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PROBLEMAS QUE PLANTEA LA LITERATURA URUGUAYA.

LITERATURA, NACIÓN E
IDENTIDAD. FORMACIÓN DEL CAMPO INTELECTUAL EN EL RÍO DE LA PLATA.
PANORAMA HISTÓRICO GENERAL DE LA LITERATURA DEL SIGLO XIX.

URUGUAY: EL TAMAÑO DE LA UTOPÍA:

Intentar el desarrollo de una cultura de gran nación en una pequeña nación – culturas
inadecuadas, ya que, siendo la nuestra una pequeña nación, es error terrible querer
implantar aquí la cultura según el ritmo de las naciones grandes – EMILIO ORIBE.

Las tradiciones que eran pocas y no muy buenas, se fueron por la borda; se nos enseñó a
reirnos de ellas. (Arturo Despoey).

UTOPÍA – Dicen que Utopo (el rey que fundara el maravilloso reino del que da cuenta
Tomás Moro) antes de establecerse en el cuarto creciente de luna que vendría a ser
conocido como la isla de Utopía, visitó estas tierras nuestras, todavía deshabitadas, al
oriente del río Uruguay. Decidió no establecer en estas orillas su reino por estar
demasiado cerca de otras mucho más ricas y extensas y no tener el gigantismo adecuado
a la ilusión.

Regó ríos, arroyos con semillas que producen sueños perseverantes y alucinaciones
perversas. Sueños de grandeza y sobre todo, aspiraciones a fundar si no un país, un
Estado perfecto. Alucinaciones perversas que convertían la condición de frontera en un
estado de amortiguado bienestar.

Esta poco conocida tradición del rey Utopo podría explicar algunas de las características
centrales de estas tierras nuestras y de sus habitantes.

Especialmente, su insólita perseverancia en tratar de construir un país de sueño a la


sombra de dos gigantes; su permanente vocación de periférica frontera.

Utopo había advertido otros aspectos – la excelente condición de sus costas podrían
convertir al país en un gran puerto para la región y consolidar su condición de país
frontera o, como habría de decir años más tarde un irónico bardo, de país de esquina.

No previó, el pobre Utopo, que las semillas del sueño y de la alucinación que legaba a los
futuros habitantes iban a generar la confusión de creer que una vez logrado algo la labor
termina. Utopo, en cierto modo, no se equivocó. La pequeñez del país y su condición de
frontera han signado su historia.

Si en el siglo XIX el país miró con insistencia hacia afuera y vivió los avatares de los
Estados limítrofes, en el siglo XX pareció optar por una suerte de débil aislamiento.

Encerrados en la endogamia y aplastados por sus vecinos, los uruguayos creyeron que su
país era el mundo. Despreciaron a los extranjeros y proclamaron que como el Uruguay no
había.

Toda esta historia, sin embargo, apunta a otra cosa. Apunta a un presente donde la
sociedad en su conjunto y en particular las instituciones culturales del país se han
anquilosado. Apunta en definitiva, a la esclerosis del presente.
PROBLEMAS QUE PLANTEA LA LITERATURA URUGUAYA. LITERATURA, NACIÓN E
IDENTIDAD. FORMACIÓN DEL CAMPO INTELECTUAL EN EL RÍO DE LA PLATA.
PANORAMA HISTÓRICO GENERAL DE LA LITERATURA DEL SIGLO XIX.

Uruguay, perqueño país frontera:

Uruguay es un país pequeño y es un país frontera. Es difícil ser pequeño y saberse


frontera. Peor aún saberse pequeña frontera entre dos gigantes y quizás todavía peor,
sentirse petizo.

No es lo mismo un país pequeño que un país petizo o un paisito. El “paisito” (Benedetti),


más que un modelo cultural fue o es un estado de ánimo y esa ha sido hasta ahora la
formulación implícita más cercana al espíritu de “lo pequeño es hermoso”.

Pero, ¿es el país pequeño o tenemos una mentalidad pequeña? ¿cuál es el


horizonte desde el que se piensa?

La mentalidad batllista pareció ofrecer el horizonte de la oficina como el único


microespacio específico y apropiado al país pequeño Manuel de Castro y Mario Benedetti
desde la literatura ilustran, a distintas alturas del siglo y del Uruguay batllista, este
horizonte del “pequeño funcionario”. Los pequeños círculos y los grandes horizontes; los
grandes círculos y de los grandes horizontes:

Han / Hemos encarado la vida en la sociedad. Los pequeños círculos pero también los
pequeñps horizontes; los grandes círculos de nuestras llanuras semidesiertas fueron
vistos y representados desde la estrechez de la oficina urbana, y más exactamente,
capitalina. La representación del espacio en nuestros pensadores, y también en nuestra
literatura, ha estado herida desde siempre por el sentimiento de la pequeñez traducido el
sentimiento de lo petizo.

El “país petizo” es una variación enferma de la pequeñez. El “país pequeño” puede o


podría ser otra cosa. Tanto el “país petizo” como el “país pequeño” corren el riesgo de la
endogamia. Y la pequeñez uruguaya tiene que ver con múltiples factores: desde la política
inmigratoria impulsada por los distintos gobiernos en lo que va del siglo, hasta la
emigración.

Endogamia reforzada por el hecho de ser un país pequeño a nivel demográfico y el casi
nulo establecimiento de inmigrantes desde hace largo tiempo; sin descartar el problema
de la baja natalidad y del aborto en nuestro país.

Pero la endogamia, en el enrarecido medio de la familia uruguaya, no refiere solo a las


relaciones de sangre y raza. Refiere también al intercambio y a la mezcla de ideas.
Abrirse a Europa, pudo ser, en la superficie, el modo que algunos tuvieron para salir del
cerco endogámico o el que los inmigrantes tuvieron por nostalgia del origen. El problema
es que se abrían a lo europeo familiar, conocido; en definitiva, se trataba de una
endogamia transatlántica:

Tentado por la endogamia y por la nostalgia de una Europa que no éramos,


Uruguay fue construyendo se autoimagen.

El Uruguay autoimaginado como el “campeón cultural” de América es producto del país


petizo. Un país que necesita compensar, de alguna manera, su vivencia de inferioridad.
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El “país petizo”, sin embargo, a la vez que se autoproclamaba el más culto de las
Américas y se ponía de espaldas a latinoamérica se preocupaba por saber cómo eran las
cosas en otros lados; cómo eran “las cosas” en los países lejanos.

Pero en otro sentido, el “estar enterados” era la evidencia de nuestra pobreza cultural. Así
lo sugirió Arturo Despouey un poco más tarde, hacia finales de la década de los
cincuenta, al ofrecer otra imagen; una vez más, dicho sea de paso, con la clásica
reducción de Uruguay igual a Montevideo.

La supuesta información y erudición de los uruguayos acerca de la cultura del primer


mundo era/es la expresión de una sociedad periférica sometida a las decisiones de la
industria y del comercio cultural internacional.

La cultura uruguaya era (y lo sigue siendo) una cultura de la periferia. Nuestra información
acerca de la vida y las culturas metropolitanas indica nuestra ubicación en el mundo más
que el valor absoluto de nuestra cultura. La sofisticada cultura uruguaya era la cultura de
una élite en la periferia. La periferia de otras periferias; Bs As, en definitiva, también está
en los márgenes del primer mundo.

La supuesta entendida y enorme cultura de los uruguayos no ha sido, sino una


hiperbolización de una realidad propia de cierta élite montevideana o montevideanizada
extendida de modo imperial al conjunto de la sociedad.

Ese rumbo, está en la tierra, en expresarla. Es lo único que puede meternos de lleno en la
creación de una cultura a largo plazo lo único que puede permitirnos ser.

Para ello se necesita reformar la enseñanza secundaria y universalista, haciendo de ella


un instrumento de nuestra propia verdad, grande o modesta, como sea. Del defecto
uruguayo de no querer ver la verdad que nos circunda y hacer de la evasión de ella una
virtud.

Se ha argumentado que lo que distinguía al Uruguay era la cultura promedio de sus


habitantes. Su cívico y civilizado pueblo, educado gracias al mítico Varela. El cívico,
civilizado y educado pueblo supo mostrar durante la década de los sesenta que la
barbarie de la tortura seguía alentando entre nosotros.

No creo que sea posible explicar la “pequeñez” de nuestra cultura solo como resultado de
lo material y de lo geográfico. Esa pequeñez existe y no hay duda de ello, pero esa
pequeñez física o material se vivió/se vio, se vive/se ve reforzada por un horizonte mental
restringido al barrio o la cuadra es la única oferta, el ser humano no logra crecer. Al no
crecer, la pequeñez se vuelve arrogante, imperial, dictatorial, autoritaria.

Al no airarse el país pequeño se hace tribu, clan, barra, palota, mafia.

La irrisión de lo grande y de la cantidad en el altar de “lo petizo es hermoso” acompañó


durante mucho tiempo la cultura uruguaya. En ese contexto, la apuesta a la educación y a
la cultura apareció como la compensación de un país sin mayor territorio y sin riquezas
fabulosas o mágicamente enterradas en el subsuelo.
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El proyecto del 900 – incluyendo en él a José Batlle y Ordóñez – apostó al país pequeño
pero autosuficiente. Una autosuficiencia relativa, sin embargo, ya que no se pudo evadir ni
evitar la articulación poscolonial propia de un país “joven” de la periferia. El país quedó o
aceptó un proyecto/modelo de país pequeño, eficiente, agropecuario y culto.

El Estado de bienestar social, “progresistas y adelantadas” leyes sociales, cultos filósofos


e intensas coronadas poetas de América, casa en el balneario y pueblos de ratas en los
arrebales del latifundio de la campaña lograron coexistir sin mayor conflicto ético y sin
despertar la conciencia de estar viviendo en una sociedad hipócrita.

La inmigración, la falta de dinamismo y otros factores contribuyeron a solidificar una


mentalidad que se autocontemplaba como exitosa y despreciativa de la existencia de sus
hermanos latinoamericanos o tercermundistas.

La posterior etapa industrialista, la alucinación de la sustitución de importaciones, enfrentó


el modelo a un mundo cruel. Pasada la coyuntura de los conflictos bélicos internacionales
que, siempre favorece a los espectadores, el país entró en un estado de sobrevivencia y
decadencia atroz – era difícil abandonar una utopía servida en bandeja.

Aquellos que creyeron/creímos que era posible mejorar la vieja utopía, alucinábamos con
la divisa acerca de la calidad inmejorable de estas tierras y sus habitantes. Seguíamos
insistiendo y soñando con la posibilidad de crear un país y un Estado perfecto.

La mayoría de los pensadores, artistas e intelectuales que lo inventaron, pertenecieron a


la llamada “generación del 45” o “generación crítica”. No toda la generación tuvo una
actitud similar.

La dictadura posterior han dificultado la tarea en más de un sentido.

Olvidar y recordar, entonces, no solo son mecanismos dignos de ser estudiados por los
psicoanalistas sino instancias fundamentales en la construcción de toda nación.

Dado que “somos un país de clase media”, hay que olvidar todo aquello que implica un
salirse de cauce, dado que “somos todos iguales”, no se debe mostrar/recordar ni éxito ni
fracaso, ni pasado indigno ni presente exitoso – MODELO MESOCRÁTICO DE LA
SOCIEDAD URUGUAYA.

Julio Martínez Lamas en 1930 sostenía a la vez que la “riqueza y la pobreza” del país
estaba determinada por “el suelo de América”, con lo cual nos salvábamos de toda
responsabilidad. Riqueza, pobreza, latifundio, emigración de los uruguayos estaban
determinados por la inexistencia de capitales económicos en la campaña que posibilitaran
la evolución industrial – la utopía es posible en el país pero se necesita inversión.

Solo empezamos a tener sentido cuando nos convertimos en límite. Desde el inicio fuimos
campo de batalla entre europeos y americanos, entre bárbaros y civilizados, entre
españoles y portugueses, entre argentinos y brasileños.
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¿El país frontera o la frontera como país?

Es lo que abre y lo que cierra; lo inclusivo y lo excluyente. Es umbral, lugar de tránsito. Y


la frontera es porosa y por porosa generadora del miedo a lo extraño y a lo demasiado
conocido, lleva en sí lo siniestro; inestable, lo ambiguo, lo permanentemente dual.

La frontera es una mentalidad, un espacio simbólica, y en cierto modo, lo hipócrita. Más


allá de lo físico, la frontera aparece en el orden de lo simbólico.

La gran modificación con respecto al pasado es que ahora se intenta hacer jugar a favor
del país su condición de país/nación frontera.

Más importante aún, se aspira a dejar de ser frontera. Somos frontera pero no lo seremos,
somos pequeños pero dejaremos de serlo. El imperialista y el invasor que todo país lleva
oculto en su ego, prefiere – invadir con productos las tierras vecinas y a ser invadidos
durante soleadas temporadas y en oleadas sucesivas por nuestros vecinos. De eso modo
creceremos. De ese modo, seremos y no seremos un país pequeño. Es por eso que el
tamaño de la utopía se transforma finalmente en una absoluta, doble y perfecta utopía. Es
decir, la negación del espacio. Pero un país, una nación son algo más que un proyecto de
futuro: son también su pasado.

Oribe: “Sin la inteligencia como característica esencial, lo nuestro será siempre pequeño,
mísero, limitado”.

La apuesta a la inteligencia es todavía la apuesta a la racionalidad, pero también a la


educación y a la cultura.

La reflexión de Oribe nos lleva a preguntarnos de qué se trata en el caso de Uruguay: ¿de
una cultura inadecuada o de una cultura pequeña?

¿Qué es una nación? (Renan 1882):

Hasta aquí he usado país y nación como conceptos no exactamente sinónimos pero
particularmente cercanos:

La nación es decididamente simbólica; forma parte del imaginario social, es su


gente, sus mitos y valores. El país tiene una formulación mucho más física y
empírica; incluso es mucho más reducido su alcance: se origina en el latín
“pagensis/pagus”; es decir, se origina en el pago. El carácter de frontera que se propone
aquí tiene que ver con lo nacional simbólico mucho más que con la materialidad físico-
política del país.

“La esencia de una nación es que todos los individuos tengan muchas cosas en
común y también que todos hayan olvidado muchas cosas”.
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¿Es Uruguay una nación y una patria?

Es cierto también que las naciones y las patrias (término con complicaciones) no existen
ni preexisten como las ideas platónicas para revelarse epifánicamente en momentos
determinados. Las naciones (y las patrias) se construyen, se transforman y se
reconstruyen o se diluyen.

España, Portugal y Brasil pero también Inglaterra y más recientemente Estados Unidos
han sido nuestros amos. El error está en trasladar mecánicamente los análisis de las
sociedades poscoloniales de África y Asia a nuestro país. El carácter neo o poscolonial de
una sociedad no es un factor absoluto y único.

Uruguay es un estado de ánimo, un proyecto, un gran país pequeño y una gran cultura.
¿Debería quizás apostar a construir una gran cultura pequeña o una pequeña gran
cultura? Lo segundo y no lo primero, es lo que propongo.

¿En qué consistiría? El primer paso seguramente obligará a abandonar la mentalidad de


país petizo, de pobre y gimoteante “paisito”.

Uruguay debe adecuar el tamaño de su utopía a su tamaño.

Adecuación – material o industrial y cultural o simbólico. Pequeño no quiere decir pobre


como tampoco quiere decir petizo.

Pequeño y no petizo. Lo pequeño como lo menor no es despreciable. Asumir, en


definitiva, nuestro lugar en el mundo; asumir nuestro tamaño. No otro ha sido, no otro
parece ser, no otro parece habrá de ser el desafío de Uruguay.

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