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Cuadernos Interculturales
Cuadernos ISSN (Versión impresa): 0718-0586
cuadernos.interculturales@yahoo.es
Interculturales Universidad de Valparaíso
Chile
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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77 47
El proceso de desplazamiento
de la lengua aymara en Chile1*
The displacement process
of the Aymara language in Chile
Hans Gundermann2**
Jorge Iván Vergara3***
Héctor González4****
Resumen
Este artículo fue elaborado en el marco del proyecto Fondecyt Nº1085332: “Integración y dife-
rencia entre identidades étnicas y regionales. Un análisis comparativo de aymaras y mapuches en
cuatro regiones (Parinacota-Tarapacá y Los Ríos-Los Lagos)”, a cargo de Jorge Iván Vergara y Hans
Gundermann. La presente es una versión ampliada y corregida de un trabajo previo (Gunder-
mann, González y Vergara, 2007).
**2 Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R.P. Gustavo Le Paige S.J., Universidad Católica
del Norte, San Pedro de Atacama, Chile. Correo electrónico: hgunder@ucn.cl
Abstract
This paper examines the actual situation of the Aymara language in Tarapacá and
Arica-Parinacota, the traditional territory inhabited by this indigenous people in
Chile. Its aims is to analyse the usage, knowledge and the characteristics of the
gradual displacement of the Aymara language by Spanish, the dominant local
language. To do so, the current levels of competence, conditions and contexts of
usage and learning, both of the Aymara and Spanish languages are described. Fi-
nally, the sociolinguistic dynamics of continuity and change are to be discussed.
1. Introducción
1 Comparativamente, Chile ocupa el último lugar en cantidad de estudios del aymara respecto de
los tres países donde se habla dicha lengua (Cerrón-Palomino, 2000: 52). El trabajo de Vasiliadis so-
bre la fonología del aymara hablado en la Región de Tarapacá, de 1976 inicia los estudios en Chile.
Para la distribución de los dialectos aymaras entre Perú, Bolivia y Chile: véase: Briggs (1993: 2-6) y
Cerrón-Palomino (2000: cap. III, 57-70, especialmente 66-69)
2 Para caracterizar la situación del aymara, Salas se apoya en los trabajos de Grebe (1986), Gunder-
mann (1986a y 1986b) y Harmelink (1985).
3 Al igual que en la investigación que da origen a este trabajo, ahora con cobertura nacional e
incluyendo a población no-indígena.
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2000, una sub- muestra especial para indígenas y una pregunta sobre sus lenguas (En-
cuesta CASEN, 2000, 2003 y 2006). Todo lo anterior ha permitido generar valiosa infor-
mación respecto a temas de gran importancia como la vitalidad lingüística y el uso de
su lengua por parte de los aymaras de la zona4. Sin embargo, dicha información es dis-
continua en el tiempo. Los dos primeros estudios sociolingüísticos sobre el aymara en
Chile se realizaron en 1986 y 1990, respectivamente; dos nuevas investigaciones de este
tipo se llevaron a cabo más de una década después, en los años 2002 y 2005. También
existen dificultades para la comparación de los datos debido a que se han abarcado
distintas áreas geográficas y sociales. Lo que es más importante, en estos trabajos no
se otorga suficiente atención a los factores históricos y contextuales, en parte por la
metodología empleada (encuestas sociales), pero también debido al predominio de
una visión teórica marcadamente sincrónica e internalista del fenómeno del lenguaje.
Este trabajo pretende ser una pequeña contribución al desarrollo de un análisis socio-
lingüístico que supere estas dos limitaciones, asumiendo la historicidad de la lengua y
la importancia de los factores sociales o, en dichas transformaciones.
Como sugerimos al inicio, la relevancia del tema tratado no se limita al ámbi-
to académico; tiene implicancias políticas, educativas y culturales. Dentro de la actual
política estatal de reconocimiento étnico, las lenguas indígenas habladas en nuestro
país han dejado de ser consideradas como elementos de atraso y un obstáculo para la
integración de los pueblos originarios a la nación chilena. Se las valora como una ex-
presión de enriquecimiento de nuestro acervo cultural y lingüístico, implementándose,
desde mediados de los noventa, una política educativa tendiente a su aprendizaje y
conservación a nivel escolar, la Educación Intercultural Bilingüe (EIB). No obstante ello,
sin un conocimiento básico del estado de las lenguas vernáculas y de sus tendencias de
cambio no es posible diseñar e implementar medidas efectivas de protección cultural
y revitalización de dichas lenguas. De ahí la importancia de establecer de un modo
fidedigno la situación actual de la lengua aymara y sus tendencias de cambio.
La incorporación de la EIB tiene lugar después que las lenguas nativas han estado
sometidas a una prolongada e intensa presión para su abandono, en particular a través
de la escolarización y una política monolingüística a favor del español. El impacto de estos
procesos sobre las lenguas indígenas ha sido muy profundo; inclusive, ha llevado a muchos
indígenas y no-indígenas a creer en su posible desaparición en un futuro no muy lejano. En
muchos casos, estamos ante una postura que, a partir de una afirmación pretendidamente
empírica o relativa a una situación de hecho, pretende sustentar la necesidad o inevitabili-
dad del abandono definitivo por los aymaras (u otros pueblos indígenas, según el caso) de
su lengua y cultura a favor de su real progreso e integración nacionales5.
Los datos aquí presentados no avalan una tesis tan radical, pero muestran la
existencia de una fuerte tendencia al abandono del aymara en favor del castellano.
4 Gundermann (1986b, 1994 y 1997); Grebe (1986); S. González (1990); Instituto de Estudios Andinos
(2002); Mamani (2003) y Gundermann et. al. (2005).
5 Ilustrativo es el comentario realizado a propósito del aymara hablado en Bolivia por el Capitán
Abel Peña y Lillo en su Síntesis geográfica de Bolivia (1947: 39): “Ya una mayoría de la población
aymara utiliza el castellano, siendo este hecho sistemático de un indudable índice de evolución”.
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Permiten, sobre todo, contar con un diagnóstico de la intensidad y extensión del des-
plazamiento de la lengua originaria. Considerando la amplitud de la temática, hemos
centrado nuestra descripción en cuatro aspectos centrales: los niveles de competencia
en aymara y el castellano; el aprendizaje y las frecuencias de uso de ambas lenguas y el
grado de desplazamiento por el castellano.
Aunque los antecedentes y análisis aquí presentados se refieren únicamente a
Chile y, específicamente, a las Regiones de Tarapacá Arica-Parinacota, donde se con-
centra el grueso de los aymaras chilenos, se debe recordar que el aymara es hablado
en tres países fronterizos y entre los cuales existe mucho flujo de migrantes y población
flotante: Bolivia, Perú y Chile. Las dinámicas regionales y nacionales de dicha lengua es-
tán condicionadas por los desplazamientos e intercambios entre los hablantes de estos
tres países, especialmente de Bolivia a la zona andina chilena6, cuyas características e
importancia no es posible establecer dada la falta de estudios comparativos. Lo que,
probablemente, distinga el caso de Chile sería la mayor intensidad del desplazamiento
del aymara por el castellano y, en consecuencia, el retroceso del bilingüismo y el creci-
miento del monolingüismo castellano.
2. Perspectiva teórica
7 Ya en un texto temprano, Saussure había subrayado la necesidad de estudiar los sistemas de signos,
especialmente la lengua, “fuera de toda preocupación histórica” (cit. en Jakobson, 1996 [1980]: 18).
8 Roman Jakobson afirmó al respecto: “No es lógico suponer que los cambios lingüísticos no sean
más que golpes destructivos dados al azar y heterogéneos respecto del sistema. Los cambios
lingüísticos apuntan con frecuencia al sistema, a su estabilización, a su reconstrucción” (Travaux
du Cercle Linguistique de Prague, Tomo I, Praga, p. 7-8 cit. por Alonso, 1965: 16, n. 1).
9 Para una comparación entre estos autores, véase, entre otros: Apel (1989) y Taylor (1995). De acuer-
do a Martin Jay (1988: 34).
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Wittgenstein subrayó la relación entre usos lingüísticos, reglas y formas de vida, lo hizo
desde una perspectiva marcadamente sincrónica. Al mismo tiempo, bosquejó una teo-
ría pragmática de los juegos de lenguaje y de la significación, de acuerdo a la cual “el
significado de una palabra es la forma en que se la utiliza” (Wittgenstein, 2003 [1949-
1951]: 10, § 61; también 1953: 61, § 43; 267, § 340); mientras que, por el contrario, desde la
perspectiva saussiriana, “el sentido es inmanente a la forma lingüística” (Greimas, 1971
[1956]: 25)10.
Heidegger comparte el rechazo de Wittgenstein a la idea tradicional del lenguaje
como un instrumento de expresión de ideas. El lenguaje existe en tanto el hombre
esté presente, como una actividad (Betätigung) suya, que se manifiesta en “el hablar”
(das Sprechen), o sea como una relación activa entre el hablante y la lengua (Heidegger,
1991 [1934]: 6 y 2003 [1959]). Al mismo tiempo, Heidegger ontologiza radicalmente el
lenguaje al considerarlo como el “acontecer originario” (Urgeschehnis) a través del cual
el ser queda expuesto ante la totalidad del ente, el mundo (Heidegger, 1991 [1934]:
124). De allí que sostenga que “el lenguaje es la casa del ser” y el hombre su pastor
(Heidegger, [1934] 1991: 6 y 2004a [1946]: 313). Esta relación fundante se ha roto por
el predominio de la técnica y la ciencia modernas, lo que hace necesario recuperar la
lengua originaria (Ursprache) en que dicho ser se-hace-presente, posibilidad que radica
ante todo en el lenguaje poético. El lenguaje se convierte, así, en una entidad con vida
propia por sobre la acción humana. En efecto, Heidegger afirma que el hombre actúa
como si fuera el creador y el maestro del lenguaje pero que, en realidad el lenguaje es
el “dominador” del hombre11.
La idea no es original, tiene claros precedentes en la tradición alemana12. Fue re-
tomada por los estructuralistas franceses, para quienes no es el hombre el que habla el
lenguaje, sino el lenguaje el que habla a través del hombre13. De acuerdo a Lévi-Strauss,
el fundador de esta corriente, el lenguaje conforma un sistema o estructura regidos por
leyes inconscientes, cuyo posible conocimiento por parte del hablante no modifica sus
efectos (Lévi-Strauss, 1995 [1958]: 98). Aún más enfático es en su polémica con Sartre,
10 De manera similar, “Voloshinov rechaza la expulsión de los sujetos que realizó Saussure para cons-
tituir el sistema de la lengua: el lenguaje no existe independientemente de sus usuarios, y los
usuarios sólo utilizan el lenguaje en situaciones históricas concretas. Como consecuencia de esto,
el valor no es una propiedad del signo en tanto unidad del sistema de la lengua sino en tanto
unidad de la comunicación” (Raiter, 1999: 19).
11 “Der Mensch gebärdet sich, al sei er Bildner und Meister der Sprache, während sie doch die Herrin
des Menschen bleibet .... Unter allen Zusprüchen, die wir Menschen von uns her mit zum Sprechen
bringen können, ist die Sprache der höchste und der überall erste” (Heidegger, 2004b [1952]: 140).
12 En sus Aforismos (1909), Karl Kraus hace observaciones muy similares: “Yo no domino el lenguaje, el len-
guaje me domina a mí completamente. No es el servidor de mis pensamientos…es el dominador de
mis pensamientos” (Sitio web: Textlog.de; http://www.textlog.de/39296/html. Visitado el 22.3.2008).
donde reafirma la soberanía del lenguaje sobre el hombre al sostener que «la lingüística
nos pone en presencia de un ser dialéctico y totalizante, pero exterior (o inferior) a la
conciencia y a la voluntad. Totalización no reflexiva, la lengua es una razón humana que
tiene sus razones, y que el hombre no conoce» (Lévi-Strauss, 1964 [1962]: 365)14.
En segundo lugar, y en contraposición a lo sostenido por Heidegger y Lévi-
Strauss, nos interesa subrayar el papel reflexivo y activo de los hablantes en relación
con la o las lenguas que hablan; por ende, como sujetos capaces de tomar decisiones
respecto de su uso, transmisión o enseñanza aunque siempre bajo circunstancias so-
ciales e históricas que las condicionan15. Este es un aspecto muy importante en el caso
de las lenguas indígenas, ya que es usual que los hablantes de una lengua amenazada
o en condición minorizada culpen a la sociedad mayor y sus instituciones de haber
generado la situación negativa de su lengua. Con ello no sólo niegan el papel que les
cupo en el pasado en dicho retroceso, sino también el que tienen actualmente en su
conservación o revitalización.
Desde las ciencias sociales, el surgimiento de la sociolingüística (y otras discipli-
nas relacionadas como la antropología lingüística, la sociología del lenguaje y psicolin-
güística social), desde la década de 1950, puede verse como una respuesta a la poca
preocupación por las lenguas en tanto que producción de comunicación en contextos
sociales (Fishman, 1988, quien prefiere la denominación de sociología del lenguaje). En
lo sucesivo se dispondrá de un repertorio de categorías y conceptos, a veces objeto
de revisiones, desarrollos y crítica desde el cual tematizar los fenómenos originados en
la relación entre lengua y sociedad, su dinámica y cambios16. En esta perspectiva, las
transformaciones que experimenta una lengua, sobre todo en un contexto plurilingüe,
no pueden ser comprendidas adecuadamente solo en función de factores internos,
sino que también en relación con las condiciones sociales que afectan al grupo en su
conjunto y, muy especialmente, a la comunidad de hablantes. Como afirman Gumperz
y Bennett (1980: 130): “la diversidad lingüística está en estrecha relación con la vida po-
lítica de la comunidad en que se manifiesta”. Esto es especialmente cierto en el caso de
lenguas minorizadas como el aymara, que “están definitivamente condicionadas en su
uso por circunstancias sociales (sociopolíticas y sociopsicológicas)” (Sichra, 2003 [1986]:
29)17. Este condicionamiento debe ser entendido como un fenómeno complejo, en el
14 Una tesis que el autor extiende al conjunto de la acción humana, pues “la historia es algo que le su-
cede al hombre…lo que acaece es siempre muy distinto de lo que los hombres hubiesen querido
hacer si hubiese dependido de ellos” (Lévi-Strauss, 1987: 82).
15 “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen libremente, bajo condiciones elegidas
por ellos mismos, sino bajo condiciones inmediatas, generales y transmitidas desde el pasado. La
tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”
(Karl Marx, 1965 [1852]: 9).
16 Una presentación del campo de la sociolingüística y de sus figuras señeras: Hymes, Gumperz,
Fishman, Lavob y otros, puede verse en Lastra (1992) y Coupland y Jaworski (1997).
17 Entendemos por minorización un proceso histórico según el cual una lengua (o un dialecto), por
relación a otra u otras lenguas o variantes en una región o en un Estado, no ha llegado a adquirir
el estatus de lengua oficial, no es empleada ni su uso es autorizado para fines institucionales o bu-
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que ciertos elementos tienen mayor impacto que otros y donde el tiempo es un factor
muy relevante: determinadas consecuencias pueden hacerse efectivas de forma más o
menos inmediata; otras se presentarán a mediano plazo y algunas se harán efectivas en
un período más largo.
El impacto de las condiciones sociales sobre la lengua no es directo sino que está
mediado por las acciones y decisiones de sus hablantes, que son las que le dan vida a
una lengua y le permiten reproducirse en el tiempo o llegar a desaparecer18. Así, para el
aymara hablado en Chile buscaremos mostrar cómo ciertos fenómenos de orden social
y cultural (sin ir más lejos, la instalación de la escuela pública en las comunidades indí-
genas), contribuyeron a generar un cambio en la actitud de los padres en relación con la
transmisión de su lengua, favoreciendo su reemplazo por el castellano.
18 “El lenguaje no existe independientemente de sus usuarios, y los usuarios sólo utilizan el lenguaje en
situaciones históricas concretas. Como consecuencia de esto, el valor no es una propiedad del signo
en tanto unidad del sistema de la lengua sino en tanto unidad de la comunicación” (Raiter, 1999: 19).
19 El estudio fue realizado por un consorcio conformado por el Instituto de Estudios Andinos de la
Universidad Arturo Prat, el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad Católica de Temuco
y el PROEIB-Andes de Cochabamba de Bolivia. Los resultados concernientes al total de pueblos y
regiones comprendidos pueden verse en: Gundermann, Vergara et al (2005).
20 Estas comunas son enteramente rurales, por lo que la muestra es coextensiva con la población co-
munal. También se incluyeron las localidades de Putre y Pica, consideradas como centros urbanos
en la clasificación censal, pero que era necesario incorporar por encontrarse allí una considerable
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21 En cuanto a algunas personas que se autoidentifican como quechuas, en la gran mayoría de los casos
no se trata de migrantes o miembros originarios de esta etnia, sino de habitantes de algunas localida-
des precordilleranas (como Mamiña, en Pozo Almonte) y de valles bajos (como Miñe-Miñe en Huara, y
Pica, en la comuna homónima) que se autoadscriben como tales para diferenciarse de los inmigrantes
aymaras instalados en sus localidades y, mediante esa vía, lograr una posición de autonomía en la rela-
ción con las agencias públicas que implementan la política indígena. Los casos de representantes de
otros pueblos originarios son muy pocos y corresponden a inmigrantes mapuches, autoadscripciones
sin base biográfica e identificaciones de solidaridad o de “tribalidad” cuya extracción es más bien urba-
na (Gundermann, Foerster y Vergara, 2005). Cabe precisar también que la ausencia de autoadscripción
étnica no siempre se corresponde con la ausencia de antecedentes familiares indígenas.
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la precordillera baja a un 61,2% y en la zona de valles bajos, oasis y pampa alcanza sólo a un
38,6%. Lo mismo que la autoadscripción, la competencia en lengua aymara desciende en
dirección a los sectores más bajos, tema sobre el que volveremos más adelante (Tabla Nº1).
22 Además de las 119 que consignaron competencia, incluimos aquí 17 personas que no se auto
adscriben como aymaras, pero sí aseguran poseer conocimientos y capacidades en ese idioma.
El caso es indicativo de las complejidades y paradojas de las identificaciones étnicas en Chile (cf.
Gundermann, Foerster y Vergara, 2005).
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Entre aquellos que declaran competencia en lengua aymara se da una situación bas-
tante heterogénea respecto al aprendizaje de la primera lengua, que puede ser el cas-
tellano, el aymara o las dos lenguas a la vez. La mayor parte (un 44,8%) ha aprendido
simultáneamente ambas lenguas; un 31,3% aprendió primero castellano y después ay-
mara; la situación inversa (aprendizaje del aymara y luego del castellano) sólo se pre-
senta en un 23,9% de los casos y corresponde, principalmente, a adultos mayores.
Siguiendo la tendencia a la permanencia de la lengua en los sectores ubicados a
más altitud, el mayor número de personas que declaran tener al aymara como prime-
23 Cabe recordar que los entrevistados fueron hombres y mujeres de 18 años de edad y más. Aten-
diendo a la distribución por edad del conocimiento de la lengua, si se hubiese considerado ado-
lescentes y niños, los resultados habrían sido todavía más desfavorables.
24 Desestimamos por improbables dos declaraciones de competencia nula en castellano por corres-
ponder, seguramente, a un grado avanzado de bilingüismo subordinado del castellano.
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una lengua “culta” con funciones distintas a las de una “baja” o popular empleada para
otros fines. Las situaciones de diglosia suelen estar asociadas a condiciones de domina-
ción social y política, pero no siempre se da esta relación25. En esta medida, el estudio de
la subordinación o minorización, económica y sociopolítica del grupo poseedor de una
lengua nativa y la relación de todo ello con las lenguas o variedades concurrentes debe
analizarse de manera más general, representando los estados de diglosia sólo un resulta-
do posible. A nuestro entender, el caso de las lenguas indígenas de Chile ejemplifica bien
situaciones en que tiene lugar una minorización económica, social y lingüística de las
lenguas indígenas sin que haya diglosia. En la terminología de Fishman (1988), hay bilin-
güismo pero no diglosia: una situación característica de procesos de cambio y reemplazo
lingüístico en rápida progresión. La lengua aymara sería hoy prescindible o reemplazable
por el castellano prácticamente en todos los ámbitos comunicativos.
25 Una rediscusión y desarrollo del concepto se encuentra en: Fishman (1988: 120-133); su reelabora-
ción y ampliación en: Fasold (1996: 71-108).
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mente bajas. Nuevamente son notorias las variaciones según pisos altitudinales. Sólo
poco más de un tercio de quienes la hablan (un 37,3%) lo hace diariamente, en su gran
mayoría residentes en el altiplano, en tanto que el resto la emplea ocasionalmente (un
30,5%) y rara vez o casi nunca (un 32,2%)26. La distribución de los casos se ajusta a la ten-
dencia ya mencionada de descenso en vitalidad de la lengua a lo largo de la gradiente
altitudinal andina. En el altiplano es usada de manera más frecuente, dado que existen
condiciones favorables; en el otro extremo, valles bajos, oasis y pampa menos personas
la conocen y es empleada muy poco u ocasionalmente. En las zonas de precordillera,
si bien hay más hablantes que en los sectores bajos, su empleo es también ocasional
o poco frecuente. Se recordará que, tanto en los valles precordilleranos como en los
sectores más bajos, el uso del aymara está circunscrito a los inmigrantes bolivianos y
chilenos del altiplano y no existe un núcleo de hablantes originarios.
La estructuración del uso del aymara adquiere así una fisonomía característica:
en las comunas altoandinas tiende a darse una concordancia entre agregados sociales
y lingüísticos; en cambio, en las zonas de precordillera, valles bajos y oasis del desierto,
se produce una segmentación étnica y social entre quienes han emigrado desde el
altiplano y tienen competencia en aymara y quienes son oriundos de estos sectores y
ya no la comprenden ni la hablan. Hay una frontera simbólica entre los dos grupos que
define y refuerza estereotipos sociales27. Los “originarios” identifican a los inmigrantes
como un grupo claramente distinto y separado de ellos, a los que aplican denominacio-
nes devaluadoras: “paisanos” o “indios”. En el mismo acto niegan para sí mismos dicha
condición de indígenas y, con ello, la asociación con la lengua aymara; en ocasiones
incluso al nivel de la memoria histórica. Pese a ello, en los últimos años se ha producido
en este grupo un fenómeno de reidentificación étnica (especialmente inducido por las
agencias estatales como CONADI) que, aparentemente, no ha eliminado, pero sí dismi-
nuido la distancia social con el otro sector, lo que podría conllevar un cambio de actitud
favorable hacia la lengua aymara.
El empleo del aymara se organizaría entonces según dos principios: la menor o
mayor amplitud del círculo de interacción social y el carácter intra o extra étnico del
mismo. Puede esperarse que la lengua vernácula se hable mayormente en interaccio-
nes sociales entre indígenas y personas socialmente cercanas; o sea, ámbitos intraét-
nicos y socialmente restringidos. A la inversa, su uso disminuye exponencialmente a
medida que nos introducimos en espacios de relación interétnica y/o donde confluyen
un mayor número de participantes que no guardan entre sí relaciones familiares o de
comunalidad y en que resulta común la presencia de monolingües del castellano. Así,
26 Si se observa lo que ocurre con las personas que no la conocen, la mayor parte (un 71,3%) declara
que no ha escuchado hablarla en más de un mes previo a la realización de la encuesta. Esto es
indicativo tanto de la segmentación social del uso del aymara, recién comentada, como del patrón
de uso recesivo de dicha lengua.
27 Al respecto, afirman Gumpertz y Bennet (1981: 133): “Los juicios de los hablantes sobre el significa-
do social y cognitivo de determinadas diferencias lingüísticas concretas tienden a reflejar estereo-
tipos antes que hechos concretos. El resultado de esto es que la existencia misma de diferencias
entre sistemas lingüísticos, sean éstos códigos o estilos, se convierte en vehículo de transmisión y
mantenimiento de los estereotipos sociales”.
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Tabla N°3: Empleo de la lengua aymara en la interacción lingüística entre hablantes ac-
tivos en esa lengua según contextos de interacción social en la Región de Tarapacá
Según la tabla precedente, los espacios de interacción social más asociados con
el uso del aymara son los hogares, las relaciones con familiares o las actividades agrarias
entre campesinos indígenas. En cambio, las reuniones comunitarias, la comunicación
en el ámbito escolar y, se podría agregar, muchas de las relaciones con el mercado,
tienden a realizarse en castellano.
Desde una perspectiva etnográfica, se observa un importante grado de flexi-
bilidad en la organización social del uso del aymara. Un ejemplo significativo son las
situaciones de interacción en las localidades fronterizas. Quienes participan en ellas son
conscientes de su condición de “aymaristas” (hablantes del jaqui aru), pero usualmente
no son parientes ni integrantes de un mismo grupo social particular (localidad, comuni-
dad, sector). Así, en la feria tripartita de la localidad de Visviri en la provincia de Parinaco-
ta, donde convergen aymaras peruanos, bolivianos y chilenos; y en la de Colchane, en
la provincia de Iquique, entre aymaras bolivianos y chilenos, es común que la compra y
venta de productos se lleve a cabo en lengua aymara, especialmente si el comprador y
el vendedor se conocen desde hace cierto tiempo, no obstante que ambos son bilin-
gües y puedan hablar en castellano. Contrapartes peruanas y bolivianas son reconoci-
das como hablantes competentes del aymara y, si los interlocutores chilenos también
lo son, la comunicación puede darse en la lengua vernácula porque los interactuantes
y la situación social en la que se encuentran implicados lo estimula o lo permite: lugar
de frontera, hablantes indígenas peruanos o bolivianos con un patrón de cambio de
código diferente a los chilenos, conocimiento y confianza recíprocos, sentimiento de
familiaridad lingüística.
Si consideramos los contextos formales de interacción, la tendencia se extrema
y el empleo del aymara se hace muy bajo o inexistente. Por ejemplo, el 78,2% de los
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77 63
28 No debe olvidarse que la escuela pública ha sido, desde su llegada a la región andina, un exitoso
instrumento de castellanización y chilenización (en el sentido de generar la identificación con
Chile). No es seguro que pueda ahora cumplir la tarea contraria: la mantención y enseñanza del
aymara, más aún cuando muchos padres creen que el bilingüismo supone un bajo dominio del
castellano y prefieren que sus hijos sean monolingües en esta última lengua y eviten, así, expo-
nerse a actos de discriminación por el resto de los chilenos (Grebe, 1986; Gundermann, 1986a).
No es raro tampoco que los hablantes actúen motivados por la convicción de que su lengua está
condenada a desaparecer y, aunque puedan lamentar su pérdida, decidan favorecer el aprendi-
zaje del castellano por parte de sus hijos e, incluso, dejen de hablarla delante de ellos y la utilicen
exclusivamente en compañía del cónyuge o de personas mayores.
64 Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77
29 Este doble carácter está bien subrayado por Schroedl (2008: 21): “No existe una separación estricta
entre los rituales en general y los rituales políticos en particular. Más bien se puede decir que los
rituales políticos se encuentran justamente entre el ámbito de la política y de la religión”. Al mismo
tiempo, señala su carácter mediador entre dos partes (en este caso, la aymara y la del Estado
chileno): “los actores de los rituales políticos colectivos constan por una parte de la sociedad o
cualquier grupo social, y por otra del Estado o de una autoridad política. Después de todo, el ne-
gociar la relación entre estos dos partidos es justamente lo que se puede considerar como función
principal de los rituales políticos” (Schroedl, 2008: 21). Véase también: Gareis (2008).
30 Algo muy semejante se presenta entre los mapuches del centro sur de Chile.
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77 65
se trata de un problema de desarrollo lingüístico del aymara, que no cuenta con los re-
cursos de apoyo de lenguas como el castellano, escritas y codificadas desde hace varios
siglos, lo que permite que sirva como medio de comunicación y enseñanza en ámbi-
tos sometidos a cambios muy dinámicos como la ciencia, la tecnología y la economía.
Esto no ocurre con las lenguas indígenas, que han sido hasta hace muy recientemente
lenguas de tradición oral y que, con excepción de las gramáticas coloniales y textos
escolares de EIB actuales, no han sido codificadas para su enseñanza y uso en ámbitos
formales. Es notorio el hecho de que, en los programas de educación intercultural bi-
lingüe, dichas lenguas sean incorporadas sólo como materia de estudio en sí mismas, y
no como herramientas de enseñanza de matemáticas, ciencias u otras materias, lo que
termina por reafirmar su posición subordinada frente al castellano31.
31 En esto se hace visible una continuidad con la lógica colonial hispana, no obstante las muchas
diferencias en términos de implementación práctica. Como se recordará, en su Gramática Cas-
tellana de 1492, la primera de esta y cualquier otra lengua europea moderna, Nebrija afirmaba
la convicción de que su obra debía servir como “instrumento” o “compañera del Imperio”, pues
“después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones
de peregrinas lenguas: y con el vencimiento aquellos tenían necessidad de recebir las leies: quel
vencedor pone al vencido y con ellas nuestra lengua” (Nebrija, 1492).
66 Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77
La vigencia del aymara dentro del espacio andino es históricamente muy varia-
ble. El altiplano y la alta cordillera -y, junto con esta zona, las regiones limítrofes bolivia-
nas- han sido los grandes reservorios de conservación de esta lengua, a pesar de los
rápidos cambios que han tenido lugar en ellos, particularmente en las últimas décadas.
En los valles bajos, los oasis y la pampa, al igual que en los centros urbanos regionales,
predomina ampliamente el castellano. El área de valles altos o precordillera presenta
una situación intermedia. En esta zona se mantuvieron algunos hablantes hasta hace
unas décadas atrás y es también el destino de migraciones desde el altiplano y regio-
nes aymaras bolivianas aledañas a la frontera. La tabla Nº4 muestra el empleo declara-
do del aymara y del castellano (como lengua de uso exclusivo o prevaleciente según
el conocimiento de los declarantes) por parte de los antecesores de los entrevistados
que declaran competencia en la lengua originaria. Entre los progenitores, un 57,2% ha-
bría hablado con similar destreza ambas lenguas (se entiende, la lengua originaria y un
“castellano andino”, Salas 1996: 261), en tanto que un 25,5% habría usado de manera
predominante la lengua vernácula. Estos últimos no necesariamente son monolingües
aymaras: se trata más bien de bilingües en que el castellano ocupa una posición subor-
dinada.
£ 0 |f Total £ S| Total
_
E 1 II 2 o| !|
-
3 si
* 'í
c E7
3
33
o <
Altiplano 50 9 9*6 155 52 I 13 66
63,7% 32.2%
valles altos y medios 6 13 Í1 40 25 3 32 60
16,5% 29.3%
Valles bajos oasis y 0 5 3 8 1 11 6 13
pampa 3,3% 8.8%
Otros sitios 6ta) 15 mb ) 40 27ÍÚ 16 lWd ) 61
16,5% 29.7%
Total 62 42 139 243 105 31 69 205
25.5% 17,3% 57,2% 100% 51, 2% 15,1% 3,7% 100%
Los valores en favor del aymara son ligeramente mejores si se considera a las muje-
res (las madres de los entrevistados), lo que concuerda con el antecedente de que es en-
tre las mujeres donde hay mayor competencia en aymara (Harmelink, 1985; Grebe, 1986;
Gundermann, 1986a). Los resultados también confirman la importancia de la provenien-
cia altoandina chilena y boliviana en la vigencia de esta lengua. En efecto, un 63,7% de
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77 67
32 Reconociendo que entre éstos encontramos edades muy disímiles, de 18 años en adelante y
que, por lo tanto, los abuelos difícilmente constituyen una generación, sino que sólo un grupo
constituido a partir de un nexo parental y genealógico. Pero, de todos modos, la de los abuelos
corresponde, en promedio, a situaciones anteriores en dos o tres décadas a la de los progenitores
y el de éstos a un tiempo equivalente previo al de los entrevistados en este estudio, lo que nos
entrega un panorama de los cambios en el bilingüismo. En cualquier caso, los resultados son bas-
tante indicativos.
Según la información histórica disponible, hasta la primera mitad del siglo XIX, la
lengua aymara se extendía a lo largo de todo el espacio andino, incluidas las comuni-
dades de “indios” ubicadas en los valles bajos y los centros mineros cercanos a Iquique
donde laboraban peones aymaras (Gundermann, 1997). El aymara era la lengua que
presentaba la más amplia distribución y el mayor contingente de hablantes en toda
la región, dado que los indígenas conformaban el grueso de la población. A partir de
entonces se inicia un proceso de profundos cambios asociados a la conformación de
un ciclo minero exportador de salitre en el desierto, el desarrollo de la burocracia es-
tatal peruana y el arribo de población mestiza a la zona, incluso a los valles andinos. La
participación aymara en la minería y las actividades asociadas condujo a que numero-
sos habitantes de los valles bajos y medios empezaran a definirse como no-indígenas
dentro de un proceso mayor de diferenciación social interna, redefinición de las identi-
dades sociales y abandono de la lengua originaria. Complementariamente, la relación
con contingentes de inmigrantes monolingües del castellano en los campamentos mi-
neros y sectores como los valles, sujetos a la influencia directa de la industria salitrera,
la acción de las escuelas de enseñanza elemental y el propio interés de los pobladores
andinos por castellanizarse ayudó al sostenido retroceso de la lengua amerindia.
La disminución del número de hablantes por el avance del castellano en la po-
blación de los sectores bajos llevó a que su espacio de vigencia se fuera limitando
paulatinamente a las tierras altas. Una vez que la región se anexara a Chile (Tarapacá en
1881; Arica y Parinacota en 1929), la lengua aymara siguió siendo usada extensivamente
sólo en la precordillera alta y en el altiplano. Se refuerza la definición de las tierras altas
como un área de indígenas o “indios” (según el énfasis más neutro o despectivo que
se le quisiera dar), condición que se vincula al conocimiento y uso de la lengua aymara
(Gundermann, 1997 y 2001). Cabe recordar que, por lo menos desde finales del siglo
XIX, la denominación de “indio” es expresiva de una categoría social y cultural inferior
(“atrasado”, “incivilizado”), lo que termina por facilitar al abandono de la lengua con la
cual está asociada. Los efectos de esta valoración negativa siguen estando presentes
hoy, pese a la existencia de una política indigenista multicultural que reconoce y valora
la diversidad étnica y a que ha ido surgiendo en algunos sectores de la sociedad chilena
una actitud favorable hacia las culturas y las lenguas indígenas.
Durante el siglo XX, la apertura de caminos y el mejoramiento general de la in-
fraestructura aceleraron la integración económica y política de las zonas interiores a
los centros regionales. Allí donde su dominio todavía no se generalizaba, la escuela
pública difundió la identificación nacional y el uso del castellano, además de conteni-
dos instrumentales. El servicio militar incentivó la adhesión a los valores nacionales (y
también castellanizó junto con capacitar en lectoescritura) entre los jóvenes varones
aymaras. La acción del mercado sobre las comunidades aymaras complementó la del
Estado, llevando a los campesinos a profundizar la mercantilización y monetarización
de sus economías. Con ello, incrementó su dependencia de fuentes de trabajo y abas-
tecimiento externos (los valles bajos o Bolivia), lo que también supuso el establecimien-
to de relaciones fluidas con agentes mercantiles monolingües del castellano. Desde la
década de 1930 en las zonas aymarófonas tienen lugar dificultades de sostenibilidad
agraria, fenómeno que precipita la salida de numerosas personas desde los valles y la
cordillera. El desmantelamiento progresivo de las empresas salitreras con salida de su
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77 69
población obrera limitó las opciones de ingresos y colocación de productos a los agri-
cultores de los valles. A su vez, el aumento de población no pudo ser sostenido por la
economía ganadera tradicional de las tierras altas. Se produjeron entonces migraciones
a zonas andinas y no andinas del desierto y la costa (Arica e Iquique, Pozo Almonte), una
redistribución de la población aymara en la región y un incremento de la movilidad
espacial. En años recientes, la demanda por educación y acceso a servicios urbanos ha
sido también un poderoso estímulo a las migraciones desde las áreas indígenas tradi-
cionales (Gundermann, 2001).
Estos procesos tuvieron un efecto de conjunto en favor de la asimilación cultural,
el desplazamiento lingüístico del aymara y el aumento del monolingüismo castellano.
Resulta entonces limitado el modelo de descripción del desplazamiento de la lengua
aymara según el criterio ecológico de aislamiento (mayor o menor distancia desde cen-
tros urbanos, accesibilidad, presencia o no de escuelas y servicios públicos en poblados
primados, etc.) propuesto por Harmelink (1985: 18-29) y retomado por Salas (1996: 260-
262). No es adecuado para entender el pasado ni aclarar el presente. Las dimensiones
geográficas y espaciales no son factores explicativos en sí mismos, sino únicamente en
cuanto se asocian con determinadas configuraciones de las relaciones sociales y con
distintas situaciones históricas. Asimismo, se trata de una representación muy esque-
mática de hechos y tendencias complejos. Desde este modelo no podría entenderse el
fenómeno de la conscripción militar de los jóvenes aymaras -incluidos los de las zonas
aisladas- y su impacto castellanizador, efectivo desde la primera mitad del siglo XX.
Tampoco el que en zonas donde no se había expandido aún el sistema escolar nacional
como Isluga y Cariquima hacia 1940 y 1950, comunidades consideradas conservadoras
en materias culturales y lingüísticas, se contrataran profesores particulares de los valles
y Bolivia para la enseñanza de primeras letras en castellano, que obviamente contribu-
yeron a difundirlo (González, 2002); en tanto que, al mismo tiempo, en el poblado de
Chapiquiña, vecino a la central hidroeléctrica del mismo nombre y donde, por ende, se
daban relaciones frecuentes con personal monolingüe del castellano, existieran toda-
vía en 1986 varios ancianos hablantes del aymara cuyas familias eran originarias de allí.
De manera más decisiva, este modelo no ofrece hipótesis que permitan inter-
pretar histórica y sociológicamente las consecuencias lingüísticas de la división social,
étnica y cultural vigente, ya hacia finales del siglo XIX, al interior del espacio andino
entre los valles occidentales y las tierras altas. Unos agricultores, otros ganaderos; unos
no se consideran “indios”, adjetivación que restringen a los del altiplano, mientras los
otros, de aceptarla, lo hacían a regañadientes; aquéllos eran ya castellano hablantes o
aumentaron su contingente terminando por completar la castellanizaron, mientras los
de las tierras altas mantuvieron una actitud lingüística más conservadora. Por lo demás,
el aislamiento de algunos valles era tan severo como el del altiplano, cuya economía
ganadera estuvo muy conectada a la minería del desierto, de los valles bajos o de los
puertos. Las diferencias lingüísticas que en el largo plazo se fueron creando llegaron a
ser bastante reales y con consecuencias sociales prácticas. Los nexos de los pastores
de las comunidades altoandinas con las tierras bajas, los valles, la minería del desierto y
la costa fueron durante el último siglo y medio mediados por los agricultores, arrieros,
comerciantes, pequeños funcionarios y autoridades de o asentados en los valles y pre-
cordillera andina. Las relaciones de que se nutrió esta mediación (intercambios asimé-
70 Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77
tricos, peonaje, diferencias de prestigio y autoridad, etc.), dieron origen a una forma de
dominación estamentaria no institucionalizada. Constituyeron un modo de contención
social y cultural de unos (que contribuye a su conservadurismo cultural y lingüístico),
a la vez que un medio para la proyección hacia afuera de los otros (hacia los centros
económicos y de poder en la minería del desierto y de la costa) (Gundermann, 2001).
Por otra parte, se debe reconocer que estos cambios lingüísticos no habrían teni-
do lugar si no hubiera existido una decisión de los propios hablantes aymaras de dejar
de enseñar y hablar su lengua en el seno de sus hogares y comunidades. Por el contra-
rio, la visión predominante entre los dirigentes y educadores aymaras de hoy atribuye a
los factores externos la responsabilidad exclusiva o casi exclusiva en la pérdida del ay-
mara. Ello significa considerarse víctimas pasivas de las acciones realizadas sobre ellos,
pero por desigual que haya sido (y sea) la relación con la sociedad chilena, ella no anula
la reflexividad y la capacidad de acción de parte de los indígenas andinos. Subyace a
esta mirada una representación errónea del fenómeno del poder, que consiste siempre
en una relación entre sujetos (individuales o colectivos) y, por ende, donde una parte no
puede anular la capacidad de oposición o resistencia de la otra parte sino a condición
de eliminar al otro sujeto en tanto tal; esto es, dando fin a la relación y, por tanto, a la
condición de posibilidad del poder (Jonas, 1987: 34-36). De ello puede desprenderse
que el poder (o, mejor dicho, el polo dominante en la relación de poder) se hace más
fuerte cuando logra concitar el apoyo del dominado34.
En el caso que tratamos, los aymaras fueron más allá de la mera aceptación al
proceso de integración conducido por el Estado chileno y sus autoridades regionales.
Durante todo el siglo XX solicitaron a ellos la instalación de escuelas públicas en sus
localidades e, inclusive, cuando éstas aún no existían, procediendo a la creación de es-
cuelas con recursos propios (González, S., 2002). Y, si bien es cierto que la escuela ejerció
un rol decisivo en la introducción del castellano y en el retroceso del aymara, también
es efectivo que esto tuvo lugar al interior del espacio escolar y no fuera de éste, no al
menos de modo sistemático o constante35. Por lo tanto, el abandono del aymara al inte-
rior de los hogares no puede ser explicado como consecuencia directa de la acción de
la escuela sino, en primer término, como resultado de las decisiones de los hablantes.
Las motivaciones que concurrieron a ello son, por cierto, de signo diverso: adecuación a
los aires de cambio dominantes, afanes genuinos de integración, búsqueda de salida a
la denigración de la condición de “indio”, mecanismo de defensa ante prejuicios y actos
discriminatorios, etc.
34 Como señala acertadamente Godelier (1982: 88), precisamente a propósito de las relaciones entre
poder y lenguaje: “la fuerza más fuerte de un poder de opresión, de dominación, no es cierta-
mente la fuerza violenta, sino por el contrario, un consentimiento de los dominados frente a su
dominación”.
35 Tal es el caso Evo Morales, actual presidente de Bolivia, quien tiene al aymara como su lengua
materna e inició el aprendizaje de español en la escuela pública, conservando la lengua andina
en la comunicación en el hogar y la comunidad, donde también se hablaba castellano y quechua
(Subercaseaux y Sierra, 2007: 23). Pero, “con el correr de los años, optó por el español ya que, en
sus palabras, le permitía centralizar la comunicación. Ciertos rivales campesinos y originarios criti-
carían su incapacidad para dar discursos en aymara o quechua” (Sivak, 2008: 56).
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77 71
6. Conclusiones
Los resultados del estudio muestran que la mayor parte (un 66,3%) de los habitantes de
las comunas rurales (incluidos los pueblos de Pica y Putre) pertenecientes a las regiones
de Arica Parinacota y Tarapacá son castellano-hablantes. Si se considera solamente a
las personas que se autodefinen como aymaras (181 casos), un 65,7% (119 casos) señala
poseer algún grado de competencia en su lengua. Si se agregan los casos de personas
que no se autoadscriben como aymaras pero sí tienen algún conocimiento de la len-
gua (198 casos), los hablantes eficientes de la lengua representarían un 35,2% del grupo
bilingüe; o sea que algo menos de un quinto (un 17,4%) del total tendría un manejo
fluido del aymara.
La distribución del conocimiento y uso del aymara dentro del espacio regional no
es homogénea, presentando importantes variaciones entre sectores socio-geográficos.
La cantidad de aymara hablantes y la frecuencia de uso de esta lengua disminuyen si-
guiendo una gradiente altitudinal. En el altiplano es hablada con mayor frecuencia por-
que allí concurren condiciones sociales y lingüísticas más favorables. En el otro extremo
se ubican los valles bajos, los oasis y la pampa, donde existen menos personas que
la conocen y es empleada muy poco u ocasionalmente. En las zonas de precordillera
encontramos una situación intermedia ya que, si bien existen más hablantes que en los
sectores más bajos, su empleo es también ocasional o poco frecuente.
También se presentan diferencias en el manejo de la lengua según los contextos
de uso. El aymara mantiene su vigencia en ámbitos privados e intraétnicos, mientras
que en los espacios públicos e interétnicos prevalece casi exclusivamente el castella-
no. Se sigue usando al interior de los hogares, en las relaciones con familiares o en las
actividades económicas y religiosas tradicionales, pero incluso mucha de la interac-
ción comunicativa interna, en el medio escolar o en las relaciones con los funcionarios
36 Ya que la etnificación aymara, i.e., su conformación como personas y grupos que adoptan tomas
de posición étnica, es posterior y, en parte, uno de los resultados de estos procesos.
72 Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77
públicos, así como la mayor parte de los vínculos con la sociedad regional se realiza
en castellano. Por lo demás, este perfil es válido solo para los sectores de altura, ya en
las zonas bajas el aymara se mantiene vigente solamente en segmentos de personas
provenientes del altiplano chileno o boliviano, en donde el empleo de la lengua es to-
davía más circunscrito. Los habitantes originarios, en cambio, dejaron de hablarla hace
muchas décadas e incluso varias generaciones.
El avance del castellano y el retroceso del aymara no pueden explicarse única-
mente por las posibilidades y frecuencias de la interacción social con hablantes de la
lengua dominante. Desde una perspectiva histórica, son el resultado de las relaciones
sociales establecidas entre segmentos indígenas que han experimentado procesos
de cambio cultural y social muy diferentes. Los habitantes de los sectores más bajos
iniciaron en el siglo XIX un proceso de asimilación y relativo abandono de la cultura
y lengua originarias, dejando de considerarse “indios”. Dicha condición la reservaron
para los habitantes de los sectores más altos. De esta manera, la distinción “peruano”
o “chileno” en oposición a “indio”, fue reincorporada como esquema de categori-
zación social al interior del mismo mundo aymara, produciendo su división en dos
agregados opuestos por relación con su identificación colectiva. Junto con ello, entre
los propios aymaras históricos se abre una brecha social y étnica a partir de la cual
se producen relaciones de desigualdad -y dominación- fundadas en la pertenencia a
una u otra categoría sociocultural. De aquí que las diferencias según estratos socio-
geográficos resulten muy importantes para comprender la distribución y los cambios
de la lengua aymara en la región. En los sectores más bajos, el aymara fue desplazado
tempranamente por el castellano, por lo que la presencia actual de esta lengua en
ellos se explica por la presencia de individuos y familias que han emigrado desde
zonas aymarófonas.
En la actualidad, las fronteras lingüísticas se han redefinido de forma contradic-
toria: si bien los aymaras se han dispersado por toda la región y han disminuido las
presiones para el ocultamiento y abandono de la lengua nativa, las condiciones so-
ciales dominantes no favorecen tampoco su mantención y recuperación. Su cultura
y su lengua son apreciadas por muchos aymaras como algo del pasado o como una
tradición a conservar sólo en la medida que no obstaculice su integración a la socie-
dad mayor. La lengua aymara puede persistir en ámbitos internos a la vida social fami-
liar y comunitaria, pero no es funcional a la regionalización de la comunidad aymara
en el modo en que ella se ha dado hasta ahora. Por todo ello, se debe enfatizar que
no nos encontramos ante una situación de disglosia en el sentido que lo entiende
Ferguson (1959), el creador del concepto. La lengua aymara puede ser reemplazada
por el español, y lo está siendo, en todos los ámbitos de interacción de los hablantes
de dicha lengua.
Una cuestión fundamental que no ha sido objeto de investigación es la situa-
ción de la lengua aymara en las ciudades, donde hoy reside la mayor parte de esta
población indígena. A falta de estudios sobre la materia, sólo pueden plantearse algu-
nas conjeturas. El primer elemento a tomar en cuenta son las migraciones. Al interior
del contingente de aymaras urbanos provenientes de los sectores y poblados rurales
encontramos hablantes de la lengua vernácula. Sin embargo, los espacios sociales y
lingüísticos a los que se han incorporado proporcionan oportunidades limitadas y con-
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77 73
diciones restrictivas para su uso, que se reduciría básicamente a los contextos étnicos
de interacción o al ámbito del hogar. Aunque los emigrantes desde zonas aymarófonas,
incluidas las bolivianas de la frontera, se dirigen en una proporción alta a los valles ba-
jos (Azapa y Lluta en particular) y a las ciudades costeras, encuentran una comunidad
residente que en su gran mayoría desconoce, le es indiferente o desprecia la lengua
indígena. Por ende, el uso del aymara por parte de las generaciones mayores tendería
a disminuir o minimizarse, siendo sus hijos y nietos probablemente hablantes pasivos o
bien monolingües del castellano.
Al mismo tiempo, sería importante considerar las relaciones que los migrantes
de estas zonas mantienen con sus localidades y, en el caso de Bolivia, desde ellas hacia
Chile, donde encuentran trabajo y apoyo de sus “paisanos”. Junto con la emigración
definitiva, encontramos una movilidad espacial cada vez mayor de población aymara
desde ese país, facilitada por los cada vez más expeditos medios de transporte y comu-
nicación con que cuenta la región. Los migrantes oriundos de zonas aymarófonas están
expuestos a la influencia que genera su permanencia y contacto con una población
que mayoritariamente es hablante exclusiva del castellano. Pero también influyen los
retornos temporales de los emigrantes a sus comunidades de origen, con frecuencia
ostentando logros materiales y un capital cultural más diverso y prestigiado. Por esto
mismo, es de importancia incorporar un elemento subjetivo al análisis del desplaza-
miento lingüístico: los emigrantes aymaras bolivianos en Chile son apreciados como
personas comparativamente más exitosas y la región a la que llegan es vista como par-
te de un país que ofrece más posibilidades, es más desarrollado, con mayor progreso y
“civilización”. El castellano formaría parte de este cualitativamente distinto y mejor esta-
do de cosas por diferencia con la minorización en que permanece el aymara, materias
todas ellas que deberían ser objeto de futuras investigaciones.
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