vincular el derecho del particular a ofrecer y producir prueba
con la garantía de defensa, impone a la Administración “requerir y producir los informes y
dictámenes necesarios para el esclarecimiento de los hechos y la verdad jurídica objetiva”
(Fuente Botassi-Oroz)
Es éste un principio que, como es sabido, radica en la obligación que pesa en el órgano
administrativo de adecuar sus decisiones a la realidad y sus circunstancias, tal como éstas son y
con independencia del modo como hayan sido presentadas por las partes en el procedimiento.
Es una exigencia que también se puede predicar respecto del procedimiento judicial; más aún, a
su logro tienden las más modernas tendencias procesales que propician el fortalecimiento de las
facultades instructoras del Juez. Sin embargo, el procedimiento judicial, en razón de su finalidad,
contiene límites al accionar jurisdiccional que impiden identificar la posición de aquél con la del
agente público director de un procedimiento administrativo, aun cuando este último corresponda
al ámbito recursivo.
Hunde sus raíces en la razonabilidad la exigencia de que la función jurisdiccional, como decisión
estatal de conflictos, sea cumplida por órganos independientes e imparciales y es, sobre esa
base, que se explican y justifican las garantías formales que, a ese efecto, la Constitución
acuerda a quienes se confía aquella función. Pero es también un corolario lógico del rol
institucional de la Justicia, que el procedimiento regulador de su accionar reconozca, en principio,
a las partes como dueñas del proceso (en el sentido de que lo pueden extinguir de común
acuerdo) y les garantice la igualdad en el litigio, excluyendo, por ende, actividades instructorias
oficiosas que, más allá de ciertos límites, podrían afectar esa garantía constitucional. Por eso, la
negligencia o desidia probatoria de las partes no habilita la actividad sustitutiva del Juez.
Por lo mismo, es también razonable que si el objetivo funcional de la Administración
pública no radica en la resolución de conflictos, sino en la gestión directa e inmediata del interés
público –lo cual excluye, por definición, toda neutralidad a su respecto– el principio informador de
la relación interorgánica sea, precisamente, el de la jerarquía como herramienta que asegura
formalmente el cumplimiento de las políticas trazadas por el titular de la Administración para la
gestión de aquel interés. Y, por una especie de analogía de contraste con lo que sucede en la
función judicial, es coherente derivación del significado institucional de la función administrativa,
que los órganos que la ejercen sí sean, en principio, dueños del proceso (en el sentido de que no
los condiciona el desistimiento del sujeto particular) y que actúen, en consecuencia, por medio de
un procedimiento que, salvado el
respeto del derecho al debido proceso adjetivo, no está condicionado, como regla,
por la actividad probatoria de las partes.
G.A.L - S.M – E.D
Bien ha resuelto, en ese sentido, la sala IV de la CCAF que la primacía de la verdad
jurídica viene impuesta por el adecuado servicio de justicia garantizado por el Artículo 18 de la
Constitución, aplicable también a la Administración.28 En el marco axiológico de este principio se
encuadra también, a mi juicio, el reconocimiento, en el procedimiento administrativo, de la
posibilidad de la reformatio in pejus sin que puedan invocarse en contra de su admisión principios
propios de la función jurisdiccional del Estado.
No se comprende cómo, en la esfera de una actuación estatal orientada a la atención inmediata
del bien común, pueda ella estar condicionada por las pretensiones y actividad probatoria del
particular. Aceptar la superación de la eventual limitación cognoscitiva planteada por las partes
no implica, por cierto, sostener que el procedimiento pueda desarrollarse con violación del
derecho de defensa de éstas; sin embargo, nada debería impedir, en mi opinión, que, salvado
que fuere éste, el acto final se emita con arreglo a la realidad y sus circunstancias más allá de
cómo aquélla y éstas hayan sido presentadas por las partes. Atenerse a la verdad jurídica
objetiva es, por otra parte, además de garantía de transparencia en el comportamiento de los
particulares y de respeto a la igualdad asegurada por la Constitución cuando éstos se vinculan
con el Estado, un instrumento idóneo para cumplir con el fin de interés público comprometido en
la actuación administrativa, como se desprende, por ejemplo, del fallo de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en el caso “Chubut” En este pronunciamiento, el Alto Tribunal la invocó, en
efecto, para descalificar la
legalidad y moralidad de la decisión asamblearia de la sociedad anónima explotadora de una
central térmica privatizada, por la cual los propietarios de la mayoría del capital accionario
(ganadores de la licitación convocada por el Estado para la venta de esas acciones) pretendieron
imponer a la sociedad, en perjuicio de los accionistas minoritarios (en el caso, la provincia de
Chubut y el Estado Nacional) y con violación de las estipulaciones del Pliego General, el
cumplimiento de obligaciones que, a tenor del referido Pliego, debían ser asumidas,
exclusivamente, por aquéllos, y no por la sociedad lo cual hubiera significado mantener en
cabeza de la Provincia y del Estado parte del pasivo cuya eliminación se había procurado con la
privatización; propósito éste, según la Corte, público y notorio y configurador, en el caso, de la
verdad jurídica objetiva.
(Fuente Comadira)
En ningún caso cabe frustrar la solución de la cuestión motivo de trámite por razones
formales. El principio de informalismo proscribe el rigorismo que deriva en la conversión de los
ritualismos en valores en sí mismos, ocasionando la pérdida de derechos procedimentales o
sustanciales por falencias de escasa entidad.
El informalismo no propicia conducir el procedimiento de cualquier forma, ignorándose las
previsiones legales sobre constitución de domicilio, acreditación de personería, producción de
pruebas y acatamiento de plazos. Se trata de elastizar el peso de las formas de manera que
los vicios de esa índole resulten subsanables y así permitir arribar al tratamiento de la
cuestión de fondo. El reconocimiento del principio de informalismo conduce a la excusación
de la inobservancia por los interesados de exigencias formales no esenciales y que puedan
ser cumplidas posteriormente sin afectar derechos de terceros.
Rige únicamente en favor del administrado, que es quien puede invocar para sí la elasticidad
de las normas de procedimiento, mientras que el estado no puede eludir, válidamente el
cumplimiento de las formas que el ordenamiento legal le haya impuesto. Si bien reconoce
limitaciones, deben ceder cuando se verifican las siguientes circunstancias coadyuvantes,
1) las presentaciones efectuadas por el recurrente, si bien escuetas y genéricas son
fácilmente inteligibles en cuanto al motivo y propósito que las sustenta
2) el recurrente no contó con asistencia profesional en sede administrativa
3) de la admisión de la eficacia impugnativa de tales presentaciones recursivas, depende la
procedibilidad de la acción judicial ulterior
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La norma bonaerense aplica el principio de informalismo cuando se desentiende de la
calificación dada a los recursos por el interesado o existe algún defecto o insuficiencia de
fundamentación. Cuando dispone que en la duda sobre la fecha de presentación de un escrito
debe entenderse que ha sido ingresado en término, cuando descarta la fatalidad de plazos
excepto que se trate de aquellos establecidos para interponer recursos y cuando se otorga
efecto interruptivo al recurso deducido con defectos formales o ante órgano incompetente.
La SCBA tiene decidido que el procedimiento administrativo rige un formalismo moderado,
ordenando a la Administración admitir que el interesado corrija los defectos formales de sus
presentaciones intimándolo para que proceda de tal forma antes de privar de efectos a la
petición defectuosa. También ha resuelto que cualquier presentación fundada y contradictoria
del acto administrativo que agravia al interesado, equivale a un recurso de revocatoria.
La CSJN en el caso “Colalillo” ha expresado: “no corresponde interpretar con criterio
formalmente riguroso las numerosas normas imprecisas y dispersas que el administrado debe
entablar para guiar sus actos en el procedimiento administrativo, siendo menester desestimar
toda interpretación que conduzca a una denegación de justicia por cuestiones puramente
formales, que pueda ser evitada sin necesidad de forzar el texto de las normas aplicables”
- CONTRADICCIÓN
Permite al particular requerir del Estado la plena información, conocimiento y debate de sus
argumentaciones y proceder a su réplica. Vinculado al derecho de defensa y al deber oficial
de motivar los actos administrativos, se extiende a la materia probatoria explicando la
necesidad de admitir y producir la prueba ofrecida en tanto sea pertinente y alegar sobre su
mérito. Para que exista efectiva contradicción debe permitirse al administrado alegar sobre la
prueba producida por la propia administración.
Cuando existan en el procedimiento dos o más particulares con intereses contrapuestos y se
suscite un enfrentamiento el órgano a cargo del trámite debe adoptar medidas para que entre
ellos se produzca un debate amplio y en igualdad de condiciones, cuidando que la decisión
oficial sea adoptada luego de escuchar a todos los contradictores. Ej: licitaciones- traslado a
oferentes.
- CELERIDAD, ECONOMIA Y EFICACIA.
El art 7 del decreto-ley 7647/70 impone a las autoridades la obligación de adoptar las medidas
necesarias para obtener la celeridad, economía y eficacia del trámite, y aunque es necesario
reconocer que ello no se ha logrado en la práctica, son numerosas sus disposiciones
encaminadas a evitar la morosidad de la Administración. Aparecen entonces plazos
sumamente breves tanto para proveer cuestiones de rito como de fondo y responsabiliza a los
agentes en caso de retraso, tanto en el ámbito del contrato de empleo como en lo relativo a la
responsabilidad civil de eventuales perjuicios. La ley de Ministerios dispone que “deberá
procurarse una organización ágil y eficiente dirigida al cumplimiento de los fines fijados por el
orden jurídico y adecuaran sus procedimientos a los principios del debido proceso”
La obligación oficial de realizar la función administrativa con celeridad, economía y eficacia se
vincula con el derecho al buen gobierno, concepto que se afianza en la doctrina a medida que
se relaja el criterio autoritario del derecho administrativo y se consolida su enfoque garantista
desde el mirador de los derechos del ciudadanos.
Nuestro país asumió un compromiso al suscribir la “Carta Iberoamericana e calidad en la
gestión pública”: lograr la agilización y la simplificación de los trámites administrativos, la
optimización de las tecnologías de la información y la comunicación para la mejora y
acercamiento del servicio a las necesidades ciudadanas.
La regla que establece la Constitución en el art 15 dispone que las causas deberán decidirse
en tiempo razonable, el retardo en dictar las sentencias y las dilataciones indebidas cuando
sean reiteradas, constituyen falta grave” , es de aplicación en al ámbito del derecho
administrativo ya que son innumerables las situaciones en las cuales la exagerada tardanza
en reconocer administrativamente el derecho del particular o en realizar una prestación debida
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a la comunidad ocasiona perjuicios de consideración, como ocurre en materia provisional al
tramitarse la obtención de una jubilación o en materia de realización de obras y servicios de
interés comunitario. Si bien se ha logrado un paliativo a través de la informatización que
permite, al menos, establecer con rapidez donde se encuentran los expedientes y el estado
del trámite, rara vez la Administración cumple los plazos legales, haciendo que la habitualidad
de su inobservancia termine por transformarse en regla sin que nadie se sorprenda ni se
agravie.
- DEBIDO PROCESO
Todos los demás principios son derivaciones o consecuencias del debido proceso, se nutren
de él y coadyuvan a su plena vigencia. Para algunos se trata de un recaudo esencial anclado
en el Derecho natural que viene a reflejar en plano ritual o procedimental la garantía
constitucional a la defensa de los derechos e intereses de cualquier naturaleza, haciendo que
la Administración Pública se encuentre obligada no sólo a no obstaculizar su ejercicio sino
también a actuar positivamente para que el particular lo disfrute en plenitud.
En base a los textos constitucionales iberoamericanos y a los fallos de los tribunales
internacionales, Reyes Poblete ha elaborado un listado de facultades a favor del particular,
derivados de principio en análisis: el conocimiento del motivo de la postura oficial contraria a
su pretensión; acceso íntegro a las actuaciones, ser oído sin limitaciones; ser asistido por un
letrado; ofrecer, producir, controlar y valorar la prueba, recurrir lo decidido en cuanto a los
hechos y al derecho; obtener resolución en un tiempo razonable emanada de un órgano
imparcial; exigir presunción de inocencia y legislación preexistente en el derecho
administrativo sancionador; obtener una decisión fundada y razonable como culminación de
un procedimiento acorde a la ley.
El principio del debido proceso veda la adopción inaudita parte de decisiones que afecten la
esfera de intereses de los individuos. No sólo deben conocerse las argumentaciones del
interesado sino que es preciso analizar expresamente sus defensas y atender al valor probatorio
de la evidencia recogida oficiosamente o a solicitud de parte. Por aplicación de este esencial
principio, cuando de dos soluciones posibles una resulte restrictiva y la restante amplia, la
Administración deberá optar por esta última, ya que siempre corresponde facilitar al interesado la
exposición de los hechos, su acreditación y la invocación del derecho aplicable.
En el fondo no se trata de otra cosa que de impulsar por todos los medios jurídicos disponibles la
tutela administrativa efectiva como manera no sólo de proveer la justicia del caso concreto sino
de prevenir el conflicto judicial y la propia responsabilidad internacional del Estado, sobre todo si
se advierte que los valores que inspiraron la sanción del art 8 de la Convención Americana sobre
DDHH de 1969, resultan aplicables al procedimiento administrativo: toda prona tiene derecho a
ser oída con los debidas garantías y dentro de un plazo razonable; toda persona tiene derecho a
que se presuma su inocencia y además, debe contar con medios y tiempo para preparar su
defensa; toda persona tiene derecho a no ser obligado a declarar contra sí mismo y recurrir ante
un órgano superior.
En la reforma constitucional bonaerense de 1994 se destaca el emblemático artículo 15 de la
Carta local: “La provincia asegura la tutela judicial continua y efectiva, el acceso irrestricto a la
justicia, la gratuidad de los trámites y la asistencia letrada a quienes carezcan de recursos
suficientes y la inviolabilidad de la defensa de la persona y de los derechos en todo
procedimiento administrativo o judicial” De esta manera el principio de debido proceso en el
procedimiento administrativo ha dejado de ser la consecuencia de una amplia interpretación del
recordado art 18 de la Constitución Federal.
La Convención Interamericana de DDHH afirmó: “cuando la Convención se refiere al derecho de
toda persona a ser oída por un juez o tribunal competente para la determinación de sus
derechos, esta expresión se refiere a cualquier autoridad pública sea administrativa, legislativa o
judicial, que a través de sus resoluciones determine derechos y obligaciones de las personas”
El decreto-ley 7647/70 contiene en su normativa numerosas aplicaciones de este sustancial
principio, entre las que se destacan: posibilidad de tomar vista del expediente durante todo su
trámite y de hacerse patrocinar por un profesional del derecho; reconocimiento de la fecha de
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remisión de un escrito por correo como fecha de su efectiva presentación; amplitud en la elección
de los medios de prueba y necesaria motivación de los actos administrativos.
La Asesoría General de Gobierno tiene dictaminado que si se acredita que el particular no ha
logrado que le sea exhibido el expediente antes de interponer un recurso, su plazo puede ser
suspendido por la Administración, sumando a ello el reconocimiento del derecho de alegar sobre
la prueba colectada oficiosamente aunque el interesado no haya ofrecido medida alguna.
No le es permitido a la Administración excusar la inobservancia de las reglas vinculadas a la
defensa invocando el informalismo del procedimiento ya que este principio juega únicamente en
favor del administrado y no puede ser invocado por la Administración para eludir sus
obligaciones.
(Fuente: Botassi-Oroz)
La Ley Nacional de Procedimientos Administrativos enuncia como uno de los requisitos de las
normas reguladoras del procedimiento, el derecho de los interesados al debido proceso
adjetivo, al cual estima configurado, básicamente, por tres posibilidades: los derechos a ser
oído, a ofrecer y producir prueba y a obtener una decisión fundada (Artículo 1°, inciso f,
apartados 1), 2) y 3). La misma norma contempla, al fijar los requisitos esenciales del acto
administrativo, a los “procedimientos” esenciales y sustanciales previstos y a los que resulten
implícitos del ordenamiento jurídico y considera también esencial al dictamen proveniente de
los servicios jurídicos permanentes, cuando el acto pudiera afectar derechos subjetivos o
intereses legítimos (Artículo 7°, inciso d). Si, como en su momento consignaron los autores del
proyecto de ley, no se pueden considerar ajenos a las garantías constitucionales del debido
proceso los aspectos relativos a la teoría general del acto administrativo (Exposición de
Motivos, I, primer párrafo), es razonable suponer que entre los procedimientos que se deben
considerar incluidos en el citado inciso d), del Artículo 7°, está, sin duda, el debido proceso
adjetivo enunciado, a su vez, como un derecho de los interesados en el Artículo 1° de la Ley.
El caos indisciplinado de operaciones materiales de toda clase, propio del Estado de Policía,
fue superado, enseña Garrido Falla, con la construcción de la teoría del acto administrativo en
tanto supuso exigir el soporte previo de la “declaración” y su encuadre normativo pertinente,
como presupuesto necesario de la actuación limitativa de derechos individuales. La Ley de
Procedimientos Administrativos Española consignó ya, en 1958, en su Artículo 101, inciso 1,
que la Administración Pública no debe iniciar ninguna actuación material que limite derechos
de los particulares sin que previamente haya sido adoptada la decisión que le sirva de
fundamento jurídico. Y la Ley N° 7.647,de Procedimientos Administrativos de la Provincia de
Buenos Aires, cuya inspiración correspondió al destacado profesor platense Osvaldo Bezzi,
lamentablemente desaparecido, lo reprodujo en su Artículo 109. El debido proceso adjetivo
como requisito esencial del acto administrativo, expresa, pues, la instrumentación en el plano
jurídico formal de la función administrativa del derecho de defensa reconocido por la
Constitución Nacional; es, como enseñó Linares, la variante adjetiva del debido proceso legal
en tanto garantía innominada de la Constitución. Corresponde señalar, sin embargo, que el
sentido del requisito esencial “procedimientos” exigido por el Artículo 7°, inciso d, de la Ley no
se agota en esta vertiente defensiva.
El particular, pues, no sólo se defiende frente a la Administración; las formas procesales son
también para canalizar otros modos de colaboración de los administrados que no suponen,
necesariamente, la defensa de éstos ante el “reproche” administrativo. Como antes recordé, el
procedimiento administrativo no se identifica con el procedimiento recursivo. Los
procedimientos de selección de contratistas en el ámbito de la contratación pública, las
audiencias públicas y otros modos de consulta en el marco de los servicios públicos son, en
ese sentido, ejemplos elocuentes en los que el administrado no se defiende, pero colabora
con la Administración a través del procedimiento. Y en estos casos, los dos con raigambre
constitucional, no hay razón para dejar de plantear el debido procedimiento previo como
requisito esencial de validez para el dictado de los actos pertinentes. Ahora bien: no debería
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resultar discutible que la omisión del procedimiento administrativo cuando él es exigible debe
determinar la nulidad absoluta del acto emitido con esa deficiencia.
Y en ese sentido tanto la doctrina como la jurisprudencia son unánimes en indicar que
cuando, por ejemplo, se omite la licitación pública el acto de adjudicación y,
consecuentemente, el contrato respectivo son nulos de nulidad absoluta e insanable Es más,
los pronunciamientos más recientes de la Corte Suprema son coincidentes en señalar que al
estar ligada la observancia de la forma a la prueba de la existencia del contrato, éste no se
puede considerar acreditado si aquélla no se cumple, motivo por el cual debe desestimarse
toda pretensión del contratista fundada en una causa jurídica inexistente.Más allá del juicio de
valor que puedan merecer estos últimos fallos, es, a mi juicio, indiscutible que, incumplido un
procedimiento de base constitucional, no procede sino la nulidad absoluta del acto pertinente.
Sin embargo, aquella unanimidad doctrinaria y jurisprudencial mencionada no concurre
cuando se trata de fijar los alcances de la omisión del procedimiento en su vertiente
estrictamente defensiva, esto es, cuando el incumplimiento afecta al “debido proceso
adjetivo”, pues, por gravitación de la que Linares dio en llamar doctrina de la “subsanación”37,
siempre recurrente en los pronunciamientos de la Corte Suprema, la indefensión en sede
administrativa se puede salvar en sede judicial si en ésta el afectado es debidamente oído con
amplitud de prueba y debate. Esta lamentable orientación jurisprudencial contradice,
abiertamente, una exigencia de rango constitucional y legal y, además, vacía de contenido al
debido proceso adjetivo en sede administrativa al transformar un vicio determinante de la
nulidad absoluta en una deficiencia sólo generadora de la nulidad relativa. Esta conclusión
judicial ha sido sentada no sólo respecto de la defensa misma, sino también de requisitos
procesales previstos legalmente como garantía de legalidad de los actos. Por eso, es una
solución que pudo referirse tanto al ofrecimiento de prueba durante la sustanciación de una
investigación como a la omisión del dictamen jurídico previo en el trámite de un recurso
administrativo Naturalmente, esta visión judicial ha sido también adoptada en el ámbito
administrativo, en el cual el tránsito por las diversas instancias jerárquicas puede operar como
circunstancia de saneamiento de las deficiencias defensivas producidas en las inferiores. Se
ha argüido que adoptar una conclusión contraria implica sentar la nulidad por la nulidad
misma. Siempre estuve convencido, no obstante, que el respeto del derecho de defensa
encierra en sí mismo una exigencia axiológica que trasciende el significado de la mera
omisión formal. La legitimidad de un acto no se puede medir, en esta materia, por la realidad
de su resultado, porque aquélla no es configurable ni valorable en contradicción con la
juridicidad que la condiciona.
(Fuente Comadira)
- GRATIUDAD
En relación a las personas carenes de recursos suficientes, por mandato constitucional se les
garantiza la gratuidad de los trámites del procedimiento administrativo y la asistencia letrada.
Por vía legal se establece de pleno derecho la gratuidad de las actuaciones en sede
administrativa de reclamos de origen laboral y de seguridad social, cualquiera sea el tipo de
relación de empleo. Si el reclamo administrativo es iniciado por o contra personas que hayan
cesado en su calidad de agentes o funcionarios públicos, gozaran del citado beneficio, si el
reclamo se origina en hechos, actuaciones u omisiones en ocasión del ejercicio del cargo o
función pública que ocuparon. Esta circunstancia junto a la ausencia de condena en costas,
facilita el acceso al procedimiento administrativo, primer peldaño en el cual el ciudadano
puede comenzar a transitar el fatigoso camino de la lucha por el derecho. Fuera de este
supuesto, la normativa bonaerense, en cambio, prevé el pago de sellados y gastos postales
en su art 61. No existe condena en costas sin perjuicio de la obligación de la parte privada de
atender los honorarios de los abogados y peritos contratados para su mejor defensa. Esos
servicios deberán ser abonados cualquiera sea el resultado de la gestión. En práctica
procedimental, aun cuando la Administración reconozca razón al interesado no se considera
que se esté ante una parte vencida obligada a sufragar los gastos como acontece en el
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proceso judicial. Cuando se ha obligado al interesado a ingresar en una etapa impugnatoria y
contratar profesionales que lo asistan, la solución es indudablemente injusta que obliga a
efectuar erogaciones que se hubieran evitado si el reconocimiento de su derecho hubiera sido
espontáneo. Entendemos que en determinados supuestos y bajo determinadas condiciones,
como es la negativa inicial al reconocimiento del derecho en disputa, los gastos los debe
afrontar la Administración.
Intervención del abogado en el procedimiento
El decreto- ley 7647/70 no impone ni restringe el patrocinio letrado, limitándose a admitirlo en
su artículo 11 referido al ejercicio del derecho de vista de las actuaciones. En el ámbito
nacional, se establece la obligatoriedad del patrocinio letrado en el caso de que el interesado
sea representado por un tercero no profesional del derecho y en el trámite que se debatan
cuestiones jurídicas.
De esta manera, en el régimen federal, si el particular actúa directamente en su propio
nombre, cualquiera sea la índole de la cuestión, el patrocinio letrado es un derecho y no una
obligación. La posibilidad de acudir al asesoramiento o representación de un abogado
constituye una facultad esencial e irrenunciable del particular naturalmente vinculado al
ejercicio de un derecho de defensa sin que corresponda exigirlo como regla a fin de no
obstaculizar el acceso al procedimiento de las personas de escasos recursos.
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3.- Poder competente para dictar normas de procedimiento. Legislación Nacional y de la
Prov. de Buenos Aires. La ordenanza general 267/80. Ámbito de aplicación de las leyes
de procedimientos. El caso especial de los contratos y las empresas públicas.
ARTÍCULO 1º OG267: Las normas de esta Ordenanza General regularán el procedimiento para
obtener una decisión o una prestación de la administración municipal y el de producción de sus
actos administrativos. Será de aplicación supletoria en las tramitaciones administrativas
municipales con regímenes especiales.
Conforme el mandato del artículo 5 de la Constitución Nacional, nuestra provincia adopto el
sistema republicano de división de poderes y organizo su régimen municipal. Esa conformación
política implica- en primer lugar- la existencia de una distribución de poderes o funciones en el
gobierno central que impone especialmente la tarea administrativa al Poder Ejecutivo, también
llamado por dicha razón “Poder Administrador”
Los otros dos poderes del Estado Provincial, de manera tangencial o accesoria, también realizan
actividad administrativa cuando designen, sancionan, o remuevan a su personal y cuando
contratan obras, servicios o previsiones. Si bien la función administrativa es realizada
principalmente por el Poder Ejecutivo, sus órganos dependientes y entes descentralizados, nada
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obsta a la existencia de actividad administrativa en el ámbito de los restantes órganos de poder
constitucionalmente reconocidos, cuando éstos no ejercen su función primordial, sino que se
vinculan con los particulares para proveer a la infraestructura u organización necesaria para el
desarrollo de esa función.
Junto a la Administración centralizada, representada por el Poder Ejecutivo, existen ámbitos
administrativos desconcentrados y descentralizados, cuya representación más distante del poder
central aparece con las entidades autárquicas y las empresas públicas total o parcialmente
provinciales.
Al mismo tiempo el territorio provincial está dividido en 135 Partidos, cuya administración se
encuentra a cargo de otras tantas municipalidades. Tales comunas, en función de la reforma
constitucional nacional de 1994, poseen autonomía, aunque como se ha señalado, en la medida
y con los alcances establecidos en cada una de las provincias.
El decreto-ley 7647/70 rige el procedimiento que se sustancia ante cualquier repartición del Poder
Ejecutivo, aun aquellas que en virtud de sus normas orgánicas poseen capacidad política para
planificar e implementar sus tareas.
En el caso de los entes descentralizados en sus distintas variantes, el decreto-ley deberá
complementarse con las disposiciones que los han creado y les han otorgado sus facultades
específicas. No es raro encontrar en estos cuerpos legales normas de procedimientos aunque
limitadas a aspectos puntuales del trámite no susceptibles de configurar los regímenes
especiales referidos en la parte final del artículo 1.
Empresas Públicas
Las Empresas del Estado y Sociedades de Economías Mixta de la ley 13653 y decreto-ley
15.349/46 de propiedad total o parcial, según el caso, de la Provincia de Bs As, deben acomodar
sus trámites a las disposiciones del decreto-ley general que nos ocupa. La aplicación de sus
cláusulas es directa ya que “administrador en el sentido del procedimiento administrativo no son
solamente los órganos administrativos stricto sensu de la administración central, sino también de
los entes descentralizados, entes autárquicos, Empresas del Estado y Sociedades del Estado en
tanto emitan actos administrativos”
De manera que si tales empresas públicas integran la Administración Pública bonaerense nada
obsta a la aplicación lisa y llana del dereto-ley 7647 a los procedimientos que se sustancien ante
ellas.
Contratos
Nuestro decreto-ley, a diferencia del régimen nacional nada dice respecto de su posible
aplicación en cuanto a elementos y caracteres de los contratos que celebra la administración. La
simple lectura de los artículos 103 y siguientes de la LPABA deja claro que se regulan los
requisitos esenciales y efectos de las decisiones unilaterales de la Administración. Por lo demás
nos enrolamos en la doctrina que interpreta que los contratos de la Administración no configuran
actos administrativos.
Ello no quita que, por aplicación del principio general sobre la analogía ante la carencia de
normas específicas, pueda acudirse a las que fluyen del decreto-ley de procedimiento general
para reglar lo atinente al trámite de selección del cocontratante particular, de ejecución del
contrato, rescate o revocación por parte de la Administración y aun el perfeccionamiento del
acuerdo de voluntades y vicios de los contratos administrativos. Pero insistimos, ello no se
deberá a una identidad ontológica entre acto y contrato sino al resultado de utilizar la analogía
como método para solucionar el problema de la existencia de lagunas legislativas.
Aplicación directa, supletoria y analógica.
El DLPABA se aplica sin cortapisas a todo trámite que carezca de una regulación específica. En
otras palabras: “el decreto-ley 7647/70 es de aplicación directa o supletoria según existan o no
disposiciones especiales
Existiendo regímenes especiales la aplicación del decreto-ley genera será solamente supletoria.
Esto significa que- por razón de la especialidad normativa- no regirá en toda su magnitud sino
sólo respecto de aquellas cuestiones no contempladas en la normativa especial
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Una manifestación concreta del principio de especialidad señalado aparece de los recursos
jerárquicos y de apelación en aquellas cuestiones que posean un trámite específico y recursos
similares reglados. Una disposición del decreto-ley general se aplicará entonces cuando la ley
especial guarde silencio sobre la materia concreta. Inclusive puede tratarse de un arbitrio
intencional del legislador tendiente a evitar inútiles repeticiones de normas.
Esta aplicación supletoria no debe confundirse con la analogía como mecanismo para llenar
vacíos legislativos por el cual se adapta una norma a una situación para la que no fue
consagrada. El precepto jurídico se aplica “por analogía” a fin de reglar circunstancias similares a
la que regula directamente la disposición positiva
En materia de contratos administrativos, en cambio, el precepto del decreto ley general no podrá
aplicarse sin mas problemática sino que deberá adaptarse a las peculiaridades del instituto por
haber sido consagrado para reglar un fenómeno jurídico diferente, como es la teoría de los actos
administrativos.
En suma: cuando se trata de procedimientos especiales ante el silencio de la ley específica se
aplicara supletoriamente la norma concreta dirigida al punto en el DLPABA. En cambio cuando
nos encontremos ante problemas similares a los que resuelve dicha ley, de naturaleza distinta y
sin normativa propia que despeje la cuestión se apelara a la analogía para no dejar sin regulación
ese aspecto del mundo jurídico
La distinción no es meramente académica sino que reviste consecuencias prácticas. La
aplicación supletoria de la norma viene impuesta por el propio principio de legalidad y ante los
términos claros del art 1 del derecho-ley 7647/70 no deja al intérprete margen para optar por una
solución contraria. En el caso de la analogía, existe un porcentaje de arbitrio consistente en
explicar el artículo de una ley como norma valiosa de conducta y considerarla aplicable a una
situación fáctica distinta para la que aquella fue dictada.
PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
Órgano competente
Toda la gestión del Estado se lleva a cabo por órganos que constituyen nociones abstractas o
instrumentales, lógicamente integrados por personas físicas. Los hechos y decisiones de tales
órganos se imputan a la Nación, a las provincias o a los municipios, ya que son éstos los sujetos
de Derecho Público que actúan a través de aquellos para lograr sus fines.
Tal, la es órganos poseen atribuciones que les son propias y que indican el alcance posible de
sus actividades, la extensión de sus funciones dentro de la organización global, la dimensión de
la materia y la porción de poder puesta a su cuidado. Los límites a esas facultades jurídicas son
de orden temporal, jerárquico, material y territorial.
Cuando las potestades del órgano se reputan legítimas, por encontrarse normativamente
autorizadas, y se adoptan decisiones materialmente “administrativas”, le reconocemos
“competencia” para actuar en determinado sentido.
G.A.L - S.M – E.D
Todo trámite tendiente a obtener una decisión de parte de la Administración debe iniciarse y
desarrollarse ante el órgano competente en razón del tiempo, grado, monto y/o de la materia de
que se trate.
De ordinario el órgano ante l que se sustancia el procedimiento será el llamado a adoptar la
decisión final, pero puede que no sea así, y que ambas etapas del trámite correspondan a
dependencias distintas.
Si el procedimiento se inicia o se desarrolla ante un órgano sin competencia el acto final
aparecerá viciado por estar afectado su procedimiento previo. De igual manera si la decisión final
es adoptada por un órgano sin atribución temporal, territorial, material, o que carezca de aptitud
legal en razón de su ubicación en la estructura orgánico- funcional o derivada de la cuantía o
importancia económica del asunto, el acto será irregular por aparecer conculcado su elemento
esencial “competencia”.
Avocación: indica que el órgano superior toma para si- de manera acotada en el tiempo- parte de
la competencia propia del inferior. Es el caso del Ministerio que se avoca a resolver una cuestión
de trámite o rutina por entonces en manos de su secretario y otro órgano inferior.
El DLPABA contempla dos supuestos: el del Poder ejecutivo respecto de los asuntos que
tramiten ante la Administración centralizada y en cuanto a la decisión de los recursos de
revocatoria en los cuales el funcionario llamado a resolver ha dejado vencer el plazo fijado en el
art 77.
Se ha definido a la avocación como “la asunción por parte del órgano superior de la competencia
para conocer y decidir en un acto o asunto que correspondía a las facultades atribuidas al órgano
inferior, fundada en la conveniencia de armonizar el principio de improrrogabilidad de la
competencia con la eficacia y celeridad del procedimiento.
G.A.L - S.M – E.D
Para que proceda la avocación de la Prov. de Bs. As, además de tratarse de un supuesto
normativamente previsto no debe haber especialidad técnica esencial en el órgano inferior ni
tratarse de órganos pertenecientes a ámbitos distintos.
Queda excluida frente a los supuestos de desconcentración, de esta manera si la competencia
del órgano inferior le ha sido discernida en función de su actividad específica y de los
conocimientos técnicos de sus integrantes, el superior no puede avocarse.
Tampoco es posible la avocación si se trata de entes autárquicos y pretende avocarse un órgano
de la Administración Centralizada, así sea un ministro o el propio Gobernador.
Cuestiones de competencia
ARTÍCULO 4° DLPABA: Cuando se produzca un conflicto interno de competencia entre
autoridades u organismos administrativos, será resuelto por el ministro de que dependan.
Los conflictos de competencia interministeriales o entre las dependencias de los ministerios y las
entidades autárquicas o de éstas entre sí serán resueltos por el Poder Ejecutivo.
2. Cuando dos (2) entidades autárquicas rehusaren conocer en el asunto, el último que lo hubiere
recibido deberá elevarlo al Departamento Ejecutivo, quien decidirá la cuestión previo dictamen
legal.
Los conflictos internos de las Municipalidades, a que se refiere el artículo 187° de la
Constitución Provincial, serán resueltos en la forma indicada por la Ley Orgánica de las
Municipalidades.
El artículo 5 prevé las dos posibles situaciones en materia de conflictos de competencia: que
ambos órganos involucrados consideren que deben entender en el trámite o que, por el contrario,
los dos rehúsen hacerlo. Ambos supuestos imponen, por su naturaleza, gestiones diversas.
Llama la atención que la norma límite el conflicto “positivo” de competencia al supuesto de
reparticiones sub-ministeriales, reservando el tratamiento del conflicto “negativo” para el nivel
ministerial.
En rigor podría ocurrir que dos ministerios se involucren en una contienda “positiva” de
competencia, reclamando ambos la conducción del procedimiento; y –a la inversa- organismos
inferiores puedan enfrascarse en una lucha negativa respecto de la competencia, negando
ambos poseer atribuciones para entender en el asunto.
Creemos que la solución no varía en razón de la jerarquía del órgano y siempre que exista
disputa “positiva” deberá procederse en la forma establecida con el inc. 1; cuando se trate de
conflicto “negativo” se actuará como indica el inc. 2. En definitiva, y por aplicación de lo dispuesto
en el artículo 4 del decreto-ley, siempre el punto será dirimido por el órgano superior.
Éste es el criterio que ha seguido la Ley de Ministerios, en su artículo 12, que al adjudicar
competencia decisoria al Poder Ejecutivo, no distingue el tipo o clase de conflicto.
Recusación y excusación
ARTÍCULO 6° DLPABA- OG 267: Ningún funcionario o empleado es recusable, salvo cuando
normas especiales así lo determinen. Son causales de obligatoria excusación para los
funcionarios o empleados que tengan facultad de decisión o que sea su misión dictaminar o
asesorar:
a) Tener parentesco con el interesado por consanguinidad dentro del cuarto grado o por
afinidad hasta el segundo grado.
b) Tener interés en el asunto o amistad íntima o enemistad manifiesta con el actuante.
El funcionario que resolviera excusarse deberá elevar las actuaciones al superior jerárquico,
quien considerará su procedencia o improcedencia. En el primer caso designará el funcionario
sustituto o resolverá por sí. En el segundo, devolverá las actuaciones al inferior para que continúe
entendiendo. En ambos casos la decisión causará ejecutoria.
Sin adentrarnos en el carácter de parte que reviste el particular dentro del procedimiento
administrativo, resulta innegable que, cuando gestiona y pretende el reconocimiento de su
derecho o interés jurídicamente tutelado, suele colarse en una posición adversa al criterio
sectorial de la Administración o aun contraria a los sentimientos individuales de los funcionarios
que dictaminan o deciden sobre la cuestión debatida.
Si el acto final resulta contrario a la pretensión del particular lo perjudicara en su esfera de
intereses jurídicos, generando un estado de contradicción que podrá originar la etapa recursiva
del trámite y aun la impugnación judicial de la decisión.
El decreto-ley aspira a que aquellos agentes que asesoren o decidan la cuestión bajo análisis lo
hagan de manera imparcial, sin peligro de favoritismos que pospongan el interés público y
privilegien las apetencias del interesado, y sin sospecha de animosidad en su contra.
Se pretende que el funcionario actúe únicamente motivado por el cumplimiento de su deber, con
apoyo en su leal saber y entender aplicando los principios y normar jurídicas que regulan el
punto.
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Aquella neutralidad se reclama de los miembros integrantes de los órganos administrativos pues
son los únicos que pueden ver colisionar sus sentimientos, gustos e intereses personales con el
interés público que les toca resguardar.
Por esa razón el agente tiene prohibido participar de cualquier manera de empresas contratistas
del Estado provincial o municipal, mantener relación de dependencia con entes fiscalizados por la
repartición a que pertenezca, patrocinar o gestionar trámites de terceros y en, definitiva, intervenir
en todo procedimiento en el cual no resulte objetivamente presumible su imparcialidad.
Con tales objetivos la recusación y la excusación configuran “técnicas para garantizar que las
personas físicas que en un momento dado personifican a la Administración van a realizar
adecuadamente los fines encomendados, evitando que la recta decisión pueda resultar desviada
por las relaciones con las personas o por los intereses en juego”.
Excusación: cuando se presentan las causales que enumera el artículo 6 constituye un deber
insoslayable excusarse de continuar interviniendo en el trámite.
La enumeración de causales no es taxativa ya que debe completarse con el principio general que
sienta el Régimen para el Personal de la Administración Publica, que prevé la obligación de
“excusarse de intervenir en todo aquello en que su actuación pueda originar interpretaciones de
parcialidad” El incumplimiento de este deber puede acarrear hasta la cesantía del empleado
El apartamiento definitivo del trámite no lo decide el funcionario inhábil sino su superior jerárquico
a quien debe elevar las actuaciones. Éste designará al sustituto en caso de aceptar la excusación
o devolverá los autos para que prosiga entendiendo el agente originariamente competente.
La decisión que recaiga resulta irrecurrible para el particular y para el funcionario o empleado,
consagrándose así una excepción al principio general de la recurribilidad que surge de los
artículos 86 y 102 del DLPABA.
Potestad disciplinaria
ARTÍCULO 7° DLPABA: La autoridad administrativa a la que corresponda la dirección de las
actuaciones, adoptará las medidas necesarias para la celeridad, economía y eficacia del trámite.
ARTICULO 7° OG 267: La autoridad administrativa municipal a la que corresponda la dirección
de las actuaciones, adoptará las medidas necesarias para la celeridad, economía y eficacia del
trámite.
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La celeridad, economía y eficacia del trámite constituyen uno de los principales objetivos de una
ley de procedimientos administrativos, sin que quepa atribuirles un simple significado
programático sino que configuran verdaderas normas jurídicas. En su virtud la Administración
está obligada a adoptar todas las medidas del caso para evitar la lentitud del trámite y disolver los
engorrosos escollos que en ocasiones apabullan al administrado.
ARTICULO 8°OG267: Velará también por el decoro y buen orden de las actuaciones, pudiendo al
efecto aplicar sanciones a los interesados intervinientes por las faltas que cometieren, ya sea
obstruyendo el curso de las mismas o contra la dignidad y respeto de la administración municipal,
o por falta de lealtad o probidad en la tramitación de los asuntos.
La potestad disciplinaria respecto de las faltas cometidas por los agentes de la administración
municipal, se regirá por las disposiciones referentes al personal de dicha administración.
- Obstrucción del curso de las actuaciones: el buen orden de las actuaciones aparecerá
violado por el particular cuando- a sabiendas de su improcedencia- se peticionan, actuaciones
que demoran, complican, o frustran el trámite o razonablemente implícita disponen el DLPABA o
los principios generales de la materia.
- Falta de lealtad o probidad en la tramitación de los asuntos: la buena fe configura un
principio general del derecho. Como lo destaca Gónzales Perez “iniciado un procedimiento, bien
sea a instancia de un administrado o de oficio por la Administración, uno y otro vienen obligados
a una conducta clara, inequívoca y veraz al realizar cada uno de los actos que integran el
procedimiento, cualquiera sea su finalidad: ordenación, instrucción o incluso terminación”. Las
partes deben conducirse sin argucias, los trucos o chicanas convierten el procedimiento en una
tierra de nadie que desnaturaliza su esencial significado de búsqueda de la decisión
administrativa y ejercicio de la garantía constitucional de la defensa, para convertirlo en un
ejército de artimañas.
- Ofensa a la dignidad de los funcionarios: el trámite debe desarrollarse en el marco del
respeto mutuo que impone su trascendente misión. Las partes descargan acusaciones ligeras
sobre favoritismo e ilicitudes y aparecen las ofensas personales, institucionales o de tono político.
En virtud de la ausencia del juez o magistrado que impone respeto con su investidura, y la
injustificada costumbre de presumir culpable al empleado público hasta de buenos modales que
debe imperar en el trámite. El respeto al funcionario público resulta socialmente deseable.
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Las faltas de procedimiento enumeradas en el artículo 8 pueden cometerse por los agentes a
cargo del trámite. El titular del órgano puede obstruir el curso de las actuaciones, conducirse de
mala fe, y aun ofender la dignidad de la Administración o de sus superiores.
Facultades disciplinarias
ARTÍCULO 9° DLPABA: Las sanciones que según la gravedad de las faltas, podrán aplicarse a
los interesados intervinientes, son:
1. Llamado de atención.
2. Apercibimiento.
3. Multa, que no excederá de veinte pesos.
Contra la sanción de multa, se podrá interponer recurso jerárquico dentro de los tres días.
ARTICULO 9° OG 267: Las sanciones que se podrán aplicar a los interesados intervinientes por
las faltas que se cometan en el procedimiento administrativo, según la gravedad son:
1. Llamado de atención.
2. Apercibimiento.
3. Multa que no excederá el monto de dos (2) sueldos mínimos del agente municipal.
Contra la sanción de multa se podrá interponer recurso jerárquico, dentro de los tres (3) días.
Esta disposición establece las sanciones a aplicar a los particulares incursos en las faltas de
procedimiento enumerados en el art 8.
Si bien el DLPABA no dispone la posibilidad de descargo del interesado, por respeto a su
garantía de defensa, estimamos que antes del dictado del acto sancionatorio debe realizarse una
brece sustanciación mediante el traslado al particular de una suerte de auto de imputación.
La posibilidad de impugnar el acto sancionatorio de aplicación de pena pecuniaria no obsta al
criterio de bilateralidad propugnado, ya que quedarían sin oportunidad de defensa las demás
sanciones. Por otra parte resulta sumamente difícil que en cuestiones de alto contenido afectivo y
cargadas de susceptibilidades el superior revoque la multa.
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B) Organización para la función consultiva: Procuración del Tesoro de la Nación y el
Cuerpo de Abogados del Estado. La Fiscalía de Estado y la Asesoría General de Gobierno
en la Prov. de Bs As.
Como acertadamente señala Gordillo, es un cuerpo con marcada tradición colegiada, cuya
experiencia acumulada por más de cien años y la continuidad y seriedad de la doctrina contenida
en sus dictámenes le otorgaron un status de suma importancia en el funcionamiento de la
administración pública nacional.
Si bien los dictámenes de la Procuración del Tesoro no constituyen una opinión jurídica
vinculante y por lo tanto no obligan a los funcionarios que deben decidir sobre las cuestiones
ventiladas en los procedimientos administrativos, al ser obligatorio su criterio para los abogados
que integran el Cuerpo, éstos deben dictaminar de acuerdo a los criterios sentados, lo que ha
contribuído a crear una jurisprudencia administrativa, de una especial valoración práctica y
constructiva para la administración, que permanentemente es invocada por la doctrina del
derecho administrativo y muchas veces en la jurisprudencia jurisdiccional.
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El Procurador del Tesoro de la Nación, además posee atribuciones para decidir controversias
entre entes descentralizados, empresas del Estado y entidades autárquicas nacionales, ya se
trate de conflictos entre estos entes o con la administración central, en cuanto se refieran a
reclamos sobre reparación de daños y dentro de ciertos montos cuyos topes son fijados por el
Poder Ejecutivo Nacional, hasta los cuales la decisión dictada por el Procurador es definitiva e
irrecurrible.
Asimismo, cabe mencionar que para la celebración de contratos de crédito externo, resulta
indispensable el dictamen del Procurador del Tesoro de la Nación, sin cuya opinión jurídica los
mismos no podrán llevarse a cabo.
Los Dictámenes: Como enseña Gordillo, los dictámenes son parte de la actividad consultiva de la
administración. Pueden ser:
a) facultativos, cuando pueden o no solicitarse al órgano consultivo y,
b) obligatorio, cuando se trata de un requisito de validez del acto, requerir el dictamen previo.
Los dictámenes obligatorios pueden ser:
1) vinculantes, cuando se debe proceder de acuerdo a lo aconsejado por el órgano de consulta;
2) semivinculantes, cuando se puede no adoptar lo recomendado, pero no se puede adoptar una
solución contraria o no se puede adoptar la solución que fuera observada por el órgano
consultivo; y,
3) no vinculantes, en los casos en que puede adoptarse libremente cualquier decisión, sea
coincidente o no con lo opinado por el órgano consultivo.
Los dictámenes jurídicos tienen un lugar trascendental, los cuales son obligatorios, pero no son
vinculantes, de conformidad con lo establecido por el artículo 7º, inciso d) in fine del Decreto-Ley
Nº 19.549, que regula el procedimiento administrativo en el orden nacional, a cuyo respecto la
norma determina que es “esencial el dictamen proveniente de los servicios permanentes de
asesoramiento jurídico cuando el acto pudiere afectar derechos subjetivos e intereses legítimos”.
Dictamen del Procurador del Tesoro de la Nación: Existen diversas situaciones en que resulta
obligatorio el dictamen letrado del Procurador del Tesoro de la Nación, cuya intervención se
circunscribe al análisis de legalidad de la operación, se pronuncia entonces conforme la
independencia técnica que le fue reconocida por la Ley Nº 24.667, no se pronuncia sobre
aspectos técnicos, financieros o económicos, ni sobre la equidad o inequidad de las fórmulas
contractuales o respecto de razones de oportunidad, mérito o conveniencia, siempre que las
cuestiones sometidas a su consideración mantengan actualidad y no se hubieran tornado
abstractas, según lo expresan numerosos dictámenes en este sentido.
El Procurador no emite opinión sobre juicios y en tal sentido, se ha pronunciado expresando que
si la cuestión originaria se encuentra sometida a la decisión de un órgano judicial, no resulta
adecuado emitir una nueva opinión sobre un expediente radicado ante los tribunales, pues
cuando se trata de causa judicial su trámite exige que los poderes del Estado eviten emitir
apreciaciones sobre la decisión de aquélla, pues las cuestiones judiciales se encuentran
reservadas en forma exclusiva y excluyente al Poder Judicial de la Nación (art. 116 y ss. C.N.).
Asimismo, existiendo un proceso judicial ante el Juez competente, para someter la cuestión al
Procurador se deben realizar las presentaciones solicitando que el juez decline su competencia
para evitar la intromisión en la esfera de otro poder del Estado. De la misma manera, su
intervención no se produce en forma automática, sino que se exige la solicitud expresa en cada
caso por nota del Presidente de la Nación, los Ministros, Secretarios o Subsecretarios de Estado.
Y excepcionalmente puede ser solicitado por los directores de los servicios jurídicos integrantes
del Cuerpo de Abogados del Estado en forma directa, pero no lo pueden solicitar los titulares de
entes descentralizados, ni directores generales o nacionales de la administración. Para que
proceda su dictamen se requiere:
b) Debe tratarse de un caso concreto (no un planteo hipotético, abstracto) y agragarse las
actuaciones originales, agregándose todos los antecedentes, informes y demás actuaciones
previas, para que pueda expedirse en forma definitiva, pues sólo de este modo se garantiza la
posibilidad de formarse un criterio completo y adecuado de la cuestión sometida a su opinión.
c) Sólo pueden solicitarlo los funcionarios mencionados, los demás pueden elevar el expediente
solicitando se pida dictamen, pero únicamente si el funcionario habilitado lo considera
conveniente y se dan los elementos restantes puede pedir el dictamen, pero no los otros
funcionarios directamente.
e) Excepcionalmente, para evitar los perjuicios que acarrea al reclamante la demora en el trámite
de las actuaciones, la Procuración emite opinión a título de colaboración y con las limitaciones
que emergen del incumplimiento de los antecedentes del caso, estando las distintas asesorías
letradas de la administración centralizada y descentralizada obligadas a seguir los criterios
jurídicos de la Procuración, no pueden entrar en debate a sus dictámenes, lo que se funda en
una razón de orden y de uniformidad administrativa.
Fiscalía de Estado
Es un organismo que posee naturaleza constitucional. Su titular es el Fiscal de Estado, al cual el
artículo 155 de la Constitución provincial otorga carácter de “inamovible” y le encomienda la labor
de “defender el patrimonio del Fisco”, aclarando que para desempeñar ese puesto se requieren
las mismas condiciones exigidas para los miembros de la Suprema Corte, ser argentino, 30 años
de edad y menos de 70 años, poseer título de abogado con no menos de 10 años de antigüedad
en el ejercicio de la profesión o el desempeño de alguna magistratura.
De acuerdo a los artículos 73 y 79 de la Constitución de Bs As el fiscal de estado puede ser
sometido a juicio político.
Su nombramiento se produce por voluntad del Gobernador pero con el acuerdo del Senado. En
defensa del interés fiscal este funcionario no solo evacua las vistas en los expedientes
administrativos de contenido patrimonial y defiende en juicio a la Provincia, sino que puede
demandar a esta última cuestionando actos administrativos que estime contrarios a derecho.
Por su origen, que compromete la gestión de los poderes ejecutivos y legislativo, su condición de
funcionario inamovible y la extraordinaria trascendencia de sus funciones de rango constitucional,
se ha relacionado a la Fiscalía de Estado con el principio republicano de contralor recíproco de
las funciones estatales.
La Constitución de la Provincia de Buenos Aires contempla tres órganos, cuya función primordial
consiste en fiscalizar a la Administración pública. Estos órganos son el Fiscal de Estado, la
Contaduría General de la Provincia y el Tribunal de Cuentas, que deben actuar de manera
coordinada. El Fiscal de Estado, con las características que presenta en la actualidad, tiene como
antecedente una memorable sentencia del 28 de septiembre de 1878 que dictó la Suprema Corte
de Justicia bonaerense.
De acuerdo con la Constitución bonaerense, su misión consiste en defender el patrimonio del
Fisco; puede hacerlo de los siguientes modos:
1) En primer lugar, cuando interviene en las actuaciones administrativas mediante la vista fiscal,
que emite en forma previa al dictado de ciertos actos administrativos, concretamente los que
pueden llegar a comprometer los intereses fiscales. Cabe añadir, también, mediante la
impugnación que puede formular en sede administrativa con posterioridad a la notificación de
determinados actos
Administrativos (v. gr. en materia previsional).
2) En segundo término, cuando asume la representación y defensa en juicio de la Provincia, en
los pleitos en que es parte actora o demandada, o toma intervención en cualquier otro carácter.
Conviene aclarar que, para cumplir esta función, no debe solicitar instrucciones a ningún
funcionario, pero sí debe requerir autorización para realizar transacciones o allanamientos y para
desistir juicios iniciados
3) Por último, cuando impugna judicialmente actos administrativos, que estima contrarios a la
Constitución, las leyes o los reglamentos administrativos, lo cual puede hacer mediante acciones
contencioso administrativas o de inconstitucionalidad. Esta atribución es muy particular, ya que,
como resulta fácil advertir, este funcionario -no obstante integrar el Estado- puede solicitar
judicialmente la nulidad de actos emanados del Poder Ejecutivo u otros órganos administrativos
cuando los estima perjudiciales para los intereses del Fisco. En estos casos la demanda la
contesta el Asesor General de Gobierno y el particular favorecido con el acto administrativo
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impugnado se puede presentar en el juicio en carácter de coadyuvante, por lo que la sentencia
también hace cosa juzgada en relación con él.
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C) Los sujetos de la relación procedimental. Pluralidad de sujetos. Terceros.
Representación. Legitimación para actuar como parte. Condición del denunciante.
Los sujetos de la relación procedimental: en razón de existir una relación jurídica material entre
Administración y el particular, puede generarse una actuación de éste frente a aquélla, cualquiera
sea la parte que tomó la iniciativa y cualquiera sea la suerte final del trámite. Cuando tales
actuaciones apuntan a obtener una decisión de la autoridad pública que afectará la esfera jurídica
del administrado, nos encontramos frente a una relación procedimental de la que nacen derechos
y obligaciones de tipo formal para ambos.
Desde antiguo se discute el papel que juegan los protagonistas de esta relación en cuanto a su
posible clasificación como parte en el tradicional sentido que se otorga a esta expresión en el
Derecho Procesal .
-Administración: no es posible negarle tal calidad de parte pues si bien actúa con consecuencia
sobre los administrados lo hace en función de obtener la mejor decisión posible, que puede o no
coincidir con el interés del particular; “por eso frecuentemente, la Administración impulsa y sigue
al procedimiento de oficio, sin necesidad de petición del interesado, pues su propio interés es
suficiente para ello”
Gordillo señala: el carácter de parte que tiene el administrador en el procedimiento no es en un
todo igual al de los particulares u otras entidades que impugnan o solicitan algo: el administrador
que resuelve, aun como parte, se encuentra así en una situación diferente, pues tiene facultades
frente a su contraparte de las que ésta carece.
-Particular: si bien puede admitirse que el particular frente a la Administración, por no ser
“litigante” colabora con la misma para que ésta decida conforme a derecho, no cabe duda que lo
hace persiguiendo un beneficio propio, debido a que lo mueve el interés personal de obtener el
reconocimiento de su derecho, el cese de una perturbación o la satisfacción de una determinada
prestación. El particular es parte en el procedimiento y tal condición le otorga a éste varias de sus
características. El DLPABA al disponer que “no será tenido por parte en el procedimiento” quien
instare un trámite vinculado con obras y servicios públicos o relacionado con facultades
potestativas de la Administración, indica que en aquellos casos en que se invoque la titularidad
de derechos o intereses jurídicamente protegidos cabe reconocer al administrado aquella
condición.
En el Derecho Procesal reciben la denominación de “partes” aquellas personas que requieren del
órgano jurisdiccional la decisión de un conflicto concediendo o negando una determinada
pretensión, reservándose el término “peticionario” respecto de quienes concurren ante el juez
para lograr un pronunciamiento que dé nacimiento a una determinada relación o atribución
jurídica. En el campo administrativo lo que realmente importa es la existencia o no de un interés
jurídico en cabeza del administrado, de naturaleza sustancial y no formal.
-Interesado que no es parte: el art 10 del DLPABA niega condición de parte a quien interviene en
un procedimiento bajo las siguientes:
a) que se peticione con apoyo en un interés simple;
b) cuando se trate de una cuestión vinculada a obras o servicios públicos, proyectados o en
marcha, respecto de los cuales el particular resulte beneficiario o usuario.
c) que se trate de una cuestión potestativa para la Administración, ej: permiso especifico.
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El administrado solo ejercita su facultad de peticionar a las autoridades conforme lo prevenido en
los art. 14 de la CN y 4 de la CPBA
Efectuada la solicitud, petición o denuncia, está impedido de impulsar el trámite, ofrecer pruebas,
alegar, o recurrir. Solo le cabe aguardar pacientemente la eventual decisión favorable a su
interés. Por lo que hay dos formas de emplazamiento: la del titular de derechos subjetivos o
intereses legítimos, a quien se le reconoce la facultad de “enfrentarse” a la Administración en
condición de parte; y la de los meros “peticionarios” que sufren una suerte de capitis diminutio
restrictiva de su posibilidad de actuación ante la autoridad pública
Botassi no comparte el criterio con el DLPABA porque la discriminación afecta la garantía de
igualdad del artículo 16 de la CN y 11 de la CPBA, sin que sea licito alegar que se trate de
situaciones diferentes que han merecido tratamiento legislativo diverso, pues en definitiva todo
administrado, en cualquier situación es el natural destinatario de toda medida que adopte el
Estado y cabe reconocerle una participación completa y activa en el procedimiento previo a una
decisión administrativa que pueda afectarlo.
El decreto no le reconoce el carácter de parte al mero interesado o titular de un interés simple
aparece un reclamo en la doctrina reconociendo tal condición en el proceso judicial.
La razón clásica de esta limitación carece de relevancia ya que el poder administrador posee
facultades suficientes para dirigir el trámite y rechazar toda actitud dilatoria o intrascendente.
Ninguna actividad de la autoridad pública, que posea consecuencias jurídicas de los
administrados, podrá ser ajena a las diferentes peticiones, reclamaciones e impugnaciones que
puedan efectuar éstos al respecto. El art 15 de la CPBA garantiza la inviolabilidad de la defensa
de la persona y de los derechos en todo procedimiento administrativo o judicial, lo cual conlleva la
posibilidad de ser oído, ofrecer y producir la prueba, obtener una decisión fundada y
eventualmente, someterla al escrutinio jurisdiccional.
Representación
ARTICULO 13°: La persona que se presente en las actuaciones administrativas, por un derecho
o interés que no sea propio, aunque le competa ejercerlo en virtud de representación legal,
deberá acompañar con el primer escrito los documentos que acrediten la calidad invocada.
Sin embargo, los padres que comparezcan en representación de sus hijos y quien lo haga en
nombre de su cónyuge, no tendrán obligación de presentar las partidas correspondientes, salvo
que fundadamente les fueran requeridas.
Acreditación de personería
ARTÍCULO 14: Los representantes o apoderados acreditarán su personería desde la primera
intervención que hagan a nombre de sus mandantes, con el instrumento público correspondiente,
o con carta-poder con firma autenticada por la Justicia de Paz, o por escribano público. En caso
de encontrarse agregado a otro expediente que tramite la misma repartición bastará la
certificación correspondiente.
Estos son los casos de representación voluntaria, es decir aquellos supuestos en los cuales la
facultad de actuar en un determinado procedimiento se pone en cabeza de un tercero que
participa del mismo, en nombre y representación del mandante.
Cesación de la representación
ARTÍCULO 16: Cesará la representación en las actuaciones:
1. Por revocación del poder. La intervención del interesado en el procedimiento no importa
revocación, si al tomarla no lo declara expresamente.
2. Por renuncia, después de vencido el término del emplazamiento al poderdante o de la
comparecencia del mismo en el expediente.
Este emplazamiento deberá hacerse en el domicilio real del interesado bajo apercibimiento de
continuar los trámites sin su intervención.
3. Por muerte o inhabilidad del mandatario. Este hecho suspende el trámite administrativo
hasta la comparecencia del mandante, a quien se le intimará bajo apercibimiento de continuar el
trámite sin su intervención o disponerse el archivo del expediente, según corresponda.
Unificación de la personería
ARTÍCULO 19: Cuando varias personas se presenten formulando un petitorio del que no surjan
intereses encontrados, la autoridad administrativa podrá exigir la unificación de la representación,
dando para ello un plazo de diez días, bajo apercibimiento de designar un apoderado común, de
entre los peticionantes. La unificación de representación también podrá pedirse por las partes en
cualquier estado del trámite. Con el representante común se entenderán los emplazamientos,
citaciones y notificaciones, incluso las de la decisión definitiva, salvo las actuaciones que la Ley
disponga se notifiquen directamente al interesado o las que tengan por objeto su comparendo
personal.
Ese artículo se apoya en una cuestión de practicidad. No existiendo intereses encontrados, nada
justifica la intervención plural de los administrados con su secuela de múltiples notificaciones,
presentaciones coincidentes y pruebas inútilmente reproducidas. La designación de un
apoderado común es facultad de los particulares.
Terceros
ARTÍCULO 23: Cuando de la presentación del interesado o de los antecedentes agregados al
expediente sugiera que alguna persona o entidad, pudiera tener interés directo en la gestión, se
le notificará de la existencia del expediente al solo efecto de que tome intervención en el estado
en que se encuentren las actuaciones, sin retrotraer el curso del procedimiento.
G.A.L - S.M – E.D
Regla la participación en el trámite administrativo del coadyuvante procedimental, configurando
por la persona de existencia visible o jurídica que podría verse afectada en sus derechos o
intereses jurídicamente tutelados, como consecuencia de la decisión que recaiga en el
procedimiento. El tercero será notificado de la existencia del expediente.
ARTÍCULO 84: El denunciante no es parte en las actuaciones, salvo cuando por la denuncia se
pretenda a reclame algún derecho
ARTÍCULO 40: El número con que se inicia un expediente será conservado a través de las
actuaciones sucesivas, cualesquiera sean los organismos que intervengan en su trámite. Queda
prohibido el asentar en el expediente ningún otro número o sistema de identificación que no sea
el asignado por el organismo iniciador del expediente.
El expediente administrativo
El expediente es el “protagonista de la actividad administrativa ya que el sistema escriturario de
nuestro procedimiento hace que el trámite se desenvuelva merced a la incorporación permanente
de escritos y resoluciones documentarias. Puede ser definido como el “conjunto de documentos
ordenados cronológicamente que proporcionan información sobre un mismo asunto o cuestión,
cuya resolución se procura”
Esta noción conceptual, por su amplitud y sencillez, que no se limita únicamente al papel, de uso
tradicional y cuya práctica se encuentra arraigada en el ámbito administrativo, permite incluir a
otros soportes, como el electrónico o digital , que de la mano del avance en las tecnologías de la
información y comunicación, progresivamente se está imponiendo. En esta orientación, también
se caracteriza a las actuaciones administrativas, como los documentos formales de decisión y
gestión producidos por funcionarios o agentes de la Administración Pública centralizada y
descentralizada de la Provincia de Buenos Aires, que hacen posible su comunicación tanto
interna como externa .
Numeración: El artículo 40, que reproduce literalmente el artículo 11 del decreto 980/34, apunta a
evitar la confusión que reinaría si una actuación originalmente señalada con un determinado
número lo variara a merced de las distintas reparticiones que sucesivamente fueran entendiendo
en su desarrollo. Así se prohíbe categóricamente variar el número inicial con lo cual el organismo
de origen del trámite determinara para siempre la manera numérica de designar y ubicar las
actuaciones.
ARTÍCULO 41: Los expedientes serán compaginados en cuerpos que no excedan de doscientas
fojas salvo los casos en que tal límite obligara a dividir escritos o documentos que constituyan un
solo texto
El artículo 41 del decreto-ley reproduce la norma del artículo 12 de su antecesor decreto 980/34
para regular una Cuestión doméstica, puramente práctica, tendiente a evitar el manipuleo de
expedientes demasiado voluminosos. En rigor no todas las reparticiones provinciales ni todos los
municipios tienen en cuenta esta disposición y, en ocasiones, es dable lidiar con actuaciones que
exceden las 200 fojas. Este tema se vincula con lo establecido en el artículo 43 respecto de los
«anexos” del expediente principal.
ARTÍCULO 42: Todas las actuaciones deberán foliarse por orden correlativo, incluso cuando se
integren con más de un cuerpo de expediente. Las copias de notas, informes o disposiciones que
se agreguen a un expediente juntamente con su original, se foliarán por orden correlativo,
dejándose constancia en cada una de ellas el número de copia que le corresponde.
G.A.L - S.M – E.D
La foliatura consiste en asignar un número a cada hoja, foja o folio del expediente. Tal número
correlativo suele estamparse juntamente con un sello que tiende a legalizar la pieza (evitando su
reemplazo indebido) en el margen superior derecho de cada foja.
ARTÍCULO 43: Cuando los expedientes vayan acompañados de antecedentes que por su
volumen no pueden ser incorporados, se confeccionarán anexos.
ARTÍCULO 44: Cuando se reciba en Mesa de Entradas un escrito que se refiera a un expediente
en trámite en dependencias internas, debe registrarse como “Alcance”.
ARTÍCULO 47: Cuando se inicien expediente y trámites internos con fojas desglosadas, éstas
serán precedidas de una constancia con la mención de las actuaciones del cual proceden, de la
cantidad de fojas con que se inicia el nuevo y las razones que haya habido para hacerlo.
Iniciación
ARTÍCULO 34: Todo escrito inicial deberá presentarse en Mesa de Entradas o receptorias o
podrá remitirse por correo. Los escritos posteriores podrán presentarse igualmente donde se
encuentre el expediente. La autoridad administrativa deberá dejar constancia en cada escrito de
la fecha en que fuere presentado o recibido, poniendo al efecto el cargo pertinente o sello
fechador; debiendo darle el trámite que corresponda en el día de la recepción.
Si el escrito recibido por correo correspondiere a traslados, recursos, vistas o cualquier
presentación sujeta a plazo, se tendrá como válido el día de su despacho por la oficina de
correos, a cuyos efectos se agregará el sobre sin destruir un sello de expedición.
De toda actuación que se inicie en Mesa de Entradas se dará una constancia con la numeración
del expediente que se origine.
Mientras el escrito que origina el trámite puede ingresarse únicamente en la mesa de entradas
habilitada al efecto por la repartición, las sucesivas presentaciones podrán incorporarse al
expediente en la oficina en que éste se encuentre. La norma al expresar “podrán”, consagra una
opción a favor del interesado. Nada obsta a que las siguientes presentaciones ingresen por la
Mesa de Entrad as, y, en realidad esto es lo que acontece en la práctica.
Los escritos podrán remitirse por correo y, tratándose de la contestación de vistas o traslados y
de la interposición de recursos, podrá emplearse el medio telegráfico conforme lo autoriza la
parte final del artículo 29.
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Cargo: Todo escrito debe ser intervenido por la oficina receptora mediante el correspondiente
cargo, imprescindible para establecer la fecha de su presentación.
Resulta evidente la importancia que reviste esta atestación de la fecha en el escrito ingresado a
la oficina pública. Desde luego que si el mismo fuera omitido, por configurar una obligación de la
Administración (y la fecha de presentación resultara decisiva para definir una cuestión de
procedimiento) deberá considerarse que el escrito fue presentado en tiempo útil, tal como lo
dispone el artículo 69 de la ley
Constancias: “De toda actuación que se inicie en Mesa de Entradas se dará una constancia con
la numeración del expediente que se origine”.
Si bien la norma refiere únicamente el caso del escrito que da inicio al expediente, el particular
tiene derecho a obtener una constancia de sus presentaciones en cualquier estado del trámite,
sean o no iniciales, ingresen o no por la mesa de entradas. En la práctica, y en virtud de lo
establecido en el artículo 39, se estila sellar y fechar por la repartición una copia del escrito que
se presenta . De ésta manera no sólo se acredita la existencia de una actuación del
procedimiento sino también el concreto contenido de la petición del particular.
Trámite: recibido un escrito debe dársele “el trámite que corresponda en el día de su recepción”.
Si se tratara del primer escrito, la mesa de entradas deberá girarlo al área al que va dirigido; si se
tratara de un escrito vinculado a un trámite en marcha, se remitirá a la oficina en que se registre
la radicación del expediente. Si el escrito ingresara directamente en esta última, la autoridad
administrativa lo agregará a sus antecedentes y luego proveerá lo que corresponda. Lo primero
en el día de su recepción, lo segundo dentro de los plazos del art 77.
Escrito presentado en una oficina equivocada: puede acontecer que el interesado ingrese un
escrito en una repartición distinta a la debida. Sin que interese la magnitud del error, así se yerre
en el Ministerio que debe entender o se dirija a una municipalidad diferente a la debida, e incluso
si se presenta en el ámbito nacional debiéndose hacerlo en una provincia, o se trastoca una por
otra, el escrito debe ser girado por la Administración l órgano que corresponda y el cargo inicial
del mismo indicará la fecha de presentación a los efectos derivados del cumplimiento de los
plazos.
En esta línea se inscribe un antiguo dictamen de la Asesoría General de Gobierno que, con
apoyo en el principio del informalismo, fiala que “es doctrina admitida -en relación al quehacer
obviamente más formalista que se desarrolla en el ámbito judicial- que la presentación de escritos
o peticiones en dependencias distintas .lo las que corresponde, no puede perjudicar la
admisibilidad de los mismos, aun cuando se trate de recursos, debiendo ser analizados con la
flexibilidad necesaria para evitar que prevalezca un inevitable rigor formal
Escritos
ARTÍCULO 29: Los escritos serán redactados a máquina o manuscritos en tinta en idioma
nacional, y en forma legible, salvándose toda testadura, enmienda o palabras interlineadas.
Llevarán en la parte superior una suma o resumen del petitorio.
Serán suscriptos por los interesados, representantes o apoderados. En el encabezamiento de
todo escrito, sin más excepción que el que iniciare una gestión, debe indicarse numeración y año
del expediente a que corresponde y en su caso, contendrá la indicación precisa de la
presentación que se ejerza. Se empleará el sellado de ley cuando corresponda o papel tipo oficio
u otra similar, repuesto con estampillas fiscales. Podrá emplearse el medio telegráfico para
contestar traslados o vistas e interponer recursos.
Si bien el procedimiento administrativo no es formal, descartándose las solemnidades de
cualquier naturaleza, se requiere que las presentaciones de las partes sean claras, prolijas y
cumplan ciertos requisitos mínimos vinculados al orden y buena marcha del trámite
ARTÍCULO 30: Podrá acumularse en un solo escrito más de una petición, siempre que fueran
asuntos conexos que se puedan tramitar y resolver conjuntamente. Si a juicio de la autoridad
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administrativa no existe la conexión implícita o explícitamente alegada por el interesado o trajere
entorpecimiento a la tramitación de los asuntos, lo emplazara para que presente las peticiones
por separado, bajo apercibimiento de sustanciarse solamente aquélla por la que opte la
Administración si fuesen separables, o en su defecto disponerse el archivo.
Razones de economía y celeridad, justifican la tramitación y resolución de cuestiones que
guarden un cierto grado de vinculación. (‘loro que existen razones de similar importancia, en
separar las mínimas, cuando no se encuentren presentes las condiciones que rige la norma en
análisis. La ley no establece, el plazo por el cual la autoridad administrativa deberá emplazar al
interesado para que n a presentar sus peticiones por separado. El número de días lo fijará
entonces la repartición. Si las pretensiones del administrado fuesen separables, el organismo
interviniente en el trámite seleccionará solamente una de ellas y sustanciará el expediente con la
misma. Si esto último no fuera posible, se dispondrá el archivo de las actuaciones
ARTÍCULO 31: Cuando un escrito sea suscripto a ruego por no poder o no saber hacerlo el
interesado la autoridad administrativa lo hará constar, así como el nombre del firmante y también
que fue autorizado en su presencia o se ratificó ante él la autorización, exigiéndose la
acreditación de la identidad personal de los que intervinieren.
Si no hubiere quien pueda firmar a ruego del interesado, el funcionario procederá a darle lectura y
certificará que éste conoce el texto del escrito y ha estampado la impresión digital en su
presencia.
Firma a ruego: la firma de las partes configura un requisito esencial de todo acto o manifestación
de voluntad bajo forma privada- Pero ocurre que existen personas que no saben firmar, y otras
que, sabiéndolo hacer, se encuentran temporal o definitivamente impedidas. En estos casos es
posible acudir a un tercero para que firme “a ruego” del interesado, compareciendo ante la
autoridad administrativa, la que levantará un acta en la que constará la identidad de los
comparecientes (la parte y el firmante al ruego) y la circunstancia de que el escrito que se
agregará fue suscripto por una persona distinta al real interesado.
El firmante podrá rubricar el escrito en presencia del oficial público o llevárselo firmado,
levantándose un acta donde ambos ratifican lo actuado
ARTÍCULO 32: En caso de duda sobre la autenticidad de una firma, podrá la autoridad
administrativa llamar al interesado para que en su presencia y previa justificación de su identidad,
ratifique la firma o el contenido del escrito.
Si el citado negare el escrito, se rehusare a contestar o citado personalmente por segunda vez no
compareciere, se tendrá al escrito por no presentado.
La norma prevé la posibilidad de que se genere duda respecto de la autenticidad de la firma que
se atribuye a la parte interviniente en el procedimiento. La sospecha puede surgir de la propia
Admin i.stración o a raíz de la denuncia de un tercero.
En tales casos cabe citar al interesado, contemplándose las siguientes alternativas:
a) que la parte ratifique la firma, atribuyéndose su autoría. En tal caso el trámite continuará según
su estado;
b) que no se reconozca la firma pero que se ratifique el contenido del escrito.
Aquí se presenta una situación singular. Conforme la redacción del artículo, sólo “se tendrá al
escrito por no presentado” en los supuestos contemplados en su segundo párrafo (negativa del
escrito, negativa a contestar o incomparecencia).
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De manera que reconocido el contenido del escrito, la cuestión de la firma deja de tener
trascendencia y el procedimiento seguirá su curso.
Esta solución del decreto.-ley se aparta del contundente principio del art. 1012 del Cód. Civil por
el cual para la propia existencia del acto resulta necesaria la firma de la parte, y se aleja del
criterio jurisprudencial vigente en materia de escritos judiciales, en virtud de los cuales se han
tenido por no presentados aquellos escritos en los que la firma no correspondía a la parte, a
pesar del reconocimiento de su contenido
La solución del art. 32 se apoya en el principio del informalismo. En definitiva, al reconocerse el
escrito cuya firma se atribuye indebidamente al interesado, sólo aparece un supuesto de
simulación en la identidad del firmante que, , tiene fin ilícito, no resulta reprobada legalmente 10
Además, reconocido el escrito, resulta obvio que quien firmó en lugar del interesado lo hizo por
su indicación (o al menos con su consentimiento), presentándose un supuesto de contrato de
mandato tácito (cuando el mandante guarda silencio sabiendo que alguien está actuando por su
nombre), régimen que alcanza “a las representaciones por gestores oficiosos”, conforme lo
prevenido en los arte, 1870 inc. 5° y 1874 del Código Civil.
c) que se niegue la firma y no se reconozca tampoco el escrito, en cuyo caso se tendrá por no
presentado con todas las consecuencias jurídicas que de ello se deriven (concreción de un
apercibimiento, pérdida del plazo para recurrir, caducidad del procedimiento, etc.);
d) que la parte citada comparezca pero se niegue a contestar sobre el particular, en cuyo caso la
ley presume la falta de reconocimiento del escrito y de la firma, con igual consecuencia que la
recién señalada;
e) que citado por dos veces consecutivas el interesado no asistiese. En este caso, también se
presume la falta de ratificación.
ARTÍCULO 33: Todo escrito por el cual se promueva la iniciación de una gestión ante la
Administración Pública deberá contener los siguientes recaudos:
a) Nombres, apellido indicación de identidad y domicilio real del interesado.
b) Domicilio constituido de acuerdo con el artículo 24.
c) Relación de los hechos, y si se considera pertinente indicará la norma en que funde su
derecho.
d) La petición concretada en términos claros y precisos.
e) Ofrecimiento de toda la prueba de que ha de valerse, acompañando la documentación en
que funde su derecho el peticionante o en su defecto su mención con la individualización posible,
expresando lo que de ella resulte y designando el archivo, oficina pública o lugar donde se
encuentren los originales.
f) Firma del interesado o apoderado.
Vistas
ARTÍCULO 11: (Texto según Ley 14229) La parte interesada, su apoderado o letrado
patrocinante, tendrán acceso al expediente durante todo su trámite, pudiendo, a su cargo, copiar
o fotocopiar todas sus partes. El pedido de vista podrá hacerse verbalmente y se concederá sin
necesidad de resolución expresa al efecto, en la oficina en que se encuentre el expediente,
aunque no sea la mesa de entradas o receptoría.
El párrafo anterior del presente artículo será exhibido en todas las reparticiones de la
Administración centralizada, descentralizada y entes autárquicos al público.
Consagra una facultad esencial para la vigencia del debido proceso, imprescindible para el
efectivo ejercicio del derecho de defensa del administrado. Se trata de una garantía específica
vinculada a la publicidad que debe rodear a la actividad de la Administración Pública. El principio
general es el acceso al expediente durante todo el trámite.
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La vista puede solicitarse por escrito, o verbalmente, con anticipación o en el acto de concurrir el
interesado a la repartición. Salvo excepciones la vista debe concederse en el lugar en que
efectivamente se encuentre el expediente, sin que sea necesario una resolución cuando el
pedido fue verbal.
Excepciones a la vistas son: las actuaciones secretas: por razones políticas o estratégicas el
contenido de un expediente puede declararse reservado; y las actuaciones en estado de resolver:
en este sentido no se admiten nuevas presentaciones, prescribe la misma norma, ni procede, por
lo tanto conferir vistas.
Para que una vista tengo efecto suspensivo del plazo de recurrir a los efectos de la
fundamentación del recurso es necesario que se hubiera interpuesto el recurso y acreditado que
no se tuvo acceso a las actuaciones al momento de notificarse el acto impugnado
Prueba
La actividad administrativa no reconoce otro objeto que la producción más alta posible de
bienestar para el mayor número de personas. En ese devenir los órganos del Estado se vinculan
con los particulares de muy diversas maneras dando origen -bajo ciertas condiciones- a la
relación procedimental administrativa que se traduce, en definitiva, en la existencia,
reconocimiento y ejercicio de derechos y obligaciones recíprocas. Este vínculo jurídico tiene por
fuente una norma y por sustento uno o múltiples hechos. Para gozar de un derecho acordado por
el orden jurídico frente a la administración o el Estado en sentido lato, el individuo -además de
invocar la norma que lo consagra- debe acreditar la efectiva presencia del fenómeno fáctico que
invoca. Para obtener ese resultado accede a la “prueba”. Esta no se confunde con el hecho que
sustenta el derecho particular o del Estado (y la consecuente obligación de la otra parte) sino que
se configura a través de otros hechos diversos (la declaración de un testigo o la producción de un
informe, siendo un hecho distinto de aquel que viene a probarse, es decir aquello que
efectivamente declara el testigo y el real contenido del informe). En el proceso judicial esta
dicotomía fue advertida por BENTHA1VI al afirmar que la prueba significa un hecho que se
supone verdadero (en nuestro ejemplo la declaración veraz del testigo o la autenticidad del
informe) y que se considera como un motivo para dar fe a la existencia de otro hecho (el
contenido en el testimonio o informe)
-Testimonial: los testigos son examinados por el agente que se designe al efecto, fijándose día y
hora de audiencia, más una supletoria, siendo a cargo del interesado sus comparecencias.
Ambas audiencias serán notificadas conjuntamente por la autoridad, pero el proponente tendrá a
su cargo asegurar la asistencia de los testigos. Cuando los testigos residan en otro lugar deben
ser interrogados en alguna oficina pública de ese punto. Además de los pliegos, pueden ser
libremente interrogados, labrándose acta con las preguntas y respuestas. La incomparecencia de
los testigos hará perder al proponente el testimonio de que se trate. La ausencia de parte
interesada no obstará al interrogatorio de los testigos presentes.
Se aplican supletoriamente los artículos del CPCCN.
Esta prueba es de uso corriente en el procedimiento administrativo aunque es justo reconocer
que no todas las reparticiones suelen actuar con el mismo criterio, registrándose conceptos tan
extremos corno los que van de permitir la presentación de interrogatorio a la parte a negarle toda
injerencia, aun la de estar presente en la respectiva audiencia de recepción de las declaraciones.
La incomparecencia de los testigos a ambas audiencias hará perder al proponente el testimonio.
Si se trata de empleados públicos, el Estatuto sancionado por ley 10.430 impone la obligación de
declarar en los sumarios administrativos ordenados por autoridad competente,
-Confesional: no se puede pedir para los interesados ni para los agentes públicos; pero éstos
últimos pueden ser ofrecidos por el administrado como testigos, informantes o peritos. La
confesión voluntaria será válida. Es decir, en principio no es viable, salvo que la parte
voluntariamente quiera confesar.
Palacio la define como: “la declaración emitida por cualquiera de las partes respecto de la verdad
de hechos pasados, relativos a su actuación personal, desfavorables para ella y favorables para
la otra parte” Se trata de un medio de prueba absolutamente prescindido en la práctica
administrativa ya que no se utiliza ni siquiera en los procedimientos de faltas provincial y
municipal. Tampoco cabe asimilar la prueba confesional a la declaración indagatoria que rinde el
imputado en el procedimiento administrativo disciplinario o en el que se investigan hechos
concretos con apoyo en la denominada policía administrativa. La circunstancia de que la prueba
de confesión no revista en la práctica administrativa la forma de una audiencia de absolución de
posiciones al estilo del proceso judicial, en la cual se realizan afirmaciones a las que la parte
debe responder si es cierto o no es cierto, no significa que en el curso de una indagatoria
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sumarial disciplinaria o de Derecho Penal Administrativo, el imputado pueda reconocer hechos
que lo perjudican. Si así fuera, el medio de prueba que invocará la Administración a la hora de
resolver no será otro que el reconocimiento o “confesión” del encartado. De la misma manera,
cualquier particular en sus presentaciones en el expediente, sean espontáneas o dando
respuesta a requerimientos de la autoridad a cargo del trámite, puede admitir la existencia de
hechos que conspiran contra el éxito de su pretensión.
De igual forma, cuando un órgano de la Administración, con competencia para pronunciarse
respecto de una determinada materia, lo hace en forma conveniente al derecho o interés del
particular, ese hecho o circunstancia queda probado y puede invocarse frente al propio Estado,
con el alcance de un reconocimiento o “confesión”.Alegato
ARTÍCULO 56: Producida la prueba, se dará vista por el plazo de diez días al interesado, para
que alegue sobre el mérito de la misma. Vencido el plazo sin que el interesado haya hecho uso
de su derecho, podrá dársele por decaído prosiguiéndose el trámite.
Dictámenes
ARTÍCULO 57: Sustanciadas las actuaciones, el órgano o ente que deba dictar resolución final o
en su caso el ministro correspondiente, solicitará dictamen del Asesor General de Gobierno y
dará vista al Fiscal de Estado cuando corresponda de acuerdo con su Ley Orgánica, luego de lo
cual no se admitirán nuevas presentaciones
Una vez que se han agregado al expediente los informes de las reparticiones técnicas y antes de
girar las actuaciones a los órganos de control, los dictámenes serán requeridos con la debida
fundamentación.
Por efecto de la admisión de la doctrina de la fundamentación integrativa, se exige en relación a
los actos preparatorios a los cuales se remite la decisión definitiva, que además de ajustarse a
los recaudos generales impuestos por la legalidad, contengan la motivación suficiente exigible al
acto resolutorio. Así, una referencia efectuada por el órgano de asesoramiento jurídico con
caracer meramente tangencial y sin adecuado análisis de los hechos.
El silencio administrativo
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Tradicionalmente se admite en doctrina que la Administración Pública, en cumplimiento de su
competencia irrenunciable y en mérito a la finalidad política de su actividad, tiene el deber de
pronunciarse de manera efectiva respecto de las cuestiones planteadas ii todo procedimiento.
Este deber de resolver no es más que el correlato del derecho constitucional de peticionar que
ampara al particular. Por otra parte, el silencio como rutina para provocar la presunción
denegatoria de la pretensión del administrado significar eludir la obligación legal de motivar los
actos administrativos
La recepción jurisprudencial y posterior regulación legal del amparo por mora , permite al juez
como custodio de la legalidad, disponer el pronto despacho judicial, y en su consecuencia
ordenar al órgano reticente a que se expida en forma concreta, reconociendo legislativamente de
este modo la ilicitud del silencio. De igual modo, el sentido concreto que el artículo 79 otorga al
silencio de la autoridad a cargo del trámite presumiendo una resolución denegatoria, demuestra
que existe obligación de pronunciarse conforme el principio general del Derecho consagrado en
el artículo 919 del Código Civil.. Si el silencio de la Administración se produjera en relación a un
recurso de revocatoria, es decir si hubiera transcurrido el plazo de cinco días previsto en el inciso
±) del artículo 77, el interesado puede “recurrir directamente al órgano superior para que se
avoque al conocimiento y decisión del recurso” (art. 93).
ARTÍCULO 79: Vencidos los plazos previstos por el artículo 77, inciso g), el interesado podrá
solicitar pronto despacho y, transcurridos treinta días desde esta reclamación, se presumirá la
existencia de resoluciones denegatoria.
-Pedido de pronto despacho: Si bien es cierto que el art. 79 dispone que transcurridos los plazos
de 10 o 30 días previstos en el artículo 77 inc. g), “el interesado podrá solicitar pronto despacho
y, transcurridos treinta días desde esta reclamación (o dos meses en el ámbito municipal), se
presumir á la existencia de resolución denegatoria”
Esta disposición debe ser adecuada en su operatividad, en función de la previsión del art. 16 del
CPA -ley 12.008 y sus modificatorias-. Por lo tanto, vencido el plazo previsto para la resolución de
un recurso, reclamo o petición, o si se omitiere o retardare el dictado de actos de trámite o
preparatorios, el interesado podrá solicitar pronto despacho, y transcurridos treinta (30) días
hábiles administrativos sin que se dictare el correspondiente acto, se presumirá la existencia de
una resolución adversa o denegatoria. Solución que rige uniformemente para el ámbito provincial
y municipal (art. 166 de la CPBA; arts. 1, 2 y 16 del CPA citado).
En cuanto a la naturaleza del pedido de pronto despacho puede decirse que configura la
actividad procedimental del administrado, a través de la cual denuncia el incumplimiento de los
plazos del artículo 77 inc. g), pidiendo el concreto pronunciamiento de la Administración para
obtener, en caso de persistir el silencio, la operatividad de la presunción legal de decisión
denegatoria por parte del órgano moroso.
La teoría del acto administrativo, su noción, elementos, caracteres, efectos y vicios, constituyen
capítulos trascendentes del Der echo Administrativo que exceden largamente la posibilidad de un
enfoque procedimentalista. Como objeto de especulaciones dogmáticas el concepto de acto
administrativo se vincula con la función administrativa en general al configurar una manera de
expresión de la voluntad del Estado y, al mismo tiempo, reviste importancia en el marco de la
función judicial pues constituye, junto a otras expresiones formales y materiales, una parte
importante de la materia bajo análisis en el juicio contencioso administrativo. Es así que su
concepto jurídico implica un problema de constante atención para administradores y abogados,
discutido profundamente por la doctrina y no siempre unívoco en la legislación y la jurisprudencia.
La expresión “acto administrativo” aparece a principios del siglo XIX, aunque su origen histórico
resulta controvertido; mientras algunos autores lo atribuyen a la doctrina francesa, otros lo
asignan a la alemana’.
Al abordar la trascendente tarea de aprehender el concepto del acto administrativo, una tentativa
de simplificación, casi intuitiva, consiste en considerarlo como una especie (pública) del acto
jurídico prolijamente regulado en el Código Civil. ZOBIM en Italia ENTRENA CUESTA en España
y entre nosotros Fiori aludido al acto administrativo como el “acto jurídico de la administración
pública”. Otros autores piensan que los principios del acto jurídico deben aplicarse por analogía al
acto administrativo. Por fin están quienes entienden que las diferencias entre el acto jurídico del
Derecho Privado y el acto administrativo del Derecho Público son de tal magnitud e importancia
que configuran una teoría propia a favor de este último.
Mientras el acto jurídico responde a vinculaciones entre particulares que realizan negocios
jurídicos en un pie de igualdad, el acto administrativo emana siempre de un sujeto dotado de
autoridad, generalmente público, colocado en una situación de preeminencia en función de las
finalidades que persigue y del régimen legal que lo ampara, con modulaciones propias que os
capan y se diferencian de los contenidos del Derecho común.
Quienes interpretan que sólo realiza actividad administrativo el Poder Ejecutivo definen al acto
administrativo como “una declaración concreta y unilateral de voluntad de un órgano de la
administración activa en ejercicio de la potestad administrativa”. Botassi- Oroz adhieren a la
postura “objetiva” que entiende que lo trascendente es la función administrativa en cuyo marco se
emite el acto, cualquiera sea el Poder del Estado interviniente. Así Gordillo define al acto
administrativo como “una declaración unilateral realizada en ejercicio de la función administrativa
que produce efectos jurídicos individuales en forma inmediata”
Tanto la definición de corte “subjetivo”, que menciona el ejercicio de la “potestad administrativa”,
como la enrolada en la corriente objetiva que alude a la “función administrativa”, vienen a señalar
una facultad esencial que se reconoce a la Administración, como es la de crear unilateralmente
situaciones jurídicas que se imponen a los particulares de manera ejecutoría por presumirse,
bajo ciertas condiciones, acordes a derecho. Esta característica permite diferenciar a los actos
administrativos de los simples actos de la Administración.
-Causa: La causa del acto administrativo es una apreciación de hechos realizada en función de
un determinado interés público. Frente a una situación dada, el órgano administrativo se
representa y valora la solución lícita posible dictando el acto. Se trata de los antecedentes de
hecho y de las circunstancias de derecho que llevan al dictado del acto. Así por ejemplo, la
“causa” del otorgamiento del beneficio jubilatori0 es la existencia de edad mínima, antigüedad en
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el empleo y pago de aportes y contribuciones durante un determinado lapso por los sujetos
obligados a ello, más la vigencia de una ley previsional que concede el derecho al interesado. La
“causa” de una sanción contravencional es la realización de una conducta incriminada cuya
descripción de la misma, resulta punible por la ley. El acto sin causa, que obedece a la simple
intencionalidad del funcionario que lo dicta, aparece viciado de arbitrariedad. Los hechos
antecedentes de la decisión deben encontrarse legalmente acreditados en el procedimiento
previo al acto ya que si se carece de la evidencia necesaria para justificarlo o se considera que
existe prueba donde en realidad no la hay, la resolución carecerá de causa. El requisito de la
causa obliga a la Administración a demostrar los hechos en que se funda una decisión limitativa
de derechos. Tal prueba debe ser anterior al dictado del acto y no es conducente la rendida en el
transcurso del proceso judicial posterior
-Objeto: está representado por su concreto contenido, por aquello que efectivamente decide o
constata el órgano autor del acto. Va de suyo que el número de objetos o contenidos que pueden
reunir los actos administrativos resulta infinito, admitiendo tal variedad de 0ategorías que
desalientan cualquier intento de sistematización. Por configurar un principio general del Derecho,
el contenido lícito y moral que requiere para los actos jurídicos el art. 953 del 6digo Civil resulta
aplicable al objeto de los actos administrativos. El DLPAN en su art. 7 inc. e) establece que “el
objeto debe ser cierto y física y jurídicamente posible” mientras que nuestro decreto o-ley
7647/70 consigna que “el contenido de los actos se ajustará a lo dispuesto en el ordenamiento
jurídico y será adecuado a los fines de aquéllos” .La adecuación a los fines públicos que informa
toda la actividad administrativa configura una características del objeto que se confunde con el
elemento “finalidad” ya que su desconoCimi0t0 origina el vicio de desviación de poder. La licitud
del objeto se vincula con el principio de la legalidad administrativa. Si el contenido del acto es
contrario a la Constitución, a las leyes, decretos, ordenanzas o actos anteriores, resultará ilícito,
aparecerá viciado y la consecuencia será su nulidad de conformidad con lo establecido en el art.
113.
-Finalidad: Por naturaleza toda la función administrativo, en forma directa o indirecta, persigue
una finalidad de interés común- Toda la actividad de los órganos estatales apunta a satisfacer
necesidades públicas. La propia organización administrativa- y la distribución de competencias
están diseñadas para la mejor atención de aquellos fines. Inserto en ese marco de objetivos
globales, cada acto administrativo tiene una finalidad propia, correlativa a su objeto, que no
puede discordar con las finalidades superiores de la Administración que, no es ocioso señalar,
vienen impuestas por las normas jurídicas que regulan su actuación. “Resumiendo, todo acto
administrativo particular responde ge, únicamente a una finalidad pública, razón de ser de la
norma constitucional que le dio origen, y específicamente al aspecto de esa finalidad que se tuvo
en cuenta al distribuirse la competencia. El objeto o contenido del acto, consecuencia de esa
competencia, debe perseguir su finalidad general y la específica que le corresponde”
-Motivación: no es otra cosa que la exposición de la causa del acto, es decir el relato expreso de
las circunstancias de hecho y los fundamentos de derecho que llevan a su dictado.
Dado que los actos definitivos se dictan luego de un trámite previo, es usual que la motivación
consista en un resumen de las cuestiones fácticas acreditadas en el expediente y su correlación
con las normas jurídicas vinculadas a la cuestión. Desde luego que, de no existir reglas positivas,
se acudirá a las restantes fuentes del derecho, fundamentándose de la manera más prolija
posible la legalidad de la solución dada al caso concreto. La Suprema Corte de Buenos Aires ha
expresado que “la obligación de motivar el acto administrativo, como modo de reconstrucción del
iter lógico seguido por la autoridad para justificar una decisión de alcance particular que afecta
situaciones subjetivas, a más de comportar una exigencia inherente a la racionalidad de la
decisión, así como a la legalidad de su actuar, es también derivación del principio republicano de
gobierno (arts. 1 de la CN; 1 de la CPBA) y con-forma una postulación con alcance prácticamente
universal en el moderno Derecho Público”. “Tiende a cumplir tres finalidades, a saber: que la
administración, sometida al derecho en un régimen republicano dé cuenta de sus decisiones; que
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éstas puedan ser examinadas en su legitimidad por la justicia en caso de ser impugnadas; que el
particular afectado pueda ejercer suficientemente su defensa. En igual sentido, y en términos
equivalentes, se ha sostenido que persigue “consolidar la vigencia del principio republicano, que
impone a los órganos administrativos dar cuenta de sus actos, al tiempo que evita que se afecten
los derechos de impugnación de los particulares alcanzados por la resolución y se impida la
revisión judicial de la legitimidad y razonabilidad de tales actos. Debe exponer tanto las
circunstancias fácticas consideradas por el órgano, como explicar las normas jurídicas que
justifican la decisión. En definitiva, “la exigencia de motivación -lo mismo sucede con la sentencia-
no busca establecer formas por las formas mismas, sino preservar valores sustantivos. Aparece
como una necesidad tendiente a la observancia del principio de legalidad en la actuación de los
órganos estatales y que desde el punto de vista del particular o administrado traduce una
pretensión fundada en la idea de una mayor protección de los derechos individuales, ya que de
su cumplimiento depende que el administrado pueda conocer de una manera efectiva y expresa
los antecedentes y razones que justifiquen el dictado del acto” En razón dela mayor gravedad de
sus consecuencias se ha exigid o extrema prolijidad en aquellos actos administrativos que
configuren revocación de otros anteriores o extingan relaciones jurídicas consolidadas. Asimismo
la SCBA entendió que si el acto emana de atribuciones discrecionales de la autoridad
administrativa, mayor es su deber de motivarlo ya que en tales circunstancias debe justificarse
acabadamente su dictado. Conforme el criterio admitido en la materia, y que además constituye
la práctica administrativa, la motivación del acto de ordinario surge de la lectura de sus
considerandos. Mas ello no obsta a que -en ausencia de precepto expreso en contrario- aquélla,
si se desprende del visto, pueda reputarse cumplida, puesto que tal emplazamiento no configura
vicio alguno De otro lado, de cumplirse con los extremos que autorizan la motivación integrativa
del acto resulta insustancial que éste carezca de considerandos.
(Fuente: Gordillo)
Conclusión normal: resolución expresa; por un acto administrativo expreso que contenga la
decisión sobre el fondo de la cuestión planteada.
Conclusión anormal:
PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
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Bolilla 9 - Notificaciones, recursos, amparo por mora
Notificaciones en el procedimiento
Las decisiones de la Administración que no resulten “internas” o de mero trámite, deben llegar a
conocimiento de sus destinatarios como condición d su eficacia, según lo ‘viene interpretando
pacíficamente la actos de alcance general se dan a conocer a la comunidad en forma ficta
mediante su publicación en el Boletín Oficial, mientras las resoluciones particulares deben
notificarse fehacientemente a los interesados. El tema reviste extraordinaria trascendencia pues
siendo la notificación del acto por el cual se pone en conocimiento de la parte una determinada
decisión de la autoridad pública, desde que la misma se concreta comienza a correr el plazo legal
para recurrir la medida o para promover el juicio administrativo. De esta manera la notificación de
la resolución administrativa configura un presupuesto ineludible para que ésta adquiera firmeza a
través de su consentimiento por el interesado.
La notificación de una resolución administrativa configura un acto jurídico cuyo contenido aparece
expresamente consignado en el art. 62 bajo pena de nulidad (art. 67).
De acuerdo al artículo 108 del DLPABA deberá motivarse todo “acto final” es decir aquel que
resuelve el fondo del asunto debatido o examinado en el procedimiento. Este requisito esencial
del acto administrativo está dado por los fundamentos de la medida, la exteriorización de su
“causa”, que no son más que los “vistos y considerandos” que conforman las cuestiones de
hecho y de derecho que dan sustento a la decisión propiamente dicha o parte resolutiva de aquél.
Resulta trascendente para el particular el conocimiento de los fundamentos de la medida que
afecta su esfera jurídica, no sólo para ponerlo en el cabal conocimiento de la voluntad de la
Administración en el tema que lo convoca. Por esa razón la Suprema Corte ha fijado doctrina
señalando que la notificación debe reflejar con claridad la resolución o situación procedimental
que se pone en conocimiento del interesado. Así no puede tenerse por conocido un determinado
acto cuando sólo se citó a la parte a “concurrir a la oficina a efectos que se le comunicarán”
La redacción del artículo 62 en tanto refiere que la notificación deberá contener “la pertinente
motivación” y el “texto íntegro de su parte resolutiva”, genera duda respecto de la posibilidad de
resumir la motivación en el instrumento de notificación. Por la trascendencia que reviste para el
particular el conocimiento de los fundamentos del acto nos pronunciamos por la negativa,
pensando que no es posible condensar la motivación de la decisión. Refuerza esta interpretación
el artículo 65 del DLPABA, en tanto dispone que en el duplicado de la cédula que quedará en
poder del particular estará “transcripta la resolución que deba notificarse”, sin efectuar distingo
alguno entre su motivación y su parte dispositiva. En última instancia, y como es de estilo, basta
con acompañar a la cédula (el medio más empleado para comunicar actos de la Administración)
una copia certificada del instrumento que contiene la resolución a notificar.
La fundamentación integrativa, impuesta por la práctica administrativa y reconocida por la
jurisprudencia (aunque con carácter restrictivo), requiere entre otros aspectos para ser válida
que, “si la resolución remite a varios actos preparatorios, el interesado debe haber tenido acceso
o ser notificado de los dictámenes o informes a los cuales se remite o habrá de remitirse el acto
administrativo resolutorio, previa o juntamente con éste”
G.A.L - S.M – E.D
La parte resolutiva o dispositiva constituye el nudo del acto a notificar pues configura la concreta
decisión administrativa. El instrumento de notificación en el cual no se hubiera transcripto, en
forma íntegra y precisa, la parte resolutiva del acto, resulta ineficaz. Se trata de la identificación
material de las actuaciones a fin de establecer cuál es el procedimiento en el que se ha adoptado
la decisión que se notifica. El artículo 68 del DLPABA los plazos legales del procedimiento “se
computan a partir del día siguiente de la notificación”. A su vez el artículo 63 permite las
notificaciones por medios postales y el correo trabaja durante los días sábados. En virtud de
haberse presentado algunos casos concretos se ha generad i un debate sobre cuándo comienza
a correr el plazo en el supuesto donde la notificación se ha producido por aquel medio en un día
inhábil.
Hutchinson opina que “si se notificó en un día inhábil, sin la habilitación correspondiente,
corresponde que se tenga por operada la notificación el primer día hábil siguiente, y que, por lo
tanto, el cómputo del plazo comience el siguiente día hábil” criterio imperante en la SCBA.
Medios y contenidos
La notificación se concreta mediante el asentamiento de una nota en ese sentido, suscripta por el
administrado o en su caso por su apoderado o mandatario con facultades suficientes al respecto,
al pie del instrumento que contiene al día y la hora en que se desarrolla la misma.
En cumplimiento de la doctrina que emana del art. 62 a fin de facilitar a la parte el examen de la
resolución notificada, debe entregársele una copia íntegra de la misma Si el empleado a cargo de
la diligencia se negara a ello, el particular tendrá derecho a prescindir de notificarse
personalmente y requerir que se le comunique la decisión por otro medio.
La notificación personal en el expediente, al igual que la realizad a mediante cédula o telegrama
recibidos por el destinatario, configura el medio de notificación de máxima certeza en cuanto al
efectivo conocimiento por la parte interesada y produce plenos efectos.
Notificación por telegrama: Ciertos despachos telegráficos permiten contar con una copia del
texto recibido y una constancia de la fecha de entrega. A este medio cabe asimilar la carta-
documento ya que la copia intervenida por el correo en el momento del envió, que queda en
poder del remitente, y el tercer ejemplar que aquella repartición archiva proporcionan suficientes
constancia y gran seguridad a la autoridad interesada en la notificación.
G.A.L - S.M – E.D
Otros medios: La ley autoriza la notificación por cualquier medio que permita tener constancia de
la recepción, de su fecha y del texto comunicad o. En tal sentido, se encuentra permitida y
aceptada la carta documento ‘. Esta amplitud en la elección de los medios de notificación
correlaciona con lo dispuesto en el art. 67 en tanto tiene por válida la notificación del acto “si del
expediente resulta en forma indudable que el interesado ha tenido conocimiento de la
providencia”.
Aquellos actos administrativos que admiten la forma verbal serán notificados verbalmente.
En cambio no es válida la notificación por carta simple, ni por carta certificada con aviso de
recepción, ya que sólo acreditan que el destinatario recibi6 un sobre cerrado pero no su
contenido 20, La realizada mediante fax, se admitió excepcionalmente cuando existían
constancias fehacientes de que el destinatario contestó que efectivamente lo había recepcionado
La tendencia hacia la utilización cada vez más frecuente y generalizada de las nuevas
tecnologías de la información y comunicación, demuestra que el e-mail va ganando terreno, a
punto tal de aceptarse al mismo como un medio válido de notificación. Si bien es cierto que dicho
fenómeno es parcial, no tardará en trasladarse a todos los ámbitos de la Administración.
Por lo demás no existe en el procedimiento administrativo de Buenos Aires la notificación
automática o por ministerio de la ley en determinados días de la semana; ni la derivada del retiro
del expediente; o de la presentación de cédulas, ya que ninguno de estos medios se compadece
con las características del trámite ante 1a Administración, en especial su impulso de oficio y la
instrucción de la prueba.
Lugar en que se concretan las notificaciones: El párrafo final del art. 63 expresa que las
notificaciones (excepto, claro está, la personal en el expediente) serán dirigidas “al domicilio
constituido por el interesado o en su defecto a su domicilio real”.
No se trata de una opción a favor de la autoridad administrativa; siempre que el administrado
haya constituido domicilio la notificación debe dirigirse al mismo Solución que también se
extiende para el supuesto en que sean acumuladas las actuaciones que contienen reclamos o
peticiones diversas de una misma y única persona, pero existen domicilios constituidos en
diferentes lugares, los cuales mantienen su individualidad.
A pesar de que la constitución de domicilio en la primera presentación configura una obligación
reglada en los arts. 24 y siguientes del DLPABA, previendo incluso una intimación oficial en caso
de omisión (arts. 26 y 28), se presenta un problema cuando -a pesar del requerimiento- el
particular no lo fija. En este supuesto, si el interés público vedara el archivo del expediente
deberán efectuar se las notificaciones en el domicilio real, y si éste se desconociera la
notificación se hará mediante edictos como dispone el art. 66.
Cabe igual solución en caso de no existir obligación de Constituir domicilio por tratarse de una
primera comunicación oficiosa al destinatario o a un tercero que no es parte en el procedimiento
En ambos casos, “en defecto” de la existencia de domicilio constituido habrá de dirigirse la
comunicación al domicilio real o convocarse por edictos al particular. Corresponde recordar que
ésta es la única manera de que la resolución llegue a su conocimiento, aun bajo la forma ficta del
edicto, ya que en el procedimiento administrativo bonaerense no existe la Constitución de
domicilio presunta en los estrados de las oficinas públicas, propia del proceso judicial.
Sin embargo, consideramos que a los efectos de salvaguarda los derechos del interesado, y
hacer efectivos los principios de eficiencia, eficacia y buena fe, no bastará que la Administración
manifieste lisa y llanamente desconocer el domicilio, sin demostrar o acreditar en las actuaciones
a través del respectivo informe, haber llevado adelante las diligencias mínimas e imprescindibles
G.A.L - S.M – E.D
para recabar dicha información de sus propios registros o de otras dependencias a las que
habitualmente se les solicita la misma. Difícilmente en la actualidad, una persona no se encuentre
incluida en una base pública o privada de datos (Registro de las Personas, Junta Electoral,
Empresas de Servicios Público8, etc.) máxime cuando existe la obligación legal de empadronarse
y reempadronarse periódicamente a diversos efectos (tributarios previsionales, comerciales etc.).
La normativa que autoriza a utilizar este medio excepcional, claramente dispone que el mismo
será procedente cuando se “ignore”, y difícilmente esto acontecerá cuando cuenta en sus propios
registros o de terceros a los que puede y debe acceder en cumplimiento del mínimo de diligencia
esperado. Por otra parte, ésta es la solucj6 que rige en el ámbito judicial, por lo que mal puede
negarse en el procedimiento administrativo aquello que se tiene en el proceso
No todas las resoluciones adoptadas en el curso del trámite necesitan ser comunicadas a la parte
interesada como condición de su eficacia. El art. 65 precisa que los actos de obligatoria
notificación.
a) Resoluciones de carácter definitivo: Se trata de los actos administrativos finales, con los cuajes
culmina el trámite, sea que se haya iniciado de oficio o a pedido de parte. Así, por ejemplo, son
actos finales el otorgamje0 o negativa del beneficio jubilatorio, adjudicación del contrato en la
licitación, aplicación de una sanción de policía o disciplinaria, revocación de un permiso,
determinación de una deuda impositiva etc. Los actos de carácter definitivo se pronuncian
respecto de la cuestión de fondo que configura el objeto del procedimiento. Los restantes actos
resultan interlocutorios o de mero trámite y, salvo que aparezcan mencionados en esta norma
(como le. apertura a prueba o la concesión de vistas), no deben ser notificados al particular.
b) Emplazamientos y citaciones: Por principio todo emplazamiento o citación que carezca de una
adecuada respuesta por parte del administrado puede acarrearle consecuencias negativas que
pueden llegar a la pérdida del derecho de fondo. Cuando no se haya establecido un plazo
especial para las citaciones y emplazamientos, éste será de diez días” (art. 74).
c) Apertura a prueba: El particular debe ofrecer la prueba de que intente valerse en su primera
presentación (art. 33) y la Administración podrá abrir el trámite a prueba (art. 55). Este
trascendental momento del procedimiento debe ser oportunamente conocido por aquél ya que
tiene derecho a controlar la prueba que produzca oficiosamente la autoridad, anticipando con
amplitud de las respectivas diligencias.
d) Vistas y traslados La esencia de las vistas y traslados requiere una manifestación un voluntad
de la parte privada y otorga un sentido determinante u eventual silencio. De allí la necesidad de
que sean fehacientemente comunicados a su destinatario (por ejemplo, la vista que se confiere a
efectos de alegar por art. 56 del DLPABA.
Artículo 65. Si la notificación se hiciere en el domicilio del recurrente, el empleado designado a tal
efecto llevará por duplicado una cédula en que esté transcripta la resolución que deba notificarse.
Una de las copias la entregará a la persona a la cual deba notificar o en su defecto, a cualquiera
de la casa. En la otra copia destinada a ser agregada al expediente, se pondrá constancia del
día, hora y lugar de la entrega requiriendo la firma de la persona que manifieste ser de la casa, o
poniendo constancia de que se negó a firmar. Cuando el empleado no encontrase la persona a la
cual va a notificar y ninguna de las otras personas de la casa quiera recibirla, la fijará en la puerta
de la misma, dejando constancia en el ejemplar destinado a ser agregado en el expediente.
Cuando la notificación se efectúe por medio de telegrama, servirá de suficiente constancia de la
misma el recibo de entrega de la oficina telegráfica, que deberá agregarse al expediente.
Cómputo del plazo: El art. 66 dispone la publicación de edictos en el Boletín Oficial y la emisión
por una radiodifusora oficial “durante cinco días seguid os”. Cabe el interrogante respecto a si la
intención del legislador ha sido la de incluir la difusión de la citación en chas inhábiles o si la
norma se refiere a publicaciones y emisiones, sin paréntesis, pero siempre en días hábiles
administrativos. Nos pronunciamos por esta segunda solución debido a que el principio general
del procedimiento indica el empleo de días útiles (art. 68 del DLPABA), el Boletín Oficial no
aparece en días feriados, y ante la duda generada debe optarse por la solución que amplíe la
posibilidad de comparecencia del convocado públicamente. A partir del día hábil siguiente al de la
última publicación o radio difusión, o la que se produzca después si no fueran simultáneas, se
computan cinco días (siempre hábiles) y una vez vencido ese plazo, “se proseguirá el trámite en
el estado en que se hallen las actuaciones”.
Prueba: La constancia y recibo emanados del Boletín Oficial y de la Radio Oficial de la Provincia
de Buenos Aires deberán agregarse por la repartición competente al respectivo expediente,
quedando así acreditada la notificación ficta.
La citación pública en el ámbito municipal: Debido a que no existen radios “oficiales” municipales
en todos los partidos bonaerenses, el art. 66 del DLPABA sufrió una adaptación: en lugar de
acompañar la publicación de edictos en el Boletín Oficial con una convocatoria radial se lo hace
con una publicación similar a aquélla en el periódico de mayor difusión en la localidad cabecera
del Partido y sede del Palacio Municipal. Tal vez pensando en la necesidad de abaratar costos,
pero a nuestro juicio reduciendo en exceso el eventual efecto positivo del llamamiento, la
publicación de edictos, en ambos medios, se realizará por un día. La alusión a “los organismos
respectivos” del párrafo final del art. 66 de la Ordenanza General 267 debe interpretarse
aludiendo a los recibos del Boletín Oficial (en realidad el único “organismo”) y al diario privado de
la localidad.
Notificaciones inválidas
Artículo 67. Toda notificación que se hiciere en contravención de las normas prescriptas será nula
y el empleado notificador responderá por los perjuicios que cause al interesado o a la
Administración. Sin embargo, si del expediente resulta en forma indudable que el interesado ha
tenido conocimiento de la providencia, la notificación o citación surtirá desde entonces todos sus
efectos.
Plazos administrativos: Tal como sucede en el proceso judicial las partes del procedimiento
administrativo deben realizar determinados actos en ciertos lapsos fijados por la normativa
vigente. Este espacio de tiempo útil para real izar la actividad procedimental se denomina “plazo”.
La ejecución de tales actos en tiempo oportuno configura una condición de su eficacia.
Conocer con precisión el plazo acordado a cada actividad de las partes del procedimiento, es un
imperativo de orden que redunda en certeza y seguridad jurídica.
La limitación del curso del plazo a los días hábiles es una consecuencia de la necesidad de
correlacionar la actividad del particular y de la propia Administración, a las jornadas de trabajo de
las oficinas públicas ya que, en definitiva, toda presentación o actuación procedimental deberá
concretarse ante las mismas “.
En cuanto a la suerte de las actuaciones realizadas en días inhábiles, sin la expresa habilitación
comunicada al particular su nulidad sólo deberá declararse en caso de haberse afectado la
garantía de defensa del particular, impedido de controlarlas.
Habilitación de días inhábiles: Cuando las circunstancias lo aconsejen, con expresa notificación al
interesado, la autoridad a cargo del trámite podrá disponer diligencias a realizar en días sábados,
domingos o feriados. Se trata de una facultad de la Administración que podrá ejercitar de oficio o
a petición del particular.
También podrán habilitarse “horas inhábiles”, consumándose actos de procedimiento fuera del
horario normal de labor de las oficinas competentes.
Cómputo del plazo: Para establecer si un plazo ha fenecido deben considerarse únicamente los
días hábiles administrativos que han transcurrido, contados a partir del día siguiente de la
notificación al interesado.
Si la misma se realizó en día inhábil, debe considerarse que se notificó el primer día hábil
inmediato posterior, y por lo tanto el plazo empezará a correr al siguiente día hábil. En los medios
ordinarios de notificación, enumerados en el artículo 63, el empleado interviniente dejará
constancia de la fecha en la que aquélla se lleva a cabo. Si la notificación fuera ficta, efectuada
mediante edictos y avisos radiales (art. 66), la notificación se tendrá por efectuada cinco días
hábiles después de la última publicación o emisión.
G.A.L - S.M – E.D
Cargo
Artículo 69 (Texto según ley 13.708). Para determinar si un escrito presentado personalmente en
las oficinas administrativas lo ha sido en término, se tomará en cuenta la fecha indicada en el
cargo o sello fechador. En caso de duda, deberá estarse a la fecha enunciada en el escrito y si
éste a su vez no la tuviere, se considerará que ha sido presentado en término.
El escrito no presentado dentro del horario administrativo del día en que venciere el plazo, podrá
ser entregado válidamente el día hábil inmediato y dentro de las cuatro primeras horas del
horario de atención.
OG 267 art. 69. Para determinar si un escrito presentado personalmente en las oficinas
administrativas lo ha sido en término, se tomará en cuenta la fecha indicada en el cargo o sello
fechador. En caso de duda, deberá estarse a la fecha enunciada en el escrito y si éste a su vez
no la tuviera se considerará que ha sido presentado en término.
Esta norma reitera lo expresado por el artículo 34: “La autoridad administrativa deberá dejar
constancia en cada escrito de la fecha”
Tratándose de un deber de la autoridad a cargo del trámite, generalmente cumplimentada a
través de la mesa de entradas de la repartición, su omisión le es imputable y debe obrar en
beneficio del particular: si el escrito posee fecha (por ejemplo si el administrado utilizó un estilo
epistolar consignando lugar y fecha en su encabezamiento) se interpretará que ella equivale a la
de su presentación. Si nada dice se presumirá que fue presentado en tiempo útil, es decir antes
del vencimiento del plazo correspondiente.
Plazo de gracia: La Suprema Corte provincial, tradicionalmente mantuvo una posición contraria, a
la admisión del plazo de gracia en el procedimiento administrativo Consideró que los plazos del
procedimiento administrativo “llevan ínsita la condición de que la actividad de que se trata deberá
ejercerse indefectiblemente dentro del horario de la Administración, en el día del vencimiento” y
que “el virtual alongamiento del término que en la actualidad consagra el artículo 124 del CPCC,
constituyen procedimientos que no pueden trasladarse a la esfera administrativa sin mengua del
buen orden que debe presidir su actividad”.
ARTÍCULO 70: En los escritos enviados por carta el plazo se contará a partir de la fecha de
emisión que conste en el sello fechador del correo en los casos del artículo 34°, y en las
restantes presentaciones desde la fecha de recepción. En el caso de los telegramas se contará a
partir de la fecha de emisión que en ellos conste como tal.
El juego armónico de los artículos 34 y 70 del decreto-ley viene a consagrar dos principios
diferentes en cuanto a la fecha que se tendrá como “presentación” del escrito cuando el mismo
fuera enviado por correo:
a) Se computa la “fecha de emisión” de la carta, que resulta del sello del correo, cuando se trate
de los siguientes supuestos:
-Contestación de traslados o vistas;
-Interposición de recursos administrativos;
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-Cualquier presentación sujeta a plazo legal o fijado por la autoridad administrativa.
Todos estos actos del procedimiento revisten gran trascendencia para la conservación o el
ejercicio de algún derecho, de allí que el decreto-ley haya optado por la solución más favorable al
administrado, considerando como fecha de recepción del escrito aquélla en que la carta se
presentó al correo.
Cartas documentos: Atento que las cartas-documentos se distribuyen de la misma manera que
las cartas certificadas, a la hora de establecer la fecha de sus ingresos a la oficina a que fueran
dirigidas, debe adoptarse el mismo temperamento que, el regulado para los escritos remitidos en
sobre cerrado. Aunque cuenta con la ventaja, de poderse acreditar el contenido de la’
presentación, ya que queda en poder del interesad o -al igual que en el telegrama- un ejemplar
con la correspondiente atestación en sello al pie inserto por el empleado de la oficina post al, que
da cuenta de su autenticidad, día, mes, año y demás datos personales del emisor y/o quien lo
despacha y en qué condición real iza dicha diligencia.
OG 267 art. 71. Los plazos administrativos obligan por igual y sin necesidad de intimación alguna
a las autoridades administrativas, a los funcionarios municipales personalmente, y a los interesad
os en el procedimiento.
La intención del legislador ha sido loable: dejar claramente establecido que los plazos fijados
para el desarrollo del trámite resultan obligatorios no sólo para la parte privada y los terceros,
sino también para el órgano administrativo y para el funcionario actuante .El decreto-ley insiste en
su intento de dotar de realidad al principio de celeridad consagrado en su artículo 7. Si el agente
no cumple los plazos, viola aquel principio y asume las responsabilidades civiles y administrativas
aludidas en los artículos 50 y 80.
Haciendo nuestras las certeras reflexiones de Gordillo advertimos que, en la práctica del
procedimiento administrativo, no es exacto que los plazos obliguen a ambas partes por igual. Al
menos el rigor con que cada uno los asume es diametralmente diverso. El particular que no
cumple el plazo fatal fijado para interponer recursos, pierde la posibilidad de hacerlo en el futuro y
con ello el derecho material que invocaba. Cuando el órgano administrativo deja de resolver en
los plazos del articulo 77 nada ocurre, y no tenemos noticia de la promoción de juicios civiles de
indemnización de daños, ni de la sustanciación de sumarios disciplinarios contra funcionarios
morosos.
Y para colmo, la distorsión jurisprudencial del amparo por mora, al considerarse apelable la orden
de pronto despacho judicial y con ello el consiguiente efecto suspensivo, torna a dicha opción
judicial en inoperante para vencer la resistencia a resolver.
G.A.L - S.M – E.D
Obligatoriedad de los plazos respecto de administrativa la autoridad: Más allá de la relatividad de
las consecuencias que puede acarrearle al órgano administrativo, o al funcionario en el plano
personal el incumplimiento de los plazos legales, existe una modalidad del procedimiento que
depende enteramente de esa circunstancia. Se trata de la llamada “denegatoria tácita” cuyo
funcionamiento opera, precisamente, a partir del incumplimiento de los plazos para resolver en
forma definitiva la petición del particular (arts., 77 inciso y 79 del DLPABA) 21. La denegatoria
tácita, que habilita para promover juicio administrativo, constituye una consecuencia del carácter
obligatorio de los plazos, pues si fuera posible optar entre expedirse en término o hacerlo en
cualquier tiempo la presunción legal carecería de sentido.
Igual conclusión corresponde aplicar a la orden de pronto despacho judicial -pretensión de
amparo por mora-, que aparece recogido en el CPA y regulado como un proceso especial, de
singulares características (arts. 12 inciso 6 y 76, ley 12.008 y sus modificatorias).
Obligatoriedad de los plazos respecto del particular: Toda vez que los plazos del procedimiento
no son perentorios ¿qué alcance cabe atribuir a la obligatoriedad consagrada en el artículo 71?
Botassi dice que la disposición apunta fundamentalmente a recalcar el carácter obligatorio de los
plazos respecto de la Administración y sus órganos, e incidentalmente incluye al particular cuya
posición respecto de los plazos no puede ser de absoluta indiferencia pues la autoridad a cargo
del trámite puede darle por decaído el derecho a actuar una vez vencidos..
Condición de los plazos en el DLPABA: De acuerdo al artículo 72, el principio general es que los
plazos carecen de perentoriedad, “no hacen decaer el derecho a efectuar las presentaciones del
caso con posterioridad”.
Esto no significa que el particular goce de la facultad de incumplir definitivamente el plazo legal,
pues perderá la posibilidad de ejercitar su rol en el trámite si la Administración declara el
vencimiento del término 24.
Para que el acto tardío revista eficacia deberá concretarse antes que la autoridad dé por decaído
el derecho dejado de utilizar.
El artículo 56 del decreto-ley provee un ejemplo de cómo funciona el plazo procedimental vencido
el plazo de vista durante diez días al interesado, igualmente podrá presentarse el alegato, salvo
que la Administración decida dar por decaído ese derecho, prosiguiendo el trámite.
Va de suyo que se trata de una potestad de la Administración. Si así no fuera, es decir si en
todos los casos el plazo vencido condujera a la pérdida de la posibilidad de actuar en el trámite,
nos encontraríamos frente a un sistema de plazos perentorios. Al mismo tiempo que no son
perentorios, los plazos procedimentales resultan siempre prorrogables, por efecto del artículo 73.
G.A.L - S.M – E.D
El carácter no perentorio del procedimiento no configura una cuestión vinculada a su esencia,
sino que implica un carácter contingente de política legislativa.
Preclusión: La parte final del artículo 72, a la vez que autoriza la presentación de escritos luego
de vencido el plazo legal, advierte que ello no releva a la Administración de continuar el trámite
“según su estad o, sin retrotraer sus etapas”. Se consagra así el principio de “preclusión” del
procedimiento el cual ha sido interpretado como la razón de ser de los propios plazos contenidos
en la ley de la materia.La preclusión configura una exigencia del trámite tendiente a asegurar su
continuidad hacia su destino natural La consumación de ciertos actos impone pasar a los
subsiguientes, sin que exista posibilidad de retroceder a momentos del pasado. Se produce una
clausura definitiva de cada etapa del procedimiento.
Prórroga
a) Solicitud del particular. El interesado debe pedir la prórroga antes del vencimiento del término.
Aunque el artículo 73 no lo indica es obvio que tal petición debe aparecer fundada. Deben
explicitarse las razones por las cuales el plazo originario resulta insuficiente.
Defectos formales
Los artículos 29 y 33 del decreto-ley establecen los requisitos formales que debe reunir toda
presentación administrativa sin que resulte posible discriminar aquellos de importancia
secundaria de los que revisten trascendencia.
De acuerdo al texto estricto del artículo 75, los vicios graves del escrito de interposición del
recurso no sólo obstarían a su consideración como tal sino que lo privarían, incluso, del efecto
interruptivo del plazo.
A raíz del principio de informalismo, que impone a la Administración el deber de intimar la
subsanación de todo defecto formal, coincidimos con HUTCHINSON en que, aun cuando el
escrito careciera de nombre y de firma, de poder individualizarse su autor habría que intimarlo a
rubricarlo.
En última instancia corresponde a la autoridad a cargo del trámite adoptar las medidas
necesarias para dotarlo de eficacia (art. 7 DLPABA).
Por otra parte, el inciso 2° del artículo 92, al disponer que el recurso interrumpe el plazo “aunque
haya sido deducido con defectos formales”, no califica a tales defectos de manera alguna.
En relación a un vicio que excede lo meramente formal, como es la falta de fundamentación del
recurso.
Recursos improcedentes
Si presenta una cuestión diferente a las recién analizadas cuando el particular lisa y llanamente
promueve recursos inexistentes o marcadamente improcedentes. Por ejemplo si apela la
oportunidad, mérito o conveniencia de lo decidido por una entidad autárquica, o deduce un
recurso de apelación ante el Gobernador respecto de un acto dictado por un intendente
municipal.
Pensamos que aun en estos casos el curso del plazo de firmeza debe interrumpirse pues
aparece clara la intención del administrad o de cuestionar la resolución que lo agravia. En tal
supuesto la autoridad a cargo del trámite debe hacerle saber que el recurso es improcedente o
superfluo, y que se encuentra expedita la vía judicial, adoptando la diligencia y premura que las
circunstancias exijan, en atención a los plazos en curso. Claro que la solución debería ser más
sencilla -como ocurre en algunos regímenes especiales, obligándose en una futura reforma, a
consignar en la cédula de notificación bajo pena de nulidad, el denominado de recurso,
G.A.L - S.M – E.D
indicándose qué recursos administrativos son procedentes, plazo, forma y lugar de
interposición, o en su defecto, si se encuentra expedita la acción judicial. La Suprema Corte,
ratificando el criterio restrictivo que tradicionalmente ha mantenido en la materia, ha entendido
que la interposición de recursos improcedentes no interrumpe los plazos del procedimiento (ni
tampoco el plazo de caducidad para accionar judicialmente) por lo cual el acto irregularmente
atacado queda irremediablemente firme .
a) Dos días
Dentro de este plazo deben registrarse las resoluciones que dicte la autoridad interviniente en el
procedimiento. Esta registración resulta de vital importancia pues permite contar con un ejemplar
del instrumento que contiene al acto, y en caso de extravío del expediente contribuirá a su
reconstrucción de conformidad con el artículo 131.
b) Tres días
Providencias “de mero trámite” son aquéllas destinadas a impulsar el procedimiento hacia su
natural destino: la decisión final que resuelve el fondo del asunto. Se diferencian de las
resoluciones “interlocutorias” en que son dictadas oficiosamente por la repartición, mientras que
éstas constituyen respuestas a peticiones concretas del interesado. Son providencias “de mero
trámite” las que ordenan medidas de prueba a iniciativa del órgano administrativo, las que invitan
a alegar, etc.
La distinción entre actos de mero trámite y finales reviste importancia respecto del régimen
recursivo ya que los primeros no admiten el recurso jerárquico ni el de apelación (arts. 92 y 94 del
DLPABA).
c) Tres días
La oficina de notificaciones de la repartición en la cual tramite el expediente debe diligenciar la
cédula o remitir el despacho telegráfico de notificación, dentro de los tres días de recibidas las
actuaciones.
Esto no significa que en ese término deba efectuarse indefectiblemente la concreta notificación al
destinatario, ya que éste puede no ser hallado o el despacho telegráfico resulta infructuoso por
circunstancias ajenas a la voluntad del notificador. Lo que interesa es que dentro del plazo eres
días el sector responsable de las notificaciones instrumente las diligencia, cualquiera sea su
resultado
d) Cinco días
Los informes internos entre diversas oficinas a que alude el artíc ulo 52 deben evacuarse dentro
de los cinco días de requeridos.
e) Diez días
Cuando los informes revistan carácter técnico, presumiendo su mayor complejidad, el decreto-ley
amplía el plazo a diez días. En igual término deben producirse los dictámenes periciales.
En ambos casos el plazo comienza a correr desde la recepción del expediente por el agente,
ampliándose a 30 días si éste, para cumplir su cometido, debe trasladarse fuera del lugar de sus
funciones.
f) Cinco días
La norma se refiere a decisiones “interlocutorias”, es decir a las que configuran respuesta a
peticiones del particular vinculadas a la marcha del trámite. Las decisiones definitivas son
contempladas en el inciso siguiente.
En cuanto a la resolución de recursos de revocatoria, el exiguo plazo de cinco días no será
aplicable si se ataca un acto dictado de oficio y debe producirse prueba, tal como lo prevé el
artículo 96.
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g) Diez y treinta días
Este inciso alude al plazo con que cuenta la Administración para dar definición final al petitum del
particular. Se trata del dictado del acto definitivo, que en caso de ser consentido (causando
estado), pondrá fin al procedimiento. Esta decisión deberá ser motivada, exponiéndose los
hechos y fundamentándose en derecho por imperio del artículo 108. Si la resolución recae como
consecuencia del examen de un recurso jerárquico, que presupone la existencia de uno o más
actos definitivos anteriores, el término legal acordado es de diez días. Este plazo comienza a
correr desde que el órgano recibió el expediente como consecuencia de la interposición del
recurso jerárquico del artículo 92; o desde que el particular mejore o amplíe sus fundamentos en
el caso de tratarse de un recurso de revocatoria y jerárquico en subsidio del artículo 91 del
decreto-ley.
Tratándose de una primera decisión, que presupone el análisis originario de la cuestión, el plazo
se amplía a treinta días. El término comienza a correr una vez que la repartici6n recibe el
expediente con el dictamen de la Asesoría General de Gobierno, el Contador General si
correspondiere y la vista de la Fiscalía de Estado, en su caso. Recién entonces no se admitirán
nuevas presentaciones y deberá dictarse la resolución final (art. 57).
Suspensión de términos
Nos hemos referido a la suspensión de los plazos en los § 306 y 307 a los que remitimos en
cuanto a las características de esta alternativa del procedimiento. Agregaremos aquí que el art.
78, en su segunda parte, contempla un caso de suspensión legal del trámite debido a la
necesidad de contar con nuevos elementos de juicio para mejor proveer. Es obvio que poseer
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opiniones o informes vinculados al asunto bajo examen apunta a la correcta ilustración del
funcionario, justifica su demora y resulta digno de tutela. En última instancia se trata de una
consecuencia del carácter instructora del procedimiento (art. 54) que habilita a la Administración
para requerir cualquier medida conducente a la obtención de la verdad material, sin que decline
su potestad investigativa merced a la existencia de plazos para pronunciarse.
El plazo suspendido recomienza a correr (sumándose el lapso devengado antes de la decisión de
suspenderlo) cuando el órgano recibe el informe o dictamen que ha solicitado o, en su defecto,
cuando vence a su vez el plazo del art. 77 inc. d) o inc. e) con que contaba el órgano requerido
para cumplimentar el pedido.
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C) Concepto y clasificación de los recursos administrativos. Efectos de la interposición de
recursos. Suspensión de la ejecución del acto recurrido. Recursos reglados en las leyes
de procedimiento administrativo de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires.
Impugnación administrativa de reglamentos. Denuncia de ilegitimidad.
Recursos Administrativos
ARTICULO 86°: Toda decisión administrativa final, interlocutoria o de mero trámite que lesione un
derecho o interés legítimo de un administrado o importe una transgresión de normas legales o
reglamentarias o adolezca de vicios que la invaliden, es impugnable mediante los recursos
establecidos en este Capítulo.
Dentro del procedimiento administrativo el recurso constituye una presentación escrita mediante
la cual se impugna una decisión definitiva o un acto de trámite de la Administración) ante el
mismo órgano que lo produjo o ante su superior jerárquico.
El recurso administrativo configura un medio de protección del administrado que utiliza para
alzarse contra un acto que lo agravia. MARIENHOFF lo define como “un medio de impugnar la
decisión de una autoridad administrativa, su reforma o extinción”.
Fioiui, siguiendo a GONZÁLEZ P1REZ, lo caracteriza como “la vía que tiene el administrado,
dentro de la administración pública, para impugnar actos administrativos cuando lesionan sus
derechos o intereses. Según GORDILLO “recursos, en sentido amplio, serían todos los remedios
o medios de protección al alcance del administrado para impugnar los actos -lato sensu- y
hechos administrativos que lo afectan, y en general para defender sus derechos respecto de la
administración pública”.
El recurso tutela el derecho o interés del particular desde el momento que provoca la revisión de
la oportunidad o legalidad del acto recurrido en sede administrativa. Explicando su naturaleza
jurídica la doctrina ha definido el recurso como el “acto” del particular legitimado por el cual pide a
la Administración que revise una decisión administrativa que lo agravia . Con este proceder el
administrado realiza una “impugnación en término, de un acto o reglamento administrativo que
dirige a obtener, del órgano emisor del acto, el superior jerárquico u órgano que ejerce el control
de tutela, la revocación, modificación o saneamiento del acto impugnado” . Esta impugnación
proviene de una efectiva manifestación de voluntad del recurrente y viene a producir efectos
jurídicos respecto de la Administración obligada a sustanciarlo y resolverlo.
Al mismo tiempo, el recurso es un derecho del particular en tanto resulta susceptible de
intentarse frente a una resolución que afecta su esfera jurídica. Ha sido calificado de “derecho
público subjetivo”, diferente del derecho sustantivo cuya protección intenta. Uno es el derecho de
fondo que se invoca en el procedimiento y otro es el “der echo” de recurrir como potestad
procedimental. En rigor el recurso administrativo es a la vez un medio de protección del interés o
el derecho tutelado por el ordenamiento jurídico, un acto del administrado como parte de un
procedimiento y un. derecho de actuar dentro del mismo.
GORDILLO clarifica la cuestión señalando que “cuando el profesor explica a sus alumnos qué es
un recurso, les está mostrando uno de los medios de defensa que los particulares tienen contra el
Estado; cuando un cliente le pregunta a su abogado qué recurso tiene, quiere saber qué derecho
le asiste procedimentalmente para defender su derecho de fondo, y si tiene derecho a interponer
un recurso jerárquico o debe en cambio interponer primero el recurso de reconsideración.
Finalmente, cuando el abogado prepara el escrito del recurso jerárquico y el cliente lo firma por
su propio derecho, o lo firma el letrado en representación del cliente, allí se está haciendo una
manifestación de voluntad privada en el sentido de obtener un nuevo pronunciamiento de la
administración, y estamos en consecuencia frente a un acto jurídico” ‘.
Como resultado de la impugnación deducida contra la decisión del órgano administrativo se da un
nuevo curso (re-curso) a la cuestión, se re-estudia el asunto generador del enfrentamiento y la
Administración procede a ratificar, revocar o reformar el acto recurrido. Así, con la interposición
del recurso se daría inicio a un procedimiento especial impugnatorio o de revisión del acto
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administrativo, que también constituye una forma del ejercicio del der echo constitucional de
peticionar. Esto último resulta mucho más claro en aquellos supuestos en que se recurren actos
dictados de oficio por la Administración.
ARTICULO 86°: Toda decisión administrativa final, interlocutoria o de mero trámite que lesione un
derecho o interés legítimo de un administrado o importe una transgresión de normas legales o
reglamentarias o adolezca de vicios que la invaliden, es impugnable mediante los recursos
establecidos en este Capítulo.
ARTICULO 88°: Los recursos deberán proveerse y resolverse cualquiera sea la denominación
que el interesado les dé, cuando resulte indudable su impugnación o disconformidad con el acto
administrativo.
Clasificación
1- Ordinarios. Se accede a ellos con facilidad pues, en general, la autoridad administrativa carece
de limitaciones para admitirlos y, por el contrario, posee gran amplitud de criterio para resolverlos
(por ej.: el recurso de revocatoria).
La mera interposición del recurso administrativo, cualquiera sea su suerte final, posee
consecuencias jurídicas inmediatas, tanto en relación al procedimiento (interrumpe el curso del
plazo a cuyo vencimiento el acto recurrido se interpreta consentido, impulsa el trámite impidiendo
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la caducidad del mismo, da nacimiento al plazo previsto para su resolución), respecto del acto
impugnado (impide que quede firme, autoriza a la Administración a disponer la suspensión de su
ejecución) y también, en lo referente al derecho de fondo que pueda poseer el recurrente
(suspende el curso de la prescripción).
RECURSO DE REVOCATORIA
ARTICULO 89°: El recurso de revocatoria procederá contra todas las decisiones administrativas
que reúnan los requisitos establecidos en el artículo 86°. Deberá ser fundado por escrito o
interpuesto dentro del plazo de diez (10) días directamente ante la autoridad administrativa de la
que emane el acto impugnado.
ARTICULO 90°: El recurso de revocatoria deberá resolverse sin sustanciación por el órgano que
produjo el acto, salvo medidas para mejor proveer. Solo podrá denegarse si no hubiese sido
fundado, o si la resolución fuere de las previstas en el artículo 87°; en este caso, en la duda se
estará a favor de su admisión.
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ARTICULO 91°: El recurso de revocatoria lleva implícito el jerárquico en subsidio, únicamente en
los casos de las decisiones referidas en el artículo 92°. Cuando hubiese sido rechazada la
revocatoria, deberán elevarse las actuaciones, y dentro de las cuarenta y ocho (48) horas de
recibido el expediente por el superior, el interesado podrá mejorar o ampliar los fundamentos de
su recurso.
El recurso de revocatoria es aquel que se presenta ante el mismo órgano que dictó el acto
recurrido con la finalidad de que lo revoque, modifique, sanee o reemplace por contrario imperio.
Equivale al recurso de reconsideración del orden nacional y procede en la totalidad de los
supuestos de recurribilidad de los actos administrativos contemplados en el art. 86 (cuando el
interesado vea lesionado su derecho o interés jurídicamente tutelado, cuando el acto viole el
bloque de legalidad o aparezca viciado; sea que se trate de decisiones finales o de mero trámite)
Si quien deduce el recurso de revocatoria reviste condición de “parte” en el procedimiento, puede
fundarlo tanto en razones de legitimidad como de oportunidad o mérito.
Caracteres
a) Debe interponerse dentro del plazo de diez días de notificado el acto, ante la autoridad que lo
dictó, quien será también la encargada de resolverlo.
b) El escrito de interposición deberá expresar los fundamentos de hecho y de derecho o, lo que
es Jo mismo, señalar los defectos fácticos y/o jurídicos que se reprochan al acto impugnado. Si
se omitiera la fundamentación, el art. 90 dispone el rechazo del recurso.
c) Resulta de interposición “optativa”, pues no configura requisito previo del recurso jerárquico al
cual puede accederse en forma directa.
d) Puede articularse contra la decisión definitiva del 6rgano jerárquicamente superior de una
entidad autárquica, pues resulta optativo respecto del recurso de apelación procedente. Deducida
la revocatoria, si la repartición la rechaza, resulta viable plantear la apelación
e) Cuando se dirige contra actos definitivos y los demás contemplados en el art. 92, lleva implícito
el recurso jerárquico en subsidio (art. 91).
f) En la práctica rara vez produce efectos positivos para el recurrente pues difícilmente el mismo
funcionario que resolvió la cuestión cambie de opinión ante el nuevo intento del administrado
g) El plazo para resolverlo es de cinco días contados desde el día siguiente al de interposición del
recurso (art. 77 inc. f), salvo que deba sustanciarse abriendo el trámite a prueba, en cuyo caso
este plazo comenzará a correr desde el día siguiente a la presentación del alegado o desde el día
siguiente al vencimiento del término para alegar. Si es necesario requerir los dictámenes y la vista
de los órganos de asesoramiento y control contable y de legalidad, a partir del día siguiente a su
agregación o desde que venció el plazo para hacerlo.
h) Si el plazo legalmente acordado para resolver el pedido de revocatoria vence, “el interesado
podrá recurrir directamente ante el órgano superior para que se avoque el conocimiento y
decisión del recurso” (art. 93).
i) Puede ir acompañado de ofrecimiento de prueba; sin perjuicio de la facultad del órgano de
requerir medidas para mejor proveer en todos los casos (art. 90).
j) No procede respecto de resoluciones que resuelven un recurso de reconsideración anterior
k) En caso de duda sobre su procedencia formal o temporal corresponde pronunciarse a favor de
su admisión (art. del art. 90, parte final).
Se trata, en otras palabras, de una decisión definitiva que causa estado. El carácter definitivo del
acto se define con relativa facilidad: es aquel que decide sobre el fondo del asunto, que otorga o
nieg a la pretensión del particular (o que, sin hacerlo expresamente, pone fin al debate
extinguiendo toda posibilidad de continuación ante la Administración). En cambio lo atinente a la
causación de listado, está relacionado con la maduración suficiente del trámite, a punto tal que
deja expedita la acción judicial, debiéndose promover 1 correspondiente juicio a los efectos de no
consentir la actuación cuestionada.
El recurso de revocatoria una opción establecida a favor del interesado, quien puede si así lo
desea. interponerlo o demandar directamente al juez “En el campo de las pretensiones
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impugnativas, la carga de acudir ante la administración responde, principalmente, a la necesidad
de contar con un acto que proyecte la voluntad institucionalizada del ente público para configurar
de tal modo un caso que le sea imputable por su actuación. Por tal motivo, la normativa procesal
aplicable (art. 14 del CPA) en modo alguno impone al interesado la carga de articular una
revocatoria o reposición cuando existe un acto definitivo emanado de la autoridad administrativa
con competencia resolutoria final, ya que en tal supuesto la voluntad estatal se considera
suficientemente expresada con dicha decisión. En ello estriba el carácter facultativo de esa clase
de remedio recursivo: el no estar sujeto a la carga de interponer un recurso, las más de las veces
inútil, para aguardar su respuesta como condición de acceso a la jurisdicción”
También se ha señalado que “una cosa es reconocer, en congruencia con lo dispuesto por la
nueva codificación y con el principio de acceso a la jurisdicción y con el de demandabiidad directa
(arts. 15 y 166 de la CPBA)- el valor optativo que, de ordinario, se adjudica a la reconsideración
administrativa y otra, bien diversa, es postular que sea lo mismo ejercer tal facultad recursiva
respetando o incumpliendo los plazos reglados, o que deba soslayarse el carácter obligatorio y
perentorio que el ordenamiento expresamente les asigna a éstos (arts. 71 y 74, primera parte,
dec. ley 7647/70). Si el interesado optó por proseguir el tránsito administrativo, más lo hizo fuera
de plazo, y si, para más, no invocó, ni acreditó circunstancia alguna que enervase los efectos
jurídicos derivados de la presentación tardía en dicha sede o que fundase la pertinencia de la
impugnabilidad del pronunciamiento de la administración que así lo declaró, entonces deberá
cargar con las consecuencias de su propio obrar; y, en tal sentido, de los arts. 18 inciso a),
segunda parte y 35 inc. 1 ap. i) de la ley 12.008 -texto según ley 13.101- se desprende que la
apuntada falencia -configuración de la firmeza del acto definitivo por inexistencia de recurso hábil
para interrumpir .o suspender el plazo correspondiente- impide dar curso a la pretensión
anulatoria”
RECURSO JERÁRQUICO
ARTICULO 92°: El recurso jerárquico procederá contra los actos administrativos finales y los que
resuelvan las peticiones del interesado, excepto las que originen providencias de mero trámite.
Deberá ser fundado por escrito cuando no se hubiere deducido recurso de revocatoria e
interponerse dentro del plazo de diez (10) días ante la autoridad que emitió el acto impugnado,
elevándose las actuaciones al superior.
ARTICULO 93°: Cuando hubiera vencido el plazo establecido para resolver la revocatoria y la
administración guardare silencio, el interesado podrá recurrir directamente ante el órgano
superior para que se avoque al conocimiento y decisión del recurso.
Recurso jerárquico es aquel mediante el cual se impugna un acto administrativo definitivo o que
afecta el derecho de defensa del particular, y que debe ser resuelto por un órgano superior a
aquel del cual emana. Reviste gran trascendencia jurídica pues pone en marcha el sistema de
control jerárquico, conjugando los principios de legitimidad y eficacia con la unidad de acción que
debe presidir la actividad de la Administración Pública
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La propia existencia del recurso jerárquico aparece vinculada con la organización administrativa
del Estado, la cual, bajo cualquier régimen político y en todas las épocas, se estructura en base a
un orden jerárquico
Caracteres:
a) Se deduce ante el mismo órgano que dictó el acto pero es resuelto por otro órgano superior;
b) Salvo en los casos en que hubiere sido precedido de un recurso de revocatoria deberá ser
fundado por escrito;
e) Debe interponerse dentro de los diez días de notificado el acto;
d) Procede contra actos que hacen mérito sobre la cuestión de fondo y respecto de actos
interlocutorios que afecten el derecho de defensa del administrado
e) Funciona subsidiariamente en todo recurso de revocatoria intentado contra el tipo de actos
mencionado (art. 91);
f) En ningún caso procede respecto de actos de mero trámite;
g) No resulta procedente respecto de actos emanados del titular de una entidad autárquica -léase
entes descentralizados- (art. 94); en cambio es posible deducirlo contra actos emanados de los
órganos inferiores de las mismas para que sea resuelto por el superior jerárquico.
h) Debe resolverse en el plazo de diez días (art. 77 inc. g);
i) Puede ir acompañado de ofrecimiento de prueba, tanto si se intenta contra actos dictados de
oficio o con la intervención del interesado
j) No procede si existe un procedimiento reglado especial que contempla un recurso similar
k) Tampoco procede en relación a actos definitivos, dictados con audiencia del interesado que
causen estado (es decir que dejen expedita la vía judicial)
1) Debe resolverlo el órgano inmediato superior al que dictó el acto si éste proviene de un
funcionario de jerarquía inferior a director. En caso contrario, es decir si la decisión recurrida
emana de un director o funcionario superior a tal categoría, el recurso debe resolverlo el Poder
Ejecutivo
RECURSO DE APELACIÓN
ARTICULO 94°: Contra las decisiones finales de los entes descentralizados, que no dejen abierta
la acción contencioso-administrativa, procederá un recurso de apelación con las formalidades
establecidas en el artículo 92°. El conocimiento de este recurso por el Departamento Ejecutivo
está limitado al control de la legitimidad del acto, el que podrá anular, pero no modificar o
sustituir. Anulado el acto procederá la devolución de las actuaciones para que el ente
descentralizado dicte nuevo acto administrativo ajustado a derecho.
ARTÍCULO 94: Contra las decisiones finales de los entes autárquicos, que no dejen abierta la
acción contencioso administrativa, procederá un recurso de apelación con las formalidades
establecidas en el artículo 92°. El conocimiento de este recurso por el Poder Ejecutivo está
limitado al control de la legitimidad del acto, el que podrá anular, pero no modificar o sustituir.
Anulado el acto procederá la devolución de las actuaciones para que el ente autárquico dicte
nuevo acto administrativo ajustado a derecho.
De acuerdo al texto del decreto-ley, el recurso de, apelación es aquel medio de impugnación para
ciertas decisiones de las entidades descentralizadas con la finalidad de demostrar su ilegalidad
ante el Poder Ejecutivo, quien de corresponder, las anulará.
Desde el punto de vista del órgano recurrido, la apelación únicamente procede respecto de
actos administrativos de entes descentralizados. Estos se caracterizan por ser creados por ley
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formal –aunque excepcionalmente se ha admitido el decreto-, gozar de personalidad jurídica
pública independiente de la Administración Central y poseer la facultad de autogobierno en los
asuntos legalmente puestos a su cargo. La existencia del recurso de apelación, ante la falta de
relación jerárquica entre el órgano recurrido y el que resuelve la impugnación, encuentra apoyo
en el principio constitucional que coloca al Gobernador como Jefe de la Administración Provincial
(art. 144 de IfA CPBA), último responsable de la legalidad de las decisiones oficiales y detentador
de un poder de tutela que ejercita, entre otros medios, a través de la sustanciación y decisión de
este recurso.
Caracteres
a) A diferencia de lo que ocurre en los recursos estudiados precedentemente (revocatoria y
jerárquico) que proceden tanto por razones de ilegitimidad como de oportunidad, mérito o
conveniencia, recurso de apelación sólo puede intentarse cuando el acto se aparte de la solución
jurídica correspondiente a la pretensión del particular.
b) La circunstancia apuntada hace que el Poder Ejecutivo, limitarlo a controlar la legitimidad de la
decisión impugnada, pueda anularla pero no modificarla o reemplazarla por otra de su autoría.
c) Por aplicación del art. 92 del decreto-ley, la apelación deberá fundarse en el mismo escrito en
que se la interpone (salvo que fuera precedida de un recurso de revocatoria), deducirse dentro
del plazo de diez días y dirigirse al órgano que dictó el acto para que lo al Poder Ejecutivo.
d )La apelación puede rea]izarse a continuación de un recurso de revocatoria fallido .
e) “El recurso de apelación contra la decisión de un ente autárquico no puede considerarse
interpuesto en subsidio -como lo es, en cambio, el jerárquico contra actos de la administración
centraliza a-, debiendo ser expreso y concreto” Sin embargo, por aplicación de los principios de
celeridad y amplitud en la recepción de recursos, nada impide que se deduzca en subsidio de
una revocatoria en forma expresa.
De conformidad con el art. 94 el recurso de apelación sólo procede contra actos que se expiden
sobre la cuestión de fondo -a los que en la terminología legal se los denomina como finales-,
emanados del órgano superior del ente autárquico y mediante los cuales ho quede todavía
habilitada la acción judicial.
El concepto se reitera en el art. 97 inc. b. El carácter definitivo del acto no ofrece mayor dificultad,
en cam1 resulta imprescindible considerar detenidamente lo relativo al acto que deja abierta la
acción contencioso administrativa. La regulación constitucional y legal (art. 166 de la CPBA; arts.
14 y 15 del CPA -ley 12.008 y sus modificatorias-) relativa al agotamiento de la vía administrativa
en general, expande sus efectos sobre esta cuestión particular. Por lo pronto, las resoluciones del
ente descentralizado emitidas por la autoridad jerárquicamente superior, en el ejercicio de una
competencia propia, que hagan mérito sobre la cuestión de fondo -o que atendiendo a un aspecto
del trámite, impidan su continuaci6n-, y que afecten un derecho o interés jurídicamente tutelado,
dejan expedita la acción judicial, tornando innecesario la articulación recursiva. Se trata de
decisiones que permiten derechamente su cuestionamiento judicial, vedando el examen de
legalidad por parte del Poder Ejecutivo.
A tales efectos, es absolutamente indiferente si las aludidas resoluciones fueron dictadas de
oficio o con audiencia del interesado, como un el ejercicio de facultades regladas o discrecionales
Sin embargo, estimamos necesario dejar a salvo la posibilidad en cabeza del interesado, para
optar por su articulación, si así lo considera conveniente, quien puede intentar válidamente
revertir la situación de agravio ante el Poder Ejecutivo o quien tenga la competencia delegada a
tales fines, quedando recién entonces agotada la vía administrativa una vez que éste se expida.
El DLPABA regula el recurso de apelación para ser intentado contra decisiones de “entes
autárquicos”, sin aclarar -como lo hace la normativa nacional 81 si cabe extenderlo a las
Empresas o Sociedades en las que tenga participación el Estado, que revisten el carácter de
entes descentralizados al igual que aquéllas. Piensan Botassi- Oroz que la respuesta debe ser
afirmativa, pues tales entes, medios de intervención del Estado en la economía, producen actos
administrativos cuya legitimidad cabe controlar y también porque la amplitud de recepción de los
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medios recursivos hace a la mejor defensa del principio constitucional del debido proceso a favor
del administrado. Ambas partes de la relación jurídica administrativa se favorecen con un criterio
interpretativo amplio, sin perjuicio de admitir por otra parte, el carácter optativo a favor del
interesado que actualmente reviste el recurso de apelación.
De manera que la expresión de la Ordenanza 267, en tanto alude a los “entes descentralizados”
es más amplio y comprensivo que la contenida en el DLPABA. De todos modos insistimos en
propiciar una interpretación extensiva de esta última incluyendo a las empresas y sociedades con
participación o de propiedad estatal, entre los posibles sujetos recurridos por apelación
ARTICULO 95°: En caso de que, por una medida de carácter general, la autoridad administrativa
perjudicase derechos privados o de otra administración pública, deberá acudirse individualmente
a la misma autoridad que dictó la medida general, reclamando de ella, y solicitando se deje sin
efecto la disposición en cuanto al interés a que perjudica o al derecho que vulnera, dentro del
plazo de treinta (30) días a partir de la última publicación o de su notificación.
El decreto-ley regula un recurso contra “actos generales”, a los que también denomina “medida
de carácter general”. En la doctrina nacional se habla de “actos de alcance general”, terminología
que también emplea el DLPAN en su art. 24 y su Reglamento en el art. 73, para aludir a los
reglamentos administrativos y a ciertas decisiones de la Administración caracterizada por tener
múltiples o indeterminados destinatarios
Cree Botassi-Oroz que ambos conceptos deben distinguirse pues su régimen jurídico -más allá
de algunas coincidencias -resulta esencial mente diferente
El “acta de alcance general” se concibe como aquel dirigido a una cantidad de personas o a un
número indeterminado de ellas, si, contenido nor,nativ0 que se agota en el mismo momento de
su cumplimiento Por ejemplo si en un decreto del PE o en una misma resolución ministerial se
resolvieran cuestiones atinentes a varias personas dentro de una misma situación jurídica . Este
tipo de decisión configura un verdadero acto administrativo cuya única particularidad es
influenciar en la esfera jurídica de varias personas a la vez. De allí que Fiori señale con acierto
que estamos frente a “actos colectivos que son en realidad varios actos particulares
instrumentados en uno solo, aunque Podrían haber sido expuestos en forma separada. A
diferencia del acto de alcance general el reglamento configura una decisión de la Administración
creadora de “normas jurídicas generales y obligatorias operando sus efectos en el plano
externo a través de la regulación de situaciones impersonales y objetivas” .El Cumplimiento del
reglamento por parte de sus destinatarios (toda la Comunidad o un sector de ella) en lugar de
consumirlo como al acto colectivo viene a afirmarlo como ordenamiento jurídico acatado por la
sociedad.
Desde luego que más allá de la sustancial distinción preceden teniente expuesta, considerando el
número plural de sujetos a que va dirigido, el reglamento es también un acto de alcance general
en sentido lato. Puede afirmarse entonces que los “actos genera del artículo 95 del DLPA.BA se
dividen en dos especies: aquellos que carecen de contenido normativo, configurando verdaderos
actos administrativos y los que reconocen categoría de reglas jurídicas objetivas, integran el
bloque de legalidad y no constituyen actos administrativos Si bien ambos van dirigidos a múltiples
administrados, el carácter normativo del reglamento marca las diferencias. El decreto-ley
7647/70 distingue expresamente ambos tipos de actos generales en su artículo 120 al reglar la
elaboración de “actos de alcance general” y de los “reg1amentos administrativos.
Igualmente la parte final del artículo 95, en tanto menciona los dos mecanismos clásicos de
publicidad de las decisiones administrativas obliga a suponer que la “publicación alude a los
reglamentos y la “notificación a los actos de alcance general pues en los primeros difícilmente se
conozca a priori la identidad de quienes se someterán a su noria, mientras en los segundos es
posible identificar a sus destinatarios .BEZZI, presidente de la comisión redactora del decreto-ley
señaló que la relación del artículo 95 resultaba coherente co la del Código Contencioso
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Administrativo -refiriéndose al Código Varela vigente por entonces, que en su artículo 2 y su nota,
indicaba que el acto general era tanto el de destinatario plural (sin contenido normativo) como el
reglamento.
Legitimación: En coincidencia con el principio general del art. 86 del DLPABA, el art. 95 prevé
que el recurso contra el acto general sea deducido por quienes detenten derechos subjetivos o
intereses legítimos, que en la actualidad quedan subsumidos en la amplia y generosa expresión
de derechos o intereses jurídicamente tutelados. Hemos señalad o anteriormente ( 64 bis) que en
atención a lo previsto en el art. 13 del CPA -ley 12.008 y sus modificatorias-, en el procedimiento
administrativo la legitimación debe ser interpretada con amplitud, incluyendo a las nuevas
situaciones jurídicas subjetivas que rigen en el ámbito del proceso. Por otro lado, la interpretación
amplia que propugnamos da pie para incluir en el grupo legitimado a los titulares de intereses
simples ya que la norma dispone que el recurso apunta a dejar sin efecto la disposición general
“en cuanto al interés a que perjudica”, sin calificarlo de manera alguna. En última instancia la
amplitud en la recepción de la impugnación mejorará la protección del administrado y beneficiará
al propio poder administrador al convocarlo a revisar, frente a argumentos críticos concretos, la
legitimidad de sus decisiones.
Plazo: El cuestionamiento del acto general en forma directa puede efectuarse hasta treinta días
hábiles posteriores a su publicación en el Boletín Oficial o a su comunicación a los interesados.
El plazo comienza a correr a partir del día siguiente de la publicación (arts. 112 y 125) o de su
notificación fehaciente (art. 68 de la LPABA). De todos modos, como expondremos
seguidamente, vencido el plazo de 30 días, solamente cae la posibilidad del cuestionamiento
directo del reglamento, y ello en modo alguno perjudica la impugnación indirecta (administrativa o
judicial) a través de la interposición de recurso administrativo o demanda judicial contra el acto
particular de aplicación.
Efectos: El acto que resuelve la impugnación podrá ratificar la medida general, revocarla total o
parcialmente y aun modificarla. De prosperar el reclamo directo contra el acto general, a nuestro
juicio, ello acarreará su eliminación del mundo jurídico. Esta es la solución correcta mientras se
haya planteado la ilegitimidad de la medida ya que lo antijurídico no puede ni debe sobrevivir, sea
que lo detecte oficiosamente la Administración o que recién lo advierta ante el cuestionamiento
del interesado. En cambio, si se cuestiona la oportunidad del acto de alcance general (acto
administrativo de destinatario plural) o de un reglamento (decisión administrativa de tipo
normativo), el acogimiento del recurso sólo tendrá efectos respecto de la parte que lo interpuso.
Es posible suponer que el particular que lo consintió, o no fue afectado por la medida, o lo fue sin
agravio de magnitud, o adapté la misma a sus circunstancias personales, no posee interés en
cuestionario. Aquello que es inoportuno para un destinatario del acto de alcance general o
alguien alcanzado por el reglamento, puede no serlo para otros.
ARTICULO 96°: Cuando el recurso se deduzca contra actos dictados de oficio, comprendiendo
los que rescindan, modifiquen o interpreten contratos administrativos, podrá ofrecerse prueba de
acuerdo con los artículos 55° y 56°.
Si los actos referidos en los artículos 95° y el presente emanarán del Departamento Ejecutivo,
sólo procederá el recurso de revocatoria, cuya decisión será definitiva y causará estado.
El artículo 96 reafirma este principio toda vez que si el acto recurrido fue dictado de oficio, el
recurso en su contra constituirá la primera oportunidad con que cuenta el interesado para ofrecer
la prueba que apoye su postura.
Exclusiones
a) Cuando una ley u ordenanza haya reglado de modo expreso la tramitación de las cuestiones
administrativas que su aplicación origine, siempre que provean un recurso de análoga naturaleza.
b) Contra los actos administrativos definitivos, dictados con audiencia o intervención del
interesado y que dejen expedita la acción contencioso-administrativa.
c) Contra los actos de los entes autárquicos cuando se cuestione el mérito de los mismos
Efectos
1) Interrumpir el plazo del artículo 92° aunque haya sido deducido con efectos formales o ante
órgano incompetente.
3) Impulsar el procedimiento, haciendo nacer los plazos que los funcionarios públicos tienen para
proveerlo y tramitarlo.
Trámite y decisión
ARTICULO 99°: Cuando el acto emane de un órgano inferior a director o equivalente, el recurso
jerárquico será resuelto por el superior.
ARTICULO 101°: Los recursos de revocatoria previstos por los artículos 95° y 96°, jerárquicos y
de apelación, se sustanciarán con dictamen legal. La autoridad administrativa municipal podrá
disponer de oficio y para mejor proveer o por requerimiento del letrado municipal, las diligencias
que estimen conducentes al esclarecimiento de la cuestión planteada.
Denuncia de ilegitimidad
Concepto: La segunda parte del artículo 74 dota de eventuales consecuencias jurídicas al
recurso interpuesto después de vencido el plazo, en tanto obliga a su consideración al solo efecto
de determinar si importa una denuncia de ilegitimidad, y en caso afirmativo, a sustanciarlo hasta
decidir si el acto recurrido se ha apartado o no de la normativa aplicable en la cuestión de fondo.
En definitiva se otorga virtualidad a un recurso tardío tanto en razón del propio interés estatal en
el respeto de la legalidad como en la necesidad de preservar los derechos del administrado de
petición a las autoridades para obtener el logro de la verdad material. La Suprema Corte de
Buenos Aires ha entendido que la denuncia de ilegitimidad constituye “el ejercicio por parte del
poder administrador de una facultad reconocida por la ley en vista, exclusivamente, del interés
público” Se trata de un supuesto especial de “denuncia” como medio de defensa de la legalidad,
regulada en los artículos 81 a 85 del DLP.ABA.
Caracteres
Cualquiera sea la naturaleza de este instituto el texto legal y su interpretación doctrinaria y
jurisprudencial, permiten enunciar sus caracteres:
1°) Ante la posibilidad de estar en presencia de una efectiva denuncia de ilegitimidad, todo
recurso 38 presentado fuera de término debe ser remitido por el órgano que dictó el acto
cuestionado a su superior jerárquico, sin que le sea posible rechazar liminarmente el escrito ni
devolverlo en el acto al interesado. Si el acto provino del propio P.E., éste deberá verificar si se
trata de un planteo de ilegitimidad y en su caso sustanciarlo.
La expresión “será considerado por el órgano superior”, debe entenderse referida a la autoridad
superior que existe en toda organización administrativa, y que se presenta tanto en el marco de
las relaciones de jerarquía propiamente dichas corno en las de tutela administrativa. Por tal
razón, sostenemos que cuando el acto tardíamente impugnado, fue emitido en el ejercicio de una
competencia delegada, o por un órgano desconcentrado, o por un órgano inferior que por
disposición expresa de la ley es considerado la autoridad superior a los efectos del agotamiento
de la vía administrativa, debe conocer el órgano que lo antecede en el grado (Administración
central) o en su defecto, el Jefe de la Administración (Administración descentralizada y cuando el
acto proviene de la autoridad superior).
2°) “No puede ser considerada razonable la decisión que, al desestimar una denuncia de
ilegitimidad, se base exclusivamente en su extemporaneidad como recurso, ya que el artículo 74
del decreto-ley 7647/70 obliga a considerar las denuncias de ilegitimidad insertas en todo recurso
interpuesto fuera de término”
3°) Si el recurso tardío se alza contra la legitimidad del acto, el órgano superior que recibió las
actuaciones debe analizarlo y pronunciarse sobre su admisibilidad formal. En caso afirmativo
G.A.L - S.M – E.D
corresponderá que lo sustancie y resuelva 40• Para el supuesto del acto emitido por el P.E., nos
remitimos a lo dicho en el inciso 1°.
4°) Por el contrario si se cuestiona la oportunidad, mérito o conveniencia del acto recurrido, se
rechazará el planteo sin sustanciación alguna. Este análisis le está vedado al órgano que dicté el
acto, para evitar que el control de legalidad que inspira este instituto se torne ilusorio, a excepción
de lo expuesto en los incisos 1 y 3° en relación al P.E.
Concepto: Es el recurso que tiene por objeto procurar que un órgano administrativo sea requerido
para que prosiga un procedimiento, emita un dictamen o dicte un acto o resolución dentro del
plazo que se le fije, cuando está vencido el término dentro del cual la actividad administrativa
debió ser realizada.
El amparo por mora es una acción judicial y su objeto es quebrar el silencio administrativo.
Trámite
a) Personas legitimadas: todo el que fuera parte en un procedimiento administrativo.
b) Órgano ante el cual se interpone y resuelve: Juez de Primera Instancia en lo Civil y
Comercial en turno de la Capital.
c) Presupuestos de interposición: hay que distinguir diversos supuestos:
1) Si la normativa determina plazos para que la Administración se expida y ésta hubiere
dejado vencer los mismos.
2) Si no estuvieren fijados plazos para la actuación administrativa y hubiere transcurrido uno
que, a criterio del juez, excede lo razonable.
En ambos casos la Administración deja transcurrir el tiempo sin emitir dictamen o dictar la
resolución de mero trámite o de fondo que requería el interesado
No se requiere acreditación de perjuicio alguno ni tampoco ninguna intimación, es sugiciente que
se acredite “prima facie” la existencia de la mora administrativa.
d) Procedimiento:
1) Presentado el petitorio, si el Juez lo estimare pertinente en atención a las circunstancias
requerirá a la autoridad administrativa interviniente que en el plazo que se fije, nunca mayor de
10 días, informe sobre la causa de la mora aducida (Art. 217).
Es decir, el que es parte en el procedimiento administrativo requiere al Juez que libre “orden de
pronto despacho”, y la única actividad en el proceso que tiene la Administración es la de emitir el
informe.
El Juez se encuentra facultado a pedir o no el informe, depende de las circunstancias del caso.
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2) El pedido de informe se dirigirá simultáneamente al órgano superior del organismo de que
se trate y al funcionario que se encontrare en mora respecto al procedimiento, según la denuncia
que se formule (Art. 218).
3) Contestado el requerimiento o si no se hubiese evacuado, vencido el plazo para ello,
resolverá lo pertinente acerca de la mora, librando la orden que correspondiere para que la
autoridad administrativa responsable despache las actuaciones en el plazo prudencial que se
establezca según la naturaleza y complejidad del dictamen o trámite pertinente (Art. 219).
4) La desobediencia a la orden hará aplicables las sanciones a que hubiere lugar y
transcurrido el plazo fijado, se tendrá por agotada la instancia administrativa, quedano expedita la
vía judicial si correspondiere (art. 221).
Surge de lo expuesto que la queja es secundaria como instrumento eficaz de defensa de los
derechos o intereses de los administrados, en tanto que el amparo por mora es generalmente
eficaz y hasta muy eficaz. No podría ser de otra manera: Se trata de la tutela del derecho
constitucional a peticionar y obtener una respuesta en tiempo adecuado3 u obtener una
respuesta cierta, completa, exacta, en forma oportuna.
Es también útil el amparo por mora para obtener vista y copia de las actuaciones cuando la
administración es reticente a hacer lo uno o lo otro. El hecho de que la administración tenga que
enviar el expediente a la justicia permite al interesado, por intermedio de su letrado, realizar
diversas actividades complementarias útiles a su defensa, p. ej. retirarlo en préstamo (la
administración nunca lo presta) y permite entonces fotocopiarlo con comodidad (lo que la
administración no autoriza con mucha frecuencia); facilita certificar copias (lo que tampoco la
administración suele hacer fácilmente y menos del expediente en su totalidad), etc.
• Naturaleza jurídica:
Naturaleza intrínseca: como la licitación pública implica etapas y pasos, que debe
seguirse en el marco de la contratación, y que tiene como objetivo principal elegir a
un adjudicatario no hay duda que desde este punto de vista la licitación pública es
un procedimiento.
¿A qué elemento se vincula (esenciales)?
1) Jéze: Competencia. “La licitación pública es un acto-condición, atento que este
sistema condiciona al funcionario que debe contratar”.
2) Marienhoff: Forma (por su postura amplia, en donde están incluidas las
formalidades previas). Dice que son formalidades previas a la celebración del
contrato administrativo (que es un acto administrativo –para él- bilateral).
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3) Comadira: Procedimiento.
¿La licitación pública es una oferta de la administración pública?
NO, es un PEDIDO de ofertas (“Vengan los que quieren competir y después elijo el
más conveniente”).
Si la administración decide no contratar no debe pagar daños, aunque los oferentes
hayan incurrido en gastos.
• Ventajas e inconvenientes:
Ventajas:
-Acción moralizadora. A través de este sistema disminuyen las posibilidades de que
funcionarios públicos contraten con determinadas personas (físicas o jurídicas) a
efecto de beneficiarlos.
-Beneficios económicos. Al estar la concurrencia, eso hace en principio de que la
administración pública se favorezca de una postura económica.
-Control de los oferentes. Ellos mismos (Con interés directo) van a controlar el
sistema de elección.
Inconvenientes:
-Lentitud: requiere la intervención de muchos órganos administrativos.
-Connivencias de los oferentes. En determinados supuestos hay pocos oferentes,
se corre el riesgo de que se pongan de acuerdo para elevar el presupuesto.
• Etapas:
- Cuestión previa: cualquier a que quiera participar en una licitación pública debe estar
inscripto en el registro de licitadores (hay diferentes: de Suministros; Obras Públicas)
4) Apertura de sobres (Puede, por la magnitud por ejemplo de una obra pública, que
exista doble sobre).
En el lugar, día y hora determinados en los avisos para celebrar el acto, se procederá a
abrir los sobres que contienen las propuestas. Estarán presentes los funcionarios
designados por el organismo licitante y los proponentes que desearen presenciarlo.
Vencido el plazo para la admisión de las propuestas, y antes de iniciarse la apertura de
los sobres, los interesados podrán pedir explicaciones o formular reclamaciones o
aclaraciones relacionadas con el acto; pero iniciada la apertura de los sobres, no se
admitirá observación o explicación alguna.
Se abrirán los sobres que contienen las propuestas; éstas se leerán en alta voz por el
actuario ante los funcionarios y personas que presencien el acto.
El abordaje del tema “Licitación Pública y otros…” fue realizado en base al régimen
nacional.
Decreto: 1050/09
REGLAMENTARIO DE LA LEY 13982, PERSONAL DE LAS POLICIAS DE LA PROVINCIA DE
BUENOS AIRES.
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REGIMEN DISCIPLINARIO
Capítulo I
SANCIONES
ARTÍCULO 169.- Sin perjuicio de las responsabilidades civiles y penales de los empleados y
funcionarios públicos, la violación de los deberes policiales determina la aplicación de las
siguientes sanciones disciplinarias:
a) Apercibimiento;
b) Suspensión sin goce de haberes;
c) Cesantía;
d) Exoneración.
ARTÍCULO 170.- El apercibimiento es el llamado de atención que se documenta por escrito y se
registra en el legajo del infractor.
Es de aplicación directa.
ARTÍCULO 171.- La suspensión sin goce de haberes consiste en la privación temporal de los
derechos inherentes al empleo o grado, con la pérdida del sueldo y de todo otro emolumento por
el tiempo de la sanción, como así la prohibición del ejercicio de servicio de todo tipo, con efectos
sobre la antigüedad del personal policial.
Dicha sanción no implica la interrupción del estado policial, por lo que el suspendido queda sujeto
a las leyes y reglamentaciones policiales.
No podrá exceder de sesenta (60) días por cada sanción impuesta y el tiempo de sanción no se
computará para el ascenso.
ARTÍCULO 172.- La cesantía y la exoneración importan la separación definitiva del personal de
las Policías de la Provincia de Buenos Aires, con la pérdida del empleo y los derechos inherentes
al mismo.
DE LAS FALTAS
Capítulo I
CLASIFICACION
ARTÍCULO 190.- De acuerdo a lo estipulado en el artículo 55 de la “Ley de Personal”, las faltas
se clasifican en:
a) Faltas simples: las que dan lugar a la sanción de apercibimiento. Es de aplicación directa.
b) Faltas leves: las que dan lugar a apercibimiento o suspensión del empleo sin goce de haberes
de hasta diez (10) días. Son de aplicación directa.
c) Faltas graves: las que dan lugar a suspensión del empleo sin goce de haberes de hasta
cuarenta y cinco (45) días, aplicables mediante resolución en actuaciones sumariales
administrativas, dictada por el Comisario General a cargo de la Policía a la que pertenece el
infractor.
d) Faltas graves de competencia originaria de la Auditoría General de Asuntos Internos: las que
dan lugar a sanción de exoneración, cesantía o suspensión del empleo sin goce de haberes de
hasta sesenta (60) días, aplicables por resolución fundada en el marco de una investigación
sumarial administrativa.
Capítulo II
FALTAS EN PARTICULAR
Faltas que afectan la disciplina
ARTÍCULO 191.- Son faltas simples:
a) Omitir el formal saludo o no guardar el debido comportamiento ante un superior.
b) No respetar el luto policial.
c) Desatender la vía jerárquica.
d) No concurrir al llamado de un superior sin causa justificada.
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e) Faltar el respeto a un igual o subalterno.
f) Faltar a la puntualidad en forma injustificada, en tanto no importe una grave afectación del
servicio.
g) No guardar en formación la compostura debida o estar desatento en la instrucción.
ARTÍCULO 192.- Son faltas leves:
a) Practicar juegos de azar en cualquier dependencia de las Policías.
b) Faltar el respeto al superior.
c) Omitir controlar el trato de sus dependientes para con el público en general.
d) Manifestar disconformidad con órdenes del servicio o infundir en los subalternos desaliento,
tibieza o desagrado.
e) Presentar ante el superior recursos en términos irrespetuosos o descorteses, peticiones o
reclamos colectivos.
ARTÍCULO 193.- Constituye falta grave:
a) Incumplir con la obligación de mantener la disciplina del personal a sus órdenes.
b) Negarse a ser notificado de una sanción.
c) Incumplir órdenes del servicio, aún en forma parcial o en modo negligente, cuando ello no
irrogue perjuicio alguno.
d) Agredir física y/o verbalmente a un igual o subalterno, o amenazarlo de cualquier modo.
e) Faltar el respeto a un superior frente a sus iguales, superiores o subalternos.
f) Hacer observaciones, quejarse, reprochar, o discutir por medios no autorizados, de palabra o
por escrito, actos u órdenes del superior.
g) Producir una falsa alarma, desorden o confusión entre el personal.
h) Cometer por acción u omisión, todo acto que importe el incumplimiento de un deber
legalmente impuesto al personal policial por las normas que rigen su actuación, en tanto se
verifique de éste una grave afectación a la disciplina.
ARTÍCULO 194.- Son faltas graves de competencia originaria de la Auditoría General de Asuntos
Internos:
a) Cometer insubordinación, provocarla o instigar a otros a cometerla.
b) Agredir física y/o verbalmente a un superior, o amenazarlo de cualquier modo.
c) Hacer o transmitir por cualquier medio, para su difusión entre iguales, subalternos o superiores,
y por vías no autorizadas, escritos, circulares, publicaciones internas, proclamaciones, o
reclamos, contra la Institución policial o sus componentes o respecto de actos u órdenes de un
superior, o relacionadas con condiciones o situaciones laborales
d) Cometer, por acción u omisión, todo acto que importe el incumplimiento de un deber
legalmente impuesto al personal policial por las normas que rigen su actuación, en tanto se
verifique de ésta una muy grave afectación a la disciplina.
COMPETENCIA PARA IMPONER SANCIONES (ÓRGANOS COMPETENTES)
ARTÍCULO 209.- Las sanciones que establece la “Ley de Personal” serán de aplicación directa,
por resolución en actuación sumarial o en investigación sumarial administrativa.
ARTÍCULO 210.- El apercibimiento y la suspensión de empleo sin goce de haberes de hasta diez
(10) días, podrán aplicarse en forma directa, acorde la potestad disciplinaria del superior que
constatara la falta, conforme el Anexo que forma parte integrante de la presente.
ARTÍCULO 211.- La sanción de suspensión sin goce de haberes de hasta cuarenta y cinco (45)
días, deberá ser aplicada mediante resolución del Comisario General a cargo de cada una de las
Policías en actuación sumarial.
ARTÍCULO 212.- Las sanciones de exoneración, cesantía y suspensión de empleo sin goce de
haberes de hasta sesenta (60) días, será resuelta por el Auditor General de Asuntos Internos en
resolución de investigación sumarial administrativa.
DISPOSICIONES GENERALES APLICABLES A TODO TIPO DE SUMARIOS
Actos Iniciales
ARTÍCULO 226.- La denuncia podrá formularse por escrito o verbalmente. En ambos casos se
labrará un acta que será firmada por el denunciante y el funcionario receptor, la que contendrá,
en lo posible, la relación del hecho, con las circunstancias del lugar, tiempo y modo de ejecución
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y la indicación de sus partícipes, damnificados, testigos y demás elementos que puedan conducir
a su comprobación.
ARTÍCULO 227.- En las investigaciones sumariales administrativas que tramiten ante la Auditoría
General de Asuntos Internos, cuando motivos fundados así lo justifiquen, el denunciante podrá
requerir al funcionario interviniente la estricta reserva de su identidad en el trámite administrativo.
DE LAS ACTUACIONES SUMARIALES:
ARTÍCULO 280.- La instrucción sumarial estará a cargo del titular de la dependencia en que se
constatara la falta o quien este designe o remplace o en su defecto de un funcionario policial con
grado no inferior a Oficial Inspector. El instructor deberá ser superior por grado o antigüedad con
relación al imputado.
ARTÍCULO 281.- Actuará con un secretario designado al efecto que tendrá como responsabilidad
la de certificar la firma del instructor, conservar el expediente y el resguardo de los efectos.
Asimismo es el responsable de glosar los documentos que se agreguen al expediente.
ARTÍCULO 282.- Cuando el personal policial infractor -de cualquier subescalafón-, prestare
servicios en áreas ministeriales, una vez que se ha tomado conocimiento del hecho, el Comisario
General a cargo de cada una de las Policías procederá a la designación de un instructor que dará
inicio a las actuaciones correspondientes.
ARTÍCULO 287.- La dependencia policial a la que pertenezca el transgresor deberá informar
inmediatamente al instructor los antecedentes profesionales y personales del sumariado.
De la defensa
ARTÍCULO 290.- El imputado podrá defenderse por si mismo ó ser asistido por un oficial con
jerarquía mínima de Oficial Inspector, o grado no superior al del instructor.
El personal de la Auditoría General de Asuntos Internos, de los organismos de control
disciplinario y de la Asesoría Letrada no podrá desempeñar tal función.
El oficial defensor podrá ser elegido por el imputado o solicitar que lo designe el instructor de un
listado que anualmente preparará cada Jefatura Departamental o Delegación de Investigaciones
u organismos con rangos equivalentes.
El designado oficialmente deberá residir a no más de sesenta (60) kilómetros del asiento de la
dependencia donde se instruya el sumario.
La defensa es carga del servicio para el oficial designado, sin embargo podrá ejercer solo una a
la vez la que concluirá una vez firme el acto que resuelve el expediente.
El defensor de oficio aceptará el cargo previa conformidad del imputado. Ambos, indistintamente
podrán solicitar que se lo reemplace cuando concurrieren circunstancias o impedimentos
incompatibles con la defensa.
ARTÍCULO 291.- En la oportunidad de su descargo, el imputado podrá ofrecer la prueba de que
intente valerse, cuya procedencia será evaluada por el instructor dentro de los cinco (5) días
corridos.
Solo podrá ser rechazada aquella que aparezca como manifiestamente superflua o
sobreabundante.
La denegación de alguna medida de prueba deberá fundarse y será irrecurrible.
PROCEDIMIENTO ESPECIAL ANTE LA AUDITORÍA GENERAL DE ASUNTOS INTERNOS.
Instrucción
ARTÍCULO 299.- La Auditoría General de Asuntos Internos intervendrá en todos los sumarios
administrativos que se instruyan con motivo de la comisión de infracciones que constituyan faltas
graves y en aquellas en que asuma competencia en forma directa o por vía de avocación. Tal
decisión será irrecurrible.
ARTÍCULO 301.- La investigación estará a cargo de un Auditor Sumarial, quien ordenará la
totalidad de las medidas probatorias y diligencias pertinentes que deban llevarse a cabo durante
la sustanciación del sumario.
ARTÍCULO 82.- Serán causales para aplicar sanciones de carácter correctivo, las siguientes:
a) Incumplimiento reiterado del horario fijado por las leyes y reglamentos.
b) Inasistencias injustificadas que no excedan de DIEZ (10) días discontinuos en el lapso de
DOCE (12) meses inmediatos anteriores y siempre que no configuren abandono de servicio. La
reglamentación podrá determinar los términos, forma y condiciones de las sanciones que
correspondan al agente que incurra en inasistencias sin justificar.
c) Falta de respeto a los superiores, iguales, subordinados o al público.
d) Negligencia en el cumplimiento de sus tareas o funciones.
e) Incumplimiento de los deberes determinados en el artículo 78 o quebrantamiento de las
prohibiciones establecidas en el artículo 79, salvo que por su magnitud y gravedad deban ser
encuadradas bajo las figuras de cesantía o exoneración.
ARTÍCULO 83.- Serán causales para aplicar cesantías, las siguientes:
a) Abandono del servicio sin causa justificada.
b) Faltas reiteradas en el cumplimiento de sus tareas o falta grave respecto a los superiores,
iguales, subordinados o al público.
c) Inconducta notoria.
d) Incumplimiento de las obligaciones determinadas en el artículo 78 o quebrantamiento de las
prohibiciones determinadas en el artículo 79 cuando a juicio de la autoridad administrativa por la
magnitud y gravedad de la falta así correspondiera.
e) Incumplimiento intencional de ordenes legal y fehacientemente impartidas.
f) Inasistencias injustificadas reiteradas que excedan de DIEZ (10) días discontinuos, en los
DOCE (12) meses inmediatos anteriores.
g) Concurso civil o quiebra no causal, salvo caso debidamente justificado por la autoridad
administrativa.
ARTÍCULO 84.- Son causas de exoneración:
a) Falta grave que perjudique material o éticamente a la Administración.
b) Sentencia condenatoria dictada contra el agente como autor, cómplice o encubridor por
delito contra la administración o delito grave de carácter doloso de acuerdo al Código Penal.
c) Las previstas en las leyes especiales.
d) Pérdida de la nacionalidad, conforme a las leyes que reglan la materia.
e) Imposición de pena principal o accesoria de inhabilitación absoluta o especial para la
función pública.
Tanto uno como otra sanción, permiten que regrese el agente público a la administración
mediante su rehabilitación, que podrá solicitarla:
a) En caso de cesantía, al año.
b) En caso de exoneración, a los dos.
Si se niega el pedido:
a) En caso de cesantía, 2 años.
b) En caso de exoneración, 5 años.
Las sanciones EXPULSIVAS las aplica el jerarca. El mismo que puede designar puede echar.
Las sanciones CORRECTIVAS pueden aplicarla funcionarios inferiores.
ARTÍCULO 99.- Son competentes para aplicar las sanciones disciplinarias:
a) El Poder Ejecutivo, las expulsivas.
b) Los Ministros, Secretarios, Subsecretarios, Directores Generales o Provinciales, y demás
funcionarios con idéntico rango a los enumerados, las correctivas.
c) Los Directores, o sus equivalentes, las correctivas limitándose la suspensión hasta un
máximo de DIEZ (10) días.
Pasos:
1) Inicio. Tanto por oficio como por denuncia, que puede ser oral o escrita. La oral se
transforma en escrita, debiendo dentro de los 3 días, ratificarla.
2) Orden de Instrucción de sumario: es un acto administrativo en el que se decide que se va
a iniciar el sumario. Se individualiza al agente que cometió una falta. Esto es irrecurrible,
pues no se le puede negar a la Administración que investigue si así lo cree oportuno.
3) Se pueden trabar medidas cautelares:
a) Suspensión de hasta sesenta días. Si finalmente después se lo sanciona a 30, deben
pagarle esos 30 días de más.
b) Disponibilidad relativa. Implica el traslado del agente.
4) El Director de Sumarios designa un instructor (profesional del derecho: abogado o
escribano), que debe tener una jerarquía igual o mayor que el procesado.
Finalidad del instructor: recolectar prueba de cargo.
El sumario es secreto, todavía no hay traslado.
Medidas probatorias: prueba confesional, careos, documental, declaración del inculpado –
relevándolo de la obligación de decir verdad- prueba pericial, prueba testimonial (los
agentes deben declarar en el plazo de 5 días)
5) Concluida la etapa anterior existiendo mérito suficiente: Auto de imputación (Naturaleza
jurídica: acto administrativo. Se notifica al agente para que pueda defenderse).
6) Defensa del imputado. Tiene 10 días a partir de la notificación del auto de imputación,
debiendo acompañar pruebas de “descargo”, por ejemplo prueba documental.
7) Fin etapa probatoria. Para alegar sobre el mérito de las pruebas, hay 5 días.
8) Intervención de 3 órganos:
a) Junta de disciplina. Intervención obligatoria.
b) Asesoría General de Gobierno. Sólo cuando la medida sea expulsiva.
c) Fiscalía de Estado. Sólo cuando hay intereses patrimoniales en juego.
Los tres organismos intervienen mediante dictámenes.
9) Decisión. 4 posibilidades.
G.A.L - S.M – E.D
a) Absolución.
b) Sanción: apercibimiento; suspensión hasta sesenta días; cesantía; exoneración.
c) Prescripción.
d) Sobreseimiento:
- Definitivo: no existe falta administrativa; no hay hecho; no hay responsabilidad
definitiva.
- Provisorio: no está debidamente acreditado el hecho; no se ha probado la
responsabilidad del agente; proceso penal pendiente.
Se convertirá en definitivo a los seis meses para correctivas y al año para cesantía y
exoneración.
10)Revisión. Revocatoria ante la misma autoridad de la administración pública; Recurso
jerárquico en subsidio (Si un órgano inferior juzgó cuando no debía).
Artículo 4º: Las faltas municipales serán sancionadas con las penas de amonestación, multa,
arresto e inhabilitación, las que podrán ser aplicadas en forma alternativa o conjunta.
De los órganos
Artículo 18º: El juzgamiento de las faltas municipales estará a cargo de la Justicia de Faltas, cuya
organización, competencia, régimen de las sanciones y procedimiento se regirán por la presente
Ley.
a.-Por los Jueces de Faltas, en aquellos partidos donde su Departamento Deliberativo hubiere
dispuesto la creación de Juzgados de Faltas.
b.-Por los Intendentes Municipales, en los partidos donde no hubiere Juzgado de Faltas y, en los
casos de excusación de los Jueces de Faltas, en los partidos donde los hubiere.
c.-Por los Jueces de Primera Instancia en lo Penal, cuando entendieren en grado de apelación.
Del procedimiento.
Capítulo I
Disposiciones Generales
Artículo 29º: Los Jueces de Faltas o los Intendentes Municipales tendrán competencia en todas
las infracciones municipales, que se cometan dentro del partido en el que ejercen sus funciones,
G.A.L - S.M – E.D
y en el Juzgamiento de las restantes faltas, en los casos y condiciones que establece el artículo
1° de ésta Ley.
Capítulo II
Sumario. (Trámite)
Artículo 35º: Toda falta da lugar a una acción pública, que puede ser promovida de oficio o por
simple denuncia verbal o escrita ante la autoridad municipal o directamente ante el Juez de
Faltas.
Artículo 36º: Todo funcionario o empleado municipal que, en el ejercicio de sus funciones
adquiera el conocimiento de la comisión de una falta, estará obligado a denunciarlo, dentro de las
cuarenta y ocho (48) horas a las autoridades competentes.
Artículo 37º: Los Jueces de Faltas podrán delegar la instrucción del sumario en funcionarios del
Juzgado o en los que a tales efectos y a su pedido les asigne el Departamento Ejecutivo.
Artículo 38º: El funcionario que compruebe una infracción, labrará de inmediato un acta que
contendrá los siguientes elementos:
b.- La naturaleza y circunstancia de los mismos y las características de los elementos empleados
para cometerlos.
d.- El nombre y domicilio de los testigos que tuvieren conocimiento del hecho.
f.- La firma del funcionario interviniente con aclaración del nombre y cargo.
Artículo 39º: En el acto de la comprobación se entregará al presunto infractor copia del acta
labrada . Si ello no fuera posible, se le enviará por carta certificada con aviso de retorno dentro de
las cuarenta y ocho (48) horas.
Artículo 43º: En la verificación de las faltas, el funcionario interviniente podrá practicar, cuando las
circunstancias lo justifiquen, el secuestro de los elementos comprobatorios de la infracción .
Asimismo, podrá disponer transitoriamente la clausura del local en que se hubiere cometido, si
ello fuera necesario para la cesación de las faltas o cuando sea presumible que se intentará
eludir la acción de la justicia . Estas medidas precautorias serán comunicadas de inmediato al
Juez de Faltas o Intendente quien deberá, en caso de mantenerlas, confirmarlas mediante
resolución expresa y fundada dentro de las veinticuatro (24) horas de adoptadas las medidas.
G.A.L - S.M – E.D
Artículo 44º: Las actuaciones serán elevadas directamente al Juez de Faltas o Intendente, dentro
de las veinticuatro (24) horas de labradas las actas, y se pondrá a disposición de éste a las
personas que se hubieren detenido y a los efectos que se hubieren secuestrado.
Artículo 45º: El Juez de Faltas o Intendente, podrá decretar la detención preventiva del imputado
por un término que no exceda de veinticuatro (24) horas , como así también disponer su
comparendo y el de cualquier otra persona que considere necesario interrogar para aclarar un
hecho.
Capítulo III
Artículo 46º: Dentro de las cuarenta y ocho (48) horas de recibidas las actuaciones o labradas las
denuncias, se citará al imputado para que comparezca ante el Juez de Faltas en la audiencia que
se señalará, al efecto de que formule su defensa y of rezca y produzca en la misma audiencia la
prueba de que intente valerse, bajo apercibimiento de hacerlo conducir por la fuerza pública y
que se considere su incomparencia injustificada como circunstancia agravante . En la notificación
se transcribirá éste artículo . La audiencia se fijará para una fecha comprendida entre los cinco
(5) y diez (10) días de la resolución que la ordena y se notificará al imputado con una antelación
mínima de tres (3) días.
Artículo 47º: La audiencia será pública y el procedimiento oral . El Juez dará a conocer al
imputado los antecedentes contenidos en las actuaciones y le oirá personalmente o por
apoderado, invitándole a que haga su defensa en el acto.
La prueba será ofrecida y producida en la misma audiencia. Sólo en casos excepcionales el Juez
podrá fijar una nueva audiencia para producir la prueba pendiente. No se aceptará la
presentación de escritos, aún como parte de los actos concernientes a la audiencia. Cuando el
Juez lo considere conveniente y a su exclusivo juicio, podrá ordenar que se tome una versión
escrita de las declaraciones, los interrogatorios y los careos.
Artículo 50º: Oído el imputado y sustanciada la prueba alegada en su descargo, el Juez fallará en
el acto en la forma de simple decreto, y ordenará si fuera el caso, el decomiso o restitución de la
cosa secuestrada. Cuando la sentencia fuera apelable, el Juez la fundará brevemente.
Artículo 51º: Para tener por acreditada la falta, bastará el íntimo convencimiento del magistrado
encargado de juzgarla, fundado en las reglas de la sana crítica.
Capítulo V
Recursos
Artículo 54º: De las sentencias definitivas podrán interponerse los recursos de apelación y
nulidad, los que se concederán con efecto suspensivo. El recurso se interpondrá y fundará ante
la autoridad que la dictó, dentro de las setenta y dos (72) horas de notificada, elevándose las
actuaciones al Juez en lo Penal en turno, de la jurisdicción, quien conocerá y resolverá el
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recurso, dentro de los quince (15) días. de recibida la causa o desde que la misma se hallare en
estado, si se hubieran decretado medidas para mejor proveer.
Artículo 55º: La apelación se otorgará cuando la sentencia definitiva impusiere las sanciones de
multa mayor del cincuenta por ciento (50%) del sueldo mínimo del personal de la comuna;
arresto; inhabilitación mayor de diez (10) días, y cuando, cualquiera fuera la sanción impuesta,
llevare alguna condenación accesoria. Cuando la sentencia haya sido dictada por el Intendente
Municipal, procederá sin limitación alguna.
Artículo 56º: El recurso de nulidad sólo tendrá lugar contra resoluciones pronunciadas con
violación u omisión de las formas sustanciales del procedimiento, o por contener éste defectos de
los que, por expresa disposición del derecho, anulen las actuaciones. Sólo podrá interponerse
contra las sentencias en que proceda la apelación y se lo deducirá conjuntamente con ésta.
Artículo 57º: Se podrá recurrir directamente en queja ante el Juez en lo Penal cuando se
denieguen los recursos interpuestos o cuando se encuentren vencidos los plazos legales para
dictar sentencia.
G.A.L - S.M – E.D
d) Los denominados juicios de cuentas y juicio de responsabilidad. Intervención de la
Contaduría General y del Tribunal de cuentas. Nociones sobre el trámite. Recursos.
Contador General de la Provincia.
Actualmente, los Artículos 156 a 158 de la Ley Fundamental bonaerense se refieren a este
funcionario, lo mismo que el Artículo 82 del mismo cuerpo normativo.
De allí surge que debe ser nombrado por el Poder Ejecutivo de una terna que el Senado le
presenta. Dura cuatro años en su cargo, pero puede ser reelecto.
Su función consiste, esencialmente, en autorizar los pagos que debe realizar el Tesorero General
de la Provincia.
De esta normativa resulta que, entre otras funciones, la Contaduría General de la Provincia
controla el desenvolvimiento general de la hacienda pública en los tres órganos esenciales del
Estado; realiza un control preventivo, simultáneo o posterior en la Administración provincial,
mediante los procedimientos de auditoría o inspección; interviene en los ingresos y egresos que
se operan por Tesorería General; controla la recaudación de los ingresos públicos; requiere la
rendición de cuentas de los responsables en tiempo y forma; registra las operaciones vinculadas
a la hacienda pública, y eleva a los Poderes Legislativo y Ejecutivo, y Tribunal de Cuentas, la
Cuenta General del Ejercicio vencido.
Por su parte, el Contador General de la Provincia tiene asignadas dos funciones importantes, que
se destacan por sobre las demás. En primer lugar, dispone el inicio de sumarios, para la
determinación de irregularidades en la administración de fondos, valores o bienes fiscales y
transgresiones a disposiciones legales, susceptibles de producir perjuicios a la Provincia. En
segundo término, puede formular observación con respecto a todo acto administrativo que viole
las disposiciones vigentes. Esta facultad debe ejercerla dentro de los quince días hábiles,
contados desde que tuvo conocimiento oficial del acto administrativo.
La observación debe comunicarse de inmediato al organismo respectivo, el que debe abstenerse
de obrar hasta que se dicte una resolución definitiva, es decir que tiene efectos suspensivos. El
reparo formulado queda sin efecto cuando la autoridad que emitió el acto lo desiste o modifica
según el criterio del Contador General de la Provincia. Sin embargo, también puede insistirse el
acto observado, en cuyo caso se requiere una decisión de la máxima autoridad de cada
jurisdicción (decreto del Poder Ejecutivo, resolución de los Presidentes de las Cámaras
Legislativas o resolución de la Suprema Corte de Justicia). Si se produce la insistencia, se
cumple con el acto observado, y el Contador General de la Provincia debe comunicar tal
circunstancia a la Legislatura y al Tribunal de Cuentas, para eximirse de responsabilidad.
Tribunal de Cuentas.
Artículo 159 de la Constitución bonaerense. Esta cláusula de la Constitución local establece que
el Tribunal de Cuentas debe estar integrado por un presidente –abogado– y cuatro vocales –
contadores públicos–, que son todos inamovibles. Estos funcionarios son nombrados por el
Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado y pueden ser removidos por igual procedimiento que los
jueces de las Cámaras de Apelación (Jury de enjuiciamiento).
Sus funciones pueden sintetizarse en los denominados juicios de cuentas y juicio de
responsabilidad.
El juicio de cuentas está destinado a examinar las rendiciones de cuentas presentadas por los
jefes de los servicios administrativos de cada jurisdicción (cuentadantes), quienes están
obligados a rendir cuenta documentada de su gestión (responsabilidad contable).
El juicio de responsabilidad está previsto para los agentes públicos (o estipendiarios), que por
su labor habitual no disponen de fondos públicos (y, por ende, no deben rendir cuentas), cuando
por una acción u omisión ocasionan un perjuicio a la hacienda pública, con el objeto de
determinar el monto del perjuicio que deben ingresar en las arcas del Estado (responsabilidad
administrativa).
Ambos pueden concluir con la aplicación de una sanción por parte del Tribunal de Cuentas. La
acción judicial, para la ejecución de las resoluciones de este organismo de contralor, corresponde
al Fiscal de Estado.
G.A.L - S.M – E.D
De acuerdo con su Ley Orgánica N° 10.869,50 el Tribunal de Cuentas es un órgano de control
administrativo con funciones jurisdiccionales; estudia las rendiciones de cuentas de la
Administración pública (centralizada y descentralizada), Poderes Legislativo y Judicial, y
Municipalidades; es la única autoridad con competencia para aprobar o desaprobar dichas
cuentas y está facultado para aplicar sanciones: llamado de atención, amonestaciones, cargos
pecuniarios (hasta el importe del perjuicio) y multa (dos a veinte sueldos mínimos de la
Administración pública provincial).
La Contaduría General de la Provincia, antes del 15 de abril de cada año debe remitir, al Tribunal
de Cuentas, la Cuenta General del Ejercicio vencido.
Ello, sin perjuicio de las rendiciones mensuales que deben realizar los directores de
Administración de las distintas dependencias provinciales ante la Contaduría General. Los
estudios de las cuentas son realizados por relatores (contadores públicos), quienes pueden
formular requerimientos u observaciones antes de que el Tribunal de Cuentas emita su decisión.
Los agentes públicos pueden presentar –por escrito– su defensa y ofrecer pruebas. Luego de
producirse dichas pruebas o vencido el plazo para su producción, el relator debe pronunciarse
sobre su valor, con lo que la causa queda en condiciones de dictar resolución. La decisión del
Tribunal de Cuentas puede ser objeto de recurso de revisión, el cual debe interponerse en el
plazo de quince días. Las resoluciones del Tribunal de Cuentas son revisables judicialmente.
Ley Provincial 10.869
ARTICULO 31°: Las resoluciones definitivas del Tribunal de Cuentas, podrán ser recurridas ante
las Cámaras de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo, de conformidad con lo dispuesto
en el Código Procesal Contencioso Administrativo, con aplicación de las reglas del proceso
ordinario (Título I del Código Procesal Contencioso Administrativo).
ARTICULO 38°: Contra los fallos del Tribunal no habrá otros recursos que el autorizado por el
artículo 31° de esta Ley y el de revisión. Este último deberá ser interpuesto ante el mismo
Tribunal dentro del término de quince días contados desde la fecha de la notificación por la
persona declarada alcanzada, o sus representantes, fundado en pruebas o documentos nuevos
que justifiquen las partidas desechadas o en la consideración o errónea interpretación de los
documentos nuevos ya presentados. No será necesario el previo depósito del alcance para
intentar este recurso.
ARTICULO 40°: Si el Tribunal revocara su anterior fallo y dejara sin efecto cargos formulados, lo
comunicará el Poder Ejecutivo o al Intendente Municipal para que aquél o éste disponga la
inmediata restitución de las cantidades que pudieran haberse pagado en virtud del fallo
revocado, sin esperar que la Legislatura o el Consejo, en su caso, vote un crédito especial
debiendo el Poder Ejecutivo o el Intendente, dar cuenta a la Legislatura o al Consejo dentro del
término de treinta (30) días.
G.A.L - S.M – E.D
ARTICULO 41°: Para los casos de procedimientos no previstos en esta ley, será de aplicación
supletoria la ley de Procedimiento Administrativo y el Código de Procedimiento Civil y Comercial
de la Provincia de Buenos Aires.
CONCURSO. ESPECIES:
CONCURSO PÚBLICO: Es la oposición que se realiza para determinar la mayor
capacidad técnica, científica, cultural o artística entre dos o más personas. Es un medio de
selección de la persona más autorizada para el cumplimiento de una tarea, y tiene en cuenta
esencialmente las condiciones personales del candidato; la Licitación, en cambio, es un medio de
selección donde el factor personal no es decisivo, sino que se tiene particularmente en cuenta la
solvencia financiera del cocontratante y las ventajas económicas resultantes para la
Administración.
CONCURSO DE PRECIOS: Es una expresión impropia que, lejos de referirse a una
categoría jurídica específica, involucra caracteres entremezclados de dos figuras distintas entre
sí: la licitación y el concurso. Figuras que se relacionan en cuanto al principio de la concurrencia,
pero se diferencian en cuanto a su objeto principal: Por tanto, no es plausible ni recomendable
hablar de Concurso de precios cuando lo que en realidad se desea nada tiene que ver con las
“condiciones personales” (técnicas, científicas, culturales o artísticas) del eventual cocontratante,
sino establecer el “precio más conveniente” para una determinada contratación, lo cual constituye
el objetivo propio de la licitación (art. 21 ley 6021, importes inferiores a $5.500.000; invitación a 3
firmas).
CONCURSO DE PROYECTOS INTEGRALES: A veces el concurso no es usado
directamente para seleccionar el co-contratante de la administración pública, sino para
seleccionar el proyecto integral cuya realización se le confiará posteriormente a un tercero; quien
a su vez será seleccionado por el sistema que corresponda (l. pública, l. privada, c. directa). Los
más frecuentes de tales concursos de proyectos integrales son los realizados entre ingenieros o
arquitectos para la confección de proyectos de obra pública; y, en menor medida, también
pueden referirse a la construcción de monumentos, estatuas o realización de obras pictóricas.
(art. 6 ley 6021).
(Fuente: Tratado de D.A T.III A. / Marienhoff)
7. Conclusión
La noción (amplia) del Estado de Derecho es mucho más que un trascendente postulado de
sumisión del poder a las normas vigentes. Planea sobre el esencial problema de la regularidad en
el acceso a los cargos políticos y sobre el efectivo ejercicio de la función política de gobernar.
Debido a ello, en todo Estado de Derecho constituye la primera y esencial responsabilidad del
legislador cuidar que se hagan efectivas las disposiciones constitucionales relativas al régimen
republicano, al sistema federal y municipal, al manejo de fondos públicos y al respeto irrestricto
de los derechos individuales. El plexo normativo se integra necesariamente con las disposiciones
sobre procedimiento administrativo y los sistemas de enjuiciamiento del Estado, con la finalidad
de asegurar el ejercicio del derecho de defensa frente a las reparticiones públicas.
La plena realización del Estado de Derecho impone consagrar el Estado de Justicia.
4. Nuestra opinión
Por nuestra parte consideramos prudente adoptar una postura conciliadora, que combina
elementos trascendentes de todas las ideas recién recordadas.
En este enfoque, considerando al juez como el intérprete esencial del Derecho, se postula que
todo magistrado, luego de tener por ciertos los hechos probados, aplica normas jurídicas
preexistentes pero no lo hace en forma mecánica (o al menos no debería hacerlo) sino que
interpreta el Derecho positivo con un criterio axiológico y en el marco espacio-temporal que le
toca vivir. En esa delicada labor no desdeña los hechos, ni los hábitos sociales ni -mucho menos-
las valoraciones de la sociedad que él mismo integra. Al tiempo que no se desentiende de la ley
positiva (ni aun de algo tan inasible como la propia intención del legislador), debe suponerla
impulsada por la necesidad de consagrar valores. Hechos y normas, normas y hechos son
examinados y analizados (o al menos deberían serlo) en forma conjunta y en un contexto
sociológico, sin perder de vista los principios superiores e inmutables, llámese Derecho Natural,
criterio racional de lo justo, sentimiento de justicia, equidad, etc.
Se ha dicho con razón que es necesario rescatar la relación existente entre la ley y los
fenómenos sociales que explican su aparición, su desarrollo y su efectividad, debido a que en los
Estados modernos no existe ningún hecho social que el Derecho no pretenda afectar''.
G.A.L - S.M – E.D
Carlos Cossio (desde las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata
hace ya medio siglo) al enunciar su "teoría egológica del Derecho", destacó la necesidad de
entrar en contacto con la experiencia, con la realidad de los hechos para luego, en un marco de
valoraciones, deducir su significación jurídica. Para Cossio el Derecho es una ciencia de
realidades, pero no de experiencias causales o naturales sino de una experiencia cultural o
humana; el objeto de estudio del jurista no es la norma sino la conducta humana. En esta
concepción, que compartimos sin reservas, el objeto de estudio del Derecho Público no es otro
que la conducta de los gobernantes y de los gobernados, en tanto interfieren en un sistema
entramado de poder y de libertad que aspira a lograr que el mismo encuentre un punto de justo
equilibrio.
En caso contrario, tomando la norma en su pureza lógico-formal o considerando exclusivamente
la realidad histórica y fáctica, se produce una dicotomía perjudicial para la ciencia jurídica y para
el debido respeto de los derechos individuales. Un ejemplo puede aclarar estos razonamientos.
KANT al asumir que la norma jurídica formal debe ser acatada sin cortapisas niega el derecho de
resistencia a la opresión aun en los casos de usurpación de los cargos gubernativos y del
ejercicio despótico del poder. Sin embargo -tal como lo destacaron sus comentaristas- apoyó con
entusiasmo la independencia norteamericana y la Revolución Francesa.
Esta contradicción es producto del empleo disociado de razonamientos jurídicos formales y
realistas. Cuando KANT afirma que toda resistencia a la autoridad constituida es el mayor y más
punible de los delitos (ya que desconoce una prohibición absoluta que no tolera excepciones)
exalta él orden como valor insoslayable.
A su turno cuando adhiere a los movimientos revolucionarios de su tiempo encuentra otra
perspectiva para un mismo problema y emite un juicio de naturaleza histórica al que reconoce
vinculado con el progreso de la humanidad.
En el ámbito del Derecho Público la teoría de los valores conduce al señorío de las ideas políticas
que, en definitiva, apuntan a consagrarlos en la realidad social. Por esa razón, pensamos que
aquella aspiración de Kelsen de "mantener la ciencia jurídica separada de la política" resulta una
misión imposible en el Derecho en general y en el terreno del Derecho Administrativo en
particular. Es notorio que nuestra materia se ve influenciada por los sistemas políticos ya que uno
de sus objetos principales de estudio lo constituye, precisamente, la estructura y función de la
Administración Pública y la una y la otra dependen del tipo de Estado que la contenga.
Una institución predominante desde el nacimiento mismo de nuestra disciplina, el servicio
público, carece de significado propio en un Estado socialista donde se considera que "denominar
público a la atención por la Administración de una necesidad colectiva es un dislate jurídico y
(que) el clásico servicio público hay que sustituirlo por lo que se denomina servicio estatal".
Al mismo tiempo resulta evidente que la noción de servicio público no es igual en la doctrina
francesa clásica (que llegó a asimilarlo a la función total de la Administración) que en los autores
el moderno Estado capitalista de subsidiariedad (donde su prestación en manos de empresas
privadas ha llevado a negar la propia titularidad estatal del servicio)".
Como se ha señalado con precisión, nadie discute hoy día que la política, y en mayor medida la
política económica, cargan de sentido axiológico a conceptos específicamente jurídicos como
"desregulación", "desmonopolización", "privatización", etc., que dejan de ser banderas políticas
inglesas o norteamericanas, para convertirse en objetivos a alcanzar por los Estados del Oeste y
del Este, de las naciones y de los organismos plurinacionales de los cuales depende el crédito
externo; "las ideologías son más potentes que los Estados".
4. Conclusión
La noción de Estado de Derecho no se agota al estructurar un sistema de coacción, pues de
serlo y nada más, se convierte en pura forma sin sentido, en una cáscara, un envase que puede
lucir atractivo en su condición de envoltorio pero que carece de contenido. El Estado de Derecho
es parte de un sistema de valores, debe cumplir una función garantizadora de la libertad
individual y asegurar el sometimiento de los gobernantes a la ley y a los -principios jurídicos. Sólo
una Nación en condiciones de garantizar que las decisiones de sus autoridades no pueden ser
otra cosa que actos de aplicación del Derecho puede calificarse como Estado de Derecho. Las
atribuciones, funciones y competencias de los gobernantes, además de ajustarse a la ley
(legalidad), deben respetar los fines del Estado y revalidar los valores de la sociedad (legitimidad)
ya que ambos términos de la ecuación dotan de andamiaje a su propia existencia haciéndolo
preferible a la anarquía.
Si, en contra de la bien intencionada aspiración de KELSEN, el Derecho Administrativo es
inseparable de las ideologías políticas, el aporte axiológico resulta esencial para erradicar no sólo
la ilegalidad (desapego del respeto a la ley) sino también la ilegitimidad (desconocimiento de la
razón y de los principios jurídicos permanentes). De esta manera se han desarrollado en el
Derecho Administrativo dos conceptos básicos para la disciplina: la "finalidad" como elemento
esencial del acto administrativo y el "desvío de poder" como su vicio correlativo.
Aquellas ideas justifican, además, las esenciales especulaciones científicas sobre la
"razonabilidad" de la conducta oficial y la necesidad de ensanchar el ámbito del control judicial de
los aspectos discrecionales de las decisiones estatales".
Luego de una evolución plagada de dificultades" no se discute hoy día que la exigencia de
respeto a la ley positiva (legalidad) y a los principios y valores inmutables (legitimidad) constituye
G.A.L - S.M – E.D
una exigencia universal para que una sociedad política pueda ser considerada Estado de
Derecho.
Cabe entonces insistir. Todas las funciones estatales deben conformarse a la legalidad, ajustarse
al orden jurídico en general, comprensivo de todas las fuentes del Derecho, incluyendo sus
principios generales. Pero además los administradores deben actuar con razonabilidad, evitando
que bajo la apariencia de cumplir la ley se produzcan actos arbitrarios o injustos o desviados del
fin de la norma.
En suma: la legitimidad representa un concepto más amplio que la legalidad, proscribiendo
aquellas conductas públicas que enmarcadas en el Derecho positivo resulten irrazonables,
arbitrarias, desproporcionadas, inmorales o, simplemente, injustas".
V. LAS LIBERTADES PÚBLICAS Y LOS DERECHOS FUNDAMENTALES EN GENERAL
(Punto D)
A esta altura del relato es claro que cuando aludimos al "Estado de Derecho" en realidad
bosquejamos un "Estado de deberes" de los gobernantes hacia los ciudadanos, dentro del cual el
principal deber de toda autoridad pública consiste en reconocer, resguardar y potenciar la idea
del ejercicio de una libertad responsable por parte de los individuos.
Enfatizamos la condición de libertad responsable porque, como lo destacaremos más adelante, el
resguardo de la libertad no puede hacer que las autoridades retornen alegremente a los tiempos
pasados del "dejar ser y dejar hacer" desentendiéndose de los resultados en términos de justicia
social y solidaridad. La idealización irrestricta de las reglas naturales de los mercados
desregulados y la hipótesis de un Estado ya no subsidiario sino lisa y llanamente ausente puede
hacer que las desigualdades se acentúen para desaliento de las generaciones futuras.
Como vimos las libertades públicas dependen de la efectiva vigencia de los principios de
legalidad y legitimidad. La llamada "cláusula de la libertad", que enuncia que nadie puede ser
obligado a actuar sino de la manera que indica el orden jurídico, no es una fórmula retórica sino
que constituye la base de todo ordenamiento constitucional y se traduce en un concreto mandato
para los jueces.
Estos principios esenciales de Ciencia Política, que resultan hoy día fundantes de las modernas
concepciones del Derecho Público, distan de ser novedosos. Se reconoce a la obra de John
LOCKE (1632-1704) haber influenciado sobre los independentistas de América del Norte y sobre
los revolucionarios franceses, madurando la idea de que la vida, la propiedad y la libertad no
podían restringirse a mera voluntad del rey sino únicamente por imperio de la ley emanada de los
representantes del pueblo. En sus razonamientos aparece claro que lo más importante en la
política no es el orden y la seguridad del Estado sino la protección de los derechos individuales.
Al negar la presencia de un poder absoluto en el monarca se cancela la posibilidad de que exista
un poder no sometido a las leyes.
LOCKE sostuvo que, por naturaleza, ningún hombre está jurídicamente por encima de otro y,
anticipándose a ROUSSEAU, explicó que la sociedad política es consecuencia de un pacto de la
comunidad y este acuerdo de la comunidad es la única legitimación del poder. Sembrando la
semilla de la moderna democracia, LOCKE entendió al poder como una encomienda del pueblo
sobre la base de la confianza (fiduciary power), para que algunas personas (fideicomisarios) lo
ejerzan para bien de los individuos. En esta concepción "el poder político es un derecho a dictar
leyes, así como a emplear la fuerza en la ejecución de tales leyes y en la defensa de la República
de cualquier ofensa que pueda provenir del exterior; y todo ello teniendo como único fin la
consecución del bien público"".
Si el poder es ejercido en contra de los fines del Estado (asegurar el imperio del Derecho y
posibilitar la conservación y mejoramiento de la libertad y de la calidad de vida de los individuos)
el gobernante se convierte en tirano y no debe ser obedecido.
Exaltando aquellas nociones que irían luego delineando lo que el moderno constitucionalismo
consideró como el "principio de la libertad", LOCKE dirá que "la libertad de los hombres bajo el
gobierno consiste en la posesión de una regla de conducta vigente, común para todos los
miembros de esa sociedad y cuya elaboración ha corrido a cargo del poder legislativo que rige en
ella. Una libertad que me permite seguir mi propia voluntad en todo aquello que la norma no
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prescriba, así como no estar sometido a la voluntad inconstante, incierta, desconocida y arbitraria
de otro hombre"".
En la eterna e inevitable tensión entre poder y libertad resulta imprescindible advertir que la
libertad constituye un valor superior, ínsito a la naturaleza y dignidad humana, que se constituye
en el fundamento mismo del orden político y que en nuestro país aparece reconocida desde 1853
en el artículo 19 de la Carta Magna y ratificada en los Tratados internacionales incorporados a
aquel cuerpo por la reforma de 1994 (art. 75 inc. 22).
VI. PROTECCIÓN JURISDICCIONAL DE LAS LIBERTADES PÚBLICAS (Punto E)
Disponer de libertad es una exigencia moral. Libertad de pensamiento, de creencias religiosas,
de tránsito, de enseñar y aprender, de trabajar, de prensa, de libre acceso a la información, y
otras formas de reconocimiento de la dignidad humana, son hoy atributos de la personalidad
universalmente reconocidos en teoría a la par que sistemáticamente ignorados en los hechos.
Desde luego que se impone una regulación criteriosa de la libertad para hacer posible la vida en
sociedad y tornar realidad el apotegma que indica que "mi derecho termina donde comienza el
del prójimo".
1. Antecedentes
La preocupación en aquella dirección no es nueva. El "Convenio para la protección de los
derechos del hombre y de las libertades fundaméntales" (Roma, 1950) establece que "toda
persona tiene derecho a que su causa sea vista equitativa y públicamente en un plazo razonable,
por un tribunal independiente e imparcial establecido por la ley (art. 6). También reclama el
funcionamiento de un tribunal independiente e imparcial la "Convención Americana sobre
Derechos Humanos" (Costa Rica, 1969), ratificada entre nosotros por ley 23.054 de 1984 e
incorporada a la Constitución Nacional en 1994 según el nuevo artículo 75 inc. 2236.
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El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha declarado que el derecho humano elemental de
acceso al Servicio de Justicia presupone la existencia de .un organismo judicial independienten.
La Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires ha remarcado como "principios liminares del
Estado de Derecho: legalidad administrativa y acceso a la Justicia".
Es notorio que en el Estado moderno el Poder Judicial -y especialmente la posibilidad de que
éste examine la conducta activa y omisiva de los otros poderes- aparece como una barrera de
contención respecto del sobredimensionamiento y del exagerado cúmulo de atribuciones
discernidas a los cuerpos ejecutivos y legislativos.
3. El control judicial
Debido a la inexistencia de una Corte Constitucional y a la práctica del denominado "control
difuso de constitucionalidad" en Argentina es deber de todos los jueces, de todos los fueros y de
todos los grados, ejercer a fondo su rol de garantes de las libertades públicas y de los derechos
fundamentales en general. Si bien las garantías constitucionales trascienden el marco del
proceso judicial y se proyectan al procedimiento administrativo, como lo ejemplifica en forma
contundente el artículo 15 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires, es dentro del
proceso contencioso administrativo, y más claramente en el juicio sumarísimo de amparo, donde
encontramos los remedios básicos para enfrentar la tendencia de los administradores a incurrir
en desvío y abuso de poder.
Las atribuciones regladas y las prerrogativas de los gobernantes deben extenderse en la medida
que lo permitan la ley y sus fines. Aunque los derechos individuales, oponibles a la perniciosa
insistencia en ejercer el poder en forma irrestricta, encuentran también sus límites en la potestad
de reglamentación reconocida a las autoridades de la Nación (artículo 14 de la C.N., sustento del
denominado "poder de policía"), debido a que se coarta la libertad y los demás derechos
fundamentales, jamás deberá comprimírselos en mayor medida de lo imprescindible para obtener
el bien común. El principio general debe ser el amplio ejercicio de los derechos; la excepción su
restricción. Cuando nuestra sociedad consintió (por vocación, ignorancia o imposición de
circunstancias irresistibles) la inversión de los términos se ingresó de lleno en la negra etapa del
despotismo y la tiranía. Fue entonces cuando el "Estado de terror" reemplazó al "Estado de
Derecho".
Si bien el Estado, el poder y los derechos individuales responden a una realidad empírica (como
lo comprueba el mero repaso de la historia y de la realidad lejana y reciente) no debe ni puede
olvidarse la vigencia de principios éticos esenciales, universales y permanentes que otorgan
legitimidad al poder y a la coacción, imponen el deber de obediencia y diferencian la civilización
de la barbarie. Por eso la noción moderna de Estado, junto a las notas cardinales de legalidad y
G.A.L - S.M – E.D
legitimidad (que lo califican como estado de Derecho) asume axiológicamente imprescindible que
los gobernantes sean el producto de la voluntad de los gobernados (para festejar el Estado de
Democracia) y que el poder y sus funciones sean divididas para evitar el despotismo
(manteniendo el sistema republicano)
En semejante panorama, complejo y apasionante adquiere especial relevancia como una
condición sine qua non, la independencia de los jueces respecto de los legisladores y
administradores. Ni el Estado de Derecho, ni la Democracia ni la República son posibles si no
contamos con un poder judicial independiente.
La independencia de los jueces configura un requisito de mayor trascendencia que su idoneidad.
No importa tanto la versación jurídica de los magistrados (aunque sin duda es de desear que sea
profunda) como su autonomía de criterio.
Entre su ilustración y su honestidad intelectual sobresale esta última debido a que el sistema
judicial, aun en los tumbos, puede funcionar sin jueces sabios pero no tiene esperanza de
sobrevivir sin jueces probos.
10
Ley 11.634 (B.O. 28-IX-32)
Esta ley modifica el art. 1º de la ley 3952, que queda redactado de la siguiente manera: “Los tribunales federales y los
jueces letrados de los territorios nacionales, conocerán de las acciones civiles que se deduzcan contra la Nación, sea
en su carácter de persona jurídica o de persona de derecho público, sin necesidad de autorización previa
legislativa; pero no podrán darles curso sin que se acredite haber producido la reclamación del derecho
controvertido ante el poder ejecutivo y su delegación por parte de éste.”
Mediante esta reforma se aclara que el Estado nacional puede ser demandado tanto por sus relaciones de derecho
privado como por sus relaciones regidas por el derecho público; propias del contencioso administrativo, sin perjuicio
de lo cual exige agotar la instancia administrativa previa, hablándose aquí de reclamación sin que se especifique
técnicamente si se trata de una vía recursiva o de una vía reclamativa como consagrará oportunamente la ley
19.549.
G.A.L - S.M – E.D
resolución (denominado pronto despacho) al que se adicionaba un plazo adicional de 3 meses, a
favor de la Administración, antes de dar por habilitada la instancia judicial.
Este régimen de demandabilidad, que suponía la vigencia supletoria del Código de
Procedimientos en lo Civil y Comercial Federal, insumía en total unos 9 meses como mínimo para
que los particulares o empresas estuvieran en condiciones de promover acciones judiciales.
Pero aún así, Cassagne entiende que el sistema era de avanzada, muy superior al
norteamericano, ya que no existían plazos de caducidad ni el Estado mantenía privilegios
procesales.
De otra parte, al no exigirse la regla del agotamiento de la vía administrativa (o sea, que el
recurso jerárquico era opcional como en Francia) la Administración ganaba en eficiencia y no se
inundaba de expedientes en los que los particulares interponían recursos administrativos, ya
que su promoción (a los efectos del agotamiento) no constituía un presupuesto de la
demandabilidad del Estado. Los únicos plazos que hacían caer la acción judicial eran los plazos
de prescripción de los derechos de fondo que fundamentaban la pretensión procesal.
La principal crítica que puede hacerse sobre este período, que se extendió hasta el año 1972 en
que se sancionó la Ley Nacional de Procedimientos Administrativos, se circunscribe a que la
protección jurisdiccional se acordaba sólo a los titulares de derechos subjetivos, quedando fuera
del marco procesal garantístico los llamados intereses legítimos o directos, los cuales conforme a
la evolución mundial operada en esa época, contaban con dicha protección en los países
considerados de avanzada en este aspecto, como Francia e Italia.
11
ARTICULO 23: Podrá ser impugnado por vía judicial un acto de alcance particular:
a) cuando revista calidad de definitivo y se hubieren agotado a su respecto las instancias administrativas.
b) cuando pese a no decidir sobre el fondo de la cuestión, impida totalmente la tramitación del reclamo interpuesto.
c) cuando se diere el caso de silencio o de ambigüedad a que se alude en el artículo 10.
d) cuando la Administración violare lo dispuesto en el artículo 9.
ARTICULO 24: El acto de alcance general será impugnable por vía judicial:
a) cuando un interesado a quien el acto afecte o pueda afectar en forma cierta e inminente en sus derechos
subjetivos, haya formulado reclamo ante la autoridad que lo dictó y el resultado fuere adverso o se diere alguno de
los supuestos previstos en el artículo 10.
b) cuando la autoridad de ejecución del acto de alcance general le haya dado aplicación mediante actos definitivos y
contra tales actos se hubieren agotado sin éxito las instancias administrativas
ARTICULO 30: “El Estado nacional o sus entidades autárquicas no podrán ser demandados judicialmente sin previo
reclamo administrativo dirigido al Ministerio o Secretaría de la Presidencia o autoridad superior de la entidad
autárquica, salvo cuando se trate de los supuestos de los artículos 23 y 24.
El reclamo versará sobre los mismos hechos y derechos que se invocarán en la eventual demanda judicial y será
resuelto por las autoridades citadas”
G.A.L - S.M – E.D
b) El establecimiento de plazos de caducidad para demandar al Estado
A su vez, la LNPA prescribió plazos de caducidad, siguiendo al derecho español (aunque
también existen en el derecho norteamericano) que operaban como verdaderos plazos de
prescripción de los derechos de fondo, por el mero transcurso de un breve lapso cuando el
particular no promueve la acción judicial.
Estos plazos de caducidad, sólo serían constitucionales, si no impiden después deducir una
reclamación administrativa previa ya que, en estos supuestos, el particular evidencia su voluntad
de promover la acción judicial, pero carece de sentido aplicarlos a partir de cualquier decisión que
resuelva la clausura del estado administrativo ya que, en estos supuestos, se afecta la tutela
judicial efectiva al bloquearse el acceso del particular a la justicia interpretando quesu voluntad es
la de renunciar a este derecho.
Por ello, los plazos de caducidad para accionar contra el Estado, debieran reputarse
inconstitucionales, en cuanto cercenan el acceso a la jurisdicción, el derecho de propiedad y el
derecho a una tutela judicial efectiva (arts. 17 y 18 CN y arts. 8 y 25 del Pacto de San José de
Costa Rica, de rango constitucional conforme el art. 75 inc. 22 de la CN) protegidos en lo que se
ha denominado el “contencioso de los Derechos Humanos”.
De otra parte, la circunstancia de aceptar los plazos de caducidad como perentorios y fatales,
implica, en nuestro derecho, atribuira la función judicial, una certeza y valor de cosa juzgada
equivalente a la función judicial, alterando de ese modo, la interdicción prescripta en el art. 109
de la CN.
Otra posibilidad, para evitar que no sean inconstitucionales, sería la de admitir el replanteo de la
cuestión en sede administrativa a través del reclamo administrativo previo, al menos cuando se
trata de actos afectados de nulidades absolutas. En tales casos, para no
caer en la asistematicidad de establecer plazos de caducidad para el administrado (breves y
perentorios) y plazos de prescripción para el Estado, una correcta hermenéutica de la LNPA
conduce a interpretar que el reclamo administrativo previo es una vía opcional a favor del
particular, que éste puede promover después de vencidos los plazos de caducidad para deducir
la acción prevista en los arts. 23 y 24 de dicha ley. Con esta interpretación, una vez resuelto el
reclamo puede demandarse al Estado, salvo que se hubiera operado la prescripción
Competencia
El artículo 1 de la ley 3952 de demandas contra la Nación establece que “Los tribunales federales
y los jueces letrados de los territorios nacionales conocerán de las acciones civiles que se
deduzcan contra la Nación sea en su carácter de persona jurídica o de persona de derecho
público, sin necesidad de autorización previa legislativa; pero no podrán darles curso sin que se
acredite haber producido la reclamación del derecho controvertido ante el PE y su denegación
por parte de éste.”
G.A.L - S.M – E.D
B) La sentencia de condena al estado en la ley 3952. Interpretación jurisprudencial en el
caso “Pietranera”. Suspensión de la ejecución de sentencia. Normativa nacional y
provincial sobre consolidación de deudas estatales.
En el año 1900, con el dictado de la ley 3952, el Estado Federal, al mismo tiempo que abandonó
la exigencia de la venia legislativa previa para poder ser demandado, incorporando en su
reemplazo el reclamo administrativo previo, incluyó una cláusula mediante la cual las sentencias
condenatorias contra el Estado tendrían efecto meramente declaratorio.
a) Fundamentos
a) La jurisdicción para declarar el derecho en las controversias en que la Nación fuese parte
queda habilitada luego del necesario consentimiento que, al efecto, fuera expresado por el
órgano legislativo (soberanía). La interpretación de esa facultad extraordinaria, conferida por
delegación de la ley, no puede ser realizada de modo extensivo, ampliando la habilitación de la
"jurisdictio " a la "executio".
La doctrina de la Corte Suprema de justicia de la Nación reconoce una evolución, desde un inicio
en que se advierte la validación del sistema sin fisuras, pasando por una etapa en la que
comienzan a reconocerse excepciones (morigeración), hasta llegar a una postura según la cual
se rechaza, de plano, toda interpretación que signifique una suerte de autorización al Estado para
no cumplir las sentencias judiciales (leading case "Pietranera").
b) Su morigeración
Sin embargo, tal doctrina no fue sostenida monolíticamente por el Alto Tribunal de la Nación, sino
que comenzó a reconocer quiebres o excepciones.
Así, en primer lugar, encontró un límite ante las indemnizaciones expropiatorias; extendiéndose
ulteriormente a supuestos de restitución de inmuebles y desalojos.
c) El artículo 7° de la ley 3952 no significa una suerte de autorización al Estado para no cumplir
las sentencias judiciales.
Tal como anticipáramos, puede señalarse que la morigeración señalada en el acápite anterior
asumió carácter de principio a partir del leading case "Pietranera", en el que la Corte Federal se
permitió afirmar, categóricamente, que el artículo 7° de la ley 395212 no significaba una suerte de
autorización al Estado para no cumplir las sentencias judiciales, por lo que no cabía descartar la
pertinencia de una intervención judicial tendiente al adecuado acatamiento del fallo, en el
supuesto de una irrazonable dilación en su cumplimiento por la administración pública.
"Que la regla del artículo 7º de la ley 3952 ha de entenderse en su significado cabal. Su propósito
no es otro que evitar que la Administración Pública pueda verse colocada, por efecto de un
mandato judicial perentorio, en situación de no poder satisfacer el requerimiento por no tener
fondos previstos en el presupuesto para tal fin o en la de perturbar la marcha normal de la
Administración Pública. Desde este punto de vista la norma aludida es razonable. Pero en modo
alguno significa una suerte de autorización al Estado para no cumplir las sentencias judiciales.
Ello importaría tanto como colocarlo fuera del orden jurídico cuando es precisamente quien debe
12
El art. 7º expresa: “Las decisiones que se pronuncien en estos juicios, cuando sean condenatorias contra la Nación,
tendrán carácter meramente declaratorio, limitándose al simple reconocimiento del derecho que se presenta.”
G.A.L - S.M – E.D
velar con más ahínco por su respeto. Por ello ha dicho este tribunal que el artículo 7º de la ley
3952 no descarta la pertinencia de una intervención judicial tendiente al adecuado acatamiento
del fallo, en el supuesto de una irrazonable dilación en su cumplimiento por la administración
pública (Fallos 253:312). Que en tales circunstancias, resulta prudente la sentencia apelada que
no fija plazo de cumplimiento, sino que requiere del gobierno nacional manifieste en qué fecha va
a desalojar el inmueble, con lo que el intimado queda en condiciones para tomarse el plazo
razonable que corresponda; la advertencia final de que en caso de silencio, el plazo de desalojo
será fijado judicialmente, no es sino el corolario lógico de la potestad de los jueces de hacer
cumplir sus decisiones en defensa del imperio del Derecho""En el caso de autos la legitimidad de
arbitrar una prudente medida destinada a hacer cumplir la sentencia aparece palmaria, ya que
otra interpretación del artículo 7º de la ley 3952, conduciría a ponerlo en colisión con la
aludida garantía constitucional de la propiedad. Se ha dispuesto por sentencia firme el
desalojo del inmueble ocupado por el Estado; la prolongación sine die de esta ocupación sin
derecho vendría a ser una suerte de expropiación sin indemnización, o cuanto menos, una traba
esencial al ejercicio del derecho de propiedad".
Tal criterio fue aplicado, con posterioridad, a supuestos disímiles tales como cobro de alquileres,
de diferencias de haberes previsionales, o de honorarios.
b) encontrándose firme la sentencia, se solicita al Estado nacional informe, dentro del plazo fijado
por el juez, el término dentro del cual cumpliría la sentencia;
c) el plazo fijado por el juez para que el Estado se manifestase lleva la advertencia que, en caso
de silencio, el término de cumplimiento sería fijado por el juzgador;
d) vencidos los plazos (ya sea el previsto por la propia Administración o por el juez ante su
silencio) se encuentra expedita la vía de ejecución de sentencia, conforme las pautas del
C.P.C.C.
No resultaba óbice a tal esquema la falta de previsión presupuestaria al efecto, dado que el
Decreto Ley de Contabilidad, 23.354 (B.O.N. 8-I-1957), en su artículo 1713, habilitaba al Poder
Ejecutivo a autorizar la apertura de créditos a efectos de cumplir los mandatos judiciales.
Una prueba más del avance existente en la materia fue la previsión del artículo 12 de la ley de
amparo, respecto del contenido de la sentencia judicial14.
13
"El Poder Ejecutivo podrá autorizar la apertura de créditos únicamente en las situaciones siguientes con obligación de dar
cuenta en el mismo acto al Congreso: ... c) para el cumplimiento de sentencias judiciales firmes... Los créditos abiertos de
conformidad con las disposiciones del presente artículo quedarán incorporados al presupuesto general". (art. 17)
14
Art. 12 ley 16.986 (B.O.N. 20-X-1966): La sentencia que admita la acción deberá contener: a) La mención concreta de
la autoridad contra cuya resolución, acto u omisión se concede el amparo; b) La determinación precisa de la conducta
a cumplir, con las especificaciones necesarias para su debida ejecución; c) El plazo para el cumplimiento de lo resuelto.
G.A.L - S.M – E.D
Tal estado de situación llevó a la doctrina a afirmar que, a diferencia de lo que ocurría en España,
la ejecución de sentencias contra el Estado en nuestro país era una realidad.
3) El retroceso
a) El Decreto 679 — Reglamentación art. 7º ley 3952 respecto de sentencias de condena al pago
de sumas de dinero (7-VI-1988)
Según la norma en comentario (que por haber sido observada por el Tribunal de Cuentas de la
Nación sin que el Poder Ejecutivo insistiese, nunca tuvo vigencia), el Procurador del Tesoro
tomaría razón de la comunicación aludida en el artículo anterior en el Registro de Sentencias
Judiciales que llevaría al efecto. Cumplido ello, requeriría a la Secretaría de Hacienda que incluya
en el próximo o próximos proyecto de presupuesto general los fondos necesarios para afrontar el
pago con sus acrecidos, excepto que se tratare de los casos previstos en el art. 7°. Dicho pago
podría concretarse en uno o más ejercicios fiscales, según la determinación que al respecto
adopte la Secretaría de Hacienda y de acuerdo con lo que finalmente se previera en el
presupuesto general de la Nación. Asimismo, el deudor podría extinguir la obligación por
cualquiera de las formas previstas en el libro Segundo, sección Primera, título XVI del Código
Civil.
El Procurador del Tesoro adoptaría las medidas necesarias para hacer efectiva la transferencia
de los fondos previstos en la ley de presupuesto a las cuentas correspondientes a cada causa.
Si dichas transferencias no se hicieren efectivas dentro de los noventa [90] días de la publicación
de la ley de presupuesto, los interesados, una vez firme la liquidación que al efecto practicarían,
podrían solicitar al juez que intime al procurador del Tesoro, dentro del plazo que le fije, el
inmediato cumplimiento de la sentencia judicial. De no cumplirse con dicha intimación, se seguiría
adelante con el proceso de ejecución de sentencia, pudiendo el interesado gestionar las medidas
que estime correspondan.
En primer término y como medida de emergencia, esta ley suspendió por dos años la
ejecución de las sentencias judiciales y laudos arbitrales que condenaban al Estado
nacional o sus entes descentralizados a pagar sumas de dinero (arts. 50 y 51) (18).
Antes de que venciera la suspensión dispuesta por la ley 23.696 el Poder Ejecutivo dictó el
Decreto 34 por el cual suspendió por 120 días la ejecución de sentencias y laudos arbitrales que
condenaban al Estado y sus organismos descentralizados a pagar sumas de dinero y la
tramitación de los juicios y la presentación y sustanciación de reclamos administrativos que
tengan por objeto el cobro de sumas de dinero contra la Administración centralizada o
descentralizada. Comprendió todos los supuestos.
Según el artículo 22 de la ley, el Poder Ejecutivo debía comunicar al Congreso todos los
reconocimientos administrativos o judiciales firmes que carezcan de créditos presupuestarios
para su cancelación en la ley de presupuesto del año siguiente al del reconocimiento. A partir de
la clausura del período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación en que debería haberse
tratado la ley de presupuesto que contuviese el crédito presupuestario respectivo, el acreedor
quedaba facultado para solicitar la ejecución judicial de la sentencia.
Las modificaciones introducidas por estas normas, desmejoraron aún más la situación del
acreedor estatal.
Así, según la ley, los pronunciamientos judiciales que condenen al Estado nacional o a alguno de
los entes y organismos enumerados en el artículo anterior al pago de una suma de dinero o,
cuando sin hacerlo, su cumplimiento se resuelva en el pago de una suma de dinero, serán
satisfechos dentro de las autorizaciones para efectuar gastos contenidas en el presupuesto
general de la Administración nacional, sin perjuicio del mantenimiento del régimen establecido en
la ley 23.982.
Como vemos, con el dictado del artículo 22 de la ley 23.982 quedó descartada la apertura de un
crédito presupuestario automático para dar respuesta a la sentencia condenatoria al pago de una
suma de dinero; en su lugar se estableció una postergación de su exigibilidad.
Esta ley complementaria establece un diferimiento de la exigibilidad del crédito hasta tanto se
haya producido la clausura del período ordinario de sesiones en el que debería haberse tratado la
ley de presupuesto que contuviese el crédito presupuestario respectivo.
G.A.L - S.M – E.D
Las leyes 24.624 y 25.565 fueron más allá, estableciendo que el pago de estas acreencias se
realizará dentro de las autorizaciones para efectuar gastos contenidas en el Presupuesto,
contemplando —para el caso que el presupuesto correspondiente al ejercicio financiero en que la
condena deba ser atendida carezca de crédito presupuestario suficiente para satisfacerla—, que
el Poder Ejecutivo deberá efectuar las previsiones necesarias a fin de su inclusión en el del
ejercicio siguiente, para lo cual la Secretaría de Hacienda deberá tomar conocimiento fehaciente
de la condena antes del día 31 de agosto del año correspondiente al envío del proyecto.
Lo dispuesto en este artículo es de aplicación para cualquier clase de cuenta o registro a nombre
del Estado nacional o de cualquiera de sus organismos o dependencias del Poder Legislativo,
Poder Judicial, Poder Ejecutivo, la Auditoría General de la Nación, la Defensoría del Pueblo y el
Ministerio Público y la Administración pública nacional centralizada y descentralizada, entidades
autárquicas y Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Quienes en virtud de su cargo hubieren tomado razón de alguna medida judicial comprendida en
lo que se dispone en el presente, comunicarán al Tribunal la imposibilidad de mantener vigente la
medida en virtud de lo que se dispone en esta ley.
Por su parte, la ley 25.973 declaró aplicable dicha disposición a favor de las Provincias,
Municipios y Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
g) Su morigeración jurisprudencial
Como anteriormente aconteciera con la interpretación del artículo 7° de la ley 3952, la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, en diversos precedentes, ha expuesto una hermenéutica de
estos dispositivos a efectos de darles su exacto significado, el que, en ningún caso puede traer
aparejado que el Estado quede habilitado a incumplir las sentencias condenatorias o que el
acreedor se vea, en todo momento, imposibilitado de perseguir su concreción.
4) Breves reflexiones sobre la validez de los fundamentos dados para establecer el carácter
declaratorio de las sentencias contra el Estado en el ámbito de la Provincia de Buenos Aires y
sus municipios.
Quedó visto líneas arriba que el carácter declaratorio de las sentencias contra el Estado Nacional
se apontocó en tres fundamentos:
a) La doctrina de la soberanía;
b) La separación de poderes y el principio de legalidad presupuestaria;
c) La grave afectación del interés público;
Para Villafañe, ninguno de los fundamentos puede, actualmente, justificar tan irritante privilegio.
a) La soberanía
La soberanía, en tanto concepto esencialmente político, en el marco de un Estado de Derecho,
nunca puede invocarse para que la Administración incumpla los mandatos judiciales.
La obligación, ética y legal del Estado de someterse incondicionalmente a la juridicidad, de la cual
el mandato judicial firme no es sino una expresión concreta, impiden —a esta altura del
pensamiento— su consideración.
b) La separación de poderes.
Partiendo de la base que la Administración debe someter su actuación a la juridicidad y siendo la
sentencia la interpretación definitiva del ordenamiento jurídico en un caso dado, su
incumplimiento constituye una fractura en la Constitución (rompe las reglas del juego
constitucional).
c) La legalidad presupuestaria
En punto al principio de legalidad presupuestaria cabe destacar que tanto en la Provincia como
en los Municipios, el gasto que genere el cumplimiento de sentencias judiciales firmes no
necesita previsión presupuestaria, dado que —de no existir ésta [lo cual, en principio, deja en
evidencia un déficit en la estimación del presunto pasivo litigioso]— el Poder o Departamento
Ejecutivo están habilitados a autorizar tales erogaciones, con obligación de dar cuenta
inmediatamente a los órganos deliberativos.
En efecto, así lo establece el artículo 8 de la ley de contabilidad (31) y el artículo 119 de la LOM
(32). Como viéramos, una disposición similar contemplaba la ley de contabilidad nacional (33),
incluso con anterioridad al dictado del precedente "Pietranera".
d) El interés público
La mirada de la cuestión no quedaría completa sin traer la óptica de quien debiera ser el
destinatario de todos los esfuerzos estatales: el ciudadano.
Como con su habitual lucidez lo planteaba el profesor Morello: " ... si el resultado programado en
la condena judicial firme o pasada en autoridad de cosa juzgada se deja de cumplir ¿no se
lesiona también frontalmente la garantía de la defensa, tal celosamente preservada en el tramo
de conocimiento y durante la secuela del litigio hasta el dictado de aquélla y su fase de control o
recursos? Dicho con otro giro: esa garantía (la de la defensa en juicio, la tutela judicial efectiva)
¿no supone y requiere una ‘efectividad global’ del proceso justo? ¿No se fractura incorrectamente
dejar de apoyar, en las sombras —diríamos sin la consideración debida— ese tramo esencial, el
del cumplimiento de la orden judicial pese a erigirse en el instante máximo porque es en él en
donde acontecerá la ‘concreción’ cabal, del contenido genuino del fallo? A todas luces deviene
insuficiente afirmar la ‘inviolabilidad del derecho de defensa en cualquier estado o grado del
procedimiento’ (art. 18 C.N.; 24, 2º Constitución italiana) si esa inviolabilidad no se expande con
pareja eficacia, en la lectura de la efectividad de la realización".
Concepto de emergencia
La emergencia puede ser descripta como aquella situación cierta de grave peligro o riesgo para
la comunidad que, a fin de ser conjurada, exige la adopción temporaria de necesarias
medidas limitativas de derechos, a efectos de atenuar su gravitación negativa sobre el orden
económico, institucional y la sociedad en su conjunto.
En términos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación: "... Se trata de una situación
extraordinaria, que gravita sobre el orden económico social, con su carga de perturbación
acumulada, en variables de escasez, pobreza, penuria o indigencia, que origina un estado de
necesidad al que hay que ponerle fin" ("Peralta").
Toda emergencia supone una profunda crisis, un trastorno de proporciones, una situación de
riesgo colectivo, que al exigir restricciones o limitaciones de derechos, resulta naturalmente
resistida por los afectados. Empero, frente a una real situación de emergencia no puede
afirmarse que la eficacia plena de tales derechos individuales o sociales esté garantizada, sino
que, precisamente, tales limitaciones se adoptan, en definitiva, para asegurarlos.
En tal sentido, ha expresado el Alto Tribunal Nacional en la ya citada causa "Peralta": 56°) "... no
hay violación del artículo 17 citado cuando por razones de necesidad se sanciona una norma que
no prive a los particulares de los beneficios patrimoniales legítimamente reconocidos ni les niega
su propiedad y sólo limita temporalmente la percepción de tales beneficios o restringe el uso que
pueda hacerse de esa propiedad. Antes bien, hay una limitación impuesta por la necesidad de
atenuar o superar una situación de crisis que, paradojalmente, también está destinada a
proteger los derechos presuntamente afectados que corrían el riesgo de convertirse en ilusorios
por un proceso de desarticulación del sistema económico-financiero".
Requisitos
En tanto excepcional, la existencia del derecho de emergencia en el Estado de derecho exige la
acreditación de una situación de grave riesgo social, como así también la observancia de
diversos límites en las medidas adoptadas para superarla: que estén enderezadas al bien común;
que no importen alterar la sustancia o esencia del derecho objeto de limitación, que sean
razonables y temporarias.
La C.S.J.N. en el conocido caso "Peralta”, tuvo oportunidad de detallar, una vez más, los
requisitos que justifican el dictado de una legislación de emergencia:
Es necesario:
a) Que exista una situación de emergencia que imponga al Estado el deber de amparar los
intereses vitales de la comunidad.
b) Que la ley tenga como finalidad legítima, la de proteger los intereses generales de la sociedad
y no a determinados individuos.
c) Que las medidas sean razonables, acordando un alivio justificado por las circunstancias;
d) Que su duración sea temporal y limitada al plazo indispensable para que desaparezcan las
causas que las hicieron necesarias.
e) Temporalidad de la emergencia
G.A.L - S.M – E.D
Principales características de los regímenes de consolidación de pasivos estatales
i) El orden público de la mentada normativa (arts. 16 ley 23.982; 20 ley 11.192), conlleva su
aplicación inexcusable e inmediata, su prevalencia respecto de cualquier otra legislación y la
imposibilidad de apartarse de ella cuando se trata de deudas pasibles de ser consolidadas, aún
cuando las partes no las hubieran invocado.
iii) Quedan consolidadas las obligaciones vencidas o de causa o título anterior a la fecha de corte
en cada caso establecida, que consistan en el pago de sumas de dinero o que se resuelvan en el
pago de sumas de dinero, en cualquiera de los siguientes casos:
* Cuando el crédito o derecho reclamado judicial o administrativamente haya sido alcanzado por
suspensiones dispuestas por leyes o decretos dictados con fundamento en los poderes de
emergencia del Estado hasta el 1º de abril de 1991 y su atención no haya sido dispuesta o
instrumentada por otros medios.
* Cuando el crédito sea o haya sido reconocido por pronunciamiento judicial, aunque no hubiere
existido controversia, o ésta cesare o hubiere cesado por un acto administrativo firme, un laudo
arbitral o una transacción.
* Cuando el Estado hubiera reconocido el crédito y hubiera propuesto una transacción en los
términos del inciso a).
Tras el citado pronunciamiento, la Provincia dictó la ley 13.436 poniendo de manifiesto que, con
ello, superaba las observaciones formuladas por el cimero Tribunal Federal.
ii) En un nuevo pronunciamiento (causa "Mochi" 2008), la Corte Federal volvió a descalificar la
norma local —aún tras la reforma referida— por cuanto continuaba estableciendo condiciones
más gravosas para los acreedores que las previstas en el régimen nacional.
Señaló al respecto que i) el régimen local no establece, para las obligaciones que se cancelen en
efectivo, el límite de dieciséis años contados a partir de la fecha de corte previsto en la legislación
nacional (art. 14 ley 25.344 y 10 del Decreto reglamentario 1116/00), por lo cual, si
eventualmente los recursos existentes no resultaren suficientes, podría extenderse más allá del
término allí previsto, contrariando la prohibición del artículo 19 de la ley 23.982; ii) que la
legislación local extiende más allá de lo permitido el comienzo del pago de la primera cuota de
amortización de capital e intereses de los títulos públicos, en tanto el plazo para el pago de tales
servicios se computa a partir de la fecha de emisión que ésta fija en el 30 de noviembre de 2001,
mientras la regulación nacional lo hace en el 1º de enero de 2000 (art. 4º inc. d] del Decreto
provincial 1578/02 y art. 24 inc. a] del Decreto Nacional 1116/00), lo que importa una demora de
casi dos años en el comienzo de la percepción de la amortización de capital e intereses y iii) que
si bien el artículo 11 de la ley 13.436 modificó el artículo 18 de la ley 12.836 en cuanto eliminó el
límite del quince por ciento (15%) del cálculo de los recursos de la Administración central vigente
al momento de emitir los títulos, la reglamentación mantiene dicho tope (art. 4 inc. f] del Decreto
1578/02 y arts. 18 y 19 del Decreto 577/06).
iii) Con todo, recientemente, la Suprema Corte de Justicia, por mayoría, aún con las
modificaciones precedentemente enunciadas, declaró la inconstitucionalidad del aludido régimen,
al considerar que continuaba siendo más gravoso que el régimen federal (básicamente, por
exceder el plazo máximo previsto por la legislación federal para la amortización total de las
deudas) (86).
G.A.L - S.M – E.D
Apuntes sobre la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación respecto de las leyes de
consolidación
* Se impone sobre cláusulas constitucionales locales que atribuyen a los jueces mandar a cumplir
directamente sus sentencias ante el incumplimiento de la autoridad administrativa ("Martínez y de
la Fuente".
* La adhesión de la Provincia al régimen nacional, habilita excepcionalmente a que la normativa
local regule aspectos de la relación entre acreedor y deudor, que resultan de exclusivo resorte del
Congreso Nacional (arts. 31 y 75 inc. 12 de la Constitución Nacional;)
* Las normativas locales no pueden introducir mayores restricciones a los derechos de los
acreedores que las previstas en el régimen que les sirve de base (art. 19 ley 23.982; "Vergnano
de Rodríguez, 2004, "Mochi", 2008; "Cavada", 2010).
iii) Excepciones (inaplicabilidad del régimen) fundadas en la avanzada edad o estado de salud del
accionante u otras razones atendibles: No obstante que, como quedara expuesto líneas arriba,
los regímenes de consolidación nacionales han superado el test de constitucionalidad formulado
por la Corte Federal, el mismo tribunal ha admitido que pueda declararse "inaplicable" o lo que es
lo mismo, que resulta "inconstitucional" en el caso, ya sea total o parcialmente, bien que ante
circunstancias excepcionales.
Dicha línea pretoriana, originada bajo la vigencia de la ley 23.982, fue tenida en cuenta por el
legislador nacional al sancionar el nuevo régimen de consolidación ley 25.344, al establecer en el
artículo 18 que " ... El Poder Ejecutivo en la reglamentación establecerá un límite mínimo de edad
a partir del cual se podrá excluir de la consolidación que se establece por la presente, a titulares
de créditos previsionales derivados del régimen general. Asimismo, se podrá disponer la
exclusión cuando mediaren circunstancias excepcionales vinculadas a situaciones de desamparo
e indigencia en los casos en que la obligación tuviere carácter alimentario".
Por su parte, la Suprema Corte de Justicia ha sustentado igual temperamento.
Conclusiones
1. Una consecuencia necesaria del Estado de Derecho es que la Administración está obligada al
cumplimiento de los mandatos judiciales condenatorios. Ante su reticencia, los órganos
jurisdiccionales deben efectivizar, actuar, concretar sus decisorios a través de la ejecución de sus
sentencias.
De una parte, no se advierten las razones por las cuales no se habilita al Poder Ejecutivo a
autorizar las erogaciones en el Presupuesto en curso, dando cuenta al Congreso, como estuvo
G.A.L - S.M – E.D
previsto durante el régimen del Decreto Ley 23.354, cuanto más ante los superavits de los
últimos ejercicios fiscales.
Por fin, la omisión, demora o negligencia en la inclusión del crédito en el proyecto de presupuesto
correspondiente, debidamente acreditada, debería traer aparejada la posibilidad de iniciar el
procedimiento de ejecución de sentencias previsto en el C.P.C.C.
Por otra parte, cabe no perder de vista los límites impuestos a las regulaciones provinciales por la
normativa federal que le sirve de base; la incorporación de cláusulas que importen condiciones
más gravosas para los acreedores están condenadas a su descalificación.
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C) Interdictos contra la administración pública: de retener, de recobrar, de obra nueva y obra
vieja.
Retener: es una pretensión procesal mediante la cual quien ejerce la posesión o tenencia de una
cosa mueble o inmueble, reclama el amparo judicial frente a actos que implican una perturbación
potencial o efectiva de aquellas situaciones. Las decisiones administrativas no implican actos
materiales de perturbación mientras no medien vías de hecho y el acto, además, se cumpla al
margen de las facultades legales del respectivo organismo
Obra nueva: pretensión procesal en cuya virtud el poseedor o tenedor de un inmueble que es
turbado en su posesión o tenencia por una obra nueva que afectare a ese bien, reclama que la
obra se suspenda durante la tramitación del proceso y se ordene destruir en la sentencia
Obra vieja: era tratado por la derogada ley 50. La ley 22.434 se ocupa de la regulación procesal
del Párr. 2do del art. 2499 del C.C y expresa: “quien tema que de un edificio o de otra cosa derive
un daño grave e inminente a sus bienes, puede solicitar al juez las medidas de seguridad
adecuadas, si no mediare anterior intervención de la autoridad administrativa por el mismo
motivo… La intervención simultánea o ulterior de la autoridad administrativa determinará la
clausura del procedimiento y el archivo del expediente. Las resoluciones que se dicten serán
inapelables. En su caso podrán imponerse sanciones conminatorias”
G.A.L - S.M – E.D
D) El arbitraje y la Administración pública.
Si bien hay muchos mas ejemplos, lo cierto es que la tradición jurídica argentina no es
internamente proclive al arbitraje, como forma de resolución de conflictos.
Gordillo:
El Estado como árbitro o como parte en un arbitraje: El Estado no tiene objeciones cuando él es
el árbitro, sea esto para usuarios y consumidores, en materia tributaria, laboral, etc.
El Estado como parte en un arbitraje interno: El Estado admite el arbitraje, siendo él parte y no
juez, en cuestiones de hecho o técnicas, no de derecho: hidrocarburos, u otros temas conexos.
No son demasiados, como se advierte, ya que siempre el arbitraje se ha considerado, explicable
o inexplicablemente, como de excepción y de interpretación restrictiva.
Arbitraje internacional: a partir de la reforma del art.75, inc.22 y del inc. 24 que autoriza la
delegación de “competencias y jurisdicciones a organizaciones supra estatales,” si bien los
tribunales arbitrales no constituyen organizaciones supra estatales, es evidente que es
constitucionalmente válida dicha prórroga de jurisdicción.
G.A.L - S.M – E.D
Jurisdicción originaria en causas de las Provincias: Pueden recordarse las viejas conclusiones
sobre la expresión “exclusiva” con que la Constitución califica a la competencia originaria cuando
es parte una Provincia. Se ha resuelto que ello significa solamente que tal jurisdicción no es
prorrogable a los restantes tribunales federales, pero no excluye a los tribunales provinciales ni
eventualmente a los arbitrales, de conocer del litigio
UNIDAD 13 – Proceso administrativo
a) El derecho procesal administrativo. Concepto.
(Fuente: Gordillo)
G.A.L - S.M – E.D
La provincia buenos aires fue pionera en regular y establecer un régimen procesal contencioso
administrativo.
Las fórmulas constitucionales y legales no se adaptaban a los nuevos requerimientos del Estado
de Derecho, orientado, decisivamente, hacia la vigencia irrestricta del principio de la tutela judicial
efectiva y, consecuentemente de una plena accesibilidad a la revisión judicial de las actividades
regidas por el derecho administrativo. Este principio consagrado en el PSJCR se encuentra
incorporado expresamente en el artículo 15 de la constitución provincial bonaerense.
2) Una mayor amplitud en el acceso a la justicia tanto en materia de legitimación como respecto
de los recaudos habilitantes.
5) El abandono del criterio subjetivo u orgánico para delimitar la función administrativa (que
consideraba sólo los actos emanados de “autoridades administrativas”) y su reemplazo por un
criterio objetivo o material que admite la plena judiciabilidad de los actos de otros poderes como
lo son el legislativo y judicial y las personas públicas no estatales.
6) El reconocimiento de la aptitud de la provincia y los respectivos entes para actuar como parte
actora en el proceso como consecuencia natural de eliminar la restricción que impedía juzgar
otros actos y situaciones que no fuesen actos de autoridades administrativas denegatorios de
derechos.
7) La pretensión pasa a convertirse en el eje central del proceso regulándose sus distintas clases
en función del principio de la tutela judicial efectiva sin limitarse a la clásica pretensión anulatoria.
Existirá “materia” administrativa en todos aquellos asuntos en los cuales sea parte un sujeto
público estatal o un sujeto privado al cual se le han transmitido potestades públicas, aun cuando
sea evidente que las normas fundamentalmente aplicables al caso sean de Derecho Privado.
El criterio subjetivo indica que siempre que uno de los protagonistas del entuerto actúe en
ejercicio de potestades públicas habrá materia administrativa. Debido a ello el elemento subjetivo
de la relación jurídica que deriva en pleito se expande y aprehende al elemento objetivo
(disposiciones aplicables, cualesquieran sean las ramas del Derecho a la que pertenezcan).
El enfoque “subjetivo” no resulta extraño a nuestro derecho procesal donde existen supuestos en
los cuales la competencia judicial resulta discernida en función del sujeto interviniente, de tal
suerte que en lugar de relacionar la atribución de la competencia con la naturaleza de las
cuestiones debatidas se lo hace con la calidad de los sujetos que intervienen en el pleito. El caso
paradigmático es el de la Justicia Federal donde la sola presencia de una persona pública
nacional determina la competencia de jueces y cámaras de ese Fuero. De esta manera toda la
organización judicial federal se constituye en un segmento específico del Poder Judicial que
orienta su labor en función del sujeto-parte en el litigio.
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mediante sus leyes 7 (Ley Orgánica del Poder Judicial,
art. 48) y 189 (Cód. Contencioso Administrativo y Tributario, art. 2 estableció la competencia
contencioso administrativa local (es decir de los jueces de la Ciudad y no de los jueces
nacionales) en razón del sujeto, sin importar la naturaleza privada o pública de la materia
vinculada al pleito.
Siempre que el nexo causal entre un hecho y su consecuencia dañosa pueda atribuirse a un
órgano estatal, o a un ente privado al que se le han delegado funciones públicas, será
competente el fuero contencioso administrativo, abandonando definitivamente la rémora de un
pasado inmediato en el cual se emplearon como fundamento del deber estatal de reparar las
disposiciones del Código Civil sobre responsabilidad de las personas jurídicas privadas. En el
fondo, desde hace bastante tiempo se advirtió que juzgar la conducta dañosa de los sujetos
estatales impone la consideración basal de normas y principios de Derecho Público,
fundamentalmente la noción de “falta de servicio” y la “teoría del órgano” que permite imputar en
G.A.L - S.M – E.D
forma directa al Estado las consecuencias resultantes de la conducta de sus agentes debido a
una interpretación dinámica del art. 1112 del Cód. Civil.
La Suprema Corte de Buenos Aires ha dado un paso fundamental hacia la consagración de la
tutela judicial efectiva, que impone el art. 15 de la Constitución local, al abandonar el criterio
restrictivo que informa un contencioso meramente revisor de actos administrativos en el histórico
caso Consorcio de Gestión del Puerto de Bahía Blanca , admitiendo que asuma el rol de actor un
ente de derecho público estatal y considerando directamente operativo el art. 166 de la
Constitución Provincial que asigna competencia al tribunal de lo contencioso administrativo en
todos los “casos” originados por el ejercicio de la función administrativa .
(Fuente: Botassi)
Legislación Provincial.
CÓDIGO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO (CCA)
Ley 12.008
1. Las que tengan por objeto la impugnación de actos administrativos, de alcance particular o
general, *y de ordenanzas municipales. Quedan incluidas en este inciso las impugnaciones que
se deduzcan en contra de las resoluciones emanadas del Tribunal de Cuentas, del Tribunal
Fiscal y de cualquier otro Tribunal de la Administración Pública, así como las que se deduzcan en
contra de actos sancionatorios dispuestos en el ejercicio de la policía administrativa - a excepción
de aquéllas sujetas al control del órgano judicial previsto en los artículos 166, segundo párrafo,
172 y 216 de la Constitución de la Provincia y 24 inciso 3) de la Ley 11.922.
* Lo subrayado corresponde al Texto Original de la presente. La Ley 13101 que incorporó los
incisos 8) y 9) al presente artículo, cuando transcribe el mismo no lo menciona.
2. Las que se susciten entre prestadores de servicios públicos o concesionarios de obras
públicas y usuarios, en cuanto se encuentren regidas por el derecho administrativo.
3. Aquéllas en las que sea parte una persona pública no estatal, cuando actúe en el ejercicio de
prerrogativas regidas por el derecho administrativo.
4. Las que versen sobre la responsabilidad patrimonial, generada por la actividad lícita o ilícita
de la Provincia, los Municipios y los entes públicos estatales previstos en el artículo 1°, regidas
por el derecho público, aún cuando se invocaren o aplicaren por analogía normas del derecho
privado.
7. Las que promuevan los entes públicos estatales previstos en el artículo 1°, regidas por el
derecho administrativo.
8. (Inciso incorporado por Ley 13101) Las relacionadas con la ejecución de tributos provinciales.
9. (Inciso incorporado por Ley 13101) Las que versen sobre limitaciones al dominio por razones
de interés público, servidumbres administrativas y expropiaciones.
G.A.L - S.M – E.D
La enunciación anterior es meramente ejemplificativa. No implica la exclusión del
conocimiento por los tribunales contencioso-administrativos de otros casos regidos por el derecho
administrativo.
ARTICULO 4º: (Texto según Ley 13101) Casos excluidos de la materia contencioso-
administrativa. No corresponden a la competencia de los tribunales contencioso-administrativos
las siguientes controversias:
1. Las que se encuentran regidas por el derecho privado o por las normas o convenios laborales.
2. Las que tramitan mediante los juicios de desalojo, interdictos y las pretensiones posesorias.
3. Los conflictos interadministrativos provinciales que serán dirimidos por el Poder Ejecutivo
Provincial, conforme al régimen que al efecto se apruebe.
G.A.L - S.M – E.D
ARTÍCULO 41. — Los fiscales ante la justicia de Primera Instancia Federal y Nacional de la
Capital Federal, en lo civil y comercial, Contencioso Administrativo, Laboral y de Seguridad
Social, tendrán los siguientes deberes y atribuciones:
a) Hacerse parte en todas las causas o trámites judiciales en que el interés público lo requiera de
acuerdo con el artículo 120 de la Constitución Nacional, a fin de asegurar el respeto al debido
proceso, la defensa del interés público y el efectivo cumplimiento de la legislación, así como para
prevenir, evitar o remediar daños causados o que puedan causarse al patrimonio social, a la
salud y al medio ambiente, al consumidor, a bienes o derechos de valor artístico, histórico o
paisalístico en los casos y mediante los procedimientos que las leyes establezcan.
b) Ofrecer pruebas en las causas y trámites en que intervengan y verificar la regularidad de la
sustanciación de las restantes ofrecidas o rendidas en autos, para asegurar el respeto al debido
proceso.
c) Intervenir en las cuestiones de competencia y en todos los casos en que se hallaren en juego
normas o principios de orden público.
Artículo 189.- El Ministerio Público será desempeñado por el procurador y subprocurador general
de la Suprema Corte de Justicia; por los fiscales de Cámaras, quienes deberán reunir las
condiciones requeridas para ser jueces de las Cámaras de Apelación; por agentes fiscales,
asesores de menores y defensores de pobres y ausentes, quienes deberán reunir las condiciones
requeridas para ser jueces de primera instancia. El procurador general ejercerá superintendencia
sobre los demás miembros del Ministerio Público.
PLANTEAMIENTO GENERAL
G.A.L - S.M – E.D
-La legitimación actora constituye un requisito de admisibilidad de la pretensión definible como la
capacidad para desempeñarse como parte en un litigio. Su existencia se vincula con la idea de
titularidad de la relación jurídica sustancial en que se funda dicha pretensión. Desde esta óptica el
actor estará legitimado para demandar en la medida en que su pretensión se apoye efectivamente en
una relación jurídica que lo tenga por protagonista. La naturaleza y extensión de la pretensión viene
entonces a condicionar la existencia o inexistencia de legitimación. No puede accionar por despido
quien no es parte en un contrato de trabajo ni puede demandar su divorcio quien no contrajo
matrimonio.
-Lo mismo ocurre en materia de legitimación pasiva, solo puede ser válidamente demandado quien
sea parte de la relación jurídica que abastece a la pretensión actora. En nuestro ejemplo será
legítima parte demandada el empleador en el juicio por despido y el otro cónyuge en el proceso de
divorcio.
-Dichas legitimaciones activa y pasiva puede extenderse a los terceros de intervención voluntaria u
obligatoria, que se colocarán junto al actor si titularizan su mismo derecho sustancial o se alinearán
junto al demandado si la pretensión actora es también enderezada contra ellos. En cualquier caso
deben encontrarse involucrados en la relación jurídica dentro de la cual se suscita el diferendo.
Si bien se trata de una problemática propia del Derecho Procesal en general, su trascendencia se ha
visto potenciada en el proceso administrativo.
Debido a que históricamente el contencioso se configuró exclusivamente como un “juicio al acto
administrativo” vinculado con sus requisitos esenciales y su régimen de nulidades, fueron los
administrativistas quienes se ocuparon de desentrañar quienes y bajo qué condiciones podían
accionar. En la Provincia de Buenos Aires el “incidente” de habilitación de la instancia judicial se
transformó en un obstáculo procesal de dificultad superior al propio litigio sobre el fondo del asunto.
Todo accionante, para arribar ganancioso a la sentencia definitiva, debía triunfar primero en ese
minijuicio previo, engorroso y árido donde todas las presunciones jugaban en su contra y donde
todas las situaciones dudosas eran resueltas de manera adversa a su postura.
LA NUEVA CONCEPCION
LEGITIMACION ACTIVA
El método del CCA es acertado. Luego de referir las pretensiones posibles en el artículo 12, su
artículo 13 dispone: “Legitimación activa: Está legitimada para deducir las pretensiones previstas en
el presente Código, toda persona que invoque una lesión, afectación o desconocimiento de sus
derechos o intereses tutelados por el ordenamiento jurídico”.
Esto permite el acceso a los tribunales, en la medida en que exista una controversia, una colisión de
derechos o intereses jurídicos, o, como reza el citado artículo 166, un caso.
En el nuevo régimen la legitimación actora depende de la existencia de un vínculo sustancial que
habilite al actor para obtener la satisfacción de una determinada pretensión. A nuestro entender, en
el nuevo régimen la legitimación se relaciona tan estrechamente con el derecho de fondo que su
efectiva existencia será recién examinada por el juez en su sentencia definitiva. Esto no significa que
al tenerse por parte al actor automáticamente se admita su éxito en el pleito. El actor prima facie
legitimado solo podrá obtener una sentencia favorable sobre la cuestión de fondo si acredita los
G.A.L - S.M – E.D
hechos que invoca y el juez interpreta que el orden jurídico asigna a esos hechos determinadas
consecuencias.
En el Código aprobado por Ley 12.008 se incluyen como potenciales actores los particulares
(personas de existencia visible, ideales o jurídicas),las personas públicas no estatales, el Estado en
sentido lato y, en definitiva, cualquier sujeto de derecho con capacidad jurídica.
Casos particulares:
1.- Titulares de derechos subjetivos e intereses legítimos:
La directa referencia a la invocación por la parte accionante de toda forma de afectación de
“derechos o intereses tutelados por el ordenamiento jurídico” permite afirmar que quedan
comprendidos no sólo quienes detenten un derecho subjetivo (exclusivo, perfecto e individualizado)
sino también aquellos que compartan, en concurrencia con algunos o con muchos, un interés
determinado que se apoye en una norma o principio jurídico que le otorgue sustento.
LEGITIMACION PASIVA
Uno de los problemas serios que ocasionó la interpretación restrictiva de los artículos 149 de la
Constitución de 1934 y 1° y del Código de Varela fue la determinación de los actos administrativos
susceptibles de ser revisados judicialmente en relación a la autoridad de la cual emanan. La
Suprema Corte entendió que la “autoridad administrativa” referida en aquellas disposiciones no podía
ser otra que el Poder Ejecutivo (incluyendo sus reparticiones descentralizadas) y las municipalidades
bonaerenses. En consecuencia negó la posibilidad de examinar los actos administrativos de los
Poderes Legislativo y Judicial.
Con el nuevo régimen, en cambio, la Provincia podrá ser demandada con motivo de los actos
administrativos (y en razón del ejercicio que se haga de la función administrativa en general)
provenientes de los Poderes Legislativo y Judicial.
A diferencia de lo que acontece con la legitimación activa descripta en su artículo 13, el nuevo
Código no contiene una norma expresamente referida a la legitimación pasiva. Sin embargo su
articulado (siempre al cobijo del art. 166 de la Constitución Provincial) permite determinar con
precisión quienes son los sujetos que pueden ser legítimamente demandados.
4.- El caso especial de las empresas prestadoras de servicios públicos y constructoras de obras
públicas:
El inciso 2° del artículo 2 del nuevo Código establece que corresponde al juez de lo contencioso
administrativo entender en los conflictos “que se susciten entre prestadores de servicios públicos o
concesionarios de obras públicas y usuarios, en cuanto se encuentren regidas por el derecho
administrativo”.
La primera reflexión apunta a resaltar que al aludir a prestadores de servicios públicos se incluye a
todas las empresas privadas que asuman esa tarea cualquiera sea el título habilitante (contrato de
locación o de concesión, autorización, licencia o permiso).
LEGITIMACION DE TERCEROS
La posibilidad de que terceras personas sean convocadas o decidan libremente intervenir en el
proceso contencioso administrativo aparece tratada en el Capítulo II, artículos 10 y 11 del CCA. Se
contemplan dos situaciones cuya solución, una vez más, depende del tipo de pretensión que de lugar
al pleito.
(Fuente: Botassi)
ARTICULO 9º : (Texto según Ley 13101) De la representación de los órganos y entes estatales.
1. El Fiscal de Estado intervendrá en los procesos contencioso-administrativos, de conformidad con
lo dispuesto en el artículo 155 de la Constitución Provincial y las disposiciones legales
correspondientes.
2. Cuando en el ejercicio de sus funciones, el Fiscal de Estado promueva una pretensión anulatoria
de un acto administrativo emanado de una autoridad provincial, la defensa procesal de ésta y la
correspondiente intervención en el proceso, en representación de la parte demandada,
corresponderán al Asesor General de Gobierno.
3. Los Municipios y demás entes provinciales o municipales que comparezcan como actores o
demandados, y no estén alcanzados por los términos del inciso 1), última parte del presente artículo,
serán representados por los abogados de sus respectivos servicios jurídicos, o por los letrados que
se designen.
4. Los representantes o letrados de los entes previstos en el artículo 1 tendrán los mismos derechos
y obligaciones de los demás que intervengan en el proceso. Se exceptúan de esa regla, al Fiscal de
G.A.L - S.M – E.D
Estado y al Asesor General de Gobierno, quienes deberán ser notificados en sus despachos
oficiales.
G.A.L - S.M – E.D
(Fuente: Seara)
G.A.L - S.M – E.D
La pretensión es el acto fundamental del proceso; constituye el objeto mismo del proceso. El proceso
no es otra cosa que el instituto jurídico destinado a la satisfacción de pretensiones.
Por lo demás, la pretensión delimita el marco de conocimiento del órgano jurisdiccional porque por el
principio procesal de congruencia, de carácter constitucional en tanto expresión de la defensa en
juicio (art. 18, CN) y del derecho de propiedad (art. 17, CN) el juez sólo puede fallar respecto de las
cuestiones que le han sido planteadas en las pretensiones deducidas por las partes.
Diferencias entre el sistema anterior con el regulado en el nuevo código contencioso administrativo
El Código de Procedimientos de lo Contencioso Administrativo anterior, siguiendo los lineamientos
de la ley española de lo Contencioso del 13 de setiembre de 1888 y su ampliación del 22 de junio de
1894, estaba estructurado sobre la base de lo que la doctrina denomina pretensión de plena
jurisdicción; esto es aquella mediante la cual se solicita al órgano jurisdiccional no sólo la anulación
del acto, sino también el reconocimiento de una situación jurídica individualizada y la adopción de las
medidas adecuadas para el pleno restablecimiento de la misma (v.gr. indemnización de los daños y
perjuicios).
El objetivo principal del juicio era la impugnación de los actos administrativos que se los consideraba
ilegítimos. De ahí que era común decir que se trataba de un juicio al acto administrativo.
La nueva legislación ha producido un cambio sustancial sobre esta cuestión. ''En el nuevo sistema,
es la pretensión procesal, con sus variables admitidas y no el acto administrativo denegatorio de
derechos, el objeto del proceso''. De allí que el art. 1.1 del C.C.A. dispone que la jurisdicción de los
Tribunales Contencioso Administrativos se extiende al ''conocimiento y decisión de las pretensiones
que se deduzcan en los casos'' regidos por el derecho administrativo originados por
comportamientos de sujetos que ejerciten función administrativa (art. 2º, último párr.).
Se supera, pues, la clásica concepción del proceso contencioso administrativo como un sistema de
revisión judicial de actos administrativos previos y se abre la puerta a los justiciables para enjuiciar
todo comportamiento regido por el derecho público efectuado por algún sujeto que ejercite funciones
administrativas (art. 1º, inc. 1º, CCA) que lesione sus derechos o intereses tutelados por el
ordenamiento jurídico (art. 13).
Pretensiones tales como la meramente declarativa, de cese de vías de hecho, amparo por mora, de
cumplimiento ante la inactividad material de la administración, las que promovía el Fisco como parte
actora y algunas modalidades de la indemnizatoria no tenían cabida en el esquema establecido en la
añeja codificación.
En efecto, por contraste con el régimen anterior y a fin de otorgar una más amplia protección judicial
no se prevé una sino una pluralidad de pretensiones (art. 12), cuya admisibilidad también se
condiciona a requisitos diversos.
Mediante esta variedad de pretensiones se plasma el mandato constitucional del art. 15, que
consagra el derecho a la tutela judicial continua y efectiva.
Examen de las diferentes pretensiones
A) Regulación
La disposición central sobre el particular es el art. 12 del Código Contencioso Administrativo, el cual
enuncia las diferentes clases de pretensiones, las cuales pueden ser, al igual que ocurre con las
propias del proceso civil, constitutivas, de condena, declarativas o ejecutivas.
Dicha norma determina: ''En el proceso contencioso administrativo podrán articularse pretensiones
con el objeto de obtener:
1. La anulación total o parcial de actos administrativos de alcance particular o general y de
ordenanzas municipales.
2. El restablecimiento o reconocimiento del derecho o interés tutelados.
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3. El resarcimiento de los daños y perjuicios causados.
4. La declaración de certeza sobre una determinada relación o situación jurídica regidas por el
derecho administrativo: La pretensión respectiva tramitará con arreglo a lo previsto en el artículo 322
del Código Procesal Civil y Comercial.
5. La cesación de una vía de hecho administrativa.
6. La realización de una determinada prestación, por parte de alguno de los entes previstos en el
artículo 1 del presente Código.
7. Se libre orden de pronto despacho, en los términos previstos en el artículo 76 del presente
Código''.
B) Carácter de la enunciación de las pretensiones
El primer interrogante que la disposición transcripta despierta se refiere al carácter de la enunciación
de las pretensiones que realiza. ¿Se trata de una enumeración taxativa o meramente ejemplificativa?
La disposición nada dice al respecto.
A nuestro entender, si bien la enumeración allí contenida parece agotar las clases de pretensiones
susceptibles de ser entabladas, el listado que la norma realiza no es numerus claussus, pues se trata
de una enumeración de carácter meramente enunciativo. Ello surge de las siguientes razones. En
primer lugar, porque según lo determinan los arts. 166, último párr. de la Constitución provincial y 1º
y 2º de la nueva codificación —normas que reglan el criterio para la asignación de competencia
material— corresponde a los tribunales contencioso administrativos el juzgamiento de las
pretensiones que se deduzcan en los casos originados por el comportamiento de sujetos en ejercicio
de funciones administrativas y regidos por el derecho administrativo.
Vale decir que en la medida en que se plantee un conflicto regido por el derecho administrativo en
los términos antes indicados y a fin de obtener una adecuada tutela judicial, los afectados podrán
deducir cualquier tipo de pretensión, no obstante no ser alguna de las incluidas en el citado art. 12.
El segundo motivo que sustenta el criterio expuesto está en el mismo art. 12. Concretamente me
estoy refiriendo a su inc. 2º el cual prescribe como modalidad de pretensión ''el restablecimiento o
reconocimiento del derecho o intereses tutelados''. Esta disposición, cuya amplitud es mayúscula,
actúa como una verdadera cláusula residual que permite residenciar ante los Tribunales Contencioso
Administrativos pretensiones que no han sido expresamente enumeradas.
C) Examen de las diferentes pretensiones en particular
Seguidamente examinaremos en particular cada una de las pretensiones previstas en el art. 12.
1. Pretensión impugnatoria o anulatoria
a. Objeto y fundamento
La pretensión impugnatoria es la que se deduce cuando se solicita la anulación total o parcial de
actos administrativos de alcance particular o general como así también de ordenanzas municipales.
Lo que se reclama es la invalidación de los actos antes referidos por ser contrarios al ordenamiento
jurídico.
Es la pretensión típica del proceso contencioso administrativo.
La razón en que se debe fundar reside, obviamente en razones de ilegitimidad. El control del mérito,
oportunidad o conveniencia es ajeno a la labor judicial.
A diferencia del régimen anterior el objeto de la pretensión anulatoria pueden ser no sólo actos
administrativos, sino también las ordenanzas municipales.
Por actos de alcance individual se entiende toda declaración unilateral realizada en ejercicio de
funciones administrativas que produce efectos jurídicos individuales en forma directa.
A su vez, la expresión actos de alcance general, utilizada también en el inc. 1º del art. 2° del Código,
comprende tanto a los denominados actos del alcance general no normativos como así también a los
normativos, esto es a los reglamentos administrativos. Se ha seguido, entonces, la terminología
empleada en el decreto-ley de procedimiento administrativo.
Cabe precisar que, dado que la disposición guarda silencio al respecto se incluyen tanto las
ordenanzas de alcance particular como las de alcance general.
b. Planteamiento y trámite
G.A.L - S.M – E.D
La pretensión impugnatoria puede articularse sola o también ir acompañada con otra como es el
caso de la indemnizatoria (inc. 3) o la de restablecimiento o reconocimiento de los derechos
tutelados (inc. 2).
Puede tramitar, a opción de quien la deduce, por el proceso ordinario (arts. 27/48) o por el proceso
sumario de ilegitimidad (arts. 67, 71), salvo cuando se impugnen las resoluciones de los colegios o
consejos profesionales y de las cajas de previsión social de profesionales pues en tales supuestos
tramitará bajo el procedimiento sumario especial reglamentado en el art. 74.
c. Requisitos de admisibilidad
La pretensión anulatoria está sujeta a requisitos de admisibilidad específicos, como son: a) el
agotamiento previo de la vía administrativa en los supuestos previstos en el art. 14, 1. A, b, c, d,
CCA.; b) la existencia de un acto definitivo o asimilable a tal (art. 14, 1. a); c) la configuración del
silencio administrativo cuando la Administración no se ha pronunciado en forma expresa (art. 16); d)
el plazo de caducidad, cuya extensión se ha aumentado de 30 a 90 días (art.18) y, finalmente e) el
pago previo o solve et repete limitado sólo a los supuestos de deudas de naturaleza tributaria —con
exclusión de las multas y recargos (art. 19)—, y no respecto a cualquier otro tipo de obligaciones
dinerarias con el Estado como surgía del art. 30 del código Varela el cual imponía este recaudo en
relación con liquidaciones de ''cuentas o de impuestos''.
2. La pretensión de lesividad
El legislador no ha regulado como una vía específica, como lo hacen algunos códigos procesales
administrativos provinciales siguiendo las aguas del régimen español, la denominada pretensión de
lesividad mediante la cual la autoridad administrativa demanda la anulación de un acto que ella
misma dictó y que por ser estable no puede revocar en sede administrativa.
Esta omisión legislativa, seguramente, encuentra su razón de ser en la amplia potestad revocatoria
que el decreto-ley 7647 le otorga a la Administración lo cual hace normalmente innecesario que
aquella acuda a la tutela judicial. Téngase presente que en el ámbito bonaerense a diferencia de lo
que ocurre en el marco de ley 19.549 (arts. 17 y 18) la garantía de la estabilidad sólo juega cuando
''el acto sea formalmente perfecto y no adolezca de vicios que lo hagan anulable'' (art. 114).
De todos modos nada impediría que frente a un caso en el cual la Administración no pueda hacer
uso de la prerrogativa revocatoria por ser el acto estable promueva la pretensión anulatoria prevista
en el inc. 1º del art. 12 del CCA y, por ende, sometida a los mismos requisitos de admisibilidad que
deben cumplir los particulares cuando ellos inicien el pleito.
Sobre el particular importa destacar que, en el nuevo sistema procesal administrativo no sólo los
particulares pueden intervenir en el proceso con el rol de parte actora. En efecto, conforme lo
establece el art. 2º, inc. 7º del CCA, cualquiera de los entes públicos estatales referidos en el art. 1.1
pueden promover cualquiera de las pretensiones enunciadas en el art. 12.
3.- Pretensión meramente declarativa (o de interpretación)
a. Objeto y regulación
El inc. 4º del art. 12 incluye en el listado de pretensiones la que se entabla a fin de obtener la
declaración de certeza sobre una determinada relación o situación jurídica regidas por el derecho
administrativo, la cual tramitará con arreglo a lo previsto en el art. 322 del cód. procesal civil y
comercial.
Mediante esta vía procesal se tiende a obtener un pronunciamiento que elimine la falta de certeza
sobre la existencia, eficacia, modalidad o interpretación de una relación o estado jurídico.
En tal sentido explica Chiovenda: ''... se llama propiamente acción y sentencia meramente
declarativa a aquella figura general de acción y de sentencia con la que el actor que la propone o la
invoca tiende exclusivamente a procurarse la certeza juídica, frente a un estado de falta de certeza
que le es perjudicial, pidiendo a tal objeto que se declare existente un derecho suyo e inexistente el
derecho ajeno, con independencia de la efectiva realización, de la condena, de la ejecución forzada''.
Conforme lo ha expresado la Corte Suprema de Justicia de la Nación este tipo de pretensión —
como la de amparo— tiene una finalidad preventiva y no requiere la existencia de un daño
consumado en resguardo de los derechos: es un medio eficaz y suficiente para satisfacer el interés
de la actora que se agota en una mera declaración de certeza.
G.A.L - S.M – E.D
Lo dicho pone de manifiesto el disímil marco de actuación de la pretensión de mera certeza respecto
de las restantes pretensiones pasibles de ser residenciadas ante los jueces contencioso
administrativos.
En el marco del régimen anterior al nuevo código, esta vía procesal era virtualmente inoperante. Ello,
en tanto el referido criterio jurisprudencial importa condicionar su admisibilidad a los requisitos
especiales de la acción contencioso administrativa (v.gr. reclamación previa, resolución denegatoria,
pago previo, etc.), las cuales son, por su naturaleza, incompatibles con la finalidad de tutela
preventiva que es propia de la pretensión meramente declarativa.
Las limitaciones antes indicadas se encuentran claramente superadas en el nuevo régimen procesal
administrativo, en el cual, como hemos indicado, de manera expresa se enuncia a la pretensión de
certeza entre las posibles de ser entabladas antes la competencia de los Tribunales Contencioso
Administrativos.
Cabe destacar que si bien no se ha legislado en forma específica la llamada pretensión de
interpretación —cuya naturaleza también es declarativa-, entiendo que su función está cubierta por
la vía de la pretensión de mera certeza, cuyo ámbito de aplicación es más amplio, en tanto mediante
ésta cabe solicitar al órgano judicial que, a fin de disipar un estado de incertidumbre, se pronuncie
acerca de la interpretación adecuada de una norma (59).
b. Requisitos de admisibilidad
En lo atinente a las condiciones de admisibilidad, esta pretensión está sujeta a los requisitos
generales para este tipo de pretensiones. Sintéticamente ellos son los siguientes:
a) Un estado de incertidumbre acerca de la existencia, alcance o modalidades de una relación
jurídica. Téngase presente al respecto que, conforme lo ha decidido la Corte Suprema de la Nación
la acción declarativa no cubre planteamientos académicos o declaraciones abstractas, pues éstos
tienen que referirse a una relación jurídica concreta.
b) Existencia de un interés jurídico suficiente en el demandante, en el sentido de que la falta de
certeza le pueda ocasionar un perjuicio o lesión actual.
c) La relación o situación jurídica respecto de la cual se solicita la declaración de certeza debe estar
regulada por el derecho administrativo (art. 12, inc. 4º).
A diferencia del art. 322 del CPCC el inciso 4º del art. 12 del CCA no establece como requisito de
esta vía procesal la indisponibilidad de otro medio legal para hacer cesar el estado de incertidumbre.
En el régimen del CCA la pretensión mere declarativa no es subsidiaria respecto de otros remedios
procesales.
Obviamente, y tal como surge de lo establecido en los arts. 14, 18 y 19, inc. 3º, apart. b, del CCA no
rigen respecto a este medio procesal los requisitos propios de las pretensiones impugnatorias, esto
es el agotamiento de la vía, la existencia de un acto administrativo definitivo, el plazo de caducidad y
el solve et repete.
G.A.L - S.M – E.D
Otras pretensiones posibles en el juicio administrativo
1. Pretensión de restablecimiento o reconocimiento del derecho o interés tutelados.
a. Objeto.
Mediante este remedio procesal se pretende el restablecimiento, la superación o reconstrucción de
un estado anterior al creado por un comportamiento administrativo ilegítimo que el actor no está
obligado a soportar.
b. Planteamiento y función
La función de esta pretensión es disímil.
Su papel es doble pues, además de operar en forma accesoria o complementaria de otras
pretensiones (por ejemplo cuando se deje sin efecto una sanción de cesantía y se dispone la
reincorporación del actor como así las demás consecuencias que de ello deriven), ella puede
articularse también en forma autónoma (por ejemplo frente a supuestos de inactividad material no
comprendidos en el ámbito de la pretensión prestacional).
Desde esta última función cabe caracterizar a esta vía procesal como una pretensión de relleno de
cierre, de cobertura o residual en el sentido de que mediante ésta se intenta evitar que alguna lesión
que produzca la Administración en la esfera jurídica de los administrados quede marginada de
enjuiciamiento judicial. De allí, entonces, su carácter subsidiario frente a las restantes pretensiones.
c. Requisitos de admisibilidad
La legislación procesal administrativa no ha previsto requisitos de admisibilidad específicos para este
tipo de pretensión, sin embargo es claro que cuando se articula juntamente con una pretensión
impugnatoria le son aplicables los mismos requisitos que a aquella. En tal caso, esta operará como
pretensión accesoria de la primera porque el restablecimiento del derecho lesionado es
consecuencia necesaria de la declaración de invalidez del acto.
2. Pretensión indemnizatoria
a. Objeto y fundamento
Mediante la pretensión indemnizatoria se persigue la reparación de los daños y perjuicios
ocasionados por el obrar estatal.
Conforme surge de lo establecido en el art. 2º, inc.4, únicamente son susceptibles de ser deducidas
ante la competencia de los Tribunales Contencioso Administrativos los reclamos resarcitorios que se
vinculan a daños causados por la responsabilidad estatal de derecho público, no así los que se
originen por comportamientos del Estado regidos por el derecho privado.
b. Planteamiento
De acuerdo al fundamento y al tipo de reclamo indemnizatorio aquél podrá ser judicialmente
articulado en forma autónoma o juntamente con la pretensión de nulidad.
Al respecto conviene efectuar algunas precisiones.
La pretensión resarcitoria fundada en la ilegitimidad de un acto administrativo es accesoria y está
subordinada a la previa declaración de invalidez de éste. Así lo ha resuelto la Cámara Contencioso
Administrativa Federal en el conocido plenario ''Petracca'' [ED, 118-391] y en fecha más reciente la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en las causas ''Alcántara Díaz Colodrero'' y ''Nava'. Por tal
motivo, si la decisión administrativa deviene firme —ya sea debido a su falta de impugnación o a su
cuestionamiento tardío— no es admisible el reclamo de daños y perjuicios basados en la ilegitimidad
de aquélla.
Cuando se demanda una reparación cuya causa se encuentra en el obrar ilegítimo de la
Administración, el art. 20 del Código habilita al interesado a deducir, a su opción, la pretensión en
forma simultánea y juntamente con la impugnatoria o a hacerlo en forma autónoma luego de
finalizado el proceso de anulación que le sirve de sustento.
3. Pretensión de cesación de una vía de hecho administrativa
a. Objeto.
Como su nombre lo indica el objeto de esta pretensión es el cese, la eliminación del irregular
comportamiento material de la Administración lesivo de derechos de los administrados.
b. Los medios de protección de las vías de hecho
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La regulación de la pretensión de cese de vías de hecho administrativa se encuentra reglada en el
art. 21 del CCA.
Conforme surge del párrafo inicial del citado precepto las vías de hecho respecto de las cuales es
admisible este medio procesal pueden provenir de cualquiera de los entes enunciados en el art. 1º
de dicho cuerpo ritual. Vale decir que, aquellas pueden originarse por el obrar de los órganos de la
Administración Pública en sentido subjetivo —centralizada y descentralizada—, de los órganos
legislativo y judicial, como así también en el de otras personas que ejerciten prerrogativas públicas
como es el caso de los colegios profesionales y las cajas de previsión para profesionales y asimismo,
en algunos supuestos, debido al actuar de los concesionarios de obra y servicios públicos.
c. Trámite
En lo atinente al trámite procedimental bajo el cual se encausa esta acción especial, el referido art.
21, párrafo segundo del CCA establece que tramitará bajo las normas relativas al proceso
sumarísimo del CPCC, el cual está reglado en el art. 496, incluido en el capítulo II del Título III del
CPCC.
d. Requisitos de admisibilidad
Con buen criterio el legislador no ha condicionado la admisibilidad de esta pretensión al requisito de
la vía administrativa previa, pues según se prescribe aquélla ''puede deducirse directamente en sede
judicial, sin que sea menester formular un previo reclamo en sede administrativa'' (art. 21, primer
párr.). Rige a su respecto el plazo de caducidad de noventa días cuyo dies ad quen comienza desde
que la vía de hecho fue conocida por el afectado (art. 18, inc.e, del CCA).
4. Pretensión prestacional
a. Objeto y regulación
Ante la insuficiencia de los remedios tradicionales para combatir la inactividad administrativa, la cual
en gran parte se encuentra aún inmune al control judicial, el inc. 6º del art. 12 y el art. 17 del CCA(80)
prevén una modalidad de pretensión absolutamente novedosa en nuestro derecho público provincial
y también federal, cuyo objeto es el cumplimiento o la realización de una prestación debida,
específica y determinada por la Administración.
Se trata de un remedio de defensa frente a la denominada inactividad material de la Administración,
es decir, contra la pasividad de la Administración producida fuera de un procedimiento administrativo,
la cual puede producirse en el ámbito de cualquiera de las funciones que aquella desarrolla (v.gr.
inactividad en el ámbito de la función de policía, fomento y servicios públicos).
b. Tipos de inactividad alcanzadas por la pretensión.
En lo atinente al tipo o clase de inactividad susceptible de ser cuestionada mediante esta pretensión,
una primera interpretación apegada a la letra de los arts. 12, inc. 6º y 17 del CCA, conduciría a
sostener que no todos los supuestos de inactividad material están incluidos en el ámbito de
protección de la pretensión prestacional.
La vía legislada no sería idónea para demandar a la Administración por su inactividad normativa. No
sería viable deducir esta pretensión cuando no se dicta un reglamento o cuando no se emite un acto
administrativo de alcance individual.
Para esta tesis, que podemos denominar restrictiva, únicamente funcionaría la pretensión
prestacional cuando la Administración no realiza una prestación, entendida esta como una
determinada actividad material, que puede consistir en un dar o en un hacer.
Sólo la inactividad material fáctica estaría alcanzada por las disposiciones antes citadas la cual, a
diferencia de la inactividad material jurídica, no siempre es posible reconvertirla en inactividad formal
o silencial.
Una interpretación más amplia —no aferrada a la letra de la ley y más ajustada al principio de tutela
judicial efectiva (art. 15, Const. prov.)— permite afirmar que cualquier tipo de inercia de la
Administración está alcanzada por esta singular pretensión. Vale decir no sólo la inactividad material
fáctica sino también la jurídica. Una prestación reconocida en favor de particulares puede verse
impedida por no emitirse un acto administrativo o un reglamento de ejecución o delegado, cuyo
dictado era un deber para la Administración. De tal modo, que en los casos en que exista una
prestación debida y específica y cuyo cumplimiento no se realice debido a la omisión reglamentaria o
G.A.L - S.M – E.D
al dictado de un acto administrativo de la Administración no existe motivo alguno para cercenar el
uso de la vía judicial en examen.
También están comprendidos por la normativa que examinamos los casos de incumplimiento de la
administración de un mandato legislativo que dispone la creación de un órgano, cuya existencia es
imprescindible para la ejecución de la ley.
Es importante puntualizar que la obligación de actuación de la Administración debe preexistir al
momento de promover el pleito, pues la obligatoriedad de actuar de la Administración no puede ser
objeto del juicio.
De modo tal que si media conflicto acerca del derecho del administrado a la prestación la pretensión
prestacional no será la vía indicada.
La omisión administrativa que da lugar a esta pretensión puede originarse por no emitir:
1. El acto administrativo definitivo, esto es el que resuelve la cuestión de fondo planteada.
2. Los actos de mero trámite o preparatorios. Por ejemplo informes, dictámenes, la vista que emite
el Fiscal de Estado de la Provincia (art. 38 del decreto-ley 7543/69, t.o. por decreto 968/87), una
resolución que ordena la producción de prueba, etc.
No constituyen presupuestos procesales la previa interposición ante la Administración del pedido de
pronto despacho ni el plazo de caducidad previsto en el art. 18 del CCA.
c. Legitimación activa
Según lo dispone el art. 76, inc. 1º pueden solicitar la orden judicial de pronto despacho ''el que
fuere parte en un procedimiento administrativo''. El precepto remite entonces a lo reglado en el art.
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10 del decreto-ley 7647 en el cual se establece que ''la actuación administrativa puede iniciarse de
oficio o a petición de cualquier persona o entidad pública o privada, que tenga derecho o interés
legítimo.
Trámite
Presentada la pretensión el órgano judicial deberá pronunciarse respecto de su admisibilidad y
requerir a la autoridad administrativa interviniente que en el plazo que le fije, el cual no podrá ser
mayor a los cinco días, informe sobre la causa de la demora (art. 76, inc. 1º, CCA).
Una vez contestado el requerimiento o vencido el plazo sin que se lo hubiera hecho, el tribunal
dictará sentencia la cual podrá según corresponda rechazar el pedido o aceparlo librando la orden de
pronto despacho.
f. Alcance de la sentencia
De ser procedente el amparo por mora el órgano judicial deberá dictar una sentencia que condene
a la Administración para que dentro del plazo —que en forma prudente deberá determinar teniendo
en cuenta la naturaleza y complejidad del asunto— cumpla con su deber de resolver.
Recursos
Las resoluciones que adopte el tribunal en el trámite del amparo por mora son irrecurribles. En
cambio, la sentencia definitiva puede ser impugnada mediante el recurso de reposición dentro del
plazo de tres días de notificada mediante escrito fundado (art.76, inc. 5º, CCA).
Por su parte, la resolución definitiva es susceptible de ser cuestionada por medio del recurso de
casación (inc. 3º, art. 56 del CCA).
Subsiste de todos modos el interrogante acerca de si, no obstante lo dicho, la sentencia puede ser
atacada por el carril de los recursos extraordinarios locales.
El art. 278 del CPCC, —aplicable al proceso contencioso administrativo en virtud de lo establecido en
el inc. 1º del art. 77 del CCA— determina que ''el recurso de inaplicabilidad de ley doctrina legal
procederá contra las sentencias definitivas de las Cámaras de Apelaciones y de los tribunales
colegiados de instancia única''. Por sentencia definitiva aclara la citada disposición se entenderá la
que, aún recayendo sobre una cuestión incidental, termina la litis y hace imposible su continuación''.
La resolución que rechaza el amparo por mora no hace cosa juzgada material ya que no impide que
la cuestión vuelva a renovarse, ergo no corresponde considerarla sentencia definitiva a los fines de
los recursos extraordinarios. En cambio, distinto es el supuesto que se verifica cuando el órgano
judicial hace lugar a la pretensión de pronto despacho porque ésta produce los efectos de la cosa
juzgada material en tanto impide el replanteo de la cuestión.
Incumplimiento de la sentencia de condena
El código no ha previsto expresamente ningún medio para hacer el estado de reticencia de la
Administración al cumplimiento de las obligaciones impuestas en resoluciones judiciales.
La aplicación de astreintes podría ser la solución ante el incumplimiento del mandato judicial.
Sin entrar en la discusión teórica respecto de su procedencia frente a la Administración, cabe
preguntarse: ¿a quién corresponde imponer las sanciones conminatorias? ¿A la Administración o al
funcionario responsable que no cumple?
La experiencia pone de manifiesto que en general la aplicación de astreintes a la Administración no
siempre constituye un medio apto para obtener la ejecución de los mandatos judiciales. En cambio,
distinto es lo que ocurre cuando la sanción conminatoria recae sobre la persona del funcionario
responsable. En tal sentido, con acierto, se ha expresado: ''Una sanción compulsoria para ser
efectiva requiere de la atribución de la obligación de cumplir a una persona física determinada; de
otro modo la obligación se dispersa, se diluye, se torna incierto quién debe cumplir, convirtiéndose la
constricción nada más que en un medio de generación de acreencias.
De todos modos entendemos que en tales casos sería aplicable la cláusula constitucional del art.
163, reglamentada en el art. 63 del CCA, que determina la responsabilidad de los empleados o
funcionarios ante el incumplimiento de las resoluciones judiciales. Esta responsabilidad es solidaria
con la del ente u órgano incumplidor y abarca todos los daños que ocasione la irregular ejecución del
fallo judicial (art. 63, inc. 4º, CCA).
Por otra parte, el incumplimiento podrá dar lugar al delito de desobediencia a una orden judicial
prevista en el art. 239 del Código Penal.
G.A.L - S.M – E.D
(Fuente: Perrino).
Materias excluidas del proceso administrativo
- Actos privados: relaciones jurídicas de la administración con particulares reglada por el
derecho privado (locaciones sobre inmuebles; compraventa de bienes comerciales, etcétera)
- Actos de administración: los que no salen de la esfera de la misma administración, no
produciendo efectos a terceros.
- Actos consentidos: se entiende que si el acto ha causado estado y no ha sido recurrido en
término, es un acto firme y el particular no puede, contra ese acto, interponer ninguna acción.
- Existencia de otra vía jurisdiccional.
- Actos no susceptibles de causar agravio.
- Actos que lesionen solo derechos en expectativa, salvo el caso de la ilegitimidad.
d) Condiciones que debe reunir el acto administrativo para ser impugnable en sede
judicial.
PROCESO ADMINISTRATIVO
Antes de iniciar la acción procesal administrativa, los interesados deben cumplimentar con los
presupuestos previos que permiten habilitar la instancia. Si no se cumplen el tribunal no puede
dar curso a la demanda ni acoger la pretensión o defensa. Estos presupuestos son:
Denegación expresa o tácita: este recaudo implica la necesaria existencia previa de un acto
administrativo, que es producto de un procedimiento administrativo. El particular debe acreditar la
denegación, que puede ser total o parcial.
El silencio administrativo habilita para demandar por denegación tácita.
Pago previo de sumas provenientes de derecho tributario: son las referidas al pago de impuestos
o tasas, no incluye lo relativo a multas, recargos o intereses, salvo que la ley expresamente
disponga lo contrario.
Interposición de la demanda dentro del plazo legal: la fijación de un plazo de prescripción para el
ejercicio de la acción tiene por fundamento dar estabilidad al acto administrativo no impugnado
dentro del término.
El plazo de prescripción de derechos y obligaciones que tengan origen en la legislación
provincial, será de 3 años, salvo los casos contemplados por leyes especiales.
Envío de las actuaciones: En cambio, si las actuaciones son remitidas, una vez llegadas al
tribunal serán puestas a disposición del interesado en la Secretaría de aquél, de lo que se
notificará por cédula. Dentro de los 10 días el interesado deberá manifestar si hace uso de la
opción a que se refiere el art 95.
El plazo legal mencionado es importante, porque a partir de ese momento comienza el cómputo
para que el interesado ejercite el recurso facultativo.
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B) Contenido de la demanda. Posibilidad de ampliación posterior.
Uno de los aspectos del nuevo régimen procesal que presenta mayores diferencias con el
anterior Código concierne a la regulación del trámite y, consecuentemente, de los distintos tipos
de procesos contencioso administrativos.
El Código Varela contemplaba un único proceso de conocimiento, que respondía a la exigencia
constitucional del “juicio pleno” y a los lineamientos de lo que se denomino proceso de «plena
jurisdicción”, al cual se debía acudir en todos los casos en que el asunto fuera residenciable ante
la competencia originaria y exclusiva de la Suprema Corte de Buenos Aires (art. 149, inc. 3°,
Constitución provincial de Buenos Aires de 1934).
Además, debido a la vigencia del carácter revisor en el régimen derogado, no era posible la
tramitación de pleitos en los cuales la Administración asumiera el papel de parte actora 3. Así, los
juicios de cobros de créditos fiscales estaban excluidos de la competencia contencioso
administrativa de la Suprema Corte de Justicia.
El nuevo Código Contencioso Administrativo ha producido un cambio sustancial sobre esta
cuestión, ya que en él, concorde con el principio general de asignación de competencia (art. 1°) y
con la variedad de pretensiones procesales que pueden articularse (art. 12), se ha previsto un
proceso ordinario de conocimiento pleno, reglado en el TÍt. 1, OCA (arts. 1° a 66) y numerosos
procesos especia- les, sometidos a trámites específicos, la mayoría de ellos también de
cognición. Estos procesos especiales se caracterizan por su mayor celeridad, lo cual es
consecuencia del menor número de actos procesales que los contienen o se regulan, la
reducción de los plazos, las limitaciones probatorias y, en algunos de ellos, por el acotamiento del
ámbito de conocimiento del juzgador.
Asimismo, en el régimen vigente, no existe ningún obstáculo para que la autoridad estatal
desempeñe la condición de parte de- mandante y, en líneas generales, la regulación del trámite
procesal se ajusta a los postulados del principio de tutela judicial efectiva que consagra el art.15,
Constitución provincial.
PROCESO ORDINARIO
Características generales
Las características del proceso ordinario son similares a las que regulan este tipo de proceso en
el Código Procesal Civil y Comercial, con las peculiaridades propias del contencioso
administrativo
En tal sentido, el proceso ordinario constituye un proceso de plena cognición que se caracteriza
por su amplitud, residualidad y subsidiariedad.
Su amplitud radica en cuanto a:
a) las pretensiones susceptibles de ser tramitadas por esa vía,
b) las medidas de prueba a producir y
c) el marco de conocimiento del órgano judicial.
Es un proceso residual porque es el cauce idóneo para la tramitación de las diversas
pretensiones enunciadas en el art. 12, CCA, salvo aquellas que tienen un trámite diferencial, lo
cual acontece por las características de su objeto (v.gr., amparo por mora, ejecuciones fiscales,
etc.) o por decisión del legislador (p. ej., pretensión declarativa).
Finalmente, es un proceso subsidiario habida cuenta que las normas que lo gobiernan son de
aplicación supletoria en los diversos procesos especiales (art. 74, CCA) .
Etapas del proceso ordinario: como todo proceso de conocimiento, el ordinario tiene tres etapas:
introductiva, probatoria y decisoria.
La demanda
La etapa introductiva o postulatoria comienza con la interposición de la demanda, con la cual se
inicia el proceso. Ella puede contener una o más pretensiones (v.gr, anulatoria e indemnizatoria)..
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A diferencia de lo que establece la legislación procesal civil y comercial, junto al escrito de
demanda, cuyos requisitos establece el art. 27, CCA, debe acompañarse toda la prueba
documental que estuviere en poder del demandante (art. 28, CCA) y también ofrecerse la
restante, cuya producción se proponga en el proceso (art. 27, inc. 7°, CCA).
Examen de admisibilidad de la pretensión
Antes de dar traslado de la demanda, el órgano judicial tiene el deber de efectuar el examen de
admisibilidad de la pretensión. A tal fin y con relación a determinados procesos el Código
Contencioso Administrativo, en los arts. 30 a 32, contempla un trámite especial, tradicionalmente
denominado “habilitación de la instancia”
La finalidad de esta incidencia procesal es doble. Por un lado, evitar la tramitación de una
pretensión procesal administrativa hasta el final cuando media una causa de inadmisibilidad
porque, de lo contrario, se produciría un verdadero dispendio de actividad jurisdiccional al
sustanciarse un proceso en el cual, en definitiva, no se ha de entrar a decidir la cuestión de fondo
10 Pero, además, en virtud del principio pro actione recogido en numerosas ocasiones por la
jurisprudencia de la Corte Nacional yen los art. 31, inc. 2°, y 36, inc. 2°, ap. c), OCA , es la
ocasión para que se enmienda en aquellos defectos procesales subsanables que puede padecer
la demanda intimando el órgano judicial al actor para que en un plazo razonable así lo haga La
novedad remarcable, en este aspecto del trámite del proceso ordinario consiste en la interdicción
legal que veda al juez el análisis acerca de la admisibilidad de la pretensión una vez admitida,
salvo que se opusieran las excepciones prescriptas en el art. 35, CCiv.
La habilitación de instancia
La expresión habilitación de instancia encuentra su origen en el seno del Congreso de la Nación
a finales del siglo XIX en los debates legislativos de leyes por las cuales se autorizaba a
particular es a demandar al Estado nacional”
En efecto, como consecuencia del principio de la inmunidad soberana, receptado por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación a partir de los pronunciamientos dictados en los casos “Seste,
Vicente y Seguich, Antonio” , del 29/9/1864, y «Gómez, José Cándido”, del 1°16/1865 17, para
demandar al Estado nacional era preciso obtener su consentimiento mediante el dictado de una
ley del Congreso (venia legislativa).
En el año 1900, mediante la ley 3952, se eliminó tal requisito y se lo sustituyó por la exigencia de
un reclamo administrativo previa a la promoción del pleito (art. 1°). Debido a la interpretación
restrictiva de la ley se descartó su aplicación a los casos en que el Estado actuaba como “poder
público”. Por tal razón, en el año 1934 a través de la ley 11.634 se modificó la ley 3952 y se
estableció la aplicación del recaudo del reclamo previo para cualquier tipo de pleito, tanto cuando
obraba en “su condición de persona jurídica” como “de derecho público”
Lo cierto es que en los debates parlamentarios de varias leyes que autorizaban, con anterioridad
al dictado de la ley 3952, la demandabilidad del Estado nacional se utilizó la expresión
habilitación de instancia en el sentido de que mediante dichas normas se autorizaba (habilitaba)
al reclamante a ocurrir ante la justicia nacional para enjuiciar al Estado y, a su vez, a los jueces
para que administren justicia en tal caso.
También en los fallos de la Corte Nacional de aquel entonces se utilizó este término en un
sentido análogo. Así, por ejemplo al sentenciar el caso ‘Pereyra, Gregorio y Emilia v. Fisco
Nacional”, el 25/4/1895, el alto tribunal expresó que sin el consentimiento del Gobierno Nacional
el juzgado estaba inhabilitado para dar curso a la demanda ,
Con el correr del tiempo y superado en parte el dogma de la inmunidad soberana, la finalidad de
la expresión habilitación de la instancia fue cambiando paulatinamente 20, Ese cambio implicó
que no fuera más entendida como un presupuesto de la jurisdicción, sino como hoy se la
considera: una etapa preliminar del litigio en la cual el juez determina si concurren los recaudos
de admisibilidad, y consecuentemente, cita y emplaza al demandado a contestar la demanda.
c) Declararse competente y admisible la pretensión y, por ende, disponer que se corra traslado
de la demanda. El inc. 2° del art. 31, CCA, enfáticamente precisa que en tal caso, el juez “no
podrá volver sobre ello, salvo que se oponga alguna de las excepciones previstas en el art. 35 del
presente Código”, es decir, que fuera esta oportunidad procesal el juez no puede volver a revisar
los requisitos de admisibilidad, salvo que la demandada alegue su déficit mediante el carril de las
excepciones previas, el cual constituye el segundo estadio procesal en el que es posible
examinar la concurrencia de tales recaudos.
Notificación de la demanda
Según lo dispone el art. 33, CCA, la demanda debe notificarse:
1)Al Fiscal de Estado, cuando la pretensión fuere dirigida contra la Provincia o un ente provincial
cuya representación legal le correspondiere.
2) A la autoridad superior del ente descentralizado provincial cuando la pretensión fuere dirigida
contra aquél, siempre y cuando la representación procesal no estuviere a cargo del Fiscal de
Estado.
3) Al Intendente Municipal, cuando la pretensión fuere dirigida contra una municipalidad. Cuando
se impugne una ordenanza municipal, también deberá notificarse al Presidente del Concejo
Deliberante.
4) A la autoridad superior del ente descentralizado municipal, cuando la pretensión fuere dirigida
en su contra.
5) A la autoridad superior de la persona pública no estatal, :; cuando la pretensión fuere dirigida
en su contra.
6) Al particular demandado, con arreglo a las reglas del Código Procesal Civil y Comercial.
7) Al Asesor General de Gobierno, cuando el Fiscal de Estado promueva una pretensión
anulatoria de un acto administrativo emanado de una autoridad provincial. En tal caso la defensa
pro- ces al de ésta y la correspondiente intervención en el proceso, en re- presentación de la
parte demandada, corresponderán al Asesor General de Gobierno (art 9°, Inc 2°, OCA)
Contenido
La demanda deberá deducirse por escrito y contendrá los siguientes requisitos:
Individualización del actor: nombre completo, incluyendo el apellido, domicilio real y legal del
demandante. De esta forma el demandado puede analizar si el actor tiene capacidad para estar
en juicio y oponer las excepciones que tuviere.
La inclusión del domicilio real radica en la necesidad de su conocimiento para las notificaciones
de aquellas providencias que deben diligenciarse en ese domicilio de los litigantes. Su omisión
hace procedente la excepción de defecto legal en el modo de proponer la demanda.
Si se actuare por apoderado, éste deberá indicar el domicilio real de su mandante y constituir por
su parte el domicilio legal para recibir notificaciones por cédulas.
Individualización del demandado: nombre completo y domicilio. Tiene por objeto establecer
contra quién se dirige la demanda y correr traslado de ella, además de la determinación de su
capacidad.
Puede ocurrir que se ignore el nombre completo o el domicilio del demandado, entonces deberá
informarse las diligencias realizadas para conocerlos, los datos que puedan servir para
individualizarlos y el último domicilio conocido.
Hechos: la exposición de los hechos en que se fundamenta la demanda debe explicarse con la
mayor claridad y precisión posible. Estando el demandado obligado a reconocer o negar
categóricamente los hechos afirmados en la demanda (pudiendo su silencio o la contestación
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C) Medidas precautorias: suspensión de la ejecución del acto; prohibición de innovar;
embargo; inhibición general de bienes; intervención; administración; secuestro; anotación
de litis; clausura.
Para que el proceso administrativo resulte eficaz desde el mirador de la tutela judicial efectiva
que reclama el artículo 15 de la Carta Bonaerense, el juez —como componente ineludible de su
poder jurisdiccional— posee la facultad-deber de ordenar medidas preventivas urgentes,
decididas de manera previa al traslado de la demanda, se encuentren o no previstas en la ley
procesal.
Como enseña Calamandrei, de ineludible cita en esta materia, por su propia esencia las medidas
cautelares se vinculan con una posterior sentencia de mérito debido a que la inevitable demora
en su pronunciamiento puede perjudicar al justiciable agravando su situación inicial o tornando de
complejo cumplimiento la futura decisión de fondo. Por esta razón se justifica la adopción de un
remedio urgente que anticipe preventivamente los efectos de la sentencia definitiva.
La efectiva ejecución de la sentencia firme, evitando ocasionar perjuicios al litigante mientras se
sustancia el proceso, resulta esencial pues en caso contrario la parte gananciosa en el pleito se
encontrará ante un dictamen jurídico que puede revestir interés académico pero que muestra el
fracaso absoluto del sistema judicial.
Existiendo verosimilitud del derecho, peligro en la demora y ausencia de grave perjuicio al interés
público, el juez o tribunal contencioso administrativo se encuentra legalmente habilitado para
ordenar todo tipo de diligencias que impidan no solo la ejecución de un acto estatal impugnado,
sino también que aseguren una tutela urgente que evite la consumación se perjuicios irreparables
o que impida que caiga en abstracto la futura sentencia de mérito. Cuando resulta necesario
contar con una "jurisdicción urgente" los jueces poseen las herramientas necesarias para dotar
de efectividad a su ministerio.
Si no lo hacen es porque entienden de buena fe que no están dadas las condiciones para
interferir en la situación fáctica previa a la sentencia final o, en un proceder por cierto
severamente criticable, debido a que omiten actuar por obsecuencia con las autoridades. Esta
última circunstancia no resulta excepcional y no son pocos los magistrados que soslayan su
deber de involucrarse en favor de una justicia oportuna y eficaz.
Numerosos jueces, por temor a desairar a las autoridades sucumben a la tentación de privilegiar
la anacrónica "presunción de legitimidad" de las decisiones administrativas, resistiéndose a
neutralizar su nociva consecuencia inmediata: la "ejecutoriedad" de los actos administrativos.
Olvidan, o simulan olvidar, que aquella presunción y esta ejecutoriedad abonan sin cesar el
terreno de los siempre frecuentes abusos de poder y que resulta siempre preferible amparar
cautelarmente por tiempo determinado a un litigante equivocado que habilitar a las autoridades
de turno para que ocasionen daños irreparables o, en el mejor de los casos, que serán reparados
tarde, mal y nunca por el gobierno siguiente.
Nuestra historia plagada de autoritarismo ha sido, no cabe duda, terreno fértil para sostener que
todo lo decidido por el Fisco debe presumirse legítimo, habilitando a la Administración a ejecutar
rápidamente lo resuelto para luego discutir si se ajusta o no a derecho. Se ha soslayado con
incomprensible frecuencia un dato esencial de la realidad: los órganos gubernamentales están
ocupados por personas comunes que lejos de ser infalibles poseen los mismos defectos que
cualquier sujeto, sin excluir su obrar negligente y aun doloso. Coincidimos con quienes han
señalado que la naturaleza, caracteres y alcance asignados al sistema de medidas cautelares de
una nación será determinante a la hora de evaluar el grado de efectiva utilidad del control judicial
allí vigente
El camino correcto es el opuesto, ya que si las medidas cautelares cumplen un rol esencial en los
juicios entre particulares su utilidad se potencia en el pleito administrativo al poner límite al
ejercicio omnímodo del poder. Ha existido, de todos modos, una lenta pero constante evolución a
favor de la tutela urgente como manera de evitar perjuicios graves o irreparables al particular.
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El cambio ha sido, en gran medida, producto del constante batallar de la doctrina, que ha
denunciado con energía los excesos de las autoridades cometidos al cobijo de aquellos
falsamente sagrados caracteres del acto administrativo.
En forma embrionaria, necesitada de ratificación y continuidad, se advierte una saludable
reacción, advirtiéndose mayor sensibilidad judicial hacia la adopción de medidas cautelares a
pesar de los constantes embates del Poder Ejecutivo para restringir ese campo de acción. En los
últimos años se ha consolidado, incluso, el sistema pretoriano de medidas "precautelares"
también llamadas "cautelares materiales", que constituyen medios de tutela preventiva ordenados
—de oficio o a pedido de parte—, pocas horas después de iniciada la demanda, mientras el juez
analiza la procedencia de la medida cautelar regulada en la norma procesal aplicable.
Por su propia índole las medidas de este tipo revisten una urgencia inusitada, se adoptan inaudita
parte y consisten las más de las veces en una orden de no innovar hasta tanto el juez se expida
sobre la procedencia o no de la medida cautelar reglada y formal.
Existen todavía otras formas de obtener tutela urgente contra las decisiones arbitrarias de las
autoridades administrativas que se suma a las medidas cautelares y precautelares.
La tutela provisional urgente, como parte de la actividad jurisdiccional del Estado, constituye un
aspecto esencial del ejercicio del derecho de defensa en juicio. Debido a ello resulta sumamente
descriptiva y acertada la definición del artículo 177 del Código Contencioso Administrativo y
Tributario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: "Las medidas cautelares son todas aquellas
que tienen por objeto garantizar los efectos del proceso, incluso aquellas de contenido positivo y
la suspensión de la ejecución del acto administrativo impugnado, o del hecho o contrato
implicado en éste, aunque lo peticionado coincida con el objeto sustancial de la acción
promovida. Quien tuviere fundado motivo para temer que durante el tiempo anterior al
reconocimiento judicial de su derecho, éste pudiere sufrir un perjuicio inminente o irreparable
puede solicitar las medidas urgentes que, según las circunstancias, fueren más aptas para
asegurar provisionalmente el cumplimiento de la sentencia, aun cuando no estén expresamente
reguladas en este Código"
La nota diferenciadora en los casos en los cuales la medida cautelar se endereza contra el Fisco,
está vinculada a dogmas arraigados en la cultura jurídica argentina.
En primer lugar la presunción de legitimidad y ejecutoriedad de los actos administrativos. En
segundo término, la suposición —tantas veces desmentida por la realidad— de que los
gobernantes de turno actúan y representan al Estado en tono de infalibilidad y como exclusivos
tutores del interés público al cual defienden de manera exclusiva y excluyente.
Como lo ha explicado Gordillo al denunciar el modelo autoritario de acto administrativo, la
presunción de legalidad y la ejecutoriedad no constituyen verdades reveladas, y por el contrario
la moderna concepción del Derecho Administrativo apunta a favorecer la protección de los
derechos del individuo más que a ratificar los privilegios de la autoridad.
La regla general ha sido consagrada jurisprudencialmente: "El otorgamiento de esta clase de
medidas no exige de los magistrados el examen de certeza sobre la existencia del derecho
pretendido, sino tan solo su verosimilitud, pues requerir un juicio de verdad no condice con la
finalidad del instituto cautelar, que no es otra cosa que atender a aquello que no excede el marco
de lo hipotético", debido a que "si se mantuviera o alterara, en su caso, la situación de hecho o
derecho, la modificación pudiera influir en la sentencia o convirtiera su ejecución en ineficaz o
imposible".
Cuando el desvío de la legalidad aparezca verosímil, en un juicio apriorístico de probabilidad, la
medida cautelar deberá ordenarse sin que corresponda neutralizarla por la invocación de aquella
legitimidad presunta que aparece contradicha por la realidad del caso concreto.
En cuanto respecta a la urgencia resulta ilustrativo el criterio expuesto por la Corte Nacional en
"Petrolera Entre Lomas": "El peligro en la demora se advierte en forma objetiva si se consideran
los diversos efectos que provocan la aplicación de las disposiciones impugnadas, entre ellos su
gravitación económica… Ello aconseja —hasta tanto se dicte sentencia definitiva— mantener el
estado anterior al dictado de los decretos cuestionados" Finalmente, como es lógico, la ausencia
de daño al interés público constituye un recaudo exclusivo de las cautelares contra el Estado y
encuentra apoyo en la clásica preeminencia de lo colectivo por sobre lo individual, aserto que —
en reglas generales— parece aceptable en un mundo ideal con administradores probos pero que
suele emplearse por gobernantes inescrupulosos para sostener que "la administración pública,
haga lo que haga, es siempre fiel tutora del interés público y el particular su enemigo,
contraparte, contracara. Se cree que administración y sociedad son lo mismo y que nada
diferencia el interés de la administración del interés público"
Cabe señalar, asimismo, que la eventual contradicción entre el pedido de tutela urgente y el
interés público deberá ser invocada y probada por la Administración en el caso concreto, sin que
resulte posible apelar a fundamentaciones vagas, verdaderas peticiones de principios en las
G.A.L - S.M – E.D
cuales se confunde el interés general con las aspiraciones de determinados grupos, con el
programa del partido político gobernante y hasta con las ambiciones y placeres personales de
quienes ocupan circunstancialmente los despachos oficiales.
Por regla general las medidas cautelares las solicita el particular al iniciar un proceso de
conocimiento. Excepcionalmente —como lo veremos en el capítulo 7— puede requerirse una
medida cautelar autónoma o anticipada.
El juez puede ordenar puntualmente la diligencia requerida por el interesado o disponer que se
lleve a cabo otro medio de tutela que considere más conveniente según las circunstancias del
caso. En la práctica forense la medida de tutela urgente más empleada, de imperioso uso cuando
se trata de una demanda dirigida a cuestionar la legalidad de una decisión pública, es la
suspensión de la ejecutoriedad de un acto administrativo.
Se trata de una circunstancia "típica" del proceso administrativo y fue considerada la única
procedente en la Provincia de Buenos Aires durante casi un siglo, es decir entre la entrada en
vigencia del llamado Código de Varela hasta la implementación del Fuero Contencioso
Administrativo.
Superando aquella injustificada restricción, el CPA actualmente vigente autoriza un amplio
catálogo de medios tutela urgente, incluyendo órdenes de actuar o medidas innovativas.
Su artículo 22 dispone: "El juez podrá adoptar toda clase de medidas que resulten idóneas para
asegurar el objeto del proceso, tanto las regladas en el presente Código como las previstas en el
Código Procesal Civil y Comercial.
Podrán disponerse medidas de contenido positivo, con el objeto de imponer la realización de una
determinada conducta a la parte demandada. A tal fin, el juez deberá ponderar, además de los
extremos previstos en el inciso 1 (verosimilitud del derecho, peligro en la demora y ausencia de
perjuicio al interés público), la urgencia comprometida en el caso y el perjuicio que la medida
pudiera originar tanto a la demandada como a los terceros y al interés público". A su turno el
artículo 25 alude a la medida cautelar típica del proceso administrativo: "Las partes podrán
solicitar la suspensión de la ejecución de un acto administrativo siempre que se alegare
fundadamente el cumplimiento de los recaudos previstos en el artículo 22 inciso 1). El juez
deberá evaluar si la medida suspensiva tiende a evitar perjuicios irreversibles, aun cuando
pudieren ser objeto de una indemnización posterior". Pero no todas son buenas noticias; el
mismo artículo 25 establece que "para decretar la suspensión de la ejecución de un acto
administrativo será necesario el planteo previo de esa medida en sede administrativa y que su
resolución hubiera sido adversa para el peticionante. Presentada la petición en sede
administrativa el Estado deberá expedirse en el plazo de 5 días hábiles, fenecidos los cuales sin
que hubiere un pronunciamiento expreso se presumirás la existencia de resolución denegatoria
quedando expedita la instancia judicial". Esta exigencia fue introducida por la reaccionaria Ley
13.101 (B.O. 19.9.2003) ya que el texto originario del artículo 25 establecía la regla contraria:
"Para decretar la suspensión de la ejecución de un acto administrativo no será necesario el
planteo previo de esa medida en sede administrativa".
Este absurdo reclamo administrativo previo al pedido judicial de suspensión de los efectos del
acto constituye un verdadero despropósito que atenta contra la celeridad propia de este tipo de
tutela preventiva. Debido a ello, en decisión que celebramos y que va en dirección opuesta a su
habitual postura restrictiva, la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo de La
Plata, lo consideró un "exceso ritual manifiesto" cuando ya la Administración rechazó un recurso
sobre la cuestión de fondo y opinó que resultaba "inaplicable" cuando el acto cuestionado era
susceptible de ser cuestionado judicialmente. La tendencia jurisprudencial resultó apoyada por la
doctrina que se ocupó del asunto. Aunque, como hemos dicho, la medida cautelar específica del
proceso administrativo es la suspensión de la ejecutoriedad del acto administrativo, por efecto de
lo prevenido en el artículo 22 del CPA el juez puede ordenar cualquiera de las medidas
enunciadas en el Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia de Buenos Aires (CPCCBA):
embargo preventivo (art. 209), secuestro (art. 221), intervención y administración judiciales (art.
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222), inhibición general de bienes y anotación de litis (art. 228), prohibición de innovar y
prohibición de contratar (art. 230) y medidas genéricas, es decir aquellas de cualquier índole que
el juez estime aptas para asegurar el cumplimiento de la futura sentencia (art. 232).
En cuanto respecta al efecto que cabe asignar al recurso de apelación deducido contra la orden
cautelar en el proceso civil y comercial, la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos
Aires ha seguido desde antiguo la dirección correcta, explicando que "las medidas precautorias,
dada su naturaleza, son de cumplimiento inmediato, aunque promedie apelación".
Coincidentemente, CPA bonaerense (arts. 56 inc. 5º y 26 inc. 1º) establece como regla general el
efecto meramente devolutivo de las apelaciones contra medidas cautelares, salvo que el juez
entienda necesario otorgarle al recurso efecto suspensivo por considerar que lo resuelto
liminarmente es susceptible de ocasionar "un grave daño al interés público" el cual debe ser
alegado y probado por el apelante. Otra cuestión debatida en doctrina y que ha merecido una
jurisprudencia estrictamente casuística es la del carácter provisorio o definitivo de las sentencias
cautelares, a los efectos de negar o autorizar, respectivamente, la procedencia de recursos
extraordinarios ante los superiores tribunales provinciales y ante la Corte Suprema de Justicia de
la Nación. La regla general indica que las decisiones cautelares no son susceptibles de recursos
extraordinarios debido a su esencial condición de provisoriedad ya que puede ser dejadas sin
efecto por el juez que las dictó si cambian las circunstancias fácticas o jurídicas que llevaron a
establecerla. Por excepción se acepta la apertura de la instancia extraordinaria cuando la
sentencia cautelar puede "asimilarse" a definitiva, es decir cuando es susceptible de ocasionar al
recurrente un agravio de imposible o insuficiente reparación ulterior.
Legitimación activa
Las medidas cautelares contra el Estado pueden ser solicitadas por toda persona física o jurídica
habilitada para actuar en juicio como parte actora. También pueden ser requeridas por terceros
convocados compulsivamente al pleito o que acuden en forma voluntaria ante la posibilidad de
resultar alcanzados por los efectos de la sentencia. Una vez más cabe elogiar, por su amplitud,
al CPA de la Provincia de Buenos Aires que indudablemente marca un rumbo en la materia. Su
artículo 13 legitima a "toda persona que invoque una lesión, afectación o desconocimiento de sus
derechos o intereses tutelados por el ordenamiento jurídico". De esta manera se permite accionar
y solicitar medidas cautelares no solo a quienes detenten derechos subjetivos e intereses
legítimos, sino también a aquellas personas titulares de intereses colectivos o difusos, como es el
caso de quienes se ven afectados por la calidad del medio ambiente, de usuarios de servicios
públicos y de consumidores de cualquier tipo de bienes. En cuanto a la posibilidad de demandar
al Fisco en el solo interés de la ley, el criterio jurisprudencial predominante continúa siendo
adverso a la admisión de la denominada "acción popular". La Corte Nacional sigue exigiendo al
actor un nexo lógico con el reclamo que se intenta satisfacer, requiriendo que se demuestre la
existencia de un "interés especial" en el proceso, un agravio suficientemente "directo", que posea
una cierta "inmediatez" con el caso.
En el ámbito nacional la medida cautelar típica reconoce su origen en las prescripciones del
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación (arts. 230 a 232) aplicable por analogía ante la
falta de normas que regulen el proceso contencioso administrativo.
Antes del dictado de la Ley Nacional de Procedimientos Administrativos —la cual contempla en el
art. 12, último párrafo—, la suspensión de los efectos del acto en sede administrativa, y también
en la actualidad, se aplicó y continúa aplicándose la normativa que regula la tutela cautelar en
materia civil y comercial que fa- culta al juez a decretar la prohibición de innovar, inaudita parte,
cuando concurren los requisitos del fumus honi iuris y el pericu. lum in mora (art. 230, CPCCN).
Si bien, una parte de la doctrina procesalista, influida por el título de la norma, ha considerado
que el art. 230, CPCCN, se refiere exclusivamente a la prohibición de innovar, existen autorizad
as opiniones que han interpretado que el concepto legal incluye también a las medidas
innovativas y aunque ésta no haya sido la tendencia jurisprudencial observada por nuestros
tribunales, lo cierto es que dicha norma contempla tanto la posibilidad de la alteración como del
mantenimiento del statu quo.
Por su parte, además de la prohibición de contratar, legislada en el art. 231, CPCCN, el
ordenamiento procesal civil y comercial contempla las llamadas medidas cautelares genéricas
que han permitido dictar a los jueces medidas urgentes, de contenido positivo, contra la
Administración cuando el particular pudiere sufrir »un pemjuic.io inminente e irreparable» (art.
232, CPCCN).
El proceso cautelar típico tramita por incidente y está vinculado al proceso principal el cual, en
caso de no ser promovido oportunamente (art. 207, CPCCN), provoca la caducidad de la medida
cautelar.
Las medidas de contenido positivo. La medida cautelar genérica del art. 232, CPCCN
2. La suspensión de la ejecución del acto administrativo como medida típica del proceso
contencioso administrativo
El Código Contencioso Administrativo legisla la medida cautelar suspensiva, que es la típica del
proceso contencioso administrativo, en el art. 25. En él se dispone que las partes puedan solicitar
la suspensión de la ejecución de un acto administrativo siempre que se alegare fundadamente el
cumplimiento de los requisitos establecidos en los tres apartados del inc. l del art. 22, OCA. Es
decir, que siempre deberá demostrarse ante el juez la concurrencia de los recaudos básicos de
fundabilidad: a) el fumus boni iuris, b) el pericul um in mora y c) que la medida no perjudique
gravemente al interés público. El precepto agrega, además, que “el juez deberá evaluar si la
medida suspensiva tiende a evitar perjuicios irreversibles aun cuando pudieren ser objeto de una
indemnización posterior”.
El requisito que prescribe el Código Contencioso Administrativo concerniente a la configuración
de un “perjuicio irreversible” junto a la exigencia de que el juez efectúe un balance adecuado en
cada caso acerca de los efectos dañosos que pudieran derivarse de la medida suspensiva, no
debe confundirse con el antiguo criterio del perjuicio irreparable , que en su momento motivó la
crítica de la doctrina . Perjuicio irreversible no es sinónimo de perjuicio irreparable. El concepto de
no reversible va más allá de una valoración de carácter económica . De ahí que la última parte
del precepto citado disponga que la medida suspensiva deberá dictarse a pesar de que sean
susceptibles de ser reparados a posteriori los perjuicios ocasionados por el acto cuya suspensión
se solicita.
La reforma efectuada por la ley 13.101 al Código Contencioso Administrativo incorporó una
nueva y criticable exigencia para la viabilidad de la medida suspensiva al requerir que se formule
el planteamiento previo de la medida en sede administrativa y que la pertinente decisión sea
adversa al peticionante
En tal caso, el precepto establece la obligación de la autoridad administrativa de expedirse
dentro de los cinco (5) días hábiles, al cabo de los cuales, si no hubiera un pronunciamiento
expreso se presumirá la existencia de un acto administrativo denegatorio quedando de tal modo
expedita la instancia judicial.
El anteproyecto del Código y la ley 12.008 ° establecían exactamente lo contrario y tal como se
ha sostenido la solución finalmente adoptada traduce “un ritualismo formal inconducente que
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conculca los derechos de las personas que tendrán que soportar, mientras tramita el pedido de
suspensión la ejecución de un acto administrativo que puede ser manifiestamente ilegal o
arbitrario.
Dicha exigencia no se condice con la naturaleza de las medid as cautelares ya que genera una
injustificada demora en el acceso a la protección judicial de urgencia , máxime que la experiencia
demuestra que no es usual que la Administración resuelva pedid os de suspensión de efectos de
actos, o por lo menos que lo haga en plazos breves como el establecido en el inc. 2° del art. 25,
OCA.
Acertadamente, se han emitido pronunciamientos de tribunales del fuero contencioso
administrativo que han considerado inaplicable la exigencia en examen por considerarlo un
ritualismo inútil.
Al respecto debe tenerse en consideración que los requisitos de fundabilidad del fumus se
encuentren perfilados en el art. 109, dec.-ley 7647, y de la Ordenanza general 267/1980 que
exigen que la Administración no inicie ninguna actuación material que limite derechos de los
particulares sin que previamente haya sido adoptada la decisión que le sirve de fundamento y en
el orden nacional en el , LNPA, que prescribe el deber de la Administración de abstenerse: de
comportamientos materiales que importen vías de hecho administrativas lesivas de un derecho o
garantía constitucionales; de poner en ejecución un acto estando pendiente algún recurso
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administrativo de los que en virtud de norma expresa impliquen la suspensión de los efectos
ejecutorios de aquél, o que, habiéndose resuelto, no hubiere sido notificado.
El segundo recaudo que debe concurrir para el dictado de un despacho cautelar es el peri culum
in mora, que podría derivar del retardo en el dictado de la sentencia definitiva, inevitable, corno
dice Calamandrei, a causa de la lentitud del procedimiento ordinario “.
El ap. b), inc. l del art. 22, CCA, regula este recaudo con una mayor amplitud que la norma
contenida tanto en el Código Varela 72conio en el Código Procesal Civil y Comercial de la ii’ y de
la Nación 7 ya que en el citado precepto se contempla la posibilidad de que: 1) exista la
posibilidad de sufrir un perjuicio inminente y 2) se pudiera producir la alteración o el agravamiento
de una determinada situación de hecho o de derecho.
Resulta evidente que la nueva regulación del requisito en el contencioso administrativo provincial
representa un progreso significativo en relación con el sistema derogado habida cuenta que
mientras, por una parte, se abandona el criterio del perjuicio irreparable, basado en el absurdo
dogma de la solvencia del fisco, sustituyéndolo por las pautas mencionadas, por la otra, se
recoge la buena doctrina 76 que no exige la acreditación de un daño de naturaleza patrimonial,
en el derecho o interés afectado, para fundar la procedencia de la medida cautelar. En
consecuencia, el perjuicio puede ser también de naturaleza extrapatrimonial, lo cual conduce a
menores exigencias en punto a la acreditación en el proceso.
A su vez, la inminencia del perjuicio es un requisito alternativo al de la alteración o agravamiento
de una situación de hecho o de derecho. En tal sentido, las medidas cautelares procederán frente
a un perjuicio aún no consumado pero inminente, así como cuando ya se ha producido la
alteración o el agravamiento de una situación de hecho o de derecho.
En cualquier supuesto, este requisito debe ser aplicado con estrictez a la luz de razonables
pautas interpretativas, pues de lo contrario, debido a su imprecisión y vaguedad, una
interpretación muy amplia podría conducir a negar prácticamente la tutela cautelar en todos los
casos.
Por eso, entendemos que:
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* el Código Contencioso Administrativo exige que la afectación al interés público sea grave, por lo
que se trata de una afectación cualificada. Además, debe tratarse de un interés público específico
y concreto, por lo que no puede admitirse una invocación genérica y difusa.
* el interés público a ponderarse no es el del acto en sí mismo, sino el que se podría conculcar
con la medida cautelar;
*el interés público no es siempre el interés que persigue la Administración, sino el que
representa el interés de la comunidad;
la decisión sobre la apreciación de si la medida precautoria afecta o no el interés público
corresponde al tribunal, y no a la Administración, en mérito a que ésta no puede ser al mismo
tiempo juez y parte;
* frente a una ilegalidad manifiesta no se puede invocar el interés público para denegar la medida
precautoria;
*los jueces deben hacer un balance entre el daño a la comunidad y el que se le ocasionaría a
quien demandó la protección cautelar. Pues, mientras que en algunos casos el dictado de la
medida puede generar mayores daños que los que se derivarían si ella no se dictara, en otros su
otorgamiento no sólo no afectará el interés público, sino antes bien lo protegerá. Ello ocurrirá, por
ejemplo, cuando los daños que puede provocar la ejecución de un acto administrativo resultarán
de mayor trascendencia y gravedad que los que puede ocasionar su suspensión, lo cual debe
mensurarse conforme a las pautas que proporciona el principio de proporcionalidad
a) Medidas cautelares dictadas en procesos en los que se dedujo una pretensión de anulación
(art. 23, inc. 2°, ap. al, CCA)
Se contempla un plazo especial de caducidad de treinta días que se computa del siguiente modo:
si está agotada la vía administrativa y, por ende, está expedita la instancia judicial, el plazo
comienza a regir el día siguiente al de la notificación de la medida cautelar ‘. Si ello aún no ha
ocurrido, el plazo comienza a correr a partir de la notificación del acto que agota la vía
administrativa.
La contracautela
Al par de los requisitos de fundabilidad de la pretensión cautelar el ordenamiento procesal de la
provincia prescribe que “...el juez fijará el tipo y monto de la caución que deberá prestar el
peticionante por las costas, daños y perjuicios que se derivaren en caso de haberla peticionado
sin derecho”
Esta caución será graduada por el juez «de acuerdo con la mayor o menor verosimilitud del
derecho y las circunstancias del caso”
El Código Contencioso Administrativo establece que «no se exigirá contra cautela, cuando la
parte que solicitare la medida cautelar fuere la Provincia, un municipio o un ente provincial o
municipal”, contrariando de esta manera el principio de igualdad.
Por regla, dicha contra cautela no puede sustituirse por una caución juratoria, salvo en la
hipótesis de “pretensiones deducidas en materia de empleo público o en materia previsional por
los agentes o reclamantes de beneficios previsionales...” , donde tal excepción encuentra su
justificación en un principio de justicia distributiva.
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D) Contestación de la demanda. Rebeldía. Reconvención.
El escrito de contestación de la demanda debe cumplir los mismos requisitos formales que
establece el art. 27, OCA, para su promoción.
Una de las cargas más relevantes que pesa sobre el demandad o concierne a la manifestación
sobre los hechos, la cual puede ser negativa o asertiva. Así el art. 37, inc. 2°, CCA, determina
que «el demandado deberá reconocer o negar en forma categórica cada uno de los hechos
expuestos en la demanda, así como pronunciarse en la misma forma sobre la autenticidad de los
documentos que se le atribuyen. El silencio o la ambigüedad en la contestación de tales
extremos, podrá considerarse como reconocimiento de los hechos, de la autenticidad de los
documentos y de su recepción.
A su vez, el inc. 3° del art. 37 precisa que «Podrán invocarse hechos que se opongan a los
alegados por el actor o argumentos de derecho que no se hubieran planteado en el
procedimiento administrativo, siempre que se relacionen con el objeto de la pretensión”.
El plazo para contestar la demanda es de cuarenta días (art. 38, inc. 1°, CCA). Si fueran dos o
más los demandados, el plazo será común. Cuando procediere la suspensión o ampliación
respecto de uno, el plazo se suspenderá o ampliará respecto de todos (art. 38, inc. 2°, OCA).
La contestación de la demanda, en cuanto acto procesal por el cual se solicita el rechazo de la
pretensión del acto, produce relevantes efectos sobre el proceso: a) culmina la etapa
introductoria; b) fija la cuestión litigiosa; e) determina los hechos que deben ser probados; d)
constituye la última oportunidad que tiene el demandado para oponer la defensa de prescripción
(art. 35, inc. 2°, OCA) y para recusar al juez (art. 14, CPCC, aplicable supletoriamente en virtud
de lo dispuesto en el art. 77, inc. 1°, OCA
REBELDÍA
Si la demanda no es contestada dentro del plazo establecido, el demandado será declarado
rebelde, prosiguiéndose el juicio, lo que no impide que aquél comparezca en cualquier instancia,
sin que por ello se pueda retroceder en su sustanciación. Es aplicable lo dispuesto para el
proceso civil.
RECONVENCIÓN
Constituye una demanda autónoma que el demandado introduce en el proceso contra el actor,
independientemente de la suerte de la pretensión de éste.
Legislativo: existen códigos que admiten la reconvención (por ej. Chaco, Corrientes, Santiago del
Estero, etc); otros no la admiten (Por ej. Mendoza, Formosa, La Pampa, etc) y algunos, como el
de Santa Fe, no tienen norma al respecto.
Reconvención
El instituto de la reconvención, cuyo fundamento reside en el principio de economía procesal y en
la necesidad de evitar pronunciamientos contradictorios, fue tradicionalmente rechazado por la
Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires por considerar que no estaba permitido en el viejo
Código Procesal de la materia y no resultar congruente con la forma en que estaba configurado el
proceso contencioso administrativo antes vigente, en el cual la Administración ocupaba siempre
el rol de parte demandada .
Dicha situación ha sufrido un cambio radical en el nuevo esquema procesal.
El art. 39, inc. 1°, OCA, expresamente prevé la facultad del demandado de articular una
pretensión reconvencional. Dicha norma establece que al contestarse la demanda, la parte
demandada podrá reconvenir, siempre que las pretensiones planteadas deriven de la misma
relación jurídica o guarden conexidad con las invocadas con la demanda.
En lo que concierne a los requisitos formales del escrito se dispone que deberán observarse los
mismos recaudos que se han establecido para la demanda (art. 39, inc. 10, CCA).
El principal efecto que generala deducción de la reconvención estriba en la incorporación al
proceso de una nueva pretensión autónoma que debe sustanciarse y decidirse juntamente con la
articulada por el actor. Se produce, pues, un supuesto de acumulación objetiva de acciones, por
lo que deben cumplirse los recaudos que al efecto impone el art. 87, CPCC (de aplicación
supletoria en virtud de lo dispuesto por el art. 77, inc. 1, CCA).
El plazo que se confiere al actor para contestar el traslado de la reconvención es de treinta días
(art. 39, inc. 2°, CCA), mayor al previsto en el art. 356, CPCC.
El escrito de contestación de la reconvención debe ajustarse a las exigencias contenidas en el
art. 37 atinente a la contestación de la demanda. Si en dicha ocasión “la parte reconvenida
agregase nuevos documentos, se correrá traslado de los mismos a la reconviniente, por el
término de cinco (5) días, para que reconozca o desconozca su autenticidad, lo que se notificará
por cédula” (art. 40, inc. l, CCA).
E) Excepciones. Efectos.
Plazo y forma de oponerlas: art 34 del C.P.C.A. regula los requisitos de admisión de las
excepciones previas, con relación a la oportunidad (plazo para oponerlas), simultaneidad (todas
en un solo escrito), efectos (suspensión del término para contestar la demanda), y
fundamentación (que incluye la agregación de prueba documental, y el ofrecimiento de las
restantes pruebas).
De acuerdo a este artículo, en los primeros quince (15) días del plazo previsto para contestar la
demanda, que en el proceso ordinario es de cuarenta y cinco (45) día, pueden oponerse las
excepciones que menciona el art. 35 del C.P.C.A.
Conviene reiterar, que las excepciones de falta de legitimación y prescripción no sólo pueden
oponerse en aquel término de quince (15) días, sino también como defensas de fondo al
contestar la demanda.
El plazo para oponer las excepciones, comienza a computarse a partir del día siguiente a la
notificación de la demanda, y tiene carácter perentorio.
Puede llegar a suspenderse, por acuerdo de las partes en los términos del art. 157 del C.P.C.C.
(art. 77 inc. 1 del C.P.C.C.), y también por pedido de la parte demandada, cuando no obstante
haber sido remitidas las actuaciones administrativas al Juzgado, no puedan consultarse por
haberse extraviado, o haber sido remitidas a otro órgano judicial o dependencia administrativa .
Por otro lado, cabe tener en cuenta que el plazo puede ampliarse por razón de la distancia,
conforme lo autoriza el art. 158 del C.P.C.C., que resulta aplicable en nuestra materia por lo que
G.A.L - S.M – E.D
prescribe el art. 77 inc. 1 del C.P.C.A. Por aplicación de los principios de concentración y
eventualidad, todas las excepciones previas deben oponerse simultáneamente, es decir en un
solo escrito. De tal modo, se evita que las excepciones puedan oponerse por el accionado, en
forma sucesiva Además, en caso de que alguna excepción fuese desestimada, se pasa al
examen de la siguiente sin necesidad de correr un nuevo traslado de la demanda, lo que evita un
injustificado alargamiento del juicio.
Las excepciones no pueden ser inferidas, por lo que deben ser opuestas expresamente.
Y si bien el C.P.C.A. no lo aclara expresamente, también deben ser fundadas, porque de lo
contrario corresponde su rechazo. El escrito deberá cumplir con el art. 118 del C.P.C.C. (art. 77
inc. 1 del C.P.C.A.) El art. 34 del C.P.C.A., prescribe que la oposición de excepciones suspende
el plazo para contestar la demanda, con relación a todos los emplazados, incluso, para aquellos
que no las hubieran opuesto. Si bien lo expuesto precedentemente, conspira contra el principio
de celeridad procesal, la solución resulta favorable al ejercicio del derecho de defensa en juicio
de la parte accionada (44).
Es una solución razonable en algún caso, pues de lo contrario, en el supuesto de haber el
demandado opuesto una excepción de defecto legal, tendría igual que contestar la demanda,
para lo cual tendría graves dificultades, hasta tanto no se subsanen sus defectos (45).
Esto constituye una diferencia muy importante con relación al art. 344 del C.P.C.C., donde al
igual que ocurre en la mayoría de los códigos procesales civiles y comerciales provinciales, e
incluso en el C.P.C.C. nacional (46), se sigue el principio inverso. Es decir que en estos códigos,
la oposición de excepciones no suspende como regla el plazo para contestar la demanda, con lo
que se ha querido evitar el abuso que hacían de las mismas los litigantes.
Cassagne- Perrino
Excepciones previas
La regulación que efectúa el Código Contencioso Administrativo en este aspecto presenta
múltiples diferencias con el previsto en el régimen procesal derogado 26, en el cual se
contemplaba un limitado listado de excepciones 27 y se distinguía entre excepciones :: dilatoria y
perentorias (art 41) con sustento en el momento u oportunidad en que se oponían y no en virtud
de las causales constitutivas de la oposición o los efectos que provocaba su articulación sobre el
derecho invocado por el actor . Así, el art. 41 disponía: “La Suprema Corte resolverá las
excepciones dilatorias, como artículo previo cuando ellas hubiesen sido opuestas en tiempo y
forma oportunos; pero, sino hubiesen sido legalmente opuestas como articulación, podrán
oponerse, al contestar la demanda, como excepciones perentorias; en cuyo caso se resolverán
en la sentencia definitiva”.
El art. 35, CCA, establece un amplio catálogo de excepciones. Ellas son las siguientes:
a) incompetencia del juez;
b) falta de personería en el demandante, en el demandado o en sus representantes;
c) litispendencia;
d) defecto legal en el modo de proponer la demanda, por no cumplir con los requisitos
enumerados en el art. 27, CCA;
e) cosa juzgada;
f) transacción, conciliación y desistimiento del derecho;
g) falta de legitimación para obrar en el demandante o en el demandado cuando fuere
manifiesta, sin perjuicio de que, en caso de no ocurrir esta última circunstancia, el juez la
considere en la sentencia definitiva;
h) prescripción;
i) inadmisibilidad de la pretensión, por no cumplir con los requisitos previstos en los arts. 14 a 16,
18 y 19, OCA, por demandarse la nulidad de un acto administrativo consentido o impugnarse un
G.A.L - S.M – E.D
acto que no revista la condición de definitivo o asimilable, de acuerdo con lo dispuesto en el art.
14, CCA.
Todas las excepciones son de previo y especial pronunciamiento, deducibles dentro de los
primeros quince días del plazo para contestar la demanda, a excepción de las de falta de
legitimación para obrar y de prescripción que también podrán oponerse como defensa de fondo al
contestar la demanda (art. 35, inc. 2°, CCA).
La solución legislativa es acertada ya que resulta irrazonable y acarrea un dispendio inútil de
actividad procesal sustanciar íntegramente el proceso para arribar al dictado de una sentencia
definitiva que rechace la pretensión, sin abordar la cuestión de fondo en debate, porque concurre
alguna de las causales que justifican la deducción de las excepciones. De ahí que, por contraste
con el Código anterior 29, no es viable sostener la inadmisibilidad de la pretensión como defensa
de fondo al contestar la demanda 30 (art. 35, inc. 1, CCA). Si no se han opuesto tal defensa
como excepción previa, el órgano judicial debe decidir al tiempo de sentenciar sobre el fondo de
la controversia sin poder volver a revisar la admisibilidad de la pretensión.
La regulación que efectúa el Código Contencioso Administrativo en este aspecto se ajusta a la
jurisprudencia de la Corte Suprema de la Nación la cual, en numerosas ocasiones, dejó sin efecto
sentencias pronunciadas por superiores tribunales de provincia en las que se desestimaron por
su improcedencia formal demandas contencioso administrativas, no obstante no haber mediado
petición o defensa de la parte demandada 3I Así ha resuelto el alto tribunal federal que “si el
juicio fue sustanciado sin que la demandada opusiera como excepción o como defensa la falta de
agotamiento de la vía administrativa (...) la resolución objeto de recurso desbaraté una situación
procesal ya consolidada al amparo de la preclusión, en desmedro del debido proceso de la
recurrente, que vio clausurada la posibilidad de obtener una decisión sobre el fondo de la
cuestión
Apartándose de lo dispuesto en la legislación procesal civil y comercial (art. 344, párr. 3°, CPCC),
se prescribe que la oposición de excepciones produce la suspensión del plazo para contestar la
demanda en relación con todos los emplazados en la causa, aun respecto de aquellos que no las
hubieren opuesto (art. 34, inc. 1°, párr. 2°, CCA).
Al igual que ocurre con la demanda, en el escrito de oposición de excepciones debe
acompañarse toda la prueba documental y ofrecerse la restante (art. 34, inc. 2°, CCA) y haciendo
aplicación de los principios de concentración y eventualidad, el inc. 1° del art. 34 exige que todas
las excepciones previas se articulen en una misma presentación.
Del escrito de oposición de excepciones se debe correr traslado a la parte contraria, quien tiene
cinco (5) días de notificada, personalmente o por cédula, para contestarlo, debiendo agregar la
prueba documental y ofrecer la restante (art. 34, inc. 3°, CCA).
Una vez contestado el traslado o vencido el plazo para hacerlo, y no habiéndose ofrecido prueba,
o si ésta es desestimada, se llamará autos para resolver (art. 34, inc. 4°, CCA).
Si se hubiera ofrecido prueba y el juez la considerase procedente, se abrirá un período para su
producción no mayor de diez días, ven ido el cual se llamará autos para resolver (art. 34, inc. 5°,
OCA).
El plazo para resolver las excepciones planteadas es de quince días (art. 34, inc. 40, OCA).
En e] supuesto que se desestimen las excepciones planteadas se “ordenará la reanudación del
plazo para contestar la demanda, lo que deberá hacerse dentro de los treinta (30) días de
notificada” (art. 36, inc. 1°, OCA).
E] inc. 2° de) art. 36, CCA, contempla los cursos de acción que debe seguir el tribunal en el
supuesto de admitir las excepciones. Ellos son los siguientes.
PROCESO ADMINISTRATIVO
Como actividad la prueba puede imponer la tarea de averiguar (en lo penal) o de verificar (en lo
civil) la verdad o certeza de lo que se controvierte en el juicio . Desde este ángulo la tarea
probatoria se diferencia en atención a la naturaleza inquisitiva o dispositiva del proceso en el que
se desarrolla. Así se ha dicho que la prueba penal se asemeja a la científica porque tiende a la
averiguación de algo incierto, mientras que la civil se parece a la matemática porque persigue
verificar la verdad de algo que se afirma como cierto. El fundamento de la distinta actitud abreva
en el interés público o privado comprometido en la controversia. En consideración a estas
nociones conviene señalar aquí una diferencia esencial entre la actividad probatoria del
contencioso administrativo y la del proceso civil y comercial. La prueba en el proceso
administrativo está influenciada por la naturaleza publicista de la materia y asume matices
inquisitivos tendientes a posibilitar al juzgador la flexible averiguación de la verdad jurídica
objetiva más allá de las diligencias de las partes. Valga resaltar que la "averiguación" de los
hechos es el fin de las medidas de instrucción judicial en este proceso. En tal sentido Fiorini
manifiesta que es en la etapa de la prueba donde el contencioso se emancipa de los otros juicios,
pues el magistrado debe apreciar el interés público y el bien común que persigue la autoridad
administrativa, actuando como juez de la gestión pública y no como juez de un simple litigio. Por
su parte, Bielsa agrega: "La justicia administrativa... no se limita a declarar el derecho del
particular, sino que debe ejercer un superior contralor de legalidad... el tribunal no sólo debe
reconocer la pertenencia de la prueba ofrecida, sino también juzgar sobre la necesidad de
producir la que no se ofrece..." Coincidiendo con estas afirmaciones, Argañarás previene
entonces que, aun cuando la ley procesal civil es supletoria, el régimen de la prueba contencioso
administrativa tiene características que le son propias.
a) Ofrecimiento
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Como dice Devis Echandía con esta fase se inicia necesariamente la actividad probatoria en el
proceso. El ofrecimiento de la prueba implica proponer y presentar los medios de prueba a través
de los cuales las partes habrán de demostrar la verdad de los hechos que afirman como ciertos.
En el proceso administrativo bonaerense las partes deben ofrecer toda la prueba con sus escritos
postulatorios.
Junto con la demanda, las excepciones y la contestación de demanda las partes deben
acompañar los documentos que detenten, individualizar los que no estén en su poder y proponer
toda otra prueba que haga a la defensa de sus pretensiones .Con posterioridad a esas
oportunidades precluye la facultad de ofrecer prueba, a excepción de los siguientes casos:
a.- Nuevos documentos: sólo podrán agregarse los que fueren de fecha posterior a la demanda y
contestación, los que fueren anteriores pero desconocidos y los que fueron individualizados en
los escritos de inicio pero obtenidos ulteriormente. De ellos se dará traslado a la contraria para
que los conteste.
b.- Nuevos hechos: cuando en el responde de la demanda o reconvención se alegaren hechos no
considerados por el actor o el reconviniente, éstos podrán ampliar la prueba pertinente con
relación a tales hechos dentro de los cinco días de notificada la providencia respectiva sin otra
sustanciación.
c.- Hechos nuevos: cuando trabada la litis ocurriese o llegase a conocimiento de las partes algún
hecho relevante para el proceso, el mismo podrá alegarse con nueva prueba hasta cinco días de
notificada la apertura a prueba. Del escrito se dará traslado para que la contraria se defienda y
amplíe su prueba
d.- Nueva instancia: ante el diseño de un proceso con doble instancia también cabe la posibilidad
acotada de ofrecer nueva prueba en el escrito de apelación para que se produzca durante el
trámite ante la alzada
En lo que hace a la amplitud del ofrecimiento cabe decir que así como el actor tiene la carga de
probar, también tiene la libertad de ofrecer con la demanda todos los medios que no estén
expresamente excluidos. La autoridad demandada también debe ofrecer la prueba de su defensa
y/o la contraprueba de la pretensión del actor al excepcionarse o al contestar la demanda; sin
embargo, no podrá suplir el vacío ni la ausencia total de prueba del expediente administrativo,
sino tan sólo complementar la que se produjo en esa instancia previa.
La prueba fundamental del contencioso de anulación es el expediente administrativo que
documentó la actuación estatal cuestionada. Pese a que por su trascendencia la remisión de
dicho instrumento se solicita de oficio desde el inicio mismo del pleito, su ofrecimiento como
prueba de las partes es básico en este tipo de proceso. De allí que frustrada su incorporación en
la etapa postulatoria, deberán implementarse las diligencias para recabarlo en la etapa
probatoria.
b) Admisión y proveimiento
Concluida la etapa postulatoria y ofrecida la prueba, corresponderá determinar cuál será el
trámite que habrá de seguir el proceso en atención al modo particular en que quedó trabada la
litis y delimitado el thema decidendum. En tal sentido, como alternativa puede suceder que la
causa continúe su trámite:
a.- De puro derecho: son de puro derecho los conflictos en los que las partes se encuentran de
acuerdo respecto de los hechos, pero discrepan en la interpretación o aplicación del derecho. En
estos casos la cuestión se declara de puro derecho, se prescinde de la etapa probatoria y el
expediente queda concluso para el dictado de la sentencia . Como expusiera Varela, frente a este
tipo de contiendas la prueba no tiene objeto práctico y queda autorizado su rechazo.
b.- Como de puro derecho: tramitan como de puro derecho aquellas causas que, aun
conteniendo un debate sobre los hechos, reducen toda la prueba a la documental agregada y no
cuestionada desde el inicio del proceso. En estos casos es innecesaria la etapa probatoria
porque no existen medios pendientes de diligenciamiento. En el contencioso de anulación la
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prueba suele limitarse al expediente administrativo agregado al proceso. De allí que luego de
trabada la litis, y previo alegato de las partes, la causa queda conclusa para sentencia.
c.- De hecho y prueba: así como en los casos anteriores se prescinde de la etapa de prueba (ora
porque el debate se limite a derecho, ora porque la prueba se limite a los documentos), existen
otras causas en las que debe abrirse un período de prueba por conjugarse la situación de que en
sus escritos postulatorios las partes debatieron sobre cuestiones de hecho y, a su vez, ofrecieron
pruebas que deben producirse en una fase especial del proceso. En estos casos el juez dictará el
auto de apertura a prueba que -una vez firme- dará inicio a la etapa pertinente y permitirá admitir
y diligenciar las probanzas que fueron propuestas.
Abierta la causa a prueba el juez debe proveer la ofrecida por las partes aceptando o denegando
su ingreso en el proceso. La admisibilidad exige que la prueba no esté prohibida por la ley y que
se ofrezca en forma adecuada y en tiempo oportuno. La pertinencia exige que la prueba ofrecida
concierna a los hechos articulados y debatidos en el proceso. Si bien una parte de la doctrina
considera que al proveer la prueba el juez debe negar tanto la inadmisible como la impertinente,
otros autores resaltan que por regla el juez debe pronunciarse sobre la pertinencia en
oportunidad de dictar la sentencia.
En el proceso escriturario el proveimiento de la prueba se materializa a través de un despacho
judicial contemporáneo o sucesivo al auto que resuelve la apertura a prueba. Sin embargo
modernamente se viene bregando por implantar en esta etapa del juicio un acto procesal de
carácter oral, concentrado, que permita la inmediación y el efectivo ejercicio de las potestades
judiciales en materia de dirección del proceso; me refiero a la "audiencia preliminar". Pese a su
contenido múltiple en general esta audiencia tendría por finalidad preparar y simplificar el resto
del proceso delimitando su material litigioso y probatorio .
Dentro de esta tendencia, el nuevo Código Contencioso Administrativo de Buenos Aires prevé la
realización de una "audiencia preliminar", que se instala como bisagra depuradora entre la etapa
constitutiva y la probatoria del proceso. En tal sentido se establece que al disponer la apertura a
prueba el juez citará a las partes a una audiencia para determinar -básicamente- cuáles de los
hechos afirmados son conducentes a la decisión del pleito y, en su mérito, cuáles de las pruebas
ofrecidas serán admisibles y pertinentes para producirse en el proceso
Si bien la doctrina resalta como positivo de esa audiencia el hecho de que fomente el buen
desarrollo del pleito, la inmediación, la concentración y la economía procesal, lo cierto es que
muchos autores también señalan el riesgo de prejuzgamiento que apareja la prematura fijación
judicial de los hechos del proceso. Como dice Cueto Rúa, la selección de los hechos relevantes e
irrelevantes del caso exige del tránsito dialéctico de todo el proceso ; ello, pues por lo general los
hechos se revelan con significado jurídico en el acto decisorio final. Cercenar de antemano los
hechos y la prueba puede implicar que el juez ya tiene una hipótesis formada sobre la causa que
se enfrenta a la que pretende demostrar la parte limitada. Obviamente esta actitud puede afectar
el derecho de defensa.
De allí cabe concluir que al inicio del juicio el juez debe tener un criterio amplio en favor de la
admisión de los hechos y las pruebas que las partes consideraron relevantes para resolver la
contienda.
c) Producción
Ofrecida la prueba por las partes y admitida por el juez, comienza en el proceso la tarea de su
producción y diligenciamiento, es decir, la actividad destinada a incorporar el material probatorio
al expediente judicial. Al hablar de producción de la prueba aludimos al conjunto de actos
procesales que se habrán de realizar para que los diversos medios de prueba se reciban dentro
del proceso.
Dicha tarea puede agotarse con la simple agregación de la evidencia presentada, o puede exigir
de un procedimiento para llevar a cabo las medidas propuestas. El conjunto de trámites y formas
requeridas para la incorporación de los distintos medios probatorios varía según la clase de
prueba:
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En general la prueba documental se recibe en la etapa introductiva del proceso, por lo que -como
vimos- su incorporación no exige de la etapa probatoria. Por el contrario, la adquisición de estos
documentos puede justificar la etapa probatoria cuando: a) individualizados, resulte necesario
allegarlos a través de otras diligencias; b) acompañados, resulte necesario asumirlos y
reproducirlos mediante prueba complementaria; o c) impugnados, sea menester certificarlos a
través de prueba ofrecida ad eventum de un desconocimiento
Ya hemos dicho que la prueba esencial del contencioso de anulación es el expediente
administrativo. Debido a la importancia de este documento, la norma prevé la producción oficiosa
y anticipada de dicha pieza como paso previo a la habilitación de la instancia (el juzgador debe
remitir oficio a la autoridad para recabar su envío). Sin perjuicio de esa actividad judicial, las
partes no deben dejar de ofrecer aquel expediente como prueba y solicitar las diligencias para
obtener su incorporación en la etapa probatoria, ante la eventualidad de que se haya frustrado su
remisión y agregación oficiosa en la etapa inicial.
Respecto de los restantes medios de prueba ofrecidos, una vez admitidos y ordenados, deben
producirse dentro de la etapa probatoria que se abre justamente para diligenciarlos. En lo que
refiere a la producción de los distintos medios de prueba, el proceso contencioso administrativo
aprovecha en general del régimen previsto para el proceso civil y comercial. Particularmente
existen coincidencias en cuanto al plazo probatorio de cuarenta días , a la formación de
cuadernos de prueba , a las previsiones sobre negligencia y caducidad, a la clausura del período
probatorio y a la producción de alegatos.
d) Valoración
El momento culminante y decisivo de la actividad probatoria es el de su valoración. La
apreciación de la prueba es una actividad intelectual que incumbe al juez y está destinada a
determinar el grado de convicción que generan los distintos medios de prueba en la tarea común
de alcanzar la certeza sobre los hechos del proceso.
Al momento de dictar la sentencia el juez tiene el deber formal de apreciar la prueba para obtener
certeza sobre los hechos y poder luego aplicar el derecho que resuelva la contienda. En la tarea
intelectual de distinguir la fuerza de convicción de los distintos medios de prueba el juzgador se
vale de grados de eficiencia y de sistemas de valoración que guían su entendimiento.
a.- Para medir el grado de eficacia de las distintas pruebas se juzga el nivel de convencimiento
que generaron en el juzgador. En tal sentido, dentro de la eficacia probatoria se distinguen: la
plena prueba, que es la que genera certeza y basta por sí sola para decidir (cien por ciento de la
eficacia probatoria); la semiplena prueba, que es aquella que genera verosimilitud y que con otro
complemento puede conducir a la certidumbre; y el principio de prueba, que es apenas un punto
de apoyo, sólo sirve de punto de partida para una prueba mejor.
b.- En cuanto a los sistemas de valoración de la prueba es conocida la distinción de tres
regímenes: la prueba tasada, en donde el legislador tasa y predetermina el valor probatorio de los
distintos medios de prueba; la sana crítica, en donde incumbe al juez descubrir el grado de
convicción de las pruebas prestando atención a las reglas de la lógica y a las máximas de
experiencia; y el de la libre convicción, en donde no existirían reglas para examinar la prueba,
teniendo el juzgador amplio margen para fallar de acuerdo con las pruebas de autos, por fuera de
ellas y aun en su contra (103).
Nuestro sistema procesal adopta por principio general el régimen de la sana crítica, con
excepción de escasos supuestos en donde perdura el régimen de la prueba tarifada. La
necesidad de valorar con sana crítica exige al juez seguir un criterio razonable en el análisis de
las pruebas del proceso, ajustando su interpretación a la guía que suministra la lógica y el curso
normal y ordinario de las cosas. Tal exigencia conlleva una garantía para las partes, en la medida
en que el examen judicial de las pruebas que desafíe la normalidad del buen entendimiento y
conocimiento humano podrá resultar descalificado por absurdo.
El reflejo de la sana crítica debe estar materializado en la consideración de la sentencia. Si bien
el juez no tiene el deber de expresar en su decisión la valoración de todas las pruebas
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producidas, sí debe exponer y merituar cuáles fueron las decisivas que le brindaron la certeza
sobre los hechos. Para controlar la correcta valoración de la prueba las partes cuentan con los
recursos ordinarios, y -eventualmente- también con los extraordinarios, cuando el error en el
juzgamiento de los hechos y las pruebas llega al nivel del absurdo.
MEDIOS DE PRUEBA
Medio de prueba es todo aquel elemento que sirve, de una u otra manera, para convencer al juez
de la existencia o inexistencia de un dato determinado . Son los instrumentos reales o personales
que suministran al juez la convicción sobre los hechos del proceso, a saber: documental,
informativa, confesional, testimonial, pericial, reconocimiento judicial y los indicios.
En general el Código Procesal Contencioso Administrativo nada estatuye sobre los medios de
prueba, por lo que se vuelven aplicables a su respecto las normas que rigen en el proceso civil y
comercial. Sin embargo, resulta necesario analizar algunos medios de prueba que por las
particularidades que presentan exigen un trato específico en el proceso administrativo; me refiero
al expediente administrativo, a la prueba confesional y a la prueba pericial.
a) El expediente administrativo
Como sabemos, la actividad de la Administración Pública se desarrolla formalmente a través de
un procedimiento cuyos trámites escriturarios se compilan y registran en cuerpos llamados
expedientes. En dichos cuerpos se documentan todas las actuaciones que preceden al dictado
del acto administrativo que será revisado -a instancia de parte- en sede jurisdiccional.
Desde este extremo el expediente administrativo inviste la calidad de medio probatorio por
excelencia en el contencioso de anulación de actos, ya que en él se anticipa y preconstituye la
prueba fundamental que permitirá ejercer el control de legalidad del actuar estatal. La vocación
probatoria del expediente se da en dos niveles: por un lado contiene las pruebas practicadas en
el procedimiento previo; por otro, es en sí mismo un medio de prueba de ese procedimiento.
En este último sentido, podríamos decir que el expediente se presenta como una prueba
documental, en tanto objeto creado por el hombre susceptible de servir de prueba histórica,
indirecta y representativa de un hecho cualquiera. Si bien es pacífica la doctrina sobre el tema, el
problema surge cuando se intenta desentrañar cuál es el valor probatorio de aquel cuerpo
escritural.
Debemos recordar que partiendo del autor la doctrina divide a los documentos en públicos y
privados. Aquéllos serían "...los otorgados por un funcionario público o depositario de la fe pública
dentro de los límites de su competencia y de acuerdo con las formalidades prescriptas por la ley"
. Los privados, en cambio, serían los que no se hubieron perfeccionado con tales requisitos.
La diferencia entre instrumentos públicos y privados resulta esencial a los fines de examinar el
valor probatorio de las piezas. Mientras el instrumento público tiene valor probatorio por sí mismo
y hace plena fe hasta que sea redargüido de falso (art. 993 CCiv.), el instrumento privado carece
de tal valor probatorio hasta tanto se acredite la autenticidad de la firma (art. 1026 CCiv.).
Así planteadas las ideas, los doctrinarios se han cuestionado si el expediente administrativo
puede o no considerarse como instrumento público dentro de la enumeración que de ellos hace
el art. 979 CCiv., y en tal sentido si puede gozar del valor probatorio de autenticidad y requerir
para su desconocimiento la redargución de falsedad.
a.- Tesis afirmativa: para Spota todo acto administrativo emitido bajo la forma escrita por un
agente público competente reviste la condición de instrumento público. A su entender, no se
concibe que el Estado dé nacimiento a actos administrativos con el requisito de forma escrita y
que el instrumento de ese negocio jurídico de derecho administrativo no cuente con la fe pública
inherente a todo instrumento público (arts. 993 y 995 CC.). De allí el autor citado concluye que "el
instrumento probatorio del acto administrativo es un instrumento público" (110).
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Reivindicando una interpretación literal de la ley, se argumenta que el mismo art. 979 inc. 2 CCiv.
considera instrumento público a "cualquier" instrumento que extendieren los funcionarios públicos
en la forma que las leyes hubieren determinado. Según Spota las leyes que determinan los
requisitos de forma de los actos administrativos son de naturaleza eminentemente local. De allí
que, cumplidas las formalidades previstas en las normas administrativas, el documento del acto
merecerá toda la plena fe otorgada a un instrumento público.
Por su parte, concluye que si el acto administrativo goza de presunción de legitimidad, de ahí a
afirmar que el instrumento probatorio de aquel acto es un instrumento público no hay sino un
paso, y todo autoriza a darlo.
En igual sentido parece ubicarse Bielsa al considerar que debido a los términos generales en que
está redactado el art. 979 inc. 2 CCiv., no sólo son instrumentos públicos los notariales sino
también los actos estatales extendidos por toda clase de funcionarios públicos, ya se trate de
agentes del Poder Legislativo, Ejecutivo o Judicial. "Tanto el notario como el funcionario público,
actúan por virtud de una especie de delegación del soberano, si bien el uno en la esfera del
derecho privado... el otro en la vasta esfera de la actividad del poder público" .
Luego el autor refiere que en la actividad administrativa de sustancia jurídica se forman
instrumentos que por eso solo -por ser de la Administración Pública- son públicos. El instrumento
administrativo donde consta la expresión de actividad jurídica de un órgano del Estado es
instrumento público. De allí concluye que "...los instrumentos emanados de la Administración
Pública tienen siempre fuerza probatoria, en tanto no sean argüidos de falsos o adulterados...".
b.- Tesis negatoria: en sentido opuesto, Fiorini dice que es errónea la tesis de Spota y de Bielsa
de creer que la presencia de un funcionario en ejercicio de sus competencias presupone la
creación de instrumentos públicos . Esa tesis parte de la premisa equivocada de considerar en
forma absoluta la existencia de sólo dos clases de instrumentos: los públicos y los privados. De
allí la confusión de identificar los documentos de la Administración con los instrumentos públicos.
Presentado como absoluto el dualismo entre instrumentos públicos y privados, y siendo obvio
que la Administración no puede otorgar instrumentos privados, evidentemente es lógico que se
incurra en el error de considerar que todo instrumento de la Administración es público. Sin
embargo, Fiorini destaca que al margen de esa tajante clasificación civilista existen "instrumentos
oficiales" que integran una zona gris dentro del campo de los documentos públicos, que no se
identifican con los instrumentos públicos del art. 979 CCiv.
En tal sentido expresa: "Los actos y actuaciones que se acumulan en los expedientes son ...
documentos públicos pero que no son instrumentos privados -ni-, menos aún instrumentos
públicos" La fe legitimada que impone el Estado a un instrumento público es un privilegio que
eleva a aquél al rango de prueba auténtica y exhaustiva, que prevalece por sobre todas las
demás. Sólo una norma del legislador puede adjudicar esa destacada autenticidad. "La función
de fehaciencia, que es la más responsable, no la puede desarrollar cualquier persona... Esta
prerrogativa no se crea para cualquiera sino para el notario".
Fiorini, citando la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (116), afirma que
para desvirtuar el valor probatorio de las actuaciones administrativas no se debe exigir un
incidente de redargución de falsedad, bastando con presentar al efecto cualquier clase de prueba
convincente en contrario. Esta postura coincide también con la posición del notariado, que
preserva en el escribano la facultad fedataria
Por su parte, Gordillo ha dicho que "...es preferible la solución que niega al expediente
administrativo el carácter de instrumento público, porque es bien sabido cuántas pequeñas
maniobras se hacen con las fechas... actos, y no parece solución justa la de que esto solamente
pueda ser redargüido de falsedad... Es por esas razones que se distingue claramente del acto
pasado por ante escritura pública del acto de un expediente administrativo... mientras el notario
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se expide como tal y para dar valor de plena prueba al documento que extiende, el servidor
público actúa con otro fin y como autor del acto en calidad de parte, no como tercero..."
c.- Tesis intermedia: finalmente, Cassagne intenta una postura ecléctica criticando por exceso y
defecto las tesis extremas antes expuestas. Así es que por un lado cuestiona la postura que
propicia la condición de instrumento público para todos los actos estatales y por otro critica la
tesis que reserva esa calidad exclusivamente respecto de los actos notariales
Critica a Spota porque al concebir a todo acto administrativo como un instrumento público ha
confundido la presunción de legitimidad que emana del acto (vigente en el plano sustancial) con
la presunción de autenticidad que dimana del instrumento (vigente en el plano procesal). En tal
sentido afirma que no todos los actos administrativos documentados por escrito y de acuerdo con
las formas generales que prescribe el derecho administrativo revisten la condición de
instrumentos públicos.
Luego critica a Fiorini porque restringe la producción de instrumentos públicos por parte de la
Administración a la circunstancia de que una ley formal atribuya tal valor. Cassagne entiende que
el carácter de instrumento público puede emanar de una ley formal o material (es decir, ley o
reglamento local que otorgue autenticidad), ello, por la naturaleza local del derecho
administrativo. Aun entiende que la autenticidad de tal instrumento se puede alcanzar por
autenticación o refrendo de otro funcionario distinto del actuario que asuma la responsabilidad.
Es decir que, en principio, las actuaciones administrativas serían documentos públicos que, sin
gozar del valor probatorio de plena fe que caracteriza a los instrumentos públicos (art. 993Civ.),
aprovechan de una presunción que para ser desvirtuada requeriría prueba en contrario. Por
excepción, alguna actuación administrativa podría configurar un instrumento público cuando su
autenticidad ha sido impuesta por ley formal, material o refrendo de la autoridad.
a.- Tesis negatoria: esta tendencia afirma que en realidad los funcionarios públicos no pueden
absolver posiciones y obligar con ello a la Administración. Ello, por cuanto la actividad de la
Administración tiene carácter formal y la confesión es sólo un medio de prueba respecto de los
particulares. "Los funcionarios con sus declaraciones se obligan a sí mismos y no obligan a la
Administración
La parte en el proceso contencioso administrativo es la Administración, y al no tener ésta vida
orgánica ni existencia psicológica no puede admitirse la confesión, ya que ésta exige
voluntariedad. La Administración actúa por medio de sus órganos, y éstos expresan la voluntad a
través de procedimientos legalmente establecidos al efecto. Lo único que puede obligar a la
Administración es la documentación administrativa. Por lo que sólo procedería viabilizar esta
prueba a través de informes destinados a investigar la verdad de aquellas actuaciones.
En este sentido Bielsa expresa: "La Administración Pública sólo se obliga por actos casi siempre
complejos, de derecho público... Este gran principio, en el que descansa todo el régimen de
validez de los actos administrativos, no podría ser destruido por la regla procesal ordinaria de la
probatio probatissima, que es dominante en el régimen jurídico y legal de la confesión en el juicio
civil...".
Y luego añade: "Pero adviértase que la improcedencia e ineficacia de la confesión de los
funcionarios para obligar a la Administración Pública de la cual ellos dependen, no se funda... en
el principio de la subordinación del derecho del particular ante el interés público. No; la razón es
otra. La facultad de imponer un interrogatorio a los agentes de la Administración Pública para
comprometer el interés público y el patrimonio del Estado, con la sola declaración de ellos,
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destruiría la base institucional de la competencia de los órganos administrativos, y el valor y la
eficacia de las formas esenciales de los actos administrativos"
Por su parte, Gozaíni agrega que en sentido técnico la absolución de posiciones no puede ser
prestada por los funcionarios públicos, pues éstos carecen del elemento subjetivo de
voluntariedad para obligar al Estado; desde que éste se expresa por actos formales
documentados que suplen cualquier manifestación explícita. Asimismo, al no ser parte el
funcionario en el proceso no puede comprometer al Estado con su declaración y, por tanto, ésta
sólo podrá valer como testimonio de lo relatado. En consecuencia los dichos que aquél exprese
lo comprometen personalmente, sin responsabilidad para el Estado
Esta tesitura fue la adoptada por el Código Varela en la medida en que el art. 52 dispuso: "Las
partes podrán proponer por escrito las preguntas que quisiesen hacer a los jefes de las
administraciones demandadas, las que deberán ser contestadas por los funcionarios a quienes
refieran los hechos, bajo su responsabilidad personal, dentro del término que la Suprema Corte
fije".
b.- Tesis afirmativa: esta tesis parece ser sostenida por Gordillo, quien entiende que en el
proceso administrativo no se enjuicia a personas sino que se cuestiona un acto; no se enjuicia a
un funcionario sino a la sociedad. En tal sentido propone que el responsable del acto por el que
se enjuicia a la sociedad, por lo menos concurra al tribunal a declarar o absolver posiciones.
Coherentemente, encontramos que los que propugnan la procedencia de la absolución de
posiciones y sus consecuencias (plena prueba) sostienen que de no admitirse el Estado se
encontraría en una situación privilegiada que llevaría a perpetrar una desigualdad entre las
partes.
c) La prueba de peritos
Finalmente, otro elemento de convicción que merece una consideración particular en el proceso
administrativo es la prueba pericial. Con frecuencia la apreciación de los hechos comprometidos
en ciertos conflictos administrativos exige recurrir al conocimiento específico de expertos en
determinada ciencia, arte o técnica.
En esos casos, ya en el trámite gubernativo del reclamo la propia Administración suele recurrir al
pronunciamiento de peritos u oficinas técnicas que dictaminan acerca de los hechos cuya
dilucidación requiere de un conocimiento específico. En tales supuestos la resolución se apoya
generalmente en las conclusiones vertidas por cuerpos técnicos de la propia Administración.La
circunstancia de que sobre el tema en discusión exista una pericia producida en la vía
administrativa previa incide claramente en la actividad probatoria a asumir en la posterior
instancia judicial. Existiendo en las actuaciones gubernativas un dictamen técnico que da
sustento al acto impugnado, quien pretenda cuestionarlo debe ofrecer y aportar la prueba idónea
que permita demostrar cuál es el error científico que descalifica a la pericia administrativa previa.
La Suprema Corte de Buenos Aires tuvo ocasión de resaltar estas particularidades de la prueba
pericial en la causa "Vermal". El caso fue que un contratista de obra pública, encargado de limpiar
el frente del Edificio Casino de Mar del Plata, cuestionó que se incluyera dentro de aquella tarea
la de arenar las piedras que configuran la galería y recova de ese edificio. En sede administrativa
la comisión de técnicos oficiales se expidió dictaminando que correspondía esa actividad pues el
frente del edificio estaba constituido también por la recova. En sede judicial el perito entendió que
el frente se limitaba a la fachada, al perímetro exterior del mismo.
Al resolver la cuestión el alto tribunal provincial entendió: "En el juicio contencioso administrativo
rigen en materia de prueba pericial, principios diversos a los del proceso civil. Mientras en el
proceso civil se somete una contienda al juez y el perito en juicio lo auxilia para que pueda dictar
una sentencia, que será constitutiva de una situación jurídica; por el contrario, en el contencioso
administrativo, no es la sentencia la que crea originariamente la situación jurídica, sino que ella
emana de un acto administrativo que se presume legítimo...".
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Así se concluyó que "...frente a la Administración Pública la prueba pericial tiene ciertas
limitaciones, sobre todo cuando con ella se trata de contradecir o desvirtuar conclusiones que
tuvieron como base una decisión de carácter técnico y las conclusiones del perito no se fundaron
en prueba analítica ni en principios científicos, resultando así la pericia insuficiente para
desvirtuar los razonamientos técnicos que llevaron a la Administración a dictar el acto
cuestionado".
En suma, la prueba pericial que se practica en el juicio contencioso en principio se sujeta a un
examen de suficiencia. Sus conclusiones prevalecerán a las obtenidas por pericias previas sólo si
en el nuevo dictamen se brindan las motivaciones científicas concretas que contradigan
acabadamente los análisis antes efectuados por las oficinas técnicas de la Administración Pública
d) Informes
La prueba de informes admisible en el derecho procesal es aquella en la cual la cual la
administración o una institución privada informan sobre datos que ya son de conocimiento y que
los tienen en sus registros. Le preguntan algo, se fija en sus ficheros o carpetas y contesta según
sus constancias.
Distinto es cuando se le pide una opinión o que averigue algo, o que haga una investigación y
luego informe. Esto no es prueba de informes, es prueba de información. Esa prueba es
inadmisible porque sustrae su producción al contralor de la contraparte y del tribunal
e) Testimonios
La administración, salvo en los expedientes de sumarios administrativos, especialmente de tipo
disciplinario, es muy reticente a admitir llamar a declarar a un particular para que vaya a deponer
como testigo. En un sumario sí. En el resto de los expedientes no. En el ámbito judicial no existe
desde luego dificultad alguna en producir prueba testimonial con todas las garantías del debido
proceso.
También cabe mencionar el testigo experto, figura común en el Derecho anglosajón, que aunque
no lo sea tanto en el nuestro es igualmente admisible: es evidente que el testimonio de cualquier
persona vale por la fuerza de convicción que ella tenga. Si la persona es además un experto
reconocido en aquello de lo cual testifica, obviamente su opinión tendrá más fuerza de convicción
para el tribunal
ALEGATOS
Clausurado el período probatorio, cuando se hubieren producido las pruebas ofrecidas y no
queden más pendientes, el expediente queda en Secretaría para alegar.
El alegato es el acto mediante el cual cada una de las partes manifiesta por escrito las
conclusiones obtenidas de las pruebas producidas en el proceso, limitándose a destacar el poder
de convicción de los elementos probatorios, siempre en función de los hechos que fueron objeto
del litigio.
Cada parte dispone de 10 días para retirar los autos y presentar el correspondiente alegato. El
plazo es individual.
Una vez presentados los alegatos o habiendo vencido el plazo para hacerlo, se llama autos para
sentencia. Si el tribunal lo considera necesario puede, antes o después, decretar medidas para
mejor proveer.
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B) Sentencia. Formas. Fundamentación. Costas.
La sentencia, acto procesal por el cual el Estado juez actúa o se niega a actuar la pretensión
deducida por la parte, satisfaciéndola en todo caso, importa la emisión de un juicio sobre la
conformidad o disconformidad de la pretensión con el derecho objetivo. A los fines del presente,
nos interesan, en particular, las sentencias estimatorias de condena.
En efecto, si bien en base a su fin cabe distinguir entre sentencias i) declarativas; ii) constitutivas
y iii) de condena, estas últimas son las que, para su concreción material, pueden llegar a exigir
una ulterior actividad jurisdiccional.
Es que, tal como lo afirma Martínez la función jurisdiccional no se agota con el conocimiento de
los litigios y la facultad de resolverlos. Por el contrario, en el caso de las sentencias de condena,
en un tercer momento, aparece lo que, a nuestro juicio, resulta ser la manifestación más
importante de la jurisdicción, esto es, la ejecución forzada de las sentencias. Y así lo decimos
porque el fenómeno jurídico-procesal trasciende en ese tramo de lo meramente abstracto y se
hace presente, "se corporiza en el mundo de las cosas, de lo perceptible por medio de los
sentidos, siendo allí donde se provoca un cambio concreto...".
La efectuación del mandato —enseña Jesús González Pérez— puede tener lugar sin que haya
necesidad de emplearse la fuerza, porque la persona obligada cumpla lo mandado
voluntariamente, sin oponerse a la decisión judicial; en este caso estamos ante la ejecución
voluntaria. Pero cuando el obligado se opone a la efectuación del mandato es necesario el
empleo de la fuerza para lograrlo, y estamos ante la ejecución forzosa o forzada. La ejecución
forzada supone, por tanto, la actividad de determinados órganos estatales encaminada a dar
efectividad a lo dispuesto en una sentencia"
Con otro giro, la ejecución forzada importa la transformación compulsiva de una decisión judicial
firme en hechos concretos.
Cabe recordar que las sentencias declarativas se limitan a la fijación o expresión de una situación
jurídica ya existente. No tienen como efecto crear, modificar o extinguir una situación jurídica
regulada por el derecho de fondo. El pronunciamiento judicial deja inalterado el estado de hecho
o de derecho generado por la decisión administrativa impugnada ( sentencia que rechaza la
pretensión impugnatoria deducida contra un acto administrativo).
Por su parte, las sentencias constitutivas no se limitan a declarar la antijuridicidad de la decisión
administrativa atacada, sino que proceden a su anulación, extinguiendo, con efecto retroactivo, la
situación jurídica originada por aquella. En tal sentido, las sentencias constitutivas conforman una
nueva situación jurídica concreta, creando algo que antes no existía (sentencia que estima la
pretensión impugnatoria deducida contra un acto administrativo).
Finalmente, las sentencias de condena no sólo declaran el derecho sino que ordenan su
reposición, cumplimiento o satisfacción, a cuyo fin se contempla su ejecución.
Estas últimas, a su vez, admiten una subclasificación: 1) condena a hacer; 2) condena a no
hacer; 3) condena a dar.
Gordillo: Es un acto procesal que emana del órgano jurisdiccional competente, en este caso el
Superior Tribunal de Justicia, que decide el litigio en única instancia, aplicando normas del
derecho positivo vigente. Es el modo normal de terminación del proceso.
Es un acto escrito, cuyo contenido procesal (visto, considerando y fallo) está integrado por:
La designación de los litigantes.
Una relación sucinta de las cuestiones planteadas
La consideración de las cuestiones, abarcando sus aspectos de hecho y jurídicos, merituando la
prueba y estableciendo concretamente cuales de los hechos conducentes controvertidos se
juzgan probados.
La decisión expresa y precisa sobre cada una de las acciones y defensas deducidas en el
proceso.
La sentencia debe pronunciarse en el plazo de 60 días a contar desde la fecha en la cual el
proceso quedó en estado.
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Constitucionalidad
Si bien no consideramos acertada la reforma efectuada por la ley 13.101, no creemos que pueda
ser reputada inconstitucional. Como dice Hutchinson: “Que el derecho del ganancioso deba salir
incólume del proceso no es un principio constitucional” Así lo ha entendido también la Cámara de
Apelaciones en lo Contencioso Administrativo de La Plata al sostener: “No se aprecia que la regla
de distribución en costas que contiene el art. 51, CCA, importe un severo compromiso con las
garantías constitucionales que esgrime conculcadas. En efecto, el principio legal (art. 51, inc. l,
CCA) no puede seguirse, sin más, restricción al derecho de defensa ni a la garantía de tutela
judicial efectiva pues, la distribución normativa no es condición de acceso a la jurisdicción ni
constituye cortapisa alguna para arribar a la sentencia de mérito. Antes bien, es complementaria
de ella y consecuencia implícita a todo trámite judicial, conocida de antemano y, además, ajena
absolutamente a la garantía de propiedad (art. 17, CN)” Dicho criterio es compartid o por la
Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo de San Martín, la cual ha expresado
que la regla consagrada en el art 51 no resulta constitucionalmente censurable porque es en
definitiva es una cuestión de política legislativa elegir un sistema u otro prevaleciendo así por
sobre la opinión de los jueces, el criterio razonable del legislador”
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Las costas en los procesos especiales
La ubicación del régimen de las costas dentro del título del Código Contencioso Administrativo
dedicado al proceso ordinario no debe llevar a pensar que es inaplicable respecto de los demás
procesos allí reglados. En tal sentido y respecto del amparo por mora se ha resuelto que
“existiendo previsión expresa dentro de la ley 12.008 sobre el régimen general de costas, que es
diferente del previsto en el Código Procesal Civil y Comercial, y siendo la acción de amparo por
mora un proceso especial dentro de la materia contenciosa administrativa sobre la cual el
legislador no ha previsto una excepción al principio regulado en el art. 51, CCA, no se advierten
las razones que justifiquen apartarse de aquel régimen para aplicar supletoriamente el art. 68,
CPCC, como lo hizo el a quo””.
ACLARATORIA
a) Generalidades
En el CPCC. Bs. As. y el CPCCN. este medio de impugnación (no devolutivo) se encuentra
incluido en los capítulos de las resoluciones judiciales y de los deberes y facultades del juez,
ausentes ambos en el CPCA. En cambio en el CPCA. este carril se insertó en el rubro de los
recursos, pero de todos modos ello no altera su naturaleza jurídica que sigue permaneciendo en
el campo de los medios de impugnación sin llegar a ser un recurso propiamente dicho, porque su
tramitación y decisión se encuentran a cargo del mismo órgano jurisdiccional que dictó la
resolución atacada. Incluso el propio lo denomina recurso. Retornando a la idea anterior, en
cuanto a las clases de resoluciones judiciales y sus formas, rige plenamente lo estatuido en dicho
capítulo del CPCC. Bs. As, del cual surge la obligación de los jueces de dictar las decisiones en
forma precisa, positiva y concreta y la pérdida de competencia luego de redactada la sentencia,
salvo la posibilidad de la aclaratoria. Esta última puede ser planteada de oficio o a pedido de
parte. En el CPCA. sólo se regula la segunda posibilidad y exclusivamente para sentencias
definitivas, admitiéndose la primera (que no es una impugnación, en realidad) por aplicación del
art. 77 y los correspondientes del CPCC. Bs. As., tanto para las definitivas como para las
interlocutorias. Incluso se ha asimilado a una definitiva, la decisión homologatoria de un convenio,
permitiendo entonces que sea pasible de aclaración. Pero la situación no es la misma cuando se
trata de aclarar un fallo interlocutoria a pedido de parte, ya que en este supuesto el medio idóneo
será la reposición y no el camino del art. 52 por estricta aplicación de los principios de idoneidad
e infungibilidad del medio recursivo.
Este mecanismo (aclaratoria), conforme lo establece el art. 52 CPCA., es admitido para:
a) corregir errores materiales,
b) aclarar algún concepto ambiguo o contradictorio, o
c) suplir omisiones.
El art. 166 inc. 2 CPCC. Bs. As. (a pedido de parte) establece causales similares, incorporando
conceptos oscuros, pero no legislando sobre los ambiguos o contradictorios. Es de destacar que
el carril sub análisis se permite para corregir un déficit en la comunicación; no en la decisión
propiamente dicha, es decir, sirve para explicar una situación, corregir un error material o suplir
omisiones. Este medio impugnaticio hace honor a los principios procesales de celeridad y
economía. Debemos reiterar además que con este acto, ya sea de oficio o a instancia de parte,
concluye la competencia del juez, que en puridad de verdad finiquita con el pronunciamiento.
La aclaratoria puede ser efectuada de oficio o solicitada por las partes, pero siempre deberá
vincularse a cuestiones oportunamente planteadas, por aplicación del postulado de congruencia.
Como lo hemos anticipado, la primer posibilidad (de oficio) no existe en el CPCA., por lo que
habrá que remitirse a los arts. 36 inc. 3 y 166 inc. 1 CPCC. Bs. As. Mediante el empleo de estas
normas se permite aclarar errores materiales o suplir omisiones sin alterar lo sustancial de la
decisión, incluyéndose los conceptos oscuros, situación que prevé el CPCCN. en su art. 36 inc. 6.
Debe ser efectuada por el juez antes de la notificación de la sentencia, sea definitiva o
interlocutoria. En cambio, cuando se deduce a solicitud de parte se emplea directamente el art.
52 CPCA., que faculta a impetrar este mecanismo para enmendar cualquiera de los tres defectos.
Cabe destacar que este artículo no menciona que el auto rectificatorio no debe alterar lo
sustancial de la decisión, situación que sí recogió el art. 166 inc. 2 CPCC. Bs. As., de empleo
supletorio y complementario. Debe ser presentado dentro de los cinco días, por escrito en
fundadamente, y se resuelve sin sustanciación.
b) Sus causales
Como habíamos anticipado, la aclaratoria prospera contra los siguientes defectos:
2) Errores materiales: no se trata de aclarar el razonamiento fallido del juez, situación que
constituye un error in iudicando ajeno al marco de la aclaración; ni la fijación de los hechos ni la
interpretación del derecho, sino defectos de cálculo, meras equivocaciones o errores materiales,
datos inexactos en el nombre de las partes (vgr., confundir al locador con el locatario) o en la
identificación de los bienes. Incluso, tratándose de un error puramente numérico, la corrección
por vía de aclaratoria puede hacerse aun vencidos los plazos recursivos de instancias ordinarias,
o en el período de ejecución de sentencia, salvo que se incluya a otro sujeto entre los
beneficiarios de la condena establecida en la sentencia modificando, por consiguiente, el monto
indemnizatorio.
c) Límites
El límite de la aclaratoria radica en no alterar lo sustancial de la decisión, debiendo mantenerse la
volición del juzgador sin afectar la integralidad ideológica de la sentencia, y sin ampliar el
espectro de causales permitidas En la sentencia predomina un acto de voluntad, por ello ante un
pedido de aclaratoria habrá de mantenerse la intención que constituye la sentencia, es decir sólo
puede corregirse la "forma de expresión" de dicha voluntad, pero no cambiar la voluntad de la
misma .Esta limitación sólo rige para la oscuridad de la sentencia . La corrección debe ser
accesoria, razón por lo cual la resolución que altera estos parámetros es nula.
Hay una línea divisoria tenue entre mera nulidad y aclaratoria, situación que a veces torna difícil
optar por uno u otro. Debe ser empleada con justicia y prudencia. En un decisorio que no
compartimos, se estableció que si se alega que en el fallo se omitió dictar decisión respecto a la
intervención del tercero asegurador, la situación debió remediarse por vía de aclaratoria; no
habiéndolo efectuado el interesado, no corresponde declarar la nulidad del pronunciamiento,
criterio que la Suprema Corte ha modificado recientemente. Dicha norma, aplicable al CPCA.,
faculta a la Cámara a suplir las omisiones de primera instancia si se lo requiere en la expresión
de agravios (es preciso haber apelado), aun sin haber deducido aclaratoria contra la sentencia.
Se extendió también para errores materiales.
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Aclaratoria en Cámara: Rige supletoriamente el art. 267 CPCC. Bs. As., porque tampoco el
CPCA. Lo legisla. Podrán aclararse sentencias definitivas o interlocutorias. El máximo tribunal de
la provincia estableció que en los casos de sentencia definitiva (juicios ordinarios y sumarios), la
aclaratoria resuelta favorablemente debe respetar la formalidad del acuerdo y voto individual.
Importa destacar que el mismo órgano jurisdiccional entendió que las sentencias interlocutorias
con fuerza de definitivas, también deben respetar dichos parámetros, situación que lo haría
aplicable a la aclaratoria de interlocutorias con fuerza de definitivas. Al igual en primera instancia,
su planteo, no interrumpe el plazo para impetrar recursos extraordinarios.
REPOSICIÓN
Es un medio de impugnación que se plantea ante el mismo juez para que éste revoque una
providencia (generalmente) simple, por contrario imperio. Es un ataque en forma horizontal (no
devolutivo), que recoge los principios de economíaa y celeridad.
La novedad que trae la ley 12008 es que éste procede contra resoluciones simples o
interlocutorias (art. 53 CPCA.), es por eso que puede aclararse una decisión interlocutoria
mediante la revocatoria (incluso se puede apelar en subsidio), conforme lo anticipado. Además,
también procede contra una sentencia definitiva, que es la del amparo por mora (art. 76inc. 5),
porque contra ella no se admite la apelación. Retornando a la cuestión inicial, el art. 238 CPCC.
Bs. As. sólo permite la revocatoria contra providencias simples. Pero el art. 290 CPCC. Bs. As.
admite este engranaje también contra las simples e interlocutorias dictadas en el marco
procedimental de un recurso extraordinario, aplicable ahora (en razón de lo normado por los arts.
60 inc. 1 y 77 Inc. 1 CPCA.) a los asuntos contenciosos del nuevo fuero a que arriben a la
Suprema Corte provincial a través del remedio extraordinario.
Se admite también en las causas contencioso administrativas contra providencias simples de la
alzada (art. 268 CPCC. Bs. As.). Entre otras variantes, se puede deducir contra el auto de
unificación de la representación, la citación a la audiencia preliminar, los medios de prueba
denegados en la audiencia del art. 41 CPCA. o declarados caducos FN51, anticipo de gastos de
peritos (art. 461 CPCC. Bs. As.), y resoluciones sobre costas, entre otros supuestos.
En algún fallo se ha interpretado que se admite la revocatoria contra el auto que declara desierto
un recurso de apelación, mientras que en otros se consideró que ello no es posible, criterio que
compartimos. Anticipándonos a temas posteriores, destacamos que sin perjuicio de no ser en
este sistema potestad del juez de grado la concesión del recurso de apelación, el mismo podrá
declararlo desierto en caso de falta absoluta de fundamentación (arts. 56 inc. 3 CPCA. y 261
CPCC. Bs. As.).
En lo que concierne a las medidas cautelares si la misma -siendo procedente- provocare un
eventual perjuicio para el Estado (latu sensu), se aplicará el trámite del art. 26 inc. 1 CPCA.. En
cambio si el afectado fuere un particular codemandado o si la medida fuere improcedente, deberá
requerirse su levantamiento vía revocatoria o apelación (art. 55 inc. 2.b CPCA.) que se
concederá con efecto devolutivo (art. 198 parte final CPCC. Bs. As. y 56 inc. 5 CPCA.) y no se
aplica para este último caso el procedimiento del art. 26. También rigen las normas de los arts.
203 / CPCC. Bs. As. aun para el Estado, siempre que no se dé la variante del art. 26 inc. 1
CPCA.
Durante el período probatorio, y conforme lo normado por los arts. 377 y 383 CPCC. Bs. As., que
a pesar de emplear el vocablo irrecurrible, se aclaró que son inapelables las resoluciones y que
se sólo admite la reposición, circunstancia que el CPCCN. aclara en su art. 379 (conc. 377
CPCC. Bs. As.) pero no en el art. 385 (conc. 383 CPCC. Bs. As.), entendiéndose también
inapelables en este último caso.
Una especie de reposición prospera asimismo contra las resoluciones de secretarios (art. 38 inc.
1 in fine CPCC. Bs. As.), que es un recurso innominado porque lo decide el juez y no aquel
funcionario, transpolable también al CPCA.
En una redacción más actual, el art. 38 ter CPCCN. amplía el recurso contra las decisiones de los
prosecretarios y jefes de despacho. Al igual que en el CPCC. Bs. As., habrá que interponerlo y
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fundamentarlo en un mismo acto, y en el plazo de tres días (art. 53 inc. 1 CPCA. -cinco días en
su redacción originaria-).
La doctrina judicial -aplicando el principio de informalismo- sostuvo que cualquier pedido que
requiera dejar sin efecto una resolución debe ser encauzado como revocatoria (art. 34 inc. 5
CPCC. Bs. As. -reconducción del recurso-) pero entendemos que esta informalidad se rompe
para la apelación (en subsidio) que requiere mayor técnica argumentativa (arts. 260 y 261
CPCC. Bs. As.)
Revocatoria en Cámara, en la Suprema Corte y en la Corte Suprema: Se permite atacar por este
conducto también providencias simples de las Cámaras de apelación. Esto sustituye a la
reconsideración permitida generalmente contra actos del juez de trámite en los tribunales (conf.
art. 54 CPCA. de su redacción originaria).Conforme estos lineamientos, se ha dicho que el
recurso de revocatoria sólo procede contra resoluciones de mera sustanciación dictadas por el
presidente de la Cámara de apelaciones, pero no respecto de las emanadas del tribunal de
origen, que deben ser atacadas a través de los recursos pertinentes (arts. 238).
Por ello, en principio, no corresponde la revocatoria contra resoluciones dictadas por el mismo
tribunal (arts. 268 CPCC. Bs. As. y su doctrina). Empero, se amerita hacer excepción a ese
postulado general cuando, el tribunal advierte -de oficio o a instancia de parte- que ha padecido
error en el dictado de alguna resolución susceptible de causar daño cierto e injustificado a
derechos de superior jerarquía.
No es admisible en cambio, que por vía del art. 268 CPCC. Bs. As. se objete la constitucionalidad
o aplicabilidad de la exigencia del depósito previo a los efectos del planteamiento de un recurso
extraordinario, desde que el remedio para cobijar aquella impugnación debió haber sido buscado
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en oportunidad de proponer este último, pues allí se exigía el cumplimiento y se conocía el
alcance de la imposición procesal tardíamente cuestionada
Como lo hemos anunciado, el art. 290 CPCC. Bs. As. admite este recurso a los efectos de atacar
providencias simples e interlocutorias dictadas en el trámite de los recursos extraordinarios
provinciales FN71. Pero habrá que tener en cuenta que el embate previsto en el art. 292 CPCC.
Bs. As. sólo procede contra las resoluciones que deniegan o declaran desiertos los recursos
extraordinarios. En los andariveles de la Corte Suprema Nacional, este órgano tiene
reiteradamente decidido que sus decisiones no son susceptibles de recursos de reposición,
revocatoria o nulidad, salvo excepciones creadas por la propia doctrina de dicho tribunal, tales
como correcciones de errores de hecho y derecho, exceso ritual manifiesto (reposición in
extremis), o errores manifiestos e inequívocos por parte del tribunal. Destacamos que la
reposición en los altos tribunales provincial y nacional, pueden ser aplicables a toda clase de
procesos, incluyendo los reglamentados por el CPCA.,
En cuanto a su contenido, señala que: la sentencia que haga lugar a la pretensión podrá decidir:
1. El restablecimiento o reconocimiento del derecho o interés jurídicamente tutelado y la adopción
de las medidas o actos necesarios a tales fines; 2. La anulación total o parcial del acto
administrativo de alcance general o particular impugnado; 3. La cesación de la vía de hecho
administrativa controvertida; 4. La declaración de inconstitucionalidad de las normas o actos
impugnados en el proceso; 5. La declaración de certeza sobre la relación o situación jurídica
regida por el derecho administrativo, motivo de controversia; 6. El resarcimiento de los daños y
perjuicios reclamados. A tal efecto, fijará la cuantía de la indemnización o, cuando por las
características del caso ello no fuere posible, establecerá las bases para la liquidación del monto
indemnizable, cuya definitiva determinación quedará diferida a la etapa de ejecución de
sentencia.
El artículo 51, finalmente, se ocupa del tema de las costas, apartándose del principio objetivo de
la derrota (excepto en procesos de ejecución tributaria), fijando como criterio general el régimen
de costas en el orden causado, salvo cuando la vencida hubiese actuado con notoria temeridad y
malicia.
REVISIÓN
-Si después de dictada la sentencia se recobrasen o descubriesen pruebas decisivas que la parte
ignoraba que existiesen, o no pudo presentarlas por fuerza mayor o porque las tenía la parte en
cuyo favor se hubiese dictado el fallo.
-Si la sentencia hubiese sido dictada apoyándose en documentos cuya falsedad hubiese sido
declarada en un fallo y este hecho no se denunció en el juicio o se resolvió después de la
sentencia.
-Si la sentencia se hubiese dictado en mérito de la prueba testimonial y los testigos fueren
condenados posteriormente por falso testimonio en las declaraciones que sirvieron de
fundamento a aquella.
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-Si se probase con sentencia consentida, que existió prevaricato, cohecho o violencia al dictarse
la sentencia.
Trámite: el recurso debe deducirse dentro de los 30 días a contar desde que se tuvo
conocimiento de los hechos.
Al ser el recurso de revocatoria el recurso básico, para todo lo que no esté previsto en los de
aclaratoria, nulidad y revisión, se aplican supletoriamente las normas de aquél.
El único órgano jurisdiccional competente para intervenir y resolver en instancia única las aciones
y recursos reglados por la ley es el Superior Tribunal de Justicia.
APELACION
Es el medio de impugnación más importante y de mayor uso por el cual el cual se requiere de un
segundo órgano judicial la revocación o modificación de una resolución judicial que padece vicios
in iudicando.
Según lo dispone el art. 55, inca. l° y 2°, CCA, son susceptibles de ser apeladas las siguientes
resoluciones:
1) sentencias definitivas, esto es, las que ponen fin al proceso y órgano judicial se pronuncia
sobre el fondo de la cuestión planteada;
2) resoluciones interlocutorias que:
a) declaren la inadmisibilidad de la pretensión procesal administrativa;
b) decidan sobre medidas cautelares;
c) las que aun recayendo sobre una cuestión incidental, terminen el litigio, hagan imposible su
continuación, afecten el cumplimiento de la sentencia, o generen un gravamen que no pueda ser
reparado por la sentencia definitiva ;
3) providencias simples que causen un gravamen que no pueda ser reparado por la sentencia
definitiva.
El limitado catálogo de supuestos en los que procede el recurso respecto de sentencias
interlocutorias es una reproducción del “.. art. 54, del texto originario del Código Contencioso
Administrativo (ley 12.008), sin las reformas de la ley 12.310 y 13.101. En dicho esquema se
contemplaba la existencia de un recurso de casación ante la Cámara de Casación Contencioso
Administrativa para re- visar las decisiones de los tribunales colegiados de primera instancia
contencioso administrativos. Como es sabido, por regla sólo son susceptibles de ser recurridas
por este tipo de medio de impugnación las sentencias definitivas, esto es, las que resuelven el
asunto principal y ponen fin al pleito o impiden su continuación
Pues bien, el legislador de la ley 12.008, con la clara finalidad - de ampliar el marco de actuación
del recurso de casación en el pro- ceso contencioso administrativo, estableció su admisibilidad no
sólo contra las sentencias definitivas sino también respecto de un listado de supuestos de
resoluciones de carácter no definitivo. Es evidente que el referido catálogo no debió mantenerse
al suprimir- se el recurso de casación y establecerse un medio de impugnación más amplio como
el recurso de apelación. En este esquema lo razonable era disponer, como hace el art. 242, inc.
2°, CPCC, la apelabilidad de las sentencias definitivas y de todas las resoluciones interlocutorias.
El plazo para interponer el recurso es de diez días cuando se impugnan sentencias definitivas y
se reduce a cinco días en los otros supuestos (art. 56, inc. 1°, CCA). En todos los casos se
computa a partir del día siguiente al de la notificación del acto recurrido.
El recurso debe presentarse por escrito fundado ante el mismo juez que dictó la resolución
apelada (art. 56, inc. 2°, CCA). En este aspecto el Código Contencioso Administrativo se aparta
del régimen previsto en el Código Procesal Civil y Comercial, en el cual el procedimiento de
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apelación se lleva a cabo en dos fases: la de interposición (art. 245, CPCC) y la de
fundamentación (arts. 246, 254 y 255, CPCC).
La fundamentación del escrito deberá consistir en la crítica concreta y razonada de las partes del
fallo que se consideren equivocadas (art. 56, inc. 3°, CCA). No cumple con esta exigencia la
mera remisión a presentaciones anteriores (art. 56, inc. 3°, CCA) y tampoco la presentación que
comporta una simple historia o comentario de actuaciones pretéritas o representa sólo una
disconformidad con lo resuelto. La ausencia o insuficiencia en la fundamentación del recurso
acarrea la deserción del recurso (art. 261, CPCC, de aplicación en virtud de lo dispuesto en el
art. 77, CCA).
En los casos en que el tribunal de alzada que hubiera de conocer del recurso de apelación
tuviera su asiento en distinta ciudad, en el escrito de interposición y en su contestación, las partes
deberán constituir domicilio en aquélla. La consecuencia de su incumplimiento es que las
sucesivas resoluciones serán notificadas por ministerio de la ley (art. 56, inc. 4°, CCA).
Por regla, la interposición del recurso de apelación tiene efectos suspensivos respecto de la
decisión apelada. Se excepciona dicha regla en los casos en que se deduzca el recurso contra
las providencias que dispongan medidas cautelares (art. 56, inc. 5°, OCA).
El Código Contencioso Administrativo estableció en materia cautelar un régimen equilibrado en el
cual se protege el derecho de los particulares, pero sin descuidar l interés público que puede
verse afectado en tales casos. De ahí que, si bien se establece que la interposición del recurso
de apelación no tiene efectos suspensivos respecto de las providencias que disponen medidas
cautelares (inc. 5° del art. 56, CCA), en tales casos, se aceleran los tiempos para que la alzada
decida la apelación que se interponga al concentrar en una fase el examen de admisibilidad y
procedencia del recurso y reducir el plazo de resolución de la apelación a cinco días (art. 59, inc.
3°, CCA).
Según lo disponen los incs. a) y b) del art. 57, CCA, cuando se deduzca el recurso de apelación
contra sentencias definitivas en procesos ordinarios, las partes podrán:
a) Indicar las pruebas denegadas o que no hubiesen podido producirse antes de la sentencia, y
que tuvieren interés en practicar en razón de su importancia actual para la solución del litigio”.
Esta disposición autoriza el replanteo de medidas de prueba que fueron ofrecidas en primera
instancia y que fueron denegadas o no pudieron producirse pero que resultan pertinentes para la
solución del pleito. Por ende, no es posible ofrecer nuevas pruebas. En virtud de lo dispuesto en
el art. 255, inc. 2°, parte final, CPCC, de aplicación en atención a lo normado en el inc. e) del art.
57, CCA, está petición deberá se fundada y se resolverá sin sustanciación previa.
“3. En la providencia que decida la concesión del recurso, se resolverá lo relativo a las diligencias
procesales que se hubieran peticionado de conformidad con lo dispuesto en el art. 57, inc. 1° del
presente Código.
“4. En el caso de admitirse las diligencias a que se refiere el art. 57, inc. 1° del presente Código,
una vez cumplidas vencidos los plazos correspondientes, se dictará la providencia de ‘autos’ y,
consentid a que fuera, el expediente pasará al acuerdo sin más trámite”.
El plazo para dictar sentencia es de treinta días (art. 59, inc. 2°, CCA). Tratándose de recursos de
apelación contra resoluciones
El orden de estudio y votación de las causas ara pronunciar la sentencia, será determinado por
sorteo y, deberá realizarse por lo menos dos veces en cada mes (art. 59, inc. 1°, CCA). El art. 70,
ley 12.074 (texto según ley 12.310) prescribe: “La Cámaras de Apelaciones en lo Contencioso
Administrativo deberán celebrar• acuerdos los días que ‘cada una determine.. Aquéllos no podrán
ser menos de dos (2) por semana, pudiendo el Presiden-, te fijar otros en caso de urgencia”.
Las sentencias de las Cámaras de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo se adoptarán
por el voto de la mayoría absoluta de sus miembros, siempre que éstos concordaren en la
solución del caso. En caso de desacuerdo,, se requerirán los votos necesarios para obtener
mayoría de opiniones. Las sentencias definitivas se dictarán por deliberación y voto de los jueces
que las suscriben. En los restantes supuestos, las resoluciones se pueden redactar en forma
impersonal (art 9°, ley: 12.074, texto según ley 12.310).
Las formas y contenidos de la sentencia de Cámara e rigen en lo pertinente, ‘además de lo
dispuesto en las citadas disposición es de la ley 12.074, por las previstas en el Libro 1, Tít. 1V,
cap. IV, secc. 3, CPCC (art. 59, inc. 4°, CCA).
Los supuestos de vacancia, licencia, excusación u otro impedimento de algunos de los miembros
de la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo están reglados en el art. 10, ley
12.074 (texto según ley 12:310), el cual dispone que en tales casos ésta “se integrará, de ser
necesario, por sorteo entre los jueces de la Cámara de Apelaciones en ‘lo Civil y Comercial del
departamento Judicial correspondiente.
“De ocurrir tal circunstancia en relación con una sala de la Cámara de Apelaciones en lo
Contencioso Administrativo de La Plata, aquélla se integrará mediante sorteo entre los miembros
de, la otra sala y, en su defecto, por aplicación de lo dispuesto en el párrafo anterior0-
NULIDAD
El recurso.de nulidad es un medio de impugnación de resoluciones judiciales que padecen
errores in procedendo y que carece de autonomía procesal. De ahí que el art. 55, inc. 4°, CCA,
reproduciendo el 253, CPCC, dispone: “El recurso de apelación comprende el de nulidad por
defectos de la sentencia”. En consecuencia, el recurso de nulidad está subordinado al de
apelación por lo que no es necesario que sea expresamente interpuesto, bastando que lo sea el
de apelación. Sin embargo, como afirma Palacio, ello “no libera al apelante de la carga de
G.A.L - S.M – E.D
invocar, ante el árgano de segunda instancia, los defectos procesales que a su juicio afecten la
resolución recurrida (o, en su caso, a los actos procedentes), porque en caso contrarios aquéllos
deben reputarse convalidados
Rige respecto de las resoluciones impugnables, plazo de interposición y efectos, todo lo dicho
respecto del recurso de apelación.
D) Ejecución de la sentencia. Trámite. Responsabilidad de los agentes públicos.
Suspensión de la ejecución de la sentencia. Sustitución de la condena.
Ninguna duda cabe de que uno de los capítulos centrales del contencioso administrativo es el
relativo al cumplimiento de las sentencias que dictan los jueces contra la Administración. El
problema se plantea cuando los órganos del estado son remisos en cumplir las decisiones
judiciales dictadas en su contra ya que cuando la sentencia desestima la pretensión del particular
no se genera cuestión alguna, al menos en dicho proceso. En cierto sentido, tampoco se justifica,
en general, el tratamiento diferenciado de la ejecución de sentencias contra las personas
privadas habida cuenta que, en principio, este proceso se rige por las reglas común es del
proceso civil y comercial.
En cambio, lo que sí interesa al contencioso administrativo es la ejecución de las sentencias
estimatorias de las pretensiones de los particulares en el proceso contencioso administrativo y
ello por varias razones.
La primera de esas razones se vincula al hecho de que hallándose enfrentados órganos del
propio Estado (el órgano jurisdiccional y el administrativo) el ordenamiento procesal precisa
determinar a quien compete la potestad de ejecución directa de las sentencias y, a su vez, el
sistema de responsabilidad de los funcionarios frente al eventual incumplimiento de una decisión
judicial.
Un segundo punto que justifica el tratamiento especializado del proceso de ejecución radica en la
necesidad o no de establecer instrumentos coercitivos a ser aplicados sobre agentes públicos
renuentes, así como el relativo a la fijación de los plazos para el cumplimiento de las sentencias
Al propio tiempo, la tensión entre el principio de legalidad presupuestaria los derechos
patrimoniales de los particulares que emanan de sentencias dictadas a su favor puede proyectar
sus efectos en el régimen de pago de las obligaciones dinerarias a cargo del Estado, sin olvidar
la pretensión de resucitar el antiguo y anquilosado principio del efecto declarativo de las
sentencias que rigió en el orden nacional, durante muchos años. Lo más difícil en esta materia
es encontrar un punto de equilibrio entre los intereses privados y los públicos, evitando que estos
últimos prevalezcan en forma autoritaria, amparados en el poder político de turno. Porque el
incumplimiento de las decisiones judiciales por parte del Estado es algo no sólo injusto, sino
básicamente inmoral, dado que no se concibe que el encargado de velar por el bien común y los
intereses de todos los ciudadanos sea quien conculque los derechos de los particulares
reconocidos judicialmente.
En la doctrina, tanto en la de derecho penal como en la procesal, se ha debatido si la ejecución
forzosa de las sentencias constituye una actividad administrativa o si, en cambio, se trata de una
función típicamente jurisdiccional, habiéndose incluso sostenido posturas intermedias
La cuestión se vincule a la diferencia existente entre el proceso de cognición y el de ejecución
(que no es el llamado proceso ejecutivo dado que éste es un proceso de tipo cognoscitivo
abreviado). Como es sabido, la distinción radica en la pretensión, pues mientras que en el
proceso de cognición ella consiste en peticionar una declaración de voluntad a través de una
sentencia en el proceso de ejecución se solicita un hacer, una manifestación del juez en la que
no se discute el derecho o el interés, pues el proceso de ejecución se ciñe a la satisfacción de
una pretensión previamente declarada válida y ajustada a derecho por el juez
En efecto, el ejercicio de la potestad de los tribunales de justicia para ejecutar las sentencias
condenatorias del Estado (lato sensu) debe ser reconocida en virtud de tratarse de que la
ejecución de lo resuelto en un proceso cognoscitivo es la parte final de la contienda o
controversia cuyo cumplimiento no puede librarse a la sola voluntad de la Administración vencida
en el pleito. Se trata en suma de una potestad de naturaleza jurisdiccional toda vez que
coadyuva a la decisión final o provisoria de una determinada controversia, asegurando la
efectividad de la cosa juzgada que de otro modo, quedaría en una mera declaración formal.
De otra parte, en un sistema judicialista no puede concebirse, sin afectar el principio de
separación de poderes que la atribución de ejecutar las sentencias condenatorias corresponda a
la propia Administración vencida en juicio, sino a órganos dotados de independencia o
imparcialidad como son los del Poder Judicial
La doctrina del derecho público que se ha ocupado del contencioso administrativo ha puesto de
manifiesto la íntima conexión existente entre el tema análisis y dos principios fundamentales del
Estado de Derecho: tales, él de separación de poderes y el de la tutela judicial efectiva.
La primacía que, jerárquicamente, corresponde atribuir a estos principios hace que las demás
reglas y normas del ordenamiento se encuentren subordinados a ellos, al par que informan todas
las interpretaciones legales y jurisprudenciales.
El primero de aquellos postulados viene imprimir un neto carácter garantístico a las relaciones
Estado-ciudadano en el marco del equilibrio que impone la técnica divisoria, ya que es evidente
que si los jueces carecían de atribuciones para ordenar el cumplimiento de sus sentencias contra
la Administración , el Poder Judicial no podría compensar el peso de los demás poderes del
sistema. Si eso no ocurriera, no podría decirse que un determinado país posee un Estado de
Derecho.
El segundo, traduce una regla más moderna que es casi un complemento de la separación de
poderes, en cuanto de nada valdría reconocer la potestad de los jueces en el plano formal si no
se cuenta con un sistema que asegure la efectividad de la tutela judicial reconocida en el art
15,Constitucion Provincial en la que debe considerarse comprendida por implicancia la potestad
judicial de ordenar el cumplimiento directo de las sentencias prescripta en art 163.
5. El juez podrá adoptar de oficio todas las providencias y resoluciones que estime convenientes,
para poner en ejercicio la atribución que le confiere el artículo 163 de la Constitución.
-Plazo para el cumplimiento: También la nueva codificación habilita al juez a establecer un plazo
para el cumplimiento de la sentencia. Si este no hubiere sido fijado o se hubiere remitido al
previsto en el artículo 163 de la Constitución, no cabe duda que el cumplimiento debería darse
dentro de los sesenta días de la notificación y que vencido dicho término la parte podría pedir su
ejecución.
Si, en cambio, el juez hubiese fijado un plazo de cumplimiento distinto, podrían generarse dos
interpretaciones: i) que corresponde aguardar el vencimiento de éste más el de los 60 días
previstos en la norma constitucional, previo a requerir el cumplimiento directo de la sentencia
(siguiendo el criterio operante en la anterior regulación procesal); o ii) que dicho plazo debe
considerarse incluido en el de 60 días previsto en el artículo 163 de la Constitución. Esta última
parece ceñirse más adecuadamente al texto constitucional.
-Hipótesis ante la intimación: Ante la intimación la Administración puede adoptar tres conductas
diferentes:
- cumplir con la condena;
- poner de manifiesto la imposibilidad o la grave afectación del interés público que se derivaría de
su cumplimiento;
- simplemente, no cumplir.
Suspensión de la ejecución
- Plazo y forma para que la Administración solicite la suspensión: veinte [20] días, a contar desde
la notificación.
La Administración debe justificar las razones por las cuales considera imprescindible la
suspensión (en otros términos, cual es la grave afectación del interés público) y acompañar un
acto administrativo que autorice el pago de los daños y perjuicios que pudiere causar la
suspensión.
El art. 61, inc. 1°, CCA, dispone que regirán en el proceso contencioso administrativo las
disposiciones sobre el allanamiento, el desistimiento, la conciliación y la transacción, contenidas
en el Código Procesal Civil y Comercial, en cuanto sean compatibles con el régimen del Código.
A tal efecto en el inciso, siguiente se exige que los representantes de los entes mencionaos en el
art 10, OCA, estén expresamente autorizados por la autoridad competente agregando a la causa
testimonio de la decisión respectiva.
Con relación al instituto de la caducidad de la instancia el art. 62, OCA, establece los siguientes
plazos de inactividad procesal para que ella tenga lugar: (i) seis meses en el proceso ordinario y
(ji) tres meses en los procesos especiales reglados por el Tít. II de este Código y en el proceso
sumarísimo de cese de vías de hecho. También es de tres meses el plazo de caducidad en las
actuaciones suscitadas con motivo de la interposición dé un recurso de apelación