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Se han jactado algunas veces los episcopales de que los fieles van a sus iglesias a orar y a adorar a Dios,
mientras que los miembros de otras no se reúnen sino para escuchar sermones meramente.
Si esto quiere decir que el escuchar sermones no es adorar a Dios, se establece un grande error, porque oír el
Evangelio es en verdad, una de las partes más interesantes de la adoración tributada al Altísimo.
1. La oración libre y espontánea es bíblica: debe ser la forma más excelente de las suplicas
públicas. La oración en las congregaciones de los primitivos cristianos, no estaba restringida a
ninguna forma de palabras. Tertuliano escribe: "Oramos sin admonitor, porque oramos de
corazón."
2. La oración espontánea no es superior ni más espiritual que la litúrgica: es una gran lástima
que un oyente se vea obligado a hacer la observación de que su ministro predica mejor de lo que
ora. La oración privada es el medio más a propósito de que debemos valernos para disponernos a
la práctica de nuestros ejercicios más públicos: no debemos, pues, ser negligentes en ella, si no
queremos exponernos a fracasar cuando tengamos que orar ante la gente.
3. La oración debe tener como centro al Señor: estar precavidos de dirigir de algún modo la
vista a los oyentes, de querer agradarlos a ellos con las palabras. La oración no debe transformarse
en un sermón oblicuo.
5. La oración no puede ser profana y llena de expresiones patéticas: cuando los adjetivos
"Querido Señor," y "Bendito Señor," y "Dulce Señor," se usan como vanas repeticiones, tienen que
contarse entre las peores manchas. El nombre del Señor no es un cubre faltas de que debemos
echar mano cuando nos faltan palabras. Hay que usar con reverencia el nombre del Señor.
6. No se puede perder el tiempo hablando de oración: los hombres de negocios dicen: "Un
lugar para cada cosa, y cada cosa en su propio lugar;" así, se tiene que predicar en el sermón, y
orar en la oración. ¿Por qué no comienzan desde luego los hombres a orar? ¿Por qué tardan y
titubean? En vez de decir lo que deben hacer y quieren hacer ¿por qué no empiezan en el nombre
de Dios a hacerlo? Hay que orar cuando se tiene que orar y dirigirse a la intercesión
enérgicamente, sin tanto preámbulo.
7. La oración no es prefacio del sermón: no es la antesala de, junto con los cantos no son la
preparación para escuchar luego el sermón. La oración y cantos son parte del servicio al Señor y no
menos importantes.
De aquí es que no existe la grande distinción entre la predicación y la oración, que algunos
quisieran que admitiéramos, porque la una parte del culto, va por su naturaleza a dar a la otra, y el
sermón con frecuencia inspira la oración y el himno
Orar en el Espíritu Santo no es cosa muy general entre nosotros, no que todos oren tanto con el
entendimiento como con el corazón. Hay algo que puede mejorarse, y en ciertos lugares, hay
urgente necesidad de que esto se haga. Permitidme de consiguiente, amados hermanos, que
encarecidamente os recomiende tengáis la precaución de no hacer que desmerezcan vuestros
cultos con vuestras oraciones; haceos la firme resolución de que todo lo que se relacione con el
santuario, sea de la mejor calidad.
¿En qué parte de los escritos de los apóstoles podemos encontrarnos con la idea desnuda de una
liturgia? La oración en las congregaciones de los primitivos cristianos, no estaba restringida a
ninguna forma de palabras. Tertuliano escribe: "Oramos sin admonitor, porque oramos de
corazón." ("Denique sine monitore, quia de pectore oramus." -Tertulliani Apologet. c. 30). Justino
mártir describe al ministro que presidía los cultos, como orando "según su habilidad." (Justin
Martyr, Apol. 1. c. 68, p. 270. Ed. Otto). Sería difícil descubrir cómo y cuándo tuvieron principio las
liturgias; su introducción fue gradual, y según creemos, coextensiva con la decadencia de la pureza
en la Iglesia.
La oración privada es el medio más a propósito de que debemos valernos para disponernos a la
práctica de nuestros ejercicios más públicos: no debemos, pues, ser negligentes en ella, si no
queremos exponernos a fracasar cuando tengamos que orar ante la gente.
Que únicamente el Señor sea el objeto de vuestras oraciones Cuidaos de dirigir de algún modo la
vista a los oyentes; cuidaos de haceros retóricos para agradar a los que escuchan. La oración no
debe transformarse en un sermón oblicuo.
Evitad toda clase de vulgaridades en la oración. quizá su lenguaje a veces no suene bien a los
melindrosos y aun a los devotos; pero es menester vérseles con indulgencia, y si su espíritu es
evidentemente sincero, no podremos menos que sentirnos inclinados a perdonarles sus
expresiones inconvenientes.
Otra falta que asimismo debe evitarse en la oración es una profana y cansada superabundancia de
expresiones patéticas