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La expresión partido político significa “parte de lo político”, es decir, parte de la cuestión pública y

que está relacionada con el poder. Esta noción de “parte” está muy lejos de significar fractura o
ruptura, ya que tiene que ver con la condición fundamental de la democracia: el pluralismo. En
toda sociedad convive una variedad de intereses distintos e incluso enfrentados; la democracia es
el sistema que permite que esa diversidad se exprese y canalice pacíficamente de modo de reducir
el conflicto y, en la medida de lo posible, alcanzar el acuerdo.

En efecto, los partidos políticos son organizaciones que surgieron al mismo tiempo que las
democracias modernas representativas se iban estableciendo. A medida que estas se ampliaban y
reconocían el derecho al voto de más sectores sociales, los partidos se multiplicaron y fueron
cambiando su organización y funciones.

Aunque todos tenemos incorporada la noción de partido político y sabemos a qué se refiere, no
hay un acuerdo entre los autores para definir este concepto desde la teoría política. Una posible
forma de definir a un partido es como “una agrupación de individuos que se reúnen por voluntad
propia para influir en las decisiones de gobierno y, por lo general, para llegar a ocupar lugares de
poder, fundamentalmente, cargos electivos”. Estas organizaciones, además, presentan algunas
características comunes.

En cuanto a sus funciones, su principal objetivo es expresar y canalizar los intereses de distintos
sectores de la ciudadanía. Pero, además, los partidos intentan crear un marco de intereses e ideas
que suelen expresar en sus plataformas políticas.

Desde el punto de vista organizativo, una vez superada la primera etapa histórica, los partidos se
volvieron organizaciones duraderas, estables y complejas. Esto significa que los partidos no se
crean solo para una elección ni cambian su estructura permanentemente, además, esa estructura
interna es fuertemente jerárquica. Para comprender el funcionamiento interno, hay que analizar
las relaciones de poder que se establecen entre los miembros.

En este sentido avanza el texto de Panebianco. Antes de avanzar, hagamos algunas clarificaciones
básicas en torno a cómo se estructuran los distintos grupos, de manera esquemática, al interior de
un partido. Algunas personas se vinculan formalmente a la estructura partidaria, otras de manera
más espontánea, pudiendo distinguir tres grandes grupos:
- Los simpatizantes o electores: se refiere a los votantes fieles del partido, se sienten cercanos a su
organización e ideas y lo manifiestan públicamente. Están insertos en una subcultura del partido,
con vínculos que tienen como norte al partido.

-Los afiliados: en una zona más cercana al centro, los afiliados son los que están inscritos al
partido, pagan las cuotas de inscripción y participan esporádicamente, generalmente en silencio,
de las asambleas o reuniones del partido. Se trata de una zona intermedia entre los electores y
los militantes. La afiliación es vivida como un honor, otorgando cierto status.

-Los militantes: en este grupo Panebianco hace una doble distinción, señalando por un lado a los
creyentes y por otro a los arribistas. Los creyentes son los que se encuentran atados a la
consecución de los fines oficiales del partido, identificados casi plenamente con la ideología o
identidad partidaria. Los arribistas, por su parte, son militantes interesados en recompensas
selectivas o individuales. Son la mano de obra principal en los enfrentamientos entre facciones al
interior del partido, y son el núcleo duro del cual surgirán por ascenso o cooptación los futuros
líderes del partido.

Antes de volver sobre las relaciones internas de poder, avancemos un poco en una tipologización
de los partidos políticos a través de la historia.

Katz y Mair

Una constante que atraviesa los análisis sobre los partidos políticos parten de la idea de que
deben ser comprendidos a través de las relaciones que establecen con la sociedad. Esto tiene dos
implicancias: la primera es entender el partido de masas como el modelo estándar de partido y la
segunda es la subestimación de cómo puede influir en los partidos sus relaciones con el Estado.

Katz y Mair parten de la hipótesis de que los fundamentos de estas afirmaciones están
equivocados. El modelo de partido de masas está ligado a una concepción de democracia y a una
particular forma de estructura social que los autores consideran anacrónica, es decir, que no se
corresponden con las sociedades posindustriales. Además presupone un modelo de desarrollo
lineal según el cual los partidos surgen y tienen dos posibles destinos: la estabilización o el declive.

Para estos autores, en cambio, el desarrollo de los partidos se entiende a partir de una lógica
dialéctica en la cual cada tipo de partido genera una reacción que conduce a otro tipo de partido.
El énfasis en el partido de masas conlleva dos presupuestos: el significado de la democracia y los
prerrequisitos para el éxito electoral. El modelo arquetípico del partido de masas presupone la
existencia de grupos sociales predeterminados y bien definidos a cuya pertenencia se vinculan
todos los aspectos de la vida individual. La política consiste básicamente en la competencia y el
conflicto entre estos grupos y los partidos son los medios por los que los grupos participan y hacen
demandas al Estado además de buscar su control. Se presupone también que los grupos tienen un
interés articulado por “su” partido en el programa partidario en el que se expresan las políticas de
forma coherente y lógica. El partido de masas provee un control popular sobre las políticas ya que
los votantes apoyan a uno u otro partido con programas definidos y el que gana tiene derecho a
gobernar, transformándose en el vínculo esencial entre los ciudadanos y el Estado. La competencia
electoral es más sobre la movilización que sobre la conversión, de modo que el requisito para un
partido exitoso es aumentar el compromiso de los ya predispuestos.

La emergencia del partido “catch-all” desafió la noción de partido de masas como representante
de sectores sociales definidos y bien diferenciados. Desde los años 50 pero sobre todo los 60, las
identidades colectivas se vieron erosionadas, dificultando la identificación de sectores
individualizados del electorado con intereses definidos, además, con el desarrollo del Estado de
Bienestar las plataformas partidarias pudieron presentarse como beneficiarias de amplios grupos
sociales. A esto se suma el rol de los medios de comunicación que hizo más visible a los líderes. En
consecuencia, la elección se transformó en elección de líderes y la elaboración de políticas quedó
a cargo de ellos. El comportamiento electoral pasó de ser pensado como predisposición a ser
pensado como opción y los votantes comenzaron ser considerados como fluctuantes, no
comprometidos y disponibles. Con esta nueva concepción partidaria, los vínculos con el Estado
comenzaron a ser pensados como accesorios o más contingentes.

Etapas del desarrollo partidario

Las relaciones entre partido, Estado y sociedad civil han atravesado distintas etapas a lo largo de la
historia de la democracia contemporánea, desde mediados del siglo XIX.

1) La primera es la del régimen censitario liberal de fines del siglo XIX y comienzos del XX, con
sufragio restringido y otras limitaciones a la actividad política para los no propietarios. En esta
etapa, la distinción entre Estado y sociedad civil funciona en términos teóricos pero no tanto
prácticos. Los que pertenecían a los lugares políticamente relevantes de la sociedad civil y los que
ocupaban posiciones de poder en el Estado estaban conectados estrechamente por vínculos de
familia y de interés. A su vez, esta etapa se caracteriza por una concepción de la política que
entendía que el interés nacional era uno solo, y quienes participaban eran hombres en busca del
interés público que, tendía a confudirse con sus intereses privados. En ese contexto la necesidad
de conformar estructuras partidarias formales o estructuradas era baja. Los partidos eran de tipo
de cuadros o grupos parlamentarios, comités de aquellos que constituían tanto al Estado como a
la sociedad civil.

2) Como resultado de la industrialización y la urbanización, aumentó el número de personas que


cumplían los requisitos del régimen censitario y los mismos requisitos fueron relajados. Al mismo
tiempo los excluidos del sistema comenzaron a organizarse y los principios restrictivos empezaron
a ser considerados contrarios a los regímenes liberales. Apareció una capa de población
claramente separada de aquellos que mantenían vínculos estrechos con el Estado. Así, aparece el
partido de masas que es la estructura fundamental de esta segunda etapa. Como elemento de los
“excluidos” estos partidos estaban dominados por quienes tenían como principal base de apoyo al
partido antes que el Estado. Así, la representación de los intereses pasó más a tener que ver con
los intereses sectoriales y su representación política antes que el interés nacional. La emergencia
de los partidos de masas y el sufragio universal estuvo asociada a la definición de lo políticamente
apropiado. Implicó el pasaje de un sistema oligárquico a uno democrático y por lo tanto devino en
un mecanismo mediante el cual el gobierno rinde cuentas al pueblo. Así el partido se
transformaría en un vehículo de comunicación entre una sociedad civil y un Estado separados.

Los partidos tradicionales no pudiendo adoptar el ethos de los partidos de masas, tendieron a
establecer organizaciones que en la superficie parecían partidos de masas pero que en la práctica
continuaban mostrando una dependencia del partido de masas.

3) Paralelamente a que los partidos tradicionales adoptaban un modelo catch-all, los


prerrequisitos para la existencia de partidos de masas de iban agotando. Por un lado, una vez que
se conseguían los objetivos de la lucha, es decir, los derechos básicos se aseguraban y el Estado,
ahora en su faceta de bienestar, brindaba y expandía los derechos sociales, por el otro los líderes
que alcazaban a ocupar posiciones de poder en el Estado comenzaban a ver con mejores ojos las
estrategias de los partidos atrapa todo. Es decir, buscaban seguir ganando y mantener su posición
más allá de sus reivindicaciones originarias. Así se inicia una tercera etapa en la que los partidos
tradicionales de derecha y la izquierda de masas confluyen en el modelo catch-all. Ya no se trata
de la representación sectorial, sino que la membrecía solo define un aspecto más de la vida del
individuo. En lugar de buscar la homogeneidad social, el partido busca miembros que acuerden
con las políticas coyunturales antes que con las ideas. Esta transición implica una dilución en
relación a las definiciones ideológicas o de políticas. En esta etapa, las relaciones entre los partidos
y el Estado también cambia. Los partidos son menos agentes de la sociedad civil y más
intermediarios entre ella y el Estado. La noción de que los partidos actúan como intermediarios es
apropiada a la concepción pluralista de la democracia. En esta perspectiva, la democracia resulta
de la negociación entre diferentes intereses organizados de manera independiente. Los partidos
construyen coaliciones cambiantes entre los intereses. Las elecciones son opciones entre equipos
de líderes antes que competencia entre grupos sociales o ideologías.

El modelo de los partidos como intermediarios tiene otras consecuencias. En primer lugar, su
posición como mediador hace que puedan tener intereses distintos a ambos lados. La hipótesis de
los autores es que el movimiento de los partidos desde la sociedad hacia el Estado continúe hasta
que los partidos devengan partes del mismo estado. Esto constituiría la cuarta etapa del desarrollo
partidario, que está en proceso.

4) Hay múltiples factores que explican el corrimiento de los partidos hacia el Estado. Uno de ellos
es el declive generalizado en la participación e involucramiento en las actividades partidarias. La
consecuencia más importante es la imposibilidad de solventar los costos de la actividad partidaria.
Por ello los partidos han debido buscar financiamiento en otros lados siendo la principal estrategia
el acceso a las subvenciones estatales. Este es el cambio más significativo en los últimos años. Así,
el Estado es invadido por los partidos. El Estado se transforma en una estructura institucionalizada
de apoyo: ya no se trata de intermediarios con la sociedad civil, los partidos ahora son absorbidos
por el Estado. En este contexto, los partidos pueden subsistir conjuntamente y, en este sentido, las
condiciones resultan ideales para la formación de un cartel en el cual todos los partidos comparten
los recursos que les permiten subsistir.

El partido cartel. Las diferencias entre ganadores y perdedores se ha reducido hoy drásticamente.
El grupo de partidos de gobierno no está limitado como lo estaba en el pasado. Puede decirse que
casi todos los partidos importantes son considerados como partidos de gobierno. Todos tienen
acceso a cargos públicos. Cuando un partido es excluido del gobierno o se mantiene en la
oposición por largo tiempo esto difícilmente le implique la falta de acceso a recursos. Es por ello
que hablamos del surgimiento de un nuevo tipo de partido, el partido cartel, que está
caracterizado por la interpenetración del partido por el Estado y también por un patrón de
colusión interpartidaria entre aparentes competidores. Este proceso, reconocen los autores, está
en ciernes y varía dependiendo el país siendo más potente donde los partidos gozan de mayor
acceso a fondos públicos y donde exista mayor tradición de cooperación.

Entre las características principales de los partidos que han variado a través del tiempo están los
objetivos políticos y la base de competencia interpartidaria. Con la emergencia del partido cartel
viene un período en el que los objetivos políticos, por lo menos por ahora, se hacen más
autorreferenciales, con la política transformándose en una profesión en sí misma y en la cual la
limitada competencia interpartidaria que resulta tiene lugar sobre la base de argumentos sobre la
eficiencia y la efectividad de la gestión. Con respecto a la competencia electoral, esta está otra vez,
como en los tiempos de los partidos tradicionales, contenida y gestionada. Los partidos compiten
pero lo hacen sabiendo que comparten con sus “rivales” un interés mutuo en la supervivencia
organizacional. Se presenta también un cambio en la fuente de recursos de los partidos, y el tipo
de trabajo y campaña requeridos. Hay un esfuerzo creciente por acceder a los medios no
partidarios de comunicación y el recurso de empleo a publicistas profesionales.

Así como sus antecesores, el partido cartel está asociado a un modelo de democracia. En este
modelo la esencia de la democracia consiste en la capacidad de los votantes de elegir entre un
menú fijo de partidos políticos. Los partidos son grupos de líderes que compiten por la posibilidad
de acceder al gobierno. Se trata de una profundización del modelo de partido catch-all, o de un
modelo elitista liberal. Se trata de elites que intenta ganarse el favor del público más que en el
compromiso del público en la toma de decisiones colectivas. En otro sentido, la democracia del
partido cartel es profundamente diferente. Mientras la alternancia era un factor central en los
modelos anteriores, en el modelo de partido cartel los grandes partidos no quedan nunca
completamente excluidos del gobierno. La democracia deja de ser vista como un proceso por el
cual la sociedad civil le pone límites al Estado para transformarse en un servicio provisto por el
Estado a la sociedad civil. El liderazgo político necesita ser renovado y las elecciones constituyen
un marco pacífico para lograrlo. El Estado aporta el marco para la competencia, incluyendo, como
señalábamos el sostenimiento de los partidos. Al mismo tiempo, la política se profesionaliza
transformándose en un trabajo. Así se disminuye el tono de las derrotas pensando en desarrollar
carreras de largo plazo y viendo a los competidores como colegas. Un fenómeno particular de esta
situación se da al dejar de ser los partidos canales mediadores entre la sociedad y el Estado. La
articulación de las demandas la asumen grupos de interés como sindicatos o cámaras
empresariales, dando lugar a un “neocorporativismo”.

Con esta formulación los autores buscan contrarrestar la tesis de que los partidos se encuentran
en declive o en crisis.

Volviendo a lo que desarrollábamos al comienzo de la clase, en el texto de Panebianco se intenta


llevar a cabo una problematización de cómo se distribuye y ejerce el poder al interior de los
partidos, su estructura de poder. Tanto la manipulación de los líderes partidarios sobre los
seguidores como a la inversa, la capacidad de estos de ejercer presiones sobre la conducción.

Panebianco parte de una definición de poder como “intercambio recíproco y desigual” en la cual
los líderes siempre ganan más que los seguidores pero, sin embargo, está siempre obligado a dar
algo a cambio. Al mismo tiempo, es menester diferenciar las negociaciones entre líderes,
concebidas como horizontales de las negociaciones entre líder y seguidores, entendidas como
verticales. La materia del intercambio son los “incentivos” que pueden ser colectivos o selectivos.
En general, lo que se da verticalmente es un intercambio de incentivos por participación. Los
incentivos puede ser de tres tipos distintos: colectivos, que hacen referencia a la identidad, o
selectivos, que puede subdividirse en dos: materiales o de status. Todos los actores al interior de
un partido disfrutan de los tres tipos de incentivos aunque analíticamente puede distinguirse la
predominancia de uno de ellos según el sector al que se pertenezca.

De esta manera, a partir de relaciones horizontales y verticales al interior del partido, se produce
un orden jerárquico que asegura la distribución de los incentivos simbólicos y materiales. Esta
jerarquización se plasma en la distribución diferenciada de incentivos. Así, los líderes y militantes
arribistas serán los destinatarios de los incentivos selectivos, ejerciendo además un presión para el
aumento de las diferenciaciones internas. La distribución diferenciada de incentivos selectivos de
status ligada al sistema jerárquico implica que los puestos superiores sean mejor recompensados
que los inferiores. De este modo, el compromiso y el activismo tienden a incrementarse a medida
que se sube en la escala jerárquica. La militancia, en resumen, se ve recompensada con una
mezcla de incentivos de identidad, materiales y de status en todos los niveles.

La distribución de estos incentivos ayuda explicar cómo se forman las lealtades organizativas del
electorado fiel, los afiliados, los militantes creyentes y los intereses organizativos de los militantes
arribistas. Los líderes están interesados no solo en que la gente participe sino en que lo haga de la
manera adecuada para obtener ellos la mayor libertad de maniobra posible. Para que se de esta
situación es necesario que los incentivos distribuidos sean difícilmente sustituibles, es decir que
existan posibilidades bajas de encontrar en la oferta política beneficios equiparables. Todo partido
monopoliza una determinada identidad colectiva y cuanto más definida sea y más diferenciada del
exterior se encuentre mayor poder tendrán los líderes en las negociaciones verticales. Entonces,
las relaciones entre líderes y seguidores pueden ser representadas en un continuo que va del
desequilibrio total a favor de los líderes hasta una relación entendida plenamente en términos de
influencia recíproca.

Para entender cómo los líderes logran desequilibrar en su favor la competencia o los juegos de
poder, Panebianco introduce la noción de “zonas de incertidumbre”, que no son otra cosa que los
recursos cuyo control es indispensable para la organización partidaria. Distingue seis: 1) la
competencia o capacidad, 2) las relaciones con el entorno, 3) la comunicación partidaria, 4) el
manejo de las reglas formales, 5) el control sobre la financiación y 6) el reclutamiento. El control
sobre la zonas de incertidumbre no puede ser total sino que tienden a concentrarse en grupos de
poder que compiten entre sí. Quien logra el control hegemónico de estos factores se transforma
en la coalición dominante, una alianza transversal entre líderes nacionales y locales. Esta coalición
dominante es difícil que se cristalice de forma duradera por lo que debe ser analizada a partir de
su grado de cohesión interna, su estabilidad y el mapa de poder que configura en el partido.

Un problema que resaltan los textos es el referido al patronazgo partidario. Este concepto hace
referencia a un tipo de recurso organizativo de la política que intenta construir redes organizativas
de los partidos en las esferas pública y semipública. Se trata del reparto y distribución de empleos
estatales, es decir, de la designación de cargos dentro de las instituciones del Estado. Es
importante destacar que los autores diferencian al patronazgo partidario de otras formas de
vínculos de patronazgos ligadas al clientelismo o directamente la corrupción. La primera de estas
formas está vinculada con un fin meramente electoral y se trata, en general, del intercambio de
bienes públicos a cambio de apoyo. En general se da entre un partido o un político individual y un
adherente o un conjunto de potenciales adherentes. La diferencia principal es que los vínculos
clientelares tradicionales se dan de manera personal, cara a cara, mientras que en las sociedades
más modernas hay intermediaciones burocráticas como el partido que se transforma en el agente
fundamental en la distribución de bienes y favores.

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