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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Ciencias Sociales


Departamento de Antropología
Teorías de la Cultura
Santiago Cardoso A.

Trabajo #3 – Trabajo final de la clase

¿QUÉ ES LA CULTURA?

A lo largo de la historia, el concepto de cultura ha tenido distintas aproximaciones y significados.


Desde la definición de Tylor, enmarcada en el paradigma antropológico del evolucionismo
cultural, hasta nociones contemporáneas, el concepto de cultura se ha transformado
constantemente. Cada definición ha instaurado distintas perspectivas de estudio e incluso
paradigmas. Por lo tanto el concepto de cultura es contingente y de carácter fluido: responde a
elementos coyunturales y a subjetividades de quienes lo construyen. El debate sobre la cultura y
lo cultural sigue vigente en la actualidad. A continuación, distintas respuestas a la pregunta,
vinculadas a las dinámicas de globalización y de mercado desde una mirada centralizada en
occidente.

Evolucionismo, globalización y mercado

En una de las primeras definiciones profesionales de cultura, Tylor ([1871] la concibe como un
elemento racional, progresivo y lineal, es decir, algo que se va consiguiendo en la medida del
tiempo. En este caso, el hombre occidental (ilustrado) es visto como alguien poseedor de este
elemento en comparación con algunas otras comunidades que pueden catalogarse como
‘incultas’. A partir de esto, la diferencia entre las comunidades se explica por medio del grado de
evolución cultural que tienen; algunas se encuentran en etapas más primitivas de la cultura pero
eventualmente avanzarán hasta llegar ser más cultas.
No obstante, a pesar de las distintas críticas que tiene esta postura, del tiempo que ha pasado
desde su aparición y que se hayan desarrollado un notable número de definiciones y
aproximaciones posteriores, su esencia se encuentra, en cierta medida, implícita en las dinámicas
de mercado de la actualidad. En medio del discurso capitalista que se ha desarrollado, el cual
busca ser políticamente correcto, es evidente que su propuesta a nivel social, económico y
cultural es lineal y corresponde a unos parámetros muy específicos, estableciendo puntos de
referencia delimitados.

El discurso desarrollista impuesto por los países del centro (dentro de la noción centro-periferia),
se enmarca en un paradigma evolucionista que es evidente. El desarrollo y la modernización, que
estos países supuestamente poseen por su carácter de centro o de ‘primer mundo’, se les imponen
como punto de llegada a los países de la ‘periferia’ o el ‘tercer mundo’. Desde esta perspectiva,
el desarrollo como concepto profundamente ligado al modo de producción capitalista y por ende
al mercado, constituye el clímax evolucionista: estado que ya alcanzaron los países que predican
este discurso. La existencia de este estado de civilización como punto de partida desconoce
factores coyunturales y legitima el evolucionismo como forma de entender las dinámicas
sociales, políticas y culturales de los países periféricos como explicación para no poder
‘alcanzar’ esta ‘meta de llegada’. Por este motivo la concepción del subdesarrollo como atraso e
inferioridad cultural ha sido tan ampliamente aceptada.

Esta situación lleva a que, por un lado, muchas comunidades asuman y reconozcan a la ‘cultura
occidental’ de la misma manera que Tylor, es decir, como un escalón arriba culturalmente; un
punto de referencia al cual se debe llegar. En este sentido, la cultura se sigue presentando como
una serie de atributos que se tienen, o no. Asimismo esta visión ha llevado a que se consoliden
una serie de prácticas, atributos y comportamientos con las que distintas comunidades buscan
deliberadamente mostrarse como ‘primitivos’ o ‘incultos’, al ser una forma en la que consiguen
el reconocimiento por parte de las clases dominantes y encuentran un espacio para participar en
el mercado (como se evidencia a partir de distintas comunidades y su producción artesanal).
Campo de producción material

Los procesos simbólicos y de construcción de sentido vinculados con la cultura, se ven


transformados a partir de un enfoque que se propone aprovechar y comercializar estos elementos
con el fin de obtener utilidades. Se le brinda un lugar privilegiado a la relación
administración-cultura, enmarcado dentro de lo que se denomina como gestión cultural.

En general se encuentra que el término se refiere simultáneamente a dos niveles (Ruiz, 2009).
Primero, a lo público en relación con la gestión comunitaria a partir un enfoque social vinculado
con el acceso al patrimonio cultural, planificación de recursos, redistribución social y equilibrio
territorial (Revista Digital Nueva Museología, citada en Ruiz, 2009). Por otro lado, a lo privado
en relación con las industrias culturales, y la obtención de ganancias y creación de riqueza que
hacen parte de su aproximación económica y sus vínculos con el mercado. Estos dos puntos se
complementan y articulan sirviendo para potenciar este campo desde distintos niveles (Wills,
2006). Se trata de una perspectiva liberal que aborda a la cultura desde un plano instrumental;
‘explotación capitalista’ con el fin de potenciar la obtención de recursos económicos (Benjamin,
2009).

La gestión cultural aparece entonces como la acción vinculada a los procesos administrativos de
las industrias creativas y culturales, las cuales corresponden a “sectores de actividad organizada,
compuestos por las funciones necesarias para permitir que los bienes, servicios y actividades de
contenido cultural, artístico o patrimonial lleguen al público o al mercado” (Unesco, 2010, p.17),
es decir, incluyen, además de la producción, todas las actividades relacionadas como
reproducción, soporte, promoción, difusión, circulación, conservación, entre otras.
La cultura se ha convertido en un complejo de bienes y servicios para ser incluido en el mercado.
Su contenido, su valor simbólico, su valor ritual, su carácter identitario y patrimonial, sus
condiciones de ‘reproductibilidad técnica’:

El arte como ámbito separado ha sido posible, desde el comienzo, sólo en cuanto
burgués. Incluso su libertad, en cuanto negación de la funcionalidad social, tal como se
impone a través del mercado, permanece esencialmente ligada a la premisa de la
economía de mercado. Las obras de arte puras, que niegan el carácter de mercancía de la
sociedad por el mero hecho de seguir su propia ley, han sido siempre, al mismo tiempo,
también mercancías: si hasta el siglo XVIII la protección de los mecenas defendió a los
artistas frente al mercado, éstos se hallaban en cambio sometidos a los mecenas y a sus
fines. (Adorno y Horkheimer, 1998, p. 202).

Es evidente que no siguen ni han seguido ‘su propia ley’. Al momento de insertarse en el
paradigma capitalista, la cultura se convierte en un acervo de elementos que adquieren un valor
de cambio que trasciende su valor de uso. Toda la cadena de producción y reproducción se
transforma para industrializarse y producirse masivamente (Benjamin, 2009). Pero no se
mercantilizan los artefactos que la componen ni en sí misma: se mercantilizan sus significados,
sus valores y sus fines. Se compra lo que la cultura representa.

Cultura como frontera

Otra perspectiva muy común se encuentra en ver a la cultura como un lugar en donde se
desarrollan elementos puntuales y específicos, es decir, un marco que alude a unidades
homogéneas. Esta aproximación establece unas fronteras que, al encontrarse “definidas de
manera tan fija, los grupos humanos aparecen cosificados, con lo cual se presupone la existencia
de una esencia cultural y se reifican procesos que son históricos” (Grimson, 2010. p.4).
Esta aproximación establece que elementos como las identidades, territorio y cultura tienen una
fuerte correspondencia, desconociendo las heterogeneidades visibles dentro de, en términos de la
perspectiva distributiva, ‘marcos culturales’. Esto genera un conflicto en torno a los conceptos
abordados en cuanto a que se dan por hecho relaciones que en ocasiones resultan erróneas y
hasta contradictorias, desconociendo, por ejemplo, los procesos de construcción identitaria o la
diversidad de comunidades presentes en un mismo territorio.

La perspectiva de cultura como frontera también es evidente dentro de las políticas


multiculturales. Estas, generalmente desarrolladas desde corrientes teóricas poscolonialistas, han
sido fallidas en muchos de los lugares que las han implementado precisamente por lo expuesto
anteriormente. Sobre estas políticas, Hall (2010) comenta que:

El término “multicultural” de manera adjetiva, describe las características sociales y los


problemas de gobernabilidad que confronta toda sociedad en la que coexisten
comunidades culturales diferentes intentando desarrollar una vida en común y a la vez
conservar algo de su identidad “original”. Por el contrario, “multiculturalismo” es un
sustantivo. Se refere a las estrategias y políticas adoptadas para gobernar o administrar
los problemas de la diversidad y la multiplicidad en los que se ven envueltas las
sociedades multiculturales. (p. 583).

A partir de estas definiciones, lo multicultural y el multiculturalismo, distinto del


interculturalismo, lejos de integrar las múltiples culturas y verlas como un todo, las considera
cada una individualmente desde sus propios referentes. Son culturas aisladas que conviven pero
no se relacionan, según la manera en la que se han aplicado las políticas multiculturalistas: una
noción relativista. Aunque es una discusión muy amplia, es lógico pensar que esta es una de las
razones por las que estas políticas han sido fallidas. Estas se nutren del relativismo cultural que
no brinda herramientas teóricas para ver la coexistencia de distintas culturas desde un plano más
amplio y así poder aplicarles categorías que las engloben a todas, sin necesidad de ser
excluyentes, en aras de poder aplicar mejores estrategias de gobernabilidad que permitan una
convivencia y relaciones interculturales factibles y beneficiosas para todas las culturas
implicadas.

De cierta forma, al igual que el evolucionismo, esta mirada se encuentra vinculada con una
concepción de cultura que, aunque variable dependiendo de su lugar, es en esencia un aspecto
delimitado y prácticamente tangible.

Conclusión

La cultura hoy es un concepto diferente al que se planteó en la primera definición hace casi 150
años. Si bien retoma algunos de los elementos de esta definición, como la noción evolucionista
expuesta anteriormente, la cultura hoy está inmersa en un universo de significados muy distinto
al de ese primer momento. Las dinámicas capitalistas de mercado han permeado cada ámbito de
la vida cotidiana, prácticamente en todas las sociedades del mundo, y por consiguiente han
modificado de manera necesaria el concepto de cultura. Hoy es imposible pensar en este
concepto sin tener en cuenta el carácter de globalización en el que está inmerso actualmente el
mundo y que determina y es determinado a su vez por el sistema económico dominante actual.

De igual manera es necesario comprender las condiciones de desigualdad que configuran las
relaciones de poder que hoy dominan el mundo, para tener una comprensión integral de lo que es
la cultura en tiempos contemporáneos. Las aproximaciones discutidas en este trabajo son
perspectivas particulares basadas en estos elementos necesarios de la actualidad para comprender
el concepto de cultura. Según esto, la cultura entonces es un proceso evolutivo, un campo de
producción mercantil y una frontera que delimita comunidades. Sin embargo, no son las únicas.
Las definiciones de cultura son múltiples y dependen, en gran medida, como ya se dijo, de las
condiciones particulares de quien las proponga.
Referencias:

Adorno, T. & Horkheimer, M. (1998) [1944]. “La industria cultural. Ilustración como engaño de
masas”. En ​Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, pp.165-212. Valladolid:
Editorial Trotta.
Benjamin, W. (2009) [1936]. “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”. En
Estética y política​, pp. 83-133. Buenos Aires: Las Cuarenta.
Hall, S. (2010). “La cuestión multicultural”. En Eduardo Restrepo, Catherine Walsh y Víctor
Vich (eds.), ​Sin garantías: Trayectorias y problemáticas en estudios culturales, ​pp.
583-618. Popayán: Envión editores-IEP-Instituto Pensar-UASB.
Ruiz, J. (2009). ​Gestión y cultura: relación en tres actos. ​Bogotá: Uniandes.
Tylor, E. (1977) [1871]. “Capítulo I. La ciencia de la cultura”. En ​Cultura primitiva, pp. 19-40.
Madrid: Ayuso.
UNESCO (2010)​. Políticas para la creatividad. Guía para el desarrollo de las industrias
culturales y creativas​. Recuperado de:
http://www.lacult.unesco.org/docc/UNESCO_Guia_por_una_economia_creativa.pdf
Wills, E. (2006). Artistas e industrias creativas y su organización. En Ministerio de Cultura,
Cámara de Comercio de Bogotá y British Council (Comp.), ​Arte y parte: manual para el
emprendimiento en artes e industrias creativas, ​pp.16-29. Bogotá: Panamericana.

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