Sunteți pe pagina 1din 85

MODULO 4

Los partidos políticos argentinos: unitarios y federales. Los partidos después de Caseros.
Nacimiento de los partidos en sentido moderno. Su presencia entre 1852/2000 en la historia nacional.
Para entender la cuestión de los partidos políticos es conveniente acercarnos al menos a una
aproximación conceptual que nos indique que son y que significan. Podemos definirlos como:
“organizaciones cuyos miembros, que se proponen el bienestar público, conforme ciertas ideas o creencias
generalmente manifiestas en un programa concreto, su objetivo es actuar concertadamente en la lucha
por el poder público”.
-Son conductos de expresión, mediadores, instituciones básicas para traducir las preferencias de las masas
a la política pública.
-Vinculan el pueblo a un gobierno.
UNITARIOS Y FEDERALES Dice Félix Luna1:
“Argentina es un país que tiene una propensión federalista pero que tiene una configuración geográfica
totalmente unitaria. Y de hecho ha ocurrido esto. Éste es un país centralista bajo cobertura federal” y el
mismo autor sostiene:
No puede ser federalista un país que tiene una sola puerta al exterior. Todas las provincias tienen una
única salida que es Buenos Aires, el que tendrá que combinar alguna forma de convivencia con ese Interior
sin salida, el que depende para la salida de exportaciones, importaciones, etc. de la Capital.
El Federalismo. Se genera con posterioridad a la Revolución de Mayo, como reacción al centralismo de
Buenos Aires, donde aparecen las primeras posturas federales, producto de la experiencia oriental con
Artigas, de la mano de las constituciones y de la doctrina de los EE.UU. Por influencia de Artigas se extiende
a todo el litoral e incluso a algunos puntos del interior mediterráneo. El Federalismo se relacionó de más
en más con la noción de sufragio general y la necesidad de establecer un sistema de proteccionismo
aduanera para dar vida a las industrias locales. En cambio, la actividad económica de Buenos Aires siempre
estuvo vinculada a su puerto, sin lo cual no hubiese podido subsistir. Las provincias tenían necesidad de un
régimen proteccionista, Buenos Aires del librecambio. Según Leopodo Allub, las divisiones económicas
devinieron en partidos políticos y grupos ideológicos:
Unitarios: Su liderazgo estaba constituido por las clases educadas de Buenos Aires. Tenían una concepción
cándida de la democracia y su concepción del mundo se inclinaba a reforzar los vínculos Económicos,
culturales y políticos con Europa. Deseaban un gobierno centralizado bajo una constitución unitaria.
Querían hacer de Buenos Aires la capital de la nación y de sus recursos de Aduana, la fuente principal de
ingresos de la administración federal.
Federales: Compuestos de fuerza sociales más heterogéneas y cuyos intereses eran articulados en parte
por los caudillos regionales. Los federalistas extraían la mayor parte de su apoyo de las áreas rurales, el
proletariado de los saladeros y el proletariado urbano, particularmente de Buenos Aires. Estaban
encabezados por poderosos terratenientes o por caudillos militares que se convirtieron en terratenientes o
viceversa. La fracción federal estaba sin embargo dividida:
1) Un segmento eran los Federales de Buenos Aires, partido controlado por los intereses terratenientes de
esa provincia, ellos querían:
a) en materia de política fiscal, querían el monopolio de los fondos de los recursos de la Aduana por
Buenos Aires; b) en materia de política monetaria, sostenían la liberalización del comercio y se oponían a
todas las constituciones o tratados que podían poner en peligro estas políticas. Este partido representaba a
una estrecha fracción de los terratenientes bonaerenses sin vocación hegemónica. Más aún, se oponían a
la igualdad de representación política con las otras provincias, porque ello podría significar la pérdida de
todos los privilegios de Buenos Aires.
2) Otra fracción del Partido Federal tenía un fuerte apoyo en las provincias del Interior y del Litoral,
particularmente en el noroeste y oeste del país. Los federalistas del Litoral querían la federalización de
todos los fondos aduaneros y la libre navegación de los ríos interiores. Las provincias del Litoral también
deseaban que la administración de dichos fondos fuera realizada por una comisión representativa
integrada por un representante de cada provincia, y propugnaban un nuevo sistema de impuestos
aduaneros para el desarrollo industrial. Esta era a vanguardia política más esclarecida del país.
3) Finalmente había una fracción federalista “bárbara” (Sarmiento) que sólo querían controlar sus propias
provincias o áreas de influencia, sin interferencia externa. No eran constantes en su apoyo a los
contendientes más importantes del poder, es decir a los líderes del Litoral o Buenos Aires, y generalmente
cambiaban sus compromisos según los cambios en las relaciones de poder en el país.
El partido Unitario no se resigna a la derrota y prosigue con su fuerte ánimo de imponer sus principios en la
organización nacional. En la provincia de Buenos Aires, bajo el gobierno de Martín Rodríguez (agosto de
1820) y de su ministro Rivadavia, es donde se opera la reacción unitaria que consigue triunfar en el
Congreso General Constituyente de 1824, e imponer la nueva Constitución centralista de 1826, pero la
reacción federal triunfa; la constitución es rechazada por las provincias y el Congreso se disuelve, hecho
que señala la derrota definitiva de los unitarios y el triunfo del partido federal. No contando con el sufragio
de los pueblos, los unitarios recurren a la fuerza y abren así, un período de enconadas guerras civiles, las
que retardarán la organización nacional. Los unitarios perdieron la batalla y desaparecieron como partido,
pero la victoria de Rosas (1829) lejos de significar la implantación del sistema federal, trajo un régimen
fundado precisamente en la política de monopolio bonaerense de la administración y la economía. Rosas,
estanciero saladerista pudo triunfar sobre la burguesía comercial porteña unitaria, porque concentraba en
sus manos la única fuente de valores de cambio con el mercado exterior: los productos de la ganadería.
Trata de asegurar el carácter capitalista de las exportaciones ganaderas bonaerenses.
La “Generación de 1837” (Asociación de la Joven Argentina)
Esta entidad secreta fue fundada el 8 de julio de 1838 por Esteban Echeverría, Alberdi, Carlos Tejedor, Félix
Frías, Demetrio Rodríguez Peña, Vicente Fidel López, José Mármol y otros jóvenes.
La decisiva victoria militar de las fuerzas del Interior fue sostenida ideológicamente por un audaz proyecto
político que nació con la llamada Generación de 1837 , que planteó la necesidad de superar la
contradicción entre los federales que defendían intereses regionales y los unitarios liberales que desde el
puerto de Buenos Aires no aceptaban el proteccionismo ni la competencia del resto de las provincias por el
poder político, a partir de una nueva concepción del Estado que no sólo contuviera los intereses objetivos
de las fracciones en pugna, sino además, que orientara las energías políticas de la nación en un nuevo
sentido. Por Echeverría, propugnaban por el retorno a los principios liminares. Mayo es así, una expresión
de síntesis; ella contiene los valores fundamentales: libertad, igualdad, fraternidad. Pero debía
completarse con otros dos valores: progreso y democracia. El progreso es la ley del desarrollo y el fin
necesario de la sociedad libre, mientras que la democracia es concebida como “el régimen de la libertad
fundado sobre la igualdad de las clases”. La vuelta a Mayo significaba la supresión de España. El sufragio
sólo podía ejercerse por la parte sensata y racional del pueblo.
Alberdi también compartía la idea de representación restringida. Afirmaba que en nuestro país no existía
una democracia pero sí la posibilidad de establecerla. Creyó en el progreso y proyectó una nueva nación
que debía crecer rápidamente con el auxilio de la mano de obra y el capital extranjero para lograr una
inserción de la economía nacional en los mercados internacionales dominados por la vertiginosa
industrialización.
Según Alberdi, Europa es el manantial de la civilización de este continente. Era pues necesario fomentar el
progreso a merced de la inmigración y la cultura. Los argentinos de origen español debían ser renovados
por los anglosajones, más eficaces como que están identificados con el progreso, la máquina a vapor, el
comercio y la libertad.
El 1° de Mayo de 1852 publica la obra titulada “Bases y puntos de partida para la Organización de la
República Argentina”.
LOS PARTIDOS DESPUÉS DE CASEROS
Con la victoria de Caseros (3 de febrero de 1852) Justo José de Urquiza se consagra a organizar el país. El
régimen federal triunfa con la Constitución Nacional de 1853. La provincia de Buenos Aires no aceptó la
Constitución de 1853 y se rigió por una propia dictada el 23 de mayo de 1854. Era gobernador Valentín
Alsina. Esta provincia segregada del resto quedó en manos de un grupo que se denominó Partido Liberal.
Asimismo, trató de crearse un partido propio dentro de cada provincia, pero los gobiernos locales
permanecían fieles a Urquiza.
Presidencia de Urquiza (1854-1860).
En las trece provincias restantes predominaba el Partido Federal. Consagraron presidente de la Nación al
general Urquiza y este nuevo gobierno se estableció en Paraná y se federalizó la provincia de Entre Ríos. El
electorado de Buenos Aires termina por dividirse en dos grupos: el Progresista, que propiciaba la unión con
las demás provincias y la reforma de la constitución local de 1854. Estaba formado por antiguos federales y
algunos unitarios moderados. Sus adversarios los llamaban “chupandinos”, debido a las fiestas populares
con que estimulaban a sus partidarios.
El otro partido estaba formado por los Conservadores, constituido por los beneficiarios del gobierno de
Alsina. A este grupo sus adversarios los llamaban “pandilleros”, porque siendo una minoría trataban de
imponerse con sus pandillas de matones a sueldo.
Los comicios del 29 de marzo de 1857 se recordarán siempre en la historia política de Buenos Aires, por el
fraude y la brutalidad de los “pandilleros”. Alsina fue elegido gobernador. La victoria de Urquiza en Cepeda
(23 de octubre de 1859) y el Pacto de San José de Flores (11 de noviembre de 1859) reintegraron Buenos
Aires al resto de la Confederación.
Presidencia de Derqui (1860-1861).
Durante la presidencia de Derqui, a raíz del rechazo de diputados porteños, Buenos Aires se separa
nuevamente de la Confederación, lo que dio lugar a la batalla de Pavón (17 de septiembre de 1861),
cuando Urquiza abandona el campo de batalla. Derqui trató de apoyarse en los liberales de Buenos Aires,
para contrarrestar la influencia de Urquiza.
Los liberales, gracias a Derqui, contaban con los gobiernos de Córdoba, Santiago, Tucumán, Salta y Jujuy. La
batalla de Pavón ganada por el gobernador de la provincia disidente, Bartolomé Mitre, entregó a los
liberales porteños todas las situaciones provinciales, menos Entre Ríos. El nuevo centro político se trasladó
de Paraná a Buenos Aires el 11 de marzo de 1862. Mitre recibe el título de Encargado del Poder Ejecutivo
Nacional.
Presidencia de Bartolomé Mitre (1862-1868).
El Partido Liberal se divide después de la batalla de Pavón. Mitre encabezó el sector Nacionalista que buscó
fórmulas de transacción con los gobernadores federales de las provincias, después de tantas guerras
infructuosas entre Buenos Aires y la Confederación. Se los llamaba “cocidos” aludiendo a su circunscripción
en los problemas nacionales. El sector adversario se denominaba Autonomista, dirigido por Adolfo Alsina,
predicaba el exterminio de los caudillos federales y se encasillaba en una posición de absoluta
intransigencia frente a las provincias. Llamados “crudos” por la crudeza de sus intenciones.
Presidencia de Domingo F. Sarmiento (1868-1874).
Antes de su elección, Mitre (Nacionalista) proponía a Rufino de Elizalde, Urquiza (Federal) de gran
influencia en el Interior y Alsina (Autonomista).
Alsina, unitario a ultranza se une con los federales y propone la fórmula Urquiza-Alsina, pero el acuerdo no
se produjo y los Autonomistas terminaron por entenderse con los partidarios de Sarmiento. Se proclama la
fórmula Sarmiento-Alsina que logra el triunfo.
El 11 de abril de 1870 es asesinado Urquiza y con el termina el partido Federal. Los candidatos para
reemplazar a Sarmiento fueron Mitre, apoyado por el Partido Nacionalista y Nicolás Avellaneda, por Mitre
y la Liga de Gobernadores.
Presidencia de Nicolás Avellaneda (1874-1880)
Dentro del partido Autonomista se delinearon dos tendencias:
El “Club Libertad”, fracción de Alsina y otros unitarios y liberales que querían volver al origen, es decir la
conciliación y un gobierno común con los Nacionalistas.
El “Club 25 de Mayo”, tendencia que interpretaba las aspiraciones democráticas de importantes
intelectuales. Reclamó la transformación política del país, la pureza del sufragio, la autonomía municipal, la
abolición del servicio de frontera y el reparto de tierras entre los más pobres, evitando su acaparamiento
por los grandes terratenientes. En este grupo militaban Leandro Alem y Aristóbulo del Valle. De este grupo
de hombres que defendieron una versión humanista del liberalismo surge el Partido Republicano (1877).
Este partido organizado por Del Valle, Alem, Hipólito Yrigoyen, Roque Sáenz Peña y otros jóvenes
progresistas fue apoyado por Sarmiento. Avellaneda inició la política llamada de conciliación nacional. Unió
a Nacionalistas y Autonomistas en el Partido Autonomista Nacional.
Frente al Partido Republicano, sus adversarios formaron la llamada Liga de Gobernadores, una coalición de
mandatarios provinciales que sostenían la candidatura de Julio Argentino Roca. Esta liga (oligárquica,
liberal) amplió y consolidó la alianza con el capital extranjero. Sus hombres, creían como Avellaneda que
“el capital extranjero, y no el trabajo nacional, era propulsor de nuestro progreso. El 11 de abril de 1880
triunfó la fórmula Roca-Madero.
Primera Presidencia de Roca (1880-1886)
Roca comprendió que se le allanaría el camino a la presidencia dando el golpe de gracia tanto a los
Nacionalistas de Mitre como a los Autonomistas bonaerenses agrupados por el gobernador Carlos Tejedor.
El golpe de gracia fue la federalización de la ciudad de Buenos aires (21 de septiembre de 1880) con la Ley
de Capital, poniendo fin al antagonismo entre la nación y la provincia. Como dijera Alem, con la
federalización de Buenos Aires “la suerte de la República Argentina quedará ligada a la voluntad y a las
pasiones del jefe del ejecutivo nacional” . El establecimiento de la Capital de la Nación en Buenos Aires
cerraba el ciclo de la organización constitucional y acababa políticamente con las tradicionales rivalidades
de porteños y provincianos. El poder de la Nación creció extraordinariamente a expensas de las provincias,
y la voluntad del Presidente se convirtió en un factor electoral superior a la voluntad de los gobernadores.
(Botana) El Estado Nacional recién se consolidó en nuestro país hacia 1880. En ese entonces, resuelto el
conflicto de la federalización de Buenos Aires, quedaron subordinados al poder político nacional los restos
de autonomía que aún sobrevivían en la provincia más poderosa.
Con Roca se inicia el gobierno oligárquico: Burguesía de los terratenientes bonaerenses, capaz de imponer
un sistema hegemónico. Gobernando bajo el lema positivista Paz y Administración, declaró: “Necesitamos
paz duradera, orden estable y libertad permanente; y a este respecto declaro desde este elevado asiento
para que me oiga la república entera que emplearé todos los resortes y facultades que la constitución ha
puesto en
manos del poder ejecutivo para evitar, sofocar y reprimir cualquier tentativa contra la paz pública. En
cualquier punto del territorio argentino en que se levante un brazo fratricida, o en que estalle un
movimiento subversivo contra la autoridad constituida, allí estará todo el poder de la nación para
reprimirlo”
La Generación del 80
Así se llamó a los representantes e impulsores de este nuevo o revitalizado proyecto nacional, mantuvo
una concepción positivista del progreso, al cual midió en términos cuantitativos, mientras descuidaba otros
aspectos de la realidad social. El liberalismo fue consecuente con los principios generales de esta nueva
ideología que nació para desafiar la forma en que se estructuraba la sociedad tradicional de la época.
Roca fue el realizador del liberalismo económico de Alberdi, autor de las Bases, a una realidad social que la
naciente oligarquía deformó en doble sentido: la invasión de los monopolios extranjeros y el
acaparamiento de tierras por la oligarquía terrateniente. Al aproximarse el fin del período de Roca, éste,
auspició la candidatura de su concuñado Dr. Miguel Juárez Celmán, cuyo nombre fue proclamado por el
grueso de su partido y como Vice al Dr. Carlos Pellegrini. Ya apuntaba en ese momento una corriente
opositora a través de viejos partidos que iban al encuentro de los sectores populares desconocidos. Creóse
un frente de partidos, formados por el partido Nacionalista de Mitre, dos facciones del Partido
Autonomista Nacional y la Asociación Católica fundada por José Manuel Estrada y la presencia de
Aristóbulo del Valle, Alem e Yrigoyen. Este grupo comprendía a sectores terratenientes más vinculados al
mercado interno, los primeros colonos agricultores, los nacientes manufactureros, la pequeña burguesía
urbana y muchos obreros. Las elecciones del 11 de abril de 1886 dieron el triunfo a Juárez Celmán-Carlos
Pellegrini.
FORMACIÓN DE PARTIDOS POLÍTICOS MODERNOS. Presidencia de Juárez Celman (1886-1890)
Una vez presidente, Celman se convirtió en el “jefe único” del partido oficial, designación que dio lugar al
nacimiento de la palabra “Unicato”, definición de un sistema político, como también se hacía referencia al
“régimen”. Se advirtió una manifiesta intolerancia para los que disentían con el presidente, quién obligó a
los gobiernos de provincia a ajustarse en todos los términos a su política –al “régimen”-. Los que
resistieron fueron eliminados.
Otras características fueron:
-Se insistió en la construcción de ferrocarriles que fueron vendidos a una compañía británica. Lo mismo se
hizo de otras empresas pertenecientes a la Nación.
-Fundación de bancos garantidos que emitían papel moneda para balancear el déficit presupuestario.
-Hubo inflación de precios y una gran crisis económica y financiera. La “UNIÓN CÍVICA RADICAL” La
oposición salió al paso. Las voces más decididas convocaron a la población a un acto público a realizarse el
1° de septiembre de 1889 en el Jardín Florida y en ese acto nació la “Unión Cívica de la juventud”.
En su declaración de principios se establecía:
-Garantizar el libre sufragio
-recrear la moral administrativa
-propugnar la autonomía de las provincias y los beneficios del régimen municipal.
-sostenimiento de las libertades políticas.
La “Unión Cívica de la Juventud” se convirtió en “UNION CÍVICA”, en una gran asamblea popular el 13 de
abril de 1890, celebrada en el Frontón de Buenos Aires, donde concurrieron los partidarios de Mitre, Del
Valle, Alem y los Católicos que dirigían Estrada y Pedro Goyena. Leandro Alem presidió el nuevo partido
que lanzó una revolución para derribar al gobierno (26 de julio de 1890). Esta revolución fue vencida, pero
Juárez Celmán tuvo que abandonar la presidencia quedando Pellegrini.
Uno de los efectos de la revolución fue introducir en la República Argentina la organización de los partidos
políticos como los de EE.UU, tales como existían en ese país antes de 1890, con convenciones que elegían
candidatos y sancionaban estatutos y programas, y comités que dirigían la acción electoral. Es así, que la
“Unión Cívica” toma esos antecedentes norteamericanos y adopta tal tipo de organización.
El nuevo partido decidió que una convención compuesta de delegados elegidos popularmente de la Capital
y de las provincias en número igual al de su representación en el Congreso Nacional, eligiera los candidatos
para presidente y Vice-Presidente de la República. El 17 de enero de 1891 se reunió en Santa Fe la
Convención Nacional de la “Unión Cívica” y proclamó como candidatos a Bartolomé Mitre-Bernardo de
Yrigoyen.
Mitre, que se encontraba en Europa, regresa al país y poco después concierta con Roca el “acuerdo” que
respetaba las situaciones provinciales y suprimía toda lucha electoral. Este acuerdo tenía por objeto
conservar el poder para la oligarquía, e impedir que llegaran al gobierno las nuevas fuerzas políticas.
La Junta Ejecutiva de la “Unión Cívica” se dividió entre partidarios y adversos al “acuerdo” y el partido
quedó dividido en dos facciones:
La UNIÓN CÍVICA NACIONAL, que ratificó el acuerdo y donde se agrupa el mitrismo.
La UNIÓN CÍVICA RADICAL, que se mantuvo intransigente. La Convención de la UCR reemplazó a Mitre por
el Dr. Bernardo de Yrigoyen y al Dr. Juan M. Garro.
El 2 de julio lanza su primer Manifiesto, que es el primer documento oficial del partido. Hizo pública su
oposición al acuerdo, atacó al caudillismo y el personalismo en alusión a Roca y desarrollo una profunda
crítica al proyecto del liberalismo positivista que había provocado la crisis. Poco después, mientras asumía
el nuevo presidente Luis Sáenz Peña (1892-1895) se reunió la Convención Nacional del Radicalismo para
aprobar su Carta Orgánica y transformarse en el primer partido organizado y principista de América Latina.
El PARTIDO SOCIALISTA
Durante la primera mitad del siglo XX penetraron en el país las ideologías políticas europeas del Estado
absoluto, que descansaban en el monopartidismo que hacen de un partido solo y excluyente adueñado de
los resortes gubernamentales, la base del Estado. Es así, que aparecen el marxismo leninista ruso, el
fascismo italiano de Mussolini y el nazismo alemán de Hitler. El Partido Socialista apareció en la Argentina
como consecuencia de la influencia de las organizaciones similares europeas y de los inmigrantes afiliados
a las mismas (abril de 1894) que se afincaron acá, dándose su Carta Orgánica en abril de 1895.En ella su
propósito era favorecer la organización gremial de la clase trabajadora y estrechar vínculos de solidaridad y
unión entre todos los socialistas del mundo.
Su programa mínimo propiciaba:
En lo político: el sufragio universal, sin distinción de sexo, el sistema electoral proporcional con
representación de las minorías, la autonomía municipal, la justicia gratuita y jurado popular, la separación
de la Iglesia del Estado, la abolición de la deuda pública y la supresión del ejército permanente. En lo
económico: limitación y reglamentación de la jornada de trabajo, el salario mínimo, el descanso obligatorio
semanal de 36 horas sin interrupción, responsabilidad patronal en accidentes de trabajo, la instrucción
científica, laica, profesional e integral, gratuita y obligatoria, la abolición de los impuestos indirectos,
impuesto directo y progresivo sobre renta.
El Socialismo ganó voluntades de sectores obreros de la Capital, principalmente y algunos lugares del
interior. La cuestión electoral: antecedentes entre 1810 y 1820. La reforma de Rivadavia. Las leyes
posteriores a Caseros. Sistema electoral. La ley 8871. La legislación posterior. La evolución de los sistemas
electorales.-
Como sabemos, hace aproximadamente 90 años el "pueblo ya quería votar" El 10 de febrero de 1912 se
sancionó la Ley Sáenz Peña, una de las reformas políticas más importantes en la historia argentina del siglo
XX "Quiera el pueblo votar". Con esta frase el por entonces presidente Roque Sáenz Peña sintetizó el
espíritu de la reforma electoral que él mismo impulsó y se sancionó durante su gobierno. El 10 de febrero
de 1912 el Congreso sancionó la ley 8871, más conocida como Ley Sáenz Peña, que logró instaurar la
transparencia en los sufragios y la representación de las minorías a través del sistema de lista incompleta.
Hacía su aparición el voto secreto, universal y obligatorio y, tras años de lucha, se pudieron llevar a cabo
elecciones sin que la sombra del fraude oscureciera sus resultados. "Yo aspiro, señores senadores y
señores diputados, a que las minorías estén representadas y ampliamente garantizadas en la integridad de
sus derechos. Es indudable que las mayorías deben gobernar, pero no es menos exacto que las minorías
deben ser escuchadas, colaborando con su pensamiento y con su acción en la evolución ascendente del
país", había afirmado Sáenz Peña dos años antes al asumir la Presidencia de la Nación. El mensaje del
flamante presidente cobraba especial importancia si se tiene en cuenta que, hasta el momento, el partido
que resultara ganador en las elecciones imponía todos los candidatos de la lista. A partir de la sanción de la
ley 8871, dos tercios de las bancas se asignarían a la primera minoría y el resto a la segunda.
Por entonces, eran comunes los grandes y alevosos fraudes que impedían que la voluntad popular se
expresara sin condicionamientos.
Los comicios solían realizarse a cielo abierto en los atrios de las parroquias y los sufragantes debían indicar
su voto en voz alta o por escrito.
Era común que los dueños de los campos fueran a votar por sus peones o que los grupos de choque
votaran en varias mesas diferentes. "Votamos en nueve parroquias. Ese día yo encabezaba unos 60 buenos
muchachos y votamos en nueve parroquias", dice un testimonio recogido en el diario La Tribuna,
propiedad de Héctor Varela.
El dueño de ese mismo diario se jactaba en plena Cámara de Diputados: "¿Hay alguno que ignore que en
todos los registros figuran los nombres que se ponían en 1852 y que Serapio Ludo y Felipe Lotas han de
aparecer votando?" Según Félix Luna2, las elecciones de 1874 fueron tal vez las más
irregulares. "Hubo actas que llegaron al Congreso manchadas y se tuvo que fabricar un escrutinio que
adjudicara arbitrariamente los sufragios a autonomistas y mitristas", explica el historiador
1-TABLA DE PROPORCION DE VOTANTES EN ELECCIONES PRESIDENCIALES.
Año -Presidente Electo- Número de Votantes -Población Total --Porcentaje de Votantes
*1853 Urquiza 6.400 de 640,000- 1.0 %
*1859 Derqui 12.800 de 1.280.000 -1.0 %
*1862 Mitre 14.000 de 1.400.000 -1.0 %
*1868 Sarmiento 16.900 de 1.688,000 -1.0 %
*1874 Avellaneda 25,800 de 2.154.000- 1.2 %
*1880 Roca 52,800 de 2.640.000 -2.0 %
*1886 Juárez Celmán 61.900 de 3.094.000- 2.0 %
*1892 L. Sáenz Peña 77,200 de 3.858.000- 2.0 %
* 1898 Roca 89,200 de 4.462.000- 2.0 %
* 1904 Quintana 143,000 de 5.716.000 -2.5 %
*1910 R. Sáenz Peña 199,000 de 7.092.000- 2.8 %
Fuente: Statistical Abstract of Latin America, Cap. 34.
Los actos electorales llevados a cabo con anterioridad a la sanción de la Ley Sáenz Peña presentaban dos
características relevantes:
A) Una ínfima proporción de la población tomaba parte de los mismos. En las 11 elecciones Presidenciales
previas a 1912 la participación electoral alcanzó en promedio tan solo el 1.7 % de la población total.
B) Las elecciones eran usualmente manipuladas a través de diversos mecanismos de fraude electoral.
Dichos mecanismos pueden ser ejemplificados por las siguientes prácticas utilizadas con asiduidad:
- B.1) Para votar era necesario empadronarse e integrar un Registro Electoral. Las leyes electorales
autorizaban a las Comisiones Empadronadoras a levantar dicho registro, juzgando quienes reunían las
condiciones requeridas para ser inscriptos. Usualmente el fraude comenzaba con la inscripción indebida y
la omisión de nombres en el registro. Ciudadanos ausentes y aún muertos formaban parte de los registros.
- B.2) Por lo general los electores habilitados para votar marchaban por grupos. Los comités concentraban
en lugares estratégicos a sus adherentes, o en el campo, los paisanos concurrían desde las estaciones o
estancias hacia el lugar del comicio donde votaban al mismo tiempo. Esta marcha colectiva solía dispersar
a la oposición que no se atrevía a acercarse a los lugares habilitados para votar.
- B.3) Una práctica común consistía en volcar los registros, mecanismo mediante el cual se cambiaban los
votos emitidos a través de la destrucción y el reemplazo de las boletas.
- B.4) Otra práctica utilizada ya en este siglo consistía en la compra de votos; los ciudadanos recibían un
vale al emitir su voto el cuál se transformaba en efectivo en el comité del partido. Conclusión, los
mecanismos de fraude electoral se fundaban básicamente en el carácter voluntario del voto y en la falta de
una garantía de privacidad en el momento de emitir el mismo; características que habrían de ser
eliminadas por la reforma electoral de 1912.
La ley 8871 vino a cambiar exactamente esta historia de fraudes, transas y matones. El sistema electoral se
hallaba viciado desde el inicio y, por ese motivo, era necesario darle más claridad a los actos eleccionarios.
El voto secreto, universal y obligatorio garantizaría, de allí en adelante, la libertad del sufragio, la
imposibilidad de fraguar los padrones y una manera de combatir la apatía electoral y propiciar la
integración de los hijos de inmigrantes. Las primeras elecciones libres se celebraron ese mismo año en
Santa Fe. Con una asistencia mayo que nunca en la historia, se impusieron los radicales, que durante años
se abstuvieron de participar de los comicios como una manera de reclamar la tan necesaria reforma.
Cuatro años después, Hipólito Yrigoyen accedía a la Presidencia y puso fin -al menos durante unos años- a
décadas de hegemonía conservadora. La reforma electoral promovida por Sáenz Peña se proyectó, en su
traducción jurídica, en tres leyes: las leyes 8.129 y 8.130 de 1911, y la ley 8.871 sancionada en 1912. La
primera de ellas establecía el enrolamiento obligatorio y la unificación de los registros electorales con los
registros militares.
La segunda encomendaba a los jueces electorales la formación de los padrones. Finalmente, la ley 8871
(usualmente llamada ley Sáenz Peña), sancionada por el Congreso en 1812, estableció sobre la base del
padrón legislado, el sufragio masculino universal, secreto y obligatorio para todos los ciudadanos nativos o
naturalizados mayores de 18 años. Los objetivos de la nueva legislación eran claros: con el fin de promover
la participación, el voto se hacía obligatorio; y para reducir al mínimo las acciones delictivas, se
determinaba que el ejército se haría cargo de la custodia de las elecciones.
Los métodos para hacer campaña electoral se modificaron espectacularmente, y los peores tipos de
engaños políticos y fraudes electorales fueron desterrados. La primera contienda electoral realizada bajo el
marco de la nueva legislación ocurrió en la elección de Diputados Nacionales llevada a cabo el 7 de Abril de
1912, en la Provincia de Santa Fe. La Tabla 2 compara la participación en dicha elección respecto a la
alcanzada en la elección de Gobernador realizada una semana antes (31/3/1912).
TABLA 2 PROVINCIA DE SANTA FE, ELECCIONES DE NACIONALES. GOBERNADOR Y DIPUTADOS
Ciudadanos (A) (B)
Empadronados 98,371
Votantes 59.000 - 74,383
Participación (%) 59.9- 75.6
Fuente: Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde. Historia Argentina. La República Conservadora, 1987.
(A): Elección de Gobernador, 31/3/1912.
(B): Elección de Diputados Nacionales, 7/4/1912.
La incidencia de la ley Sáenz Peña resulta clara, incrementándose la participación en más de 15 puntos
(75.6 % en la elección de Diputados Nacionales vs. 59.9 % en la elección del Gobernador). Por otra parte, la
participación electoral en la elección Presidencial de 1916, primera bajo el marco de la nueva legislación,
superó a la participación verificada en la elección de 1910 por 6 puntos; incrementándose el número de
votantes en más de un 200 % (ver Tabla 3).
TABLA 3- PROPORCIÓN DE VOTANTES EN LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DE 1910 Y 1916-
Año- Presidente Electo- Número de Votantes- Población Total -Porcentaje de Votantes
*1910 Sáenz Peña 199,000 de 7.092.000 - 2.8%
*1916 Irigoyen 724,000 de 8.300. 000 - 8.8%
Los principios consagrados por la Ley Sáenz Peña tuvieron recepción constitucional con la Reforma de
1994. Así el art. 37 de la Constitución nacional reza:
“Esta Constitución garantiza el pleno ejercicio de los derechos políticos, con arreglo al principio de la
soberanía popular y de las leyes que se dicten en consecuencia. El sufragio es universal, igual, secreto y
obligatorio. La igualdad real de oportunidades entre varones y mujeres para el acceso a cargos electivos y
partidarios se garantizará por acciones positivas en la regulación de los partidos políticos y en el régimen
electoral”.
La República Liberal (1880-1916)
Desde que Julio A. Roca llegó al poder en 1880 las minorías dominantes dieron por terminadas sus rencillas
internas y aceptaron el plan que el presidente consignó en dos palabras: "Paz y administración".
De acuerdo con él evitaron los conflictos políticos mediante prudentes arreglos y se dedicaron a promover
la riqueza pública y privada. Las ocasiones fueron tantas que desataron en muchos una inmoderada codicia
y muy pronto las minorías adquirieron el aire de una oligarquía preocupada tan sólo por sus intereses y
privilegios.
A medida que se hibridaba la población del país con los aportes inmigratorios, la oligarquía estrechaba sus
filas. El censo de 1895 acusó un 25% de extranjeros y el de 1914 un 30%; de ellos, la inmensa mayoría eran
los inmigrantes de los últimos tiempos que llegaban en gruesos contingentes: más de 1 000.000 en el
decenio 1880-1890, 800.000 en el decenio siguiente y 1 200.000 sólo en los cinco años anteriores a 1910.
Esta transformación demográfica del país respondía a los intensos cambios económicos que se habían
producido desde que comenzaron a retirarse los ganados vacuno y ovino y a extenderse las áreas de
cultivos de cereales. En 1883 se instalaron los primeros frigoríficos argentinos, que al cabo de poco tiempo
fueron sobrepasados por los que se crearon con capitales británicos y norteamericanos para servir a las
demandas del mercado inglés. A las exportaciones de ganado en pie se agregaron entonces las de carnes
congeladas, cuyo volumen se intensificó considerablemente en poco tiempo. Por la misma época la
producción de cereales comenzó a exceder los niveles del consumo interno y se pudo empezar a
exportarlos con tal intensidad que, en el quinquenio comprendido entre 1900 y 1904, las cifras del
comercio exterior revelaron una equivalencia entre la exportación de productos ganaderos y de productos
agrícolas, cuando veinte años antes la ganadería superaba trece veces el volumen de la agricultura. Este
vasto desarrollo de la producción agropecuaria se cumplió en las viejas estancias que se modernizaron
utilizando reproductores de raza, pero también en las chacras, generalmente arrendadas, que explotaban
agricultores italianos o españoles en las provincias litorales.
El intenso trajín que se advertía en los puertos —en Buenos Aires, en Rosario, en La Plata, todos de aire
cosmopolita—, obligó a emprender las obras que los capacitaran para soportar su creciente movimiento.
En 1890 se inauguraron los trabajos del puerto de La Plata y de una sección del de Buenos Aires, quedando
concluido este último, siete años después.
Continuó, entre tanto, la prolongación de la red ferroviaria, que comenzó a caer dentro del monopolio de
los capitales ingleses por la deliberada decisión del gobierno, según el principio de que sólo las rutas
improductivas debían ser explotadas por el Estado, en tanto que las productivas debían quedar libradas al
capital privado. Esa opinión correspondía a la política económica liberal que defendieron, sobre todo, Roca
y su sucesor Juárez Celman, en virtud de la cual convenía a la nación ofrecer a los inversores extranjeros las
más amplias facilidades con el objeto de que acudieran a estimular el desarrollo de las posibilidades
económicas que el país no podía encarar con sus propios recursos. Garantizadas las inversiones, los grupos
financieros extranjeros ofrecieron al Estado argentino sucesivos empréstitos: 12 millones entre 1880 y
1885, 23 millones entre 1886 y 1890, 34 millones entre 1891 y 1900, y realizaron cuantiosas inversiones en
explotaciones bastante productivas cuya vigilancia ponía en manos de los inversores un decisivo control
sobre la vida nacional.
Quedaron en su poder los dos grandes sistemas industriales de carácter moderno que se habían
organizado hasta entonces: los ferrocarriles y los frigoríficos; pero al mismo tiempo surgieron entre 1880 y
1890, especialmente en Buenos Aires, otras industrias menores desarrolladas con capitales medianos,
especialmente en el campo de las artes gráficas, de la alimentación, de la construcción y del vestido. En
unas y en otras comenzaron a crearse condiciones distintas de las tradicionales para los obreros
asalariados que trabajaban en ellas.
Largas jornadas y, sobre todo, salarios que disminuían en su poder adquisitivo a medida que crecía la
inflación provocada por la crisis financiera que culminó en 1890, determinaron el desencadenamiento de
los primeros conflictos sociales y la aparición de nuevas e inusitadas tensiones en la vida argentina.
Julio A. Roca, presidente desde 1880 hasta 1886, se propuso acelerar el proceso, apoyado en la opinión de
las clases tradicionales del país, cada vez más definidas en sus tendencias y cada vez más claramente
enfrentadas con la masa heterogénea que las rodeaba, mezcla de inmigrantes y de criollos. Los partidos
porteños —el liberal y el autonomista— quedaron reducidos a la impotencia frente a la organización del
vasto e informe Partido Autonomista Nacional, que se constituyó con las oligarquías provincianas, cuya
indiscutida jefatura asumió el propio Roca, y al que se fueron incorporando los grupos que desertaban de
los viejos partidos faltos de perspectivas de poder. Disminuida con la falta de su capital tradicional, la
provincia de Buenos Aires perdió buena parte de su influencia, y desde La Plata, fundada en 1882 por el
gobernador Dardo Rocha, contemplaba impotente el predominio de la alianza provinciana en el gobierno
nacional.
Los ingentes gastos fiscales que demandaba la aceleración del cambio económico, la construcción de los
puertos, de los ferrocarriles, de los edificios
públicos, alteraron la estabilidad monetaria del país; comenzó una incontenible inflación que, sumada a la
arbitrariedad con que se manejaron los créditos bancarios y al creciente desarrollo de la especulación con
los valores de la tierra, provocó una difícil situación que Roca quiso resolver con la ley monetaria de 1881.
En medio de las mayores dificultades financieras, el gobierno resolvió transformar ciertos aspectos del
régimen institucional. Después de apasionadas polémicas y de violentos debates parlamentarios, fue
aprobada en 1884 la ley de creación del Registro Civil, por la cual se encomendaba al Estado el registro de
las personas, confiado antes a la institución eclesiástica; la Iglesia y los sectores católicos se opusieron
enérgicamente, pero la ley fue sancionada por la nación y adoptada luego por todas las provincias. Ese
mismo año se enfrentó un problema de mayor trascendencia aún: el de la educación popular, que también
originó largas controversias; los sectores católicos se levantaron violentamente contra el principio del
laicismo que inspiraba el proyecto oficial, pero la ley 1420 de educación obligatoria y gratuita fue
aprobada. No menos trascendental fue la sanción de la ley proyectada por Nicolás Avellaneda, que
consagró en 1885 el principio de la autonomía de las universidades. Y cuando algunos años más tarde se
estableció el matrimonio civil, quedó concluido el proceso de renovación institucional. Pero desde
entonces también quedaron divididas las clases tradicionales en sectores ideológicos: liberales por una
parte y católicos por la otra, división que se proyectaría al cabo de poco tiempo en las luchas políticas.
Para las elecciones de 1886 Roca logró imponer la candidatura de Miguel Juárez Celman, con quien estaba
estrechamente vinculado y al que sabía partícipe de sus ideas. Pero Juárez Celman estaba decidido a
ejercer también él a su turno no sólo la presidencia de la Nación, sino también la jefatura del Partido
Autonomista Nacional. La inquietud obrera creció hasta transformarse en un problema inocultable al calor
de la inflación que provocaba la disminución de los salarios reales, y coincidió con la inquietud de los
grupos políticos que disentían con el "unicato" presidencial y se preparaban para abrir el fuego contra el
gobierno.
A principios de 1890 un club socialista compuesto por obreros alemanes promovió la formación de un
"comité internacional" para organizar en Buenos Aires la celebración del 1° de mayo. El acto reunió a casi
tres mil obreros y en él se echaron las bases de una organización de trabajadores que, en el mes de junio,
presentó al Congreso un petitorio exponiendo las aspiraciones de los obreros en la naciente organización
industrial del país. Poco antes, en otro lugar más céntrico de la capital, los grupos políticos adversos al
juarismo habían celebrado otro mitin en el que había quedado fundada la Unión Cívica bajo la presidencia
de Leandro N. Alem. Era un nuevo partido, ajeno, por cierto, a las inquietudes que en esos días
manifestaba el incipiente movimiento obrero, y que encarnaba las aspiraciones republicanas y
democráticas de un sector de las clases tradicionales y de los círculos de clase media que empezaban a
interesarse por la política. Así nacieron, casi al mismo tiempo, dos grandes movimientos de distinta índole,
uno que aspiraba a representar a las clases medias y otro que quería ser la expresión de la nueva clase
obrera.
La Unión Cívica formó a su alrededor un fuerte movimiento de opinión. La inspiraba una juventud que
anhelaba el perfeccionamiento de las instituciones y que pretendía alcanzar el poder, venciendo la
resistencia de las minorías que se consideraban depositarías de los destinos del país y que resolvían sobre
ellos indistintamente en los despachos oficiales o en los elegantes salones del Jockey Club, fundado en
1882 por Carlos Pellegrini.
Pero la inspiraba también el grupo de Mitre, hecho a un lado por las oligarquías provincianas, y el grupo
católico encabezado por José Manuel Estrada, hostil al régimen por la actitud resuelta de Roca y de Juárez
Celman frente a la Iglesia Católica. Gracias a sus numerosas ramificaciones, la Unión Cívica se atrajo
muchas simpatías y consiguió la adhesión de algunos grupos militares, con cuyo apoyo desencadenó una
revolución el 26 de julio de 1890. Dueños del Parque, los revolucionarios creyeron triunfar, pero el
gobierno pudo neutralizarlos y el movimiento fue sofocado.
No obstante, el desprestigio del régimen quedó al descubierto: poco después el presidente Juárez Celman
se vio obligado a renunciar y asumió el mando el vicepresidente Carlos Pellegrini.
Fue necesaria toda la actividad de Pellegrini para restablecer el equilibrio financiero, y en diciembre de
1891 se fundó el Banco de la Nación para ordenar las finanzas y restablecer el crédito.
Cuando comenzaron a discutirse las candidaturas para la elección presidencial de 1892, el Partido
Autonomista Nacional se vio enfrentado por la Unión Cívica: fue la primera prueba a que se sometieron los
dos conglomerados y quedó a la vista la inconsistencia de ambos. La Unión Cívica se dividió,
constituyéndose la Unión Cívica Nacional bajo la inspiración de Mitre y la Unión Cívica Radical bajo la
dirección de Alem. El Partido Autonomista Nacional, por su parte, acusó la presencia de un movimiento
disidente encabezado por Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña, deseosos de evitar la influencia de Roca.
Pero éste controlaba firmemente los mecanismos electorales y, tras un acuerdo con Mitre, pudo imponer
el nombre de Luis Sáenz Peña para la candidatura presidencial. El éxito acompañó al candidato en la
elección, pero no en el ejercicio del gobierno. Sujeto a la influencia de los dos políticos más influyentes del
momento, Mitre y Roca, contemporizó con ambos sin lograr definir su propia política. La Unión Cívica
Radical volvió a intentar un movimiento revolucionario en 1893 que, aunque fracasó, probó la fuerza del
partido en la provincia de Buenos Aires y el prestigio de Hipólito Yrigoyen, sobrino de Alem. Cuando se
sobrepuso a esas dificultades, el presidente procuró continuar la obra de sus antecesores, con cuyas ideas
coincidía. Pero los embates políticos de sus dos mentores no le dieron tregua y Luis Sáenz Peña se vio
obligado a renunciar a principios de 1895.
El grave problema de límites que la Argentina tenía con Chile alcanzó entonces su mayor gravedad, y el
vicepresidente José Evaristo Uriburu, que se hizo cargo del poder, tuvo que afrontar la responsabilidad de
preparar al país para la guerra. Sólo a fuerza de prudencia pudo evitarse ese peligro y se convino en la
elección de un árbitro para dirimir la disputa. Pero, ante la posibilidad de un conflicto militar, la
personalidad de Roca cobró vuelo otra vez y pareció el candidato forzoso para la próxima presidencia. El
Partido Autonomista Nacional se alistó para la lucha con todos sus recursos; en cambio, la Unión Cívica
Radical se vio disminuida cuando, en julio de 1895, se suicidó su indiscutido jefe, Leandro N. Alem, pocos
meses después de que se constituyera, bajo la inspiración de Juan B. Justo, el Partido Socialista.
Nada pudo impedir que en las elecciones de 1898 se repitiera el cuadro tradicional de los comicios
fraudulentos, y Roca fue elegido por segunda vez presidente de la República.
Los seis años de su segundo gobierno se diferenciaron de los del primero. La identificación entre el
presidente y el jefe de partido no se manifestó como antes, y acaso las graves preocupaciones
internacionales contribuyeron a apartarlo de la política menuda. El problema de límites con Chile fue
finalmente resuelto por el fallo del rey de Inglaterra, arbitro elegido, y la amenaza de guerra quedó
descartada en 1902. Con todo, las necesidades de la defensa nacional habían movido al coronel Pablo
Ricchieri, ministro de guerra, a gestionar la sanción de una ley de conscripción militar anual y obligatoria,
que votó el congreso en 1901. Nuevas leyes financieras e impositivas robustecieron la moneda, en un
momento en que volvía a desarrollarse intensamente la producción agropecuaria, se multiplicaban las
obras públicas — ferrocarriles, puertos, canales de riego, balizamiento de costas, obras sanitarias—y se
ordenaba la administración pública. Las clases acomodadas veían cumplirse un programa de gobierno
progresista; en cambio, las clases trabajadoras acusaban una inquietud cada vez mayor por la disminución
de los salarios y sobre todo por la creciente desocupación. En 1902 el problema hizo crisis y estalló una
huelga general que paralizó a la ciudad de Buenos Aires. La respuesta del gobierno fue la sanción de la "ley
de residencia" que lo autorizaba a deportar a los extranjeros que "perturbaran el orden público". El
movimiento obrero era, sin duda, obra de extranjeros en su mayoría, y la medida provocó reacciones
violentas que la policía y el ejército sofocaron implacablemente. Pero el gobierno no pudo impedir, sin
embargo, que gracias a una modificación del sistema electoral, llegara al parlamento en marzo de 1904
como diputado, Alfredo L. Palacios, candidato del Partido Socialista.
El problema de la sucesión presidencial acentuó, por entonces, las diferencias entre Pellegrini y Roca, que
implicaban una división en el seno del Partido Autonomista Nacional. Pellegrini criticaba enérgicamente el
fraude electoral y la tendencia oligárquica del Partido, y estaba vinculado a Roque Sáenz Peña, que
compartía sus puntos de vista y mantenía trato con Hipólito Yrigoyen. Pero Roca seguía moviendo los hilos
de su partido, manejados en la provincia de Buenos Aires por Marcelino Ugarte, y volcó su influencia a
favor de la candidatura de Manuel Quintana, que obtuvo el triunfo en comicios viciados, una vez más, por
el fraude. La Unión Cívica Radical, que ahora obedecía a Yrigoyen, afirmó entonces el principio de la
abstención revolucionaria y no concurrió a las elecciones.
Para entonces, la fuerza del radicalismo había crecido mucho. Reunía a algunos sectores rurales hastiados
de la omnipotencia de los grandes latifundistas, a los irreductibles enemigos de Roca que conservaban la
tradición del rosismo y del autonomismo de Alsina y de Alem, y comenzaba a acoger en su seno a un vasto
sector de inmigrantes e hijos de inmigrantes que empezaban a integrarse en la sociedad y a interesarse por
la política. Esta circunstancia le daba fuerza en las ciudades, y el proceso continuo de transformación social
del país aseguraba que su poder iría en aumento. No mucho después de iniciarse la presidencia de
Quintana, el 4 de febrero de 1905, Yrigoyen desencadenó un movimiento revolucionario que contó con
apoyo militar y tuvo mucha repercusión en varias provincias. Pero el gobierno logró sofocarlo y aprovechó
la ocasión para extremar la persecución sistemática del movimiento obrero.
Pero en el Congreso, la acción tesonera de Palacios logró arrancar a los conservadores algunas leyes
sociales, como la del descanso dominical obligatorio, que suponía una nueva actitud del Estado frente a los
trabajadores.
La muerte de Quintana y su reemplazo por José Figueroa Alcorta concluyó con la influencia de las figuras
tradicionales del Partido Autonomista Nacional. En diciembre de 1907, apareció petróleo en un pozo de
Comodoro Rivadavia, cuya explotación comenzó de inmediato. El país comenzaba a buscar un nuevo
camino para su economía, poco antes de que Roque Sáenz Peña, presidente desde octubre de 1910,
buscara un nuevo camino para su política.
Roque Sáenz Peña representaba el sector más progresista de la vieja oligarquía. Sólo ejerció el poder hasta
1914; pero en ese plazo logró que se aprobara la ley electoral que establecía el sufragio secreto y
obligatorio sobre la base de los padrones militares. Fue el fruto de sus conversaciones con Hipólito
Yrigoyen y de su propia prudencia de auténtico conservador. En las elecciones de Santa Fe de 1912 la
nueva ley se puso en práctica por primera vez y la Unión Cívica Radical resultó triunfante. Poco después
estalló la primera guerra europea y la Argentina adoptó una neutralidad benévola para con los aliados. Se
anunciaba una era de prosperidad para los productores agropecuarios. Cuando en 1916 Victorino de la
Plaza llamó a elecciones presidenciales bajo el imperio de la ley Sáenz Peña, el jefe del radicalismo, Hipólito
Yrigoyen, resultó triunfante.
La derrota de los conservadores cerró una época que había inaugurado ese grupo de hombres que se aúna
en lo que se llama la generación del 80. Eran espíritus cultivados que con frecuencia alternaban la política
con la actividad de la inteligencia. Nutridos en las corrientes positivistas y cientificistas que en su tiempo
predominaban en Europa, aspiraron a poner al país en el camino del desarrollo europeo. Trataron de que
Buenos Aires se pareciera a París y procuraron que en sus salones brillara la elegancia francesa. Fundaron
escuelas y estimularon los estudios universitarios porque tenían una fe indestructible en el progreso y en la
ciencia. Tenían también una acentuada afición a la literatura. Eduardo Wilde, Miguel Cañé, Eugenio
Cambaceres, Lucio Vicente López, Julián Martel, entre otros, escribieron a la manera europea, pero
reflejaron la situación de la sociedad argentina de su tiempo y especialmente de la clase a la que ellos
pertenecían, elegante, refinada y un poco cínica. Sus hijos perdieron grandeza.Porque unos y otros se
empeñaron en defender sus intereses de pequeño grupo privilegiado, se ha podido decir de ellos que
constituyeron una oligarquía; y por las ideas que los movían se los ha calificado de liberales. Su mayor error
fue ignorar el país que nacía de las transformaciones que ellos mismos promovían, en el que nuevos
grupos sociales cobraban una fisonomía distinta a la de los sectores tradicionales del país. A principios de
siglo, las clases medias y las clases trabajadoras poseían una existencia tan visible que sólo la ceguera de
los que querían perderse podía impedir que se las descubriera. Cuando las clases medias advirtieron su
fuerza, lograron el poder político e iniciaron una nueva etapa en la vida argentina.
La República Radical (1916-1930)
Los sectores sociales que llegaron al poder con el triunfo del radicalismo acusaron una fisonomía muy
distinta de la que caracterizaba a la generación del 80. Salvo excepciones, los componían hombres
modestos, de tronco criollo algunos y de origen inmigrante otros. El radicalismo, que en sus comienzos
expresaba las aspiraciones de los sectores populares criollos apartados de la vida pública por la oligarquía,
había luego acogido también a los hijos de inmigrantes que aspiraban a integrarse en la sociedad,
abandonando la posición marginal de sus padres. Así adquiría trascendencia política el fenómeno social del
ascenso económico de las familias de origen inmigrante que habían educado a sus hijos. Las profesiones
liberales, el comercio y la producción fueron instrumentos eficaces de ascenso social, y entre los que
ascendieron se reclutaron los nuevos dirigentes políticos del radicalismo. Acaso privaba aún en muchos de
ellos el anhelo de seguir conquistando prestigio social a través del acceso a los cargos públicos, y quizá esa
preocupación era más vigorosa que la de servir a los intereses colectivos. Y, sin duda, el anhelo de
integrarse en la sociedad los inhibió para provocar cierto cambio en la estructura económica del país que
hubiera ido la única garantía para la perpetuación de la democracia formal conquistada con la ley Sáenz
Peña.
Por lo demás, la inmigración, detenida por la primera guerra europea, recomenzó poco después de lograda
la paz, y, por cierto, alcanzó entre 1921 y 1930 uno de los más altos niveles, puesto que arrojó un saldo de
878 000 inmigrantes definitivamente radicados.
Gracias a una política colonizadora un poco más abierta que impusieron los gobiernos radicales, logró
transformarse en propietario de la tierra un número de arrendatarios proporcionalmente más alto que en
los años anteriores. Pero la población rural siguió decreciendo. En cambio, en las ciudades —cuya
población ascendió del 58 al 68% sobre el total entre 1914 y 1930— las perspectivas económicas y las
posibilidades de educación de los hijos facilitó a muchos descendientes de inmigrantes un rápido ascenso
que los introdujo en una clase media muy móvil, muy diferenciada económicamente, pero con tendencia a
uniformar la condición social de sus miembros con prescindencia de su origen.
Los precios del mercado internacional, aunque muy lentamente, comenzaron a bajar desde 1914 y los
productos manufacturados que el país importaba empezaron a costar más en relación con el precio de los
cereales. Así se fue creando una situación cada vez más difícil que condujo a una crisis general de la
economía cuyas manifestaciones se hicieron visibles en 1929, al compás de la crisis mundial. Gran Bretaña
vigilaba cuidadosamente el problema de sus importaciones y debía atender a las exigencias de los
dominios del Imperio, lo cual entrañaba una amenaza para la producción argentina, que se había orientado
de acuerdo con la demanda de los frigoríficos y del mercado inglés.
Una industria relativamente poco desarrollada, que había crecido durante la primera guerra mundial pero
que se comprimió luego, una organización fiscal que obtenía casi todos sus recursos a través de los
derechos aduaneros, y un presupuesto casi normalmente deficitario caracterizaron en otros aspectos la
economía argentina durante la era radical.
A poco de comenzar la presidencia de Yrigoyen estalló la revolución socialista en Rusia, y las vagas
aspiraciones revolucionarias de ciertos sectores obreros se encendieron ante la perspectiva de una
transformación mundial de las relaciones entre el capital y el trabajo. Las huelgas comenzaron a hacerse
más frecuentes y más intensas, pero no sólo porque algunos grupos muy politizados esperaran
desencadenar la revolución, sino también porque, efectivamente, crecía la desocupación a medida que se
comprimía la industria de emergencia desarrollada durante la guerra, aumentaban los precios y disminuían
los salarios reales. Obreros ferroviarios, metalúrgicos, portuarios, municipales, se lanzaron sucesivamente
a la huelga y provocaron situaciones de violencia que el gobierno reprimió con dureza. Dos dramáticos
episodios dieron la medida de las tensiones sociales que soportaba el país. Uno fue la huelga de los
trabajadores rurales de la Patagonia, inexorablemente reprimida por el ejército con una crueldad que
causó terrible impresión en las clases populares a pesar de la vaguedad de las noticias que llegaban de una
región que todavía se consideraba remota. Otro fue la huelga general que estalló en Buenos Aires en enero
de 1919 y que conmovió al país por la inusitada gravedad de los acontecimientos. La huelga,
desencadenada originariamente por los obreros metalúrgicos, fue sofocada con energía, pero esta vez no
sólo con los recursos del Estado, sino con la colaboración de los grupos de choque organizados por las
asociaciones patronales que se habían constituido: la Asociación del Trabajo y la Liga Patriótica Argentina.
También en otros campos repercutió por entonces la inquietud general. Los estudiantes de la Universidad
de Córdoba desencadenaron en la vieja casa de estudios un movimiento que era también, en cierto modo,
revolucionario. Salieron a la calle y exigieron la renuncia de los profesores más desprestigiados por su
anquilosada labor docente y por sus actitudes reaccionarias. Era, en principio, una revolución académica
que propiciaba el establecimiento de nuevos métodos de estudio, la renovación de las ideas y, sobre todo,
el desalojo de los círculos cerrados que dominaban la universidad por el sólo hecho de coincidir con los
grupos sociales predominantes. Pero era, además, una vaga revolución de contenido más profundo.
Propició también la idea de que la universidad tenía que asumir un papel activo en la vida del país y en su
transformación, comprometiéndose quienes formaban parte de ella no sólo a gozar de los privilegios que
les acordaban los títulos que otorgaba, sino también a trabajar desinteresadamente en favor de la
colectividad. Afirmó el principio de que la diversidad tenía, además de su misión académica, una misión
social. Y en esta idea se encerraba una vaga solidaridad con los movimientos que en todas partes se
sucedían en favor de las reformas sociales. No fue, pues, extraño que Alfredo L. Palacios adhiriera a lo que
empezó a llamarse "la reforma universitaria".
Pero el signo más evidente de la crisis se advirtió en el campo de la política. Yrigoyen llegó al poder en
1916 como indiscutido jefe de un partido que había intentado repetidas veces acabar con el "régimen"
conservador por el camino de la revolución.
Pero, triunfante en las elecciones, Yrigoyen aceptó todo el andamiaje institucional que le había legado el
conservadorismo: los gobiernos provinciales, el parlamento, la justicia y, sobre todo, el andamiaje
económico en el que basaba su fuerza la vieja oligarquía. Sin duda le faltó audacia para emprender una
revolución desde su magistratura constitucional; pero no es menos cierto que su partido estaba
constituido por grupos antaño marginales que más aspiraban a incorporarse a la situación establecida que
a modificarla.
Ciertamente, Yrigoyen se enfrentó con las oligarquías provinciales y las desalojó progresivamente del
poder mediante el método de las intervenciones federales. Entonces se advirtió la aparición de una suerte
de retroceso político. Pero a pesar de eso la estructura económica del país quedó incólume, fundada en el
latifundio y en el frigorífico, y el gobierno radical se abstuvo de modificar el régimen de la producción y la
situación de las clases no poseedoras.
Por el contrario, ciertos principios básicos acerca de la soberanía nacional, caídos en desuso, obraron
activamente en la conducción del radicalismo. Donde no había situaciones creadas, como en el caso del
petróleo, Yrigoyen defendió enérgicamente el patrimonio del país.
La riqueza petrolera fue confiada a Yacimientos Petrolíferos Fiscales, cuya inteligente acción aseguró no
sólo la eficacia de la explotación, sino también la defensa de la riqueza nacional frente a los grandes
monopolios internacionales.
Cosa semejante ocurrió con los Ferrocarriles del Estado. Pero, además de la defensa del patrimonio
nacional, Yrigoyen procuró contener la prepotencia de los grupos económicos extranjeros que actuaban en
el país. Y frente a la agresiva política de los Estados Unidos en América Latina, defendió el principio de la
no-intervención ordenando, en una ocasión memorable, que los barcos de guerra argentinos saludaran el
pabellón de la República Dominicana y no el de los Estados Unidos, que habían izado el suyo en la isla
ocupada.
Cuando Yrigoyen concluyó su presidencia, su prestigio popular era aún mayor que al llegar al poder. A él le
tocó designar sucesor para 1922, y eligió a su embajador en París, Marcelo T. de Alvear, radical de la
primera hora, pero tan ajeno como Yrigoyen a los problemas básicos que suscitaba la consolidación del
poder social de las clases medias.
Algo más separaba, con todo, a Alvear de su antecesor. Le disgustaba la escasa jerarquía que tenía la
función pública y aspiraba a que su administración adquiriera la decorosa fisonomía de los gobiernos
europeos. Esta preocupación lo llevó a constituir un gabinete de hombres representativos, pero más
próximos a las clases tradicionales que a las clases medias en ascenso. Era solamente un signo, pero toda
su acción gubernativa confirmó esa tendencia a desplazarse hacia la derecha.
Demócrata convencido, Alvear procuró mantener los principios fundamentales del orden constitucional y
trató de establecer una administración eficaz y honrada.
Era evidente que la situación económica y financiera del mundo se acercaba a una crisis, y como Gran
Bretaña estaba incluida en ella, no era difícil prever que las posibilidades del comercio exterior argentino
corrían serio peligro. Pero el radicalismo no percibió el problema y se mantuvo imperturbable en una
política de buena administración y de mantenimiento del sistema económico tradicional.
Cuando en 1928 llegó el momento de la renovación presidencial, Yrigoyen volvió al gobierno, ya
valetudinario e incapaz. No faltó, sin embargo, cierta persistencia en las actitudes que lo habían
caracterizado frente a los grandes intereses extranjeros. Las palabras que dirigiera al presidente Hoover o
el proyecto de ley petrolera lo revelaban. Pero ni en ese terreno ni en el de la política interna supo obrar
Yrigoyen con la energía suficiente para evitar que cuajaran algunas amenazas que se cernían sobre el
gobierno y sobre el país.
La primera era la del ejército que el propio Yrigoyen había politizado, y que desde principios de siglo había
caído bajo la influencia prusiana. La segunda era la evolución de ciertos grupos conservadores que
abandonaban sus convicciones liberales y comenzaban a asimilar los principios del fascismo italiano
mezclados con algunas ideas del movimiento monárquico francés. Pero las más graves eran las amenazas
económicas y sociales derivadas de la situación mundial que, finalmente, había hecho crisis en 1929, y que
empezaban a hacerse notar en el país. Los grupos ganaderos y la industria frigorífica se sintieron en peligro
y comenzaron a buscar un camino que les permitiera sortear las dificultades. Y, simultáneamente, los
grupos petroleros internacionales creyeron que había llegado el momento de forzar la resistencia del
Estado argentino y comenzaron a buscar aliados en las fuerzas que se oponían a Yrigoyen.
En cierto momento, todos los factores adversos al gobierno coincidieron y desencadenaron un
levantamiento militar. El general Justo, que había preparado la conspiración, se hizo a un lado cuando
advirtió la penetración del ideario fascista entre algunos de los conjurados, y dejó que encabezara el
movimiento el general José F. Uriburu, antiguo diputado conservador convertido luego en defensor del
corporativismo. El 6 de septiembre de 1930 llegó "la hora de la espada" que había profetizado el poeta
Leopoldo Lugones, ahora nacionalista reaccionario pese a su tradición de viejo anarquista.
El triunfo de la revolución cerró el período de la república radical, sin que Yrigoyen pudiera comprender las
causas de la versatilidad de su pueblo, que no mucho antes lo había aclamado hasta la histeria y lo
abandonaba ahora en manos de sus enemigos de la oligarquía. Su vieja casa de la calle Brasil —que los
opositores llamaban "la cueva del peludo"— fue saqueada, con olvido de la indiscutible dignidad personal
de un hombre cuya única culpa había sido llegar al poder cuando el país era ya incomprensible para él.
La República Conservadora
(1930-1943)
No se equivocaban los viejos conservadores y sus herederos seducidos por el fascismo cuando afirmaban
que el país se había desnaturalizado. Poco a poco se había constituido una vigorosa clase media de
empleados, de pequeños propietarios y comerciantes, de profesionales que, concentrada en las ciudades,
imponía cada vez más al país su propio carácter ignorando a las nostálgicas minorías tradicionales. Esa
clase media era la que había ascendido al poder con el radicalismo y, tímidamente, proponía una nueva
orientación para la vida argentina.
Precisamente contra ella se dirigió la política de los sectores conservadores de viejo y nuevo cuño, que se
apoderaron del gobierno en septiembre de 1930, en pleno desarrollo de la crisis mundial que había
estallado el año anterior.
Era, ciertamente, un régimen institucional muy endeble el que propiciaban. Mientras los nacionalistas se
organizaban en cuerpos armados, como la Legión Cívica Argentina, los conservadores, los radicales
antipersonalistas y los socialistas independientes constituyeron un frente político que se llamó primero
Federación Nacional Democrática y luego Concordancia.
Era evidente que esa coalición no lograría superar al radicalismo, pero sus sostenedores estaban resueltos
a apelar al fraude electoral —que alguien llamó "fraude patriótico"— para impedir que los radicales
llegaran al poder. Con ello se abrió una etapa de democracia fraudulenta promovida por quienes aspiraban
a sujetar al país en la trama de sus propios intereses.
La despiadada persecución de los opositores fue la respuesta a la indignación general que provocaba la
marcha del gobierno. Hubo cárcel y torturas para políticos, obreros y estudiantes; y, entre tanto, se
comenzó a preparar un vigoroso dispositivo electoral que permitiera el triunfo formal de la candidatura
gubernamental en las elecciones convocadas para el 8 de noviembre de 1931. El gobierno vetó la
candidatura radical de Alvear y la oposición se aglutinó alrededor de los nombres de Lisandro de la Torre y
Nicolás Repetto, proclamados por la Alianza Demócrata Socialista.
Mediante un fraude apenas disimulado, la Concordancia logró llevar al gobierno al general Justo.
Signo revelador de la orientación política conservadora fue la resolución de cerrar el país a la inmigración.
Ante la crisis que amenazaba a la economía agropecuaria, la preocupación fundamental fue contener todas
las manifestaciones de la desordenada expansión que intentaba espontáneamente el país para reducirlo a
los viejos esquemas. Tal había sido la intención de la revolución de septiembre y en ella perseveraron los
gobiernos conservadores que le siguieron.
Para salir de las primeras dificultades se recurrió a empréstitos internos y externos; pero de inmediato se
emprendió el reajuste total de la economía nacional con la mirada puesta en la defensa de los grandes
productores.
La situación se hizo más crítica a partir de 1932, cuando Gran Bretaña acordó en la Conferencia de Ottawa
dar preferencia en las adquisiciones a sus propios dominios, lo que constituía una amenaza directa para las
exportaciones argentinas. La respuesta fue una gestión diplomática que dio como resultado la firma del
tratado Roca-Runciman, por el que se establecía un régimen de exportaciones de carnes argentinas
compensadas con importantes ventajas concedidas al capital inglés invertido en el país.
Entre ellas, la más importante y la más resistida fue la concesión del monopolio de los transportes de la
ciudad de Buenos Aires a un consorcio inglés, para prevenir la competencia del capital norteamericano que
procuraba intensificar su acción en el país. El gobierno de Justo había iniciado la construcción de una
importante red caminera de la que el país carecía: muy pronto Mar del Plata, Córdoba, Bahía Blanca
quedarían unidas a Buenos Aires por rutas pavimentadas que estimularían el uso de ómnibus y camiones
con grave riesgo para los ferrocarriles ingleses. En cierto modo, la corporación de Transportes de Buenos
Aires debía compensar a los inversores ingleses; pero la medida, como las otras que incluía el tratado,
dejaron en el país la sensación de una disminución de la soberanía.
El problema de las carnes repercutió en el Senado, donde Lisandro de la Torre, Alfredo L. Palacios y Mario
Bravo denunciaron los extravíos de la política oficial. En debates memorables —como el que Palacios había
suscitado antes sobre las torturas a presos políticos o el que Bravo desencadenara sobre la adquisición de
armamentos— Lisandro de la Torre interpeló al gobierno sobre la política seguida con los pequeños
productores en relación con los intereses de los frigoríficos ingleses y norteamericanos. El asesinato del
senador Bordabehere por un guardaespaldas de uno de los ministros interpelados acentuó la violencia del
debate, en el que quedó de manifiesto la determinación del gobierno de ajustar sus actos a los intereses
del capital extranjero.
Esta tendencia se puso de manifiesto, sobre todo, a través de una serie de medidas económicas y
financieras que alteraron la organización tradicional de la economía nacional.
Hasta entonces, a través de gobiernos conservadores y radicales, la economía había estado librada a la
iniciativa privada, estimulada por las organizaciones crediticias; pero a partir del gobierno de Justo, el
Estado adoptó una actitud decididamente intervencionista. Se creó el Instituto Movilizador, para favorecer
a los grandes productores cuyas empresas estuvieran amenazadas por un pasivo muy comprometedor; se
estableció el control de cambios para regular las importaciones y el uso de divisas extranjeras; y,
coronando el sistema, se creó el Banco Central, agente financiero del gobierno y regulador de todo el
sistema bancario, en cuyo directorio tenía nutrida representación la banca privada.
En el campo de la producción, el principio intervencionista se manifestó a través de la creación de las
Juntas Reguladoras: las carnes, los granos, la vid y otros productos fueron sometidos desde ese momento a
un control gubernamental que determinaba el volumen de la producción con el objeto de mantener los
precios. A causa de esas restricciones se limitaron considerablemente las posibilidades de expansión que
requería el crecimiento demográfico del país, y con ella las posibilidades de trabajo de los pequeños
productores y de los obreros rurales.
Quizá esa política contribuyó, en cambio, al desarrollo que comenzó a advertirse en las actividades
industriales, cuyo monto empezó a crecer en proporción mayor que el de las actividades agropecuarias. En
el período comprendido entre 1935 y 1941, el aumento producido en la renta nacional por el desarrollo
industrial alcanzó a los cuatro mil millones de pesos, mientras el monto de la producción agropecuaria se
mantenía estable. En 1944 se calculaba que había ocupadas en la industria un total de 1 200 000 personas.
Así se constituía un nuevo sector social de características muy definidas, que se congregó alrededor de las
grandes ciudades y en particular de Buenos Aires.
Todas estas circunstancias revelaban un cambio profundo en la estructura del país, que si bien estaba
vinculado a la situación mundial creada por la crisis de 1929, reconocía como causa inmediata la deliberada
acción de los gobiernos conservadores.
Al margen de la actividad insurreccional de ciertos grupos, el radicalismo se organizó bajo la dirección de
Alvear dentro de una línea muy moderada que no tenía otro programa que la reconquista del poder a
través de elecciones libres. Pero la situación económico-social del país suscitaba cada día nuevos y más
difíciles problemas. Frente a las soluciones de fondo que proponía el socialismo, comenzaron a delinearse
las que proponía el grupo FORJA, constituido por jóvenes radicales de ideología progresista y nacionalista a
un tiempo. Antibritánico por sobre todo, el grupo FORJA analizó las influencias del capital inglés en la
formación y el desarrollo de la economía argentina, recogiendo los sentimientos antiimperialistas que se
ocultaban en el vago pensamiento de Yrigoyen El estallido de la guerra civil española en 1936 provocó en el
país una polarización de las opiniones, y el apoyo a la causa republicana constituyó una intencionada
expansión para quienes deseaban expresar su repudio al gobierno. Acaso ese clima, acentuado por el
creciente horror que provocaba el régimen de Hitler en Alemania, robusteció la certidumbre de que era
necesario hallar un camino para restaurar la legalidad democrática en el país.
No fue suficiente, sin embargo, para decidir a los sectores conservadores a cambiar sus métodos al
aproximarse la elección presidencial de 1938. Bajo la influencia de Alvear, el radicalismo —que estaba
sacudido por un oscuro problema de concesiones eléctricas en el que habían intervenido sus concejales—
levantó la abstención electoral en que se había mantenido desde que sus candidatos fueran vetados en
1931, y el propio Alvear fue elegido candidato a presidente. Los sectores conservadores consintieron en
apoyar la candidatura de Roberto M. Ortiz, un político de extracción radical, pero con la condición de que
lo acompañara en la fórmula un conservador tan probado como Ramón S. Castillo. Cuando llegaron las
elecciones, el gobierno hizo el más audaz alarde de impudicia, alterando sin disimulos el resultado de los
comicios. Ortiz fue consagrado presidente, pero la democracia sufrió un rudo golpe y el engaño contribuyó
a acentuar el escepticismo de las masas populares, especialmente de las que, agrupadas en los grandes
centros urbanos, comenzaban a adquirir conciencia política. Desencadenada la Segunda Guerra Mundial,
un sector del ejército se inclinó hacia el Eje; pero los sectores liberales apoyaron a Ortiz, que decretó la
neutralidad.
Afectado por una ceguera incurable, Ortiz debió renunciar en junio de 1940 y ocupó la presidencia Castillo,
conservador definido y que apenas disimulaba su simpatía por Alemania. El gobierno de Castillo duró tres
años y desde el primer momento se advirtió que retornaba a la tradición del fraude. Si en ello no innovaba,
se atrevió a acentuar aún más las tendencias reaccionarias de sus predecesores. Los grupos pronazis lo
rodearon y riñeron su administración con sombríos colores. Y los sectores militares favorables al Eje
trataron de forzar la política nacional para orientarla en el sentido que ellos preferían.
Pero el curso de la guerra mundial obligó a revisar las posiciones. Fuertes movimientos, como el que se
denominó Acción Argentina, se organizaron para defender la causa de las potencias democráticas. Y en el
seno de los grupos allegados al gobierno comenzaron a dividirse las opiniones entre los que buscaban, para
las elecciones que debían realizarse en 1944, un candidato que respondiese a los intereses de los Estados
Unidos y los que buscaban uno que no precipitara esa definición.
Castillo se inclinó hacia los primeros y apoyó la candidatura de Robustiano Patrón Costas, en quien se creía
ver cierta tendencia a unir el destino del país a los Estados Unidos, acaso por sus intereses industriales que
no lo aproximaban a Gran Bretaña, como ocurría con los ganaderos de la provincia de Buenos Aires. Esa
preferencia pareció peligrosa a los sectores pronazis del ejército, agrupados en una logia secreta conocida
con el nombre de GOU (Grupo de Oficiales Unidos). La posibilidad de un vuelco hacia la causa de los
aliados podía poner en descubierto su actividad, contraria a la neutralidad formalmente mantenida por el
gobierno, y el 4 de junio de 1943, ante la mirada estupefacta de la población de Buenos Aires, que no
sospechaba la inminencia de un golpe militar, sacaron a la calle las tropas de las guarniciones vecinas a la
Capital y depusieron sin lucha al presidente de la República, cuyo ministro de guerra encabezaba la
insurrección. Así terminó la república conservadora, suprimida por una revolución pretoriana análoga a la
que le había dado nacimiento, en el momento en que, en Europa, la suerte de las armas comenzaba a girar
hacia las democracias. Pero la revolución de junio no giraba hacia la democracia, sino que aspiraba a iniciar
en el país una era de sentido análogo al de la que en Europa terminaba ante la execración universal.
La República de Masas
(1943- 1955)
La revolución del 4 de junio llevó al poder, a los dos días de su triunfo, al general Pedro P. Ramírez,
ministro de Guerra del gobierno derrocado. Los coroneles del Grupo de Oficiales Unidos (GOU) se
distribuyeron los principales cargos y desde ellos comenzaron a actuar con tal desarmonía que fue difícil
establecer el sentido general de su orientación política. Lo importante era, en el fondo, salvar la situación
creada por los compromisos de ciertos grupos con los países del Eje; pero mientras se resolvía este
problema, se procuró intentar una política popular congelando alquileres o destituyendo magistrados y
funcionarios acusados de inconducta. Para resolver la cuestión de fondo, el ministro de Relaciones
Exteriores aventuró una gestión ante el gobierno de los Estados Unidos que concluyó en una lamentable
humillación; y finalmente, no quedó otra salida que resolver la declaración de guerra a Alemania y al Japón
en enero de 1944.
El estado de guerra justificó la represión del movimiento opositor y sirvió para que el gobierno se incautara
de los bienes que consideró "propiedad enemiga". Pero mientras los coroneles ultimaban este episodio,
uno de ellos, Juan D. Perón, descubría la posibilidad de poner en funcionamiento un plan más sutil. Aun
cuando ocupaba la Subsecretaría de Guerra, logró que se le designara presidente del Departamento
Nacional del Trabajo, y sobre esa base organizó en seguida la Secretaría de Trabajo y Previsión con
jerarquía ministerial. Con la experiencia adquirida en Italia durante la época fascista y con el consejo de
algún asesor formado en el sindicalismo español, Perón comenzó a buscar el apoyo de algunos dirigentes
obreros y logró, no siempre limpiamente, atraerse ciertos sectores sindicales.
Desde entonces, el gobierno comenzó a contar con un pequeño respaldo popular que fue creciendo a
medida que progresaba el plan del nuevo secretario de Trabajo.
Reemplazado Ramírez por el general Edelmiro J. Farell en febrero de 1944, la fisonomía del gobierno
comenzó a variar sensiblemente bajo la creciente influencia de Perón, que ocupó, además de la Secretaría
de Trabajo y Previsión, el Ministerio de Guerra y la vicepresidencia del gobierno provisional. La orientación
gubernamental se definió. Por una parte se procuró destruir a los opositores, en parte por la vía de la
represión, y en parte por la creación de una atmósfera hostil a los partidos tradicionales a los que, en
conjunto, se hacía responsables de la perversión de la democracia que sólo habían promovido los
conservadores.
Por otra, se trató de poner en funcionamiento un plan de acción para consolidar el poder de los grupos
dominantes, organizando las fuerzas económicas y sociales del país de tal manera que quedaran al servicio
de los designios de hegemonía continental que acariciaba el Estado Mayor del Ejército. Estas ideas fueron
expuestas por Perón en un discurso pronunciado en la Universidad de La Plata y transformadas en el
fundamento de su futuro programa político.
A medida que crecía la influencia de Perón se advertía que buscaba apoyarse simultáneamente en el
ejército y en el movimiento sindical. Esta doble política lo obligaba a una constante vigilancia. Los sectores
obreros acogían con satisfacción la inusitada política laboral del gobierno que los favorecía en los conflictos
con los patrones, estimulaba el desarrollo de las organizaciones obreras adictas y provocaba el alza de los
salarios; pero subsistían en su seno muchas resistencias de quienes conocían la política laboral fascista. En
el ejército, por su parte, algunos grupos reconocían la capacidad de conducción de Perón y aprobaban su
plan de atraer a los obreros con el ofrecimiento de algunas ventajas para sujetarlos a los ambiciosos planes
del Estado Mayor; pero otros no tardaron en descubrir el peligro que entrañaba la organización de poder
que Perón construía rápidamente en su beneficio, y opinaron que constituía una amenaza para las
instituciones democráticas. Esta fue también la opinión de los partidos tradicionales y de los vastos
sectores de clase media que formaron en la "Marcha de la Constitución y de la Libertad", nutrida
concentración con la que se quiso demostrar la impopularidad del gobierno y el repudio a sus planes. La
defensa de la democracia formal unía a todos los sectores, desde los conservadores hasta los comunistas.
El nombre de los próceres sirvió de bandera, y por sobre todos el de Sarmiento, el civilizador, cuya
biografía daba a luz por esos días Ricardo Rojas llamándole El profeta de la pampa.
La presión de los sectores conservadores movió a un grupo militar a exigir, el 9 de octubre de 1945, la
renuncia de Perón a todos sus cargos y su procesamiento. En el primer instante, la ofensiva tuvo éxito,
pero las fuerzas opositoras no lograron luego aprovecharlo y dieron tiempo a que se organizaran los
sectores ya definidamente peronistas, los que, con decidido apoyo militar y policial, se dispusieron a
organizar un movimiento popular para lograr el retorno de Perón. El 17 de octubre nutridas columnas de
sus partidarios emprendieron la marcha sobre el centro de Buenos Aires desde las zonas suburbanas y se
concentraron en la plaza de Mayo solicitando la libertad y el regreso de su jefe. Acaso sorprendida por el
inesperado apoyo popular que éste había logrado, la oposición no se atrevió a obrar y el gobierno ofreció
una suerte de transacción: Perón quedaría en libertad, abandonaría la función pública y afrontaría la lucha
electoral en elecciones libres que controlaría el ejército.
Una vez en libertad, Perón apareció en el balcón de la Casa de Gobierno y consolidó su triunfo arengando a
la muchedumbre en un verdadero alarde de demagogia. El panorama político del país cambió, pues, desde
el 17 de octubre. Hasta ese momento los partidos tradicionales habían estado convencidos de que el
movimiento peronista era impopular y que la mayoría seguía aglutinándose alrededor del radicalismo;
pero desde entonces comenzaron a convencerse del arraigo que la nueva política obrera había adquirido.
La consecuencia fue la formación de la Unión Democrática, frente electoral en el que se unieron
conservadores, radicales, demócratas progresistas, socialistas y comunistas para sostener, frente a la de
Perón, la candidatura radical de José P. Tamborini.
El 24 de febrero de 1946, en elecciones formalmente inobjetables, la fórmula Perón- Quijano triunfó en
casi todo el país con 1 500 000 votos, que representaban el 55% de la totalidad de los electores. Antes de
entregar el gobierno, Farrell adoptó una serie de medidas para facilitar la obra de Perón, entre ellas la
intervención a todas las universidades y la expulsión de todos los profesores que habían tenido alguna
militancia contra él.
Cuando Perón ocupó la presidencia el 4 de junio de 1946, continuó la remoción de los cuadros
administrativos y judiciales sin detenerse siquiera ante la Corte Suprema de Justicia. Gracias al
incondicionalismo del parlamento pudo revestir todos sus actos de una perfecta apariencia constitucional.
El presidente contaba con una floreciente situación económica. Gracias a la guerra mundial el país había
vendido durante varios años a buenos precios su producción agropecuaria y había acumulado fuerte
reserva de divisas a causa de la imposibilidad de importar productos manufacturados. De 1 300 millones en
1940, las reservas de divisas llegaron a 5 640 millones en 1946, y esta situación siguió mejorando hasta
1950 a causa de las buenas cosechas y de la demanda de productos alimenticios por parte de los países
que sufrían las consecuencias de la guerra. La Argentina se hizo pagar a buen precio sus productos, de
acuerdo con la tesis poco generosa del presidente del Banco Central, Miguel Miranda, que inspiró la
política económica del gobierno durante varios años. Esa circunstancia permitió a Perón desarrollar una
economía de abundancia que debía asegurarle la adhesión de las clases populares.
En cuanto a su política laboral hay que distinguir tres aspectos. En primer lugar, procuró acentuar los
elementos emocionales de la adhesión que le prestaba la clase obrera. Tanto su oratoria como la acción y
la palabra de su esposa, Eva Duarte de Perón —a quien se le había asignado específicamente esa función—
, estaban destinadas a destacar la actitud paternal del presidente con respecto a los que vivían de su
salario y a los necesitados. Una propaganda gigantesca y bien organizada llevaba a todos los rincones de la
República el testimonio de esa preocupación por el bienestar de los que, desde la campaña electoral, se
llamaban los "descamisados", manifestada en desordenadas distribuciones de paquetes con ropas y
alimentos, o en obsequios personales de útiles de trabajo o medicinas. Y cuando se convocaba una
concentración popular, los discursos del presidente y de su esposa adquirían los matices de una verdadera
explosión sentimental de amor por los humildes.
En segundo lugar, se logró establecer una organización sindical rígida a través de la Confederación General
del Trabajo, que agrupó a varios millones de afiliados de todos los sindicatos, obligados a incorporarse y a
contribuir automáticamente. Estrechamente vigilada por el presidente y por Eva Perón, la CGT respondía
incondicionalmente a los designios del gobierno y transmitía sus consignas hacia los sindicatos y los
delegados de fábrica que, a su vez, las hacían llegar a la base.
Finalmente, el gobierno mantuvo una política de salarios altos, a través de la gestión de contratos
colectivos de trabajo que generalmente concluían mediante una intervención directa del Ministerio de
Trabajo y Previsión. Esta política no fue, en modo alguno, perjudicial para los patrones, quienes
trasladaban automáticamente esos aumentos de salarios a los precios, con lo que se acentuó la tendencia
inflacionista de la política económica gubernamental. Leyes jubilatorias, indemnizaciones por despido,
vacaciones pagadas, aguinaldo y otras ventajas directas dieron la impresión a los asalariados de que vivían
dentro de un régimen de protección, acentuada por los cambios que se produjeron en las formas de trato
entre obreros y patrones.
La política económica no fue menos novedosa y su rasgo predominante fue el intervencionismo estatal y la
nacionalización de los servicios públicos. El 1° de marzo de 1947, de manera espectacular, fue proclamada
la recuperación de los ferrocarriles, que, sin embargo, habían sido adquiridos a las empresas inglesas en la
suma de 2462 millones de pesos, pese a que la Dirección Nacional de Transportes los había valuado poco
antes en 730 millones. Lo mismo se hizo con los teléfonos, el gas y la navegación fluvial. Pero la
predominante preocupación política del gobierno impidió una correcta administración de los servicios, de
modo que disminuyeron los niveles de eficacia y el monto de las ganancias.
A partir de 1950 la situación comenzó a cambiar. Una prolongada sequía malogró las cosechas y los precios
internacionales comenzaron a bajar. En la vida interna, se acusaban cada vez más los efectos de la
inflación, que hacía ilusorios los aumentos de salarios obtenidos por los sindicatos a través de gestiones
cada vez más laboriosas. Las posibilidades ocupacionales y la esperanza de altos jornales comenzaron a ser
cada vez más remotas.
Pese a todo, Perón pudo conservar la solidez de la estructura política en que se apoyaba. La depuración del
ejército le aseguró su control, y la organización electoral se mantuvo incólume. Pero, ciertamente, carecían
de fuerza los partidos políticos que lo apoyaban. Con o sin ellos, Perón mantenía su pequeño margen de
ventaja sobre todas las fuerzas opositoras unidas, sobre todo a partir de la aplicación de la ley de sufragio
femenino, sancionada en 1947.
La gigantesca organización de la propaganda oficial contaba con múltiples recursos; los folletos y cartillas,
el control de casi todos los periódicos del país, el uso de la radio, la eficaz oratoria del presidente y de su
esposa y los instrumentos de acción directa, como la Fundación Eva Perón, que manejaba ingentes sumas
de dinero de origen desconocido, todo ello mantenía en estado de constante tensión a una masa que no
advertía que la política de salarios y mejoras sociales no iba acompañada por ninguna reforma
fundamental que asegurara la perduración de las ventajas obtenidas. Ni los signos inequívocos de la
inflación consiguieron despertar la desconfianza frente a la singular "justicia social" que proclamaba el
gobierno.
En el fondo, la propaganda tenía como finalidad suprema mantener la autoridad personal de Perón, y tal
fue también el sentido de la reforma constitucional de 1949, que incorporó al histórico texto numerosas
declaraciones sobre soberanía y derechos de los trabajadores sólo para disimular su verdadero objeto, que
consistía en autorizar la reelección presidencial. Otros recursos contribuyeron a robustecer el régimen
personalista: la obsecuencia del parlamento, el temor de los funcionarios y, sobre todo, la inflexible
represión policial de las actividades de los adversarios del régimen.
El fallecimiento de Eva Perón en 1952 constituyó un duro golpe para el régimen. Reposaba sobre sus
hombros la vigilancia del movimiento obrero y a su muerte, el presidente tuvo que desdoblar aún más su
personalidad para asegurar su control del ejército y mantener su autoridad sobre la masa obrera.
El conflicto con la Iglesia, que alcanzó ciertos matices de violencia y a veces de procacidad, contribuyó a
minar el apoyo militar a Perón, apartando de él a los sectores nacionalistas y católicos de las fuerzas
armadas. Repentinamente, la vieja conspiración militar comenzó a prosperar y se preparó para un golpe
que estalló el 16 de junio de 1955.
La Casa de Gobierno fue bombardeada por los aviones de la Armada, pero los cuerpos militares que debían
sublevarse no se movieron y el movimiento fracasó. Ese día grupos regimentados recorrieron las calles de
Buenos Aires con aire amenazante, incendiaron iglesias y locales políticos, pero el presidente acusó el
golpe porque había quedado al descubierto la falla que se había producido en el sistema que lo sustentaba.
Acaso no era ajena a esa crisis la gestión de contratos petroleros que el presidente había iniciado con
algunas empresas norteamericanas.
En los sectores allegados al gobierno comenzó un movimiento para reordenar sus filas. Ante la evidente
retracción de las fuerzas armadas, el movimiento obrero peronista creyó que podía acentuar su influencia.
Un decidido sector de dirigentes de la Confederación General del Trabajo comenzó a presionar al
disminuido presidente para que armara a las milicias populares.
Pero el planteo obrero amenazaba con desembocar en una verdadera revolución, y Perón, cuya auténtica
política había sido neutralizar a las masas populares, esquivó la aventura a que se lo quería lanzar. En esas
condiciones, la conspiración militar adquirió nuevo vuelo bajo la dirección del general Eduardo Lonardi, y
estalló en Córdoba el 16 de septiembre. Hubo allí acciones violentas, pero la sublevación general de la
marina, que concentró sus barcos en el Río de la Plata y amenazó con bombardear la Capital, enfrió el
escaso entusiasmo de los jefes aún adictos a Perón. Pocos días después el presidente entregó su renuncia y
Lonardi se hizo cargo del poder.
Subrepticiamente, Perón se refugió en la embajada del Paraguay y poco después se embarcó en una
cañonera que lo llevó a Asunción. De la férrea organización que lo había sostenido no quedaron sino vagos
vestigios incapaces de resistir. De la obra que había emprendido para asegurar la "justicia social" no
subsistió sino el melancólico recuerdo de los anuales aumentos de jornales que ilusionaban a quienes
enjugaban con el pago de las retroactividades las deudas que la inflación les había obligado a contraer. De
la proclamada independencia económica" no subsistía sino el recuerdo de los leoninos contratos
petroleros que había gestionado con los monopolios internacionales. Cuarenta y ocho horas bastaron para
poner al descubierto la constitutiva debilidad de la obra de diez años. Sólo quedaban unas masas
populares resentidas por el fracaso, que se negaban a atribuir al elocuente conductor, y procuraban
endosar a la "oligarquía". Y quedaba una "oligarquía" que confiaba en subsistir y en prosperar, gracias a la
fortaleza que había logrado al amparo de quien se proclamaba su enemigo. Pero indudablemente la
relación entre oligarquía y masas populares quedaba planteada en el país en nuevos términos, porque los
sectores obreros urbanos habían crecido considerablemente y habían adquirido no sólo experiencia
política, sino también el sentimiento de su fuerza como grupo social.
La República en Crisis (1955-1973)
Las diferencias entre los grupos que habían derribado a Perón se manifestaron de inmediato. Los sectores
nacionalistas y católicos, algunos de ellos comprometidos con el régimen peronista durante largo tiempo,
inspiraron la política del presidente Lonardi, quien proclamó que no había "ni vencedores ni vencidos".
Hubo un intento de acercamiento a los dirigentes sindicales, bien dispuestos a tratar con los vencedores,
pero éste no llegó a cuajar: el 13 de noviembre de 1955 los sectores liberales y rígidamente antiperonistas,
nucleados en torno del vicepresidente Rojas, separaron a Lonardi y colocaron en su lugar al general Pedro
Eugenio Aramburu.
Desde entonces, las figuras de tradición liberal —conservadores y radicales, abogados y empresarios—
predominaron en la administración y fijaron la posición del gobierno, que fue definida explícitamente
como una prolongación de "la línea de Mayo y Caseros". La fórmula significaba un retorno al liberalismo;
pero aplicada a la situación del momento expresó la adopción de una actitud conservadora, especialmente
en materia económica y social Proscripto el peronismo, el gobierno estimuló la acción de los viejos partidos
políticos y constituyó la Junta Consultiva, de la que sólo quedaron excluidos los partidos de extrema
izquierda y extrema derecha. En su seno se debatieron ampliamente importantes problemas,
advirtiéndose la aparición de contrapuestas corrientes de opinión frente a cada uno de ellos.
El gobierno demostró su decisión de acelerar la normalización institucional del país. Para prepararla,
convocó una convención para la reforma de la Constitución, que se reunió en Santa Fe y congregó a
representantes de casi todos los partidos, por haberse puesto en práctica el principio de la representación
proporcional. El hecho político sobresaliente de ese período fue la división de la Unión Cívica Radical en
dos sectores —la UCR Intransigente y la UCR del Pueblo— bajo las direcciones de Arturo Frondizi y Ricardo
Balbín, respectivamente. La UCRI había comenzado a adoptar una actitud de oposición frente al gobierno,
acusándolo de seguir una política antipopular. En las elecciones de convencionales de 1957 los dos
sectores del radicalismo demostraron una paridad de fuerzas mientras que los votos en blanco eran la
mayoría.. Para forzar al electorado en las futuras elecciones presidenciales La UCRI decidió retirarse de la
Convención. Ésta no pudo cumplir su cometido y se limitó a establecer la vigencia de la Constitución de
1853, con el agregado de una declaración que instituyó los derechos sociales.
Para las elecciones presidenciales el candidato de la UCRI, Arturo Frondizi, obtuvo el apoyo de los votos
peronistas, obteniendo la mayoría en las elecciones del 23 de febrero de 1958. Frondizi esperaba impulsar
al país con los capitales extranjeros. La ley de Radicación de Capitales les concedió condiciones harto
atractivas, reforzadas por la ley de Promoción Industrial; en materia energética, el propio presidente
condujo la negociación, que culminó con una serie de contratos para la exploración y explotación de las
reservas petroleras.
Paralelamente, el gobierno solucionaba la situación de las empresas eléctricas, adquiriendo el equipo
instalado y constituyendo la empresa SEGBA, con mayoría estatal.
En esos años la entrada de capitales extranjeros, especialmente norteamericanos, fue muy importante,
desarrollándose rápidamente las industrias básicas, como la petroquímica y la siderúrgica, y también la
automotriz. Los primeros meses de gobierno fueron de acelerada expansión, acentuada por un aumento
masivo de salarios que, en parte, retribuía el apoyo electoral de los sectores obreros. La inflación que
desató obligó pronto a aplicar fórmulas económicas más ortodoxas: al Plan de Estabilización y Desarrollo
de diciembre de 1958 siguió, en junio de 1959, la incorporación como ministro de Economía del ingeniero
Álvaro Alsogaray, campeón de la política económica ortodoxamente liberal y declarado enemigo del grupo
encabezado por Frigerio. Alsogaray aplicó en los dos años siguientes un programa estabilizador ortodoxo:
restricción crediticia, reducción del déficit fiscal, congelamiento de salarios, fuerte devaluación y supresión
de los subsidios que, a través de tipos de cambio preferenciales, recibían muchas empresas nacionales.
El costo social de esta política fue muy alto, especialmente por la secuela de cierres y la creciente
desocupación. Pasado el peor momento de la crisis, y cuando comenzaba una nueva fase expansiva,
Alsogaray fue reemplazado y se retomó, parcialmente, la política originaria.
El gobierno cumplió parte de sus compromisos con el sindicalismo peronista: se sancionó la ley de
Asociaciones Profesionales, que daba una gran capacidad de maniobra a los dirigentes, y en 1961 se
normalizó la CGT. A pesar de que el gobierno llegó a contar con un grupo de dirigentes adictos, la oposición
sindical fue creciendo en intensidad, sobre todo luego de la aplicación del Plan de Estabilización de 1959.
En enero de 1959 fue necesario ocupar militarmente el Frigorífico Nacional, para desalojar a los obreros
que resistían la intervención.
En mayo, Perón denunció el pacto firmado con Frigerio en vísperas de las elecciones, lo que motivó el
alejamiento del asesor presidencial, y desde entonces creció la resistencia sindical, agravada por reiterados
actos de sabotaje.
Tampoco eran fáciles las relaciones con las fuerzas armadas, que desconfiaban de la versatilidad del
presidente. Ya en 1958 se produjeron los primeros "planteos" (fórmula con la que se empezaron a conocer
las perentorias exigencias de las Fuerzas Armadas), que se fueron agravando a medida que el estado
deliberativo ganaba las filas militares. Ante cada coyuntura, los distintos jefes expresaban opiniones
diferentes y no faltaron, en 1959, episodios en los que grupos antagónicos estuvieron a punto de dirimir
sus diferencias a cañonazos en plena ciudad.
Frente a las reiteradas presiones, el presidente optó por tratar de salvar su cargo y no vaciló en sacrificar,
una y otra vez, a cada uno de sus cuestionados colaboradores civiles o militares. En marzo de 1960 dispuso
la aplicación del llamado Plan Conintes, por el que las Fuerzas Armadas asumían la tarea de enfrentar la
creciente oposición generada en los sectores obreros.
La política exterior de Frondizi creó un nuevo campo para las fricciones. El lanzamiento del programa de la
Alianza para el Progreso por el presidente Kennedy —mirado con desconfianza por buena parte de los
sectores tradicionales de ambas Américas— encontró en Frondizi un entusiasta partidario.
Simultáneamente se había producido la crisis cubana, y el movimiento revolucionario del Caribe suscitaba
en Buenos Aires una amplia ola de simpatía, en virtud de la cual en 1961 fue elegido senador por la Capital
el socialista Alfredo L. Palacios.
Frondizi se propuso mediar entre Estados Unidos y Cuba, y comenzó a desarrollar, en materia de política
exterior, una línea cada vez más independiente. Sus entrevistas con el presidente brasileño Quadros —otro
heterodoxo— y luego con el ministro cubano de Industrias, Ernesto Guevara, suscitaron una creciente
oposición entre los mandos militares, quienes lo obligaron finalmente a romper relaciones con Cuba, a
pesar de que poco tiempo antes Frondizi había declarado enfáticamente que no lo haría.
Sin embargo, el problema más complejo era el electoral, y en él se jugaba su suerte un gobierno cada vez
más huérfano de apoyo. El camino a la elección de marzo de 1962 constituyó una suerte de gigantesco
equívoco, pues los peronistas, que dudaban de las ventajas de un triunfo, especularon con la posibilidad de
ser proscriptos y ofrecieron un elenco de candidatos francamente irritativos, especialmente en la provincia
de Buenos Aires. Alentado por algunos éxitos previos, el gobierno prefirió arriesgarse a vencerlos en las
elecciones y fracasó: mientras los radicales del pueblo triunfaban en Córdoba y el partido oficial sólo se
anotaba un éxito significativo en la Capital Federal, los partidos peronistas ganaban ocho provincias, entre
ellas la de Buenos Aires. Esto selló la suerte del gobierno: anticipándose a lo que juzgaba una segura
exigencia militar, el presidente decidió intervenir las provincias en que habían triunfado los peronistas,
aunque no logró con ello evitar su deposición, apenas demorada unos días por la visita que por entonces
realizaba el príncipe de Edimburgo. El 29 de marzo de 1962 los jefes militares detenían al presidente
Frondizi y lo confinaban en la isla Martín García; concluía así, con un rotundo fracaso, el primer intento de
encontrar una solución a la crisis política iniciada en 1955.
Mientras los jefes militares deliberaban sobre el rumbo a seguir, José María Guido, presidente provisional
del Senado y primero en la línea sucesoria institucional (el vicepresidente electo había renunciado en 1958)
se presentaba sorpresivamente ante la Corte Suprema de Justicia y prestaba juramento como presidente.
El año 1962 fue difícil en lo económico y también en lo político. Dentro de las Fuerzas Armadas la
deliberación llegó a su grado más alto y condujo a repetidos enfrentamientos abiertos. Se discutía, sobre
todo, la pertinencia de intentar una nueva salida electoral, visto que de uno u otro modo la decisión
quedaba en definitiva en manos de los votos peronistas. A esto se agregaba la creciente desconfianza que
algunos sectores tenían hacia los dirigentes políticos en general, e iba cobrando cuerpo la idea de un
gobierno puramente militar. Esta opinión no era por entonces unánime y, frente a esa tendencia,
caracterizada por un estricto liberalismo en materia económica y una firme posición antiperonista, se fue
constituyendo otra, proclive a una salida electoral que resguardara la legalidad, pero preocupada, sobre
todo, por la creciente politización de las Fuerzas Armadas. La vuelta a la legalidad era para esos jefes
militares el único camino para que las Armas retornaran a la senda profesional. En septiembre de 1962 la
situación hizo crisis en el ejército, y los dos bandos, conocidos como colorados y azules (colores que
identificaban a los contendientes en los juegos de guerra académicos) llegaron a un choque armado que
tuvo por escenario las calles de la capital. Triunfó el grupo azul, legalista, cuyo jefe, el general Onganía, fue
designado comandante en jefe del Ejército. Todavía hubo un nuevo episodio de este enfrentamiento
cuando la Marina, simpatizante con el grupo colorado, pero voluntariamente marginada de los incidentes
anteriores, se rebeló en abril de 1963. El enfrentamiento fue entonces mucho más violento y la victoria de
los azules, concluyente.
El 7 de julio de 1963 los votos en blanco fueron otra vez muy importantes pero, gracias al aporte de una
parte de los votos peronistas, la Unión Cívica Radical del Pueblo ocupó el primer puesto., con apenas algo
más del 25% de los sufragios. En el Colegio Electoral hubo acuerdo para consagrar presidente a su
candidato, Arturo lllia.
Carente de una sólida mayoría electoral y con pocos apoyos entre los restantes factores de poder, el
gobierno encabezado por el Dr. lllia apenas pudo ofrecer un elenco honorable y una conducción mesurada,
suficiente seguramente para un período normal, pero incapaz de elaborar una alternativa imaginativa y
sólida para la casi crónica crisis política. Durante su campaña, el partido había hablado de nacionalismo
económico, de intervención estatal y de protección a los consumidores, y estos principios orientaron su
política económica. Buenas cosechas y una mejora en la balanza de pagos permitieron un aumento relativo
de los salarios y un estímulo a la demanda, con lo que se solucionó la desocupación y se puso fin a la aguda
crisis cíclica. La sanción de la ley de Abastecimientos procuró, con poca eficacia, defender a los
consumidores, mientras que retiraba parte del apoyo crediticio a las grandes empresas, derivándolo a las
pequeñas, de capital nacional. Los contratos petroleros firmados por Frondizi fueron anulados y,
finalmente, renegociados, al tiempo que se modificaba el acuerdo con SEGBA, asegurando la mayoría
estatal en la conducción. Esta política nacionalista no pasó de allí, pero creó reticencias entre los inversores
extranjeros, que cesaron de hacer nuevos aportes.
En lo económico, el estancamiento fue progresivo, mientras que en lo político se advertía, con creciente
claridad, que el gobierno carecía de una salida posible. A principios de 1963 se normalizó la CGT y los
sindicalistas peronistas sumieron su conducción; el gobierno procuró hostilizarlos, sobre todo mediante la
reglamentación de la ley de Asociaciones Profesionales y el estímulo a los grupos sindicales minoritarios.
Los sindicatos se enfrentaron pronto con el gobierno y en 1964 lanzaron un "Plan de Lucha" que concluyó
con la ocupación pacífica por los obreros de 11 000 establecimientos fabriles. Por entonces se estaba
desarrollando, dentro del movimiento peronista, una tendencia a establecer relaciones más flexibles y
distantes con el ex presidente, por entonces residente en Madrid.
Las elecciones de 1965 llevaron al Congreso Nacional a muchos diputados neoperonistas, que hicieron
alardes de convivencia con sus colegas. Sin embargo, a nadie escapaba que las elecciones de gobernadores
en 1967 reactualizarían el problema que había provocado la caída de Frondizi en 1962. Por entonces, las
relaciones entre el Ejército y el gobierno eran cada vez más frías y, mientras se veía con preocupación la
futura e inevitable crisis, cobraba cuerpo entre los jefes militares la idea de constituir un gobierno que,
excluyendo a los partidos políticos, integrara a las Fuerzas Armadas con los "factores reales de poder",
sobre todo empresarios y sindicatos. Durante los meses iniciales de 1966, mientras los dirigentes sindicales
acentuaban su presión, una campaña periodística minó el prestigio del gobierno, acusándolo de lento e
ineficiente. El 28 de junio de ese año los tres comandantes en jefe depusieron al presidente Illia. La
situación no era nueva —aunque sí lo era la dignidad con que el presidente afrontaba su destino sin torcer
su conducta— y ponía fin al segundo intento para solucionar la crisis política iniciada en 1955.
La presencia de varios sindicalistas en la ceremonia en que juró el nuevo presidente, general Juan Carlos
Onganía, pareció confirmar la existencia de un acuerdo entre el poder militar y el poder sindical. Sin
embargo, el flamante presidente dio pronto pruebas de no estar dispuesto a compartir sus
responsabilidades con nadie y los propios mandos militares debieron dar un paso atrás. Por entonces
Onganía no sólo reñía el apoyo pleno de las Fuerzas Armadas, sino que gozaba de un vasto consenso
nacional, y había una suerte de confianza general en su capacidad para realizar los cambios que a todos
parecían urgentes. De ese modo, el nuevo presidente pudo anunciar, sin despertar mayores resistencias,
que su gobierno carecía de plazos.
En marzo de 1967 asumió el ministerio de Economía Adalberto Krieger Vasena, autor de uno de los
programas más coherentes en concepción y ejecución, que haya conocido la República en crisis. Se atacó
decididamente la inflación mediante la racionalización del Estado, la reducción del déficit y el
congelamiento de los salarios, regulados por el gobierno.
Se suprimieron los subsidios indirectos a ciertas industrias y a regiones marginales; se realizó una fuerte
devaluación, que aseguró a la moneda un largo período de estabilidad, pero simultáneamente se aplicó
una retención a las exportaciones que impidió que sus beneficiarios fueran los sectores agropecuarios. Con
esta masa de dinero el Estado emprendió una serie de obras públicas —El Chocón, el Nihuil, el túnel Santa
Fe-Paraná, los accesos a la Capital— que en muchos casos solucionaban graves problemas para el
crecimiento del sector industrial. Se procuró con estas medidas alentar a las empresas eficientes, y este
vocablo, el "eficientismo", sirvió para definir toda la nueva política: eficientes eran aquellas empresas que
producían según normas y costos internacionales, capaces de competir en el mercado mundial, y sobre
todo las filiales de las grandes corporaciones extranjeras, que por esos años consolidaron su posición en el
país.
Es posible que, con más tiempo, esta política hubiera dado sus frutos; pero en lo inmediato suscitó
resistencias tales que determinaron su fracaso. No eran solamente los disconformes los sectores
asalariados, que veían sensiblemente reducida su capacidad adquisitiva; eran también las empresas de
capital nacional, afectadas por la disminución de las ventas y la restricción del crédito; los grupos
agropecuarios, gravados con fuertes impuestos; provincias enteras, como Tucumán o Chaco, cuyas
economías locales sufrían los efectos de la política adoptada; y otros sectores menos precisos, pero
igualmente amplios, como los inquilinos, afectados por la liberación de los alquileres. Era un movimiento
general de protesta que, con dificultad y poca claridad, trataba de manifestar el descontento popular.
A lo largo de 1969 la "paz militar" fue deteriorándose. Comenzó a conocerse por entonces la acción de los
grupos armados clandestinos que, a partir de algunas acciones de notoriedad, ingresaron en la vida política
argentina para no abandonarla por mucho tiempo. Más espectaculares fueron algunos estallidos
antigubernamentales en ciudades del interior, en los que si bien participaron aquellos grupos armados,
hubo una evidente movilización popular, expresiva de las tensiones acumuladas en la sociedad argentina.
La más espectacular fue la ocurrida en Córdoba, a fines de mayo de 1969, cuando por un par de días la
ciudad estuvo en manos de los insurrectos.
Aquel movimiento, el llamado "cordobazo", hirió de muerte al gobierno de Onganía. Muchos de quienes lo
habían apoyado, desilusionados por la falta de perspectivas de su política, ordenancista, poco flexible y
carente de creatividad, descubrieron que ni siquiera era totalmente eficaz para salvaguardar el orden
público. Hubo rectificaciones parciales, como el relevo del ministro de Economía pero en lo sustancial el
presidente se negó a rever el rumbo y aun a aceptar las sugestiones de los mandos militares. En junio de
1970, en momentos en que el asesinato, poco claro por entonces, del ex presidente Aramburu agregaba un
nuevo elemento de dramaticidad, los tres comandantes militares, recientemente designados por el
presidente Onganía, disponían su relevo y su reemplazo por el general Levingston, por entonces en Estados
Unidos, prácticamente desconocido para la opinión pública.
Esta falta de autoridad y poder propios signó el gobierno del nuevo presidente y sus relaciones con la Junta
de Comandantes. La violencia, recientemente establecida, continuó y aun se profundizó, anotándose
nuevas y espectaculares acciones. Pareció, pues, necesario encontrar para el gobierno iniciado en 1966
una salida ampliando las bases consensuales del poder, permitiera levantar un sólido dique a la violencia.
El presidente Levingston procuró buscar la salida al margen de los dirigentes políticos tradicionales,
dirigiéndose a lo que llamaba "la generación intermedia". También trató de innovar en materia económica,
y el nuevo ministro, Aldo Ferrer, se propuso "argentinizar" la economía, apoyando al empresariado
nacional. Si en este aspecto no hubo logros espectaculares, en cambio se desató una espectacular e
incontrolable inflación que agregó otro elemento irritante al conflictivo panorama. Mientras tanto, los
partidos tradicionales procuraron, por su cuenta, hallar la fórmula de la salida política. En noviembre de
1970 el radicalismo, el justicialismo (nombre con que el peronismo procuraba hacer olvidar viejos agravios)
y muchos otros partidos suscribían un documento, La Hora del Pueblo, que constituyó la base de la futura
salida política. Los proyectos del presidente y de los partidos eran, en el fondo, incompatibles, y finalmente
la Junta de Comandantes, que consideró más viable este último, decidió a su vez relevar a Levingston y
reemplazarlo por el comandante en jefe del Ejército, general Alejandro Lanuza. Por primera vez, ambos
cargos eran desempeñados por una misma persona. Por entonces era evidente que el tercer ensayo de
superar la crisis política iniciada en 1955 había fracasado, y el nuevo gobierno se preocupó casi
exclusivamente de buscar una salida política.
El Perón de 1972 aparecía muy distinto al de años anteriores. Abandonando casi totalmente (aunque no
del todo) sus antiguas y rígidas consignas, se manifestaba abierto al diálogo y dispuesto al acuerdo con sus
antiguos enemigos, con quienes procuraba lograr un amplio frente de coincidencias para reconstruir la
República. Mientras tanto, cobraba cuerpo entre aquéllos una suerte de aceptación tácita del derecho del
peronismo a volver al gobierno.
Es que Perón se había convertido, por la fuerza de las circunstancias, en la única alternativa al poder
militar, y la polarización que se dio en torno a él ese año constituyó uno de los fenómenos más dramáticos
e interesantes de nuestra historia. Estaban, naturalmente, quienes provenían del peronismo histórico,
celosos defensores de lo que empezaba a llamarse la "verticalidad", esto es, el acatamiento a la voluntad,
real o supuesta, del líder. Pero junto con ellos estaban también los activistas de todas las tendencias, desde
la extrema derecha hasta la extrema izquierda, que veían en el anciano líder la herramienta eficaz de
múltiples cambios. Otros en cambio, veían en la figura de Perón la última posibilidad de un orden legítimo,
que cerrara la crisis política en que se debatía el país desde 1955. Finalmente, grupos de empresarios
nacionales y extranjeros, e inclusive de dirigentes rurales, eran captados por el lenguaje de un político de
masas que, en los largos años del exilio, parecía haberse transformado en un verdadero estadista. El
carisma de Perón operó esta vasta polarización, que se tradujo en el triunfo masivo, por dos veces, del
frente electoral por él impulsado. El año 1973 pareció cerrar definitivamente un ciclo de inestabilidad y
frustraciones. En poco tiempo, sin embargo, la República descubrió que todavía le quedaba por vivir la más
aguda y dolorosa de sus crisis.
Pérdida y Recuperación de la República
(1973-1996)
El retorno de Perón a la presidencia sólo se produjo después de una serie de complejas peripecias. El
presidente Lanusse fracasó en imponer su propia candidatura, que presentaba como transaccional entre
las Fuerzas Armadas y Perón, pero logró proscribir al líder exiliado, quien entonces designó como
candidato vicario a Héctor Cámpora.
Las nuevas autoridades asumieron el 25 de mayo de 1973, con la simbólica presencia de los presidentes de
Chile y Cuba, Salvador Allende y Osvaldo Dorticós, rodeados de una inmensa muchedumbre que escarneció
a los jefes militares.
Durante esos años se asistió a una verdadera "primavera de los pueblos", llena de esperanzas vagas e
indefinidas. Desde 1969 la movilización popular no sólo había jaqueado al régimen militar sino desafiado
de distintas maneras el orden establecido. Muchos procuraron imponerle una dirección. Los partidos
políticos, débiles y hasta raquíticos debido a la larga falta de funcionamiento pleno de las instituciones
representativas, fueron incapaces de hacerlo; en cambio lo lograron una serie de organizaciones políticas y
armadas, nacidas en la lucha contra el régimen militar, al que enfrentaron por medio de acciones de
guerrilla urbana.
De los varios "ejércitos" que operaron, realizando accionen militares espectaculares que eran miradas con
simpatía por buena parte de la población, los que mejor lograron arraigar en el movimiento popular fueron
los Montoneros. Se trataba de un grupo de origen nacionalista y católico al que pronto se sumaron
sectores provenientes de la izquierda, que sobresalió por su capacidad para asumir el discurso y las
consignas de Perón, combinarlas con otras provenientes del nacionalismo tradicional, del catolicismo
progresista y de la izquierda revolucionaria, y a la vez movilizar y organizar a distintos sectores:
estudiantes, trabajadores o moradores de barrios marginales.
Fueron estos sectores juveniles los que rodearon al presidente Cámpora y ocuparon importantes
posiciones de poder hasta que, dentro mismo del peronismo, se generó un vigoroso movimiento en su
contra. El 20 de junio de 1973, el día en que Perón volvía definitivamente al país, y cuando una inmensa
multitud se había congregado en Ezeiza para recibirlo, ambos sectores protagonizaron una verdadera
batalla campal, que dejó muchos muertos. Poco después, Cámpora era forzado a renunciar, y luego de un
breve interludio, unas nuevas elecciones generales consagraron, de manera abrumadora, la fórmula
presidencial que reunía al general Perón y a su esposa María Estela Martínez.
El conflicto interno del peronismo se desplegó con toda su fuerza. Frente a quienes proclamaban la
bandera de la patria socialista, otro sector levantaba la de la "patria peronista", combinando la aspiración
al retorno de la bonanza de décadas anteriores con posiciones, tradicionales en el peronismo,
decididamente adversas a las ideas de izquierda.
Fue claro que Perón, quien en su anterior lucha con los militares había respaldado a los jóvenes, repudiaba
ahora su forma de acción, sus consignas y propósitos, se inclinaba por los sectores más tradicionales del
partido y se ocupaba de desalojar a los sectores juveniles peronistas de posiciones de poder. El
enfrentamiento culminó el 1° de mayo de 1974, cuando en el tradicional acto peronista de la Plaza de
Mayo, el veterano líder los denostó y aquéllos respondieron abandonando la Plaza y, simbólicamente, el
movimiento.
Los partidos de oposición, empeñados en apoyar al gobierno constitucional, no interfirieron ni en este
conflicto ni en el otro, más sordo, de Perón con los sindicatos. Poco después, el 1° de julio, el anciano líder
fallecía.
Su viuda, María Estela, que asumió la presidencia, no tenía ni la misma capacidad ni similar autoridad, y los
conflictos se hicieron más agudos. José López Rega, que había sido secretario privado de Perón y luego
ministro de Bienestar Social, y a quien se sindicaba como el poder oculto del gobierno, organizó grupos
clandestinos dedicados a asesinar dirigentes opositores. Por otra parte, y frente a una inflación agudizada,
el gobierno se lanzó a un drástico plan de ajuste económico, que incluyó una fortísima devaluación y
aumento de tarifas públicas, conocido como "rodrigazo", en alusión al ministro de Economía Celestino
Rodrigo, acólito de López Rega. Los sindicalistas respondieron enfrentando con energía al gobierno y
lograron un aumento similar, con lo que los efectos esperados del "rodrigazo" se perdieron, pero la
economía entró en una situación de elevada inflación y descontrol.
Una organización armada no peronista, el Ejército Revolucionario del Pueblo, logró por entonces asentarse
en un sector de la provincia de Tucumán, donde anunció la constitución de una "zona liberada", y el
Ejército inició una operación formal para desalojarlo. Poco después, los jefes militares imponían el
alejamiento de López Rega. Era evidente que el gobierno civil había perdido el dominio de la situación. Un
intento de encontrar una salida dentro del orden constitucional —la renuncia de la presidente y su
reemplazo por el senador Luder, presidente del Senado— fracasó. Poco después, la crisis económica y
política combinadas creaban las condiciones para que las Fuerzas Armadas desplazaran a la presidenta y se
hicieran cargo del poder, sin oposición y hasta con el aliviado consentimiento de la mayoría de la
población.
El 24 de marzo de 1976 asumió el mando la Junta Militar, formada por los comandantes de las tres Armas,
que designó presidente al general Jorge Rafael Videla, comandante del Ejército. Videla se mantuvo en el
cargo hasta marzo de 1981, cuando fue reemplazado por el general Roberto Marcelo Viola, que en 1978 lo
había sucedido al frente del Ejército. Sin embargo, la Junta siguió conservando la máxima potestad, y las
tres armas se dividieron cuidadosamente el ejercicio del poder.
Con el llamado Proceso de Reorganización Nacional, las Fuerzas Armadas se propusieron primariamente
restablecer el orden, lo que significaba recuperar el monopolio del ejercicio de la fuerza, desarmar a los
grupos clandestinos que ejecutaban acciones terroristas amparados desde el Estado y vencer militarmente
a las dos grandes organizaciones guerrilleras: el ERP y Montoneros. La primera desapareció rápidamente,
mientras que Montoneros logró salvar una parte de su organización que, muy debilitada, siguió operando
desde el exilio. Pero además, en la concepción de los jefes militares, la restauración del orden significaba
eliminar drásticamente los conflictos que habían sacudido a la sociedad en las dos décadas anteriores, y
con ellos a sus protagonistas.
Se trataba en suma de realizar una represión integral, una tarea de verdadera cirugía social. En 1984, la
Comisión Nacional para la Desaparición de Personas CONADEP), que presidió el escritor Ernesto Sábato,
realizó una reconstrucción de lo ocurrido, cuya real dimensión apenas se intuía. Sus conclusiones fueron
luego confirmadas por la justicia, que en 1985 condenó a los máximos responsables.
Con la pasividad de la sociedad el régimen militar pudo consagrarse a su segunda tarea: la reestructuración
de la economía, de modo de eliminar la raíz que—según creían— allí tenían los conflictos sociales y
políticos. José Alfredo Martínez de Hoz, un economista vinculado a los más altos círculos económicos
internacionales y locales, fue el ministro de Economía que, durante los cinco años de la presidencia de
Videla, condujo la transformación, sorteando oposiciones múltiples, provenientes incluso de los propios
sectores militares. En su diagnóstico, el fuerte peso que el Estado tenía en la vida económica —por su
capacidad de intervención o por el control de las importantes empresas públicas— generaba en torno a él
una lucha permanente de los intereses corporativos —los distintos grupos empresarios y el sindicalismo—
que afectaban la eficiencia de la economía, y finalmente la propia estabilidad social y política.
La presencia del Estado debía reducirse, y su acción directiva tenía que ser reemplazada por el juego de las
fuerzas del mercado, capaces de disciplinar y hacer eficientes a los distintos sectores. También debería
reducirse la industria nacional, orientada al mercado interno y tradicionalmente protegida por el Estado, y
con ella los poderosos sindicatos industriales, que eran precisamente uno de los factores de la discordia.
Un vasto plan de obras públicas, más espectaculares que productivas, habría de compensar la
desocupación generada.
En este proyecto, que invertía las orientaciones de la economía vigentes desde 1930 a 1945, se eliminó la
protección industrial y se abrió el mercado a los productos extranjeros, que lo inundaron. El Estado
renunció a regular la actividad financiera —y con ello a estimular algunas actividades con créditos
preferenciales— y proliferaron las entidades financieras privadas, lanzadas especulativamente a la
captación de los ahorros del público. En momentos en que el aumento del precio internacional del
petróleo creaba una masa de capitales a la busca de ganancias rápidas, la apertura financiera permitió que
se volcaran al país, alimentaran la especulación y crearan la base de una deuda externa que desde
entonces se convirtió en el más fuerte condicionante de la economía local. Para realizar parte de las tareas
de sus empresas, el Estado recurrió a empresas privadas, y algunas de ellas se beneficiaron con excelentes
contratos.
Mientras muchas de las actividades básicas languidecían y numerosas empresas quebraban, la actividad
financiera especulativa y los contratos con el Estado permitieron la formación de poderosos grupos
económicos, que operaban simultáneamente en diversas actividades, aprovechaban de los recursos
públicos y adquirían empresas en dificultades.
Cuando Viola asumió el mando, prescindió de Martínez de Hoz e inició la tímida búsqueda de una "salida
política". La falta de confianza en la estabilidad y en la posibilidad de mantener las condiciones económicas
desencadenó la crisis, que se manifestó en una inflación desatada y una conmoción reveladora de las
endebles bases de la estabilidad lograda por Martínez de Hoz. A fines de 1981 Viola fue remplazado a su
vez por el general Leopoldo Fortunato Galtieri.
La crisis se agudizó, y en la sociedad comenzaron a oírse voces de protesta, largamente silenciadas. Los
empresarios reclamaron por los intereses sectoriales golpeados, los sindicalistas se atrevieron cada vez
más, y el 30 de marzo de 1982 organizaron una huelga general, con concentración obrera en la Plaza de
Mayo, que el gobierno reprimió con dureza. La Iglesia, que, como muchos, no había hecho oír su voz ante
la represión, se manifestó partidaria de encontrar una salida hacia la democracia, en momentos en que los
partidos políticos se agrupaban en la Multipartidaria, tras un reclamo de la misma índole. El general
Galtieri, que se había propuesto encontrar una salida política satisfactoria para el Proceso, se lanzó a una
aventura militar que, de haber resultado exitosa, hubiera revitalizado el prestigio de las Fuerzas Armadas.
Los jefes militares concibieron el plan de ocupar militarmente las Islas Malvinas por sorpresa y forzar a los
británicos a una negociación, para lo cual Galtieri confiaba en el apoyo de los Estados Unidos, donde había
establecido excelentes relaciones. Los Estados Unidos hicieron un gran esfuerzo para mediar entre el
gobierno argentino y el británico, y convencer a aquél de que evacuara las islas, pero los militares,
apresados en su propia retórica, estaban imposibilitados de retroceder sin perder todo lo que habían
ganado en el orden interno, y aún más. Finalmente, los Estados Unidos abandonaron su posición neutral y
se alinearon detrás de su aliado tradicional y contra la Argentina, revelando que los militares habían
iniciado su acción ignorantes de lo más elemental de las reglas del juego internacional.
También ignoraban las específicamente militares. Trasladaron a las islas una enorme cantidad de soldados,
mal entrenados, escasamente pertrechados, sin posibilidades de abastecerlos y con jefes que carecían de
ideas acerca de cómo defender lo conquistado. A principios de mayo comenzó el ataque británico. La Flota
debió abandonar las operaciones, luego de que un submarino inglés hundiera al crucero General Belgrano.
Pese a algunas eficaces acciones de la Aviación, pronto la situación en las islas se hizo insostenible, y su
gobernador, el general Menéndez, dispuso su rendición.
La derrota desencadenó una crisis en las Fuerzas Armadas. Galtieri renunció, los principales responsables
fueron removidos, pero luego ni la Armada ni la Fuerza Aérea respaldaron la designación del nuevo
presidente, general Reynaldo Bignone. Por otra parte, la sociedad, que hasta último momento se había
ilusionado con la posibilidad de un triunfo militar —alentada por informaciones oficiales que falseaban
sistemáticamente la realidad— se sintió tremendamente decepcionada y acompañó a quienes exigían un
retiro de los militares y aún la revisión de toda su actuación desde 1976. Por ambos caminos, se imponía la
salida electoral, que se concretó a fines del año siguiente, en octubre de 1983.
Durante ese año y medio, la sociedad argentina no sólo revivió y se expresó con amplitud sino que se
ilusionó con las posibilidades de la recuperación democrática. En muchos ámbitos sociales, estudiantiles,
gremiales o culturales hubo un renovado activismo, así como una coincidencia general en el reclamo por la
vigencia de los derechos humanos y el retorno a la democracia. A diferencia de experiencias anteriores, la
politización se tiñó de una dimensión ética, y el pluralismo —escasamente apreciado en experiencias
anteriores, donde el adversario era sistemáticamente tachado de enemigo— se afirmó como valor político
fundamental.
Todo ello se canalizó en una actividad política renovada.
La afiliación a los partidos fue muy grande, y éstos remozaron su fisonomía. La gran renovación se produjo
en la Unión Cívica Radical, en torno de Raúl Alfonsín, luego de la muerte de Ricardo Balbín, ocurrida en
1981. A diferencia de la mayoría de los políticos, Alfonsín se había mantenido lejos de los militares, y no
había apoyado la aventura de Malvinas.
Reunió en torno a él un grupo de activos dirigentes juveniles, provenientes de la militancia universitaria, y
también un grupo de intelectuales que le dio a sus propuestas un tono moderno y renovador que faltaba
en otras fuerzas políticas. Pero sobre todo, Alfonsín encarnó las ilusiones de la democracia, y la esperanza
de doblegar con ella los escollos que desde hacía varias décadas impedían que el país lograra
simultáneamente una forma de convivencia civilizada, una estabilidad política y la posibilidad de un
crecimiento económico. Alfonsín afirmó que todo eso se podía conseguir con la democracia, y con esa
propuesta ganó las elecciones de octubre de 1983, infligiendo al peronismo la primera derrota electoral de
su historia.
La ilusión por la restauración democrática ocultó entonces la magnitud de los problemas que el nuevo
gobierno heredaba así como las limitaciones de su poder, pues no sólo subsistían en pie los grandes
sectores corporativos que tradicionalmente habían limitado la acción del poder político, sino que el partido
gobernante no había logrado la mayoría en el Senado, desde donde se bloquearon muchas de sus
iniciativas. £1 nuevo gobierno se preocupó especialmente por la política cultural, convencido de la
importancia de combatir las ideas autoritarias que habían arraigado en la sociedad. Así, se dio un fuerte
impulso a la alfabetización, se renovaron los cuadros de la Universidad y del sistema científico, y se
estimuló la actividad cultural. La sanción de la ley de divorcio, que suscitó la fuerte oposición de la Iglesia,
contribuyó a modernizar las normas de la vida social. En política internacional se aprovechó el prestigio del
nuevo gobierno democrático para mejorar la imagen exterior del país y para solucionar legítimamente
algunos problemas pendientes, particularmente la cuestión de los límites con Chile: un plebiscito dio
amplia mayoría a la aprobación de la propuesta papal, que aseguraba la paz entre los dos Estados.
La relación con los militares resultó muy difícil debido al reclamo generalizado de la sociedad de investigar
los crímenes cometidos durante la represión y sancionar a los responsables, y a la negativa de éstos a rever
su actuación durante lo que ellos llamaban la "guerra antisubversiva", y sus críticos calificaban de
genocidio. El presidente Alfonsín, que había participado activamente en las campañas en favor de los
derechos humanos y había incorporado el tema a su campaña electoral, propuso distinguir entre quienes,
desde el máximo nivel, habían ordenado y planeado la represión —los miembros de las Juntas Militares, a
los que se enjuició—, quienes habían cumplido órdenes y quienes se habían excedido en ello, cometiendo
delitos aberrantes.
Durante 1985 se tramitó el juicio a los miembros de las tres primeras Juntas militares, que culminó con
sanciones ejemplares. Los tribunales siguieron su acción y citaron a numerosos oficiales implicados en
casos específicos, lo cual produjo la reacción solidaria de toda la corporación militar en defensa de sus
compañeros, particularmente oficiales de baja graduación, que —según estimaban— no eran responsables
sino ejecutores de órdenes superiores. Un primer intento de encontrar una salida política a la cuestión —la
llamada ley de Punto Final— fracasó, pues no detuvo las citaciones a numerosos oficiales de menor
graduación. En los días de Semana Santa de 1987 un grupo de oficiales se acuarteló en Campo de Mayo y
exigió lo que denominaban una solución política. El conjunto de la civilidad, así como todos los partidos
políticos, respondió solidarizándose con el orden constitucional, salió a la calle, llenó las plazas y exigió que
depusieran su actitud. La demostración fue impresionante, pero las fuerzas militares que debían reprimir a
los rebeldes, que empezaron a ser conocidos como "carapintadas", sin apoyarlos explícitamente, se
negaron a hacerlo. El resultado de este enfrentamiento fue en cierta medida neutro. Luego de que el
propio presidente fuera a Campo de Mayo, los rebeldes se rindieron, pero poco después, a su propuesta, el
Congreso sancionó la ley de Obediencia Debida, que permitía exculpar a la mayoría de los oficiales que
habían participado en la represión. Aunque este resudado no era sustancialmente distinto de lo que el
presidente El gobierno también se propuso democratizar la vida sindical y abrir las puertas a distintas
corrientes de opinión, lo que suponía debilitar el poder de la dirigencia tradicional, casi unánimemente
peronista, que había sido restaurada al frente de los sindicatos al fin del gobierno militar. La ley propuesta
establecía el derecho de las minorías a participar en la conducción sindical, así como mecanismos de
control de las elecciones; fue resistida exitosamente por los dirigentes sindicales, y luego de que la Cámara
de Diputados la aprobó, el Senado la rechazó, por apenas un voto de diferencia. Desde entonces el
gobierno debió lidiar con una oposición sindical encrespada. Saúl Ubaldini, secretario general de la CGT,
encabezó trece paros generales contra el gobierno y su política económica.
Los problemas económicos heredados por el gobierno eran enormes: inflación desatada, déficit fiscal, alto
endeudamiento externo, estancamiento de las actividades productivas, y una fuerte concentración, por la
que algunos grupos empresarios poseían un amplío control de la vida económica.
A mediados de 1985, con el país al borde de la hiperinflación, el ministro de Economía Juan Sourrouille
lanzó un plan económico, el Austral, de excelente factura técnica, con el que logró estabilizar la economía
sin causar recesión ni afectar sustancialmente ni a trabajadores ni a empresarios. Hubo buena voluntad de
los acreedores externos y un vasto esfuerzo colectivo para detener la inflación. El plan resultó popular, y el
gobierno obtuvo en 1985 un buen éxito electoral. Pero no incluía mecanismos para avanzar de la
estabilización hacia la transformación de la economía requerida tanto por el cambio de las condiciones
externas.
En septiembre de 1987 el peronismo obtuvo una importante victoria electoral. En los dos últimos años de
gobierno el radicalismo no pudo recuperarse. A principios de 1989 sobrevino una crisis, y el país comenzó a
conocer su primera experiencia de hiperinflación, acompañada por asaltos y saqueos, que produjeron una
fuerte conmoción en la sociedad. En ese contexto, en mayo de 1989 el candidato justicialista Carlos
Menem se impuso con facilidad. Faltaban más de seis meses para la fecha prevista para el traspaso del
mando, pero el gobierno, carente de respaldo político, jaqueado por los vencedores e incapaz de dar
respuesta a la hiperinflación, optó por adelantar la fecha de entrega. De este modo un poco accidentado,
se logró concretar la renovación presidencial, la primera desde 1928 que se realizaba según las normas
constitucionales.
El nuevo gobierno, de manera sorpresiva, desechó totalmente lo que habían sido sus propuestas
electorales, encuadradas en la tradición peronista, y adoptó sin reticencias el programa económico y
político de la derecha liberal, incorporando al gobierno a sus dirigentes y a destacados miembros de los
altos círculos económicos. Así lo revelaba la conspicua presencia del ingeniero Alsogaray y de su hija María
Julia.
Los designios del gobierno aparecieron claros de entrada: se trataba de invertir todas las políticas
tradicionales en la Argentina en el último medio siglo. Dominar el dragón —esto es controlar la inflación
desbocada e imponer una cierta disciplina a los operadores económicos— fue difícil, y en la tarea
fracasaron los dos primeros ministros de Economía, provenientes ambos del grupo Bunge y Born. El
tercero, Erman González, tuvo más fortuna, pero a fines de 1990 lo sorprendió una segunda hiperinflación,
menos famosa que la primera. En los primeros meses de 1991 dejó su cargo a Domingo Cavallo, quien lo
ocupó por más de cinco años.
La revolución menemista había encontrado su ejecutor. La acción de Cavallo se asocia fundamentalmente
con la estabilización de la economía y el control de la inflación, que logró con una drástica ley de
convertibilidad: para asegurar la equivalencia entre un peso y un dólar, el Estado se comprometió a
prescindir de cualquier emisión monetaria no respaldada. Su aplicación coincidió con un acuerdo con el
FMI y los grandes acreedores externos —a los que aseguró un mínimo cumplimiento de los pagos de la
deuda externa—, y con un período de fluidez financiera mundial, que le permitió al país beneficiarse con
una corriente de capital. Estabilidad y un cierto respiro en la crisis crearon para el Plan de Convertibilidad
un amplio consenso, y transformaron al ministro, de personalidad desbordante, en el verdadero conductor
del gobierno.
Buena parte de sus esfuerzos estuvieron dedicados a mantenerse firme en el cargo, pues fue jaqueado
desde muchos lados, y particularmente desde el entorno más directo del presidente; con frecuencia éste
debía salir a respaldarlo, aunque cada vez con menos entusiasmo. Pese a que era evidente su disgusto por
la preeminencia del ministro, el presidente no podía prescindir de él, no sólo porque los acreedores
externos lo consideraban clave para el mantenimiento de la confianza, sino porque el consenso del
gobierno en la sociedad se cimentaba cada vez más en lo que era su mayor y casi único logro visible: la
estabilidad, permanentemente revalorada por el recuerdo de la primera hiperinflación.
Ese logro implicó fuertes costos para la sociedad. Para los trabajadores, la caída del salario y sobre todo de
la ocupación. La reducción del déficit fiscal implicó el abandono de la inversión pública e inclusive el
descuido de servicios esenciales, como la salud, la educación y la seguridad. El Estado dirigista y
benefactor, en cuya construcción el general Perón había tenido un papel fundamental, fue
sistemáticamente desmantelado, se eliminaron los instrumentos de regulación económica y se modificó
drásticamente la legislación laboral y social. Las empresas del Estado fueron privatizadas, y se aceptaron en
pago títulos de la deuda externa, lo que permitió mejorar las relaciones con los acreedores y normalizar la
situación del país en la esfera internacional.
Alejado de lo que habían sido tradicionalmente los apoyos del justicialismo — los sindicatos y los sectores
trabajadores— el gobierno se vinculó estrechamente con los principales factores de poder: los grandes
grupos económicos, beneficiarios de la política de privatizaciones, los militares, cuya buena voluntad
obtuvo indultando a los condenados por la represión ilegal, la Iglesia y los Estados Unidos, cuyas
orientaciones internacionales se siguieron celosamente.
La consolidación del nuevo poder supuso también un avance sobre las instituciones de la República: creció
la influencia del Ejecutivo, el papel del parlamento fue minimizado pues las decisiones más trascendentes
se tornaron mediante decretos, y el de la Justicia fue menoscabado por la permanente ingerencia en ella
del poder político. Las imágenes del autoritarismo y de la corrupción crecieron en forma paralela, y se
alimentaron recíprocamente.
Sin embargo, la misma sociedad reaccionó con mucha moderación, frente a la sustancial transformación de
las reglas del juego y ante el avance del poder presidencial. A fines de 1993, todavía en plena calma
económica, el presidente Menem dio un golpe notable: acordó con el ex presidente Raúl Alfonsín, jefe de
la Unión Cívica Radical, la realización de una reforma constitucional. Ésta debía incluir una serie de
modificaciones que fortalecieran las instituciones republicanas, a cambio de las cuales se admitía la
reelección presidencial, vedada por la Constitución vigente. Al año siguiente se hizo la reforma
constitucional y en 1995 Menem fue reelecto, obteniendo prácticamente la mitad de los votos.
La campaña presidencial explotó sistemáticamente la opción entre Menem o el caos, mientras que la
oposición, luego de admitir el carácter benigno e inmodificable de la estabilidad, sólo pudo hacerse fuerte
en los temas de la corrupción.
Sin embargo, desde 1995 se observan pequeños cambios en el equilibrio social y político. Las tasas de
desocupación se elevaron de manera asombrosa y comenzaron a aflorar los signos de recesión.
Las transformaciones posteriores a 1989 empezaron a dibujar una Argentina sustancialmente distinta,
aunque todavía no puede percibirse con claridad su figura final. La industria, nervio vital de la economía
desde 1930, se encuentra en retracción, y con ella el mundo del trabajo industrial y del sindicalismo, sin
que su lugar sea ocupado por nuevas actividades dinámicas. El poder sobre la economía de una docena de
grandes grupos empresarios es enorme y difícilmente retroceda. Un sector reducido pero importante de la
sociedad prospera en estas nuevas condiciones pero una masa enorme de la población cae en la
marginalidad, de modo que la tradicional fisonomía de la sociedad argentina, con amplios sectores medios
y una movilidad que disolvía los cortes tajantes, deja paso a otra donde lo característico es la polarización y
la segmentación. El Estado, que había tenido un papel fundamental en la conformación de aquella
sociedad más democrática e igualitaria, renuncia a parte de sus funciones, y lo privado avanza sobre lo
público e impone sus reglas
Perspectiva de la Evolución Política de la
República Argentina
[S.E.P.A./Diario El Peso] La Revolución de Mayo de 1810, no derivó en forma inmediata
en la independencia argentina. Tuvieron que pasar seis difíciles años para que un 9 de
Julio de 1816 en Tucumán se diera nacimiento a la República Argentina.
La organización nacional quedará pendiente hasta 1853, cuando luego de la caída de
Juan Manuel de Rosas se dicta la Constitución Argentina inspirada en las “Bases y puntos
de partida para la organización nacional” del pensador tucumano Juan bautista Alberdi. La
organización culminará recién en 1860 con la incorporación de Buenos Aires a la
Confederación.
A partir de esa fecha y hasta el centenario, una democracia restringida y endeble, una
república imperfecta y un federalismo más retórico que práctico acompañarán al más
notable desarrollo económico del país, transformado en lo que muchos llamaron “el
granero del mundo”.
La llegada de importantes corrientes inmigratorias que se incorporaron a la vida
económica y social de la Nación a fines del siglo XIX, comenzarán a reclamar su participación
en la vida institucional, lo que recién se logra con el dictado de la Ley Sáenz Peña sancionada
en 1912. El triunfo en 1916 de la Unión Cívica Radical marca un hito histórico en el año del
centenario de la independencia. La ley Sáenz Peña había impuesto el voto universal secreto
y obligatorio y la vida institucional argentina da nacimiento por primera vez a una
democracia más participativa, aunque excluyendo al voto femenino.
Tres derrotas electorales consecutivas a manos del Partido Radical, impulsaron a la clase
conservadora, a terminar con la democracia argentina apoyando un golpe militar ocurrido
un nefasto 30 de Septiembre de 1930. La democracia incipiente había terminado. La
evolución institucional detiene su marcha, retrocede.
Hasta este momento los desafíos de la Nación habían sido superados, aún con muchas
dificultades. La guerra por la emancipación culmina con la declaración de la independencia
en Tucumán. Las guerras fraticidas por la organización nacional concluyen con el dictado de
la Constitución de Alberdi. La lucha por la Democracia que había logrado el dictado de una
ley que imponía el voto universal, secreto y obligatorio será truncada con aquel nefasto
golpe militar del célebre y triste General José Félix Uriburu.
Desde 1930, hasta 1983, se puede sintetizar la historia Argentina como un largo y cada
vez más sangriento enfrentamiento, que tiene como eje la distribución de la renta nacional
y el control de los recursos naturales del país. Inserto este conflicto a partir de 1945 en el
contexto de la guerra fría, los golpes militares argentinos serán funcionales a la denominada
“doctrina de la seguridad nacional” impuesta para el hemisferio, por los Estados Unidos.
El surgimiento de una expresión populista [el Peronismo o Justicialismo] que en un
principio se embandera con políticas nacionalistas y distributivas, radicalizará la oposición,
que no vacilará en recurrir a la proscripción y golpes militares. Los movimientos estudiantiles de izquierda
en los años ’70 acompañarán al peronismo que eclosionará en
una interna con extremos ideológicos de izquierda y derecha. Todo ello culminará con el
golpe más cruento de la historia Argentina ocurrido el 24 de Marzo de 1976.
Decenas de miles de desaparecidos, un endeudamiento externo que en el año 1983
superará los 45.000 millones de dólares [producto del financiamiento otorgado al gobierno
ilegítimo por la banca internacional] y una absurda guerra para recuperar las Islas Malvinas
bajarán el telón de esta tragedia argentina.
En 1983 se comenzará a recuperar la senda institucional. Las primeras elecciones libres,
amplias y sin proscripciones darán como ganador al Partido Radical, curiosa revancha
histórica de aquel lejano 1930. Ha nacido la democracia electoral en el marco de un régimen
hiper presidencialista, que sin embargo ha tolerado cierta alternancia partidaria
[presidentes radicales y justicialistas ocuparán la primera magistratura] y también ha
resistido diferentes posturas ideológicas, incluso entre los presidentes de un mismo partido.

La democracia electoral argentina ha sobrevivido a grandes encrucijadas, baste citar:


1. La tentación golpista durante el gobierno del Presidente Alfonsín, período en el
cual se sofocaron varios levantamientos militares, a pesar de lo cual se logró por
primera vez en la historia juzgar y castigar a las cúpulas militares responsables de
decenas de miles de desapariciones y muertes.
2. La hiper inflación y los saqueos ocurridos al final del período de Alfonsín y
comienzo del período del Presidente Menem.
3. La destrucción del aparato productivo por la aplicación de políticas neoliberales
durante la gestión de Menem.
4. La desocupación a niveles históricos que llegó a orillar el 40%.
5. La crisis casi terminal del año 2001 que culminó en la cesación de pagos interna
y externa y la confiscación de los depósitos bancarios de la población, durante el Gobierno Radical del
Presidente De la Rúa, continuador de la política de su
predecesor justicialista Carlos Menem.
La democracia electoral, en los últimos tiempos ha logrado dos hechos importantes: la
constitución de una Corte Suprema Independiente[aunque está postergada la creación de
un sistema objetivo e institucional para la designación de jueces] y el juzgamiento de los
mandos militares inferiores, responsables de desapariciones, muertes y torturas durante el
último período militar [con la derogación de normas que lo impedían].
Tras 27 años de democracia electoral, ésta ha demostrado madurez para tolerar la
alternancia partidaria e incluso la alternancia ideológica. Ha sobrevivido a las intenciones
hegemónicas de sus distintos protagonistas. Sin embargo, la agenda política de la Nación
tiene objetivos pendientes: afianzar la división de poderes, reforzar el federalismo y
garantizar una distribución equitativa de la renta nacional, condiciones necesarias para el
desarrollo económico, social y cultural de la República Argentina. La democracia electoral
debe fortalecer las instituciones republicanas.
-----------------------
A CIUDAD STADO EN LA GRECIA ANTIGUA
El Estado, tal como lo conocemos en la actualidad, no surgirá sino hasta avanzado el Renacimiento. Sin
embargo, las raíces del pensamiento político occidental se encuentran –sin lugar a dudas- en la Grecia
Antigua. A partir del Siglo VI a.C. aparece en Grecia un nuevo tipo de reflexión sobre los asuntos comunes,
distinto al pensamiento mítico, y caracterizado por una conceptualización filosófico-política vinculada a las
prácticas individuales y sociales.
La polis o ciudad-estado griega representará el centro de la vida del individuo, en la medida que un griego
se considerará, ante todo, un ciudadano. Es la pertenencia a aquella unidad política y de organización
social de los individuos, lo que diferenciará al griego del bárbaro. Dentro de las distintas ciudades-estado
griegas Atenas será una de las más relevantes en materia de instituciones, organización y reflexión político-
jurídica. Con filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles –entre otros- se forjará el pensamiento político
griego como uno de los más importantes en la historia de la humanidad
En este marco se desarrollará la filosofía griega, fundando las bases del pensamiento político occidental,
con pensadores como Sócrates, Platón y Aristóteles. La materia aborda el estudio de la obra de Platón,
para luego afrontar el pensamiento de Aristóteles, haciendo especial hincapié en los aspectos políticos de
sus pensamientos.
EL MEDIOEVO
Se suele indicar el inicio de la Edad Media en el siglo V, a partir de la caída del Imperio Romano de
Occidente, más precisamente en el año 476. Sin embargo, podemos afirmar que los procesos que dieron
lugar a las transformaciones políticas, económicas y sociales de este período se remontan al siglo III, y
continúan más allá del siglo VII. A partir de la caída del Imperio Romano de Occidente se constituirán en
Europa los reinos romano-germánicos, los que deberán resolver el problema de la instauración de un
régimen político que permitiera la convivencia entre los pobladores originarios y los conquistadores,
propiciando la interpretación y unificación entre ellos. El nuevo régimen se caracterizará por monarquías
que aprovechan la tradición romana, acentúan la economía rural y permiten una presencia cada vez más
importante de la Iglesia Romana en la vida política e institucional.
A partir del año 771, y tras la invasión de los musulmanes -presentes particularmente en la península
hispánica desde el año 711-, Carlomagno emprenderá la constitución de un Imperio que, con el apoyo de la
Iglesia, logrará una vasta extensión. Sin embargo, las medidas políticas imperiales no impedirán la
constitución de un nuevo tipo de organización política, social y económica: el feudalismo.
La organización feudal, desarrollada particularmente a partir de la Alta Edad Media, tendrá como punto de
partida al feudo, unidad constitutiva del nuevo régimen. Basado en la tierra como eje de la actividad
económica, se establecerá rápidamente una estratificación social de tipo estamental, con la “nobleza” y el
“vasallaje” como principales estamentos. Con una fuerte presencia de la Iglesia en el campo político, el
monarca verá cada vez más limitado su poder tanto por la investidura eclesiástica como por la relativa
autonomía que los Señores feudales habían alcanzado.
Tras la fuerte ofensiva de la Iglesia sobre el poder temporal de la mano de Gregorio VII –con el proceso de
reformas conocido como la querella de las investiduras-, un filósofo y teólogo permitirá la revalorización
del pensamiento aristotélico en Europa, aunque bajo una lectura cristiana. El dominico Tomás de Aquino
desarrollará en el siglo XIII una concepción teológica y filosófica de gran influencia para Occidente.
Nueve siglos antes, San Agustín había creado una obra de suma importancia para la configuración de la
Edad Media Occidental, partiendo de una reelaboración de la teoría platónica, aplicada particularmente a
lo político en el libro Ciudad de Dios.
Por ello, abordamos en esta materia el pensamiento de San Agustín y Santo Tomás, como dos de los
mayores representantes de la especulación política medieval en torno al Estado y la organización política e
institucional.

El Estado Moderno
Cuando se plantea el estudio del Estado, podemos encontrar al menos dos posiciones disímiles sobre el
modo de abordarlo. Por un lado aquellos que, como Georg Jellinek o Hans Kelsen, emprenden la
dilucidación de los elementos característicos del Estado más allá de las particularidades históricas. Desde
esta posición es posible escudriñar, a partir de una teoría general del Estado, los elementos, funciones,
fines y clasificaciones del Estado como fenómeno universal, es decir, aplicables a todo tiempo y lugar. Por
otra parte, Hermann Heller propone un tratamiento del Estado como fenómeno histórico concreto,
situando su nacimiento en el Renacimiento Occidental.
En esta sección abordaremos primero el concepto y los elementos del Estado, luego su formación según el
pensamiento de Hermann Heller, para finalmente vislumbrar el aporte de algunos de los principales
teóricos del Estado Moderno, desde Maquiavelo hasta Hegel.
Sin embargo el estudio de la Teoría del Estado no puede dejar de lado su dimensión histórica. En este
sentido, el surgimiento de las ideas políticas modernas se vincula a la consolidación, en España, Inglaterra y
Francia, del Estado Moderno, desde un régimen absolutista en sus orígenes hacia otro liberal. Georg
Jellinek aborda en su Teoría General del Estado el estudio de los elementos característicos de todo Estado,
como modo de organización política. Para este autor el Estado es una “comunidad con un poder originario
y medios coactivos para dominar sobre sus miembros y sobre su territorio, conforme a un orden que le es
propio”1. A partir de esta
definición, podemos identificar algunas características propias del Estado:
a- Es una comunidad; es decir, un conjunto de seres humanos que llevan una vida en común, organizados
en una sociedad2.
b- Existe un poder originario y medios coactivos de dominación; este segundo carácter indica que no toda
comunidad es un Estado, sino que debe existir una dominación política, manifestada tanto en un poder
concreto como en medios coactivos efectivos de dominación.
c- La dominación es ejercida sobre sus miembros, enrolándose aquí en la concepción weberiana del Estado
como aquel que tiene el monopolio de la fuerza legítima sobre los miembros que lo componen.
d- La dominación es ejercida sobre su territorio, incluyendo aquí un elemento fundamental al momento de
análisis del Estado, el territorio propio.
e- Conforme a un orden que le es propio; encontramos aquí el carácter normativo, vinculado a la
autonomía organizativa del Estado.
Ahora bien, de estos caracteres se deriva, por un lado, la distinción entre el Estado y otras formas de
organización política. Pero además, el Estado se presenta como un fenómeno universal, que cuenta con
determinados elementos y que presenta características generales. El estudio y análisis crítico de estos
elementos resulta de fundamental importancia para la comprensión del Estado. A diferencia de Georg
Jellinek y de Hans Kelsen, Herman Heller no se propuso abordar una teoría general del Estado, sino que
sostuvo que el surgimiento del “Estado” en cuanto forma de organización política se había producido en un
lugar y tiempo determinados. Para Heller con el Renacimiento, en Europa, se desarrollará un pensamiento
empírico sobre lo político, naciendo el Estado Moderno a partir del proceso de acumulación de poder que
los príncipes llevarán a cabo, “contra el Emperador, y la Iglesia, en lo exterior, y con los poderes feudales
organizados en estamentos, en lo interior”3.
Heller aborda un estudio de la Teoría del Estado a partir del análisis de la historia de los Estados europeos,
contrastando los marcos conceptuales con descripciones de los factores “reales” que incidieron en su
formación. Influenciado por las teorías de fines del Siglo XIX y principios del XX la concepción helleriana se
sitúa claramente en la Alemania de entreguerras.
Para Heller –al igual que para Max Weber- el surgimiento del Estado no puede basarse en una única causa;
ni siquiera en una causa preponderante, sino más bien en una multicausalidad. El Estado moderno surgirá
como Estado Absoluto a partir de la unificación territorial, política, jurídica y militar, con la configuración
de la burguesía como clase dominante y la consolidación de un régimen de estratificación clasista frente a
la estratificación estamental propia del feudalismo4.
Con el surgimiento de la burguesía como nuevo sector social en ascenso el Estado encontrará un nuevo
tipo de estratificación social: la estratificación estamental propia de la sociedad feudal será reemplazada
por una estratificación clasista, que encontrará su justificación en los pensadores liberales de la Ilustración.
El paso de la sociedad feudal al Estado Moderno implicará la unidad del poder político bajo la monarquía
absolutista, ante las “pluriarquías” medievales. El poder de los señores feudales, sumado al de la Iglesia y el
Emperador, implicaba en la Edad Media la coexistencia de polos de poder que se verán unificados con el
surgimiento del Estado.
Esta unificación será acompañada de una agrupación territorial, bajo una única jurisdicción. Un solo
Derecho que garantizará la resolución de los conflictos y la regulación social, política y económica.
La organización estatal deberá contar entonces con un ejército profesionalizado, y con un cúmulo de
funcionarios que conformarán un aparato burocrático encargado no solo de llevar adelante la vida
institucional estatal, sino de velar por sus finanzas y por el cumplimiento de las obligaciones impositivas de
los súbditos.
Ahora bien, ¿qué ideas políticas sirvieron de fundamento y legitimación del Estado Moderno? En la materia
se abordará entonces el estudio de algunos de los pensadores más importantes en relación a este
interrogante.

Las reformas constitucionales de 1866, 1898,1949, 1957,1972


Abordaremos brevemente la historia de la Constitución Argentina y las reformas por las que ella transitó
hasta la Reforma de 1994 y su contenido. La Constitución de 1953/60, planteó las bases de la organización
política nacional, la cual fue alcanzada en 1880, con el Gobierno de Julio. A. Roca. La Constitución sufrió
reformas parciales en 1866 y 1898, y una a la que no hubo necesidad de convocar en 1880, pues la
legislatura de la provincia, luego de los combates pro la federalización, consintió en desprenderse de la
ciudad de Buenos Aires, la cual pasaba a ser la Capital del país. Hasta la reforma de 1898, la Constitución
Nacional las libertades previstas en la misma tomaron forma institucional y se resolvió normativamente el
conflicto federal.
Bajo esta constitución, prevista para una sociedad abierta con la centralización del poder en el Estado, se
produjeron 3 cambios de régimen político:
- 1853- 1861: La fragmentación mediante guerras entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación de
Paraná
- 1862 – 1880: El período de las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda.
- 1880 – 1916: El régimen del orden conservador, basado en el control de la sucesión presidencial por la
oligarquía gobernante (la generación del 80¨). El ciudadano estaba presente normativamente en la
Constitución, sin embargo no se cumplía el pilar central del modo de la participación en los procesos
políticos: el voto. El régimen electoral previsto por la misma, no formó parte de los intentos reformistas. La
oposición, cuestionaba al régimen político, no porque se creyera que la Constitución en la que se apoyaba
era injusta, sino porque no se la cumplía. En 1912, se estableció la democracia política la cual perduró
hasta 1930, y se centró en torno a la Ley Sáenz Peña.
Durante 50 años, desde 1899 hasta 1949, se dio un siglo de cristalización constitucional durante el cual
ningún proyecto de reforma llegó a ser tratado en el Congreso. Cabe destacar a partir de 1930, el cambio
que se dio en la concepción que asumía cualquier intento de proyecto de reforma, reflejo de la crisis
institucional y de legitimidad que se vivía. Así cada constitución instaurada o restaurada era símbolo de
triunfo o exclusión según el lugar que ocupaban los actores en el espectro institucional. Así la Constitución
de 1949, impugnada por su ilegitimidad de origen por la oposición radical, la Constitución de 1853-60
reimplantada en 1956 por el gobierno de facto, la reformada en 1957 con la proscripción del peronismo, y
enmienda constitucional dictada por el gobierno militar en 1972. Debe resaltarse que los proyectos de
reforma que dieron lugar a las modificaciones mencionadas, tenían en cuenta proyectos anteriores.
Entonces, hasta 1983, y a partir de la inestabilidad política, que predominó en ese período, se pugnó por la
instauración de proyectos excluyentes y hegemónicos de instauración y restauración constitucional. La
historia de la Constitución Argentina, y la de sus reformas gira en torno al problema del consenso
institucional. Esa falta de consenso, se da en la dimensión normativa, que es el texto de 1853/60, y en los
procesos de reforma en respuesta a interrogantes valorativos o a crisis concretas. La reforma
constitucional adquiere doble sentido: es una herramienta para mejorar la calidad – eficiencia y efectividad
- del régimen político y la representatividad, o bien es una respuesta a un conflicto o crisis coyuntural.
Reforma de 1866
La convocatoria a la Convención Nacional de 1866 se efectúa para el examen y reforma de los arts. 4 y 67,
Inc. 1° en la parte referente a derechos de exportación. La Convención se reúne en Santa Fe el 10 de
septiembre de 1866.
La Constitución Nacional de 1853 confería al Congreso de la Nación la facultad de establecer derechos de
importación y exportación, como medio para solventar los gastos generales del país. Con la reforma de
1860 se dispuso que estos impuestos durarían hasta 1866, año en que cesarían de ser fuente de recursos,
no pudiendo usar de ellos ni la Nación ni las provincias. Pero antes de ese plazo, la República Argentina se
encontraba en guerra con el Paraguay, motivo por el cual los gastos se intensificaron. Ante ello la
Convención Reformadora suprimió de la Constitución, las limitaciones de esta facultad al Congreso. De esta
manera los derechos de exportación quedaron como recurso exclusivo del Gobierno de la Nación, siendo
potestativo del Congreso el decidir su supresión o implantación. Reforma de 1898
Esta Convención es convocada para considerar los siguientes puntos: a) Número de habitantes que el art.
37 de la C. N. fija como base para la elección de diputados al Congreso Nacional b) disposición del art. 87
relativa al número de Ministros del P. Ejecutivo y c) Art. 67. Inc. 1° en cuanto no permite la instalación de
aduanas libres en los territorios del sur de la República. Esta convención sienta la siguiente doctrina: las
asambleas reformadoras son soberanas dentro de su competencia, pueden modificar o no los artículos o
normas sometidas a su consideración por el Congreso Nacional, pero no deben tratar puntos ajenos al
temario fijado en su convocatoria. Es decir que la Convención tiene plenas facultades y no queda limitada
al compromiso reformador del Congreso. Tal doctrina surge de su actuación en cuanto a los siguiente
puntos:
1. la no enmienda de uno de los puntos de la ley de convocatoria: el referido a las aduanas libres en el sur
de la República y
2. la no inclusión de una solicitud con miles de firmas por la que se pretendía que la
Convención reformara las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Finalmente, la Convención acepta el proyecto elaborado sobre la enmienda del art. 37 1de la ley suprema,
que es el texto hoy vigente; reforma el art. 872 que queda redactado como figura actualmente en la
Constitución, y no hace lugar a la modificación del inc. 1 del art. 67
Reforma de 1949
La necesidad de incorporar nuevos derechos sociales y las nuevas funciones del Estado fueron los
argumentos básicos que motivaron esta reforma constitucional. Durante la primera presidencia de Perón,
el Congreso sanciona la ley 13.233 promulgada el 3 de septiembre de 1948 que declara necesaria la
reforma de la C. N. Para la elección de convencionales, se fija el 5 de diciembre de 1948. En esa fecha,
resultan electas una mayoría de convencionales del Partido Peronista y una minoría de la Unión Cívica
Radical. Si bien la citada ley 13.233 guarda silencio sobre los alcances de la enmienda y omite emplear los
términos que utiliza el art. 30 de la Constitución Nacional (reforma “en el todo o en cualquiera de sus
partes”), es evidente que el texto y el sentido de dicha ley constituyen una declaración de necesidad de
reforma “total”. En la sesión preparatoria del 24 de enero de 1949, realizada en el recinto de la Cámara de
Diputados, se constituye la asamblea. La minoría radical se abstiene de votar y sostiene que impugna la
totalidad de la composición de la Convención. En la primera reunión ordinaria del 1° de febrero, la minoría
presenta el proyecto de resolución por el que propicia la declaración de nulidad de la convocatoria, de los
actos electorales realizados en virtud de la ley 13.233 y de los títulos de los convencionales. Funda su
proyecto en diversas consideraciones, a saber: a) la ley 13.233, que declara la necesidad de reforma y
convoca la Convención, carece de validez por cuanto se sancionó sin el quórum de votos exigidos por el
art. 30 de la Constitución Nacional: b) esa ley también viola la Constitución porque omite precisar los
artículos y normas que se consideran necesarios de reforma; c) la fórmula de la ley 13.233 alude
genéricamente a todas las posibilidades reformadoras pero no concreta ninguna, y d) la Convención tiene
las facultades de los cuerpos electivos y conforme con los principios de derecho político parlamentario,
debe conocer y decidir sobre las impugnaciones formuladas. El 15 de febrero, la mayoría peronista
desestima esas impugnaciones. En la sesión del 8 de marzo, se presenta el despacho de comisión favorable
a la reforma constitucional, con la disidencia total de los representantes radicales. La minoría enjuicia la
Convención. Se afirma que el art. 77 de la Constitución Nacional se modifica “para Perón, con el espíritu de
posibilitar la reelección de Perón” y que los delegados radicales se retiran definitivamente de la
Convención porque el debate “constituye una farsa”. A pesar de ese retiro, la Asamblea continúa
sesionando porque el Peronismo tiene quórum propio. Aprueba así, el 11 de marzo las enmiendas
constitucionales propuestas por la Comisión respectiva y un “texto ordenado” de la ley suprema. Dichas
reformas son juradas por los convencionales peronistas en la misma fecha y, cinco días después, en sesión
especial, por el presidente Perón, con lo que se clausura la Convención. La reforma se funda en la
necesidad de adecuar la Constitución a la corriente del constitucionalismo social surgido a principios del
siglo XX y que ya había tenido expresión en distintas constituciones de las dos post-guerras (Méjico 1917,
Alemania 1919, Francia 1946, etc). Asimismo, la doctrina del Peronismo que se desenvuelve después de
junio de 1943 y un Anteproyecto elaborado por el Partido Peronista se plasmaron en esta reforma.
Paralelamente a esas motivaciones, la mayor parte de nuestra doctrina sostiene que el leit motiv de la
reforma constitucional fue la modificación del art. 77 de la ley suprema, a fin de permitir la reelección del
presidente Perón.
Aspectos reformados:
Parte dogmática: (Derechos y garantías). Pone en práctica los postulados de justicia social, independencia
económica y soberanía política, como también los relativos a la cultura nacional, que proclama en el
Preámbulo.
a. Justicia social: función social de la propiedad privada, del capital y de la organización de la riqueza.
Introduce los derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad, de la educación y la cultura.
b. Independencia económica y política: reglamenta el sistema de los servicios públicos, los minerales y
fuentes de energía. Establece normas de defensa de la libertad individual y de la Constitución, admisión y
exclusión de extranjeros.
Parte orgánica: No sufre grandes innovaciones. Permite la reelección del presidente.
Además en la Constitución reformada se incluyen seis disposiciones transitorias entre las que se destacan:
a. El presidente debe jurar acatamiento a la Constitución ante la propia Convención Constituyente. Los
demás funcionarios deben hacerlo en la oportunidad en que se le establece en sus funciones so pena de
pérdida del cargo.
b. En el primer período legislativo siguiente debe solicitarse nuevamente el acuerdo del senado para todos
los jueces, embajadores, ministros plenipotenciarios y demás funcionarios a quienes las leyes especiales
exigen el mismo requisito.
c. Autoriza a las legislaturas provinciales a reformar sus Constituciones para adaptarlas a la C. N. En las
provincias con Poder Legislativo bicameral, ambas cámaras reunidas constituirían la Asamblea
Constituyente.
Todas estas modificaciones fueron dejadas sin efecto por la “proclama” del 27 de abril de 1956 del
gobierno surgido a raíz del movimiento militar del 16 de septiembre de1955.
Movimiento de septiembre de 1955 y la C. Nacional.
El 16 de septiembre de 1955 se produce el movimiento militar conocido como la “Revolución Libertadora”,
encabezado por Eduardo Lonardi que derroca al presidente Juan D. Perón. Lonardi presta juramento como
presidente provisional el 23 del mismo mes, pero el 13 de noviembre es desplazado de su cargo y asume
Pedro Eugenio Aramburu.
El 27 de abril de 1956 se concreta la “proclama” por la cual el gobierno de facto declara vigente la
Constitución de 1853 con sus reformas de 1860,1868 y 1898, excluyendo las enmiendas introducidas en
1949.
Reforma de 1957
En 1957 el gobierno militar encabezado por los golpistas: Aramburu y el Almirante Isaac F. Rojas de la
llamada Revolución Libertadora promovió - mediante el decreto militar 3838/57- derogar la Constitución
de 1949 vigente para restablecer la Constitución de 1853, eliminando de esa manera los derechos sociales,
como los derechos de la ancianidad y Derechos del niño, previsionales y civiles como por ejemplo el hábeas
corpus. La Convención estuvo prohibida a la representación de ciudadanos de origen peronista, que
demostraron ser mayoría al votar masivamente en blanco. Por su parte la Unión Cívica Radical se
fragmentó en dos partidos. La Asamblea Constituyente se limitó a convalidar la decisión del gobierno
militar impidiendo la incorporación de los derechos sociales y laborales, por lo que se produjo el retiro de
la mayor parte de las representaciones políticas, alcanzándose a agregar el artículo 14 bis, que eliminó,
antes que incorporó derechos sociales antes de quedar totalmente sin quórum.
Lo fundamental de ésta reforma es:
El art. 14 bis. de la C.N. incorporado en la reforma de 1957 establece:
"El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador:
condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución
justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las
empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido
arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática, reconocida por la
simple inscripción en un registro especial.
Queda garantizado a los gremios: concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al
arbitraje; el derecho de huelga. Los representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el
cumplimiento de su gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo.
El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En
especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o
provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación
del Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección
integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una
vivienda digna."
El denominado Constitucionalismo social registra una doble transformación a nivel del Estado y a nivel de
los derechos individuales: a) del Estado abstencionista se pasó al Estado intervencionista, y b) se
complementaron dichos derechos con la incorporación de derechos sociales y económicos.
Esta nueva realidad implicó la inserción de cláusulas económicas y sociales en las leyes fundamentales, y la
llamada "racionalización del poder". A través de este artículo el constituyente pretendió darle al trabajo
una tutela legal, que asegure y ampare necesaria y obligatoriamente los derechos en él enumerados
Reforma de 1972
El gobierno de facto surgido del movimiento militar de 1966, Juan Carlos Onganía, disuelve los partidos
políticos, además los bienes de éstos son transferidos al patrimonio nacional, como también se suprimen
otros derechos y garantías individuales.
Posteriormente el gobierno deroga la ley que prohibía la actividad política, los partidos políticos y dispone
la restitución de sus bienes.
El Ministro del Interior constituye la “Comisión Asesora del Plan Político” posteriormente llamada
“Comisión Asesora para el estudio de la Reforma Institucional”.
El 17 de septiembre de 1971, Lanusse anuncia al público el estudio de un plan político y la decisión del
gobierno de convocar a elecciones para marzo de 1973. Simultáneamente en ese mensaje da a conocer el
“calendario electoral” o “cronograma político”, donde se fijan las fechas para que la Comisión
Coordinadora para el Plan Político entregue su dictamen sobre la reforma constitucional y sistema
electoral. Esta Comisión eleva su dictamen al presidente el 26 de octubre de 1971. La Junta de
Comandantes en Jefe en acuerdo de Ministros declara necesaria la enmienda parcial de la C. N. (Ley 19.608
llamada “Ley declarativa fundamental”). Esa reforma es anunciada para adecuar algunas de sus
disposiciones a la realidad contemporánea, pero sin afectar su esencia.
Esas enmiendas son insertadas en la C. N. y están contenidas en el llamado “Estatuto Fundamental” del 24
de agosto de 1972. Por ese estatuto se modifican los arts. 42, 45, 46, 48, 55, 56, 67 Inc. 7, 77, 86 Incs. 11 y
12, y 87 de la Constitución; y se agregan párrafos a los arts. 68, 69,71, 96 y 105. Además, se decide no
aplicar durante la vigencia del Estatuto la última parte del Inc. 18 del art. 67 ni los arts. 82, 83, 84, y 85 de
la Constitución entonces vigente.
La reforma Constitucional de 1994: principales instituciones incorporadas al texto. Retorno al régimen
democrático y Reforma del año 1994.
Siguiendo a destacados autores1 vemos como después de 1983, año en que
Argentina empieza la transición a la democracia, distintos proyectos de reforma de la constitución,
comenzaron a plasmarse en distintos ámbitos institucionales y fueron presentados en el Congreso por
legisladores provenientes del justicialismo, el radicalismo, la democracia cristiana y el socialismo. En 1985,
auspiciado por el Poder Ejecutivo Nacional, se creó un organismo especial, el Consejo para La
Consolidación de la Democracia (Decreto 2446/85).
Este Consejo tenía como objetivo una reforma constitucional que fuera el eje de la reforma política
destinada a reconstruir el sistema político y a dotar a la democracia de los mecanismos institucionales que
favorecieran a una política de cooperación entre oficialismo y oposición. El propósito de ello, era poner fin
a la inestabilidad política y dar respuesta a la crisis socioeconómica que se vivía. En esta idea, se da cuenta
del déficit de las instituciones para afrontar la crisis económica y la crisis del Estado, que no había sido
reformado desde la Segunda Guerra Mundial.
El Consejo elaboró un dictamen preliminar den 1986 y un segundo dictamen en 1987 donde se trataron
puntos concretos como la transformación del régimen presidencialista en uno parlamentario o semi
presidencialista, con la figura de un Primer Ministro. Asimismo, se contempló el acortamiento del período
presidencial a 4 años, y la posibilidad de la re elección. Otros puntos fueron la elección directa del jefe de
Estado, la constitucionalización de los decretos de necesidad y urgencia, formas de ejercer la democracia
indirecta, la reducción del mandato a los Senadores a seis años. Sin embargo esta reforma fue pospuesta,
dada la crisis política y económica, que llevó a la renuncia anticipada del Gobierno de Alfonsín, en Julio de
1989.
Cabe destacar, que ya en los 90´, la necesidad de la reforma era compartida por gran parte de las fuerzas
políticas. Sin embargo el debate constitucional, reflejaba la desconfianza mutua entre radicales y
peronistas ante el establecimiento y respeto de las reglas de juego consagradas. A pesar de lo dicho, el
consenso sobre las formas de la Reforma, fue difícil de construir, dentro de los partidos, como en la arena
política. La reforma constitucional debía ligarse al mejoramiento de la calidad del régimen político, pero a
la vez debía encontrar alguna conveniencia para los actores de modo que profundizaran el estudio sobre la
misma.
El Pacto de Olivos, fue resultado de esta falta de consenso explícito y producto de necesidades políticas
claras del partido en el gobierno el Justicialismo -, de la oposición, y de los líderes que la impulsaran:
Menem en su primer período de la Presidencia de la Nación - y Alfonsín, el ex Presidente. En 1993, el
proceso reformista se aceleró, y la mayoría del bloque justicialista del Senado introdujo otro proyecto de
ley declarativa de necesidad de cambio constitucional, que después de ciertas discusiones, resultó
aprobado con modificaciones (Proyecto Bravo) en la Cámara de Senadores. Este proyecto no logró el cupo
favorable en diputados de los dos tercios que exige el Art. 30 de la constitución para su reforma. La
iniciativa quedó entonces trabada e intentó ser reiniciada por el Poder Ejecutivo que convocaría mediante
el decreto 2181 (22 de octubre de 1993) a una consulta popular voluntaria, para que la ciudadanía se
expresase respecto a la Reforma de la Constitución de 1853. La oposición juzgó a tal consulta – que se
desarrollaría el 21 de noviembre – como inconstitucional y era una presión para los legisladores que no
querían dar curso a la reforma, tal como estaba planteaba. La consulta, igualmente no se desarrolló,
porque el 14 de noviembre de 1993 Alfonsín y Menem realizaron el Pacto de Olivos en torno a mutuas
concesiones. El Presidente Menem logró que se admitiera la re- elección presidencial. El ex Presidente
Alfonsín, logró el surgimiento de la figura del Jefe de Gabinete o ministro coordinador, el cual le recortaba
poderes al jefe de Estado. El decreto 2339, del 15 de noviembre de 1993, suspendió la realización de la
consulta popular. El 13 de diciembre de 1993, ambos líderes, suscribieron un acuerdo ¨ de la Rosada¨ que
complementaba al Pacto de Olivos, producto de la labor de juristas de ambos partidos que postulaban las
opiniones favorables de los respectivos órganos partidarios y los trabajos realizados por sus comisiones
técnicas.
El convenio tuvo 3 partes: -el Núcleo de Coincidencias Básicas - Temas que deberían ser habilitados para el
libre debate en la constituyente - Modalidades de instrumentación del Pacto. El texto del Pacto de Olivos
fue presentado a la Cámara de Diputados que se constituyó en Cámara de Origen, y lo aprobó sin
modificaciones. Luego pasó al Senado, que enmendó el proyecto en la cuestión de la reducción del
mandato de los senadores a 4 años. La iniciativa no volvió a diputados como hubiera debido haber sido a
través del trámite legislativo previsto en el Art. 71 de la Constitución, sino que se remitió directamente al
Poder Ejecutivo. El Presidente promulgó la ley 24.309 el 29 de diciembre. Esta ley estableció dos áreas de
reforma: - El Núcleo de coincidencias Básicas: autorizaba la reelección inmediata del presidente, se creaba
la figura del Jefe de Gabinete de Ministros, aumentaba la cantidad de Senadores por provincia a tres, se
contemplaban los decretos de necesidad y urgencia y la delegación legislativa. Se erigía el Consejo de la
Magistratura como órgano de gobierno del Poder Judicial. Esta parte de la ley de la reforma de la
constitución, debía ser votada como conjunto, llamándose a este procedimiento ¨ paquete cerrado ¨. - La
otra parte de la Ley estaba expuesto al debate abierto y segmentado de cada tema. Los puntos que
contenía era la relación Nación – Provincias, los partidos políticos, el sistema electoral, la autonomía
municipal, el ministerio público, atribuciones del Poder Ejecutivo Y legislativo, derechos de los aborígenes,
del consumidor, del usuario, libre competencia, defensor del pueblo, etc. Según especialistas, el porcentaje
de modificación de la Constitución fue de un 55% del texto. La elección de los convencionales
constituyentes se realizó el 10 de abril de 1994, conforme al decreto que las convocaba 2754/93. Los
partidos del Pacto de Olivos, lograron el 58% de los votos, que significaron un 40% del padrón electoral, a
raíz del alto porcentaje del voto en blanco y del abstencionismo. Se eligieron 305 diputados constituyentes,
de los cuáles el Partido Justicialista obtuvo 136 bancas, la UCR 75, el Frente Grande 32, el Modin 20 y los
restantes partidos 42 bancas. Por tanto, nadie contó con la mayoría absoluta ni con quórum para sesionar.
La Asamblea inició sesiones el 25 de mayo de 1994 y las concluyó el 22 de agosto, tal como se había
previsto. El Presidente de la misma al Senador Eduardo Menem, quien a su vez era Presidente del Senado.
La nueva Constitución contiene 129 artículos, a comparación de la anterior que poseía 110. Se ha
incrementado un 33 % de artículos. Según algunos especialistas, por la redacción de los artículos, más
extensa que la de los anteriores, la extensión del documento ha crecido un 70%. A la primera parte de la
Constitución se ha agregado un Capítulo Segundo de ¨ Nuevos Derechos y Garantías ¨. En la Segunda Parte,
a la sección del Poder Legislativo, se sumaron 2 capítulos más, que tratan de la Auditoria General de la
Nación ¨ y el ¨Defensor del Pueblo ¨ También se agregó otra sección, sobre el Ministerio Público,
concebido en su momento como un cuarto poder, por tener autonomía funcional y autarquía jerárquica
(Art. 120). El Ministerio Público y el Consejo de la Magistratura, son entendidos como órganos extra poder,
al no depender de la Corte Suprema de Justicia.
El Jefe de Gabinete. La creación de órganos extra poder y la alteración de la organización de cada poder del
Estados fueron dos características predominantes resultado de la reforma. Respecto a este último aspecto,
la creación del Jefe de Gabinete de Ministros que ejerce la administración general del país (Art. 100) y es
responsable políticamente ante el Congreso de la Nación que puede removerlo por el voto de la mayoría
absoluta de los miembros de cada Cámara (Art. 101). Si bien algunos consideraron que estas características
pondrían a Argentina más cerca de un sistema parlamentario, esto no es tan así, ya que podrá observarse
que el Presidente nombra al Jefe de Gabinete y puede removerlo, discrecionalmente. Los especialistas,
coinciden en calificar al Jefe de Gabinete como un ¨ gigante con pies de barro ¨, porque tiene
competencias constitucionales pero su estabilidad depende del arbitrio del Presidente.
Decretos de necesidad y urgencia. Esta materia, según los especialistas fue reglamentada a medias. Se
admitió a los decretos, salvo en los tópicos de legislación penal, tributaria, electora o de partidos políticos.
Los decretos deberán ser enviados en diez días a consideración de la Comisión Bicameral Permanente del
Congreso, que eleva un despacho a cada Cámara, para su tratamiento.
Primacía de los tratados internacionales ante la legislación nacional. La Constitución dio jerarquía
constitucional a instrumentos internacionales como la Declaración Universal de Derechos Humanos, el
Pacto de San José de Costa Rica, la Convención sobre los Derechos del Niño, la Convención sobre la
Prevención y Sanción del Delito del Genocidio (Art. 75 inc.22). Estos instrumentos no integran formalmente
la Constitución, pero valen como ella. La cuestión federal Las provincias puede crear regiones para el
desarrollo económico y social, así como celebrar convenios internacionales bajo ciertos recaudos. La
ciudad de Buenos Aires, fue dotada de un gobierno autónomo y dictaminaba su propia Carta Orgánica.
Respecto a la distribución de los recursos entre Nación y provincias, en el Art. 75, de las atribuciones del
Congreso, se estableció en la Constitución el régimen de coparticipación impositiva sobre la base de una
ley convenio entre Nación y provincias aunque no se fijó la cuota que cada parte recibirá.
Estatuto de los derechos: Iniciativa Popular y el habeas data. En el nuevo texto se establecen los derechos
de resistencia a la opresión contra autoridades de facto, el sufragio es determinado como universal,
secreto, obligatorio e igual, se constitucionalizan los partidos políticos e impone al Estado la
responsabilidad de financiarlos. También aborda los derechos de iniciativa popular de leyes y la sanción de
ellas por el electorado (Art. 40).
Por otra parte, regula el amparo, al hábeas data y al hábeas corpus (Art. 43), y enuncia las reglas tutelares
para los aborígenes (Art. 75). La Convención introdujo por otra parte modificaciones cualitativas en la
estructura de los tres poderes, e incluso en el sector de derechos sociales y personales. En conjunto la
nueva Constitución mantiene contenidos pluralistas que inspiraran a la anterior – liberal – individualista,
cristiana tradicional y principios del Estados Social - e incorpora derechos de tercera generación, como los
relacionados a la ecología y a los consumidores. Asimismo, el principio de justicia social se ve acentuado,
cuando se lo menciona expresamente en la misma, en oportunidad de determinar las atribuciones del
Congreso en cuanto a las políticas promoción.
Los Derechos Humanos. Evolución. La protección internacional. El Pacto de San José de Costa Rica.
La expresión de "derechos humanos", es de origen reciente. Su fórmula de inspiración francesa, "derechos
del hombre", se remonta a las últimas décadas del siglo XVIII. Pero la idea de una ley o legislador que
define y protege los derechos de los hombres es muy antigua.
A saber2:
En el Código de Hammurabi, se protegían con penas desproporcionadamente crueles. En Roma se los
garantizaban solamente al ciudadano romano que eran los únicos que podían formar parte en el gobierno,
la administración de la justicia, la elección de funcionarios públicos, etc. A pesar de esto se logró constituir
una definición práctica de los derechos del hombre. El derecho romano según fue aplicado en el common
law, como el Derecho Civil del continente europeo, ofrece un patrón objetivo para juzgar la conducta
desde el punto de vista de los derechos y libertades individuales. Ambos admitieron la concepción
moderna de un orden público protector de la dignidad humana. En Inglaterra se libraron batallas en
defensa de los derechos Ingleses, para limitar el poder del Rey. De esta lucha emergen documentos: la
Petition of Right de 1628, y el Bill of Rights de 1689. Las ideas de estos documentos se reflejan luego en las
Revoluciones Norteamericana y Francesa del siglo XVIII: con la Declaración de Independencia
Norteamericana, Declaración de Derechos de Virginia de 1776, Declaración Francesa de los Derechos del
hombre y del ciudadano y la Declaración de los Derechos Norteamericana. El año 1789, específicamente al
26 de Agosto de ese año donde la Asamblea Constituyente Francesa votó por unanimidad un conjunto de
principios considerados esenciales en las sociedades humanas y en las que habían de basarse la
Constitución Francesa (1791), y después otras muchas constituciones modernas. Tales principios,
enunciados en 17 artículos, integran la llamada "Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano".
En cuanto a su contenido político y social no representaban una aportación original, pues su espíritu había
sido ya aceptado en Inglaterra en 1689 por Guillermo III, y casi en iguales términos los había sancionado
con anterioridad en Estados Unidos el Congreso de Philadelfia. No obstante, la gran repercusión de la
Revolución Francesa los universalizó y entraron a formar parte de la conciencia europea como expresión
de las aspiraciones democráticas.
Dicha declaración, en sus artículos, establece: la misma política y social de los ciudadanos, el derecho a la
libertad, a la propiedad, a la seguridad, a resistir la opresión, el libre ejercicio de los Derechos Naturales, la
libertad de palabra y de imprenta... y demás derechos inherentes al hombre. En esta etapa comienzan a
dictarse las constituciones de carácter liberal, que protegían los derechos civiles y políticos, buscaban la
protección de las libertades de propiedad, y de vida. Esta etapa es llamada "Derechos de Primera
Generación", donde vemos un decaimiento del absolutismo político y monárquico. Como respuesta a una
etapa de crisis de los derechos humanos, por distintas situaciones, entre ellas el comunismo o la revolución
Industrial de Inglaterra. Esta etapa se llama "Derechos de Segunda Generación", que son específicamente
derechos sociales y económicos, que contenían la esperanza de los hombres de mejorar sus condiciones de
vida dentro de la sociedad, en lo económico y en lo cultural, ya que a medida en que otras valoraciones
novedosas entran a los conjuntos culturales de las diferentes sociedades, el repertorio de derechos civiles
y políticos recibe una reclamación ampliatoria.
Estos derechos deben defenderse, mantenerse, subsistir; pero a la vez hay que añadirles otros. Estas ideas
comienzan a plasmarse en las constituciones de México de 1917 y en la de Alemania de Weimar en 1919.
Los derechos humanos se establecieron en el Derecho internacional a partir de la Segunda Guerra Mundial,
y se establecieron documentos destinados a su protección por su importancia y necesidad de respeto.
Podemos emplear varios ejemplos:
La Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de
1948. La Declaración de Derechos del Niño, de 1959. La Convención sobre los Derechos Políticos de la
Mujer, de 1959. La Convención sobre eliminación de todas las formas de discriminación de la mujer, de
1969. La Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles inhumanas o degradantes, de 1984. La
Convención sobre los Derechos del Niño, de 1989, entre otros.
Estos nuevos derechos que se apodan derechos de segunda generación tienen que cumplir una forma
social, el individuo tiene que ejercerlo con un sentido o función social.
Por ejemplo: el Derecho de propiedad tendrá que acomodarse a las exigencias sociales de bienestar social.
El artículo 14 bis de nuestra Constitución formula el contenido mínimo de estos derechos.
Artículo 14 bis:
"El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador:
condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución
justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las
empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido
arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática, reconocida por la
simple inscripción en un registro especial.
Queda garantizado a los gremios: concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al
arbitraje; el derecho de huelga. Los representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el
cumplimiento de su gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo.
El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En
especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o
provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación
del Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección
integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una
vivienda digna."
Los "Derechos de Tercera Generación", son los Derechos Humanos, esta etapa todavía no ha terminado y
está integrada por el derecho a la preservación del medio ambiente, al desarrollo económico de todos los
pueblos, derecho a la paz, de los recursos naturales, del patrimonio cultural y artístico, etc.
Vemos que las necesidades de la vida humana crecen, se intensifican, demandan una mejor calidad de
vida.
PROTECCION INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
La Constitución Nacional, tiene fuerza normativa, ya que como norma jurídica superior, es exigible y
vinculante para todos.
La Constitución resulta entonces el elemento normativo fundamental que a través de la aplicación de sus
normas, así como de aquellas relativas a los derechos humanos contenidas en el bloque de
constitucionalidad por parte de los jueces, debe hacerse efectivo el derecho vigente.
La caracterización del ordenamiento jurídico como sistema, implica que aquél se compone en forma
escalonada de planos subordinantes y subordinados, y el Juez debe seleccionar la norma aplicable:
acudiendo a la jerárquicamente superior cuando la inferior está en pugna con aquella.
Esta imperatividad de la Constitución, ha sido reconocida además por la jurisprudencia y marca un paso
trascendente, en esta etapa caracterizada como de avance desde la mera promoción hacia la operatividad
jurídica, tanto de la Norma Fundamental como de los Derechos Humanos reconocidos en ella. Lo que da
validez a todo el ordenamiento jurídico infraconstitucional - comprendiendo la actividad funcional de cada
uno de los poderes del estado- depende de su coherencia y sujeción con los principios normativos de la
Constitución Nacional del Estado Argentino. La Constitución Federal y los doce instrumentos
internacionales de Derechos Humanos, regulan el sistema de producción jurídica del estado y someten el
ejercicio de la potestad jurisdiccional y la función administrativa del Estado Constitucional Argentino.
La inserción de nuestro país en un Sistema Internacional de Derechos Humanos hace necesario examinar la
coordinación de este, con los sistemas de integración comunitaria. Ya que los ordenes citados además,
deberán armonizar con el derecho interno de cada Estado.
Para esta tarea de coordinación y armonización resulta muy útil el lineamiento de relaciones
intrajerarquicas elaborado por Bidart Campos Albanese3 , a quiénes seguimos en estas cuestiones. Los
autores citados
advierten que, en cuanto a los derechos humanos, a) existen dos niveles: uno superior donde se halla el
derecho internacional de los derechos humanos -piso mínimo-, y otro inferior correspondiente al derecho
de la integración comunitaria. b) Como el primero DIDH, recoge -y acrece con - los aportes del derecho
interno (constitucional), el bloque del sistema de derechos que subordina al derecho comunitario se
compone de los derechos contenidos en el derecho internacional más los que se hallan reconocidos en la
Constitución de los Estados miembros. c) en la confluencia de los tres órdenes citados, el principio “pro
homine” permite escoger la norma más favorable a la persona humana y al sistema de derechos. d) hay
una primacía del DIDH, en cuanto funciona como mínimo exigible para el derecho interno y para el
derecho comunitario. e) ninguno de los tres ordenamientos jurídicos pueden desconocer o violar mejores
derechos que surjan de cualquiera de las otras fuentes. f) la progresividad del sistema de derechos,
aconseja la ampliación de la legitimación procesal que permita a los particulares afectados, el acceso eficaz
a la tutela judicial en cada sistema internacional y en el sistema interno de los Estados.
Si bien la cuestión es más compleja, debimos sintetizar quizás en demasía- los lineamientos de las
relaciones intrajerarquicas, teniendo en cuenta el objeto del presente análisis. La universalidad de los
Derechos Humanos, no es incompatible con la existencia de convenciones internacionales a nivel regional,
que encaren la búsqueda de soluciones más específicas atinentes a problemas propios de regiones.
Aparte del sistema interamericano, existen otros sistemas regionales como el europeo y el africano.
En nuestro hemisferio, con el compromiso y la lucha de fuerzas políticas democráticas, se creó el sistema
interamericano. Distintos motivos provocaron la decisión y el empeño. En principio, las normas
internacionales crean un nivel de legitimación más allá de las fronteras nacionales para quienes apoyan el
sistema democrático de gobierno.
Luego, la existencia de un sistema internacional de derechos humanos permite obtener un doble objetivo:
puede evitar el deterioro de sociedades democráticas permitiendo la intervención de la comunidad
hemisférica, antes que se produzca una salida de violencia extrema o de fuerza. Asimismo, un sistema
internacional de protección, crea la posibilidad de perfeccionar las sociedades democráticas, ampliando
constantemente los espacios de libertad existentes.
Además, tiene la ventaja adicional para las democracias latinoamericanas, de que las normas y
procedimientos internacionales aprobados por los Estados del hemisferio, son compatibles con el principio
de no intervención, cuya observancia es esencial para los miembros de la OEA, por mandato de su Carta
Constitucional.
Por último, la existencia de normas y procedimientos jurídicos, reduce la posibilidad de aplicar las normas
de derechos humanos, con criterios exclusivamente políticos.
El Sistema Interamericano, se halla estructurado, conforme la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
por el principio de legalidad, las instituciones democráticas y el estado de Derecho que son inseparables
(OC 6/86), integración que se completa con las garantías. Lo que confiere estabilidad al sistema.
En primer lugar, los Estados Partes de la Convención Americana se han comprometido a respetar los
derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona (art. 1.1.).
El compromiso se extiende al deber de adoptar las medidas legislativas o de otro carácter que fueren
necesarias para hacer efectivos tales derechos y libertades (art. 2).
La Corte Interamericana ha decidido -interpretando el art. 1 citado - que:”...esta disposición contiene un
deber positivo para los Estados. Debe precisarse, también, que garantizar implica la obligación del Estado
de tomar todas las medidas necesarias para remover los obstáculos que puedan existir para que los
individuos puedan disfrutar de los derechos que la Convención reconoce. ...” (OC 11/90, parágrafo 34).
Recordemos que el deber de los Estados de respetar y garantizar los derechos y libertades implica la
obligación de “...organizar todo el aparato gubernamental y, en general, todas las estructuras a través de
las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público, de manera tal que sean capaces de asegurar
jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos “(Caso Velásquez Rodríguez, Sentencia del
29 de julio de 1988. Serie C Nº 4, párr. 166; Caso Godínez Cruz, Sentencia del 20 de enero de 1989. Serie C
Nº 5, párr. 175) (OC 11/90, parágrafo 23). Estas definiciones, han sido recogidas por la CSJN en autos:
“Giroldi, Horacio” -Considerando 12- , por lo que forman parte de nuestro derecho interno. Destacamos la
trascendencia de
la decisión, pues dicho criterio es de aplicación a situaciones similares, y los fallos sucesivos deberán
adecuarse a aquél, sino se verán descalificados en caso de “...prescindir de la doctrina jurisprudencial de la
Corte aplicable al caso (lo que) importa una decisiva carencia de fundamentación....” (CSJN, “Martins, Raùl
Luis”, 30-04-96).
En cuanto al deber de adoptar disposiciones de derecho interno, al decir del Juez Gros Espiell, “se trata de
una obligación adicional, que se suma a la impuesta por el art. 1 de la Convención (y está) dirigida a hacer
más determinante y cierto el respeto de los derechos y libertades que la Convención reconoce” . Ello
refleja de manera inequívoca la vigencia del principio de progresividad, que implica que “al deber negativo
de no irrespetar, se suma el positivo de garantizar, y por ende, de ir garantizando, cada vez mejor y con
más eficacia, aquellos derechos y libertades”.
Advertimos que el art. 2 hace referencia a medidas legislativas o de otro carácter que fueren necesarias.
Entre las medidas de otro carácter, sin dudas se hallan las sentencias, porque los jueces tienen la
obligación de hacer operativas las garantías y libertades reconocidas en los tratados sobre Derechos
Humanos.
La Corte ha respondido que: “...si se ha contraído la obligación de adoptar las medidas aludidas, con mayor
razón lo está la de no adoptar aquellas que contradigan el objeto y fin de la Convención. Estas últimas
serían las “leyes a que se refiere la pregunta planteada por la Comisión”. “La pregunta se refiere
únicamente a los efectos jurídicos de la ley desde el punto de vista del derecho internacional, ya que no le
corresponde a la Corte pronunciarse sobre los mismos en el orden interno del Estado interesado. Esa
determinación compete de manera exclusiva a los tribunales nacionales y debe ser resuelta conforme a su
propio derecho.
De manera que no deja lugar a dudas, “La Corte concluye que la promulgación de una ley manifiestamente
contraria a las obligaciones asumidas por un Estado al ratificar o adherir a la Convención constituye una
violación de ésta y que, en el evento de que esa violación afecte derechos y libertades protegidos respecto
de individuos determinados, genera responsabilidad internacional del Estado” (OC nº 14/94, parag. 50).
LA COMISION INTERAMERICANA
La adopción (1969) y comienzo de vigencia (1978) de la Convención Americana es el paso más
trascendental de las naciones del hemisferio a fin de establecer obligaciones jurídicas en el ámbito de los
derechos humanos. Para los Estados que han ratificado la Convención como nuestro país las obligaciones
que ella establece tienen un carácter convencional.
La Comisión es competente para recibir denuncias individuales que provengan de Estados miembros de la
Convención, como también de los Estados miembros de la OEA que no hayan ratificado aún la Convención.
Para llevar a cabo sus funciones aquella está asistida por una Secretaría Ejecutiva Permanente. La
competencia de la Comisión es muy amplia, entre sus funciones, las más importantes son la elaboración de
informes especiales sobre la situación de los derechos humanos, las visitas in loco y la tramitación de las
peticiones individuales.
Las dos primeras funciones, están estrechamente vinculadas y las visitas in loco son generalmente las que
proporcionan el material para preparar los informes. Desde que la Comisión iniciara sus actividades en
1960, ha preparado 40 informes especiales (18). Uno de ellos es el informe sobre Argentina de 1980.
La tercera de las funciones, es la del procedimiento de peticiones individuales. Instrumento previsto en la
Convención por el cual toda persona puede poner en marcha un mecanismo internacional cuando
considere que se han violado sus derechos fundamentales y el derecho interno -principio de
subsidiariedad- no ha podido evitar o reparar esa trasgresión. Aquí, la competencia en razón de la persona
es muy amplia, pues la denuncia puede ser presentada por todo individuo -aún terceros, que no fueren la
victima también todo organismo no gubernamental ONG-, los Estados y hasta de motu proprio.
En cuanto a las recomendaciones de la Comisión, nos parece que son vinculantes, y deben cumplirse de
buena fe por los Estados Partes de la Convención Americana. Ello es así, por aplicación de la Convención de
Viena sobre el Derecho de los Tratados, que exige que éstos deban cumplirse y ejecutarse de buena fe. Por
ello, si un Estado debe cumplir de buena fe con sus obligaciones internacionales, las decisiones de la
Comisión son obligatorias. Recordemos que las normas del Derecho Internacional de Derechos Humanos
son imperativas.
A su vez, el art. 33 de la CADH, dispone que la Comisión y Corte son órganos competentes para conocer de
los asuntos relacionados con el cumplimiento de los compromisos contraídos por los Estados Partes. Al
ratificar la Convención, los Contratantes se comprometen a atender las recomendaciones que la Comisión
aprueba en sus informes.
LA CORTE INTERAMERICANA
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, tiene una competencia consultiva y otra contenciosa. La
primera, en razón de la materia es muy amplia, y de naturaleza permisiva. Lo último, comporta el poder de
apreciar si las circunstancias en que se basa la petición son tales que la lleven a no dar respuesta.
En cuanto a la amplitud, está referida, tanto a la legitimación: la totalidad de los órganos de la OEA que
enumera el art. X de la Carta-, todo estado Miembro de la misma, sea o no parte de la Convención; así
como al objeto de la consulta: que además de la Convención, alcanza a otros tratados concernientes a la
protección de derechos humanos en los Estados americanos. Y por último se concede a todos los
miembros de la OEA la posibilidad de solicitar opiniones acerca de la compatibilidad entre cualquiera de
sus leyes internas y los mencionados instrumentos internacionales.
Los límites a la función consultiva, fueron fijados por la misma Corte: ya que aquella está referida sólo a la
interpretación de tratados en que esté directamente implicada la protección de los derechos humanos en
un Estado Miembro del sistema interamericano, y fija la inadmisibilidad de toda solicitud de consulta que
tienda a desvirtuar la función contenciosa o a debilitar o alterar el sistema previsto en la Convención.
En materia contenciosa, sólo los Estados Partes y la Comisión, tiene derecho a someter un caso a decisión -
art. 61 CADH-. Previo agotamiento de los procedimientos previstos en los Art., 48 a 50 de la CADH.
Así, la Corte ha decidido que la interpretación de todas las normas de la Convención relativas al
procedimiento que debe cumplirse ante la Comisión para que “la Corte pueda conocer dentro de cualquier
r caso” (art. 61.2), debe hacerse de forma tal que permita la protección internacional de los derechos
humanos que constituye la razón misma de la existencia de la Convención y llegar, si es preciso, al control
jurisdiccional. (CIDH, Caso Velàsquez Rodrìguez. Excepciones preliminares. Sentencia del 26 de junio de
1987, parág. 30.)
Verifica que el Estado demandado sea parte de la Convención y que haya reconocido la competencia
contenciosa de la misma, con el depósito del instrumento respectivo (parág. 27) (22). Precisa el ámbito de
su competencia contenciosa sosteniendo que no es un tribunal de apelación (parág. 28), que ejerce una
jurisdicción plena sobre todas las cuestiones - sustanciales y procesales- relativas a un caso (parág. 29).
Sostiene que no se pretende la revisión del fallo dictado por la Corte Suprema del Estado denunciado, sino
la determinación de la responsabilidad por la violación de varios artículos de la Convención Americana por
parte del Gobierno (CIDH, Caso Villagràn Morales y otros. Excepciones preliminares, parágs. 17/20). Que,
no es un tribunal penal ante
el que se pueda discutir la responsabilidad de un individuo por la Comisión de un delito (CIDH, Caso Suàrez
Rosero. Sentencia, del 12-11-97, parág. 37). Cuando decida que hubo violación en un derecho o libertado
protegido por la Convención Americana, dispondrá que se garantice al lesionado en el goce de su derecho
o libertad conculcados (art. 63.1 CADH). Si fuera procedente la Corte dispondrá que se reparen las
consecuencias de la medida o situación y el pago de una justa indemnización a la parte lesionada.
La indemnización puede ser acordada por las partes, reservándose la Corte el derecho a homologarlo; o
fijar el monto y la forma, en caso de no lograrse el acuerdo (CIDH, Caso Velàsquez Rodrìguez. Sentencia del
29 de julio de 1988, parágs. 189/192.). El deber de reparar adecuadamente el daño producido constituye
un principio del derecho internacional (CIDH, Caso Velàsquez Rodrìguez. Indemnización compensatoria.
Sentencia del 21 de julio de 1989, parág. 25.), que consiste en la plena restitución (paràg. 26), comprende
el daño moral y debe liquidarse conforme principios de equidad (paràg. 27) y que la indemnización es de
carácter reparatorio y no sancionatorio (parág. 37/38). La restitutio in integrum es una de las formas de
satisfacción pero no la única (CIDH, Caso Aloeboetoe y otros. Reparaciones. Sentencia del 10 de setiembre
de 1993, parág. 49), en casos donde el derecho vulnerado es a la vida, es procedente sustituir la restitución
por una indemnización pecuniaria. Los perjuicios materiales deben incluir el daño emergente, el lucro
cesante y el daño moral sufrido por las victimas (parág. 50).
Al determinarse la responsabilidad del gobierno de Surinam, por inferencia, por una detención ilegal y al
fallecer el detenido, precedió a la determinación de una indemnización de carácter nominal, fijando el
modo de distribución del monto resultante (CIDH, Caso Gangaram Panday. Sentencia del 21 de enero de
1994, parágs. 68/70). En otra circunstancia, sentencio a condenar in genere, dejando a las partes acordar al
respecto, a falta de acuerdo se reserva la decisión final (CIDH, Caso Neira Alegría y otros. Sentencia del 19
de Enero de 1995, parág. 89/90).
Pacto de San José de Costa Rica del 22 de Noviembre de 1969
CONVENCION AMERICANA SOBRE DERECHOS HUMANOS
Los fines de dicha convención se pueden inferir del preámbulo, donde establece una serie de propósitos y
objetivos a alcanzar como así los derechos que son objeto de protección por la siguiente convención.
Veamos:
Los Estados Americanos Signatarios de la Presente Convención, RECONOCIENDO Su propósito de
consolidar en este continente, dentro del cuadro de las instituciones democráticas, un régimen de la
libertad personal y de justicia social, fundado en el respeto de los derechos esenciales del hombre;
RECONOCIENDO Que los derechos esenciales del hombre no nacen del hecho de ser nacional de
determinado estado, sino que tienen como fundamento los atributos de la persona humana, razón por la
cual justifican una protección internacional, de naturaleza convencional coadyuvante o complementaria de
la que se ofrece el derecho interno de los Estados Americanos; CONSIDERANDO Que estos principios han
sido consagrados en la carta de la Organización de los Estados Americanos, en la Declaración Americana de
los Derechos y Deberes del Hombre y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que han sido
reafirmados y desarrollados en otros instrumentos internacionales, tanto de ámbito universal como
regional; REITERANDO Que, con arreglo a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, solo puede
realizarse el ideal del ser humano libre, exento del temor y de la miseria, si se crean condiciones que
permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y culturales tanto como de sus
derechos civiles y políticos, y CONSIDERANDO Que la tercera conferencia internacional extraordinaria
(Buenos Aires, 1967) aprobó la incorporación a la propia carta de la organización y de normas más amplias
sobre derechos económicos, sociales y educacionales, y resolvió que una convención interamericana sobre
derechos humanos determinará la estructura, competencia y procedimiento de los órganos encargados de
esa materia.
Se tutelan derechos fundamentales como:
Articulo 1.- obligación de respetar los derechos.
Capítulo II Derechos civiles y políticos
Articulo 3.- derecho al reconocimiento de la personalidad jurídica.
Articulo 4.- derecho a la vida.
Articulo 5.- derecho a la integridad personal.
Articulo 6.- prohibición de la esclavitud y servidumbre.
Articulo 7.- derecho a la libertad personal
Articulo 8.- garantías judiciales.
Articulo 9.- principio de legalidad y retroactividad.
Articulo 12.- libertad de conciencia y de religión.
Articulo 13.- libertad de pensamiento y de expresión.
En el Capítulo III Derechos Económicos, sociales y culturales
Articulo 26.- desarrollo progresivo.
Articulo 28.- cláusula federal.
Entró en vigor el 18 de julio de 1978. Es de recalcar que con la reforma constitucional de 1994 en el
artículo 75 inc.22 se le ha dado raigambre constitucional al pacto mencionado.
I. REFORMAS CONSTITUCIONALES Y LA RACIONALIZACIÓN DE LOS SISTEMAS DE GOBIERNO
PRESIDENCIALES EN AMÉRICA LATINA
EL PRESIDENCIALISMO EN AMÉRICA LATINA2
Una de los aportes más notables de la Convención de Filadelfia que sancionó la Constitución de
1787 de los Estados Unidos fue la adopción del presidencialismo, que fue un modelo seguido
especialmente en las repúblicas latinoamericanas.
Refiere Nohlen que “El presidencialismo aparece en América Latina en un momento en que se establece un
sistema de separación de poderes conjuntamente con la formación del Estado nacional. El órgano
preeminente es entonces el Presidente, gracias a cuyo ejercicio centralista del poder se produjo el proceso
de formación nacional (nation building), en algunos casos con mucho éxito, como por ejemplo en Chile. Se
generó toda una tradición presidencialista en la región. Sin embargo, esta tradición presidencialista
latinoamericana no es un mero fenómeno institucional, fundamentado en la historia del siglo XIX, sino que
se encuentra arraigada en valores, preferencias y patrones culturales ampliamente compartidos en las
sociedades latinoamericanas”3. También ha sido evidente que por nuestra cultura constitucional y
política, el presidencialismo funcionó de manera muy distinta, hasta degenerar como lo veremos luego en
algunos países, en un “hiperpresidencialismo”, prácticamente exento de controles.
Para nosotros es menester clasificar los sistemas presidencialistas de la región, para tener un mejor
conocimiento de ellos. Partimos de la base que es un grave error considerar una uniformidad a América
Latina en esta materia. Así lo indican por otra parte, las distintas encuestas y estudios comparados al
respecto, vgr. de Latinobarómetro, Calidad Institucional o percepciones sobre corrupción.
Diego Valadés en su libro “Gobierno de Gabinete”4 clasifica a los sistemas
presidenciales latinoamericanos desde una perspectiva constitucional en 3 tipos: el tradicional, el
transicional y el democrático.
Y así los caracteriza: “El tradicional corresponde al ejercicio autoritario del poder, altamente concentrado
en la persona que ocupa la titularidad de la presidencia, con relación al cual los controles políticos y
jurisdiccionales no representan una garantía eficaz para los derechos fundamentales; el transicional
corresponde a una etapa de desarrollo en que existen controles jurisdiccionales eficaces, pero donde los
controles políticos no han alcanzado un pleno desarrollo; en el democrático están presentes los controles
políticos y jurisdiccionales”. Sólo ubica en el tercer tipo a Chile, Uruguay y Costa Rica, ubicando al resto
de ellos en el tipo transicional, salvo la República Dominicana, que en su punto de vista pertenece al
tipo tradicional.
Por nuestra parte, a dicha clasificación agregamos el cuarto tipo: que denominamos
“hiperpresidencialista”, conforme lo analizamos más adelante. Este tipo de presidencialismo opera
más allá de los límites constitucionales y carece de adecuados controles por parte de los otros poderes
estatales.
Ya veremos que no obstante el diseño institucional de racionalización consagrado en reformas
constitucionales de algunos de estos países (como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua o
Argentina), en el decurso de estos últimos años, se ha perfilado con nitidez un régimen
hiperpresidencialista.
Tanto, como lo veremos más adelante, que se han producido nuevas reformas constitucionales en
algunos casos, como Venezuela y Nicaragua, para establecer las reelecciones indefinidas de los
Presidentes. Y acaba de presentarse un proyecto en igual sentido en Bolivia, además de que es probable
que ocurra lo mismo en Ecuador. En consecuencia, creemos que aquélla clasificación de Valadés debe ser
modificada y actualizada, ya que dichos países en nuestro concepto, integran esta categoría.
Con respecto al presidencialismo “racionalizado”, se observa en las normas constitucionales de la
región, por la presencia de ministros, que coloquialmente pueden ser designados como gabinetes y que
reciben estos nombres, según lo expone Valadés: Consejo de Ministros (Bolivia, El Salvador, Guatemala,
Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela); Consejo de Gobierno (Colombia); Consejo de
Gabinete (Panamá); Gabinete de Ministros (Argentina). Sostiene que en estos casos “el gabinete es un
órgano colegiado, integrado por ministros, con atribuciones establecidas en la Constitución y, en
algunos casos, en la ley. Los gabinetes no son órganos autónomos, en tanto que sus integrantes
dependen esencialmente de la confianza del presidente; pero su presencia y funcionamiento atenúan los
efectos de la concentración del poder en manos del presidente”.
Y al considerar el tema de los Ministros, que también deben servir para el propósito previamente
enunciado, insiste en la naturaleza plebiscitaria del presidencialismo latinoamericano, que se suma a
sus otras características negativas: el caudillismo, los gobiernos populistas -por definición autoritarios-
tengan perfil civil o militar, con estilos patriarcales y con amplio cauce para la corrupción.
Luego clasifica también a los distintos gabinetes presidenciales en 3 grupos: el de técnicos, el de clientes
(caracterizado por la obediencia y por los servicios prestados para acceder al poder) y el de prestigio,
destinado a “atenuar la imagen de la tecnocracia y los rigores del clientelismo, además de que permite
estructurar un discurso políticamente aceptable”.
Valadés vuelve a argumentar sobre la necesidad de superar la concepción arcaica de las presidencias
individuales que concentran el poder, originadas en épocas pasadas para consolidar poderes eficientes,
para dar paso ahora a las doctrinas de un poder democrático, como el que significa un gobierno de
gabinete.
Al estudiar las funciones del Gabinete, muestra que 14 de las 18 Constituciones latinoamericanas,
desconcentran el poder del Presidente a través de esta institución, pues sólo en los casos de Chile,
Ecuador, Méjico y República Dominicana se mantiene el modelo presidencial original5.
Y al sintetizar dichas funciones, opina que “el gabinete va dejando de ser sólo una instancia de
administración para convertirse en un espacio donde se discuten y adoptan las definiciones políticas del
gobierno”.
Al abogar nuevamente a favor de esta institución, pone de relieve la realidad que se observa en los
sistemas donde el presidente ejercita personalmente el poder y muchas veces, debe delegar un número
indeterminado de atribuciones en sus colaboradores cercanos, sustraídos al control del Congreso, lo que
origina un “poder subterráneo o cripto poder”, que afecta las relaciones entre los poderes de gobierno.
Luego considera los distintos ejemplos de gobierno de gabinete, a partir del primer ejemplo brindado por
Perú.
Agrega que un jefe de gabinete le permitiría al Presidente la posibilidad de ejercer la mediación política, “a
la que Gaetano Filangieri y Benjamín Constant atribuyeron tanta importancia desde los siglos XVIII y XIX”, y
que en su concepto, no debe desestimarse en los arreglos constitucionales del siglo XXI.
Estima asimismo Valadés, que el gobierno de gabinete, al racionalizar el poder presidencial, puede
generar una nueva “cultura constitucional”, lo que revela otra de las grandes preocupaciones del
distinguido jurista y pensador mejicano6.
Consideramos que desde el punto de vista normativo, es evidente que se produjo en la mayoría de los
países de América Latina una “parlamentarización de los sistemas presidenciales”, conforme lo
observamos en los estudios recién citados de Valadés donde propuso el Gobierno de Gabinete, pero
que además publicó posteriormente otro libro con este título7, que complementa el anterior.
Allí el distinguido jurista mejicano considera la responsabilidad de los Ministros y Secretarios de Estado a
través de otras instituciones parlamentarias como la presencia de los Ministros en el Congreso (Cap. II), el
voto de confianza (Cap. III), las preguntas, interpelación y moción de censura (Cap. IV) y la disolución del
Congreso (Cap. V), con un análisis de derecho comparado a nivel mundial, que muestra la inserción de
estos institutos en sistemas presidenciales.
Sostiene que con la “expresión “parlamentarización” se quiere significar: a) el proceso constructivo de un
sistema de naturaleza parlamentaria; b) la incorporación de instituciones de oriundez parlamentaria en
otro tipo de sistema político, con el propósito de asimilarlo al parlamentario; c) la adopción de
instituciones de origen parlamentario, pero preservando la estructura básica del sistema receptor”.
Por lo anterior, debe distinguirse entre parlamentarización del sistema constitucional y parlamentarización
del sistema presidencial.
En el primer caso, toda la estructura constitucional del poder político tiende a adecuarse al sistema
parlamentario, que es incorporado de una manera inmediata o gradual para sustituir el sistema vigente
(presidencial o tradicional); en el segundo, subsiste la estructura existente, pero se le agregan algunas
instituciones de control político, incluso modificadas, de origen parlamentario”8.
Y al abogar por la racionalización del sistema presidencial, a través de la incorporación de estas
instituciones, dice: “El sistema preferible es aquel que puede ser mejorado mediante un ejercicio de
inteligencia y de responsabilidad colectiva; las innovaciones que generan contrastes insuperables en el
ámbito cultural en el que se producen y se basan en procesos incomprensibles para sus destinatarios,
son contraproducentes. Construir un sistema parlamentario para remediar los defectos de un
sistema presidencial, tiene mucho de absurdo. ¿Quién podría diseñar un buen sistema parlamentario,
acerca del que no se tiene experiencia, si no puede corregir un mal sistema presidencial, con el que sí se
está familiarizado? En otras palabras, si no se puede corregir lo que se conoce, cómo poder construir lo
que se desconoce. Estoy a favor de la racionalización de los procesos del poder, no de la irracionalidad de
sustituir de raíz lo que bien puede ser enmendado. Además, cuando se importan modelos que carecen de
implantación en su medio cultural, se produce un efecto negativo: los nuevos instrumentos son conocidos
por unos pocos”.9
Desde la politología, el profesor de Heidelberg escribe en igual sintonía: “No obstante, el hecho de que la
vigencia de formas parlamentarias sea una experiencia casi desconocida en América Latina no es, por
cierto, una argumentación para rechazar la posibilidad de su ensayo en nuestros días. Sin embargo, es
ineludible destacar dos problemas. En primer lugar, las pocas experiencias parlamentaristas que hubo
son negativas. En Chile, al período 1891-1925 se le denomina "parlamentario", aunque de esa modalidad
de gobierno sólo tenía la capacidad del parlamento para censurar a los ministros (no así al jefe de
gobierno, que es la característica clave de un sistema parlamentario), y el juicio predominante sobre él
es de haber producido una gran inestabilidad para gobernar y una oligarquización de la política. En
segundo lugar, las posiciones favorables a la aplicación de un sistema parlamentario actualmente son
minoritarias, así como las condiciones político-institucionales para lograrla. Así lo demuestran los
debates en varios países de América Latina en los últimos años. Por lo tanto, las perspectivas para lograr
una reforma de tal envergadura han sido reducidas (cf. Nohlen/Fernández, 1991 y 1998). Solamente en
Brasil parecía posible una reforma de este tipo (cf. Lamounier/Nohlen, 1993), pero fue rechazada en 1993
por referéndum. En resumen: las razones para mantener el presidencialismo radican en la cultura
política, la tradición, la experiencia histórica y la estructura política latinoamericanas. Ante este trasfondo,
el balance del presidencialismo no es tan negativo como afirman sus críticos. Más peso tiene aún el
argumento de que el parlamentarismo no promete una mayor funcionalidad (Thibaut, 1996), antes al
contrario: en vista de los sistemas de partidos poco estructurados, de su falta de arraigo y
representatividad sociales, del poco prestigio de los parlamentos, junto a su tendencia a la
irresponsabilidad en los presupuestos, además de la fuerte necesidad de política de reformas
económicas y sociales, un tipo de sistema de gobierno con arraigo casi nulo en la cultura política causaría
riesgos incalculables. Para América Latina, me pareció más conveniente buscar fórmulas de adecuación
funcional del sistema dentro del molde presidencial (Nohlen, 1990), en renovar el presidencialismo con la
finalidad de flexibilizar las relaciones entre el presidente y el parlamento y de mejorar por este medio
la gobernabilidad (Nohlen/Fernández, 1991 y 1998). Ya al iniciarse del debate, Rolando Franco (1990: 152)
preveía que, citando al autor de estas líneas, “la resistencia de la institución presidencial y lo arraigado
que se encuentra en la cultura política (Nohlen, 1990: 17), terminarán triunfando, siendo razonable tal vez
“trabajar sobre la realidad presidencial en cada contexto político e institucional y buscar fórmulas de
adecuación funcional del sistema sin alterar su naturaleza presidencial (ibidem)”. En términos generales, el
debate institucional en América Latina ha tomado este rumbo. Iniciándose con la crítica al presidencialismo
y la propuesta de su sustitución, ha pasado por la refutación de estos planteamientos para considerar
sistemas de gobierno supuestamente intermedios (véase Arias/Ramacciotti, 2005), por ejemplo el
semipresidencialismo hasta llegar a pensar más a fondo en cómo hacer funcionar el presidencialismo
(véase Ellis/Orozco Henríquez/Zovatto, 2009)”.10
Estas modificaciones constitucionales incorporadas a partir de fines de la década de los 80 del siglo
pasado, en el contexto de la tercera ola democrática que abarcó a Latinoamérica11, fueron el
resultado del debate sobre presidencialismo y
parlamentarismo, que enfrentó a politólogos como Linz y Valenzuela, que criticaron duramente al
presidencialismo, mientras que Nohlen y Sartori se opusieron al cambio del sistema por uno
parlamentario. Este debate no se ha acallado y posiblemente no acabe nunca.12
Nosotros hemos valor
ado positivamente esta tendencia del constitucionalismo latinoamericano que se advierte en estas
reformas constitucionales, claramente dirigidas a racionalizar, renovar y atenuar el presidencialismo13,
mediante la inclusión
de estos institutos del sistema parlamentario.
Pero conforme a nuestra metodología interdisciplinaria para el estudio de esta materia, necesitamos
acudir a una perspectiva politológica, porque además es muy extensa la brecha que separa a las normas de
su vigencia real, en América Latina y particularmente en nuestro país. Es que más allá de los
problemas muy complejos del diseño constitucional, en algunos de nuestros países debemos agregar lo
propio de una deficiente cultura constitucional y de la legalidad.
En tal sentido, ésta es la clasificación propuesta por Dieter Nohlen1

Tipo de presidencialismo

Hiperpresidencialismo o dominante Concentración del poder en el Ejecutivo, aunque la


constitución no lo prevé, supresión de los
controles horizontales, ejercicio del poder con altos
ingredientes personalistas y plebiscitarios al borde
de un sistema constitucional-democrático, estilo
de decisión jerárquico-decisional
Reforzado o racionalizado Fuerte poder ejecutivo en cuanto a
competencias, resultante de reformas
constitucionales, racionalización del proceso
político en función de agilizar políticas de
desarrollo; estilo de decisión mayoritaria
Puro o equilibrado MODELO ESTADONUNIDENSE poderes equilibrados
entre e ejec y legisl funcionam muy
dependiente del sistema de partidos, estilo de
decisión mayoritaria
atenuado Poderes constitucionalmente equilibrados entre
Ejecutivo y Legislativo, pero el proceso político
más determinado por otros factores,
especialmente por el tipo de sistema de partidos;
estilo de decisión mayoritaria
parlamentariado No tanto determinado por elementos
constitucionales de origen parlamentarista (por ej.
figura de un primer ministro, voto de censura,
capacidad de disolver el Parlamento), sino por la
práctica política (por ej. gobiernos de coalición),
estilo de decisión negocial y de compromiso
Asimismo, conforme a su metodología de análisis del presidencialismo en su contexto, expresa: “No basta,
sin embargo, considerar los sistemas presidenciales sólo por sí mismos. Para valorar el funcionamiento de
las instituciones, conviene tomar en cuenta el entorno en el que actúan como sistema y su interrelación
con él. El contexto debe entenderse en sentido múltiple. Hay que pensar primero en el Estado, su tamaño
(Estado vs. mercado), su estructura (Estado unitario o federal), su capacidad de implementación de los
resultados del sistema presidencial (Estado fuerte o débil)”.…”Hay que pensar, en segundo lugar, en la
democracia como concepto genérico por encima del sistema de gobierno, en su modelo (en la dimensión
representativa y/o directa/plebiscitaria), en las formas de participación política informales, en la sociedad
civil, su evolución y patrones de comportamiento, y en la cultura política en general, todo lo que incluye la
cuestión de su consolidación”15.
II. LAS REFORMAS CONSTITUCIONALES Y EL SISTEMA DE GOBIERNO PRESIDENCIALISTA.
En estas reformas constitucionales de América Latina se ha mantenido como forma de gobierno el régimen
presidencialista, pero se produjo la incorporación de instituciones de tipo parlamentario.
Deben recordarse las opiniones de Linz, Valenzuela y Stepan16 acerca de los problemas
de gobernabilidad que atribuyeron al presidencialismo, agravados por un sistema electoral
proporcional para el poder legislativo, lo que requería según estos autores, un cambio hacia el gobierno
parlamentario, para hacer más estables los sistemas políticos democráticos.
Sin embargo, este tránsito no se produjo. Sólo se introdujeron algunas instituciones de tipo
semiparlamentarias o semipresidencialistas como la censura de ministros o la posibilidad de disolver el
parlamento como respuesta a esta medida o la creación de un Jefe de Gabinete de Ministros, como lo
hicieron las constituciones uruguaya de 1966, guatemalteca de 1985, colombiana de 1991, peruana de
1993, argentina de 1994, ecuatoriana de 1998, venezolana de 1999, ecuatoriana de 2008 y boliviana de
2009.17
Por otra parte, también desde los ámbitos doctrinarios, se ha respondido críticamente a estos intentos de
cambio de la forma de gobierno, al señalarse que el presidencialismo no es uniforme en América Latina y
que además existen mecanismos y fórmulas para que el mismo funcione con mayor eficacia18.
Mas allá de estas reformas, reiteramos que el problema del “hiperpresidencialismo” es uno de los más
graves en nuestra región, aunque ello no se presenta en todos los países, como ya hemos adelantado.
En relación a los sistemas electorales, en cuanto a la elección de Presidente de la República se observan en
América Latina dos sistemas: el de mayoría simple o relativa y el de mayoría absoluta o especial a dos
vueltas, que es el más difundido.
En efecto de 18 países hay 13 que imponen mayorías especiales, de los cuales hay ocho (Brasil, Chile,
Colombia, El Salvador, Guatemala, Perú, República Dominicana y Uruguay) que exigen 50% más uno de
los votos, mientras que otros cinco (Argentina, Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Nicaragua) requieren entre el
35 y 45 % de los votos para ganar en primera vuelta.
En consecuencia, sólo tienen el sistema de mayoría relativa para esta elección Honduras, Méjico,
Panamá, Paraguay y Venezuela.
Se deduce de ello que la tendencia en este período ha sido consolidar el sistema especial de mayorías
absolutas o especiales de doble vuelta, para otorgar mayor legitimidad a los electos. Asimismo, se ha
señalado también que otra tendencia ha sido la de posibilitar las reelecciones presidenciales en 12 de los
18 países, ya sea en forma inmediata o después de algún período.19
Con respecto al sistema electoral aplicable a los órganos legislativos, hay que distinguir entre países con
sistema unicameral o bicameral.
En el primer caso encontramos a Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua,
Panamá, Perú y Venezuela y en el segundo a Argentina, Brasil y Méjico que son federales y que tienen
Senado, lo mismo que otros países unitarios que no obstante ello también lo tienen como Bolivia, Chile,
Colombia, Paraguay, República Dominicana y Uruguay. Deteniéndonos específicamente en el sistema
electoral de la Cámara Unica o de la Cámara de Diputados en el sistema bicameral, Zovatto señala que hay
10 países con tendencia proporcional (Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, El Salvador, Honduras,
Nicaragua, Perú, Uruguay y Venezuela) y ocho con tendencia mayoritaria (Chile, Colombia, Ecuador,
Guatemala, Méjico, Panamá, Paraguay y República Dominicana).
Asimismo el autor sostiene que se puede indicar que en América Latina predominan los países que tienen
listas cerradas y bloqueadas, como Argentina, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala,
Honduras, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana y Uruguay. 20
También se han producido modificaciones constitucionales en torno a la posibilidad de la reelección
presidencial. En esta cuestión de hondas consecuencias en el régimen político se ha admitido
mayoritariamente la posibilidad de las reelecciones en 14 países, con las siguientes modalidades:
a) Reelección inmediata por un solo período: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Nicaragua21 y
República Dominicana.
b) Reelección luego de un mandato presidencial: Chile, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Perú y Uruguay.
c) Reelección indefinida: Venezuela y Nicaragua22
d) Reelecciones por un tercer período y con tendencia a la de carácter indefinido: Bolivia23 y
Ecuador24. En Argentina se intentó sin éxito una reforma
constitucional para posibilitar lo mismo en 2013.25
e) Prohibición de reelección: Guatemala, Honduras, Méjico y Paraguay.
Es menester señalar que este notable cambio de tendencia, ha sido acompañado por un diseño
constitucional de atenuación del presidencialismo, como lo vimos anteriormente. No obstante esto, se
aprecia claramente que existe un grupo de países liderado por Venezuela, que ha consagrado ya en sus
Leyes Supremas la reelección indefinida, o las terceros mandatos, además de otros rasgos de
hiperpresidencialismo, lo que para nosotros afecta los principios del Estado constitucional y democrático
de Derecho. En efecto, Venezuela había admitido en 1999 la posibilidad de una sola reelección
inmediata, para un período de 6 años, pero mediante el Referendum Nº 1 del 2009, modificó su art. 230
para permitir una reelección indefinida del Presidente y en otras normas, de cargos electivos como
Gobernadores y Alcaldes. Asimismo, este proceso tendiente a posibilitar nuevas reelecciones ha influido
notoriamente en los casos de Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Argentina.
Creemos que los ejemplos observados en nuestro país y Latinoamérica de aquéllos que han buscado
perpetuarse en el ejercicio del poder, ilustran acabadamente sobre las profundas lesiones causadas por
dichas actitudes a la cultura política democrática y calidad institucional de nuestros pueblos26.
Es menester dejar de lado esas prácticas agonales de conservación del poder a cualquier precio27, para
poner el énfasis en el ejercicio de una política arquitectónica que se base
en el cumplimiento estricto de los principios republicanos y de las reglas de juego electorales, lo que es
esencial para una clara, transparente e indiscutible legitimidad democrática.
III. EL PRESIDENCIALISMO ARGENTINO.
A. EL PRESIDENCIALISMO EN EL TEXTO ORIGINARIO DE 1853.
La Constitución Nacional, sancionada en 1853, estableció una forma de gobierno representativa,
republicana y federal en el art. 1º, en base al modelo de la constitución norteamericana.
Debemos señalar en cuanto al primer aspecto de la forma representativa, que en la reforma constitucional
de 1994 se introdujeron institutos de democracia semidirecta como la iniciativa y la consulta popular, en
los arts. 39º y 40º.
En relación a la forma republicana, se dispuso la clásica separación de poderes en Legislativo, Ejecutivo y
Judicial.
El Presidente y Vicepresidente de la República eran electos de manera indirecta por colegio electoral, con
un mandato de 6 años y sin reelección inmediata, hasta la reforma de 1994, que estableció una elección
directa a doble vuelta, con un mandato de 4 años y posibilidad de una reelección inmediata. Además,
se diseñó una atenuación del fuerte presidencialismo consagrado en 1853.
El Poder Legislativo está compuesto por dos Cámaras: de Diputados, que representan al pueblo de la
Nación y de Senadores, que representan a las provincias y a la ciudad de Buenos Aires.
El Poder Judicial está integrado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, con nueve miembros y los
demás tribunales inferiores.
Nuestro sistema es presidencialista, ya que en la Ley Suprema se mantiene en el art. 87 - luego de la
reforma constitucional de 1994- el mismo texto del anterior art. 74 de 1853, que dispone que "El Poder
Ejecutivo de la Nación será desempeñado por un ciudadano con el título de "Presidente de la Nación
Argentina".
Se ha planteado un debate en el derecho argentino en torno a la “unipersonalidad” del Poder Ejecutivo o a
su carácter “colegiado”, o sea del Presidente y sus Ministros. La mayoría de la doctrina –a la que nos
sumamos- se inclina por la primera posición en base al texto constitucional (Montes de Oca, González,
Bidegain, Bidart Campos, Romero, Linares Quintana, Badeni, Quiroga Lavié, etc), aunque sostienen la
segunda otros autores (Matienzo, Marienhoff, Ekmekdjian, Cordeiro Pinto, etc). Por su parte, Sagüés
piensa que tiene un carácter “compuesto”, en base a la obligación del refrendo ministerial impuesto por el
art. 100 para la validez de los actos presidenciales, y por tanto también defiende la naturaleza colegiada
28.
El modelo inicial del texto histórico de 1853 fue como lo hemos dicho, el de la Constitución de Filadelfia
de 1787, pero con algunas modificaciones que establecieron un presidencialismo aún más fuerte en sus
competencias, por la influencia de Juan Bautista Alberdi que siguió el antecedente de la Constitución
Chilena de 183329.
El Presidente tuvo 4 jefaturas: del Estado, del Gobierno, de la Administración y de la Ciudad de Buenos
Aires. Actualmente, luego de la reforma de 1994, conserva las tres primeras.
En cuanto a las atribuciones del Presidente, remitimos al Capítulo siguiente, para su análisis exhaustivo, lo
que no impide que mencionemos ahora algunas, para su caracterización.
La Ley Suprema le otorga atribuciones de carácter colegislativo al Poder Ejecutivo -a cargo del Presidente-,
ya que puede presentar proyectos de ley, además de promulgar y publicar los sancionados por el Congreso
(art. 99º inc.3). También está facultado para vetar las leyes (art. 83).
Asimismo el Presidente debe realizar anualmente la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso para
dar cuentas del estado de la Nación (art. 99º inc. 8) y puede prorrogar las sesiones ordinarias y convocarlo
a sesiones extraordinarias (art. 99 inc. 9). El Presidente tiene facultades reglamentarias para ejecutar las
leyes (art. 99º inc. 2) y excepcionalmente puede dictar decretos de necesidad y urgencia, "cuando
circunstancias excepcionales hicieren imposible seguir los trámites ordinarios previstos por esta
Constitución para la sanción de las leyes, y no se trate de normas que regulen materia penal, tributaria,
electoral o el régimen de los partidos políticos" (art. 99º inc. 3).
Por otra parte, el Congreso puede delegarle facultades legislativas en materias determinadas de
administración o de emergencia pública, con plazo fijado y según las bases que fije (art. 76º).
Aunque la importancia del Congreso y trascendencia de sus funciones es indiscutible, también en nuestro
país se aprecia que el centro de gravedad del poder corresponde desde hace tiempo al Poder Ejecutivo.
Ello se ha producido por diversas causas entre las que señalamos: a) las interrupciones del orden
constitucional que significaron el cierre del Congreso; b) el liderazgo del Poder Ejecutivo en la realidad
contemporánea; c) las emergencias políticas, económicas y sociales que disminuyeron el protagonismo
del Congreso y d) la crisis de la representación política que afecta al prestigio del mismo.
No podemos además dejar de señalar que en la Presidencia de Menem, en sus dos períodos (1989-1999)
se dictaron aproximadamente 500 decretos de necesidad y urgencia que afectaron gravemente la
función legislativa30. Y esta práctica tan negativa
fue continuada por el resto de los Presidentes que le sucedieron. A ello deben sumarse las delegaciones
legislativas efectuadas por el propio Congreso, que también significaron una resignación del
cumplimiento de sus funciones frente a un Ejecutivo que ha legislado por decretos, con notoria intensidad,
desde la fecha indicada.
B. LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1994 Y LA ATENUACIÓN DEL PRESIDENCIALISMO.
Por ello se comprende que uno de los objetivos principales de la reforma constitucional de 1994 fue la
atenuación del presidencialismo, como incuestionablemente se observara en todo el proceso
preconstituyente y en las manifestaciones vertidas en la propia Convención31.
En este aspecto, debe destacarse la exposición del Convencional Raúl Alfonsín, que presidió el Bloque de la
Unión Cívica Radical, al exponer en la Sesión Plenaria en que se trató el Núcleo de Coincidencias Básicas,
donde sostuvo que a los fines de la interpretación de la Constitución, era importante conocer la
intención de los Constituyentes de su bloque32. Y afirmó lo siguiente: “…Es necesario ser muy preciso
en la definición de las ideas que tuvimos en cuenta al apoyar este Núcleo de Coincidencias
Básicas…”.”En primer lugar, es nuestra intención principal atenuar el presidencialismo y desconcentrar las
facultades del Presidente. Por ello –a nuestro criterio- cada vez que exista una duda acerca del alcance
que haya que otorgar a las cláusulas que estamos sancionando, la duda debe ser resuelta interpretando de
la manera más restrictiva posible las facultades presidenciales. En especial, debe interpretarse de forma
restringida y con el más cuidadoso escrutinio las facultades del Poder Ejecutivo de dictar decretos de
necesidad y urgencia, el ejercicio de las facultades de legislación delegada y la facultad de promulgar
parcialmente las leyes. Cuando exista alguna duda interpretativa entre las facultades del Presidente y del
Congreso, los jueces y demás intérpretes –a nuestro juicio- deberán dar prioridad a la solución que
privilegia el Congreso, ello puesto que la intención de estas reformas es fortalecer el Poder
Legislativo para establecer un nuevo equilibrio de poderes. Toda norma que pueda implicar alguna
limitación a la independencia del Poder Judicial, a la independencia e imparcialidad de la composición del
Consejo de la Magistratura y de la independencia y de las facultades de la Auditoría General de la Nación,
aunque no contradiga el texto que sancionamos, debe interpretarse que vulnera el espíritu de la
Constitución y contradice la intención del constituyente. Por el contrario, las facultades del Congreso en el
control del gobierno deben interpretarse ampliamente. Se debe tener presente que nuestra intención al
sancionar estas reformas tiende a evitar la degradación de la democracia y de las instituciones que
ponía en peligro nuestra República a través de la institucionalización del modelo de democracia delegativa.
Dicho modelo se caracteriza por una enorme concentración del poder político en el Ejecutivo y por la idea
de que por medio del sufragio se delega al Presidente el derecho de hacer todo lo que le parezca
adecuado”.”…No puede quedar duda alguna de que las propuestas que estamos analizando tienen a
construir la base de una nueva y más amplia democracia al crearse nuevas instituciones que aseguren un
mejor equilibrio entre los poderes y desconcentren las facultades presidenciales. A modo de ejemplo
podemos afirmar que la creación de la figura del Jefe de Gabinete de Ministros con responsabilidad
parlamentaria desconcentra el poder presidencial, destraba bloqueos entre los poderes y genera
válvulas de escape a situaciones de crisis; que la elección directa del Presidente, los senadores y el
Intendente de la ciudad de Buenos Aires amplía la legitimidad democrática; que la modificación del
sistema de selección y nombramiento de los jueces y la constitucionalización del Ministerio Público y de los
organismos de control de la administración pública tienden a mejorar los mecanismos de control del
poder. Nuestra intención con estas reformas es también la de fortalecer el federalismo. Al limitar las
atribuciones presidenciales para ordenar la intervención federal al modificar el Senado se establecen
organismos y mecanismos más aptos para de las autonomías provinciales y municipales”.33
Para nosotros, en base a una interpretación armónica y sistemática34, ese objetivo
fue instrumentado a través de un diseño que incluyó las siguientes modificaciones institucionales en el
texto supremo: 1) Privación de una de sus Jefaturas al Presidente como fue la de la Capital Federal, en cuya
virtud a lo largo de la historia pudo designar por sí mismo al Intendente de la Ciudad de Buenos Aires.
2) Fortalecimiento del Congreso mediante distintas reformas, que por razones de brevedad no podemos
analizar y que persiguen un mejor equilibrio de los poderes dentro de nuestro sistema republicano. En tal
sentido, basta mencionar la ampliación del período ordinario de sesiones, las mayores atribuciones para
la declaración de la intervención federal, la creación de la figura del Jefe de Gabinete de Ministros que
debe rendir mensualmente informe ante cada una de las Cámaras y que puede ser removido por un voto
de censura y la creación de órganos de control que tienen relación funcional con el mismo.
3) Reducción de las atribuciones del Presidente en la designación de los miembros del Poder Judicial
mediante la creación del Consejo de la Magistratura y el procedimiento establecido para los ministros de la
Corte Suprema.
4) Fortalecimiento de las autonomías provinciales y municipales, para reducir las atribuciones del
Gobierno Federal y afirmar el control vertical del poder, como otro objetivo del federalismo.35
5) Jerarquización constitucional de órganos de control como la Auditoría General de la Nación, el Defensor
del Pueblo y el Ministerio Público, con la finalidad de profundizar el control propio del sistema republicano.
6) Reducción del mandato del Presidente a 4 años, con posibilidad de una reelección inmediata y elección
directa, como había sido reclamado desde hace años por la mayoría de los partidos políticos, la doctrina y
los precedentes constitucionales de 1949, 1957 y 1972, además de ser la tendencia predominante en el
derecho comparado, incluso latinoamericano y en nuestro constitucionalismo provincial.
7) Incorporación al texto constitucional de los decretos de necesidad y urgencia y la legislación delegada,
como institutos de emergencia convalidados por la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia desde
los casos “Peralta” (1990) y “Delfino” (1927) y con la indiscutible finalidad de limitar las atribuciones
del Poder Ejecutivo en el ejercicio de los mismos, como emerge de los arts. 99º inc. 3 y 76 y de los
debates de la Convención Constituyente.
8) Creación del Jefe de Gabinete de Ministros, como institución de origen parlamentario, introducida
en el sistema presidencialista, con la finalidad de morigerar nuestro hiper-presidencialismo y asegurar la
gobernabilidad en situaciones de crisis políticas, como se sostuvo en los debates de la Convención
Constituyente.
Más adelante nos detendremos específicamente en esta institución36. De cualquier
manera, su incorporación en la reforma de 1994 tuvo el objetivo de atenuar el nuestro presidencialismo y
no de cambiar el sistema hacia uno semipresidencialista o parlamentario37. Similares propósitos han
tenido las reformas constitucionales operadas
en otros países de sistema presidencialista. 38 Reiterando nuestro acuerdo con el diseño normativo
realizado por la Convención Constituyente, consideramos que por la falta de cumplimiento de la
Constitución y permanente violación de la ley, no se ha verificado en los hechos una atenuación del hiper-
presidencialismo.
Si bien efectivamente funcionaron como limitaciones parciales las indicadas en los puntos 1, 3, 4 y 5 (o
sea, por la eliminación de su jefatura sobre la Ciudad de Buenos Aires, por la intervención del Consejo de la
Magistratura en la elección de los jueces, por las mayores competencias y autonomía de Provincias y
Municipios y por la jerarquización de los órganos de control) no se ha podido verificar en cambio que los
otros puntos hayan logrado su propósito.
En particular, consideramos criticable la declinación por el Congreso de sus atribuciones, que se
manifiesta en las delegaciones legislativas, el uso excesivo de decretos de necesidad y urgencia, las
emergencias y los llamados “superpoderes”, que más adelante analizaremos. Asimismo, la práctica
institucional de la Jefatura de Gabinete de Ministros, en modo alguno ha atenuado los poderes
presidenciales ni servido hasta ahora en una situación de crisis, como la de fines del 2001 durante la
Presidencia de De la Rúa, ya que no impidió su caída.
Consideramos que de las normas redactadas, merece especial mención por su brevedad la del art. 76
sobre delegación legislativa, que ha originado dificultades de interpretación y una práctica abusiva por
parte del propio Congreso y del Presidente. Esta cuestión debiera ser superada por una adecuada
reglamentación del Congreso y un correcto y celoso ejercicio de sus competencias, además de una firme
jurisprudencia de los Tribunales, como se hizo por la Corte Suprema en el célebre caso “Provincia de San
Luis” en 2003, donde nuestro más alto Tribunal efectuó una acertada interpretación sobre el alcance de la
emergencia y el uso de los decretos de necesidad y urgencia y de la delegación legislativa, para impedir el
uso conjunto de los mismos, en relación al llamado “corralito”, que fue para nosotros la más grave y
grosera violación de derechos constitucionales producida por una emergencia económica en nuestra
historia.39
El avance incontrolado de la concentración del poder en el Poder Ejecutivo ha alcanzado su máximo
desarrollo a partir de la sanción de la Ley de Emergencia Nº 25.561, sancionada por el Congreso en
2002, que originara una delegación sin precedentes al Presidente, en una amplísima cantidad de
materias (económicas, financieras, bancarias, administrativas, de fijación de precios y tarifas, de
renegociación de los contratos, etc.) y que hasta la actualidad ha sido prorrogada cada año, pese a que el
gobierno se jacta del buen funcionamiento de la economía y del superávit fiscal. Pese a que el diseño
constitucional de 1994 significó una modificación del fuerte presidencialismo del texto originario de 1853,
hoy en Argentina se gobierna por muy pocas personas (la titular del Poder Ejecutivo y unos pocos
colaboradores medio de decretos (delegados o de necesidad y urgencia), sin el debido control político por
parte del Congreso ni de la Corte Suprema de Justicia. Por eso, aunque desde hace tiempo padecemos
este fenómeno del hiperpresidencialismo, actualmente atravesamos su faz más aguda.
En relación a esto último, debemos mencionar tres modificaciones legislativas efectuadas en el año
2006, que fueron muy significativas y que para nosotros, profundizaron esta patología.
Nos referimos en primer lugar a la Ley Nº 26.122, reglamentaria de los decretos de necesidad y urgencia,
que posibilita que sea más fácil la legislación por decreto que por ley, ya que para el primer caso sólo se
requiere que una sola de las Cámaras otorgue su aprobación, mientras que en el segundo caso, es
necesaria la voluntad de las dos. Asimismo no se estableció plazo alguno para que se expida el Congreso ni
para una caducidad de los decretos no ratificados. Creemos que dicha ley es inconstitucional porque: a) no
respeta el espíritu del art. 99 inc. 3 de la Ley Suprema; b) viola el art. 82 de la Constitución que prescribe
que “La voluntad de cada Cámara debe manifestarse expresamente; se excluye, en todos los casos, la
sanción tácita o ficta”; y c) contradice abiertamente el objetivo de la reforma de 1994 antes analizado, de
atenuación del presidencialismo.40
En segundo lugar, se sancionó la Ley Nº 26.080 que modificó el número de miembros del Consejo de la
Magistratura, para reducirlo de 20 a 13 y con alteración del equilibrio ordenado por el art. 114 de la Ley
Suprema, lo que significara un avance del Poder Ejecutivo sobre los otros sectores, que ha afectado la
independencia del Poder Judicial, valor fundamental para el sistema republicano.
En tercer lugar, también dicho año se modificó el art. 37 de la Ley de Administración Financiera Nº 24.156,
para posibilitar que el Jefe de Gabinete de Ministros pudiera cambiar el destino de las partidas, en
lugar de la atribución que sólo le puede corresponder al Congreso, lo que ha significado desde
entonces, una gravísima lesión a una de las más importantes competencias de dicho órgano estatal.
Estas ostensibles violaciones del sistema republicano y de nuestra democracia constitucional, son
consecuencia de una notoria falta de cultura política, jurídica y democrática.41
C. EL JEFE DE GABINETE DE MINISTROS
Habíamos expresado en el punto anterior que la atenuación del presidencialismo diseñada en la
última reforma constitucional incluyó entre otros aspectos, la introducción de la figura del Jefe de
Gabinete de Ministros.
Ello fue consecuencia del Acuerdo de Olivos que así lo había previsto, lo que se trasuntó luego en la
aprobación por el Congreso de la Ley Declaratoria de la Necesidad de la reforma Nº 24.309 de 1993, en
cuyo art. 2º Apartado A se prescribió el tema como uno de los habilitados, dentro del llamado Núcleo de
coincidencias básicas, sostenido por las dos fuerzas políticas mayoritarias, o sea el peronismo y el
radicalismo42.
Dicha habilitación tuvo como antecedente la propuesta de incorporación de la figura efectuada
anteriormente, por el Consejo para la Consolidación de la Democracia,-creado por el Presidente Alfonsín
por Decreto Nº 2446 del 24 de diciembre de 1985 y coordinado por el Dr. Carlos Santiago Nino-, en su
Dictamen Preliminar.
Allí se expresó en torno al Régimen presidencialista, que “estaba entroncado en nuestras tradiciones” y
que presentaba “ventajas considerables” así como “desventajas notorias”, y que: “El Consejo consideró y
descartó la idea de aconsejar la sustitución lisa y llana del régimen presidencialista por una
parlamentario. Ello hubiera constituido una innovación demasiado sustancial. Se ha preferido aconsejar
la adopción de un régimen mixto, que atenúe las debilidades funcionales del régimen presidencialista
mediante la inserción en él de características propias de los regímenes parlamentarios”43.
En cuanto a las características salientes del sistema presidencialista mixto sugerido, se sostuvo: “La
necesidad de desconcentrar el cúmulo de tareas que hoy agobia al Presidente y de dar más
flexibilidad a la institución presidencial en situaciones de tensión o crisis, muestra la conveniencia de
instituir la figura de un Jefe de Gabinete, Presidente del Consejo de Ministros o Primer Ministro. Aquí se
abre la primera opción: o bien el Jefe de Gabinete es una creación facultativa del Presidente, esto es, un
órgano dotado de atribuciones libremente delegadas por este último, o bien es un Primer Ministro a
quien la Constitución atribuye las funciones de Jefe de la Administración Pública además de las que le
pueda delegar el Presidente. Las recordadas deficiencias de la estructura presidencialista señaladas al
comienzo se atenúan de manera más eficaz mediante la figura de un Primer Ministro dotado por la
Constitución de las atribuciones premencionadas. Una segunda opción se abre aquí. Se trata de decidir si el
Primer Ministro y el Gabinete son o no responsables ante el Parlamento. Más precisamente, ante la
Cámara de Diputados. Se puede atenuar el peso de la figura del Presidente estableciendo que debe
necesariamente recabar el consentimiento previo de la Cámara de Diputados para designar al Primer
Ministro y al Gabinete. Pero ello no es aconsejable; se procura conservar características centrales del
régimen presidencialista y tal pedido anticipado de confianza limitaría excesivamente la posición del
Presidente”.44 La Convención Nacional Constituyente de 1994 incorporó esta nueva institución en los arts.
100 y 101, prescribiendo el primero de ellos:
“El Jefe de Gabinete de ministros y los demás ministros secretarios cuyo número y competencia será
establecida por una ley especial, tendrán a su cargo el despacho de los negocios de la Nación, y
refrendarán y legalizarán los actos del Presidente por medio de su firma, sin cuyo requisito carecen de
eficacia. Al Jefe de Gabinete de Ministros, con responsabilidad política ante el Congreso de la Nación, le
corresponde:
1. Ejercer la administración general del país. 2. Expedir los actos y reglamentos que sean necesarios para
ejercer las facultades que le atribuye este artículo y aquellas que le delegue el Presidente de la Nación, con
el refrendo del Ministro secretario del ramo al cual el acto o reglamento se refiera. 3. Efectuar los
nombramientos de los empleados de la Administración, excepto los que correspondan al Presidente. 4.
Ejercer las funciones y atribuciones que la delegue el Presidente de la Nación. 5. Coordinar, preparar y
convocar las reuniones de gabinete de ministros, presidiéndolas en caso de ausencia del Presidente. 6.
Enviar al Congreso los proyectos de ley de Ministerios y el Presupuesto Nacional, previo tratamiento en
acuerdo de gabinete y aprobación del Poder Ejecutivo. 7. Hacer recaudar las rentas de la Nación y ejecutar
la ley de Presupuesto Nacional. 8. Refrendar los decretos reglamentarios de las leyes, los decretos que
disponen la prórroga de las sesiones ordinarias del Congreso o la convocatoria de sesiones
extraordinarias y los mensajes del Presidente que promuevan la iniciativa legislativa. 9. Concurrir a las
sesiones del Congreso y participar en sus debates, pero no votar. 10. Una vez que se inicien las sesiones
ordinarias del Congreso, presentar junto a los restantes ministros una memoria detallada del estado de la
Nación en lo relativo a los negocios de los respectivos departamentos. 11. Producir los informes y
explicaciones verbales o escritas que cualquiera de las Cámaras solicite al Poder Ejecutivo. 12. Refrendar
los decretos que ejercen facultades delegadas por el Congreso, los que estarán sujetos al control de la
Comisión Bicameral Permanente. 13. Refrendar conjuntamente con los demás ministros los decretos de
necesidad y urgencia y los decretos que promulgan parcialmente leyes. Someterá personalmente y dentro
de los diez días de su sanción estos decretos a consideración de la Comisión Bicameral Permanente. El
Jefe de Gabinete de Ministros no podrá desempeñar simultáneamente otro ministerio”. Por su parte, el
art. 101 ordena: “El Jefe de Gabinetes de Ministro debe concurrir al Congreso una vez por mes,
alternativamente a cada una de las Cámaras, para informar de la marcha del gobierno, sin perjuicio de
lo dispuesto en el art. 71. Puede ser interpelado a los efectos del tratamiento de una moción de
censura, por el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cualquiera de las Cámaras, y
ser removido por el voto de la mayoría absoluta de los miembros de cada una de las Cámaras”.
Fue Miembro Informante de la Comisión de Coincidencias Básicas sobre esta nueva institución el
Convencional Enrique Paixao, quien expresó inicialmente que la reforma constitucional estaba justificada
por dos realidades históricas: la concentración de poder en el Ejecutivo y las violaciones de nuestro
federalismo. Y al referirse al primer problema, sostuvo: “La primera de esas reformas, en
consecuencia, consiste precisamente en incorporar al Poder Ejecutivo una figura que, desagregando
las tradicionales facultades que hoy están estructuradas en cabeza del Presidente de la Nación, dé al
órgano ejecutivo del gobierno nacional mayor dinamismo, mayor elasticidad para enfrentar problemas
de crisis y la garantía de que el pluralismo ha de ser el modo permanente en el ejercicio del poder por
parte del Poder Ejecutivo Nacional. Las cuatro jefaturas que nuestra Constitución pone en cabeza del
Presidente de la Nación –la del Estado, la de la administración, la de gobierno y la militar- son
desagregadas en esta reforma constitucional que hoy considera esta Convención Constituyente. La
creación de la figura de un ministro como Jefe de Gabinete es el procedimiento elegido para desagregar la
jefatura administrativa –una de las cuatro que mencioné-, que quizás no es más importante por su
gravitación política, pero sí por el peso de su labor en la vida cotidiana. Estamos proponiendo una figura
que, dentro del régimen presidencialista, va a significar una atenuación de las facultades del Presidente,
estamos incorporando un órgano afectado específicamente a la tarea de administración activa…”.”En esa
figura quedan asentados los poderes reglamentarios vinculados con la administración, queda asentada la
participación en el poder reglamentario del Poder Ejecutivo…”.”En un segundo tramo de su actuación, esa
figura está colocada en un lugar que la transforma en el punto de contacto permanente entre el órgano
ejecutivo y el Congreso de la Nación…”. “Con esta figura estamos dando al sistema institucional argentino
la imagen central que caracteriza a los sistemas parlamentarios, la imagen del ministro que informa de la
marcha de la cosa pública al órgano parlamentario, y que lo hace con regularidad, sin dramaticidad y, sobre
todo, con eficiencia. Finalmente, como una señal de la función de puente entre el Presidente y el Congreso
de la Nación, debo decir que la reforma que ponemos a consideración de este cuerpo incluye la posibilidad
de que el Congreso remueva al Jefe de Gabinete, quien tendrá responsabilidad política ante el Poder
Legislativo”. Y concluyó así: “Este primer resguardo de atenuación del hiperpresidencialismo argentino
queda muy sintéticamente presentado ante esta Convención Constituyente”.45
Por su parte, el Convencional Raúl Alfonsín, dijo al respecto:”…A modo de ejemplo podemos afirmar que la
creación de la figura del Jefe de Gabinete de Ministros con responsabilidad parlamentaria desconcentra el
poder presidencial, destraba bloqueos entre los poderes y genera válvulas de escape a situaciones de
crisis;….”.46
Las atribuciones del Jefe de Gabinete de Ministros, consignadas especialmente en el art. 100 que hemos
transcripto anteriormente, han sido clasificadas por Armagnague47 en:
“a) Poderes de gobierno: tiene a su cargo el despacho de los negocios de la Nación, ejerce la
administración general del país, refrenda y legaliza junto al ministro del área correspondiente los actos del
Presidente por medio de su firma, sin cuyo requisito carecen de validez. Además es responsable de la
recaudación de las rentas de la Nación y la ejecución del presupuesto nacional. En este sentido, dirige la
acción del gobierno en materia económica al determinar los mecanismos para la percepción de los
impuestos y al llevar a cabo las obligaciones gubernamentales respecto de su inversión.
b) Poderes de administración: efectúa los nombramientos de los empleados de la administración
pública, entre ellos, subsecretarios y directores generales de todas las áreas del Poder Ejecutivo. Convoca,
coordina y prepara las reuniones de gabinete, las cuales preside en ausencia del Presidente. Ejerce las
funciones que el Presidente le delegue.
c) Funciones políticas: concurre a las sesiones del Congreso y participa en sus debates sin voto. Presenta al
Congreso una memoria detallada del estado de la Nación y produce los informes y explicaciones verbales y
escritos que cualquiera de las Cámaras solicite al Poder Ejecutivo.
d) Facultades colegislativas: previo tratamiento en acuerdo de gabinete y aprobación del Poder Ejecutivo,
el Jefe de Gabinete envía al Congreso los proyectos de ley de Ministerios y Presupuesto Nacional.
Asimismo dicta los actos y reglamentos necesarios para el ejercicio de sus atribuciones, refrenda los
decretos reglamentarios de las leyes, como así también los reglamentos de necesidad y urgencia en las
materias permitidas, los reglamentos delegados, los decretos que dispongan la prórroga de sesiones del
Congreso, o la convocatoria a sesiones extraordinarias y los mensajes del Presidente que promuevan la
iniciativa legislativa”.
Aclaramos asimismo que el Jefe de Gabinete de Ministros ejerce las competencias específicas mencionadas
en los arts. 100 y 101 de la Ley Suprema, además de las genéricas correspondientes a todos los Ministros,
prescriptas en los arts. 102, 103, 104 y 106, que más adelante analizaremos.
Seguidamente el autor pone de relieve la importancia política del Jefe de Gabinete ya que puede
“flexibilizar el régimen político” y “contribuir a solucionar los problemas de gobernabilidad generados por
el hiperpresidencialismo”. En este aspecto, se detiene en el análisis de los problemas de bloqueo entre los
poderes Ejecutivo y Legislativo, con pérdida del consenso del Presidente, que pueden llevar a la caída
del sistema institucional, lo que puede ser evitado con la designación de un representante de la oposición
en este cargo, con lo cual “se institucionalice un gobierno de coalición”. Asimismo enfatiza que “la
presencia periódica del Jefe de Gabinete en el Congreso da raigambre constitucional al principio
republicano de informar sobre los actos de gobierno”. Igualmente destaca el significado político del
voto de censura, con la posibilidad de la remoción del Jefe de Gabinete, por parte del Congreso.
También afirma que esta figura desconcentra el Poder Ejecutivo y que “la escena política puede ser
protagonizada, de este modo, de manera principal, por el Presidente y el Jefe de Gabinete, sin
superposición ni menoscabo de sus respectivas investiduras”48. Por nuestra parte, hemos destacado al
analizar la reforma constitucional de 1994 que otro de los objetivos de la misma fue la de fortalecer al
Congreso, lo que evidentemente se concretó con las mayores competencias asignadas, además de lo
relacionado con esta nueva figura, atento su obligación de informar mensualmente y de la posibilidad de
su remoción por un voto de censura.
Débese puntualizar la magnitud del cambio operado en nuestro sistema presidencial al consignarse en la
Ley Suprema la presencia periódica del Jefe de Gabinete ante cada una de las Cámaras. Ello es así por
cuanto aunque se había consagrado la posibilidad de las llamadas “interpelaciones” a los Ministros, en
nuestra historia institucional fue escasísimo el número de las concretadas, ya que casi siempre el
oficialismo las impidió, en detrimento de las funciones de control político del Congreso.
En esta misma línea de análisis, en relación a los cambios producidos en el diseño normativo para atenuar
el hiperpresidencialismo, consideramos de especial trascendencia la mención del “gabinete”, efectuada
en los incisos 4, 5 y 6 del art. 100. En efecto, allí se ha consignado que deben producirse: a) “acuerdos de
gabinete” para que el Jefe de Gabinete pueda “resolver sobre las materias que le indique el Poder
Ejecutivo” (inc. 4) y para el tratamiento de los proyectos de Leyes de Ministerios y de Presupuesto (inc. 6)
y b) “reuniones de gabinete de ministros”, presididas por el Presidente y en su defecto, por el Jefe de
Gabinete de Ministros.
Luego de realizar un análisis comparativo en América Latina sobre esta cuestión, que por cierto incluye a
nuestro país, dice Valadés49: “Esa amplia gama de funciones
asignadas constitucionalmente a los gabinetes denota que, paulatinamente, se van superando las
inercias del presidencialismo tradicional y que el gabinete va dejando de ser una instancia de
administración para convertirse en un espacio donde se discuten y adoptan las definiciones políticas del
gobierno”.
Y más adelante, agrega estas agudas reflexiones, que pensamos de especial aplicación para nuestra
realidad: “La operatividad de las normas constitucionales en cuanto a las facultades de los gabinetes no
depende únicamente de la receptividad de los presidentes ni de la autonomía de los ministros; depende
también del entorno político y cultural en el que se actúe. Bagehot advirtió que “los gobiernos de gabinete
educan a la Nación”, y puede agregarse que, en la medida en que una sociedad está políticamente
educada, la integración del gabinete corresponde a una mejor selección…””Entre mayores sean los niveles
de información y los incentivos que se tengan para participar en las decisiones políticas, más propicias
serán las circunstancias para que los sistemas constitucionales alcancen la plenitud de sus resultados
potenciales. Las tesis conservadoras que descalifican prematuramente los cambios normativos
porque no se traducen en la transformación subitánea de la realidad, desconocen la relación entre la
norma y la cultura”50.
Esta nueva figura ha provocado un intenso debate doctrinario51 sobre distintos aspectos
como su importancia, naturaleza y funcionamiento en el orden de la realidad. Por razones de brevedad,
nos limitaremos a exponer sintéticamente nuestro punto de vista. En tal sentido, distinguimos entre el
diseño constitucional y su vigencia sociológica y en consecuencia, estimamos que:
a) En cuanto a la importancia de la institución, no dudamos en sostener ello por las razones antes
expuestas, donde conforme su diseño asimismo destacamos: 1. El propio texto de la Constitución que
ubica al Jefe de Gabinete en una posición de notable jerarquía política e institucional, con una evidente
preeminencia sobre los otros Ministros, tal como lo indica el título del Cap. IV: “Del Jefe de Gabinete y
demás ministros del Poder Ejecutivo”. 2. La calidad, extensión y trascendencia de sus funciones,
especialmente prescriptas en el art. 100. 3. La clara opinión expresada al respecto por parte de los
sectores políticamente mayoritarios de la Convención Constituyente, que no puede ser desconocida en
una adecuada tarea de interpretación constitucional.
b) En cuanto a su naturaleza, reiteramos que esta institución del Jefe de Gabinete se inscribió en la
tendencia mayoritaria en Latinoamérica de avanzar hacia un presidencialismo parlamentarizado como
diseño constitucional, donde sin abandonarse el sistema presidencial, se incorporaron algunas
instituciones originadas en el parlamentarismo, con el objetivo de flexibilizarlo y racionalizarlo, como
lo señalara Valadés52. Esta institución tiene características
propias y no puede ser asimilada a un Primer Ministro, Canciller o Presidente de Gobierno de los más
conocidos regímenes parlamentarios. Asimismo fue el resultado de un proceso especial y de los acuerdos
alcanzados entre los partidos políticos mayoritarios que suscribieron el Núcleo de Coincidencias Básicas,
que modificaron las propuestas iniciales del Consejo de Consolidación de la Democracia, más cercanas
a un modelo semipresidencialista. Mas allá de esto, ya hemos puntualizado las indudables potencialidades
que la figura presenta en torno a la posibilidad de mejorar sustancialmente la calidad de nuestra política,
basada casi siempre en lo agonal en lugar de lo arquitectónico. Finalmente, volvemos a insistir en que
consideramos un notorio desconocimiento de los propósitos y opiniones del constituyente, además de una
falta de aplicación de criterios sistemáticos y armónicos para la interpretación, el afirmar que la atenuación
del hiperpresidencialismo sólo se diseñó a través de este único instituto.
c) En relación al funcionamiento de la institución en el orden de la realidad, un balance a más de 15 años
de esa trascendental reforma de 1994, se concluye en que esta figura en particular, no ha logrado en el
orden de la realidad política modificar nuestro hiperpresidencialismo. Diversas razones así lo indican: 1. En
primer lugar, la reglamentación de esta normativa fue efectuada de manera restrictiva en cuanto a las
funciones y competencias antes mencionadas, inconstitucionalidad que se suma a que fue efectuada por
Decreto 977/95 del Presidente de la República, en lugar de una Ley del Congreso, como lo sostiene Daniel
Sabsay 53. 2. En la práctica, los Presidentes han continuado ejercitando
un notorio hiperpresidencialismo. Una prueba de ello, es que en algunos casos ni siquiera se han realizado
reuniones de Gabinete.54 3. Los distintos funcionarios
que ocuparon esta alta función no alcanzaron la jerarquía política e institucional que el cargo impone. 4. El
Congreso ha permitido de manera inconcebible que los últimos Jefes de Gabinete ni siquiera den
cumplimiento a una de sus principales obligaciones, como es la de concurrir alternativamente una vez
por mes a cada una de las Cámaras, para informar sobre la marcha del gobierno. 5. Tampoco la institución
pudo cumplir su rol para evitar una crisis política e institucional, como la que conllevó la caída del
Presidente De la Rúa en 2001.55 6. En definitiva, se ha tratado de otra prueba más de las sistemáticas
violaciones constitucionales que nos caracterizan como una sociedad anómica56.
D. EL HIPERPRESIDENCIALISMO.
Estimamos necesaria una explicación acerca del uso de la denominación "hiper- presidencialismo",
tanto en Argentina como en otros países de la región.
Para nosotros este fenómeno se caracteriza por la concentración del poder en el Presidente, mas allá de
las competencias fijadas por la Constitución, en desmedro de la división y equilibrio de los poderes y de los
principios de la democracia constitucional.
Debemos a Carlos Santiago Nino el más agudo y profundo estudio de esta grave patología institucional,
que produce inconmensurables efectos negativos para el sistema político y jurídico y para una sociedad
abierta. En su obra “Fundamentos de Derecho Constitucional”57 expuso con visión interdisciplinaria en el
Cap. III destinado a la
“Organización del Poder” estos 3 acápites: a) “Actual organización del poder en la Argentina”58, con
énfasis en lo jurídico-constitucional, donde analizó el
hiperpresidencialismo en contexto, con la presidencia hipertrofiada, el debilitamiento del Congreso, el
sistema de los partidos políticos y el sistema electoral, el proceso de sumisión de la administración de
justicia, la declinación relativa del federalismo y las formaciones corporativas; b) “Evaluación del
hiperpresidencialismo argentino desde el punto de vista de su legitimidad democrática”59, con énfasis en
lo filosófico, donde
analizó aspectos como la dispersión de la soberanía, el deficiente procesamiento del consenso, los
problemas de la mediación imperfecta y de la apatía política y el empobrecimiento del debate
público y c) “Evaluación del hiperpresidencialismo argentino desde el punto de vista de su estabilidad y
eficacia”60, con énfasis en lo
politológico, donde analizó la estabilidad en relación a la personalización del poder, la rigidez del sistema y
las válvulas de escape, los bloqueos entre los poderes del Estado y la dinámica de confrontación de los
partidos y la dificultad para formar coaliciones y luego la eficacia del hiperpresidencialismo.
Al referirse a la presidencia hipertrofiada, según el texto constitucional originario de 1853, o sea antes de
la reforma de 1994, sostuvo: “Esta somera revisión de las facultades que los Presidentes fueron
adquiriendo por una interpretación extensiva de cláusulas constitucionales, por claudicación de los otros
poderes del Estado, o por un ejercicio liso y llano de de la musculatura política, muestra que, desde el
punto de vista normativo, el presidente argentino es, como lo preveía Alberdi, un verdadero monarca,
aunque a diferencia de lo que él suponía, sus facultades regias no han sido óbice para la inestabilidad de
los gobiernos y los abusos de poder frente a los derechos de los ciudadanos. También se confirma, con la
desvirtuación del espíritu y muchas veces de los textos constitucionales, en la concesión y asunción de
facultades extraordinarias por parte del Presidente, la tendencia a la ajuridicidad que ha sido una
constante en nuestra práctica político-institucional, aún en períodos de jure”.61
En su aguda visión de este fenómeno del hiperpresidencialismo en la práctica institucional de
nuestro país, Nino señaló además entre otros aspectos ya mencionados, el del corporativismo, que
consideraba muy importante para comprender la política latinoamericana, por su vinculación con
regímenes políticos como el autoritarismo burocrático y con ideologías como el populismo. Y
consideraba que en “Argentina la corporativización del Estado ha sido obvia”, señalando el accionar
de las Fuerzas Armadas por la toma del poder, el de la Iglesia Católica, los sindicatos y en el sistema
económico por la concesión de privilegios, monopolios, subsidios a determinados grupos de
contratistas del Estado.62 Por eso consideraba que nuestra democracia era
“corporativa” y alejada del modelo correcto que defendía de democracia “deliberativa”.63
Pensamos que muchos de sus conceptos tienen hoy plena vigencia, y en particular señalamos que el
problema del hiperpresidencialismo corporativo sigue siendo el más grave de nuestro sistema
constitucional, ya que ahora, luego de la reforma de 1994, que incorporara instituciones para atenuarlo, se
observa con mayor nitidez la violación de la letra y espíritu de la Ley Suprema.64
En relación a América Latina, por cierto que los gobiernos de facto contribuyeron a la consolidación del
hiperpresidencialismo. Pero también en los gobiernos electos por el pueblo puede observarse esta
deformación patológica de las instituciones. Es lo que ha ocurrido en nuestro país desde hace tiempo y que
ahora se comprueba con un análisis de la realidad, como lo hemos efectuado. Y es lo que se aprecia en
otros países de América Latina, como Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Brasil65 y Colombia.
También incluimos en dicha enumeración a Méjico, durante el período de gobierno del PRI como partido
hegemónico, hasta fines del siglo XX, pero no en la actualidad, ya que el tripartidismo existente, ha
significado un notorio avance institucional y democrático para el país, con un adecuado funcionamiento
de la división de los poderes y del sistema republicano y un especial fortalecimiento del Congreso. Mas allá
que con la Presidencia de Peña Nieto del PRI se está notando una mayor concentración de poder en el
Ejecutivo y una tendencia a la centralización del país.
Para nosotros resulta fundamental afirmar la tendencia hacia presidencialismos atenuados, racionales
y controlados que se observa en la mayoría de las reformas constitucionales producidas en América
Latina, así como la necesidad de consolidar el buen funcionamiento de los sistemas republicanos, con
división y equilibrio de poderes, para el logro de sociedades abiertas y democráticas con una elevación de
la cultura constitucional y de la legalidad.
Creemos que nuestros problemas se vinculan no tanto con el diseño normativo de la institución,66 como
con nuestros comportamientos políticos, que exhiben una deficiente
cultura democrática.
IV. EL HIPERPRESIDENCIALISMO Y LA BAJA CALIDAD INSTITUCIONAL EN ALGUNOS PAÍSES DE LATINO
AMÉRICA.
Ya en el orden de la realidad de los sistemas presidenciales latinoamericanos, se observa que en violación
de los textos constitucionales, se han impuesto dos fenómenos correlativos: el del
hiperpresidencialismo y el de la debilidad de los órganos legislativos, como lo indicó el Indice de
Desarrollo Democrático de América Latina para 2007, que difundió la Fundación alemana Konrad
Adenauer, que mide el grado de desarrollo de los derechos políticos y el bienestar de 18 países de la
región.
Se advierte allí que “se ha ido acentuando la concentración de atribuciones y poder en la figura
presidencial” y “la caída simultánea de las instituciones parlamentarias de las democracias de la región” y
que el “hiperpresidencialismo” alienta una democracia “débil, inestable y de menor legitimidad,
además de desalentar la impronta democrática”.
La clasificación en orden decreciente indicó en las mejores posiciones a Chile, Costa Rica y Uruguay y en las
peores a República Dominicana, Venezuela y Nicaragua67.
Otros índices que también se pueden consultar y que son coincidentes son los de Latinobarómetro, los de
Calidad Institucional y los de Percepciones de la Corrupción.
Nuestra región no es uniforme en esta materia, observándose una notoria distancia entre los distintos
países, aunque se aprecia que los peor calificados son aquéllos que practican el
hiperpresidencialismo.
Existe un apoyo a las instituciones democráticas, pero es evidente el reclamo por la elevación de la calidad
de la democracia y de las instituciones.
Dos fenómenos que muestran también la baja calidad institucional en algunos países de la región son el
corporativismo antes señalado, a lo que se suman las democracias delegativas68. Estas se diferencian de
las representativas, pues se otorgan amplios
poderes por el electorado a los Presidentes, que gobiernan prácticamente solos o con un pequeño círculo y
sin los controles de los otros poderes.69
Coincidente con ello se observa asimismo el carácter sumamente centralizado de nuestros federalismos.
En el caso de Venezuela, Méjico, Argentina y Brasil, es evidente este proceso, aunque estos últimos
ejemplos no pueden compararse con el primero, donde ya es muy difícil catalogar a dicho país como
federal70.
En cuanto a la calidad institucional, a nivel internacional se tienen en cuenta 8 aspectos para configurar el
índice, comenzando con la vigencia del Estado de Derecho, la rendición de cuentas, la percepción
sobre la corrupción, la libertad económica, la facilidad para hacer negocios, la libertad de prensa, la
competitividad, etc… Y en relación a los datos del 2015, tenemos este orden decreciente para nuestra
región71: Chile, nº 22; Costa Rica, nº 38; Uruguay, nº 43; Perú, nº 63; Colombia, nº 82; Méjico, nº 88; El
Salvador, nº 92; Brasil, nº 96; República Dominicana, nº 101; Guatemala, nº 107; Nicaragua, nº 114;
Paraguay, nº 124; Honduras, nº 130; Argentina, nº 137; Bolivia, nº 139; Ecuador, nº 151; Haití, nº 165;
Cuba, nº 173 y Venezuela, nº 184.
De ahí que desde hace algunas décadas se comprenda que la política y las instituciones importan para el
buen funcionamiento de la democracia y que ello es sustancial para el desarrollo económico, social y
humano de América Latina.72
V. LA CULTURA CONSTITUCIONAL EN AMERICA LATINA73.
Bajo nuestro punto de vista, sin dejar de valorar positivamente las reformas producidas, que además han
consolidado el constitucionalismo social e ingresado en algunos casos en el constitucionalismo de la
internacionalización de los derechos humanos, insistimos en que una de las características más notorias de
la región es la distancia que separa las constituciones reales de las formales. Distintos autores han
señalado los graves defectos de la vigencia de la ley, que demuestran nuestro subdesarrollo y los
problemas que atraviesan nuestras democracias74.
En este aspecto, destacamos nuestra obra “Encuesta de cultura constitucional. Argentina: una
sociedad anómica”75, que junto a otras76, han demostrado desde una
visión interdisciplinaria la deficiente cultura constitucional y de cumplimiento de la ley que existe en
Argentina, Bolivia, Costa Rica y Mexico.
Recientemente hemos anunciado los resultados de la Segunda Encuesta de Cultura Constitucional77 para
nuestro país. Y al analizar la misma hemos sostenido:78
“La debilidad del compromiso de la sociedad argentina con su Constitución y las leyes, una elevada
transgresión y desigualdad ante la ley, una democracia de baja calidad y la falta de confianza en sus
instituciones son las principales conclusiones que surgen de la Segunda Encuesta de Cultura constitucional,
proyecto conjunto de IDEA Internacional y Poliarquía Consultores, dirigido por los autores de esta columna
junto a Eduardo Fidanza. La mayoría de los entrevistados percibe a la Argentina como una sociedad
anómica, en la cual las leyes en general y la Constitución en particular, no son respetadas por los
ciudadanos ni por los dirigentes. La desagregación de los datos permite percibir las paradojas de nuestra
sociedad. En el terreno positivo, se destacan la alta valoración que tienen los entrevistados de la
Constitución y el hecho de que el respeto a la ley aparece como el logro más deseado para los argentinos.
Pero de la investigación surgen también noticias muy preocupantes, entre ellas un bajo grado de
conocimiento de la Constitución junto a un alto nivel de falta de respeto por la legalidad. El 80 % de
la población entrevistada considera que la Argentina vive la mayor parte del tiempo al margen de la ley,
mientras que para el 83 % los argentinos son desobedientes y transgresores, aunque la mayoría no se
ubica a sí mismo en esa categoría. Particularmente grave es el hecho de que los políticos en primer lugar
(con un 74%), seguidos de los policías (52%), los funcionarios públicos (43%), la gente (39 %) y los jueces
(38%) sean percibidos como los mayores y principales violadores de la ley. Estos datos evidencian el
abismo que existe entre lo que deseamos ser como sociedad y lo que somos en la realidad. Por un lado,
una alta valoración de la Constitución (91 % de los entrevistados) y una demanda de líderes capaces de
manejarse con apego a las leyes. Pero, por el otro, una sociedad que conoce y cumple poco con su
Constitución, ya que el 73 % así lo reconoce, con cifras mayores de desconocimiento de las
Constituciones Provinciales y Cartas Orgánicas Municipales: 87 % y 94 %, respectivamente. Sociedad
que se autocalifica como transgresora, y donde el 43 % opina que hay momentos en que es necesario
desobedecer la ley”.
Frente a estos datos, no cabe dudar sobre la imperiosa necesidad de la elevación de nuestra cultura
política democrática. También hemos propuesto medidas al respecto, que sintetizamos en el énfasis
especial en la educación popular, en base a los principios democráticos y constitucionales, además del
reclamo de un cambio en las conductas públicas, atento el valor docente de los ejemplos éticos y
republicanos de una verdadera dirigencia.79
Por nuestra parte, como constitucionalistas, estamos obligados a perseverar en la lucha por el Derecho,
como sostuvo Von Ihering. A levantar la voz en defensa del constitucionalismo, que surgió con el
objetivo de evitar la concentración del poder y de asegurar los derechos humanos. Es que la limitación y
control del poder mediante su división fue el aporte fundamental de notables pensadores como Locke,
Montesquieu, Sieyès, Madison y Hamilton. Hay que insistir en las técnicas constitucionales para dividir el
poder que son varias: 1) la división y distinción entre poder constituyente (el que establece la Constitución
o la reforma) y poderes constituidos (los creados por la Constitución), subordinados al anterior; 2) la
división horizontal del poder entre Legislativo, Ejecutivo y Judicial, que se controlan recíprocamente; y 3)
la división vertical del poder, por medio de estados federales, regionales o descentralizados, con distintos
niveles de gobierno en relación al territorio. Además de ello, se han establecido limitaciones en relación
al tiempo del ejercicio del poder, por intermedio de la periodicidad de los mandatos y de la
prohibición de las reelecciones indefinidas, como regla general, aunque ello admite excepciones.
Estas limitaciones han surgido de la observación de los males producidos por el ejercicio del poder
absoluto en los regímenes despóticos y también de convicciones sobre la naturaleza humana80.
De todas maneras, es menester precisar que la más importante de las funciones en el Estado de Derecho
es la constituyente y luego la legislativa, en base al principio de legalidad y en cuya virtud la competencia
de los órganos públicos sólo puede nacer explícita o implícitamente de las normas respectivas81.
Por ello se explica la prevalencia de la legislación sobre la ejecución y el juzgamiento y en consecuencia,
que en las Constituciones se trate como el primero de los poderes al Legislativo82.
No obstante esa precedencia de lo legislativo, surgida de la necesidad histórica de limitar los poderes
absolutos y despóticos de los monarcas, en la realidad contemporánea se ha confirmado un
liderazgo y acrecentamiento del Poder Ejecutivo, que se aprecia cualquiera sea la forma de gobierno,
presidencialista o parlamentaria. Mas allá de los cambios producidos por el decurso del tiempo en
los regímenes políticos, la cuestión de las técnicas de división del poder, para asegurar su limitación y
control, sigue siendo uno de los problemas decisivos en el constitucionalismo y en el estado de derecho
democrático actual.83
En el fondo, no se trata de otra cosa que asegurar el “gobierno de las leyes” frente al “gobierno de los
hombres”, como objetivo liminar y perenne del constitucionalismo. En un notable Capítulo destinado a
este tema, Norberto Bobbio concluye sosteniendo que “la democracia es el gobierno de las leyes
por antonomasia”84.
--------------------------

ESTADO MODERNO

En Argentina, a fines del siglo XIX y en el marco de la consolidación del poder político,el modelo
republicano y liberal que el discurso mostraba comoimpuesto, en la práctica se revelaba un tanto errático,
lo que permite pensar enun Estado liberal con más dificultades para imponerse de lo que algunas visiones
han manifestado.
Esto es posible, en gran medida, gracias a la renovación que la historiografía ha experimentado en relación
a la constitución del Estado en las últimas décadas del siglo XX,1 que ha permitido acceder a un
conocimiento más acabado de éste tal y como se constituyó a partir de la revolución de independencia.
Como estos trabajos han demostrado, esta no implicó la instalación definitiva dela república liberal como
se transmitió desde la discursiva, sino mas bien se trató del inicio de un período de experimentación
política, de vaivenes institucionales y de la difícil experiencia de instalar el Estado tras la Revolución.2
En tal sentido, encontramos una serie de «vacíos» que ese Estado iba dejando. Al mismo tiempo que se
imponía en ámbitos como el matrimonio civil o las leyes de educación común, el Estado dejaba espacios de
actuación, que en general fueron ocupados por el accionar de instituciones que surgieron en la
sociedad civil y en las que las mujeres adquirieron una presencia destacada.
En este trabajo buscamos analizar las relaciones entre el Estado en formación y las instituciones locales
destinadas a la atención de la educación y la salud en Azul y Tandil, dos pueblos del centro y sur
bonaerense respectivamente,3 en el tránsito hacia el siglo XX, momento en que se resignificó la práctica de
la beneficencia, mediada por el accionar de instituciones tradicionales como la Iglesia católica local, así
como por otras no tan tradicionales: las logias masónicas de los pueblos en estudio.4
Estas reflexiones sobre el Estado y su relación a nivel local con actores privados, nos permitirá, además,
referirnos al importante papel que las mujeres desarrollaron en el ámbito público, cumpliendo funciones
desde la práctica bené-fica que tradicionalmente ha sido abordada como una actividad de señoras d elite
sin mayor incidencia. Creemos, por el contrario, que tal participación tuvo un fuerte tinte político. Junto al
Estado en consolidación y funcional a la construcción de la gobernabilidad, diversas instituciones y las
mujeres dentro de ellas, desplegaron un papel de central importancia del que dicho Estado no podía aun
en vísperas del centenario, prescindir.
A tal objeto, analizaremos la prensa de Azul y Tandil, los Libros de Actas de las instituciones asilares que las
asociaciones de beneficencia de estos pueblos organizaron en el período trabajado, así como Actas
municipales y demás documentos comunales que dan cuenta del funcionamiento de las instituciones y de
la relación que mantuvieron con los poderes locales.
El centro y sur bonaerense: las instituciones de la sociedad civil y su rol en la atención de las necesidades
de la población
A partir de la renovación historiográfica antes mencionada, se ha dejado de pensar al Estado liberal en
tanto anomalía en relación a los tipos ideales (el francés, inglés o el norteamericano), así como la idea de
que la herencia colonial latinoamericana habría sido la causa de tales «deformaciones». Superadas estas
visiones más restrictivas para encarar los análisis, se ha podido hacer a un lado la idea de que el liberalismo
latinoamericano y el argentino para el caso de nuestro análisis, habrían encarnado una contradicción entre
el ideal y la práctica, entre la república ideal y la verdadera, para poner sobre el tapete una serie de
características de estos regímenes políticos no considerados hasta el momento.5
En tal sentido, como plantea Hilda Sábato, si bien Latinoamérica encaminó su senda hacia las formas
republicanas de gobierno basadas en la soberanía popular y no se sufrieron retrocesos como en Europa
donde se caminaba hacia una restauración monárquica, faltaba aún instalar ese Estado y construir
una nación que para nada se consideraba preexistente.6
Tal como plantea Elías Palti, el siglo XIX, ese que él llama «el tiempo de la política», fue un momento de
refundación e incertidumbre.7 La revolución giraba en torno de un enorme vacío teórico que de acuerdo
con este autor explicaría las supuestas contradicciones entre las palabras y los hechos. Se comenzaba una
larga marcha en busca de la legitimidad de reemplazo.
Ese camino de búsqueda no estuvo exento de colaboración entre el Estado en formación y una serie de
instituciones que surgieron en la sociedad civil, muchas de ellas de raigambre tradicional y no pocas veces
asociadas a la Iglesia católica.
Tradicionalmente, la historiografía ha mantenido una postura en cuanto a las relaciones entre Estado e
Iglesia que ha privilegiado los momentos de tensión y los motivos de oposición entre ambos antes que las
colaboraciones. Si tales oposiciones han tenido que ver con una lucha por espacios de poder, en el
caso argentino la etapa renovadora del gobierno unitario de Rivadavia y la consolidación del poder político
nacional a partir de la década del ’80 del siglo XIX, fueron dos momentos claves en tales enfrentamientos.
Y si bien es innegable quelas batallas (en particular aquellas en las que se puso en juego el monopolio de la
educación, la beneficencia, el matrimonio civil, el divorcio, etc.), llegaron en muchas oportunidades a ser
violentas y culminaron con la sanción de una serie de leyes que en la práctica recortaron funciones
concretas que históricamente habían estado en manos de la Iglesia, debemos pensar también, en una
relación más ecléctica. 8
A la luz de la información que brindan nuestras fuentes, debemos problematizar la relación entre el Estado
y las instituciones tradicionales ligadas a la Iglesia católica. En el contexto de avance de la secularización y
consolidación del Estado argentino a fines del siglo XIX, se impone considerar estas cuestiones
habida cuenta de la fundación en nuestro espacio de estudio de asilos religiosos que vinieron a cumplir
funciones centrales para el Estado en vías de consolidación: asistir, controlar 9 y educar a los sectores
carecientes, aquellos que podían, desde la óptica dominante en el período, poner en peligro el modelo
social que se pretendía instalar.10
Fueron la educación y la beneficencia sin duda, las dos actividades que más congregaron fuera del hogar a
los actores sociales de Azul y Tandil y en pos de lo cual pusieron en práctica una serie de aparatos
organizativos, muchos de los cuales estaban ligados a formas tradicionales de atender a las necesidades:
eran las damas de la elite local (muchas de ellas vinculadas a la Iglesia católica), las que lideraron la práctica
de lo que en el futuro serían funciones estatales.
Claro que también el auge de las logias masónicas y su vocación filantrópica, no fue para nada ajeno a este
proceso de colaboración, tal como veremos.
La preocupación en torno a la educación
La educación era una preocupación propia del período a nivel nacional, provincial y local. La obra
civilizadora de la escuela pública, devino en una cuestión de Estado una vez que se concretó la unidad
nacional. La intención de la elite gobernante era clara: educar como medio para civilizar y para alcanzar el
tan ansiado orden político y la estabilidad social, necesarios para la construcción de la Argentina moderna
que se proponía la generación del ’80.11 En tal sentido,
y tal como lo había anticipado Sarmiento, la modernización en la Argentina de
fines de siglo fue entendida como el triunfo de la civilización. Como explica Lucía
Lionetti, para los actores estatales de aquel tiempo, «La educación del soberano
remediaba los males y precisaba las fronteras de inclusión en la civilidad.» 12En
síntesis, lo que este modelo perseguía a escala nacional, era integrar al ciudadano, civilizándolo por medio
de la escuela pública, al nuevo orden en formación.13
Claro que desde las intenciones de estos discursos plasmados en la letrade la ley a la realidad de la
concurrencia escolar, existió una distancia que llevó en múltiples oportunidades a pensar en reformas del
sistema de educación e incluso a hablar del fracaso del modelo. La cantidad de niños que quedaron
F uera de la escuela pública, o de lo que Carolina Zapiola señala como el binomio«niño/alumno», y fueron
estigmatizados dentro de la amplia categoría de menor,14 fue el centro de las preocupaciones de múltiples
sectores de la sociedad, entre ellos maestras que en el ámbito local se agruparon para formar la Sociedad
Protectora de Niños Pobres en Azul o la Sociedad Belgrano Amigos de la
Educación en Tandil.
Estas preocupaciones eran también transmitidas por la prensa de los pueblos en estudio. La alta
inasistencia escolar era un tema recurrente. En 1885, decía El Eco del Tandil que existía una alarmante
diferencia entre la cantidad de niños existentes en la localidad en edad de educarse y los que
efectivamente asistían a la escuela. Este artículo deja traslucir claramente una serie de discursos
predominantes en la época acerca de la educación y su función, así como de los problemas que acarreaba
su insuficiencia. En tal sentido, decía que bastaba una recorrida por las calles del pueblo para dar cuenta de
esta «estadística» a la que antes hacía referencia y hablaba de la existencia de un número de 150 a 200
niños que no asistían a ninguna escuela y que al indagar a las madres acerca del motivo de esta situación,
hacían referencia a su indigencia. Esta sería la causa por la cual no podían calzar ni vestir a sus hijos
adecuadamente para que asistieran a la escuela, así como la necesidad de que éstos se ocuparan en alguna
«changa» para aportar económicamente al sostenimiento del hogar, tal como lo manifestaban. Era por
esta razón que el periódico local se preguntaba:
Seguía así planteando la necesidad de la educación en pos de la formación de buenos ciudadanos para el
futuro de la patria y convocando a las damas del pueblo a cumplir con esta misión que, decía, les
correspondía por naturaleza y lograr así que «(…) la difusión de la enseñanza primaria que obliga la ley
fuese un hecho entre nosotros (…)».15 Sin embargo, habría de pasar un tiempo hasta que la misma fuente
nos informe sobre la conformación de una institución de este tipo en Tandil, no sin que las dificultades se
perpetuaran en el tiempo. Así, en febrero de 1887, el diario transcribía una nota de la directora de la
Escuela de Niñas del pueblo, Josefa de Venegas, quien por medio de un llamado a lospadres de niños en
edad escolar pretendía «estimular» a estos para que enviaran a sus hijos a la escuela, así como solicitar a
las autoridades que a quienes miraran con indiferencia la importancia de la educación, «(…) les recordara
el artículo de la ley que hace obligatoria en esta república la Educación Comun».16 Un año más tarde, el
Consejo Escolar había amonestado a los padres de los niños que no eran envidados a la escuela por medio
de la policía, lo que el periódico consideraba muy oportuno ya que estos se habían comprometido a no
incurrir más en la falta de no cumplir lo que la ley mandaba.17
Una referencia más que extensa pero que da cuenta de la preocupación de diversos sectores de la
sociedad por la educación así como de la reticencia de los padres de familia a cumplir con una ley que
hacía ya varios años que había transformado en obligatoria la enseñanza, al menos desde su letra. Las
circunstancias locales nos presentan una realidad más compleja, a la que debemos atender.
Recién en diciembre de 1900 las fuentes nos hablan de la existencia de la Sociedad Belgrano Amigos de la
Educación, pero no precisa la fecha de su fundación.18 Catalina Miguens, reconocida educacionista de la
localidad, desempeñó el cargo de presidenta durante mucho tiempo.19
Fue antes la comunidad azuleña la que se congregó en torno a la Sociedad Protectora de Niños Pobres con
el objetivo de ayudar a los niños carecientes que concurrían a las escuelas del partido. La importancia que
para sus miembros tenía la educación, fue manifestada también por la prensa de ese pueblo que
informaba a fines de 1898, sobre una iniciativa del Consejero escolar Juan Baigorria, quien había propuesto
la constitución de una sociedad de damas «(…) encargada de la noble misión de procurar a los niños pobres
en estado de recibir educación, los elementos necesarios para concurrir a las escuelas decentemente
vestidos».20 Esta «noble iniciativa» fue bienvenida por el mismo órgano de prensa, que unos meses
después, daba cuenta de la conformación definitiva de su primera comisión 21 así como del primer acto
benéfico que realizarían con motivo de las fiestas del 25 de mayo, para el cual decían tener anotados
sesenta niños para socorrer. Este número crecería rápidamente ya que en enero de 1900 (en ocasión
de la celebración de la renovación de su primera comisión), la misma fuente nos
informa que la sociedad prestaba ayuda a más de cien niños.2Según se desprende del Libro de Actas de la
Sociedad, el mecanismo de ayuda implementado por la Protectora de Niños Pobres centralizaba la
información que los directores de las escuelas de la comunidad podían ofrecerles acerca
de los chicos necesitados. El objetivo perseguido era que la falta de calzado y ropa a causa de la indigencia
de las familias, no impidiera la asistencia a la escuela, tal como muchas veces argumentaban los padres. En
función de esas listas de «niños necesitados» las socias se organizaban en comisiones de tres o cuatro y
visitaban los hogares para corroborar la situación y concretar la ayuda solicitada.23 Lo antes dicho parece
ratificar que la necesidad de ayuda era inminente, ya que: «(…) Es evidente que la Ley de enseñanza
obligatoria no puede ser factible en la parte que con los niños realmente pobres se relaciona:
¿Quién los viste? ¿Quién los calza? ¿Cómo esos niños pueden presentarse en la escuela, cubiertos de
harapos? La moral no lo permite, aunque la ley exija la educación obligatoria.»24
Un cometario más que elocuente que nos habla de la distancia entre un Estado en sus diversos niveles que
pretendía avanzar con intenciones civilizadoras y unas comunidades atadas a los problemas que éste no
podía aun resolver por sí mismo. En este espacio aparecen actuando a la vuelta del siglo las instituciones
de la sociedad civil, y en ellas las mujeres adquirieron un protagonismo remarcado, al desempeñar
funciones tan importantes para la sociedad local.
Hasta aquí hemos hecho referencia a las dificultades que el Estado en vías de consolidación encontraba en
las comunidades analizadas para imponerse en materia de educación. Esta cuestión es un punto clave ya
que, si bien la sanción en la década del ‘70 para la Provincia de Buenos Aires y en 1884 para
la ciudad homónima y Territorios, de las respectivas leyes de educación, establecía que ésta debía ser
obligatoria, gratuita y laica en el último caso, poniendo de manifiesto un claro objetivo inclusor como
vimos, en la práctica el Estado impulsor de la misma se vio asistido por las asociaciones privadas que,
mediante formas de organización tradicionales (eran las damas notables locales quienes se ocupaban de
atender las necesidades),25 generaron asociaciones benéficas para acompañar a quienes por su indigencia
no podían acceder a esa educación que debía ser para todos.
Pero existió en nuestro espacio de estudio, un elemento más que acompa- ñó el proceso de consolidación
de ese Estado liberal: la fundación de asilos de huérfanas que en su interior albergaban escuelas religiosas,
desarrollando labores reñidas en ese sentido con la Ley de Educación a nivel nacional (y que másadelante
se trasladarían a todo el territorio), pero eran funcionales desde otrolugar al proyecto de consolidación del
mismo Estado.
Tal como señala Lionetti, si bien el campo educativo fue un escenario recurrente de batallas entre liberales
y católicos, en el caso argentino debemos matizar estos conflictos ya que «Los católicos liberales laicos
tuvieron una activa participación en la definición del proyecto educativo estatal».26 La escuela fue un
medio funcional a los intereses del Estado liberal en tanto agente moralizador y los valores y pautas de
comportamientos católicos tuvieron más puntos de contacto que de separación con los de las élites que
lideraron el proceso. Como señalan Di Stefano y Zanata, la escuela debía implantar un tipo de civilización
impregnado de valores católicos que no era cuestionado por la elite en tanto y en cuanto la función
civilizadora del clero no interfiriera con el proyecto de nación que se pretendía instalar.27
En este marco, adquirieron relevancia nuevamente las instituciones privadas, en este caso católicas, ya que
venían a cubrir un vacío que el Estado estaba dejando: los asilos de las Damas de Caridad de Azul y Tandil,
daban albergue a la niñez desamparada. Así, los asilos religiosos, asistían desde un lugar más que
tradicional al Estado en una preocupación central del período: la niñez abandonada, dándoles techo,
comida, pero también educación, objetivo caro para las señoras de ambos pueblos. De modo que si bien
nos encontramos en un período de secularización de instituciones en que el Estado en proceso de
formación avanzó sobre espacios que tradicionalmente habían pertenecido a la jurisdicción eclesiástica
como laeducación, al mismo tiempo la beneficencia siguió estando en manos privadas, generalmente a
cargo de las mujeres notables del pueblo, pero apoyadas en la estructura de la Iglesia católica. El Estado no
incorporó a la beneficencia dentrode su aparato burocrático, sino que en algunos casos fue su
colaborador.29 Las asociaciones civiles, mutuales y religiosas, vinieron a cubrir estos vacíos,30 y la
educación quedó para ciertos sectores más desprotegidos de la sociedad local en manos de instituciones
privadas. La persistencia de la caridad católica no fue en este aspecto, contradictoria con el ideario liberal
que en materia política sosteníala clase dominante.
La atención de la salud
La salud en los espacios de nuestro estudio fue un motivo central para que las instituciones privadas se
pusieran en acción, particularmente en este caso, las no tradicionales ligadas a las logias masónicas locales.
La atención de la salud en Azul fue una preocupación constante y al parecer difícil de resolver, a juzgar por
el tiempo que transcurría entre cada intento fallido de formar un hospital, o frente a las deficiencias en el
funcionamiento de los lugares destinados a la atención sanitaria que se lograban establecer, situación que,
con matices y diferencias, encontramos también en Tandil.31 En una sesión de la Corporación Municipal de
Azul de fines del año 1880, se sacó a colación «(…) la cuestión Hospital de Caridad (…)», ya que
consideraban degran necesidad establecer uno en el pueblo, de allí que trataran el tema condetención.32
Por estas razones, en la misma sesión designaron una comisión de caballeros para que iniciaran de
inmediato los trabajos para la formación del hospital, comenzando por levantar una suscripción en el
vecindario, tomando laposta la Municipalidad con veinte mil pesos y la donación de un terreno. Una vez
terminado el establecimiento, sería municipal pero estaría su administración acargo de una comisión de
vecinos de la que formaría parte un miembro de laCorporación Municipal y que sería nombrada una vez
finalizadas las obras.33Pero para 1883, aquella iniciativa no había dado sus frutos de manera absoluta ya
que si bien el hospital existía,34 no funcionaba en edificio propio tal
como había sido la intención inicial y una comisión de damas se ocupaba de
reunir recursos para lograr este cometido.35
Paralelamente a estos proyectos municipales y en respuesta a la necesidad que había en la localidad de un
establecimiento para atender a los enfermos indigentes, la logia masónica local había fundado su propio
hospital, el AsiloHiram, en 1884. Así, en sesión extraordinaria de mayo de ese año, el concejalDhers «(…)
recordó también que el Asilo Hiram recientemente establecido estaba prestando grandes servicios»,
manifestando que desde su instalación no habíanacudido los enfermos a pedir ayuda a la municipalidad
sino al establecimientomasónico. Teniendo en cuenta estas cuestiones, pedía al poder local que acordara
una subvención mensual a ese centro sanitario «(…) hasta tanto la municipa-lidad (…) lo crea
conveniente», lo que se acordó en sentido positivo.36 Estamosfrente a una situación en que quedan
planteadas abiertamente las dificultadesque tendrían las autoridades locales como poder público para
establecer susinstituciones en comparación con los privados. Mientras que dificultosamentesubsistía el
hospital municipal, la logia parecía llevar adelante con mayor éxito supropia iniciativa aunque no exento de
cierta colaboración económica del municipio.
En 1886 siendo presidente de la logia Ruperto Dhers y en ocasión de cumplirse el segundo aniversario del
Asilo Hiram, se propuso el traspaso del mismo a la municipalidad. Tal como planteaban en una nota que
habían enviado a ésta, se habían atendido a más personas de las pensadas en un primer momento,
contando para ello con la ayuda de las donaciones de los socios, con el concurso del pueblo y con un
subsidio mensual del poder comunal, como se desprendía de las actas de sesiones antes mencionadas.
Pero si bien gracias a esa ayuda extra habían podido cobijar hasta un máximo de 14 personas, decían,
dado el crecimiento del pueblo todos los esfuerzos seguían siendo insuficientes, llegando al extremo de
tener que rechazar el ingreso de enfermos al Asilo por falta de espacio. Dado este crecimiento de la
población y del aumento de las necesidades de Azul, proponían a la corporación municipal «Refundir,
transformar el Asilo Hiram en un hospital general del pueblo bajo los auspicios y custodia de la
Municipalidad.» 37 En síntesis, durante este tiempo habían funcionado paralelamente dos instituciones
sanitarias, pero de acuerdo a las fuentes ninguna de ellas respondía adecuadamente a las demandas del
pueblo, y habría de transcurrir aun mucho tiempo antes de que se lograra esto. Así, aun en 1894, varios
años después de aquella iniciativa, El Imparcial planteaba que existía la intención de fundar un hospital
«(…) digno de la ciudad de Azul (…)», haciendo referencia a la situación poco propicia en que se encontraba
el hospital existente que, decía, carecía hasta de sábanas y llamaban al intendente a abastecerlo.38
Cabe señalar que este llamado al poder local a hacerse cargo no tenía que ver
con una ausencia total de recursos municipales sino mas bien con su insuficiencia, ya que según el detalle
de las planillas de salidas de la municipalidad, en el presupuesto para el año 1889, estaba contemplado el
pago de sueldo de dos enfermeras para el hospital; a lo largo de 1891 se pagaron suministros al hospital
en sucesivos meses, tales como leña, artículos de almacén, sueldo del enfermeroy lavandera y artículos
varios como leche, pan, y otros y en el año 1893, figura el abastecimiento de pan, leche, carne, sueldo del
enfermero y de la lavandera, dinero para pagar trabajos de hojalatería, sueldo del cocinero, cajones
fúnebres para los pobres internados allí y medicamentos.39
En tal sentido y como forma de superar esta situación, la municipalidad decidió convocar a una comisión
de señoras para «traspasarle» la administración del lugar. Asimismo, se esperaba que la comisión
aumentara el número de miembros y recurriera a la organización de bailes, bazares, etc. para reunir más
fondos, a fin de que «(…) fueran ellas la base de una asociación filantrópica, robusta, que levantara un día
no lejano el único asilo de caridad del Azul (…)».40
Si bien aquel Asilo Hiram, organizado bajo el patrocinio de la logia masó- nica local había sido traspasado a
la municipalidad para asegurar el mejor destino de una institución que no podía solventarse de forma
privada, estaba claro ahora que, años después, la municipalidad carecía del aparato organizativo necesario
para llevar adelante una obra de tamaña envergadura, en una etapa de pleno crecimiento del pueblo. En
este sentido, se buscaba el auxilio de una comisión de damas que pudiera aportar tal estructura de
organización y por supuesto el capital relacional necesario para incrementar los recursos de origen
municipal.41 Ese Estado municipal no estaba aún suficientemente organizado como para obviar el
concurso privado en la atención de necesidades que aun no se identificaban totalmente como una
obligación pública.
Hacia 1897, todo parecía indicar que los objetivos iniciales no podían cumplirse tal como se tenía previsto,
ya que el periódico comentaba que por falta de recursos «(…) la obra del hospital marcha lentamente».42
Según lo reflejado por la prensa, tras la construcción de dos pabellones, las obras se habían paralizado.43
Pero vendrían tiempos peores para el Hospital Municipal ya que al año
siguiente, la municipalidad decidió clausurarlo, decisión tomada tras una inspección realizada por el Dr.
Zavala y algunos vecinos, en la cual se hizo evidente la falta de higiene en que se encontraba funcionando,
problema que se sumaba así al de la falta de infraestructura. Es de destacar que mientras las asociaciones
privadas (fueran católicas o masónicas), por esta época eran prósperas en cuanto al cumplimiento de
objetivos y la fundación de instituciones,44 la municipalidad no pudo concretar como había planificado, el
cometido del hospital. Pero un dato más viene a ilustrar este proceso de búsqueda de apoyo en las
instituciones privadas: dada la clausura resuelta para el hospital, los enfermos que en ese momento se
encontraban asilados allí, pasarían a un espacio determinado a tal fin dentro del Asilo de Mendigos,
institución sostenida por la Sociedad Hermanas de los Pobres, «(…) mientras terminan las obras del nuevo
hospital o se tomen otras disposiciones».45 Era así nuevamente una institución ligada a la logia masó-
nica la que tomaba la posta en la atención de la salud pública del pueblo. Y si bien esta clausura pareció ser
temporaria,46 fue recién en 1902 cuando volvemos a tener noticia por medio del El Imparcial del Hospital
Municipal, que estaría por entonces funcionando, paralelamente a la decadencia del Asilo de Mendigos. En
esta nota, la municipalidad decidía por decreto (por no poder hacerlo ella misma
de forma adecuada), «confiar» la administración y dirección del Hospital Municipal a una comisión de
señoras entre cuyos nombres aparecían muchas otrora vinculadas a las Damas de Caridad y a las Hermanas
de los Pobres, que por esta época la misma fuente daba por disuelta.47 Nuevamente, como en un círculo
vicioso, la municipalidad debía recurrir a una comisión de damas para atender a la salud local. Con esta
comisión se inició un nuevo período en la atención municipal de la salud y se encargaría de poner fin al
estado «lamentable» en que según el periódico describía, se encontraban los internos del Asilo de
Mendigos.48
Si bien con menos vicisitudes, situación similar pareció seguir la salud en Tandil. La preocupación por este
tema se hizo presente también aquí en épocastempranas de la vida del pueblo, siendo igualmente la
masonería local la quetomó la iniciativa. Hacia 1876 la logia creó una sala de primeros auxilios, tal
como comenta Alcibíades Lappas.49 Pero, dice, dado el crecimiento de las necesidades del pueblo, se
comenzó a barajar la idea de formar un hospital. Así,
«Tras intenso trabajo, los masones del Tandil tuvieron la satisfacción de anunciar que el 10 de octubre de
1880 procederían a la inauguración del centro sanitario (…) al que denominaron Asilo San Juan. La
organización y dirección de la institución estuvo a cargo del doctor José Fuschini.»50
Tras algunos años de existencia del mencionado Asilo, en 1888 y luego de la conformación en Tandil de la
Sociedad Damas de Caridad ligada, como su vecina de Azul, a la Iglesia católica del pueblo, las señoras que
la integraban, decidieron instalar un Hospital de Caridad que funcionó por un tiempo simultá- neamente
con el establecimiento masónico. Pero en junio de 1888, la Logiapropuso a la Municipalidad (por motivos
económicos), venderle el Asilo San Juan y si bien se llegó a un acuerdo entre las dos partes, la Logia no
cobró lo acordado y según se desprende de la prensa también siguió haciéndose cargo de
la administración del mismo por medio de la Sociedad Hermanas de los Pobres,formada, como en Azul, por
las esposas, hermanas e hijas de los masones.
En 1895 se volvió a abrir el debate en torno al acuerdo y, tal como laprensa lo pone de manifiesto, la Logia
reclamó el pago de lo que se le debía.
Según El Eco, el nuevo compromiso asumido planteaba que a partir del 1º de Enero de 1896 comenzaría la
Municipalidad a pagar lo que debía.51
Si en principio el traspaso no fue automático a pesar de existir un pacto que así lo establecía y la logia
siguió teniendo influencia en el sostenimiento del hospital, cuando finalmente se realizó el nuevo acuerdo,
este traspaso no implicó tampoco en este momento la toma en sus manos por parte del poder local de
forma absoluta de la atención de la salud, ya que debió recurrir a algunas damas
en reiteradas oportunidades quienes fueron llamadas a colaborar en el sostenimiento de la obra del ahora
Hospital Municipal. Así, tanto las Damas de Caridad como las Hermanas de los Pobres fueron convocadas
por la Comisión Administradora del Hospital Municipal para colaborar con esa institución.52 En re-petidas
oportunidades se publicaban estos pedidos, en los que se comenta:«Habiendo la Intendencia aceptado el
beneficio que galantemente le ha ofrecido el Sr. Clerico, director de la Compañía de Acróbatas que con
tanto éxito funciona en la localidad, para el Hospital Municipal, ha solicitado el concurso de la amable
Señora Giacomina B. de Borghi, y de otras damas mas para la colocación de las localidades (...)».53
Cabe destacar que la señora de Borghi pertenecía a las Hermanas de los Pobres, y llegó incluso a ser
Presidenta de esa institución en el año 1888. Es desuponer que el poder local recurría, como lo hacía en
Azul, a damas reconocidas en el pueblo por su labor benéfica como medio de hacerse de un aparato que
les ayudara en tareas para las que éste no contaba con medios. La sola presencia de estas mujeres en la
colaboración, probablemente era una garantía en cuanto al poder de convocatoria que tenían y por ende
al éxito de las iniciativas tomadas.
Conclusiones
En el marco de desborde social al que se vio enfrentado el Estado argentino en sus diversos niveles en el
contexto de crecimiento y desarrollo de fines del siglo XIX y principios del XX, diversas instituciones de la
sociedad civil desarrollaron actividades de tinte político, asistiendo a ese Estado a cubrir vacíos, a llenar
funciones que se tornaron centrales para la gobernabilidad, habida cuenta de la
ausencia de un aparato organizativo necesario para tomar en sus manos prerrogativas como la asistencia
social de los sectores más vulnerables. Esas instituciones fueron en muchos casos masónicas pero en otros
muchos estaban ligadas a la Iglesia católica, como los Asilos de Huérfanas a los que hicimos referencia. En
ellos la asistencia a los niños desamparados adquiría preeminencia, pero no quedaba al margen la
educación. Una educación a la que estos actores privados asistieron desde dos ámbitos diferentes. Desde
la creación de estas escuelas religiosas, pero también desde asociaciones laicas que se encargaban de
promover la asistencia a la escuela pública de aquellos que, por su indigencia, no podían ir
calzados y vestidos decentemente.
La atención de la salud de la población, por su parte, no quedó al margen y el concurso privado,
particularmente masónico, fue imprescindible como vimos en diferentes momentos del marco temporal
analizado.Si bien no exento de conflicto, estamos en un período en el que debemos también atender, tal
como las fuentes de nuestro espacio de estudio muestran, a las colaboraciones, a las relaciones entre
instituciones tradicionales, logias masó- nicas, las mujeres de la elite y el Estado municipal, de cara a
organizar un orden y establecer condiciones de gobernabilidad, colaboración que, si bien fue previa
a la supuesta consolidación política del Estado moderno de alcance nacional en la década del ‘80 del siglo
XIX, se resignificó en este período.
El Estado apeló a estas instituciones (dentro de la cuales las mujeres tuvieron un marcado protagonismo),
en aras de imponer un orden social y moralizar en el marco de la conformación de la estatalidad, en el cual
no debemos ver unpoder omnímodo que se impuso sin más, sino que se debe atender también a los
acuerdos, a los consensos necesarios para construir la nueva legitimidad republicana. En tal, sentido,
creemos que el estudio de las situaciones locales presentadas, son un medio para reflexionar sobre la
complejidad del proceso de construcción del Estado argentino, atendiendo a los matices que se revelan
tras el análisis de realidades particulares.
En este contexto, se resignificó la participación de las mujeres en el espacio público en ámbitos como la
educación y la atención de la salud, a través de los cuales encontraron la oportunidad de participar de
hecho de una ciudadanía que tenían negada en sentido estricto: concurrir a las urnas como electoras o
elegibles. Fue el mismo Estado moderno el que las convocó y apeló a sus redes
institucionales tradicionales para fijar nuevas relaciones en la imposición del orden social y político que se
pretendía instalar.
Pertenecieran a instituciones católicas o masónicas, eran parte de una forma de atender a las necesidades
caritativas marcadamente tradicional: seguían siendo las notables del pueblo quienes se hacían cargo de
tareas que el poder local no estaba aun en condiciones de asumir completamente, si bien para
esta época ya desde el ámbito nacional se habían sancionado leyes que pretendían avanzar en este
camino. La colaboración privada, sin embargo, persistiría aún entrado el siglo XX.

Es difícil precisar el origen del Federalismo, por lo que la historia lo analiza desde dos puntos de vistas
temporal y espacial. Desde el punto de vista del
tiempo, nos ubicamos frente revolución de Mayo, como un sistema de ideas que implica la ruptura con un
pasado hispánico, estableciendo un corte con la forma de gobierno española que se había instaurado en
sus orígenes. Desde el punto de vista espacial, en un primer gran ámbito a todo dominio sujeto a la Corona
española y en un segundo ámbito espacial administrativo la erección del Virreinato del Río de la Plata.
El congreso de 1816, que declaró la independencia, y al establecer la forma de gobierno para el dictado de
una Constitución, en él se concibieron tres proyectos monárquicos. Por eso se ha dicho en muchas
oportunidades que éste congreso de Tucumán fue el último intento de restaurar la monarquía..
Había varias misiones encargadas de encontrar a algún miembro de las familias reales, y en lo posible que
fuera varón, para poder coronar como monarca de este país.
Estas tareas estaban muy avanzadas y con muchas posibilidades.
En el año 1819 comienzan las desinteligencias entre las provincias y el Director Supremo Juan Martín de
Pueyrredón. Juan Martín de Pueyrredón le ordena a Belgrano, que se encontraba a cargo del Ejército del
Norte que regrese a Buenos Aires, para defender la autoridad del Director Supremo.
Lo mismo le ordena a San Martín que estaba en Chile, invocando razones de seguridad, a fines de defender
la soberanía del país, incluso con rumores de una invasión europea.
San Martín cruza los Andes, solo, y viene a comprobar que no había tales peligros, y que no existía
posibilidad de ninguna invasión. Después se reúne con todos los Oficiales, ante los cuales expone la
situación y decide con la aprobación de todos, desobedecer las órdenes de regresar con el Ejército de los
Andes. Belgrano con el Ejército del Norte, se queda en Córdoba, en una zona denominada Fraile Muerto
(aproximadamente donde hoy existe Bell Ville), y donde combatió con las tropas de López, que en ese
entonces era el gobernador de Santa Fe, pero que tenía gran influencia en la zona del sur de
la provincia de Córdoba.
La situación de crisis entre las provincias y Buenos Aires, llegará al punto límite, cuando Artigas envía a un
lugarteniente, el coronel Ramírez con una fracción de su ejército a enfrentar a Buenos Aires, para lograr el
aprovisionamiento de municiones y de hombres para defenderse de los portugueses que ya habían
invadido la Banda Oriental. Esto ocurre en octubre de 1819.
Ramírez al pasar por Santa Fe, se une a las tropas de Estanislao López, y de manera conjunta marchan
sobre Buenos Aires.
El enfrentamiento se produce en febrero de 1820 y en la primera batalla, que la conocemos como la
“Batalla de Cepeda”, Rondeau, que había reemplazado a Juan Martín de Pueyrredón, comandaba las
tropas directoriales las que son derrotadas, y por primera vez luego de la revolución de mayo, Buenos Aires
queda en manos de las provincias.
Probablemente a los efectos de evitar el pánico en la población, el Cabildo, retoma el gobierno y se pone
en comunicación con el campamento del ejército federal. Luego de una serie de tratativas se designa como
gobernador provisorio a Sarratea.
Los Pactos Preexistentes
El Pacto de Pilar.-la primera iniciativa de Sarratea como gobernador provisorio de la provincia de Buenos
Aires es un entendimiento con las tropas federales que tenían la ciudad a su merced, celebrando un
acuerdo de paz, bajo algunas condiciones y de esta manera el 23 de febrero de 1820 se celebra el Pacto del
Pilar. tratado tripartito, entre López, gobernador de Santa Fe, Ramírez autotitulándose gobernador de
Entre Ríos ya que en ese entonces era Comandante de campaña subordinado a Artigas y Sarratea
gobernador de la provincia de Buenos Aires.
En este pacto se reconoce que preexiste una nación federal, de la cual todas las provincias forman parte.
No existe más la figura del Director Supremo. Respecto del Congreso se procede a su disolución. Cada una
de las provincias ha recuperado su soberanía, pero todas las provincias al mismo tiempo reconocen que
son integrantes de una misma nación. Estas tres provincias firmantes acuerdan reunir un congreso, al cual
se invitarían a las demás provincias en el término de sesenta días y se fija como sede la ciudad
de San Lorenzo en Santa Fe con el propósito de resolver lo relativo al
gobierno nacional.
Se firma la paz y la “cesación de hostilidades”, y se fija que la navegación de los ríos interiores se reserva
únicamente a los buques de las tres provincias firmantes.
En este tratado hay un artículo referido al poder de Artigas, para que se incorpore a las Provincias Unidas,
pero pocos días antes de firmarse este tratado ocurre un hecho importante que cambia de planes.
En la batalla de Tacuarembó, ocurrida el 17 de febrero de 1820, los portugueses destruyen totalmente la
resistencia de Artigas que debe refugiarse en Entre Ríos. A partir de esa fecha la Banda Oriental había
desaparecido como provincia argentina, por estar ocupada por los portugueses y luego por ser incorporada
al imperio.
El Tratado de Benegas. Este tratado se firma en noviembre de 1820, y se refiere a la paz entre las
provincias contendientes. Santa Fe solicita a Buenos Aires que se paguen los daños y perjuicios
ocasionados por Dorrego, al invadir a Santa Fe. situación es salvada por un pacto secreto mediante el cual
algunos estancieros de Buenos Aires le pasaron 25.000 cabezas de ganado a Santa
Fe.
Este tratado es uno de los más importantes tratados desde el punto de vista institucional, y en el mismo
tuvo gran importancia la labor mediadora del gobernador de Córdoba, el general Juan Bautista Bustos, el
cual decide mediar a los fines de llamar a un congreso que tendría tres objetivos básicos:
A) formar un gobierno nacional que no existía
B) dictar una constitución que tampoco existía y
C) la reconstrucción del ejercito del norte, para que invadan por tierra a Lima en Perú, contribuyendo al
ataque que por mar llevaría adelante San Martín. Siendo este ejercito del norte una pieza clave para
consolidar los planes de San Martín.
No obstante las buenas intenciones, el ejército del norte se desmembra ya que Belgrano muere, y el
ejército sin jefes se subleva en Arequito, y cada cual toma rumbos distintos. Como todo tratado de paz, las
provincias se comprometen en ayuda mutua, sellando de alguna manera así, la posibilidad de la formación
de un nuevo gobierno nacional.
Ramírez que queda fuera de este pacto decide marchar sobre Buenos Aires, pero esta vez no le prestan su
ayuda ni Bustos, ni Lopez. A su vez López se enfrenta con Ramírez, y este último es derrocado y muerto en
junio de 1821 en Córdoba cerca de Río Seco.
Los diputados electos comienzan a llegar a Córdoba en marzo de 1821, pero en julio en la Provincia de
Buenos Aires ocurre un cambio ministerial que tendrá profundas consecuencias en el rumbo de este
Congreso. Martín Rodríguez, designa como Primer Ministro a Bernardino Rivadavia, quien recientemente
había llegado de Europa y traía ideas opuestas a la realización de este Congreso por lo que comienza una
serie de actividades tendientes a boicotear la reunión. Bustos trata de unir a los diputados pero
le es realmente imposible. Buenos Aires es la provincia más poderosa económicamente y el intento de
reflotar al Ejercito del Norte, sin la ayuda económica de Buenos Aires es imposible.
Finalmente la política llevada a cabo por Rivadavia consigue sus fines haciendo distanciar a las provincias, y
firma en enero de 1822 el TRATADO DEL CUADRILÁTERO, siendo este considerado como el
tercero de los pactos preexistentes, pesando inclusive que no es propiamente un pacto.
Tratado del Cuadrilátero-Antecedentes. Ramírez desde Entre Ríos planeaba extender entonces su
hegemonía a toda la Mesopotamia e inclusive al Paraguay, pero se presentaba un obstáculo en sus
proyectos: el Pacto de Benegas firmado por Santa Fe y Buenos Aires, del cual él estaba excluido. El caudillo
entrerriano pretendía dirigir la guerra contra los portugueses y al solicitar apoyo a López, para invadir
Buenos Aires, éste se lo negó. Ramírez decidió invadir Santa Fe y fue derrotado por su ex aliado en
Coronda (26/05/1820). Más tarde al intentar dominar a las fuerzas deBustos murió en Córdoba el 10 de
julio de 1821. Buenos Aires logró controlar la provincia de Entre Ríos. El Congreso que según el Pacto
firmado en Benegas debía reunirse en Córdoba fracasó debido a la demora en llegar de los diputados de las
provincias, los de Buenos Aires por orden de su gobierno procedieron a retirarse. El Congreso Nacional sin
la presencia de la provincia más rica y poderosa era inviable. De esta manera, muerto Ramírez después de
la frustrada campaña contra Buenos Aires y fracasado el Congreso de Córdoba, el panorama político del
país cambió su fisonomía .En este contexto, las provincias del Litoral decidieron realizar un tratado para
acordar la unión frente al peligro portugués o brasileño, el Tratado del Cuadrilátero.
Entonces, con la finalidad de afianzar la paz y unión, los representantes de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa
Fe y Corrientes, se reunieron en la ciudad de Santa Fe donde firmaron el Tratado del Cuadrilátero, el día 25
de enero de 1822.
Las provincias firmantes se comprometieron allí a mantener la paz, amistad y unión de los contratantes, la
libertad de comercio, además establecieron auxiliarse mutuamente y a defenderse frente a cualquier
invasor extranjero.
El Tratado enuncia además la necesidad de convocar a un congresoconstituyente, en lugar y fecha a
determinar en la ocasión oportuna.
Concretamente, en su artículo primero fijaba la paz y unión de las cuatro signatarias, y se reconocían
recíprocamente autónomas (federalismo), iguales e integrantes de una misma nación (nacionalidad). En el
artículo 2º establecía la unión de las cuatro contratantes (Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires)
en defensa del territorio nacional en caso de invasión española, portuguesa o cualquier ataque exterior. El
artículo 3º refiere a problemas limítrofes entre Corrientes y Entre Ríos. Los siguientes examinan los casos
de ataque o invasión de cualquier provincia sobre las provincias firmantes. El art. 7º establece la ayuda
material de Buenos Aires sobre las demás firmantes en materia de artículos de guerra y el art. 8º
asegura la libertad de comercio entre los estados pactantes. Además, el pacto reservado estipulaba una
indemnización (en ganado y dinero) a Santa Fe y las devoluciones a Corrientes, por parte de Entre Ríos, de
bienes perdidos durante la acción de Ramírez. Buenos Aires consiguió que en el tratado la palabra
Federación no se explicitara, dejándose el camino libre para sus proyectos centralistas en un futuro no muy
lejano. Eran épocas políticas difíciles y las alianzas de ayuda mutua proveían a conservar las
autonomías provinciales. En ese aspecto, Corrientes y Misiones fueron reconocidas mediante este tratado
como provincias independientes, después de haber perdido ese carácter durante la República Entrerriana.
Es uno de los "pactos preexistentes" a los que se alude en la Constitución
Nacional de 1853.
El Tratado del Cuadrilátero es un pacto que firman Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, en
enero de 1822 y viene a ser ni más ni menos que la muerte del congreso de Córdoba, ya que en dichpacto
las provincias firmantes acuerdan retirar los diputados del Congreso de Córdoba y resuelven llamar a otro
congreso cuando las circunstancias así lo permitan.
Es importante de destacar que este Pacto, en muchos casos no se le tiene como pacto preexistente ya que
desde el punto de vista del constitucionalismo significó un verdadero retroceso. Y desde el punto de
vista militar va a determinar que Rivadavia pase a la historia como el causante o responsable que San
Martín se quede sin el Ejercito del Norte, hecho que llevó a San Martín a capitular ante Simón Bolívar que
tenía tras de él toda una nación que lo apoyaba, en cambio nuestro general se encontraba solo. Significó
en la realidad, la paz entre las provincias litorales, pero no fue mayor expresión de federalismo en virtud de
no haberse alterado el sistema rentístico que venía enriqueciendo a Buenos Aires, con la posesión de su
puerto y aduana, en mengua de la economía del interior y que era lo que con más injusticia veían las
provincias del interior.
La sanción de la constitución de 1826 fue una violación a la ley de consultas y a la ley fundamental por lo
tanto luego debía ser enviada al interior para que cada uno de los gobernadores diera su opinión, Pero
dicha consulta solo llegó a Córdoba, Mendoza, y Santiago del Estero, donde fue palmariamente rechazada,
y en todos los casos se tendía a ridiculizar al Gobernador de Buenos Aires.
La llamada paz con el Brasil, que fuera firmado por Manuel José García, en mayo de 1827, es el
acontecimiento que acelera la caída de Bernardino Rivadavia.
En febrero de 1827 se produce la Batalla de Ituzaingó donde nuestro
Ejército derrota totalmente al Ejército de Brasil, sin embargo en mayo, Manuel José García firma una paz
en la que re-conocería la derrota del Ejército Argentino, obligándose la Nación Argentina a indemnizar las
pérdidas de la Guerra del Brasil, y se reconocía a la Banda Oriental como integrante de Brasil; o sea como si
hubiéramos sido derrotados por las armas.-
Esto significó un agravio para la Nación, a tal punto que el propio Rivadavia manifestó que el Embajador
García se había excedido en sus instrucciones y funciones.
Esta afrenta motivó una sublevación general que causó la caída de Rivadavia, el 30 de junio de 1827.-
Asume como Presidente Vicente López y Planes, y renuncia al mes siguiente.
Se disuelve así el congreso de Buenos Aires, con lo que también finaliza la Ley de Capitulaciones, por lo
tanto corresponde que se proceda a elegir nuevamente Gobernador de Buenos Aires, recayendo el cargo
en el Coronel Manuel Dorrego.
De esta manera se pierde nuevamente el Gobierno Nacional. A esta altura continúa la guerra con el Brasil y
para dar un signo positivo de organización ante el exterior, se reunió la llamada “convención de Santa Fe”
en agosto de 1828, eligiendo como General en Jefe del Ejercito, al Brigadier Estanislao López, que era el
Gobernador de Santa Fe. A pesar de ello los Gobernadores se siguen manejando de manera
autónoma. Dorrego firma un nuevo tratado de paz con Brasil, esta vez un poco más decoroso.
La Banda Oriental a partir de 1828 se convierte en un nuevo país, dejando de ser una provincia argentina.
El 1 de diciembre, llega una división que venía al mando del General Juan Lavalle, que al llegar a Buenos
Aires, se subleva y desconoce al Gobernador Dorrego, dando un golpe de estado y se autoelige como
Gobernador. Dorrego para defenderse, sale a la campaña, donde es ayudado por Juan Manuel De Rosas,
que en ese entonces era comandante de armas, y a su vez aconsejado por éste se traslada a Santa Fe,
donde en dicho trayecto es capturado por las tropas unitarias, y fusilado 13 días después.
El fusilamiento de Dorrego quien, era una de las figuras más importantes que tenían las fuerzas federales,
es sin dudas el comienzo de una guerra abierta entre las dos fracciones o corrientes: UNITARIOS Y
FEDERALES. Todo el año 1828 se va a caracterizar por la lucha desatada en la Provincia de Buenos Aires
entre los unitarios de La valle y los federales de Rosas.
En esta lucha hay una serie de pactos como el Pacto de Cañuelas donde se trata de formar un gobierno de
coalición, pero sin éxito, en este caso debido a una elección que se lleva a cabo en diciembre de 1829
donde resultará electo por amplia mayoría Juan Manuel de Rosas como gobernador de Buenos Aires.
Los problemas se agravan cuando Rosas entre sus ministros elige nada menos que a Manuel José García,
aquél del desgraciado acuerdo de paz con el Brasil.
Casi al mismo tiempo en que Lavalle llega a Buenos Aires, también lo hace procedente de Brasil el General
José María Paz, que se radica en su ciudad natal Córdoba, desoyendo el pedido de Lavalle para que se
quede en Buenos Aires a ayudarlo.
En abril de 1829, el General Paz enfrenta al Gobernador Bustos y lo vence. Bustos huye hacia La Rioja y se
une a Facundo Quiroga, con quien rearma un ejército para re-conquistar Córdoba, que había quedado en
manos del General José María Paz.
En junio de 1829 ambos (Bustos y Quiroga) se enfrentan con el General Paz en la Batalla de la Tablada el 22
de junio. En realidad fue una batalla de las más sangrientas, que duró varios días dejando un importante
saldo de muertos y heridos. Triunfa finalmente el Gral.Paz, motivando el retiro apresurado de Quiroga y
Bustos. A pesar de la derrota Quiroga vuelve a rehacer sus tropas, esta vez con la ayuda de todo Cuyo, y
divide a su ejército en dos alas, una comandada por el mismo Quiroga, que viene por San Luis, entrando
por Río Cuarto, y la otra desde el norte comandada por el General Villafañe, la cual se estaciona en Villa
María.
El General López trata de mediar entre ellos, pero no lo consigue, y el General Paz termina por derrotar a
Quiroga en la Batalla de Oncativo. Quiroga huye escondido en una de las galeras donde venían los
mediadores santafesinos y porteños, salvando de esa manera su vida.
Con esto el General José María Paz, no solo afianza su dominio en Córdoba, sino en todo el interior,
llegando a dominar hasta nueve provincias, a las que indudablemente tomó por la fuerza.
Con esas nueve provincias bajo su dominio confecciona un tratado que denomina Liga Unitaria, o El
Supremo Poder Militar, ya que ese es el cargo que recibe, o sea el poder militar absoluto.
De todas maneras la Liga tiene muy poca duración constituyéndose en agosto de 1830.
Las provincias que se encontraban fuera de la liga y fuera del dominio del General Paz eran Entre Ríos,
Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires, que en repuesta a la situación agresiva del General Paz, se reúnen bajo
el famoso Pacto Federal por el cual realizan una alianza defensiva y ofensiva contra
el General Paz.
Luego de establecida la capital y el sistema de gobierno, la comisión de negocios constitucionales del
congreso, reunida en Buenos Aires, fue designada para redactar un proyecto de constitución.
El proyecto fue presentado el 1º de septiembre de 1826, admitiéndose que se trata de un
perfeccionamiento de la Constitución de 1819. El día 11 de septiembre de 1826 fue aprobado en general,
comenzándose inmediatamente el tratamiento en particular. El 24 de noviembre seterminó el tratamiento
del texto constitucional.
Así, bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia, el 24 de diciembre de 1826, quedó
definitivamentesancionada la Constitución Nacional.
*La misma consta de 191 artículos y se divide en secciones que establecen:
Sección 1º. Destinada a la nación y su culto.
Sección 2º. Ciudadanía (modo de adquirirla, de perderla).
Sección 3º. Forma de gobierno “representativa, republicana y unitaria”.
División de poderes. Sección 4º. Poder Legislativo. Dos Cámaras, Diputados. En el Cap.I,
proporcionales,elegidos por el pueblo a simple pluralidad de sufragios, condiciones para ser diputado y
facultades) y Senadores; en el Cap.II, Dosrepresentantes por provincia, elegidos indirectamente, 9 años en
funciones.
En el Cap. III establece las atribuciones de ambas cámaras y en el Cap. IV las facultades del Congreso y un
capítulo más sobre la formación y sanción de las leyes.
Sección 5º. Poder Ejecutivo unipersonal elegido por elección indirecta.
Atribuciones. Se determinan cinco Ministros: de Gobierno, de Negocios Extranjeros, de Guerra, de Marina
y de Hacienda).
Sección 6º. Poder Judicial. Corte Suprema, se conforma con nueve miembros y dos fiscales, se establece
además la competencia exclusiva del cuerpo, tribunales inferiores.
Sección 7º. Administración provincial y gobiernos de provincia.
Sección 8º. Numerosas disposiciones que establecen las libertades individuales, fuente inspiradora de
nuestra actual parte dogmática.
Sección 9º. Reforma de la Constitución, la que puede producirse en el mismo seno legislativo sin necesidad
de una Comisión especial.
Sección 10º. Dedicada a la aceptación y observancia de la Constitución por parte de las provincias.
En síntesis: La Constitución de 1826 diseñó un régimen republicano, representativo y unitario que por su
carácter netamente centralista fue rechazada explícitamente por las provincias entre noviembre de 1826
febrero de 1827 (salvo la Banda Oriental, que la aceptó) y por los partidarios del federalismo, pues significó
la muerte de las instituciones provinciales, reducidas entonces a simples entes de la administración
delegada, quedando los gobernadores bajo la inmediata dependencia del presidente de la República y
estando sus nombramientos a su caprichosa decisión.
Sin embargo, esta Constitución está considerada como un documento no improvisado, sino complejo y
elaborado por hombres ilustrados que sirvió de base fundamental a la Constitución de 1853, que tomó de
su texto numerosos artículos volcados casi textualmente.
La división entre federales y unitarios se hizo entonces más profunda. Posteriormente, en julio de 1827,
por el rechazo generalizado de la Constitución más una serie de graves desaciertos de su acción de
gobierno, Rivadavia es obligado a dimitir, quedando diluidas las autoridades del Gobierno Nacional.
La Convención de Santa Fe. En 1828 en Santa Fe queda instalado el "Cuerpo nacional representativo de la
República Argentina", del cual tuvo que retirarse la Banda Oriental, luego del tratado que firma
Dorrego,por el cual se independizan. La Convención logro superar algunos intentos de disolución pero de
todas maneras era inevitable postergar la organización constitucional de la República. Pero a raíz del
tratado por el cual se independiza Uruguay y del acuerdo secreto de Bs. As y Córdoba para
prohibir salir del país a los que hubieran colaborado con Rivadavia va agudizando el resentimiento contra
Dorrego. Los hechos se precipitan cuando el general Lavalle, al mando de las fuerzas nacionales, se
subleva, destituye a Dorrego y asume la gobernación en 1828, luego lo persigue, derrota en la Batalla de
Navarro y lo fusila creyendo que con eso obtendría una rápida pacificación, iniciando en cambio un largo
período de luchas sangrientas.
Sublevación del 1 de diciembre de 1828-30. La Convención Nacional de Santa Fe, coloca a Lavalle fuera de
ley calificando la ejecución como un asesinato, un crimen de alta traición contra el Estado.ego de esto se
desata la guerra civil en Bs. As. Se cometen tremendos abusos sobre los tenidos por "federales" y se abre
con esto entre el interior y la ciudad un abismo que luego será aprovechado por Rosas. En el interior, el
general José Maria Paz, desplaza a Bustos de la gobernación de Córdoba. Paz pretendió desde allí
unir fuerzas con Lavalle para llegar a la unidad nacional. Lavalle es vencido por E. López en Puente
Márquez. Luego de asumir la gobernación de Córdoba, Paz intenta convencer a los demás gobernadores
que solo abriga intenciones pacificas y que no aspira a imponer un gobierno unitario. Comoreacción
Quiroga al frente de las tropas de Rioja y Catamarca mas las de Cuyo invadió Córdoba y pero Paz con apoyo
de Salta y Tucumán, lo derrotoen La Tablada en junio de 1829. Como saldo las provincias de Mendoza,
Catamarca, San Juan y San Luis pasaron a asociarse con Paz.
Convenciones de Cañuelas y Barracas. Nombrado general de las fuerzas nacionales, el general Estanislao
López (gobernador de Santa Fe), secundado por Juan Manuel de Rosas, el 26 de abril de 1829 derrota a
Lavalle en Puente de Márquez, quien se retira en desbande hacia Barracas. Con este triunfo, López llega
hasta las proximidades de la ciudad de Buenos Aires donde se refugió Lavalle. El general Paz (unitario) se
dirige a Córdoba y derrota a Juan Bautista Bustos en la Batalla de San Roque, lo cual obliga a López a
regresar a su provincia, dejando a cargo a su hábil comandante de armas, Juan Manuel de Rosas, quien
además tiene mejor relación que él con Lavalle. Rosas y Lavalle comienzan el diálogo que Lavalle acepta
por tratarse “entre porteños” (además eran “hermanos de leche” por haber sido alimentados por la misma
nodriza), hasta concluir en la celebración del Pacto o Tratado de Cañuelas, ocurrido el 24 de junio de 1829,
firmado con el fin de concluir las hostilidades y llamar a elecciones para integrar la Junta de
Representantes. En el Pacto se acordó:
1º. Cese de hostilidades y reinicio de todas las relaciones entre la ciudad y la campaña.
2º. Se procedería a la mayor brevedad a la elección de los representantes de provincia con arreglo a las
leyes, para designar un gobernador.
3º. Lavalle quedaba como gobernador y Capitán General Provisorio y Rosas como Comandante General de
Campañas.
En forma secreta se confeccionó una lista única de candidatos de ambas tendencias (igual número de
unitarios y federales) para integrar la Junta y se dispuso que el gobernador fuera Félix de Álzaga.
El Tratado de Barracas. De acuerdo a lo convenido en Cañuelas el 24 de junio de 1829, la elección de los
representantes de la ciudad y campaña de la provincia de Buenos Aires debía hacerse por medio de una
lista confeccionada por Rosas y Lavalle. Efectuada la elección de diputados resultó, sin embargo, triunfante
una mayoría unitaria (esto se debió a que el partido unitario, ganando confianza por los triunfos de Paz en
Córdoba, se negaron a aceptar el pacto y negándose a acatar a Lavalle optaron por votar a sus propios
candidatos asegurando su hegemonía dentro de la cámara de representantes). Así, entonces, Lavalle, fiel al
pacto, anuló las elecciones e intentó un nuevo acercamiento con Rosas quien aumentó sus exigencias.
Reunidos en una quinta (de Piñeiro) cercana a Barracas firmaron un nuevo acuerdo, luego llamado “Pacto,
Convenio o Tratado de Barracas”. En el mismo, ambos deciden poner fin a la corrupción institucional (por
las elecciones de julio) y designar ellos un gobernador provisional, quien finalmente resultó ser Juan José
Viamonte, el que asumió dos días despuésel gobierno provisional de la provincia de Buenos Aires.
En el pacto también se había establecido que el gobernador sería secundado por un “Senado consultivo”
compuesto por 24 miembros. En el escaso tiempo que duró el gobierno de Viamonte, trató de pacificar a
los dos partidos, pero se acentuó el predominio federal y fue creciendo el prestigio de Rosas, quien
aconsejó reponer la legislatura disuelta por el golpe del 1° de diciembre de 1828. La Junta que acompañó a
Dorrego fue restituida por Viamonte y una vez en funciones designó gobernador a Juan Manuel de
Rosas (6/12/1829) con Facultades Extraordinarias.
El Congreso de 1824: Leyes, tratado con Gran Bretaña, la guerra con el Brasil,
Constitución de 1826. Gobierno federal en Buenos Aires y Convención de Santa Fe. El golpe unitario.
Convenciones de Cañuelas y Barracas.
De ésta manera y según como se sucedieron los hechos viene a llevarse a cabo el Congreso de 1824/1827,
que consigue reunirse dos años más tarde a estos sucesos comentados en el párrafo anterior.
El congreso de 1824/ 1827. En agosto de 1822, Martín Rodríguez envía al Deán Zabaleta en misión para
sondear la opinión de las provincias sobre la reunión de un congreso en Buenos Aires. Esta misión se lleva a
cabo con mucha lentitud, comienza en agosto de 1822 y termina en diciembre de 1824. Precisamente en el
año 1824 Zabaleta se entrevista con San Martín, que habiendo llegado del Perú, habría decidido quedarse
a vivir en Mendoza, pero luego de esta reunión viaja a Europa, el 10 de febrero de 1824. El 27 de febrero
de 1824 el gobierno de Buenos Aires, lanza oficialmente la proclama del congreso nacional en la ciudad de
Buenos Aires. Se presume que Zabaleta habría aconsejado a San Martín que viaje a los fines que se
posibilitara la realización de este congreso. Así en marzo de 1824 finaliza el período de gobierno de Martín
Rodríguez y en su reemplazo es nombrado Gregorio las Heras, que había estado junto a San Martín en la
campaña de Los Andes.
En diciembre de 1824 se inaugura el Congreso Nacional cuya primera medida es declararse soberano, con
la llamada ley fundamental de enero de 1825, que se componía de siete artículos pero que en realidad
constituía un plan de tareas, ya que:
1-se declaraba como congreso soberano
2-encargaba oficialmente las relaciones exteriores al gobernador de Buenos Aires.
3-manifiesta en su articulado que la constitución a dictar será consultada previamente con el pueblo, luego
una vez sancionada será pasada en consulta a las provincias, para que sea ratificada por cada una de ellas,
por último correspondía sí la proclamación como constitución nacional. Ley Fundamental. La primera
medida de singular trascendencia aprobada por el Congreso de 1824, fue la sanción de la llamada Ley
Fundamental, cuyo proyecto fue presentado por el diputado por Corrientes, Dr. Francisco Acosta, en la
sesión del 22 de Diciembre de 1824.
Esta ley fue la base para un verdadero pacto de provincias, desde donde debería partir todo intento de
organización nacional. Sus claros lineamientos hacían a lo vertebral de la nación, dando solidez al
Congresoque proyectaba la instalación de una autoridad nacional y la sanción de una Constitución que
estructurara definitivamente los poderes de la República.
De su lectura surge la esencia de un legítimo pacto de confederación, consolidando las soberanías
particulares y creando un gobierno central, con las facultades inherentes a esta clase de asociación política.
El art. 1º establece el carácter de pacto general de unión entre provincias, y ratifican el principio de
constitución en nación independiente. Aquí todas las provincias se ligaban solemnemente bajo una ley
común.
Art. 2º. Declara constituyente al “Congreso General de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.
Art. 3º. Es una salvaguarda de las mismas provincias para la defensa de sus respectivas autonomías, pues
establece, con carácter provisorio, que hasta la sanción de una Constitución que organizara el Estado, las
provincias debían regirse internamente por sus propias instituciones gestadas durante los años anteriores
de aislamiento provincial.
Art. 4º. Establece las facultades del mismo Congreso General, reservándose autoridad decisoria sobre
cuestiones de independencia, integridad, seguridad, defensa y prosperidad nacional.
Art. 5º. Relacionado con el anterior, dispuso que el Congreso establecería
disposiciones con relación a las materias precedentes.
Art. 6º. Establece que la Constitución a sancionarse no sería establecida hasta que existiera aceptación de
todas las provincias.
Art. 7º. Este artículo fue sumamente polémico, provocó controversias y la oposición de los hombres de
provincia, sin embargo triunfó la posición de la Comisión y el artículo quedó redactado estableciendo que
“por ahora y hasta la elección del poder ejecutivo nacional, queda éste provisoriamente encomendado al
gobierno de Buenos Aires”. Seguidamente se fijaron sus atribuciones (relaciones exteriores, celebración de
tratados con la aprobación del Congreso, elevar iniciativas al Congreso para la ejecución de los negocios
del Estado, ejecutar y comunicar a las provincias las resoluciones del Congreso).
Finalmente, el art. 8º era de forma, pues establecía que el presidente del Congreso comunicaría la ley a los
gobiernos de provincia.
En síntesis y a juzgar por los hechos que se sucedieron posteriormente, a pesar del esfuerzo tendiente a la
organizar la Nación, toda la estructura nacional se vendría abajo, fracasando finalmente la reorganización
de la república. En junio de 1825, en cumplimiento de este articulado se da la llamada Ley de Consultas
que era una especie de encuesta a las provincias sobre la forma de gobierno más conveniente para el país.
La mayoría de las provincias se pronuncian por un sistema Federal. De todas maneras el resultado de esta
ley de consultas tampoco será tenido en cuenta por el congreso que desvirtúa esta opinión mayoritaria de
las provincias.
La guerra con Brasil-En esta misma época comienza una guerra con el Brasil por la provincia de la Banda
Oriental, y conforme la historia en noviembre de 1825 podemos decir que nos encontramos atravesando
una guerra civil.
El General Las Heras, que por ser el Gobernador de Buenos Aires tenía a su cargo las relaciones exteriores,
envía al General Aráoz de la Madrid, a Tucumán, para que integrase el llamado Ejército Presidencial.
La Madrid apenas reúne algunas tropas, con ellas destituye al Gobernador de Tucumán, invade también a
Catamarca y con estas actitudes trae el malestar de todo el interior. Ibarra de Santiago del Estero, Bustos
de Córdoba, López de Santa Fe, se ponen en pie de guerra ante la amenaza del ejército de La Madrid en
Tucumán.
La ley de presidencia .La época que sucedió fue especialmente convulsionada en materia exterior. En 1925
se firmó en Buenos Aires un tratado de amistad, comercio y navegación con Gran Bretaña que, entre otras
cosas, implicaba el reconocimiento de nuestra independencia. Por otra parte, en la Banda Oriental,
ocupada por los brasileños, se produjo la derrota de las fuerzas de ocupación por parte de “los 33
orientales” y el pueblo oriental solicitó su reincorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata, lo que
fue aceptado por nuestro Congreso el 25 de Octubre de 1825 y que trajo como consecuencia la guerra
con el Brasil.
En todo ese tiempo, y como producto de la Ley Fundamental, el Poder Ejecutivo era ejercido por el
gobierno de Buenos Aires y en la práctica, entonces, la situación fáctica global era de ideología unitaria,
pues el gobernador de Buenos Aires se encontraba manejando las relaciones exteriores, convenios y
tratados internacionales, relaciones entre provincias, etc.
Entonces, el diputado Bedoya, en la sesión del 20 de octubre de 1825, bajo fundamento de la imperiosa
necesidad de un poder ejecutivo que se encargue en forma exclusiva de los asuntos de la nación, solicita al
Congreso la creación del P.E.N. permanente.
El 30 de enero de 1826 la Comisión de Asuntos Constitucionales presenta
su proyecto en seis artículos, siendo fundamentado por Valentín Gómez en el carácter urgentísimo que ello
tenía en virtud de los sucesos en la Banda Oriental y la guerra con el Brasil.
Finalmente, con la ausencia de la mayoría de los diputados del interior, hábilmente presentada por el
grupo unitario se sancionó la denominada “Ley de Presidencia”, aprobándose también un
segundo proyecto de la misma Comisión referente a la creaciónde ministerios.
La ley establece:
Art. 1. La necesidad de la instalación del P.E.N. permanente, nombrado por el Congreso.
Art. 3º. Título: Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Art. 5º. Duración del mandato. Por el tiempo que designe la Constitución a realizarse.
Art. 6º. Facultades. Las mismas que estaban delegadas al gobierno de Buenos Aires más las que se le
acuerden ulteriormente.
Podemos resumir la siguiente idea:
Rechazada la Constitución de 1819 por las provincias, los tratados y pactos interprovinciales celebrados
entre ellas – particularmente el del Pilar del 23 de Febrero de 1820 y el de Benegas del 24 de Noviembre
de 1820- propiciarán la creación de un nuevo Congreso, el que finalmente se reunirá en la Provincia de
Córdoba.
Sin embargo, ante el fracaso del mismo (propiciado en parte por los propios diputados porteños) un nuevo
Congreso inicia sus sesiones del 6 de Diciembre de 1824 en Buenos Aires.
En febrero de 1826, violando el orden de la ley fundamental de enero de 1825, que establecía primero
sancionar la constitución, se procede a sancionar la ley de presidencia, que oficialmente se llamó “ley de
capitulación”, creándose de esta manera el cargo de presidente de la nación siendo el mismo Congreso el
que por votación designa a Bernardino Rivadavia, para que ocupe el cargo con la Ley de Capitulación se le
quita autoridad al gobernador de Buenos Aires, y se nombra precisamente a Buenos Aires como Capital de
la nación, y pasa a ser gobernada por el mismo presidente.
El Congreso dictó la denominada “Ley de la Presidencia”, el 6 de Febrero de 1826, consagrándose el 7 de
Febrero a Bernardino Rivadavia como el primer “Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. El
Congreso proseguirá con sus sesiones, y el 24 de Diciembre de 1826 dictará una nueva Constitución
Nacional, integrada por ciento noventa y un artículos.
La presidencia de Bernardino Rivadavia dura desde febrero de 1826 hasta junio de 1827, y su política
centralista no hace más que agravar las diferencias con el interior, que llegan a desconocer su autoridad y
también desconocen al Congreso que había sancionado como se acaba de mencionar la Constitución de
1826.
Esta Constitución establecerá un régimen unitario –claramente expresado en su artículo siete al sostener la
“unidad de régimen”-, por lo que será fervientemente rechazada por las provincias.
Con la sanción de esta ley impulsada por los unitarios, la ruptura con el interior estaba declarada.
Antes de darse una Constitución y organizar los poderes, se constituía un poder en forma permanente,
violando los principios de la Ley Fundamental y el espíritu de convocación de aquella memorable
Asamblea. La disolución nacional era un hecho.
La elección del presidente fue efectuada el 7 de febrero de 1826 por parte del Congreso y fue designado
Rivadavia por 35 votos contra 3.
Luego Rivadavia, en su discurso, informa al pueblo de Buenos Aires la decapitación de sus instituciones, de
su territorio y de su soberanía, presentando la iniciativa “que todo lo que forme la capital, sea
exclusivamente nacional...”
Una reflexión.
Si se leen los textos completos de la Constitución Nacional de 1826 y de la Constitución Nacional de 1853,
se encuentra que muchos de los artículos de ésta tienen su inspiración en la primera
La Liga del Interior. El Pacto Federal de 1831.Los gobiernos de Juan Manuel de Rosas.La generación de
1837: ideología, Echeverría, Alberdi. Pronunciamiento de Urquiza. Caseros. Protocolo de Palermo.
Acuerdo de San Nicolás.
La Liga Unitaria del Interior .Hacia 1826 se había puesto de manifiestoel fracaso del régimen unitario, por
lo que se volvió a la antigua forma de organización, en la que cada provincia tenía capacidad de
autogobierno, en tanto que el gobernador de la provincia de Buenos Aires se hacía cargo delas relaciones
internacionales. En 1828 Manuel Dorrego, gobernador federal en quien el resto de los gobernadores
confiaban, fue depuesto y fusilado por el general unitario Juan Lavalle, dando lugar a una guerra civil.
En Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas fue el encargado de resistir a los golpistas y en 1829 fue elegido
gobernador, restituyendo la cámaralegislativa.
Luego de la Batalla de Oncativo (que enfrentó a Quiroga y Paz, vencedor, el25 de febrero de 1830) las
provincias del interior (Córdoba, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Santiago del Estero, Tucumán,
Catamarca, Saltay Jujuy) constituyeron, en agosto de 1830, la llamada Liga Unitaria o Liga del Interior, que,
bajo el Supremo Poder Militar Provisorio a cargodel General Paz, derrocó a los gobiernos federales y se
enfrentó al poder deBuenos Aires, dando origen, como respuesta, al Pacto Federal en enero de 1831
(integrado por Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe).
En este pacto se acordó que, cuando se dieran las condiciones, se erigiría ungobierno federal. Además, se
estableció un compromiso militar paradefenderse de los posibles ataques unitarios, lo que permitió vencer
algeneral José María Paz y terminar con la etapa anárquica.

El pacto Federal de 1831. Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe, decididasa detener la creciente influencia de
Paz y al mismo tiempo con el objeto deasegurar la unión y defensa de las provincias litorales, firmaron lo
que se denominó el Pacto Federal; firmado en la ciudad de Santa Fe, el 4 de enero de 1831, entre las
provincias argentinas de Buenos Aires, Santa Fe yEntre Ríos, que conformó a su vez la denominada Liga del
Litoral. El Pacto Federal establecía que debía formarse una Comisión Representativa consede en Santa
Fe,integrada por un representante de cada una de las tres provincias con las siguientes atribuciones:
1º) Celebrar tratados de paz en nombre de las tres provincias expresadas, conforme a las instrucciones que
cada diputado tuviera de su respectivogobierno;
2º) Hacer declaración de guerra contra cualquier otro poder en nombre de las tres provincias litorales; 3º)
ordenar el levantamiento del Ejército en caso de guerra contra cualquier otro poder, en nombre de las tres
provincias en forma ofensiva o defensiva, y nombrar el general que debería mandarlo;
4º) Determinar el contingente de tropa con que cada una de las provincias debería contribuir;
5º) Invitar a todas las demás provincias de la República, cuando estuvieran en plena libertad y tranquilidad,
a reunirse en federación con las tres litorales, y que, por medio de un Congreso General Federativo, se
arreglara la administración del país, bajo el sistema federal, su comercio interior y exterior, y la soberanía,
libertad e independencia de cada una de las provincias. Además, se comprometían a no firmar tratados por
separado con otras provincias y a no otorgar asilo a ningún criminal que buscara refugio en una, al huir de
la otra; declaraba además libre el tránsito interprovincial.
El Pacto Federal de 1831, puede ser considerado entonces como el momento culminante del federalismo.
Los Gobiernos de Juan Manuel de Rosas. Antes de finalizar el 1° gobierno de Rosas se planteó el problema
constitucional, de si era momento que la Comisión Representativa de las Provincias instituida por el Pacto
federal convocara a un Congreso para organizar definitivamente el país.
Después de la derrota de Lamadrid era el momento justo, todas las provincias adherían al Pacto Federal y
estaban gobernadas por autoridades federales. Las Constituciones de 1819 y 1826 habían fracasado por su
carácter unitario, este era el momento de obtener una constitución unánime
y establecer el régimen federal. Tanto Quiroga como López hicieron lo imposible por convencer a Rosas de
convocar a un Congreso para establecer la unidad nacional, pero Rosas continuo reacio a la idea. El
Congreso no fue convocado y la Comisión Representativa instituida por el Pacto Federal acabó por
desaparecer. Cuando se aproximó la fecha del fin de su mandato Rosas envió a la legislatura una nota
devolviendo las "facultades extraordinarias", con la esperanza de que no sea aceptada, pero la legislatura
la aceptó y expresó entonces su deseo de no ser reelecto, aconsejando a Balcarce como su sucesor. Según
lo expuesto precedentemente veíamos que las provincias del interior constituyeron, en agosto de 1830, la
llamada Liga Unitaria o Liga del Interior, que, en un primer momento, derrocó a los gobiernos federales y
se enfrentó al poder de Buenos Aires.
Pero Rosas con habilidad y prudencia, desde principios de 1830 había propiciado una serie de pactos con
las provincias litorales que fueron preliminares a la celebración del Pacto definitivo, el famoso
PactoFederal. Rosas y la suma del poder público. Luego de la renuncia de Rosas en 1832, se sucedieron los
gobernadores Balcarce Viamonte y Maza donde vuelve a reinar la anarquía y la violencia, y entonces se
llegó a la conclusión que faltaba en el gobierno una mano fuerte para devolver la paz, la tranquilidad y
salvaguardar las instituciones: Juan Manuel de Rosas, quien fue nombrado gobernador el mismo día de
renuncia de Maza, el 7 de marzo de 1835.
La legislatura lo designó gobernador de Buenos Aires –cargo que decidió aceptar con la condición de que le
fueran conferidos poderes dictatoriales, conseguidos los cuales impuso los criterios federales al frente de
la que habría de ser considerada, de facto, Confederación Argentina– otorgándole la suma del poder
Público que de hecho le permitió ejercer funciones del tipo ejecutivas, legislativas y judiciales sin la
obligación de dar cuenta de sus actos. Las únicas restricciones eran "defender y proteger la Religión
Católica, Apostólica, Romana y sostener la causa de la Federación... por todo el tiempo que a juicio del
gobierno electo fuese necesario".
Esta ley significaba la quiebra de la forma republicana, la legalización de la dictadura, en el que asumió
atribuciones excepcionales. Para darle mayor legalidad al nombramiento, Rosas convocó a un plebiscito en
la ciudad, ya que la campaña no fue consultada por considerarse totalmente adicta a su
persona. Los resultados fueron más que satisfactorios: 9.316 votos a favor y solamente 4 en contra. El
ejercicio de estas amplias atribuciones y la acción de la Sociedad Popular Restauradora le permitieron
eliminar la oposición, ya sea unitaria como federal. Se practicaron destituciones en masa y fue decretado el
uso obligatorio de la divisa punzó, del cintillo punzó en las escuelas y de las obleas punzó en los sobres. En
su segundo gobierno, Rosas fue conservador y proteccionista; formó alianzas con los líderes de las
demás provincias argentinas, logrando el control del comercio y de los asuntos exteriores de la
Confederación. Estableció un régimen dictatorial, con una amplia red de espionaje y una constante
presencia de la policía secreta; en 1840, quedaban pocos que estuvieran dispuestos a enfrentarse a él.
Rosas también se aseguró que su retrato estuviera expuesto en todos los lugares públicos tras
autoproclamarse “tirano” en 1842, lo que le otorgó pleno dominio sobre todo el territorio de la
Confederación. Durante 17 años
Rosas se mantuvo en el poder, sosteniendo que aún no se daban las condiciones para la formación de un
régimen federal, promoviendo la autonomía de cada una de las provincias.
Generación del 37. El romanticismo, movimiento surgido en Europa en la 1º mitad del siglo XIX e
introducido al Plata por Esteban Echeverría, surge como una oposición al mundo racional existente en
1810: la Ilustración. El liberalismo se impone en todos los órdenes y se inicia una cultura nacional en el
idioma, literatura, arte, religión y costumbres. En materia política buscaron en un principio constituirse en
los mentores intelectuales de Rosas, pero ello no ocurrió nunca, ya que Rosas rechazaba las fórmulas
intelectualizadas que a la postre se volverían contra él. Prontola dura política rosista haría que esta
generación se pusiera en actitud crítica y diera lugar a la militancia activa. Fue un grupo de jóvenes que
hacia el año 37 se nucleó con el objetivo de ocuparse del futuro político de la patria, reuniéndose para
estudiar a fondo la vida nacional para desentrañar nuestro espíritu. Son jóvenes que comprenden que por
el momento es necesario dejar la literatura y la historia de lado y emprender un movimiento destinado a
superar la discordia civil entre unitarios y federales, cismáticos y apostólicos, porteños y provincianos. En la
librería de Sastre y con su venia, se nuclean e inauguran el "Salón Literario" y un año después fundan la
"Joven Argentina". En la noche de la inauguración Esteban Echeverría expone lo que sería la base de su
trabajo y lucha: el Dogma Social basado en 15 palabras simbólicas. El dogma social es titulado
"Código o declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina", en el
cual adhiere al constitucionalismo propiciando la sanción de una Constitución que contenga los derechos y
deberes de los ciudadanos. Pero en 1838 Rosas no mira con buenos ojos a la joven Argentina y los jóvenes
no pudiendo permanecer con dignidad y libertad van marchándose uno a uno al exterior a pesar de la
oposición de Echeverría. Uno de ellos fue Alberdi, que debió viajar a Chile para ejercer su profesión y desde
donde publico entre otras obras: "Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina".
Esteban Echevarria y el Dogma Socialista. En 1846, Esteban
Echeverría (1805-1851), publica su obra denominada Dogma Socialista de la Asociación de Mayo,precedido
de una ojeada retrospectiva, sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37, que luego se la
conoce como Dogma Socialista.
Es Echeverría quien redacta la Creencia, compuesta de quince palabras simbólicas, y quien preside la
Asociación, quien invita a separarse a sus miembros, con lo cual empieza el destierro de esta generación.
En el fondo, las Palabras, que luego en 1846, con la Ojeada retrospectiva formarán el llamado Dogma
Socialista, Echeverría se refugia en Los Talas.
El Dogma Socialista es en verdad un estudio sociológico y constituyen el primer intento orgánico de
formular un ideario nacional, una filosofía del conjunto. Es un examen de la vida social fundada en su
propia experiencia histórica argentina, examen que tiene por norte la trilogía "Mayo, Progreso,
Democracia", y que se sintetiza en las quince Palabras simbólicas que lo compendian y en el "sistema de
creencias comunes y de principios luminosos" que le sirven de guía. Esas quince Palabras son: 1.
Asociación.
2. Progreso. 3. Fraternidad. 4. Igualdad. 5. Libertad. 6. Dios, centro y periferia de nuestra creencia: el
cristianismo, su ley. 7. El honor y el sacrificio, móvil y norma de nuestra conducta social. 8. Adopción de
todas las glorias legítimas, tanto individuales como colectivas de la Revolución; menosprecio de toda
reputación usurpada e ilegítima. 9. Continuación de Las tradiciones progresivas de la Revolución de Mayo.
10. Independencia de las tradiciones retrógradas que nos subordinan al antiguo régimen. 11. Emancipación
del espíritu americano. 12. Organización de la Patria sobre la
base democrática. 13. Confraternidad de principios. 14. Fusión de todas las doctrinas progresivas en un
centro unitario. 15. Abnegación de las simpatías que puedan ligarnos a las dos grandes facciones que se
han disputado el poderío durante la Revolución.
En cuanto al sistema de creencias comunes, la primera parte de ellas dice: "Nuestra filosofía lleva por
divisa: progreso indefinido. Los símbolos de nuestra fe son: fraternidad, libertad, igualdad, asociación.
Caminamos a la democracia. Organizar la asociación de modo que por una serie de progresos llegue a la
igualdad y la libertad, o a la democracia: he aquí nuestra idea fundamental. Nuestro punto de arranque y
reunión será la democracia. Política, filosofía, religión, arte, ciencia, industria; toda la labor inteligente y
material deberá encaminarse a fundar el imperio de la democracia. Política que tenga otra mira, no la
queremos. Filosofía que no coopere a su desarrollo, la desechamos. Religión que no la sancione y la
predique, no es la nuestra. Arte que no se anime de su espíritu y no sea la expresión de la vida del
individuo y de la sociedad, será infecundo. Ciencia que no la ilumine, inoportuna. Industria que no tienda a
emancipar las masas y elevarlas a la igualdad, sino a concentrar la riqueza en pocas manos, la
abominamos". El Dogma de Echeverría es una de las primeras manifestaciones de la sociología en la
Argentina, de allí en adelante se irá perfeccionando y puliendo el sistema de creencias que desembocará
en la Constitución de 1853.
Las Bases de Alberdi. En 1852, tras la caída de Rosas, Alberdi (1810-1884) publicó su obra más importante:
“Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, el tratado más
importante de derecho público americano que sería elogiado con entusiasmo por los juristas de todo el
mundo. Las Bases, notoriamente influidas por el derecho constitucional norteamericano, serán el
esqueleto de la Constitución Nacional Argentina; tanto es así que la segunda edición de las Bases, de
septiembre de 1852, fue ampliada por el autor con un proyecto de Constitución Nacional, que los
constituyentes de Santa Fe usarán como modelo un año más tarde. En manos del General Urquiza, las
Bases se distribuyeron rápidamente por todo el país. De modo manifiesto, interpretaron el anhelo
generalizado de organización nacional del pueblo argentino y sirvieron para que la Confederación
estableciera una estructura institucional que cohesionara a las provincias. Excepto Buenos Aires, que
adheriría al nuevo sistema jurídico recién en 1860, las Bases fueron aclamadas por intelectuales, políticos y
juristas de todo el país. Poco tiempo después, Alberdi publicó Elementos de derecho público provincial
para la República Argentina, que sería el complemento de las Bases y que marcarían el establecimiento
definitivo del derecho público nacional. Se ha discutido mucho acerca de la concreta influencia de este
tratado sobre la Ley Fundamental argentina de 1853, sin embargo es evidente que el mismo fue tenido en
cuenta por los hacedores de la Constitución. En esta elaboración, Alberdi fijó una política de progreso que
habría de decidir el destino de la nación. Su análisis sobre los antecedentes nacionales –unitarios o
federales la aguda crítica a las Constituciones americanas, sus principios sobre política inmigratoria y
educacional, constituyen una mirada sociológica tan amplia, ágil y precisa, que el futuro del país quedó
reflejada en su obra. Las Bases de Alberdi encierran los principios de inmigración libre, libertad de
comercio, progreso industrial, instrucción pública, libertad de cultos, libre navegación de los ríos, igualdad
de garantías para ciudadanos y extranjeros y demás conceptos fundamentales insertos casi en forma
idéntica en la parte dogmática de la Constitución de 1853. Alberdi divide su proyecto constitucional en dos
grandes partes: la primera “principios, derechos y garantías” (disposiciones generales, tratamiento del
derecho público argentino, con relación a los extranjeros y las garantías públicas de orden y progreso) y la
segunda “autoridades argentinas” (poder legislativo, ejecutivo y judicial, más la organización de los
gobiernos de provincia). Los constituyentes del 53 tomaron del proyecto alberdiano aquellas instituciones
que se adaptaban a nuestra realidad histórica, apartándose de los principios abstractos que no respondían
a nuestro ser nacional (recordamos que Alberdi asumió principios de la legislación) Alberdi expresó que
con el logro de la independencia, Argentina no había logrado su libertad, por estar supeditada al atraso
económico, la ignorancia y la escasa población. A la vez condenó la colonización española en América por
haber creado una sociedad antidemocrática, al conservar la fuerza del trabajo en la población indígena y
crear una élite de dirigentes ociosos. Fue un admirador de la política anglosajona. Era a la vez partidario
delliberalismo, del federalismo y de la colonización del país. Defendió la inmigración europea y
consideraba esto básico para el progreso del país, junto con un apoyo intensivo de la educación y la cultura
del pueblo. Alberdi, con claridad meridiana, expuso la diferencia fundamental entre la libertad externa
independencia) y la libertad interna, o sea los derechos individuales a la vida, a la libertad, a la propiedad y
a la búsqueda de la propia felicidad.
Las Bases no sólo brindó al Roquismo la estructura de poder que necesitaba para su desenvolvimiento, sino
también los objetivos políticos que guiaron la acción del gobierno. Asimismo, en el aspecto sociopolítico, la
generación del 80 será deudora del pensamiento de Alberdi y también de los principios que conformaron
la filosofía natural- positivista del fin del siglo pasado.
El pronunciamiento de Urquiza. Caseros. Protocolo de Palermo. Acuerdo de San Nicolás .Tras la muerte de
Quiroga, se rubricó la postergación de esa organización, la Confederación y, desde ese momento, el país
vivió una Confederación de hecho, con espíritu federal, desplazando a los unitarios de la escena política,
sobre todo a partir del segundo gobierno de Rosas (que comenzó en 1835 y se prolongó por diecisiete
años).
La actitud conservadora del gobierno fue desarrollando una unidad nacional y creando un gobierno
nacional en la práctica. Cuando el gobierno de Rosas se volvió ineficaz sufrió la oposición del interior y del
litoral, el general Justo José de Urquiza lo venció en la batalla de Caseros (actual estación de El Palomar),
librada el 3 de febrero de 1852, con la ayuda de unitarios, liberales y federales, además de las tropas de
Uruguay y de Brasil.
Protocolo de Palermo. Con el propósito de iniciar la reorganización nacional, Urquiza reunió a los
gobernadores de Buenos Aires, Vicente López y Planes, y de Corrientes, Benjamín Virasoro, para firmar el
llamado Protocolo de Palermo, signado en dicha localidad (en la actualidad, parte de la ciudad de Buenos
Aires), que le confería el desempeño de las Relaciones Exteriores, enviando el 8 de abril una circular a las
provincias convocándolas a una reunión que tendría lugar en la localidad de San Nicolás de los Arroyos
(provincia de Buenos Aires), con el objeto de ponerse de acuerdo sobre los intereses generales de la
nación.
El acuerdo de San Nicolás. El 31 de mayo de 1852, se celebró el Pacto de San Nicolás de los Arroyos,
presidido por Urquiza y con la participación de otros diez gobernadores que representaban a once
provincias. Constaba de catorce artículos y consideraba que había llegado el momento de arreglar la
administración general por medio de un Congreso General Federativo. Las trece primeras cláusulas del
Pacto establecían dónde, cómo y cuándo se reuniría dicho Congreso.
El Congreso constituyente de 1853. La constitución de 1853.Fuentes ideológicas. Pacto de San José de
Flores. Reforma constitucional de 1860. La instalación de laCorte Suprema de Justicia de la Nación.
La Legislatura de la provincia de Buenos Aires discutió y rechazó el acuerdo de San Nicolás,enfrentándose
así Buenos Aires a la Confederación (es decir, al resto del país). No había acuerdo con las provincias, por
tanto la Constitución de 1826 y el gobierno nacional que ella sostenía tenían su final asegurado. Además de
la guerra contra Brasil, Rivadavia debió enfrentar ahora a las provincias díscolas del interior, que insistimos
no aceptaban la nueva organización institucional. Para hacer frente a esta situación, Rivadavia decidió
recuperar a las fuerzas militares ocupadas en el Uruguay, así que envió a Río de Janeiro a Manual J García
para que firmara con el Brasil un Convenio de Paz que era favorable al país extranjero, porque se establecía
que Brasil mantendría el dominio de la Banda Oriental y recibiría una indemnización de parte de las
Provincias Unidas.
Lejos de brindar tranquilidad al gobierno nacional la firma del acuerdo de paz con Brasil implicó una
profundización de la crisis que lo atravesaba.
Tras la renuncia de Rivadavia el 30 de Junio de 1827 asume la presidencia por un breve período Vicente
López y Planes, quien finalmente dimitirá a su cargo el 16 de Agosto del mismo año. Ante esta grave
situación el Congreso declarará, el 18 de Agosto, su propia disolución y la del gobierno nacional,
encomendando al gobierno de Buenos Aires la representación exterior y de guerra. Por su parte, el interior
atravesaba un período de enfrentamientos y alianzas que polarizaba a las provincias en dos bandos: por un
lado la denominada “Liga del Interior” (que se formalizó por el pacto celebrado el 5 de Julio de 1830),
liderada por el general unitario José María Paz, y que aglutinaba a las provincias de Córdoba, Mendoza, La
Rioja, San Juan, San Luís, Catamarca, Salta, Tucumán y Santiago del Estero. Por el otro, la llamada “Liga del
Litoral”, de carácter federal, integrada por Buenos Aires,
Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.
Los tratados y pactos interprovinciales que desde 1813, pero particularmente a partir de 1820, habían
servido para dirimir diferencias entre provincias y propiciar los Congresos tendientes a la consolidación de
un régimen nacional, volverán entonces a ocupar un papel preponderante
en la organización institucional del país.
El 4 de Enero de 1831 Buenos Aires, Santa Fe, y Entre Ríos firman un Pacto, al que poco tiempo después se
adherirá Corrientes, estableciendo las bases de una organización política federal. El acuerdo establecía que
una Comisión Representativa de los gobiernos provinciales residiría en Santa Fe y tendría a su cargo las
decisiones en materias conjuntas, y convocaba a todas las provincias a sumarse a la Liga. Luego de un año,
y derrotados los gobiernos unitarios de la liga del Interior, todas las provincias se habían adherido al Pacto,
transformándose en un verdadero tratado de confederación. En 1832 la Comisión Representativa se
disuelve, otorgándosele al gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, la representación de las
provincias ante las relaciones exteriores, la que mantendrá por casi dos décadas.
El 1 de Mayo de 1852 se produce el denominado “Pronunciamiento de Urquiza”, donde el gobernador de
Entre Ríos sostenía la voluntad de la provincia de “reasumir el ejercicio de las facultades inherentes a su
territorial soberanía”, y convocaba a una “Asamblea Nacional” con las demás provincias. El enfrentamiento
será inevitable, y finalmente Justo José de Urquiza vencerá a Juan Manuel de Rosas en Caseros el 3 de
Febrero de 1852. El 6 de Abril de aquel año Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes firman el
denominado “Protocolo de Palermo”, por el que se restituye con plena vigencia el Pacto Federal de 1831, y
se designa a Urquiza como representante en relaciones exteriores hasta la reunión de un próximo
Congreso Nacional. Reunidos desde el 8 de Abril de 1852, y tras más de un mes de deliberaciones, las
provincias firman el 31 de Mayo el denominado
Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, donde se establecen las pautas de funcionamiento de la
Confederación, procurando un Congreso Nacional, y ratificando a Urquiza como encargado de relaciones
exteriores con el cargo de “Director Provisorio de la Confederación Argentina”. Buenos Aires será la única
provincia que no ratificará ni adherirá al Acuerdo, evitando acatar las órdenes del Director y nombrar
diputados. La legislatura porteña se transformará entonces en el lugar de enfrentamiento entre quienes
propugnaban la ratificación del Acuerdo y quienes lo rechazaban. Ante esto, y al agravarse la crisis de
Buenos Aires por la renuncia de su gobernador Vicente López y Planes, Urquiza destituye el
gobierno y la legislatura provincial, asumiendo el control político de la provincia. Al producirse una breve
ausencia de Urquiza, el 11 de Septiembre de 1853 se lleva a cabo un alzamiento porteño, en virtud del cual
la Legislatura provincial establecerá a Buenos Aires como estado libre, renunciando a participar en el
Congreso de Santa Fe y desconociendo toda autoridad confederada.
Con la sola ausencia de Buenos Aires –San Juan se incorporará en Febrero de 1853- se lleva a cabo el
Congreso de Santa Fe a partir del 20 de Noviembre de 1852. El 1 de Mayo de 1853, cumpliéndose dos años
del pronunciamiento de Urquiza, se firma la Constitución por el Congreso, siendo promulgada por el
Director Supremo el 25 de Mayo, y jurada por todas las provincias, salvo Buenos Aires, el 9 de Julio de
1853. Serán sus precedentes e influencias, sin lugar a dudas, las Constituciones Nacionales de 1819 y 1826,
los Pactos y Tratados interprovinciales, las “Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la
República Argentina” de Juan Bautista Alberdi, y la Constitución de Estados Unidos de Norteamérica, entre
otros.
En síntesis: Se reunieron en Santa Fe los delegados de las provincias, sin la presencia de Buenos
Aires,sancionando la Constitución Nacional de 1853 y eligiendo a Urquiza como presidente.
A partir de ese momento, se prolongó una situación muy inestable por espacio de diez años: por un lado,
existía la Confederación Argentina, entidad formada por trece provincias, con una Constitución Nacional,
un Congreso y un poder Ejecutivo con sede en la ciudad de Paraná; y por otro, el estado de Buenos Aires,
que si bien pertenecía a la República Argentina, era autónomo con respecto a la Confederación. Ambas
entidades competían y se atacaban militarmente, y se diferenciaban desde el punto de vista cultural,
económico y social. La unificación fue posible en forma violenta, después de dos batallas: la de Cepeda,
librada el 23 de octubre de 1859, afirmando el triunfo de la Confederación sobre Buenos Aires y
acordándose el Pacto de San José de Flores (11 de noviembre de 1859), por el cual Buenos Aires se
incorporaría a la Confederación y ésta reformaría la Constitución de 1853 según las disposiciones de
aquélla; y la batalla de Pavón, acaecida el 17 de septiembre de 1861, que coronó el triunfo de Buenos Aires
al mando del general Bartolomé Mitre, disolviéndose el gobierno confederal de Paraná. Mitre mandó
cuerpos del Ejército al interior para finalizar con algunas situaciones adversas al nuevo gobierno, y logró
que muchos gobiernos provinciales delegaran en él las relaciones exteriores.
En 1862, se realizaron elecciones y, el 12 de octubre de ese año, Bartolomé Mitre asumió la presidencia de
la República. Buenos Aires ya estaba reincorporada al país y era su capital provisoria según la ley dictada
por la Legislatura. Por primera vez desde 1820 existía un gobierno nacional,
verdaderamente formal, y se daba fin a la Confederación La Reforma Constitucional de 1860Reunida la
Convención Provincial encargada de estudiar la Constitución, ésta aceptó en general por treinta y dos votos
contra diecisiete abstenciones, las reformas que solicitó Buenos Aires (o la Comisión), las
que apuntaban a disminuir los poderes del gobierno central y asegurar los poderes reservados a las
provincias y finalmente propuso una serie de cambios tendientes a asegurar la autonomía de Buenos Aires
frente al gobierno federal.
Terminada esta labor, se hizo necesario resolver todo lo concerniente a la próxima instalación de la
Asamblea Nacional que habrá de abocarse al estudio de las reformas propuestas. A ese fin arriba Vélez a la
capital de la Confederación reuniéndose allí con el Doctor Daniel Aráoz y con Benjamín Victorica y en virtud
de unas nuevas bases presentadas por este último, redactan el convenio definitivo conocido como
“Convenio complementario del Pacto de San José de Flores” que fue firmado el 6 de junio de 1860. Este
documento consta de 19 artículos o estipulaciones en los que se fija la necesidad de la convocatoria de la
Convención Ad Hoc que habrá de sancionar las modificaciones a la constitución vigente, declarando que
luego que se expida el Congreso Nacional el gobierno de la Confederación llamará a elecciones de
convencionales en toda la República (art.2°). A fin de que Buenos Aires pueda tomar parte en la obra
legislativa futura, se establece (art.11) que jurada por dicha provincia la Constitución Nacional., el
Congreso prorrogará sus sesiones para que puedan incorporarse los diputados y senadores de dicha
provincia y se asegura a Buenos Aires la continuación del régimen y administración de todos los objetos
comprendidos en el presupuesto de 1859, “aún cuando ellos correspondan por su naturaleza a las
autoridades nacionales”.
Así, en cumplimiento del art.5° del Pacto de San José de Flores y del 1° Convenio del 6 de junio de 1860, se
reúne en la ciudad de Santa Fe la Convención Nacional Reformadora. La primera sesión tuvo lugar el 14 de
septiembre designándose presidente al Dr. Mariano Fragueiro y secretarios a José María Gutiérrez y Carlos
Bouquet.
El 23 de septiembre, habiéndose culminado el debate con una patriótica moción de Victorica en pos de la
unión nacional, aplaudida y vitoreada por todos los presentes, quedaron aprobadas las reformas a la
Constitución de 1853 propuestas por la Convención Provincial de Bs. As. y el 25 de septiembre quedó
definitivamente sancionada.
Luego, el 21 de Octubre de 1860, el pueblo de Buenos Aires juró la Constitución de 1853, con las reformas
recientemente sancionadas. Las principales modificaciones fueron, además de las proyectadas por la
Comisión Reformadora, las siguientes:
• Se reemplazó el art. 3º que declaraba a Buenos Aires capital de la república. La capital se establecería por
ley del Congreso, previa cesión de la Legislatura o Legislaturas del territorio a nacionalizar.
• Se restringió el régimen de intervenciones en las provincias.
• Se eliminó el requisito de aprobación de las constituciones provinciales por parte del Congreso Nacional.
• Se suprimieron los juicios que el Congreso Nacional podía entablar sobre los gobernadores provinciales.
• Se prohibió la eliminación de las aduanas exteriores existentes al tiempo de la integración y la fijación de
diferencias en beneficio de algunos puertos.
• Por último, el art. 101 aclaraba que las provincias conservaban todo el poder no delegado por la
Constitución en el gobierno federal y el que se habían reservado en tiempos de su incorporación.
La Instalación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación La Corte Suprema de Justicia de la Nación
Argentina se instaló el 15 de enero de 1863. Es el superior tribunal de justicia de la República Argentina.
La mencionada Corte es el último tribunal competente y capacitado para impartir justicia, o sea, sus fallos
luego no podrán ser apelados. Igualmente decide en casos en los que se ponga en duda la
constitucionalidad de alguna ley o algún fallo de tribunales inferiores. Puede, también, declarar nula una
ley aprobada por el Congreso Nacional si juzga que es incompatible con la Constitución, “Recurso de
inconstitucionalidad”.
Los requisitos que se establecen para ser miembro de la Corte son ser abogado de la Nación con ocho años
de ejercicio y tener las condiciones requeridas para ser senador nacional (art. 111 C.N.) Los miembros son
elegidos por el Presidente con acuerdo del Senado y duran en su cargo mientras tengan buena conducta.
Sin embargo, una vez que cumplen 75 años necesitan un nuevo nombramiento. Sólo podrán ser removidos
de sus cargos por medio de juicio político, procedimiento especial para tal fin, llevado a cabo en el Senado
y exclusivamente bajo el cargo de mal desempeño de sus funciones. Allá por sus orígenes la Constitución
sancionada en 1853 estableció que la Corte Suprema iba a estar integrada
por nueve jueces y dos fiscales.
A fines de 1854, Urquiza designó a una Corte que nunca logró reunir. La reforma constitucional de 1860
modificó esta conformación, y dispuso que una ley nacional debía fijar el número de miembros. Luego la
Ley Nº 27 estableció en cinco el número de ministros de la Corte. El 18 de octubre de 1862, el Presidente
Bartolomé Mitre, por medio de un decreto, nombró la primera Corte argentina integrada por Valentín
Alsina (Presidente de la Corte), Francisco de las Carreras, Salvador María del Carril, Francisco Delgado, José
Barros Pazos y Francisco Pico como procurador general. El 15 de diciembre de ese año, el Presidente
también dispuso que el tribunal comenzara a funcionar el 15 de enero del año siguiente. Sin embargo,
Alsina no aceptó ser presidente de la Corte, por lo que el 1 de junio de 1863 fue nombrado en el puesto
Francisco de las Carreras. La Primera Corte quedó integrada por Francisco de las Carreras (Presidente),
Salvador María del Carril, José Barros Pazos, José Benjamín Gorostiaga y Francisco Delgado.
Según lo visto en la historia el número de magistrados de la Corte no sería una constante en la Historia
argentina. La Ley Nº 15.271 de 1958 aumentó su número a siete, en tanto que durante el gobierno
dictatorial de Onganía, mediante la Ley Nº 16.895 volvió su número a cinco. La Corte Suprema aumentó de
cinco a nueve miembros durante los años 1990 mediante la Ley Nº 23.774, siendo escogidos cinco nuevos
miembros por el entonces Presidente Carlos Menem

S-ar putea să vă placă și